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La Eucaristía nos educa para la misión

Como creyentes en Cristo, seguimos comprometidos con la misión.

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve | Fuente: Conferencia Episcopal de


Colombia

En este momento de la vida de la Iglesia, el Papa Francisco nos ha


hecho un llamado reiterativo a la misión y plantea la evangelización
como el cumplimiento del mandato del Señor de ir por todas partes a
anunciar el mensaje de la salvación: “vayan y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les
he mandado” (Mt 28, 19-20), esta es la misión que asumimos en
nuestra Diócesis de Cúcuta, cuando todos estamos en salida misionera
cumpliendo el desafío siempre nuevo de la misión evangelizadora de la
Iglesia en esta porción del pueblo de Dios que se nos ha confiado, para
dar a conocer la persona, el mensaje y la Palabra de Nuestro Señor
Jesucristo.
Este mandato es para todos los bautizados y de manera especial, para
los ministros que tenemos esta tarea por elección de Dios y llamado y
envío de la Iglesia, con el gozo de predicar el Evangelio, tal como lo
afirma Papa Francisco: “La alegría del Evangelio que llena la vida
de la comunidad de los discípulos es una alegría
misionera” (Evangelii Gaudium #21), que se expresa mediante el
fervor pastoral que cada discípulo misionero siente en su corazón y que
lo realiza haciendo renuncias y sacrificios en la alegría de la gracia de
Dios que lo mueve, aceptando el llamado del Señor a “salir de la
propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).
El fervor misionero tiene que brotar de la Eucaristía bien celebrada y
vivida con intensidad, donde transformamos la vida en Jesucristo, para
salir a dar testimonio con la vida y con las palabras de lo que
celebramos en la Santa Misa. Cuando se termina la celebración de la
Eucaristía en el templo, comienza otra celebración que compromete toda
la existencia. La asamblea reunida en comunión sale a cumplir el
mandato del Señor, por eso los participantes del sacrificio eucarístico se
dispersan por los caminos del mundo, en calidad de testigos de la
Muerte y Resurrección de Cristo entre los hermanos.

La gran noticia del Evangelio cuando llega a nuestro corazón, no es


posible guardarla, sino que se experimenta la urgencia de comunicarla.
Tener la gracia de gozar en la Eucaristía de un amor que va hasta el
extremo, invita al compromiso misionero, porque tanto amor no se
puede esconder dejándolo para sí, sino que hay que salir a proclamarlo.
Esta es la misión de la Iglesia, salir a comunicar el don recibido en la
Eucaristía y hacerlo con el poder del Espíritu que la Eucaristía entrega a
cada uno cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así lo
enseña el Documento de Aparecida cuando afirma: “La Eucaristía,
fuente inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo,
fuente inextinguible del impulso misionero. Allí, el Espíritu Santo
fortalece la identidad del discípulo y despierta en él la decidida
voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que ha
escuchado y vivido” (DA 251).
Se trata de salir a hacer el anuncio de lo que hemos vivido en la ce-
lebración eucarística, dando testimonio de nuestro Señor Jesucristo y
convirtiéndonos en auténticos discípulos misioneros del Señor. No es el
anuncio de cualquier relato, es la gran noticia del Evangelio que nos da
la vida eterna. Así lo enseña Aparecida cuando afirma: “La fuerza de
este anuncio de vida será fecundo si lo hacemos con el estilo
adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre a la
Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad mi-
sionera” (DA 363), de tal manera que la Eucaristía educa al
creyente para la misión. De ahí se desprende la importancia de la
Eucaristía dominical, pues la familia cristiana vive y se cultiva
para la misión en la mesa eucarística, ya que “sin una
participación activa en la celebración eucarística dominical, no
habrá un discípulo misionero maduro” (DA 251).

Por el bautismo comenzamos el proceso de vida cristiana para ser


discípulos misioneros del Señor, que se va fortaleciendo con los demás
sacramentos, encontrando en “la Eucaristía la fuente y culmen de la
vida cristiana” (LG 11), esto quiere decir su más alta expresión y el
alimento que fortalece la comunión, para comunicarlo a los demás como
buena nueva de Jesucristo, que nos convoca como hijos de un mismo
Padre y hermanos entre sí, llamados a participar de la misión
evangelizadora de la Iglesia, ya que, “en la Eucaristía, se nutren las
nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos del Padre
y hermanos en Cristo. La Iglesia que la celebra es ‘casa y escuela
de comunión’, donde los discípulos comparten la misma fe,
esperanza y amor al servicio de la misión evangelizadora” (DA
158).
Como creyentes en Cristo, seguimos comprometidos con la misión,
cumpliendo con alegría el mandato del Señor, de ir por todas partes a
anunciar la Palabra, el mensaje y la persona de Nuestro Señor
Jesucristo, siendo cristianos en salida misionera, ya que “en virtud del
bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha
convertido en discípulo misionero” (EG 120), que recibe la fuerza y
el impulso evangelizador de la Eucaristía que celebramos y del Cuerpo y
la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo que recibimos. Que la Santísima
Virgen María, Estrella de la Evangelización y el glorioso Patriarca San
José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias,
para colaborar en la misión evangelizadora de la Iglesia, con la certeza
que la Eucaristía nos educa para la misión.

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