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Con el paso del tiempo, las fichas se hicieron más elaboradas y más
especializadas. Había conos decorados para representar barras de
pan, y tabletas en forma de diamante para representar cerveza.
Schmandt-Besserat se dio cuenta de que estas fichas eran mucho
más que un artificio de contabilidad. Eran un primer paso vital en el
camino hacia los símbolos numerales, la aritmética y las
matemáticas. Pero ese paso inicial fue bastante extraño, y parece
dado por accidente.
Se dio porque las fichas se utilizaban para llevar registros, quizá con
fines impositivos o financieros, o como prueba legal de propiedad. Las
fichas tenían la ventaja de que los contables podían ordenarlas
rápidamente para calcular cuántos animales o cuánto grano poseía o
debía alguien. El inconveniente era que las fichas podían ser
falsificadas. Así que para asegurar que nadie interfería en las
cuentas, los contables guardaban las fichas en recipientes de arcilla,
como si estuvieran precintadas. Podían descubrir rápidamente
cuántas fichas, y de qué tipo, había dentro de un recipiente dado
rompiéndolo. Siempre podían hacer un nuevo recipiente para un
almacenamiento posterior.
Sin embargo, romper repetidamente un recipiente y renovarlo era
una forma muy poco eficaz de descubrir lo que había dentro, y los
burócratas de la antigua Mesopotamia pensaron algo mejor.
Inscribieron símbolos en el recipiente que hacían una lista de las
fichas que contenía. Si había dentro siete esferas, los contables
dibujaban siete esferas en la arcilla húmeda de la vasija.
En algún momento los burócratas mesopotámicos se dieron cuenta de
que, una vez que habían dibujado los símbolos en el exterior del
recipiente, ya no necesitaban los contenidos, y ya no tenían que
romper el recipiente para ver qué fichas había dentro.
Este paso obvio pero crucial dio lugar a un conjunto de símbolos
numerales escritos, con diferentes formas para diferentes clases de
bienes. Todos los demás símbolos numerales, incluidos los que hoy
utilizamos, son los descendientes intelectuales de este antiguo
artificio burocrático. De hecho, es posible que la sustitución de fichas
por símbolos haya constituido también el nacimiento de la propia
escritura.
Marcas de cuenta
Estas marcas de arcilla no eran ni mucho menos los más antiguos
ejemplos de escritura numeral, pero todos los ejemplos anteriores
son poco más que rayas, «marcas de cuenta», que registran números
como una serie de trazos, tales como
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Los babilonios
Nosotros no sólo utilizamos diez símbolos para representar números
arbitrariamente grandes: también utilizamos los mismos símbolos
para representar números arbitrariamente pequeños. Para hacerlo
empleamos la «coma decimal». Los dígitos a la izquierda de la coma
representan números enteros; los que están a la derecha de la coma
representan fracciones. Fracciones especiales son los múltiplos de
una décima, una centésima y así sucesivamente. Por lo tanto 25,47,
pongamos por caso, significa 2 decenas + 5 unidades + 4 décimas +
7 centésimas.
Los babilonios conocían este truco y lo utilizaron con un efecto
extraordinario en sus observaciones astronómicas. Los estudiosos
denotan al equivalente babilónico de la coma decimal por un punto y
coma (;), pero ésta es una «coma sexagesimal» y los múltiplos a su
derecha son múltiplos de 1/60, (1/60 x 1/60) = 1/3600 y así
sucesivamente. Como ejemplo, la lista de números 12, 59; 57, 17
significa
12 x 60 + 59 + 57/60 + 17/3600
Números y personas
Guste o no la aritmética, no se pueden negar los profundos efectos
que han tenido los números en el desarrollo de la civilización
humana. La evolución de la cultura y la de las matemáticas han ido
de la mano durante los últimos cuatro milenios. Sería difícil
desenredar causa y efecto; yo dudaría en argumentar que la
innovación matemática impulsa el cambio cultural, o que las
necesidades culturales determinan la dirección del progreso
matemático. Pero ambas afirmaciones contienen algo de verdad,
porque matemáticas y cultura evolucionan conjuntamente.
Hay, no obstante, una diferencia significativa. Los cambios culturales
están muy «en la superficie». Los nuevos tipos de vivienda, las
nuevas formas de transporte, incluso los nuevos modos de organizar
las burocracias gubernamentales, son relativamente obvios para todo
ciudadano. Las matemáticas, sin embargo, tienen lugar
fundamentalmente entre bastidores. Cuando los babilonios utilizaban
sus observaciones astronómicas para predecir eclipses solares, por
ejemplo, el ciudadano medio quedaba impresionado por la precisión
con que los sacerdotes predecían estos sucesos sorprendentes,
incluso si la mayoría de los sacerdotes tenían poca o ninguna idea de
los métodos empleados. Ellos sabían cómo leer tablillas que listaban
datos de eclipses, pero lo que importaba era cómo utilizarlos. Cómo
se habían construido era un arte arcano, que quedaba para los
especialistas.
Algunos sacerdotes pueden haber tenido una buena educación
matemática —todos los escribas instruidos la tenían, y los sacerdotes
instruidos tomaban, en sus primeros años, prácticamente las mismas
lecciones que los escribas—, pero una apreciación de las matemáticas
no era realmente necesaria para disfrutar de los beneficios que
surgían de los nuevos descubrimientos en la disciplina. Así ha sido
siempre y, sin duda, así seguirá siendo. Los matemáticos apenas
reciben crédito por cambiar nuestro mundo. ¿Cuántas veces vemos
todo tipo de milagros modernos atribuidos a los «computadores», sin
la más mínima apreciación de que los computadores sólo trabajan
eficazmente si son programados para utilizar sofisticados
«algoritmos» —procedimientos para resolver problemas— y que la
base de todos los algoritmos está en las matemáticas?
Las matemáticas más visibles son las relacionadas con la aritmética,
pero la invención de las calculadoras de bolsillo, las cajas
registradoras que suman cuánto hay que pagar, y los programas de
pago de impuestos que nos hacen las cuentas, están ocultando cada
vez más a la aritmética entre bastidores. Pese a todo, la mayoría de
nosotros somos conscientes de que la aritmética está allí.
Dependemos por completo de los números, ya sea para seguir las
obligaciones legales, recaudar impuestos, comunicar
instantáneamente con el otro lado del planeta, explorar la superficie
de Marte o evaluar el último medicamento maravilloso. Todas estas
cosas se remontan a la antigua Babilonia y a los escribas y maestros
que descubrieron maneras eficaces de registrar números y calcular
con ellos. Aquéllos utilizaban sus habilidades aritméticas con dos fines
principales: asuntos cotidianos y mundanos de los seres humanos
ordinarios, tales como la contabilidad y la medida de tierras, y
actividades intelectuales como predecir eclipses o registrar los
movimientos del planeta Júpiter a través del cielo nocturno.
La evolución de la cultura y la de las matemáticas han ido de la mano
durante los últimos cuatro milenios.
Hoy hacemos lo mismo. Utilizamos matemáticas sencillas, poco más
que aritmética, para centenares de tareas minúsculas: cuánto
tratamiento antiparásitos poner en el estanque de un jardín, cuántos
rollos de papel de pared tenemos que comprar para empapelar el
dormitorio o si ahorraremos dinero yendo un poco más lejos en busca
de gasolina más barata. Y nuestra cultura utiliza matemáticas
sofisticadas para la ciencia, la tecnología y, cada vez más, también
para el comercio. La invención de la notación numeral y la aritmética
figuran, junto a las del lenguaje y la escritura, como unas de las
innovaciones que nos transformaron de monos adiestrables en seres
humanos genuinos.