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El nuevo lenguaje

de las matemáticas
La manera en que se conciben términos y símbolos para representar
conceptos matemáticos ha ido cambiando a lo largo de la historia.
¿Puede esta disciplina prescindir de las palabras?

 Daniel S. Silver

Desde los petroglifos de Norteamérica a la caligrafía china temprana, la


representación simbólica de palabras e ideas cuenta con una larga historia. Hoy,
los matemáticos exploran las posibilidades que brindan los símbolos sin palabras.
[CREATISTA/ISTOCK]

EN SÍNTESIS

A lo largo de la historia, varios científicos han defendido que las


matemáticas constituyen una lengua propia. De ser el caso, sus ideas no
deberían depender del lenguaje ordinario para poder expresarse.
Los símbolos matemáticos han evolucionado a partir de las palabras; sin
embargo, su naturaleza parece ser muy distinta de la de estas. Algunas áreas
específicas de la matemática ya han conseguido dotarse de lenguas
simbólicas.

Hoy los matemáticos usan lenguajes pictóricos para pensar de manera más
profunda sobre preguntas fundamentales. Esa evolución sugiere que las
matemáticas podrían ser más generales que cualquier lengua ordinaria que
trate de expresarlas.
Algo extraño está sucediendo en los seminarios de matemáticas de todo el
mundo. Cada vez se oyen más a menudo palabras y expresiones
como araña, huellas de pájaro, ameba, pila de arena o descomposición
del pulpo. Empiezan a verse dibujos que se asemejan a petroglifos
prehistóricos o a la antigua caligrafía china, los cuales se manipulan como
los números y los símbolos tradicionales del álgebra. Se trata de un
lenguaje que resultaría del todo ajeno para los matemáticos de siglos
pasados.

Las palabras y los símbolos matemáticos están destinados a estimular el


pensamiento, promover la curiosidad o, simplemente, entretener. A veces
despiertan la imaginación del público. En ocasiones interfieren con el
propio entendimiento de lo que pretenden describir. Y siempre están
evolucionando. Hoy, a medida que los límites de la investigación
matemática se expanden, esa evolución parece estar acelerándose. Las
palabras y los símbolos nos han traído hasta este estado fructífero de la
disciplina. Pero la pregunta sigue en pie: ¿pueden los símbolos
matemáticos, sin el apoyo de ninguna palabra, bastar para el quehacer de
este campo?

¿Son las matemáticas una lengua?

Josiah Willard Gibbs navegó siempre con confianza en el mar de las


palabras y los símbolos matemáticos. Uno de los fundadores de la
mecánica estadística y profesor de física matemática en la Universidad
Yale durante la segunda mitad del siglo XIX, Gibbs era conocido como
alguien sencillo y sin pretensiones que rara vez se pronunciaba en público.
Así que imaginen la sorpresa de sus colegas cuando, durante una reunión
del claustro sobre la conveniencia de reducir los contenidos de
matemáticas en el currículum de los estudiantes en favor de los de
lenguas extranjeras, Gibbs se puso en pie y declaró con contundencia:
«Caballeros, las matemáticas son una lengua».

Gibbs no fue el primer científico notable que sostuvo algo así. En El
ensayador, publicado en Roma en 1623, Galileo había escrito: «[El
universo] no puede ser leído hasta que hayamos aprendido su idioma y
nos hayamos familiarizado con los símbolos en los que está escrito. Está
escrito en lenguaje matemático». Galileo publicaba en italiano y no en
latín con la esperanza de llegar a aquellos lectores cultos pero no
necesariamente versados en ciencia. Pero, al igual que los estudiantes de
la Academia de Platón eran recibidos con la inscripción «Prohibida la
entrada a todo aquel que no sepa geometría», los lectores de Galileo eran
advertidos de la necesidad de poseer ciertos prerrequisitos lingüísticos.
Para el científico italiano, las letras de las matemáticas eran triángulos,
círculos y otras figuras geométricas. Gibbs, responsable de gran parte del
cálculo vectorial que usamos hoy, habría agregado uno o dos símbolos de
su cosecha.

Si las matemáticas constituyen una lengua, entonces, al igual que ocurre


con el francés o el ruso, no deberían depender de ninguna otra para poder
ser entendidas; es decir, tendrían que ser independientes del lenguaje
ordinario. La idea comienza a parecer un poco menos descabellada si
tomamos como ejemplo la notación musical, la cual resulta legible para
cualquier músico formado del planeta. Si lo mismo sucede con las
matemáticas, deberíamos ser capaces de comprender sus ideas sin
recurrir a las palabras. Veamos cómo podría suceder esto.

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