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T r a d u c c ió n d e

R o b e r t o H elíer
THOMAS S. KUHN

LA TENSIÓN ESENCIAL
Estudios selectos sobre la tradición
y el cambio en el ámbito de la ciencia

c o n a c y :

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO-ARGENTINA-BRASIL-COLOMBIA-CHÍLE-ESPAÑA
ESTADOS UNIDOS DE AÍVIÉRICA-PERÚ-VENEZÜELA
Primera edición eti inglés, 1977
Primera edición en español, 1982
Primera reimpresión en España, 1983
Segunda reimpresión en España, 1993

Este Hbro se publica con el patrocinio del


Consejo Nacional de Qencia y Tecnología de Méjdco

Título original
The Essentid Tension. Selected Studies
in Scientific Tradition and Change
© 1977, The University of Chicago
Publicado por The University of Chicago Press
ISBN 0-22645805-9

D. R. © 1982 Fondo de Cultura Económica S. A. de C. V.


Av. Picacho Ajusco, 227. 14200 México D. F.
Fondo de Cultura Económica, sucursal para España
Vía de los Poblados {Edif. Indubuilding-Goico, 4.'’-15), 28033 Madrid

Depósito legal: M. 7263-1993


I.S^J^.: 84-375-0232-2

Impreso en España

l
A
K. M. K„
q u e s i g u e s i e n d o m i e x p e r t o p r e d il e c t o
e n e s c a t o lo g i a
i
PREFACIO

A u n q u e ya llevab a varios años jugando con la id ea d e publicar una


antología de artículos, tal v ez nun ca hubiera realizado e l proyecto si
Suhrkam p Verlag, d e Francfort, no hubiera pedido mi autorización
para publicar en alem án un volumen c o m p u e sto con algunos de mis
en sa y o s.
Tuv^e algunas reservas, tanto hacia la lista de artículos q ue m e p re­
sentó in icialm en te, com o h acia e l riesgo de autorizar trad uccion es
sobre las cu ale s yo no tendría control alguno. Pero m is dudas se
d esva n ec ier on por com p leto cuando recibí la visita de un agradable
profesor alem án , q ue d e sd e en to n c e s e s mi amigo, y quien estuvo de
acuerdo en resp onsab ilizarse d e la ed ición de un volu m en en alem án,
en cu ya p laneación yo intervendría también. S e trata de Lorenz Kru-
ger, profesor d e filosofía de la Universidad de Bielefeld, con quien he
trabajado íntim a y arm on iosam en te, se lec cio n a n d o y preparando el
co n ten ido del volum en. É l fue, ad em ás, quien me persuadió p a ­
ra q ue elaborara un prefacio esp e cia l, en dond e indicara la relación
que hay entre los e n sa y o s esco g id o s y lo más con ocido de m i trabajo,
ya fu e se co m o introducción a é ste o com o exp o sición y corrección
d el m ism o.
Tal prefacio, m e insistió, serviría para que los le cto re s entendieran
mejor algunos a sp e c to s centrales, pero en apariencia oscuros, de m is
puntos d e vista sobre el desarrollo de la ciencia. C om o el p resen te libro
e s casi una versión en el original in glés d el volum en publicado en
alem án bajo mi supervisión,^ tengo aquí otro motivo ¡para estarle
e s p e c ia lm e n te agradecido.
F u e in evitab le q ue el prefacio sugerido por Krüger resultara auto­
biográfico y q ue, m ientras lo estab a elaborando, tuviese yo la s e n sa ­
ción de q ue toda mi vida in telectual esta b a desfilando ante mis ojos.
S in em bargo, los en sa y o s q ue con tien e e s te v olu m e n no reflejan, en

’ Die Entstehung des Neuen: Sludien zar Stmktur der Wissenscha/tsgestchichte (Francfort,
1977). En este volumen hay un prólogo del profesor Krüger. E n la transición a la edición
en inglés, eliminé y remplacé algunas partes que estaban dirigidas al público alemán.
Además, corregí y puU los ensayos inéditos “ Las relaciones entre la historia y la filosofía
de la ciencia” y “Objetividad, juicio de valor y elección de teoría” . El primero tiene ahora
una conclusión nueva, a la cual quizá no habría llegado sin h aber leído el libro citado en
la nota 7.
10 PREFACIO

ninguno de su s a sp e c to s centrales, la in cu rsión autobiográfica q ue mi


retom o a e s o s trabajos propició, ¿ o estructura de las revoluciones científicas
no apareció ha sta fin e s d e 1962,* pero la co n v ic ció n de que h acía falta
escribir un libro había nacido en mi q u in ce años antes, mientras era
estu diante de físic a y trabajaba en mi te sis doctoral. P o co d esp u é s,
abandoné la c ie n c ia por la historia de la cien cia , y m is in vestigacion es
p u b licadas en es a ép o c a fueron ciento por cien to históricas y, en
general, de forma narrativa. E n un principio, tenía planeado reprodu­
cir aquí algunos de e s o s prim eros en sayos, con la esp e ra n za de intro­
ducir el in gredien te autobiográfico q ue faltaba; así pretendía señalar el
papel d ecisivo que el trabajo de historiador había tenido en e l desarro­
llo de m is id eas. Pero a! ex p erim en tar con d iferentes ín d ice s de
con ten ido, p oco a poco m e fui c o n v en cien d o d e que las narraciones
históricas no servirían para expresar los p u n tos q u e p e n sa b a y que
hasta podrían llegar a resultar distorsionadoras. A un qu e la experien-
c i a c o m o historiador p u e d a e n se ñ a r filosofía por m edio del ejem plo, las
le c c io n e s no estarán p r e s e n te s en el texto de historia. R eiatándo el
episodio que .me condujo al trabajo histórico, quizá p u e d a dar una idea
de los problem as que h ay de por m edio y a la v ez una b a se a partir de la
cu al considerar los en sa y o s que siguen.
U na narración histórica co n sis te prin cipalm en te en h ec h o s acerca
del pasado, la mayoría de ellos a p aren tem en te in dispu tab les· De ahí
q ue m u ch os lectores su pongan que la tarea primordial d el historiador
e s la de exam in ar textos, extraer de ellos los h e c h o s p ertin en tes, y
relatarlos con gracia literaria, m ás o m en o s en orden crorioló^cO, En
m is años de físico, ésa fue mi id ea de la disciplina histórica:, a láCual no
tom aba muy en serio. C uando c a m b ié de m anera de p en sar — y poco
d esp u é s de q u e h a c er— , en las narraciones históricas q ue produje, pór
su naturaleza, debo de haber fom entado e s e m alentendido. En la
historia, más que en cualquier otra de las disciplinas que con ozc o, el
producto acabado de la in vestigación en cu b re la naturaleza del trabajo
que lo produjo.
Mis id eas com enzaron a aclararse en 1947, cuando se m e pidió que
interrumpiera por algún tiem po el p royecto d e física que m e hallaba
realizando e n aquella ép oca, para preparar una serie de conferencias
sobre los orígenes de la m e c á n ic a d el siglo xvii. Para tal fin, debía
d escub rir ante todo lo q ue sab ían d el asunto los a n te ce so re s de Galileo

La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura Económica. P


ed., 1971: 3“, reimpresión, 1978.
PREFACIO I I

y N ew ton. Mis investigaciones preliminares m e adentraron de inme­


diato en los análisis del m ovimiento contenidos en la Física de Aristóte­
le s, así com o en trabajos posteriores basados en ésta. Como la mayoría
de los primeros historiadores de la cien cia, llegu é a e sto s textos
sab ien do ya lo q ue eran la física y la m ec á n ic a new tonianas. Y, al igual
que ellos, le s pregunté a mis textos qué tanto s e sabía de m ec á n ic a
dentro de la tradición aristotélica y cuánto había quedado para que lo
descub rieran los cien tíficos del siglo xvii. E stando en p o sesió n de un
vocabulario new toniano, m is preguntas exigían re sp u e sta s en los
m ism o s térm inos. E n to n c es yo creía que las r e sp u e sta s eran m uy
claras. A un en el nivel ap aren tem en te descriptivo, lo s aristotélicos
habían sabido p oco d e m ec án ic a. Y m ucho de lo q u e habían dicho era
se n c illa m en te erróneo. T al tradición no podía haber servido d e fun­
dam ento para e l trabajo de Galileo y su s con tem poráneos. É stos deb ie­
ron de haberla rech azad o y com en zad o d e nuevo el estudio de la
m ecán ica.
Las gen eralizaciones de e s e tipo eran c o s a corriente y al parecer
ineludible. Al m ism o tiem po, constituían un enigm a. Al tratar otros
tem as aparte de la física, A ristóteles había sido un observador agudo
y realista. En c a m p o s com o la biología o el com portam iento político,
sus in terp retacion es de los fen ó m e n o s hábían sido tan certeras com o
profundas. ¿Cómo e s que tan notable talento había fracasado al apli­
carse al m ovim iento? ¿C óm o e s que había sido capaz de d ecir sobre el
m ovim ien to c o sa s al p a rec er tan absurdas? Y, ante todo, ¿por qué su s
c o n c e p c io n e s habían sido tom adas tan en serio, tanto tiem po y por
tantos de su s s u c e so r e s? C uanto m ás leía, m ás intrigado me sentía,
Claro e s tá que A ristóteles pudo haberse eq uivocado -----no m e cabía
duda de q ue tal había sido el c a so — , ¿pero era co n ce b ib le que su s
errores h u b ie se n sido tan flagrantes?
U n m em orab le — y tórrido— día de verano se d esvan ecieron sú bi­
tam ente todas m is in certid um bres. De b u e n a s a primeras percibí
com o en em brión otra m anera de leer los textos con los que había
estado luchando. P or primera v ez le c o n c e d í la im portancia debida al
h ech o de que el tem a de A ristóteles era e l cam bio de cualidad en
general, lo m ism o al observar la caída de una piedra que e l crecim iento
d e un niño hasta llegar a la ed ad adulta. En su física, el objeto q ue
habría d e convertirse en la m ec á n ic a era, a lo m ás, un ca so es p e cia l no
aislable todavía. Muy lógico, p u e s, fu e mi reco n ocim ien to de que los
in gredien tes p erm a n en te s d el universo aristotélico, su s elem en to s
ontológicos prim arios e in d estru ctib les, no eran lo s cu erpos m ateriales
12 PREFACIO

sino más bien las cu alidad es q ue, im p u es ta s sobre una porción d e la


materia neutral y o m n ip resen te, con stituían un cu erpo material o
substancia. No ob stan te, la p osición en sí era u n a cu alidad en la física
de A ristóteles, y un cu erp o q ue cam b iab a d e p osición p erm an ecería,
por con sigu iente, siend o el m ism o cu erp o sólo en e l problem ático
sentido e n que el niño es tam b ién el individuo en qu e s e con vierte m ás
tarde. En un u niverso en d ond e las cu a lid a d es eran lo primario, el
m ovim iento tenía q ue ser n ece sa r ia m e n te no un esta d o sino un cam bio
de estado.
A un qu e tan in co m p leto s co m o p ob r em en te ex p resad os, e s o s a sp e c ­
tos de mi nueva m anera d e en ten d e r la e m p re sa aristotélica d eb en
indicar lo q u e quiero d ecir co n e l d escub rim iento d e u na n ueva manera
de leer un conjunto de textos. Lograda esta n u eva forma, las forza­
das m etáforas se convirtieron m u c h as v e c e s en inform es naturalistas
al tiem po que se d e sv a n ec ía gran parte de la aparente absurdidad. A
resultas de esto, no m e convertí en un físico aristotélico, pero h asta
cierto punto aprendía a p en sar com o tal. D e ahí e n ad elan te, tuve
p o co s problem as para en ten d e r por q u é A ristóteles había dicho tal o
cual cosa acerca d el m ovim iento y tam bién la razón de q ue su s afirma­
cion es h u b iesen sido tom adas tan en serio. Cierto e s q ue se g u í en c o n ­
trando tropiezos en su física, pero ahora ya no m e parecían ingenuida­
d e s y p o c o s d e eUos podrían h ab er sido caracterizados com o m eros
errores.
D esd e e s e acon tecim ien to d ecisivo ocurrido e n el verano d e 1%7, la
búsq u ed a de lecturas m á s e f ic a c e s h a sido o cu p ación central en mis
in vestigacion es históricas — y dicha b ú sq u ed a h a sido elim inada sis­
tem áticam en te de m is es c r ito s— . L as le c c io n e s que aprendí mientras
le ía a A ristóteles las h e aplicado también al le e r a p ersonajes com o
Boyle y N ew to n , Lavoisier y Dalton, o Boltzm ann y P la n ck , En p ocas
palabras, e s a s le c c io n e s son dos. L a primera c o n sis te e n q u e hay
m uchas maneras de le er un texto y q ue las m ás a c c e s ib le s al in vestiga­
dor m oderno su elen ser im propias al aplicarlas al pasado. La segun da
d ice que la plasticidad de los textos no c o lo ca en el m ism o plano todas
las form as de leer, p u e s algunas de ellas — uno quisiera q ue sólo
u na— p o see n una plausibilidad y coh er en cia q ue falta e n otras.
Cuando trato d e com u nica rles e s ta s le c c io n e s a los estu d ian tes, le s
digo esta m áxima; al leer las obras de un p en sador im portante, b u sca
primero las absurdidades ap aren tes del texto y lu ego pregúntate cóm o
e s que pudo haberlas escrito una p ersona in teligente. C uando tengas
la resp uesta, prosigo, cu an do e s o s p asajes hayan adquirido sentido.
PREFACIO 13

encontrarás q ue los p asajes primordiales, e s o s q ue ya creías haber


en ten did o, han cam biado d e significado.^
Si e s te volu m en estu viera dirigido ante todo a los historiadores, no
tendría ninguna razón e s te pasaje autobiográfico. Lo q u e yo, co m o
físico, d escub rí por mí m ism o, la mayoría de los historiadores lo
ap ren d en por el ejem plo en el curso de su form ación profesional.
C o n sc ie n te m e n te o no, todos ellos practican el m étodo h erm en éu tico.
En mi c a s o , sin em b argo, el descub rim iento de la h erm enéutica hizo
algo m á s q ue infundirle sentid o a la historia. Su efe cto m ás d ecisivo e
in m ediato fu e el ejercido sobre mi c o n ce p c ió n de la cien cia . Por es o he
narrado aquí mi reencuentro c o n A ristóteles.
H om b r es com o Galileo y D escartes, que sentaron los cim ien tos de la
m ec á n ic a d el siglo xvii, crecieron dentro de la tradición cien tífica
aristotélica e h icieron con trib ucion es e s e n c ia le s a ésta. Factor clave
d e s u s aportaciones f u e q ue crearon m aneras de leer los textos que en
un principio m e confundieron; y m u c h as v e c e s ellos m ism os fueron
víctim as de tales m a len tend id os. D escartes, por ejem plo, al principio
d e Le monde, ridiculiza a A ristóteles citando en latín su definición del
m ovim iento, neg á n d o se a traducirla bajo el su p u esto de que en francés
la definición c a r e c e igu alm en te de sentido, y luego probando su afir­
m ación al h a cer la dicha traducción. La definición de A ristóteles, sin
em bargo, había tenido sentido durante siglos, y quizá alguna vez hasta
para el propio D esc a rtes. P or con sigu ien te, lo que pareció revelarm e
mi lectu ra de A ristóteles fu e una e s p e c ie de cam b io generalizado d e la
form a en q ue lo s h om b re s con cebían la naturaleza y le aplicaban un
lenguaje, una co n c e p c ió n que no podría describirse propiam ente com o
constituida por ad iciones al con ocim ien to o por la mera corrección de
los errores uno por uno. E sa c la se d e cam b io la describiría p oco tiempo
d e s p u é s H erbert Butterfield d iciendo que era “ com o p en sa r con una
c a b e z a d iferente” ,^ e im p u lsad o por esta suerte de revelación co­
m e n c é a leer libros sobre la psicología de la Gestalt y ca m p o s afines.
M ientras d escub ría la historia, había descub ierto también mi primera
revolución científica, y mi b ú sq u e d a posterior de lectu ras m ás efic a ­
c e s ha sido a m en ud o la b ú sq u e d a de otros aco n tec im ien to s de la

* Más sobre este tema se encuentra en T .S.Kuhn, “ Notes on Lakatos” , BoslonStudies


in Philosophy o f Science, 8 (1971); 137-146,
^ H erbert Butterfield, Oñgins o f Modern Science, 1300-1800 (Londres, 1949), p. 1.
Como mi propia idea sobre la transformación de la ciencia m oderna en sus inicios, en la
de Butterfield influyeron enorm em ente los escritos de Alexandre Koyré, especialmente
sus Eludes galiléennes (París, 1939).
14 PREFACIO

m ism a clase. Son los q ue p u e d e n re co n o c e r s e y e n te n d e r se ú nica­


m en te recuperando la s m aneras antiguas d e leer textos antiguos.
Elegí para iniciar e s te libro la con fer en cia “ Las j e la c io n e s entre
la historia y la fQosofía de la c ie n c ia ” porque su tem a principal es el
de la naturaleza y la pertinencia de la filosofía para e l q uehacer histórico.
Di esta conferencia en la primavera de 1968 y nunca antes la había
publicado, p u e s ten ía el p royecto de am pliar su s co n c lu sio n e s sobre lo
q ue saldrían ganando los filósofos si tomaran m á s en serio la historia.
E n e s te libro, hay otros artículos q ue su p len e s ta d e ficien cia y la propia
con feren cia p u e d e le er se com o un in tento por profundizar e n ios
p roblem as p lantead os en e s te prefacio. L o s lectores e x ig e n te s p u e d e n
considerarla anticuada, p u e s e n cierto sentido así es. E n los nueve
años transcurridos d e s d e q ue la di, son m u c h os los filósofos d e la
cien cia q ue han admitido la p ertin en cia de la historia c o n resp ecto a
su s q u e h a c ere s e s p e c ia le s . P ero, aunque e s bienvenido el in terés por
la historia que d e ahí h a resultado, sigu e faltando todavía lo q ue yo
con sid ero el punto filosófico primordial: el reajuste c o n ce p tu a l fun­
d am ental que n ece sita el historiador para recuperar el p a sa d o o, a la
inversa, lo q ue n e c e sita e l pasado para revelarse ante el p resen te.
T res de los cin c o e n s a y o s de la P rim era P arte no am eritan m ás que
un com entario de p asada. El artículo “ L os c o n c e p to s de c a u sa en el
desarrollo de la físic a ” e s un corolario de mi trabajo con las obras de
A ristóteles. Si gracias a e s e trabajo yo no hubiera aprendido la integri­
dad de su análisis cuatripartito de la s ca u sa s, tal vez n un ca habría
percibido que la forma en que durante e l siglo xvii se rechazaron las
ca u sa s form ales, a favor de las ca u sa s m ec á n ic a s o efic ie n te s, tuvo
co m o c o n se c u e n c ia la restricción d e lo s ulteriores análisis de la expli­
cación científica. El cuarto en sayo , d ed icad o a la con servación de la
energía, e s el único de la Prim era P arte que escrib í an tes de mi libro
sobre las revolu cion es científicas; y lo s p o c o s com entarios q ue sobre él
hago están in tercalad os entre los relativos a otros artículos d el m ism o
periodo. D el sexto artículo, “ Las re lac ion e s entre la historia y la
historia de la c ie n c ia ” , p u e d e d ecirse q ue e s un c o m p lem en to del
trabajo con que se inicia la P rim era P arte.
Varios historiadores lo han juzgado incorrecto, y no ca b e duda que
es tan personal com o p olém ic o. P ero d e sd e su publicación h e d esc u ­
bierto que las frustraciones q ue allí expreso las com parten casi univer­
salm en te los con sa grados al desarrollo d e la s id eas cien tíficas.
A un qu e escritos c o n otros fines, lo s e n sa y o s “ La historia de la
c ie n c ia ” y “ La tradición m ate m á tic a y la tradición exp erim en tal”
PREFACIO 15

tien en u na relación m á s directa con ios tem as que ex p u se en La


estructura de las revoluciones científicas. L as p á ^ n a s in iciales d el primer
en sa y o , por ejem plo, p u e d e n ayudar a explicar por q ué el enfoque
histórico en q ue se basa e s te libro no em p ez ó a ser aplicado a las
c ie n c ia s h a sta d esp u é s d el primer tercio d e e s te siglo. Al m ism o
tiem po, e s to s e n sa y o s p u e d e n sugerir una reveladora particularidad:
los prim eros m o d e los del tipo de historia q ue ha influido tanto en m í y
e n m is c o le g a s históricos e s un producto de una tradición europea
poskantiana, q ue m is co leg a s filósofos y yo segu im os encontrando
oscura. E n mi c a s o , por ejem plo, in cluso el término d e “ h erm en éu ­
tica” , q u e acabo de em p lear h a c e un m om ento, no form aba parte d e mi
vocabulario h a sta h a c e ap en as u nos cinco años. Y s o sp e c h o cad a vez
m ás que todos los q ue crean q ue la historia p u e d a ten er una profunda
im portancia filosófica tendrán que aprender a salvar el abism o que hay
entre la tradición filosófica en lengu a in glesa y su corresp ond ien te de
la Europa continental.
En su s e c c ió n penúltim a, el en sayo “ L ah istoria de la c ie n c ia ” está
en cam in ad o a re sp on d er a un tipo de crítica que p ersiste n te m e n te se le
h a ce a mi libro. Tan to los historiadores en general com o los historiado­
res de la c ien cia se quejan repetidas v e c e s de que mi relación del
desarrollo científico se b asa e x c lu siv a m en te en factores internos de la s
propias cien cias; q ue no logro inscribir las co m u n id a d e s cien tíficas en
la soc ied a d en q ue se su sten tan y de la cu al son extraídos sus m iem ­
bros; y que, por c o n s i ^ i e n t e , doy la im presión d e creer q ue el desarro­
llo cien tífico e s in m u n e a la s in fluencias de los m ed ios social, e c o n ó ­
m ico, religioso y filosófico en q ue se desarrolla. Claro está q ue mi Ubro
tiene p o co q ue d ecir sobre tales in fluencias extern as, pero ello no d eb e
interpretarse co m o n egación de que é s ta s existan. P or el contrario,
d eb e e n ten d e rse com o un in tento de explicar por q ué la evolución de
las c ien cia s m á s desarrolladas ha ocurrido con relativa in d e p e n d en cia
del m ed io social, en grado mayor que la evolución de d isciplinas com o
la ingeniería, la m ed icina, las le y e s y las artes — con e x c ep ció n , quizá,
de la m ú sic a — . A d e m á s, leído de e s a manera, el libro p u e d e c o n sid e ­
rarse e l primer paso para q u ie n e s tratan d e adentrarse en e l estu dio de
las form as que adoptan tales in fluencias extern as, así com o los c a u c e s
por los q u e discurren.
P ru eb as de la ex iste n c ia de tales in fluencias s e en cu en tran en otros
de lo s artículos c o n ten id o s en e s te libro, e s p e c ia lm e n t e en “ La c o n ­
servación d e la energía” y “ La tradición m atem ática y la tradición
exp erim en tal” . E s te último tien e q ue ver d e otra m anera c o n m i libro
16 PREFACIO

sobre las revolu cion es cien tíficas. Subraya la ex iste n c ia d e un error


significativo en mis co n c e p c io n e s anteriores, al tiem po q ue sugiere las
form as d e eliminarlo. A todo lo largo deZ>a estructura de las revoluciones
científicas, identifico y caracterizo la s c om u n id ad e s cien tíficas por la
m ateria que manejan, dando a en ten d er así, por ejem plo, q ue términos
c o m o los de “ ó p tic a ” , “ elec tr ic id ad ” y “ calor” p u e d e n servir para
d esignar a d eterm in adas c o m u n id a d e s cien tíficas p r ec isa m en te por­
q ue designan tam bién las m aterias d e investigación d e ca d a una de
ellas. Y a se ñalad o, e s obvio e l an acron ism o. Yo insistiría ahora en que
las com u n id a d es cien tíficas d eb e n d escu b rirse exam inando su s pau­
tas de e d u cación y co m u n ic ación , an tes d e indagar la problem ática
particular d e ca d a grupo. El efe cto de tal en foqu e sobre e l co n ce p to d e
paradigma se d esc rib e en el se xto de lo s e n sa y o s de la S eg u n d a P arte,
y se ampKa en relación co n otros a sp e c to s de mi libro, en e l capítulo
q ue se añade a su se gu n d a ed ición . E n e l en sa y o “ L as tradiciones
m a te m á tic a s'y las tradiciones ex p er im e n ta le s” se aplica el mism o
en foqu e a algunas de las m á s prolongadas controversias históricas.
L as relaciones q ue h ay entre ¿a estructura y los e n sa y o s de q ue con sta
ia S e gu n d a P arte son tan obvias q u e no requieren de mayor análisis,
por lo que las trataré de m anera diferente, anotando e l p a p e l q ue han
d ese m p e ñ a d o en el desarrollo de m is id e a s sobre e l cam bio científico.
P or esta razón, vu elvo a m is ap u n te s autobiográficos en e s t e prefacio.
L u ego de q ue en 1947 d escu b rí por casualidad e l con cep to de revolu­
ción científica, m e tom é el tiem po n ece sa r io para con cluir mi tesis
sobre física y luego c o m e n c é a ilustrarm e sobre la historia de la
c i e n c i a / L a p r i m e r a o p o r t u n i d a d q u e t u v e d e e x p o n e r m is
id ea s — aun en desarrollo— fue cuando a c e p té dar la serie de C onfe­
rencias Low ell en el verano de 1951; y e l resultado principal de e s a
aventura fu e que m e c o n v en cí de q ue aún no sabía lo su ficiente ni de
historia ni de m is id ea s, co m o para p ro ce d e r a publicar mi trabajo.
Durante un tiem po, q ue yo esperab a h u b iese sido corto pero que en
realidad fue de sie te años, h ic e a un lado m is in te r e se s filosóficos y me
d ed iqu é e x c lu siv a m en te a la historia. A p en as a fin e s de la d é c a d a de
1950, d esp u é s de haber terminado un libro sobre la revolución coper-
nicana® y recibido un cargo universitario, fu e cuando tom é la decisión
de volver a la filosofía.
■* La primera parte del tiempo que necesité p ara estudiar por mi c u en ta fue
sufragada gracias a mi nombramiento como miembro de la H arvard Society of Fellows.
Sin ese nombramiento, dudo que hubiera tenido éxito mi transición.
® The C o p ern ica n R evolu tioru P la n e ta r y A stro n o m y in th e D evelo pm en t o f W estern T k o u g h t
(Cambridge, Mass., 1957).
PREFACIO 17

El punto al que había llegado lo indica el artículo q ue inicia la


S egu n d a P arte, “ La estructura histórica d el d escub rim iento cien tí­
f i c o ” . A u n q u e no t e r m i n é d e e s c r i b i r l o h a s t a m e d i a d o s d e
1961-—ép o ca en la cu al estab a p rácticam ente concluido mi libro sobre
las revolu cion es— , la s id e a s ex p u esta s y los principales ejem plos
em p lead os ya eran viejos para mí. El desarrollo científico d ep en d e en
parte d e un p roceso de cam b ios no acum ulativos, e s decir, se trata de
un p ro ce so revolucionario. A lgu nas revolu cion es son grandes, com o
•las a soc iad as con io s nom bres de Copérnico, N e w to n o Darwin, pero
^ en su máyoría son m ucho m ás p eq u e ñ a s, com o el descub rim iento del
oxígeno o del p lan eta Urano. E stos cam b ios se anuncian, se g ú n creo,
con la co n c ie n c ia de una anomalía, de un acon tecim ien to o conjunto de
acon tec im ien to s que no en caja en las m aneras existe n te s de ordenar
los fen ó m e n o s. P or c o n s i ^ i e n t e , los cam b ios resultantes requieren de
“p en sa r con otra c a b e z a ” , de m anera que q u e d e n regularizadas las
anomaHas y tam bién que, durante e s e proceso, se transforme el orden
que m uestran algunos otros f e n ó m e n o s, antes d e l cam bio con sid era­
dos com o libres de problem a. Si bien im plícita, e s a con ce p c ió n de la
naturaleza d el ca m b io revolucionario fu n d a m en ta ig u a lm en te el
artículo “ La con servación de la en ergía” , incluido en la Primera
Parte, p articularm ente en su s'p áginas iniciales. Fue escrito durante
la prim avera de 1957, y estoy seguro de que en e s a ép oca, y quizá
m uch ísim o an tes, pudo haberse terminado “ La estructura histórica
del d escub rim iento cien tífico” .
A van ce lógico en mi tarea de com p rend er esta materia fue el que
estuvo ín tim am en te relacionado con ia elaboración del segun do artí­
culo de la S eg u n d a P arte, “ La función d é l a m ed ició n ” , tem a q ue antes
no m e había p u e sto a considerar. Tuvo su origen cuando fui invitado a
participar en el C oloquio de C ien cias S o cia les, celebrado en octubre
de 1956 en la U niversidad de California, e n Berkeley, fue revisado y
ampliado hasta más o m en o s su forma p resen te durante la primavera
de 1958, La segu n d a se cc ió n , “ Motivos de la m ed ición norm al” , fue
producto de e s a s revision es, y su segun do párrafo con tien e la primera
d escrip ción de lo q ue yo había venido llam ando “ cien cia normal” . Al
releer e s e párrafo ahora, m e siento sorprendido por la s sigu ientes
palabras: “ En su mayor parte, la p ráctica científica e s , pues, una
com pleja y laboriosa operación de lim pieza q ue d esp eja el cam ino
abierto por los av a n ces teóricos m ás re cien te s y gracias a ella se
preparan los puntos e s e n c ia le s para el siguiente a v a n c e .” La transi­
ción de e s a m anera de ex p o n er el punto a “ La c ie n c ia normal com o
18 PREFACIO

solución de e n ig m a s” , título d el capítulo IV á e La estructura, no requirió


que se dieran m u c h os otros p a so s. Si bien h e recon ocido durante
algunos años q ue, entre las revolu cion es, d eb e h aber n ece sar iam e n te
períodos regidos por uno u otro m odo tradicional de práctica, m e había
sido im posible captar la naturaleza de e s a práctica ligada a la tradi­
ción.
D el sigu iente artículo^ “ La tensión e s e n c ia l” , tomé el título para
es te volu m en. Preparado para una con feren cia que tuvo lugar en junio
de 1959 y p ublicado com o parte de los d em á s d ocu m e n to s de la m ism a,
m uestra un m odesto ava n ce h a c í a l a n oción de cien cia normal. C onsi­
derado au tobiográficam ente, sin em bargo, su im portancia resid e en su
introducción al co n ce p to de p aradigm as. Di c o n e s e con cep to ap en as
u nos cu an tos m e s e s antes d e la con fer en cia, y cuando volví a traba­
jarlo, entre 1961 y 1962, su con ten ido había crecid o d e s m esu ra d a ­
m ente, en cu b riend o mi in tento original.® E l párrafo final de “ S egu n d os
p en sa m ien to s sobre parad igm as” , tam bién reim preso aquí, sugiere la
forma en que ocurrió tal exp an sión. E ste prefacio autobiográfico
p u e d e ser lugar adecu ad o para explicarlo mejor.
D e 1958 a 1959, estu v e com o becario en e l Centro de E studios
A vanzados en C ien cias de la C onducta, en Stanford, California, tra­
tando de escribir el borrador de mi libro sobre las revolu cion es. P o co
d e s p u é s de mi llegada, elaboré la prim era versión de un capítulo so­
bre el cam b io revolucionario, pero resultó m uy p roblem ático prep a­
rar un capítulo sobre el interludio normal entre revolu cion es. En esa
ép oca, c o n ce b ía yo la cien cia normal co m o resultado del c o n se n so
p revalecien te entre los m iem bros d e una com u nid ad cien tífica. Las
dificultades surgieron cu an do traté de definir e s e co n se n so e n u m e ­
rando los elem en to s de acuerdo en torno de los c u a le s girase el co n ­
se n so entre los m iem bros de u na d eterm in ada com u nid ad científica.
Tratando de e x p lic a r la form a en que los m iem bros de una com unidad
investigan y, e s p e c ia lm e n te , la unanim idad con la q ue su elen evaluar
® Inmediatamente después de haber concluido el primer borrador d e i « estructura·, a
principios de 1961, escribí Íocjue durante algunos años tomé como la versión revisada de
"L a tensión esencial*’, empleada para la conferencia que di en Oxford, en julio de ese
mismo año. Ese artículo fue publicado en A. C. Crombie, compilador, Scientific Change
(Londres y Nueva York, 1963), pp. 347-369, con el título de "T he function of Dogma in
Scientific Research". Comparándolo con " L a tensión esencial” (fácil de encontraren C.
W. Tay]<>r y F. Barron, compiìadores, Scientific Creatitiity: Its Recognllion and Development
[Nueva York, 1963], pp. 341-354), se aprecia claram ente tanto la rapidez como el grado
de expansión de mi noción de paradigma. Por causa de tal expansión, los dos artículos
parecen subrayar asuntos diferentes, cosa que yo, de ninguna manera, traté de hacer.
PREFACIO 19

ias in v estig a c io n es de otros, tuve que atribuirles un c o n s e n s o acerca


de la s c a r a c t e r ís t ic a s q u e d e fin e n térm in os c u a s it e ó r ic o s c o m o
“ fuerza” y “ m a sa ” , o “ m e z c la ” y “c o m p u e s to ” . P ero mi experiencia,
tanto de científico com o de historiador, m e in dicab a que rara vez se
e h |e ñ a n tales d efinicion es y que, cuando tal ocurre, el asunto su ele
terminar en profundo d esacuerd o. Al parecer, no existía el c o n se n so
q ue yo andaba b u scan d o, pero, sin él, no encontraba la manera de
escribir el capítulo sobre la cien cia normal.
A principios de 1959, term iné por darm e cu en ta de q ue no era e s a la
c la s e 'd e c o n s e n s o que andaba buscando. A los cien tíficos no se le s
en se ñ a n d efinicion es, pero sí formas estandarizadas de resolver pro­
b lem a s se lec cio n a d o s en los que figuran términos com o “fuerza” o
“ c o m p u e s to ” . Si aceptaran un conjunto lo su ficie n tem en te vasto de
esto s ejem p los estandarizados, en to n c es podrían m odelar sobre ellos
sus in vestigacio n es ulteriores, sin n ece sid ad de concordar acerca del
conjunto de características de es to s ejem plos q u e ju stificasen su e s ­
tandarización y, por en d e, su aceptación. E s e procedim ien to m e pare­
ció m uy se m e ja n te al em p lead o para que los estu d ia n tes de idiom as
aprendan a conjugar verbos y a declinar nombres y adjetivos. A pren­
d en a recitar, por ejem plo, amo, amas, amat, amamus, amatis, amant, y
m ás tarde recurren a e s a forrrta estandarizada para producir el p re­
se n te de indicativo d e otros verbos latinos de la primera conjugación.
En in g lé s,* e s o s ejem p los estandarizados q ue se em p lean en la e n s e ­
ñanza d e idiom as re cib e n e l nombre de “ p arad igm as” , y no m e pareció
violenta la aplicación de e s e término a problem as cien tíficos estan da­
rizados com o el d el piano inclinado y el d el péndulo cón ico. Así e s
com o ingresa el co n ce p to de “ paradigm a” en “ La tensión e s e n c ia l” ,
en sayo preparado aproxim adam ente un m es m ás tarde d esp u é s de
haber recon ocido la utilidad de tal co n ce p to . (“ [Los libros de texto]
m uestran solu cion es con cr etas a p roblem as con cretos que dentro de la
profesión se han venido a aceptar com o paradigm as, y luego se le pide
al estu d ia n te q u e ... r e s u e lv a p rob lem a s em p a r e n ta d o s e s tr e c h a ­
m en te, tanto en m étodo com o en contenido, con lo s q ue aparecen en el
texto o con los que se ha acom pañado la conferencia.” ) A unque el texto
d el e n sayo sugiere en otra parte lo q ue iba a ocurrir durante los
próximos dos añ os, e s “c o n s e n s o ”, y no “ paradigma” , e l término que
termina por p rev a lec er ai analizar la c ie n c ia normal.
Y resultó que el co n ce p to de paradigma era el elem en to faltante para
escribir e l libro, así q ue entre el verano de 1959 y el invierno de 1960
* Tam bién en español. [ T. ]
20 PREFACIO

cu lm in é la tarea de redactar el prim er borrador. P or d esgracia, en ese


p roceso, los paradigm as adquirieron vida propia y casi desplazaron las
id eas acerca del co n se n so . H ab iend o em p ez a d o se n c illa m en te com o
solu cion es a problem as s e le c to s , su alcan ce se amplió h asta incluir,
prim ero, los libros c lá sic o s en que aparecieron por primera vez estos
ejemplos aceptados y, por último, el conjunto total de compromisos
com partidos por los m iem bros de una determ in ada com unidad cien tí­
fica. E se em p leo global del término e s e l ú n ico q ue han reconocido
la mayoría de los lectores, y el resultado in evitab le ha sido cae r en la
confusión: m uchas de las cosas que alH se dicen acerca de los para­
digm as se aplican tan sólo al sentido original del término. A unque
am bos sentid os me p a r e c e n im portan tes, e s p reciso distinguirlos, y la
palabra “ paradigm a” se ad ecú a ex c lu siv a m e n te al primer sentido.
A dm ito, p u e s, que h e h ec h o las c o s a s in n e ce sa ria m e n te difíciles para
m uchos lectores.^
No e s n ecesario com entar uno por uno los restan tes cinco artículos
de e s te volum en. Sólo el titulado “ L a función de los exp erim en tos
p e n s a d o s ” fue escrito antes que el libro, y su in flu en cia sobre la forma
de é s te e s p rácticam ente nula; de los tres in tentos que h ice por
recuperar el sentido original del co n ce p to de paradigma,® aunque
publicado al último, el primer trabajo q ue escribí fue “ S egu n d os
p en sa m ien to s sobre parad igm as” ; y “ Objetividad, juicio de valor
y elec ció n de teoría” e s una con feren cia in édita en la que trato de
responder a la acu sación de que yo hago de la elec ció n de teoría un
asunto por com p leto subjetivo. E so s artículos hablan por sí m ism os,
junto con otros dos q ue no he m en cion ad o todavía. En lugar de c o ­
m entarlos uno por uno, con cluiré e s te prefacio aislando dos a sp e c ­
tos de un tem a que se relaciona con e s o s cinco artículos.
En los estu d ios tradicionales sobre el m étodo científico se ha tra­
tado de encontrar un conjunto d e reglas q ue le perm ita a c u a l­
quier individuo, que las siga, producir conocim ientos demostrables.

Wolfgang SleginiUler ha logrado superar nuiy bien estas dificultades. En la sección


“ What Is a Paradignu?” , de su Structure and Dynamics o f Theories, traducción al alemán de
\V. Wolilhuefer (Berlín, Heidelberg y Nueva York, 1976), pp. 170-180, analiza los tres
sentidos del término, y el segundo, "C la ss í í ” , capta precisam ente mi intención origi­
nal.
® ■■ Segundos pensam ientos'’ lo preparé para una conferencia que di en marzo de
1969. Después de completarlo, ret-omé el tema en “ Reflections on My Critics” , ei
capítulo final de I. Lakatos y A. Musgrave, compiladores. Criticism and the Growth o f
/C/Kw/ec/gi'(Cambridge, 1970). Porúltim o, todaviaen 1969, preparé elcapitulo extra para
la segunda edición tie La estructura-
PREFACIO 21

Yo in sisto, sin em bargo, en que aunque la cien cia e s practicada por


individuos, el con ocim ien to científico e s in trín secam en te un pro­
ducto á e grupo y que e s im posible en ten der tanto su efic a cia peculiar
co m o la forma de su desarrollo sin hacer referencia a la naturaleza
es p é cia l de los grupos que la producen. En e s e sentido, mi trabajo
tiene profundas raíces sociológicas, pero no de una manera q ue per­
mita separar el sujeto de la epistem ología.
Estas c o n v ic cio n es están im plícitas a todo lo largo del en sa yo “ ¿Ló-
,gica del d escub rim iento o psicología de la investigación?", en el cual
^ comparo mis p un ios de vista con los de sir Karl Popper. (Se so m eten a
I)t'ueba las h ipótesis de los individuos, mientras que sólo se suponen
los com p rom isos com partidos por el grupo a que p ertenecen; los
comi>romisos de gru¡M>, por otra parte, no se s o m eten a prueba, y el
proceso por el cual son d esp lazad o s difiere drásticam ente del relativo
a la evaluación de las hipótesis; términos com o el de "error" pueden
funcionar sin problem as en el primer contexto, pero ser en teram ente
inútiles en el segundo: y así por el estilo,) D ichas c o n v ic cio n es se
vu elven'exp lícitam en te sociológicas al final de e s e artículo y a todo lo
largo de la con feren cia sobre la elec ció n de teoría, en donde trato de
explicar cóm o los valores com partidos, aunque in su ficien tes para
dictar las d e c isio n e s individuales, p ueden determinar, sin em bargo, la
elección del grupo que los com parte. E xp resad as de manera muy
diferente, las m ism a s c o n v ic cio n es se traslucen en el en sayo final de
este volu m en, en el cu ai aprovecho la licencia q ue p uede tomarse el
com entarista para explorar las form as en que las diferencias de valores
com partidos — y de p úb lico— p ueden influir d ecisiv a m en te en las
pautas de desarrollo características de la cien cia y el arte. M e parece
(jue actu a lm en te urgen com p a racion es, más inteligentes y sistem áti­
cas, de los siste m a s de valores que rigen entre los profesionales de las
diversas disciplinas. Pr(»bablemente se debiera em p ezar con grupos
relacionados estr e c h a m e n te , por ejemplo físicos e in genieros o biólo­
gos y médic<>s. A í}u Í viene al caso el epílogo a "La tensión esencial".
En ia literatura de la sociología de la cien cia, (.juienes han estudiado
esp e c ia lm e n te el sistem a de valores de la cien cia han sido R,K, Merton
y sus seguidores. H ace poco, a e s te grupo lo han criticado repetida­
m ente, y a v e c e s en desagradable tono, algunos sociólogos (|ue, ba­
sán dose en mi trabajo y a v e c e s des<TÍb¡éndose, de manera informal,
com o "kulinianos". recalcan (|ue los valores varían de una com unidad
a otra, así com(» de época en ép oca. A d e m ás, señalan estos críticos
que, cu alesqu iera que sean los valores de una com unidad dada, uno u
22 PREFACIO

otro d e sus m iem bros lo s violan repetidam en te. En es a s circunstan­


cias, p ien san q ue e s absurdo c r e e r que en el análisis de los valores se
tiene un m edio eficaz para e s c la r e c e r la con d u cta científica.®
L os com entarios p r e c e d e n te s, así com o los artículos a los q ue sirven
d e introducción, in dican , sin em bargo, lo d ese n c a m in a d a q ue yo
p ien so que e s e s a c la se de crítica. Mi propio trabajo ha tenido poco que
ver con la e s p e cific a ció n de Zos valores cien tíficos, pero parte de ia
existen cia y la función de é s t o s J ° E sa fun ción no exige que los valores
sean id én ticos en todas las c om u n id ad e s cien tíficas, ni en una co m u ­
nidad científica dada, ni en todas las é p o ca s. Tam poco requiere que un
sistem a de valores e sté esp e cific a d o co n tanta p recisión y s e halle tan
hbre de conflictos internos que, incluso com o principio abstracto,
determ ine in eq u ívocam en te las e le c c io n e s que deb a h a cer un cien tí­
fico com o individuo. En cuanto a e s o , la significación de los valores
com o guías para la acción no se reduciría si los valores fu e sen , com o
algunos pretend en , m eras racionalizaciones que han surgido con la
finalidad de proteger in te r e se s e s p e c ia le s . A m en o s que se e s té ligado
a una teoría ten d e n c iosa de la historia o la sociología, e s difícil no
recon ocer que las racionalizaciones su elen afectar más a q u ie n e s las
p roponen, que a q u ie n e s van dirigidas.
Las últimas partes de “ S eg u n d o s p e n sa m ien to s sobre paradigm as”
y “ La función de los exp er im en tos p e n s a d o s ” en su totalidad exploran
otro problem a central que surge al considerar el con ocim ien to cien tí­
fico com o producto de grupos e s p e c ia le s . Lo que liga a los m iem bros
de. una determ inada com u nid ad cien tífica y los diferencia de los
m iem bros de otra a p aren tem en te igual es la p osesión de un lenguaje
com ú n o dialecto esp e cial. Estos en sayos sugieren q ue, al aprender tal
lenguaje, com o d eb en participar en el trabajo de su com unidad, los
nuevos miembros adquieren un conjunto d e com prom isos cognosciti­
vos que, en principio, no p u e d e n analizarse ca b a lm en te dentro del
marco de referencia de e s e lenguaje. T a le s cohiprom isos son c o n s e ­
cu en cia de las formas en que los térm inos, las frases y las oraciones
del lenguaje son aplicados a la naturaleza, y su pertinencia con res-

® El locus classicus para esta clase de crítica es S. B. Barnes y R. G. A. Dolby, “ The


Scientific Ethos: A Deviant Viewpoint” , Archives Européennes de Sociologie, 11(1970): 3-25-
Desde entonces ha sido retocado aquí y allá frecuentem ente, especialmente en la
revista Social Studies o f Science (antes llamada Science Studies).
Para una expresión anterior, véase The Structure o f Scientific Revolutions, 2®, ed.
(Chicago, 1970), pp, 152-156, 167-170. Estos pasajes se han venido transcribiendo sin
cambio desde la primera edición de 1962.

.
PREFACIO 23

p ecto al vínculo naturaleza-lenguaje e s lo 'que h a ce que sea tan im ­


portante el “ p aradigm a” en su sentido original, m ás estricto.
Al escribir el libro sobre las revoluciones cientíjEicas, h ablé de é sta s
co m o de ep iso d ios en que cam b ian los significados de ciertos términos
c i ^ t í f i c o s , y sugerí que el resultado con sistía en una incom ensurabili-
dad de pun tos de vista y en una interrupción parcial de la c o m u n ic a ­
ción entre los e x p o n en te s de teorías diversas. Luego, h e terminado por
re con ocer q u e con “ cam bio de sign ificado” sólo se m en cion a un
problem a, pero no un fen ó m e n o aislable, y ahora estoy persuadido,
princi|Saímente por el trabajo de Quine, de que los p rob lem as d e la
inconm ensurabilidad y la com u n ic a ció n parcial d eb en tratarse de otra
m anera. L os e x p o n e n te s de teorías d iferentes — o de paradigmas dife­
rentes, en el sentido amplio d el término— hablan idiom as diferentes:
lengu ajes q ue exp re san d iferen tes com p rom isos cogn oscitivos, a d e­
cuados a m un dos diferentes. S u s cap acid ad es para captar los puntos
de vista ajenos, por con sigu ien te, están limitadas in evitab lem en te por
las im p e r fe c c io n e s de los p r o ce so s de traducción y de determ inación
de la referencia. En es to s problem as me estoy ocu p and o ahora, y
espero q ue no pasará m ucho tiem po antes de que pueda d ecir algo más
ace rc a de ellos.
P r im e r a P arte

E STU D IO S HISTORIOGRÁFICO S
L LAS RELACIONES ENTRE LA HISTORIA
Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA*

E l TEMA sobre e l que s e m e h a pedido que les hable hoy e s el de las

relaciones entre la historia y la filosofía d e la cien cia. Para raí, m ás que


para la mayoría, tien e e s te tem a una significación profunda, así en lo
personal co m o en lo in telectual. M e p resento ante u s te d e s com o
historiador de la cien cia . Mis estu diantes, en su mayoría, d esean ser
historiadores, no filósofos. Y yo soy miembro de la A sociación Nor­
team ericana de Historia, no de la de filosofía. P ero casi durante diez
años, d esp u é s d e que d esc u b rí la filosofía cuando acab ab a d e entrar a
la universidad, tal disciplina fu e mi principal interés fuera de la
carrera·, y repetidas v e c e s estu v e con sid erand o convertirla en mi
vocación, hacien d o a u n lado la física teórica, e l ú nico cam p o en el cual
tengo una form ación com p leta . D urante e s o s años, que se prolongaron
hasta m ás o m en o s 1948, nun ca se m e ocurrió que la historia o la
historia de la cien cia pudieran tener el m enor interés. Para mí, en ton ­
c e s, com o para la mayoría de los cien tíficos y filósofos todavía, el
historiador era un h om b re q ue recoge y verifica h e c h o s ace rc a d el
pasado y que luego los ord en a cronológicam ente. Es evidente que la
producción de crónicas tendría po co atractivo para algunos de ellos
cuya actividad fu n d am en tal ^ r a en to m o de la inferencia d ed uctiva y
ia teoría fun dam en tal.
M ás adelante v e r e m o s por q u é la im agen d el historiador com o
cronista tiene tan e s p e c ia l en can to tanto para los filósofos com o para
ios científicos. Su atracción, tan continua com o selectiva, no se d eb e
ni a una m era c o in c id en cia ni a la naturaleza de la historia y, por
con sigu iente, p u e d e resultar esp e c ia lm e n te reveladora. P ero h asta
este m om ento mi tem a sigu e siendo autobiográfico. Lo q ue me hizo
pasar tardíamente de la físic a y la filosofía a la historia fue el d e s c u ­
brimiento de que la cien cia, le íd a en sus fu e n te s, parecía una em p resa
muy distinta de la q ue se halla im plícita en la pedagogía de la cien cia y
explícita en los escr itos filosóficos co m u n e s y corrientes sobre el

* Conferencia Isenberg, inédita, dada en la Universidad del Estado de Michigan el 1"


de marzo de 1968. Revisada en octubre de 1976.

27
28 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

m étodo científico. A som brado, m e di cu en ta de que ia historia podía


serle útil ál filósofo de la cien cia y quizá también al ep istem ólogo, y
todo ello de m aneras que trasc en d ie se n su papel clásico de fuente de
ejem p los relativos a p o sicio n e s o cu p ad as d e antem an o. Es decir,
podría ser una muy e s p e c ia l fu en te de p roblem as e inspiración. Por lo
tanto, aunque m e convertí en historiador, en el fondo mis in tereses
continuaron sien d o filosóficos, y en los últim os años dichos in tereses
se han venido m anifestando cad a vez con m ás claridad en los trabajos
que he publicado. H asta cierto punto, p u e s, hago tanto historia com o
filosofía de la ciencia. P ienso, desd e luego, en la relación que hay entre
ellas, pero también vivo e s a relación, lo que son dos c o s a s distintas.
Esa dualidad de mis Intereses se reflejará in evitab lem en te en la forma
en que ataque el tema de hoy. Mi plática se dividirá en dos partes muy
d iferentes, pero muy relacionadas. La primera e s un informe, bas­
tante personal, de las dificultades que se encuentran en todo in­
tento por unificar los dos ca m p o s m en cion ados. La segunda parte,
referente a problem as más exp lícitam ente in telectu ales, se refiere
a que esa aproximación o conjunción vale integram ente el esp ecial
esfuerzo ({ue exige.
A p o co s de los m iem bros de e s te público habrá n ece sid a d de expli­
carles que, por lo m en os en los E stad os U n id os, la historia y la filosofía
de la cien cia son d isciplinas separadas y distintas. P er m ítase m e,
d esd e el principio, exp on er las razones para insistir en que debe
m antenerse tal separación. A unque e s n ecesaria una nueva cla se de
diálogo entre e s o s dos ca m p o s, tal diálogo d eb e ser ¡nterdiscipHnario y
no intradiscipünario. Q u ie n e s saben de mi participación en el Pro­
grama de Historia y de Filosofía de la C iencia de la U niversidad de
P rinceton tal vez en cu en tre n extraña mi in sisten cia en que no hay tal
cam p o. En Princeton, sin em bargo, los historiadores y los filósofos de
la cien cia llevan cu rsos d iferentes — pero que coincid en parcial­
m en te— , presentan diferentes e x á m e n e s gen erales, y reciben sus
grados de d epartam entos d iferentes, ya el de historia, ya el de filoso­
fía. Lo que resulta particularm ente admirable en e s e diseño e s que
brinda una base institucional para un diálogo entre ca m p o s distintos,
sin subvertir la b ase disciplinaria de ninguno de ellos.
Creo que el término de subversión no e s dem asiad o fuerte para el
probable resultado d e cualquier intento por h acer uno solo de am bos
cam p os. É stos difieren en varias de su s principales características
constitutivas, d e las cu a le s la m ás general y ev id e n te e s la relativa a
sus objetivos. El producto final d e la mayor parte de la investigacfón
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 29

histórica e s una narración a ce r c a de h ec h o s particulares del pasado.


Es, en parte, una d escrip ción de lo que ocurrió — una mera d escrip ­
ción su ele n decir ios filósofos y cien tíficos— . S u éxito d ep en d e , sin
em bargo, no sólo d e la exactitud sino tam bién de la estructura. La na­
rración histórica d eb e h acer plausibles y com p re n sib le s los acon te­
cim ientos que d escrib e. En cierto sentido, al cual volveré m ás tarde, la
historia e s una e m p re sa explicatoria; y, a p esar de ello, su s fun cion es
explicatorias las logra sin recurrir casi a generaUzaciones explícitas.
(Señalaré aquí, para ampliarlo m ás adelante, que cuando los filósofos
discuten acerca del papel de las le y e s de la historia, lo característico es
que extraigan su s ejem p los d el trabajo de e c o n o m ista s y sociólogos, no
de historiadores. En los escritos de e s to s últim os, e s muy difícil e n ­
contrar gen eralizaciones d el tipo de las le y e s.) El filósofo, por otra
parte, trata ante todo de llegar a gen eralizaciones explícitas y e s p e ­
cialm ente a las q ue p o se e n validez universal. No e s un narrador
verídico o falso. Su objetivo e s descubrir y e s ta b le c e r lo q ue e s verdad
en todo tiem po y lugar, an tes que h a c e r inteligible lo que ocurrió en un
tiempo y un lugar d eterm inados.
Todos u ste d e s querrán articular y precisar es a s vastas generaliza­
ciones, pero algunos de u s te d e s recon ocerán q ue surgen e n to n c es
graves problem as de distinción. Y unos cu a n to s se percatarán de que
las distinciones de esta naturaleza son por com p leto vacías; por lo
tanto m e aparto de ellas para pasar a su s c o n se c u e n c ia s. Son é sta s las
que h acen im portante la distinción de objetivos. D ecir q ue la historia
de la cien cia y la filosofía de la c ien cia tienen objetivos d iferen tes e s
sugerir q ue no hay nadie q ue p u e d a practicarlas al m ism o tiem po. Pero
no se sugiere q ue haya dificu ltades tan grandes que no p u ed an ser
practicadas alternadam ente, trabajando de tiem po en tiem po en pro­
blemas históricos y de cu an do en cuando sobre problem as filosóficos.
Como e s obvio q ue m i m anera de trabajar e s esta última, creo firme­
mente que tal c o s a p u e d e h a cer se . A p esa r de todo, e s im portante
reconocer que en cad a cam b io hay de por m edio una dislocación
personal, al abandonar una disciplina por otra con la q ue no e s del todo
compatible la primera. Si al m ism o tiem po se le en señaran a un
estudiante am bas d isciplinas se correría el riesgo de q ue no aprendiera
ninguna d e ellas. C onvertirse e n filósofo e s , en tre otras c o s a s, adquirir
una particular actitud m en tal h acia la evaluación tanto de problem as
como de las téc n ic a s relativas a la solu ción de aquéllos. A prender a ser
historiador e s algo q ue exige tam bién u n a determ in ada actitud mental,
pero el resultado de las d o s exp eriencias d e aprendizaje no e s el
30 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

m ism o. T a m p o co , cr eo , e s un c o m p ro m iso p osible, p u es presenta


p rob lem as de la m ism a c l a s e q u e e l com p rom iso entre el pato y el
con ejo d e l bien co n o cid o d ia gram a gestaltian o. Si bien la mayoría de la
g e n te p u e d e ver alternada y f á c ilm e n t e el pato y el conejo, no hay
ningu na can tidad de eje rc icio y e s fu e r z o ocular q ue produzca un
pato-conejo.
E s a id ea de la relación en tre e m p r e s a s co gn oscitivas no fue la única
q u e se m e ocurrió en la ép o c a d e m i con v er sió n a la historia, h ace unos
veinte añ os. P rovien e, m á s b ien , d e m u c h a s exp erien cias, algunas
d olorosas, lo m ism o c o m o p ro fesor q u e c o m o escritor. En la primera de
e s ta s dos fu n c io n e s , por e je m p lo , h e impartido sem inarios para gra­
d u ad os e n lós q u e futuros h istoriad ores y filósofos le e n y d iscu ten los
m ism o s trabajos c lá s ic o s sob re c i e n c ia y filosofía. A m b os grupos
fueron c o n c ie n z u d o s y a m b o s realizaron m inuciosamertte s u s tareas;
pero m u c h a s v e c e s fu e difícil c r e e r q u e am bos grupos habían traba­
jado con los m ism os textos. E s in du dab le que los dos grupos habían
mirado los m ism o s sig n o s, p ero h ab ían sido adiestrados — o, si se
q uiere, p rogram ad os— para p ro ce sa r lo s d e m odos d iferentes. Inevi­
t a b le m e n te , fueron los sign os p r o c e s a d o s — por ejem plo, su s notas de
lectu ra o s u s r e cu er d o s d e l te x to — , a n te s q ue lo s propios sign os, los
q u e con stituy eron la b a s e d e s u s in fo r m e s, paráfrasis y contribuciones
a la d iscu ción .
S u tile s d istin c ion es an alíticas q ue s e le s escap aron por com p leto a
los historiadores adquirieron im p or tan cia primordial cuando los filóso­
fos informaron sobre lo q u e h ab ían leíd o. Las confrontaciones resul­
tan tes fueron in variab lem en te e d u c a tiv a s para los historiadores, pero
la culpa no siem pre fue de ellos. A v e c e s , las sutilezas amplificadas por
los filó so fo s no se en con trab an e n el texto original. Eran productos del
desarrollo posterior de la c ie n c ia o la filosofía, y cuando los filósofos, al
proce sar sign os, las in trodu cían, s e alteraba la discusión. O bien, al
e s c u c h a r a los h istoriadores p arafrasear una p osición, los filósofos
se ñ a la b a n h u e c o s e in c o n g r u e n c ia s q u e los historiadores no habían
visto. P ero, a v e c e s , los filó so fo s se asom braban al descubrir que la
paráfrasis era ex a c ta , p u e s los h u e c o s esta b a n en el original. Sin saber
que lo e sta b a n h acie n d o así, io s filó so fo s habían mejorado la exposi­
ció n m ientras la le ía n , s a b e d o r e s d e c ó m o sería su form a ulterior. Aun
c o n el texto frente a ellos, p or lo regular era difícil y a v e c e s im posible
persuad irlos d e q ue el h u e c o e s ta b a ahí realm en te, q ue el autor no
h abía percibido la lógica de la a rg u m en tac ión tan bien com o ellos. Pero
si lo s filósofos term inaban p or c a p ta r e s o s detalles, r e ^ I a r m e n t e

lU l .
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 31

captaban algo m á s im portante todavía: que Ío q ue ellos con sid eraban


huecos e in con gru en cias en realidad resultaban d e d istincio n es analí­
ticas h ech as por ellos m ism os; y que la argum entación original, si bien
de una filosofía ya no vigente, era válida en su s propios térm inos. En
estí; punto, la totalidad d el texto se le s ofrecía com o algo diferente.
Tanto la magnitud de la transformación com o la dificultad p edagógica
de provocarla d elib erad am en te h a cen recordar la perm utación gestal-
tiana.
Igual de im presionante, com o prueba de maneras d iferentes de
procesar lo m ism o, fu e la amplitud del material textual anotado y
com unicado por los dos grupos. L os historiadores se movieron siempre
entre m árgenes m ás am plios. Por ejemplo, edificaron p artes impor­
tantes de sus re con stru ccion es sobre p asajes en q ue el autor había
introducido una m etáfora para, segú n él, "‘ayudar al lector” . O ha­
biendo notado en e l texto un error o una incongruencia evid e n tes, el
historiador em p leab a parte de su tiempo en explicar por q ué un hom­
bre de talento había sufrido tal desliz. ¿Qué a sp ecto del p en sam ien to
del autor, se preguntaba el historiador, p u e d e descub rirse al notar que
una in con sisten cia tan obvia para nosotros fue invisible para é l y quizá
ni siquiera fue incongruencia? Para los filósofos, diestros en argum en­
tar pero no en reconstruir el p en sam ien to histórico, tanto las m etáfo­
ras como los errores estab an fuera de lugar y, a v e c e s , ni siquiera los
notaban. Su objetivo, que p erseguían con una tenacidad, destreza y
sutileza rara de encontrar entre los historiadores, con sistía en la
generalización filosófica expKcita y en los argunjentos que podrían
exponerse para defen derla, A resultas de ello, los trabajos que en tre­
garon al final d el cu rso fueron por lo com ú n m ás b reves y coh er en tes
que los p resen tad os por los historiadores. Pero éstos, aunque torpes
para el análisis, por lo gen eral reprodujeron con mayor exactitud los
principales in gredien tes co n c e p tu a le s del p en sam ien to de los hom ­
bres que am bos grupos habían estudiado juntos. El Galileo o el D escar­
tes que apareció en los artículos de ios filósofos era un mejor científico
o un mejor filósofo, pero, co m o personaje del siglo xvti. m en o s plausi­
ble que el p resentado por los historiadores.
No tengo nada en contra de e s to s m odos de leer y de informar sobre
lo leído. A m bos son co m p o n e n te s e s e n c ia le s así com o productos lógi­
cos de la form ación profesional. P ero las p rofesion es son diferentes y,
con toda propiedad, hay que poner en ellas primero c o s a s primordiales
diferentes. En m is sem inarios, para los filósofos las tareas prioritarias
fueron, en prim er lugar, la de aislar los ele m e n to s cap itales de una
32 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

p osición filosófica y, luego, criticarla y desarrollarla. T ales estudian­


tes, si se quiere, estab an afilando sus in gen ios contra las opiniones
ex p u esta s por su s m ás grandes p red ec eso re s. M uchos de ellos conti­
nuarían haciéndolo así durante toda su vida profesional. Los historia­
dores, por otro lado, se ocu p aban de lo posible y lo general ú nicam en te
con respecto a la forma en q ue habían guiado a los hom bres que ellos
estudiaban. Su in terés primordial era el de descubrir lo que cada uno
de e s o s hom bres había p en sado, có m o había llegado a pensarlo, y qué
co n se c u e n c ia s había tenido e sto para el persípnaje en cu estión , sus
con tem poráneos y su s su ce so r e s. A m b o s grupos p en sab an que esta­
ban intentando captar lo e s e n c ia l de una p osición filosófica del pasado,
pero su s m aneras de hacerlo estab an con d icionad as por los valores
primarios de su s r e sp ec tiv a s disciplinas, por lo que sus resultados eran
corresp on d ien tem en te distintos. Sólo en el caso de que los filósofos se
convirtiesen a la historia o los historiadores a la filosofía, con más
trabajo conjunto se produciria una co n vergen cia significativa.
Estas singulares pruebas de una profunda separación interdiscipli­
naria d ep en den de un testim onio tan personal que quizá convenzan
ú nicam ente al autor. P ero, com o la exp eriencia de la cual provienen es
relativam ente rara, vale la pen a registrarlas. En varias o casion es, he
redactado artículos de física, de historia y de algo q ue se p arece a la
filosofía. En los tres c a s o s el p roce so de redactar resulta desagradable,
pero en otros de su s a sp e c to s la exp erien cia no e s la m ism a. Cuando se
com ienza a escribir un artículo de física, la in vestigación está con­
cluida. Todo lo q ue se n e c e sita está con ten ido en las notas tomadas.
Las tareas restan tes son las de se lec ció n , c on d en sación y “ traduc­
ció n ” a u n lenguaje claro. Sólo la última su ele presentar dificultades, y
ésta s, de ordinario, no son graves.
La preparación de un artículo sobre historia e s diferente, pero hay
un paralelo im portante. A n tes de co m en zar a escribir, d eb e realizarse
una gran cantidad de investigación. D e b e n localizarse y examinarse
libros, d ocu m e n tos y registros de otra clase; d eb en tomarse notas,
organizarías y reorganizarlas. En e sta s tareas, se p u e d e n ir m ese s y
hasta años. La con clusión de tal trabajo no e s , com o e n la cien cia, la
con clusión del proceso creativo. N o basta con reunir las notas se le c ­
cionad as y co n d en sa d as para h acer una narración histórica. A dem ás,
aunque la cronología y la estructura narrativa le p erm itan al historia­
dor escribir m ás bien largam ente y con cierta seguridad, basánd ose en
su s notas y en un plan general, casi siem pre hay puntos clave en los
cu ales su plum a o su m áquina de escribir rehúsan funcionar y la
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 33

em presa termina por llegar a un punto muerto. Y pasan horas, días y


sem anas antes de que d escub ra q ué es lo que lo ha detenido. No
obstante que su plan general le indique lo que viene en seguida, y
arnque sus notas le informen de todo lo n ecesario, d esd e el punto al
que' acaba de llegar no hay transición viable hacia la parte siguiente de
la narración. Para que las partes se co n e c te n , h acen falta elem en to s
e sen ciales que se omitieron en lugares anteriores de la narración
porque en ellos no los exigía ia estructura narrativa. A sí p ues, e l h is­
toriador tiene q ue volverse atrás, a v e c e s a d ocu m e n to s y a tomar
notas para reescribir una parte con sid erable d e su artículo a fin de
q ue puedan con ectarse correctam en te las partes. Mientras no haya
escrito la última página, le será im posible estar seguro de que no ten ­
drá que coxnenzar de n uevo, quizá d esd e el principio.
Sólo la última parte de esta descripción se aplica a la preparación de
ü í V artículo de filosofía, y en ésta los regresos son más fre cu en te s y las
consiguientes frustraciones mucho más intensas. Sólo el hombre que
posea una gran cap acidad de mem orización, que le permita redactar
en mente todo un artículo, p uede esperar largos periodos de escribir
sin interrupciones. Pero si la redacción de un texto de filosofía muestra
algunos paralelos con la historia, lo que ocurre an tes es algo com p le­
tamente distinto. Salvo en la'historia de la filosofía y tal vez en la
lógica, no hay nada que se ase m e je al periodo de investigación prepa­
ratoria del historiador; literalm ente hablando, no hay en la mayor parte
de la filosofía nada (fue equivalga a la investigación. S e parte de un
íproblema y de un indicio para solucionarlo, am bos encontrados al
criticar el trabajo de algunos otros filósofos. Uno se angustia — en el
papel, en la cab eza, en las d iscu sio n es con los co le g a s— , en espera
del momento en que se e s té listo para escribir. Muy a menudo la sen sa­
ción de estar listo e s falsa, y se reanuda una y otra v ez el p roceso de
preocuparse, hasta que finalm ente se da a luz un artículo. Por lo
menos, a mí eso e s lo que me pasa, aunque el artículo venga todo junto
y no por partes co m o ocurre en las narraciones históricas.
A pesar de que en la filosofía no hay realm ente investigación, sí hay
otra cosa que toma el lugar de ésta y que virtualm ente se d e sc o n o c e en
física y en historia. Para reflexionar sobre e s te punto, volvam os a las
diferencias halladas entre las p e rc ep cio n e s y las con d u ctas de los dos
grupos de estu diantes de m is sem in ario s.L os filósofos, cuidadosa y
¡diestramente, criticaron los trabajos de sus com p añ eros y también los
,de sus p redecesores. Gran parte de lo que discutieron y publicaron es
en este sentido socrático: e s una yuxtaposición de id eas con ce b id as a
34 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

partir de las id eas de otros, po r m edio de la confrontación y el análisis


críticos. La crítica de q ue los filósofos viven c;osechando del huerto
ajeno no fue bien acogida, pero con ella se captó lo esen cia l del trabajo
que se estab a realizando. P u e s se afirmaba que los filósofos de mis
sem inarios estab an con stru yen do su s propias posiciones mediante
una confrontación analítica, en e s te caso, con el pasado. Creo que en
ningún otro cam p o la crítica d e se m p e ñ a un papel tan importante, A
v e c e s , los cien tíficos corrigen minuc:ias de los trabajos ajenos, pero el
hombre que dedicara su carrera a crítico de m inu cias serta reducido al
ostracism o por su s com p añ e ros de profesión. 'Fambién los historiado­
res siigieren a v e c e s cor re cc ion es, y en o ca s io n e s polem izan directa­
m ente c<m las e s c u e la s rivales, cu yo enfoqise de la liistoria desdeñan.
Pero, en tales circu n stan cias, e s raro el análisis cuidadoso, y el intento
explícito de recoger y preservar las n u evas ideas de la otra e scu ela es
algo prácticam ente d escon ocid o. Aunque influido en alto grado por el
trabajo de sus p red ecesores y su s c o leg a s, el historiador, com o indivi­
duo, lo m ism o (pic el físico y a diferencia del filósofo, realiza su trabajo ;
a partir de fu e n tes, de datos t¡ue ha obtenido en su investigación. La
crítica p u ed e sustituir a la investigación, pero no hay equivalencia :
entre ellas, y cad a una da lugar a disciplinas muy distintas.
Estos son tan sólo los primeros pasos de una descripción cuasiso-
ciológica de la historia y la filosofía com o em presas productoras de
con ocim ien to. Pero esto es su ficie n te para que se advierta por q ué yov ;
que admiro a am bas, s o sp e c h o que sería subversivo todo intento por;
convertirlas en una sola. L os c o n v en cid o s por mí, o ios que por u n au v
otra razón no han n ece sita d o ser co n v e n c id o s, tienen, sin embargo^ :;
una pregunta diferente. D adas las d iferencias tan profundas y natura­
le s que hay entre am bas em p re sa s, ¿qué se p u e d e n d ecir una a la otra?;
¿Por qué he insistido tanto en la urgencia de un diálogo cada vez más
activo entre ellas? Dirigiré el resto de mi charla de esta noche a tratar
de responder la primera pregunta, esp e c ia lm e n te una parte de ella.
Toda re sp u e sta d eb e dividirse en dos partes q ue no guardan entre sí
ninguna sim etría y de las cu ale s ia primera exige aquí apenas un
resu m en. L os historiadores de la cien cia n ecesitan la filosofía por
razones e v id e n tes y bien co n o cid a s. Para ellos e s u n a herramienta
básica, igual al con ocim ien to de la cien cia. H asta fines del siglo xvil,
gran parte de la c ie n c ia era filosofía. A quien no domine la esen cia dé ;
las principales e s c u e la s filosóficas de los periodos y las áreas que
tenga en estudio, le será im posible d esentrañar los problem as capita­
les de la historia de la cien cia . A d e m á s, e s utópico esperar que todo
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 35

estudiante de historia de la cien cia salga de la facultad dominando la


historia de la filosofía en su totalidad; por eso d eb e aprender a manejar
esta clase de m aten al en la m edida en que su s in vestigacion es lo
requieran. Lo m ism o se aplica para los c o n ce p to s científicos que
ne:bssiíe, y en am bos ca m p o s debe ser iniciado por profesionales,
quienes con ocen las sutilezas y ias tram pas de sus resp ectivas d isci­
plinas y, por tanto, p u e d e n inculcar normas de agudeza, habilidad y
rigor profesionales. En principio, no e x iste ninguna razón para que los
historiadores de mis sem inarios m anejen torp em en te las id eas filosófi­
cas. Con una form ación ad ecu ad a, la mayoría de ellos podría hacerlo
bien. Por otra parte, los e fe c to s de tal formación no d eb en limitarse a la
manera en que traten las fu e n te s filosóficas com o tales. No e s com ú n
que los científicos sean filósofos, pero sí m anejan id eas, y el análisis de
las ideas ha sido d esd e h a ce m ucho parte del q u e h a c er filosófico. Los
hombres que más hicieron por e s ta b lec er la tan florecien te tradición
contem poránea de la historia de la cien cia — pienso e s p e cia lm e n te en
lA. O. Lovejoy y, sobre todo, en A lexandre Koyré— fueron filósofos
: antes de dedicarse a la historia de las ideas científicas. De ellos, mis
vcolegas y yo h em o s aprendido a reconocer la estructura y la coh eren cia
■de sistem as de id ea s ajenos a los nuestros. La búsq ueda de la integri­
dad de un modo de p en sar ya obsoleto no es lo que su elen hacer los
filósofos; en realidad, m u c h os de ellos p ien san que hacerlo e s glorifi­
car el error pasado. Pero el trabajo p uede h a cer se , y requisito para
e ste es la sensibilidad del filósofo para los m atices co n ce p tu a les. No
creo que los historiadores hayan aprendido sus últimas le c c io n e s de
esta fuente.
Éstas son razones su ficie n tes para exhortar a la revitahzación de una
interacción, más vigorosa, entre los filósofos y los historiadores de la
ciencia; pero con b ase en las m ism as razones se plantean también
otros problemas. Mi com etid o fue relacionar la historia de la ciencia
con la filosofía de la m ism a, an tes que con la historia de la filosofía. ¿Es
útil para el historiador de la c ie n c ia adentrarse profundainente en la
literatura de e s e cam p o e s p e c ia l de la filosofía? T engo que responder
que lo dudo. H a habido filósofos de la cien cia, e s p e c ia lm e n te los de
una corriente vagam en te neokantiana, de los cu ales podrían aprender
mucho los historiadores. Hago todo lo posible porque mis estu diantes
lean a Émíle M eyerson y a v e c e s a León Brunschvigg. Pero reco­
miendo a estos autores por lo que encontraron en los m ateriales
históricos, no por su s siste m a s filosóficos, contra los cu ales estoy, al
igual que la mayoría de m is contem poráneos. Por otra parte, en las
36 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

corrientes que actu alm ente se dan en la filosofía de la ciem-ia, particu­


larmente en lo que resp ecta a las del mundo de habla inglesa, iiay muy
p o c o que m e parezca pertinente para el historiador. En estas corrien­
tes se persiguen los objetivos y se cap tan los m ateriales de maneras
que tienen más probabilidad de confundir q ue iluminar la investiga­
ción histórica. Hay en ellas m ucho que admiro y considero valioso;
pero esto se d eb e a q ue m is in te re ses no son de ninguna manera
exclu siv a m en te históricos. En los últimos años, no ha habido nadie
que haya h ech o tanto por escla r e c e r y profundizar mis consideracio­
n es acerca de los problem as filosóficos com o mi colega de Princeton,
C. G. H em p el. Pero mi diálogo con él, así com o mi con ocim ien to de su
trabajo, no m e ayuda en nada cuando trabajo en, digamos, la historia
de la term odinám ica o la teoría cuántica. Yo les recom iend o sus cursos
a mis estu diantes de historia, pero no le s insisto e s p e cia lm e n te en (¡ue
se inscriban.
Estos com entarios indican lo que p ien so al afirmar que el problema
de las relaciones entre la historia y la filosofía de la cien c ia se divide en
dos partes que están muy lejos de ser sim étricas. A unque no creo que
la p resen te filosofía de la cien cia tenga m ucho que darle al historiador
de la m ism a, sí estoy con ven cido de que mucho de lo que se escribe
sobre filosofía de la cien cia sería mejor si la historia le preparara antes
el cam ino. A n tes de tratar de justificar esta con vicción debo introducir
u nas cu an tas lim itaciones. C uando hablo aquí de historia de la ciencia,
me refiero a esa parte primordial del cam po que se refiere a la evolu­
ción de las id eas cien tíficas, su s m étodos y téc n ic as, no a e s a parte
cada vez más im portante que h a ce h incapié en el status social de la:
cien cia, en es p e cia l los ca m b ia n tes patrones de ed u cación científica,
la institucionalización y el apoyo, tanto moral com o económ ico. El
significado filosófico de esa se gu n d a c la se de trabajo m e parece mucho
más problem ático q ue el d el primero, y en todo caso el examinarlo
requeriría otra con feren cia. Así p u e s, cu an do hablo de la filosofía de la
cien cia, no e sto y p en san d o ni en e s a s tareas que s e pierderi en la lógica
aplicada ni, al m en o s no con con vicción , a las dirigidas a las con se­
c u e n c ia s de las actu ales teorías para solucionar los eternos problemas
filosóficos co m o son el de la cau sación , o el esp acio y el tiem po. Lejos
d e ello, p ien so en e s e cam p o central q ue se ocupa de lo científico en
general, p r e c in tá n d o s e , por ejemplo, cu ál e s la estructura de las
teorías cien tíficas, la posición de las en tidad es teóricas o las condicio­
nes n ecesarias para que los cien tífic os p uedan asegurar que están
/produciendo c on ocim ien tos sólidos. Para esta parte de la filosofía de la
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 37

ciencia, y m u y p o sib lem en te para ella sola, la historia de ias id eas y las
técnicas científicas podría tener m ucho que decir.
Para señalar cóm o podría ser esto, p erm íta sem e apuntar primero
aW) en que la filosofía de la cien cia e s casi única entre las especialida-
d¿á'fÍlosóficas re conocidas: la distancia q ue la separa de su objeto de
estudio. En cam p os com o la lógica y, cada vez m ás, la filosofía de las
matemáticas, los p roblem as que atañen al profesional surgen del
icampo mismo. Las dificultades de re co n c ilia r la c o n se c u e n c ia m ate­
rial con la relación de "si. . . e n t o n c e s ” del discurso normal p u e d e ser
una de las razones para b uscar siste m a s de lógica op cion ales, pero no
reduce la importancia ni la fascin ación de los problem as gen erados por
ios sistem as de axiom as c o m u n e s y corrientes. En otras partes de la
filosofía, señalad am en te en la ética y la estética, los p rofesionales se
dirigen a exp eriencias que com parten con vastas porciones de la
humanidad y que, en todo caso, no son propiedad exclu siva de grupos
profesionales claram ente delim itados. A unque sólo el filósofo pueda
serun esteticista, la exp eriencia estética e s de toda la hum anidad. Las
fiiosofía's de la cie n c ia y ia ley se singularizan porque se dirigen a
campos acerca de los cu ale s el filósofo com o tal sabe muy poco. Y e s
más probable que los filósofos de la ley tengan una preparación más
completa en su cam po, q ue los filósofos de la c ien cia en el suyo, y que
por lo tanto trabajen con los m ism os d ocu m en tos que los hombres
acerca de cuyos ca m p o s hablan. Creo que ésta e s una de las razones de
que los ju eces y los abogados lean con m ás regularidad sobre filosofía
de la ley, que los cien tíficos sobre filosofía de la cien cia.
Mi primera afirmación, p u e s, c o n siste en q ue la historia de l a ’
ciencia puede contribuir a salvar la brecha que hay entre los filósofos
de la ciencia y la propia cien cia, la cual p u e d e ser para ellos tanto una
fuente de problemas com o de datos. N o sugiero, sin em bargo, que ésta
sea la única disciplina que p ueda d ese m p eñ ar tal función. La e x p e ­
riencia real en la práctica de una cien cia determ inada sería probable-
rnente un recurso m ás eficaz que el estu dio de su historia. La sociolo­
gía de la ciencia, si e s que llega a desarrollarse lo su ficien te com o para
asir el contenido cogn oscitivo de la c ien cia junto con su estructura
organizativa, podría hacerlo también. El in terés del historiador por el
desarrollo en razón del tiem po y ia p erspectiva com p lem en taria de la
que dispone al estudiar el p asado pueden conferirle particulares venta­
jas a la historia, a la primera de las cu a le s volveré m ás adelante, Pero
Jo que trato de explicar en e s te m om ento se limita a que la historia
38 ESTUDIOS HISTORIOGRAFICOS

brinda, de entre varíes m étodos p osibles, el más práctico y accesible,


gracias al cual el filósofo podría familiarizarse con la ciencia.
En contra de esta su geren cia, hay todo un arsenal de argumentos.
Algunos afirmarán que la brecha, aunque desafortunada, no e s grave.
M u ch os más insistirán en que p osib lem en te la historia no sirva para
corregir e s te estado de c o s a s. D esp u é s de todo, la parte de la filosofía
de la cien cia que actu alm ente se d iscu te no se dirige hacia una deter­
minada teoría científica, com o no sea para ilustrar algo. Su objetivó es
ia teoría en general. A d e m á s, a diferencia de la historia, se ocupa
relativam ente poco del desarrollo temporal de la teoría, destacando,
en lugar de éste, a la teoría com o una estructura estática, como un
ejemplo de conocim iento válido en un m om ento y un lugar particulares
pero no esp e cific a d o s. Ante todo, en la filosofía de la cien cia no
d ese m p e ñ a ningún papel la multitud de d etalles particulares e idiosin­
crásicos que parecen ser la materia prima de la historia. En la empresa
filosófica se trabaja con la recon stru cción racional y no hace falta
conservar otros ele m e n to s que no se a n los relativos a la ciencia como
con ocim ien to válido. Se argum enta que, para tal fin, la cien cia conte­
nida en los libros de texto de las facu ltad es e s la ad ecu ad a, si no la
ideal. O, por lo m en os, e s adecu ad a si se com p leta con una exploración
de unos cuantos clá sic o s cien tíficos, quizá las Dos nuevas ciencias, de
Galileo, junto con la ’’Introducción” y el '‘Escolio gen eral” , de los
Principios, de N ew ton.
Habiendo insistido ya en que la historia y la filosofía de la ciencia
tienen m etas muy diferentes, no estoy reñido con la tesis de que
trabajen muy bien con fu e n te s distintas. P ero la dificultad que se
presenta con la clase de f u e n te s que h em o s exam inado con siste en
que, al basarse en ellas, la recon síracción q ue h a ce el filósofo no suele
ser reconocida com o cien cia, ni por los historiadores de ésta ni por los
propios cien tíficos — salvo quizá los cien tíficos sociales, cuya imagen
de la cien cia ia extraen del m ism o lugar de donde sale la del filósofo—.
El problem a no estriba en q ue la exp licación que de la teoría da el
filósofo sea dem asiad o abstracta, desprovista de detalles, demasiado
general. Tanto los historiadores com o los científicos p ueden sostener
que descartan tantos d etalles com o el filósofo, para ocuparse de los
puntos es e n c ia le s, para hacer una reconstrucción racional. La dificul­
tad se p resenta cuando se trata de definir cu ále s son e s o s puntos
e s en cia les. Ai historiador de m ente filosófica le parece que el filósofo
de la cien cia se eq u ivoca al tomar por el todo unos cu an tos elementos,
para forzarlos a d ese m p e ñ a r f u n cio n es con las cu ales, en principio, no
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 39

concuerdan y las c u a le s no d ese m p e ñ a n en realidad, no importa lo


a b s tr a c ta m e n te que se d escrib a esa práctica. Si bien tanto el filósofo
com o el historiador b u sc an los puntos es e n c ia le s, los resultados de sus
¡ n v e s íi ¿ a c iü n e s no son de ninguna manera los m ism os.
No ós éste el lugar para enum erar los in gredien tes fallantes. En todo
c a so , muchos de ellos ya fueron descritos en mi trabajo anterior. Lo
que Sí quiero h acer e s sugerir q ué e s lo que h ace de la historia una
posible fuente para una reconstrucción racional de la cien cia, dife­
rente de ia que se realiza hoy en día. Para tal fin, ad em ás, debo
. ?omenzar por insistir en que la historia no e s la cla se de e m p re sa que
se asegura en gran parte de la filosofía contem poránea. Argumentaré
brevemente sobre lo q ue Louis Minie llama agudam ente ”‘la autonomía
de la com prensión de la historia” .
No creo que nadie siga p en san d o que ia historia e s una mera eró- ^
nica, un conjunto de h ec h o s ordenados conform e ocurrieron. La ma­
yoría estaría de acuerdo en c o n ce d e r que es una em p re sa de natura­
leza explicativa, que induce a com prender, y por e so debe mostrar no
ú n ic a m e n te h ech os sino también las con ex io n e s que hay entre ellos.
Sin embargo, ningún historiador ha producido hasta la f ec h a una
■ explicación plausible de la naturaleza de tales con ex io n e s, y última­
mente los filósofos han llenado el vacío resultante con lo que se con oce
como el "modelo de ley en cu b ierta” . A é s te lo veo com o una versión
coherente de la tan difundida im agen de la historia com o disciplina
desprovista de interés para ios filósofos, cien tíficos y cien tíficos socia­
les en particular, que buscan gen eralizaciones d el tipo de las leyes.
De acuerdo con los e x p o n c n íe s del m odelo de ley encubierta, una··
narración histórica e s explicativa en la m edida en que los acontecí-' "
mientos que describe están regidos por le y e s de la naturaleza y la
sociedad a las cu ales el historiador tiene a c c e s o c o n sc ien te o in co n s­
ciente. Dadas las co n d icio n e s p rev a lec ien tes en el m om ento en que
comienza la narración, y dado el con ocim ien to de las leyes en cu b ier­
tas, debe uno ser capaz de predecir, quizá con la ayuda de otras
condiciones insertadas a lo largo del cam ino, el curso futuro de partes
principales de la narración. Lo m ás que el historiador p uede d ecir e s
que ha explicado tales partes. Si las le y es no perm iten otra c o s a que
una {)redicción muy general, se d ice que se ha proporcionado un
"esquema explicativo” , en lugar de una exp licación. Si no se p uede
hacer predicción alguna, e n to n c e s la narración no e s una explicación.
Es evidente que el m odelo de ley encubierta se ha extraído de una
; teoría de la explicación que corresponde a las c ie n c ia s naturales y
40 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

aplicado a la historia. Opino que, cualquiera que se a su mérito en los


cam p os para los cu a le s se ideó, en esta aplicación realm ente no
encaja. Muy p rob ablem ente hay, o habrá, le y e s de la con d ucta social
aplicables a la historia. E n cuanto e s té n determ inadas, tarde o te m ­
prano los historiadores las em plearán. Pero el descubrir le y es de esa
naturaleza in cu m b e prim ordialm ente a las c ien cia s sociales y, salvo en
la econom ía, se dispone de muy p ocas todavía. Ya señalé que los
filósofos encuentran en los escritos de los cien tíficos sociales las le y e s
que Ies atribuyen a los historiadores. Agregaré ahora q ue, cuando
extraen ejem plos de los escr itos históricos, las le y e s q ue infieren son
tan obvias com o dudosas; por ejem plo, “ el ham bre tiende a provocar
tum ultos” . P rob ablem en te la ley se a válida si se subrayan fuertem ente
las palabras ‘■‘tiende a” . ¿Pero s e sigue de esto que un relato del
hambre habida en la Francia del siglo xvni e s m en os e s en cia l en ima
narración que trate sobre la primera d éc a d a del siglo, en que no hubo
tum ultos, que en otra que trate sobre la última década, en que sí los
hubo?
La plausibilidad de una narración histórica no d ep en d e , natural­
m ente, del p oder de unas cu an tas le y es, tan d udosas com o ésta. Si así
fuera, en to n c es la historia no explicaría p rácticam ente nada. Con
con tadas e x c e p c io n e s, los h ec h o s que llen asen las páginas de e sta s
narraciones serían meros decorados, los h ec h o s por los h ech os mis­
m os, d e sc o n e cta d o s entre sí y también de un objetivo global. Incluso
los p o co s h ech os que en realidad estu v ie s e n c o n ec ta d o s por una ley se
volverían car en tes de interés, p u e s p rec isa m en te en la m edida en que
e s tu v iesen “ en cu b ier tos” no agregarían nada a lo que ya se supiera.
D éje se m e aclarar, sin em bargo, que no estoy afirmando que el histo­
riador no tenga a c c e s o a le y e s y gen eralizaciones, com o tampoco que
no deba em plearlas cuando las tenga a la mano. Lo que trato de decir
es que, aunque m u c h as le y e s puedan agregar su stan cia a una narra­
ción histórica, no son e s e n c ia le s para su capacidad explicativa. La
' cual produce en prim er término los h ec h o s que el historiador p resenta
y la manera com o los yuxtapone.
En mis días de físico aficionado a la filosofía, mi con ce p c ió n de la
historia se asem ejab a a la de los teóricos de la ley encubierta, y los
filósofos de mis sem inarios su ele n em p ezar con cibién dola de la m ism a
manera. Lo que cam bió mi manera de p en sar — y que fre cu en te m e n te
cam bia la de los filósofos.— fue la exp eriencia de hacer una narración
histórica. Esa exp eriencia e s vital, p u e s la diferencia entre aprender
historia y hacerla e s mucho m ás grande que en la mayoría de los d em á s
LA HISTORIA Y LA HLOSOFÍA DE LA CIENCIA 41

ca m p os creativos, in cluida la filosofía. C oncluyo, p u es, entre otras


' cosas, que la capacidad de predecir el futuro no forma parte del
arsenal del historiador. Él no e s ni un científico social ni un profeta. N o
' es mero a cc id en te que, d e sd e antes que co m ie n c e a escribir, se p a el
final de su narración lo m ism o que el com ienzo. N o p uede escribirse la
historia sin esa información. A unque no puedo ofrecer aquí otra filoso­
fía d e la historia ni otra m anera de en ten d er la explicación histórica, sí
puedo bosquejar por lo m en os una mejor im agen de la tarea del
historiador, así com o sugerir por qué su tarea podría producir una
, determ inada c la se de com prensión.
Creo que la actividad del historiador no p u e d e com pararse a la del
niño que arma rom p eca bezas, cu yas p iezas son cuadrados; el historia­
dor recibe m u c h as p iezas extra. Tiene o p uede obtener los datos, no
todos (¿qué sería eso?), pero sí una exten sa co lección . Su trabajo
con siste en selec cio n a r de aquí un conjunto q ue pueda yuxtaponerse
de manera que su s ele m e n to s form en lo que, en el ca so del niño, seria
una im agen de objetos recon ocib les, organizados c o h er en tem en te , y ío
que, para el historiador y sus lectores, e s una narración plausible que
e n vu elve m otivos y con d u c ta s recon ocibles. Como el niño con el
rom p ecabezas, la actividad del historiador está gobernada por reglas
que no p u e d e n s e r v ic ia d a s . Ni en eí rom p ecabezas ni en la narración
p uede haber esp a c io s vacíos. Tam poco p uede haber discontinuida­
d es. Si el ro m p ecab ezas represen ta una e s c e n a pastoril, las piernas de
un hombre no p u e d e n estar unidas al cuerpo de una oveja. En la
narración, un m onarca tirano no p u e d e transformarse de la noche a la
m añana en désp ota b en evo len te. Para el historiador hay otras reglas
que no se aplican al niño. Por ejem plo, ninguno de los elem en to s de la
narración p u e d e violentar los h ec h o s que el historiador ha preferido
omitir de su historia. A d e m á s, la historia d eb e conform arse a las leyes
de la naturaleza y la socied ad que el historiador con oce. La violación
de reglas com o éstas da lugar a rechazar tanto el rom pecabezas ar­
mado com o la narración del historiador.
T ales reglas, sin em bargo, so lam en te limitan, pero no determinan,
el resultado del juego del niño o de la tarea del historiador. En ambos
ca so s, el criterio b ásico para determinar q ue se ha realizado correcta­
m ente el trabajo con siste en el reconocim iento primordial de que las
piezas encajan de m anera.que configuran un producto conocido, aun-
(jue no visto antes. El niño ha visto an tes fotografías sem eja n tes a ésta,
mientras que el historiador ha contem plado similares pautas de con ­
ducta. Creo que e s e reconocim iento de la similitud es previo a cual-
42 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

tjuier re sp u e sta sobre la clase de sim ilitud lograda. A unque pueda


en ten d erse racionalm ente y hasta ser m anejada m ediante una com p u ­
tadora — ya una vez traté de h acerlo— , la relación de sim ilitud no se
presta para reformularla a m anera de ley. E s global, no reductible a un
conjunto único de criterios previos m ás e le m e n ta le s que la propia
relación de similitud. N o p u e d e rem plazarse con una proposición de la
forma "/4 es sim ilar a B , si, y solam en te si, am bas com parten las
características c, d, e y / ” . Ya d em ostré en otra ocasión que el
contenido cogn oscitivo de las c ie n c ia s físicas e s una parte d ep en diente
de la m ism a y prim itiva relación de similitud entre ejem plos concretos,
o paradigmas, de trabajos cien tíficos que han tenido éxito, que los
cien tíficos m odelan una solución para un problem a basada en otra
solución, sin saber qué características del original d eb en con servarse
para legitim ar el proceso. Lo q ue estoy sugiriendo aquí e s que en ia
historia esa oscura relación global lleva p rácticam ente toda la carga
del h ech o conector. Si la historia e s explicativa, ello no se d eb e a que
sus narraciones estén apoyadas por le y es gen erales. S e d eb e más bien
a que el lector dice "Ahora ya sé lo que ocurrió'’, mientras sim ultá­
n eam ente afirma “Ahora esto tiene sentido; ahora entiendo; lo que
an tes fue para mí una mera lista de h ec h o s ahora se ha convertido en
una pauta reco n o cib le” . Exhorto a que se tome en serio la experiencia
({ue com u n ica el lector.
D esd e luego, lo descrito aquí e s la primera etapa de un programa
para reflexión y la in vestigación filosófica, pero t(,)davía no la solución
de un problema. Si m uchos de u ste d e s difieren conm igo acerca del
resultado probable, esto no se d eb e a q ue u ste d e s se hallen más
c o n sc ie n te s que yo de que e s algo incom pleto y difícil, sino a que
u ste d e s eslán m enos co n v en cid o s de que la ocasión d em and e un
rom pimiento tan radical con la tradición. No voy a discutir esto ahora.
El objeto de la digresión de la que ahora retorno ha sido el de identificar
mis c o n v ic cio n es, no el de d efenderlas. Lo (¡ue m e perturba acerca del
m odelo de ley encubierta e s (}ue h a ce del historiador un científico
social frustrado, y los h u e co s de su tarea quedan llenos por un surtido
de detalles factu ales. S e hace difícil re con ocer que su tarea e s otra y
muy profunda; q ue la com p rensión histórica tiene autonomía — e
integridad— . Si esta afirmación p arece ahora al m enos rem otam ente
p lausible, prepara en to n c e s el cam ino para llegar a mi conclusión
principal. Cuando el historiador de la cien cia surge de la ccmtempla-
ción de las fu e n tes y de la con stru cción de una narración, p u e d e tener
en to n c es el d erech o a proclamar (¡ue está familiarizado con los puntos
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 43

es e n c ia le s. Si dice luego "N o puedo construir una narración viable sin


co n ced erle un lugar central a es o s asp ec to s de la cien cia í{ue los
filósofos pasan por alto, co m o tampoco puedo hallar huellas de e le ­
m entos que ellos consideran e s e n c ia le s ” , en to n c e s m erece cjue se le
oiga. Lo (¡ue está diciendo e s que la em p resa reconstruida por el
:filósofo no e s la cien cia, en cuanto a algunos de sus puntos esen cia les.
¿Q ué le cc io n e s podría aprender el filósofo si tomara m ás en serio las
con stru cc ion e s narrativas del historiador? Term inaré esta co n feren cia
dando un ejemplo global, refiriéndom e a mi trabajo anterior para otras
ilustraciones, m u c h a s de ellas d ep en d ie n tes del exam en de los caso s
individuales. La mayor parte del trabajo histórico está relacionada con
procesos, con el desarrollo con respecto al tiem po. En principio, el
desarrollo y el cam bio no tienen por q ué d ese m p eñ ar el mism o papel
en la filosofía, pero en la práctica, y ahora quiero insistir, la c o n c e p ­
ción de una cien cia más bien estática que tiene el filósofo y, así
también, de cu es tio n e s co m o la estructura y la confirm ación de la
teoría, se modificaría fructíferam ente si el desarrollo y el cam bio se
itomaran en cu en ta de otra manera.
C on sid é re se, por ejem plo, la relación entre leyes em píricas y teo­
rías, a ias cu a le s, para sacar mi conclusión, analizaré con algo de
amplitud. A p esar de las dificultades reales, que ya recalqué en otra
parte, las leyes em p íricas concuerdan relativam ente bien con la tradi­
ción de la filosofía de la cien cia. D esd e luego, p ueden tratar de d em o s­
trarse d irectam ente por m edio de la observación o el experim ento.
Pero, en relación con lo que estoy planteando, cuando surgen llenan
un vacío evid en te, dando una información de la que antes se carecía. A
m edida que se desarrolla la cien cia, dichas le y es pueden ser p erfec­
cionadas, pero las version es originales siguen siendo aproxim aciones
de las q ue las han su cedid o, y por con sigu iente su fuerza sigu e siendo
obvia o fácil de recuperar. En fin, las le yes, en la medida en que son
puram ente em p íricas, ingresan en la cien cia com o adiciones netas al
con ocim ien to y de ahí en adelante nunca st)n co m p leta m en te d esp la­
zadas. P u e d e n volverse caren tes de interés y, por con sigu iente, per­
m anecer sin ser citad as, pero ése e s otro asunto. Repito q ue la argu­
m entación de esta posición en vu elve grandes dificultades, p ues deja
de ser claro en (fué m om ento preciso una ley e s puram ente em pírica.
Sin em bargo, com o idealización admitida, esta explicación ampha-
m ente aceptada de las le y e s em píricas encaja bastante bien en la
exp eriencia del historiador.
44 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

Con resp ecto a las teorías, la situación e s diferente. La tradición las


introduce com o conjuntos de le y e s. A unque c o n c e d e q ue los e le m e n ­
tos de un conjunto dado p ueden enfrentarse a la exp eriencia sólo por
las c o n s e c u e n c ia s d ed uctivas del conjunto en su totalidad, de ahí en
adelante las teorías se asimilan a las le y e s tan ín tim am en te com o sea
posible. Tal asim ilación no en caja se n c illa m en te en la exp eriencia del
historiador. Cuando exam ina una ép oca pasada en particular, p u ed e
encontrar vacíos de con ocim ien to que m ás tarde serán llenados por
leyes em píricas. Los antiguos supieron que el aire era com p resible,
pero ignoraban la regularidad que relaciona cuantitativam ente su
volum en y presión. Si se les h u b iese preguntado, probablem ente
habrían aceptado que no lo sabían. P ero el historiador, rara vez, o
nunca, encuentra vacíos sem e jan te s que serán llen ados por teorías
posteriores. En su ép oca, la física aristotélica abarcó el m undo a c c e s i­
ble e im aginable tan c o m p leta m en te com o lo haría en la suya la física
newtoniana. Al introducir esta última, la primera q ueda literalm ente
desplazada. D esp u é s de ocurrido esto, ad em ás, los esfu erzos por
revitalizar la teoría aristotélica presentaron d ificu ltades de una natura­
leza muy diferente de las n ece sar ias para recuperar una ley empírica.
Las teorías, tal com o el historiador las co n o c e , no p u e d e n ser d e s c o m ­
p uestas en sus e lem en to s constitutivos con la finalidad de compararlos
d irectam ente con la naturaleza o u nos con otros. Esto no quiere d ecir
que no puedan d e sc o m p o n e rse por análisis, pero ias partes de leyes
que arroja el análisis, a diferencia de las le y es em píricas, no p ueden
funcionar aisladam en te en tales com p araciones.
Uno de los principios de la física aristotélica, por ejem plo, era el de
la im posibilidad de que existiera un vacío. S up óngase que un físico
m oderno le h u b iese dicho q ue una aproxim ación a un vacío podría
producirse ahora en un laboratorio. Quixá A ristóteles le hubiera res­
pondido que un recipiente desprovisto de aire y otros g a s e s no es, en el
sentido en que él lo dijo, un vacío. E sa re sp u e sta im plicaría que la
im posibilidad de un vacío no era, en física, un asunto puramente
em pírico. S up óngase ahora que A ristóteles h u b iese admitido la afir­
mación del físico m oderno y h u b iese anunciado q ue, d esp u é s de todo,
sí podía existir en la naturaleza un vacío. E n ton ces hubiera requerido
de una física totalm ente nueva, p u es su co n ce p to d el c o s m o s finito, del
lugar dentro de él y del m ovim iento natural quedarían en pie o caerían
juntos con su co n ce p to del vacío. En e s e mismo sentido, la proposición
sem ejante a ley de que “ no hay vacíos en la naturaleza” tampoco
funcionó dentro de la física aristotélica com o una ley. Esto es, no
LA HISTORIA Y LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 45

podría ser elim inada y rem plazada por una versión perfeccionada,
dejando en pie el resto de la estructura.
Por co n sig u ie n te, para el historiador, o por lo m enos para mí, las
teorías, en ciertos a sp e c to s es e n c ia le s, son holístieas. Es decir, en la
médida en que el historiador pueda decir que siem p re han ex is­
tido — aunque no siem pre en las form as que c ó m o d a m e n te pueden
describirse com o c ien tífic a s— , y han cubierto la gama total de los
fe n ó m e n o s naturales co n c e b ib le s — aunque a m enudo sin mucha pre­
cisión — . En e s te resp ecto, las teorías se asem ejan a las leyes y hay
diferencias, q ue in evitab lem en te se corresponden, en las formas en
(jue son desarrolladas y evaluadas. A ce rc a de es to s procesos sab em os
muy p oco , y nuestro con ocim ien to no avanzará más mientras no
ap rendam os a reconstruir teorías se lec cio n a d a s del pasado. Hoy en
día, los q ue en se ñ a n a h acer e s e trabajo son historiadores, no filósofos.
No c a b e duda q ue éstos podrían aprender; pero en el proceso, com o ya
lo sugerí, p rob ablem ente se volverían historiadores también. D esd e
luego, yo les daría la bienvenida, pero me entristecería que en la
transición perdieran de vista sus problem as, riesgo que considero real.
Para evitar esto, exhorto a que la historia y la filosofía de la cien cia
continúen com o disciplinas distintas. Hay m enos probabilidad de que
lo n ecesario se produzca por matrimonio que por diálogo activo.
IL L O S C O N C E P T O S D E C A U S A E N
E L D E S A R R O L L O D E L A FÎSICA=^

¿C ómo e s que se invita a u n historiador d e l à cien cia a dirigir una charla


sobre el desarrollo de las n ocion es de c a u sa en la física ante un público
de p sicólogos de ia infancia? Q u ie n e s primero podrían responder son
los familiarizados con las in vestigacion es de Jean P iaget. S u s agudas
in vestigacion es de tem a s com o las c o n c e p c io n e s que los niños tienen
del espacio, del tiem po, el m ovim iento o e l propio mundo han revelado
repetidas v e c e s sorpren dentes paralelos con la s co n c e p c io n e s que de
e s to s m ism os asuntos han tenido los cien tíficos adultos de la antigüe­
dad. Si en cuanto a la noción de c a u sa hay paralelos sem ejan tes,
descubrirlos será d e in terés tanto para el psicólogo com o para el
historiador.
H ay, sin em bargo, una re sp u e sta m ás personal, aplicable quizá
exclu siv a m en te a e s te historiador y a este grupo de p sicólogos de la
infancia. H a c e casi veinte años que d escub rí, y m ás o m en os al m ism o
tiem po, tanto el in terés in telectual por la historia de la c ie n c ia com o los
estu dios p sico ló g ico s de Jean Piaget. D e s d e en to n c e s, am bas in qu ie­
tud es han influido recíprocam en te tanto en mi m ente com o en mi
trabajo. Parte de lo que sé sobre la form a d e interrogar a ios cien tíficos
que ya han muerto lo aprendí exam inando la form a en que P iaget
interroga a los niños que estudia. R ecu erd o vividam ente cóm o se
m anifestó esa influencia en mi primera reunión con A lexandre Koyré,
el hombre que, más que cualquier otro historiador, h a sido mi maestro.
Le dije cpie había yo aprendido a en ten d er ia físic a de A ristóteles
gracias a los niños de P iaget. Su re sp u e sta — de que fue la física de
A ristóteles la que lo en se ñ ó a en ten d er a los niños de P ia g e t— no hizo
otra cosa que confirmar ia im presión que tenía yo sobre ia im portancia
de lo que había aprendido, in c lu s o en terrenos com o ios de la causaii-
dad, acerca de la cual quizá no se e s té co m p leta m en te de acuerdo, m e
siento orgulloso de r e c o n o c e r la s huellas in d e le b le s de la in fluencia de
Piaget,

C(>n autorización de Études d‘epistémologie génétique, 25 (1971): 7-18, en donde


apareció como “ Les notions de causalité dans le développement de la physique” .
Copyrigth 1971, Presses Universitaires de France.

46
LOS CONCEPTOS DE CAUSA EN EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 47

Para q ue el historiador de la físic a logre analizar la noción de causa


debe, cr eo , recon ocer dos a sp e c to s relacionados en los cu ale s e s e
co n cep to difiere de la mayoría de aquellos que está acostum brado a
manejar. C om o en otros análisis co n ce p tu a les, d eb e partir del a c a e c i­
miento observado de palabras com o “ c a u s a ” y “ porque” en la conver­
sación y en las p u b lic a cio n es de los cien tíficos. P ero e s ta s palabras, a
d iferencia de las re feren tes a c o n ce p to s com o los de p osición, movi­
miento, p eso , tiem po, e t c ., no se presentan regularm ente en el d is­
curso cien tífico, y cuando aparecen, éste e s de una naturaleza muy
especicil. S e siente uno tentado a decir, conform e al com entario que
por d iferen tes razones hizo M. Grize, que el término de “ c a u s a ”
funciona prim ordialm ente en el vocabulario m etacientífíco de los físi­
cos, pero no en su vocabulario científico.
E sa ob servación no d eb e sugerir q ue el co n ce p to de ca u sa sea
m en os im portante q ue c o n ce p to s de uso más corriente com o el de
p osición, fuerza o m ovim iento. Lo que sí sugiere e s que los in stru m en ­
tos analíticos funcionan de modo diferente en uno y otro caso. Al
analizar la noción de cau sa, el historiador o el filósofo deb en ser más
p ercep tivos de lo com ú n a los m atices del lenguaje y la con d ucta.
D eb en observar no ú n ic a m e n te la p resen cia de términos com o ‘c a u s a ’
sino tam bién las circu n stan cias es p e c ia le s en q ue se producen tales
térm inos. Al m ism o tiem po, d eb e n encontrar los a sp ec to s e s e n c ia le s
de su s análisis en ia ob servación de los co n tex to s en q ue, aunque
ap aren tem en te se haya dado una cau sa, no se presen te ningún término
que indique c u á le s partes de la com u n icación total h a c e n referencia a
las ca u sa s. A n tes de que fin alice su tarea, e l analista que p rocede de
esta manera p rob ablem ente llegue a la con clu sión de q ue, com parado,
por ejem plo, con el co n ce p to de p osición, el de c a u sa tiene c o m p o n e n ­
tes lingüísticos y de p sicología de grupo e s e n c ia le s.
E s e asp ecto d el análisis de las n ocion es de cau sa se relaciona
ín tim a m en te con otro, en el cu al Piaget ha insistido d esd e el principio
de esta con feren cia. D e b e m o s, dice él, considerar el con cep to de
ca u sa en dos sentid os, el estr ec h o y el amplio; el co n ce p to estrecho
proviene de la noción, egocén trica al principio, de un agente activo,
que em puja o jala, ejerce una fuerza o m anifiesta un poder. Está m uy
ce rc a d el co n ce p to aristotéKco de la c a u sa efic ie n te, noción que tuvo
un papel muy im portante en la física técn ica durante e l siglo xvn,
cuando se analizaron los problem as de los ch o q u e s. El con cep to
amplio e s , a primera vista, m uy diferente. P iaget lo d escrib e com o la
noción general d e la exp licación. D escribir la ca u sa o ca u sa s de un
48 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

acon tecim ien to e s explicar por q ué ocurrió. Las cau sa s figuran en las
exp licacion es que se dan en física, y é s ta s son por lo general cau sales.
Pero recon ocer esto e s volver a ia subjetividad in trín seca de algunos de
los criterios que rigen la noción de cau sa . Tanto el historiador com o el
psicólogo están c o n s c ie n te s de que una serie de palabras que co n sti­
tuyó una explicación en cierta etapa del desarrollo de la física, o del
niño, sólo p u ed e llevar a una pregunta tras otra. ¿Basta con decir que
la m anzana c a e a la tierra por la atracción gravitacional, o d eb e
explicarse primero la atracción, para que c e s e n las preguntas? Para
que una explicación cau sa l se a eficaz p u e d e ser condición necesaria
una estructura ded uctiva e s p e cífic a , pero ésta no e s una condición
suficiente. Ál analizar la cau sación , d eb e uno p r e ^ n t a r s e , p u es,
acerca de las re sp u esta s particulares q ue, no tratándose de una cau sa
mayor, le pondrán punto final a una ca d en a regresiva de preguntas
cau sales.
L a .co e x isten cia de e sto s dos sentid os de ia ca u sa intensifica tam­
bién otro de los p roblem as que nos a cab am os de encontrar. Por
razones al m en os p arcialm ente históricas, la noción estr ec h a se toma a
v e c e s com o fun dam en tal, y se conform a a ella el con cep to amplio, a
m enudo con violencia. Las exp lica cio n e s q ue son de carácter cau sal
en sentido estrech o proporcionan siem p re un agente y un p aciente,
una cau sa y un efecto su b sigu ien te. Pero hay otras ex p licacion e s d é lo s
fenómenos naturales — en seguida veremos algunas— en las cuales no
se presenta co m o la causa ningún a con tec im ien to o fen óm eno anterior,
ni tampoco ningún agente activo. N o se gana nada — y sí se pierde
m ucha de la naturalidad lingüística— con declarar que tales explica-
cio n e s son no cau sales: no les falta nada q ue, de ser agregado, pueda
interpretarse com o la c a u sa faltante. T am p oco p u e d e declararse que
las preguntas son no cau sales: h e c h a s en otras circun stan cias, habrían
producido una re sp u e sta cau sal en sentido estrecho. Si no p u ed en
relacionarse de ninguna manera las exp lica cio n e s c a u sa le s y las no
cau sa le s de los fen ó m e n o s naturales, ello d ep en d e de sutilezas que no
vienen al caso aquí. T am p oco e s útil transformar tales ex p licacion es,
verbal o m atem á ticam en te, en formas q ue permitan el aislam iento de
un estado de c o sa s anterior, al cual se le llam e la ca u sa . S u p u e sta ­
m ente, siem p re p u e d e realizarse e s a transformación — a v ec e s m e­
diante algunas de las in gen iosas técn icas ilustradas en la presentación
de mi invitado, B u nge— , pero el resultado su ele ser el de privar de
fuerza explicativa a la expresión transformada.
LOS CONCEPTOS DE CAUSA EN EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 49

R esu m ien d o las cuatro etap as principales de ia evolución de las nocio­


nes c a u sa le s de física, se d ocum entará y profundizará lo dicho hasta
ahora. Al m ism o tiem po, s e preparará el cam ino para extraer unas
cu an tas c o n clu sio n e s generales- A proxim adam ente hasta 1600, la
principal tradición dentro de la física fu e aristotélica, y fue predom i­
nante e l análisis d e la c a u sa dentro de esta corriente. Éste, sin e m ­
bargo, continuó en u so m ucho tiem po d esp u é s de que la prim era fue
descartada y, por c o n s i ^ i e n t e , m e r ec e q ue al principio se le exam ine
por separado. D e acuerdq co n A ristóteles, todo cam b io, incluido el de
com enzar a ser, tiene cuatro cau sas; material, eficiente, form al y final.
JÉstos son los ú nicos tipos de re sp u e sta que p u ed en darse cuando se
pide una exp licación de cam bio. En el caso de una estatua, por
ejem plo, la c a u sa material de su existen cia e s el mármol; su cau sa
e ficien te e s la fuerza ejercida sobre e s e material por las herram ientas
del escultor; su c a u sa formal e s la forma idealizada del objeto termi­
nado, p resen te d e sd e el principio en la m ente del escultor; y la causa
final e s e l aum ento del número de objetos beUos a c c e s ib le s a los
m iem bros de la socied ad griega.
En principio, todo cam bio p o se e las cuatro cau sas, una de cada tipo,
pero e n la p ráctica la c la s e d e ca u sa a la que se recurre para una
buena explicación varía gran d em en te de un cam po a otro. Al c o n si­
derar la cien cia de la física, los aristotélicos no h a cen uso m ás que de
dos c a u s a s , la formal y la final, y é sta s por lo regular confundidas en
una sola. L o s cam b ios violen tos, que alteran el orden natural del
c o s m o s, fueron atribuidos naturalm ente a las ca u sa s eficien tes, a
com p re sio n e s y traccion es, pero no se p en só que los cam b ios de esta
c lase pudieran explicarse m ás a fondo y, por ello, p erm anecieron fuera
de la física. S e trató e s e asunto ú n icam en te con resp ec to a la restaura­
ción y al m anten im ien to del orden natural, y una y otro dependían
solam en te de las c a u s a s form ales. P or tanto, las piedras cae n al centro
del u niverso porque su naturaleza o su form a quedarían realizadas
en teram en te sólo en esa posición; el fuego surge a la periferia por la
m ism a razón; y la su stan cia c e le s te realiza su naturaleza volviendo
r e b l a r y etern am en te a un m ism o lugar.
En el siglo xvii.las exp licacion es de esta clase com enzaron a parecer
llenas d e im p e rfec cion e s lógicas, m eros juegos verbales, tautologías; y
hasta la fec h a se les sigu e juzgando de la m ism a manera. El doctor de
Molière, ridiculizado por explicar la acción hipnótica del opio refirién­
dose a su “ p otencia dorm itiva” , sigue siend o h asta la fech a un ch iste
de cajón. En el siglo x v íih u b o la ocasión para mostrar la eficacia de tal
50 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

forma de ridiculizar. N o hay, sin em bargo, d e fe c to s lógicos en exp lica­


cio n e s de es te tipo. Mientras la g en te fue capaz de explicar — com o lo
fueron ios aristotélicos— una gama relativamente amplia de fen óm e­
nos naturales en función de un número relativam ente p eq u e ñ o de
formas, las exp lica cio n e s en función d e la forma fueron en teram ente
satisfactorias. C om enzaron a aparecer tautologías sólo cuando cada
uno de los fen óm e n os pareció n ecesitar la in vención de una forma
esp ecial. E xp licacion es ex a c ta m e n te iguales a la s d escritas se ev id e n ­
cian d e inmediato todavía en la mayoría de las c ien cia s sociales. Si
resultan m enos e f ic a c e s de lo q ue se d ese a , la dificultad no reside en
su lógica sino en las formas particulares d esp legad as. M e atrevo a
sugerir que la exp licación formal funciona ahora con extraordinaria
eficacia en física.
En los siglos xvh y xviíi, sin em bargo, su papel fu e mínimo. D esp u é s
de Galileo y Kepler, q u ie n e s a m en ud o señalaron regularidades m ate­
m áticas sim p les com o c a u s a s form ales q ue no exigían análisis ulterior,
fue n ecesario q ue todas las e x p lica cio n e s f u e se n m e c á n ic a s. Las
ú nicas formas ad m isibles fueron las con figuraciones y p o sicio n e s de
los co rp ú scu los últim os de la materia. Todo cam bio, f u e s e de posición
o de alguna cualidad com o el color o la tem peratura, s e entendió com o
resultado del im p acto físico de un conjunto de partículas sobre otro.
D esc a rtes explicó así el p e so d e los cu erp os com o resultante del
im pacto sobre su su perficie superior de partículas del éter ad yacen te.
Las ca u sa s efic ie n te s de A ristóteles, em p u jes y traccion es, dominaron
ahora la exp licación del cam bio. A un el trabajo de N ew ton, q ue fue
interpretado am pliam en te com o in te ra c cio n e s no m e c á n ic a s y libres
entre partículas, hizo poco por reducir el dominio de la ca u sa eficiente.
Lo hizo, d esd e luego, con el m ec a n ism o estricto, pero fu e atacado por
quienes vieron en la introducción de la acción a distancia una violación
regresiva de las normas de exp licación p reva lec ien tes, {Tenían razón.
Los cien tíficos d el siglo xvm pudieron haber introducido una fuerza
n ueva para ca d a c la se de fen ó m e n o . U n o s cu an tos com enzaron a
hacerlo así.) P ero las fuerzas n ew ton ian as fueron tratadas general­
m en te en analogía con las fuerzas de con tacto, y siguió predom inando
la explicación m ec án ic a. Particularm ente en las p artes nuevas de la
física — la electricidad , e l m agn etism o, el estudio d el calor— , durante
todo el siglo xviii la s exp lica cio n e s se hicieron prin cipalm en te en
función de cau sas.
Pero, durante el siglo xix, un cam bio que ya había com enzado a
darse en la m ec á n ic a se difundió gradualm ente por todo e l terreno de
la física, A m edida que é s ta s e com enzó a volver cad a vez más m atem á­
LOS CONCEPTOS DE CAUSA EN EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 51

tica, la explicación co m e n z ó a d ep en der cr ec ie n tem en te d e la exhibi­


ción de form as co n v e n ie n te s y de la derivación d e su s co n se c u e n c ia s.
En estructura, aunque no en sustancia, la exp licación volvió a ser la de
ia física aristotélica. Al ped írsele que explicara un determ inado fenó-
meho natural, el físico escribiría la ad ecu ad a ecu ación diferencial y
deduciría de ella, quizá estab lecien d o con d icion es de frontera e s p e c í­
ficas, el fen ó m e n o en cu estión . E s cierto q ue se le podría h aber retado
a que justificara su e le c c ió n de las e c u a c io n es diferenciales. P ero e s e
reto habría estad o dirigido a e s a formulación en particular, no al tipo
de exp licación. In d e p e n d ien tem en te de lo correcto de su e lec ció n ,
ésta recaía siem p re en una ec u ación diferencial, forma que proporcio­
naba la exp licación d e lo que ocurría. Y, com o exp licación, la ecuación
ya no podría seguir siend o dividida en partes. Sin distorsionarla gra­
v em e n te, no podía derivarse de ésta ningún agen te activo ni causa
aislada alguna q ue precediera al efecto.
C o n sid é re se, por ejemplo, la cu estión de por qué Marte se m u eve en
una órbita elíptica. En la re sp u e sta aparecen las le y es de N ew ton
aplicadas a un sistem a aislado de dos cu erpos q ue interactúan con una
atracción in versam en te proporcional al cuadrado de la distancia.
Cada uno de es to s ele m e n to s e s esen cial para la exp licación, pero
ninguno, la c a u sa d el fen ó m e n o . Tam poco son previos en lugar de
sim ultáneos o posteriores al fen óm e n o por explicar. C on sid érese la
cuestión m ás limitada de por qué Marte ocu p a en el cielo una posición
determ inada en un m om ento determ inado. La resp uesta se obtiene d e
ia p r ec ed en te introduciendo en la solución de la ecu ación la posición y
la velocidad de Marte en algún m om ento anterior. Estas con d iciones
de frontera sí d escrib en un acon tecim ien to anterior con ectad o por
ded ucción de le y e s con el q ue se ha de expUcar. Pero sería erróneo
llamarle a e s e a con tec im ien to anterior — que p u e d e ser sustituido por
una infinidad de otros— la cau sa de la p osición d e Marte e n el mo­
mento posterior esp e cific a d o . Si las con d icio n e s de frontera sum inis­
tran la ca u sa , en to n c es las c a u sa s dejan de ser explicativas.
E stos dos ejem p los son tam bién reveladores en otro asp ecto. Son
re sp u estas a p r e ^ n t a s que no serían h ech a s, al m enos de un físico a
otro. Lo que se mostró com o re sp u e sta s párrafos arriba se describiría
más realistam en te com o solu cion es a problem as que el físico podría
plantearse a sí m ism o o a sus estu diantes. Si a esto le llam am os
exp licacion es e s porque, una v e z p resen tad o y entendido, ya no hay
más p r e ^ n t a s q ue hacer: todo lo q ue el físico p u e d e proporcionar
com o explicación ya lo ha dado. Hay, sin em bargo, otros con textos en
52 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

que p u e d e n h a cer se pregu n tas por el estilo; y en tales con textos la


estructura de la re sp u e sta sería diferente. S u p ón gase que la órbita
observada de Marte no fu e se eHptica o q ue su p osición en un m om ento
dado no f u e se la p red icha por la solución al problem a newtoniano de
los dos cu erpos, con c o n d icio n e s de frontera dadas. E n to n c es el físico
sí se preguntaría — o lo habría hech o an tes de q ue estu v ie s e n bien
en ten did os es o s fen ó m e n o s— q ué e s lo que andaba mal, por qué la
experiencia se apartaba de su s exp ectativas. Y la resp uesta, en e s te
caso, sí aísla una c a u sa específica: la atracción gravitacional de otro
planeta. A diferencia de las regularidades, las anomalías sí p ueden
explicarse en términos que son c a u sa le s en sentido estrecho. V uelve a
sorprendernos la sem ejan za de esto con la física aristotéhea. Las
c a u sa s form ales exp h can el orden de la naturaleza; las eficien tes, el
apartamiento de e s e orden. Ahora, sin em bargo, tanto la irregularidad
com o la regularidad están en el terreno de la física.
E sos ejem p los tom ad os de la m e c á n ic a c e le s te tien en su eq u ivalente
en otras partes de la m ec á n ic a y tam bién en la acú stica, la electrici­
dad, la óptica o la term odinám ica, c a m p o s q ue se desarrollaron a fin es
del siglo XVIII y principios del xix. Pero el punto ya d eb e estar claro. Lo
que n ece sita re calcarse todavía e s q ue la se m e jan za d e las exp licacio­
nes aristotélicas con las e x p lica cio n e s corresp ond ien tes a los cam p os
citados e s ú n ic a m e n te estructural. Las form as q ue adoptaron las
exp licacion es en física, durante el siglo xix, no fueron por el estilo de
las aristotélicas sino m ás b ien v er sio n es m atem áticas d e las form as
cartesiana y new toniana, q ue habían predom inado en los siglos x vn y
xvm. E sta restricción a las form as m e c á n ic a s no duró, sin embargo,
más allá d e los últim os años d el siglo xix. L uego, con la a cep tación de
ias e c u a c io n e s de M axw ell para ei c a m p o electrom agn ético y co n e l
re con ocim ien to de q ue e s a s ec u a c io n e s no podían derivarse de la
estructura de un éter m ec á n ic o , co m e n z ó a in cr em en tar se ia lista de
form as q ue la físic a em plearía en su s exp licacion es.
Lo que ha resultado e n ei siglo xx e s una revolución m ás dentro del
cam po de la exp licación f ísic a , esta v ez no en su estructura sino en su
su stan cia. Mi invitado, H alb w ach s, h a señalado m uchos de su s deta­
lles. A q u í m e limitaré a h a cer u nas cu an tas gen eralizaciones. Ei
cam p o electrom agn ético, com o entidad físic a no m ec á n ic a y fu n d a ­
m ental, con p rop ied ad es form ales q ue sólo p u e d e n describirse por
m edio de ec u a c io n e s m ate m átic a s, fu e a p en a s el punto de ingreso del
con cep to de c a m p o dentro de la física. L os físico s con tem poráneos
reco n o ce n tam b ién otros c a m p o s, y el núm ero de é s to s sigue cre-
LOS CONCEPTOS DE CAUSA EN EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 53

cíendo. S e em p lea n , en su mayoría, para explicar fe n ó m e n o s no reco­


nocidos todavía en el siglo xix; pero p o see n tam bién, por ejemplo en
electrom agn etism o, fuerzas d esp lazad as en algunas áreas an tes reser­
vadas a ellos,. C om o en el siglo xvii, lo q ue a n te s fue una explicación
ahoba ya no lo es. Tampoco son únicamente los cam pos, nueva clase de
entidad, los q ue están en v u elto s en el cam b io. La materia ha adquirido
también p rop ied ad es form ales inim aginables d esd e el punto de vista
m ecánico — el esp ín , la paridad, la extrañeza, e t c . — , ca d a una de
ellas d escriptible ú n ic a m e n te en términos m atem áticos. F in alm en te la
aparición de un e lem en to probabiiístico al parecer inerradicable en la
física ha producido otro cam b io radical en los cam in os de la exp lica ­
ción. Hay ahora c u e s tio n e s bien configuradas sobre los fen ó m e n o s
o b servables, por ejem p lo, el m om ento e n que una partícula alpha
abandona un n úcleo, q ue los físicos declaran, en principio, problem a
no solu cionab le por la cien cia . Como acon tec im ien to s aislados, la
em isión d e partículas alpha, así com o m u ch os otros fen ó m en os pare­
cidos, c a r ec en de ca u sa . Toda teoría q ue tratara de explicarlos echaría
abajo la· teoría cu án tica, en lugar de sim p lem en te su m arse a ésta.
P rob ab lem en te por alguna transformación futura de la teoría física se
cam biará e s ta c o n c e p c ió n o b ien será im posible plantear e s a s cu e s tio ­
nes. Pero, de m om ento, p o c o s físic o s son los que con sid eran la brecha
cau sal com o una im perfección. E ste hech o p uede en señ arn os también
algo sobre la exp licación causal.

¿Qué co n clu sión p u e d e sacarse de esta breve exp osición ? A manera


de resu m en ofrezco lo sigu ien te. Si bien el con cep to estr ec h o de causa
fue parte vital de la física de ios siglos xvii y xvni, su importancia
declinó en el siglo XíX y p ráctica m ente se d esv a n ec ió en el siglo xx .L a s
ex c e p c io n e s principales son exp licacion es de a con tec im ien tos que
p arecen violar las teorías físic a s p rev a lec ien tes, c o s a que en realidad
no es así. É stos se explican aislando ia ca u sa particular de la anomalía,
esto e s , encontrando el e lem en to no tom ado en cu en ta en la solución
inicial del problema. Pero, salvo en estos c a s o s , la estructura de la e x ­
plicación física se asem eja e s tr ec h a m en te a la ideada por A ristóteles
para analizar las ca u sa s form ales. L os e fe cto s se d e d u c e n de unas
cu an tas p rop ied ad es, connaturales y e s p e c ífic a s, de las entidades a
las q ue se refiere la exp licación. La posición lógica relativa d e e s a s
p ropiedades y de las e x p lica cio n e s d ed u cid as de ellas e s ia m ism a que
la de las form as arístotéMcas. La ca u sa , en física, ha vuelto a ser la
ca u sa en el sentido ampHo, e s decir, una explicación.
54 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

Sin em bargo, si ia física m oderna se asem eja a la aristotélica en la


estructura cau sal de sus argum entos, las formas particulares que
figuran en ia exp licación físic a son hoy en día radicalm ente diferentes
de las que corresponden a la física de la antigüedad y de la Edad
Medía. In clu so en la breve exp osición h e c h a en los párrafos anteriores
h em o s observado dos transiciones p rin cipales en los tipos de form as
que podrían funcionar satisfactoriam ente en ia expiicacióri física: de
las formas cualitativas — gravedad o levedad connaturales— a formas
m ec á n ic a s y luego de éstas a form as m atem áticas. En una d escrip ción
más detallada se habrían descubierto m u c h as otras transiciones más
sutiles. Sin em bargo, las transiciones de esta c ia se plantean una serie
de interrogantes que exigen com entario, aun cuando é s te se a b reve y
dogmático. ¿Qué im portancia tienen? ¿Y cu ál e s la relación de los
m odos de explicación antiguos con resp ec to a los nuevos?
Con resp ec to a la primera de e s ta s in terrogantes, sugiero que, en
física, los cá n o n es de explicación n u evos n a cen con las nuevas teorías,
de las cu a le s son, en gran m ed ida, una e s p e c ie de parásitos. Las
nuevas teorías físic a s, com o la de N ew ton, han sido rechazadas repe­
tidam ente por hom bres que, aunque admiten la cap acidad de la nueva
c o n ce p c ió n para resolver problem as an tes in atacables, han insistido
sin em bargo en que no se ha explicado nada. L as g en eracion es p o ste­
riores, acostum bradas al uso de la teoría nueva por sus ventajas, por lo
general la han encontrado útil d e sd e el punto de vista explicativo. El
éxito pragm ático de una teoría cien tífica p arec e garantizar el éxito
último de su modo explicativo asociado. La fuerza explicativa, sin
embargo, p u e d e dem orar m ucho tiem po en llegar. La experiencia de
m uchos con tem poráneos con la m ec á n ic a cu án tica y la relatividad
sugiere que an o p u e d e creer en una nu eva teoría con profunda con vic­
ción y seguir carecien d o de la redu cación y habituación para recibirla
com o explicativa. E so v ie n e ú n ic a m e n te con e l tiem po, pero hasta la
fe c h a siem pre ha llegado.
Q ue sea n parasitarios o a cc eso rio s de las teorías n u evas no h ace que
los m odos de exp licación n u e v o s carezcan d e im portancia. El im pulso
de los físic o s a en ten d e r y explicar la naturaleza e s una condición
esen cial de su trabajo. Los c á n o n es de explicación a cep tad os sirven
para indicarles q ué problem as no se han resu elto todavía, qué f e n ó ­
m en os p erm a n ec en sin exp licación. A d e m á s, cu alesqu iera que sean
los problem as en q ue un científico se en cu en tre trabajando, los cá n o ­
nes de explicación adm itidos condicionan en parte las c la se s de solu­
cion e s a las cu a le s será capaz d e llegar. N o e s p osible en ten der la
LOS C O N C E F ro S DE CAUSA EN EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 55

ciencia de un periodo iiistórico determ inado, sin liaberse adentrado en


los c á n o n e s de exp licación aceptad os por ios cien tíficos de tal época.
Por últinio, h abiendo bosquejado cuatro etapas del desarrollo de las
nociones c a u sa le s en la física, m e p r e ^ n t o si en la su ce sión de é sta s
p uede ob servarse una pauta general. ¿Hay alguna forma en que los
cán on es exp licativos de ia física m oderna se a n m ás avanzados que los
de, digam os, el siglo xvin, y en que los del siglo xvin trascendieron a
los de la antigüedad y la Edad M edia? En cierto sentido, la resp u esta es
claram ente sí. L as teorías físicas de cada uno de estos periodos fueron
mucho m ás p od e ro sa s y p rec isas q ue las de su s p red ec e s o r e s. Los
cán on es exp licativos, al estar asociados ín tegram en te con las propias
teorías físicas, deben de haber participado necesariam ente del avance:
el desarrollo de la ciencia permite la explicación de fenómenos siempre
más intrincados. P ero son ú n ic a m e n te los f e n ó m e n o s, y no las exp lica­
ciones, los m ás intrincados. Abstraída de la teoría dentro de la cual
funciona, la gravedad e s tan sólo diferente de una ten dencia con n atu ­
ral h acia el centro, e i co n ce p to de cam po e s m eram ente diferente del
de fuerza. C onsiderados e x c lu siv a m en te com o m e c a n ism o s exp licati­
vos, sin referen cia a las teorías que recurren a eUos, los p u n to s de
partida p erm isib les para la explicación física no p arecen in trín seca­
m ente m ás avanzados en las últimas é p o ca s que en las primeras. Hay
todavía un asp ecto en que las revoluciones de los m odos de explicación
p ueden ser regresivos. A un qu e las p m e b a s están lejos de se r c o n c lu si­
vas, sugieren q u e, con form e se desarrolla la c ien cia , e m p le a en expli­
cac io n es un número siem p re c r ec ie n te de formas distintas e irreducti­
bles. Con resp ecto a la exp licación, la sim plicidad de la cien cia pu e d e
haber dism inuido con el tiem po histórico. Para exam inar esta tesis
haría falta otro en sa y o , pero aun la posibilidad de considerarlo sugiere
una con clusión que será su ficien te aquí. E stu d iad as en sí, las id eas de
explicación y de c a u sa no dan m uestras obvias de e s te progreso del
intelecto q ue tan claram en te d esp liega la cien cia de la cual provienen.
III. L A T R A D I C I Ó N M A T E M Á T I C A Y L A
T R A D IC IÓ N E X P E R IM E N T A L E N EL
D E S A R R O L L O D E L A F lS IC A *

S iem p re q u e s e e s t u d ie la h is to r ia d e l d e sa rr o llo c ie n tíf ic o h a b rá de


e n c o n tr a r s e r e p e tid a s v e c e s , y e n u n a u otra fo r m a , la c u e s t ió n d e s i la s
c ien cia s son una sola o son m uchas. Ordinariam ente, se p resen ta esta
pregunta por problem as con cretos de organización de la narración, y
tales problem as se agudizan e s p e c ia lm e n te cuando se le pide al h isto­
riador de la cien cia que d escrib a su tem a en con fer en cias o en un libro
de gran envergadura. ¿D eb e abordar las c ien cia s una por una, co m e n ­
zando, por ejem plo, con las m atem áticas, si^ rien do con la astronomía,
luego con la física, la quím ica, la anatom ía, la fisio lo ^ a , la botánica,
etc .? ¿O d eb e rechazar la id ea de que su objeto se a una descripción
co m p u e sta de los cam p os individuales para hablar en to n c es del mero
con ocim ien to de la naturaleza? Si éste e s el c a s o , estará obligado, en la
m edida de lo p osible, a considerar con jun tam en te todos los cam p os de
la cien cia, a exam inar lo que los hom bres supieron sobre la naturaleza
en cada ép oca, y a descubrir la forma en que los cam b ios de método, de
clim a filosófico o de la socied ad e n ’su conjunto afectaron el cu erpo del
con ocim ien to científico co n ce b id o com o uno solo.
Dada una d escrip ción m ás detallada, am bos en foqu es p u e d e n reco­
n ocerse com o m odos historiográficos tradicionales y en general poco

* Reimpreso con autorización de The Journal of ¡nierdisciplinary History, 7(1976): 1-31.


Copyright 1976, del M assachusetts institute of Technology y los redactores del Journal o f
Interdisciplinary History.
Este ensayo es la versión, revisada y ampliada, de una conferencia George Sarton Me­
morial, dada en Wasliington, D.C., en 1972, en una reunión conjunta de la American
Association for the Advancement of Science y de la History of Science Society. Se leyó
una version preliminar en la Universidad de Cornell, un mes antes. En los tres años
transcurridos desde entonces, he aprovechado comentarios de colegas, demasiado
numerosos para nombrarlos. Expreso parte de mi agradecimiento en algunas de la notas
al pie que siguen. Aquí, me limito a d ar ias gracias por el aliento y las ideas que me
dieron, durante la revisión, dos historiadores cuyos intereses coinciden en parte con los
míos: Tlieodore Rabb y Quentin Skinner. La versión resultante se publicó en francés en
Annates, 30 (1975): 975-998. En la versión en inglés, se introdujeron algunos oíros
cambios menores.

56
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 57

co m u n ic a tiv o s.’ El prim ero, que lo m á s q ue h a ce e s tratar la cien cia


como un p aq u ete de distintas cien cias, se caracteriza también por la
in sisten cia de sus partidarios en exam inar muy de ce rc a el contenido
técnico, tanto exp erim en tal com o teórico, de version es p asad as de la
espíecialidad q ue se en cu en tre n considerando. E sto es de gran mérito,
pues las c ie n c ia s son técn icas y una historia que d esc u id e el contenido
de ellas fre c u e n te m e n te está en tregánd ose a otra em p resa, a v e c e s
fabricada sólo para la ocasión. Por otra parte, los historiadores que se
dedican a escribir la historia de una esp ecialid ad técnica le confieren
de ordinario a su tem a ia s fronteras prescritas en los libros de texto
más r e c ien te s del cam p o que corresponda. Si, por ejem plo, su tema es
la electricidad , en to n c es la definición que dan de un efe cto eléctrico
su ele a sem ejarse a la q ue da la física moderna. Con tal definición,
p ueden explorar las f u e n te s antiguas, m ed ievales y de la época mo­
derna para hallar las referen cias a d ecu ad as, de lo cual resulta un
registro im presionan te de con ocim ien tos por la naturaleza que se
acum ulan gradualm ente. P ero e s e registro se extrae de libros y m anus­
critos d ispersos, de los que c o m ú n m en te se d escrib en com o trabajos
sobre filosofía, literatura, historia, textos religiosos o mitología. Las
narraciones de e s te género o sc u r ec en siem pre el h ech o de que la
mayoría de los tem as que agrupan dentro del cam po de la “ electrici­
dad ” — por ejem plo, el relám pago, los fe n ó m e n o s relativos a la frota­
ción del ám bar y el pez torpedo— no se consideraban relacionados
durante la época en que se describieron por primera vez. P u e d e n
leerse c u id a d o sa m e n te es to s trabajos sin d escubrir q ue los fen óm enos

’ P a r a un análisis un poco más amplio de estos dos enfoques, véase Kuhn, “ History
of S cience” , en \sl I tUernalional Encyc topedin of ihe Social Sciences, vol. 14 (Nueva York,
!968), pp. 74-83. Nótese también la forma en que, al distinguirlos uno del otro, tanto se
profundiza como se oscurece la distinción, mucho más conocida ahora, entre los
enfoques internalista y externalista a la historia de la ciencia. Virtualmente todos los
autores considerados ahora internalisías trabajan sobre !a evolución de una sola ciencia
o sobre Lin conjunto de ideas científicas estrecham ente relacionadas; los externalistas
partenecen, casi invariablemente, al grupo que maneja las ciencias como si fueran una
soja, Pero las etiquetas de "internalista” y "externalista" no son nada exactas. Los que
trabajan principalmente sobre ciencias aisladas, por ejemplo, Alexandre Koyré, no
dudan en atribuirle un papel importante a las ideas extracientíficas en el desarroIlQ de la
ciencia, A lo que más se han resistido es a tomar en c uenta factores socioeconómicos e
institucionales, d é la m anera como lo hacen autores como B. Hessen, G. N, Clark y R, K.
Merton. Pero quienes consideran las ciencias como una sola no valoran en mucho esos
factores no intelectuales. Por eso, el debate "internalista-externalista” se da frecuen­
temente sobre problemas diferentes de los (¡ue el nombre sugiere, y por eso mismo es tan
grave a veces la confusión resultante.
58 ESTUDIOS HISTORÍOGRÁFIGOS

que ahora se llaman " e lé c tr ic o s” hayan constituido un tem a d e estudio


en particular antes del siglo xvn y sin el m enor indicio de la forma en
que llegaron a configurar un cam p o determ inado de la cien cia. Cuando
el historiador estudia trabajos q ue ya existían en los periodos de los
que se ocupa, e n to n c es los relatos tradicionales del desarrollo de cada
una de las c ien cia s a m enudo son p rofundam ente ahistóricos. A la otra
gran tradición historiográfica, la q ue trata a la cien cia com o una sojia
em p resa, no p u e d e dirigirse una crítica sem ejan te, in c lu so si la aten­
ción se restringe a u n siglo o a una nación se le c cio n a d o s, el tema de ese
trabajo “ putativo” resulta tan vasto, tan d ep en d ien te de los detalles
téc n ic o s y, en conjunto, d em asiad o difuso co m o para serilu m in ad o por
el análisis histórico, A p esar d e las reveren cias ce re m on iales a los
clá sic o s com o los Principios de N ew ton o al Origen de las especies de
Darwin, los historiadores q ue consideran a la c ie n c ia com o una sola le
prestan poca atención, por con sigu ien te, a su evolución, con centrán ­
dose en lugar de ello sobre la cam b iante matriz in telectual, ideológica
e institucional dentro de la cual se desarrolla la cien cia. Ei contenido
técnico de los libros de texto co n tem p orán eos e s , p u e s, im procedente
para su tema, y e s p e c ia lm e n te en las últim as d é ca d a s los trabajos que
producen son co m p leta m en te históricos y a v e c e s muy reveladores. El
d e sa n o llo de las in stitu ciones cien tíficas, los valores, los m étod os y ias
c o n c e p c io n e s del m undo resulta se r un valioso tem a para la in vestiga­
ción histórica. Pero la ex p erien cia su giere q ue de ninguna manera está
tan relacionado con el estudio del desarrollo científico com o su s jíarti-
darios lo suponen de ordinario. La relación entre el a m biente m eta-
científico, por una parte, y el desarrollo de teorías y exp erim en tos
científicos determ inados, por otra, h a resultado ser indirecta, oscura y
ca u sa n te de controversias.
Para en ten d er esa relación, la tradición q ue h ace de la cien cia uria
sola no p u e d e , en principio, aportar nada, p u e s im pide por presuposi­
ción el a c c e s o a los f e n ó m e n o s de,los cu a le s d eb e d ep en d e r el desarro­
llo de e sta com prensión. Los com e tid o s so c ia le s y filosóficos que
fomentaron eí desarrollo d e un cam p o determ inado en un periodo en
particular a v e c e s lo obstaculizaron en otro periodo; si se esp e cific a el
lapso en estudio, en to n c e s la s con d icio n e s q ue fom entaron el avance
de una cien cia a m en ud o p arecen h aber sido hostiles para otras,^ En
esta s circun stan cias, los historiadores que d ese a n iluminar el desarro­
llo científico real tienen q ue d e ten er se en un difícil terreno interm edio

^ Sobre este punto, adem ás del material indicado antes, véase Kuhn, “ Scientific
Growth: Reflections on Ben-David’s ‘Scientific Roie’ ” , Minerva, 10 (1972): 166-178.
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 59

entre las d o s o p cio n es .tradicionales. Esto e s , no p u ed en suponer q ue la


ciencia se a una sola, p u e s claram en te no lo es. Pero tam poco p ueden
dar por se n ta d a s las su bd ivisiones de la materia de estudio co m p ren ­
didas en los textos de cien cia con tem po rá neo s y en la organización de
losí.depart am en tos de las universidades de la actualidad.
L o s libros de texto y la organización institucional son ín d ice s útiles
de las division es naturales q ue el historiador d eb e buscar, pero d eben
ser los corresp o n d ien tes al periodo que estudia. A un ados a otros
m ateriales, aquellos p u e d e n proporcionar al m en os una lista prelim i­
nar d é l o s diversos ca m p o s de la práctica cien tífica en una ép oca dada.
Pero la obtención de tal lista no e s otra c o sa que el co m ienzo d e la tarea
del historiador, p u e s tam bién n ece sita sa b er algo a cerca de las rela­
ciones entre la s áreas de actividad a las que nombra, preguntándose,
digam os, por el grado d e interacción ex isten te entre ellas y la facilidad
con que sus p rofesio n a les podían pasar de una a otra. Las in v estig a ­
cio nes de e s ta su erte p u e d e n ir suministrando po co a poco un esq u em a
de la com pleja estructura de la em p re sa cien tífica en una época
seleccio n a d a , y tal e sq u em a e s in dispensab le para ex a m in a r lo s c o m ­
plejos e fe cto s de los factores m etacientíficos, se a n so c ia le s o in te le c­
tuales, sobre el desarrollo de las cien cia s. Pero no basta con un solo
mapa estructural. En la m edida en que los e fe cto s por estudiar varían
de un ca m p o a otro, el historiador que pretende en ten derlos deb e
explorar tam bién, por lo m en o s, partes represen tativas de las activi­
d a d es téc n ic a s, a v e c e s recón ditas, dentro del cam p o o ca m p o s que ha
elegido explorar. Tanto en la historia com o en la psicología de la
c ien cia , e s ex trem a d a m en te corta la lista de asuntos que p ueden
estu diarse p ro v ec h o sa m e n te sin atender al con ten ido de las cien cia s
p ertin en tes.
La investigación histórica de e s ta naturaleza apenas se ha iniciado.
Estoy co n v en cid o de lo p rovechoso que será continuarla; y tal co n v ic­
ción p roviene no de ios trabajos n uevo s, m íos o de otros, sino de
intentos repetidos que co m o profesor he realizado para sintetizar los
productos, ap aren tem en te in com patib les, de las dos tradiciones in­
co m u n ica d a s q ue acabo de describir.^ In evitab lem en te, todos los re-
® Estos problemas de síntesis se remontan a los inicios de mi carrera, época en la <¡ue
tuvieron dos formas cfiie, en un principio, parecieron completam ente distintas. La
primera, bosquejada en la nota 2. fue la manera de correlacionar intereses relativos al
dominio de lo socioeconómico con las relaciones acerca del desarrollo de las ideas
científicas. La segunda, esclarecida gracias a la aparición de la admirable obra de
Herbert Butterfield, Origins of Mo(krn Science (Londres, 1949), se refirió al papel de!
método experimental en ia Revolución científica del siglo XV II. Los primeros cuatro
60 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

sultados de esa sín tesis son provisionales, parciales, ch ocan regular­


m ente co n ios lím ites d e la e s c u e la esta b le c id a y a m enudo los rebasan.
Sin em bargo, ia p resen tación esq u em á tica de un conjunto de eso s
resultados p u e d e servir tanto para ilustrar lo que p ien so cuando hablo
de las divisiones naturales y ca m b ia n tes entre las c ien cia s com o para
indicar las g an ancias que p u e d e n o b ten erse c o n c e d ié n d o le s m ás a ten ­
ción. Una c o n s e c u e n c ia de una versión m ás desarrollada de la posición
que exam inaré m ás ad elan te podría con sistir en una reform ulación
fundam ental de un d eb a te ya viejo a cerca de los orígen es de la cien cia
m oderna. Otra c o n se c u e n c ia sería la del aislam iento de una novedad
importante q ue, durante el siglo xix .ayudó a p rod ucirla disciplina que
hoy llam am os física m oderna.

L as CIENCIAS físic a s c l á sic a s

Introduciré mi lem a principal con una p r e ^ n t a . Entre el gran número


de m aterias que abarcan ahora las c ien cia s físic a s, ¿ cu áles fueron ya
en la antigüedad fo co s de actividad continua d e parte de esp ecia lista s?
La lista es muy corta. La astronomía es su co m p o n e n te m ás antiguo y
m ás desarrollado; durante la ép oca helem'stica, cuando la in vestiga­
ción en e s e cam po avanzó hasta alcanzar un nivel sin p rec ed en tes, se
le unió otro par, la óp tica geom étrica y la estática, incluida ia hidrostá-
tica. E sta s tres m aterias — la astronomía, la está tica y la óp tica — son
tan sólo partes de la cien cia física, que, durante la antigüedad, convir­
tió los objetos de inv estig a ción en tradiciones caracterizadas por vo ca ­
bularios y técn ica s in a c c e sib le s al lego y tam bién por conjuntos de
literatura dirigida e x c lu siv a m en te a los profesionales. Incluso hoy en
día. De los cuerpos flotantes, de A rq u ím ed es, y el/l/Anag«to de T olom eo,
ú n ica m en te p ueden ser leídos por q u ie n e s p o s e e n cierta experiencia
capítulos del libro de Butterfield explicaban plausiblemente las principales transforma­
ciones conceptuales de la ciencia moderna en sus comienzos, como "producidas, en
primera instancia, no por observaciones ni pruebas nuevas, sino por transposiciones
que fueron introduciéndose en ias mentes de los propios científicos, . . [porque eüos] se
pusieron otra clase de gorra de pen sar" (p. 1). En los dos capítulos siguientes, “ El
método experimental en el siglo xvii” y "B acony D escartes” , las explicaciones eran más
tradicionales. Aunque parecía venir muy al caso del desarrollo científico, los capítulos
que trataban estos dos últimos temas contenían muy poco material que fuese aplicado en
otras partes dei libro. Más tarde reconocí que una dé la s razones de que esto hubiese sido
así consistió en que Butterfield intentó —especialmente en su capítulo "L a aplazada
revolución científica en la tjuímica” — asimilar las transformaciones ocurridas en la
ciencia del siglo xvin al mismo modelo — no observaciones nuevas sino una nueva
■■gorra de p e n sa r"— que tanto éxito había tenido al ser aplicado al siglo X\ ít.
EL DESARROLLO DE LA FlSICA 61

técnica- Otros a su ntos que, co m o el calor y la electricidad, fueron los


últimos en in coiporarse a las c ien cia s físic a s, p erm an ecieron durante
toda la antigüedad com o sim p le s c la ses in te re sa n te s de fe n ó m e n o s,
temas.dignos de ser m en cio n a d os u objetos de e s p e cu la ció n y debate
filosóficos. (En particular, los e fe cto s eléctr ic o s quedaron d isp erso s
entre varias de e s a s c la se s.) La restricción a iniciados no garantiza, por
s u p u e s t o , el avan ce cien tífico, pero los tres ca m p o s m en cio n a d o s sí
progresaron de m anera que exigieron co n o cim ien to s e s o té ric o s y téc­
nicas in d isp e n sa b le s para delimitarlos. Si, a d em á s, la acum ulación de
solu ciones co n cr eta s y en apariencia perm an en tes e s una m edida del
progreso cien tífico, esto s ca m p o s son las únicas partes de lo q u e serían
las c ien cia s físic a s en las cu a le s se hicieron progresos in du da b les
durante la antigüedad.
Sin em bargo, en esa ép o ca , no se practicaron ex c lu siv a m en te esa s
disciplinas sino ín tim a m en te aso cia d a s con otras d os, las m atem áticas
y la a r m o n í a , q u e en la actualidad no se con sid eran ya parte de la
física. D e e s e par, las m atem áticas eran aún m ás antiguas y estaban
más desarrolladas q ue la astronomía. D om inadas por la geom etría
d esd e el siglo v a . c ., las m a tem á tica s fueron con ce p tu a d a s com o la
ciencia d e las ca n tid a d es física s reales, en particular las esp a c ia le s, y
fue m ucho lo que hicieron por determinar el carácter de las otras
cuatro arracim adas en torno de aquéllas. La astronomía y la armonía
trataron de p o sic io n e s y proporciones, re sp ectiva m en te, y por ello
fueron literalm en te m atem áticas. La estática y la óp tica geom étrica
extrajeron co n ce p to s, diagram as y vocabulario técn ico de la geom etría

En Lin principio, Henry Gueriac me suscitó ia necesidad de incluir la teoría de la


música en el conjunto de las ciencias clásicas, Y el hecho de <^ue hubiese yo omitido,
desde el principio, un campo antes, no considerado como ciencia indica !o fácil que es
hacer a un lado la fuerza de un precepto metodológico enunciado desde mis primeras
páginas. La armonía no era entonces, sin embargo, el campo al que ahora podríamos
llamarle teoría de la música. En lagar de ello, era una ciencia matemática que atribuía
proporciones num éricas a los numerosos intervalos de las diversas escalas o modos
griegos. Como había siete de éstos, cada uno existente en tres géneros y quince tonos o
claves, la disciplina e ra compleja, y la especificación de algunos intervalos requería
números de cuatro y cinco cifras. Su relación con la práctica musical fue cuando mucho
indirecta, y sigue siendo oscura. Históricamente, la armonía data del siglo v a.c., y
hacia la época de Platón y Aristóreles ya estaba muy desarrollada. Euclides está entre
las num erosas figuras que escribieron tratados acerca de eHa; gran parte de su obra fue
sustituida por la de Tolomeo, fenómeno familiar también en otros campos. Por estos
comentarios descriptivos, y también por los de la nota 8, le estoy muy agradecido a Noel
Swerdlow y sus esclarecedoras conversaciones. Antes de ellas, no habría sido capaz de
seguir el consejo de Gueriac.
62 ESTUDIOS HISTOEIOGRÁFICOS

y compartieron con ésta su estructura lógico d eductiva, tanto en la


exp osición com o en la investigación . N o e s de sorprenderse que, en
esta s circu n sta n cias, hom bres com o E u clid es, A rq uím edes y Tolo-
m eo, q u ie n e s hicieron aportaciones a e s a s d isciplinas, hayan contri­
buido sign ificativam en te tam bién a las otras. Las cin co disciplinas
constituyeron, p u e s, un conglom erado natural, sepa rá nd o se de otras
esp e cia lid a d es antiguas y m uy evo lucio n a da s com o la anatomía y la
fisiología. P ra ctica d a s por un solo grupo y com partiendo una m ism a
tradición m atem ática, la astronomía, la armonía, las m atem áticas, la
óptica y la estática fueron agrupadas aquí com o las c ien cia s física s
c lásica s o, se n cilla m en te, com o las c ie n c ia s clásicas.® En realidad,
incluso e l h ech o de enum erarlas com o disciplinas distintas e s h asta
cierto punto anacrónico. Los datos que se expondrán m ás adelante
sugieren que, con form c a cierto s puntos de vista significativos, todas
ellas podrían englobarse en un solo ca m p o , el de las m atem áticas.
P ara la unidad de las c ie n c ia s c lá sic a s fue in d isp en sa b le otra carac­
terística com partida, la cual tendrá un papel im portante al llegar ai
balance final de este artículo. A un qu e los cin co ca m p o s m en cion ados,
incluido el de las m a tem á tica s antiguas, fueron em p íricos en lugar
de a priori, el con sid erable desarrollo q ue ya tenían exigió q ue se reali­
zaran p o ca s o b ser v a cio n es c u id a d o sa s y aun m en o s exp erim en tos. A
la persona formada para encontrar a la geom etría en la naturaleza, le
bastaba con unas cu an tas o b serv a cio n es, relativam ente fáciles y de
carácter cuaHtativo, de som bras, esp ejo s, palancas, así com o el m o­
vim iento de los astros, para sentar la b a se em pírica suficiente para la
elaboración de teorías a m enudo m uy logradas. L as ob vias e x c e p c io ­
n es a esta generalización — la o b servación astronómica sistem ática
realizada en la antigüedad así com o los ex p erim en to s y o b serv a cio n es
sobre refracción y dispersión del color m ediante prism as llevados a
cabo en to n c e s y en la Edad M edia— ú n ica m en te reforzarán su asp ecto
central cuando se le ex a m in e en la se c c ió n sigu iente. A un qu e las

^ La abreviatiira "ciencias clásicas” es una posible fuente de confusión, pues la


anatomía y la fisiología fueron ciencias que alcanzaron también un alto grado de
desarrollo d urante la antigüedad clásica, y sólo com parten unas cuantas de las caracte­
rísticas de desanollo que se les atribuyen aquí a las ciencias naturales clásicas. Estas
ciencias biomédicas formaron parte de otro conjunto clásico, ejercido por un distinto
grupo de personas, en su mayur parte relacionadas estrecham ente con la medicina y con
las instituciones médicas. Por estas y otras diferencias, no es posible manejar conjun­
tamente ambos grupos, >; me Umito aquí a las ciencias naturales, en parte por razones de
competencia y en parte para evitar la excesiva complejidad. Sin embargo, véanse las
notas 6 y 9, más adelante.

L.
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 63

cien cia s c lá sic a s — in cluid a s, en r e sp ec to s im portantes, las m a te m á ­


ticas— fueron em p íricas, lo s datos que exigía su desarrollo fueron de
tal naturaleza que los podía proporcionar la ob servación cotidiana, a
v e c es p erfeccio n a d a y sistem atizada m odestam ente.® S e cu en ta ésta
entre las razones de que tal conglom erado de disciplinas avanzara tan
rápícíamente en circu n sta n cia s que no fom entaban en alto grado la
evolución de otro grupo natural, aquél al q ue se refiere el título de mi
artículo com o producto de una tradición experim ental.
A n tes de exam in ar la se g u n d a agrupación, c o n sid er em o s breve­
m ente la form a en q ue la primera se desarrolló d e s p u é s de su origen en
la antigLÍedad. A partir dei siglo ix, en el Islam , se practicaron activa­
m ente las cin co c ie n c ia s c lá sic a s y, a m enudo, fueron llevad as hasta
un nivel de efic ie n c ia técn ica com parable al de la antigiiedad. La
óptica avanzó n o ta b lem en te, y en algunos lugares varió el en foqu e de
las m atem áticas por la intrusión de técnicas y m aterias algebraicas, no
valoradas ordinariam ente dentro de la tradición h elen ística , predom i­
nantem ente geom étrica. En el O ccid en te latino, d esd e el siglo xni, el
desarrollo técnico de e s to s ca m p o s, m atem áticos en general, estuvo
subordinado a una tradición pred o m ina n tem en te filosófica-teológica,
novedad im portante que había estado restringida an tes a la óptica y a
la estática. S e conservaron, sin em bargo, porciones significativas del
cuerijo de ias m a tem á tica s y la astronomía de la antigüedad y del
Islam, y o ca sio n a lm en te se estudiaron por su propio mérito h asta que,
durante el R en a cim ien to, volvieron a ser objeto de la investigación
europea, que continuaba siendo erudita,^ La agrupación de las cien-

® Comienzan a exisíistir datos depurados sólo cuando recogerlos es oumpUrcon una


función social definida. Que la anatomía y la fisiología, de las cuales hacen falta taies
datos, se hayan desarrollado mucho en !a antigüedad debe de ser consecuencia de su
evidente importancia para la medicina. Y que incluso esa importancia se haya discutido
a menudo acaloradamente —¡por los empíristas!— debe servir para explicar ia caren­
cia relativa, salvo en Aristóteles y Teofrasto, de datos antiguos, aplicables a los intereses
más generales y relativos al desarrollo, taxonómicos y comparativos, que son básicos
para las ciencias biológicas del siglo XV i, De las ciencias físicas clásicas, sólo la
asíronomía necesitaba datos de uso social evidente —para elaborar calendarios y,
desde el siglo íl a. C., para hacer horóscopos— . Si las otras ciencias hubiesen estado
atenidas a la existencia de datos elaborados, entonces muy probablemente no hubieran
ido más allá del estudio de campos como el calor.
' Para la redacción de este párrafo, fueron muy útiles mis discusiones con John
Murdoch, cjuien subraya los problemas histtniográficos que se encuentran cuando las
ciencias clásicas se conciben como tradiciones de investigación continuadas desde la
Edad Media latina. Sobre este asunto, véase su "Philosophy and the Enterprise of
64 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

cia s m atem áticas, reconstituida en to n c e s, se asem ejó es tr ech a m en te


a su progenitora h elen ística . A m edida que, durante el siglo xvi, se
fueron desarrollando esto s ca m p o s co m e n z ó a a sociarse a ellos la
investigación sobre un ca m p o m ás. En parte com o resultado del análi­
sis esco lá stico dei siglo xiv, el tem a del m ovim iento local se separó del
problem a filosófico tradicional, relativo al cam bio cualitativo, para
convertirse en una m ateria de estudio de carácter au tónomo. Ya muy
desarrollado dentro de las tradiciones filosóficas de la antigüedad y de
la Edad M edia, el p roblem a del m ovim iento resultó de la observación
cotidiana, y se formuló en términos m a tem á tico s gen erales. Por ello
fue que encajó p erfe cta m e n te dentro de la agrupación de las c ien cia s
m atem áticas con las cu a le s, d e ahí en ad elan te, sedesarroU ó en ín tim a
asociación.
A u m en ta d a s así, las c ien cia s c lá sic a s continuaron d esd e el R en a ­
cim ien to en adelante h asta constituir un conjunto fu ertem en te unido.
Copérnico definió el público c o m p eten te para juzgar su obra clá sica
sobre astronomía con las sig u ien tes palabras: “ L as m atem áticas se
escriben para m a te m á tic o s.” Galileo, K epler, D esc a rtes y N ew to n son
tan sólo unos cu an tos de los m u c h o s personajes d el siglo xvn que
pasaron fácil y a m enudo c o n s e c u e n te m e n t e de ias m atem áticas a la
astronomía, a la armonía, a la estática, a la óptica y al estudio del
m ovim iento. Con la e x c ep ció n parcial de la armonía, ad em ás, los
fuertes vínculos e x iste n te s entre esto s ca m p o s relativam ente m a te m á ­
ticos perduraron con p o c o s cam b ios h a sta principios del siglo xix,
m ucho d esp u é s de q ue las c ie n c ia s c lá sic a s habían dejado de ser las
ú nicas partes de la física so m etid a s a un continuado e intenso escruti­
nio. Los tem as cien tífico s a los cu a le s Euler, L ap íace y G auss hicieroii
sus p rincipales aportaciones son casi id én tico s a los explorados ante­
riorm ente por N ew to n y Keplgr. Dentro de la m ism a lista podrían
incluirse las obras de E u clid e s, A rq uím edes y T olom eo. C om o su s
a n te ce so re s de la antigüedad, a d em á s, los hom bres q ue practicaron
esta s cien cia s c lá s ic a s en los siglos xvii y xviií realizaron, con a l o n a s
y notables e x c e p c io n e s , p o co s ex p erim en to s y ob serv a cio n es m inucio­
sa s, aunque, d esp u é s de 1650, ta les m éto d o s se com enzaron a em p lear
d e m anera intensiva para estudiar otro conjunto de m aterias que más
tarde llegaron a vin cu larse firm em ente co n partes de la agrupación
clásica.

Science in the Later Middle Ages” , en Y. Elkana, compilador, Tk(í Interaction between
Science and Philosophy (Nueva York, 1974), pp. 51-74.
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 65

Un último com entario a ce rc a de las c ien cia s clá sica s preparará el


camino para con sid erar ei m ovimiento q ue fom entó los nuevos m éto ­
dos exp erim en tales. T o d a s es ta s cien cia s, m en o s la armonía,® fueron
reconstruidas d esd e su s cim ien tos durante los siglos xvi y xvn, pero en
la física no ocurrió ninguna de esta s transformaciones.® Las m atem áti­
cas pasaron de la geom etria y de la “ regla c ó s ic a ” al álgebra, a la
geom etría analítica y al cálculo; en la astronomía s e introdujeron las
órbitas no circulares b a sa d a s en un sol que ahora ocu p ó una p osición
central; el estudio del m ovim iento fue transformado por le y e s n uevas,
^por co m p leto cuantitativas; en la óptica se tuvo una nueva teoría de la
visión, la prim era solución acepta b le al problem a clásico de la refrac­
ción y una teoria d el color, m odificada radicalm ente. La estática,
co n ceb id a com o ia teoría de las m áquinas, e s una e x c ep ció n ev idente.
P ero, com o ia hidrostática, la teoría de los fluidos, se extendió durante
ei siglo XVII a ia n eu m ática, ei “ mar de aire” , y p u e d e incluirse

® Aunqa« la armonía no se transformo, su posición declinó mucho de fines del siglo


XV a principios del siglo xvm. Fue siendo relegada cada vez más a la primera sección de
tratados dirigidos principalmente a asuntos prácticos: composición, temperamento y
construcción de instrumentos. Todos estos temas fueron adquiriendo predorninio a ú nen
ios tratados completam ente teóricos, y de la misma manera la música se fue apartando
de las ciencias clásicas. Pero tai separación Llegó tarde y nunca fue completa. Kepler,
Mersenne y Descartes, todos ellos escribieron sobre armonía; Galileo, Huyghens y
Newton se mostraron interesados en ella; la Tentamen novae theoriae musicae de Euler está
dentro de la gran tradición. Después de su publicación, en 1739, la armonía dejó de
figurar como tema autónomo en las investigaciones de ios científicos más connotados,
pero ya había ocupado su lugar un campo relacionado: el estudio, tanto teórico como
experimental, de las cuerdas que vibran, las columnas de aire oscilantes y la acústica en
general. La carrera de Josep Sauveur (1653-1716) ilustra claramente la transición de la
armonía como música a la armonía como acústica.
® Ocurrieron, desde luego, en las ciencias biológicas clásicas: la anatomía y la
fisiolo^a. Éstas fueron también las únicas partes de las ciencias biomédicas transfor­
madas durante la Revolución científica. Pero las ciencias biológicas han dependido
siempre de la observación refinada y también, ocasionalmente, del experimento; su
validez ia extrajeron de fuentes antiguas (p.e.. Galeno), aveces distintas de las pertinen­
tes para las ciencias físicas; y su desarrollo estuvo ligado íntimamente al de la profesión
médica y las instituciones correspondientes. De ahí que los factores que deben anali­
zarse para explicar la transformación conceptual o la expansión del campo de las
ciencias biológicas en los siglos Xv¡ y xvil no son, de ningún modo, los mismos ni los que
más vienen al caso de los cambios correspondientes ocurridos en ias ciencias físicas. Sin
embargo, gracias a repetidas conversaciones con mi colega Gerald Geison, se refuerza
mi impresión, que tengo desde hace tiempo, de que pueden examinarse fructíferamente
desde un punto de vista como ei esbozado aquí. Por eso sería de poco valor la distinción
entre tradiciones experimental y matemática, pero podría ser decisiva una división entre
ciencias m édicas y no médicas.
66 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

c o n sig u ie n tem en te en la lista de los ca m p o s r e c o n stm id o s. Estas


transform aciones co n c e p tu a le s de ias c ien cia s c lá sic a s son los aco n te­
c im ien to s a través de los cu a le s las c ie n c ia s físicas participaron en una
revolución generalizada d el p en sa m ien to occid en tal. Si, por tanto, se
co n c ib e la R evolu ción cien tífica com o una revolución de ideas, lo que
deb e in vestigarse para com prenderla son ios ca m b io s ocurridos en
esto s ca m p o s trad icionales y c u a sim a te m á tic o s. A u n q u e durante
los siglos XVI y x v i i le s ocurrieron a las c ie n c ia s otras c o s a s de
vital importancia {la R evolu ción científica no fue tan sólo una revolu­
ción del p en sam ien to), ésta s son de otra índole y hasta cierto punto
in d e p e n d ie n tes.

E l SURGIMIENTO DE LAS CIENCIAS BACONIANAS

P a sa n d o ahora al surgim iento de otro grupo de ca m p o s de in vestiga­


ción, com enzaré de nuevo con una p r e ^ n t a , co n resp ec to a la cual
abunda la confusión y el d esa cu erd o en la literatura histórica com ún y
corriente. En ca so de que lo haya habido, ¿qué fue lo nuevo acerca del
m ovim iento experim entalista del siglo xvn? A lgunos historiadores s o s ­
tienen que la propia idea de basar la c ie n c ia en información adquirida a
través de los sen tid o s fue n ov ed o sa . De acuerdo con e s te punto de
vista, A ristóteles creyó que las co n c lu sio n e s cien tíficas podrían ded u ­
cirse de axiomas; y ap en a s a finales d el R en acim iento los in vestig a d o­
res hicieron a un lado la autoridad aristotélica en grado su ficien te
com o para estudiar la naturaleza en lugar de los libros. P ero e sto s
r e sid u o s de la retórica del siglo xvii son en realidad absurdos. En lo s
escritos m etodológicos de A ristóteles se encuentran m uchos p a sa jes
en donde se in siste sobre la n e c e sid a d de observar m in u cio sa m en te, lo
m ism o que en los escr ito s de F ran cis Bacon. Randall y C rom bie
aislaron y estudiaron una im portante tradición m etodológica m ed ieval
que, d esd e el siglo xiii h a sta principios d el xvn, esta b lec ió reglas para
extraer co n c lu sio n e s sólidas a partir de ob serv a cio n es y exp erim en ­
tos. Las Regulae de D e sc a r te s y el Novum organum de B a co n d eb en
m ucho a tal tradición. E n la ép oca de la R evolu ción cien tífica una
filosofía em pírica de la c ie n c ia no fue ninguna novedad.

A. C. Ci'oinbie, Robert Grosseteste and the Oiigiris of Experimerital Science, 1100-1700


(Oxford, 1953); J. H, Randall, J r . , The School of Padua and the Erttergetice o f Moderri Science
(Padufi. 1961).
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 67

Otros historiadores señalan que, in d e p e n d ie n tem en te d e lo q ue la


gente haya creído a ce rc a de la n ecesid a d de o b serv a cio n es y experi­
m entos, durante el siglo xvii é s to s fueron realizados co n m u ch a m ás
fre cu en cia q ue an teriorm ente. E sta generalización e s , sin duda,
correcta, pero p a sa por alto las diferencias cualitativas e s e n c ia le s
entre las a n t i p a s y las n u e v a s form as de exp erim en tación . L o s prota­
gonistas del nuevo m ovim ien to experim entalista, a m enudo llam ados
baconianos por e l principal promotor de e s te m ovim iento, no ú n ic a ­
m ente expandieron y elaboraron los ele m e n to s em píricos q ue ya e s ta ­
ban p r e s e n te s en la tradición de la física clá sica . En lugar de ello,
crearon una muy diferente cla se de cien cia em pírica, que por aquella
época, e n v ez de suplantarla, co existía con su p red eceso ra . C aracteri­
zando b rev e m en te el p a p el oca sio na l d ese m p eñ a d o en las cien cia s
clá sica s por la ob serv a ció n sistem á tica y el exp erim en to, podrem os
a isla rla s diferencias cualitativas que d istinguen a la forma a n t i ^ a de
práctica em pírica de su rival del siglo xvii.
Dentro de las tradiciones de la antigüedad y la Edad M edia, m uchos
exp erim en tos, al ser exam in ados, han resultado ser “ ex p erim en tos
p e n sa d o s” , la co n stru cció n m ental de situ acion es exp erim en ta les p o­
sibles cu y o s resu ltad os pudieran preverse con seguridad a partir de la
exp eriencia cotidiana. Otros ex p erim en tos sí fueron realizados, e s p e ­
cialm en te en óp tica, pero con frecu en cia e s en extrem o difícil para el
historiador d ecidir si un determ inado exp erim en to descrito en la litera­
tura fue m en tal o real. A v e c e s , los resultados co m u n ic a d o s no son los
que serían ahora; en otras o ca sio n e s, los aparatos n ece sa r io s no se
podían producir todavía con los m ateriales y las téc n ic a s ex iste n te s.
Surgen d e aquí prob lem as reales de d ecisión histórica q u e p ersiguen
también a los estu d ia n tes de Galileo. E s seguro q ue él hizo ex p erim en ­
tos, pero se d esta ca m ás todavía com o el hombre q ue llevó la tradición
del exp erim en to p en sa d o a su forma m ás com p leta. Por d esgracia, no
siem pre e s p osible distinguir cu á n do h a c e una c o s a y cuándo la otra.
P or últim o, lo s ex p er im en to s de los cu a le s e sta m o s seguros q ue sí
fueron realizados p arecen p e r s e ^ i r in variablem ente uno de dos obje­
tivos. A lgunos se hicieron para dem ostrar una co n clu sión sacada de
antemano por otros m edios. Roger B a c o n escrib e q ue, aunque en

" Para un ejemplo útil y accesible, véase Canto 11 del Paraíso de Dante. Los pasajes
localizados en índice analítico como “ Experimentos, papel de los, en el trabajo de
Galileo” , en Ernán McMullin, compilador, Galileo, Man of Science (Nueva York, 1965),
indicarán lo compleja y controvertida que sigue siendo la relación de Galileo con la
tradición medieval.
68 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

principio p u e d e d ed ucirse la ca p acidad de la fiam a para quem ar la


carne, e s m ás co n clu y en te, por la propensión h u m a n a al error, poner
la m ano en el fuego. Otros ex p er im en to s rea les, a l a n o s de ellos
c o n s e c u e n te s , tuvieron la finalidad de dar re sp u e sta s con creta s a
interrogantes p la n tea d a s por la teoría p rev a lecien te. Ejem plo de esto
es el experim ento de Tolom eo sobre la refracción de la luz en el límite
entre el aire y el agua. Otros ejem p los son los ex p erim en to s ópticos
m ed iev a les, en lo s cu a le s se producían colores haciendo pasar luz
solar a través de es fe ra s llenas de agua. C uando D esc a rtes y N ew to n
investigaron los colores p roducidos a través de prism as, estab an ex ­
ten diend o esta tradición de la antigüedad y esp e c ia lm e n te de la Edad
Media. La ob servación astronóm ica m uestra una característica m ás,
ín tim am en te relacionada co n ia anterior. A n te s de T ycho Brahe, los
astrónom os no escudriñaron sis te m á tic a m e n te los cielo s ni siguieron a
los p lanetas en su s m ovim ientos. En lugar de ello, registraron ia salida,
las o p o sicio n es y otros ele m e n to s planetarios c o m u n e s, en relación
con los cu a les h acían falta las horas y las p o sicio n e s para elaborar
e fe m é rid es y calcular p arám etros q ue exigían las teorías ex iste n te s.
C om p árese esta m odalidad em pírica co n la q ue v eh e m e n te m e n te
proponía B acon. C uando sus seg u id o res, h o m b res co m o Boyle, Gilbert
y Hooke, realizaron experim entos, rara vez lo hicieron para demostrar lo
que ya se sabía o para determinar un detalle exigido para extender la
teoría existente. En lugar de eso, deseaban observar la forma en que la
naturaleza se comportaría en co n d icio n e s no ob servadas ni e x iste n te s
con anterioridad. S u s productos típicos fueron las vastas historias
naturales o ex p erim en ta les en las c u a le s incorporaron los datos m is c e ­
lán eos que m u ch o s de ellos con sid era b a n com o in d isp en sa b les para la
co n clusión de la teoría cien tífica. E xam in adas a ten ta m en te , esta s
historias a m en ud o resultan ser m en o s al azar en cuanto a e le c c ió n y
arreglo de los ex p erim en to s, de lo que su s autores supusieron. C uando
a m ás tardar en 1650, los h om b re s ^ e produjeron e s a s historias
estab an guiados c o m ú n m en te por una u otra form a de las filosofías
atóm ica o corpuscular. P or ello prefirieron ex p erim en tos que tuvieran
la probabilidad de regular la forma, la d isp o sició n y e l m ovim iento
corpuscular; las analogías q ue fu n dam en tan su yuxtaposición de co ­
m unicados de in v estig a c io n es revelan fre c u e n te m e n te el m ism o c o n ­
junto de com p ro m iso s metafísicos.^^ P ero e l h u e co e x iste n te entre la
teoría m etafísica, por una parte, y los ex p erim en tos, por la otra, fue
Un ejemplo amplio aparece en Kuhn, “ Robert Boyle and Structura! Chemísíry in
the Seventeenth C entury", h is, 43 (1952); 12-36.
El, DESARROLLO DE LA FÍSICA 69

muy profundo al principio. El corpuscularism o que está im plícito en


gran parte de ia exp erim en ta ció n realizada en el siglo xvii rara vez
exigió la ejecu ció n ni sugirió el resultado detallado de ningún e x p e ­
rimento aislado. En esta s circu n sta n cia s, tenía m ás valor el experi-
melito q ue la tecría. La interacción que debe haber ocurrido entre
ambos fue por lo com ú n in co n scien te .
Esa actitud hacia la función y la posición del experim ento e s tan sólo
la prim era de las n o v ed a d e s que distinguen al antiguo d el nuevo
m ovimiento experim entalista. Otra c o n sis te en la mayor im portancia
que se le c o n c e d e a ios ex p erim en tos y qu^· el propio B acon describió
como “ retorcerle la cola al le ó n ” . É stos fueron los exp erim en tos que
obligaron a la naturaleza a exhibirse en co n d icio n e s en las que nunca
se habría encontrado sin haber m ediado la intervención d ei hombre.
Los ho m b res q ue colocaron granos, p e c e s , ratones y su sta n cia s q uí­
m icas, co n se c u tiv a m e n te , en el vacío artificial de un barómetro o en la
cam pana d e la c u a l s e había extraído el aire m ediante una bomba,
m anifiestan p r e c isa m en te e s te a sp ecto de la nueva tradición.
La referen cia al barómetro y a la bom ba de vacío aclara una tercera
novedad del m ovim iento baconiano, quizá la m ás asom brosa de todas.
A ntes de 1590, el instru m ental de las c ien cia s físic a s co n sta b a ú n ica ­
m ente de los aparatos para o b serv a cio n es astronóm icas. L os siguien­
tes cien años p resen ciaron la rápida introducción y utilización de
telesco p io s, m icro sco p io s, term óm etros, baróm etros, bom bas de aire,
d etectores de carga eléctrica y m u ch o s otros m ec a n ism o s ex p erim en ­
tales com pletam ente nuevos. E ste mismo periodo se caracterizó por la
rápida adopción q ue h icieron los estu d io so s de la naturaleza de un
a rs e n a l de a p a r a to s d e q u ím ic a q u e a n te s ú n ic a m e n t e se h a ­
llaban en los talleres de los artesanos y en los refugios de los alqui­
m ista s. En m e n o s de un siglo, la física se había vuelto instru-
m entalista.
E sto s m arcados cam b ios fueron acom p añad os de varios otros, uno
de los cu a le s am erita m en ción esp e cia l. Los experim entalistas baco-
m anos d esd eñ aron los ex p erim en to s p en sa d o s e insistieron en las
co m u n ic a cio n e s ex a cta s y porm enorizadas. Entre los resultados de
esta in sisten cia figuran a v e c e s sorpren dentes con fron taciones con la
tradición exp erim en tal antigua. Robert Boyle, por ejem plo, ridiculizó
a P a sca l por un libro sobre hidrostática en el cual, aunque los princi­
pios eran irreprochables, observó que las ab un dan tes ilustraciones
ex p erim en ta les eran e x c lu siv a m en te “ m en ta le s” . P a s c a l no nos dice,
se quejaba Boyle, de qué m anera un hom bre se sienta en el fondo de un
70 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

barril d e se is m etros d e profundidad lleno de agua, con un vaso a


m anera dé v en tosa pegad o a una pierna. T am p oco informa en dónde
encontrar al sobrehum ano artesano capaz d e construir los p erfeccio ­
nados instrum entos de los c u a le s d ep en dían su s otros instrumentos.^^
L eyen do la literatura de la tradición a la cu al p erte n e ce Boyle, el
historiador no halla dificultad para informar qué ex p erim en tos fueron
realizados. Eí propio Boyle nombra testigos, agregando a v e c e s sus
títulos de nobleza.
C o nced ien d o la n ovedad cualitativa d el m ovim iento baconiano,
¿cóm o influyó su ex iste n c ia en el desarrollo de la cien cia? Para las
transform aciones c o n ce p tu a les de las c ien cia s clá sic a s, las contribu­
cio n es de los bacon ianos fueron muy p eq u e ñ a s. A lgu nos exp erim en tos
d esem p eñ aron un p apel eficaz, pero todos ellos arraigaban en la
tradición antigua. El prism a de New^ton em p lead o para exam inar “ los
celebrados fen ó m e n o s de los co lo re s” p roviene de ex p erim en tos m e­
dievales con es fera s llen as de agua. E l plano inclinado e s un p réstam o
tomado del estudio clásico de las m áquinas sim p les. El péndulo,
aunque literalm ente una n oved ad, e s ante todo una nueva represen ta­
ción física de un problem a que en la Edad M edia lo s estu d io sos del
im pulso habían con sid erado en relación con el m ovim iento oscilatorio
de una cu erda q ue vibra o de un cu erpo q ue c a e pasando por el centro
de la tierra y lu ego volviendo a la superficie de la m ism a. El barómetro
se consideró y analizó en un principio com o un m eca n ism o hidrostá-
tico, diseñado para realizar el experim ento p en sa d o con el cual Galileo
“ d em o stró ” los Hmites de la aversión de la naturaleza al v a c í o . S ó l o
d esp u é s de q ue se produjo un vacío m ás in ten so y se dem ostró la
variación del p e s o de la colum na con el tiem po y la altitud, tanto el
barómetro com o su d e sc e n d ie n te directo, la bomba de aire, ingresaron
al gab inete de los in stru m entos baconianos.
A u n q u e los ex p erim en to s q ue se acaban de m encionar tuvieron
ciertas c o n s e c u e n c ia s , u n o s y otras fueron p o c o s, y todos e llo s d eb en
su es p e cia l eficacia a la proxim idad co n q ue pudieron ser confrontados
con las teon'as de la cie n c ia clá sic a , teorías q ue esta b a n en evolución y
“ Hydi'ostatical Paradoxes, Made oiit by New Experim ents” , en A. Millar, compi­
lador, TVte o f the Honourable Robert Boyle (Londres, 1744), 2:414-447, en cuya
primera página aparece el análisis del libro de Pascal.
Para el preludio medieval al enfoque de Galileo al problema del péndulo, véase
Marshall Clagett, TIte Science o f Meckanics in the MiddleAges {Madison, 1959), pp. 537-538,
570-571. Para la ruta hacia el barómetro de Torriceili, véase la poco conocida monogra­
fía de C. de W aard, L’expéñence barométrique, ses antécédents ei ses explications {Thouars
[Deux-Dévres], 1936).
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 71

de las c u a le s surgieron los ex p erim en to s. L os resultados de los e x p e ­


rimentos del barómetro d e Torriceili y d e Galileo c o n el plano inclinado
ya se habían previsto d esd e m ucho antes. El ex p erim en to del prism a
de N ew to n no habría sido m á s efica z que su s a n te c e so r e s tradicionales
en [transformar la teoría del color si e s te personaje no h u b iese tenido
acc eso a la recién d escu b ierta ley de la refracción, ley b u sc a d a dentro
de la tradición clá sic a d e sd e Tolom eo hasta Kepler. Por la m ism a
razón, las c o n s e c u e n c ia s de e s e experim ento contrastan m arcada­
m ente con la s de lo s ex p erim en to s no tradicionales que durante el siglo
xvn revelaron e fe c to s óp ticos cu alitativam ente n o v ed o so s, com o la
interferencia, la difracción y la polarización. E sto s últim os, por no
haber sido productos de la cien cia clá sic a ni h a b erse podido yuxtapo­
ner a las teorías p er te n e c ie n te s a ésta, tuvieron poco q ue ver en el
desarrollo de la óptica h a sta principios del siglo xix. C on ciertas
reservas, A lexan d re Koyré y Herbert Butterfield prueban q ue estaban
en lo cierto. La transform ación de las cien cia s c lá sic a s durante la
Revolución cien tífica e s atribuible, con m ás exactitu d, a n u e v a s m a­
neras dfe con tem plar fen ó m e n o s ya estu diados, q ue a un conjunto de
descub rim ientos ex p er im en ta les imprevistos.^®
En e s ta s circ u n sta n cia s, n um erosos historiadores, entre ellos Koyré,
han afirmado q u e el m ovim iento baconiano fue un fracaso, sin c o n s e ­
c u en cia s para el desarrollo de las cien cia s. Tal evaluación , sin e m ­
bargo, e s com o la que su e le im p o n érsele estr id e n te m e n te, resultado
de considerar que las c ie n c ia s son una sola. Si el bacon ianism o contri­
buyó en p o co al desarrollo d e las c ien cia s clá sic a s, no p u e d e negarse
que dio lugar a gran núm ero de n uevos ca m p o s cien tífic o s, q ue a
m enudo arraigaban e n los oficios ex iste n te s. El estu dio del m a g ne­
tismo, q ue extrajo su s prim eros datos de las ex p erien cia s tenidas con
la brújula, e s un ejem p lo d e esto.
El cam po de la electricidad surgió de los esfuerzos por encontrar
la relación entre ia atracción del imán por el hierro y la del ámbar frota­
do por la paja seca y desmenuzada. A dem ás, el desarrollo de estos dos
ca m p o s tuvo q ue d ep en d er de la fabricación de instrum entos más
po ten tes y p erfeccio n ad o s. A m b o s son típicos de las c ien cia s baconia-
nas n u ev a s. E sta gen eralización p u e d e ex ten d erse al estudio del calor.
El calor, d esd e tiem po atrás tenido com o tem a d e e s p e cu la ció n dentro
de las tradiciones filosófica y m éd ica , s e transformó en tem a de
in vestigación sis te m á tic a con la invención d el term óm etro. La química
presenta un ca so de tipo diferente y m ucho m ás complejo- M uchos de
Alexandre Koyré, Études galiléennes (París, 1939); Butterfield, Origins of Modera
Science.
72 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

su s instrum entos, reactivos y té c n ic a s principales ya existían d esd e


m ucho an tes de la R evolu ción cien tífica. P ero h asta fines del siglo xvi
eran ante todo propiedad de artesanos, farmacéuticos y alquimistas.
Sólo d esp u é s de ia revaluación de los oficios y de las téc n ic a s de
m anipulación, se em pezaron a em plear regularm ente en la b úsq u ed a
exp erim en tal del co n ocim ien to natural.
Ya que e s to s ca m p o s y otros por el estilo fueron nuevos focos de
actividad cien tífica en el siglo xvn, no e s sorprendente que las pocas
transform aciones q ue produjeron al principio no fueran otras que el
d escubrim iento repetido de e fe c to s exp erim en ta les n uevos. Si la p o si­
ción de una teoría co n gru en te y capaz d e producir p red iccio n es acer­
tadas e s el signo de un cam po cien tífico desarrollado, d eb e d ecirse que
las c ien cia s b aconianas p erm an ecieron su b d es arrolla das durante todo
el siglo xvn y parte del xvm. Tanto su literatura de investigación com o
sus pautas de crecim ien to se a sem eja n m ás a las de algunas de las
c ien cia s so c ia les de hoy en día, que a las de las c ien cia s clásicas
co n tem poráneas. A m ed iados d el siglo xvin, sin em bargo, la experi­
m entación relativa a e s to s ca m p o s se había vuelto m ás sistem ática,
co n cen trá n d o se en conjuntos se lec cio n a d o s de fen ó m e n o s, a los cu a ­
le s se creía esp e c ia lm e n te reveladores. En la quím ica, el estudio de las
re a ccio n es de d esp la za m iento y de saturación fue predom inante; en la
electricidad, el estu dio de la co n d u c ció n y d e la botella de Leyden; en
termom etría y calor, el estudio de la tem peratura de las m ezclas. Al
m ism o tiem po, se fueron adaptapdo los c o n ce p to s de corpúsculo y
otros m á s a e s ta s particulares áreas de in vestigación experim ental, de
lo cual los ejem p los mejor co n o cid o s son la s n o cio n es de afinidad
q uím ica o de los fluidos eléctrico s y su s atm ósferas.
Las teorías dentro de las cu a le s se m anejaron e s to s co n cep to s
siguieron siendo durante algún tiem po p red om inan tem en te cualitati­
vas y, a m en ud o, co r resp o n d ien tem en te vagas, pero, a p esa r de ello,
pudieron ser dem ostradas m ed ia nte ex p erím en tos c o n una precisión
d esco n o cid a en las c ien cia s bacon ianas a principios del siglo xvin.
A d e m á s, a m ed ida que los p erfeccio n a m ien to s que permitían tales
confrontaciones continuaron en el último tercio del siglo y fueron
convirtiéndose en el centro de los cam p o s corresp ond ien tes, las cien-
ciás b aconianas lograron rápidam ente un estado muy sem ejan te al de
las c ien cia s c lá sic a s de la antigüedad. La electricidad y el m agnetism o
se convirtieron en c ien cia s desarrolladas con los trabajos de A ep in us,
C avendish y Coulomb; el calor, con los trabajos de Black, W ilcke y
Lavoisier; y lo m ism o ocurrió en la quím ica, pero no antes de la época
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 73

de ia revolución quím ica de Lavoisier. A principios del siglo siguiente,


los descub rim iento s óp ticos d el siglo xvii, cu alitativam ente novedo­
sos, fueron asim ilados a la cien cia de la óptica, d e m ás antigüedad. Al
ocurrir a co n tec im ien to s com o ésto s, la cien cia b aconiana había alcan-
zaáp la mayoría de edad, reivindicando la f e , aunque no siem pre la
nietodología, de su s fundadores d el siglo xvn.
¿Cómo e s q ue, durante los casi dos siglos de m aduración, el con­
junto de las c ie n c ia s bacon ianas se relaciona con el conjunto de las
llamadas aquí c ien cia s “ c lá s ic a s ” ? H a sta la f e c h a se h a estudiado muy
poco e sta pregunta, pero la resp u e sta , creo, debe ser: no se relaciona­
ron m ucho y cuando lo h icieron fue con grandes d ificultades, tanto
in telectuales com o in stitu cionales y a v e c e s políticas. En el siglo xix,
las dos agrupaciones, la clá sic a y la baconiana, con servan sus rasgos
distintivos. D icho claram en te, las cien cia s clá sic a s fueron agrupadas
con las “ m a te m á tic a s” ; las b aconianas se consideraron en general
como “filosofía ex p erim en ta l” o, en Francia, com o “ física exp erim en ­
tal” ; la q uím ica, enlazada a la farm acología, la m ed icin a y a varias
artesam'as, fue en parte un m iem bro del último grupo, y en parte
con gén ere de es p e cia lid a d es m ás bien prácticas.^®
La separación entre c ie n c ia s clá sica s y b aconianas c o m ie n z a en los
orígenes de es ta s últim as. El propio Bacon d esconfiab a no ú nicam ente
de las m a tem á tica s, sino de toda la estructura casi d ed uctiva de la
ciencia clásica . L os críticos que lo ridiculizan por no haber reconocido
la mejor cien cia de su ép o c a pasan por alto es te punto. No rechazó la
co n ce p c ió n co p ernican a porque prefiriese el sistem a de Tolom eo.
Lejos de ello, rechazó am bos porque p en sa b a que ningún sistem a tan
com plejo, abstracto y m atem ático podría contribuir a en ten d er o a
controlar la naturaleza.
S u s seguid ores de la tradición experim entalista, aunque aceptaron
la cosm ología cop ernican a, rara vez se propusieron adquirir la habili­
dad m atem ática n ecesa ria para en ten d er o proseguir las cien cia s
clásicas. Tal situación p revaleció durante todo el siglo xviii; Franklin,
Black y N ollet la representan tan claram en te com o Boyle y Hooke.
La situación contraria e s todavía m ás equívoca. C ualesquiera que
hayan sido las ca u sa s del m ovim iento baconiano, éstas repercutieron

P a ra una de las primeras etapas en el desarrolla de la química como tema de interés


intelectual, véase Marie Boas, Roben Boyle and Seventeenth-Ceniury Chemistry (Cam­
bridge, 1958), Para una etapa posterior, de vital importancia, véase Henry Gueriac,
“ Some French Antecedents of the Chemical Revolution” , Chymia, 5 (1959): 73-112.
74 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

en las c ie n c ia s clá sic a s ya e sta b lec id a s. A los ca m p o s corresp ond ien ­


tes a e s ta s últim as, e s p e c ia lm e n te a ia astronomía, llegaron instru­
m en tos n uevos. Cambiaron a sim ism o las norm as para com u nicar y
evaluar los datos. H acía la última d éca d a dei siglo xvn, confrontacio­
nes com o ia de Boyle c o n P a s c a l ya no son im a ^ n a b ie s . P ero, com o ya
se dijo, el efe cto de e s to s a v a n ces fu e un p erfeccio n a m ien to gradual y
no un cam bio radical de la naturaleza de las c ien cia s clá sic a s. D esd e
an tes, la astronomía ya era instrum ental com o la óp tica era exp erim en ­
talista; los méritos relativos de ia ob servación por m edio del telescop io
y a sim ple vista estuvieron en duda durante todo el siglo x v n ; e x c e p ­
tuado el p éndulo, ios in stru m entos de la m e c á n ic a fueron ante todo
h erram ientas para d em o stra cio n es p ed a g ó g ica s y no para in v estig a ­
ción. En e s ta s circu n stan cia s, aunque se estr ec h a ia brecha id eológica
entre las c ien cia s baconianas y la s clá sic a s, de ninguna m anera d esa ­
p arece. Durante el siglo x v m , lo s principales p rofesion ales de ias
c ien cia s m atem áticas e s ta b lec id a s ejecutaron p o c o s exp erim en tos e
hicieron todavía m en o s con trib ucion es su sta n cia les al desarrollo de
los n u ev o s ca m p o s ex p erim en tales.
Galileo y N ew to n son las e x c e p c io n e s ev id e n tes. Pero sólo ei último
e s una ex c ep ció n real, y am bos ilum inan la naturaleza de la división
clásico-b acon ian a. Orgulloso m iem bro d ei L in cei, Galileo fu e tam bién
ei inventor del telesco p io , el p én d u lo de e s c a p e , precursor del termó­
metro, así co m o de otros in stru m entos. P articipé clara y significativa­
m ente en a sp e c to s del m ovim iento q ue aquí llam am os baconiano.
Pero, com o lo indica tam bién la carrera de Leonardo, los in te re ses
in stn im en ta lista s e in g e n íe n le s no convierten a un h om bre en un
experim entalista, y ia actitud d om inante de Galileo hacia e s te asp ecto
de la cien cia se co n serv ó dentro de la m odalidad clásica . En o ca sio n e s,
proclam ó que el p o der de su m en te le h acía redundante ejecutar ios
ex p erim en tos q ue describía. En otras, por ejem plo al con sid erar las
lim itaciones de las bom b as de agua, recurrió sin com entario al aparato
que rebasaba la ca p acidad de la tecnología existente. La crítica de
Boyle a P asca l se aplica pun tu alm en te a Galileo. Aísla una figura que
realizó co n trib ucion es m em orab les a la s c ien cia s clá sic a s, pero, salvo
por ia con stru cció n y uso de in stru m entos, ninguna a las c ien cia s
b aconianas.
E d ucado durante los años en que el b aconianism o británico estab a
en su apogeo, Nevi'ton participó in eq u ív o ca m en te de am bas tradicio­
n es. P er o , com o L B. C ohén recalcó h a ce dos d éca d a s, lo q ue resulta
son d e s f o r m a s distintas de influencia new'toniána, una de ella sid e n ti-
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA

fícable h a sta los Principia, y la otra h asta la Optica.^'^ E s a id ea obtiene


significación es p e cia l si se observa q ue, a u n q u e lo s Principia se apegan
a la tradición de las c ien cia s clá sic a s, la Optica no e s de ninguna
manera in eq u ív o ca m en te baconiana. C om o su materia de estudio fue
la óptica, ca m p o ya desarrollado, N ew to n fue capaz de yuxtaponer
co n sta n tem en te ex p er im en to s se leccio n a d o s a ia teoría, y sus logros
resultan p r ec isa m en te de e s a s yuxtaposiciones. Boyle, cu y a Historia
experimental de los colores in clu y e varios de los ex p erim en tos sobre los
cuales,fundó N e w to n su teoría, no hizo tal intento; s e contentó con el
com entario de que su s resultados sugerían esp e c u la c io n e s q ue va líala
pena p roseguir.’® H ook e quien descubrió ios “ anillos de N e w to n ” ,
primer tem a de la Optica, libro 0 , acumuló datos m ás o m en os de la
m ism a m anera. N ew to n , en lugar de ello, los se lec cio n ó y utilizó para
elaborar su teoría, muy dentro de la línea de sus a n te ce so re s de ia
tradición clá sica , q ue había recurrido a la información m en o s re có n ­
dita usu a lm e n te su m inistrada por las exp eriencia s cotidianas. In clu so
cuando se volvió, com o en las “ P re g u n ta s” a su óptica, a tem as
b aconianos n u e v o s com o la quím ica, ia electricidad y el calor, N ew ton
eligió de la c r ec ie n te literatura experim ental aquellas o b serv a cio n es y
experím entos d eterm in ados que podrían elim inar sus problem as teó­
ricos· A unque en e s to s c a m p o s apenas n a cie n tes no podían lograrse
ava n ces tan im portantes c o m o los relativos a ia óptica, e s o s co n ce p to s
com o el de afinidad quím ica, dispersos entre las “ P re gu n ta s” , resulta­
ron una rica fuente para ios profesionales baconianos, m ás sistem áti­
cos y seiecrivos, del siglo xvm y, por co n sig u ien te, vinieron a ellos una
y otra vez. Lo q u e encontraron en la Óptica y su s “ P reg u n ta s” fue un
uso no baconiano d el experim ento baconiano, producto de la profunda
y sim ultánea inm ersión de N ew to n en la tradición científica clásica.
Sin em bargo, con ia parcial ex cep ció n de sus co n tem p o rá n eo s de la
Europa con tinental H u y g h e n s y Mariotte, el ejem plo de N ew to n e s
único. Durante el siglo xvui, a principios del cual su trabajo cien tífico
esta b a com p leto, ningún otro participó sign ificativam en te de am bas
tradiciones, situación que se refleja tam bién en el desarrollo de las
in stitu ciones cien tífica s y de la estructura de las carreras, por lo m enos
en el siglo xix. A un qu e h a c e falta investigar m ucho todavía a .e s t e
resp ecto , los sig u ie n tes com entarios indicarán ia pauta general q ue
p u e d e s e ^ i r la in vestigación . P or lo m en o s en el nivel elem ental, las
cien cia s c lá sic a s se habían esta b lecid o dentro del plan de estudios

L B. Cohén, Fninklin and Newton (Filadelfia, 1956).


Boyle, Works, 2;42-4-3.
76 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

com ún y corriente de la universidad m ed ieval. Durante los siglos xvii y


xvíii, aum entó el núm ero de alum nos d ed icad os a ellas. Los m aestros,
junto con q uienes ocupaban p o sicio n e s en las recién fun dad a s a ca d e­
mias cien tíficas n a cio n a les de Francia, P ru sia y Rusia, fueron los
principales con trib u y en tes al desarrollo de las c ien cia s clásic a s. A
ninguno de ellos se le p u e d e describir con propiedad calificándolo de
aficionado, aunque tal término se le s haya aplicado indiscrim inada­
m en te a los p rofesio n a les de la cien cia de los siglos xvii y xvin en
conjunto. Los p ro fesio n a les de la cien cia baconiana fueron, sin e m ­
bargo, por lo com ú n aficionados o amateurs, con la ú nica e x c ep ció n de
los q uím icos, fundadores de carreras dentro de la farm acología, la
industria y algunas e s c u e la s m éd ica s durante el siglo xvin. P ara otras
c ien cia s ex p erim en ta les, las univ ersida d es no tuvieron cabida an tes
de la seg u n d a mitad del siglo xix. A un qu e algunos d e sus pro fesio n a les
sí ocuparon p u e sto s en varías a ca d em ia s cien tífica s nacion ales, a
m enudo lo fueron com o ciud adan os de se g u n d a cla se. U n ica m en te en
Inglaterra, en donde las c ie n c ia s c lá sic a s habían em p ezado a declinar
m arcadam en te an tes de ia m uerte d e N ew to n , estuvieron bien repre­
sen ta d o s los exp erim en talistas, es ta b le c ié n d o se un contraste q ue se
pormenorizará en seguida.
Ei ejem plo de la A ca d em ia de C ien cia s fran cesa e s instructivo a e ste
re sp ec to , y al exam inarlo se esta b le c e r á a la v ez un a n te ce d e n te para
analizar uno de los puntos de la se c c ió n siguiente. Guillaume A m on-
tons (1663-1705), b ien co n o cid o por sus aportaciones tanto al diseño
com o a la teoría de in stru m en to s b aconianos co m o el termóm etro y el
higróm etro, nun ca ascen d ió dentro de la aca d em ia m ás allá de ia
categoría de élève, p uesto en e i que estu v o vinculado ai astrónomo
Jean Le Fèvre. Pierre P olinière (1671-1734), citado a m en ud o com o el
hombre q ue introdujo la physique expérimentale a Francia, nunca p erte­
neció form alm ente a la aca d em ia . Si bien lo s d o s principales apretado­
res fra n c e se s a la s c ien cia s eléc tr ic a s d el siglo xv m fueron a c a d é ­
m icos, el primero, C. F. d e C. Dufay (1698-1739), fue co locad o en ia
se cc ió n de q uím ica, m ientras q ue ei seg u n d o, A b b é N o lle t (1700-
1770), fue m iem bro d e ia h eter o g én ea se c c ió n reservada para lo s pro­
fesio n a les de las arts mécaniques. Allí, pero ú n ica m en te d esp u e s de
haber sido elegido para la R ea l S ociedad d e L ondres, N ollet s e elev ó
d e sd e abajo, su ce d ie n d o entre otros al c o n d e de Buffon y a Ferchauid
de R éaumur. Ei fam oso constructor d e in stru m entos. A braham Bré-
guet, por otra parte, hombre q ue poseía ias d iferentes c la se s de talen ­
tos para las c u a le s se había p laneado ia se c c ió n d e m ecánica, no
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 77

encontró lugar en la aca d em ia hasta 1816, a la ed ad de 69 años, en que


fue inscrito por orden real.
Lo que. su gieren es to s c a s o s aislados lo indica tam bién la organiza­
ción form al de la a ca d em ia . H a sta 1785 no fue creada una se c c ió n para
pJifsique expérirnentale, y e n to n c e s fue incluida dentro d ei departam ento
d e m a tem á tica s — con la geom etría, la astronomía y la m e c á n ic a — , y
no en el departam ento de las sciences physiques, más manuales — ana­
tomía, q uím ica y m etalurgia, botánica y agricultura, e historia natural
y m ineralogía— . D e s p u é s de 1815, cuando a la nueva se cc ió n se le
cam bió de nom bre, SLphysique gérérale, entre su s m iem bros los e x p e ­
rim entalistas fueron m uy p o co s. C ontem plado en conjunto el siglo
XVIII, las aportaciones de los a c a d ém ic o s a las c ien cia s físic a s baconia­
nas fueron m en o re s, en com paración con las de los m éd ico s, farm a­
cé u tic o s, in du striales, co n stru cto res de in stru m entos, co n feren cista s
viajeros y hom b res d e m ed io s in d ep e n d ie n tes. D e nuevo, la ex cep ció n
e s Inglaterra, en d o nd e la R eal S o cie d a d estu v o poblada principal­
m en te por tales am ateurs, a n tes que por h om b res cu yas carreras fu e sen
primero y definitiv a m ente cien tíficas

L O S ORÍG EN ES DE LA CIENCIA MODERNA

V olvam os ahora del fin del siglo xvui a m ediados del siglo xvn. Las
c ien cia s b a co n ia n a s estab an e n to n c es en g esta ció n , m ientras las clá ­
sic a s se transformaban radicalm ente. Junto con su s ca m b io s co n co m i­
tantes en las c ie n c ia s biológicas, e s to s dos conjuntos de a c o n tec im ien ­
tos con stituyen lo q ue ha venido a llam arse la R evolución científica.
A unque en e s te en say o no m e propongo explicar su s extraordinarias y
com p lejas ca u sa s, vale la pen a anotar cuán diferente e s ia cu estió n de
las c a u sa s cu a n do se subd ívid en los ava n ces por ser exp licad os.
N o e s nada sorprendente q u e, durante ia R evolu ción científica,
ias c ie n c ia s c lá sic a s hayan sido las ú nica s en transformarse. Otros
ca m p o s d e ia físic a com enzaron a existir ap en a s a fines d e e s ta época.
M ientras se ib an form ando, a d em á s, ca recían de un cuerpo im portan­
te de doctrina técn ica u nificada por reconstruir. Por ei contrario, un
conjunto de ias razones de ia transformación d e ias c ien cia s clá sic a s
s e en cu en tra dentro d e su propia trayectoria d e desarrollo anterior.
A un qu e los historiadores difieren en o rm e m e n te a cerca de ia im por­
tancia q ue d eb e a sign ársele a e s ta s razones, p o c o s son ahora los que
dudan de q ue algunas reform uiaciones m ed iev a les de doctrinas anti­
g u as, islá m ica s o latinas, fueron de im portancia primordial para per­
78 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

son ajes com o C opérnico, Galileo y K epler. En cuanto a las cien cia s
b aconianas, no veo raíces e s c o lá stic a s se m e ja n te s, a pesar de q ue a
v e c e s s e p retenda q u e la tradición m etodológica d e s c ie n d e d e G rosse-
teste.
M u ch os d e los d em á s factores q u e ahora s e invocan frecu en te m e n te
para explicar la R evolución cien tífica sí contribuyeron a la evolución
tanto d e las c ie n c ia s c lá sic a s co m o de las b acon ianas, pero a m enudo
en formas y grados d iferentes. L os e fe c to s de los nuevos ingredientes
in telectu a les — al principio h erm ético s y luego co rpu sculares m ec á ­
n ico s— en el contexto en donde se co m e n z ó a practicar la cien cia
m oderna con stituyen un primer ejem plo de tales d iferencias. Dentro
d e las c ien cia s clá sic a s, los m ovim ien tos h erm ético s fom entaron a
v e c e s el status d e la s m a tem á tica s, alentaron los in tentos por hallar en
la naturaleza regularidades m a tem á tica s, y o ca sio n a lm en te con sagra­
ron a las form as m a tem á tica s sim p les, así d escu b ier ta s, com o ca u sa s
form ales, el término de la ca d e n a ca u sa l c i e n t í f i c a . T a n t o Galileo
co m o Kepler dan ejem p los de esta función de las m atem áticas, c r e ­
cie n te m e n te ontològica, a la vez q ue e s te último m uestra una influen­
cia herm ética m ás oculta. De Kepler y Gilbert a N ew to n , aunque
en to n c e s en forma atenuada, las sim p atías y antipatías naturales,
prom inentes en el p en sa m ien to h erm ético, contribuyeron a llenar el
vacío creado por el co la p so de las esfe ra s aristotélicas q ue habían
m antenido en su s órbitas a los p lanetas.
D e s p u é s del primer tercio d el siglo xvn, cu a n do s e co m e n z ó a
réchazar el m isticism o h erm ético, su lugar, todavía dentro de las
c ien cia s clá sic a s, fue tom ado rápidam ente por una u otra forma de
filosofía corpuscular, p roven iente d el atom ism o antiguo. Las fuerzas
de atracción y repulsión entre cu erp o s m a cr o scó p ico s o m icroscóp icos
se dejaron de aceptar, y de ahí surgió una gran oposición a N ew ton.
Pero dentro del universo infinito exigido por el corpuscularism o, no
podía haber ni centros ni direccio nes p referentes. Los m ovim ientos
naturales p erm a n en tes ú n ica m en te podían darse en líneas rectas y no
Desde hace casi medio siglo se reconoce el mayor valor que muchos de los primeros
científicos de la época m oderna le asignaron a las m atemáticas, como instrumento o
como ontologia, y durante muchos años se ha descrito tal hecho como una reacción al
neoplatonismo del Renacimiento. Cambiar al calificativo de “ hermeticismo” no mejora
la explicación de este aspecto del pensamiento científico —aunque sí ha contribuido a
que se reconozcan otras novedades importantes— , y el cambio ilustra una limitación
decisiva del saber reciente, la cual no he sabido cómo evitar aquí. En el uso ordinario,
“ hermeticismo” se refiere a toda una variedad de movimientos supuestam ente relacio­
nados: el neoplatonismo, ia càbala, los rosacruces, y lo que se quiera. Urge distinguir
estos movimientos temporal, geográfica, intelectual e ideológicamente.
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 79

podían ser perturbados sino por colisio n es intercorpusculares. A par­


tir de D esc a rtes, e s a n u ev a p erspectiv a c o n d u c e d irectam ente a la
primera ley de N ew to n relativa al m ovim iento y — por el nuevo pro­
blema del estudio de los c h o q u e s — tam bién a su segun da ley. Uno de
loá'factores q ue actuaron en la transformación d e las c ie n c ia s clá sic a s
fue, d e sd e lu eg o , e l nuevo clim a in telectual, primero herm ético y lu ego
corpuscular, dentro d el cu al s e practicaron aquéllas d e sp u é s de 1500.
El m ism o clim a in telectu a l nuevo afectó a la c ien cia s bacon ianas,
pero a m en u d o por otras razones y de m aneras d iferentes. Indudable­
m en te, la in sisten cia de los h erm é tic o s en las sim patías ocu ltas ayuda
a explicar el c r ec ie n te in terés por el m agnetism o y la electricidad
d esp u é s de 1550; in fluencias parecidas fom entaron el status de la
quím ica d e s d e la ép o ca d e P a ra c elso a la de Helm ont. Pero las in vesti­
g aciones actu a les su gieren ca d a vez con m ás in sisten cia q ue la contri­
bución principal d el h erm eticism o a las c ien cia s b aconianas, y quizá
a la totalidad d e la R ev o lu ció n cien tífica, fue la figura fáustica d el
mago, d ed icad o a m anipular y controlar la naturaleza, a m en ud o co n la
ayuda d e in g en io so s artefactos, instrum entos y m áquinas. Al recon o­
cer a Francis B acon co m o personaje de transición entre el mago
P a ra celso y e l filósofo exp erim en tal R obert Boyle, se ha hech o m ás en
los últimos añ os q ue en ninguna otra ép oca por transformar la c o m ­
prensión histórica de la form a en q ue se originaron las n u ev a s c ien cia s
experimentales.^®
Para e s to s ca m p o s b acon ianos, a diferencia d e sus co n tem p o rá n eo s
clá sic o s, los e fe c to s de la transición al corpuscularism o fueron eq u ív o ­
co s, y e s ésta la prim era d e las razones de que e l h erm eticism o haya
durado tanto tiem po en m aterias com o la quím ica y el m agnetism o,
pero no así en la astronom ía ni en la m ecá n ica . Declarar q ue e l azúcar
e s d ulce porque su s partículas esfé ric a s acarician la lengua, d esd e
lu ego no e s un av a n ce si a ello se atribuye la potencia de la sacarina. La
e x p erien cia d el siglo xvni fu e dem ostrar q u e e l desarrollo de las
c ien cia s bacon ianas requería fr e cu en te m e n te guiarse por co n ce p to s
com o los de afinidad y flogisto, no rad icalm en te distintos do.las s im p a ­
tías y antipatías naturales de la corriente h erm ética. Lo q ue s í hizo el
corpu scula rism o fue separar las c ie n c ia s ex p erim en ta les de la m agia,
prom oviendo así la in d e p e n d en cia n ecesa ria para las primeras. Lo

Francés, A. Yates, “ The Hertnetic Tradition in Renaíssance Science” , en C. S.


Single ton, compilador, S cien ce a n d H isto ry in. th e R en a issa n c e (Baltimore, 1968), pp. 255-
274; Paolo Rossi, F r a n c is B acon : F r o m M a g ic to Science, traducción al inglés de Sacha
Rabinovjtch (Londres, 1968).
80 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

m ás im portante e s que fu n dam en tó la n e c e sid a d de experim entar,


c o sa q ue ninguna form a de aristotelism o ni de platonism o h u b iese
logrado. A unque la tradición que gobernaba la exp licación científica
d em and aba la e s p e cific a ció n de ca u s a s form ales o e s e n c ia s , lo p ro ce­
d en te ú n ic a m e n te podría ser sum inistrado por el curso natural de los
aco n tecim ien to s. E xperim entar o s o m eter a la naturaleza era v iolen ­
tarla, o cu ltánd ose así el papel de las “ n atu ra leza s” o formas que
hacían q ue las c o s a s f u e s e n lo q ue son. En un universo corpuscular,
por otra parte, la exp erim en ta ció n tiene una obvia p ertinencia para las
cien cia s. No podía cam biar e ilum inar esp e c ia lm e n te ia s con d icio nes
m ec á n ic a s y las le y e s relativas a los fe n ó m e n o s naturales. Tal fu e la
lección que Bacon extrajo rep etid a m en te de la fábula de Cupido
encad en ad o.
D e sd e luego, el nuevo clim a in telectual no fue la ú nica ca u sa de la
R evolución científica. Los d em á s factores que su elen tomarse en
cu en ta para explicarla cobran mayor e fic a cia cuando se exam inan por
separado en lo s ca m p o s clásico y baconiano. Durante el R en a cim iento
el monopolio de la u niversidad m ed iev a l sobre el aprendizaje se fu e
rom piendo poco a p o co . N u e v a s fu e n tes de riqueza, n u e v a s form as de
vida y n uevos valores s e com binaron para consolidar la p osición social
de un grupo clasificad o anteriorm ente co m o artesanos y artífices. La
invención de la im pren ta y el red escu b rim ien to de d o cu m en to s de la
antigüedad dio a sus m iem bros el a c c e s o a la h eren cia científica y
tecnológica que an tes sólo era a seq u ib le, en e l mejor de los ca so s, a la
u niversidad clerical. Uno de los resultados, q ue se m anifiesta en las
carreras de B runelleschi y Leonardo, fue ei surgim iento, de los gre­
mios de artesanos, de los in gen ieros artistas — durante los siglos x v y
XVI—, cuya maestría abarcaba la pintura, la escultura, la arquitec­
tura, las fortificaciones, el suministro de agua, ei diseño de máquinas
de guerra y la construcción. Apoyados por un complicado sistema de
patrocinio, esto s ho m b res fueron de inm ediato em p lea d o s y también
o rnam entos de las co rtes del R en a cim ie n to y d e sp u é s, algunas v e c e s ,
de los gobiernos de las c iu d a d e s de la Europa del norte. A lgunos de
ellos se asociaron tam bién in form alm ente co n los círculos h um anistas,
lo que los introdujo a las fu e n t e s h erm é tic a s y neop latón icas. E sta s
fu e n tes no fueron, sin em bargo, las q ue legitimaron prin cipalm en te
sus p o sicio n e s com o p a iticip a n te s de un nuevo aprendizaje de la
cortesanía. F u e , m ás b ien , su habilidad para citar y com entar co h er en ­
tem en te trabajos co m o De arquitectura, d e Vitruvio, ia Geometría y la
Optica., de E u clid e s, los p seudoaristotéU cos Problemas mecánicos y,
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 81

d esp ués de m ed ia d o s dei siglo xví, tanto De ios cuerpos flotantes,


A rquím edes, com o ia Pneumatica, de Harón.
E s in cu éstio n a b le la im portancia que tuvo e s te nuevo grupo para la
Revolución cien tífica. Galileo, en varios a sp e c to s, y S im ón S tevin, en
to d fs, figuran entre su s productos. Lo que h a ce falta subrayar, sin
embargo, e s que las fu e n te s a que recurrían sus m iem bros y los
cam pos en los que m ás influyeron p erte n e ce n a la agrupación que
hem os venido llam ando clá sic a . Y a s e a com o artistas (la perspectiva) o
como ingerneros (la co n stru cció n y e l suministro de agua), lo que
aprovecharon principalm ente fueron trabajos sobre m a tem á ticas, e s ­
tática y óptica. O ca sio n a lm en te , la astronomía ingresó tam bién dentro
de su es fe ra de actividades, aunque en grado menor. Vitruvio se había
interesado p o r ia con stru cción de relojes de sol precisos; los artistas-
ingenieros del R en a cim iento pasaron incluso al diseño de otros in s­
trumentos astronóm icos.
El interés de ios artistas-ingenieros por e s to s c a m p o s clá sic o s, si bien
inconstante y en esta d o embrionario, fue factor significativo para ia
reconstrucción de d ichos ca m p o s. Prob ablem en te allí se hayan origi­
nado los n u ev os instrum entos de Brahe y, d esd e luego, la p reocupa­
ción de Galileo por la resistencia de los m ateriales y el poder limitado
de las b o m b a s d e agua, problèm a e ste último q ue co n d u c e directa­
m ente al barómetro de Torriceili. P la u sib lem en te — aunque m ás c o n ­
trovertible— , el in terés por la ingeniería, fom entado en e s p e c ia l por
los trabajos de artillería, contribuyó a separar el problem a del movi­
m iento iocal, del problem a filosófico mayor del cam bio, desplazando el
enfoque de las p roporciones g eom étricas a los núm eros. E s to s y otros
tem as relacionad os son los que llevan a la creación de una se cc ió n de
arts mécaniques en la acad em ia francesa, y los que ocasionaron que tal
se cc ió n fu e se agrupada co n las d e geom etría y astronomía. El hech o de
que d e ahí en ad elante las cie n c ia s b a con ianas no hayan encontrado su
lugar natural tiene su contraparte en los in te re ses de los artistas-
ingenieros d el R en acim ie n to , que no incluyeron los a sp e c to s no m e c á ­
nicos y no m a tem á tico s de artesanías c o m o el teñido, el tejido, la

P. Rossi, Philosophy y Technology, and the. ArH in the Early Modern Era, traducción al
inglés de Salvator Attanasio (Nueva York, 1970). Rossi y los-primeros estudiosos del
tema no consideran, sin embargo, )a posible importancia que tiene distinguir entre los
oficios practicados por los artistas-ingenieros y los introducidos más tarde al público
ilustrado por figuras como Vanoccio Biringuccio y Agrícola. Por algunos aspectos de esa
distinción, que se expone más adelante, ie agradezco su reveladora conversación a mi
colega Michael S. Mahoney.
82 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

fabricación de vidrio y la n a vegación. F ueron ésta s, sin em bargo,


p rec isa m en te las artes que d es e m p eñ a ro n un p apel tan im portante en
la g é n e s is de las n u ev a s c ien cia s ex p er im en ta les. L a s tesis program á­
ticas de Bacon requerían las historias naturales de ca d a una de e s ta s
cien cia s , y así fue co m o se escribieron algunas de la s historias de las
artes no m ecá n ica s.
C om o no se ha planteado todavía la p o sib le utilidad de una separa­
ción, por lo m en o s analítica, de artes m e c á n ic a s y no m ec á n ic a s, lo que
sigue d eb e con sid era rse en grado de tentativa. C om o objetos de in te­
re se s aprendidos, sijn em bargo, e s ta s últim as artes p a recen haber
llegado d e sp u é s q ue las prim eras. P r e su m ib le m e n te fo m enta da s al
principio por las a ctitu d es de P a ra c elso , su esta b lec im ie n to lo d e ­
m uestran trabajos com o \&Pirotecnia de Biringuccio, De re rnetallica de
Agrícola, los Newe Attractive de R obert N orm an y el Discours de Bernard
P a lissy , el primero p ublicado en 1540. La posición alcanzada ya por las
artes m ec á n ic a s contribuyó, in d u d a b le m e n te, a e x p lic a r la aparición
de libros com o é s to s, pero el m ovim iento que los produjo e s muy
distinto. P o co s de los pro fesio n a les de las artes no m ec á n ic a s disfruta­
ron de los sis te m a s de patrocinio o lograron esca p a r antes de finales
del siglo XVII de los co n fin es de los grem ios de artesanos. N inguno
podía apoyarse en una tradición literaria clá sic a y significativa, hech o
que p ro b a b lem en te hizo que la literatura y la im agen d el mago h erm é­
tico y p se u d o c iá sic o f u e s e m ás im portante para ello s, que para sus
co n tem p o rá n eo s d e los ca m p o s m atem áticos-m ecánicos.^^ Salvo en la
q uím ica, entre los fa rm a cé u tic o s y los doctores, la práctica real rara
vez se com binó con el discurso aprendido sobre ella. Los doctores, sin
em bargo, sí figuran en g ran d es núm eros entre q u ie n e s escribieron
trabajos aprendidos no ú n ic a m e n te de quím ica sino tam bién de otras
artes no m e c á n ic a s , que suministraron lo s datos exigidos para el
desarrollo de las c ie n c ia s b acon ianas. A grícola y Gilbert son ú n ic a ­
m en te lo s ejem p los m ás antiguos.
E sta s diferencias entre las dos tradiciones a rr o g a d a s en artesanías
prex isten tes p u e d e n ayudar a explicar una d iferencia m ás. No obs-

Aunque nadie trata divectameme es te puntt,», hay dos artículos recíentesS que
sugieren ia forma en que, prímeru el hermeticismo y luego ei corpuscularismo, podrían
figurar en las batallas que se dieron en ei siglo XVll por ganar posiciones socio intelectua­
les: P. M. Rattansi, “ The Helmontian-Galenist Controversy in Restoration England” ,
Ambix, 12 (1964): 1-23; T. M. Brown, “ The College o f Physicians and the Acceptance of
latrom echanism in England, 1665-1695” , Bulleün of the History of Medicine, 44 (1970):
12-30.
EL DESARROLÍ O DE LA FÍSICA 83

tante que los artistas-ingenieros d el R en a cim iento fueron ú tiles so ­


cialm ente, lo sabían así, y a v e c e s basaron sus p rete n sio n es en ello, los
elem en tos utilitarios que h ay en sus escritos son m ucho m en os p ersis­
tentes y notorios que los p re s e n te s en ios escritos de q uienes trabaja-
ban ;en la s artes no m ec á n ic a s. R ec u é rd ese lo p o co q ue le importó a
Leonardo q ue p u d iese n construirse o no los m ec a n ism o s q ue ideó; o
com párense los escr ito s de Galileo, P a sca l, D esc a rtes y N ew ton con
los de B acon, Boyle y H o o k e. El utilitarismo e s rasgo primordial
únicam ente de ios escr ito s p e r te n e cie n tes al segun do grupo, h ech o
, que p u e d e dar la cla v e para en ten d e r la d iferencia principal entre las
cien cias clá sic a s y las b aconianas.
E xcep tu an do la quím ica, ya institucionalizada a fines del siglo xvii,
las c ien cia s b a co n ia n a s y las clá sica s florecieron e n d iferentes e s c e n a ­
rios n acion ales d e sd e , por lo m en o s, 1700. P ro fesio n a les de am bas
pueden en con trarse en la mayoría de los p a íses eu rop eos, pero el
centro de las c ie n c ia s bacoruanas fue ev id e n tem en te Inglaterra, en
tanto que el d e las c ie n c ia s m atem áticas fue la región continental,
es p e cia lm e n te Francia. N e w to n es el último m atem ático británico
anterior a m ediados d el siglo xix que puede com pararse con persona­
jes del con tinente co m o Bernoulli, Euler, Lagrange, Laplace y Gauss.
En las c ie n c ia s b a co n ia n a s, e í contraste se inicia d e sd e antes y e s
m enos claro, pero e s difícil encontrar a n te s de 1780 exp erim en talistas
continentales con reputaciones eq u iv a len tes a las d e Boyle, H ook e,
H a u k sb ee , Gray, H a les, B la ck y Priestley. A d e m á s, los q ue vienen
primero a la m en te son h o la n d ese s o suizos, y esp e c ia lm e n te de los
prim eros. B u en o s ejem p los d e és to s son Boerhaave, M u sschenb roek y
S a u s s u r e . Sería m uy útil estudiar e s a s pautas de distribución geográ­
fica, pero tom ando en cu en ta las p ob la cio n es relativas y es p e c ia l­
m ente la productividad relativa de la s c ie n c ia s baconianas y las clá si­
cas. T al in vestigación podría dem ostrar tam bién q ue las diferencias
nacionales apenas b osqu eja da s surgieron sólo a m ediados del siglo
xvii, y que se fueron a centuando co n el trabajo de las g en eraciones
posteríores. ¿No son m ayores las diferencias entre las actividades
realizadas durante el siglo xvni por la A ca d em ia de C ien cia s fran cesa
y la R eal S o cie d a d , q ue las ob serva b les entre la s a ctividad es d e la
A cca d em ia del Cim ento, la Montmor A ca d em y y el “ Colegio in visible”
de Inglaterra?

Se puede encontrar, aunque dispersa, información sobre este punto en Pierre


Brunet, Les physiciens HoUandais et la tnéihode expértrrtenlale en Franee aii xvnf^ siéck (París,
1926).
84 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

Entre las n um erosas y a v e c e s contrarias ex p lica cio n e s de la R evo ­


lución científica, so la m en te u na d e ellas sugiere el porqué de esta
pauta de divergencias geográficas. E s la llam ada tesis de Merton, una
reiaboración para la s c ien cia s , de las ex p lica cio n e s ofrecidas para el
surgim iento del capitalism o y p ro p u esta in icia lm en te por W eber,
Troeltsch y Tawney,^'* D e sp u é s de su s f a s e s in icia les de proselitism o
evan gélico, se afirma, las c o m u n id a d e s p ro testan tes o puritanas e s ta ­
b lecid as proporcionaron un eí/i05 o ética esp e c ia lm e n te favorables para
el desarrollo de la cien cia . Entre su s c o m p o n e n te s primarios hubo una
fuerte t e n d e n c ia al u tilitarism o, u na elev a d a v a loración d el tra­
bajo — incluido el m anual— y una desco nfia n za h acia el sistem a que
alentaba que ca d a hom bre f u e s e , prim ero, el propio intérprete de las
Escrituras y, luego, de la naturaleza. Dejando a un lado — co sa que
otros no h a c e n — las d ificultades d e identificar tal ethos y de determinar
si e ste m ism o p u e d e adscribirse a todos los p rotestantes o ú n ica m en te
a ciertas se c ta s puritanas, las p rin cipales fallas de e s te punto de vista
han con sistid o siem p re en su s in tentos de querer explicar dem asiado.
Bacon, Boyle y H o o k e p a rec en encajar en la tesis de Merton, pero no
así Galileo, D esc a rtes y H u y g h en s. N o se ha dem ostrado co n tu n d en ­
tem en te que co m u n id a d e s puritanas o p rotestantes, adelante ya de su s
etap as d e evan gelización , hayan existido en alguna parte hasta que la
R evolu ción cien tífica tenía recorrido cierto trecho. N o sorprende,
p ues, q ue la tesis de Merton se a controvertible.
Su atractivo, sin em bargo, e s m ucho mayor si s e aplica no a ia
R evolución cien tífica en conjunto sino al m ovim iento que hizo avanzar
las c ie n c ia s b acon ianas. E s e ím petu inicial h a cia el poder sobre la
naturaleza m ed iante téc n ic a s de m anipulación e in stru m entales fue
conferido in d u d a b lem en te por el h erm eticism o . Pero las filosofías
corpu sculares, q ue d esp u é s de 1630 co m enzaron a sustituir al h erm e­
ticism o, no com portaban valores sim ilares y, sin em bargo, el baconia­
nism o, continuó floreciendo, Y q ue haya ocurrido así e s p e cia lm e n te
en p a íse s no c a tó h co s su giere q u e valdría la p en a descubrir lo que e s
“ puritano” y etho$^ con resp ec to a las c ien cia s. D os fragm entos aisla­
dos de inform ación biográfica p u e d e n com plicar esp e c ia lm e n te este
problem a. D en is P a p in , quien construyó la segun da bom ba de aire de
Boyle e inventó la olla de p resión, fu e un hugon ote huido de Francia

R. K. Merton, Sc/Vwe, Tefhnülogy arut Sociely in Sevanteenlh-Ceniury England {Nuava


York, 1970), Esta nueva edición de una obra que se publicó por primera vez en 1938
incluye una “ Bibliografía seleccionada: 1970” , la cual sirve de guía en la controversia
(¡ue se inició desde su aparición original.
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 85

debido a las p e r s e c u c io n e s de m ed iados del siglo xvii. Abraham Bré-


guet, e lfa b r ic a n te de in stru m en tos q ue fue absorbido por la A ca d em ia
de Ciencia's fra n cesa en 1816, fue un inmigrante de N eu ch átel, ciudad
a la cual su fam ilia había huido d esp u é s de la revocación del Edicto de
N a it e s .

L a GÉNESIS DE LA FÍSICA MODERNA

La parte final de mi ex p o sició n la presen taré a m anera de epílogo, y


será el bosquejo de una posición q ue d eb e ser desarrollada y modifi­
cada m ed ia n te n u ev a s in v estig a cio n es. P ero, habiendo trazado los
cursos de las c ien cia s c lá sic a s y b aconianas h a sta fines del siglo xvíii. y
visto que é s to s fueron d istintos, por lo m enos deb o preguntarm e qué
sucedió d esp u é s. Cualquiera que esté familiarizado co n la e s c e n a
científica co n tem p o rá n ea re con ocerá que la física ya no encaja en el
e sq u em a q u e acabo de dibujar, h ech o q ue dificulta ante todo la posibi­
lidad de ver tal esq u em a . ¿Cuándo y cóm o ocurrió el cam bio? ¿D e qué
naturaleza fue?
P arte de la re sp u e sta c o n sis te en que las c ie n c ia s física s participa­
ron, durante el siglo xix, del rápido crecim iento y transformación
sufridos por todas las p ro fesio n es aprendidas. Otros ca m p o s, com o la
m edicina y las le y e s, adoptaron nuevas form as institu cionales, más
rígidas y co n norm as in te le ctu a le s m ás ex c lu siv as q ue antes. En las
cien cia s, a partir de fin e s del siglo xvm, creció rápidam ente el número
de revistas y s o c ie d a d e s, y m u ch a s de ellas, a diferencia de la s tradi­
cionales a ca d em ia s n acion ales y su s p u b lica cio n es, quedaron restriñ­
i d a s a d eterm in ados c a m p o s científicos. C ien cia s añejas, com o las
m atem áticas y la astronomía, s e convirtieron al fin en profesion es con
sus propias formas institucionales.^® F en ó m e n o s parecidos ocurrieron
dentro de los n u ev o s ca m p o s bacon ianos, sólo q ue con m en os notorie­
dad y m ás lentitud, y uno de los resultados de ello fue la disten sión de
los vínculos q ue h asta en to n c e s lo s habían m antenido unidos. En
particular, la quím ica se convirtió a m ed iados de siglo en una profesión
in telectual autónom a, vinculada todavía a la industria y a otros cam pos
exp erim en ta les, pero c o n p len a identidad. En parte por esta s razones
in stitu cionales y en parte por el efe cto que ejercieron sobre la in vesti­
gación en quím ica, prim ero, la teoría atóm ica de Dalton y, d esp u é s, la
cr ecien te d ed ica ció n a los c o m p u e sto s orgánicos, los c o n ce p to s quí-
E vere » Mendelsohn, “ The Em ergence of Science as a Frofessión ín Nineteenth-
Century E urope” , en Karl Hül, compilador, The management ofScientists {Boston, 1964).
86 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

m icos s e apartaron rápidam ente de los em p lea d o s en física. Mientras


esto ocurría, tem a s com o el calor y ia electricidad fueron abandonados
por la quím ica y en tregados a la filosofía experim ental o a un cam po
nuevo, la física, que esta b a a punto d e encontrar su lugar.
Otra importante fuente de cam bio durante e l siglo xix fu e la modifi­
cación gradual en la identidad p ercibida de las m atem áticas. Quizá
hasta m ediados de siglo, m aterias com o la m ecá n ica c e le ste , la hidro­
dinám ica, la elasticid ad y las vib racion es de los m ed io s continuos y
d iscontinuos fueron el centro de la in vestigación m atem ática profesio­
nal. S eten ta y cin co añ os d esp u é s, tales m aterias se habían convertido
en “ m atem áticas a p lic a d a s” , áreas distintas — y por lo general de
p osición inferior— de lo s asuntos más abstractos de las “ m atem áticas
p u ra s” que habían venido a ser la parte m edular de esta disciplina.
A unque cu rso s com o los de m ec á n ic a c e le s te y h asta la teoría e l e c ­
trom agnética se siguieron en se ñ a n d o todavía en las facu ltad es de m a ­
tem á tica s, se habían convertido en cu rso s secu nd a rio s, cu yos tem as
no estab an com p rend idos ya dentro de las fronteras del p en sa m ien ­
to matemático.^® E s preciso estudiar la separación resultante entre
la investigación en m atem áticas y la corresp ond ien te a las c ien cia s
físic a s, tanto en sí m ism a co m o por el e fe cto que ejerció en el desarro­
llo de e s ta s últim as. Tal n ecesid a d se im pon e por una razón doble;
porque ocurrió de m aneras d iferen tes y a d iferentes velo cid a d es en
p aíses d iferentes, factor del desarrollo de otras diferencias n acionales
que analizaré en seguida.
U na tercera variedad de cam b io, que v ien e esp e c ia lm e n te al ca so de
las m aterias analizadas en e s te en sa y o , fue la m ate matiz ación, nota­
b lem en te rápida y com p leta, de n u m ero so s cam p os b aconianos du­
rante el primer cuarto del siglo xix. Entre los asuntos que con stituyen
ahora la materia de la física, ú n ic a m e n te la m ecá n ica y la hidrodiná­
m ica habían exigido co n o cim ien to s de m atem áticas superiores antes
de 1800. En general, eran m ás q ue su ficie n tes los elem en to s de g e o m e ­
tría, trigonometría y álgebra. V ein te años m ás tarde, los trabajos de
L ap lace, Fourier y Sadi Carnot h icieron que las m atem áticas superio­
res fu e sen es’e n c ia le s para e l estudio del calor; P o isso n y A m p ère
habían h ech o lo m ism o en cuanto a la electricidad y el m agnetism o; y
Se encuentran colecciones pertinentes a Ja relación de ia$ m atemáticas y la física
matemática en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos durante la década de los veinte,
en las entrevistas cun Leon Briijouin, E.C. Kemble y N. F. Moti, depositadas en varios
archivos para ia Historia de la Física Cuántica. Para informes sobre estos depósitos,
véase T. S. Kuhn, J. L. Heilbron, P. F. Forman y Lini Alien, Sourcesfor History o f Quantum
Physics: An Inventory and Report (Filadelfia, 1967).
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 87

Jean F resn el, con su s seguid ores in m ediatos, a cab ab a d e h acer lo


propio en el ca m p o de la óptica. Sólo cuando su s n uevas teorías
m atem áticas s e aceptaron co m o m odelos, u na p rofesión co n una id en ­
tidad com o la de la físic a m oderna se convirtió en una de las cien cia s.
Suísurgimiento exigió que se echaran abajo las barreras, tanto c o n c e p ­
tuales co m o in stitu cio n a les, que habían m antenido separados los
cam pos c lá sic o s y bacon ianos.
Por q ué y cu á n do se abatieron esa s barreras, es un problem a que
requiere de m u c h a s m ás in v estig a c io n es. P ero la parte principal de la
resp uesta re sid e, sin duda, en el desarrollo interno de los cam p os
p ertinentes durante e i siglo xviii. Las teorías cualitativas, m atem ati-
zadas tan rápidam ente d esp u é s de 1800, habían nacido ap en a s hacia
1780. La teoría de Fourier exigía el co n cep to de calor esp e cífic o y la
separación siste m á tic a y c o n s e c u e n te de las nocion es de calor y tem ­
peratura. L as con trib ucion es de L aplace y Carnot a la teoría térmica
requiríeron a d em á s e l reco n o cim ien to d e l calor adiabático, a fin es del
siglo-; La m atem atización de las teorías electrostática y m agnética,
iniciadá por P o is so n , fue posible gi-acias a los trabajos previos de
Coulomb, la mayoría de los cu a le s apareció a p en as en la déca d a de
1790.^^ La descrip ción m atem ática de la interacción entre corrientes
eléctricas la realizó A m p ère casi sim u ltá n ea m en te a su d escub ri­
miento de los e fe c to s tratados en su teoría. A v a n c es r e cien te s ocurri­
dos en las téc n ic a s m a tem á tica s favorecieron en es p e cia l la m atem ati­
zación de ias teorías eléctrica y térmica. Quizá co n e x c ep ció n de la
óptica, los artículos que entre 1800 y 1825 hicieron q ue ca m p o s antes
exp erim en tales s e v o lv iesen por entero m atem áticos no podrían haber
sido escritos dos d é ca d a s antes de que com enzara la ten d en cia a la
m atem atización.
Pero el desarrollo interno, en e s p e c ia l de los c a m p o s b aconianos, no
explica la forma en q ue se introdujeron las m atem áticas d esp u é s de
1800. C om o lo su gieren los nom bres dé los autores de la s nuevas
teorías, los prim eros m atem atizadores fueron todos fra n ce ses. E x c e p ­
tuando algunos artículos de George Green y G auss, al principio poco
conocidos, no ocurrió nada por el estilo en ninguna otra parte antes de
la décad a de 1840, en que lo s in g le ses y los alem a n es com enzaron

” S(' considerati algunos aspectos sobre el fjroblema de m atrm atizar la fisica en


Ktihn, "Tlie Function oí'M easurem ent in Moderti Physicai Science” , 52 {1961):
161-19S, en donde se publicó por primera vez la distinción entre ciencias clásicas y
baconianas. Otros se encuentran en Ri.ibert Fox. Thv Cntorif Theory of Gasesfrom Lai oisivr
lo Ri’gnutdt (Oxford, 1971).
88 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

tardíam ente a adoptar y a adaptar el ejem plo p u esto por los fra n ceses
una generación antes. Quizá haya factores institucionales e individua­
les que expliquen e s e tem prano liderazgo fra n cés. En la déca d a de
1760, con los nom b ram ien tos de N ollet y lu ego de Monge com o profe­
sores de physique expérimentale en la Ecole du Génie, d e M ézières, los
tem as bacon ianos co m ienza n a introducirse, al principio con lentitud y
luego rápidam ente, en la ed u ca ció n de los in gen ieros militares france­
s e s .^ Tal m ovim iento culm in a co n e l esta b lecim iento , en la d écad a de
1790, de Va Ecole polytechnique, nueva cla se de institución ed ucativa en
que se les em pezaron a im partir a los estu dia ntes no ú nicam ente
m aterias clá sica s p ertin en tes a las arts mécaniques sino tam bién las
relativas a la quím ica, el estu d io del calor y otras sem eja n tes. Tal vez
no se a accid en tal que todos los q ue produjeron teorías m atem áticas
sobre ca m p o s prim eram ente ex p erim en ta les hayan sido profesores o
estu diantes de la École polytechnique. T am b ién de g ia n im portancia
para la dirección tom ada por sus trabajos fue el liderazgo m a e s t r a l de
L aplace, quien extendió la física m atem ática de N ew to n a tem as no
matemáticos.^®
Por razones que en la actualidad son tan oscuras com o controverti­
das, la práctica de la nueva físic a com enzó a declinar rápidam ente en
Francia d esp u é s de 1830. Esto o b ed eció en parte a un decaim iento
general de la vitalidad de la c ie n c ia fra n cesa , pero un factor más
im portante fue quizá el de la reafirmación de la prim acía tradicional de
las m atem áticas, las cu a les, d esp u é s del m edio siglo, s e alejaron de los
in tereses con cretos de la física. C om o d esp u é s de 1850 la física se
volvió por entero m atem ática, pero sin dejar de d ep en der del experi­
m ento cu idadoso, las con trib ucion es fra n ce sa s declinaron durante un
siglo h asta un nivel sin p r e c e d e n te en cam p o s anteriormente co m p a ­
rables com o el de la quím ica y las matemáticas.^® L a física exi­

** Información pertinente se encontrará en René Taton, “ L’école royale du génie de


Mézières” , en R. Taton, compilador. Enseignement et diffusion des sciences en France au
xvur Siècle {Paris, 1964), pp. 559-615.
R. Fox, "T he Rise and Fall of Laplacian Physics” , Historical StiuUes in the Physical
Sciences, 4 (1976): 89-136; R. H. Silliman, “ Frestsel and the Emergence of Physics as a
Disciphne” , ibid., pp. 137-162.
Información pertinente así como guía a la literatura, aún dispersa, sobre este
asunto, se encontrará en R. Fox, “ Scientific Enterprise and the Patronage of Research
in France, 1800-1870’*, Minenxi ll(1973):442-473,· H. W. Paul, “ La science f r^ ç a is e de
la seconde partie du XIX* siècle vue par les auteurs anglais et américains”, Revue d'histoire
des sciences, 27(1974): 147-163. Nótese, sin embargo, que ambas se ocupan de Ja alegada
disciplina en la ciencia francesa en su conjunto, efecto seguramente menos pronunciado
EL DESARROLLO DE LA FÍSICA 89

gía — pero no así otras c ie n c ia s — ei esta b lecim ien to de un puente


firme que salvara la brecha clásica-baconiana.
Lo que había em p eza d o en Francia durante el prim er cu arto del sigio
XIX tuvo q ue ser recreado en otras partes, al principio en A lem ania e
Ingliáterra d esp u é s de la se g u n d a mitad de la d éca d a de 1840. En
amtíos p a íse s , com o era de esp era rse, existían form as institucionales
que ai principio inhibieron el cuito de un cam po d ep en d ie n te de la fácil
com unicación entre p rofesio n a les del experim ento, por una parte, y de
las m atem áticas, por la otra. P arte d el éxito obtenido en A lem a ­
nia — atestiguado por el p apel preponderante de los a le m a n es en las
transformaciones c o n ce p tu a les de la física realizadas en el siglo xx—
debe atribuirse aÍ rápido crecim ien to y a la c o n s e c u e n te plasticidad de
las in stitu cio n es ed u ca tiv a s alem anas durante los años en que hom ­
bres c o m o N e u m a n n , W eb er , H elm ho ltz y K irch h off estu v iero n
creando una nueva d isciplina en que tanto teóricos experim entalistas
com o m a tem á tico s se asociarían com o profesionales de ia física.^’’
Durante las prim eras d éca d as de este siglo, e s te m odelo alemán se
propagó, rápidam ente al resto del mundo. En tanto, la añeja división
entre la física m atem ática y la experim ental se fu e haciendo ca d a vez
m enos notoria, h asta ca si desaparecer. Pero, d esd e otro punto de
vista, quizá se a m ás exa cto decir que fue desp lazad a, d esd e una
posición entre ca m p o s distintos al interior de la propia física, lugar
d esd e e l cu al continúa siendo fuente de ten sion es tanto individuales
com o p rofesion ales. Creo que sólo porque la teoría física es ahora
en tera m en te m a tem á tica e s q u e ias físicas teórica y experim ental
p a recen ser e m p re sa s tan diferentes que casi nadie p u e d e tener la
esperanza de alcanzar en am bas el rango de em in en cia. T al dicotom ía
en tre ex p erim en to y teoría no ha caracterizado a ca m p o s com o los d e la
quím ica o la biología, en los cu a le s la teoría e s m en o s in trín secam ente
m atem ática. Quizá, p o rlo tanto, arraigada en la naturaleza de la m ente
humana^^ p ersista la brecha entre cien cia m atem ática y cien cia ex p e­
rimental.

y quizá muy distinto de la declttsación de !a física francesa. Mis conversaciones con Fox
lian fortalecido mis convicciones y me !ian ayudado a oj'ganizar mis comeníarios sobre
estos puntos.
Russe! McCormmach, “ Editor’s Foreword” , Historical StuÁies in the Physicai Scien­
ces, 3 (1971): ix-xxiv.
Otros fenómenos comentados frecuentem ente, pero poco investigados todavía,
indican también que esta división puede ser de origen psicoló^co. Muchos matemáticos
y físicos teóricos se han interesado y dedicado apasionadam ente a la música, al grado de
que a muchos de ellos se íes ha hecho difícil elegir entre una carrera musical y una
90 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

científica. Tal grado de apasionamiento no se observa en las ciencias experimentales,


incluida la Tísica experimental — tampoco, creo, en otras disciplinas sin relación evi­
dente con la mil sic a— . Pero la música, parte de ella, formó parte en otros tiempos del
conjunto de las ciencias m atemáticas, nunca de las experimentales. Probablemente
revele aÍgo más e studiar a fondo una distinción sutil <¡ue a veces hacen los físicos: la que
hay entre un físico "matemático*' y un físico "teórico*'. Ambos emplean matemáticas, a
menudo en los mismos problemas, pero el primevo tiende a tomar ei problema de física
como está fijado concep tuaim ente a idear poderosas técnicas m atemáticas para aplicar­
ías a él. El segtnulo piensa más en términos de fTsica, adaptando la concepción de su
problema a los instrumentos matemáticos de que dispone, los cuales, a menudo, son
limitados. Lewis Pyenson, a quien le agradezco sus útiles comentarios a iVii primer
borrador, está desarrollando ideas interesantes sobre ia evolución de esa distinción.
IV. LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA
COMO EJEMPLO DE DESCUBRIMIENTO SIMULTÁNEO*

E n t r e 1842 y 1847, cuatro cien tíficos d ispersos por toda Europa,


Mayer, Joule, C olding y H elm holtz, y, salvo e s te último, ignorando
cada uno de ellos el trabajo de los d em ás, hicieron pública la h ipótesis
de ia con serv a ció n de la energía.^ La co in cid en cia e s co n sp icu a , a
pesar de que ios cuatro a n u n cio s son singulares ú n ica m en te en lo que
resp ecta a com b inar ia generalidad de ia form ulación con ap licacion es
cuantitativas co n creta s. Sadi Carnot, antes de 1832, Marc S égu in en
1839, Karl H oitzm ann en 1845 y G. A. Hirn en 1854, escib ieron cada
quien por su lado sus c o n v ic cio n es de que el calor y el trabajo son
eq u ivalentes cuan titativam ente y calcularon un co e ficien te de con ver­
sión o un eq u iv a le n te.^ L a e q u iv a le n c ia d e i calor y d e l trabajo no e s ,

* Reimpreso con autorización de Marshall Clagett, compilador, Critical Problems in the


History o f Science (Madison: University of Wisconsin Press, 1959), pp. 321-356. Copyright
1959, de Regents of the University of Wisconsin.
' J. R. Mayer, "'Bemerkungen über die Kräfte der unbelebten Natur” , /1/ui. d. Chem.
II. Pharm., vol. 42 (1842). Usé la reimpresión cjue se halla en la excelente colección de J.
J. Weyratieh, Die Mechanik der Wärme in gesammelten Schriften von Robert Mayer (Stuttgart,
1893), pp. 23-30. Este volumen se cita m ás adelante como Weyrauch, I. Al volumen
compañero, del mismo autor. Kleinere Schriften und Briefe von Robert Mayer (Stuttgart,
1893), lo cito como Weyrauch, ÍL
Jam es P, Joule, "O n the Calorific Effects of Magneto-Electricity, and on the Mecha­
nical Value of H e a t” , Phil. Mag., vol. 23 (1843). Usé la versi(>n publicada an The Scientific
Pajierfi of James Prescott Joule (Londres, 1884), pp. 123-159. Este volumen se cita más
adelante como Joule, Papers.
L, A, Coiding, "Undersogelse on de aSmindelige Naturkraefter og deres gjensidige
Afhaengighed og isaerdeleshed om den ved visse faste Legemers Gnidning udvikiede
Varme", Dansk. Vid. Selsk., 2 (1851): 121-146. Le agradezco a Miss Kirsten Emilie
Hedebol el haber traducido este artículo, No es, desde luego, tan completo como el
original inédito, que Colding leyó en la Real Sociedad de Dinamarca en 1843^ pero
contiene mucha información sobre ese original. Véase tam bién L, A. Colding, “ On the
History o f T h e Principie of Conservation of Energy” , Phil, Mag., 27 (1864): 56-64.
H. von Helmholtz, Ueber die Erhaltung der Kraß. Eine physikalische Abhandlung (Berlin,
1847). Usé la reimpresión anotada de Wissenschaftliche Abhandlungen von Hermann Helm­
holtz (Leipzig, 1882), 1:12-75. Este conjunto se cita como Helmholtz, Abhandlungen.
^ La versión de Carnot, de la hipótesis;de la conservación, está dispersa en un libro

91
92 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

d e s d e lu eg o , otra c o s a q u e un c a s o e s p e c ia l d e c o n s e r v a c ió n de
en er g ía , pero la g e n er a lid a d q ue falta en e l s e g u n d o grupo de
a n u n c io s a p a r e c e en otra parte, en la literatura c o r r e s p o n d ie n te a
e s e periodo.
Entre 1837 y 1844, C. F. Mohr, W illiam Grove, Faraday y Liebig
describieron el m undo de los fen ó m e n o s com o m anifestación de una
sola “ fuerza” , q ue aparecía en form as eléctrica s, térm icas, dinám icas

de notas escrito entre la publicación de su memoria en 1824, y la fecha de su muerte, en


1832. La versión más válida de las natas es la de E. Picard, Sadi Carnot, biographie et
nianuscript (París, 1927); una fuente más conveniente es e! apéndice de la reciente
reimpresión· de las Réflexions sur la puissance motrice da feu (París, 1953). Obsérvese que
Carnot consideró el materiai de estas notas bastante incompatible con la tesis principal
de sus famosas Ké/7eA:í0fi5. En realidad, resultó que eran salvables los elementos esencia­
les de su tesis, pero fue necesario un cambio tanto en la manera de enunciarla como en la
de derivarla.
M a rc S é g u in , D e l ’in flu en ce des ch em in s d e f e r et d e í'a rt d e les con struire {París, 1839), pp.
XVI, 380-396.
Karl Holtzmann, Ü ber die, W ä rm e u n d E lasticit'àl d e r Case u n d D ä m p fe {Mannheim, 1845).
Usé la traducción de W. Francis, que aparece en T a y lo r ’s S cie n tific M enioirs, 4 (1846):
189-217, Como Holtzmann creyó en ia teoría dei calórico y la aplicó en su monografía,
es un candidato extraño para una lista de los descubridores de la conservación de la
energía. Creía también, sin embargo, que la misma cantidad de trabajo empleada en
comprimir isotérmicamente un gas debe prod ucirsiem preeÍ mismo aumento de caloren
el gas. Como resultado, hizo uno de los primeros cálculos del coeficiente de Jouie; de ahí
que su obra sea citada repetidam ente por los primeros escritores de termodinámiea,
quienes la ven como componente Importante de sus teorías. Es difícil decir que Holtz­
mann entendió por lo menos en parte la conservación de la energía como se define líoy
esa teoría. Pero, para esta investigación de] descubrimiento simultáneo, el juicio de sus
contemporáneos es más procedente que el nuestro. A varios de ellos, Holtzmann les
pareció un participante activo en la evolución de la teoría de la conservación.
G. A. Hirn, " É tu d es sur les principaux phénom énesq ue présentent les frottements
médiats, et sur les diverses manières de déterm iner la valeur mécanique des matières
employées au graissage des machines"', B u lle tin d e la société in d u strielle d e M ulhou se, 2 6
(1854); 188-237: y "Notice su r les lois de la production du calorique par les frottements
m édiats” , ib i d ., pp. 238-277. Es difícil creer que Hirn desconociese por completo los
trabajos de Mayer, joule, Helmholtz, Clausius y Kelvin cuando escribió los "É tu d es" en
1854. Pero después de leer su artículo, encuentro porentero convincente su pretensión
de haber hecho el descubrimiento independientemente (publicado en la "N otice” ).
Como en ninguna de las historias ordinarias se c ita n ’estos artículos y ni siquiera se
reconoce la existencia de la pretensión de Hirn, me parece propio fundamentarla
someramente aquí.
La investigación de Hirn está dedicada al estudio de la eficacia relativa de varios
lubricantes de máquinas en función de la presión sobre el asiento, la torsión aplicada,
etc. Inesperadam ente, según él, sus mediciones lo llevaron a la conclusión de qiie; “ La
cantidad absoluta de calórico producida por fricción mediada [por ejemplo, la fricción
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 93

y m uchas otras, pero en todas su s transform aciones nunca podía ser


creada ni destruida.^ E sa llam ad a fuerza e s la ú nica que ios cien tífico s
posteriores c o n o c e n com o energía. La historia de la cien cia no ofrece
otro ca so m ás sorprendente del fen ó m e n o conocido com o d escu b ri­
miento sim ultáneo. Y a nom bram os doce hom bres que, en un breve
intervalo de tiem po, llegaron por sí solos a las partes e s e n c ia le s del
concepto de la energía y conserv a ció n. Podría aum entarse e s e nú­
mero, pero por d esg ra cia inútilmente.** E sta multiplicidad sugiere
su ficientem en te que en las dos d éca d a s anteriores a 1850 el clim a del

que se produce entre dus superficies separadas por un lubricante] es directa y única-
[nente proporcional ai trabajo mecánico absorbido por esa fricción. Y si expresamos el
trabajo como los kilogramos elevados a la altura de un metro y la cantidad de calórico en
calorías, encontramos que la razón de estos dos números es aproximadamente de 0.0027
[gne corresponden a 370 kg x m/cai ], independientemente de la velocidad y la tem pera­
tura y cualquiera cjue s e a ia sustancialubricante” (p. 202). Casi hasta 1860, Hirn dudó de
la validez de la ley con respecto a lubricantes impuros o bien sin lubricación (véanse
especialmente sus Récfierchei sur l’équivalent mécanique de la cfutleur [Paris, 1858], p. 83).
Pero a pesar de estas dudas, su trabajo muestra evidentemente una de las rutas que, a
mediados del siglo X íX , había hacia esta importante parte de la conservación de la
energía.
® C. F. Mohr, "U eber die ÎN'atur der W ärme” , Zeit. f . Phys., 5 (1837): 419-445; y
"Ansichten über die N atur der W ärm e” , Ann. d. Chvni. u. Pharm., 24 (1837): 141-147..
William R. Grove, On the Corrélation of Physicai Forces: Being the Substance of a
Cour.ie qf Lectures Delivered in the London InstiUUion in the Year 1843 (Londres, 1846). En su
primera edición, Grove dice que no ha introducido material nuevo desde que dio las
conferencias. Las ediciones posteriores, y más accesibles, están muy revisadas, con­
forme a su obra ulterior,
Michael Faraday, Experimental Researches in Electriciiy (Londreà, 1844), 2:101-104. Las
"Seventeenth Seríes" originales, de ias cuales ésta es una parte, fueron leídas en la
Real Sociedad en marzo de Î840.
Justus Liebig, Chemische Briefe (Heidelberg, Î844), pp. 114-120. Con este trabajo,
como con el de Grove, debe uno precaverse contra los cambios introducidos en las
ediciones posteriores al reconocimiento de la conservación de la enerjjía como ley
científica.
■' Como algunas de mis conclusiones dependen de la lista de nombres seleccionados
para el estudio, me parecen indispensables unas palabras sobre eí procedimiento de
selección. T raté de incluir a todos los hombres, que, según sus contem pojáneos o sus
sucesores inmediatos, llegaron independientemente a alguna parte significativa de la
conservación de la energía. A este grupo agregué los nombres de Carnot y Hirn, cuyos
trabajos, de haberse conocido, hubieran sido considerados dentro de los primeros.
Desde el punto de vista de esta investigación, no viene al caso que en la actuídidad
carezcan de influencia.
Por este procedimiento, se obtuvo la presente lista de 12 nombres, y sólo sé de otros
cuatro que podrían haber merecido figurar allí. Tales son; Haller, Rogert, Kaufmann y
Rumford. A pesar de la desapasionada defensa que de él hace P. S. Epstein (Texibook of
94 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

p en sa m ien to científico europ eo con ten ía e lem en to s c a p a ce s de guiar a


los cien tífico s recep tiv os h a cia un significativo y nuevo punto de vista
sobre la naturaleza. A islando esto s ele m e n to s dentro de los trabajos de
los hom bres afectad os por ellos p o d e m o s descubrir algo acerca de la
naturaleza d el d escub rim iento sim ultáneo. C iertam ente, podrían fun­
dam entarse los sigu ientes tópicos, obvios y por entero ca ren tes de
sign ificado: “ U n d e sc u b r im ie n to c ie n tífic o d e b e a d ecu a rs e a la
é p o c a ” , o “ La é p o ca d e b e estar m ad u ra .” El problem a es retador. Por
con sig u ien te, el objetivo principal de e s te artículo es la determinación
preliminar de las fu e n tes del fen ó m en o llamado d escub rim iento sim ul­
táneo.
P ero an tes de avanzar h acia nuestro objetivo, d eten gám on os en la
frase de “ d escubrim iento sim u ltá n eo ” . ¿ D escribe su ficien tem en te el
fen ó m en o que va m o s a investigar? En el c a s o id ea l d e descubrim iento
sim ultáneo, dos o más hom b res anunciarían lo m ism o al m ism o tiempo
y en com p leta ignorancia d el trabajo de cada quien, pero nada ni
rem otam en te parecido ocurrió durante el desarrollo d el co n ce p to de
T k e r t m d y n a m k s [Nueva York, 1937], pp. 27-34), Haller no está en la lista. La noción de
que la fricción de lus fiitidus que circulan por las arterias y las venas contribuye a
producir calur corporal no implica parte de la noción de la conservación de la energía.
Cualquier teoría que explique la producción de calor por fricción debe abarcar la
concepción de Haller. Más procedentes son las ideas de Roget, quien partiendo de la
imposibilidad del movimiemo perpetuo argumenta en contra de la teoría del galvanismo
por contacto (véase nota 27). Lo omití sólo porque parece no darse cuenta de la
posibilidad de ampliar su argumento y porque sus concepciones las duplica el trabajo de
Faraday, quien sí las amplió.
Tal vez debí incluir a Herm ann von KaLjfmann. Según GeorgHelm , su obra es igual a
la de Holtzmann (Die «nergetik nach ihrer geschkhtlkhen Entwickelung [Leipzig, 1898], p.
64). Pero no pude ver los escritos de Kaufmann, y el caso de Holtzmann es ya algo
dudoso, por lo que me pareció no sobrecargar la lista. En cuanto a Rumford, cuyo caso es
el más difícil de todos, sefíalaré más adelante que antes de 1825 la teoría dinámica del
calor no condujo a sus partidarios hacia la conservación de la energía. Hasta mediados
de siglo, no fue necesaria, y ni siguiera probable, la relación entre ambos conjuntos de
ideas. Pero Rumford fue algo más que un teórico dinamicista. Dijo también: "Se
seguiría necesariam ente, de [la teoría dinámitía]. . . . que la suma de las fuerzas activas
en el universo debe perm anecer siempre constante" (Complete Works [Londres, 1876),
3:172), y esto suena a conservación de la energía. Quizá lo es. Pero, en caso de que lo
sea, Rumford en ningún momento se da cuenta de su significación. No encontré que
aplicara o por lo menos repitiera su comentario en otras partes de su obra. Me inclino,
pues, a considerar esa frase como eco fácil, propio ante un público francés, del
teorema —muy siglo w iii— de la vU viva. Tanto Daniel Bernoulli como Lavoisier y
Laplace habían aplicado desde antes ese teorema a la teoría dinámica (véase n o ta 95) sin
llegar a nada parecido' a la conservación de la energía. No tengo razón alguna para
suponer que Rumford haya visto más lejos que aquéüos.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 95

conservación de la energía. L as violacion es de la sim ultaneidad y la


influencia m utua son secu nd arias. P ero ninguno de n uestros hom bres
dijo siquiera la m ism a co sa . Casi hasta el fín del periodo de d escub ri­
miento, p o c o s de su s artículos p resen tan m ás q ue sem ejan zas frag-
menfarias ob serva b les en ora cion es y párrafos aislados. H a ce falta ser
muy'diestro en extractar, por ejem plo, para que la d efen sa que hace
Mohr de la teoría dinám ica del calor se a se m e je a la exp osición de
Liebig sobre los lím ites in trín seco s del motor eléctrico. Un diagrama
de los p asajes co in c id e n te s q ue se encuentran en lo s artículos elabora­
dos por los precursores de la con servación de la energía sería parecido
a un crucigram a sin terminar.
Por fortuna, no h a ce falta diagrama alguno para captar las diferen­
cias e s en cia les. A l a n o s p recursores, com o S ég u in y Carnot, analiza­
ron ú n ica m en te un ca so e s p e c ia l de con servación de la energía, y sus
enfoques fueron diferentes. Otros, com o Mohr y Grove, anunciaron un
principio de co n serv ació n universal, pero, com o v er em o s más a d e­
lante, sus o ca sio n a les intentos por cuantificar su “ fuerza” in d estru c­
tible dejan en tela de juicio su significado co n creto. S o la m e n te por lo
que ocurrió d e s p u é s, p o d e m o s decir que todas e s ta s d eclaraciones
parciales tratan d el m ism o a sp ecto de la naturaleza.^ Tam poco e ste

^ Estw bien puede explicar por qué ios precursores parecen no haber aprovechado
para nada sus trabajos mutuos, ni siquiera cuando los ieyeron. Nuestros doce hombres
no fueron estrictam ente independientes. Grove y Helmholtz conocieron el trabajo de
Joule y lo citaron en sus escritos de 1843 y 1847 (Grove, Physicai Forces^ pp. 39, 52;
Helmholtz, Abhandlungen, 1:33, 35, 37, 55). Joule, por su parte, conoció y citó el trabajo
de Faraday (Papen, p. 189). Liebig, aunque no citó a Mohr y a Mayer, debe de haber
conocido sus trabajos, pues se publicaron en su propia revista. (Véase también G. W. A.
Kahibaum, Liebig und Friedrich Mohr, Briefe, J834-Î870 [Braunschweig, 1897], para el
conocimiento que tuvo Liebig de la teoría de Mohr.) Es muy posible que con informacio­
nes biográficas más precisas se descubrieran otras relaciones entre ambos.
Pero estas relaciones recíprocas, por lo menos las identificables, parecen no ser
importantes. En 1847, parece ser que Helmholtz no conocía la generalidad de las
conclusiones de Joule ni la gran medida en que coincidían con las suyas. Solamente cita
los hallazgos experim entales de Joule, y eso muy selectiva y críticamente. Hasta las
controversias sobre la prioridad, ocurridas en la segunda mitad dei siglo, Helmholtz
parece no haber conocido el grado en que él mismo se había anticipado, Gran parte de
esto es válido también en cuanto a las relaciones entre Joule y Faraday. De éste. Joule
tomó ilustraciones, pero no-inspiración. El caso de Liebig acaso resulte más revelador.
Pudo haberse olvidado de citar a Mohr y a Mayer sencillamente porque éstos no lo
ilustraron convenientemente y ni siquiera dan la apariencia de haber tratado ei mismo
asunto. Es evidente que los hombres a los que podemos llamar los primeros exponentes
de la conservación de la energía ocasionalmente pudieron haber leído las obras de los
demás, sin darse cuenta de que estaban hablando de las mismas cosas. En cuanto a
96 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

problem a de los descub rim iento s d ivergen tes se restringe a los cientí­
ficos cu y a s form ulacion es fueron ob v ia m ente in com pletas. Mayer,
Colding, Joule y H elm holtz no esta b a n diciendo las m ism a s c o sa s en
las fec h a s que se atribuyen gen era lm en te a su s descub rim ientos de la
con servación de la energía. Algo m ás que amor propio está impKcito en
la posterior p retensión de Joule de que el d escub rim iento que anunció
en 1843 fue diferente del publicado por M ayer en 1842.® En esto s
años su s artículos co in cid en en p artes im portantes, pero su s teorías
se v u elven su sta n cia lm en te co e x te n siv a s’’ hasta el libro de Mayer,
de 1845, y las p ub licacion es de Joule, de 1844· y 1847.
En fín, aunque la frase de “ d escub rim iento sim u ltá n eo ” indica
el tem a central de este artículo, tomándola literalm ente no lo d es­
cribe. Aun para el historiador familiarizado con los c o n ce p to s de con­
servación de la energía, lo s distintos precursores no com unicaron
las m ism a s co sa s. Y en e s a ép o ca , e s to s últim os d efinitivam ente no
se com unicaron entre sí. Lo que v em o s en sus trabajos no e s realm en te
el d escub rim iento sim u ltán eo de la co n serv a ció n de la energía; en
lugar de ello s e aprecia el surgim iento rápido y a m enudo desordenado
de los e lem en to s co n c e p tu a le s y ex p erim en ta les de lo s cu a le s, poco
tiem po d es p u é s , se com pondría esa teoría. E stos e lem en to s son los
que nos interesan. N osotros sa b em o s p o r q u é estab an ahí: la energía se
conserva; la naturaleza se com porta de e s a manera. P ero no sa b em o s
por qué estos e lem en to s de pronto se volvieron a c c e s ib le s y recon oci­
bles. Tal e s el p roblem a fun dam en tal de e s te artículo. ¿Por qué, entre
los años 1830 a 1850, llegaron tan a la superficie de la c o n cien cia
cien tífica tantos de los ex p erim en to s y c o n ce p to s n ecesa rio s para
enunciar ín tegram en te la co n serv a ció n de la energía?®

esto, el hecho de que muchos de ellos hayan tenido antecedentes profesionales e


intelectuales tan distintos puede expUcar la poca frecuencia con que revisaron mutua­
m ente sus escritos.
® J. P. Jouie, “ Sur l’équivalent m écanique du calorique” . C o m ptes ren dus, 28 (1849):
132-135. Usé la reimpresión de W eyrauch, II, pp. 256-280. Ésta es tan sólo la primera
salvedad en la controversia sobre la prioridad, pero m uestra ya cuál iba a ser el
contenido de ésta. ¿Cuál de los dos — y después m ás de dos— diferentes enunciados es
realmente el de ia conservación de la energía?
^ J.R . Mayer, D ie o rg a n ísh e B e w e g u n g in ih rem Z u s a m m e n h a n g e m it d e m S toffw echsel
(Heiibronn, 1845), en Weyrauch; l, pp. 45-128. Vienen al caso la mayoría de los escritos
de Joule, redactados entre 1843 y 1847, pero en especial: “ On the Changes of Tem pera­
ture Produced by the Raiefaction and Condensation of Air” (184'5) y “ On Matter, Living
Force, and H eat” (1847), en P a p e rs, pp. 172-189, 265-281.
® Esta formulación tiene cuando menos «na ventaja considerable sobre la versión
usual. No implica ni permite la pregunta de ¿quién descubrió realmente la conservación
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 97

Seríafácil tomar esta p regunta com o la petición de una lista de todos


aquellosfa cto re s, ca si in nu m erab les, gracias a los c u a le s ca d a uno de
los precursores pudo ha cer un determinado d escubrim iento. Interpre­
tada de esta m anera, la pregunta no tiene resp u esta , por lo m enos
ning&na q ue p u e d a dar ei historiador. P ero é s te p uede intentar otra
clase de resp u esta . U n a in m ersión contem plativa en los trabajos de los
precursores y sus con tem porá neos p u e d e revelar un subconjunto de
factores que p arezcan m á s significativos q ue otros, por su frecu en te
recurrencia, su especificida d con respecto al periodo, y el efecto
decisivo sobre la in v estig a ció n individual.^ El giado de mi familiaridad
con la literatura de e s te ca m p o no m e perm ite, por ahora, juicios
definitivos. Sin em bargo, esto y seguro ya de dos factores, y so sp ec h o
la pertinencia de otro m ás. L es llamaré “ disponibilidad de p ro ceso s de

de la energía? Como io há demostrado un siglo cié fructíferas controversias, con una


extensión o una restricción convenientes de la definición de la conservación de la
energía, ya no sería posible concederle ei triunfo a ninguno de los precursores, una
indicación más de que ellos no pudieron haber descubierto la misma cosa.
Esta formulación impide también otra pregunta; ¿Faraday {o Séguin, o Mohr o
caakjitier otro de ios pre«Jursores) captó realmente el concepto de conservación de la
energía, por lo menos intuitivamente? ¿Merece estar en ia lista de los precursores?
Estas preguntas no tienen ninguna respuesta válida, como no sea según el gusto de quien
ias conteste. Pero, itsdependientemente de la que dicte el gusto, el caso de Faraday (o
Séguin, etc.) da una buena m uestra de las fuerzas que impulsaron hacia el descubri-
mienío de la conservación de la energía.
^ Estos tres criterios, especialm ente el segundo y el tercero, determ inan la orienta­
ción de este estudio, de una manera que no se evidencia de inmediato. Alejan ia atención
de las condiciones esenciales previas al descubrimiento de la conservación de la energía y ia
dirigen hacia io que podría llamarse Iobfactores desencadenadores a los que obedeció el
descubrimiento sinuiltáneo. Por ejemplo, las p á ^ n a s siguientes mostrarán, impiícita-
mente, que todos los precursores hicieron uso significativo de los elementos conceptua­
les y experimentales de la calorimetría y que muchos de ellos confiaron en los nuevos
conceptos químicos procedentes dei trabajo de Lavoisier y sus contemporáneos. P re ­
sumiblemente, tuvieron que ocurrir éstos y muchos otros avances dentro de la ciencia,
antes de que pudiera descubrirse la conservación de la energía tal y como la conocemos
ahora. Sin embargo, no aislé explícitamente aquí los elementos de esta índole, porque,
al parecer, no sirven para distinguir a ios precursores de sus antecesores. Y aqu e tanto la
calorimetría como la química nueva eran propiedad común de todos los científicos desde
arios antes de ia época del descubrimiento simultáneo, no pueden haber suministrado
los estímulos inmediatos que desencadenaron el trabajo de los precursores. Como
condiciones esenciales previas para el descubrimiento, tienen en sí interés e importan­
cia. Pero no es probable que, estudiándolos, se aclare mucho el problema dei descubri­
miento simultáneo, ai cual se dedica este artículo. [Se agregó esta nota al manuscrito
original en respuesta a los puntos que se plantearon durante la discusión que siguió a la
exposición oral.]
98 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

co n v ersió n ” , el “in terés por ias m á q u in as” y la “filosofía de la natura­


le za ” . Los trataré en e s te orden.

La disponibilidad de los p ro ce so s de con versión resultó primordial­


m en te de la corriente de d escu b rim ien to s que surgió a raíz de la
in v en ció n de la pila eléctrica, realizada por Volta en 1800. D e acuerdo
con la teoría d el galvanism o q ue p rev a lecía por lo m en o s en Francia y
en Inglaterra, se ob tenía corriente eléctrica a ex p e n s a s de las fuerzas
d e afinidad quím ica, y e sta con versión re su ltó ser tan sólo el primer
eslabón de una cadena.^® La corriente eléctrica in variablem ente pro­
ducía calor y, en c o n d icio n e s a d ecu a d a s, tam bién luz. O bien, por
electrólisis, tal corriente p o d ía v e n c e r a las fuerzas de la afinidad
q uím ica, convirtiendo así en un círculo la ca d en a de transform aciones.
É stos fueron los prim eros frutos del trabajo de Volta; otros descubri­
m ien tos de con versión m á s im portantes siguieron ocurriendo d éca d a
y m edia d esp u é s de 1820.^^ En e s e año, O ersted dem ostró los efe cto s
m a g n ético s de una corriente eléctrica; a su vez, el m agnetism o podía
producir m ovim iento, y d e s d e m ucho tiem po atrás se sabía que é s te
podía producir electricidad por fricción. A s í se cerraba otra ca d en a de
c o n v er sio n es. E n to n c es, en 1822, S e e b e c k dem ostró que el calor
aplicado a una cinta bim etálica producía d irectam ente una corriente
eléctrica. D o ce años d e s p u é s, P eltie r invirtió e s te extraordinario,
ejem plo de conversión, d em ostrando q ue, en o ca sio n e s, la corriente
podía absorber calor y de esa m anera producir frío. L as corrientes
in du cidas, d escu b ier ta s por Faraday en 1831, fueron apenas otro
m iem bro de una cla se de fe n ó m e n o s ya ca ra cterístico s de la c ien cia
del siglo XIX. En la d é c a d a d esp u é s de 1827, el progreso de la fotografía

En los escritos de Faraday hay información dispersa pero útil sobre ei progreso de
la importante controversia que se suscitó entre los exponentes de las teorías del
galvanismo químico y por contacto { E x perim e n tal R esearch es, 2: Ì8-20). De acuerdo con su
relación, la teoría química predominó en Francia y en Inglaterra, cuando menos desde
1825 en adelante, pero ia teoria del contacto predominaba en Alemania y en Italia
todavía en 1840, época de los escritos de Faraday. ¿El predominio de la teoría del
contacto en Alemania explicará la manera, sorprendente por cierto, como Mayer y
Helmholtz pasaron por alto la batería en sus explicaciones de las transformaciones de
energía?
” Para los descubrim ientos siguientes, véase Sir Edm und W hittaker, 'A H isto ry o f th e
7'heories o f A ctk er a n d E le c tr ic ity , vol. 1, T h e C la s s ic a l T keoríes, ed. (Londres, 1951), pp.
81-84, 88-89, 170-171, 236-237. Sobre el descubrimiento de Oersted, véase también R.
C. Stauffer, “ Persistent Errors Regarding Oerstedes Discovery of Electromagnetism” ,
h ü , 44 (1953): 307-310.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 99

añadió otro ejem plo m ás todavía, y cuando Mellon! identificó la luz co n


el calor radiante se confirm ó la antigua so sp e c h a de que existía una
conexión fu n d a m en ta l entre otros dos a sp e c to s en apariencia dispares
de la naturalezas^
A ntes de 1800, ya existían algunos p ro ceso s d e conversión. El
m ovimiento ya había producido cargas electrostáticas, y las atraccio­
nes y re p u lsion es resu ltan tes habían producido m ovim iento. Los g e n e ­
radores electro stá tico s habían d ese n c a d e n a d o o ca sio n a lm en te reac­
ciones q uím icas, entre ellas d iso cia cio n es, y las re a ccio n es quím icas
habían producido tanto luz co m o c a l o r . A p r o v e c h a d o por la máquina
de vapor, el calor podía producir m ovim iento, y éste, a su vez, g e n e ­
raba calor por fricción y percusió n. Sin em bargo, en el siglo xviil é sto s
fueron fe n ó m e n o s aislados; p o c o s de ellos parecieron de im portancia
capital para la in v estig a ció n científica; y es o s p o co s fueron estudiados
por grupos d iferentes. A p e n a s en la d é ca d a de 1830, cuando tales
fen ó m en o s fueron co n sid era d o s de la m ism a categoría que los m uchos
otros ejem p los d escu b ierto s en rápida su ce sió n por los cien tíficos del
siglo XIX , aquéllos com enzaron a ser co n ce p tu a d o s co m o p ro ceso s de
conversión.^'^ Por esa ép oca, en el laboratorio, los cien tífico s estaban
pasando in ev ita b lem en te de toda una variedad de fen ó m e n o s quími­
cos, térm icos, eléctrico s, m agnéticos o d inám icos a fen ó m e n o s de
cualquiera de los d em á s tipos, y así también a fen ó m e n o s ópticos.
P rob lem as tradicionalm ente distintos fueron ganando interrelaciones
m últiples, y e s o e s lo q ue Mary SommerviUe tenía en m en te cuando, en
1834, le dio a su fa m o sa obra de popularización de la c ie n c ia el título de
On the Connexion o f the Physicai Sciences. “ El progreso de ia cien cia
m oderna” , d ecía en su prefacio, “ esp e c ia lm e n te en los ú ltim os cinco
años, s e ha caracterizado por una ten d en cia a. . . unir ram as aisladas
[ de la cien cia , de m anera q ue hoy ] . . . ex iste un lazo de unión, y ya no
se p u e d e ser efic ie n te en una sola rama sin con o cer las o t r a s . E l
comentario de Mary SommerviUe aísla la “nueva visión” que la ciencia
física había adquirido entre 1800 y 1835. E sa nueva visión, junto con
F, Cajorí,/í H isto ry (if P h y s k s {Nueva York, 1922), pp. 158, 172-174. Grove hace un
punto particular de los primeros procesos fotográficos (P h y s ic a i F orces, pp. 27-32). Mohr
hace d estacar el trabajo de Mellont {Z eit. f P h y s , 5 [1837]: 419).
Sobre los efectos químicos de la electricidad estáUca, véase Whittaker, A e th e r a n d
E ltíciriciiy, 1:74, rt. 2.
La única excepción es significativa y se analiza con alguna amplitud más adelante.
Durante el siglo \ \ lll, se consideró a ias máquinas de vapor dispositivos de conversión.
Mary SommerviUe, On the Connexion o f the P h y s k a l Sciences {Londres, 1834), prefacio sin
paginación.
100 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

los d escu b rim ien tos que produjo, resultó ser el requisito principal para
el surgim iento de la co n serv a ció n de la energía.
P ero, p recisa m en te porque produjo una “ visión ” en lugar de un
determ inado fen ó m en o de laboratorio, definido claram en te, la exis­
tencia de los p ro c e so s de con versión h a ce que el desarrollo de la
con serv a ció n de la energía tom e toda una variedad de rum bos. Fara­
day y Grove llegaron a una id ea m uy cerc a n a a la de la conservación,
estu diand o el conjunto entrelazado de todos los p ro ce so s de conver­
sión. Para ellos, la co n serv a ció n fue literalm ente una racionalización
del fen óm eno que Mary Som m erviU e describ ió com o la nueva '‘co n e­
xión ” . C. F. Mohr, por otro lado, adoptó la id ea áe. consenjación de una
fu en te muy distinta, quizá metafísica.'*® P ero , com o v erem o s más
adelante, sólo porque intentó dilucidar y defender esta idea en los tér­
minos de los nuevos procesos de conversión, la concepción inicial de
Mohr terminó por ser vista como conservación de la energía. Mayer y ;
Helmholtz presentan todavía un enfoque más. Comenzaron aplicando
su s co n ce p to s de co n serv ació n a bien co n o cid o s fe n ó m e n o s antiguos.
Pero h asta que extendieron sus teorías para a b a rca r lo s n u ev o s d esc u ­
brim ientos, no desarrollaron la m ism a teoría q ue, por ejem plo Mohr y
Grove. Otro grupo m ás, el de Carnot, S ég u in, H oltzmann y Hirn,
d esatendió por com p leto los n u ev o s p ro ce so s de conversión. Pero
estos personajes no habrían sido descubridores de la conservación de la
energía si cien tíficos com o Joule, H elm holtz y Colding no hubieran
dem ostrado que los fe n ó m e n o s térm ico s q ue m anejaban e s to s in g en ie­
ros del vapor eran p artes in tegrales de la n u ev a red de con version es.
Creo q ue hay una e x c e le n te razón para q ue es ta s relaciones sean tan
co m p leja s y variadas. D e s d e cierto punto de vista, muy im portante y
que será p recisad o m ás tarde, la co n serv a ció n de la energía e s nada
m en os que la contraparte teórica de los p ro ce so s de con versión de
laboratorio, d escu b ier to s durante las prim eras cuatro d éca d a s del
siglo XIX. Cada con versión de laboratorio co rresp ond e, en la teoría, a
una transformación de forma de energía. Por eso, co m o ya verem os,
Grove y Faraday pudieron d e d u c ir la co n serv a ció n partiendo de la red
de co n v er sio n es de laboratorio. Pero el propio h om om orfism o que hay
entre la teoría, la conservación de la energía y la ya existente red de
p ro c e so s de con versión de laboratorio indica que no era necesario
em p ezar por en ten d e r la trama en conjunto, Liebig y Joule, por ejem-
Se examinarán en seguida (nota 83) las razones para distinguir el enfoque de Mohr
del de Faraday y el de Grove. En el texto correspondiente, se considerarán las posibles
fuentes de la convicción de Mohr sobre la conservación de la “ fuerza” .
LA c o n se r v a c ió n DE LA ENERGÍA lOi

pío, partieron de un solo p roceso de conversión y la con exión entre las


cienciaslos giiió através de toda la red. Mohr y Coiding em pezaron con
una idea m etafísica y la transformaron aplicándola a la red. En fin,
precisamente por([ue los nuevos d escu b rim ien to s del siglo xtxform a-
ronifííared de c o n e x io n e s entre partes de lacien cia , que anterior­
mente esta b a n sep a ra d a s, aquéllos pudieron ser tom ados, bien uno
por uno, bien en co m b in a ció n , en una gran variedad de m odos y, aun
así,condujeron al m ism o resultado final. Creo q ue eso exp lica por qué
estos cien tíficos pudieron abordar la investigación de los precursores,
?(le maneras tan d iferen tes. Lo m á s imporV inte es que exp lica por qué
las in v estig a cio n es de los p recursores, a pesar d e lo variado de sus
puntos d ep a rtid a , terminaron por co n verger a un resultado com ún. Lo
que Mary Som m erviU e llamó co n ex io n e s n uevas entre las c ien cia s
resultó ser fre c u e n te m e n te el vínculo que unía en fo q u es y e n u n c ia cio ­
nes d ispares en un solo descub rim iento.
La s e c u e n c ia de las in v estig a c io n es de Joule ilustra claram en te la
forma en q ue la red d e p ro ce so s de conversión delimitó realm en te el
terreno e'xperimental de la con servación de la energía y, con ello,
suministró los vín cu los e s e n c ia le s entre los diversos precursores.
Cuando en 1838 Joule com enzó a escribir, su interés ex clu siv o por el
diseño de motores eléctrico s p erfeccionad os lo aisló de los d em á s
precursores d e la co n serv a ció n de la energía, con e x c ep ció n de Liebig.
Estaba trabajando sen cilla m en te en uno de los m u ch o s problem as
nuevos surgidos por los d escu b rim ie n to s d el siglo xix. H acia 1840, sus
evaluaciones siste m á tic a s de los motores en función d*--l trabajo y el
rendimiento e s ta b le c e n un v ín cu lo con las in v estig acio n es d e los in g e­
nieros del vapor, Carnot, S ég u in , Hirn y H o l t z m a n n . P e r o esta s
conexiones se d esv a n ec ier o n en 1841 y 1842, cuando Joule, d e sa le n ­
tado con el d iseño del motor, se vio forzado a desplazarse h acia la
búsqueda de un p erfe ccio n a m ien to fun dam en tal de las baterías que
impulsaban a dicho motor. S e in teresó, en to n c es, en los n uevos d e sc u ­
brimientos de la quím ica, y adoptó en su totalidad la idea de Faraday
acerca de la función e s en cia l de los p ro ce so s q uím icos en el galva­
nismo. A d em á s, en esto s años su investigación se concentró en lo que

Los primeros once apartaíios dt' \os Pn/H-ra <U· Joiiltf (pp. 1-53) f S í á r i dedicados
cxclusivatrifritc al perf'ec<: i<inamifnt(), prinuTo. de los motores y. seguidamente, de los
eiecíromagnetos; estos apartados aiiarcais el periodo de I83&-I84I. Las evaluaciones
sistemáticas de ios ttiotores en función de los térnjinos de ingeniería ■’trabajo’' y
"rendim iento" aparecen en las pp. 21-25. 48. Sobre el uso dei concepto ele trabajo,
publicado por primera vez por joule, véase p. 4.
1
102 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

resultó tener dos de los n um erosos p ro c e so s de con versión se le c c io n a ­


d os por Grove y Mohr para ilustrar su h ip ó tesis tan vaga com o m etafí­
sica Las c o n ex io n e s con el trabajo de otros precursores com ienzan a
aum entar u niform em ente.
En 1843, im pu lsad o por eí d escub rim iento de un error en su trabajo
anterior con las baterías. Joule reintrodujo el motor y el co n cep to de
trabajo m ecá n ico . A sí se esta b lec ió el vínculo con la ingeniería del
vapor ai m ism o tiem po q ue los artículos de Joule com enzaron a leerse
com o investigaciones de relaciones de e n e r g í a . P e r o incluso en 1843
la sem eja n za co n la co n serv a ció n de ia energía era incom pleta. Hasta
q ue Joule encontró otras c o n ex io n e s n u e v a s durante ios años 1844 a
1847, su teoría no abarcó realm en te las co n c e p c io n e s de personajes
tan dispares com o Faraday, M ayer y H e l m h o l t z . P a r t i e n d o de un
p roblem a aislado. Joule había trazado in voluntariam ente gran parte
del tejido conjuntivo entre los d esc u b rim ie n to s d el siglo XíX. AI hacerlo
así, su trabajo s e vinculó ca d a vez m ás con e l de otros precursores, y
ú n ic a m e n te cu a n do se m anifestaron m uchos d e tales vínculos su
descub rim iento fu e el de la co n serv a ció n d e la energía.
El trabajo de Joule m uestra que la co n serv a ció n de la energía pudo
ser descub ierta partiendo d e un solo p ro ceso de con versión y trazando
la red total. P er o , co m o ya s e indicó, ésa no e s la única m anera como
lo s p ro c e s o s d e con versión Uevaron al d escub rim iento de la conserva­
ción de la energía. C. F . Mohr, por ejem plo, esta b leció probablem ente
su co n ce p to inicial de co n serv a ció n partiendo de una fuente in depen ­
d ien te de los n u ev o s p ro ce so s de con versión , pero en to n c es se valió de
los n u e v o s d esc u b rim ie n to s para e s c la r e c e r y elaborar sus id ea s. En
1839, ya para finalizar una d efen sa , larga y a m enudo in co h eren te, de
la teoría d inám ica del calor, Mohr ex c la m ó súbitam ente: “ A d em á s de
los c in c u e n ta y cuatro e le m e n to s q u ím ico s co n o cid o s, h ay, en la
naturaleza de la s c o s a s, no m á s q ue otro a g en te, y é s te es lo que
llam am os fuerza; pudo p a recer en varias circun stan cias com o movi­
m iento, afinidad q uím ica, co h es ió n , electricidad , luz, calor y m agne­
tism o, y partiendo de cualquiera de es to s tipos de fen ó m e n o s puede
El interés de Joule por las baterías y especialm ente por la producción de calor
mediante baterías eléctricas predomina en sus cinco contribuciones principales que
aparecen en sus P/iper.<i, pp. 53-12S. Mi comentario de que Joule se interesó por las
baterías al decepcionarse del diseño de motores es sólo una conjetura, pero parece ser
extrem adam ente probable.
Véase nota 1. Éste es el escrito en donde, según se acostumbra decir. Joule anunció
)a conservación de la energía.
Véase nota 7,
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 103

llegarse a todos los d e m á s . U n co n o cim ien to de la con servación de


la energía h a ce clara la im portancia de es to s en u n cia d o s. P e r o ,sin tal
conocim iento, e s a s afirm aciones p rá ctica m en te carecerían de s e n ­
tido, d e no h aber p asado Mohr in m ed ia tam en te a dos p áginas sistem á-
ticasMe ejem p los e x p er im en ta les. D e sd e lu ego, es to s ex p erim en to s
fueron p r e c is a m e n te ios viejos y los n u ev o s p ro c e so s de con versión .
Los nuevos p reced ía n a los viejos y eran e s e n c ia le s para la argum enta­
ción de Mohr. Tan sólo especifican su materia de investigación y
inuestran su estr ec h a sim iütud con la de Joule.
; Mohr y Joule ilustran d o s d e la s form as en q ue los p ro c e so s de
conversión pudieron a fectar lo s d escu b rim ien to s de ia co n serv a ció n
de la energía. P ero , com o lo indicará mi ejem plo final tomado de los
trabajos d e Faraday y Grove, é s a s no son las ú nica s m aneras. A un qu e
Faraday y Grove llegaron a c o n clu sio n e s se m e ja n te s a las de Mohr, el
camino seguid o para ello no in clu y e ninguno de los m ism o s saltos
repentinos. A diferencia de Mohr, parecen haber deducido la co n se r­
vación de la energía d irectam ente de los p ro ce so s de con versión
experim eiitales q ue habían in vestigado por sí m ism os. C om o la ruta de
ellos e s continua, e s en su s trabajos en donde ap arece co n m á s clari­
dad el h om om orfism o de la co n serv ació n de la energía co n r e sp ec to a
los nuevos p ro ce so s de conversión.
En 1834, Faraday co n clu y ó una serie d e cin co co n fer en cia s sobre
los nuevos d escu b rim ien to s realizados en q uím ica y galvanism o, agre­
gando otra sobre “ L a s rela c io n e s de la afinidad quím ica, la electrici­
dad, ei calor, el m agnetism o y otras fuerzas de la m ateria” . En su s
notas d escrib e el tem a de su últim a con feren cia con las sig u ie n tes
palabras; “ N o p o d e m o s d ecir q ue una sola [de e s ta s fuerza s] s e a la
causa de las otras, sino tan sólo que éstas se hallan relacionadas entre
sí y o b e d e c e n a una c a u s a .” P ara ilustrar la co n ex ió n , F araday dio
nueve d e m o str a cio n e s e x p er im en ta les de “ la p ro d u cció n de una
[fuerza] partiendo de otra, y v i c e v e r s a ” . L o s en u n c ia d o s de Grove
parecen se rp a ra le lo s. En 1842, e s te último incluyó un com entario casi
idéntico al de Faraday en una co n feren cia q ue tuvo el significativo
título de “ Sobre los progresos de la física Al año sigu iente, amplió
Fh y s .. 5 (1837): U 2 .
B f i u «' Joiu's. l ' l i r L ifi' (u id l y l l t ’rs dJ F a n id a y (L tm d rc p . Í8 7 0 t, 2:4 7.
^ A Leciure on the P ro g ess o f P h y s ic a i S cien ce since th e O p e n in g o f th e L on don ¡nstilu tion
{Londres, 1842). Aunque en la poríada aparece la fecha de 1842, en seguida de ésta se lee
el dato: “[No publicadof'. No sé cuándo se efectuó realmente la primera impresión,
(KM-t) VU <'i prólogo dcl autor se indit a <jue d tt’xto fut' escrito poco después d»‘ la
coiifiTi'n<'ia.
104 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

su com entario aislado en su fam osa serie de co n feren cia s On the


corre latían of Physicai F orces. “ La p osición que pretendo e s ta b lec er en
es te e n s a y o ” , dijo, “ es ia de que [cualquiera ] de los varios e im ponde­
rables a g en tes. . . por ejem plo, el calor, la luz, la electricidad, el
m agnetism o, la afinidad quím ica y el m ovim iento, . . . p u e d e , com o
fuerza, producir o se r convertido en los otros; así, el calor puede
producir, m ediata o in m ed ia ta m en te, electricidad; ésta p u e d e produ-
cii‘ calor; y así sucesivam ente.”^“’
É s te e s el c o n ce p to de la convertibilidad universal de las fuerzas
naturales y no e s , se a m o s claros, lo m ism o que la noción de con serv a ­
ción. P ero la mayoría de los p a so s re sta n tes resultó ser p eq ueña y
bastante o b v i a . T a l e s p asos, q ue se analizarán m ás adelante, salvo
uno, p ueden darse aplicando al co n cep to de convertibilidad universal
las etiq uetas filosóficas, de utilidad p eren n e, a cerca de la igualdad de
la ca u sa y el efecto o la im posibilidad del m ovim iento perpetuo. Como
cualq uier fuerza p u e d e producir a c u o i v a y ser producida por ella,
la igualdad de ca u sa y efecto exige una equivalencia cuantitativam ente
uniforme entre cad a par de fuerzas. No habiendo íal equivalencia,
en to n c e s una serie de co n v ersio n es, elegida a d ecu a d a m en te, produ­
cirá la creación de la fuerza, esto e s , el m ovim iento perpetuo.^® En
todas su s m a n ifesta cio n es y co n v ersion es, debe con servarse la ener­
gía. Esta toma de conciencia no llegó de una sola vez, ni completa ni
con absoluto rigor lógico. Pero llegó.
A un qu e no logró una co n ce p c ió n general de los p ro ce so s de con ver­
sión, P e te r Mark Roget im pugnó en 1829 la teoría de Volía sobre el
galvanism o, basada en el contacto, porque ésta im p lic á b a la creación
de energía a partir de la nada.^^ In d ep e n d ien tem en te , Faraday repro­
dujo en 1840 la d iscu sión y la aplicó de inm ediato a las co n version es en
general. ’T e n e m o s ” , dijo, '‘m uchos p ro ce so s en los cu a le s la forma de
la energía ca m b ia tanto, que ocurre una ev id en te conversión de una
energía en otra. . . P ero en ningún caso. . . hay ia pura creación de
fuerza; la producción de energía sin el corresp ond ien te gasto de algo
que alimente el proceso.”^®
Physicai Forci's. p. 8-
L ii s l a z u n e s j)íira lla n u i r l e s " o b v i o ! ^ '' a lus j>as<>s r c s t a i il e s st- <Ui t-n los ¡ lá r r a in s
Ü n a l f s (!(.■ a rh 'c u lo (véas<' n o ia 92).
K i i r i g o r , (’ s la c k - riv a c ió n v á li d a s<Vlo csia tid o h id a s las i r a ü s C o r n u u in i K 's <jf
f t i e r f í i a sui) r e v e r s i b le s , c o s i i c n i r n o s u t i. P e n i los p r r c u r s o r e s tio « e d ie r o n < iK 'ü ta d e e s a
fa lla ló jiic a .
P, M . R o g e t. Trcattsc an Gdlraiiisin ( l.o n d r e s . 1829), S o lo vi el e x lr a e lo c i t a d o p o r
F a r a d a y , Experimental Rcxeaií lies, 2; 103. ti. 2.
h.xprrinii'nttil Ri‘S(’¡ii( lies. 2 :1 0 3.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA ' 105

En 1842, Grove inventó de nueva c u é n t a la argum entación para d e­


mostrar la im posibilidad de inducir una corriente eléctrica partiendo
(jel m agnetism o estático, y al año siguiente la generalizó más todavía.^®
Si íuera verdad, escribió, “ que el m ovimiento [puede] subdividirse o
eartl^iarse de carácter, d e m anera que se convierta en calor, electrici­
dad, e tc ., sería de inferirse q ue cuando recog em o s las fuerzas disipa­
das y ca m b ia d a s y vo lv em o s a convertirlas, d eb e reproducirse, con la
misma velocid ad , el m ovim iento inicial que afecta a la m ism a ca n ti­
dad de materia. Y lo m ism o debiera ocurrir con ei cam bio de materia
y producido por las otras f ue rz as ” . E n ei contexto del análisis ex h a u s­
tivo de Grove, a cerca de los p ro ce so s de con versión co n o cid o s, esta
cita e s un en u n c ia d o total de los co m p o n e n tes de la con servación de la
energía, salvo ios cuantitativos. A d em á s, Grove sabía lo que faltaba.
“El gran p roblem a q ue todavía p ersiste, cop respecto a la correlación
de las fuerzas físicas, escribían, “ c o n sis te en el es ta b lecim ien to de su
equivalente en energía, o su relación m ensurable conform e a una
norma d a d a .” ^^ L os fe n ó m e n o s de conversión podrian no haber lle­
vado a los cien tífico s hasta el enunciado de la con serv a ció n de la
en ergía.
El ca so d e G r o v e c a si encierra en un círculo esta d iscu sión sobre los
procesos de conversión. En sus co n feren cias, la con servación de la
energía parece ser el correlato teórico de los d escu b rim ien to s de
laboratorio realizados en el siglo XIX, y tai fue la su g eren cia d e la cual
partió. E s verdad que ú n ica m en te dos de los precursores infirieron su s
versiones de la co n serva ció n de la energía partiendo ex clu siv a m en te
de e s to s d escu b rim ien to s. P ero, com o tal inferencia era p o sib le, cada
uno de los p recu rso res fue aí’ectado d ecisiv a m en te por la e x isten cia de
los p ro c e so s de con versión . S eis de ellos s e refieren a los nuevos
d escub rim ientos d e s d e el principio m ismo de sus in v estig a cio n es. Sin
tales d escu b rim ie n to s. Joule, Mohr, Faraday, Grove, Liebig y Colding
de n in ^ tn a m anera estarían en nuestra lista.^^ Los otros se is precurso­
res dem uestra n la im portancia de los p ro ce so s de con versión en una
Progress o f Physicai Science, p. 20.
Phv.\i( /i/ ¡''orcí-s, i>. 47.
il>i(L.I>. 45.
No estoy muy seguro de que esto se aplique a Colding, en especial porque ho he
visto su escrito inédito de 1843. Las primeras páginas de su artículo de 1851 (nota 1)
contienen muchos ejemplos de procesos de conversión y sugieren el enfoque de Mohr.
Al mismo tiempo, Colding fue protegido de O ersted, cuyo renombre se debe principal­
mente a su descubrimierjto de las conversiones electromagnéticas. Por otro lado, la
mayoría de los'procesos de conversión citados por Colding data del sif»lo xvill. En el caso
106 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

forma m ás sutil, y no m en o s im portante. Mayer y H elm iioltz llegaron


tarde a los n u ev o s d escu b rim ien to s, pero al co n o ce rlo s se convirtieron
en can d idatos a la m ism a lista q ue reúne a los prim eros se is. Carnot;,
S ég u in, Hirn y H oltzm ann son los más in teresa n tes de todos. Ninguno
de ellos llegó siquiera a m en cio n a r ios n u ev o s p ro ce so s de conversión.
P ero su s con trib ucion es, todas ellas o sc u r a s, nunca habrían ingresado
en la historia, de no haber sido incorporadas a la trama explorada por
los p ersonajes que ya examinarnos.^^ C uando los p ro ceso s de con ver­
sión no gobernaron un d eterm in ado trabajo, a m en ud o rigieron la
r ecep ció n de d icho trabajo. D e no haber existido, el problem a del
d escub rim iento sim u ltán eo tam p o co existiría. Lo cierto e s que sería
una co sa muy diferente.
Sin embargo, la idea que Grove y Faraday extranjeron de los proce­
sos de conversión no es idéntica a lo que los científicos llaman ahora
con servación de la energía, y no d e b e m o s su bestim ar la im portancia
del elem en to que falta, h a s Physicai F orces, de Grove, co n tien e el punto
de vista del lego sobre la co n se rv a c ió n de la energía. En una versión
revisada y aum entada, resultó ser una d e las vulgarizaciones más
efic a c e s y b u sca d a s de la nueva ley científica.^'* P ero tal categoría no la
alcanzó h a sta d e sp u é s d e los trabajos d e Joule, M ayer, H elm holtz y sus
su ce so re s, q u ie n e s le dieron una infraestructura cuantitativa a ia con ­
cep c ió n de la correlación de fuerzas. Q uienquiera que haya penetra-

de Colding, sospecho un vinculo previo é n tre lo s procesos de conversión y la metafísica


(véase nota 83 y texto correspondiente). Probablem ente, ninguno de estos aspectos
pueda verse como fundamental, ni en el plano lógico ni en el psicológico, en el desarrollo
de su pensamiento.
Las notas de Carnot no se pubücaron hasta 1872 y entonces sólo porque contenían
anticipaciones a una importante ley científica. Séguin tuvo que llamar !a atención hacia
li>s pasajes pertinentes de su libro de 1839, Hirn no se molestó en reclam ar su crédito,
sino que tan sólo agregó una nota a su escrito de 1854 en la que negaba el cargo de
plagiario. Ese esi rito se publicó en una revista de ingeniería, y nunca lo he visto citado
por ningún científico. EÍ escrito de Hohzmann es ¡a excepción por no ser confuso. Pero si
otiDS <’ientíficos no hubiesen descubierto la conservación de la energía, se hubiera
seguido viendo la memoria de Holtzmann como otra de las extensiones de ia memoria
de Carnot, pues básicam ente es eso (véase nota 2).
^ E ntre 1850 y 1875, el libro de Grove fue reimpreso por io menos seis veces en
Inglaterra, tres veces en Estados Unidos, dos en Francia y una en Alemania. Sus
extensiones fueron num erosas desde luego, pero yo sólo conozco dos revisiones esencia­
les. En ei análisis original del calor (pp. 8-11), Grove indicó que el movimiento macros­
cópico ap arece como calor sólo en la medida en que no se transforme en movimiento
microscópico. Y, desde luego, los pocos intentos de Grove por cuantifíear el fenómeno
estuvieron completam ente extraviados.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 107

do en el tratamiento m atem ático y num érico de la con servación de


la energía p u e d e p r e ^ n t a r s e si, faltando tal infraestructura, Grove
hubiera tenido algo que popularizar. La “ relación m ensurable con
respecto a una norma d ada” de las diversas fue rz a s físic a s e s un
corn|pnente e s en cia l de la con servación de ia energía com o la co n o ­
cemos, y ni Grove ni Faraday ni R oget ni Mohr fueron c a p a c e s de
lograrla.
La cu an tiíicación de la co n serv a ció n de la energía resu h ó , de h e c h o ,
una dificultad in sup erable para aquellos precursores cuyo equipo
y'intelectual principal se co m p o n ía de c o n ce p to s relacionados con los
nuevos p ro c e so s de conversión, Grove p en só que había encontrado la
clave para realizarla cuan tifícación en la ley de D ulong y P etit relativa
a la afinidad q uím ica y al c a l o r . M o h r creyó q ue había obtenido la
relación cuantitativa cu a n do igualó el calor em p lea d o al elev a r en un
grado la tem peratura del agua, con la fuerza es tá tica necesaria para
com p rim irla m ism a cantidad de agua a su v olu m en original.^® Mayer
comenzó m idiendo la fuerza por el im pulso que ésta podía producir.
Todas e s ta s iniciativas c a s u a le s resultaron co m p leta m en te im p ro d u c­
tivas, y, de e s te grupo, ú n ica m en te M ayer logró trascenderlas. Para
conseguirlo, tuvo que recurrir a c o n ce p to s p erte n e cie n tes a un asp ecto
muy diferente de la c ie n c ia del siglo xix, a sp ecto al que ya m e referí
como interés por la s m áquinas y cu ya ex iste n c ia daré ahora por s e n ­
tada c o m o producto secundario y bien con ocido de la R evolución
industrial. Ai exam in ar e s te a sp ecto de la cien cia , encontrarem os la
fuente principal de los c o n c e p to s — particularm ente los d el efecto
m ecánico o trabajo— n e c e sa r io s para la form ulación cuantitativa de
la con servación de ia energía. A d e m á s, hallarem os toda una multitud
de ex p erim en tos y de co n c e p c io n e s cualitativas tan relacionadas con
la conservación de la energía que brindan otra ruta, in d e p en d ien te,
hacia ésta.
P er m íta se m e co m en za r con el co n ce p to de trabajo. Su análisis nos
dará los a n te c e d e n te s n ecesa r io s y tam bién la oportunidad de subra­
yar una idea, m á s u sua l, a cerca de las fu e n tes de los co n ce p to s
cuantitativos q ue hay detrás de la con servación de la energía. En la

Physival /’'cirrr.v, p. 46.


“ Z e it ./. Phys., 5 (1837): 422-423.
Weyrauch, ÍL pp. 102-105. Éste es su primer artículo, “ Ueber die quantitative und
qualitative Bestimmung der Kräfte” , enviado a Poggendorl en 1841, pero no publicado
hasta después de la m uerte de Mayer. Antes de escribir su segundo artículo, el primero
para ser publicado, Mayer había aprendido un poco más de física.
108 ESTUDIOS H I S T O R IO G R Á F IC O S

mayoría de ias historias o prehistorias de la con serv a ció n d e la energía


se supone que el m odelo para cuantificar los p ro cesos de conversión
fue el teorem a d inám ico, co n o cid o ca si d e sd e el principio del siglo Xfx
com o con servación de la vis v iva .^ E ste teorem a p o se e un papel
d esta ca d o en la historia de la dinám ica, y resulta ser un ca so especia l
de conservación de la energía. Por eso bien pudo tomarse como
modelo. Sin em bargo, creo que e s errónea la im presión prevaleciente
de que tal fue el ca so . La co n serv a ció n de la vis viva fue algo impor­
tante para que Helm holtz derivara la co n serv a ció n de la energía, y un
ca so e s p e c ia l — el de la caída libre— del m ism o teorem a dinám ico fue
de gran ayuda para Mayer. P ero esto s personajes extrajeron también
e lem en to s im portantes de otra tradición distinta — la de la ingeniería
del agua, el viento y el vapor— , y esa tradición e s del todo importante
para el trabajo de los otros cin co precursores que lograron una versión :
cuantitativa de la co n serv a ción de la energía.
Hay una razón e x c e le n te para que esto haya sido así. La vis viva es
el producto de la m asa por el cuadrado de la velocidad. Pero hasta
una fe c h a tardía e s a cantidad no aparece en los trabajos de ning 3.mo d e
los p recursores, salvo Carnot, M ayer y Helm holtz, En grupo, los
pioneros apenas si se interesaron en la energía del m ovim iento, y
tam poco hicieron m ucho por aplicar esta energía com o m edida cu a n ti­
tativa básica. Lo que usaron, por lo m en o s los que tuvieron éxito, fue
/a-, o sea , el producto de la fuerza por la distancia, cantidad conocida
con los diversos nom bres d e efe cto m ecá n ico , energía m ecá n ica y
trabajo. P ero esa cantidad no s e da com o entidad co n cep tu a l indepen­
diente en la literatura relativa a la dinám ica. En realidad no aparece
hasta 1820, y eso de m anera d ispersa, cu an do la literatura fran­
c e s a — y ú n ica m en te la fra n c e s a — se vio enriquecida súbitam ente
gracias a ú n a serie de obras teóricas sobre tem as com o la teoría de las
m áquinas y de la m ec á n ic a industrial. En esto s nuevos libros, el
trabajo e s una entidad con ce p tu a l in depend iente y significativa, y sus
investigad ores la relacionan exp lícita m en te con la viva. Pero el
co n cep to no fue inventado para incluirlo en esto s libros. E s un prés­
tamo tomado de un siglo d e práctica de la ingeniería, en donde se había
estado usand o tal co n ce p to in d e p e n d ie n tem en te tanto de la vis viva
com o de su con serv a ción. Tal fu en te en la tradición de la ingeniería es

Sería más exacto dfctr qtit· la maymia di' las preiiisiorias de la conservación de la
i'iici'gía i>vn ante íudu listas de antícípacioties. y éstas apanH-ícron principalnientc cti la
líteratina aiitigiia sobre la m ¡ira.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÌA ' 109

todo lo q ue los precursores de la con servación de la energia n ece sita ­


ban y lo que utilizó la mayoría d e ellos.
Para d ocu m en ta r e sta concluàión, es n ecesario otro escrito, pero
perm ítasem e ilustrar las co n sid era cio n es de las cu a le s proviene. H asta
174f*,ia significación dinám ica general de la con servación d e la vis viva
debe ser recogida de la forma en que se aplica a dos c la se s e s p e cia les
de problemas: el ch o q u e elástico y la caída restringida.^^ La fuerza por
la distancia no tiene que ver con e l primer problem a, ya q ue el choque
elástico co n serv a n um ér ica m en te la vis tdva· En otras aplicaciones,
por ejemplo, los p én du los braquistócrono e isócrono, lo q ue s e pre­
senta en el teorem a de la con servación e s el d esp la za m iento vertical y
no la fuerza por la distancia. E s característico el en u nciado de H u yg­
hens de q ue el centro de gi-avedad de un siste m a de m asas no puede
a scender m ás allá de su p o sició n de reposo i n i c i a l . C o m p á r e s e con el
famoso en u nciado de D aniel Bernoulli, hech o en 1738: la con servación
de la vis viva e s “ la igualdad del d e s c e n s o real con el a s c e n s o p o te n ­
cial” /^
En los en u n c iad o s m ás gen erales, iniciados en'el Traite de D ’Alem -
bert, publicado en 1743, se suprim e el d esp lazam iento vertical, lo que
co n ceb ib lem en te podría llam arse co n ce p c ió n em brionaria del trabajo.
D ’A lem bert afirma q ue las fuerzas q u e actúan sobre un siste m a de
cuerpos co n e x o s aum entarán su vis viva en la cantidad X;n.¡ en
donde «¡ represen ta las v elo cid a d es que las m a sa s m¡ adquirirían si se
movieran librem en te sobre las m ism a s trayectorias y por la acción de

La primera liSeraUiia del siglo XVIH contiene muchos enunciados generales sobre la
conservación de ia r is n ir u considerada como una fuerza metafísica. Estas formulaciones
se analizarán som eram ente más adelante. Por el momento, obsérvese que ninguna de
elhis se adecúa para aplicarla a los problemas técnicos de la dinámica, y precisamente
de esas formulaciones nos estam os ocupando. Uti excelente análisis de las formulacio­
nes, tanto dinámicas como metafísicas, es el incluido en A. E. i i a i i s . D i e E n tio k k lu n g sg es-
fhii hlc tle s S a lze s ron d e r E r iu illu n g de r K rq ft (Viena, 1909), que en términos generales es ia
prebistona, más completa y digna de confianza, de la conservación d e | a energía. Se
pueden encontrar otros detalles útiles en Hans Schimank, “ Die geschichtliche Entwi-
cklung des Kraftbegriffs bis zum Aufkommen der Energetík” , en R o b e n M a y e r u n d
d as E n erg iep riru ip , 1 8 4 2 - 1 9 4 2 , compiladores: H. Schimank y E. Pietsch (Berlín, 1942), Le
agradezco al profesor Erwjn H iebert eí haberm e llamado la atención hacia estas dos
obras tan titiles como poco conocidas.
Christian Huyghens, H o r o lo g iu m o scilla to riu m (París, 1673). Usé la edición ale­
mana, D ie P e n d e lu h r , compiladores: A. Heckscher y A. V. Oettíngen, Oatwaid’s Klassi-
ker der Exakten W issenschaften, núm. 192 (Leipzig, 1913), p. 112.
D. Bernoulli, H y d r o d y n a m ic a , sive de vir ib m el m o tib u s flu id o n u n , co m m eritarii (Basilea,
1738), p. 12.
110 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

las m ism as f u e r z a s/^ Aquí, com o en la versión posterior del teorem a


general, de Daniel Bernoulli, la fuerza por la d istancia entra ú nica­
m en te en ciertas a p lica cio n es particulares para permitir el cálculo de
las ui particulares; no tiene ni un nombre ni un significado general; la
vis viva e s el parámetro c o n c e p tu a l/^ El m ism o parám etro domina las
m ism as form ulaciones analíticas. La. Mecánica d e Euler, \a Mécanique
analytique de Lagrange y la Mécanique céleste de L aplace h a cen d estacar
ex c lu siva m en te las fuerzas ce n trales d erivables de fun cio n es poten-
c i a l e s / “* En e s o s trabajos la integral de la fuerza por e l elem en to de
trayectoria diferencial ocurre sólo en la d erivación d e la ley de co n ser­
vación. La ley en sí iguala la vis viva co n una función de las coordena­
das de posición.
H asta 1782, en el Essai sur les machines en général, d e Lazare Carnot,
la fuerza por la distancia no recibe un nombre es p e cia l ni una prioridad
J. L. D’Alembert, Traité de dynamique {Pan's, 1743). Sólo pude ver ia segunda
edición (París, 1758), en donde el material pertinente está en las pp. 252-253, El análisis
que D’Alembert hace de los cambios introducidos desde la primera edición no es razón
para sospechar que é! había alterado en este punto la formulación original.
D. Bernoulli, “ R em arques sur le principe de la conservation des forces vives pris
dans un sense général” . Hist. Acad, de Berlin (1748), pp. 356-364.
L. Ell 1er, Mechanica sive moius scientia anaiytice expósita, en Opera omnia (Leipzig y
Berlin, 1911), ser. 2, 2:74-77. La primera edición se hizo en San Petersburgo, en 1736,
,L-L. Lagrange, Mér«niV/((e «Rw/yiiçue {Paris, 1788), pp. 206-209. Cito la primera edición
[)i,)n¡ue la segunda, reimpresa en los volúmenes 11 y 12 de lasO««;rej; de Lagrange (París,
1867-1892). contiene uncam bio muy importante. En la primera edición, la conservación
de la ris rira se formula únicamente con respecto a resíricciunes independientes del
tiempo y a fuerzas centrales u otras que sea posible integrar. Luego toma la forma 2m¡v¡®
~ 2H + 2Sm¡7r¡, en d o n d e // es una constante de integración y las tt; son funciones de las
coordenadas de posición. En la segunda edición, París 1811-1815 (Oeunres, 11:306-310),
Lagrange repite lo anterior, pero se restringe a una clase particular de cuerpos elásticos
para explicar el tratado de ingeniería de Lazare Carnot (nota 45), al cual cita. Para una
explicación más completa del problema de ingeniería tratado por Carnot, remite a sus
lectores a su propia Théorie de.·) fonctions anaiytíqms (París, 1797), pp. 399-410, en donde
formula más explícitamente su versión del problema de Carnot. En esa formulación se
evidencia el efecto de la tradición ingenieril, pues ahora comienza a aparecer el con­
cepto de trabajo. Lagrange afirma que eí incremento de la ris viva entre dos estados
dinámicos del sistema es 2{P) + 2 ( 0 en donde (P) — Lagrange la llama un
“ aire” —es 'X^,¡P^dpí, yP¡ es la fuerza de! iésimo cuerpo en dirección d é la s coordenadas
de posición p·,. Desde luego, estos “ aires” son justam ente el trabajo.
P. S. Laplace, Traité de mécaniciue céleste {París, 1798-1825). Los pasajes pertinentes
son más fáciles de encontrar en ias Oetuirei complètes (París, 1878-1904), 1:57-61. Mate­
máticamente, este tratamiento de 1798 se asemeja más al de Lagrange de 1797, que a la
forma anterior de 1788. Pero, como en las formulaciones preingenieriles, se pasa por
alto rápidamente la ley de la conservación que incluye una integral del trabajo, a favor
del enunciado más bien restringido que emplea una función del potencial.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 111

conceptual dentro de la teoría dinám ica/® E sta nueva co n ce p c ió n


dinámica d e l co n c e p to de trabajo tam poco fue realm ente desarrollada
ni difundida an tes d e los años 1819-1839, cuando fue expresada c a ­
balmente en los trabajos de N avier, Coriolis, P o n c e le t y otros/® Todos
eslo s trabajos se o cu p an d el análisis de m áquinas en m ovim iento. En
co n se cu en cia , e l trabajo — la integral de fuerza con resp ec to a la
distancia— e s su parám etro co n cep tu a l fundam ental. Entre otros
resultados, sign ificativos y característicos de esta reform ulación, e s ­
tuvieron la introducción d el térm ino “ trabajo” y el de u nid a des para
medirlo, la r e d e ím ic ió n de vis viva com o o mv^li para preservar la
prioridad c o n ce p tu a l de la m ed ida trabajo, y la form ulación explícita
de la ley de con servación en función de ia igualdad del trabajo reali­
zado y la en ergía cin ética p r o d u c i d a . S ó l o cu an do estu v o así reformu-

L. N. M. Carnot, £'.y>vrtí sur les ituichirm en générai (Dijon, 1782). Consulté este trabajo
en las Oeuvres mathématiques de Carnot {Basilea, 1797), pero confío principalmente en la
segunda edición ampliada, Principes fondementaux de ¿'equilibre et du mouwemení (París,
1803). Carnot introduce varios términos refiriéndose a lo que nosotros llamamos trabajo,
el más importante d<; los cuales es " f u e a a viva latente” ,y también "momento de
actividad” {ibid., pp. 38-43), Sobre éstos dice: "E sa clase de cantidad a la que le doy el
nombre de momento de actividad d esem peña un papel muy importante en la teoría de las
máquinas en movimiento; pues en general es la cantidad que debe uno economizar,
tanto como sea posible, para extraer de un agente,dado [es decir, de una fuente de
poder) todo el efecto [mecánico] que ésta pueda ejercer” {ibid., p. 257).
Una exploración útil de la historia antigua de este importante movimiento se e n ­
cuentra en C. L. M, H . Navier, “ Détails historiques sur l’emploi du principes des forces
vives dans la théorie des machines et sur diverses roues hydrauliques” , Ann. Chim.
Phys. , 9 (1818): 146-159. Sospecho que la edición de Navier, de \a Architecture hydraulique
de B. de F. Belidor (París, 1819) contiene la primera exposición de la nueva física
ingenieril, pero todavía no veo este trabajo. Los tratados de autoridad reconocida son: G.
Coriolis, Da calcul de l'ejjet des machines, ou considérations sur l’emploi des moteurs et sus leur
évaluation pour senir d'introduction à l’étude spéciale des machiries (Paris, 1829); C. L. M. H.
Navier, Résumé des leçons données a l'école des ponts et chaussées sur l'application de la
mécanique à l’établissement des constructions et des machirtes (Paris, 1838), vol. 2; y J.-V.
Poncelet, Introduction à la mécanique industrielle, compilador; Kratz, 3® ed. (Paris, 1870),
Este trabajo apareció por primera vez en 1829 (parte de él había sido publicado en
litografía en 1827); la edición muy ampliada, y que es ahora la versión autorizada, de la
cual se hizo la tercera edición, apareció en 1830-1839.
La adopción formal del término trabajo (travail) se le acredita a veces a Poncelet
ifruroduction, p, 64), aunque desde antes muchos otros lo habían usado casualmente;
Poncelet da también (pp. 74-75) u n a relación útil de las unidades {dynamique^ dyname,
dynamiey etc.) em pleadas com únm ente para medir esta cantidad, Coriolis (Du calcul de
l ’effet des machines, p. IV) e s el primero en insistir en q ue law'i viva sea Vimv*, de manera
que resuite igual num éricam ente al trabajo que pueda producir; también emplea mu­
chas veces el término travail, que Poncelet le tomó prestado. La reformulación de la ley
112 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

lada, la con serv a ció n de la vis viva con stituyó un co n v en ien te modelo
co n cep tu a l para cuantificar los p ro ce so s de conversión, y luego casi
ninguno de los pioneros lo usó. En lugar de ello, volvieron a la m ism a y
antigua tradición ingenieril dentro de la cu al Lazare Carnot y sus
su c e s o r e s fr a n ce ses habían fundado los c o n ce p to s n ecesa r io s para sus
nuevas versio n es del teorem a de la co n serv a ció n dinám ica.
Sadi Carnot e s ia única ex c ep ció n . S us notas m anuscritas van de la
afirmación de que el calor e s m ovim iento a la con vicción de que e s vis
viva molecular y que, por co n sig u ien te, su increm ento d eb e ser igual al
trabajo realizado. E stos p asos im plican un predom inio inmediato de la
relación entre trabajo y vis viva- Mayer y H elm holtz podían haber sido
tam bién e x c e p c io n e s , p u es a m bos podían haber aprovechado la re­
form ulación francesa. Pero n i n ^ n o d e ellos p a rece haberla conocido.
A m b o s com enzaron tomando el trabajo — o m ás bien el producto del
p eso por la altura— com o m ed ida de la “ fuerza” , y ca d a uno de ellos
llegó por sí m ism o a algo m uy parecido a la reformulación francesa."®
L os otros se is pioneros que llegaron o se acercaron a la cuantifícación

de la conservación avanza gradualmente a partir de Lazare Carnot, pasando por todos


estos trabajos.
Tan pronto como considera un problema cuantitativo en su primer artículo publi­
cado, Mayer dice; "U na causa, por la que se produce la eÍevación de un peso, es una
fuer/a; como esta fuerza produce la caída de un cuerpo, la ilamaremos fuer/,a de caída
[Fallkraft]” (Weyrauch, I, p. 24). Ésta es la medida ingenierii, no ía medida dinámica
teórica. Aplicándola al problema de la caída libre, Mayer deriva inmediatamente Vzmv^
(nótese la fracción) como la medida de la energía de movimiento. La propia tosquedad de
su inferencia, aunada a su falta de generalidad, indica que desconocía ios textos
franceses de ingeniería. El único texto francés que menciona en sus escritos (G. Lamé,
Cours d e p h y s iq u e d e f è c o le p o ly te c h n iq u e , 2® ed. [París, 1840] no trata la vis viVa ni la
conservación.
Hehnholtz emplea los Xérminoí, Arbaitskraft, bewegende.Kraft, mechanische Arbeit y Arbeit
para su fuerza mensurable fundamental {Heimhohz, Abhandlungen l, 12, 17-18), No he
podido todavía seguirles las huellas a estos términos en ia literatura alemana antigua,
relativa a este asunto, pero son obvios los parelelos que guardan con ias tradiciones
ingeníenles francesa c inglesa. Por otra parte, el traductor de ia versión de Ciapeyron a
la memoria de Sadi Carnot emplea el término beivegende Kraft como equivalente del
término francés puissance motrice (Pogg. Ann., 59 [1843]: 446), y Helmholtz cita esta
traduccióti {p. 17, n. Ì). En esta medida, es explícito el vínculo con la tradición
ingenieril.
Helmholtz, sin embargo, no estuvo al tanto de ia tradición ingenieril teórica francesa.
Como Mayer, infiere ei factor de Va d éla definición de energía de movimiento y no sabe si
hay algún precedente (p. 18). Lo más significativo es que no logra identificar/Pd/> como
trabajo o A rb eitskraft, y entonces lo llama la "sum a de ias tensiones” ( S u m m e d er
S p a n n k rä fte) sobre la dimensión del espacio del movimiento.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA li3

de los p ro ce so s de con versión quizá no hubieran tenido q ue usar dicha


reformulación. A diferencia de Mayer y H elm holtz, aplicaron directa­
mente el co n ce p to trabajo a un problem a en q ue la vis viva es con stante
de un ciclo a otro, por lo que no ingresa. Joule y L iebig son característi­
co s. lA m b o s co m enzaron com parando e l “rend im iento ” d el motor
eléctrico c o n ei de la m áquina de vapor. ¿Cuánto p e s o , se preguntaron,
puede elev a r ca d a una de es ta s m áquinas a través d e una distancia
fijada, co n un gasto dado de carbón o zinc? E sta interrogante e s
fundamental e n sus program as de investigación co m p leto s, igual que
;en los program as de Carnot, S éguin, Holtzmann y Hirn. N o es, sin
embargo, una interrogante extraída de la nueva o de la vieja dinám ica.
Pero o i n ^ n a d e ella s, salvo por su aplicación al ca so de la electrici­
dad, e s una c u estió n n oved osa. La evaluación de las m áquinas en
función del p eso q ue podía elevar cada una de ellas hasta un nivel dado
está im plícita en las d escrip cio n es de las m áquinas h ec h a s por Savery
en 1702 y explícita en el anáUsis de las ruedas de agua h ech o por
Parent en 1704.'^^ Con los m ás diversos nom bres, particularm ente el
de efecto- m ecá n ico , el p eso por la altura dio una m edida b á sica del
rendimiento m ec á n ic o en todos los trabajos de ingeniería de D esagu-
iier, S m ea to n y Watt.®° Borda aplicó la m ism a m ed ida a las m áquinas
hidráulicas y C oulom b a la fuerza del viento y a la fuerza de los
animales.^’ E stos ejem p los, extraídos de todas las ép o cas del siglo
XVíii, pero cu ya d en sida d au m enta h a cia finales d e é s te , podrían

La unidad impb'cila en el trabajo de Savery es, en realidad, ei caballo de potencia,


pero éste incluye el peso por Ía altura. Véase H. W. Dickinson y Rhys Jenkins, J am e s
\V(tu a n d th e S te a m E n g in e {Oxford, Ì927), pp. 353-354. Antoine Parent, “ Sur le plus
grande perfection possible des m achines” , /í¿st. Acad.. R o y . (1704), pp. 323-338.
J. T. Desagulier,/4 Course o f E x p e r im e n ta l P h ylo so p h y , 3^ éd., 2 vols. (Londres, 1763),
particularmente 1: Ï32 y 2:412. Esta edición postuma es prácticamente una reimpresión
de la segunda edición (Londres, 1749).
John Smeaton, “ An Expérimentai Inquire concerning the Natural Powers of Water
and Wind to Turn Mills, and Other Machines, depending on a Circular Motion” , P h il.
Trans., 51 (1759): 51. Aquí la medida e» el peso p o rla altura por la unidad de tiempo. Se
abandona, sin embargo, ìa dependencia respecto del tiempo en su “ An Experimental
Examination of the Quantity and Proportion of Mechanic Power Necessary to be
Employed in Giving Different Degrees of Velocity to Heavy Bodies” , P h il. T r a n s·, 66
(1776): 458.
Sobre Watt, véase Dickinson y Jenkins. J am e s W att, pp. 353-356.
J. C. Borda, “ Mémoires sur Ies roues hydrauliques” . M en . I'Acad. R o y (1767), p.
272. Aquí, la medida es el peso por la velocidad vertical. La altura sustituye a 1a
velocidad en C. Coulomb, “ Observation théorique et expérimentale sur l ’effert des
moulins â vent, et su r la figure de leurs ailes” , ib id ., (1781), p. 68, y “ Résultant de
114 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

m ultiplicarse ca si in definid am en te. T a les ejem p los, sin em bargo, de­


ben preparar el ca m in o para introducir una estad ística, p o co notada
pero virtualm ente d ecisiv a . De los n u ev e p recursores que alcanzaron
el éxito, parcial o total, en cuan tificar los p ro ce so s de conversión,
todos ellos m en o s M ayer y H elm ho ltz tuvieron form ación de ingenieros
o estab an trabajando d irecta m en te con m áqu inas cuando hicieron sus
aportaciones a Ía co n serv a ció n de la energía. D e los se is que calcula­
ron valores in d e p e n d ie n tes d el co e fic ie n te de con versión , todos menos
M ayer trabajaban con m áqu inas, bien d irecta m en te, bien por su for­
mación.^^ P ara h a cer el cálcu lo, n e ce sita b a n ei co n ce p to de trabajo, y
la fu en te de tal co n ce p to consistió p rin cipa lm en te en la tradición
ingenieril.®^
El co n ce p to de trabajo e s la contribución d ecisiv a a la determinación
de la con serv a ció n de la energía, contribución que se d eb e al interés
del siglo XIX por las m áquinas. Por eso le h e dedicado tanto espacio.
P ero el interés por las m áqu inas contribuyó de m uchas otras maneras
al surgim iento de la ley de la co n serv a ció n de la energía, y debem os
tratar por lo m en o s algunas de ellas. P or ejem p lo, m ucho antes del
d escub rim iento de los p r o ce so s de con versión electroqu ím ico s, los

plusieurs expériences destinée â déterminer la {.¡uantité d ’acîion que jes hommes


IKHivent fournir par h-ur travail journalier, suivant le? différentes manières dont ils
emploient leurs forces” , Afem. de l'inst., 2 (1799);381.
Mayer cuenta que îe gustaba mucho construir modelos de ruedas de agua, cuando
era niño, y que al estudiarlas aprendió ja imposibilidad;del movimiento perpetuo
(WeyraiK'h, II, p. 390). A la vez, pudo h a beraprendido la medida propia del producíode
tas mátiiiinas.
El profesan· Hieberl se pregunta si el concepto de trabajo mecánitro no jiabrá
surgido de Ía estática elemental y especialm ente del enunciado en el que se iní'ievt? la
estática de) principio de las velocidades virtuales. Hace falta investigar más sobre este
punto, pero p<ir el momento mi respuesta tendrá que ser vagamente negativa. Los
elementos de ia csíátií\a fueron un renglón importante en tos conocimientos de todos los
ingenieros del siglo \ \ m y, por tanto, el principio de las velocidades virtuales reaparece
en ese mismo siglo en los escritos sobre problemas de ingeniería. E s muy posible que los
ingenieros no hubiesen podido transformar el concepto de trabajo sin ia ayuda del
principio de la estática, que ya existía. Pero, como lo indica ei análisis anterio!;. si el
concejjto de trabajo, perteneciente al siglo Wfi), surgió del principio antiguo de las
velocidades virtuales, ello ocurrió cuando íal principio <}uedó incorporado firmemente a
ia tradición ingenieril y s ólo cuando ésta se volcó hacia la evaluación de fu entesde poder
como los animales, las caídas de agua, ei viento y el vapor. Por consiguiente, volviendo
ai ^'ocabulario de ia nota 9, sugiero que el principio de las velocidades virtuales pudo
haber sido condición previa para el descubrimiento de la conservación de la energía,
pero nt» un desencadenador del proceso. [Esta nota la agregué al manuscrito original a
raíz de la discusión que se produjo después de la exposición verbal.]
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 115

h o m b r e s in teresa d o s e n la s m áquinas de vapor y d e agua habían visto


o c a s i o n a l m e n t e en é s ta s m ec a n ism o s para transformar la fuerza la­
t e n t e del com b ustib le o dei agua q ue c a e en ia fuerza m ecá n ic a que
e le v a pesos. “ E stoy p ersu a d id o ” , d ecía D aniel Bernoulli en 1738, “ de
que si^íoda la vis v iv a en cerrada en un pie cú b ico de carbón pudiera ser
e x t r a í d a y aprovechada para m over una m áquina, daría mayor rendi­
m ie n t o que och o o d iez h om b res en una jornada d e trabajo.” ®'* A pa­
r e n t e m e n t e , e s e com entario, h e c h o en el punto cu lm in ante d e la
controversia sobre la m - v iv a m etafísica, no tuvo influencia posterior.
,;3in embargo, la m ism a p erc ep ció n de las m áquinas se repite una y otra
vez, más expKcitam ente en los escritores fra n c e se s d ed icad os a la
i n g e n i e r í a . Lazare Carnot, por ejem plo, d ice que “ el problem a de
hacer girar una piedra de m olino, s e a por ia fuerza del agua, del viento
o de un animal. . . e s el de con su m ir [la p o r c i ó n m á x i m a posible del
trabajo realizado por es o s a g e n t e s ” .®® Con Coriolis, el agua, el viento,
el vapor y los an im ales so n todos ellos, se n c illa m en te, fu e n te s de
t r a b a j o , y las m áquinas se con vierten en dispositivos para transformar
el trabajo e n una form a útil y transmitirlo a la carga.®® Aquí, las solas
máquinas llevan a una c o n c e p c ió n de los p ro ceso s de conversión que
se acerca m u ch o a ia resu ltan te de los d escub rim ientos del siglo xíX.
Ese aspecto d el problem a de las m áquinas p u e d e explicar m u y bien
por qué los in gen ieros del vapor — Hirn, H oltzmann, S éguin y Sadi
Carnot— fueron co n d u c id o s al m ism o a sp ec to d e la naturaleza que
personajes com o Grove y Faraday.
Eí h ech o d e que las m áquinas pudieran se r vistas com o dispositivos
de conversión p u e d e explicar tam bién algo m ás. ¿No e s ésta la razón
de que los c o n ce p to s in g en ieríles resultaran tan fá ciles de transferir a
los problem as m ás ab stractos de la con servación de la energía? El
concepto de trabajo e s tan sólo el ejem plo m ás im portante de tal
transferencia. Joule y Liebig llegaron a la con servación de la energía

^ H y d ro d y n a m ic a , p. 23L
** D e Véquilibre et d u m o u ve m en t, p. 258. Nótese también que tan pronto como Lagrange
se vueive hacia ei problema de Carnot (nota 44) comienza a hablar de ia misma manera,
fc-n h s F o n ctio n s analyii(fiies^ dice que las caídas de agua, el,carbón, la pólvora, los
aiiimaies, etc., todos ellos "contienen una cantidad de vis v iv a , que uno puede aprove­
char pero no aumentar por ningún medio mecánico. Se puede [por tanto] considerar
siempre que una máquina está hecha pa ra que destruya una cantidad dada á e vis viva [en
la carga] consumiendo otra vis viva dada [la de la fuen te]” (O eavres, 9:410).
D u c a lc u i d e l'effet d e s m a c h in e s, cap. L P ara Coriolis, el teorem a de la conservación
aplicado a una máquina perfecta se convierte en el "Principio de ia transmisión del
trabajo” ,
116 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

planteando una añeja interrogante de la ingeniería: ¿“ Q ué e s el ‘ren­


d im ien to’ ” ? Tal pregunta, en relación con los n u ev o s p ro ceso s de
conversión en e l motor eléctrico im pulsado por baterías. P ero esa
cu estió n — la de cuánto trabajo se p rod uce con una cantidad dada de
co m b u stib le— im p lic a la noción de un p ro ce so de conversión. Retros­
p ectiv a m en te, su en a in cluso co m o la exp resión de la n ecesid a d de un
co e ficien te de conversión. Jouie, por lo m en o s, respondió la pregunta
crean do uno de tales co e fic ie n te s. O co n sid é r e se la siguiente y más
asom brosa transferencia de los c o n c e p to s de irvgeniería. A un qu e sus
co n c e p c io n e s fu n d a m en ta les son in co m p a tib les con la conservación
de la energía, la Réflexion sur la puissance motrice du feu, de Sadi Carnot,
fue citad a por H elm holtz y Colding com o la aplicación m ás destacada
de la im posibilidad del m ovim iento perpetuo a un p ro ceso de conver­
sión no mecánico.®^ H elm holtz bien p u e d e h aber tomado prestado de
la m em oria de Carnot el co n ce p to analítico de un p ro ceso cíclico que
d ese m p eñ ó un papel tan importante en su artículo clásico.^® Holtzmann
derivó su valor del co e fic ie n te de conversión m ed iante una modifica­
ción m enor de los p ro ced im ien to s analíticos de Carnot, y és te , en su
exp osición de la co n serv a ció n de la energía, e m p lea repetidam ente
datos y c o n ce p to s de su primera m em oria, fun d am en ta lm en te incom ­
patible. E sto s ejem p lo s p u e d e n por lo m en o s sugerir el porqué de la
facilidad y la frecu en cia co n que los c o n c e p to s de la ingeniería se
aplicaron para in fe rirla ley de la con servación cien tífica y abstracta.
Mi ejem plo final de la productividad del in terés m anifestado en el
siglo XIX h acia las m áquinas está ligado m en o s d irectam ente a éstas.
Subraya, sin em bargo, la m ultiplicidad y la variedad de las relaciones a
las que o b e d e c e que el factor relativo a la ingeniería haya pesado tanto
en esta exp osición del d escub rim iento sim ultáneo. Ya d em ostré en
otra parte que m u ch o s de los precursores com partieron un interés

” HelmholXz. Abhnndliíiigen, I; 17. Colditig, "N atu rk raefter” , Danslt. Vid. Selsk., 2
(1851): 123-124. Cario Ma!teiK:c;i da un testimonio de e specialinterés sobre las evidentes
similitudes que hay entre la teoría de la conservación de la energía y la incompatible
teoría de Carnot sobre la máquina de combustión. Su artículo, "D e la relation qui existe
entre la quantité de Faction chimique et la quantité de chaleur, d ’électricité et de
lumière q u’elie produit” . Bibliothèque Universelle de Genève, Supplément, 4(1847); 375-380,
es un ataque a varios de los primeros expositores de la conservación de )a energía. Dice
de sus contrarios que son el grupo de físicos que "b a n tratado de demostrar que el
celebrado principio de Carnot sobre la fuerza motriz del calor puede aplicarse a los
demás fluidos imponderables” .
^ Helmholtz, 1:18'19. Da la formulación abstracta inicial del proceso
cíclico, hecha por Helmboltz.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 117

im p o rta n te en el fen ó m e n o co n o cid o com o com p resión adiabática.^®


Cualitativamente, e l fen ó m e n o constituyó una d em ostración ideal de
la conversion del trabajo en calor; cu an titativam ente, la com presión
adiabática produjo el único m edio de calcular un co e ficien te de c o n ­
versónco n los datos ex iste n te s. Por su pu esto , el d escub rim iento de la
compresión adiabática tiene poco o nada que ver con el interés por las
máquinas, pero los ex p er im en to s q ue durante el siglo xix realizaron
con tanta profusión los precursores parecía relacionarse, m uchas
veces, p rec isa m en te co n e s te interés práctico. Dalton, y C lém e n t y
/ Désormes, q u ie n e s realizaron uno de los prim eros trabajos im portan­
tes sobre com p resión adiabática, fueron tam bién de los prim eros en
a p o r t a r m ed icio n e s fu n d a m en ta les relativas al vapor, y es ta s m ed icio ­
nes fueron utilizadas por m uchos de los ingenieros,®“ P o isso n , quien
desarrolló una de las primeras teorías sobre la com presión adiabática,
la aplicó, en el m ism o artículo, a la m áquina de vapor, ejemplo que fue
seguido de inm ediato por Sadi Carnot, Coriolis, N avier y Poncelet.®^
Séguin, aunque utiliza una diferente cla se de datos, p a rece ser un
miembro del m ism o grupo. Dulong, a cu y a m em oria clá sic a sobre la
compresión adiabática s e refirieron m u ch o s de los p recursores, fue un
cercano colaborador de P etit, y durante el periodo de esta colabora­
ción P etit produjo u n a relación cuantitativa de la m áquina d e vapor
que a n te ce d e a la de Carnot por ocho años.®^ Hay incluso un indicio del
interés m anifestado por el gobierno h acia esto s trabajos. El premio
ofrecido por el Institut National, de Francia, y ganado en 1812 por la

T. S. Kiihii, "Tlití CaÍoi'ic 'I'lieory i)f Adiabatic Compression", 49 (1958):


132-140.
John Dalton, "Experimental Essays on the Constitution of Mixed Gases; on the
Force of Steam or Vapour from W ater and O ther liquids in Different T em peratures,
Both in a Torricelitan Vacuum and in Air; on Evaporation; and on the Expansion of
Gases by H e a t” , Manch, Mem. 5(1802): 535-602. El segundo ensayo, si bien nacido de los
intereses de Dalton por la meteíirología. fue aprovechado de inmediato tanto por
ingenieros británicos comt» por los franceses.
Clément y Désormes, "Mémoires sur la théorie des machines á feu” , B u lle tin de.t
Science,·! p a r la Société P h ilo rna liq u e , 6(1819); 1 IS-i 18; y "Tableu relatif à la théorie général
de la puissance mécanique de la vapeur” , ib id ., 13 (1826): 50-53. El segundo artículo
aparece completo en Crelle, J o u rn a l f i i r die Baukuiist 6 (1833): 143-164. Sobre las
contribuciones de fstos científicos al estudio de ia compresión adiabática, véase mi
artículo citado en la nota 59.
S. D. Poisson, " S u r la chaleur des gaz et des vapeurs” . C/üm. Pliy.s., 23 (1823);
337-352. Sobre .Navier. Coriolis y Poncelet, quienes tienen, todos y cada uno de ellos,
capítulos dedicados a los cálculos de máquinas de vapor, véase nota 46.
A. T. Petit, “ Sur l’emploi du principe des forces vives dans le calcul de l’effet
des m achines” , Ann. Chim. Phys., 8 (1818): 287r305.
m

118 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

inv estig a ció n c lá sic a ísobre los g a se s, reaHzada por D eiaroche y Bé-
rard, bien, p uede haberse originado en parte e n el interés del gobierno
h acia las máquinas.®^ El último trabajo de R egnault se originó p reci­
sa m en te de allí. S u s fa m o sa s in v estig a cio n es sobre las características
térm icas d el gas y el vapor llevan el im pu esto título de “ Experim entos
em prendidos por orden dei Ministerio de Trabajos P ú b lic o s y a instan­
cia s de la Com isión Central de M áquinas de Vapor, para determinar
las le y e s principales y los datos num éricos que se em plean en los
cálcu los de m áquinas de vapor” . E s de so sp ec h a r se que, sin estos
vínculos con los p roblem as re co n o cid o s de la ingeniería del vapor, los
datos im portantes sobre com presión adiabática no habrían sido tan
a c c e s ib le s a los precursores de la con servación de ía enegía. En este
c a so , el in terés por las m áquinas p u e d e no h a ber sido es en cial para el
trabajo de los p recursores, pero cierta m en te facilitó su s descub ri­
m ientos.

Como el interés por las m áquinas y los descub rim ientos sobre los
p ro ceso s de con versión realizados en el siglo XíXabarcan la mayoría de
los n u ev o s co n ce p to s téc n ic o s, y los ex p erim en to s co m u n e s a algo más
que u nos cu an to s de ios d escu b rim ien to s de la conservación de la
energía, e s te estudio del d escub rim iento sim ultáneo bien podría c o n ­
cluir aquí. P ero es su ficien te un vistazo a los escritos de los precurso­
res para sentirse p o seíd o de la in có m o d a se n sa ció n de q ue algo falta
todavía, algo q ue tal v ez no se a un e lem en to sustancial. E sta sen sa c ió n
no existiría si todos lo s pioneros, com o Carnot y Joule, hubieran
com enzado con un problem a técn ico , p lanteado claram ente, y luego
procedido por eta p a s h a sta llegar al co n ce p to d e la co n serv a ció n de la
energía. P ero en los c a s o s de Colding, H elm holtz, Liebig, Mayer,
Mohr y S éguin, la noción d e una fuerza m etafísica, fun dam en tal e
indestructible, p a rec e p r e c e d e r a todas su s in v estig a c io n es y estar
casi d esv in cu la d a de las m ism a s, A gran d es rasgos, esto s pioneros
parecen haber tenido una id ea capaz de convertirse en la de la co n ser­
vación de la energía d esd e tiem po an tes de q ue encontraran p m e b a s

F. Delarutlie y J. Bérard, "Mémoire sur la delerniination de la clialeiir specifiqfie


dct^ differents gaz , Aun. Clnm. Phys,., 85 (1813); 72-110, 113-182. No conozco ningún
tfíitinionio direclo (¡ue relacione el premio ganado j)or esta memoria con los problemas
de la ingeniería del vapor, pero la Academia sí ofreció »n premio por eJ perfecciona-
mienlo de las máquinas de vapor, hacia 1793. Véase H. Gtterlac, "Some Aspects of
Science during the French Revoiution” , The Scientific Monthly, 80 (1955): 96.
En Mém. de VAcad., 21 (1847): 1-767.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA U9

de su ex iste n c ia . L os factores ya discu tidos en e s te artículo p arecen


explicar por q ué, al últim o, fueron c a p a c e s de desarrollar la idea y de
darle sentido. P ero la d iscu sió n no ha explicado todavía en grado
suficiente la ex iste n c ia de tal idea. Entre los d o ce p ioneros, uno o dos
ca^os no presentarían problem as. Las fu e n te s de la inspiración c ien tí­
fica son notoriam ente in escru ta b les. P ero e s sorprendente la e x iste n ­
cia de grandes lagunas co n c e p tu a le s en se is de nuestros d oce ca so s.
Aunque no p uedo reso lver por com p leto el problem a que esto plantea,
por lo m en o s debo tocarlo.
Ya h icim o s notar algunas de esa s lagunas, Mohr saltó im prevista­
mente de una d e fe n sa de la teoría dinám ica del calor al en u nciado de
que hay so la m en te una fuerza en la naturaleza y que és ta e s inalterable
en términos cuantitativos.®^ L iebig dio un salto se m eja n te del rendi­
miento de los m otores eléc tr ic o s al enunciado de que los eq u iv a lentes
químicos de los e le m e n to s determ inan el trabajo aprovechable y re­
sultante d e p r o ce so s q u ím ico s, por m edios eléctrico s o términos.®^ C o l­
ding nos d ice que s e le ocurrió la idea de la con serv a ció n en 1&39,
cuando'era estu d ia n te, pero que abstuvo de anunciarla hasta 1843,
cuando ya había reunido testim onios acerca de ella.®^ La biografía de
Helmholtz co n tien e una historia parecida.®® S égu in em p leó, co n v e n ­
cido, su co n ce p to de la convertibilidad del calor y el m ovim iento a
cálculos de m áquinas de vapor, no obstante q ue su único intento por
confirmar la idea haya sido por com p leto infructuoso.®^ R ep etid as
: \ (‘a s f iio i a 21 y t<‘ xtcj í o r R ‘í i ¡ ) ( i n d i f n lt ' .
B rícft'. ¡í j >. 1 i 5-117.
C o l d in g , " H i s t o r y o f C o n s e r v a t i o n " . P h il. 27 (1864): 57-58.
Lru K<n'nijís.l)i'r<^er {¡Ifimann ron llrlmholt:. trad. ai iiigli'í: F. \\t.‘ll)y ¡Oxford.
1906j. |)j>. 25-26, .il-33) dict· que las ideas de Helmiioitz sobrt· la conservación ya
(■s?at)an <’oni|)letas en 1843. y afirma <¡ue hacia 1845 el inlenfo de dar una prueba
e\|ieriineiifal niotiv/» toda la invesíigaeión efectuada por dicho t)ers<inaje. Pero Koeni<ís-
berjier no da ninguna prueba y tampoí'o e,s¡á en lo cierto. En d(>s artículos s<ibre el calor
llsi()ló<iicci, escritifs de 1845 a 1846 l;8 -H ; 2:680-725), lieimlioU/. i\<> se da
eiieula de <¡uc el calor corporal puede gastarse en trabajo tne< ánico (compárese con el
análi.'^is de May<-r. más adelante). En el segundo de estos artículos da también la
eotisabida cxprK'ac-i<'>n, basada en la teoría del ealóri<'o. de la conijiresión adiabática <‘ii
ítHu ióu del c ambio de la capac idad ( aiorírica <'on la presión. En suma, sus ideas no
(‘sluvieniii. de ninguna ntanera. completas basta 1847 o poco antes. Pero sus escritos de
lHI-5 \ 1846 sí dcmiiestian <fue Helttdioitz estaba dedicado a combatiré! vitalismo, que
según él iniplicaba ia ert-aciiVn de la fuerza partiendo de la nada. Demuestran asimismo
que ya eoiiocía ios trabajos de Ciajieyron y de Holizniann. de los cuales petisó ([ue
v<‘iiíau al c aso de su propio trabajo. Sólo en esto podría tener ra/,ém Koenigsberger.
C (irtiiiiis d i'/n ·. p. 383. S é g ifin b a b ía tr a ta d o in fr u c tu o s a n u - n te de m e d i r l a d if e r e n c ia
<le las c a n t id a d e s de c a b n ' í'x t'ra íd a s d e l c|u e nia do i· y c e d i d a s al c o t u le n s a d o r de u n a
iiíáciuin a d e vap<ir.
120 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

v e c e s se ha h ech o notar el gran salto de Mayer, pero raras v e c e s se ha


subrayado su magnitud. D e la ob servación de que la sangre v en osa en
el trópico e s de color claro, hay un p eq u e ñ o p a so a la con clusión de que
es n ecesa ria m en o s oxidación interna cuando el cu erpo ce d e m enos
calor al m e d i o . E n 1778, y partiendo del m ism o indicio, Crawford
había Uegado a la m ism a conclusión.^·* L ap lace y Lavoisier, en la
d éca d a de 1780, habían balanceado la m ism a ec u a ción que relaciona el
oxígeno inspirado con el calor q ue p ierde el c u e r p o . U n a línea de
investigación continua relaciona el trabajo de e s to s últimos con los
estu dios b ioquím icos de la respiración, h ec h o s por Lieb ig y Helmholtz
a principios de la déca d a de 1840.^^
A unque al p arecer M ayer no lo sab ía, su observación de la sangre
ven osa fue sen cilla m en te el red escu b rim ie n ío del fundam ento de una
teoría bioquím ica, bien co n o cid a y fu en te de controversias. Pero esa
teoría no fue la única a la que M ayer llegó sú bitam en te. Por otro lado,
insistió en que la oxidación interna d eb e b alancearse con respecto,
tanto a la pérdida de calor del cuerpo como a la actividad física que el;
cuerpo d ese m p eñ a . P ara es ta form ulación, no importa m ucho el color
claro de la sangre ven o sa observado en el trópico. La extensión que
Mayer h a ce de esta teoría requiere el d escub rim iento de q ue los
h om bres p erezo so s, en lugar de los de tem peratura elevada, tengan
sangre v en osa de color claro.
La ocurrencia p ersisten te de saltos m en ta les com o és to s sugiere que
m uchos de los d escub rid ores de la con servación de las energía estu­
vieron p red isp uestos p rofun dam en te a ver una sola e indestructible
fuerza en la raíz de todos los fe n ó m e n o s naturales. Ya se hizo notar:
antes tal pred isp osición , y varios historiadores han indicado que, por
lo m en o s, es un residuo de una m etafísica similar que se origina en la
controversia, propia del siglo xvni, sobre la conservación de la. vis viva.·
Leibniz, Jean y Daniel Bernoulli, Herm ann y du Chátelet, todos ellos
dijeron c o s a s co m o ; “ La ms [uiva] nun ca d esa p a rece; cierto e s que
puede d a r la im presión de haberse perdido, pero si uno sabe buscarla,
p u e d e descubrirla siem p re de nuevo por sus e f e c t o s .” ^'* Hay toda una

Weyraucli, I, pp, 12-14.


” E. Färber, “'T he Color of Ve non s Blood'’, Isis, 45 (1954); 3-9.
A. Lavoisier y P. S. Laplace, “ Mémoire sur la chaleur” , Hist. de l’Acad. (1780),
pp. 355-408.
Helmholtí toca gran parie de esta investigación en su escrito de 1845, "W ärme,
physiologiscli” , para VáEncyciopUdi.'íche Wörterbuch derrnedicinischen Wis.'ieiucHqften (Abhan­
dlungen, 2;680-725).
Haas, Erhaltung, p, 16, n. Citado de / usiitutions physiques de Múdame la Marquise du
Chastellel adresseés á Mr. son Fils (Amsterdam, 1742).
LA c o n se r v a c ió n DE LA ENERGÍA 121

multitud de en u n c ia d os por el estilo, y sus autores tratan, más bien


{curdamente, de seguirle la pista a la vis v iv a dentro y fuera de los
i fenóm enos no m ec á n ic o s. La sem ejanza entre hom bres com o Mohr y
f Colding e s m uy estrecha. Sin em bargo, en el siglo xviii, los se n tim ien ­
tos ri^tafísicos de esta cla se p a recen ser una fu en te im plausible de \p.
predisposición, propia del siglo xix, que e sta m o s exam inando. Aunque
■ el teorem a de la co n serv a ció n d in á m ic a , técnica , tiene una historia
continua d e sd e principios del siglo xvííl hasta el presen te, su correlato
metafisico encontró pocos, si no e s que ninguno, partidarios d esp u é s
de 1750.^^ P ara descubrir el teorem a m etafisico., los precursores de la
' conservación de la energía tendrían q ue haberse vuelto a libros de por
lo m enos un siglo de antigüedad. Ni sus trabajos ni sus biografías
sugieren que hayan sido influidos significativam ente por esta porción
de la historia intelectual antigua.^®
Afirm aciones co m o las de los seguid ores de Leibniz, en el siglo xvm
y de los precursores de la con servación de la energía en el siglo xix, sin
embargo, p ueden encontrarse repetidam ente en la literatura de otro
movimiento filosófico: la Naturphilosophie C olocando al organismo
como la rnetáfora fun dam en tal de su cien cia universal, los Naiurphilo-
üophen buscaron c o n sta n tem en te un solo principio que u nificase todos
los fe n ó m e n o s naturales. S chelling, por ejem plo, sostuvo "que los
fenóm enos m a g n ético s eléctricos, quím icos, y hasta los orgánicos,
deberían esta r en trelazados form and oun a gran asociación. . . [la cu al]

Haas, Erhaltung, p. 17.


’'® Ninguno de los precursores menciona en sus escritos originales la literatura del
siglo X V IU relativa a la conservación. Colding, sin embargo, dice que le vino la primera
idea sobre la conservación mientras leía a D’Alembert en 1839 (Phil. Mag., 27[I864]:58),
y Koenigsberger dice que Helmholtz, hacia 1842, había leído a D’Alembert y Daniel
Bernoulli (Helmhohz, p. 26). Con todo, estos dos contraejemplos no modifican real­
mente mi tesis. D’Alembert omitió toda mención al teorema metafísico de la conserva­
ción desde la primera edición de su Traite, y en la segunda lo rechazó explícitamente
(Pan's, 1758; comienza en el "A vertissem ent’' y sigue en ias pp. xvii-xxiv). En realidad,
D’Alembert figuró entre los primeros que insistieron en liberar la dinámica de lo que,
según se consideraba, eran puras especulaciones metafísicas. Para que Colding hubiese
tornado sus ideas de esta fuente, hubiera hecho falta ur?a fuerte predisposición de su
parte. La fí}rlrodYnami< a de Bernoulli es una fuente más adecuada (véase, por ejemplo,
el texto que acompaña a la nota 54), pero Koenigsberger hace plausible el punto de que
Helmholtz consultó a Bernoiilli para desarrollar la idea que ya tenía de la conservación.
” Las raíces de la iVaiiirphilo.wphie pueden rastrearse, desde luego, hasta Kant y
Wolff, y de aqu! a Leibniz; y éste fue el autor del teorema metafísico de la conservación,
sobre el cual escribieron Kant y Wolff (Haas, E r h a ltu n g , pp. 15-18), Así pues, los dos
movimientos no son completamente independientes.
122 ESTUDIOS HlSTORiOGRÁFiCOS

abarca toda ía naturaleza".^® Y a d esd e an tes del d escub rim iento de las
batería? había insistido en cine "no ca b e duda de que una sola fuerza,
en sus varias formas, está m anifiesta en [los fen ó m e n o s d e] ia luz, la
electricidad- y así s u c e s iv a m e n te ” .^® E stas c-iías señalan un aspecto
del p en sam ien to de S ch elling, d ocu m en ta d o ca b a lm en te por Bréhier y
últimamente por S t a u f f e r . C o m o Naturphilosoph, ScbeUing buscó con­
tinuam ente los p r o ce so s de con versión y transform ación en la cien cia
de su época. A principios de su carrera, le pareció q ue la quím ica era la
c ien cia física básica; a partir de 1800, se fu e co n v en cien d o de que el
galvanism o era “ el verdadero fen ó m e n o limítrofe de am bas naturale­
zas [ia orgánica y la inorgánica]” .®^ M u ch o s de los seg u id o res de
S ch elling, cu y a s en se ñ a n z a s dominaron en las universidad es alema-
ñas y tam b ién en otras v ecin a s durante el primer tercio del siglo xix,
recalcaron de m anera parecida los n u ev os fen ó m e n o s de conversión,
Stauffer ha dem ostrado que O ersted — Naturphilosoph lo m ism o que
cien tífico — persistió en su larga b ú sq u ed a de una relación entre la
electricidad y el m agnetism o principalm ente por su con vicción filusó-
fica previa de que debería existir tal relación. D escub ierta la in terac­
ción, el electro m ag n etism o d e se m p e ñ ó un papel fundam ental en ia
elaboración que Herbart hizo m ás tarde de la infraestructura científica
d é l a Naturphilosophie.^^ En su m a , m u c h o s Naturphilosophen extrajerún
de su s resp ectiv as filosofías una co n ce p c ió n de los p ro ceso s físicos
muy sem ejan te a la que Faraday y Grove p a recen haber extraído de ios
descub rim ientos del siglo xix.®^

™ C^itadi) por R. C. Staiifífr. "Siieciilaíjon and Experimení in tlu- Back.gr<uitui <>f'


Oersted’sDiscovery of Eiectromagnetism” , ísis, 4S{1957):37, de SchelÜng, EinleUung zu
seinem Entwaif eines Systems der Naíurphilosopkk (1799).
Citado ¡K>r Haas, E r lu d tu n g , j>. 45, n. 61, dt· Sclieüing, E rsier Enln urfeint\'i Sysh'm s
NaiurphÜosophie (1799).

Bróluer, S c h e llin g (París. 19Î2). Ésta es la disfusión nsás útil cjiie iu" encon­
trado. y desde hiego debiera agregarse a la lista de Staüffer, de ios aiixiíiares para
estudiar Jas eomplejas relaciones entre la ciencia y la N ittu r p h ilo so p h ie ils ia , 4B 11957 37.
n. 21).
Stauffer. ■'Spe<'ulation and Experimetu". p. 36, de Sciieliing. ■'Allgenieiner De-
duktíon des dynamíschen Processes oder der Kategorien der Physik” (1800).
Haas. ErÍKilíiing, p. 4L
Desd,e luego, es impustbie distinguir ciarameiite entre la influencia de \&:\atiirphi¡o~
sopliic y la de los procesos de conversión. Bréliier (Sch<'//ing, pp. 23-24) y Windelband
(History <}f Philosophie, trad. al inglés de J. H. Tufts, 2“ ed. {Nueva York, 1901]. pp.
.597-598) subrayan <¡üe los p ro c es o íd e conversiiWi fueron eti sí una fuente importante de
ia ^aturphiloxophii·. de in<id<i (¡ue muchas veces anchos fueron captados juntos. Este
lieclio debe limitar algunas de las dicot<imías establecidas en la primera parte de este
LA c o n s e r v a c i ó n DE LA ENERGÍA 123

La NatiirphUosophie, pur tanto, pudo haber suministrad(t un a d e­


cuado a n te ce d e n te filosóficu para el descubriniient<! de la co n serv a ­
ción de la en ergía. A d e m á s, varios de los precurstu-es estuvieron
familiarizados por lo m en o s con sus c o n ce p to s b ásicos. C o ld in g fu e un
protegido de Oersted.®^ L ieb ig estudió dos años con S ch elling . y
aufique d esp u é s d escrib ió es to s años conu» una pérdida de tiem po,
nunca abjuró del vitalism o de que en to n c e s se nutrió.®^ Hirn citó tanto
a Oken com o a Kant.®® Mayer no estudió NatarpkUosophie, pero tuvo
amigos íntim os, es tu d ia n tes corno é l , t|ue sí 1*> liicieron.®^ El padre de
Helm holtz, íntim<t de F ichte m ás joven que él, y Naturphilosoph menor
por propia d ecisió n , exhortó co n sta n tem en te a su hij<* para que aban­
donara el m ec a n ic ism o estricto.®®
A unque H elm holtz se sintió obligado a extirpar toda discu sión filo­
sófica de su m em oria clá sica , en 1881 fue capaz de reco n o cer lo s
im portantes resid uos kantianos que habían esca p a d o a su censura.®^
L os fragm en tos biográficos de esta suerte, d e s d e luego, no prueban
d e u d a s in te le ctu a le s. P ero sí sirven para justificar fuertes so sp ec h a s y

caiiítüio,* ¡mes es difícil de aplicar a cada uno de los precursores la distinción entre las
do? itientes del cnncepto de la conservación. Ya señalé esta dificultad en el cas<i de
Colding (nota 32). Cotí Mulir y Liebig, me inclino todavía a darle ()ri<>r¡dad psicológica a
VdNítttirpliíhííoph'u·. por<fne ninguno de eüos iiabía tenido nuiclu» que ver con los nuevos
procesos de conversión en sus pr<n)ias investigaciones y también j)on(iie ambos dieron
saltos muy grandes. Sus casos c<»ntrastan agudamente con los de Grove y Faraday,
(juienes parecen h aber seguido una n ita c<intimiada desde los procesos de conversión a
los de conservación. Pero esta cotstinuidad puede ser engañosa. Grove ( P l iy s ia i l F orces.
pp, 25-27) meiH'iona a Cttleridge, y éste fue el principal expositor inglés de laN attirpliH o-
s(>phi('. Como el problema <jue ponen de manifiesto estos ejemplos me parece real y no
resueito. debo señalar qtie afecta únicamente a la organización, pero no a la tesis
principa! de este escrito. Quizá deban C(fnsiderarse en la misma sección l<is procesos do
c(tnversióij y \a :\atiirphi¡i)íiopliii'. Ambos deben tomarse en cuenta.
^ PovI Vinding, “ Coiding, Ludwig August” , DansA Biografisk Leksikon (Copenhague,
1933-1944). pp. 377-382. Le agradezco a Roy y a Ann Lavvrence el haberm e proporcio­
nado t i » compendio de este útij b!>squejo bioKráfico.
E. von Meyer, A H istory ofC h e m istry , trad. al inglés de G. McGowan, 3® ed, (Londres,
1906), p. 274. J. T. Merz, E u r o p e a n T h o u g h t i n t h e N i n e t e e n t h C e n t u r y i h o n A r ^ s , 1923-1950),
1:178-218, particularmente la última página.
G. A, Hirn, “ Études sur les lois et sur les principes constituants de l'univers” , Reime
d ' A h acu , 1 (1850): 24-41, 127-142, 183-201,· ib id ., 2 {1851); 24-45. Las referencias a
escritos relacionados con \&!\(títtr¡>liila.‘H)p¡ii(‘ se presentan bastatUe a menudo, auníiue no
son muy favorables. Por otro lado, el propio título de esta obra sugiere la N aiu rph ilo-
sophit^, y el título se adecúa al contenido.
8, Hell, "Robert Mayer", Knni.símlifiu 19 (1914): 222-248.
Koenigsberger, Helmholtz, pp. 3-5, 30.
Hehnbol’tz, A h lia n d lu n g c n , 1:68.
124 ESTUDIOS HlSTORiOGRÁFiCOS

también com o guías para ampliar ia investigación . Por el m omento,


ú nicam ente insistiré en q ue e s ta in v estig a ció n d eb e h a c e r s e y que hay
e x c e le n te s razones para su pon er que será fructífera. La mayon'a de
e sta s razones ya las ex p u se antes, pero h e p asado por alto la más
poderosa. A un qu e en 1840 A lem an ia no había alcanzado la relevancia
cien tífica de I n g la te n a ni de Francia, cin co de n uestros d o ce precur­
sores fueron alem anes; el sexto, Colding, d a n és, fue discípulo de
Oersted; y el séptim o, Hirn, alsaciano, fue un autodidacto q ue leyó a
los Noturphílúsophen.^'^ A m en o s que la Naturphilosophie nativa del m e­
dio ed ucativo de esto s sie te h om b res haya d ese m p eñ a d o un papel
productivo en las in v estig a c io n es de algunos, e s difícil ver por qué más
de la mitad de lo s precursores tuvo q ue h aber p rocedido de un cam po
que, durante su prim era gen eración, a p en as si tuvo alguna productivi­
dad científica im portante. P ero esto no e s todo. De ser probada, la
influencia de la Naturphilosophie p u e d e ayudar a explicar también
por qué este grupo de cinco alem anes, un danés y un alsaciano tiene a
cinco de los se is p recursores en cu yos en fo q u es de la conservación de
1a energía ya en con tram os tan m arcadas lagunas conceptuales,®^

Se encuentra mucho material biográfico y bibliográfico para el estudio de ia vida y


obra de Hirn en el B u lle tin d e la S ociété d'H istoire N a tu re lle d e C olin art 1 {1899): 183-335.
Séguin es ei sexto, y la fuente de su idea queda completamente en el misterio. Élla
atribuye (C h em in s d e f e r , p. X V i) a su tío Montgolfíer, acerca dei cual no pude obtener
información pertinente.
Con las estadísticas citadas, no se trata de dar a etuender, de ningún modo, que lodos
los que conocieron 1a N a in r p h ih s o p h ie forzosamente hayan resultado afectados por ella;
tampoco quiero argumentar que todos aquellos en cuyos trabajos no hay lagiuias
conceptuales ipso f m t o no fueron influidos por la N a iu r p h ih s o p h ie (véanse comentarlos
sobre Grove en la nota 83). l.o qite sigue siendo un mislerto es tt\p r e d o m in io antes que la
presencia de los precursores provenientes del área dominada por las tradiciones intelec­
tuales alemanas.
[Se agregó ei siguiente párrafo ai ori^naÍ, en vista de los puntos surgidos durante la
discusión. )
E! profesor Gillispie, en su artículo, llama la atención hacia un movimiento poco
conocido, que se dio en í*'rancia en el siglo .Wfli, y que m uestra un paralelismo notable
con ia !\tU iirphilo.w phie. De haber estado vivo todavía este movimiento en l^^rancia en el
siglo X IX, entonces sería cuestionable mi contraste entre la tradición científica alemana
y la prevaleciente en el resto de Europa. Pero en todas las fuentes francesas del sigio
\ f \ c¡ue examiné no encontré-nada parecido a la N a tu rp h ilo s o p h ie , y el profesor Gillispie
me asegura que, hasta donde él sabe, el movimiento al que se refiere en su escrito había
desaparecido a la vuelta del siglo {saivo, quizá, en algunas partes de ia biología). Nótese,
además, que este movimiento del sigo XVIII, que predominó especialmente entre artesa­
nos e inventores, puede darnos un indicio sobre el enigma de Montgolfier (véase párrafo
anterior).
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 125

Esta exploración del descub rim iento sim ultáneo d eb e terminar


aquí. Com parándola co n las fu e n te s, primarias y secu nd arias, de las
cuales deriva, e s ev id e n te q ue no está com p leta. N o se ha dicho casi
nada, por ejem plo, ni de la teoría dinám ica del calor ni de la co n ce p -
cióli de la im posibilidad del m ovim iento perpetuo. A m bas ocupan
grandes p orcio n es d e ia s historias co m u n e s y corrien tes, y am bas
requerirían un anáUsis a fondo, P ero, si esto y en lo cierto, esto s
factores om itidos, así com o otros parecidos, no entran en un análisis
más amplio d el d escub rim iento sim ultáneo co n la m ism a u rgencia que
los tres q ue aquí se han ex p u esto. La im posibilidad del m ovimiento
perpetuo, por ejem plo, fue un instrum ento in telectual in dispensab le
para la m ayoría de lo s pioneros. Las form as en q ue m u ch o s de ellos
llegaron a la con servación de la energía no p ueden en ten d e rse sin eUa.
Sin em bargo, reco n o ce r el instrum ento in telectual apenas si contri­
buye a en ten d e r el d escub rim iento sim ultáneo, p u es la im posibilidad
del m ovim iento perpetuo ha sido en d ém ica en el p en sam ien to cien tí­
fico de la antigiiedad.^^ Sabiendo que el instrumento estuvo allí, nues­
tra pregunta es: ¿por q ué adquirió sú bitam en te nueva significación y
nuevo cam po de ap licación? Para nosotros, ésta e s la pregunta más
significativa.
El m ism o argum ento se aplica en parte a mi segundo ejem plo de los
factores om itidos. A p e sa r de la m erecida fam a de Rumford, la teoría
dinámica del calor ha estad o muy próxima a la su perficie de la c o n ­
ciencia cien tífica ca s i d e sd e los días d e F ran cis Bacon.®^ Aun a fines

E. M & cX x Jíistory (in d R o o i o f li ie P ñ n d p k Q fthe C o n s e iT a t io n q f E n f r g y , trad. aiinglé$de


Philip E, B. Jourdain (Chicago, 1911), pp. 19-41; y Haas, E r k a ltu n g , cap, 4. R ecuérdese
también que en 1775 la A cademia francesa tomó la resolución formal de ya no tom aren
cuenta los diserlos de máqi¡ inas de movimiento perpetuo. Casi todos nuestros precu rso-
res se refirieron a ía imposibilidad del movimiento perpetuo, y ninguno de ellos da
muestras de se n tirla necesidad de discutir su validez.. En contraste con ello, sí encuen­
tran necesario argumentar extensam ente sobre la validez del concepto de conversiones
universales, Grove, por ejemplo, inicia sus P h y s k a l f o r c e s {pp. 1-3) con una petición de
imparcialidad para exponer una idea radical. Ta! idea es el concepto de conversiones
universales, ei cual desarrolla ampliamente en el texto (pp. 4-44·). CasualmeTite, aplica la
imposibilidad del movimiento perpetuo a esta idea, sin argumento, en las últimas siete
páginas (pp. 45-52). Por hechos como éstos es que me he atrevido a calificar de
"bastante obvios ” a los pasos íjue van de las conversiones universales a la versión no
cuantificada de ía conservación.
Sobre las teorías del calor en el siglo xvn, véase M. Boas, “ The Establishment of
the Mechanical Philosophy” , O siris, 10 (1952); 412-541. Sobre las teorías del siglo X M l l
hay mucha información dispersa en: D. McKie y N. H. de V. Heathcote, The D iscove ry o f
Specific a n d L a ten t H e a l (Londres, 1935) y H. -Met/ger, N ew to n , S ta h l, B o erh a a ve el la d octrine
126 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

del siglo XVIII, é p o ca en q ue eclip só tem poralm en te el trabajo de Black


y Lavoisier, m uchas v e c e s se d escribió la teoría dinám ica en discusio­
n es cien tífica s sobre ei calor, aunque sólo fuera por el gusto de refy.
tarla.^“* En ia m ed ida en q ue la c o n c e p c ió n dei calor co m o movimiento
figuró en el trabajo de los p recursores, d eb em o s en ten der por qué tal
c o n ce p c ió n cobró d esp u é s de 1830 una im portancia que raras veces
tuvo an tes.
A d e m á s, la teoría dinám ica no figuró por m ucho tiem po. Sólo Car­
not ía e m p leó com o esca ló n e s en cia l. Mohr saltó de la teoría dinámica
a la c o n s e r v a c i ó n , p e r o su tra b a jo in d ic a q u e le h a b ía n ser­
vido del m ism o modo otros estím u lo s. Grove y Joule se adhirieron a

chimique (P&úí,, 19S0). Más infurimación útil S e encuentra enG . Berthüld,/íiívíí/bí-íí(iníiíííe


Mechaniscbe {HeideJberg, 1875), noobstante que Berthold pasa rápidamente
del siglo N\ II al \ i \ .
Como sería difícil decir que la teoría del calórico se hubiese expuesto en forma
desarrollada ai\tes de la publicación, en 1789, del Traité élémentaire de chimie, de Lavoi­
sier, más difícil sería afirmar que aquélla hubiese erradicado a ia teoría dinámica en la
década transcurrida hasta ia publicación del trabajo de Rumford. Sobre testimonios de
que incluso los más fervientes partidarios de la teoría del calórico siguieron discutién­
dola, véase Armand Séguin, “ Observations générales sur le calorique, , . refie>âons sur
la théorie de MM. Black, Crawford, Lavoisier, et Laplace” , de Chim., 3 (1789):
148-242, y 5 (1790): 191-271, particularmente 3:182-190, La teoria material dei caîor
tuvo, desde luego, raíces mucho más profundas que la obra de Lavoisier, pero Rumford,
Davy f/ (d. se opusieron realmente a ía teoría nueva, no a la antigua. Sus trabajos,
particularmente el de Rumford, pudieron haber mantenido viva la teoría dinámica
después de 1800, pero Rumford no creó la teoría, pues ésta no había muerto.
Rara vez se reconoce que casi hasta mediados del siglo xix hubo científicos
brillantes que aplicaron la consei-vación de la ris mua a la teoría de que el calor es
movimiento, pero sin reconocer del todo que el calor y ei trabajo pueden convertirse uno
en otro. Considérense los siguientes tres ejemplos. Daniel Bernoulli, en los párrafos
citados frecuentem ente de la sección X de su Hydrodynamica equipara al calor con
partículas de vis viva e infiere las leyes de los gases. Luego, en el párrafo 40, aplica esta
teoría al cálculo d é la altu ra desde la cual debe c aer un peso dado para comprimir un gas
hasta una fracción dada de su volumen original. Su solución da la energía del movi­
miento extraída del peso que cae para comprimir el gas, pero en ningún momento se da
cuenta de que esta energía tiene que ser transferida a las partículas del gas y, por
consiguiente, debe elevar la tem peratura de dicho gas. Lavoisier y Laplace, en las pp.
357-359 de su clásica memoria (nota 72), aplican la conservación de la energía a la teoría
dinámica para dem ostrar que, para todos los propósitos expenm entales, las teorías
dinámica y del calórico son precisam ente equivalentes. J. B. Bioí repite el mismo
argumento en su Traité de physique expérimentole et mathématique (París, 1816), 1:66-67, y en
otras partes del mismo capítulo. El error de Grove acerca del calor (nota 34) indica que
aun la concepción de los procesos de conversión fue insuficiente a veces para apartar a
los científicos de este error virtualmente universal.
LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA 127

Ja teoría, pero, en lo su sta n cial, m uestran no d ep en d er de ella.®®


H oltzm ann, Mayer y S ég u in se opusieron a ella — M ayer v e h em e n te-
niente y h a cia el final de su vi da— Las co n ex io n e s, a p a ren tem en te
íntírnas, entre la co n se rv a c ió n d e la energía y la teoría dinám ica son
más ju e n ada retrospectivas.®®
Com párense es to s dos fa cto res om itidos co n los tres q ue ya se
expusieron. L a racha de d escu b rim ien to s de ia con versión se inicia en
J300. Las d isc u sio n e s té c n ic a s a cerca de las m áquinas dinám icas
apenas fueron ingrediente repetitivo de la literatura científica antes
de y su den sidad aum enta a velocidad co n sta nte d e sd e esa
"fecha.®®
La Naturphilosophie llegó a su auge en las primeras dos d éca d a s del
siglo XíX.^°® A d em ás, estos tres ingredientes, salvo quizá el último, de­
sempeñaron papeles importantes en ia investigación de por lo menos
la mitad de los precursores. Eso no significa que estos factores expli­
quen, o los d escu b rim ien to s in te le ctu a le s, o los d escu b rim ien to s co ­
lectivos d e la co n serv a ció n de la energía. M uchos d escu b rim ien to s y
conceptos antiguos fueron e s e n c ia le s para el trabajo de todos los
precursores; m u ch o s n u ev o s d esem p eñ a ro n p a p e les significativos en
el trabajo de los individuos. N o h em o s reconstruido ni reconstruirem os
las cau sas de todo lo q ue ocurrió. P ero los tres factores analizados aquí

Grove, Physical Forces,\)p. 7-8. joule, Papers, pp. 121-123.Quizá éstos no hubieran
desarrollado sus teorías si no iuibiesen tendido a considerar que el calor es movimiento,
pero en sus obras no se ven esas conexiones decisivas.
La memoria de Holtzmann se basa en la teoría del calórico. Sobre Mayer, véase
Weyrauch, í , pp. 2 6 5 - 2 7 2 , y í í , p. 3 2 0 , n. 2. Sobre Séguin, véase Chemins de Fer, p. X V I.
^ La facilidad e inmediatez con q ue la teoría dinámica se identincó con ta conserva­
ción de la energía las indican los malentendidos contemporáneos de Mayer, citados en
Weyrauch II, pp. 320 y 428. El caso clásico, sin embargo, es el de lord Kelvin. Habiendo
empleado la teoría del calórico en sus investigaciones y en sus escritos hasta 1850, inicia
su famoso artículo " O n the Dynamical Theory of H eat” (Mathematical and Physical Papers
[Cambridge, 1882], 1:174-175) con una serie de comentarios en donde afirma que Davy
Isabía establecido la teoría dinámica 53 años antes. Luego dice que "Los recientes
descubrimientos hechos por Mayer y Joule, .. pueden servir, .sí í« c/f/itir«, de confirma­
ción perfecta a las ideas de sir Humphry Davy” (las cursivas son mías). Pero si Davy
estableció la teoría dinámica en 1799, y si la parte restante de la conservación se
desprende de a(¡uél}a, como da a entender Kelvin, ¿qu éfu e lo que éste estuvo haciendo
antes de 1852?
Las teorías abstractas de las máquinas dinámicas no empiezan en un momento
determinado. Escogí 1760 por su relación con las obras de Smeaton y Borda, muy
importantes y muy citadas (notas 50 y 5Í).
Merz, E tiropean T h o u g h t, 1:178, n. 1.
128 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

bien p ueden constituir la co n stela ció n fun dam en tal, dada la pregunta
de la cual partimos: ¿por q ué, entre 1830 y 1850, s e requirieron tantos
ex p erim en tos y c o n ce p to s para un en u n cia d o cabal de la conservación
de la energía, q ue tan próxima s e hallaba a la superficie de la co n cien ­
cia científica?
V. LA HISTORIA DE LA CIENCIA*

C omo disciplina profesion al in d e p e n d ie n te, la historia de la cien cia es


un cam po nuevo, en pleno surgim iento de una larga y varia prehistoria.
Apenas en 1950, y al principio sólo en los E sta d o s U nidos, la mayoría
de sus p rofesio n a les han sido form ados en e s c u e la s donde tal e s p e c ia ­
lidad e s una carrera de tiempo com p leto. D e sus a n te ce so re s, la
mayoría de los c u a le s fu e d e historiadores sólo por v o ca ció n y que
establecieron sus objetivos y valores extrayén dolos de otros cam p os,
esta jo v en gen era ció n h ered a una con stela ció n de objetivos a v e c e s
irreconciliables. Las te n sio n e s resu ltan tes, si bien aten uad as por la
creciente m aduración de la profesión, so n p ercep tib les todavía, parti­
cularmente en cu an to a los p ú b lico s, variados y primarios, a los cu a les
se continúa dirigiendo la literatura de la historia de la cien cia . En tales
circunstancias, cualq uier b reve informe sobre su desarrollo y esta d o
actual será in ev ita b lem en te personal y tendrá el carácter de un pro­
nóstico; no p u e d e ser el q ue requeriría una profesión con cierta an­
tigüedad.

D esarrollo del cam po

Hasta h a c e p o co , la mayoría de q u ie n e s escribían la historia de la


Iciencia eran cien tífic o s p ro fesio n a les, a v e c e s e m in en te s. P or lo c o ­
mún la historia era para e ü o s un producto derivado de la pedagogía.
Veían en a quélla, ad em á s de su atractivo intrínseco, un medio de
aclararlos c o n c e p to s de su esp ecia lid a d , de esta b lec er su tradición y
de ganar estu d ia n tes. La a cep ción de historia co n la q ue se inician
tantos tratados y monografías té c n ic o s e s una ilustración con tem po rá ­
nea de lo que, durante m u ch o s siglos, fu e la form a primaria y la fuente
exclusiva para e l historiador de la cien cia . E ste género tradicional
apareció en la antigüedad clá sic a tanto e n la s s e c c io n e s históricas de
los tratados téc n ic o s com o en u n a s cu an tas historias in d ep en d ien tes

* Reimpreso con autorización de ¡nternationalEjicyclopediaoftheSociaiSciences, \o\. 14


(Nueva York: Crowell Collier y Macmillan, 1968), pp. 74-83 Copyright 1968, de Crowell
Collier y Macmillan.

129
*

130 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

de la mayoría de las c ien cia s antiguas y bien desarrolladas: la astro­


nomía y las m a te m á tic a s. Obras se m e ja n te s — junto con un cuerpo
cr e c ie n te de biografías— tienen una historia continua d e sd e el R ena­
cim ien to h asta el siglo xvm, en que la p rod ucción de ellas fue estim u ­
lada por la visión que, durante la Ilustración, se tuvo de la cien cia en
tanto que fuente y ejem plo d el progreso. D e los últim os cin c u e n ta años
de e s e periodo provienen los prim eros estu dios h istóricos que a v eces
se em p lea n todavía c o m o tales, entre ellos las narraciones históricas
co n ten id a s en los trabajos té c n ic o s de Lagrange (m atem áticas), así
com o los grandiosos tratados de M ontucla (m atem áticas y física),
P riestley (electricidad y óptica) y D elam bre (astronomía). En el siglo
XÍX y a principios del xx. no o b stan te que co m en za b a n a desarrollarse
otros enfoc|ues, lo s c ien tífic o s continuaron produciendo ocasional­
m en te biografías e historias m aestra s de sus p ropias especia lida d es,
por ejem plo, Kopp (química), P o g g en d orff (física), S a ch s (botánica),
Zittel y Geikie (geología), y Klein (matem áticas).
Otra tradición historiográfica, a v e c e s im po sible de distinguir de la
primera, fue de objetivos m á s ex p lícita m en te filosóficos. A principios
;del siglo xvií, F ra n cis Bacon p roclam ó la utilidad de las historias del
aprendizaje para q u ie n e s pretendían d e s c u b r ir la naturaleza y el uso
propio de la razón. Condorcet y Comte son tan sólo los más famosos de
los escritores de inclinación filosófica q u ie n e s, bajo la égida de Ba­
con, trataron de basar las d e sc rip cio n e s norm ativas de la racionalidad
verdadera en las in v estig a c io n es h istóricas d el p en sa m ien to científico :
o ccid en tal. A n tes del siglo xix, esta tradición fu e pred om inan tem en te
program ática, y produjo p o c a s in v estig a c io n es h istóricas d e importan­
cia. Pero luego, p articularm ente en los escr ito s de W hew eU , Mach y
: D u h em , los in te r e se s filosó fico s se convirtieron en e l motivo primor-
I dial de actividad creativa en la historia d e la cien cia , y d e sd e en tonces
1 han conservado su im portancia.
i E sta s dos tradiciones historiográfícas, en e s p e c ia l cuando fueron
controladas por la s té c n ic a s de crítica de tex to s, p rev a lec ien tes en la
historia política a lem an a del siglo XíX, ^produjeron ocasionalm ente
m onu m entos de erudición, q ue el historiador co n tem poráneo ignora
bajo su propio riesgo, Pero al m ism o tiem po apoyaron un co n ce p to del
cam po que en la actualidad ha sido rechazado por la n a ciente profe-
isión. El objetivo de e s ta s antiguas historias de la cien cia e s el de
e s c la r e c e r y profundizar el co n o cim ien to de los m éto d o s científicos
■ contemporáneos, mostrando su evolución . C om prom etido con tales m e­
tas, el historiador elige por lo regular una cien cia o rama de la ciencia
HISTORIA DE LA CIENCIA 131

bien esta b lec id a s — una cu y a calidad de con o cim ien to sólido apenas
pueda p on erse en duda— , para luego describir cu án do, d ónd e y cóm o
fueron esta b lec id o s los ele m e n to s q ue en su ép o c a constituyeron la
materia d e estu dio, así com o su su p u esto m étodo. Las ob serv a cio n es,
lasteyeso la s teorías que la cien cia con tem p o rá n ea había h ech o a un
lado co m o errores o im p r o ce d e n c ia s raras v e c e s fueron con sid eradas,
a menos q ue contuvieran una en señ a n za m etodológica o explicaran un
prolongado periodo de aparente esterilidad. Principios se lec tiv o s muy
sem ejantes gobernaron la d iscu sión de los factores externos a la cie n ­
cia. La religión, vista co m o un obstáculo, y la tecnología, reputada
como requisito ocasional para la mejora de los in stru m ento s, fueron
casi siem p re lo s ú n ic o s fa cto res q ue m erecieron atención. Elresultado
de este en foqu e h a sido parodiado re c ie n te m e n te , de m anera muy
brillante por cierto, por el filósofo Joseph A gassi.
! H asta prin cipios d el siglo xix, d e sd e luego, características muy
sem ejantes a las d escritas tipificaron a la mayoría de los escritos
históricos. L a p a sió n de lo s rom anos por las ép o c a s y los lugares
distantes vino a co m b in a rse con las norm as eruditas de las críticas
bíblicas, aun antes de q ue los historiadores pudieran darse cu en ta d el
interés y la integridad de los sistem as de valores ajenos al propio. (El
siglo XIX e s , por ejem plo, el periodo en que por primera vez se admite
que la Edad M edia tiene una historia.) E sta transformación de la
sensibilidad q u e la m ayoría de los historiadores co n tem p o rá n eo s su ­
pondrían e s en cia l para su c a m p o no fu e , sin em bargo, reflejada de
inmediato en la historia de la cien cia . A un qu e no concordaban en
linguna otra co sa , tanto el historiador romántico com o el historiador
científico continuaron viendo el desarrollo de la cien cia com o una
imarcha cu a sim ecá n ica del intelecto, la rendición su cesiva de los secre-
|tos de la naturaleza ante m éto d o s efic a c e s d iestram ente aplicados.
lApenas en este siglo los historiadores de ia cien cia han id o apren-
jdiendo poco a p o co a ver su materia de estu d io co m o algo diferente de
¡una m era cronología de logros positivos y acu m ulad os, dentro de una
lespecialidad técn ica definM a retrosp ectivam ente. Son varios ios fac-
itoj^es que han contribuido a e s te cam bio.
P ro b ab lem en te el m ás im portante c o n sista en la influencia, que
com ienza a fines d el siglo xix, de la histpri^ .de la filosofía. En e s e
cam po, ú n ic a m e n te los m ás ortodoxos podían sen tirse con fiados de su
habilidad para distinguir el co n o cim ien to positivo d e l error y la su pers­
tición. Al tratar id e a s que habían perdido su atractivo, el historiador
difícilm ente podía e s ca p a r a la fuerza de un p recep to q u e Bertrand
132 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

R u ssell esb o zó así p osteriorm ente: ‘'Al estudiar a un filósofo, la acti­


tud correcta no e s de reveren cia ni de d esp re cio , sino ante todo una
e s p e c ie de sim patía h ipotética, h a sta q ue e s p osible sab er lo que siente
y de la m ism a m anera creer en sus teo r ía s.” Esa actitud hacia pensa­
dores pretéritos pasó de la filosofía a la historia de la cien cia. En
parte, fue aprendida de h om b res c o m o Lange y C assirer q u ien es, en el
terreno de la historia, trataron c o n p erso n a jes o id eas que fueron
im portan tes tam bién para el desarrollo científico. (Las Metaphysical
FoundaUons of Modern Physicai Science, de Burtt, y la Great Chain o f Being ^
de Lovejoy, ejercieron, en e s te sentido, e s p e c ia l influencia.) Y, por
otra parte, tal actitud fue aprendida tam bién de un p eq ueño grupo de
epistem ó lo g o s n eokantianos, particularm ente Brunschvigg y Meyer­
son, cu ya b ú sq u ed a de categorías d el p e n sa m ie n to casi absolutas en
las id eas antiguas produjo brillantes análisis g en étic o s de conceptos
que la tradición principal en la historia de la cien cia ha pasado por alto
o bien m en o sprecia do.
E sta s le c c io n e s fueron reforzadas por otro aco n tecim ien to decisivo
en el surgim iento de la profesión con tem po rá nea . A casi un siglo de
que la Edad Media ha cobrado im portancia para el historiador, la
b úsq u ed a de Fierre D u h em , de las fu e n t e s de la cien cia moderna,
reveló una tradición del p en sa m ien to físico m edieval al cual, en con­
traste con la física de A ristó teles, no podría n egársele un papel esen ­
cial en la transformación de la teoría física y el m étodo de Galileo que
pueden encontrarse allí. Pero no fue posible ni asimilarla enteramente
a la física de Galileo ni a la de N ew to n , dejando sin cam b ios la
estructura de la llam ad a R evolu ción cien tífica , pero extendiéndola::
grandem ente en el tiem po. L a s n o v ed ad es e s e n c ia le s de la cien cia del
siglo XVII se en ten derían ú n ica m en te si la cien cia m edieval fuera ex­
plorada primero e n su s propios térm inos y luego com o la base de la cual
surgió la “ nueva c ie n c ia ” . M ucho m ás que cualquier otra, e s esta
em p re sa la c{ue ha conform ado la m oderna historiografía de la ciencia.
Los escritos a los q ue ha dado lugar d esd e 1920, en particular los de E.
J. D ijksterhuis, A n n e lie s e Maier y e s p e c ia lm e n te los de A lexandre Ko­
yré, son los m odelos que m u ch o s co n tem p o rá n eo s tienden a emular.
:Adem ás, el d escu b rim ien to de la c ie n c ia m edieval y su influencia en el
|R enacim ien to han revelado un área en q ue la historia de la ciencia
Jpuede y d eb e integrarse co n los tipos de historia m ás tradicionales.
Esa tarea a cab a de em p ezar, pero la sín tesis precursora realizada por
Butterfield y los estu d io s e s p e c ia le s de P a n o fsk y y F ra n cés Yates
señalan un rum bo que se g u r a m e n te será seguid o y ampliado.
HISTORIA DE LA CIENCIA I33

Tercer factor en la form ación de la m oderna historiografía de la ,


\ ciencia lia sido la repetida in sisten cia en que el estudio del desarrollo
\ científico se ocu p a del con o cim ien to positivo en conjunto, y que las h is­
torias g en erales de la cien cia deb en rem plazar a las historias de las
i|je n c ia s particulares. C om o programa q ue se p u ed e seguir hasta
Bacon, y m ás p articularm ente hasta C om te, esa d em a n d a apenas ha
influido en los trabajos realizados h asta los principios de este siglo,
cuando fue reiterada vigorosam ente por el venerado u niversalm ente
P a u l Tannery, y luego llevada a la práctica en las m o n u m e n ta le s
investigaciones de G eorge Sarton. La exp eriencia posterior sugiere
q u e las c ien cia s no son, e n realidad, de una sola p ieza y que aun la so ­
brehumana erud ició n requ erid a para una historia g en era l de ia
ciencia ap en as podría adaptarse, en cuanto a su evolución conjunta, a
una narración coh er en te. Pero el intento ha sido d ecisivo, pues ha
e s c l a r e c i d o la im posibilidad de atribuirle al pasado la s divisiones del
conocim iento q ue se observan en los programas de la cien cia co n tem ­
poránea. Hoy en día, a m ed ida que los historiadores se vuelven hacia la
investigación detallada de las particulares ram as de la c ien cia , e s tu ­
dian ca m p o s q ue rea lm en te existieron en los periodos d e los que se
ocupan, y lo h a cen así c o n s c ie n te s del estado de otras c ien cia s de la
época corresp ond ien te.
: Más re c ie n te m e n te todavía, otro conjunto de in flu en cia s ha e m p e - '
zado a m odelar el trabajo co n tem poráneo en m ateria de historia de la
ciencia. Su resultado e s un c r ec ie n te in terés, p roveniente en parte de
|la historia general y en parte de la sociología alem ana y la historiografía
jmarxista, por e lp a p e l de los factores no in te le ctu a le s, particularm ente
líos in stitu cionales y los so c io ec o n ó m ic o s, en el desarrollo de la c ie n ­
cia,? P ero, ;'a diferencia de los ya d iscu tidos, es ta s influencias y los
trabajos que a ellas resp ond en no han sido elim inados todavía com ple-
I lam ente por la n a cie n te profesión. Por todas su s n o ved a d es, la nueva
; historiografía está dirigida todavía p red o m in a n tem en te a l a evolución
¡ de las id e a s cien tífica s y a los instrum entos (m atem áticos, de observa-
; ción y ex p erim en tales) a través de los cu a le s é sta s se influyen recípro-
|ca m en te e interactúan con la naturaleza. S u s m ejores practicantes,
como Koyré, por lo regular han m inimizado la im portancia de los
aspectos no in te le ctu a le s de la cultura con resp ecto a los a co n tec i­
mientos h istóricos que estu dia n. U n o s cu a n to s han actuado com o si la
.intrusión de c o n sid er a cio n e s eco n ó m ic a s o in stitu cionales en la h isto­
ria de la cien cia negara la i ntegridad de la propia cien cia . A resultas de
ello, a v e c e s parece haber dos c la s e s distintas de historia de la cien cia.
134 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

que o ca sio n a lm en te a p arecen bajo la m ism a envoltura, pero que en


rara o ca sió n se relacionan entre sí firme o fru ctíferam ente. La forma
p redom inante, llam ada a m en ud o “ enfoque interno” , se ocu p a de la
su sta n cia de la cien cia co m o conocim iento.' Su rival más nuevo, a
m en ud o llamado e l “ en foqu e ex tern o ” , trata de las actividad es de los
cien tífico s com o grupo social dentro de una cultura determinada,
lín ifíca r a m bos en fo q u es e s la gran tarea a la q ue ahora se enfrenta la
profesión, y hay signos de una b uena resp u esta . Sin em bargo, toda
exploración del estado p r es en te de e s te ca m p o d eb e seguir con sid e­
rando am bos en fo q u es co m o e m p re sa s de h e c h o distintas.

L A /H IS T O R IA INTERNA

¿C uáles son las m áxim as de la nueva historiografía interna? Hasta


donde e s p osible ,— n un ca e s así por co m p leto , ni podría escribirse la
historia si lo fu era — , el historiador d eb e d esh a ce rse de la cien cia que
sab e. Su cien cia d eb e aprenderla de los textos y d em á s publicaciones
del periodo que estu dia, y d eb e dominar éstos, así com o las tradicio­
n e s in trín secas que co n tien en , an tes de abordar a los innovadores cu ­
yos d escu b rim ien to s o in v en cio n e s cam biaron la d irección del progreso
científico. Al tratar a los innovadores, el historiador d eb e esforzarse
i por p en sar com o ellos lo hicieron. Al re co n o cer que los cien tíficos son
fa m o so s a v e c e s por resu ltad os q ue no pretendieron obtener, debe
preguntarse por los p ro b lem a s en los q ue trabaja su sujeto y de qué
m anera aquéllos se volvieron problem as para él. R eco n o c ien d o q ue un
descub rim iento histórico rara vez e s atribuido a su autor en los textos
posteriores — los objetivos p ed a g ó g ico s transforman inevitablem ente
|una narración— , el historiador d eb e p reguntarse q ué e s lo que su
Isujeto p en sa b a haber d escub ierto y en qué se basó para h a cer el
idescubrim iento. Y en e s te p roceso de recon stru cción el historiador
i d eb e p oner e s p e c ia l a ten ción a los ap aren tes errores de su sujeto, no
por el gusto de encontrarlos, sino porque ellos revelarán m ucho más de
la m entalidad activa de su p ersonaje, q ue los p asajes en los cu a le s un
científico p a rece registrar un resultado o un argum ento que la ciencia
¡moderna retiene todavía.
Por lo m en o s durante los últim os treinta años, la s a ctitud es resultan­
tes de e s ta s m áxim as han ido guiando ca d a v ez m ás el mejor saber
interpretativo en la historia de ia cien cia , y e s del sab er de esta
naturaleza del q ue se o cu p a p red o m in a n tem en te e s te artículo. (Hay
otros tipos, d e sd e lu eg o , aunque la distinción no e s clara, y gran parte
HISTORIA DE LA CIENCIA 135

(je los es fu erzo s m á s valiosos de los historiadores de ia c ie n c ia están


dedicados a ello s. P ero no e s é s te el lugar para con sid erar trabajos
como los dte, d igam os, N e e d h a m , N eu g eb a u e r y Thorndike, cuya
contribución in d isp e n sa b le ha sido la de e s ta b le c e r y h a cer a c c e s ib le s
tex t|s y trad iciones q ue anteriorm ente s e con ocían sólo a través del
fnito.) Sin em bargo, la materia de estudio e s in m ensa; ha habido p ocos
historiadores pro fesio n a les de la cien cia (en 1950, ap en a s una m edia
docena en los E sta d o s Unidos); y la form a en que han elegido sus
asuntos ha sido p rá ctic a m e n te al azar. Hay todavía v a sta s áreas para
■:j las cu a le s no está n claras ni siquiera las líneas de desarrollo b ásicas.
P ro b ab lem en te por e lp r estig io de que disfrutan, ia física , la quím ica
y la astronom ía pred om inan en ia literatura histórica d e la cien cia .
Pero aun en esto s ca m p o s los es fu erzo s se han distribuido d esig u a l­
mente, en e s p e c ia l durante e s te siglo. Como b u sc a b a n co n o cim ien to s
contem poráneos en el p asa d o , los historiadores cien tífico s del siglo xix
compilaron in v estig a c io n es q ue a v e c e s iban d e s d e la antigüedad hasta
su propia ép o ca o casi. En e l siglo XX, unos cu a n to s cien tífic o s, com o
Dugas, Jam m er, Partington, T ruesd ell y W hittaker, han escrito d esd e
una p ers p e ctiv a se m e ja n te , y algunas de sus in v estig a c io n es co n tie­
nen ia tiistoria de c a m p o s e s p e c ia le s ca si h asta e l p resen te. P ero son
pocos los p ro fesio n a les de la mayoría de las c ien cia s desarrolladas que
siguen escrib ien d o historias, y los m iem bros de la n aciente profesión
han sido h asta la fec h a más sis te m á tic o s y se le c tiv o s, lo q ue ha traído
consigo varias c o n s e c u e n c ia s d esafortunadas. La inm ersión, profunda
y sim pática, en las fu e n te s q ue su s trabajos ex ig en prohíbe, virtual­
mente, las in v estig a c io n es am plias, al m en o s h asta q ue se haya
examinado en profundidad una gran extensión del cam p o. C o m e n ­
zando d esd e cero, o por lo m en o s creyénd olo así, este grupo trata
naturalmente de e s ta b lec er primero las fa ses tem pranas del desarro­
llo de una cien cia , y son muy p o co s los q ue rebasan e s e punto.
A dem ás, h a sta h a ce algunos años casi n i n ^ n o de ios m iem bros de los
grupos n u e v o s ha tenido su ficien te dominio de la cien cia — en e s p e ­
cial, de m a tem á tica s, por lo com ú n el ob stáculo d ecisiv o — , com o para
convertirse en un observador participante en las in v estig a cio n es más
recien tes de la s d isciplinas m á s desarrolladas d esd e el punto de vista
técnico.
A c o n s e c u e n c ia de ello, a u nq ue la situación e s tá cam biando ahora
rápidamente co n e i ingreso de más y mejor preparados profesion ales
dentro de e s te cam p o, la literatura recien te de la historia de la cien cia
tiende a terminar en ei punto en que los m ateriales de fu e n tes técnicas
136 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

dejan de ser a c c e s ib le s a un hombre con form ación cien tífíca básica.


Hay b ueno s estu d io s de m a tem á tica s hasta Leibniz (Boyer, Michel); ;
de astronomía y m ecá n ica hasta N e w to n (Clagett, C ostabel, Dijkster­
huis, Koyré y Maier); de electricidad h asta C oulom b (Cohén); y de
q uím ica h a sta Dalton (Boas, C rosland, D aum as, Gueriac, Metzger),
P ero, dentro de la nueva tradición, ca si no se han publicado trabajos
sobre la física m a tem á tica d el siglo xvni o sobre la física del siglo xix.
En cuanto a las c ien cia s b iológicas y de la tierra, la literatura está
todavía m en os desarrollada, en parte porque ú n ic a m e n te las esp e c ia ­
lidad es que, c o m o la fisiología, se relacionan estrec h a m en te co n la
m ed icina alcanzaron su calidad de p ro fesio n es recon ocidas antes de
fines del siglo xix. H ay unas cu an tas in v estig a c io n es del tipo antiguó-i
h ech as por cien tíficos, y los m iem bros de la nueva profesión apenasi;
ahora em piezan a explorar e s to s ca m p o s. En biología, por lo m en o s hay
p ersp ectiv a s de ca m b io rápido, pero h asta la fec h a las únicas áreas-
estu d iad a s in te n sa m e n te son el darw inism o del siglo x ix y la anatomía
y la fisiología de los^siglos xvi y xvn. Sobre el segun do de e s to s asuntos, :
sin embargo, el mejor de los libros publicados (por ejem plo, O ’Malley y^
Singer) tratan de problem as e s p e c ia le s y de p ersonas, con lo q ue es:
difícil que m uestren u na tradición cien tífica en evolución. La litera­
tura sobre la evolución, a falta de historias a d ecu a d a s de las especiali-;
d a d es téc n ic a s de las que extrajo Darwin tanto ^us datos co m o sus
prob lem as, está escrita a un nivel de generalidad filosófica que impide:
ver có m o es q ue el Origen de las especies pudo haber sido un gran
a van ce, y m ucho m en o s un avan ce cien tífico. El estudio modelo de
D upree, referente al botánico A sa Gray, figura entre las pocas, e x c e p ­
cio n e s notables.
H a sta la fe c h a , la n u ev a historiografía no ha tocado las c ie n c ia s
so cia les. En esto s ca m p o s, la literatura histórica, cuando existe, la han
producido los profesion ales de la cien cia de que se trate, y quizá History
o f Experimental Psychology, de Boring, s e a el mejor ejemplo. C om o las
antiguas historias de las c ien cia s físicas, esta literatura a m enudo es
in d isp en sa b le, pero co m o historia com p arte las lim itaciones de aqué­
llas. (La situación e s típica para las c ien cia s relativam ente nuevas: se
espera que los profesion ales de es to s ca m p o s conozcan el desarrollo d e
su s esp e cia lid a d es, que adquieren en to n c e s una historia cuasioficial;
de ahí en adelante, se aplica algo muy parecido a la ley de Gresham.)
P or co n sig u ien te, esta área ofrece particulares oportunidades tanto
para el historiador de la ciencia como para — más todavía— el intelec­
tual en general o el investigador social, cu y a s resp ec tiv a s fo rm a cio n es
HISTORIA DE LA CIENCIA 137

son a m en ud o de lo m ás a d ecu a d a s a las d em a nd a s de e sto s cam p os.


L a s p u b lic a cio n es p relim inares de Stoekin g, sobre la historia de la
antropología en los E sta d o s Unidos, son un ejem plo e s p e cia lm e n te
pi'ovechoso de la p ers p e ctiv a que el historiador general p u e d e aplicar a
t¡%,campo científico c u y o s c o n ce p to s y vocabulario a p en as hasta hace
poco se han vuelto eso térico s.

L A HISTORIA EXTERNA,

Los in tentos por ubicar a la cien cia en un con texto cultural que podría
mejorar tanto el co n o cim ien to de su desarrollo com o de sus efe c to s han
adoptado tres form as características, de las c u a le s la más antigua e s el
estudio de las instituciqn.es cient^^^^^ Bishop Sprat preparó su p re­
cursora historia de la Royal S o ciety of London casi d e sd e antes de que
esta organización quedara constituida o ficialm ente, y a partir de e n ­
tonces han sido in n u m erab les las historias, “ h ech a s en c a s a ” , de las
socied a d es cien tífica s. E sto s libros son útiles principalm ente com o
fuentes de m ateriales para el historiador, y apenas en e s te siglo los
estu diosos del desarrollo cien tífico han em p eza do a em plearlos. Al
mismo tiem po, han em p eza d o a exam inar seria m en te los otros tipos de
instituciones, en es p e cia l la s ed u cativas, q ue p u ed en prom over o
inhibir el a v a n ce de la cien cia . C om o en cualquier otra parte de la
historia de la cien cia , la literatura de las in stitu ciones, en su mayoría,
trata d ei siglo xvü. Lo mejor de ella está disperso e n p u b lica cio n es
periódicas (lo que se halla en libros está lam en tab lem en te obsoleto), de
las c u a le s p u e d e n extraerse datos, y otras c o sa s relativas a la historia
de la cien cia , a través del anuario “ Critical Bibliography” de la revista
¡sis y a través d el Bulletin Signalétiqae, pub licación trim estral del
Centre N ational de la R ech erch e S cientifique, París. El estudio clá­
sico de Gueriac, sobre la profesionalización de la quím ica en Francia;
la historia de ia Lunar S o c ie ty de Schofieid; y un recien te volum en
escrito en colaboración (Taton), sob re la ed u ca ció n cien tífica en Fran­
cia, figuran entre los p o co s trabajos sobre las in stitu cio n es cien tíficas
del siglo XVIII. En cuanto al siglo xix, ú n ic a m e n te el estudio de Inglate­
rra, de Cardwell, el de D upree sobre ios E stados Unidos y él de
V ucinich sobre R usia com ienzan a rem plazar a los com entarios, frag­
m entarios pero muy su g estiv o s, a m enudo con ten idos en notas ai pie,
que s e en cu en tran en el primer volum en de la History o f European
Thought in the Nineteenth Century, de Merz.
138 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

L os historiadores in te le ctu a le s han co n sid era do el efe cto de la cien­


cia sobre varios a sp e c to s del p en sa m ien to o ccid en ta l, en especial
durante lo s siglos xvii y xviii. Con resp ec to a la é p o ca q u e se inicia en
1700, sin em bargo, e s to s estu dios son p ecu liarm en te insatisfactorios,
pues tienden a demostrar la influencia, y no tan sólo el prestigio, de la
cien cia. El nombre d e un B acon, un N ew to n o un Darwin e s un símbolo
p otente: hay m u ch a s razones para invocarlo a d em á s de recordar una
d eu da efectiva. Y el reco n o cim ien to de p aralelos c o n ce p tu a les aisla­
dos, por ejem plo, entre las fuerzas q ue m antien en a un p laneta en su
órbita y el siste m a d e co m p ro b a cio n es y b a la n ces de la C onstitución de
los E sta d o s U nidos, dem uestra n m ás bien ingenio interpretativo que la
in fluencia de la cien cia en otras áreas de la vida. N o c a b e duda que los
c o n ce p to s cien tífico s, p articularm ente los muy ex te n s o s, sí ayudan a
cam biar las id ea s extracientíficas. P ero el análisis de su función de
producir esta c la se de cam bio exige su m ergirse en la literatura de la
cien cia . La antigua historiografía de la cien cia , por su propia natura­
leza, no sum inistra lo que e s n ecesario, y 1a nueva e s tan recien te y tan
fragm entarios su s p roductos, que p o co s son los e fe c to s q ue pueden
ejercer. A unque la b recha p arezca p eq u e ñ a , no hay abism o que más
n e ce site ser salvado q ue el e x iste n te entre e l historiador de las ideas y
el historiador de la c ien cia . Por fortuna, hay u n o s cu a n to s trabajos que
apuntan hacia e s e rum bo. Entre los m ás recien te s figuran los estudios
d e la cien cia en la literatura de los siglos xvii y xvm, de N icolson; la
d iscusión de la religión natural, de W estfall; el capítulo sobre la
cien cia en la Ilustración de Gillispie; y la m o n u m en ta l investigación
del p apel de las c ie n c ia s de la vida en el p e n sa m ie n to francés del siglo
xvm, de Roger.
El interés por las in stitu cio nes y el interés por ias id eas se entrelazan
naturalm ente en un tercer en fo q u e al desarrollo científico. S e trata del
estudio de la cien cia en una región geográfica tan p eq ueña , que
p erm ite con cen tra rse en ia evolución de una d eterm inada especialidad
técnica, lo su ficie n tem en te h o m o g én ea com o para co n o ce r con clari­
d a d ia función social y ia ubicación de la cien cia . De todos los tipos de
historia externa, é s te e s e l m ás m oderno y ei m ás revelador, p ues
requiere ex p erien cia s y habilidad verda d era m en te amplias tanto en
historia com o en sociología. La literatura, p eq u e ñ a en volum en pero
q ue c r e c e ráp id am ente, sobre la c ien cia en los E stados U nidos (Du­
pree, Hindle, Shryock), es un ejemplo sobresaliente de este enfoque, y
hay ia esp era n za de que los estu d io s actu a les sobre la c ien cia en ia
R evolución fran cesa produzcan tam bién un panorama revelador).
HISTORIA DE LA CIENCIA 139

IVlerz, L illey y Ben-D avid señalan los a sp ec to s del siglo xix que más a
fondo se han estudiado. Pero el asunto que ha provocado m ás activi­
dad y reclam ado más a ten ción e s el desarrollo de la c ie n c ia en la
Inglaterra del siglo xvn. Por h ab erse convertido en el centro del
a c a lc a d o deb ate a ce rc a d el origen de la cien cia moderna y sobre la
naturaleza d e la historia de la cien cia , esta Hteratura amerita que se le
analice por separado. R ep re sen ta aquí un cierto tipo de investigación:
los p roblem as q ue ofrece darán una p erspectiv a sobre las relaciones
que hay entre los en fo q u es internos y externos a la historia de la
.^ciencia.

L a TESIS DE MERTÜ.N'

a sp ecto m ás notorio en el d eb a te a cerca de la cie n c ia del siglo xvii


iesíá con ten ido en la llam ad a tesis de Merton, que en realidad son dos
tesis que co in cid en p a rcia lm en te y p o s e e n fu en tes distintas. En última
instancia, am bas tien den a explicar la esp e cia l productividad de la
iciencia d el siglo xvn correlacionando sus objetivos y valores novedo-
,'sos — ^resumidos en ei programa de Bacon y su s seg u id o re s— con
otros a sp e c to s de la so c ied a d de aquella ép oca. En la primera, que algo
ídebe a la historiografía marxista, se subraya la m edida en que los
baconianos esp era b a n aprender de las artes p rácticas y, a su tiem po,
Ihacer que la c ie n c ia fu e s e útil. C o nsta n tem ente estudiaron la s téc n i­
cas de los artesanos de su ép o ca — vidrieros, m etalúrgicos, m arine­
ros, e t c . — , y m u ch os de ellos le prestaron atención a problem as
prácticos y u rgen tes de la ép o c a , por ejem plo, los de la n avegación, los
del drenaje de tierras y la d esfo resta ció n . Los n u ev o s problem as, datos
y m étodos prom ovidos por e s to s n u ev o s in te re ses fueron, segú n Mer­
ton, la razón principal de la transformación su stan cial experim entada
por varias c ien cia s durante el siglo xvn. En la segun da tesis s e recogen
las m ism a s n o v ed a d es de la ép o ca , pero se afirma q ue el puritanism o
)fue el estim u lante primordial. (No tiene por qué haber conflicto, Max
W eber, cu y a hipótesis principal investigó M erton, argum enta que el
puritanismo contribuyó a legitim ar el interés por la tecnología y las
partes ú tiles.) S e d ice que los valores de las co m u n id a d es puritanas
— por ejem plo, la im portancia con ced id a a la salvación a través de
obras y a la com unión d irecta con D ios a través de la naturaleza—
5 fomentaron tanto el in terés por la cien cia com o la tónica em pírica,
I instrum entalista y utilitarista q ue caracterizó a d ichas com u nid ades
\ durante ei siglo xvn..
140 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

E stas dos tesis han sido ex ten d id a s y tam bién atacadas vigorosa­
m en te pero no ha surgido ningún punto de acuerdo. (Una im portante
confrontación, que se centra en los artículos de Hall y de Santiilana,
ap arece en el sim p osio del Instituto para la Historia de ia C iencia,
dirigido por Clagett; ei artículo de Zilsel sob re Wiliiam Gilbert puede
encontrarse en la co lec ció n de artículos p ertin en tes áe\ Journal of the
History o f ¡deas dirigido por W iener y N oiand. En su mayoría, la parte
restante de la literatura, q ue e s muy volu m inosa, p u e d e investigarse
en ias notas de píe de página de una controversia reciente sobre el
trabajo de Christopher HUI.) En esta literatura, las críticas m ás p ersis­
ten tes son las dirigidas a la definición y aplicación que h a ce Merton de
la etiq ueta “ puritano” , y ahora p a rec e estar claro que no p u e d e ser útil
ningún término tan es tr e c h a m e n te doctrinario en sus co n s e c u e n c ia s.
Esta cla se de d ificultades p u e d e elim inarse s e ^ r a m e n t e ; p u es la
ideología baconiana no se restringió a los cien tíficos ni se propagó
u n iío rm em en te por todas las c la s e s y region es de Europa. El rótulo que
aplica Merton quizá sea im propio, pero no hay duda de q ue el fen ó ­
m eno q ue d escrib e sí existió. L os argum entos m ás significativos en
contra de su p osición son residuos p ro v en ien tes de la recien te trans­
form ación en la historia de la cien cia. La im agen que da Merton de la
R evolución científica, a unque ya de largos años, s e d esacreditó rápi­
dam ente m ientras escribía, e s p e c ia lm e n te en el p a p e l atribuido al
m ovim iento baconiano.
L os seguid ores de la tradición historiográfica antigua declaran que
la cien cia , com o eUos la co n cib e n , nada d eb e ni a los valores ec o n ó m i­
c o s ni a las doctrinas religiosas. Sin em bargo, la gran im portancia-que
i Merton le c o n c e d e al trabajo m anual, la exp erim en ta ció n y la confron-
ilación directa con la naturaleza fueron fam iliares y afines a ellos. La
nueva generación de historiadores, en cam b io, asegura haber d em o s­
trado que las rad icales re v isio n es, efe c tu a d a s durante los siglos xv5y
: X V I I . de la astronomía, las m a tem á ticas, la m ecá n ica y hasta de la
óptica debieron m uy p o co a los n u e v o s in stru m entos, ex p erim en to s u
\observaciones. El m étodo primario de Galileo, argum entan, fu e ei
tradicional ex p erim en to p en sa d o d e la cie n c ia es co lá stic a llevado a un
nuevo grado de p erfecció n . El am bicioso e in gen uo programa de Bacon
fu e ca u sa de d e c e p c ió n e im p o ten cia d e sd e el principio. L o s intentos
por aplicarlo fracasaron repetidam ente; las m ontañas de datos aporta­
das por lo s n u ev o s in stru m entos fueron de po ca ayuda para la trans­
form ación de la teoría cien tífica en to n c e s p reva lecien te. Si h acen falta
n o v ed a d e s cu lturales para explicar por q u é ho m b res com o Gahleo,
HISTORIA DE LA CIENCIA 141

p e sc a r le s y N ew to n de pronto fueron c a p a c e s de ver, de una nueva


manera, fe n ó m e n o s bien c o n o cid o s para ellos, d eb e observarse que
tales n o v ed a d e s son ante todo in te le ctu a le s y q ue incluyen el neopla­
tonism o del R eh a cim ien to , el resurgim iento del antiguo atom ism o y el
redtiscubrimientu de A rq uím edes. Pero tales corrientes in telectuales
se im pusieron y fueron tan productivas lo m ism o en la Italia y en la
Francia ca tó lica s rom anas q ue en los círculos puritanos de Inglaterra u
Holanda. Y en ningún sitio de Europa, en donde esta s corrientes
fueron m ás fu ertes entre lo s co rtesa n o s que entre los a rtesanos, m u e s­
tran deberle algo im portante a la tecnología. Si M erton tuviese razón,
la nueva im agen de la R ev o lu ció n cien tífíca e v id e n tem en te sería erró­
nea.
En sus v e r sio n es m ás d etalladas y cu id a d o sa s, que incluyen delimi­
taciones e s e n c ia le s , es to s argum entos son, h asta cierto punto, en te­
ramente co n v in ce n tes. Los ht>mbres que transformaron la teoría c ie n ­
tífica durante el siglo xvii hablaron a v e c e s c o m o bacon ianos, pero
queda todavía por dem ostrar que la ideología que varios de ellos
abrazaron tuvo e f e c t o s prim ordiales, vsustanciales o m etodológicos, en
sus aportaciones cap itales a la cien cia . T a les con trib ucion es se e n ­
tienden m ejor co m o resultado de la evolución interna de un conjunto
de ca m p o s q ue, durante los siglos xvi y xvn, fueron cu ltivados con
renovado vigor y en un nuevo medio in telectu a l. E sa p osición, sin
embargo, p u e d e ser pertin en te sólo para la revisión de la tesis de
Merton, no para rechazarla. Un a sp ecto d el ferm ento q ue los historia­
dores han rotulado co m o “ La R evolu ción cien tífic a ” fue un movi­
miento program ático y radical q ue se centró en Inglaterra y en los
P a íses Bajos, au n q u e durante cierto tiem po fue visible también en
Italia y en Francia. E se m ovim iento, q ue in clu so la forma actual del
argumento de Merton h a ce m á s com p rensib le, alteró drásticam ente el
atractivo, el lugar y la naturaleza de gran parte de la in vestigación
científíca durante el siglo xvis, y los cam b ios adquirieron carta de
¿permanencia. Muy p rob ablem ente, co m o argum entan los historiado-
ires co n tem p o rá n eo s, ninguno de e s to s rasgos n o v ed o so s d ese m p eñ ó
;un p apel im portante en la transform ación de lo s co n ce p to s cien tíficos
ídurante el siglo xvn, pero a p esa r de ello los historiadores d eb en
laprender a m anejarlos. T al vez resulten ú tiles las sig u ie n tes sugeren-
jcias, cuyo valor m ás general se considerará en la se cc ió n siguiente.
E x cep tu an do a las c ie n c ia s b iológicas, cu y o s vínculos con las artes y
I las in stitu cio n es m éd ica s le s im primen una pauta de desarrollo más
¡ com pleja, las ram as principales de la cien cia q ue s e transformaron
142 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

durante los siglos xvi y xvii fueron la astronom ía, las m atem áticas, la
m ecá n ica y la óptica. El desarrollo de e s ta s disciplinas e s lo que hace
que la R evolu ción cien tífica p a rezca ser una revolución de con cepto s.
Es significativo, sin em bargo, q ue e s te conjunto de cam p o s haya
estado co m p u e sto ex clu siv a m en te de c ie n c ia s clá sic a s. M uy desarro­
lladas en la antigüedad, encontraron un lugar en el plan de estu dios de
la universidad m ed ieval, en donde varias de ellas fueron llevadas a
grados m ás altos de desarrollo. Su m etam orfosis del siglo xvn, en la
cual los h om bres form ados universitariam en te continuaron d e se m p e ­
ñando un papel im portante, p u e d e pintarse razonab lem ente com o una
extensión de una tradición m ed iev a l y antigua q ue se desarrolla en un
nuevo am biente con ceptu al. S ólo en o ca s io n e s se n ece sita recurrir al
m ovim iento programático b aconiano para explicar las transformacio­
n es de esto s cam p os.
H a cia el siglo xvn, sin em bargo, és ta s no fueron las ú nica s áreas dé
actividad cien tífíca in te n sa , y las otras — entre ellas el estudio de la
electricidad y el m agnetism o, de la quím ica y de los fe n ó m e n o s térmi­
co s— m uestran una pauta diferente. C om o cien cia , com o ca m p o s que
debían ser in sp e cc io n a d o s sis te m á tic a m e n te para aum entar el cono­
cim ien to sobre la naturaleza, todas ellas fueron n o v ed a d es durante la
R evolu ción científíca. Sus raíces p rin cipales esta b a n no en la tradición
universitaria aprendida sino, a m en u d o, e n la s artesanías estab leci­
das, y todas eUas dep en dieron , críticam ente, tanto del nuevo pro­
grama de ex p erim en tación co m o de los n u ev o s instrum entos q ue los
artesanos contribuyeron fre c u e n te m e n te a introducir. Salvo algunas
v e c e s en las e s c u e la s de m ed icina, tales disciplinas rara vez encontra­
ron lugar en las universida d es antes del siglo xix, y m ientras tanto
fueron cultivadas por aficionados m al unificados en torno de las n u e­
vas s o c ie d a d e s cien tíficas que fueron la m a n ifesta ció n institucional de
la R evolución cien tífica. O b via m en te, esto s son los ca m p o s, junto con
el nuevo modo de p ráctica que represen tan , q ue p u e d e ayudarnos a
en ten d e r una te s is de Merton revisada. A d iferencia de lo que ocurre
en la s c ien cia s clá sic a s, la inv estig a ció n dentro de e s to s cam pos
agregó poco al co n o cim ien to de la naturaleza durante el siglo xvn,
h ech o que e s fácil p asar por alto al evaluar el punto d e vista de Merton.
P ero los logros ob tenid os a fines del siglo xvni y durante el siglo xixn o
podrán en ten d e rse h asta que no se tom e en cu en ta todo lo anterior. El
programa baconiano, aunque al principio desprovisto de frutos con­
ce p tu a les, sirvió para inaugurar varias de las principales cien cia s
m odernas.
HISTORIA DE LA CIENCIA 143

H is t o r ia s in t e r n a y externa

porque subrayan d istincio n es entre es ta d o s anterior y posterior de una


icien|íia en evolución , es to s co m entarios a cerca d e la tesis de Merton
ilustran a sp e c to s d el desarrollo científico analizados h a ce poco y en
términos g en era les por Kuhn. En los prim eros m o m en to s del desarro-
lllo de un nuevo cam p o, indica, ias n e c e sid a d e s y los valores so c ia le s
¡son el d eterm inante principal de los p roblem as en los c u a le s sus
;practicantes se con centran. Tam b ién durante e ste periodo los co n cep-
"^jtos que aphcan al solucionar p roblem as está n condicionados en gran
Iparte por el sentido com ú n co n tem poráneo, por la tradición filosófica
prevaleciente o por las c ie n c ia s con tem poráneas de más p r e s tid o . Los
nuevos ca m p o s que surgieron en el siglo xvií y varias de las modernas
ciencias so c ia les sirven para ejem plificar e s te punto. Pero, argum enta
Kuhn, la evolución posterior de una especialidad técn ica difiere signi­
ficativam en te, en form as por lo m en os prefiguradas por el desarrollo
de las c ie n c ia s durante la R evolu ción científica. Los p racticantes de
luna cien cia m adura son h om b res form ados dentro d e un cu erpo co m ­
plejísim o d e teorías e instrum ental, m atem áticas y téc n ic a s verbales
|de naturaleza tradicional. A resu ltas de ello, con stituyen una subcul-
¡tura es p e cia l, dentro de la cu al sus m iem bros son el p úblico exclu sivo
;para los trabajos de ca d a uno d e ellos, y de la m ism a m anera los ju e c e s
I mutuos. L os p roblem as en los c u a le s trabajan tales e s p e cia lista s ya no
) son los p resen ta d o s por el resto de la so c ied a d , sino q ue p e r te n e c e n a
luna em p re sa interna c o n sis te n te en aum entar, en ampUtud y preci-
[ sión, el acuerdo entre la teoría e x iste n te y la naturaleza. Y los c o n c e p ­
tos em p lea d o s para resolver e s to s p roblem as son n orm alm ente parien­
tes c e r c a n o s de los aprendidos durante la form ación para ejercer la
especialidad d e q u e s e trate. En fin, com parados con otros profesion a­
les y con otras em p r e sa s creativas, los p ra ctica n tes de una cien cia
madura está n aislados en realidad d el m edio cultural en el cual viven
,sus vid a s extraprofesionales.
E se aislam ien to, tan e s p e c ia l pero aún in co m p leto , e s la su p u esta
razón de q ue e l en fo q u e interno a la historia de la cien cia , considerada
áutónom a, haya p arecid o tan ce rc a d el éxito. En una m edida que no
liene punto de com p aración en otros ca m p o s, el desarrollo de una
fespecialidad téc n ic a individual p u e d e en ten d e rse sin trascen der la
hteratura de e s a e sp e cia lid a d y u n a s cu a n tas de sus v e c in a s cercanas.
Sólo en o ca s io n e s n e c e sita e l historiador tomar nota de un con cepto,
/problem a o téc n ic a particulares q ue llegaron de fuera. Sin em bargo, la
144 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

autonomía aparente del en foqu e interno e s errónea en sus puntos


e s e n c ia le s , y el apasionam iento con que a v e c e s se le defiende ha
oscurecido problem as im portantes. El aislam iento de una com unidad
'científica madura, sugerido en el análisis de Kuhn, e s un aislamiento
iante todo en relación co n c o n c e p to s y en se g u n d o lugar con resp ecto a
,1a estructura del problem a. H ay, sin em bargo, otros a sp ec to s del
avan ce científico, por ejem plo su oportunidad. E sto s otros a sp ec to s sí
■ d ep en d e n crítica m ente de los factores re ca lca d o s en el enfoque ex-
I te m o al desarrollo científico. P articularm en te cuando se considera a
I las c ien cia s com o un grupo en interacción, y no com o una variedad de
^especialidades, los e fe cto s acum ulativos de los factores extern os pue-
iden ser d ecisiv o s.
Tanto la atracción de la cien cia com o carrera y el atractivo diferente
j de los distintos ca m p o s son, por ejem plo, co n d icionad os significati-
; vam ente por fa cto res externos a la cien cia . A d em á s, com o los progre-
i sos e fe ctu a d o s en un ca m p o d e p e n d e n a v e c e s del desarrollo previo de
jotro, las d iferentes v elo cid a d es de crecim ien to p ueden afectar toda
l una pauta evolutiva. C o n sid e ra c io n e s se m e ja n te s a las anteriores
i d ese m p eñ a n un papel primordial en el origen y en la form a inicial de
lias cie n c ia s n uev a s. A d e m á s, una tecnología nueva, o algún otro
cam bio en las co n d icio n e s de la so c ied a d , p u e d e n alterar significati-
y a m e n te la im portancia p ercibida de los problem as de una especiali­
dad dada, o in cluso crear n u ev o s p roblem as para ésta . Al ocurrir esto,
a v e c e s se acelera el d escu b rim ien to de áreas en las cu a le s u na teoría
esta b lecid a debiera fun cion ar pero no lo h a ce, con lo que se apresura
su rechazo y su su stitu ción por otra teoría nueva. O casion alm en te,
p uede m oldearse la su sta n cia de e s a teoría nueva asegurando q ue la
crisis a la cual resp o nd e s e da en un área d el problem a, antes que
otra. O , tam b ién , por la in term ed ia ció n crucial de una reforma
institucional, las co n d icio n e s extern as p u e d e n crear ca n ales de com u ­
nicación nuevos entre es p e cia lid a d es q ue antes no se relacionaban
entre sí, fom entando d e e s t e m odo la fec u n d a c ió n cruzada que, de otra
manera, no hiibiera ocurrido o se hubiera dem orado largo tiempo,
i H ay m u ch as otras m aneras, incluido el su bsidio directo, en el cual la
! cultura en general a fecta el desarrollo cien tífico , pero el esq u em a
\anterior d eb e mostrar su ficie n tem en te la d irección en la cu a l debe
^desarrollarse la historia de la cien cia . A un qu e los en fo q u es interno y
¡externo a la historia de la c ie n c ia tien en u na e s p e c ie de autonomía
natural, son, de h ech o , in te r e se s Q ^ p íe m e n t a r w ^ . M ientras no sean
j p r a ctica d o s co m o tales, a p oyánd ose m u tu a m en te, e s p o co probable
HISTORIA DE LA CIENCIA I4 5

í que se en tien dan a sp e c to s im portan tes d e l desarrollo científico. Tal


modo d e práctica ap en a s ha em p eza d o , com o lo indica la r e sp u e sta a la
tesis de Merton, pero tal vez se e s té n aclarando las categorías analíti­
cas que dem anda.

La p e r t in e n c ia de la h ist o r ia de la CIENCIA

Como co n clu sió n , v o lv a m o s a Ja pregunta de q ué juicios d eb en ser los


más p erso n a le s de todos; p u e d e uno p r e ^ n t a r s é e n to n c es a ce rc a del
"^fruto p oten cia l q ue p u e d e recog e rs e d el trabajo en e sta nueva profe­
sión. El prim ero, y más im portante, serán m ás y m ejores historias de la
ciencia. C om o en cualq uier otra disciplina erudita, la primordial res­
ponsabilidad de e s te ca m p o d eb e ser para consigo m ism a. P ero signos
crecientes de su efe cto se lec tiv o sobre otras e m p re sa s p u e d e n justifi­
car un brev e análisis al resp ecto .
Entre las áreas relacionad as co n la historia d e la cien cia , la que más
probabilidades tiene de ser afectad a significativam ente e s la propia
investigación cien tífica. L os partidarios de ía historia de la cien cia
describen a v e c e s su ca m p o co m o un rico depósito de id ea s y m étodos
olvidados, algunos de los c u a le s bien podrían contribuir a resolver
dilemas cien tíficos de la actualidad. C uando en una determ inada
ciencia se aplica co n éxito un nuevo co n ce p to o una nueva teoría, algún
p reced en te a n tes ignorado s u e le descubrirse en la anterior literatura
del cam p o. E s natural p regu n tarse si e l haber recurrido a la historia no
hubiese acelerado la innovación. C asi co n toda seguridad la resp u esta
será q ue no. La cantidad d e m aterial por explorar, la falta de ín dices
ad ecu ad am ente cla sifica d o s y las diferencias su tiles, pero por io c o ­
mún en orm es, entre la previsión y la innovación efectiv a , todo esto se
combina para su gerir q u e la reinvención, antes q ue e l d escubrim iento,
seguirá siendo la fu e n te m ás fructífera d e n o v ed a d es científicas.
Los e fe c to s m ás p robables dé la historia de la cien cia sobre los
cam pos de los q ue se o cu p a son indirectos, y co n sis te n en aum entar el
conocim iento de la propia em p re sa científíca. A un qu e e s im probable
que una cap tación m á s clara de la naturaleza d el desarrollo cien tífico
resuelva d eterm in ados acertijos de investigación , sí p u e d e estim ular
la recon sid eración d e a su ntos com o la ed u ca ció n cien tífica, la admi­
n i s t r a c i ó n y su pohtica. P ero, p robablem ente, las id eas im plícitas que
Vel estudio histórico p u e d e producir n ece sita n h a cer se primero exp líci­
t a s por la intervención de otras d isciplinas, de las cu a le s en la actuali-
■dad hay tres que p a recen ser las m ás efic a ce s.
146 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

A un qu e la intrusión sigu e produciendo m ás calor q ue luz, la filosofía


de la cien cia e s hoy en día el ca m p o d e sd e el cu al s e ev id en cia más el
asuntó de la historia de la cien cia . F ey e ra b en d , H a n so n , H e s s e y Kuhn
han in sistid o ú ltim a m en te en lo im propia q u e e s la im a g en ideal de la
cien cia q ue se h a formado el filósofo tradicional, y todos ellos se han
sumergido en la historia en b u sc a d e una op ción . S iguiendo las direc­
cio n e s señ a la d a s en los en u n c ia d o s c lá sic o s de N orm an C am pbell y
Karl P o p p er — y a v e c e s influidos sign ificativam en te también por
Ludwig W ittgenstein— han com enzado a plantear problemas que la
filosofía de la cien cia ya no p u e d e seg u ir d esa ten d ien d o . La solución
de e s o s problem as q u e d a para el futuro, y quizá para el futuro indefini­
dam ente distante. Tod avía no hay u na “ n ueva filosofía” de la ciencia,
desarrollada y madura. Y el cu estio n a m ien to de antiguos estereotipos,
p rincipalm ente p ositivistas, es tá im p u lsan d o y liberando a algunos
p rofesion ales de las c ie n c ia s n u ev a s q ue en su mayoría han venido
d ep en d ien d o de cá n o n es exp lícitos d el m étodo científico en su bús­
q u ed a de identidad profesional.
Otro cam p o dentro de la historia de la c ie n c ia que probablem ente
ejercerá ca d a v ez m ás e fe cto s e s la sociología de la cien cia . En última
in stancia, ni los in te r e se s ni las téc n ic a s d é 'e s e cam p o tienen que ser
históricos. P ero en el actual esta d o de subdesarrollo de su esp e cia li­
dad, los sociólogos d e la cie n c ia bien p u e d e n aprender de la historia
algo sobre la forma de la em p re sa q ue investigan . L os recien tes
escr ito s d e B en-D avid , H agstrom , M erton y otros dan m uestras de que
así lo está n h aciend o. M uy p ro b a b lem en te, será a través de la sociolo­
gía que la historia de la c ie n c ia ejerza su efe cto principal sobre la
política y la adm inistración d e ía ciertcia.
ín tim a m en te relacionado co n la sociología de la c ie n c ia — quizá
eq u iv a len te a é sta cuando a m b o s es tén con stru id os a d e c u a d a m e n te—
ex iste un cam po q u e , aunque en esta d o ernbrionario, se d escrib e en
térm inos g en erales c o m o “ la c ie n c ia de ías c ie n c ia s ” . Cuyo objetivo,
en las palabras d e su m áxim o e x p ó ñ éh te , D erek P rice, e s nada m enos
que “ el análisis teórico de la estructura y el com portam iento de la
propia c ie n c ia ” , y sus téc n ic a s son una co m b in a ció n e c lé c tic a de la del
historiador, la d el sociólogo y la del eco n o m ista . H a sta ahora, ú nica­
m en te p u e d e conjeturarse h a sta q ué punto e s factible e s e objetivo,
pero todo progreso q ue hacia él se h a g a alimentará, inevitable e
in m ed ia ta m en te, la sig n ifica ció n de una con tinu ada erudición en la
historia de la cien cia , tanto para los cien tífico s so c ia les com o para
la socied ad.
HISTORIA DE LA CIENCIA 147

B ib l io g r a f ía

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VI. L A S R E L A C I O N E S E N T R E L A H I S T O R I A Y L A
1^ H I S T O R I A D E L A C IE N C IA = '

F.N LA invitación q ue recibí para escribir e s te ensa y o , se me pide que


,^rate sobre las re la c io n e s e x iste n te s entre mi propio ca m p o y otros
tipos de historia. “ Por varias d éc a d a s” , se señala alK, “la historia de la
ciencia ha parecido ser una discipKna aparte, con ap en as ten ues lazos
con los otros tipos d e estu d io s h istó ric o s,” C on tal generalización,
errada tan sólo por su pon er q ue la separación no tiene sino unas
cuantas d éca d a s, se ev id e n c ia el problem a con el que h e venido
luchando tanto in telectu a l co m o em o cio n a lm en te d esd e q u e , hace
veinte a ñ os, e m p e c é a impartir el curso de la historia de la cien cia . Mis
alumnos y m is c o le g a s co n o c e n el problem a tan bien com o yo; y el
hecho de q ue é s te exista influye m ucho en la dirección que sigue
nuestra disciplina, 1o m ism o q ue en su grado de desarrollo. Por extraño
que p arezca, y p e s e a q ue a m en ud o lo discu tim os entre nosotros, no
hay nadie que haya h ech o an tes de este p roblem a un tem a de estu dio y
de d iscusión p ú b lico s. A g rad ezco, p u e s, la oportunidad de poder
hacerlo aquí. De seg u ir trabajando a isladam en te, los historiadores de
la cien cia no podrán reso lv er el problem a central de su cam po.
Esto e s lo q ue p ien so de mi trabajo y esto determ ina la forma en que
voy a abordarlo. P u e s , m ás q ue haberlo estu diado, e s éste un tem a
que he vivido. Y por eso ios datos que expongo para analizarlo no son
tan sistem áticos com o p ersonales y producto de im presiones. De e s ­
to resulta, entre otras cosas, que m e limitaré a estudiar la situación en los
Estados U nidos. Trataré de no ser parcial, pero sin la esp era n za de
lograrlo ca b a lm en te , p u e s m e considero un d efen sor de mi disciplina,
un hombre b astante com p rom etid o en la lu ch a contra los im p e d im e n ­
tos del desarrollo y la exp lotación de su propio cam po.
A p e sa r de la fingida d efen sa q ue los historiadores h a cen del papel
especial q ue ha tenido la cien cia en el desarrollo de la cultura o cc id en ­
tal durante los últim os cuatro siglos, la historia d e la c ie n c ia e s para
ellos, todavía, un territorio d esco n o cid o . En m u ch o s c a s o s , tal vez ia

* Reimpreso con autorización de Daedalus, 100(1971): 271-304, Copyright 1971, de


The Am erican Academy o f Arís and Sciences.

151
152 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

mayoría, esa r e siste n c ia al co n o cim ien to de dicho territorio no causa


daños visibles, porque el desarrollo científico tiene al p arecer poca
im portancia para m uchos de los principales problem as de la historia
o cc id en ta l m oderna. Pero los h om b res q ue estu dia n e i desarrollo
so cio ec o n ó m ic o o los q ue d iscu ten los ca m b io s en los valores, las
actitud es y las id e a s, sí le han p restado a ten ción a ias cien cia s y es de
esp era rse que sigan h a cién d o lo así. S in em bargo y com o regla general,;
ven la cien cia d e sd e fuera, sin atreverse a entrar en ella, perdiendo así
la oportunidad de co n o ce r el con tinente de que tanto hablan. Esa
resiste n c ia ca u sa daño, tanto a su propio trabajo co m o al desarrollo de
la cien cia.
Para plantear el p roblem a en térm inos p rec iso s, em p eza ré estéí
en sayo dibujando la frontera que ha separado, d e sd e tiem pos remotó^i
h asta nuestros días, los ca m p o s tradicionales de los estu dios históricos·:
de la historia de la cien cia. A dm itien d o q ue parte de esa separación sé í;
d eb e sim p lem en te al tecn ic ism o in trín seco de la cien cia , voy a tratar;;
de aislar y de e s tu d ia r las c o n s e c u e n c i a s de la gran d ivisión qué·;
e x is te todavía y q ue re q u ie re ser ex p lic a d a de otra m anera. Al·:!
b u sc a r e s t a s e x p li c a c i o n e s , c o m e n z a r é co n a lg u n o s a s p e c to s dé:;
una historiografía tradicional de la cien cia, que ha sido rechaza­
da una y otra v ez y q ue en o ca s io n e s ha llevado a los historiadorés
a co n clu sio n e s erróneas.
Como esa tradición pasó de moda hace un cuarto de siglo, no puede;:
por sí sola explicar la posición dé los historiadores contemporáneos^;
Un entendim iento más com pleto dependerá también del estudio de;;;
a sp ectos seleccionados de la estructura y la ideología tradicionales
de la profesión histórica, tem as que serán tratados brevem ente en
la penúltim a se c c ió n de e s te trabajo. Para mí, las raíces socioló­
gica s de la división q ue se analiza allí tien en un papel decisivo^
y e s difícil im aginar cóm o s e resolverá eí problema. A pesar de ello,
al terminar mi en sa y o , hablaré de algunos acontecirnientos recien­
t e s , ocurridos p rincipalm ente e n mi propio cam p o , y anunciadores
d e q u e al m e n o s h a b r á u n a c o n c i l i a c i ó n p a r c i a l d u r a n te
la próxima d écada.
¿Qué e s lo q ue se tiene en m ente al hablar de la historia de la cien­
cia com o “ una disciplina aparte” ? Por un lado, que casi ningún estudian­
te de historia le presta atención. D esd e 1956, m is propios cursos de
historia de la cie n c ia s e han catalogado c o m u n m en te entre ios cursos
de historia del departam ento del que formo parte. Aun en eso s cursos
so la m en te un estu diante de cada veinte ha sido estu diante o graduado
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 153

¿e historia, excep tu a n d o a los de historia de la cien cia. La mayoría de


los que se apuntaron fue de científicos o de ingenieros. Entre los
r e s t a n t e s , los de filosofía y los de cien cia s so c ia le s sobrepasaron en
n ú m e r o a los de historia, siguiéndolos de cerca los de literatura. Por
otraVparte, en l o s dep artam entos de historia en q ue he trabajado, el
área de historia d e la cien cia ha sido una opción de cam po menor para
]os historiadores q ue presentan sus ex á m e n e s g en erales para gra­
duarse. U n ica m en te recuerdo que cin co estu dia ntes hayan tomado tal
decisión en catorce años; una verdadera d esgracia, porque es to s exá-^
menes proporcionan un cam ino hacia la conjunción de d isciplinas. Por
algún tiem po, tem í que la cau sa fuese mía, porque mis estu d io s fueron
de física m ás que de historia, y mi m anera de en señ a r probablem ente
c o n s e r v a b a residuos. P ero todos los coleg a s con q u ie n e s he c o m e n ­
tado la la m en tab le situación, m uchos de ellos historiadores gradua­
dos, m e informaron haber p adecid o ex p erien cia s idénticas. Lo que es
más, la materia que ellos en señ a n parece no tener im portancia alguna.
Los cu rso s sobre la R evolución científica o sobre la cien cia en la
Revolución fran cesa no p a recen tener mayor atractivo para los futu­
ros historiadores que los cu rso s sobre el desarrollo de la física mo­
derna. P a r e c e ser que Ja palabra “c ie n c ia ” en un título es su ficie n te
para alejar a los estu d ia n tes de historia.
Estos fe n ó m e n o s tien en un corolario, igu alm en te revelador. Aunque
la historia de la cien cia sigu e siendo un cam po p eq ueño, ha crecido
más de d ie z v e c e s en los últim os q uince años, p rincipalm ente durante
los ú ltim os ocho. La mayoría d e los n u e vo s m iem bros de esta d isci­
plina son en viad os a d ep artam entos de historia, lo cual e s , com o m ás
adelante instaré, e l lugar al q ue ellos p erten ecen . P ero la presión
ejercida para q u e sean em p lea d o s allí casi siem p re v iene d e s d e fuera
del departam ento al cu al s u ele n ser com isionad os. C om ú nm en te, la
iniciativa parte de cien tífico s y filósofos, q u ie n e s d eb en de persuadir a
la administración universitaria para que agregue una nueva rama a la
historia. Ú n ica m en te d e sp u é s d e que e s a con d ición s e cu m ple, es
CLtando se d esign a a u n historiador de la cien cia a e s e departam ento.
De ahí en adelante, io co m ú n e s que lo traten con gran cordialidad;
ningiin grupo m e ha recibido m as ca lurosam ente ni me ha proporcio­
nado m ejores a m ista d es q ue mis co leg a s de historia. A p esa r de ello, y
de form as más su tiles, se le h a ce guardar cierta d istancia intelectual.
Por ejem plo, en o ca s io n e s he tenido q ue d efen d er el trabajo de un
colega o un alum no del ataqu e de algún historiador que alega que tal
cosa no e s realm en te historia de la cien cia , sino puram ente historia.
154 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

D e m anera vaga, pero c o n ce d ién d o le quizá gran im portancia, hasta los


historiadores de la cien cia con m ás años espera n que el historiador de
la cien cia no s e a del todo un historiador.
L as ob serv a cio n es anteriores nos hablan de los ín d ice s so c ia les del
separatism o. V e m o s ahora algunas de sus c o n s e c u e n c ia s pedagógicas
e in te lectu a les. É s ta s p a recen ser prin cipalm en te de dos c la se s, nin­
guna de las cu a le s p u e d e exam in arse en gran d etalle mientras no se vea
h asta q u é grado son m era m ente resu ltad os in ev ita b les del tecnicism o
intrínseco de las fu e n te s cien tífic as. A un una d escrip ción vaga en este
m om ento dejará en trever h a cia dónde se dirige mi argum entación.
Una con secu en cia general del separatismo ha sido la renuncia a la
responsabilidad de la evaluación y la descripción del papel de la cien­
cia en el desarrollo de ia cultura occidental desde fines de la Edad
Media. El historiador de la ciencia puede y debe hacer contribuciones
e s e n c ia le s a esa tarea, al m en o s p roveyendo de libros, monografías y
artículos que serán ias fu e n t e s principales para otros tipos de historia­
dores. Pero, p u esto que su prim er com p rom iso e s para con su especia-
hdad, el estu diante d el desarrollo cien tífico no e s m ás resp onsab le de
la tarea de integración, que el historiador de la s id e a s o del desarrollo
so cio ec o n ó m ic o , aunque e s té m en o s bien equipado que e s to s últimos
para tal em p resa. Lo que se n e c e s ita e s u n a in terp en etra ció n crítica de
los in te re ses y logros de los historiadores de la cien cia con los de los
h om b res que cultivan otros ca m p o s históricos, y tal interpenetración,
si ya ha co m en za d o a darse, no e s aún evid e n te en el trabajo de los
historiadores en general. Y no b asta con el reco n o cim ien to generali­
zado de que la ciencia, de alguna manera, ha sido de suma importancia
para el desarrollo d e la m oderna so c ied a d ;o ccid en ta l. Tal recon oci­
m iento, junto con los p o co s ejem p los tradicionales utilizados para
ilustrarlo, su ele resultar exagerado y, por regla general, distorsiona la
naturaleza, el grado y la duración d el p a p el de las cien cia s.
L os estu d io s sobre el desarrollo de la civilización o cc id en ta l nos dan
una m uestra de las principales c o n s e c u e n c ia s de la falta de in terp en e­
tración. Tal vez la m ás sorpren dente de és ta s se a la indiferencia por el
desarrollo cien tífico d e sd e 1750, periodo durante e l cual la cien cia
asum ió su p apel principal d e im portante m otor histórico. Un capítulo
sobre la R evolu ción industrial — la relación de é s ta con la cien cia e s
de suyo in teresa n te, vaga y e s c a s a m e n te d iscutida— p rec ed e co m ú n ­
m en te a una se c c ió n sobre darwinism o, con un en foqu e social. ¡A
m enudo es o e s todo! C asi la totalidad d el es p a cio designado a la
c ien cia , p rá ctica m en te en todos lo s libros de la historia general, está
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 155

dedicado a los años anteriores a 1750, un d esa ju ste con c o n s e c u e n c ia s


desastrosas al cu a l volveré m ás a d e la n te .’
El d esd én por la c ien cia , aunque m en o s extrem oso, caracterizó
t a m b ié n las d isc u sio n e s sobre la historia europea anterior a 1750. Con
r e s |f e c t o a la distribución dei espa cio , e s e d escu id o ha sido rectificado
en gran m ed ida d e sd e ia aparición, en 1949, dei admirable libro de
H e r b e r t Butterfield, Origins o f Modern Science. H a sta hoy, casi todos los
e s tu d io s han llegado a incluir un capítulo o una s e cc ió n im portante
a c e r c a d e la R ev o lu ció n cien tífica d e lo s siglos xvi y xvil. P ero en e s o s
capítulos a m en ud o no se re co n o ce , y m ucho m en os confronta, Ía
principal n ovedad historiográfica que Butterfieid descubrió en la lite­
r a t u r a com ú n de los e s p e c ia lista s e hizo a cc es ib le a un p úblico mayor;
ei papel relativam en te m en o r de los n u e v o s m éto d o s exp erim en tales
en ios ca m p o s su sta n tiv o s de la teoría científica durante tai revolución.
Aún hoy, se en cu en tra n dom inados por los m itos antiguos sobre el
papel d el m étodo, a cu y a s c o n s e c u e n c ia s volveré m ás adelante.^
Tai v ez s e a cierto sentido de esta d eficien cia lo q ue h a ce que los
historiadores se m uestren renu en tes a dar co n feren cia s q ue c o m p le­
m enten el estu d io del n acim iento de la cien cia m oderna por medio de
la lectura. En o c a s io n e s, si no p u e d e n encontrar a un historiador de la
ciencia para Henar e s e h u e c o , sim p lem en te asignan capítulos sobre
Butterfield com o su p le m en to y p o sp o n en ia d iscu sión para juntas
departam entales. F ue Butterfield o “ La bom b a” lo que persuadió a
los historiadores de que deberían tomar m ás en serio el papel de la
ciencia, y é s to s tratarr de salir del paso con una gran cantidad de
material a cerca de la R ev o lu ció n científíca. P ero los capítulos que así
producen rara v ez reflejan un con o cim ien to de los prob lem as que su
' Roger Haiin me lia persuadido de que hay unos cuantos libros, muy necientes, que
muestran signos de cambio. Quizá e$ que estoy m<‘ramenU’ impaciente. Pero el progreso
realizad«» en los últim os seis años, en caso de ser real, me sigue pareciendo demorado,
disperso e incompleto. ¿Por qué, por ejemplo, un lib ro como Making oftlm Modern Miud,
de J. H . Ratjdail, cuya prim era edición data de una fecha tan extemporánea como 1926,
tiene que ser superado todavía con una exploración equilibrada del papel de la ciencia en
el desarrollo del pensamiento occidentai?
^ Hay un aspecto de la exposición de Butterfield que, en efecto, me ha ayudado a
presei-var los mitos. Las novedades historiográficas a las que se tiene acceso me'cliante
su hbro están concentradas en los capítulos I, 2 y 4, dedicadas al desarrollo de la
astronomía y la mecánica. Tales novedades, sin embargo, se hallan yuxtapuestas a
relaciones tradicionales de ideas m etodoló^cas de Bacon y Descartes, e ilustradas a u n
capítulo sobre WiUiam Hai'vey. Son difíciles de reconciliar ias dos versiones de los
requisitos para una ciencia transformada, hecho que se evidencia paladinamente con el
análisis que hace B utterfield de la revolución (¡uímica.
156 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

m a te n a l ha legado a las g en er a cio n e s recien tes de esp e cia lista s aca­


d ém ico s. C o m ú nm en te, los estu d io so s d eb en b uscar en otras fuentes
las norm as críticas adoptadas por la profesión.
D escu id a r la literatura de lo s e s p e cia lista s a ctu a les no e s más que
una parte del problem a y tal vez no la m ás seria. D e mayor importancia
e s la selectividad p ecu liar con la q ue los historiadores abordan las
cien cia s, ya se a a través de f u e n te s primarias o secu nd arias. Al tratar
con la m úsica o las artes p lá stica s, el historiador p u e d e leer las
an otaciones de los program as y lo s ca tá lo g os de ex h ib icio n es, pero
ad em ás p uede e scu ch a r las sinfonías y mirar ias pinturas, y sus
an álisis, cu a lesq u iera que sean su s fu e n te s , están dirigidos a ellas. Al
tratar con las cien cia s , sin em bargo, le e y d iscu te trabajos de cajón casi
exclu sivam en te: el N o v u m o rg a n u m de Bacon, pero generalm ente ei
libro 1 (los ídolos) en vez d el libro 2 (el calor com o movimienío); el
Discurso d e l m éto d o de D esca rtes, pero no los tres im portantes ensayos
de los cu a les aquél e s la introducción; el A ssa ye r de Galileo, pero
so la m en te las p áginas introductorias de sus D os nuevas c ie n c ia s, y así
su ce siv a m en te .
El mismo criterio de selección se muestra en el interés dei historiador
por los trabajos s e c u n d a r io s : de A lexan d re Koyré se l e e F r o m t h e Closed
W orld to the In fin ite U n iverse, y no sus E lu d e s g a lilé e n n e s o The P ro b lem o f
F a lt; de E. A. M e ta p h y s ic a l F o u n d a tio n s o f M o d e rn P h y s ic a i S d e rtc e ,
pero no la obra magistral de E. J. Dijksterhuis, M e c h a n iza tio n o f the
W orld P ictu re.^ Aun en los trabajos individuales se en cu en tra una
m arcada ten dencia, que ejem plificaré m ás adelante, a ev ita r lo s capí­
tulos que tratan sobre las con trib u cio n es téc n ic a s. ;
No estoy sugiriendo que lo q ue los c ie n tífic o s d icen acerca de lo que
h a cen nada tenga q ue ver con su q u e h a c er y sus logros concretos.
T am poco estoy d iciendo que los historiadores deberían suprimir la
® Con la íig iiie n fe ubsen*ación |ntfd<í aclararse ei a$imto {¡ue pretendo expuner. En
lat: artes, ios (iite crean y lo? (¡ite critican pertenece» a grupus disíin!u$, y. a mcnitdo,
Imstiies. A veces- los historiadores confían excesivamente en esto? últim os, peio saben
la diferencia que hay enüe críticos y artistas, y cuidan de familiarizarse también con las
obras de arte. En las ciencias, por otra parte, ios equivalentes más cercanos a los
trabajos de los críticos son escritos de k>s propios científicos, por lo común prefacios o
ensayos, ()r<lÍHuruui\ei\te, los historiadores confían exrlusirfinienie en estos trabajos de
crítica, y no se percatan, porque sus autores fueron también científicos creativos, de ((ue
cot> esa selección ía ciencia se (jiieda luera. Sobre la significación de ias funciones
diíerentcs dei crítico de la ciencia y de! crítico de arte, véase mi "C om entario fsohre las
relat-iones de la ciencia con el a rte j , en Cotnparatire Studivs in Society and History, 11
(1969): 403-412, (Este últim o ensayo es precisamente et capítulo final dei presente libro
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA · 157

lectura y la d iscu sió n de lo s trabajos program áticos. Pero, com o las


n ota s al programa deberían indicar, la relación de los p refacios y los
escritos program áticos con la cien cia su stan cial rara v e z es literal y
siempre e s problem ática. P or su p u esto, deb en leerse los prim eros,
porqi^ las más de las v e c e s son el m edio a través del cual las id eas
c i e n t í f i c a s llegan a u n mayor público. Pero, con frecu en cia , son con fu ­
sas con resp ec to a las serie s co m p leta s que el historiador debería
tratar, y q u e a m enudo sólo fin g e hacer: ¿de dónde p rovienen las ideas
científicas q u e alcanzan influencia? ¿Q ué e s lo que les da su autoridad
r.y especia l atracción? ¿Hasta q ué punto continúan siendo las m ism as
ideas al v olverse patrimonio de toda una cultura? Y, finalm ente, si su
influencia no e s literal, ¿en q ué sentido p erte n e ce realm en te a la
c i e n c i a a la cual se le adjudica?"* E n resu m en, el im pacto in telectual en
el p en sam ien to extracientífico no será entendido sin poner atención al
mismo tiem po a la co rteza téc n ic a de la cien cia . Ei que los historiado­
res intenten tal ardid nos su giere que una parte e s e n c ia l de lo que hasta
aquí se ha d escrito com o una ruptura entre la historia y la historia de la
ciencia p u e d e v erse, m ás p rop iam ente, com o una barrera entre los
historiadores en conjunto y las cien cia s. A e s te punto, volveré más
adelante.

Antes d e mirar m ás de ce rc a la forma en que los historiadores en focan


las cien cia s, debo preguntar primero cuánto p u e d e , razonablem ente,
esperarse d e ellos. E s ta pregunta a su vez nos pide separar tajante­
mente los problem as de ia historia in telectual, por un lado, y los de la
historia so c io e c o n ó m ic a , por el otro. V eá m o slo s en orden.
La historia in telectu a l e s el área en que la selectividad d el historia­
dor co n resp ec to a la s fu e n te s tiene sus e fe c to s principales. E s de
preguntarse si hay otra opción. E x cep tu a n d o a los historiadores de la
ciencia, entre los c u a le s ias h abilidad es que se requieren son también
relativam ente raras, casi ningún historiador tiene los estu d io s que se
necesitan para leer, digam os, lo s trabajos de Euler y Lagrange, M ax­
well y Boltzm ann, o E in stein y Bohr. Pero ésta es una lista muy
especial en varios sentid os. T o d o s los q ue figuran en ella so n físicos
m atem áticos; el m ás viejo de ellos nació en la prim era d éc a d a dei siglo
XVIII; y ninguno, h asta donde puedo ver, ha ejercido m ás que un

Para un ejemplo de la clase ele aclaración que puede hacer alguien que conozca
la ciencia y su historia, véase la discusión del papel de la ciencia durante la Ilus­
tración, de C. C, G illispie. The Edge o f Ohjcvih’ity (Princeton; Princeton University
Press, 1960), cap. 5
158 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

im pacto le v e e indirecto sobre el desarrollo d el p en sa m ien to extracien-


tífico.
E ste último punto, q ue e s d ecisiv o , quizá s e a d iscutible y, en última
in stancia, equivocado co n re sp e c to a Einstein y Bohr. L as discusiones
sobre el escen a rio in te le ctu a l co n tem poráneo a m en ud o recurren a U
relatividad y a la teoría de los cu a n to s para analizar tem as com o las
lim itaciones de la cien cia y de la razón. A un así, los argum entos a favor
de la influencia d irecta — en contra de la apelación a la autoridad al
apoyar los puntos de vista m antenidos por otras razones— han sido,
h asta ahora, b astante forzados. Mi propia s o sp e c h a , la cual m e da-al
m en o s una h ip ó tesis de trabajo razonable, co n siste en q ue, d esp u é s de
que una cien cia se vu eiv e por co m p leto téc n ic a , en es p e cia l matemáti­
ca m e n te téc n ic a , su p a p el com o fuerza en la historia in telectual se
vu elv e relativam en te in sig n ifica n te. P ro b a b lem en te existan excep­
cio n e s, y si é sta s son E in stein y Bohr, en to n c es las excepciones
prueban la regla. Cualquiera q ue haya sido su papel, e s m u y diferente
del de, digam os, Galileo, D esc a r te s , L y ell,P lay fa ir, Darwin o, en todo
ca so , F reud, q u ien es han sido leíd os por un público laico. Si el histo­
riador in telectu a l d eb e estudiar a los cien tífico s, los citad os son, en
general, los pioneros en el desarrollo de sus cam p os.
P re c isa m e n te porque los p ersonajes sobre los que d eb e tratar son
los p recursores, nada tien e de raro q ue e l historiador in telectual pueda
m anejarlos en profundidad si así lo d esea . El trabajo no sería sencillo;
pero no esto y negando la in ten sid a d d el esfu erzo sino, tan sólo, que no
hay otra forma. T a m p o co sería resp o n sa b le que ca d a historiador lo
intentara sin tomar en cu en ta su s propios in tereses- Pero el hombre
entre cuyos in te r e se s está n ias id ea s a fec ta d a s por el desarrollo cientí­
fico bien podrían estu diar las fu e n te s cien tíficas a las que no h a ce otra
cosa que citar. M uy poca de la literatura técnica escrita antes de 1700
e s en principio in a c c e s ib le a cualquiera q ue p o sea sólidos conocim ien­
tos científicos al nivel de bachillerato, siem p re y cuando e s té dispuesto
a ec h a rse e n cim a un p o co de trabajo adicional m ientras estudia. Para
el siglo XVIII la m ism a b a se cien tífica e s ad ecu a d a para la literatura de
la quím ica, la físic a ex p erim en tal (particularm ente la electricidad, la
óptica y el calor), la geología y la biología; en fin, toda la ciencia,
ex c ep tu a d a la m ec á n ic a m atem ática y la astronomía. Para el siglo xix,
la mayoría de las físic a s y gran parte de la quím ica se v u elven excesi-
Vámente téc n ic a s, pero los p o s e e d o r e s de c o n o cim ien to s científicos de
bachillerato tendrán a c c e s o a casi toda la literatura de la geología, la
biología y la psicología. T é n g a se en c u en ta , sin em bargo, que no estoy
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA - 159

gygjriendo q ue ei historiador tenga que convertirse e n un historiador


¿e la c ien cia c a d a v e z que un av a n ce cien tífico se v u elv e d eterm inante
para el t e m a que estu dia. Aquí, com o en todos lo s d em á s cam p os, la
e sp e c ia liz ación e s in evitab le. P ero , en principio, podría hacerlo así; y
por tatito podría dirigir a certa d a m e n te la lectura secu nd aria e s p e cia li­
zad a en su tem a. Al no h a c e r ni siquiera e s o , om ite los elem en to s
esenciales y ios p rob lem as del avan ce científico; y e l resultado, com o
pronto lo indicaré, se mostrará en su trabajo.
La lista anterior d e tem a s a c c e s ib le s al historiador in telectu a l e s
reveladora en dos a sp e c to s. Prim ero, com o ya se señaló, in cluye todos
' los asuntos té c n ic o s q ue se estudian, y q ue él, com o historiador
intelectual, d e s e a tratar. S eg u n d o , se co m p a g in a co n la lista de los
campos m ás y mejor analizados por los historiadores de la cien cia. Al
contrario d e una im presión m uy difundida, los historiadores de la
ciencia rara v ez h a n tratado en profundidad el desarrollo de la s m ate­
rias téc n ic a m e n te m ás avanzadas. L os estu dios de historia de la m e­
cánica son e s c a s o s d esd e el día de la pub licación de los Pñncipia d e
Newton; la s historias sobre electricidad co m ienzan con Franklin o, a io
más, con C harles C oulom b; las de la quím ica, co n Antoine Lavoisier o
John Dalton; y así en otros ca m p o s. Las e x c e p c io n e s principales,
aunque no las ú n ica s, son lo s co m p en d io s partidistas h e c h o s por
científicos, a l o n a s v e c e s invalu ables com o trabajos d e referencia,
pero, p o r o tr o la d o , v ir tu a lm e n te in ú tile s p a r a q u ie n e s té interesado en
el desarrollo de la s id ea s. P or la m en ta b le que sea, e s e desequilibrio a
favor de la s m aterias relativam en te no téc n ic a s a nadie debiera sor­
prender. La mayoría de los ho m b res q ue han producido los m odelos
que los historiadores de la cien cia con tem p o rá n ea tratan de imitar no
han sido cien tífic o s ni tenido la preparación cien tífíca in d isp en sa b le.
Sin em bargo, e s in te re sa n te sa b er que su form ación tam poco ha sido
dentro d el ca m p o de la historia; luego los historiadores son q u ien es
han h ech o el trabajo, y p ro b a b lem en te mejor, ya q ue sus in te r e se s no
habrían esta d o tan re d u cid a m en te en focad os en lo co n cep tu a l. A q u é ­
llos p ro ce d e n del ca m p o de la filosofía, aunque, en su mayoría, com o
Koyré, d e las e s c u e la s co n tin en ta les, en donde la división entre la
historia y la filosofía no e s tan profunda com o en el mundo de habla
inglesa. Todo esto su giere, una vez m ás, que una parte, central, dei
problema al que se dirige e s te escrito proviene de las a ctitud es de los
historiadores h a c ia la cien cia.
Voy a explorar es ta s a ctitu d es m ás ad ela n te, ya al final de es te
ensayo. P ero antes v o y a preguntar si e x iste alguna d iferencia para el
160 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

desarrollo de la tarea q ue los historiadores in te le ctu a le s enfrentan.


O b viam en te, no la hay en una gran proporción de c a so s q ue se relacio­
nan con id eas cien tíficas tan sólo en forma marginal, o bien que son
ajenos a ellas. En gran cantidad de otros ca s o s, sin em bargo, debilida­
des características resultan de lo que describ í co m o historia derivada
p red o m in a n tem en te de p refacios y d e trabajos program áticos. Cuando
se anahzan las id e a s cien tífica s sin ha cer m en ción a los problemas
téc n ic o s con creto s contra ios c u a le s fueron in v en ta d a s, lo que resulta
es una noción in d u d a b le m e n te errada de la forma en q ue se desarro­
llan las teorías cien tíficas y ch o ca n contra el m edio extracientífico.
Un ejem plo muy claro de en foqu e erróneo e s el que resulta de los
estu dios sobre la R evolu ción cien tífica, in cluid os los de m uchos viejos
historiadores de la ciencia: la exagerad a im portancia q ue se le concede
al p a p el de los n u ev o s m éto d o s, p articularm ente a la capacidad del
mero experim ento para crear, por sí m ism o, nuevas teorías científicas.
Al leer s ó b r e la interm inable p olém ica d esa ta d a por la llam ada tesis de
Merton, m e deprim e ei descubrir la falta de c o in c id en cia acerca de lo
que se debate. Lo que rea lm en te se está d iscu tien do, seg ú n yo, es una
exp licación del surgim iento y predom inio d el m ovim iento baconiano
en Inglaterra. Tanto los d efen so re s com o los críticos de la tesis de
Merton dan por esta b lecid o q ue la exp licación del surgim iento de una
nueva filosofía ex p erim en tal equivale a una exp licación del desarrollo
científico. D e sd e e s te punto de vista, si el puritanism o, o cualquier
otra n ueva ten d en cia dentro de la religión in crem en ta ra la dignidad del
tra;bajo m anual y fom entara la b ú sq u ed a de D ios en su s obras, enton­
c e s auto m á tica m en te estaría fom entando la cien cia, A la inversa, si ia
c ien cia de primera categoría se hiciera en los p a íses ca tó lico s, enton­
c e s a ningún m ovim iento religioso p rotestante podría atribuírsele el
surgim iento de la cien cia del siglo xvíi .
Esa polarización de todo o nada e s innecesaria y bien podría ser falsa.
Algo im portante que p u e d e argum entarse contra la tesis de Merton es
que el exp erim en talism o b aconiano relativam en te tuvo p o co que ver
con los ca m b io s p rin cipales q u e dentro d e la teoría caracterizaron a la
R evolución cien tífica. La astronomía y la m ec á n ic a se transformaron
con ex p erim en to s sen c illo s, y ninguna de eUas con n u ev a s fu e n tes de
experim en tación . En la óp tica y la fisiología el exp erim en to tuvo un
papel m ás im portante, pero los m o d elo s no fueron b aconianos sino
m ás bien c lá sic o s y m ed iev a les; Galeno en la fisiología, T olom eo y
A lhazen en la óptica. É sto s, junto con las m a tem á tica s, agotan la lista
de ca m p o s en donde la teoría se transformó rad icalm en te durante la
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 161

R e v o lu c ió n cien tífica. Con resp ec to a su práctica, ni dei exp erim en ta­


lismo ni de su correlato religioso putativo se podría esperar q u e hiciera
gran diferencia.
D esde e s te punto de vista, aun cuando se a correcto, no p uede
restáífsele im portancia ni al m ovim iento baconiano ni a los nuevos
movimientos religosos en relación con e l desarrollo científico. Lo que
sí s u p e r e e s que el pape! de lo s n uevos m étodos y valores baconianos
no es el de producir nuevas teorías en las c ien cia s e s ta b lec id a s, sino ei
de abrir n u ev o s ca m p o s a la exploración cien tífica, a m en ud o aquellos
cuyos orígenes se en cu en tra n en los oficios y artesanías antiguos (por
ejem p lo , el m agnetism o, la quím ica, la electricidad y el estudio del
calor). E so s ca m p o s, sin em bargo, sufrieron un reordenam iento teó ­
rico de p o ca im portancia a n te s d e m ed iados d el siglo xvni, ép o ca en la
que uno d eb e ten er la esp e ra n za de descubrir q ue el m ovim iento
baconiano en la s cie n c ia s no era, de ninguna manera, un fraude. El
hecho de q ue Inglaterra, en lugar de la F rancia católica, e s p e c ia l­
mente d e sp u é s de la derogación d el Edicto de N a n tes, d esem p eñ a ra el
papel p red om inan te e n el ordenam iento de e sto s c a m p o s bacon ianos,
más n uevos, p u e d e indicar q ue u na tesis de Merton revisada resultará
muy informativa. E s p osible que aun nos ayude a en ten d er por q ué un
viejo aforismo a cerca de la cien cia continúa resistiendo e l m ás ex h a u s­
tivo exam en: al m en o s de 1700 a 1850, la cien cia británica fu e predo­
m inantem ente ex p erim en ta l y m ecánica; la fra n ce sa , m atem ática y
racionalista. A d e m á s, p u e d e d ecirn os algo a cerca d e los p a p e les muy
especiales d e se m p e ñ a d o s por E sco cia y S uiza en el desarrollo cien tí­
fico del siglo xvíii.
El que los historiadores hayan tenido tales d ificultades aun para
imaginarse p o sib ilid a d es com o é s ta s se d eb e, creo, y al m en o s en
parte, a la difundida co n v ic ció n de que los cien tíficos d esc u b re n la
verdad por a p lica cio n es ca si m ec á n ic a s (y tal vez no m uy in teresantes)
del m étodo cien tífico. H a b iend o con sid erado el d escub rim iento del
método en el siglo xvíi, el historiador p u e d e , y de h ech o así lo h a ce,
dejar q ue las c ien cia s ca m b ien por sí m ism a s. E sa actitud, sin em ­
bargo, no p u e d e ser co m p leta m en te c o n sc ien te , porque un resultado
más de la historia d e p refa cio s no e s com patible co n ella. En las raras
ocasiones en q ue van de los m étodos cien tíficos a la su sta n cia de las
nuevas teorías cien tífic a s, los historiadores, invariablem ente, p arecen
dar e x c e s iv a im portancia al p a p e l d el clim a exterior a las id ea s extra-
científicas. N o voy a discutir q ue e s e clim a no tenga im portancia
alguna para el desarrollo científico. P er o , ex c ep to e n las eta p a s rudi-
162 ESTUDIO S H ISTO RIOGRÁ FICOS

m entarías d el desarrollo de un ca m p o , el m ed io en que se da la


actividad in telectu a l rea ccio n a sobre la estructura teórica d e una
c ie n c ia ú n ic a m e n te en la m ed ida en que lo am eritan los problemas
té c n ic o s co n cr eto s a lo s q u e s e enfrentan los p rofesion ales d e ese
cam p o. L os historiadores de la cien cia , en el p asa d o, p u e d e n haberse
ocu p ado en e x c e s o de e s a corteza téc n ic a , pero los historiadores han
ignorado por co m p leto su ex iste n c ia . S a b e n q ue e stá alK, pero actúan
com o si fuera un m ero p roducto de la cie n c ia — del m étodo apropiado
que actúa en el m ed io am b ien te a d ecu a d o — y no e l m ás esen cia l de
todos los d eterm in a ntes del desarrollo de una cien cia . Lo q ue resulta
de e s e en foqu e nos recuerda la historia d el traje nuevo d el emperador.
P e r m íta s e m e citar dos ejem p lo s co n cr eto s. Tanto lo s historiadores
in te le ctu a le s co m o lo s historiadores d el arte d esc rib en a m enudo las
n u ev a s corrientes in te le ctu a le s d el R en a cim ien to , e sp e cia lm e n te el
n eoplatonism o, gracias al cu al fu e p o sib le que Kepler introdujera la
elip se en la astronomía, rom piendo así co n la visión tradicional de las
órbitas co m p u e sta s de m ovim ien tos circulares p erfecto s. D e s d e este
punto de vista, las o b ser v a cio n es n eu trales d e T y ch o , m ás el medio
a m b ien te in telectu a l del R en a cim ien to , produjeron las le y e s de Ke­
pler. Lo q ue por lo general se om ite e s e l h e c h o elem en ta l de que las
órbitas eUpticas habrían sido ap licadas in ú tilm en te a cu a lq u ier modelo
astronóm ico g eo c én tric o . A n tes de q ue el uso de las e lip se s pudiera
transformar la astronom ía, el sol tuvo q ue rem plazar a ia Tierra como
centro del universo. E s e p a so , sin em bargo, no se dio h a sta m edio siglo
an tes de los estu d io s de K epler, y a é s to s el nuevo clim a intelectual del
R en acim ien to ú n ic a m e n te le s hizo co n trib ucion es am biguas. Sigue en
p ie la interrogante, fan su g estiv a co m o vital, de si K epler hubiera
llegado o no al m étodo de las e lip se s sin ayuda d el neoplatonismo.® El
contar la historia d esa ten d ien d o cu alq uiera d e los fa cto re s técn ic o s de
los q ue d e p e n d e la r e sp u e sta eq u iv a le a tergiversar la m anera com o las
le y e s y las teorías cien tífica s entran en e l dom inio de la s ideas.
U n ejem plo m ás im portante co n el m ism o resultado nos lo dan las
co n sa b id a s d isc u sio n e s sobre el origen de la teoría de la evolución de
Darv^rin.® Lo q ue s e n e c e sitó , s e n o s dice, para transformar la estática
® T. S. K iíhn, The Copernican Revolution (Cambridge, Mass.: H arvard Univer­
sity Press, 1957)> pp. 1.35-143. N . R. Hanson, Patterns o f Z)iscot<ery(Cambridge;
U niversity Press, 1958), cap. 4. Nótese que hay otros aspectos del pensamiento de
Kepler respecto de los cuales la pertinencia del neoplatonismo está fuera de to­
da duda.
® Véase, por ejenjplo, R. M . Young, “ M althus and the Evolutionists: The Common
Context o f Biological and Social Theory” , Past and Present, num . 43 (1969), pp. 109-145,
LA HISTORIA Y LA H ISTO R L\ DE LA CIENCIA 163

cadena de s e re s vivos en una esca le ra siem p re d inám ica fue la validez


de ideas com o la s d e la perfectibilidad infinita y el progreso, la liber­
tad de c o m p eten cia d e la eco n o m ía de A dam Sm ith y, sobre todo,
los fnálisis d e la población de Malthus. N o dudo que factores de este ti­
po lÉyan tenido importancia vital; quien lo cuestione haría bien en pre­
guntarse có m o , sin es a s id e a s, e l historiador podría com prender,
particularmente e n Inglaterra, la s teorías e v o lu cio n ista s predarwinia-
ñas com o las d e E rasm us D arwin, S p e n c e r y R obert C ham bers. Aun
esas teorías e s p e cu la tiv a s fueron anatem a para todos los cien tífico s a
quienes C harles Darwin logró persuadir, durante el tiem po q ue e m ­
pleó en elaborar su teoría evolucion ista, d e que é s ta era un in grediente
normal en la h e re n c ia in telectu a l de O ccid en te. Lo que Darwin hizo, a*
diferencia d e su s p red e c e s o r e s, fu e mostrar có m o d ebían aplicarse los
conceptos evolucion istas al conjunto de ob serv a cio n es que s e habían
ido acum ulando durante la prim era mitad d el siglo xix y, al m argen d e
las id eas evolucion istas, esta b a n poniend o en jaque a varias e s p e cia li­
dades cien tífica s re co n o cid a s. E sta parte de la historia de Darwin, sin
la cual no p u e d e e n ten d e rse su totalidad, ex ig e u n análisis d el estado
cam biante, durante las d é c a d a s anteriores al Oñgen de las especies^ de
campos co m o la estratigrafía y la paleontología, lo s estu d io s sobre la
distribución geográfica d e a n im a les y v eg e ta les, y el de los siste m a s
clasifícatorios, ca d a v ez m ás útiles, en los que se fueron sustituyendo
las se m eja n za s morí’ológicas p o r el paralelism o de fu n cio n es de Lin­
neo. L os h om b res q ue, al desarrollar los siste m a s naturales d e clasifi-

ensayo que guía hacia la literatura reciente sobre el darwinismo. Nótese, sin embargo,
una ironía que ilustra los problemas de percepción que estamos tratando. Young
coíRÍenza deplorando las suposiciones, muy difundidas entre “ios historiadores de la
ciencia y también los demás. , . de que ias ideas y los hallazgos científicos pueden
tratarse como unidades relativamente bien definidas y con límites claramente estable­
cidos . · · [ y ] que los factores ‘no científicos’ [hanj desempeñado papeles poco
importantes en darle forma al desarrollo délas ideas científicas” . Su artículo trata de ser
“un estudio de caso que se propone romper las barreras en una pequeña área entre la
historia de la ciencia y otras ramas de la historia” . Obviamente, ésta es la clase de
aportación a la que yo le daría una bienvenida muy especial. Sin embargo, Young no cita
casi ninguna literatura que tienda a explicar el surgimiento del darwinismo en respuesta
al desarrollo de ideas o técnicas científicas, y en realidad es que hay muy poco que citar.
Tampoco hace ningún intento, en su escrito, por tratar los problemas técnicos que
pueden haber contribuido a moldear el pensamiento de Darwin. Muy probablemente,
será durante algún tiempo la descripción autorizada de la influencia de Malthus sobre el
pensamiento de la evolución, pues es de todo punto erudito y penetrante. Pero lejos de
pretender romper barreras, pertenece aúna tradición historiográfica bastante ordinaria
que ha hecho mucho por conservar la separación que Young deplora.
164 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

ca ció n , hablaron por prim era vez d el zarcillo com o hojas “ abortadas”,
o que explicaron lo s d iferentes n úm eros de ovarios en las e s p e c ie s de
plantas em p arentadas entre sí, refirién dose a la “ ad heren cia ” , en una
e s p e c ie , de órganos separados en otra, no eran evolucionistas en
ningún sentido. Pero sin su trabajo, el O rig e n de las especies de Darwin
pudo haber llegado a su form a final, o no haber logrado el im pacto tan
trem endo en los p ú b lic o s cien tífico y lego.
Concluiré esta parte d e mi ex p o sic ió n co n un último punto. Ya dije
que, al explicar la g é n e s is de las n u ev a s teorías cien tífica s, la impor­
tancia que se le atribuyó al m étodo y al in te le ctu a l extracientífico no
eran d el todo co m p a tib le s. Agregaré q ue, en el nivel fundam ental, los
dos fa cto res p a rec en ser de id én tico s e fe c to s. A m b o s producen un
partidarismo ap aren tem en te incurable q ue le perm ite al historiador
descartar por su p ersticioso s todos los a n te c e d e n te s de las id ea s con
las que trabaja. La validez del círculo en la im aginación astronómica
deb e de ser en ten did a co m o producto d el apasionam iento platónico
por la p erfe cc ió n geom étrica, p erp etu ado por el dogm atism o medieí-
val; la perm a n en cia en la biología de la id ea de las e s p e c ie s fijas debe
ser e n ten d id a co m o el resu lta d o de una lectu ra ex c e s iv a m e n te
literal de] G é n esis. Lo que falta en la prim era exp licación e s la referen­
cia a los sistem a s astro n ó m ico s sobrios y con gran poder de predecibi­
lidad, fun dad os en el círculo, logro que C opérnico no pudo mejorar por
sí solo. Lo que falta en la se g u n d a e s el re con ocim ien to de que la
ex iste n c ia ob servada de e s p e c ie s distintas, sin la cu al no podría haber
ninguna em p resa taxonóm ica, s e v u elv e ex trem a d a m en te difícil de
en ten d er a m en o s que los m iem bros actu a les de ca d a una de ellas
d esc ien d a n de una pareja original. D e s d e Darwin, la definición de las
categorías taxonóm icas b á sica s, co m o la e s p e c ie y el género, se ha
convertido en m ás o m en o s arbitraria, ha p erm a n ecid o así y ha resul­
tado fu en te extraordinaria de problem as. Al contrarío, una raíz técnica
del trabajo d e Darwin e s la c r ec ie n te dificultad, durante principios del
siglo XIX, de aplicar es ta s herram ientas clasificatorias modelo a un
conjunto de datos que habían crecid o en o rm e m e n te, debido, entre
otras co sa s, a la exploración del N u e v o Mundo y del o céa n o Pacífico.
En re su m en , las id ea s q ue el historiador d e se c h a por calificarlas de
su p ersticio n es su ele n resultar ele m e n to s vitales en sis te m a s científi­
co s antiguos q ue arrojaron b uenos resultados. C uando esto su ce d e , la
aparición de su stitu tos no p u e d e ser en ten d id a com o una m era conse­
c u en cia de la apHcación de un b uen m étodo en un m edio intelectual
favorable.
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 165

H e hablado h asta ahora d ei efe c to de la historia antigua e n e lh o m b r e


que se in teresa por darle a la cien cia un lugar en la historia in telectual.
Y endo ahorá h a cia los puntos de vista co m u n e s sobre el p apel s o c io e ­
conómico de la cien cia , encontrarnos una situación muy diferente. Lo
que lé'falta al historiador en esta área no es tanto el con o cim ien to de
fu en tes té c n ic a s, c o s a que no vendría al cas o , com o el dominio de los
juicios c o n ce p tu a les n ecesa r io s para el análisis de la c ien cia com o
fuerza social. A lgu nos de es o s juicios se generarían por sí m ism o s si el
historiador so cio ec o n ó m ic o tuviera un con o cim ien to mejor de la natu-
>%aleza d e ia c ie n c ia com o actividad y de su s ca m b io s a través del
tiempo. In teresado por e l p a p e l de las cien cia s, requiere al m en o s un
c o n o c im ie n to global de cóm o los hom bres ob tienen su m em brecía en
las com u nid ades cien tífica s, d e lo que h a c e n allí, de dónde vienen sus
::problemas y qué toman co m o so lu cio n es. A e s te nivel, sus n e c e sid a d e s
sobrepasan a l a s d el historiador in telectual, a u n q u e son, técn ic a m e n te
: hablando, m ucho m en o s ex ig en te s. P ero el historiador so c io ec o n ó ­
mico tiene también n e c e s id a d e s que no tiene ei historiador intelectual:
c o n o c e r l a naturaleza de la tecnología com o actividad; saber diferen­
ciarla de la cien cia tanto social com o intelectualm ente; y, sob re todo,
ser sensible a los varios m odos de interacción entre am bas.
Cuando la c ie n c ia afecta e l desarrollo s o c io ec o n ó m ic o , e s a través
de la tecnología. A m enudo los historiadores tienden a fundir las dos
actividades, inducidos por prefacios en los que, d esd e el siglo xvn, se
proclama la utilidad de la c ien cia , a la que ilustran con las m áquinas y
los m odos de producción e x is te n te s en una ép oca determinada.^ A este
respecto, B acon no sólo ha sido tomado en serio — com o e s lo d e­
bido— , sino tam bién literalm ente — co m o no se d e b e — . Las innova-

’ En donde están mejor ikislradas las dificultades del tiistoriador con la tecnología
como ciencia aplicada es en ias discusiones sobre la Revolución industrial. La actitud
más antigua es la de T. S. Ashton, The Industrial Revoiution, 1760-1830 (Londres y Nueva
York: Oxford University Press, 1948), p. 15: “ La corriente del pensamiento científico
inglés, que arranca de las enseñanzas de Francis Bacon y se increm enta con el genio de
Boyle y el de Newton, fue uno de los principales tributarios de la revolución indus­
trial.” Roland Mousnier, en el Progrès sciejüifique et technique au xvill^ sièck (París: Pion,
1958), adóptala posición opuesta en una form a de lo más extrema, argumentando la total
independencia de los dos fenómenos. Corrigiendo la idea de que la Revolución industrial
fue ciencia newtoniana aplicada, puede decirse que es m e jo ría versión de Mousnier,
pero esta misma se desentiende de las im portantes interacciones metodológicas e
ideológicas de la ciencia del siglo W tit con la técnica. Sobre estos puntos, véase más
adelante, o bien el excelente bosquejo que iiay en el capítulo "S cience” , en E. J.
H o b s b a w n , T / í e o f Rerolutioiiy 1789-1848 (Cleveland; W orld P ublisliing Company,
1962).
166 ESTUDIOS HISTO RIOGRÁ FICOS

cio n e s m e to d o ló ^ c a s d el siglo x v iiso n v ista s, por tanto, com o la fuente


d e una cie n c ia útil y con solidad a. E xplícita o im plícita m en te, se dice
q u e la cien cia ha venido in fluyend o ca d a v ez m ás, d esd e en to n ces, en
los a sp e c to s so c io ec o n ó m ic o s. S u c e d e , sin em bargo, que a pesar de
los tres siglos de exho rta cio nes d e B acon y s^s su ce so r e s, la tecnología
floreció sin aportes e s p e c ia le s e im portan tes de las c ien cia s h asta hace
casi c íe n años. La aparición d e la c ie n c ia com o e lem en to motor dé
prim era m agnitud en e l desarrollo so c io ec o n ó m ic o no fue un fenómeno
gradual, sino repentino, anunciado sign ificativam en te y por primera
vez en la industria d el teñido quím ico-orgánico, a partir de 1870;
continuó con la industria eléc tr ic a d e sd e 1890; y se aceleró rápida-
m en te d esd e 1920. V er e s to s a c o n tec im ien to s co m o las consecuencias
resu ltan tes d e la R evolu ción cien tífíca, equivale a pasar por alto una
de las transform aciones h istóricas, radicales y e s e n c ia le s dei mundo
con tem poráneo. M u ch as de la s d isc u sio n e s c o m u n e s a ce rc a de la
poHtica cien tífíca serían m ás fructíferas si la naturaleza de e s te cambio
estu viera mejor entendida.
A d icho ca m b io volveré m ás a d ela n te, pero prim ero deb o bosquejar,
a unque sim plista y d o g m á tica m en te, sus a n te c e d e n te s . L a c ie n c ia y la
tecnología fueron activ ida d es distintas h a sta antes de q ue Bacon
anunciara su unión a prin cipios d e l siglo xvii, y luego continuarían
separadas por casi tres siglos m ás. H a sta fin e s d el siglo xix, las
in novacion es tecn o ló g ica s im portantes ca si nunca provinieron de los
h o m b res, las in stitu cio n e s, o lo s grupos s o c ia le s q ue trabajaban para
las cien cia s. A u n q u e los cien tífic o s h icieron algunas in cu rsiones en la
tecnología, y p e s e a q ue su s v o ce ro s a m en ud o proclamaran éxitos,
q u ie n e s ver dad eram en te contribuyeron al desarrollo te c n o ló ^ c o fue­
ron p red o m in a n tem en te los m aestro s de oficios, io s artesanos, los
trabajadores y lo s in g en io so s in ven to res, e s te último grupo a menudo
en agudo conflicto c o n su s co n tem p o rá n eo s científicos.® El desprecio
por los in ven tores se p u e d e encontrar rep etid a m en te en la literatura

® R. P. Multhauf, “The Scientist and the ‘Improver’ of Technology”, Technology and


Culture^ 1 (1959): 38-47; C. G. GiUispie, Encyclopédie and the Jacobin Philosophy of
Science”, en M. Clagett, compilador, Cñtical Problems in the History o f Science (Madison:
University of Wisconsin Press, 1959), pp. 255-289, Para indicios sobre una explicación
de la dicotomía, véanse mis “Comments”, en R, R. Nelson, compilador, The Rate and
Direction o f Inventive Activity, informe de la Oficina Nacional de Investigación Económica
(Princeton: Princeton University Press, 1962, pp. 379-384 , 450-457, y el epílogo de mi
artículo: “The Essential Tension: Tradition and Innovation in Scientific Research”
[capítulo IX de este Ubro], en C. W. Taylor y Frank Barron, compiladores, Scieniifíc
Creativity: Its Recognition and Development (Nueva York: Wiley, 1963), p. 341-354.-
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 167

científica,y la h o stilid a d para co n los c ie n tífic o s p rete n sio so s, ab strac­


tos y distraídos e s un tem a recu rren te en la literatura de la tecn ología.
Incluso hay p m e b a s de q u e e s ta p olarización en tre la c ie n c ia y la
tecnojpgía tien e h ond as ra íce s so c io ló g ic a s, la historia no nos habla
de niiiguna so c ied a d que haya logrado a rreglárselas para fom entar
ambas al m ism o tiem p o .
G recia, cu an d o h ubo de valorar su c i e n c ia , vio a la te c n o lo g ía com o
herencia co m p leta de su s d io se s antiguos; R om a, fam osa por su tecn o ­
logía, no produjo una c ie n c ia n o tab le. La serie de in no v a cio n es tecn o -
¿fógicas de fin a les d el m ed io evo y d el R en a cim ien to , q ue posibilitaron
la parición de la cultura eu rop ea m oderna, habían term inado m ucho
antes de q u e la R evolu ción cien tífíc a com enzara. A unque Inglaterra
produjo una s e r ie im portante d e in novad ores aisla d o s, esta b a atrasada,
cuando m en o s en la s c ie n c ia s a b stracta s d esarrolladas durante e l siglo
que cubre la R ev o lu ció n in d u stria l, m ien tras q u e F ran cia, co n una
tecnología de seg u n d a c la se , era e l p od er c ien tífic o p rep on deran te.
Con las p o sib les e x c e p c io n e s (aún e s d em asiad o pronto para a seg u ­
rarlo) de los E sta d o s U n id o s y la U nión S o v iétic a — d esd e ce r c a de
1930 — , A lem a n ia h a sido e l ú n ico p aís q ue, durante el siglo que
precedió a la seg u n d a Guerra M undial, ha m anten id o sim u ltá n ea ­
mente trad icion es de prim era categoría tanto en las c ie n c ia s com o en la
tecnología. La sep a ra ció n in stitu cio n a l — las u n iv ersid a d es para ÍFis-
$emckaft> y la s Technische Hochschulen para la in d u stria y las a rtes— es
una p o sib le c a u sa de e s e sin gular éxito. P ara com en zar, e l h istoriador
del desarrollo so c io ec o n ó m ic o haría bien en tratar a la c ie n c ia y a la
tecnolo^ a co m o em p resa s rad icalm en te d istin ta s, igual que cuando
habla de c ie n c ia s y artes. Q u e xas tecn o lo g ía s d esd e e l R en acim ien to
hasta fin a les d el siglo Xíx hayan sido cla sifica d a s g en era lm en te com o
artes no e s un a cc id e n te .
D esd e e s ta p ersp ectiv a , p u ed e uno p regu n tarse, com o e l historiador
socioeconóm ico d eb ería h a cerlo tam b ién , c u á le s son la s in tera ccio n es
entre la s d os a ctiv id a d es, v ista s ya d istin ta s u na de otra. T a les in tera c­
ciones han sid o , ca r a cte rístic a m e n te, d e tres c la se s: una q u e vien e
desde la an tigü ed ad; la seg u n d a , de m ed iad os d el siglo xviii; y la ter­
cera, de fin e s d el xix. La m ás duradera, h oy p rob ab lem en te d eter­
minada ex cep to en las c ie n c ia s so c ia le s, e s la d el efe cto de la s te c ­
nologías p re e x iste n te s, cu alq u iera que se a su fu en te, sob re la s c ie n ­
cias. La e stá tic a antigua, la s n u ev a s c ie n c ia s d el siglo xvii com o el
m agnetism o y la q u ím ica, y el desarrollo de la term od inám ica en
el siglo XIX son algunos ejem p los. En ca d a uno de esto s c a so s y de
168 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

m u ch os otros, a v a n ces verd ad era m en te im p ortan tes en el entelbdi-


m ien to de la naturaleza ocasion aron q u e los c ien tífic o s decidieran
e stu d ia r lo q ue lo s artesan os habían aprendido a h acer. E x isten otras
c a u sa s im portan tes de la s n o v ed a d es que se dan en la s c ie n c ia s, pero
é sta ha sido m uy a m enudo m en o sp recia d a , ex c ep to , tal vez por los
m arxistas.
En todos e s to s c a s o s , sin em bargo, lo s b en eficio s o b ten id os han sido
para la cien cia , no p a ra la tecn olo gía , punto q u e a m en ud o no advierten
lo s historiad ores m arxistas. C uando K epler estu d ió las dim ensiones
ó p tim as de los to n e les de vino, la s p rop orciones que adm itirían un
con ten id o m áxim o con ia m enor can tidad de m adera, ayudó a inventar
el cá lcu lo d iferencial; p ero, com o d escu b rió, lo s to n eles de vino exis­
te n te s ya esta b a n co n stru id o s con la s d im e n sio n e s q u e dedujo.
C uando Sadi Carnot s e p u so a la tarea de p roducir la teoría de la
m áquina de vapor, uno de los p rim eros m otores, para cu y a construc­
ció n , subrayó é l, la c ie n c ia h a b ía contribuido poco o nada, el resultado
fue un p aso im portante h acia la term od inám ica; su s p rescripcion es
para m ejorar la m áquina, sin em bargo, ya ias habían p u esto en prác­
tica lo s in gen ieros a n tes de q u e aquél com enzara su s estudios.® Con
p oca s e x c e p c io n e s, ninguna de im portan cia, los c ien tífic o s que se
volvieron h acia la tecn o lo g ía ú n ica m en te lograron validar y expU car las
téc n ic a s ya esta b le c id a s sin ayuda de la cien cia ; lo que no lograron fue
m ejorarlas.
U na segu n d a vía de in tera cció n , v isib le d esd e m ed iad os d el siglo
xvm , fu e, en la s artes p rá ctic a s, e l em p leo c r ec ie n te de m étodos
tom ad os de las c ie n c ia s y algunas v e c e s h asta de los c ien tífic o s m is­
mos.^® L a efic a cia de tal m ovim ien to se d e sc o n o c e todavía. N o tuvo,
por ejem p lo, ningún p ap el a p reciab le en el desarrollo de la nueva
m aquinaria textil y en las téc n ic a s de fu n d ició n d el hierro, tan impor­
tan tes para la R evolu ción in d u stria l. P ero ia s “ granjas experim enta­
le s ” d el siglo. XVIII en Inglaterra, los libros de registro de lo s criadores
de ganado, y lo s ex p erim en to s a cerca d el vapor q u e realizó W att para
con stru ir su co n d en sa d o r separado son todos ello s acon tecim ien tos
® W. C. Unwin, “ The Developm ent o f the Experimental S tu d y o f Heat Engines” , The
Klectrician, 35 (1895); 46-50, 77-80, es una sorprendente relación de las difieultades
encontradas al tratar de aplicar la teoría de Carnot y sus su cesores al proyecto de
ingeniería.
C. C. Gillispie, “The Natural History of Industry”, ¡sis, 48 {1957); 398-407; R.E.
Schofieid, “The Industrial Órientation o f the Lunar Society of Birmingham”, fsús, 48 (1957):
408-415. Nótese ia medida en que ambos autores, aunque discrepan vehementemente, se
encuentran sin embargo defendiendo la misma tesis con diferentes palabras.
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 169

vistos, p la u sib lem en te, com o in ten to s c o n sc ie n te s por utilizar los m é­


todos c ie n tííic o s en la s artes y los oficios; y ta les m étod os resultaron
productivos en o ca sio n e s. F ueron p o co s los h om b res que io s utiliza­
ron; con todo, dieron su aporte a la cien cia con tem p orán ea, q ue, de
todlis m odos, p o co s de e llo s co n o cía n . C uando tuvieron éxito no fue
p o r ia ap lica ció n de la c ien cia ex iste n te , sino por el ataque frontal,
m etodológicam en te refinado, de una n ecesid a d so cia l recon ocid a.
Sólo en la q u ím ica e s donde la situ ación e s m ás am b igu a ." Fue
p rincipalm ente en F ran cia en donde q u ím ico s d istin gu id os, com o
Lavoisier y C . L. B erth ollet, fueron em p lea d o s para su pervisar y
m ejorarlas in d u strias d el teñ id o , la cerám ica y la pólvora. S u s p res­
crip cion es, m ás a d ela n te, tuvieron un éxito ev id en te. Pero los cam b ios
que introdujeron no fueron ni m uy im portan tes ni, ta n g ib lem en te,
debidos a la teoría o a los d escu b rim ien to s de la quím ica de su ép oca.
La nueva quím ica de L avoisier, un ejem plo a m ano, nos dio, sin lugar a
dudas, un m ejor y m ás profundo en ten d im ien to de la tecnología p re­
existente para la reducción del mineral, la elaboración de ácidos, y
otras m ás. Por otra parte, dio cabida al mejoramiento gradual de las téc­
nicas de control de calidad. Pero no produjo cam bios fundam entales
en estas industrias ya estab lecid as, ni tuvo una participación notable,
durante el siglo xix, en las n u evas tecn o log ía s de la so sa , o d el hien'o
forjado y el acero. Si se b u scan los p rocesos n u ev o s y de im portan cia,
resu ltan tes d el desarrollo d el co n o cim ien to cien tífico , habrá que e s p e ­
rar a q u e m aduren la quím ica orgánica, la electricid a d y la term odiná­
m ica durante la s g en er a cio n e s de 1840 a 1870.
L os p rod uctos y lo s p ro ceso s resu lta n tes de la in v estig a ció n cien tí­
fíca anterior, y q u e para su desarrollo d ep en d en de in v estig a cio n es
ulteriores realizadas por h om b res con form ación cien tífica , m uestran
un tercer m odo de in teracción entre la cien cia y la t e c n o lo g í a .D e s d e
su aparición, h a ce un sig lo , en la in du stria de lo s tin tes orgán icos, ha
transform ado la co m u n ica ció n , la gen eración y d istrib ución del poder
(dos v e c e s ), lo s m a teria les tanto de la in du stria com o de la vida diaria,
y tam bién la m ed icin a y la tecnología b élica . H oy en día, su om nipre-
sen cia e im portan cia ocu lta n la b rech a real, todavía e x iste n te , entre la
" H. GLterlac, " Som e Frt;m:h Antecedtuits <,>f the Chemical Revoliitiun’·. C7¡ v«u«, 5
(1968): 73-112; Archibald Clow y N, L. Clow, The Chemical Revolution (Londres: Batch-
vvitrtli P ress, 1952); y L. F. Haber, The Chemical Industry during the Nineteenih Century
(Oxford; Clarendon Press, 1958).
Jifiití Beer. The Emergence o f the C<‘rma/t Dye / rtdi/slry., flljncis Studies in tlie Social
Scien<'es, vol. 44 (Urbana: University of Illinois Press. i959); H. C. Passer. The Electrical
Manufacturers Í B 7 5 -1 9 00 (Cambridge. Mass.: Harvard University P ress, 1953).
170 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

c ien cia y la tecn o lo g ía . P or esta r en p len a m a n ifesta ció n e s te proceso,


e s d ifícil d arse c u en ta de lo re c ie n te y d ecisiv a q u e ha sido la aparición
de e sta form a de in tera cció n . A un lo s h istoriad ores so cio eco n ó m ico s
rara v ez p a recen d a rse cu en ta de la s d iferen cia s cu a lita tiv a s entre las
fuerzas q u e prom ovieron el cam b io en la R evolu ción industrial y
la s q u e se hallan a ctiv a s en el siglo xx. M ás todavía, la mayoría
d e los libros d e h istoria g en era l en m ascaran la e x iste n c ia d e tal trans­
form ación. Y uno no n e c e sita inflar la im portan cia de la historia de
la c ien cia para im aginar q u e, d e sd e 1870, la c ien cia ha asum ido un
papel q u e ningún estu d io so d el d esarrollo so cio eco n ó m ico m oderno
p u ed e pasar por alto, si e s q u e se p recisa d e resp o n sa b le.
¿C u á les son la s c a u sa s d e la tran sform ación y de qué m anera puede
contribuir el h istoriador so c io ec o n ó m ic o para q u e sea n en ten did as?
O pino q u e son d os, de la s c u a le s él p u e d e reco n o cer la prim era y
ayudar a d esem b rollar la seg u n d a . N in gu n a c ie n c ia , por m uy desarro­
llada q u e e s té , n e c e sita ten er a p lic a cio n es q u e a fec te n sign ificativa­
m en te la tecn o lo g ía en u so. L as c ie n c ia s c lá sic a s, com o la m ecá n ica , ía
astronom ía y ias m a tem á tica s sufrieron p o ca s tran sform acion es aun
d esp u é s d e la co n m o ció n ocurrida durante la R evolu ción cien tífíca.
L as c ie n c ia s tran sform ad as fu eron la s origin adas durante e i m ovi­
m ien to bacon iano d el siglo xvn, p rin cip a lm en te la q u ím ica y la electri­
cid ad . P ero in clu so é s ta s no alcanzaron los n iv eles de desarrollo que se
requerían para p rod ucir a p lic a cio n es im p ortan tes h a sta m ed iad os del
últim o tercio del siglo xíx. A n tes de q u e e sto s ca m p o s m aduraran, a
m ed ia d os de tal sig lo , p o ca s eran la s c o sa s de im portan cia so c io ec o ­
n óm ica sign ificativa que p ud ieran h a b er sido p rod ucidas por c u a l­
quiera d e lo s d istin to s ca m p o s c ien tífic o s. N o o b sta n te q u e pocos
h istoriad ores so c io ec o n ó m ic o s cu en ta n co n la s h erram ien tas para se­
guir lo s a sp e c to s té c n ic o s de lo s a v a n ces que rep en tin a m en te hacen
que u na c ien cia c o m ie n c e a p rod ucir m a teria les n u e v o s e in v en to s, es
seguro q u e ten gan co n c ie n c ia de e s o s a v a n ces así com o d el singular
p ap el q u e d esem p eñ a n .
E i d esarrollo té c n ic o in tern o no fu e , co n todo, e l ú n ico req u isito para
la aparición de una c ien cia con sig n ifica ció n so c ia l, y a cerca de lo que
falta e l h istoriador so c io ec o n ó m ic o podría ten er m u ch a s c o sa s im por­
ta n tes q u e d ecir. D urante e l sig lo xix, la estructu ra in stitu cion a l y
so cia l de las c ie n c ia s se transform a de m aneras no an un ciad as por la
R evo lu ció n cien tífic a . E m p ezan d o en 1780 y con tinu and o a través de
la prim era m itad d el siglo s im ie n t e , la s e n to n c e s recién form adas
so c ie d a d e s de e s p e c ia lista s en la s d istin ta s ram as de la c ien cia tom a­
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 171

ron la prim acía q u e la s so c ie d a d e s n a cio n a les, q u e abarcaban toda la


cie n c ia , no habían logrado asum ir p len a m en te. A l m ism o tiem po,
proiiferaron la s rev ista s c ien tífic a s p rivad as, en e s p e c ia l la s referen ­
tes a d iscip lin a s e s p e c ífic a s , y p o co a p o co fueron rem plazando a las
p u tp c a cio n es de la s a ca d em ia s n a cion a les, ante*riormente e l m edio
casi ex clu siv o de co m u n ica ció n en tre c ie n tífic o s. Un cam b io sim ilar se
aprecia en ia ed u ca ció n c ie n tífic a y en el lugar q u e se le da a la
in vestigación . A ex c ep ció n de la m ed icin a y de algunas e s c u e la s m i­
litares, la ed u ca ció n c ien tífic a a p en a s ex istió a n tes d e la fun dación de
ia École pofytechnújue en la últim a d éca d a d el siglo xviIí. In stitu cio n es
por el estilo se propagaron ráp id am en te, prim ero en A lem an ia, des~
pués en los E sta d o s U n id os y, fin a lm en te, en Inglaterra, aunque aquí
más im p r ec isa m en te . Con ella s, se desarrollaron a la v ez otras form as
in stitu cio n a les n u ev a s, esp e c ia lm e n te la en señ a n za y la in v estig a ció n
de laboratorio, com o el de J u stu s von L ieb ig en G iessen o e l C olegio
R eal de Q u ím ica d e L o n d res. É sto s son lo s a co n tecim ien to s que
primero h iciero n p o sib le y d e sp u é s m antuvieron io q u e an teriorm ente
apenas s i h abía existido: la carrera cien tífic a p rofesio n a l. C om o v iv e­
ros de c ie n c ia s p o te n c ia lm en te a p lica b les, ap arecieron con relativa
rapidez y d e im p roviso. Junto con la m aduración de la s cien cia s
b acon ian as, e s a s form as in stitu cio n a le s n u eva s son e l fun dam en to de
una s e ^ n d a revolu ción c ien tífíc a q u e p u ed e u b icarse en la prim era
mitad d el siglo x i x , y e s un a co n tecim ien to h istórico de por lo m en os
tanta im p ortan cia para el en ten d im ien to de lo s tiem p o s m odernos
com o la prim era. Y a e s hora de que se le in clu y a en los libros de
historia, p ero e s una parte m uy im portante d e otros p ro ceso s d el siglo
XIX, com o para q u e sea tarea ex clu siv a de los h istoriad ores de la
cien cia .

H e d escrito h a sta aquí el d esc u id o de los h istoriad ores h a cia la c ie n c ia


y su h istoria, subrayando m ientras tanto q u e la cu lp a e s e x c lu siv a ­
m en te de lo s h istoria d o res, aunque algo de é s ta p u d iera a sig n á rsele a
los e s p e c ia lista s q u e h an esco g id o a la c ien cia com o objeto de estu d io.
Hoy en d ía, por razones de la s q u e hablaré m ás a d ela n te, e l d eslin d e de
resp on sab ilid a d es m e p a rec e cad a v ez m ás ju stifica d o , aunque a*final
de c u e n ta s r e su lte in ju sto. P ero ia situ a ció n actu al e s e n parte pro­
ducto d el p a sa d o . Si se va·a analizar a fondo la b rech a abierta en tre la
historia y la h istoria de la c ie n c ia con e l fin de ten der un p u en te entre
ella s, habrá q ue em p ezar por reco n o cer la con trib ución al sep aratism o
h ech a por la h istoria de la h istoria d e la cie n c ia .
172 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

H a sta los prim eros años de e s te siglo, la historia de ia cien cia , ;o lo


poco que había de ella , estab a dom inada por d os trad iciones principal­
mente.^^ D entro de una de ella s, q u e p u ed e seg u irse ca si ininterrum ­
p id a m en te d e sd e C on d orcet y C om te a D am p ier y Sarton, se veía el
ava n ce cien tífico com o e l triunfo de ia razón so b re la superstición
prim itiva, el ú n ico ejem p lo de la h um anidad qu e actú a en su plano más
elevad o. A un qu e d e una eru d ición en o rm e, p arcia lm en te ú til todavía,
las cró n ica s que es ta tradición produjo fu eron , en últim a in stan cia, de
carácter exhortatorio, co n — co sa n o ta b le— m uy p o ca información
sobre el con ten id o de la c ie n c ia , ab un dan do, en cam b io, en autores y
fe c h a s de d escu b rim ien to s. Saivo co m o referen cia oca sio n a l o para
preparar artículos h isto rio g rá fico s, ningún historiador contem poráneo
de ia cien cia 'la s le e , h ech o q u e no p a rece haber sido ap reciad o aún en
toda su ex ten sió n — com o d eb iera serlo — por la totalidad de la profe­
sión h istórica. A unque sé q u e ofen d erá a algunas p erso n a s, cuyos
sen tim ien to s resp eto , no v eo otra salida q u e la de subrayar el punto.
L os h istoriad ores de la c ien cia ten em o s para co n ei fa llecid o George
Sarton una deu da in m en sa por el p ap el q u e d esem p eñ ó en el estab le­
cim ien to de n uestra p rofesió n , pero la im a g en d e la e sp e cia lid a d que él
propagó con tinú a h aciend o m ucho daño, a pesar d e q ue ya fue d ese­
ch ad a h a ce tiem po.
La segu n d a trad ición, m ás dañina tanto por su s e fe c to s com o poi­
que aún m uestra cierta vitaÜ dad, p articu larm en te en la Europa conti­
n en tal, se origina con los cie n tífic o s p ra ctic a n tes, a v e c e s em in en tes,
q u ien es de tiem po en tiem p o elaboran h isto ria s de su s resp ectivas
esp e c ia lid a d e s. S us trabajos su e le n ser resu ltad o secu n d ario de la
ped agogía c ien tífic a y está n d irigidos p red o m in an tem en te a los estu­
d ia n tes de c ie n c ia s. A d em á s d el atractivo in tr ín sec o , vieron en tales
h istorias el m ed io de d ilu cid ar el co n ten id o de su esp ecia lid a d , de
esta b lec er su tradición y de atraer estu d ia n tes. S u s obras fueron, y
son todavía, b astan te téc n ic a s y la s m ejores de ella s sigu en siendo
ú tiles para los e s p e c ia lista s co n d ife re n tes in clin a c io n es historiográfi-
ca s. P ero v ista com o h istoria, al m en os d esd e la s p ersp e ctiv a s actua­
le s, esta tradición tien e dos g ra n d es lim ita cio n es. Salvo en ocasionales
d ig resio n es in g en u a s, produjo ex c lu siv a m en te h isto ria s internas que
no tom an en cu en ta ni el co n tex to ni los e fe c to s ex tern os de la evolu­
ción de los co n ce p to s y de las téc n ic a s que tratan. E sta lim itación no es
en sí un d efec to , porq ue la s c ie n c ia s m aduras por lo regular están más
Varios de los siguientes puntos están desarrollados con más amplitud en mi “History
of S cien ce” , ¡nternaúorKil Encyclopedia o f the Social Sciences {Nueva York, 1968), 14:74-83.
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 173

aisladas d el clim a exterior — al m en os d el de la s id e a s— q u e lo s


demás ca m p o s crea tiv o s. P ero fu e, in d u d a b lem en te, una tradición
exagerada y , de cu a lq u ier m anera, trabajar dentro de esta m odalidad
perdió atractivo para lo s h istoriad ores, ex c ep to , tal v ez, para ios
h ist|ria d o res d e las id ea s. S in em bargo, aun los m ás puros h istoriado­
res de la s id e a s fueron rech a za d o s y en o ca sio n e s con fu n d id os por otro
defecto, m ás p ron un ciad o, de esta tradición. L os c ien tífic o s h istoria­
dores, a sí co m o su s seg u id o re s, se caracterizaron por im pon erle al
pasado las ca teg o ría s, los c o n c e p to s y los m o d elos cie n tífic o s con tem ­
poráneos. A v e c e s , una esp e cia lid a d q u e ellos recon stru ían d esd e la
antigüedad, ap en as había sid o reco n o cid a com o d iscip lin a autónom a
una g en eración atrás. A un co n o cien d o el cam po propio de e s a d isci­
plina restauraron su con ten id o actu al con textos an tiguos tom ados de
cam pos h eter o g én eo s, sin d a rse cu en ta de q u e la tradición así re co n s­
truida n u n ca había existid o . A d e m á s, g en era lm en te lo s co n ce p to s y
las teorías d eí p asad o eran tratados com o a p roxim acion es im p erfecta s
de la s q u e esta b a n en u so , ocu ltand o tanto la estructu ra com o la
integridad de la s trad icion es cien tífic a s an teriores. In ev ita b lem en te,
las h istorias escr ita s de esa m anera reforzaron ia im presión de que la
historia de la c ie n c ia e s una cró n ica, no m uy in te re sa n te , d el triunfo
del m étodo ortodoxo sobre el error d escu id ad o y la su p erstició n . Si
ésos fueran ios ú n ic o s m o d elos a c c e s ib le s, so la m en te se podría criti­
car a los h istoriad ores por la fa cilid ad con q u e s e en gañ an.
Pero é sto s no son ni los ú n ic o s ejem p la res m od elos ni tam poco lo s
predonninantes durante los ú ltim os treinta añ os. É stos p rovienen de
una tradición m ás recien te q u e fu e adaptando a la cien cia un en foqu e
creado en ia s h istorias de la filosofía prod ucidas a fin es d el siglo xix .
En esa área, claro, sólo los m ás ad ep to s podían sen tirse seg u ros de su
habilidad para d istingu ir el co n o cim ien to verdadero d el error y la
su perstición. C om o resu ltad o, lo s h istoriad ores rara v ez podían e s c a ­
par de la fu erza d e un p recep to , m ás tarde en u n ciad o co n cisa m e n te
por B ertrand R u ssell: “ Ai estu d iar a un filósofo, la actitud correcta no
es ni de v en era ció n ni de m en o sp recio , sin o, en prim era in sta n cia , una
esp e cie de sim p atía h ip o tétic a , h a sta que se a p o sib le sa b er q u é se
siente al creer en su s teo ría s.” En la historia de las id eas, la tradición
resultante e s la qu e produjeron E rnst C assirer y Arthur L ovejoy, cu y o s
trabajos, a p esa r de su s p rofun das lim ita cio n e s, han ten ido una in ­
flu en cia en orm e y fru ctífera en la m anera d e tratar id ea s en la historia.
'■* Bertrand Russeü, A History o f Western Philosophy (Nueva York: Simón & Schuster,
1945), p. 39.
174 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

Lo sorp ren d en te y que falta ser exp lica d o e s la a u sen cia d e alguna
in flu en cia com p arab le, siq u iera en los historiad ores in te le ctu a le s, de
lo s trabajos d e los h om b res q u e, sig u ien d o a A lexan d re K oyré, han
esta d o d esarrolland o, durante u na g en era ció n , los m ism o s m odelos
para la s cien c ia s. La c ie n c ia , vista a través d e su s e scr ito s, no e s la
m ism a a ctivid ad que ia rep resen ta d a en cu alq u iera de la s tradiciones
an tigu as. P o r prim era vez, s e h a con vertid o, co m o p o sib ilid ad , en una
em p resa totalm en te h istórica, com o la m ú sica , la literatura, la filosofía
o el d erech o.
D igo “ com o posibilidad^’ p orq ue e s e m odelo tien e tam bién sus
lim ita cio n es. A u n q u e se ha am pliado e l tem a propio d el historiador de
la c ie n c ia a todo el co n tex to d e la s id e a s, co n tin ú a sien d o historia
interna, ya que le pone p o ca o ningu na aten ció n al co n tex to in stitu cio­
nal o so cio eco n ó m ico dentro d ei cu a l se han d esarrollado las cien cia s.
La h istoriografía r e cien te , por ejem p lo, ha h ech o que s e p ierda la
co n fian za en e l m ito d el m éto d o , p ero lu ego ha ten id o d ificu ltad en
en con trarle un p a p el sig n ifíc a m e dentro d el m ovim ien to b acon iano, y
p rá ctica m en te ha h ech o a un lado tanto la te sis M erton com o la
relación en tre ia c ie n c ia y la tecn o lo g ía , la in d u stria, o la s artesanías.
E s tiem p o de co n fesa r q u e algunas de las le c c io n e s ob jetivas que he
leíd o a lo s h istoriad ores cita d o s podrían circu lar tam b ién , y p rovech o­
sa m en te , en mi propio cam p o. P ero la s á rea s a la s q u e se aplican estas
le c c io n e s ob jetivas son los in te rstic io s en tre la h istoria de ia cien cia y
los in te r e se s , h oy c o m u n e s, d el h istoriador cultural y so cio eco n ó m ico .
E s n ecesa rio que los trabajen am bos gru p os. Y a e stá dado un m odelo
d el desarrollo interno d e la c ie n c ia , e l cu al nos da p u n to s d e en trad a, y
lo s h istoriad ores de la c ie n c ia se están vo lcan d o h a cia é l, m ovim iento
q u e anahzaré en la s c o n clu sio n e s. N o tengo co n o cim ien to de que haya
otro m ovim ien to d e tal m agnitud dentro de la p rofesión h istórica.

E s ev id e n te q ue lo s h istoriad ores de la c ie n c ia d eb en com partir la


cu lp a . P ero ninguna Hsta de su s p eca d o s p a sa d o s y p resen te s ex p li­
cará la realidad de la rela ció n actu al co n e l resto de ia p rofesión
h istó rica . L a a cep ta ció n gen eral q u e han m erecid o su s trabajos se
d eb e p rin cip a lm en te al libro de B u tterfield , p u b lica d o h a c e ca si
treinta añ os, cu an do la d iscip lin a se en con trab a en em b rión , y que
n u n ca fu e asim ilado por com p leto . El d esd én de ío s historiadores
c ien tífic o s por su prop ia m ateria, q u e e s la cien c ia , se agudizó esp e -

T. S. Kuhn. “ Alexandre Koyré and the History of S c ie n c e ” , Encounter, 34 (1970);


67-70.
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 175

cíalm ente durante lo s años en que é sta se convirtió en una fu erza


histórica de p rim era im p ortan cia. A unque co m ú n m en te asign ada a los
departam entos d e h istoria, lo s h istoriad ores llev a n su s cu rso s y sólo en
o casion es le e n io s tex to s sob re e lla . S o la m en te p uedo esp e c u la r
a c e i c a d e la s c a u sa s d e e sa situ a ción y parte de e s a esp e c u la c ió n trata
de tem as q u e co n o zco so la m en te por co n v er sa c io n e s co n co leg a s y
am igos. Sin em b argo, ap rovecho la oca sió n que m e da e s te libro com o
excu sa para esp e cu la r.
D os c la s e s d e ex p lic a c io n e s son o b v ia s, de las c u a le s, la prim era
surge d e lo q u e quizá sea , en tre la s d iscip lin a s ap ren d idas, un factor
único para la h istoria. La h istoria d e la c ien cia no e s , en p rin cipio, una
esp ecia lid a d m ás redu cida q u e, digam os, la p olítica, la d ip lom acia, la
historia so c ia l o la in telectu a l; tam poco su s m éto d o s son rad icalm en te
d iferen tes de io s u tilizad os en e so s ca m p o s. P ero e s una e sp e cia lid a d
de tipo d iferen te, p orq ue se in te re sa en prim era in sta n c ia por la
actividad d e un grupo e s p e c ífic o — ^los c ie n tífic o s— , y no por u n
conjunto de fen ó m e n o s q u e, p ara com en zar, d eb an ser abstraídos d e la
totalidad de la s a ctiv id a d es dentro d e u na com u nid ad defirúda geográ­
fica m en te. D e sd e e s te p u n to d e vista , su vín cu lo natural e s co n la
historia de la literatura, de la filo so fía , de la m ú sica , y de las artes
plásticas.^® S in em b argo, e s ta s e sp e cia lid a d es no se im parten en lo s
d ep artam entos de h istoria. En vez de e so , so n m ás o m en os p artes
in teg ra les d el program a d el departam ento d ed icad o a la d iscip lin a
cu ya historia s e va a estu d iar. Tai vez los h istoriad ores rea ccio n a n a la
h istoria d e la c ie n c ia d e i m ism o m odo q u e a la h istoria d e otras
d iscip lin a s. E s p rob able que la ten sió n q ue se sie n te dentro d e l m ism o

M. I. Finley señala que ia historia de la ley resultaría ser de un paralelismo más


revelador todavía. La ley, a fin de cuentas, no es más que otra de las cla ses de
acontecimientos que los historiadores han estudiado tradicionalmente. Pero, salvo por
la referencia a la expresión de la voluntad de la sociedad mediante la le^ sla ció n , los
historiadores rara vez atienden a su evolución com o institución. En la conferencia, las
reacciones a la insistencia de P eter Paret de que la historia militar debe ser, en parte, la
historia del estabiecim iento militar com o institución cuya vida es en parte la suya propia
sugiere io profundamente arraigada que está la resistencia a la historia disciplinaria.
Por ejemplo, los participantes sugirieron que ía historia militar debiera se r el estudio de
ios orígenes sociales de la guerra y de los efecto s de ésta sobre la sociedad. Pero estos
temas, aunque tal vez reflejen las razones principales para d esear que s e haga la historia
militar, no deben ser su foco primordial. La comprensión de las guerras, su desarrollo y
con se cu en cia s dependen esen cialm en te de co m p ren d erlo s establecim ientos militares.
En todo caso, el tema guerra y-sociedad es tanto la responsabilidad del historiador
general com o de su colega especializado en la historia militar. Es muy estrecho el
paralelismo con la historia de la ciencia.
-■•‘gqj

176 ESTUDIOS HISTORIOGRAFICOS

dep.artam ento se a debida ú n ica m en te a la proxim idad en tre los dos


tipos de esp e c ia lista s. E sa su g eren cia se la debo a Carl S chorske,
uno de los dos h istoriad ores con q u ie n e s m is estu d ia n tes y yo hem os
trabajado con ju n ta m en te, m ás de cerca y fm c tífe ra m en te , d esd e que
em p e c é a en señ a r en un dep artam ento de historia h a ce catorce años.
É l m e ha p ersuad ido — aunque fu e cu an do e s te en sa y o se encontraba
ya b astan te avan zad o— de q u e m uchos de los problem as exam inados
bajo el rubro de la cien cia -en -la -h isto ria -in telectu a l tien en paralelos
p reciso s en las d isc u sio n e s típ icas de los h istoriad ores de la s dem ás
p ro fesio n es in te le ctu a le s, literarias y artística s. L os historiad ores son,
según él, ad ep to s a extraer de la s n o v ela s, p inturas o d isertacion es
filo só fic a s los tem as que reflejan p rob lem as so c ia le s y valores con­
tem p orán eos. Lo q u e co m ú n m en te no ad vierten, a v e c e s porque los
d iscu lp an racionaH zándolos, son los a sp ec to s de lo s a rtefactos deter­
m inados in tern a m en te, en parte d eb ido a la n aturaleza in trín seca de la
d iscip lin a que los prod uce y en parte por e l p a p el e s p e c ia l q u e el
p asado de esa d iscip lin a d ese m p eñ a en su evolu ció n actu al. Los
artistas, ya se a por im itación o por reb eld ía, con stru yen partiendo de
un arte del p asado. Al igual que lo s c ie n tífic o s, los filó so fo s, escrito res
y m ú sico s, viven y trabajan dentro de toda una cultura y dentro de una
tradición d isciplinaria propia y ca si in d e p e n d ie n te. A m bos m edios
d eterm in an su prod ucción creativa; p ero el historiador, por regla
gen era l, sólo le da im p ortan cia al prim ero,
A ex c ep ció n de mi propio cam p o, mi cap acid ad para evaluar esta s
g en era liza cio n es se red u ce a la h istoria d e la filo so fía . AlU, sin em ­
bargo, en cajan con ia m ism a p recisió n q ue en la historia de la cien cia .
C om o so n , a d em ás, extrem a d a m en te p la u sib le s, voy a aceptarlas
ten ta tiv a m en te. Lo que lo s h istoriad ores ven com ú n m en te com o h istó ­
rico en el d esarrollo de ca d a u na de la s d iscip lin a s crea tiv a s son
aq u ellos a sp ec to s que reflejan su esta r in m ersas dentro de una so c ie ­
d ad. Lo q ue muy a m en ud o rech azan , co m o algo no realm en te h istó ­
rico, son aq u ellos a sp e c to s in tern o s q u e le dan a la d isciplina una
historia con sen tid o propio.
La co n ce p c ió n q u e p erm ite e se rech azo m e p a rece p rofundam ente
ah istórica. El historiador no la ap lica en otros dom inios. ¿Por qué aquí
sí? C o n sid erem o s, por ejem p lo, la m anera com o lo s h istoriad ores
tratan las su b d iv isio n es geo gráficas y lin g ü ística s. M uy p o co s de ellos
negarían la e x iste n c ia de p rob lem as q u e p u ed en ser d iscu tid o s ú n ica ­
m en te dentro d el cuadro g ig a n tesco de la h istoria u n iversal. P ero no
por eso niegan q u e el estu d io del desarrollo de Europa o A m érica sea
LA HISTORIA Y LA HISTORLV DE LA CIENCIA 177

también h istórico . T am p oco n iegan e l s im ie n te p a so, q ue le en cu en tra


yn papel legítim o a la s h istorias n acio n a les y aun de la s p rovin cias, con
tal que sus' au tores sigan a ten d ien d o a lo s a sp e c to s de su m ateria
restringida q u e está n d eterm in ad os por la in flu en cia de lo s grupos que
los r^fdean. C uando, in ev ita b lem en te, los problem as de com u n icación
aparecen , por ejem p lo, en tre lo s h istoriad ores in g le se s y lo s d e la
Europa co n tin en ta l, todos se co n d u elen y se habla de ta p a o jo s h isto ­
riográficos que son , a d em á s, p o s i b l e s fu e n tes de error. L os sen tim ien ­
tos que se gen eran se a sem ejan a los que lo s historiad ores de la c ien cia
^ 0 el arte su ele n en co n tra rse, pero nadie diría en voz alta que la historia
de Francia e s , por d efin ició n , h istórica en algún sen tid o en e l q ue la d e
Inglaterra no lo e s . Aun a sí, ésa e s muy a m enudo la re sp u e sta cuando
las u n id ad es a n alíticas cam b ian de su b siste m a s g eo g rá fica m en te d e­
finidos a grupos cu y a co h esió n — no n ecesa ria m en te m en os (o m ás)
real que la d e una com u nid ad n acion al— proviene d el estu dio de una
disciplina e sp e c ia l y una fid elid ad a su s valores e sp e c ia le s. Q uizá si lo s
historiadores p udieran adm itir la e x iste n c ia de rem ien d os en el tejido
de Clío, podrían a cep tar con m ás facilidad que no h ay rasgaduras.
La re siste n c ia a la s h istorias d iscip lin arias no e s, por su p u esto , una
falla ex clu siv a de los h istoriad ores que laboran dentro de lo s departa­
m entos de historia. C on p o ca s ex c e p c io n e s n o ta b les, com o P a u l Kris-
teiler y E rw in P a n o fsk i, io s hom bres q u e estu d ia n el d esarrollo d e una
disciplina d e sd e dentro d el dep artam ento d ed icad o a esa m ism a se
concentran ex c e siv a m e n te en la ló ^ c a interna d el cam po q u e e s tu ­
dian, m u ch a s v e c e s p asand o por alto las c o n se c u e n c ia s y las ca u sa s
que tien en que ver con el co n tex to cultural. R ecu erd o, con profunda
vergüenza el día en que un estu d ia n te tuvo o ca sió n d e recordarm e que
el tratam iento relativista d el átom o, de Arnoid S om m erfeld , fu e ideado
a m ed iados de la prim era Guerra M undial. L as se p a ra cio n es in stitu ­
cionales d esa lien ta n la s se n sib ilid a d es h istó rica s a am bos lad os de la
barrera q u e form an. A q u el que en se ñ e dentro d el dep artam ento d ed i­
cado a la d iscip lin a q u e in v estig a se dirigirá ca si siem p re a lo s profe­
sionales d e esa d iscip lin a o, en e l ca so de la literatura y la s artes, a su s
críticos. C o m ú n m en te, la d im en sió n h istó rica d e su trabajo está su ­
bordinada a la fu n ción p ed a g ó g ica y al p erfeccio n a m ien to de la d isci­
plina a ctu al. La h istoria de la filo so fía , com o se en se ñ a dentro del
departam ento d e filo so fía , e s a v e c e s una parodia de lo h istórico. Al
leer un trabajo d el p a sad o, el filó sofo acostu m b ra buscar la p o sició n
del autor sob re lo s p ro b lem a s a ctu a les, lo critica co n la ayuda d el
aparato a ctu a l, e in terp reta su texto de m anera q u e co n cu erd e lo m ás
178 ESTUDIOS HISTORIOGRÁnCOS

que se a p o sib le con la doctrina m oderna. D urante el p ro ceso , el original


h istórico m uy a m en ud o lleg a a p erd erse. M e con taron , por ejemplo,
d e la r e sp u e sta q u e u n ex co leg a d e filo sofía le dio a un estu d ian te que
cu estio n a b a su lectu ra de un p asaje de M arx. “ S í” , dijo, “ las palabras
p a recen d e c ir lo que tú su g ier es. P ero eso no p u e d e ser lo que Marx
quería d ecir, porque e s ev id e n tem en te fa lso ,’’ La ca u sa de que hu­
biera esco g id o las palabras que esco g ió no era un problem a en el que
valiera la p en a d e ten er se.
En su m ayoría, lo s ejem p los d e parcialid ad que s e p usieron en vigor
al colo ca r a la h istoria.al servicio d e u n a d iscip lin a “ m adre” son más
su tiles, pero no m en o s ah istó rico s. El daño q u e ca u sa n no e s mas
gran d e, creo , q u e el oca sio n a d o por el rech azo de los h istoriadores de
la h istoria d iscip lin aria, pero seg u ra m en te sí e s de igu al m agnitud. Ya
se ñ a lé que la h istoria de la c ie n c ia m ostró el sín drom e ahistórico
cu an do fu e en señ a d a en lo s d ep a rta m en to s de c ie n c ia s. L as fuerzas
q ue han ido transfiriéndola a lo s d ep artam en tos de historia en años
r e cien te s la han colocad o en el lugar al que p erte n e c e . A unque la boda
fu e a p u n ta d e e sc o p e ta , y la forzada pareja no aca b a de em parejarse,
p u ed e q u e todavía, el día m en o s p en sa d o , n azca un hijo. No dudo de
q u e otras a so c ia cio n e s obligatorias, por e l estilo d e ésta , con los
p ro fesio n a les de otras ram as d el dep artam ento de historia tengan igual
p robabilidad d e dar fruto. Q u izá, co m o mí prim er jefe d el departa­
m en to de h istoria, e l difunto G eorge G uttridge, dijo una v ez, muy
pronto reco n o cerem o s lo m al que la historia se a d ecú a a la organiza­
ción d ep artam en tal de la s u n iv ersid a d es esta d u n id e n se s. Son inapla­
za b les algunos arreglos in stitu cio n a le s dentro y fuera d el departa­
m ento; tal v ez se e s té gesta n d o alguna facu ltad o e s c u e la de estudios
h istó rico s q u e p u ed a reunir a todos lo s in te re sa d o s, sin im portar su
afiliación d ep artam en tal.

H e esta d o con sid era n d o la su g er en cia de q u e las rela cio n es entre la


historia y la h istoria d e la c ie n c ia d ifieren ú n ica m en te en intensidad,
p ero no en calid ad , de la s re la c io n e s en tre la h istoria y el estu dio del
desarrollo d e otras d iscip lin a s. L o s p a ra lelo s son , creo, cla ro s, y nos
hacen adelantar un poco hacia el entendim iento del problema que se me
pidió exponer. Pero no son com pletos, y no lo explican todo. AI tratar la
literatura, el arte, o la filosofía, los historiadores, según lo he sugerido, sí
leen las fuentes, cosa que no hacen en las cien cias. La ignorancia del
historiador, incluso de las m ás im portantes etapas del desarrollo de la
ciencia, no tiene paralelo en las otras disciplinas que m aneja. Aunque
sean ofrecidos por otros departam entos, los cursos de historia de la
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA C IE N eiA 179

literatura y de las artes tien en m ás p o sib ilid a d es de atraer a los


historiadores, q u e lo s cu rso s de historia de la c ie n c ia . S obre todo, no
gjygte p rec ed en te en otras d iscip lin a s, de la a ten ción ex c lu siv a d el
historiador por un periodo particular cu an do d iscu ten una cien cia . Los
histíitíadores q u e co n sid era n su p erficia lm en te el arte, la literatura o la
filosofía tien d en a h a cer lo m ism o cu an do tratan tanto el siglo XIX
como el R en a cim ien to . L a c ie n c ia , por otro lad o, e s un tem a que s e
discute ú n ic a m e n te en tre 1540 y 1700. U na razón, seg ú n so sp ec h o , de
que el h istoriador le c o n c e d a e s p e c ia l im portancia al d escu b rim ien to
•del m étodo e s q u e lo p rotege de la n ecesid a d de v ér se la s co n la s
ciencias d esp u é s de e s e p eriod o. Con el m étodo de ésta s a la m ano,
dejan d e ser a h istó rica s, singular visión que no tien e p aralelo en la
manera com o e l historiador co n c ib e otras d iscip lin a s.
Al observar e sto s fen ó m e n o s, a sí com o alg;unas ex p erien cia s m ás
personales que ilustraré en seguid a, de mala gana concluyo que parte
de lo q u e sep ara al historiador de su s co leg a s h istoriad ores de la
ciencia e s lo q u e, a d em á s de la p erson alid ad , sep ara a F .R . L ea v is de
C. P . S n ow . A un qu e com p ren d o a q u ien es creen q u e se le h a dado un
nombre eq u iv o ca d o , ei prob lem a de la doble cultura e s otra ca u sa
probable de la s d ificu lta d es q u e h em o s esta d o estu d ian d o.
Mis b a se s para esta con jetura está n , en su m ayoría, ap oyadas en
im presiones, p ero no co m p leta m en te. E stu d iem o s el sig u ie n te párrafo
escrito por un p sicó lo g o in g lé s cu y a s pru eb as le p erm iten p red ecir,
con cierta seguridad , la s futuras e sp e cia liza c io n es de estu d ia n tes de
bachillerato, au nq ue (com o la s p ru eb as de in telig en cia q u e in clu ye)
nos da inform ación m uy e s c a sa sobre los q u e serán b uenos y lo s que
serán m alos estu d ia n tes d esp u é s de h aber esco g id o su esp ecia lid a d :
El típico historiador o lingüista moderno tenía, relativamente, un cociente
de inteligencia más bien bajo y una predisposición verbal de la mente.
Tenía propensión a trabajar erráticamente en la prueba de la inteligencia;
a veces eran meticulosos; a veces negligentes; y sus intereses tendían a ser
culturales más que prácticos. El joven físico solía tener cociente de inteli­
gencia elevado y ninguna predisposición a la habilidad verbal; por lo
general, era recurrentemente exacto; sus intereses eran usualmente técni­
cos, mecánicos, o enfocados a la vida en el campo. Naturalmente, estas
reglas empíricas no fueron perfectas: una minoría de especialistas en artes
tuvo calificaciones iguales a las de los científicos, y viceversa. Pero, en
general, las predicciones resultaron sorprendentemente acertadas y, en los
casos extremos, infalibles.

Liarn Hudson, Contrary ¡tnaginations: A P s ych o lo gu a l Siudy o f the English Schoolboy


(Lon/íres: Metbnen, J9 66 ), p . 22.
180 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

Junto con otros testim o n io s de la m ism a fu e n te, e s te pasajé nos


su g iere que lo s h istoriad ores y lo s c ie n tífic o s, al m en o s los del tipo más
m a tem ático y ab stracto, son tip o s polaresJ® O tros estu d io s, aunque
in su fic ie n tem en te d eta lla d o s para aislar a los h isto ria d o res, nos indi­
can que los c ien tífic o s, com o grupo, p rovienen de un estrato socioeco­
nóm ico inferior al de sus co leg a s a ca d ém ico s de otros campos.''®
im p resio n es p erso n a le s, tanto las de mi ép o ca de estu d ia n te com o las
re fer en te s a m is h ijos, m e su g ieren q u e la s d iferen cia s intelectuales
a p arecen m uy tem prano e sp e c ia lm e n te en m atem á tica s, donde se
e v id en cia por lo regular an tes de los ca to rce años. A n te todo me refiero
a las a p titu d es, no a la s h a b ilid a d es ni a la creativid ad . A un qu e existen
e x c e p c io n e s en am bos ca so s, y un am plio terreno en m ed io, creo que
una p asión por la h istoria e s rara vez co m p a tib le co n un g u sto , aunque
se a p o co desarrollado, por la s m a tem á ticas o la c ie n c ia de laboratorio,
y v ic ev e rsa .
N o es sorp ren d en te que cu an d o se d esarrollan esto s tip os polares, y
se m an ifiestan al optar por una carrera, a m enudo se exp resen en
a ctitu d es d efen siv a s y de h ostilid a d . A lo s h istoriad ores que lean este
en say o no h a ce falta m en cio n a rles el d esd én , franco y gen eralizado, de
los cien tífic o s por los estu d io s h istó rico s. A m en os que se suponga que
hay recip rocid ad , no p u ed e ex p lica rse la p o sició n , ya d escrita , de los
h istoriad ores h a cia la s c ie n c ia s. L o s h istoriad ores d e la c ie n c ia deben
ser e x c e p c io n e s, pero aun ello s sirven a m en ud o para com probar la
regla. En su m ayoría, em p ieza n estu d ian d o cien c ia s, y sólo d esp u és de
graduados se v u elv en h a cia la h istoria de la cien cia . L os que así lo
h a cen in sisten en que su in terés se circu n scrib e a la h istoria dé la
c ien cia , y no a la historia gen era l, cam p o q u e con sid eran anodino y
ajeno a ello s. C om o resu ltad o, e s m ás fá cil que io s atraigan departa­
m en to s o program as e s p e c ia le s, q u e d ep artam en tos de historia gene­
ral. A fortu n ad am en te, ex iste n m u ch a s p o sib ilid a d es de “ convertir­
lo s ” una vez q u e lleg a n aUí.
P e s e a q u e m u ch o s historiad ores son h o stiles a la c ien cia — como
En un anáüsis mas com plejo, al tjue ya apunta el visionario libio de Hudsoti, st*
tendría <uie reconocer tjue la polanzación p o see dimensiones múltiples. Por ejemplo, la
misma ciase de científicos con más probabilidad de desdeñar la historia e s la c¡ue
<'reciientemente se interesa de manera apasionada por el pensam iento musical, pero
com únm ente no por las dem ás formas principales de la expresión artística. Hudson nu
se reílere a un espectro sim ple, que vaya del artista, en un extremo, al cientírvco, en el
<ttro, y con eí historiador y el artista en un mismo extremo.
C. C. Gillispie. " R e marks on Social Selection as a Factor in the Progressivism uf
S c ie n c e ’", St ientisi, 56 (1968): 439-450, hace destacar el fenóm eno y da biblio­
grafía pertinente.
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 181

jne su p o n g o — , tien e q u e ad m itirse que lo en cu b ren m uy b ien , m ucho


jtiejor, por ejem p lo, que su s co leg a s de literatura, id iom as y las artes,
quienes so n ’a m en ud o por co m p leto ex p lícito s. C ontrariam en te a lo
que podría esp e ra r se, tal d iferen cia no co n stitu y e una contraprueba.
Com4 'Íos filó so fo s, y a d iferen cia de la m ayoría de los estu d ia n tes de
literatura y arte, los h isto ria d o res ven su actividad com o algo co g n o sc i­
tivo y, por tanto, afín a la c ie n c ia , si no com o parte de ella. C om parten,
con los c ie n tífic o s, valores co m o la im parcialid ad, la objetividad y la
fidelidad de la p ru eb a. H an probado tam b ién el fruto prohibido del
^árbol de la c ie n c ia , por lo q u e no p u ed en recurrir a la retórica a n ticien ­
tífica de la s artes. P er o , co m o ya lo h ice notar, ex iste n form as su tiles
de expresar e s a h o stilid a d . E sta parte de mi argu m en tación con clu irá,
por tanto, con algunas p ru eb a s de un gén ero m ás p erson al.
La prim era e s un en cu en tro m em orab le co n un am igo y c o leg a muy
estim ado, q u ien de tiem p o en tiem po ha organizado y dirigido un
seminario exp erim en ta l en P rin ceto n , ten d en te a fam iliarizar a los
estudiantes graduados d e prim er año con lo s m étod os a u xiliares y
enfoques que el futuro e s p e c ia lista p u ed e em p lea r algún día. C uando
lo con sid eraba prop io, le p ed ía a un e sp e cia lista local o v isita n te q ue
dirigiese la d iscu sió n y s e le co n su lta b a a cerca de la lectura preparato­
ria. H ace varios añ o s, yo a ce p té dirigir al grupo en el prim ero de un par
de en cu en tro s sob re h istoria de la cien cia . El tem a cen tra l de la
lectura, se le c c io n a d o d esp u é s de m ucha d iscu sió n , fue un viejo libro
mío, The Copernican Revoiution. Q uizá no haya sido la m ejor d ecisió n ,
pero hubo razones para tom arla, ex p lícita s tanto en m is co n v er sa c io ­
nes con m i co leg a com o en e l p refacio. A unque no e s un texto, el libro
fue escrito para em p lea rse en cu rso s u n iversitarios de c ie n c ia s para
estu d ian tes de h u m a n id a d e s.N o p resen taría, por tanto, o b stá cu lo s
in sup erables para n u estro s estu d ia n tes graduados. M ás im portante
aún e s q u e, cu an do fu e escr ito , era el ú nico libro q u e in ten tab a dar una
im agen, en un solo volu m en , de la m agnitud de tal revolu ción , d esd e la
astronom ía y su s té c n ic a s, h a sta la historia de la actividad in telectu a l.
Era así un ejem plo co n creto de lo que he ven id o exam inando aquí en
térm inos m ás ab stractos: que el papel de la c ien cia en ia historia
in telectu al no p u e d e ser en ten d id o sin co n o cim ien to de la cien cia . No
sé cu a n to s estu d ia n tes en ten d iero n el punto; lo q ue sí s é e s que mi
colega no lo en ten d ió . A m itad d e una d iscu sió n acalorada, exclam ó:
“ P ero, por su p u esto , yo om ití las p a rtes té c n ic a s .” C om o e s un hom ­
bre o cu p a d o , la o m isión p u ed e no ser sorp ren d en te. ¿Pero q u é nos
d ice su d e se o , no so licita d o , de h acerlo p úb lico?
182 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

Mi segu n d o y m ás breve ejem p lo e s d el dom inio p úb lico. ElPoi-trait


o f Isaac Newton, de Frank M anuel, h a sido seg u ra m en te el estudio
m ás brillante y com p leto de e se p erson aje en m ucho tiem po. Salvo
los o fen d id os por su p un to de v ista psicoanaK tico, lo s exp ertos new-
tonianos co n q u ien es lo h e tratado m e aseguran que influirá en sus
trabajos futuros. La h istoria de la cien cia sería m ucho m ás pobre si no
se h u b iese escrito e s e libro. S in em b argo, en eí co n tex to actu al, da
lugar a una p regu n ta fun dam en tal: ¿ ex iste otro cam p o, ad em ás de la
c ie n c ia , en el cu a l pueda uno im aginar la labor d e un historiador que
prepara una biografía de im p ortan cia y q u e om ita, c o n sc ien te y delibe­
rad am en te, toda in ten ció n de o cu p arse d el trabajo creativo que hizo de
la vida de su protagonista un asunto digno de estu d io? N o puedo
p en sa r en una obra de am or sem eja n te y co n sagrad a a una f í^ r a de
im portan cia en las artes, la filo so fía , la religión o la vida púb lica. En
esta s circu n sta n cia s, no esto y seguro de que el am or sea el sentim iento
q u e haya de por m edio.
P u se e sto s ejem p los p en sa n d o que ilustrarían la hostilid ad h a cía la s
cien c ia s. H ab iénd olos p resen ta d o , co n fieso que “h o stilid a d ” tal vez
no se a e l térm ino m ás ad ecu a d o, pero son ejem p lo s de com porta­
m ien to extraño. Si lo q u e ilustran d eb e quedar por e i m om ento vago,
aca so co n stitu y a la barrera prin cipal que separa a la historia de la
h istoria de la cien cia .

H ab iend o d icho h a sta ahora m ás de lo que s é sob re la barrera inter-r


p u esta en tre la h istoria y ia h istoria de la c ie n c ia , voy a con clu ir con
algunas m u estras de sign os d e cam b io. U na de ella s e s la proliferación
de lo s h istoriad ores de la c ie n c ia y su loca liza ció n ca d a vez mayor
dentro de lo s d ep a rta m en to s de historia. A unque tanto el número
com o la proxim idad p u ed en ser, al p rin cipio, fu en te de fricció n , tam­
bién aum entan la p osib ilid ad d e vía de co m u n icació n , A l crecim iento
se d eb e ad em ás otro a co n tecim ien to alentador: la aten ción creciente
que s e le p resta hoy a periodos p o steriores a la R evolu ción cien tífíca y
a p artes de la c ien cia ap en as si exp lorad as an tes. Lo m ejor de la
literatura secu n d a ria ya no se restringirá a los siglos xvi y xvii, ni
tam poco seguirá lim itán dose a la s cien cia s física s. E l crecien te bolu-
m en de estudios dedicados a ia historia de las cien cias biológicas pue*·
de tener una im portancia muy particular. É stas han sido, hasta hace
p oco , m ucho m en o s té c n ic a s q u e la s p rin cip a les cie n c ia s física s,
co n tem p o rá n ea s a ella s. L os estu d io s de su desarrollo serán corres-
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 183

pen dientem en te m á s a c c e s ib le s al h istoriador q u e quiera sa b er de q ué


trata la historia de la cie n c ia .
V e a m o s atiora otros dos a co n tec im ien to s, cu y o s e fe c to s se ob servan
actualm ente en tre m u ch o s d e los p ra ctica n tes m ás jó v e n e s de la
hístói^ia de la c ie n c ia . D irigidos por F ran ces Y a tes y W alter P a gel,
están d escu b rien d o ca d a v ez m ás pru eb as de q u e el h erm etism o y
j^ovim ientos a fin es d esem p eñ a ro n p a p e les im p ortan tes en la s p rim e­
ras etapas d e la R ev o lu ció n c i e n t í f i c a .L a ex cita n te y original litera­
tura que resu lta b ien p u ed e ten er tres e fe c to s q u e trascien d an su
./con tenido ex p lícito . P rim ero, por el sim p le h ech o de q ue el h erm e­
tismo fu e un m ovim ien to d eclara d a m en te m ístico e irracional, el reco ­
nocim iento de su p articip ación contribuirá a q u e la c ie n c ia se a m ás
paladeable para íos h istoriad ores que la rech azab an por con sid erarla
una actividad ca si m ec á n ic a , gob ern ad a por la pura razón y los fríos
hechos. (Sería co m p leta m en te absurdo aislar y estu d ia r ex c lu siv a ­
mente lo s e le m e n to s ra cio n a les d el h erm etism o com o una gen eración
más antigua lo hizo ya co n el n eop lato n ism o .) S egu n d o, en la actu a li­
dad, el h erm etism o p a rece h ab er a fecta d o d o s a sp e c to s d el desarrollo
científico q u e a n te s se creían m utuam en te ex c lu y en te s y que eran
defendidos por e s c u e la s rivales. P or un lad o, fue un m ovim ien to
intelectual, ca si m eta físico , q u e cam bió la s c o n c e p c io n e s d el hom bre
acerca de lo s e n te s y de las ca u sa s fu n d a m en ta les de los fen ó m en os
naturales; com o tal, e s a n alizab le con las té c n ic a s co m u n e s de los
historiadores de las id e a s. P ero tam b ién fu e un m ovim ien to q u e, en la
figura d el m ago, p rescrib ió n u ev o s ob jetivos y m étodos para la cien ­
cia. Los tratados d e, por ejem p lo, la m agia natural nos m uestran
que la cr e c ie n te im p ortan cia co n ced id a al poder de la cien cia , al e s ­
tudio de los o ficio s, a la m anip ulación m ecá n ica y a la s m áqu inas es
en parte resu ltad o d el m ism o m ovim ien to que transform ó e l clim a
in telectual. D os d istin tas m aneras de en focar la h istoria de la cien cia
se u nifican en u na so la , q u e p a rece ten er u na a tracción particu lar para
el historiador. P o r últim o, lo m ás recien te, y tal vez m ás im portan te, e s
que se ha em p eza d o a estu d ia r el h erm etism o com o un m ovim iento de
clases co n una b a se so cia l discernible.^^ Si p rosigu e e sta ten d e a cia , el

F. A, Yates. "TIh· Hertiiftic Traditiini in Renaissance Scienct*··, en C. S. Single­


ton, compilador, A n, Science and History in the Renaissance {Baltimore: Johns Hopkins
University Press, 1967), pp. 255-274; Walter Pagel, William Harvey’s Biological Ideas
{Nueva York: Kargcr, 1967).
P. M. Rattansi, "’Paracreisiis and the Puritan Rcvolufion” , Amhix, 11 (1963): 24-32, y
"The Helmontian-Galenist Ctmtroversy in Restoration E n g l a n d " , / I 12(1964); 1-23,
184 ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

estu dio de la R evolu ció n cien tífic a se convertirá en una historia;cul,


tural m u ltid im en sion al, d el tipo que hoy m uchos historiad ores están
esfo rzá n d o se en crear.
V ayam os ahora al m ovim iento m ás re cien te de todos, aparente-,
m en te en prim er plano en tre io s estu d ia n tes graduados y los m iembros
m ás jó v en es de la p rofesión . En p arte, d ebido tal vez a su mayor
co n ta cto con los h istoriad ores, u nos y otros está n virando cad a vez más
h a cia el estu d io de lo q u e a m enudo se d escrib e com o historia externa.
Subrayan cad a vez m ás lo s e fe c to s ejercid os sobre la cien cia no tanto
por el m ed io iiite le c tu a l com o por e l so c io ec o n ó m ic o , y m an ifiesto s en
los cam b ia n tes p atron es de ed u ca ció n , in stitu cio n a lizació n , com uni­
ca ció n y valores. S u s esfu er zo s d eb en algo a las h istorias m arxistas
a n tigu as, pero su s in te r e se s son de h ech o m ás am p lios, m ás profun­
d o s, y m en o s d octrin arios q u e lo s de su s p r ed ec eso re s. P orque los
h istoriad ores se en con trarán, con los estu d io s que resu lten ahora, más
dentro de su territorio, q u e co n ia s antiguas historias; estarán particu­
larm ente d e se o so s de darle la b ien v en id a al cam b io. En verdad , pue­
d en aprender todavía de é l algo q u e será de p ertin en cia gen eral. Ai
igual que la literatura y la s artes, la c ie n c ia e s el producto de un grupo,
de una com u nid ad de cien tífic o s. P ero en las cien c ia s, esp ecia lm en te
en la s ú ltim as eta p a s de su desarrollo, la s co m u n id a d es disciplinarias
son m ás fá ciles de aislar y tam b ién m ás autónom as que su s eq u ivalen ­
tes en otros cam p o s. P or eso la s c ie n c ia s resu ltan ser un área particu­
larm ente prom isoria para la exp loración de las fu erzas que operan en
un co n tex to so cia l y conform an la ev o lu ció n de una d iscip lin a que,
sim u ltá n ea m en te, se h alla regid a por su s propias e x ig en cia s inter­
n a s . E s e estu d io , d e ten er éxito, n os daría un prototipo ap licable a
toda una variedad de ca m p o s, aparte de la s c ien cia s.
T od os e s to s a co n tec im ien to s son por fu erza a len tad ores para todos
los q u e se en cu en tran a fecta d o s por ia ruptura tradicional en tre la
h istoria y la h istoria d e la cien cia . Si son lleva d o s a d ela n te, com o
p a rece que ocurrirá en m en os de una d éca d a, a partir de hoy, la brecha
será m en o s profun da de lo q u e ha sido en el p asad o. P ero no p arece
que vaya a d esa p a re ce r, p u e s la s n u ev a s ten d e n c ia s, d escrita s aquí,
p u ed en ten er tan sólo e fe c to s in d ire cto s, p a rcia les, o a largo plazo en lo
que creo e s la ca u sa fun dam en tal de la d ivisión . T al vez el ejem p lo de la
En la penúltima sección deJ arU'cuJo citado en la nota 13, se desarrolla en términos
teóricos esta posibilidad. Un ejemplo concreto e s el de T. M. Brown, '"The College of
Physicians and the Acceptance o f latromechanism in England, 1665-1695”, Bulletin of
the History o f Medicine, 44 (1970) 12-30.
LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA 185

historia d e la c ien cia pueda por sí m ism o m inar la re siste n c ia del


historiador a la historia d iscip lin aria, pero tendría m ás con fian za si
supiera la s ’razones que e s a re siste n c ia tuvo en el pasado. D e cu alq u ier
modo, la historia de la cie n c ia e s , en sí, un rem ed io poco eficaz para un
mafí^oclal tan profundo y exp an did o com o el p roblem a d e la doble
cultura. Y en m is m om en tos de m ás d ep resió n , tem o q u e la historia de
la cien cia p u ed a ser in clu so víctim a de e s e problem a. A un qu e doy la
bienvenida al giro h acia la historia extern a de la c ie n c ia , que vien e a
restablecer e l equilibrio p erdido durante m ucho tiem po, su actual
■j popularidad p u ed e no ser una b en dición pura. U na de las razones de su
prosperidad p r e se n te c o n sis te , in d u d a b lem en te, en la propagación d el
virulento cUma a n ticien tífico que priva en e s to s tiem p os. Si se co n ­
vierte en el ú n ico en fo q u e, la h istoria de la c ie n c ia podría q uedar
reducida a una versión , a un n ivel m ás alto de la tradición q ue, por no
ocuparse de la c ie n c ia en sí, term inó om itien do las c u e stio n e s internas
que con figuran el desarrollo de cu alq u ier d iscip lin a . É se sería un
precio m uy alto para la recon ciliación ; pero a m en os que lo s historia-
dores p u ed an en con trar u n lugar para la h istoria de las d iscip lin as
cien tífica s, será m uy d ifícil de evitar.
Segunda P a r te

ESTUDIOS METAHISTÓRICOS
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V IL LA E S T R U C T U R A H IST Ó R IC A D EL
D E S C U B R IM IE N T O C IE N T ÍFIC O *

E n ESTE artículo trataré de d esta ca r y e scla r ec er una p eq u eñ a parte de


lo que, seg ú n yo, en el estu d io de la cien cia , e s u na revolución historio-
gráfica p erm a n en te J El tem a que voy a tratar e s el de la estructura del
clescubrimíento cien tífico. Y lo mejor será que em p ie c e señalan do que
el tema, de por sí, p u e d e p arecer por d em ás extraño. Tanto los c ie n tí­
ficos, com o h a sta h a c e p o co los historiadores, han venido viendo en el
d escub rim iento una e s p e c ie de s u c e s o que, sin negar que requiere
ciertas co n d icio n e s para darse y que de seguro p o se e c o n se c u e n c ia s ,
carece de estructura interna. L ejos de ver en él un p ro ceso com plejo
que se ex tie n d e en el tiem po y en el esp a cio , se ha con sid erado que el
descubrir algo e s un a co n tec im ien to unitario que, com o el mirar algo,
le su c e d e a un individuo en un lugar y m o m ento d eterm inados.
E sta m anera d e co n ceb ir la naturaleza del d escu b rim iento tiene,
según so sp e c h o , profundas raíces en el carácter de la com unidad
científica. U no de los p o c o s e le m e n to s históricos q ue a p a recen en los
libros d e texto en lo s c u a le s el futuro científico aprende su esp e cia li­
dad c o n sis te en la atribución d e fen ó m e n o s naturales particulares a los
personajes h istóricos q ue su p u esta m en te los d escubrieron, A c o n s e ­
c u en cia d e e s to y tam bién de otros a sp e c to s de su form ación, para
m uchos cien tífico s el llegar a h a c e r un d escub rim iento se convierte en
uno de su s objetivos vitales. H a c er un descub rim iento e s p ráctica­
m ente a cerca rse a un d erech o de propiedad que ofrece la carrera
científica. El prestigio profesion al su ele esta r ín tim am en te relacio­
nado co n tal tipo de logro.^ No deb en p arecer extrañas, p u e s, las

* Reimpreso con autorización de S cience, 136(1962): 760-764. C o p y r ig h t 1962, d e T h e


American Association for the Ad vanee ment o f S cien ce.
^ La revolución mayor se analizará en mi próximo libro, The Structure o f Scientific
Revolutions, que publicará en el otoño la editora de la Universidad de Chicago. Las ideas
predominantes en es te artículo se extrajeron de su tercer capítulo; “ La anomalía y el
surgimiento de los descubrim ientos científicos” [2® ed., 1970]
^ Para una brillante discusión de estos puntos, véase R. K. Merton, '‘Priorities in
Scientific Discovery: A Chapter in the Sociology of S c ie n c e ” , American Sociological

189
190 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

m ord aces d isp u tas q ue so b re la prioridad e in d ep en d en cia de los


d escu b rim ien to s ocu rren en la atm ósfera n orm alm ente p lácida de la
com u n ica ció n cien tífica . Y sorp ren d e m en o s todavía que muchos
h istoriad ores de la cien cia h a llen en el d escu b rim ien to individual la
unidad a propósito para m ed ir el progeso de la c ie n c ia y em p leen gran
parte de su tiem po y ca p a cid a d es en determ in ar quién y cuándo hizo
tal o cual descub rim iento. Si el estu d io d el d escubrim iento puede de-,
pararnos alguna sorpresa, ésta no puede ser m ás que eso, a pesar de la
gran cantidad de in g en io y en ergía que en él s e in v ierte, ni la polém ica
ni la m ás co m p leta erud ición sirven para fija rla fe c h a y el lugar exactos
en lo s q u e p u ed a d ecirse q u e se h a “ reaU zado” un descubrim iento.
E ste fra ca so , así de la d iscu sió n co m o de la in v estig a ció n , sugiere
la te s is q u e m e propongo desarrollar. M uchos d escu b rim ien to s cien­
tífico s, p a rticu larm en te lo s d e m ás in te ré s e im portan cia, no son
acontecim ientos a los que se ad ecú e la pregunta “ ¿dónde?” y, menos
aún, “ ¿cu án do?” A un qu e se d isp u siera de todos lo s d atos imagina­
b le s, ta les p regu n tas, en térm in os g en er a le s, no tendrían respuesta.
Q ue d e todas m aneras nos sin ta m o s ten tad os a h a cerla s u na y otra vez
d en ota lo in co rrecto de la im a gen q u e ten em o s del descubrim iento
cien tífic o . T al im propied ad d e la im agen e s la parte m edular del
problem a que voy a p lantear, y que abordaré con sid erand o primero
el problem a h istórico d e fech ar y situar a un tipo prin cipal de descu­
brim ientos fu n d a m en tales.
E ste tipo co n sta de aq u ello s d escu b rim ien to s — com o e l d el oxí­
gen o, la corriente eléctrica , los rayos X y el electrón — q u e no pudieron
ser p red ich o s p artien d o d e una teoría ya acep tad a y q ue, por consi­
g u ien te, tom aron por sorpresa en un m om ento dado a los m iem bros de
una esp ecia lid a d e sta b lec id a . M ás a d elan te m e con cen tra ré en este
tipo d e d escu b rim ien to s; p e r o , 4 >ara lleg a r a d on d e d e se o , ayudará el
h a cer n otar q ue h ay otro tipo de d escu b rim ien to en dond e el problem a
en u n ciad o p rá ctica m en te no e x iste . D entro de e s ta seg u n d a categoría
se en cu en tran , por ejem p lo , el d escu b rim ien to d el n eu trino, la s ondas
de radio y los ele m e n to s q u e llen aron io s e sp a c io s v a cío s de la tabla
p eriód ica, cu y a ex iste n c ia esta b a p revista por la teoría; así, su s d escu ­
bridores sab ían d e an tem an o q u é era lo que b u sca b an . E se con oci­
m ien to an ticip ado no h izo su tarea m en o s ex ig en te ni m en o s intere-

Ri't’iew, 22 (1957): 635. Aunque no apareció hasta que este artículo ya estaba preparado,
véase “ The Competitive World of the Pure S cien tist” , S cience, 134 (1961); 1957, que
también viene al caso.
LA ESTRUCTURA HISTÓRICA DEL DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO 191

sa n t e , pero sí l e s dio el criterio n ecesa rio para sa b er cuándo habían


alca n za d o su objetivo.^ En c o n se c u e n c ia , p o co s fueron lo s d eb a tes
so b r e la prioridad d e e s o s d escu b rim ien to s, y só lo la e s c a se z d e datos
p u e d e im p ed ir q u e e l h istoriad or los adjudique a u na fec h a y lugar
particulares. E s o s h e c h o s ayudan a aislar las d ificu ltad es q u e nos
encontram os al v olver a io s d escu b rim ien to s problem a d el prim er tipo.
En los c a so s que m ás nos in teresan aquí, no hay se ñ a le s q u e le
i n f o r m e n al c ien tífic o o al historiador cu án do s e realizó ei trabajo d e
descubrim iento.
Como ejem p lo d e e s te p rob lem a fu n d a m en ta l y su s co n se c u e n c ia s,
trataré prim ero eí d escu b rim ien to d el oxígen o. P or h aber sid o estu ­
diado rep etid a s v e c e s , a m en ud o con cuidado y d estreza ejem p lares,
ese d escu b rim ien to tien e p o ca s p rob ab ilid ad es de o frecer sorpresas
en cuanto a los h e c h o s en sí. P or tanto, e s un b uen ejem p lo para aclarar
mis p rem isas.'' Al m en o s tre s c ien tífic o s — Carl S c h e e le , Joseph
Priestley y A ntoine Lavoisier— tienen derechos legítim os sobre este
descubrim iento; o ca sio n a lm e n te, lo s p olem izad ores han exigido lo
mismo para F ierre Bayen.® El trabajo de S c h e e le , aunque e s ca si

: ^ No todos íos descubrim ientos corresponden tan nítidamente como elanterior a una
u otra de mis dos cla ses. Por ejemplo, el trabajo de Anderaon sobre el positrón fue
realizado con desconocim iento absoluto de la teoría del electrón, de Dirac, a partir de la
cual ya se había predicho con cierta aproximación la existencia de dicha partícula. Por
otro lado, Blackett y Occhialini, en su trabajo realizado inmediatamente d esp u és del de
Anderson, aplicaron la teoría de D k a c y por lo mism o aprovecharon casi íntegramente
el experimento; por ello, su demostración de la existencia del positrón fue mucho mejor
C(ue la de Anderson. Sobre este tema, véa se N. R. Hanson, “ Discovering the Positron",
British J o u rn a l f o r i l i « P h ilo so fjh y o f S cie n c e, 12 {1961): 194; 12 (1962): 299. Hanson sugiere
varios de ios puntos ex p u esto s aquí. Le estoy muy agradecido al profesor Hanson por
haberme proporcionado una reimpresión de su material.
* Desarrollé un ejemplo m enos familiar d esd e el mismo punto de vista en "The
Caloric Theory o f Adiabatic Com pression” , /s is , 49 (1958); 132. Un análisis muy se m e­
jante del s u r ^ miento de una teoría nueva s e incluye en las primeras páginas de mi
ensayo; "Energy Conservation as an Example of Simultaneous Discovery” , e i \ C r itic a l
Problem s in the H isto ry o f S cie n c e , C o m p i la d o r , M. Clagett (Madison: University, of W iscon­
sin Press, 1959), pp. 321-356.La referencia a e s t o s artículos puede añadirle profundidad
y detalles a la discusión siguiente.
® La exposición clásica del descubrimiento del oxígeno es la de A. N. Meldrum, The
E igh teen th C e n tu r y R evo lu tio n in Science: The F irst P h a se (Calcuta, 1930), cap . 5. Una
exposición más conveniente y en general más confiable es la incluida en J. B. Conant, The
O verthrow q f the P h lo g isto n Theory: The C h e m ic a l R ev olu tion o f 2 7 7 5 - 1 7 8 9 . H arvard Case
Histories in Experimental S cien ce, ca s e 2 (Cambridge; Harvard University P ress, 1950).
Una revisión reciente e indispensable, que incluye una relación de la controversia sobre
192 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

seguro q ue haya esta d o term inado a n tes de la s investigacione:?


P riestle y y L avoisier, no s e p ublicó h a sta q u e el trabajo de estos
ú ltim os ya era b a sta n te conocido.® P or tanto, no d ese m p eñ a ningún
p a p el ca u sa l, y lo om itiré para sim p lifica r mi h is t o r ia / In iciaré, pues,
el cam in o p rin cip a l h a cia el d escu b rim ien to d el oxígeno co n el trabajo
de B ayen, q uien p oco a n tes de m arzo d e 1774 d escu b rió que al calentar
el p recip itad o rojo de m ercurio (HgO) s e p rod ucía e l desprendim iento
de un g a s.
E se producto g a seo so fue id en tifica d o por B ayen com o aire fijado
(C O 2), su sta n cia fam iliar para ia m ayoría de los d ed ica d o s a la quím ica
de ios g a se s, por el trabajo anterior de Jo sep h Black.® Se sabía que
m uchas otras su sta n cia s d esp ren d ían el m ism o gás,
A p rin cip ios de agosto de 1774, u n o s m e s e s d e sp u é s d e aparecido el
trabajo de B a y en , J o sep h P r ie stle y repitió el ex p erim en to, aunque es
probable que en form a in d ep en d ien te. Sin em bargo, P riestle y observó
q ue el p rod ucto g a se o so p erm itía la com b u stión y, por tanto, lo identi­
ficó de otra m anera. P a ra é l, e l g as ob tenid o al calen ta r e l precipitado
rojo era aire nitroso (NgO), su sta n cia q u e ya había d escu b ierto hacía
m ás d e dos años.® M ás tard e, en el m ism o m es, P riestle y hizo un viaje a
P arís y allí le com u n icó a L avoisier la n u eva rea cció n . É ste repitió el
la prioridad, es la de M, Daumas, L av o isier, th éoricien et ex périm en tateu r {París, 1955),
caps. 2 y 3. H. Gueriac agrega muchos detalles importantes a miestro conocimiento
sobre las primeras relaciones entre Priestley y Lavoisier en su “Joseph Priestley’s First
Papers on Gases and Their Reception in France” , Jou rn al o f the H istory o f M edicine, 12
(1957): I, y también en su monografía, muy reciente, L a m is ie r : The C r u c ia l Y ear {íthaca:
Cornell University Press, 1961). Sobre S ch eele, véase j . R. Partington, A S hori H istory o f
C h em istry , 2“ ed. {Londres, 1951), pp. 104-109.
® Sobre las fechas en el trabajo de S ch eele, véase A. E, Nordenskjold, C a r l W ilhelm
S ch eele, Fsachgelasscne B riefe u n d A n fzeich n u n gen (Esíocolm o, 1892).
^ U. Bockiund (“ A Lost Letter from S ch eele to Lavoisier” , b y c h n o s , 1957-1958, pp.
39-62) argumenta que S ch eele le conuîn'îcô a Lavoisier su descubrinniento de) oxígeno en
una carta con fecha 30 de septiem bre de 1774. D esde luego es importante la caria, y ello
dem uestra que S ch eele iba adelante de Priestley y Lavoisier en ia época en que la
escribió. Pero no creo que la carta sea tan franca como supone Bockiund, y no
imagino cómo pudo haber sacado de ella Lavoisier el descubrimiento del oxígeno.
S cheele describe un procedimiento para constituir aire común, no para producir un gas
nuevo, y ésta, como veremos más adelante, es casi la misma información que Lavoisier
recibió de Priestley más o m enos por la misma época. En todo caso, no hay pruebas de
que Lavoisier realizara ia clase de experimento sugerida por Sciieele.
® P. Bayen, “ Essai d ’expérien ces chym iques, faites sur quelques précipités de
mercure, dans la vue de découvrir leur nature, S eco n d e partie” . O bservation s sur la
p h ysiq u e, 3 (1774); 280-295, particularmente pp. 289-291.
® J. B. Conant, The O verth row o f th e P h lo g isto n T h eory, pp. 34-40.
la e s t r u c t u r a h is t ó r ic a d e l DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO 193

experim ento en n o v ie m b r e d e 1774 y en feb rero d e 1775. P ero , debido


a qiie su s co m p ro b acio n es eran algo m ás elaboradas que ia s de P ries­
tley, tuvo q u e h a cer una n ueva id en tifica ció n . P ara él, en m ayo de
i 775 ^e lg a s d esp ren d id o p o r e l precipitado rojo no era aire fijado ni aire
nitroso, sin o “ aire [a tm osférico ] sin alteración. . . de tal m odo que. . .
resulta m ás puro” . M ientras tanto, P riestle y había estad o trabajando
tam bién, y a n tes de m arzo de 1775 h abía llegad o a la co n clu sió n de que
el gas d eb ía de ser “ aire co m ú n ” . H asta aquí, todos lo s q ue habían
producido un gas a partir d el precip itado rojo de m ercurio lo habían
identificado co n alguna e s p e c ie ya co n o cid a .”
El d ese n la c e d e e s ta h istoria d el d escu b rim ien to se p u ed e contar en
pocas p alab ras. E n m arzo de 1775, P riestley d escu b rió que su gas era
en varios r e sp e c to s m ucho “ m ejor” que el aire com ú n, y lo volvió a
identificar, llam ándolo ahora “ aire d esflo g istica d o ” , o sea , aire atm o s­
férico sin su co m p lem en to norm al de flogisto. P riestle y p ub licó esta
conclusión en las Philosophical Tramactions, y al p a recer fue por esa
publicación q u e L a v o isier reexam in ó su s r e su lta d o s.’^ C om enzó su
revisión en feb rero de 1776 y en un afío llegó a la co n clu sió n de que el
gas era en realidad un co m p o n en te sep arab le d el aire a tm osférico, al
cual habían su p u esto h om og én eo tanto él com o P riestley .
En e s te p unto, reco n ocid o eáe gas com o una e s p e c ie n ueva e irre­
d u c tib le , p o d e m o s d a r p o r c o n c lu id o e l d e s c u b r im ie n t o d e l
oxígeno.
P ero, volvien do a mi p regu n ta in icia l, ¿en qué m om ento p u ed e
decirse q u e fu e d escu b ierto ei oxígeno? ¿Y q u é criterio ha de seg u irse
para resp on d er e s a pregu n ta? Si ei d escu b rim ien to d el oxígeno se
reduce al sim p le h e c h o de ten er u na m uestra im pura en las m anos,
en tonces el g a s h abía sid o “ d escu b ierto ” en la an tigüedad por el
primer hom bre q u e em b otelló aire atm osférico. S in lugar a d ud as,
gim iend o un criterio ex p erim en ta l, e s n ecesario que se d ispon ga por lo
m enos de una m uestra relativam en te pura, com o la o b ten id a por

¡bid. , p. 23. Una buena traducción del texto completo es la que aparece en Conant.
Para simplificar, em pleo en todo ei texto el término precipitado rojo. En realidad,
Bayen usó el precipitado; Priestley usó tanto el precipitado como el óxido producido
directamente por calcinación de mercurio; y Lavoisier em pleó exclusivam ente este
último. No carece de importancia la diferencia, pues para los químicos no fue absoluta­
mente claro que ambas sustancias eran idénticas.
Hay dudas sobre la influencia de Priestley en este aspecto del prensamiento de
Lavoisier, pero, cuando éste volvió a experimentar con el gas en febrero de 1776,
registró en su s notas que había obtenido l’air dephlogistique de M, Priestley (M.
Daumas, Lavoisier, p. 36).
194 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

P riestle y en agosto d e 1774. P ero en e s e año P r ie stle y no sabía que


había d escu b ierto algo n u ev o , sin o tan sólo una n ueva form a de produ­
cir una e s p e c ie rela tiv a m en te co n o cid a . D urante todo e s e año su
“ d escu b rim ien to ” ap en a s p u ed e d istin gu irse d el ya realizado por Ba­
y en , y en ninguno de los dos c a so s e s m uy d iferen te d el h ech o por el
reveren do S te p h en H a les, q u ien había o b ten id o el m ism o gas m ás de
cu arenta años a n t e s . E s ev id e n te q u e p ara que uno d escu b ra algo
d eb e esta r en terado tanto d el d escu b rim ien to com o de lo que ha
d escu b ierto .
Pero, siendo ése el caso, ¿qué tanto e s lo que debe uno saber? ¿Sabía
P riestle y lo su fic ie n te cu an d o id en tificó el ga s co m o aire nitroso? O, si
no, ¿sabían é l o L a v o isier sig n ifica tiva m en te m ás cu an do cam biaron la
id en tifica ció n por la de aire com ún? ¿Y q u é p o d em o s d ecir de la
sig u ie n te id en tifica ció n d e P r ie stle y , la q u e hizo en m arzo de 1775? El
aire d esflo g istica d o no e s todavía oxígeno y, para el quím ico del
flo g isto , no e s ni siq uiera un tipo de gas d esco n o cid o . E n lugar de eso,
e s aire a tm osférico p articu la rm en te puro. S e tien e que esp erar, p ues,
al trabajo de L avoisier, de 1776 y 1777, el cu a l lo Uevó no sola m en te a
a isla r el gas sino a d eterm in ar lo q u e era. P ero in clu so es to último
p u ed e ser cu estio n ad o . P o rq u e en 1777, y h a sta el fin al de su vida,
L avoisier in sistió en q u e e l oxígeno era un “prin cipio de a cid ez”
atóm ico y q ue el gas oxígeno se form aba so la m en te cu an do e s e “prin­
c ip io ” se u nía con el caló rico , que e s la m ateria d el c a lo r .¿ D e b e m o s
d ecir, por tanto, q ue el oxíg en o no h abía sido d escu b ierto aún en 1777?
H ay q u ien se sie n te ten tad o a d ecirlo. P ero el prin cipio de acid ez no
fu e d esterrad o d e la q u ím ica h a sta d e sp u é s de 1810, y e l calórico hasta
la d éca d a de 1860. S in em bargo, el oxíg en o era ya una su stan cia
q uím ica com ú n y corrien te m ucho a n te s de e sa s fe c h a s. Lo que es
m ás, y tal vez se a la cla v e d el asu n to, e s q u e p rob ab lem en te habría
ocurrido lo m ism o sólo co n el trabajo de P riestle y , sin n ece sid a d de la
rein terp retación todavía p arcial de L a voisier.
Mi co n clu sió n e s q u e n ece sita m o s un n uevo vocabulario y n uevos
c o n c e p to s para analizar a co n tec im ien to s co m o el d escu b rim ien to del
oxígeno. A u n q u e in d u d a b lem en te co rrecta , la fra se “ el oxígeno fue
d esc u b ier to ” e s en g a ñ o sa , p u e s su g iere q u e e l d escu b rir algo e s un

j . R. Partington, A Sh o n H isto ry o f C k e m is lr y , p, 91.


’■* Sobre ios elem entos íradicionaies de las interpretaciones hechas por Lavoisier de
las reacciones químicas, véa se H. Metzger, L a p h ilo s o p h ie d e l a m a tière chez L avaoisier
(París, 1935), y Daumas, L av o isier, cap. 7.
LA ESTRUCTURA HISTÓRICA DEL DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO 195

a c to sim p le q u e, siem p re y cu an do se sep a de é l lo su fic ie n te , e s


posible atribuir a algu ien y a una fe c h a determ in ada. C uando el d esc u ­
brimiento ntí se esp era b a , por otro lado, la atribución e s siem p re
im posible y e l a cto , d ifícil de reco n o cer. Si p asa m o s por alto a S c h e e le ,
p o d eifo s d ecir, por ejem p lo, sin m etern os en m ayor problem a, que el
oxígeno no había sido d escu b ierto a n tes de 1774, y p rob ablem ente in­
s i s t i r í a m o s e n q u e se d escu b rió en 1777, o p oco d e sp u é s. P ero, dentro
de esto s lím ite s, cu a lq u ier in ten to por fechar e s e d escu b rim ien to
o por atribuírselo a alguna p ersona será in ev itab lem en te arbitrario.
J e r á arbitrario, a d em á s, por el sim p le h ech o de que el d escu b ri­
miento de un n uevo tipo d e fen ó m en o sigu e un p ro ceso com plejo
que in clu y e el recon o cim ien to de q u e se ha d escu b ierto algo y de qué
es e s e algo. La ob serv a ció n y la co n cep tu a ció n , así com o e l h ech o y la
asim ilación d el h ech o a la teoría, se en cu en tra n in sep a ra b lem en te
unidos en el d escu b rim ien to de una n oved ad c ien tífic a . In ev ita b le­
m ente, e s e p ro ce so tom a cierto tiem p o , y en él su elen in tervenir
m uchas p erso n a s. Ú n ica m en te para los d escu b rim ien to s de mi s e ­
gunda catego ría — la d e aq u ellos cu yo ca rá cter s e co n o ce por an tici­
pado— e s q u e e l d escu b rir algo y el d escu b rir/o quje es ese algo ocurren
sim u ltá n ea m en te en el m ism o in sta n te.
E xpondré a co n tin u a ció n doá ejem p lo s m ucho m ás sim p les y b rev es,
que nos m ostrarán al m ism o tiem po lo típico d el ca so d el oxígeno y
tam bién prepararán e l terreno para llegar a u na co n clu sió n m ás o
m enos p rec isa . E n la n o ch e d e l 13 de m arzo de 1781, el astrónom o
W iliiam H ersch el escrib ió lo sig u ien te en su diario: “ En e l cuartil
cercano a Z eta Tauri. . . s e en cu en tra una cu rio sa n eb u lo sa , o tal vez
un c o m e ta .” ’®
S e acostu m b ra tom ar ta les fra ses com o la d eclaración d el d esc u ­
brim iento d el p la n eta U rano, p ero eso no e s d el todo cierto. E ntre 1690
y la ob serv a ció n de H ersc h e l en 1781, había sido v isto el m ism o objeto
y registrado e l h ech o al m en o s 17 v e c e s por h om b res q u e p en sa b a n q ue
era una estrella . H ersch el d ifiere de ésto s ú n icam en te por haber
su p u esto , g racias al m ayor p od er d e a m p lificación de su tele sco p io ,
que en realid ad podría tratarse de un cometa. D os o b serv a cio n es m ás,
que hizo el 17 y el 19 de m arzo, confirm aron su so sp ec h a al en con trarse
con que e l objeto observado s e m ovía en tre la s e str ella s. C o n secu en ­
tem en te, le s inform ó d el d escu b rim ien to a lo s astrón om os de toda
Europa, y los m a tem á tico s que h abía en tre eUos em p ezaron a m edir la

P. Doig,/4 C oncise H isto ry o f A slro n o m y (Londres; Chapm an, 1950), pp. 115-116.
196 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

órbita d el n uevo co m eta . D esp u é s de q u e, varios m e se s después


habían term inado en el fracaso todos lo s in te n to s por h a cer concordar
lo s cá lcu lo s con las o b ser v a cio n es, e l astrónom o LexeB sugirió que el
objeto observado por H ersch el podría ser un planeta. Sólo d esp u és de
n u evos cá lcu lo s, b asados ahora en una órbita planetaria, q u e resulta­
ron co n g ru en tes co n la s ob sei-v a cio n es, tuvo a cep ta ció n general la
su g eren cia in d icad a. ¿En qué fech a de 1781 p o d em o s d ecir que se
descu b rió el p la n eta U rano? ¿Y p o d em o s esta r com p leta m en te segu.
ros d e q u e fue H ersch el y no L ex ell quien lo descub rió?
V eam o s ahora la h istoria, m ás b reve todavía, d el d escub rim iento de
lo s rayos, X , que co m ien za un día de 1895 en que el físico R oentgen
interrum pe su b ien co n o cid a in v estig a ció n sob re los rayos catódicos
porque nota que la p antalla de p latinocianu ro de bario, alejada de su
aparato p rotegid o, d esp id e un brillo cu an do se e fe c tú a una descargad®
In v estig a cio n es u lteriores — q u e requiríeron sie te agitadas sem anas
durante las cu a le s R oen tgen rara v ez dejó su laboratorio— indicaron
que ia ca u sa del brillo viajaba en Hnea recta d esd e el tubo d el rayo
ca tó d ico , que la radiación em itía so m b ra s, y que no podía ser desviada
por la fuerza m agn ética ni por otras. A n tes de an un ciar su descubrí-^
m ien to, R oen tgen se había co n v en cid o a sí m ism o de que su efecto noi
se d ebía a lo s rayos ca tó d ico s en sí, sin o a un nuevo tipo de radiación
con al m en os sim ilitu d es con re sp ec to a la lu z. U na vez m ás ap arece la :
in ev ita b le pregunta: ¿en q u é m om ento fueron d escu b ierto s en reali-':
dad los rayos X? D e n inguna m anera p o d em o s d ecir q u e fu e en el;
p rim er in sta n te, cu an do todo lo q u e se h abía notado era un brillo en ia;
pantalla. P o rlo m en os otro in v estig a d o r había visto ya e se brillo y, muy
a su p esar, no había d escu b ierto nada. T am p oco p o d em o s d ecir, y esto
es b astan te claro, q u e el m om ento d el d escu b rim ien to q u ed a p oster­
gado h a sta la últim a sem a n a de in v estig a ció n . P ara en to n c e s, R oení-
gen esta b a in vestigan do las p rop ied ad es de la nueva radiación que ya
había d escu b ierto . Lo m ás que p o d em o s d ecir e s que los rayos X
aparecieron en W ürzburg en tre el 8 d e noviem bre y el 28 de diciem bre
de 1895.
H ay en e s to s ejem p lo s cierta s ca ra cterística s, creo , que son com u­
n es a todos lo s ep iso d io s en lo s cu a le s la s n oved a d es no p revistas se
convirtieron en tem as d e la a ten ció n cien tífica . C onclu yo, p o rlo tanto,
e sta s b rev es o b ser v a cio n es analizando e s a s tres ca ra cterística s com u-

L. W. Taylor, Physics, the Pioneer Science (Boston: Houghton Mifflin Co., 1941),
página 790.
LA ESTRUCTURA HISTÓRICA DEL DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO 197

nes que p u ed en sei-vir de m arco de referen cia para ahondar en e l


estudio de lo s e x te n so s ep iso d io s que a costu m b ram os llam ar “ d e sc u ­
brim ientos’'.
En prim er lugar, quiero h a cer notar que n u estros tres d escu b rim ien ­
tos d el ox íg en o , e l de U rano y el de lo s rayos X — principiaron con
el aislam ien to ex p erim en ta l o en la ob serv a ció n de una anom alía, esto
es, con la falla de la n aturaleza para conform arse co m p leta m en te a lo
que se esp era . A co n tin u a ció n , n ó te se q u e el p ro ceso segu id o para
aislar esa anom alía m uestra al m ism o tiem po las ca ra cterística s evi-
íi-Mentemente in co m p a tib les de lo inevitable y lo a ccid en ta l. En el caso
de los rayos X, el brillo anóm alo q u e le dio a R oen tgen la prim era cla v e
resultó clara m en te de la co lo ca ció n accid en ta l de su aparato. P ero,
hacia 1895, los rayos ca tó d ico s eran un tem a de in v estig a ció n com ún
en toda Europa; en esa in v estig a ció n , se acostu m b rab a eq u ipar ios
tubos de rayos ca tó d ico s con p antallas y p elícu la s sen sib les; en c o n s e ­
cu en cia, el a cc id en te de R oen tgen pudo haber ocurrido en cu alq uier
otro lugar, y de h ech o así fue. E stos com entarios deben servir para que
: resalten las sem eja n za s d el ca so de R oen tgen con resp ecto a los ca so s
de P riestley y H ersch el. É ste ob servó por prim era vez su anóm ala y
g igan tesca estrella en el cu rso de un prolongado estu d io de los cielo s
del norte. E se estu d io fu e, salvo por la m ayor a m p lificación que
proporcionaban su s in stru m en to s, d el m ism o tipo que se habían v e­
nido realizando a n tes y que ya había producido o b serv a cio n es de
Urano. Y P riestle y — cu an do aisló el gas que se com p ortaba casi igual
que el aire nitroso y d e sp u é s c a s i igual que el aire co m ú n — estab a
viendo tam b ién algo que ni se había p rop uesto ni con cordab a co n el
resultado de un tipo de exp erim en to d el que había m uchos p rec ed en ­
tes en Europa y que había co n d u cid o m ás de una vez a la p roducción
del m ism o gas.
E stas ca r a cte rístic a s su g ieren la e x iste n c ia de d os requ isitos norm a­
les para el in icio de un ep isod io de d escu b rim ien to . El prim ero — que
durante todo e ste escrito, en gran m edida, he dado por sentado— es la
cap acidad in d ivid u al, el ta len to o el genio para reco n o cer que algo ha
salido m al de una m anera q u e p u ed e ten er co n se c u e n c ia s im portan­
tes. N o todos lo s cie n tífic o s habrían notado que una estrella d esc o n o ­
cida pud iera ser tan grande, q u e una pantalla no d eb ería haber brillado
ni que el aire nitroso no d eb iera haber m antenido la vida. Pero e s e
requisito p resu p o n e otro, q u e e s m en o s frecu en te de dar por sen tad o.
C ualquiera que se a el n ivel d el gen io p o sib le que la s o b serv e, las
anom alías no se p resen ta n en el cu rso norm al de la in vestig ació n
198 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

c ien tífic a m ien tras lo s in stru m en to s y los co n ce p to s no se han desarro­


llado en grado su ficie n te com o para h a cer p robable la aparición de una
an om alía, y de m anera que é s ta resu lte reco n o cib le co m o una viola­
ció n de la s e x p e c ta tiv a s ·’^ D ecir que un d escu b rim ien to inesperado
em p ieza ú n ica m en te cu an do algo sa le m al e s d ecir q u e co m ien za sólo
cu an do los cie n tífic o s co n o ce n b ien tanto su s in stm m en to s com o la
form a en q u e la n aturaleza d eb iera co m p ortarse. Lo que distingu e a
P riestle y , quien vio la an om alía, de H a le s, q uien no la vio, e s en gran
m edida la co n sid era b le articulación de la s téc n ic a s d e la quím ica de
los g a se s con las ex p ecta tiv a s que se habían esta b lecid o durante las
cu atro d éca d a s que separan su s r e sp ec tiv a s p ro d u ccio n es d el oxí­
geno.^® El m ism o núm ero de p erso n a s q u e se adjudican el d escubri­
m ien to nos in d ica q u e, d esp u é s de 1770, é s te no hub iera tardado
m ucho tiem po.
El p a p e l de la anom alía e s la prim era de la s ca ra cterística s com par­
tidas por n u estro s tres ejem p lo s. La seg u n d a p u e d e exam in arse bre­
v em e n te, p u es co n stitu y e e l tem a p rin cipal de m i tex to . La con cien cia
de la anom alía e s ap en as el co m ien zo de un d escu b rim ien to , y nada
m ás. Lo que sig u e n ece sa r ia m e n te , para que se a d escu b ierto algo, es
un esp a c io de tiem po, m ás o m en os largo, durante el cu al el individuo,
y a m en ud o m u ch o s m iem bros de su grupo, trata de r e d u c ir la anoma­
lía a una ley. In variab lem en te, e se periodo ex ig e m ás o b sera cio n es o
m ás ex p erim en to s, así com o p rofun das reflex io n es. En tanto esto
ocu rre, los cie n tífic o s revisan rep etid a s v e c e s su s ex p ec ta tiv a s, las
norm as de su s in stru m en to s y o ca sio n a lm en te su s teorías fundam enta­
le s. D esd e e s te p u n to de v ista , lo s d escu b rim ien to s tien en una historia
in tern a propia, lo m ism o que una p reh istoria y una p oshistoria. Ade­
m ás, dentro d el in tervalo, d ifícil de p recisa r, de la historia interna, no
ex iste un m om ento aislado o un día al que el historiador, por muy
co m p leto q ue se a n su s d a to s, pueda id en tificar com o el punto en que
se ha realizado un descubrim iento*
A m en ud o, cu an d o in terv ien en varios in d ivid u os, e s in clu so im posi­
b le id en tificar in eq u ív o ca m en te a cu alq u iera de e llo s com o el descu­
bridor.

Aunque aquí no puedo argum entar sobre este punto, las condiciones que hacen
probable el surgimiento de una anomalía y las que la hacen reconocible son en gran
m edida las mismas. Tal hecho puede ayudarnos a entender el porqué de tantos descu­
brimientos simultáneos como hay en las ciencias.
Un bosquejo útil del desarrollo de la química de los g a ses se halla en Partington,
A S k o rt H isto ry q f Chernistry, cap. 6.
la e st r u c t u r a HISTÓRICA DEL DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO 199

F in alm en te, v ea m o s la tercera de e sta s tres ca ra cterística s com u­


nes, referen te a lo q u e su c e d e cu an do e l periodo d e un d escu b rim ien to
se acerca a síi fin. P ara un a n á lisis co m p leto de e s te tem a, harían falta
más jjjniebas y otro artículo, ya q u e aq uí e s m uy p o co lo que h e dicho
del fiaa l de un d escu b rim ien to . S in em bargo, no h ay por q u é soslayar
el tem a, p u e s en parte es un corolario de lo ya ex p u esto .
Muy a m en ud o se d esc rib en lo s d escu b rim ien to s com o las m eras
adiciones o in cr em en to s al cú m u lo c r e c ie n te d el co n o cim ien to cien tí­
fico, y por ello p a rec e q u e e l d escu b rim ien to in dividu al e s una m edida
recisa d el d escu b rim ien to cien tífico . S in em bargo, su giero q u e e s o se
aplica ú n ic a m e n te a d escu b rim ien to s q u e, com o el de lo s elem en to s
que Uenaron lo s esp a c io s v a c ío s de la tabla p erió d ica , ya esta b a n
p revistos y, por lo m ism o, no exigían ningún ajuste ni ad aptación ni
asim ilación por p arte de la p rofesión resp ectiv a . A un qu e el tipo de
d escu b rim ien tos q u e h em o s estu d ia d o aquí e s in d u d a b lem en te de
adiciones al co n o cim ien to cie n tífic o , tam bién e s algo m ás. En cierto
sentido, q u e aq uí sólo p u d e exp on er en parte, ta les d escu b rim ien to s
influyen ig u a lm en te en los co n o cim ien to s e s ta b lec id o s, h a cien d o que
sean co n tem p la d os d esd e una n u eva p ersp ectiv a y, al m ism o tiem po,
cam biando la form a de trabajar algu nas de la s p a rtes trad icion ales de
la cien cia . Q u ie n e s trabajan en aq u ellas áreas a la s que p erte n e ce el
fenóm eno n uevo su e le n ver de m anera d iferen te tanto el m undo com o
su trabajo cu an do surgen de la larga b atalla con la anom aUa, lo cual
con stituye e l d escu b rim ien to de e s e fen ó m en o .
W illiam H e rsc h e l, por ejem p lo, al aum entar en uno e l núm ero de
planetas c o n o cid o s, le s en se ñ o a los astrón om os a m irar c o s a s n u evas
m ientras escu d riñ an lo s c ie lo s fa m ilia res, aunque se a co n in stru m en ­
tos m en os p erfe cc io n a d o s que lo s de él. E s e cam b io en 1a visión de los
astrónom os d eb e ser la p rin cip a l razón de q u e, en el m ed io siglo que
siguió al d escu b rim ien to de U rano, se agregaran veinte cu erp o s cir­
cu n solares a lo s sie te tradicionales.^® La transform ación, sem eja n te a
R. Wolf, Gcíichichle der Astronomie (Municli, 1877K pp. 51S-515, 683-693. El descu­
brimiento de íos asteroides, antes de la era de la fotografía, su ele verse com o resultado
de ia ley d e Bode. Pero esa iey no p ued e ser toda la explicación y acaso ni siquiera haya
representado un papel importante. El descubrimiento de Ceres, realizado por Piazzi en
180Ì, ocurrió sin que éste supiera nada de la especidación, corriente en aquel entonces,
del planeta faltante en ei “ espacio vacío” entre Marte y Júpiter. Lejos de ello. Piazzi
estaba realizando exploraciones estelares, como H erschel. Lo más importante e s que la
ley de Bode ya era antigua en 18Ü0 {ibid., p. 683), pero antes de esa feclia sólo a un
hombre se le había ocurrido que valía la pena buscar otro planeta. Por último, la iey de
Bode sólo podía sugerir la utilidad de buscar más planetas; pero no Ies decía a los
200 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

la anterior, que resu lta d el trabajo de R oen tgen es aún m ás p atente.


En prim er lugar, tuvieron q u e cam b iarse la s téc n ic a s establecidas
para la in vestig a ció n de los rayos ca tó d ico s, d eb ido a que los científi­
co s encontraron que no podían controlar una de las variables pertinen­
tes. E ntre e so s ca m b io s estu v ieron el p erfeccio n a m ien to de aparatos
an tigu os y form as n u ev a s de h a cer p regu n tas viejas. A d em ás, los
cien tífic o s m ás in teresa d o s exp erim en taron la m ism a transform ación
de su s co rresp o n d ien tes p ersp ectiv a s q u e acab am os de ver como
c o n se c u e n c ia d el d escu b rim ien to de Urano. L os rayos X fueron el
prim er tipo de rad iación n ueva d escu b ierto d esd e la infrarroja y la
ultravioleta a prin cipios de siglo. Pero m en os de una d écad a después
d el trabajo de R oentgen se d escu b rieron cu atro m ás gracias a la nueva
sensibilidad cien tífica (por ejem plo, las p lacas fotográficas veladas) y
por algunas de las n u evas téc n ic a s in stru m en ta les que resultaron a
partir d el trabajo de R oen tgen y d e su asimilación.^®
M uy a m enudo esta s tran sform acion es en la s téc n ic a s estab lecid as
en la p ráctica cien tífica tien en aún m ás im portancia que el aum ento de
co n ocim ien to que proviene d el d escu b rim ien to m ism o. T al es lo que
podría argu m en tarse al m en os en los c a s o s de Urano y d e los rayos X;
en cuanto al tercer ejem plo, el del oxígeno, está categóricam ente claro,
Al igual que los trabajos de H erschel y de R oentgen, los de Priestley y
L avoisier le s en señ aron a los c ien tífic o s a mirar las situ a cio n es anti­
guas d esd e n u ev a s p ersp ectiv a s. P or tanto, com o era de esp era rse, el
oxígeno no fue la única n ueva e s p e c ie q u ím ica que se tuvo que identifi­
car com o c o n se c u e n c ia de la in v estig a ció n . P ero, en el ca so d el oxí­
gen o, lo s reaju stes exigid os por la a sim ilación d el nuevo conocim iento
fueron tan p rofundos que d esem p eñ a ron un p apel e se n c ia l e inte­
gral — aunque en sí no hayan sid o la ca u sa — en el ca taclism o de la
teoría y la práctica de la q u ím ica, que d esd e en to n c es se co n o ce como
la R evolu ción quím ica. N o su giero que todos los descub rim ientos
im previstos tengan co n se c u e n c ia s tan profundas y de tan largo al­
ca n ce en la c ie n c ia , com o la s que sigu ieron al d escu b rim ien to del
oxígeno. Pero s í su giero que todos e so s d escu b rim ien to s ex ig en , de

astrónomos en dónde buscarlos. Lo que sí está claro es que la motivación para buscar
más planetas data de! trabajo de Herschel sobre Urano.
Sobre las radiaciones a , ^ y y , cuyo descubrimiento data de 1896, véase Taylor,
Physics, pp. 800-804. Sobre las cuatro nuevas formas de radiación, los rayos N , véase D.
j . S. Price, Science Since Babylon (New Haven: Yaie University Press, 1961), pp. 84-89.
Que los rayos N hayan resultado a fin de cuentas motivo de un escándalo científico no los
hace m enos reveladores del estado mental de la comunidad científica.
LA ESTRUCTURA HISTÓRICA DEL DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO ' 201

q u ien es son los m ás in teresa d o s en ello s, los tipos de r e a ju s te q ue,


cuando son m ás ob vios, eq u iparam os con la R evolu ción cien tífica .
Creo q ue, porque exigen rea ju stes com o é s o s, e l p ro ceso del d esc u ­
brim iento p o se e , n ecesa ria e in ev ita b lem en te, una estructu ra, y por
con sigu ien te se ex tien d e en ei tiem po.
VIII, L A F U N C I Ó N D E L A M E D I C I Ó N
E N L A FÍSICA M O D E R N A «

E n LA universidad de C hicago, ia fach ada d el In stitu to de In vestigacio­


n es de C ien cia s S o c ia le s o sten ta el fa m o so aforism o d e lord Kelvin: “Si
no se p u ed e m edir, el co n o cim ien to será p obre e in sa tisfa cto rio ,”^
¿Estaría aBí e s a afirm ación si en lugar de un físic o ia hub iera dicho un
soció log o , un poHtólogo o un eco n o m ista ? ¿O ap arecerían tan a m e­
nudo térm inos com o el de “m ed id a ” y “ vara de m ed ir” en las d iscu sio ­
n es con tem p o rá n ea s sob re ep istem o lo g ía y m étodo cien tífic o , si la.
físic a m oderna no tuviera e l p restigio que tien e y sí dentro d e ella la
m ed ición re p r esen ta se un p a p el m en o s im portan te d el que obvia­
m en te tien e? C om o so sp ec h o que la r e sp u e sta a e s ta s dos pregun­
tas e s un no rotundo, e sta co n feren cia e s para m í u n verdadero reto. El
h ech o de q u e se aco stu m b re ver en la fís ic a el ejem p lo d el co n o ci­
m ien to sólido y d e q u e su s té c n ic a s cu an tita tiv a s se a n la cla v e de su
éxito llev a a p regu n tarse cóm o h a fu n cion ad o realm en te la m ed ición
durante lo s tres ú ltim os sig lo s en la físic a y d esp ierta in te r e se s algo
ajen os a e s ta c ie n c ia . P er m íta se m e, p u e s, aclarar m i p o sició n general
d esd e un prin cipio. Lo m ism o co m o físic o q u e co m o h istoriador de la
físic a creo firm em en te q ue, por lo m en o s durante siglo y m ed io, los
m étod os cu an titativos han sid o prim ordiales para el desarrollo de
los ca m p o s que estu d io . Por otro lado, m e en cu en tro con ven cid o
ig u alm en te d e que n u estra s n o cio n es acerca d e la fun ción de la m ed i­
ción así com o a cerca de la fu en te de su e sp e c ia l efic a cia p roced en en
gran parte d e un m ito.
En parte por esta co n v icció n y en parte por razones m ás b ien de
carácter au tob iográfico, voy a en focar el tem a d esd e un punto de vista

* Reim preso con autorización de I s h , 52(1961): 161-190. C o p yrig h t 1961 de la History


of S cien ce Society, Inc.
’ Sobre la inscripción en la fachada, v éa se E le v e n T w e n ty-S ix : A D e c a d e o f S o c ia l Science
R esearch, compilador Louis Wirth (Chicago, 1940), p. 169. El sentir impreso allí se repite
en los escritos de lord Kelvin; la expresión más parecida a la citada podría ser la
siguiente: “ Cuando no puedes decirlo con números, tu conocim iento es de calidad
ínfima e insatisfactoria.” Véase sir Wiliiam Thomson, “ Electrical Uniís o f Measure-
ment” . P o p u la r Lectures a n d A dd resse s, 3 vols. (Londres, 1889-1891), 1:73.

20 ?
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 203

distinto del de otros q u e lo han estu d iad o tam bién.^ Mi en sa y o , salvo


hacia el fin al, no d escrib irá la ap h cación cr e c ie n te d e técn ica s cu a n ti­
tativas en la f ís ic a d esd e fin e s d e ia E dad M edia. E n lugar de e so , m e
referiré d esd e e l p rim er m om ento a la fu n ción real d e la m ed ició n en la
física|y ai origen de su sin gular e fic a cia . P ara tal fin , y sólo por eso , 1a
historia será rea lm en te “ ia en señ a n za de la filo so fía por m edio d el
ejem plo” .
Pero a n tes de tom ar a la historia com o fu en te de ejem p lo s, e s n e c e ­
sario en ten d er ca b a lm en te si tien e o no tien e sentid o asign arle a 1a
..^historia e s ta u otra fu n ció n . P or e so , mi escrito se in icia con u na crítica
de lo q u e, se g ú n yo, e s la im agen m ás gen eralizada de la m ed ición
cien tífica, im agen cu y a verosim ilitu d y fuerza p ro ced en de la m anera
com o el cá lcu lo y la m ed ición entran en fu e n te p rofun dam en te ah istó ­
rica: el libro de tex to cien tífico . Tal crítica, que se desarrollará en la
sigu iente se c c ió n , sugerirá que e x iste una im agen de libro de texto, o
de mito d e la cien cia, que p uede ser sistem áticam ente causa de con ­
fusión. La fun ción real d e ia m ed ición — tanto en la b úsq ueda d e
nuevas teorías co m o en 1a confirm ación d e ias e x iste n te s— d eb e
b u scarse en las revistas cien tífic a s, en d onde la s teorías ap arecen no
en form a acab ad a y a cep ta d a sino en p roceso de desarrollo. C oncluido
este p un to, la h istoria se convertirá forzosam en te en n u estra ^ í a , y en
las d os se c c io n e s s im ie n te s exp on dré, partiendo de esa fu e n te, una
im agen m ás válida de la s fu n cio n es m ás co m u n es de la m ed ición . En la
se cc ió n que sig u e, la d escrip ció n resp ectiv a servirá para plantear por
qué h a resu ltad o ser la m ed ició n de tan extraordinaria efic a cia en la
in v estig a ció n c o rresp o n d ien te al cam p o de la físic a . Sólo e n to n c e s, en
la se c c ió n de co n c lu sio n e s, trataré de dar una visió n panorám ica de la
n ita seg u id a por la m ed ició n , durante los tres ú ltim os sig lo s, h a sta
llegar a su p a p el actu al y pred om inan te dentro d e la físic a .
A n tes de entrar en m ateria, e s n ecesa ria una a d v erten cia m ás.
A lgunos de los a siste n te s a e sta co n feren cia p a recen en ten d e r a v ec es
q u e la m ed ición e s un exp erim en to u ob serva ció n cien tífic o s, ca ren tes
de am bigü ed ad. D e ahí q u e e l profesor Boring su pon ga q ue D esca rtes
esta b a m idiendo cu an do dem ostró la p resen cia de la im agen retiniana
in vertida en el fondo d el ojo; e s de su p o n erse q u e h u b iese dicho lo
m ism o acerca de la dem ostración h ech a por F ranklin de la polaridad

^ Las se ccion es medulares de este artículo, t|ue se agregaron al programa presente


en fecha posterior, las tomé de mi ensayo: "The Role o f Measurement in the Develop­
ment of Natural S c i e n c e ” , revisión multieditada de una charla dada en el Social
S cien ces Coiioquium o f the University o f California, Berkeley.
204 ESTUDIOS M ETAHISTÓRICOS

de los dos rev estim ien to s de una b otella de L eyd en , Indudablem ente,
exp erim en tos com o é s to s figuran entre lo s fu n d a m en ta les y m ás signi>
fica tiv o s q ue se co n o ce n en la físic a , pero no m e p a rece correcto que se
d escrib an su s resu ltad o s com o m ed icio n es. En todo c a so , con esa
term inología ú n ica m en te se h a cen co n fu so s los p u n tos m ás im portan­
tes que trato d e exp on er. S up ond ré, por co n sig u ien te, que una medi­
ción — o una teoría co m p leta m en te cu a n tifica d a — prod uce siem pre
cierta s cifras. E x p erim en tos com o el de D esc a rtes o el de Franklin,
que se acaban de m en cion ar, se clasificarán com o cu alitativos o no
num éricos sin q ue, así lo esp e ro , se en tien d a q u e por ello son m enos
im portantes. Creo que, con esta distinción entre cualitativo y cuantitati­
vo, e s p osib le d em ostrar que grandes ca n tid a d es de trabajo cualita­
tivo son co n d ició n previa para una cu an tificació n fructífera dentro de
la física . Sólo cu an d o se halle esta b lec id o e s e punto, esta rem o s en po­
sición d e preguntarnos acerca de lo s e fe c to s de introducir m étodos
cu a n titativos en cien cia s que habían ven id o avanzando sin ayuda de
ésto s.

L a MEDICIÓN EN LOS LIBROS DE TEXTO

En grado m ucho m ayor del q u e n os d am os cu en ta , n uestra im agen de


la físic a y de la m ed ición está d eterm in ada por lo s textos cien tífico s.
En parte, esa in flu en cia e s d irecta: los libros d e texto son ia única
fu en te m ed ian te la cu al la m ayoría de la s p erso n a s entran en con tacto
con la físic a . Su in flu en cia in d irecta , sin em b argo, e s in d u d a b lem en te
m ayor y m ás gen eralizada. L o s libros de texto o su s eq u iv a len tes son
los ú n ico s a lm a ce n e s d e los logros rea lizad os por lo s físic o s con tem p o­
rán eos. La m ayoría de lo s e sc r ito s d ed ica d o s a la filo so fía de la cien cia ,
así com o la m ayor parte de los trabajos de vulgarización cien tífica ,
parten d el a n á lisis y la propagación de eso s logros. C om o lo atestigu an
m u ch a s autob iografías, in clu so el in vestig ad o r cien tífico no siem p re se
halla libre de la im a g en d e libro de texto ob ten id a durante su s p rim eros
co n ta cto s con la ciencia.^
In dicaré so m era m en te por qué el m odo d e p resen ta ció n d ei libro de
texto e s , d e su yo, c a u sa de co n fu sió n , p ero exam in aré prim ero e sa
cla se de p resen ta ció n . A dm itid o que la m ayoría d e lo s a siste n te s a e sta

^ Se exaniiiía más dt-taJiadameate cstt; í’enñnu'tu» en mi monogiafia 7Vi<· StiDctun' o f


Scientific RevoiuUons, que aparecerá com o vol. 2, núrn. 2, en la International Encyclopedia
o f Unifield Science. En ese lugar, se examinan también m uchos otros aspectos de la
imagen de libro de texto de ia ciencia, sus orígenes y sus poderes.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FISICA MODERNA 205

conferencia han leíd o por lo m en os un libro de texto d e fisic a , m e


concentraré en el resum en tripartito que aparece en la siguiente figura.
JViuestra, eii el m argen su perior izquierdo, una serie d e en u n cia d o s
“ tipo-ley"’ y teó rico s, ( x ) 0 ¡ ( x ) , q ue en conjunto co n stitu y en la teoría
ele lafeien cia q ue se está d esc ríb ie n d o .“* El centro del diagrám a repre-

Te.nría

(x )^ n (x ) Mariejo

T eoria E xperim ento

L 414 1.418

1.732 1.72S

2.236 2.237

sen ta el eq u ipo ló ^ c o -m a te m á tic o em p lea d o para m anejar la teoría. S e


su p o n e q u e lo s en u n cia d o s “ tipo le y ” d el ángulo superior izquierdo son
in trodu cidos en el alim entador q u e se h alla en la parte su perior de la
m áquina, junto con cier ta s ‘'co n d icio n es in ic ia le s” q u e e sp e cific a n la
situ a ció n a la cu a l se está aplicando la teoría. S e h a ce girar la m ani­
vela; en el interior d e la m áquina s e realizan la s o p era cio n es lóg ica s y

Obviamente, no todos los enunciados necesarios para construir la mayoría de las


teorías son de esta forma lógica en particular, pero las complejidades no tienen nada
que ver con los asuntos que aquí expongo. R. B. Braithwaite, Scientific Explanation
(Cambridge, 1953), in c liiy e e n su obra una descripción útii, aunque muy general, de la
estructura ló^pca de ias teorías científica?.
206 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

m atem á tica s; y d el verted ero q u e se h alla al fren te de la m áquina salen


la s p red ic cio n es n u m éricas a p lica b les a e s te ca so . T a les pred iccion es
se anotan en la co lu m n a izquierda d el cuadro q u e a p a rece en el ángulo
inferior d erech o d e la figura. L a co lu m n a d e la d erech a co n tien e los
resultados num éricos de m ed icion es reales, anotados aUí para com pa­
rarlos con la s p red ic cio n es d erivadas de la teoría. En su m ayoría, los
tex to s d e físic a , q u ím ica, astronom ía, e t c ., co n tien en m uchos datos de
e sta c la se , aunque no siem p re se a n p resen ta d o s en form a tabular. Por
ejem p lo, algunos d e u ste d e s estarán m ás fam iliarizados con la s pre­
se n ta cio n es gráficas eq u iv a len tes. El cuadro que se halla en el ángulo
inferior derecho es de particular interés, p ues e s allí en donde apare­
cen ex p lícita m en te lo s resu lta d o s d e la m ed ició n . ¿Q ué significado
p od em os darle al cuadro y a los núm eros que co n tien e? Supongo que
h ab itu alm en te h ay dos resp u esta s: la prim era e s in m ed ia ta y casi
u niversal; la seg u n d a , q u e quizá se a de m ás im portan cia, rara vez
a p arece en form a expHcita.
Lo m ás obvio es q u e lo s resu lta d o s d el cuadro p a recen funcionar
com o una prueba de la teoría. Si co n cu erd an lo s n ú m eros correspon­
d ien te s de la s dos co lu m n a s, la teoría e s ad m isible; si no concuerdan,
d eb e m o d ificarse o rech a za rse la teoría. É sta e s la fu n ció n de la
m ed ición com o con firm ación, la cu al com o ocurre para la m ayoría de
lo s le c to r e s, p a rece surgir de la form ulación d e libro d e texto de una
teoría cien tífíc a co m p leta . P or el m om ento, su pon dré q u e algo de tal
fu n ción se ejem p lifica regularm en te en la p ráctica c ien tífíc a norm al, y
p u ed e aislarse en escr ito s cu ya finalidad no e s ex clu siv a m en te p ed a­
gógica. E n e s te p un to, d eb em o s notar so la m en te q u e sob re ia cu estión
de la p rá ctica los libros de texto no dan in d icio alguno. N o h ay libro de
texto en el cual s e in clu y a un cuadro d estin a d o a in v a lid a rla teoria para
la cual se escrib ió d icho texto. L os le cto re s de texto s cien tífico s
aceptan las teorías alH ex p u estas por la autoridad del autor y de la
com u nid ad cien tífíca , y no por lo s cu a d ros que co n tien en e s o s textos.
S i, com o ocurre a m en u d o, se le en los cu ad ros, ello e s por otra razón.
H ablaré de e s ta otra razón dentro de u n o s m o m en to s, pero prim ero
debo subrayar ia seg u n d a fu n ció n q u e se le atribuye a la m edición: la
d e exp loración . S e su p o n e a m en ud o q u e d atos n u m éricos com o los
reu n id o s en la colu m n a d erech a d e n uestro cuadro p u ed en ser ú tiles
para su gerir n u ev a s teorías o le y e s cie n tífic a s. H ay q u ien es p a recen
dar por sentado que los datos num éricos tienen m ás probabilidad de dar
lugar a n u evas g en era liza cio n es, q u e cu alq u ier otra cla se de datos.
E s esa productividad e sp e c ia l, y no la fu n ció n de la m ed ición com o
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 20?

confirm ación, lo q ue ex p lica p rob a b lem en te el aforism o d e K elvin


inscrito en la fach ada de la U n iversidad de Chicago.®
No e s nada obvio q u e n u estra s id ea s a cerca de esta fu n ción de los
núm eros está n rela cion ad as co n el esq u em a de Hbro de texto con te-
nidíl en el diagram a d escrito , p ero no en cu en tro otra m anera de
explicar la e s p e c ia l efic a cia qu e su e le atrib uírsele a lo s resu lta d o s d é la
m edición. S o sp ech o que n o s esta m o s enfrentando a un v estig io de
creen cia , in d u d a b lem en te o b so leto , de q u e e s p osible llegar a las
leyes y a la s teorías por un p ro ce so que podría d escrib irse com o el de
“ech ar a andar la m áquina h a cia atrás” . D ados los d atos n um éricos
que a p a recen en la colu m n a “E x p erim en to ” del cuadro, la m anipula­
ción ló g ico -m a tem á tica — au xiliada, in sistirían tod os ahora, por la
“in tu ición ”— p u ed e llevar al en u n ciad o de las le y e s q ue está n im p líci­
tas en los n úm eros. Si en ei d escu b rim ien to hay un p roceso siquiera
rem otam en te p arecid o a é s te — si, esto e s , la s le y e s y las teorías son
extraídas d irecta m en te de lo s datos por la m en te— , en to n c es se ev i­
d en cia de in m ed iato la superioridad de lo s datos n u m éricos resp ecto
de lo s cu a lita tiv o s. L os resu lta d o s de la m ed ición son n eu trales y
p recisos; no p u ed en provocar co n fu sió n . Lo m ás im portante e s que io s
núm eros p u ed en so m eter se a m a n ip u lacion es m atem áticas; m ás que
cu alq u ier otra form a d e d atos, p u ed en ser a sim ilad os a lo s esq u em a s
se m im e cá n ico s de lo s lib ros de texto.
Y a m a n ifesté m i e sc e p tic ism o a cerca de e s ta s dos d escrip cio n es
p rev a lec ien tes de la fu n ció n de la m ed ición . E n la s sig u ie n tes dos
s e c c io n e s, com p araré ca d a u na de e s ta s fu n c io n e s co n la p ráctica
cien tífic a ordinaria. E s p referib le, por el m om ento, con tinu ar e l ex a ­
m en crítico de io s cu a d ro s de libro d e texto. C on ello, q u isiera sugerir
q u e n u estro s e ste re o tip o s a ce rc a d e la m ed ició n ni siq u iera en cajan
con lo s esq u em a s d e libro d e texto, d e lo s cu a les p a recen p rovenir. E n
un libro d e texto, lo s cu ad ros n u m érico s no d esem p eñ a n ni la fu n ció n
de explorar ni la función de confirm ar; si están allí, e s por otra razón.
P o d e m o s d escu b rir esta razón p regu n tán don os lo que q u iere d ecir el
autor de un texto cu an do afirm a que “ co n cu erd a n ” los n úm eros de la
colum na “ T eoría ” con lo s de la colum na “ E xp erim en to ” .
E n e s te ca so , el criterio a segu ir d eb e ser el d el acuerdo dentro
d e lo s lím it e s p r e c is o s d e lo s in s tr u m e n to s d e p r e c is ió n e m ­
p lea d o s. C om o los c á lcu lo s p ro v en ien tes de la teoría p u ed en llevar-
^ El profesor Frank Knight, por ejemplo, sugiere que para las cien cias sociales el
"significado práctico [de! enunciado de lord Kelvin j tiende a ser: “ Si no p ued es medir,
mide de todos m odos” ( Eleven Twenty-Six. p. 169).
208 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

se h a sta el núm ero d ese a d o d e cifras d e c im a le s, en principio es


im p osib le el acu erdo ex a cto o n u m érico. P ero q u ien q u iera que haya
exam in ado ios cu ad ros en que se com paran lo s resu ltad os de la teoría
con lo s d el exp erim en to d eb e reco n o cer que e s b a sta n te raro un
acuerdo in clu so tan m od esto com o el in d icad o . C asi siem p re en la
aplicacióx) de u na teoría físic a h ay ap roxim ación (en realid ad , el plano
no ‘‘está libre de fric ció n ” ; el v acío no e s “ p erfe cto ” ; los átom os no
quedan “ in a ltera d o s” por las co lisio n es), y, por tanto, no se espera que
la teoría produzca resu ltad os ex a c to s. T am b ién e s p o sib le q ue, por su
co n stru cció n , el in stru m en to em p lead o dé lugar a ap roxim aciones (por
ejem plo, la “lin ea h d a d ” de las ca ra cterística s d el tubo de vacío) que
hagan dudar de la sig n ifica ció n d el ultim o d ecim a l que p u ed a leerse
in eq u ív o ca m en te en su indicador. O quizá sen ciU am en te se reconozca
q ue, por razones no bien en ten d id a s tod avía, la teoría cu yo s resultados
se han tabulado o el instrum ento que se ha em pleado en la m edición no
brindan otra co sa que e stim a c io n e s. P or u na u otra de e s ta s razones,
los físic o s rara v ez esp era n otro acu erdo q u e no se a ei q ue s e da dentro
d e lím ites in stru m en ta les. D e h e c h o , su e le n d esco n fia r cuando en­
cu en tran tal cor\cordancia. P or lo m en o s, cu an do un estu d ia n te pre­
sen ta un in form e de laboratorio en el q u e se v e un acuerdo muy
estrech o su e le so sp ec h a r se que h a y una p rob able m anipulación de los
d atos. Al fen ó m en o de que ningún ex p erim en to da el resu ltad o num é­
rico esp era d o se le Uama a v e c e s la “ quinta le y de la term od in ám ica” .®
E l h ech o de q ue, a d iferen cia de otras le y e s c ien tífic a s, tien e ex c ep ­
cio n es reco n o cid a s no d ism in u ye su utilidad com o prin cipio gLiía.
P or tanto, lo que los cie n tífic o s b u sca n regu larm en te en los cuadros
n um éricos no e s, en m odo alguno, la “ con co rd a n cia ra zo n a b le” . Al
m ism o tiem p o, si nos p o n em os a b uscar ahora el criterio de “ con cor­
dancia ra zo n a b le” , n os v em o s forzad os, litera lm en te, a ver en los
propios cu ad ros. La p ráctica c ien tífíc a no m u estra un criterio externo
ap licado o a p licab le c o n se c u e n te m e n te . L a “ co n co rd a n cia razonable”
varía de una rama de la cien cia a otra, y dentro de cualquiera de ellas va­
ría con el tiem po. Lo q ue para T olom eo y su s su c e so r e s in m ediatos
fu e co n cord an cia razonable en tre la teoría y la o b serv a ció n astronóm i­
c a s, para C opérn ico fu e p m e b a rotunda de que el siste m a de T olom eo
era erróneo.^ E ntre las ép o ca s de C a v en d ish (1731-1810) y R am say
Las ¡) cimeras tres leyes de la (ermoclinámica bien conocidas f ti era del campo.
La ''cuarta ley" dice que no liay aparato experimental que trabaje la primera vez que se
eclia a andar. Examinaremos más adelante testimonios relativos a la quinta ley.
^ r .S. Kulin, The Copentican Rerolution (Cambridge, Mass., 1957), pp. 72-76,135-143.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 209

(2852-1916), en el terreno de la q u ím ica, un cam b io sem eja n te de lo s


criterios a cep ta d o s de “ co n cord a n cia razonab le” condujo al estu d io d e
los gases n ob les. ®E stas divergen cias son típicas y sem eja n tes a la s que
existen en la s ram as co n tem p o rán ea s d e la com u nid ad cien tífic a . En
p art^ de la e sp e ctro sc o p ia , la “ con cord an cia razon ab le” sign ifica
acuerdo en lo s p rim eros s e is u och o dígitos a n tes d e l p unto d ecim a l de
las cifras de un cuadro de lo n g itu d es de onda. E n la teoría de los
sólidos, en cam b io, se co n sid era m uy b u en a una con co rd a n cia de dos
lugares d ecim a les. C on todo, h ay p artes de la astronom ía en que la
/b úsq ueda d e una con co rd an cia tan relativa d eb e p a recer u tóp ica. E n
el estudio teórico de la s m ag n itu d es e ste la re s, se da por “ razonab le”
una co n co rd a n cia co n re sp ec to a un factor de 1 0 .
N ó tese q u e h em o s co n testa d o , in ad vertid am en te, la p regu n ta de la
cual partim os. H em o s d icho q u e la “co n co rd a n cia ” en tre la teoría y el
experim ento d eb e sign ificar si e s e criterio ha d e ex tra erse de los
cuadros de un texto c ien tífic o , pero al hacerlo así h em o s cerrado el
círculo. C o m en cé p regu n tan d o, al m en os por im p lica ción , por las
características que d eb en m ostrar las cifras d el cuadro para q u e p ueda
decirse q u e “ co n cu erd a n ” . C onclu yo ahora que e l ú n ico criterio p o si­
ble e s ei m ero h e c h o d e que ap arezcan , ju n to con la teoría d e la cu al
provienen, en u n texto acep tad o por lo s p ro fesio n a les. C uando apare­
cen dentro de un texto, los cuadros de núm eros extraídos de la teoría y
de los exp erim en to s no p u ed en dem ostrar otra co sa que una “ con cor­
dancia razo n a b le” . Y ú n ica m en te lo d em u estran por tautología, ya que
no dan otra cosa que la definición de “concordancia razonable” que ha si­
do aceptada por la profesión. Por eso, creo, es que están aUí los cua­
dros: d efinen la “con cordan cia razonable” . E studiándolos, el lector
aprende lo que p u ed e esp e ra r se de la teoría. El co n o cim ien to de lo s
cuadros e s parte d el co n o cim ien to de la teoría. S in eU os, la teoría
estaría in co m p leta en io e s e n c ia l. C on re sp ec to a ia m ed ició n , no sería
tanto no verifica d a com o no v e n fic a b le , io que n os aproxim a a la
con clusión de q u e, en cu an to ha sido incorporada a un texto — lo q u e,
para n uestro propósito, sign ifica en cu an to ha sido adoptada por la
profesión— , se re co n o ce q u e ninguna teoría p u e d e ser verifica b le por
n in ^ n a prueba cu a n tita tiv a a la q u e no se la haya som etid o ya.®

® Wiliiam Ramsay, 7'he Cases o f the Atmosphere: The History ofT heir Discovery {Londres,
1896), caps, 4 y 5.
® Proseguir este asunto nos llevaría fuera del tema de este artículo; pero debiera
proseguirse porque, si tengo razón, se relaciona con la importante controversia, de
actualidad, sobre ia distinción entre verdad analítica y verdad sintética. En la medida en
210 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

Q uizá e s ta s co n clu sio n e s no sea n so rp ren d en tes. En realidad, no


tien en por q u é serlo. D esp u é s de todo, lo s lib ros de texto se escriben
tiem po d e sp u é s de los d escu b rim ien to s y lo s p ro ced im ien to s de con­
firm ación cu y o s resultados registran. A d em á s, se escrib en co n propósi­
tos p ed a g ó g ico s. El objetivo de un libro de texto e s el de darle al lector,
de la m anera m ás eco n ó m ica y fá cil de asim ilar, un en u n ciad o de los
q ue la com u nid ad cien tífic a co n tem p o rá n ea c r ee que sa b e, así como
d e lo s u so s p rin cip a les q u e p u e d e n d á rsele a e s e con o cim ien to . La
in form a ció n rela tiv a a la form a en q u e se adquirió e s e conoci­
m ien to — el d escu b rim ien to — y a la razón de q u e haya sido aceptado
por la p rofesión — con firm ación — e s , en el m ejor de los ca so s, un
e x c e s o de eq u ip aje. N o o b stan te que in clu ir e s a inform ación podría
au m entar lo s vaIores“h u m a n ista s” d el tex to y fom en tar la ed ucación
d e c ien tífic o s m ás flex ib le s y crea tiv o s, haría tam bién que el texto se
alejara de la facilid ad d e aprender e l len gu aje cien tífic o contem porá­
n eo. H a sta la fe c h a , só lo el ú ltim o ob jetivo ha sido tom ado en serio por
la m ayoría d e los escrito res de lib ros de texto sob re c ie n c ia s naturales.
En co n se c u e n c ia , aunque lo s tex to s sirvan para que los filósofos
d escu b ran la estru ctu ra lóg ica de las teorías cien tífica s term inadas, és
p rob able q ue sirvan m ás para co n fu n d ir qu e para ayudar al neófito qüé;
reclam a m étod o s p ro d u ctiv o s. C on la m ism a esp era n za, podría bus­
ca rse en un libro de tex to sobre len g u a je, de n ivel universitario, la
cara cteriza ció n autorizada de la literatura co rresp o n d ien te. L os textos
sob re id iom as, com o los tex to s c ien tífic o s, en señ a n a leer la literaturá,;
pero no a crearla ni a evaluarla. Y lo m ás p rob ab le e s q u e las indicado-:
n es q u e den sobre e s to s p u n tos sea n ca u sa de con fu sió n .

que una teona debe ir acompañada de un enunciado sobre la prueba de ella para tener
significado empírico, la teoría total (que incluye la priieba^debe ser verdadera analíti­
cam ente. Sobre un en unciado del problema filosónco de la analiticidad, véase W. V.
Quine, “ Two Dogmas of Empiricism’' y otros ensayos en F r o m u L o g ic a l P o in t o f View
(Cambridge, M ass., 1953). Para una discusión estim úlam e, pero no rigurosa, de la
posición, ocasionalm ente anaUtica, de las ley es científicas, v é a s e N . R. Hanson,
o fD ia c o r e r y {Cambridge, 1958), pp. 93-118. Una discusión nueva del problema filosófico,
que incluye copiosa referencia a ia literatura de la controversia, se encuentra en Alan
Pasch, E xperience a n d th e A n a lytic; A R e c o n sid e ra tio n o f E m p iricism (Chicago. 1958).
Por la monografía citada en la nota 3, se argumentará que la desviación propiciada
por los libros de texto científicos e s tanto sistemática como funcional. No está claro, de
ningún modo, cómo sería que una imagen más exacta del p>-''<"eso de la ciencia hiciera
de los físicos investigadores más eficientes.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 211

R a z o n e s de l a m e d ic ió n n o r m a l

Las anteriores co n sid er a cio n e s im p on en nuestro sigu ien te p a so . T e-


nemos^que p r e ^ n ta r n o s ahora cóm o e s que la m ed ición v ien e a
yuxta{lanerse a las le y e s y a la s teorías e n lo s tex to s cien tífic o s.
Adem ás, d eb em o s b u s c a r la re sp u e sta en la p ren sa cien tífíc a , que es
el m edio a través d el cu al los c ie m ífic o s com u nican su s trabajos
originales y evalú an los h ech o s por su s colegas.^^ Ei recurrir a esta
clase de Hteratura de in m ed iato h a ce dudar de una de la s im plica cio -
fiés d el habitual esq u em a de Ubro de texto. S ólo una m in ú scu la fra c­
ción de las m ed icio n es m ejores y m ás crea tiv a s efe ctu a d a s por los
cien tíficos resu lta d el d e se o de d escub rir n u evas regularid ad es cu an ti­
tativas o d e confirm ar las an tigu as. Sólo una fracció n m ínim a e s la que
da lugar a cu alq u iera d e e s to s dos e fe c to s. H a y unas cu a n ta s que sí los
tienen, y ten dré algo q u e d ecir acerca de ella s en las sig u ie n tes dos
seccio n es. P ero lo m ejor será co m en za r por d escub rir por qué son tan
raras e s ta s m ed icio n es exploratorias y confirm atorias. P o r c o n si­
guiente, en e s ta se c c ió n y en la mayor parte d el texto, m e lim itaré a la
función m ás u su al de la m ed ición en la p ráctica norm al de ia cie n c ia .
P ro b ab lem en te la c la se de g en io m ás rara y m ás profunda dentro de
la física se a la m an ifestad a por hom bres q ue, com o N ew ton , L avoisier

” Claro que e s algo anacrónico aplicar los términos de “revistas” o “ libros de texto” ,
en todo el periodo que se me ha pedido que analice. Pero estoy tratando de subrayar una
forma de comunicación profesional cu yos orígenes pueden encontrarse, por lo menos,
en eí siglo XVil, y cuyo rigor ha venido creciendo desde entonces. Hubo una época — di­
ferente en ias diferentes cien cia s— en que la forma de comunicación en la ciencia fue
muy parecida a la que se ve todavía e n las humanidades y en las cien cias sociales; pero en
todas !as cien cias físicas tiene por lo m enos un siglo de desaparecida, y en muchas de
ellas desapareció d esd e antes. En la actualidad, todos Ids resultados de investigaciones
se publican en revistas que sólo leen los nuembros de la profesión. Los libros son
exclusivamente libros de texto, com pendios, vulgarizaciones y reflexiones filosóficas, y
escribirlos e s actividad algo sosp ech o sa , por ser considerada no profesional. Sobra decir
que esta distinción, clara y contundente, entre artículos y libros, escritos de investiga­
ción y de otra índoie, aumenta enorm em ente la fuerza de lo que he venido llamando
imagen de libros de texto.
Aquí y en otras partes de este artículo pasaré por alto la gran cantidad de medicio­
nes hechas sencillam ente para obtener información factual. P ienso que mediciones
como las de gravedad específica, lo n ^ tu d e s de onda, constantes de elasticidad, puntos
de ebullición, etc., se efectúan para determinar parámetros que han de insertarse en las
teorías científicas, pero que éstas no predicen los resultados numéricos en cuestión — o
bien no los predicen en el periodo de que s e trata— . Esta clase de m ediciones no carece
de interés, pero creo que es una cosa bien entendida. En todo caso, considerarlo
extendería dem asiado los alcances de este artículo.
212 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

o E in stein , en u n cian una teoría co m p leta m en te n ueva que tiene la


p o ten cialid ad de reordenar un v a sto núm ero de fen ó m e n o s naturales.
S in em bargo, las refo rm u la cio n es ra d ica les de esta ín d ole son en
extrem o raras, p rin cip alm en te porque el esta d o de la c ien cia en muy
p o ca s o ca sio n e s da ia oportunidad de que se h agan. A d em á s, no son
los únicos acontecim ientos de verdad esen cia les y creativos para el de­
sarrollo del con o cim ien to c ien tífic o . En las c ie n c ia s natu rales, el
nuevo orden a q u e da lugar una teoría n ueva y revolu cion aria vien e a
ser siem pre un orden potencial. P ara h acerlo real, h a cen falta mucho
trabajo y m ucha d estreza , au nad os al gen io o ca sio n a l. P ero debe
h a cer se real, p u e s ú n ica m en te a través d el p ro ceso d e realización
p u ed en d escu b rirse las o c a sio n e s para h a c e r n u ev a s form ulaciones
teó ricas. E n su m ayor p arte, la p ráctica c ien tífíc a e s así una operación
de lim p ieza, com p leja y lab oriosa, que co n so lid a el terreno ganado por
la avan zad a teórica m ás r e c ie n te , y asegu ra la preparación esen cial
para q u e co n tin ú e ei a v a n ce. E n ta les o p era cio n es de Um pieza, es
donde la m ed ición tien e su fu n ción c ien tífíc a m ás com ú n.
L a im portan cia y la d ificu ltad de e s ta s o p era cio n es de con solidación
p u ed en sugerirla e l estad o actu al de la teoría de la relatividad general
de E in stein . L a s e c u a c io n e s p ro v en ien tes de e s a teoría han resultado
ser tan d ifíciles de aplicar q ue — salvo el ca so lím ite en que las
e c u a c io n e s p u ed en red u cirse a la s de la relatividad e s p e c ia l— h asta la
fe c h a sólo han prod ucido tres p red ic cio n es su sc e p tib le s de ser proba-
das^por observación.^^ H om b res de g en io in d u d ab le han fracasada
tota lm en te en la tarea de form ular otras ec u a c io n e s, y el problem a
con tinú a sien d o su fo co d e a ten ció n . En tanto no se a resu elta ni pueda
ser exp lotad a, la teoría gen eral de E in stein s i ^ e sien d o un logro en
gran parte infructuoso.^'*
In d u d a b lem en te, la teoría gen eral de la relatividad e s un caso ex­
trem o, pero la situ a ció n que ilustra e s típ ica. P ara dar un ejem plo algo
m ás am plio, co n sid é r e se el p roblem a al q u e se enfrentó gran parte de

Son éstas la deflexión de !a luz en el cam po gravitacional del Sol, la precisión del
perihelio de Mercurio y el desplazam iento hacia el rojo de la luz de las estrellas lejanas.
En ei estado actual de la teoría, sólo las dos primeras son verdaderas predicciones
cuantitativas.
Las dificültades para encontrar aplicaciones concretas de la teoría general de la
relatividad no deben impedir que ios científicos aprovechen el punto de vista científico
incorporado en esa teoría. Pero, quizá desgraciadamente, así parece estar ocurriendo. A
diferencia de la teoría especia l, los estudiantes de física prácticamente no se dedican a
la teoría general. Cabe pensar que dentro de cincuenta años se habrá perdido de vista
totalmente e s íe aspecto de las aportaciones de Einstein.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 213

lo m ás granado d el p en sa m ien to cien tífico d el siglo xviii: el de inferir


predicciones n u m érica s co m p ro b a b les, de la s tres le y es d el m ovi-
niiento de N ew to n , así com o de su prin cipio de la gravitación univer­
sal- C pando N ew to n en u n ció su teoría, a fin e s d ei siglo xvn, sólo su
tercera" ley — la de la igu ald ad de la a cción y la rea cció n — podía ser
investigada d irecta m en te por m ed io de ex p erim en to s, pero los ex p e­
rimentos co r re sp o n d ien te s se aplicaban tan sólo a c a so s m uy esp ecia -
lesJ^ L as prim eras d em o stra cio n es d irecta s e in eq u ív oca s de la s e ­
gunda ley tuvieron q u e esp erar la co n stru cció n de la m áquina de
'^twood, d elica d o aparato de laboratorio que no fu e in ven tad o hasta
casi un siglo d e sp u é s de la ap arición de lo s Pñncipia
Las in v estig a c io n es cu a n tita tiv a s d irecta s de la atracción gravita-
cional resu lta ro n se r m ás d ifíc ile s to d a v ía y no a p a reciero n en
la literatura c ien tífic a hasta 1798J^ A un a la fech a , la prim era ley
de N ew ton no puede com pararse directam ente con los resultados de
m ediciones de laboratorio, si b ien los a v a n ces en el lan zam iento y
control de c o h e te s h a cen pr<?^b'able que no ten g a m o s m ucho m ás.
D em o stracio n es d irecta s, co m o la de A tw ood, son naturalm ente las
que figuran m ás en los tex to s de c ie n c ia s naturales y en ejercicio s de
laboratorio e le m e n ta le s. P or se r sim p les e in eq u ív o ca s, tienen un gran
valor p ed a g óg ico . Y , p ed a g ó g ica m en te hablando, el h ech o de que
hayan em p ezad o a ap arecer aquí y aUá m ás de un siglo d esp u é s de la
publicación d el trabajo de N ew to n no o ca sió n a ninguna d iferen cia.
Cuando m u c h o , in d u ce a con fun dir la naturaleza d e los logros cien tífi-

Los experimentos más pertineníes y a los que más se recurrió fueron ejecutados
con pénduios. La determinación del retroceso de los dos p esos de sendos péndulos que
chocan parece haber sido el principal instrumento conceptual y experimental empleado
en ei siglo Xvi! para determinarlo que eran la "acción” y la "reacción” dinámicas. Véase
A. Wolf, A History o f Science, Technology, and Philosophy in the Sixteenth and Seventeenth
Centuries, nueva ed- preparada por D. McKíe (Londres, 1950), pp, 155, 231-235; y R.
Dugas, La mécanique au xvii^ siècle (Neuchátel, 1954), pp. 283-298; y Sir Isaac Newton’s
Mathematical Principles o f Natural Philosophy and His System o f the World, F. Cajori, compila­
dor (Berkeley, 1934), pp. 21-28. Wolf (p. 155) describe la tercera ley com o "la única ley
tìsica de las tres” .
Véase la excelente descripción de este aparato así como el análisis de las razones
de Atwood para construirlo, en H anson, Patterns o f Discovery, pp. 100" 102 y notas a estas
páginas.
A. W o \(, A History o f Science, Technology, and Philosophy ín the Eighteenth Century, 2^
ed. rev. por D. McKie {Londres, 1952), pp. 111-113. Hay algunos precursores de las
mediciones efectuadas por Cavendish en 1798, pero sólo éste logró obtener resultados
inequívocos.
214 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

C O S . P ero si lo s co n tem p o rá n eo s y los su c e so r e s de N ew ton hubiesen


tenido q ue esperar tanto tiem p o para d isp on er de p ru eb as cuantitati­
v a s, n un ca se h ubiera con stru id o el aparato cap az de proporcionarlas.
P or fortuna, hubo otro cam in o, y m uchos de lo s gran d es talentos
cien tífic o s d el siglo xvm lo sigu ieron . G racias a m a n ip u lacion es m ate­
m áticas co m p lejas, q u e exp lotan co n ju n tam en te todas la s le y e s, fue:
p o sib le h a c e r otras c la s e s d e p red ic cio n es q u e p u d iesen ser com para­
das con o b serv a cio n es cu a n tita tiv a s, particu larm ente con observacio­
n es de p én d u lo s en e l laboratorio y co n o b serv a cio n es astron óm icas de
lo s m o vim ien tos d e la Luna y lo s p la n e ta s, P ero e s ta s p red iccion es
p resen taron otro p rob lem a ig u a lm en te agudo, el de las aproxim acio­
n es esenciales.'*^ L as su sp e n sio n e s de lo s p én d u lo s de laboratorio no
son ni ca ren tes de p eso ni p erfecta m en te elá stica s; la re siste n c ia del
aíre o b sta cu liza e l m ovim ien to d el p eso d el péndulo; a d em á s, este
m ism o e s d e tam año fin ito , y está de por m ed io ia cu estió n de qué
pun to d el p e so d eb e tom arse para calcu lar la longitud d el pén du lo. Si
se om iten e s to s tres a sp e c to s d e la situ a ció n ex p erim en ta l, sólo puede
esp era rse una co n co rd a n cia cu an titativa m uy burda en tre la teoría y la
o b servación . P ero d eterm in ar la m anera de red u cirlos — lo que sola­
m en te p u ed e h a cerse por en tero con el últim o de e s to s a sp ec to s— ,
a sí com o la tolerancia q u e d eb e ten erse co n resp ecto a lo s residuos,
son p rob lem as d e los m ás d ifíciles. D e sd e la ép oca de N ew to n , grandes
y b rillantes in v estig a c io n es se han d ed icad o a resolv erlo s.
L os p rob lem as q u e se en cu en tra n al aplicar las le y e s de N ew to n a la
p red icció n astron óm ica son m ás revelad ores aún. C om o ca d a uno de
los cu erp o s d el sis te m a so la r ejerce atracción sobre lo s d em á s, a la vez

Los modernos aparaíos de laboratorio con los que se le ayuda a! estudiante a:


estudiar la ley galileana de ia caída líbre son buen ejemplo de !a manera como la
pedagogía desvirtúa la imagen histórica de la relación entre ia ciencia creativa y
medición. Lo más probable es que ningiino de los aparatos que hoy están en uso se
podría haber construido en el siglo x\ i¡. Uno de los dispositivos, mejores y más conoci­
dos, por ejem plo, permite que un cuerpo pesado caiga entre «n par de rieles paralelos y
verticales. Entre tales rieles, se hace pasar una corriente eléctrica cada centésim o de
segundo, y la chispa que pasa de riela riel y a través dei peso queda registrada sobre una
cinta tratada químicamente; así pues, se registra ía posición del peso cada centesim o de
segundo. Otros aparatos son ctientaminutos eJéctncos, etc. Respecto a las dificultades
históricas que implica el hacer inediciones relativas a esta ley, véase más adelante.
En todas las aplicaciones de las ley es de Newton Í!ay aproximaciones, pero en los
ejem plos siguientes las aproximaciones tienen una importancia cuantitativa de ia que
carecen ias anteriores.
Wolf {[Cíghteenih Century. pp. 75-81) da una buena descripción preliminar de este
trabajo.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 215

que e s atraído por ca d a uno de é sto s, en los d ías de N ew ton la


predicción e x a c ta de los fen ó m e n o s c e le s te s exigía la ap lica ció n d e su s
leyes a lo s m ovim ien tos e in tera ccio n es sim u ltá n eo s de och o cu erp os
celestes. (É stos eran e l S ol, la L una y los se is p la n e ta s co n o cid o s. P aso
por a l t l i o s d em ás sa té lite s p la n eta rio s.) El resu ltad o e s un p roblem a
m atem ático q u e nun ca se h a logrado reso lver con exa ctitu d . P ara
obtener e c u a c io n e s q u e p u d ie se n ser resu elta s, N ew ton se vio obli­
gado a sim p lificar el p rob lem a, su p on ien d o q u e ca d a uno de lo s p la n e­
tas era atraído sólo por el S o l, y la L una sólo por la Tierra. C on tal
f-fposición, pudo derivar ias fa m o sa s le y e s de K epler, m aravilloso y
con vin cente argum ento a favor d e su teoría. P ero la d esv ia ció n de los
planetas co n re sp ec to a lo s m ovim ien tos p red ich o s por las le y e s de
Kepler se aprecia fá cilm en te tan sólo co n h acer o b serv a cio n es te le s ­
cópicas cu a n tita tiv a s. P ara d escu b rir la m anera de m anejar esta s
d esviacion es con fo rm e a la teoría de N ew to n , fu e n ecesa rio idear
estim a cio n es m a tem á tica s de la s “ p ertu rb a cion es” p rod u cid as en una
órbita, b á sica m en te k ep lerian a, por la s fu erza s in terp lan etarias om iti­
das en la d erivación in ic ia l de las le y e s de K epler. El gen io m atem ático
de N ew ton realizó la p roeza de producir la prim era estim a ció n bruta
aplicable a la pertu rb ación d el m ovim ien to de la L una, ca u sa d a por el
SoL M ejorar su re sp u e sta y dar re sp u e sta s ap roxim adas y p a recid a s en
relación co n io s p la n eta s fu e un problem a que in q u ietó a lo s m ás
grandes m a tem á tico s de lo s sig lo s xvni y xix, in clu id o s E u ler, L a­
grange, L ap lace y G a u s s .G r a c ia s a los trabajos de e sto s p erson ajes
fue p o sib le reco n o cer la anom alía en e l m ovim ien to de M ercurio, que
sólo p u ed e ser exp lica d a m ed ian te la teoría g en eral de E in stein . D i­
cha anom alía había esta d o o cu lta dentro de lo s lím ites d e la “ co n co r­
dancia razon ab le” .
H asta aquí, la situ a ció n ilu strad a por la ap lica ció n cu an titativa de
las le y e s de N ew to n e s , creo , p erfecta m en te ca ra cterística . E jem p los
p arecidos p u ed en ex tra erse de la h istoria de la s teorías de la luz
corpuscular, ondulatoria o de la m ecá n ica cu án tica; d e la historia de la
teoría electro m a g n ética ; d el a n á lisis q uím ico cuantitativo; o de cu al­
quier otra de la s n u m ero sa s teorías c ien tífic a s, p erte n e cie n tes a las
cien cia s n atu rales, y que tien en c o n se c u e n c ia s cu a n tita tiva s. En cada
uno de e s to s c a s o s resu ltó ex trem a d a m en te d ifícil hallar m uchos
p roblem as q u e p erm itie sen la com p aración cu an titativa de la teoría
con la ob serv a ció n . In clu so al en con trarse ta le s p rob lem as, fu e n ece-

¡hid.. ¡)|). 96-101. Wiliiam WlK'Vvtfll. History o f ! nductire Sciences, tíd. rev., 3 vols.
(Londres, 1847), 2: 213-271.
ÜT

216 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

p jí sa n o q u e los m ás d esta ca d o s ta len tos c ien tífic o s in ven taran aparatos,


S il
redujeran e fe c to s pertu rb adores y estim aran la tolerancia relativa a los
ìli q ue p ersistían . É sta e s la c la se de trabajo que la m ayoría de io s físicos
h a ce la m ayor parte d el tiem po en la medida en que sus trabajos son
cuantitativos. Su objetivo e s, por una p arte, m ejorar la m ed ición de la
‘'■concordancia razonab le” ca ra cterística de la teoría en una aplicación
dada y, por ia otra, abrir n u ev o s cam p o s de apH cación y establecer
n u ev a s m ed id as de “ con co rd a n cia razo n a b le” a p licab le a ellos. Para
q uienq uiera que le en tu sia sm en los acertijos m a tem á tico s o de mani­
pulación , é s te p u ed e ser un trabajo de lo m ás fa scin a n te y satisfacto­
rio. Y ex iste siem p re iá rem ota p osibilid ad d e q u e se ob tenga un
d ividendo más: algo p u ed e esta r eq u ivocad o.
S in em bargo, a m en o s que algo e s té eq u ivocad o — situ ació n que se
exam inará en otra se c c ió n — , esta s in v estig a c io n es cad a vez más
refinad as de la co n co rd an cia cu an tita tiv á en tre ia teoría y ia observa­
ción no p u ed en d escrib irse ni co m o in ten to s de d escu b rim ien to ni de
con firm ación. Q uien logra ten er éxito aquí d em u estra su talen to, pero
io h a ce ob ten ien d o un resu ltad o que toda la com unidad científica
había p revisto q u e alguien obtendría algún día. Su éxito resid e exclu­
siv a m en te en la d em ostración ex p lícita de un acu erdo ya impUcíto entre
la teoría y el m undo. N o se ha extraído de la naturaleza ninguna
n oved ad. D el c ien tífic o que logra éx ito en e s ta c la se de trabajo, tam­
p oco p u ed e d ecirse que haya “ con firm ado” la teoría que ^ i ó su
in v estiga ció n . P u e s si su éxito “con firm a” ia teoría, en to n c es el fra­
caso debiera “invalidarla”, y en este caso ninguna de las dos cosas es
verdad. Ei fracaso en resolv er uno de e sto s acertijos cu en ta ú nicam en ­
te en contra d el cien tífico; g a sta u na gran can tidad de tiem po en un
p roy ecto cu yo resu ltad o no vale ia p en a publicar; si h ay q u e sacar
alguna co n clu sió n , é sta será ú n ica m en te la d e que su talento no era el
ad ecu ad o para e s e trabajo. S i la m ed ició n co n d u ce alguna vez ai
d escu b rim ien to o a la con firm ación , esto no ocu rre en la m ás u su al de
tod as su s a p lica cio n es.

Los EF EC T O S DE LA M ED ICIÓ N NO R M A L

En la s c ie n c ia s n a tu rales, h ay otro a sp ecto im portan te en ei problem a


norm al de la m ed ició n . H a sta aquí, h em o s esta d o vien d o por q u é los
cien tífic o s acostu m b ran m edir; d eb em o s con sid era r ahora lo s resu lta­
d os q u e o b tien en al h a cerlo . S urge d e in m ed iato otro estereotipo
fom entado por lo s libros d e tex to . E n é s to s, lo s n ú m eros.q u e resultan
de ia m ed ición a p arecen com o·los arq u etipos de “ los h ech o s irreducti­
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 217

bles y o b stin a d o s” , a lo s c u a le s d eb en con form arse, d esp u é s d e lu char


con ello s, la s teorías d el cien tífico . P ero en la p rá ctica , com o p u ed e
verse en las’ p u b lic a cio n es c ien tífic a s, lo que al p a recer ocurre e s que
el cien tífico está lu ch a n d o con los h e c h o s, tratando de obligarlos a
co n firm arse a una teoría que é l no pone en duda. L os h ech o s cu an tita ­
tivos dejan de p a recerle se n c illa m en te “ io d ado” . D eb e lu ch ar contra
ellos, y en esa lu ch a la teoría co n lá cu a l son com p arad os d em u estra
ser el arm a m ás p o te n te. E s fre cu en te que el cien tífico no pueda
obtener cifra s q u e co n cu er d e n con la teoría m ientras no sep a qué
cifras d eb e h a cer q u e p rod u zca la naturaleza.
Parte de e s te p rob lem a c o n sis te se n c illa m en te en ia d ificultad de
encontrar té c n ic a s e in stru m en to s q u e perm itan la com p aración de la
teoría co n m ed icio n e s cu a n tita tiv a s. Y a vim os q ue fu e n ecesa rio casi
un siglo para in ven tar una m áquina q u e diera una d em ostración cu a n ­
titativa d irecta de la seg u n d a ley de N ew ton . P ero la m áquina que
C harles A tw ood d escríb ió en 1784 no fu e el p rim er in stru m ento c o n s­
truido para ob tener la in form ación cuan titativa p ertin en te a esa ley.
Ya se h abían h ech o in ten to s p a recid o s d esd e que G alileo d escrib ió su
clá sico ex p erim en to d el plano in clinad o en 1638.^^ G alileo , con
su brillante intuición, había visto en este aparato de laboratorio una
m anera de in v estig a r ia form a en que un cu erpo se m u eve cuando es
abandonado a su propio p e so . D esp u é s d el exp erim en to , anunció que
la m ed ició n d e la d ista n cia recorrida, en un tiem po dado, por una
esfera q u e ru ed a plano abajo confirm aba su te sis d e q ue e s e m ovi­
m ienío era u n ifo rm em en te acelerad o. R einterpretado por N ew to n ,
este resu ltad o ejem p lificó la s e ^ n d a ley para el ca so e sp e c ia l de una
fuerza uniform e. P ero G alileo no inform ó d e la s cifras que había
ob tenid o, y un grupo form ado por ios m ejores c ien tífic o s d e F rancia
anunció que h ab ía fracasad o totalm en te en ob ten er resu lta d o s com p a­
rables. In clu so pub licaron su s dud as a cerca d e q u e G alileo h u b iese
realizado en v erd ad el experim ento.^^
Lo m ás seguro e s q u e G alileo sí haya llevad o a cabo el ex p erim en to.
Si así fue, obtuvo seguram ente resultados cuantitativos que le parecie­
ron una concordancia adecuada con la ley d = Va at^ que, según su
d em ostración , era una c o n se c u e n c ia de ia acelera ció n uniform e, P ero
quienquiera q ue haya ob servad o lo s cronóm etros de cu erd a o eléctri-

Para una versión moderna, en inglés, del original, véase Galileo Galilei, D ia lo g u es
C o n cern in g Tw o N ew S cie n c es, trad. al inglés de Henry Crew y A, De Salvio (Evanston y
Chicago, 1946), pp. 171-172.
La historia completa se encuentra brillantemente expuesta en A- Koyré, '‘An
Experiment in M easurem ent” , F ro cee d in g s o f th e A m erican P h ilo so p h ic a l S o c ie ty , 97 (1953):
222-237.
218 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

e o s, y lo s largos p lanos in clin a d o s, o lo s p esa d o s vo la n tes necesarios


para ejecu ta r e s te ex p erim en to en lo s m odern os laboratorios elem en­
tales, puede sospechar, con razón, que los resultados de Galileo a lo
m ejor no fu eron un acu erdo inequívoco co n su ley . M uy p o sib lem en te el
grupo d e c ie n tífic o s fr a n c e se s, al v e r lo s m ism o s d a to s, tuvo q ue dudar
de que é s to s ejem p lifica sen ia a celera ció n u niform e. En su mayor
parte, esto e s d e sd e lu eg o una esp e cu la ció n . P ero el elem en to esp ecu ­
lación no sirve para p on er en tela d e ju icio mi afirm ación de que,
in d e p e n d ie n tem en te de su origen , el d esa cu erd o en tre G alileo y los
que trataron de repetir su exp erim en to fu e en tera m en te natural. Si la
gen eralización de G alileo no h u b iese arrojado a lo s cien tífico s de su
ép o ca h a sta el borde m ism o de lo s aparatos d e exp erim en ta ción exis­
ten tes, cam po en que eran inevitables la dispersión experim ental y
el d esa cu erd o a ce rc a d e la in terp reta ció n , en to n c es no h u b iese hecho
falta ningún gen io que la form ulara. Su ejem p lo ca ra cteriza uno de los
a sp e c to s m ás im p o rta n tes del gen io teórico d e la s c ie n c ia s naturales:
e s un gen io que va a d ela n te de los h e c h o s, y q u e deja la captura de
é sto s para lo s ta len to s, b a sta n te d ife re n tes, d el exp erim en ta lista y el
in stru m en ta lista . En e s te ca so , capturar lo s h ech o s tom ó m ucho
tiem po. S e con stru yó la m áquina de A tw ood porque, a m ed iad os del
siglo XVIII, algunos d e lo s m ejores cien tífic o s d ei c o n tin en te eu rop eo se
preguntaban todavía si la acelera ció n co n stitu ía la m ed id a propia de la
fuerza. A un qu e su s d ud as p roven ían de m ás de una m ed ició n , ésta
seg u ía sien d o todavía lo su fic ie n te m e n te eq u ív o ca com o para ajustarse
a la s m ás d iversas c o n c lu sio n e s cuantitativas.^'*
El ejem p lo anterior ilustra las d ificu lta d es y tam bién el p ap el de
la teoría en la tarea de reducir la dispersión en los resultados d e la
m ed ición . P ero el p rob lem a no term ina aquí. C uando ia m ed ición es
in seg u ra, una de la s p ru eb as de la con fiab ilid ad de lo s in stru m en tos
ex iste n te s y de la s té c n ic a s de m an ip u lación d eb e co n sistir , in evita­
b lem en te, en su cap acid ad para dar resu ltad os que co n cu erd en favo­
rablem ente con la teoría existente. En algunas partes de la ciencia
natural, sólo de e s ta m anera p u e d e ju zgarse la a d ecu a ció n de la
téc n ic a ex p erim en ta l. C uando tal ocurre, no p u ed e ni siq u iera h a b la r­
se de in stm m en ta c ió n o téc n ic a ‘‘in seg u ra s”', dando a en ten d er que
é sta s podrían m ejorarse sin recurrir a u na norm a teórica externa.
P or ejem p lo, cu an do John D alton tuvo la id ea de em p lea r m ed icio­
n es q uím icas para e s ta b le c e r una teoría a tóm ica, q u e h abía c o n ceb id o
p artiendo de o b serv a cio n es m eteoroló g ica s y fís ic a s , com en zó b u s­
cando d atos p ertin en te s e n ia literatura esp e cia liza d a d e su tiem po.
P ronto se dio cu en ta de q u e la s co sa s se aclararían sig n ifica tiv a m en te
Hanson, Pulternx of Discorery, p. iOl.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 219

estudiando grupos de reaccion es en que un solo par de elem entos, por


ejemplo:. e l nitrógeno y e l o x íg en o , entraran en m ás de una com b in a­
ción q u ím ica. D e ser cierta su teoría atóm ica, la s m o lécu la s com p o­
nen tes d e e sa s su sta n cia s diferirían ú n ica m en te en la razón d el nú-
m e r o p e átom os en tero s de ca d a elem en to que c o n tu v ie sen . L os tres
óxidos d el n itrógeno podrían ten er, por ejem p lo, m olécu las N 2O , N O y
¡SjOa? o bien otro arreglo por e i e s t i l o . P e r o cu a le sq u ie ra que fu e se n
las o rd en acio n es p articu lares, si e i p eso d ei nitrógeno fu e se el m ism o
en ias m u estras de los tres óx id o s, en to n c es lo s p e so s d el oxígeno en ia s
tres m uestras se relacionarían en tre sí por prop orciones sim p les de
''números en tero s. L a gen era liza ció n de e s te principio a todos io s
grupos de co m p u e sto s form ados a partir dei m ism o grupo de elem en ­
tos produjo ia ie y d e la s p rop orciones m últip les de D alton.
Sobra d ecir q u e, en su in v estig a ció n bibliográfica, D alton obtuvo
algunos d a tos que, d e sd e su p unto de v ista, apoyaban su ficie n tem en te
su ley. P ero — y é s ta e s la cla v e d el ejem p lo — m u ch o s de io s dem ás
datos no la apoyaban en m odo alguno. P or ejem p lo, las m ed icio n es
h ech a s p or el quím ico fra n cé s P rou st, d e los dos óx id o s d el cob re,
produjeron, r e sp ec to de una cantidad dada de co b re, una razón de
p eso para ei oxígeno de 1.47:1. S egú n la teoría de D alton, e sa razón
debería h ab er sid o d e 2:1, y e s p recisa m en te de P ro u st de q u ien podría
h aberse esp erad o la con firm ación de la p red icció n . En prim er lugar,
era un cu id a d o so ex p erim en ta lista . A d em á s, h ab ía p articipado en una
im portante co n trov ersia sobre los óxid os de cob re, en la cu a l sostuvo
un punto de v ista sem eja n te al de D alton. P ero , a p rin cip io s d el siglo
XIX, los q u ím ico s no sab ían cóm o realizar an álisis cu an tita tiv o s que
m ostrasen la p resen cia de p rop orcion es m ú ltip les. H acía 1850, ya
habían apren d ido, p ero sólo d ejá n d o se guiar por la propia teoría de
D alton. S ab ien d o q u é resu lta d o s deberían esperar de su s a n á lisis, ios
q u ím icos fueron ca p a c e s de id ear téc n ic a s para ob ten erlo s. E n c o n se ­
cu en cia , en lo s tex to s de quím ica s e p u ed e afirm ar ahora que el
análisis cuantitativo confirm a la teoría atóm ica de Dalton, olvidándose
de q u e, h istó rica m en te h ablan do, las téc n ic a s a n alíticas correspon-

^ Ésta no es, desde luego, la notación original de Dalton. La he modernizado y sim'·


plificado parcialmente en este escrito. Para reconstruiría, véase A. N. Meldrum, “The
Development o f the A tomic Theory; (1) BerthoUet’s Doctrine of Variable Propor­
tions” , M a n ch ester M em o irs, 54 (1910): 1-16; y “(6) The Reception accorded to the Theory
advocated by Dalton’\ ibid.·, 55 (1911): 1-10; L. K . Nash, T/ie A tom ic M o U c u ia r Th eory,
Harvard C ase Histories in Experim ental S cien ce, ca s e 4 (Cambridge, M ass., 1950); y
“The Origins o f Dalton’s Chemical Atomic Theory” , h i s , 47 (1956): 110-116, Véanse
también las útiles d iscu siones dispersas en J. R. Partington, A S hort H isto ry o f C h em istry,
2® ed. (Londres, 1951).
220 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

d ien tes s e basan en la propia teoría q u e, se d ice , confirm an. A ntes de


que s e p ublicara la teoria de D alton, la s m ed icio n e s no arrojaban los
m ism os resu lta d o s. A sí en la físic a com o en las c ie n c ia s so c ia le s, hay
p ro fecía s que se cu m p len sólo porque se tien e el d ese o de que se
cum plan.
El ejem plo anterior m e p a rece ca ra cterístico de la form a en que la
m ed ición resp o n d e a la teoria en m u ch o s terren os de la s ciencias
n atu rales. Con re sp ec to a mi s im ie n te ejem p lo, b astan te extraño,
esto y m en o s seguro de q u e s e a ca r a cte rístic o , pero m is co leg a s que
trabajan en físic a n u clear m e aseguran que han encontrado repetidas
v e c e s ca m b ios irrev ersib les, sem eja n tes al ejem p lifica d o , e n lo s r e s u l·
la d os d e su s m ed icio n es.
M uy al p rincipio d el siglo xix, L a p la ce, quizá el m ejor y ciertam en te
el m ás fam oso físic o d e su ép oca, sugirió que partiendo d el fenóm eno
r e c ie n te m e n te o b serv a d o de q u e un g a s s e c a lie n ta cu a n d o es
com prim ido rá p id am en te, podría exp licar una de las d iscrep an cias
n u m éricas m ás notorias d e la física teórica. C on sistía ésta en el
d esa cu erd o, de ap roxim adam en te el 20%, en tre lo s v alores predichos
y m ed id os de la v elocid ad d el so n id o en ei aire — d iscrep a n cia que
había llam ado la a ten ció n d e tod os los m ejores físico s-m a tem á tico s
eu ro p eo s, d e sd e N ev íto n , q uien la h abía d escu b ierto — . Cuando
Lapíace dio a conocer su idea, era prácticam ente hacer la confirmación
num érica — n ótese la recurrencia de esta dificultad característica— ,
p u es exigía d elica d a s m ed icio n e s de las p ro p ied a d es térm ica s de los
g a se s, la s cu a le s reb asab an la cap a cid a d de lo s aparatos d estin ad os a
m ed icio n es en só lid o s y líqu idos. P ero la A ca d em ia F ra n cesa ofreció
un p rem io a quien lograra h a cer la s, y en 1813 ganaron el p rem io dos
b rillantes y jó v e n e s ex p erim en ta lista s, D eiaroch e y Bérard, persona­
je s cu y o s nom bres s e sig u en citan do en la literatura cien tífic a de
n u estros d ías. L ap lace em p leó lo s resu lta d os d e e s a s m ed icio n es en un
cá lcu lo teórico in d irecto de la v elo cid a d del son ido en el aire, y la
d iscrep an cia en tre la teoría y la m ed ición se redujo d el 20 al 2.5% , un
verdadero triunfo en v ista d el esta d o de los recu rsos de m ed ición de la
ép o ca .
H a sta la fec h a , sin em bargo, nadie p u e d e ex p lica rse cóm o se logró
e s e triunfo. En la in terp reta ció n q u e L a p la ce hizo d e la s cifras de
D eiaroch e y Bérard, recurrió a la teoría del calórico en una región en
donde n u estra propia c ie n c ia está segu ra de que la teoría difiere
ap roxim adam ente en 40% de lo s ex p erim en tos cu an titativos q ue ata-

T. S. Kuhn, “ The Caloric Theory o f Adiabatic Compressson” , /sis, 49 (1958):


132-140.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 221

fien d irecta m en te a e s te p rob lem a. P ero h ay tam bién u na d iscrep an cia


del 12% en tre las m ed icio n es de D eiaroch e y Bérard y los resu ltad os de
exp erim en tos eq u iv a le n tes que se realizan hoy en día. T od avía no
som os c a p a c e s de ob ten er su s resu lta d os cu a n titativos. S in em bargo,
en l o | c á lc u lo s d irecto s y e s e n c ia le s que hizo L ap lace partiendo de la
teoría, e sta s d os d iscr ep a n c ia s, la ex p erim en tal y la teórica, s e anulan,
de m anera q u e se o b tien e fin a lm en te e l acuerdo en tre la s v elo cid a d es
del so n id o p red ich a y m ed ida. E stoy seguro de que no p o d em os d e s­
cartar e s te resu ltad o atribuyéndolo a un m ero d esc u id o ^ Tanto el
■iteórico com o lo s ex p erim en ta lista s q u e participaron fueron hom bres
de sólido p r e s tid o . En lugar d e e so , d eb em o s ver aquí una p ru eb a de la
forma en qu e la teoría y el exp erim en to p u ed en gu iarse m utuam en te en
la exp loración d e ca m p os n u e v o s para am bos-
C on lo anterior se refuerza e l punto su r^ d o d e io s ejem p lo s d e la
últim a se c c ió n . Explorar la con cord an cia entre teoría y exp erim en to
dentro d e áreas n u evas o dentro de n u evos lím ites de p recisió n e s un
trabajo d ifícil, in ce n sa n te y, para m u ch os, ex cita n te. A unque su objeto
no se a ni el d escu b rim ien to ni la con firm ación, p o see el atractivo
su ficien te com o para qu e lo s físic o s d ed ica d o s al trabajo cu an titativo le
con sagren todo su tiem po y aten ció n . L es ex ig e lo m ejor de su s
c a p a c id a d e s im a g in a t iv a s , d e in t u ic ió n y p e r c e p c i ó n . A d e ­
m ás — com b in ad o s co n lo s d e la últim a se c c ió n — , e sto s ejem p los
p u ed en dem ostrar otras c o sa s. In dican por q ué las n uevas le y e s de la
naturaleza se d esc u b re n tan raras v e c e s con sólo exam inar lo s resu lta­
dos de m ed icio n e s h e c h a s sin con o cim ien to anticipado de ta les le y es.
C óm o la s le y e s c ie n tífic a s, en su m ayoría, tien en tan p o co s p un tos de
con tacto cu a n tita tiv o s con la naturaleza; cóm o las in v estig a cio n es
d e e s o s p un tos de con tacto su elen exigir in stru m entación y aproxim a­
cio n e s d em asiad o lab oriosas; y cóm o la propia naturaleza tien e que ser
obligada a p roducir io s resu lta d o s a d ecu ad o s, la ruta que va de la
teoría o la ley a la m ed ició n c a s i nunca p u ed e ser recorrida h acia atrás.
L os n ú m eros co le c ta d o s sin algún co n o cim ien to de la regularidad que
se esp era casi nun ca h ab lan por sí m ism os. C ierta m en te, sigu en
sien d o sólo n úm eros.
E sto no q u iere d ecir q u e n u n ca haya habido nadie que h u b iese
d escu b ierto una regularidad cu an titativa por p u ras m ed icio n es. La le y
de B oy le, q u e rela cion a la p resió n de un g a s con su volum en; la ley de
H o o k e, q ue relacion a ia deform ación de un resorte con la fuerza
apHcada; y la relación de Jo u le, entre el calor gen erado, la resisten cia
eléctrica y la corriente, fueron todos ellos resultados directos de m edi­
222 ESTUDIOS M ETAHISTÓ RICOS

cio n e s. H ay m ás ejem p lo s todavía. P ero , en parte porque son tan


e x c ep cio n a le s y en parte porque n u n ca ocurren m ientras el científico
que m ide no co n o ce casi toda la form a particular del resultado cuantita­
tivo que d eb e obtener, es ta s e x c e p c io n e s d em u estran p recisam en te ío
im probable del d escu b rim ien to cuantitativo por m edio de mediciones
cuantitativas. L os ca so s de Galileo y Dalton —h om b res que intuyeron
un resultado cuantitativo com o la ex p resió n m ás sim ple de una conclu-
sión cualitativa y lu ego lucharon e n contra de la naturaleza para
confirm arlo— son aco n tec im ien to s cien tífico s m ucho m ás caracterís­
ticos. In clu so B oyle no encontró su le y en tanto é l m ism o y dos de sus
le cto re s no sugirieron q ue p rec isa m en te e s a ley — ^la forma cuantita-
tiva m ás sim p le producida por la regularidad cualitativa observada—
debía s e r la resu ltan te al registrarse los resu ltad os n u m é r ic o s .A q u í,
tam bién, las im p lica c io n es cuantitativas de una teoría cualitativa mos­
traron el cam ino.
Q uizá co n un ejem plo m ás se aclaren por lo m en o s algunas de las
co n d icio n es p revias para que se dé e sta cla se ex cep cio n al de d escu ­
brim iento, La b ú sq u ed a exp erim en tal de una le y o le y e s que descri­
b iese n la variación de las fuerzas co n la d istancia entre cuerpos
m agnetizados y en tre cu erp os cargados e léc tr ic a m e n te com en zó en el
siglo XVII y prosiguió activam en te durante el siglo x viíí . Sin embargo,
ap en as e n la s d éca d a s in m ed ia ta m en te anteriores a la s in vestigacio­
n es clá sic a s de C oulom b, realizadas en 1785, la m ed ición com enzó a
producir u na r e sp u e sta m ás o m en o s in eq u ív oca a eso s problem as. La
d iferencia entre el éxito y el fra caso p a rec e haber esta d o en la asimila­
ción tardía de una le c c ió n im plícita en la teoría de N ew to n . L as leyes
de las fuerzas sim p les, com o la iey d el cuadrado inverso de la atracción
gravitacional, son d e esp e ra r se ú n ic a m e n te entre p untos m atem áticos
o cu erp os que s e aproxim an a é s to s . L as le y e s de la atracción entre
cu erp o s gran d es, m ás com p leja s, p u e d e n derivarse de la ley , relati­
v am en te sim p le, q ue gobierna la atracción d e p u n to s, sum ando todas
las fuerzas que se dan en tre todos lo s pares de p u n tos de los dos
cu erpos. Pero será m uy raro q ue e s ta s le y e s adopten una forma
m atem ática sim p le, a m en o s q ue la d ista n cia entre lo s d o s cu erp o s sea
grande com parada con la s d im e n sio n e s de lo s cu erp os q ue se atraen.
En e sta s circ u n sta n cia s, lo s cu erp o s se conducirán com o p un tos, y el
exp erim en to revelará tal vez q ue hay una repilaridad sim ple.

Marie Boas, Robert Boyle andSeventeenth-Centary Chemistry (Cambridge. 1958), p. 44.


LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÌSICA MODERNA 223

C on sid érese u n ic a m e n te el ca so , m ás sen cillo d esd e el punto d e


yísta histórico, de la s atraccion es y la s repu lsiones e l é c t r i c a s . E n la
primera m itad d el siglo xviií — en q ue se explicaron las fuerzas eléctri­
cas com o resultado d e eflu vios em itid os por un cuerpo cargado— , en
casi t w a in v estig a ció n exp erim en tal de la ley de la fuerza había que
colocar un cu erp o cargado, a una d istancia m ediW e, debajo de los
platillos de una balanza, para lu ego m edir el p e so que había que
colocar en el otro platillo a fin d e v e n c e r la atracción. C on e s te arreglo,
la atracción varía co n la d ista n cia de una m anera no sim ple. A d em á s,
% forma com p leja en q ue lo h a c e d ep en d e crítica m en te d el tam año y
del material del platillo atraído. P or eso, m uchos de los h om b res que
aplicaron esta té c n ic a term inaron por renunciar a la tarea; otros su g i­
rieron varias le y e s q ue incluían tanto el cuadrado com o la primera
potencia inversos; la m ed ició n había resultado totalm ente equívoca.
Sin em bargo, eso no tenía por q ué ser así. Lo q ue h a cía falta, y que se
fue adquiriendo p o co a p o co a partir de m ás in v estig a c io n es cualitati­
vas realizadas a m ed iados d el siglo, era un en foqu e m ás “ n ew to n ia n o”
al análisis de lo s fen ó m e n o s eléc tr ic o s y magnéticos.^® A m edida que
se desarrolló e s te trabajo, los exp erim en ta lista s com enzaron a buscar
cada vez m á s no la atracción entre cu erp o s sino entre p olos y cargas
puntuales. En e sa forma se resolvió, rápida e in eq u ív o ca m en te, el
problem a exp erim en tal.
E sta ilustración m uestra la gran cantidad de teoría que e s n ecesaria
antes de que p u e d a esp e ra r se q ue adquieran sentid o los resu ltad os de
la m ed ición. P ero , y quizá é s te s e a e l punto principal, cuando existe ya
esa gran cantidad d e teoría, e s m uy probable q u e se haya conjeturado
la ley sin m ed ición. En particular, el resultado de Coulom b p arece
haber sorprendido a p o c o s cien tífic o s. A un qu e su s m ed icio n e s fueron

Se encontrará mucho material pertinente en Dtiane Roller y Duane H. D. Roller,


The D evelo p m en t o f th e C o n cep t of E le ctric C h arge: E le c tr ic ity fr o n t the G reeks to C o u lo m b ,
Harvard Case Histories in Experimental Science, case 8 (Cambridge, Mass., 1954), yen
Wolf, E ig h te en th C e n tu r y , pp. 239-250, 268-271.
En una relación más completa, se tendrían que describir como "néwtonianos”
tanto los primeros como los últimos enfoques. La idea de que la fuerza eléctrica resulta
de efluvios es en parte cartesiana, pero, en el siglo X\ üi, sii locu s-classicu s fue la teoría del
éter desarrollada en la O p tic a de Newton. El enfoque de Coulomb y también el de varios
de sus contem poráneos dependen mucho más directam ente de la teoría m atemática de
lo s P rin cip ia de Newton. Sobre las diferencias que hay entre estos h'bros, su influencia en
el siglo W illy su efecto en el desarrollo de la teoría de la electricidad, véase I. B. Cohen,
F ra n k lin a n d N ew ton : A n in q u ir y in to S p ecu la tive N e w to n ia n E x p e r im e n ta l S cien ce a n d F ran klin 's
Work in E le c tr ic ity as a n E x a m p le r/ífrearíFiladeÍfia, ;1956).
224 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

n ece sa r ia s para lograr un co n se n so firm e a cerca de la s atracciones


eléctrica s y m ag n ética s — tuvieron que h a cer se tales m ediciones,
p ues la cien cia no p u ed e sobrevivir a b a se de conjeturas— , muchos
cien tífico s ya habían llegad o a la con clu sió n de q ue la ley de la
atracción y la repulsión d eb ía ser en relación con el cuadrado inverso.
A lgunos p en sa b a n así por sim p le analogía con la ley de la gravitación
d e Nev^ton; otros, por argu m en tos teó rico s m ás elaborados; otros más,
partiendo de datos eq u iv oca d o s. H a cía m u ch o que la ley de Coulomb
“ se sen tía en el aire” , a n te s de que su d escubridor atacara el pro>
blem a. D e n o haber sido así, tal v e z C oulom b no habría sido capaz de
so n sa carle esa ley a la naturaleza.
Ahora, d eb en h a cer se a un lado dos p o sib les m al en ten d id os de mi
argum entación. P rim ero, si lo q ue acabo de d ecir e s cierto, la natura­
leza resp ond e in d u d ab lem en te a las p red isp o sic io n es teóricas del
cien tífico que la m ide. P ero esto no significa q ue la naturaleza no
responderá a ninguna teoría, ni que siem p re responderá mucho:.
E xa m in em os d e nuevo e l ejem p lo, h istó rica m en te característico, de la
relación entre la teoría d el calórico y la teoría dinám ica d el calor. En
su s estructu ras abstractas, y en la s en tid a d es co n ce p tu a les que en
ellas se su p on en , e sta s dos teorías son ab solutam en te diferentes y,
en realidad, in com patib les. P ero, en los años en q ue am bas rivaliza­
ron por el favor de la com u nid ad cien tífica, las p red ic cio n es teóricas
que pudieron derivarse de ellas fueron casi las m i s m a s , D e no haber si­
do así, la teoría del calórico nunca habría sido un instrum ento de inves­
tigación profesional tan aceptado, com o tam poco habría logrado revelar
los problem as m ism o s que h icieron p o sib le la transición a la teoría
dinám ica. D e ahí que toda m ed ición que, com o la de D eiaroche y
Bérard, “ en ca je” en u na de e s ta s teorías d eb e “ casi encajar” en lá
otra, y sólo dentro de la d ispersión exp erim en tal que abarca la frase
“ c a s i” , la naturaleza resultó ser capaz de resp ond er a la p redisposi­
ción teórica de quien la m edía.
Esa resp u esta podría no h ab er ocurrido con “ ninguna teoría” . Hay
teorías, p o sib les ló g ica m en te, d e, digam os, el calor, q ue ningún cien ­
tífico sen sa to podría h aber h ech o encajar en la naturaleza, y hay
p r o b le m a s, p r in c ip a lm e n te f ilo s ó f ic o s , q u e h a c e n q u e v a lg a la
pen a inventar y exam in ar teorías de esa índole. P ero é s te no es
nuestro prob lem a, p u e s es a s teorías m eram en te “ c o n c e b ib le s” no fi­
guran entre las op cio n es abiertas al cien tífico profesional. Su interés

Kuhn, "T he Caloric Theory of Adiabatic Compression” .


LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 225

está dirigido a las teorías que p arecen encajar con lo q ue se sa b e


acerca de la naturaleza, y todas es ta s teorías, por d iferentes que sean
en su estructura, parecerán producir, n ecesariam en te, resultados
predicüvos m uy se m e ja n te s. S i e s p osible distinguirlas m ed ian te m e­
d iciones, ésta s, de ordinario, violentarán los Kmites de ias téc n ic a s
exp erim en tales e x iste n te s. A d e m á s, dentro de los Hmites im p u esto s
por esa s té c n ic a s, la s d iferen cia s num éricas e n cu estió n resultarán
ser, m uy a m en ud o, b asta n te p eq u eñ a s. Sólo en esta s con d icion es y
dentro de es to s lím ites, p u e d e esperarse que la naturaleza responda a
v^las id ea s p reco n ceb id as. Por otro lado, esta s co n d icio n es y lím ites son
precisam en te lo s cara cterístico s de la situación histórica.
Si he logrado aclarar esta parte de mi argum entación, podré tratar
más fá cilm e n te otro p o sib le m al en tendido. Al insistir en que es
condición in d isp e n sa b le un cu erpo de teoría m uy desarrollado para
realizar m ed icio n e s fru ctíferas en la física , p arece que quiero decir
que en e s ta cien cia la teoría d eb e con d ucir siem pre al experim ento
y que el papel de é s te e s , d efinitivam ente, secundario. Pero tal
im plicación d e p en d e de id entificar “ exp erim en to” co n “ m ed ición ” ,
identificación q ue ya reprobé ex p lícita m en te. Sólo porque la com p a­
ración cu an titativa de teorías co n la naturaleza llega en una etapa tan
tardía d el desarrollo d e una c ie n c ia e s que la teoría p arece se r una guía
decisiva. Si h u b ié se m o s hablado de la ex p erim en tación que
domina las prim eras etap a s d el desarrollo de una cien cia natural, y
que de ahí en adelante continúa desem peñando un papel importante,
el resultado habría sido muy diferente. Quizá aun entonces no hubiése­
mos querido d ecir q ue e l exp erim en to e s anterior a la teoría — aunque
seguram ente sí lo e s la ex p erien cia— , pero ciertam en te habríam os
encontrado m ucho m ás sim etría y continuidad en el diálogo que se da
entre uno y otra. Muy p o c a s de mis co n clu sio n e s sobre el p a p el de la
m edición en la físic a p u e d e n extrapolarse fá cilm en te a la ex p erim en ­
tación en su conjunto.

M E D IC IÓ N EXTRAORDINARIA

Hasta e s te punto, h e restringido mi aten ción a la fun ción de la m ed i­


ción en la práctica normal de las c ie n c ia s naturales, e s a cla se de
práctica a la q ue está n d ed icad os p rin cipalm en te todos los cien tífico s y
a la q ue la mayoría se d ed ica siem pre. P ero la s cien cia s naturales
m uestran tam bién situ acion es anorm ales — ép oca s en que lo s p royec­
226 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

tos de in v estiga ció n van rep etid a m en te por m al cam ino y en que las
téc n ic a s acostu m b rad as p a recen no bastar para reen cau zarlos— , y es
en esta s raras situ acion es cu an d o la m ed ición d em u estra su s mayores
p o d eres. En particular, en los esta d o s an orm ales de la investigación
cien tífíca e s cu ando la m ed ició n v ien e a d ese m p eñ a r, ocasionalm ente,
el papel principal en el d escu b rim ien to y en la confirm ación.
A nte todo, p erm íta se m e e s c la r e c e r lo q ue quiero decir co n “ situa­
ción anorm al” o co n lo q ue en otro lugar llam é “ estad o de cr isis”^''. Ya
indiqué que e s una r e sp u e sta que una parte de la com u nid ad científica
da a su c o n cien cia de una anom alía en la relación, de ordinario concor­
dante, entre la teoría y el exp erim en to. P ero, aclarém oslo, no e s una
re sp u e sta producida por todas y ca d a u na de la s anom alías. Como
se ñ a lé en las p áginas anteriores, en la p ráctica cien tífica ordinaria
siem p re se dan in co n ta b les d iscrep an cia s entre la teoría y el experi­
m en to. En el curso de su carrera, todo profesional de las ciencias
n aturales nota y pasa por alto, una y otra vez , anom alías cualitativas y
cu an titativas que, si p e r sistie se n , producirían, c o n ce b ib lem en te , d es­
cu b rim ientos fu n d a m en ta les. D iscrep a n cia s aisladas co n e s te poten­
cial ocurren co n tanta regularidad, q u e ningún cien tífico terminaría
su s p rob lem as de in vestig a ció n si se detuviera a reducirlas. En todo
c a so , la ex p erien cia ha d em ostrado rep etid a m en te que, en proporción
abrum adora, e s ta s d iscrep a n cia s d esa p a re ce n lu ego d e una observa­
ción d eten ida. P u e d e resultar que sean e fe c to s de los in stru m entos, o
de a p roxim aciones no notadas an tes en la teoría; o, sen cilla y misterio­
sa m en te , p u e d e n dejar de ocurrir cu ando el exp erim en to se repite en
con d icio n e s ligera m en te d istintas. Más a m enudo, el procedim iento
eficaz para reducirlas c o n sis te , p u e s, en d ecid ir q u e el problem a se ha
“ arranciado” , q ue p resen ta co m p lejid a d es o cu ltas, y que es tiem po de
hacerlo a un lado para pasar a otro. A fortunada o d esgraciadam ente,
é s te e s un buen p roced im ien to cien tífico,
Pero las anomaHas no siem p re se h a cen a un lado, y d esd e luego
n unca d eb iera h a c e r se tal co sa . Si e l efe cto es p articularm ente grande,
com parado con m ed icio n e s b ien e sta b le c id a s de “ co n cordan cia razo­
n a b le” , aplicable a p rob lem as sem e ja n te s, o si p a rec e asem ejarse a
otras d ificu ltad es en con trad as a n tes, rep etid as veces; o si, por razones
e s p e c ia le s, intriga al exp erim en tad or, en to n c e s p robablem ente se le
dedicará un proyecto de in vestig ación e s p e c i a l . E n e s e punto, es
n o ta 3.
Un ejemplo reciente de los factores que determ inan el estudio de una anomalía
hasta sus últimas c<)nst'<-iifncias es el investigado |)<^r Bernaid Ba¡‘ber y Ren<n‘ C. FdX,
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÌSICA MODERNA 227

posible q ue la d iscrep a n cia se d esv a n ezca con sólo un ajuste de la


teoria o del instrum ental; com o h em os visto, p o ca s anom alías se
resisten largo tiem po. P ero quizá ésta re sista y, de ser así, p o d em o s
encontrarnos al principio de u n a “ cr isis” o de una “ situación anorm al”
que afecta n a q u ie n e s trabajan en el cam p o de in v estig ación en el que
continúa p resen tá n d o se la d iscrep a n cia . E sto s cien tífico s, habiendo
agotado todos lo s recu rsos acostu m b rad os de aproxim ación e instru­
m entación, p u e d e n verse forzados a reco n o cer que algo anda mal, y de
acuerdo con ello cam biará su con d u cta de cien tífico s. E n es ta s condi-
'líiones, en grado m ucho m ayor q ue en cu alesq u ier otras, el científico
em pezará a in vestigar al azar, en sayan do todo lo que, según él, tenga
posibilidades de e s c la r e c e r la naturaleza de su dificultad. En ca so de
que aun así p ersista la dificultad, el cien tífico y su s co leg a s quizá
em p iecen a p reg u n ta ise si no estará eq u ivocad a, íntegram en te, la
manera de en foca r el ahora problem ático conjunto de fen ó m en os
naturales.
É sta e s , d e sd e lu ego, u na d escrip ció n dem asiad o co n d en sa d a y
esqu em ática. P or desgracia, tendrá q ue quedar así, p u e s la anatom ía
del estad o de crisis dentro d e las cien cia s naturales rebasa lo s a lca n ces
de e s te artículo. Sólo com en taré que los a lc a n c es d e esta s crisis varían
grandem ente; p u e d e n p resen ta rse y ser resu elta s dentro d el trabajóHe
un individuo; m ás a* m en u d o, en v u elven a la mayoría d e los que
trabajan en una esp e cia lid a d cien tífica dada; o casion alm en te, abarcan
a la mayoría de lo s m iem bros de toda una profesión cien tífica. P ero,
in d ep en d ien tem en te d e la form a en q ue se propaguen su s e fe c to s, hay
sólo u n as cu a n tas m aneras d e resolver las crisis. A v e c e s , com o ha
ocurrido en la quím ica y en la astronom ía, con té c n ic a s exp erim en tales
p erfeccion ad as o c o n escrutinio a fondo de las aproxim aciones teóricas
se elim inará por com p leto la discrep ancia. En otras o ca sio n e s, aunque
creo q ue no m uy a m enudo, la d iscrep a n cia que se ha resistido repeti­
dam ente al an álisis e s sen c illa m en te ab andonada com o anom alía co ­
nocida, en q u istad a dentro d el cuerpo de la s ap licacio n es fructíferas de
la teoría. E l valor teórico de lo s trabajos de Nevi^ton relativos a la
velocidad del sonido y a la p recisión ob servada del perihelio de M ercu­
rio son claros ejem p los de e fe c to s que, aunque ya exp licad os d esd e
en to n ces, quedaron en la literatura cien tífica com o anomaHas co n o ci­
das durante m edio siglo o m ás. Pero ex isten aún otras cla se s de

/] he Case ul the FU>ppy-Eared Rabbiís: An Instance of Serendipity Gained and Seren-


dipity Lost , Atmrícan Sociological Reriew, 64 (1958): 128-136."
228 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

so lu c io n e s , y son ésta s la s q ue le s dan a la s crisis cien tíficas su


im p orta n ciafu n d a m en ta i. F re c u e n te m e n te , se resu elv en las crisis por
el d escub rim iento de un nuevo fen ó m e n o natural; oca sion alm en te, la
solu ción exig e una revisión b á sica de la s teorías ex iste n te s.
O b via m en te, la crisis no e s una con d ición previa para q u e, en las
c ie n c ia s n aturales, ocurran lo s d escu b rim ien to s. Y a h icim o s notar que
algunos d escu b rim ien tos, co m o las le y e s de Boyle y de Coulomb,
surgen con facilidad como la especificación cuantitativa de lo que ya
se c o n o ce cu alitativam en te. M uchos otros d escu b rim ien to s, las más
de las v e c e s cu alitativos, resultan de la exploración prelim inar con un
in stru m ento n uevo, por ejem p lo, e l tele sco p io , la pila eléctrica o el
ciclotrón. H ay, a d em á s, lo s fa m o so s, “ d escu b rim ien tos accidenta­
le s ” : Galvani y la s co n tra c cio n es d e las patas d e la rana. R oen tgen y los
rayos X, B e cq u e re l y las p lacas fotográficas v ela d a s. P ero las dos
últim as categorías de d escu b rim ien tos no son siem p re in depend ientes
de las crisis. Es probable que sea la capacidad de reconocer una ano­
m alía significativa en contra d el telón de fondo de la teoría ordinaria lo
que distinga p rec isa m en te a l a víctim a afortunada de un “ a ccid en te” ,
de su s con tem p o rán eo s q ue no logran advertir el m ism o fenóm eno,
(¿No ca b e esto dentro de la fa m o sa frase de P a steu r de q ue “En los
cam p o s de la ob serv a ció n , el azar fav o rece ú n ic a m e n te a las mentes
p rep arad as” ?)^^ Al m ism o tiem po, las n u ev a s té c n ic a s instrum entales
que m ultiplican lo s d escu b rim ien to s son a m en ud o p rod uctos secu n ­
darios de la s crisis. La in v en ció n de la p ila eléctrica , realizada por
V olta, fu e , por ejem p lo, resu ltad o de un largo in ten to por asim ilar las
o b ser v a cio n es de Galvani, de la s co n tra c cio n es de las p atas de la rana,
a las teorías de la electricid ad que p reva lecía n en aquella ép o ca . Y, por
en cim a de e s to s c a s o s un tanto c u e stio n a b les, hay gran núm ero de
d escu b rim ien to s que son, m uy cla ra m en te, el resultado de una crisis.
El d escu b rim ien to d el p laneta N ep tu n o fue producto de un esfuerzo
por exp licar las anom alías co n o cid a s de la órbita de U ran o.^ La
naturaleza d el cloro y del m onóxido de carbono se d escubrió tras de los
in ten to s por reconciliar con las o b ser v a cio n es la nueva quím ica de
Lavoisier.^® El d escu b rim ien to de los lla m a d o s g a se s n obles fue pro­
ducto d e una larga se rie de in v e stig a c io n e s, in iciada a raíz de la

Del discurso de recepción de Pasteur pronunciado en Lille en 1854, citadoen Rene


Vaííery-Radüt, Iai V¡e d e P a s te a r (París 1903), p. 88.
Angus A rm iiage,C «riíií/-j 4 x/roíiomj {Londres, 1950), pp. Ü1-Í15.
Acerca del cloro, véase Ernst von Meyer, A H isto ry o f C h e m is tr y from th e Eorliest Times
to the P resen t D a y , trad. al inglés de G. M’Gowan {Londres, 1891}, pp. 224-227. Sobre el
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 229

presencia de una anom alía, p eq u eñ a pero p ersisten te, en la d ensidad


medida del nitrógeno.^® S e p ropuso el electrón para explicar algunas
propiedades an óm alas de la co n d u c ció n eléctrica a través de g a ses, y
su esján, para exp licar otras c la s e s de anom alías ob serv ad as en los
e s p e ^ r o s a t ó m i c o s . E l d escu b rim ien to del neutrino es un ejem plo
más todavía; y así podría ex ten d erse in d efin id a m en te la lista.^®
No sé q ué lugar ocuparían esto s d escu b rim ien to s su r ^ d o s de ano­
malías dentro de una in vestig ación esta d ística d el d escub rim iento en
las cie n c ia s n a t u r a l e s . S o n , d e sd e lu eg o , m uy im portan tes, y por ello
'Exigen q ue se le s d estaq u e co n toda claridad en e s te artículo. Tanto la
m edición co m o las té c n ic a s cuantitativas d ese m p eñ a n un p apel de
particular im portan cia en el d escub rim iento científico; y esto es así,
p recisam en te, p orq ue sirven para que se m an ifiesten las anom alías
serías, y le s d icen a los cien tífic o s cu ándo y en d ónde buscar un nuevo
fenóm eno cualitativo. U su a lm e n te , no dan in dicios sobre la naturaleza
de e s e fen ó m en o . C uando la m ed ición se aparta de la teoría, lo m ás
probable e s q u e el resultado se a d e puros n úm eros, y la neutralidad
intrínseca de ésto s los h a ce esté riles com o fu en te d e id ea s para hallar
el rem edio. P ero los n úm eros registran el alejam iento de la teoría, con
tal autoridad y finura que no p u e d e reproducir n i n ^ n a técn ica cu alita­
tiva, y e s e alejam iento basta para iniciar una in v estiga ció n . N ep tu no,

monóxido de carbono, véase J. R, Partington, A Short History of Chemistry, 2^ ed., pp.


113-116, 140-141: y J. R, Parlirigjon y D. McKie. "Historical Studies of the Plilogiston
Theory: IV. Last Phases of the Tlieory” , Annals of Sdcnce. 4 (19391; 365.
Véase nota 7.
Para estudios útiles de los experiraentos que culminaron en el descubrimiento de!
electrón, véase T. W. Chalmers, History Researches: Chapters in the History of Physical and
Chemical Discorery (Londres, 1949). pp. 187-217. y j. J. Thomson. Recolleciions and
Reflections (Nueva York, 1937). pp. 325-371, Sobre el e.ipt'n del electrón, véase K.
Richtmeyer, E. H. Kennard y T. Lauritsen, Introduction to Modem Physics, 5® ed. (Nueva
York, 1955), p. 212.
Rogers D. Husk, Iniroduction to Atomic and Nuclear Physics (Nueva York, 1958), pp.
328-330. conozco ningún estudio elementa! y io bastante reciente como para que
contenga la descripción de la detección física del neutrino.
Como la ate ncion científica se concentra a menudo en problemas que parecen
presentar anomalías, el acaecimiento de descubrimientos mediante anomalía.s puede
ser una de ias razones del acaecimiento del descubrimiento simultáneo en las ciencias.
Para pruebas de <(ue esto no es ío únic<), vease T. S. Kuhn, "Conservation t)f Energy as
an Example of Simultaneous Discovery” , Critical Problems in the Histor)' of Science,
Marshall Clagett, compilador (Madison, 1959). pp. 321-356, pero n ó te s e (¡ue nuicho de lo
qtie a(¡ui se dice sobre el surgimiento de los "pn>cesos de c<mversión” deseiibe también
ia evoluc-fón de! estado de crisis.
230 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

com o Urano, había sido d escu b ierto por o b servación accidental; de


h ech o , lo habían visto ya unos cu a n to s ob servadores que lo tomaron
p o ru ñ a estrella no registrada a n tes. Lo qu6 fue n ecesa rio para concen­
trar en él la aten ción y para que su d escu b rim ien to fu e se tan inevitable
com o serían los aco n tec im ien to s históricos fu e que se introdujo, como
fu en te de prob lem as, en la s ob serv acion es cuantitativas y en la teoría
de aquel en to n c es. E s difícil p en sa r de q ué otra m anera podrían
hab erse d escu b ierto el espín del electrón o el neutrino.
La argum entación relativa a la s crisis y a la m ed ición se robustece
tan pronto com o p a sa m o s d el d escu b rim ien to de fen ó m e n o s naturales
a la in ven ción de n u ev a s teorías fu n d a m en tales. N o obstante que
p u edan ser in esc ru ta b le s la s fu e n tes de la in spiración teórica del
individuo — ciertam en te así quedarán en e s te artículo— , la s condi­
cio n e s en las q ue ocurre la in sp iración no lo son. N o sé de ninguna
innovación teórica, dentro de la s c ie n c ia s naturales, cu ya enunciación
no haya estad o p reced id a por el reco n o cim ien to claro, a menudo
com partido por la mayoría de lo s m iem bros de la esp ecia lid a d , de que
algo estaba ocurriendo con la teoría prevaleciente. A ntes de que Co­
pérnico d iese a con ocer su trabajo, dentro de ia esp ecia lid ad , pocos
ignoraban el estad o de d esastre de la astronom ía tolomaica.'**’ Las
con trib ucion es al estu dio del m ovim ien to, efectu ad a s por Galileo y
N ew to n , se concentraron in icia lm en te en las d ificu ltades descubiertas
en una teoría antigua y medieval.'*^ La nueva teoría de N ew ton , sobre
la luz y el color, se originó en el d escub rim iento de que la teoría
existen te no ex p lica b a la longitud d el esp ectro , y la teoría ondulatoria,
que sustituyó a la de N ew to n , fue pub licada en una ép oca de interés
cr ec ie n te por la s anomaHas que se estab an ob servand o, resp ecto a la
teoría de N ew ton , en e i dom inio d e la difracción y la polarización de ia
luz/® La nueva quím ica de L avoisier nació d esp u é s de la observación
de relaciones de p eso anóm alas durante la com bustión; la termodiná­
m ica, de la co lisió n de d os teorías física s ex iste n te s en el siglo xiX; la
K iilin . Ci>¡H‘niit aii Rerolution^ [>¡). 138-140. 270-271; A. R. H all. Th<' Scicnliju· Rvrolu-
tion, (Londres. 19SI). i>|). 13-17. Nótese t‘si,)ecialmcnte el papt-l de la agitación
jtur !a rel’orma del calendario conio iníeiisificador de la crisis.
Kuiin, Capermcan R<'roliilii>n, pp. 237-260^ y notas bibliográficas de las pp. 290-291.
Acerca de Newton, véase T. S. Kuhn, “ Newton’s Optical Papers” , en Isaac
N e w to n ’s P a p e rs a n d Letters on N a tu r a l P h ilo so p h y , I. B. Cohen, compilador {Cambridge,
.Mass,. 1958). pp. 27-45. Sobre la teoria oiidiiiatoria. vóase E. T. hit taker. H istory oj the
Theories o f A elher a n d E le ctric ity , vol. 1, Th e C la s s ic a l T h eories, 2“ ed, {Londres, 1951), pp.
94-109, y Whewell, I n d u ctive Scien ces, 2:396-466. En estas obras se bosqueja claramente
la crisis que caracterizó a la óptica cuando Fresnel comenzó a desarrollar independien-
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 231

mecánica cuántica, de toda una variedad de dificultades en tom o de la


radiación del cuerpo negro, el calor específico y el efecto fotoeléc­
trico.'^ A dem as, aunque éste no es el lugar adecuado para dem os-
trarl0| cada una de esas dificultades, salvo la de naturaleza óptica
observada por N ew ton, era una fuente de interés desde antes — pero
por lo regular no demasiado antes— de que la teoría que las resolvió
fuera anunciada.

[emente la teoría ondulatoria, después de 1812. Pero muy poco es io que dicen sobre los
j^acontecimientos ocurridos en el siglo X V III e indicativos de una crisis previa a la primera
defensa que hizo Young de la teoría ondulatoria en 1801 y después. De hecho, no se ve
claramente que había una crisis o, por io menos, una nueva. La teoría corpuscular de la
luz, íle Newton, nunca había gozado de aceptación general, y cuando Young empezó a
oponerse a ella lo hizo basándose enteramente en anomah'as reconocidas y a veces ya
explotadas. Tenemos que sacar la conclusión de que el siglo X V iii se caracterizó por una
; crisis de bajo nivel en la óptica, pues la teoría predominante nunca fue inmune a críticas
y ataques dirigidos a sus aspectos fundamentales.
Esto debiera bastar para apoyar el punto que trato de exponer aquí, pero sospecho
que sólo con un estudio cuidadoso de la literatura del siglo xviii relativa a la óptica
podremos sacar una conclusión más sostenible. Un simple vistazo a esa literatura
sugiere ya que las anomalías de la óptica de Newton fueron mucho más evidentes y
apremiantes que nunca en las dos décadas previas al trabajo de Young, En la década de
1780, la existencia de lentes y prismas condujo a numerosas proposiciones para la
: determinación astronómica dei movimiento relativo del Sol y las estrellas, (Las referen­
cias que hay en Whittaker, Aetíver a n d Electricity, 1:109, llevan directamente hacia una
literatura mucho más extensa.) Pero todas éstas dependían de que el movimiento de la
luz fuera mucho más rápido en el cristal que en el aire, y por tanto dieron nueva
relevancia a una antigua controversia. L ’Abbé Haüy demostró experimentalmente
{“Sur la double refraction du Spath d ’islande” , M em oires d e C A cadem ie, 1788, pp. 34-60)
ijue ia teoría ondulatoria aplicada por Huyghens a Ía doble refracción arrojaba mejores
resultados que la teoría corpuscular de Newton. El problema resultante trajo consigo el
premio ofrecido por la Academia Francesa en 1808, y luego el descubrimiento de Malus de
la polarización por reflexión, ocurrido en el mismo año. Las P h ilo so p h ic a l T ran saction s
de 1796, 1797 y 1798 contienen una serie de artículos, dos de Brougham y uno de Pre-
vost, que muestran otras dificultades más que entraña la óptica de Newton. Según
Prevost, en particular, las ciases de fuerzas que deben ejercerse sobre la luz en una
superficie, para explicar la reflexión y la refracción no son compatibles con las clases de
fuerzas necesarias para explicar la inflexión (Pfülosophical Transactions, 84 [1798]: 325-
328. Los biógrafos de Young debieran prestarle más atención a ios dos artículos de
Brougham contenidos en los volúmenes citados. Tales biógrafos muestran un compro­
miso intelectual q,ue recorre un largo camino para explicar el vitrióiico ataque de
Brougham a Young, en las páginas de ia Edinburgh Review).
Richtmeyer, Kennard y Lauritsen, M o d em Physics, pp. 89-94, 124-132 y 409-414.
Una descripción más elemental del problema del cuerpo negro y del efecto fotoeléctrico
es la contenida en Gerald Hoiton, ¡ntroduction to Concepts a n d Theories in Ph ysical Science
(Cami)rídge, Mass., 1953), pp. 528-545.
232 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

S ugiero, por lo tanto, que aunque una crisis o “ situación anormal”


sea tan sólo una de la s rutas h a cia el descubrimiento en las ciencias
naturales, e s con d ición previa para las invenciones fundamentales de la
teoría. A d em ás, so sp ec h o q ue en la prod ucción de la crisis, particu­
larm ente profunda, q ue su e le p rec ed er a la in novación teórica, la
m edición h a ce una de su s dos con trib ucion es m ás im portantes para el
avan ce cien tífico. L a mayoría de la s anom alías aisladas en el párrafo
p rec ed en te fue de ín dole cuantitativa o tuvo un co m p o n en te cuantita­
tivo de e sp e c ia l im portancia y, aunque e s te asu nto nos llev a m ás allá
de los lím ites de e s te en sa yo , h a y una ex c e le n te razón de que tal haya
sido el caso.
A diferencia de los descubrim ientos de fenóm enos naturales nuevos,
las innovaciones dentro de la teoría científica no son sim ples agregados a
una sum a de lo que ya se sabe. Casi siem pre — invariablemente en ias
ciencias maduras— , la aceptación de una teoría nueva exige el rechazo de
otra anterior. En el dominio de la teoría, la innovación es, pues, necesa­
riamente, tan destructiva com o constructiva. Pero, como en las páginas
anteriores se ha indicado repetidas veces, las teorías son, incluso más que
los instrumentos de laboratorio, los instrumentos esen ciales dei trabajo
científico. Sin su auxilio constante, aun las observaciones y ias medicio­
nes hechas por el científico apenas si serian de naturaleza científíca. Una
amenaza a la teoría es, por consiguiente, una amenaza a la vida de la
ciencia, y, aunque el trabajo científico adelanta por entre esa clase de
am enazas, el científico, como individuo, se desentiende de ellas siempre
que pu ed e hacerlo. En particular, la s pasa por alto si su propia práctica
lo ha com prom etido al em p leo de la teoría a m e n a z a d a . D e ahí que las
nuevas su g eren cia s teóricas, d estructoras de las antiguas prácticas,
raram ente surjan sin que haya de por m edio una crisis que ya no puede
ser contenida.
N inguna crisis, sin em bargo, e s tan difícil de reprimir com o la que
p roviene de una anom alía cuantitativa que se h a resistido a todos los
esfu erzo s de recon ciliación acostu m b rad os. U na vez que se han estabi­
lizado todas las m ed icio n e s p ertin en tes y que se han investigado todas
las ap roxim aciones teóricas, una d iscrep a n cia cuantitativa resulta ser

^ Atestigua este efecto de la experiencia con una teoría Ja juventud de famosos


innovadores, bien conocida pero mal investigada, y así también la manera como los más
jóvenes tienden a agruparse en torno de la teoría más nueva. No hace falta citar la
afirmación de Planck acerca de este segundo fenómeno. Una versión anterior, pero que
expresa el mismo sentir, es la de Darwin, en el capítulo final de The Orígm o f Species (véa­
se la 6 ^ ed. [Nueva York, 1889], 2: 295-296).
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 233

persistentemente obstaculizadora en un grado tal que pocas anomaHas


c u a lita tiv a s podrían i^ a la r . Por su propia naturaleza, ias anomalías
cualitativas sugieren por lo com ún modificaciones ad hoc de la teoría que
se rv irá n para enmascararlas, y una vez sugeridas estas m odificaciones
poco^^alta para decir que son “bastante buenas” . Por el contrario, una
anomalía establecida cuantitativamente no suele sugerir otra cosa que
problemas, pero lo bueno de ella es que constituye un instrumento de
excepcional finura para juzgar ia adecuación de las soluciones propues­
tas. Viene al caso citar aquí el trabajo de Kepler. D espués de prolongada
;>Iucha por librar a la astronomía de graves anomalías cuantitativas en el
movimiento de Marte, inventó una teoría con una precisión de ocho
minutos de arco, m ed ida de la con cordan cia que h u b iese asom brado
y deleitado a cu alq uier astrónom o que no h ub iese tenido a c c e s o a las
brillantes observaciones de Tycho Brahe. Pero d esd e tiempo atrás Kepler
sabía que las observaciones de Brahe tenían una precisión de cuatro
minutos de arco. La bondad divina, decía, nos ha dado al observador más
diligente en Tycho Brahe y, por lo tanto, e s razonable que, agradecidos,
hagam os u so de su singular talento para encontrar los verdaderos m o­
vim ientos c e le s te s . L u ego, K epler trató de hacer cá lcu lo s co n figuras
no circulares. El resultado de es o s en say os fueron su s dos primeras
le y es de m ovim ien to planetario, las cu a le s hicieron funcionar por vez
prim era el siste m a copernicano.'*®
Con dos b reves ejem p lo s s e aclarará ia d iferencia de efica cia de las
anom alías cu alitativas y la s cu an titativas. Ai p arecer, N ew to n Uegó a
su nueva teoría de la luz y d el color observando la sorprendente
elongación del e sp e ctro solar. S u s opositores indicaron rápidam ente
que la ex iste n c ia de la elongación era conocida d esd e tiem po atrás
y que podía ser manejada por m edio de la teoría existente. Cualitativa­
m en te, tenía razón. P ero , aplicando la le y de la refracción de Snell, de
carácter cuantitativo — ley q ue ten ía ya ca si tres d éca d a s de ex isten ­
cia— , N ew to n logró dem ostrar q ue la elongación predicha por la teoría
ex isten te era cu an titativam ente m ucho m enor que la observada. Con
fun dam en to en e s ta d iscrep a n cia cuantitativa, se derrumbaron todas
las exp U caciones cualitativas anteriores. D ada la le y cuantitativa de la
refracción, quedó garantizada la victoria final y en e s te caso rápida de
Newton."*® D el desarrollo d e la quím ica, s e sa ca otro clarísim o ejem plo,

J. L. E. Dreyer, A History o f Aslronomy from ThaLes to Kepler, 2® ed. (Nueva York,


1953), pp. 385-393.
Kuhn, “ Newton’s Optical P a p e rs” , pp, 31-36.
234 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

D esd e m ucho a n tes de Lavoisier, era bien sabido que algunos metales
ganan p e so cu ando son ca lcin a d o s — es decir, tostad os— - A dem ás, a
m ed ia d o s del siglo xvm, se recon ocía que esta ob servación cuaUtativa
era in com patib le, por lo m en os, con la s v er sio n es m ás sim p les de la
teoría de flogisto, según la cual el flogisto escapaba del m etal durante
la calcin ación. Pero m ientras esta d iscrep ancia fue de índole cualitati­
va, pudo ser eliminada de diversas maneras: quizá el flogisto tenía pe­
so negativo, o quizá las partículas de fuego se alojaban en el metal
calcinado. H ubo otras id eas m ás, y todas ella s sirvieron para reducir la
urgencia del problem a cualitativo. Con el desarrollo de las técnicas
n eu m ática s, sin em bargo, se transformó la anom alía cuahtativa en
cuantitativa. En m anos de Lavoisier, con tales téc n ic a s se demostró
cuánto p e so se ganaba y de d ónde procedía é s te . E sto s datos no podían
ser m anejados con las anteriores teorías cualitativas. A unque los
partidarios del flogisto dieron una batalla v eh e m e n te y diestra, y
aunque su s argum entos cualitativos fueron m uy p ersu asivo s, los ar­
gu m en tos cuantitativos a favor de la teoría d e L avoisier resultaron ser
abrum adores.“*^
S e introdujeron e s o s ejem p los para ilustrarlo difícil que e s justificar
anom alías cu antitativas esta b lec id a s y a f ín de dem ostrar cuánto más
e fic a c e s son ésta s que la s cu alitativas para e s ta b le c e r u n a crisis cien tí­
fica in ev itab le. P ero e s o s ejem p lo s d em u estran algo m ás. Indican que
la m ed ició n p u e d e ser una arma extraordinariam ente poderosa en la
batalla entre dos teorías, y q u e , creo, su segu n d a fu n ció n e s particu­
larm ente significativa. A d e m á s, e s a e s ta fu n ció n — de auxiliar en la
ele c c ió n en tre teorías— y a ésta so la, para la q ue d e b e m o s reservar la
palabra “confirmación” . Esto es, debem os hacerlo sí es que el tér­
mino “ co n firm a ció n ” ha d e e m p lea r se para denotar un p rocedi­
m iento relativo a cu alq u ier c o s a q ue lo s cien tífic o s siem p re h a cen . Las

Ésta es una simplificación exagerada, ya que la bataUa librada entre Lavoisier con
su nueva química y sus opositores implicó en realidad algo más que los procesos de
combustión y toda la gama de testimonios pertinentes «o pueden tratarse sólo en función
de la combustión. Relaciones elementales y útiles de las aportaciones de Lavoisier
pueden encontrarse en J, B. Conant, Tiie Omrihrmv q f the Píúogi&um Theory. Harvard Case
Histories in Experimental Science, case 2 (Cambridge, Mass., 1950). y D. McKie,
Antoine iMvoUie.r; Scientist, Ec<momi$t, Social Reformer (Nueva York, 1952). Maurice Dau­
mas, L a vo iw r, ihéoricien el experimentateur (París, 1955) eS la revisión más recríente y
erudita. J. H. Whiíe, The PMogiston Theory (Londres, 1932) y especialmente j. R. Parting­
to n -y D. McKie, “ Historical Studies of the Phlogiston Theory; IV. Last Phases of the
Theory” , Annals o f Science, 4 (1939); 113-149, dan más detalles sobre el conflicto entre la
nueva y la vieja teoría.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 235

m ediciones q ue m uestran una anom alía y crean así una crisis p u ed en


tentar al cien tífico a dejar la cien cia o a transferir su atención hacia
alguna otra parte d el cam p o . P ero, si se q ueda en donde está, las
observaciones an óm alas, cuantitativas o cuaHtativas, no p u ed en ten­
tarlo p abandonar su teoría mientras no le sea sugerida otra para rempla­
zaría. D e la m ism a m anera q ue el carpintero, m ientras e s té en su
oficio, no podrá d escartar su caja de herram ientas por el solo h ech o de
q u e é sta no con ten g a un martillo que sirva para clavar un tipo determ i­
nado de clavos, así tam bién el profesional de la cien cia no p u ed e
^descartar la teoría esta b lec id a sólo porque ia en cu en tra en parte
inadecuada. P or io m en os no p u ed e hacerlo m ientras no haya otra
manera de h a cer su trabajo. En la p ráctica cien tííica , ia confirm ación
real entraña siem p re la com paración entre dos teorías y la com p ara­
ción tam bién entre cad a una de é s ta s y el m undo. N o la com paración
de sólo una de ellas con el m undo. En esta s triples com p araciones, la
m edición tiene una ventaja en particular.
Para determ inar en d ónde resid e la ventaja de la m ed ición, debo
sa iir m e u n p o c o , y por lo m ism o d ogm áticam ente, de los lím ites de este
ensayo. En la transición de la teoría antigua a la nueva, a m en ud o hay
tanto una pérdida com o una ganancia de poder exp licativo.“’®
La teoría de N ew to n a cerca d e los m ovim ien tos planetarios y de lo s
proyectiles fue com b atid a v e h em e n tem en te durante más de una g e ­
neración porque, a d iferencia de las teorias rivales, exigía la introduc­
ción de una fuerza in ex p licab le que actuaba a distancia pero directa­
m en te sobre lo s cu erpos. La teoría cartesian a, por ejem p lo, había
tratado de expUcar la gravedad en fun ción de co lision es d irectas entre
partículas ele m e n ta le s. A cep tar la teoría de N ew ton significaba aban­
donar la posibilidad de toda exp licación parecida, o por lo m enos así
les parecía a la mayoría de los in m ed iatos su ce so re s de N e w to n .“*®D el
mism o m odo, aunque el d eta lle histórico e s más am biguo, a la teoría
quím ica d e L avoisier s e opuso un gran num ero de cien tífico s que veían
a la quím ica privada de una de su s principales fu n cio n es tradicionales:
la exp licación de la s p ro p ied a d es cualitativas de los cu erpos en fun­
ción de la d eterm inada com b inación de “ p rin cipios” quím icos que los

Este punto predomina en la referencia citada en la nota 3. En realidad, lo que hace


tan adecuado el describir ios cambios de teoría como “ evoluciones” es precisam ente la
necesidad de equilibrar las pérdidas y ganancias, así como las controversias que tan a
menudo resultan de los desacuerdos sobre qué es un correcto equilibrio.
Cohén, F r a n c lin a n d N ew ton , cap. 4; Pierre Brunet, L ’in trodu ction des théories d e
N ew to n en F ra n c e a u xviii^ siècle (París, 1931).
236 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

integraban.^® En cad a caso la teoría nueva salió victoriosa, pero el


p recio de la victoria fue el abandono de una m eta antigua y parcial­
m en te alcanzada. P ara los n éw ton ian os dei siglo xvm, p oco a poco fue
v olvién d o se “ acien tífico” p r e ^ n t a r s e por la ca u sa de la gravedad; los
quím icos, del siglo xix p o co a p o co fueron dejando-de preguntarse por
las c a u sa s de las cu alid ad es particulares. Sin em bargo, la experiencia
ulterior dem ostró que en tales c u e stio n e s no había n ada que fuese
intrínsecamente “ aci en tífico” . La relatividad gen eral sí expHca la atrac­
ción gravitacional y la m ecá n ica cu á n tica tam bién exp lica m uchas de
las características cu alitativas de los cu erp os. Ahora ya sab em os por
qué algunos cu erp o s son am arillos y otros transparentes. P ero al haber
logrado en ten d e r e s to , que e s de su m a im portancia, en ciertos aspec­
tos h em o s tenido que regresar a un antiguo conjunto de nociones
a cerca d e lo s lím ites de la in v estiga ció n cien tífica . P ro b lem as y solu­
c io n e s q ue tuvieron q ue se r ab andonados a favor de las teorias clásicas
de la cien cia m oderna han retornado a nosotros.
Por co n sig u ie n te, el estu dio de lo s p ro ced im ien tos de confirm ación,
tal y com o son practicados en las c ie n c ia s, e s a m en ud o ei estudio de lo
que los cien tífic o s retendrán o abandonarán para ob tener otras venta­
jas en particular. T al p rob lem a ap en as si h a sid o p lantead o an tes, y por
lo m ism o sólo podría conjeturar q ué e s lo q ue se revelaría si fu ese
in vestigad o totalm ente. P ero el estu dio superí’icial sugiere fuerte­
m en te una con clu sió n im portante. N o sé de ningún c a so en el desarro­
llo de la cien cia q ue m u estre una p érdida de p recisió n cuantitativa a
co n se c u e n c ia de la transición de una teoría anterior a otra nueva.
T am p oco p uedo im aginar un deb ate entre cien tíficos, en el cual, a
p esa r de lo caldeado de lo s án im os, se le llam e “ a cien tífica ” a la
b ú sq u ed a de m ayor p recisión num érica en un cam po ya cuantificado.
P rob ab lem en te por las m ism a s razones que la h a cen de esp ecia l
efica cia en la prod ucción de crisis cien tífica s, la com paración de
p red iccio n es n u m érica s, cuando éstas han existido, ha resultado particu-
Sobre esta íarea tradicúmal de la química, véase E. Meyerson, id e r u ity a n d Re<dity,
trad. al inglés df K. Lowenberg (Londres, 1930), cap, iO, particularm ente pp. 331-336.
Abunda, aunque disperso, mucho materia! esencial en Hélène Metzger, Les doctrines
chitniquíe& en F rance d u débu t d u xvii^à la f i n d u xvUi^ siècle, vol. 1 (Paris, 1923), y N ewton,
S ta k l, B o erh a a ve, et Ut doclrim ; ch im iq u e (Paris, 1930), Nótese particularm ente que ios
partidarios del flogisto, que veían en los minerales cuerpos elementales de los cuales se
integraban los metales por adición de flogisto, sí podían explicar por qué los metales
eran mucho más parecidos entre sí que los minerales de que se componían. Todos los
metales poseían en común un principio: el ñogisto. Con la teoría de Lavoisier, no era
posible tal explicación.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 237

larm eiite fru ctífer a en r e s o lv e r co n tr o v e r sia s c ie n tífic a s . I n d e p e n ­


dientemente del precio que se pague en redefiniciones de la ciencia,
sus m étodos y su s objetivos, los científicos se han mostrado siem ­
pre poco d isp u esto s a com p rom eter el éxito num érico de su s teorías.
Es (fe suponer que hay otros anhelos tam bién, pero al m ism o tiempo es
de so sp ec h a r se q u e, en caso de conflicto, la m edición obtendría sie m ­
pre la victoria.

L a MEDICIÓN EN EL DESARROLLO DE LA FÍSICA

Hasta e s te punto h em os dado por un hecho que la m edición d esem p eñ a


un papel cap ital en la físic a y n os h em o s preguntado por ia naturaleza
de e s e p a p el así co m o por ia s razones de su p ecu lia r efica cia . Ahora
d eb em os p regu n tarnos, au n q u e s e a d em asiad o tarde com o para p re­
ver una re sp u e sta co m p a ra b lem en te co m p leta , por la fo r m a en que la
física llegó a h a cer u so de la s téc n ic a s cuantitativas. P ara que sea
m anejable una interrogante tan am plia y llena de h e c h o s, he se le c c io ­
nado para d iscutirlas sólo aq uellas partes de una re sp u e sta que se
relacione ín tim am en te co n lo que ya está dicho.
U na c o n s e c u e n c ia recurrente de la d iscu sió n anterior e s que, nor­
m alm ente, e s con d ición p revia, para una cu a n tifíca ció n fec u n d a de un
cam po de in v estig a ció n dado, una gran cantidad de in vestigación
cualitativa, tanto em pírica co m o teórica. Sin tal trabajo previo, la
directriz m etod oló gica “ S a lg a m os a m edir” p u ed e resultar tan sólo
una in vitación a p erd er e l tiem po. Si q uedan algunas d ud as sobre e s te
punto, se resolverán rápidam ente co n una b reve revisión d el p apel
d esem p eñ a d o por la s t é c n ic a s cuantitativas en e l surgim iento de las
diversas c ie n c ia s físic a s. P er m íta se m e p r e ^ n t a r por el p apel que
tuvieron tales té c n ic a s en la R evolución cien tífíca del siglo xvn.
C om o, por ahora, toda re sp u e sta d eb e ser esq u em á tica , com enzaré
dividiendo en d os grupos los ca m p o s de las c ie n c ia s físic a s estu diados
durante el siglo xvn. Ei prim ero, al q ue llam aré de c ie n c ia s tradiciona­
les, co n sta de la astron om ía, la óp tica y la m ec á n ic a , todos ellos
ca m p o s que se desarrollaron con sid era b lem en te tanto en lo cu alita­
tivo co m o en lo cuantitativo durante la antigüedad y la Edad M edia. A
e sto s c a m p o s hay que op oner lo que llam aré las c ie n c ia s b acon ianas,
nuevo conjunto d e ca m p o s d e in v estiga ció n q ue d ebieron su categoría
de ciencias a la in siste n c ia característica de los filósofos naturales del
siglo xvii en la ex p erim en tación y en la com p ilación d e historias
naturales, in cluid as la s h isto rias de los oficio s. A e s e segun do grupo
p erte n e ce n ante todo el estu dio d el calor, de la electricidad , d el
238 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

m agnetism o y de la q uím ica. Sólo esta ultim a había sid o m uy explo­


rada antes de la R evolución cien tífica , y ca si todos q u ien es la explora­
ron habían sido artesanos o alquim istas. Si e x c ep tu a m o s a unos cuan­
tos de lo s artistas islá m ico s, e l surgim iento d e una tradición química,
racional y sistem á tica, no p u e d e darse an tes de fin e s d el siglo El
m agnetism o, el calor y la electricidad surgieron com o cam pos de
estu dio in d ep en d ien te m ás len tam en te aún. C on m ás claridad aún que
en el caso de la q uím ica, son p roductos secu n d ario s y nuevos de lo$
elem en to s b aco n ian os de la “ nueva filoso fía ” .
La separación entre c ie n c ia s tradicionales y c ie n c ia s baconianas
brinda una e x c e le n te herram ienta analítica, p u es lo s hom bres que
b uscan en la R evolu ción cien tífíca ejem p los de m edición productiva
dentro d e la físic a habrán d e en contrarlos so la m en te en las cien cia s d el
primer grupo. A d e m á s, y quizá esto se a lo m ás revelador, aun en estas
cie n c ia s tradicionales fue m ás eficaz p rec isa m en te cu ando pudo ser
realizada con in stru m en tos bien co n o cid o s y aplicada a co n cep tos
b astan te tradicionales. En la astronom ía, por ejem plo, la contribución
cuantitativa d ecisiv a fue la versión, am pliada y mejor calibrada, de
T ycho Brahe a los in stru m entos m ed iev a les. El telesco p io , novedad
característica d el siglo xvil, ap en as sí fu e usado cu an titativam ente
h asta el últim o tercio d el siglo, y e s e em p leo cuantitativo no ejerció
efe cto sobre la teoría astronóm ica h a sta que, en 1729, B radley d esc u ­
brió la aberración de la luz. In clu so e s e d escu b rim ien to fue aislado.
H asta la segun da m itad d el siglo xvm, la astronom ía no em p ezó a
aprovechar todos lo s efe c to s de los grandes p erfeccio n a m ien tos de la
ob servación cu an titativa que perm itía el t e l e s c o p i o . O , com o ya se
indicó, los exp erim en to s con el plano in clinad o, otra n ovedad del siglo
xvn, no fueron tan ex a c to s com o para con stituirse en la única fuente de
la ley de a celera ció n u niform e. Lo im portante a cerca de es to s experi-

Boas, R o b e n B o yle, pp, 48-66.


Sobre la electricidad, véase Roller y Rtíller, C on a-pí o f E k r ir U · C h a rg e , y Edgar Zilsel,
“ The Origins of William Gilbert’s Scientific Method” , J o u rn a l o f th e H isto ry o f Id ea s,
2 (1941): 1-32. Concuerdo con quienes piensan que Zilsel exagera la importancia de un solo
factor en la génesis de la ciencia de la electricidad y, por implicación, del baconianismo;
en cambio, no se pueden pasar por alto las influencias del oficio que describe. No hay
análisis, igualmente satisfactorio, del desarrollo de la ciencia dei calor antes del siglo
XVill, pero Wolf (Six/eerUh a n d S eventeen th C en tu ries, pp. 82-92 y 275-281) ilustra la
transformación producida por el baconianismo.
Wolf, E ig h te e n th C e n tu r y , pp. 102-145, y WheweU. I n d u c tir e S c i e r i c e .2 : 2 \ ' ¿ -
371.Particularm ente en el segundo, nótese la dificultad <(ue hay para distinguir los
avances debidos al perfeccionamiento de los instrumentos, de los debidos a las mejoras
de la teoría. Tal dificultad no es atribuible al modo como Whewell presenta el asunto.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 239

m entos — los cu a le s, a su vez, son de im portancia crítica— e s la idea


de que tales m ed icio n e s podrían ser p ertin en tes co n resp ecto de los
problem as-de la caída libre y d el m ovim iento de lo s p royectiles. Tai
idea im plica un cam b io fu n d a m en ta l tanto de la c o n ce p c ió n d el movi-
mie|ito com o de la s té c n ic a s p ertin en tes para analizarlo. P ero, claro
está^, n unca se habría llegad o a tal co n ce p c ió n si m u ch o s de los
co n ce p to s su bsidiarios, in d isp e n sa b le s para explotarla, no h u b iesen
existido, por lo m en o s en form a em brionaria, en ios trabajos de Arquí­
m ed es y en ios analistas e s c o lá stic o s del movimiento.®“’ Aquí, de
nuevo, la eficacia del trabajo cuantitativo dependió de ia existencia de una
larga tradición.
Quizá el mejor c a so probatorio se a el de la óp tica, la tercera de mis
cien cia s tradicionales. En e s te cam p o, durante el siglo xvii; el trabajo
cuantitativo real fue h ech o tanto con n uevos com o con viejos instru­
m en tos, y el realizado co n es to s últim os en relación con fen óm en o s
bien co n o cid o s resultó ser e l m ás im portante. La reform ulación de la
teoría óp tica durante la R evolu ción cien tífica giró en torno de los
ex p erim en to s de N ew to n con el prism a, y para ésto s había m uchos
p rec ed en tes cualitativos. La innovación de N ew ton co n sistió en el
análisis cuantitativo de un efe cto cuahtativo bien con ocido, y e s e aná­
lisis fu e p o sib le só lo por el d e sc u b r im ie n to d e la s le y e s de la
refracción, h ech o por S n ell u nas cu an tas d éca d a s antes d el trabajo dc
N ew ton . E sa le y e s la n ovedad cuantitativa vital en la óptica del siglo
xvn. F u e , sin em bargo, una iey que había sido buscada por toda una
p léyad e de b rillantes in vestigad ores d e sd e la ép oca de T olom eo, y
todos ello s habían em p lead o aparatos m uy sem eja n tes al de S nell. En
sum a, la in v estiga ció n q ue d ese m b o có en la nueva teoría de la luz y el
color, de N ew to n , fu e de naturaleza e sen cia lm e n te tradicional.^® Pero
gran parte de la óp tica del siglo xvn no era de ninguna m anera tradicio­
nal, La in terferen cia , la difracción y ia doble refracción fueron fe n ó ­
m en o s d escu b ierto s m ed io siglo an tes de q ue a p a reciese la Óptica de
N ew ton; todos fueron fen ó m e n o s por co m p leto inesp erados; y todos
fueron fe n ó m e n o s co n o cid o s por N e w t o n . N e w t o n realizó in vestig a­
cio n e s cu an titativas, m uy cu id a d o sas, sobre dos de ellos. Sin e m ­
bargo, e l efe cto real de e s to s fe n ó m e n o s n u evo s sobre ía teoría óp tica
a p en as si se dejó sentir hasta el trabajo de Y oung y F resn el, un siglo
Sobre el trabajo pregab'ieano, véase Marshall Clageít, The Science o f Meckanics in the
Mid<lh‘ Ages (Madison. Wis.. 1959). particiilarmtínte las p artes 2 y 3. Sobre el empleo de
este trabajo por Galileo, véase Alexandre Koyré Etudes galiléennes, 3 vols. (París 1939),
particularmente los vols. 1 y 2.
A. C. Crombie, AugustinetoGalileo (Londres, 1952}, pp. 70-82, y Wolf, Sixteenihand
Seventeenth Centuries. pp. 244-254.
Wolf. Sixteenth aiul Seivnleenth Centuries, pp. 254-264.
240 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

d esp u és. A unque N ew to n p ud o desarrollar una brillante teoría preli­


minar de los e fe c to s d e in terferen cia , ni él ni su s su ce so re s inm ediatos
notaron que esa teoría con cordab a con los ex p erím en tos cuantitativos
ú n ica m en te en el ca s o lim itado de la in cid e n c ia perpendicular. Las
m ed icio n es que hizo N ew to n de la difracción produjeron tan sólo
una teoría en e s e n c ia cualitativa, y al p arecer ni siquiera se pro­
puso h a cer un trabajo cuantitativo sobre la doble refracción. Tanto
N ew ton com o H u y g h en s anunciaron las le y e s m atem áticas que go­
biernan la refracción del rayo extraordinario, y el segundo dem ostró
cóm o explicar este com p ortam ien to considerando la expansión de uri
frente de ondas esferoid a les. P ero en am bas ex p o sic io n es m atem áti­
ca s hubo am plias extrapolacion es de datos cu an titativos dispersos de
d udosa p recisión. Y pasaron casi cien años an tes de q u e, con experí­
m en tos cuantitativos, se pudiera h acer una d istinción entre e s ta s dos
form ulacion es m atem áticas tan disímiles.®’^Com o ocurrió con los de­
m ás fen ó m e n o s ó p tic o s d esc u b ier to s durante la R evolu ción científica,
tuvo que transcurrir casi todo el siglo xvin para que se realizaran más
exp loracion es y se mejoraran los in stru m en tos, con d ición previa para
la explotación cuantitativa.
V olviendo ahora a las cien cia s b acon ian as, que durante toda la
R evolu ción cien tífica p o seyero n unos cu a n tos in stru m entos viejos y
aún m en os co n ce p to s bien e s ta b lec id o s, n os en con tram os co n que la
cu an tifícación avanzó todavía m ás len ta m en te. A un qu e el siglo xvii
con tem pló m uchos nuevos in stru m en to s, de lo s c u a le s algunos fueron
cu an titativos y otros nada m ás lo fueron p o te n c ia lm en te , sólo el nuevo
barómetro reveló regularidades cuantitativas im portan tes al ser apli­
cad o a n u evo s ca m p o s de estudio. In clu so el baróm etro e s tan sólo una
exc ep ció n aparente, p u es la n eu m ática, ca m p o en q ue fu e aplicado,
tomó presta d o s e n bloque los co n c e p to s d e un cam p o b astan te viejo, la
h idrostática. Com o dijo Torriceili, el baróm etro m edía la p resió n “ en
el fondo de un o cé a n o de aire e le m e n ta l” .^® E n el ca m p o d el m agne-

Sobre e l trabajo del siglo X V fl {incluida la epnsírycoión geométrica de Huyghens),


véase ib id . Apenas si se han estudiado las investigaciones de estos fenómenos realizadas
en el siglo xvlli, pero sobre lo que se sabe, véase Joseph Priestley,//ísrory... o /D is c a v e ñ e s
r e la tin g to V ision, L ig h t, a n d Colour.·! (Londres, 1772), pp. 279-316, 498-520, 548-562. Los
ejemplos más antiguos que conozco de trabajos precisos sobre la doble refracción son:
R. J. Haüy, “ Sur la double réfraction du Spath dTslande” (véase nota 42), y W. H.
Wollaston, "O n the Oblique Refraction of Iceland Crystal” , P h ilo so p h ic a l T r a n sa c tio tu , 9 2
(1802): 381-386.
^ Véase I. H. B. y A. G. H. Spiers, The P h y s ic a l Treatises o f P a s c a l (Nueva York, 1937),
p. 164, En todo este volumen se m uestra cómo la .neumática del siglo xvil tomó
conceptos de la hidrostática.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 241

tismo, las ú n icas m e d ic io n e s significativas realizadas durante el siglo


X V I I , las de la d eclin a ció n y la in clinación , fueron h e c h a s con una u otra
versión m odificada de la brújula tradicional, y esta s m ed icion es con ­
tribuyeron m uy p oco a in crem en ta r la com p ren sión de los fen ó m e n o s
n ia ^ é t ic o s . P ara una cu an tificación verdad eram en te fun dam en tal, el
m agnetism o, com o la electricid ad , tuvo que esperar los trabajos d e
Coulomb, G au ss, P o isso n y otros, realizados a fines del siglo xvni y
principios del xix. A n tes de que pudiera h a c e r se el trabajo, era n e c e ­
sario ten er una mejor com p ren sión cualitativa de la atracción, la
repulsión, la co n d u c ció n y otros fen ó m en o s co n ex o s. L o s in stru m en ­
tos que produjeron una cu a n tifica ció n verdadera tuvieron que ser
diseñados teniendo en m en te e s ta s co n c e p c io n e s cuaUtativas in icia­
les.^® A d em á s, las d éca d a s en las que se logró el éxito final son casi las
mismas en las que se produjeron los prim eros co n ta cto s e fic a c e s entre
la m edición y la teoría en el estu dio de ía quím ica y e l c a l o r . L a
cuantificación fructífera de las c ie n c ia s bacon ianas apenas em p ezab a
antes del último tercio del siglo xvm y no realizó todo su p otencial hasta
el siglo X IX . E sa realización — ejem plificada por lo s trabajos de Fou­
rier, C lau síus, Kelvin y M axw ell— es una de las fa ce ta s de otra
revolución cien tífica de no m en o s c o n se c u e n c ia s que la del siglo xvil.
H asta el siglo X íX , las c ie n c ia s físicas bacon ianas no sufrieron la
transformación q ue el conjunto de la s c ie n c ia s tradicionales había
sufrido dos o m ás siglos an tes.
Como el artículo del profesor Gueriac está dedicado a la q uím ica, y
como ya b osqu ejé algunos de los ob stáculos para cuantificar los fenó-

Sobi’t· la «.(.iíttuiíicación y los comienzos de la matematización de la ciencia de la


cicctricidad, véase íioller y Roilcr, C on cept o f E lectric C h a rg e , pp. 66-80; Whittaker, 4ef/w
and E lc iir ic ity , 1;53"66; y W. C. Waiker, “ The Detection and Estimation of Electric
Cliarge in die Eighteenth C e n t u v y ” , AnnaL· o f S c ie n c e ,} (1936): 66-100.
Sobre el eaJor, véase Douglas McKie y N. H. de V. Heathcote, The D iscovery o f
S p n if ir <i!id L a ten t H eats (Londres, 1935). En la química, tai vez sea imposible datar los
"primeros contaejos eficaces entre la medición y la teoría” . Las mediciones volumétri­
cas o gravimétricas intervinieron siempre en e! ensayo de muestras y en ia preparación
de recetas. Hacia el siglo x\ll. por ejemplo en el trabajo de Boyle, la ganancia o la
pérdida de peso sirvieron frecuentem ente de indicio en el anáUsis teórico de determina­
das reacciones. Pero, hasta mediados del siglo XVHi, ia significación de ías mediciones
(|uímicas p a re c ió ser siempre desciiptiva (como en las recetas) o cualitativa (como en la
demostración de una ganancia de peso sin referencia significativa a su magnitud). Sólo
en los trabajos de Black, Lavoisier y Richter la medición comienza a desempeñar una
función cabalmente ctianiitaíiva en el desarrollo de las leyes y teorías químicas. Sobre
una introducción a la vida y obra de los citados, véase J. R. P a r ú n g t o n , A S h ort H isto ry o f
C hem istry, 2« ed., pp, 93-97, 122-128 y 161-163.
242 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

m en o s eléctrico s y los m a g n é tic o s, mi ú nico ejem plo ex ten so lo tomaré


del estu dio del calor. P or desgra cia , gran parte de la in vestigación que
debiera basarse en tal bosquejo está por h a c e r se todavía. Lo que s i ^ e
e s por fuerza m ás provisorio que todo lo anterior.
M u ch os de ios prim eros ex p erim en tos en que se em p learon termó­
m etros fueron en realidad in v estig a c io n es de e s te nuevo in stm m en tó,
a n tes que in v estig a c io n es con él. ¿Podría haber sido otro el caso
durante un periodo en q ue no esta b a del todo claro lo que el term óm e­
tro m edía? S u s lectu ra s dep en dían ob via m en te del “ grado de calor” ,
pero al p arecer esa d ep en d e n c ia era su m a m en te com pleja. El “grado
de calor” durante m ucho tiem po se definió por m edio d e los órganos de
los sen tid os, y é s to s respondían de m odos m uy d iferen tes a cuerpos
que producían las m ism as lecturas term om étricas. A n tes de que el
term óm etro pasara d e objeto de exp erim en ta ció n a instrum ento de"
laboratorio, la lectura term om étrica tenía q ue verse com o la medida
directa del “ grado de ca lo r” , y la se n sa c ió n tenía que con sid erarse al
m ism o tiem po un fen ó m en o com p lejo y eq u ívoco que d ependía de
d iversos parámetros.®’
Por lo m en o s en unos cu an tos círculos cien tífic o s, e s a reorientación
p a rece haber con cluido a fin es del siglo xvii, pero no fue s e ^ i d a del
rápido d escub rim iento de regularidades cu an titativas. Al principio,
los cien tífico s se encontraron co n que e l “ grado de calor” podía
bifurcarse en “ cantidad de calor” y “ tem peratura” . A d em á s, de la
in m e n sa m ultitud de fen ó m e n o s térm ico s, tuvieron que elegir para
estudiarlos d eten id a m en te los q ue m ás se p restaban para revelar leyes
cu antitativas. É stos resultaron ser dos: m ezcla r dos co m p o n e n tes de
un solo fluido al principio a tem peraturas d iferentes, y calor radiante
de d os fluidos d ife re n tes en r e c ip ie n te s id én tico s. P ero , incluso
cu ando la aten ció n se con cen tró en e s to s fe n ó m e n o s, ios cien tífico s no
obtuvieron resultados in eq u ív o co s ni uniform es. C om o lo demostraron
b rillantem ente H e a th co te y M cK ie, en las últim as etap as del desarro­
llo de los co n c e p to s de calor es p e c ífic o y calor laten te, hubo hipótesis
intuitivas que interactu aban co n sta n tem en te con la obstinada medi-

®·' Maurice Daumas (Les in stn irn en tsscientifiqu es a u x x v ii^ e tx v iii^ siècles [París, 1953], pp.
7B-80) da una reSación, breve y excelente, de i a primera época del empleo del tcrmóme-
(n> como instrumenío (rienfífico, Robert Boyje, en N ew E xperim en ts a n d Obsíírrations
7 OIw ilin g C o ld , ilustra la necesidad, surgida en el siglo Wli, de dem ostrar que !os
termómetros construidos debidam ente deben remplazar a los sentidos en las medicio­
nes térmicas, aunque se obtengan de ambos resiiitad<ts diferentes. Véase Works o f th e
H o m m ra h le Rohert B oyle, T. Birch, compilador, 5 vols. (Londres. 1744), 2:240-243.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 243

ción, cada una de ella s forzando a la otra.®^ H icieron falta aún otras
c l a s e s de trabajo an tes de q ue las con trib ucion es de Laplace, P o isso n
y Fourier transform asen el estu dio de lo s fen ó m e n o s térm icos en una
r a m a de la física matemática.®^
E st^ p a u ta , reiterada tanto en ia s d em ás c ie n c ia s baconianas com o
en la exten sió n de las cien cia s tradicionales a n u evo s in stru m entos y
nuevos fen ó m e n o s, da una ilustración m ás de la tesis m ás p ersisten te
en este artículo. El camino de la ley científica a la medición científica rara vez
puede recorrerse ensentido inverso. Para descub rir una regularidad cu an ti­
tativa, n orm alm ente d eb e uno co n o ce r qué regularidad está buscando
y el instrum ento em p lea d o para encontrarla d e b e esta r d iseñado co ­
rrespondientem ente. A un en to n c es, la naturaleza quizá no entregue
sin fuerte lu ch a resu ltad os fa lto s de contradicción o generalizables.
Esto e s en lo que re sp e c ta a mi tesis principal. Sin em bargo, los
anteriores com en tarios a cerca de la form a en que la cuantificación
ingresó en la físic a m oderna d eb en llevar tam bién a la tesis m enor de
este artículo, p u es tales com entarios vu elcan la aten ción h acia la
inm ensa efic a cia de la exp erim en tación cuantitativa realizada dentro
del con texto de una teoría co m p leta m en te m atem atizada. En algún
m om ento entre 1800 y 1850, hubo un cam bio im portante en el carácter
de la in v estiga ció n corresp ond ien te a m uchas de las c ie n c ia s natura­
les, p articu larm ente en el conjunto de ca m p o s de in vestigación cono­
cido com o ia física. Tal cam bio e s lo que m e h a ce llam arle a la
m atem atización de la física b acon iana una fa ceta d e otra revolución
científica.
Sería absurdo p reten d er que e s a m atem atización haya sido algo más
que una fa ce ta . La prim era m itad d el siglo xix p resen ció tam bién un
vasto in crem en to de la e s c a la d e la em p resa cien tífíca, gran d es cam ­
bios en las p autas de la organización científíca, y una reconstrucción
total de la ed u ca ció n científica.®'' P ero es to s cam b ios afectaron a todas

Sobre la formación de los conceptos de calorimetría, véase E. Mach, D ie P rin cipien


der W ärm elehre (Leipzig, 1919), pp. 153-181, y McKie y Hethcote, S pecific a n d L aten t
Heats. Ei análisis deí trabajo de Krafft en la segunda obra da un ejemplo notable de los
problemas que entrañan las tareas de medición.
Gaston Bachelard, É tu d e su r ¡ ’ev o lu tio n d ’un prohlèin e d e p h ysiq u e ( P a r h , 1928). y Kuhn,
“Caloric Theory of Adiabatic Compression”.
^ S. F, Mason {Main Ciments of Scientific Thought [Nueva York, 1956], pp. 352-363)
bostiueja breve y ciaramenie estos cambios institucionaJes. Más material sobre el
mismo asunto se encuentra disperso en j. T. Merz, History ofiEuropean Thought in the
Nineleetah Ceraioy, vol. I (Londres, 1923).
244 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

las c ie n c ia s casi de la m ism a m anera. Y no debieran explicar las


características q ue d iferencian a las c ie n c ia s recién m atem atizadas
del siglo XÍX, de las d em á s c ie n c ia s del m ism o periodo. A unque mis
fu e n te s son por ahora im p resion istas, esto y co m p leta m en te seguro de
que existen tales ca ra cterística s. P er m íta se m e arriesgar la siguiente
pred icción . La in v estiga ció n analítica, en parte ía estad ística , debiera
dem ostrar q ue los físic o s, en conjunto, han m anifestad o, aproxima­
d a m en te d esd e 1840, una m ayor cap acid a d para co n cen tra rse en unas
cu a n ta s áreas clave de in v estig a ció n , q ue su s colega s de los cam pos no
del todo cu an tificados. D e estar en lo cierto, en el m ism o periodo
resultaría que los físico s habrían tenido m á s éxito q ue lo s demás
cien tífico s de dism inuir la m agnitud de la s con troversias sobre las
teorías cien tífic a s y en aum entar la fuerza d el co n se n so que surgió de
tales con troversias. En su m a , creo que ia m atem atización de la física,
realizada en el siglo xix, produjo criterios p ro fesion ales, de lo más
refinado, ap licables a la se lec ció n de p rob lem a s, y q u e, al mismo
tiem po, aum entó m uchísim o la efic a cia de los p rocedim ien tos dé
verificación p r o fe sio n a le s.“ D esd e lu ego, é s to s son p rec isa m en te ios i
ca m b ios que nos baria esperar lo ex p u esto en la se cc ió n p reced en té/
La prueba de fu eg o de e s ta s co n clu sio n e s sería el análisis crítico y
com parativo del desarrollo de la físic a durante los últim os ciento
vein ticin co años.
M ientras no se haga tal prueba, ¿qué c o n c lu sio n e s podríam os sa­
car? Aventuraré la sigiriente paradoja: la cu an tificación total e íntima
de toda cie n c ia e s una co n su m a ció n que se d ese a d evotam ente. Sin
em bargo, no es una con su m ación q ue p ueda b u sca rse de manera:
eficaz por m edio de la m edición. C om o en el desarrollo individual,
igual que en el del grupo cien tífico , la m adurez llega con m ás seguridad
a q u ie n e s sab en esperar.

A p é n d ic e

R eflexionan do sobre los d em á s artículos y sobre la d iscu sión que


continuó durante toda la con feren cia , m e p a rece que vale la pena
hablar de otros dos puntos q ue se refirieron a mi propio artículo.

Para un ejemplo de la seíección correcta del problema, nótense las discrepancias


i'iianliíativas y csjutéricas que sirvieron para aislar los tres pniblemas —el del efecto
(DlDi'léctrico, la radiación del cuerpo negro y los calores es¡)ecíficos— cjue dieron lugara
ia met ànica cuántica. Sobre !a eficacia nueva de los procedimienU)« de verincación,
nótese la rapide/. ct>n que la profesión adoptó esta teoría nueva y radical.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FÍSICA MODERNA 245

Indudablem ente hubo otros m á s, pero mi m em oria ha dado m uestras


de ser p oco digna de confianza. El profesor P rice fue quien tocó el
primer punto el cual dio lugar a una larga d iscu sión . El segun do su r^ ó
de una digresión d el profesor Spengler, y con sid eraré primero las
c o n s ^ u e n c ia s del segun do.
El profesor S p e n g le r exp resó gran in terés por mi co n cep to de “ cri­
sis” en el desarrollo d e una c ie n c ia o de una esp ecialid a d cien tífica ,
pero agregó q ue le había sido m uy difícil descub rir más de uno de e sto s
episodios en el desarrollo de la econom ía. Esto m e llevó a la cu estión
^,perenne, pero quizá no m uy im portante, de si las c ie n c ia s so c ia le s son
en realidad c ie n c ia s. A un qu e no trataré de responder directam ente a
esto, tal v ez se aclare un poco el problem a con unos cu a n to s c o m e n ta ­
rios sobre la p o sib le falta de crisis en el desarrollo de una cien cia
social.
Com o ex p u se en la s e c c ió n d e m ed ició n extraordinaria, el co n cep to
de crisis im plica q ue dentro del grupo q ue la exp erim en ta había an tes
unanimidad. Por definición, las anomalías existen tan sólo con res­
pecto a expectativas establecidas en forma sólida. Los experimentos
que recurrentemente salen mal pueden producir una crisis sólo en
un grupo que con anterioridad haya trabajado de tal manera que todo le
sale bien. Ahora, com o en m is se c c io n e s anteriores d eb iera v erse
claram ente, en la s cien cia s físic a s m aduras, la mayoría de las co sa s,
por lo gen eral, va bien. P or co n sig u ie n te, la com u nid ad profesional en
su totalidad p u ed e estar de acuerdo a cerca de lo s co n ce p to s funda­
m en tales, los in stru m en tos y lo s problem as de su c ien cia . Sin ese
con sen so profesion al, no habria b a ses para esa actividad com o de
armar ro m p ecab eza s o resolver acertijos en q u e, com o ya lo h ice
d estacar, se en cu en tra trabajando n orm alm ente la mayoría de lo s
físicos. En la física, e l d esa cu erd o en torno de los fun d a m en tos está ,
com o la b úsq ueda de in n ovacion es b ásicas, reservado para los perio­
dos de crisis.®® Lo q ue ya no es tan claro, sin em bargo, e s que un
co n se n so de fuerza y alc a n c e se m e ja n te s ca racterice de ordinario a las
cien cia s so cia les. La ex p er ie n c ia con m is colega s de la universidad y el
afortunado año que p a sé en el Centro de E stu d io s A vanzados de
C ien cias C o n d u ctu a les m e in dican que la con cordan cia fundam ental

D e s c r i b í o tr a s c o n c o m i t a n c ia s s i g n i f i c a t i v a s de e ste c o n s e n s o p r o f e s i o n a l en m i
a r tíc u lo " l ' h c E s s e n t ia l T e n s io n : T r a d i t i o n a n d In n o v a t io n in S c i e n t i f i c R e s e a r c l i " , e n
(.a Iv in \ \ , 1 a y l o r . c o m p i l a d o r . The Third ( 1959) (IniroM iyo/Uitih Rcscarrh Confi'n’iici· on the
Idcniifii (titun o f Cn'ttiirv Scientiftc Talent (S a lt L a k e C it y , 1959}, p p , 162-177.
246 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

q u e, por ejem plo entre lo s físic o s, n orm alm ente p u ed e darse por
d esco n ta d a ap en as ha com en za d o a surgir en unas cu an ta s áreas de la
in v estig ación en cien cia s sociales. L a m ayoría de las otras áreas se
sigu e caracterizando todavía por d esa cu erd o s fu n d a m en ta les acerca
de la definición d el cam po, su s logros ejem p lares y su s problemas.
M ientras p reva lezca e s a situ ación — com o ocurrió en los primeros
periodos dei desarrollo de la s varias cien cia s naturales— , probable­
m en te no sobrevendrá ninguna crisis.
El punto del profesor P rice fue m uy diferente y m ás bien de carácter
histórico. S u f r i ó , creo yo correctam en te, que mi epílogo histórico no
llam aba la aten ción h acia un cam bio m uy im portante en la actitud de
los físic o s h acia la m ed ición , el cu al ocurrió durante la Revolución
cien tífica. Al com entar el artículo del doctor Crom bie, P rice había
señalad o que h asta fin es d el siglo xvi los astrónom os no com enzaron a
registrar series continuas de o b serv a cio n es de la p osición de los plane­
tas. (A ntes, se habían lim itado a o ca sio n a les ob serv a cio n es cuantitati­
vas de fen óm en os e s p e c ia le s.) Sólo en e s e último periodo, continuó,
los astrónom os com enzaron a ver críticam en te su s datos cuantitativos,
recon o cien d o , por ejem plo, que una p osición c e le ste registrada es un
in dicio d e un h ech o astronóm ico, en lugar del h ech o m ism o. Ai discutir
mi artículo, el profesor P rice señaló otros sig n o s m ás de cam bio en la
actitud hacia la m ed ición durante la R evolución científíca. Por una
parte, recalcó, se registraron m ucho m ás núm eros. Pero quizá lo más
im portante haya sido que p ersonas com o B oyle, al anunciar leyes
esta b lec id a s con b a se en m ed icio n e s, em pezaron a registrar por pri­
m era vez su s datos cu an titativos, independientemente de que éstos concor-:
daran o no perfectamente con La Ley, en lugar de lim itarse a en u n c ia rla
propia ley.
T engo m is dudas acerca de q ue esta transición de la actitud hacia los
núm eros h u b iese avanzado tanto durante el siglo xvn com o ocasional­
m en te p arece querer decir e l profesor P rice, H ook e, por ejem plo, no
con sign ó los n úm eros de los cu a le s extrajo su ley de la elasticidad;
a n tes del siglo xix, p a rece no haber surgido el co n ce p to de '‘cifras
sign ificativ as” , dentro de la física experim ental. D e lo q ue no dudo es
de que el cam b io esta b a en proceso^ y eso e s m uy im portante. Esto
am erita otra c la se de artículo, en el cual espero que se examine
en d etalle el problem a. Por el m om ento, p erm íta sem e señalar sim ple­
m en te lo b ien que con cu erd a el desarrollo de lo s fen óm en o s subraya­
dos por el profesor P rice en la pauta que b osquejé al describir los
efe cto s d el b acon ianism o d el siglo xvn.
LA FUNCIÓN DE LA MEDICIÓN EN LA FISICA MODERNA 247

En prim er lugar, salvo quizá en ìa astronomía, e l cam bio de actitud


hacia la m ed ición ocurrido durante el siglo xvii se a sem eja grande-
diente a la rea cció n h a cia las n o v ed a d e s del programa m etodológico de
la “ nueva filosofía ” . A l contrario de lo que a m en ud o se su p on e,
esas N o v e d a d e s no fueron c o n se c u e n c ia s del co n ce p to de que la
observación y el exp erim en to eran b á sico s para la cien cia. Como lo
demostró brillantem ente C rom bie, esa opinión y su com p lem en to,
u n a filosofía m e to d o ló ^ c a , alcanzaron gran desarrollo durante la Edad
M e d i a . L e j o s de ello, la s n o v ed ad es d el m étodo de la “ n ueva filoso-
'^fía” in cluyeron la cr ee n c ia d e que hacían falta series y se rie s de
experim entos — el argum ento a favor de las historias n atu rales— , así
como la in sisten cia en q ue todos los ex p erim en tos y las o b serva cion es
se com unicaran de m anera naturalista y co n todos su s d etalles, p refe­
riblem ente aco m p a ñ a d o s de lo s nom bres y las c r ed en cia les de los
testigos. Tanto la frecuencia creciente con que se registraron los nú­
meros com o la ten d en cia ca d a vez m enor a redondearlos co n cu er­
dan p rec isa m en te con los ca m b io s de actitud b acon ianos, m ás g en era ­
les, h a cia ía ex p erim en ta ció n en su conjunto.
A d e m á s, resid a o no resid a su fu en te en el bacon ianism o, la eficacia
de la nueva actitud d el siglo xvn hacia lo s núm eros siguió una línea d e
desarrollo m uy se m e ja n te a la de la eficacia de las d em ás n oved ades
baconianas analizadas en mi se c c ió n final. En la dinám ica, com o lo ha
dem ostrado re p e tid a s v e c e s el profesor Koyré, la nueva actitud casi no
surtió efe c to s an tes de fin e s d el siglo xvni. L as otras d os c ien cia s
tradicionales, la astronom ía y la ó p tica, fueron afectad as m ás pronto
por el cam b io, pero sólo en su s partes más tradicionales. Y en ias
cien cias b aco n ian as, el calor, la electricidad , la quím ica y otras, la
nueva actitud no se em pezó a explotar antes de 1750. En los trabajos de
Black, L avoisier, Coulom b y su s co n tem p orá n eo s e s en d onde se
aprecian los prim eros e fe c to s, verdad eram en te im portan tes, del cam ­
bio, Y la transform ación total de la física, d eb id a a e s e cam b io, apenas
si es visible a n tes de los trabajos de A m p ère, Fourier, O hm y Kelvin.
Creo que el profesor P rice aísla otra n ovedad m uy significativa del
siglo XVIL P ero com o tantas otras de las actitud es n u eva s p u e sta s de
m anifiesto por la “ nueva filoso fía ” , los e fe c to s im portan tes de esta
nueva actitud hacia la m ed ición ap en as si se m anifestaron durante el
siglo XVII.

V t 'i i s i' |) a r t i c u i a r m e n t e su Roían! Grossi’li'sti· a n d the O rig in s o f K xpcríinenud Science,


1100-1700 (Oxford. 1953).
J f
fi-1

IX. LA TENSIÓN ESENCIAL: TRADICION


E INNOVACIÓN EN LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA*

E STOY m uy agradecido por la in vitación q ue s e m e hizo de participar en


esta im portante con feren cia , y la interpreto com o p ru eb a de que ios
e stu d ia n tes de la creatividad son se n sib le s a los en fo q u es divergentes
q ue tratan de identificar en íos dem ás. S in em bargo, no abrigo grandes
esp era n zas sobre el resultado de e s te exp erim en to conm igo. Como la
mayoría de u sted es sab e, no soy p sicólogo, sino m ás bien un ex físico
q ue trabaja ahora en Ja historia de la c ien cia . Quizá mi in terés por la
creatividad no se a m enor que el de u ste d e s, pero sí son m uy diferentes
m is objetivos, m is téc n ic a s y m is fu e n tes, a tal grado q ue no estoy
muy seguro de cuánto tengam os, o deberíamos tener, que decirnos
unos a otros. E sta s reserv a s no im plican u na ex cu sa; m ás bien, apun­
tan h a cia mi tesis central. En las c ie n c ia s , co m o indicaré m ás ade­
lan te, e s preferible e m p le a r lo mejor q u e se p u é d a la s herram ientas de
que se dispon e, que d eten er se a c o n te m p la r lo s en fo q u es divergentes.
Si una persona de m is a n te c e d e n te s e in te r e se s tien e algo pertinente
que exp on er en esta co n feren cia, no será a cerca de los in tereses
cen tra les de u ste d e s: la p ersonalidad creativa y su identificación
p recoz. P ero, im plícita en lo s n u m ero sos artículos de trabajo distri­
buidos a los p articipan tes de e s ta co n fer en cia , hay una im agen del
p r o c e s o de la c i e n c ia y d el c i e n t íf ic o ; tal im a g e n c o n d ic io n a
m uchos de lo s ex p erim en to s q ue u ste d e s harán y tam bién las con clu ­
sio n es que extraerán; y a cerca de ello e s m uy p osible que el físico-
historiador sí tenga algo que decir. A quí m e lim itaré a un asp ecto de
esta im agen , el cual está co n d en sa d o co m o sigue en uno de los artícu­
los de trabajo; el cien tífico b á sico “ d eb e ca r ec er de prejuicios, al grado
de que p u e d a observar lo s h e c h o s o c o n ce p to s ‘e v id e n tes por sí mis­
m o s’ sin q ue fo rzo sam en te ten ga q u e aceptarlos y, a la in versa, debe
dar rienda su elta a su im agin ación para q ue ésta ju eg u e con las
p osib ilid ad es m ás re m otas” (S e ly e, 1959). E n el lengu aje más técnico

* Reimpreso con autorización de The T k ir d (1959) University o/U tahR esearch Conference-
on the Identification o f Scientific Talent, C. W. Taylor, compilador (Salt Lake City:
University of Utah Press, 1959), pp. 162-74. Copyright 1959 de la University oi'Utah.
248
LA TENSIÓN ESENCIAL: TRADICIÓN E INNOVACIÓN · 249

¿e otros de los artículos de trabajo (Getzels y Jackson), se repite e ste


aspecto de la im a g en subrayando el “p en sa m ien to d ivergen te, . . . la
libertad de partir en d ire cc io n e s d if e r e n t e s ,. . . rechazando la solución
antigua y tom ando u na d irección n u ev a ” .
E s t ^ co n v en cid o de que e s en teram en te correcta esta descripción
del “p en sa m ien to d iv erg en te” y la b ú sq ueda con com itante de quienes
son ca p a c e s de tenerlo. Todo trabajo cien tífico está caracterizado por
algunas d iverg en cias, y en el corazón de los ep isod io s m ás im portantes
del desarrollo cien tífico h ay d iv erg en cia s g ig a n tesca s. P ero tanto mi
;¡>ropia exp erien cia en la in vestiga ció n cien tífíca com o m is lecturas de
la historia de las c ie n c ia s h a cen que m e pregu n te si no se in siste
d em asiado en la flexibilidad y la im parcialidad com o características
in d isp en sab les para la in v estiga ció n b ásica. Por eso , sugeriré más
adelante que algo a sí com o el “ p en sam ien to co n v er g en te” e s tan
esen cia l com o el divergente para el avan ce de la cien cia. C om o e sto s
dos m odos de p en sa r entran in evita b lem en te en conflicto, s e infiere
que uno de los requ isitos prim ordiales para la in v estiga ció n cien tífica
de la mejor cahdad e s la cap a cid ad para soportar una tensión que,
o casion alm en te, se volverá casi insoportable.
En otra parte, estoy estu diand o esto s asu ntos d esd e una p erspectiva
más b ien h istórica, recalcan do la im portancia de ias “ rev o lu cio n es” ^
para e l desarrollo de la cien cia . Son é sta s ep isod io s — ejem plificados
en su form a extrem a y fá cil de recon ocer por el advenim iento del
cop ern ican ism o, el darw inism o, el ein stein ia n ism o— en q ue una co ­
m unidad cien tífica abandona la m anera tradicional de ver el mundo y
de ejercer la c ie n c ia a favor de otro enfoque a su d isciplina, por lo
regylar in com p atib le con el anterior. En el borrador de dicho estudio,
argum ento q ue el historiador se en cu en tra co n sta n tem en te m uchos
ep isod ios revolucionarios de estructura sem ejan te, aunque más p e ­
q u eñ os, y que é s to s son vita les para el av an ce cien tífico. Contraria­
m en te a la im p resió n q ue p rev a lece, la mayoría de los d escu b rim ien tos
y las teorías n u ev a s en la s c ie n c ia s no son m eras ad icio n es al acopio
e x iste n te de co n o cim ien to s cien tífico s. P ara asim ilar unos y otras, el
cien tífico d eb e reorganizar su equipo in telectu a l e in strum ental en que
ha venido confiando, y d escartar a la m o s ele m e n to s d e su credo y
p ráctica anteriores h asta encontrar n uevos sign ificados y nuevas rela­
cio n e s entre m u ch os otros. Ya que, para asim ilarlo a lo nuevo, lo
antiguo d eb e ser revalorado y reordenado, en la s cie n c ia s el descubri-
' 7’/te S tructu re o f S cie n tific R evolu tion s (Chicago, 1962), [ L a estructura (le la s revoluciones
cien tífica s, .México, FCE, 1971.]
250 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

m iento y la in ven ción su elen ser in tr ín sec a m e n te revolucionarios.


D em and an, p u es, p rec isa m en te esa flexibilidad e im parcialidad que
caracterizan, o en realidad d efin en , ai p en sa d o r d ivergente. Vamos,
p u es, a admitir de aquí en ad elan te la n ece sid a d de esta s caracte­
rísticas. Sin m u ch os cien tífico s q ue las p osea n e n alto grado, las
revolu cion es cien tífica s no ocurririan y el avan ce cien tífico sería. muy
lento.
N o basta, sin em bargo, con la flexibilidad, y lo q ue p erm anece
o b viam ente no e s com p a tib le con ella. Citando p artes de un proyecto
no term inado aún, deb o h a cer d esta ca r q ue las rev olu cio n es no son
sino uno de los dos a sp e c to s com p lem en ta rio s d el ava n ce científico.
C asi ninguna de la s in v estig a c io n es em p ren d id a s, aun la s de los más
grandes cien tíficos, está d estin ada a ser revolucionaria; sólo una parte
m uy p eq u eñ a de ésta e s de naturaleza revolucionaria. Por el contrario,
in cluso la in vestig a ció n norm al de m ejor calidad e s una actividad en su
mayor parte con verg en te, fincada sólid a m en te en un co n se n so esta­
b lecid o, adquirido e s te último de la ed u ca ció n cien tífica y fortalecido
por la práctica de la profesión. R egu larm ente, esta in vestigación con­
vergen te o basada en el co n se n so d ese m b o ca en la revolución. En­
to n ces, las téc n ic a s y la s cr e e n c ia s trad icionales se abandonan para
rem plazarías por otras n u ev a s. P ero los ca m b io s revolucionarios de
una tradición cien tífica son relativam en te raros, y ép o ca s prolongadas
de in vestigación con verg en te son su s prelim inares n ecesarios. Como
indicaré en seguida, sólo las investigaciones cim entadas firm em ente
en la tradición científica contem poránea tienen la probabilidad de rom­
per es a tradición y d e dar lugar a otra nueva. E sta e s la razón de
que hable yo de una “ ten sión e s e n c ia l” im plícita en la in vestigación
científíca. Para h a cer su trabajo,el cien tífico d eb e adquirir toda una
variedad d e co m p rom iso s in te le c tu a le s y p rácticos. S in em bargo, su
aspiración a la fam a, en caso de q ue tenga el talento y la b uena suerte
para ganarla, p u e d e estar fun dad a e n su cap acid a d para abandonar
e s a red de co m p rom isos a favor de otros q ue é l m ism o in ven te. M uy a
m enudo, el cien tífico q ue logra el éxito d eb e m ostrar, sim u ltán ea­
m en te, las cara cterística s d el tradicionalista y la s d el iconoclasta.^

^ Estrictamente hablando, es el grupo profesional, y no el científico individua!, el


que debe mostrar sim ulíáneanicnte estas características. Al tratarse con toda sti exten­
sión el asunto de este artículo, tendría que se r básica esa distinción entre ias caracterís­
ticas del gnijjo y ias del individuo. Aquí sólo puedo observar t{ue, si bien el reconuci-
iniento de esa distinción atenúa el conflicto o la tensión, no la elimina. Dentro dei grupo,
algunos individuos serán tradicionalistas, otros iconoclastas, y en consecuencia sus
LA TENSIÓN ESENCIAL: TRADICIÓN E INNOVACIÓN 251

Los m últiples ejem p los históricos en los que debiera b asarse la


d ocum entación cab al de e s to s p untos n os están ved ad o s aquí por la s
lim itaciones de tiem po propias de la con feren cia, P ero, exam inando la
naturaleza d e la ed u ca ció n dentro del cam p o de la s c ie n c ia s naturales,
daré u h paso m ás para exp licar lo que tengo en m en te. En uno de los
trabajos preparatorios de esta co n feren cia (Getzels y Jackson), se cita
la muy clara descripción que Guilford hace de la educación científica:
“S e ha h e c h o h in ca p ié en ias ca p a cid a d es relativas al p en sam ien to
con vergente y a la ev alu a ció n , a m enudo a ex p e n sa s del desarrollo
"ilativo al p e n sa m ien to d ivergente. N o s h em o s propuesto en señ arles a
los estu d ia n tes la m anera de llegar a re sp u e sta s ‘co rrecta s’ q ue n u es­
tra civilización nos h a e n se ñ a d o q u e son c o r r e c t a s .. , Salvo en las artes
[y yo incluiría a ia mayoría de la s c ie n c ia s so c ia le s], por regla general
h em o s d esalen tad o , in volu ntariam ente, e i desarrollo de las cap acid a ­
d es del p en sa m ien to d iv er g en te .” Tal caracterización m e p a rece em i­
nentem ente justa, pero quisiera saber si será del mismo modo justo
deplorar e l producto resu ltan te. Sin p onerm e a d efen d er una manera
de en se ñ a r clara m en te m ala, y dando por su p u esto que en e s te país ha
ido m uy lejos la ten d en cia h acia el p en sa m ien to con verg en te en toda la
ed u cación , puedo recon ocer, sin em bargo, que ha sido in trín seco a las
cien cia s, ca si d e sd e su s o ríg en es, un riguroso ad iestram iento en m ate­
ria de p en sa m ien to co n verg en te. Y sugiero que, sin éste , las c ien cia s
nunca habrian alcanzado el esta d o en q ue se encu en tran en la actuali­
dad.
P er m íta se m e r e s u m ir la naturaleza de la ed u ca ció n en las c ien cia s
naturales, pasand o por alto la s m uchas d iferen cia s significativas, pero
aun así m en ores, q ue ex iste n entre las d iversas cien cia s y entre los
en fo q u es de las d iferen tes in stitu cio n e s ed u cativ as. La característica
m ás notable de e s ta ed u ca ció n co n siste en que, en grado totalm ente
desco n o cid o en otros ca m p o s creativos, se realiza m ed iante libros de
texto. P o r io regular, lo s estu d ia n tes y los graduados de quím ica,
físic a , astronom ía, geología o biolo^'a adquieren la su stan cia de sus
d isciplinas d e libros escritos e sp e cia lm e n te para estu d ian tes. H asta
que está n preparados, o ca si, para com enzar a trabajar en su s propias
tesis, no s e l e s p id e que traten de realizar p ro y ec to s de in vestigación ni
que con o zca n cuanto an tes lo s productos de in v estig a c io n es h ech a s
por otros, esto e s , q ue se én teren d e ias co m u n ic a cio n e s profesion ales
aportaciones diferirán. La educación, las normas institucionales y la naturaleza de!
trabajo a realizar se combinarán inevitablemente para aseg u rarq u e todos los miembros
del ^ u p o . e» mayor o menor grado, sean atraídos en ambas direcciones.
252 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

que los cien tífico s se escr ib e n u n o s a otros. N o hay antologías de


“ textos se le c c io n a d o s” en la s cie n c ia s naturales. T am p oco se anima a
los estu d ia n tes de c ie n c ia s para q ue lean los c lá sic o s h istóricos propios
de su s cam p os, trabajos en los cu a le s podrían descubrir otras maner-
ras de considerar los problem as q ue a p arecen en su s libros de texto,
pero en los cu a le s podrían encontrar tam bién p roblem as, con ceptos y
norm as de solución que, dentro dei cam po de su s re sp ec tiv a s profe­
sion es, han sido d escartad os y su stitu id os por^otros.
En contraste con esto, los textos que el estudiante suele emplear tra­
tan diferentes asuntos, en lugar de que, com o en mueblas de las ciencias
sociales, ejemplifiquen diferentes enfoques a un mismo asunto. Aun los
libros que com piten por ser adoptados para un mismo curso difieren
principalmente de nivel y de detalle pedagógico, pero no de sustancia ni
de estructura conceptual. Por ultimo, pero esto e s lo m ás importante, está
la técnica característica de presentación del libro de texto. Salvo ocasio­
nalmente en sus introducciones, los libros de texto científicos no descri­
ben las clases de problemas que es posible que el profesional tenga que
resolver, com o tampoco la gran variedad de técnicas para solucionarlos.
Lejos de ello, en estos libros aparecen soluciones a problemas concretos
que dentro de la profesión se vienen aceptando como paradigmas, y luego
se le pide al estudiante que resuelva por sí mismo, con lápiz y papel o bien
en el laboratorio, problemas muy parecidos, tanto en método como en
sustancia, a los que contiene e l libro de texto o a los que se han estudiado
en clase. Nada mejor calculado para producir “predisposiciones menta­
le s ” o Einstellungen. Sólo en sus cursos más elem entales, los demás
cam pos académ icos ofrecen tal vez la visión de un cierto paralelismo.
Aun dentro de la teoría educativa m ás vagam ente hberal, debe verse
com o an atem a es ta téc n ic a p ed a g óg ica . D eb iéram os estar de acuerdo
en que los e s tu d ia n tes d eb en co m en za r por aprender una b u en a canti­
dad d e lo q ue ya se sa b e, pero al m ism o tiem po in sistiríam os en que la
ed u ca ció n le s d eb e dar m u ch ísim o m ás. D igam os que d eb en aprender
a recon ocer y a evaluar problem as para los cu a le s no se han dado
todavía so lu cio n es inequívocas; debiera d otárseles de todo un arsenal
de téc n ic a s para atacar es to s p rob lem as futuros; y debiera en se ñ á r se ­
le s a juzgar la p ertin en cia de e s ta s té c n ic a s y a evaluar la s p osib les
so lu cion es p arciales q ue de eUas resultan. En m u ch os a sp ec to s, estas
a ctitu d es hacia la ed u ca ció n m e p a rec en en tera m en te correctas, pero
hay que decir dos c o s a s acerca de ellas. P rim era, que ia ed u ca ció n en
c ie n c ia s naturales no p a rec e haber sido afectad a por la ex iste n c ia de
tales actitud es. P e r siste la in iciación dogm ática en u na tradición
LA TENSIÓN ESENCIAL: TRADICIÓN E INNOVACIÓN 253

p reestablecida que el estu d ian te no está cap acitad o para evaluar.


Segunda, q u e por lo m en o s en la ép oca en que fue seg u id a por una
esp e cie de noviciado e sta téc n ic a de ex p o sició n ex clu siv a a una tradi­
ción rígida ha producido una in m e n sa cla se de in novacion es.
E x p ir a r é b rev em en te la pauta de p ráctica cien tífica que produce
esta in iciación ed u cativ a y lu eg o trataré de explicar por q ué dicha
pauta resulta ser tan fructífera. P ero, primero, co n una breve excur­
sión histórica, term inaré de fun dam en tar lo que acabo de decir, y
prepararé el cam in o para lo q ue s i ^ e . Me gustaría sugerir que los
v ^ o s ca m p o s de las c ie n c ia s naturales no se han caracterizado sie m ­
pre por la ed u ca ció n r í^ d a dentro de paradigm as ex c lu y en te s, sino
que, dentro de cada uno de ello s, s e adquirió algo así com o una técn ica
precisam ente en el punto en que el cam po em pezó a progresar de ma­
nera rápida y sis te m á tic a . Si se pregunta uno por el origen de
n uestros co n o cim ien to s con tem p o rán eo s sobre la co m p o sició n quí­
m ica, los terrem otos, la reproducción biológica, el m ovim iento en el
espacio, o cualquier otro con ocim ien to propio de las cien cia s natura­
les, se encontrará de in m ediato la pauta característica que trataré de
ilustrar aquí con un solo ejem plo.
En los libros de físic a actu a les, se d ice que la luz m uestra propieda­
d es de onda y p rop ied a d es de partícula: tanto los problem as de libro de
texto com o los d e in v estig ación s e p lantean de acuerdo con ello. P ero
tanto esta co n ce p c ió n com o e s to s libros de texto son prod uctos d e una
revolución cien tífica ocurrida a principios de e s te siglo. (Una de las
características de las rev olu cion es cien tífica s c o n siste en que obligan
a reescribir lo s libros de texto.) A ntes de 1900, durante m ás de m edio
siglo, en lo s libros em p lea d o s en la ed u ca ción cien tífica se d ecía que la
luz era m ovim ien to ondulatorio. En e sta s circu n sta n cias, lo s científi­
co s trabajaron en p rob lem as algo d iferen tes y a m enudo adoptaron
c la se s b a sta n te d iferen tes d e so lu cio n es a eso s problem as. Pero la
tradición de lo s libros de texto en el siglo xix no e s lo que m arca el
principio de nuestro asunto. D urante todo el siglo xvm y principios del
XIX, la Óptica, de Newton^, y los dem ás libros de los cuales se apren­
dió ciencia, les enseñaron a casi todos los estudiantes que la luz consis­
tía en partículas, y la investigación guiada por esta tradición fue m u y
diferente de la que la sucedió. Pasando por alto toda una variedad de
^ Vasco Rochi, en Histoire de ia lumière, trad. de j . Taton (París, 1956), describe la
historia de la óptica física antes de Newton. Su descripción le hace justicia al elemento
que acabo de elaborar. Muchas de las aportaciones fundamentales a la óptica física se
iiicieron en los dos milenios que precedieron al trabajo de Newton. El conseftso no es
254 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

cam b ios m en ores ocurridos dentro de e s ta s tres trad iciones sucesivas


p o d e m o s decir, por co n sig u ie n te, q ue n u estra s c o n c e p c io n e s provie>
nen h istó rica m en te de las de N ew to n , a través de dos revoluciones
ocurridas en el p en sa m ien to relativo a la óp tica, ca d a una de las cuales
rem plazó por otra una tradición de p en sam ien to con vergen te. Si to­
m am os en cu en ta ios cam b ios de lugar y de m ateriales de la educación
cien tífíca , p o d e m o s d ecir q u e cad a u na de e s ta s tres tradiciones
estu vo incorporada a la c la se d e ed u ca ció n por exp osició n a paradig­
m as in eq u ív o co s q ue an tes resum í. D e sd e N ew ton , la ed u cación y la
in v estiga ció n en el cam p o de la ó p tica han ven id o siend o convergen­
tes.
P ero la historia de las teorías d e la l u z no se in icia con N ew ton, Si nos
pregu n tam os por el con o cim ien to q ue existió en e s e m ism o campo
an tes d e la ép oca de N ew ton , n os en con trarem os con una pauta
sign ificativam en te distinta, la cu al sig u e siend o fam iliar todavía en los
camp.os de las artes y algunas d e las cie n c ia s so c ia le s, pero que
p rá cticam en te ha d esa p arecid o d e las c ie n c ia s naturales. D esd e la
más rem ota antigüedad y h a sta f in e s del siglo xvn, no hubo un solo
conjunto de paradigm as para el estu dio de la óptica. En lugar de ello,
m uchos estu d io so s sostuvieron n u m eroso s p u n tos de v ista diferentes
sobre la naturaleza de la luz. A lgu nos de e s to s p untos de vista tuvieron
p o co s partidarios, pero gran núm ero de ellos dieron lugar a verdaderas
e s c u e la s d e p en sam ien to en el terreno de la óptica. Si b ien el Historia­
dor p u e d e observar e l surgim iento d e n u ev o s p u n tos d e vista, así como
m o d ificacion es en la popularidad relativa de io s antigu os, no podrá
observar en cam bio nada q ue s e a sem eje a un co n se n so . En co n se­
cu en cia , quien p orp rim era vez entraba en e s te ca m p o se veía expuesto
in ev itab lem en te a toda una variedad de p u n tos de vista contradicto­
rios; se veía obligado a e x a m in a r la s p m e b a s relativas a ca d a uno de
ellos, ias cu a le s eran siem p re n u m ero sa s. El h ech o de que el princi­
piante tuviera que h a cer u na e lec ció n y lu eg o co n d u cirse de acuerdo
con ella no im p ed ía que e s tu v ie s e c o n s c ie n te d e la s d em á s posibilida­
d es. E ste modo de ed u ca ció n tenía, o b v ia m en te, m ás p osibilidades de
producir un cien tífíco libre de prejuicios, alerta a los fen ó m en o s nue­
vos y flexib le en la m anera d e en focar su cam p o. Por otro lado, e s muy
difícil librarse d e la im presión de que, durante el periodo caracterizado
condición esencial para cieria clase de progreso en las ciencias naturales, de la misma
manera que tampoco Ío es en las ciencias sociales o en las artes. Sí lo es para la clase de
progres» a la que nos referimos cu ando distinguimos las ciencias naturales de las artes y
la mayoría de las ciencias sociales.
LA TENSIÓN ESENCIAL: TRADICIÓN E INNOVACIÓN 255

por esta p ráctica ed u cativ a m ás liberal, la óp tica hizo muy p o co s


progresos.
L a fa se de p r e c o n s e n so — a ia que podríam os llamar divergen te—
en el desarrollo de la óp tica se repite, creo, en la historia de ias dem ás
especia^ d ades cien tífica s, ex c ep tu a d a s ú n ica m en te aq uellas que se
originaron en la su bd ivisión y recom b inación de las d isciplinas p ree­
x is te n t e s . E n algunos ca m p o s, com o las m atem ática s y la astronom ía,
el primer co n se n so firm e e s prehistórico. En otros, com o la dinám ica,
la óp tica geom étrica y algunas partes de la fisiología, lo s paradigm as
qi^e produjeron un co n se n so firm e datan de la antigüedad clásica. En
la mayoría d e las d em á s c ie n c ia s naturales, a p esar de que su s proble­
mas fueron d iscu tid os ya d esd e la antigüedad, no se logró un c o n ­
senso firme hasta d esp u é s d el R en a cim ien to . En la óptica, com o
hem os visto, el primer c o n se n so firme data ap en as de fines del si­
glo XV II en la electricid ad , la quím ica y e l estudio del calor, dei
siglo X V I I I ; y en la geología y en las partes no taxonóm icas de la biolo­
gía, un co n se n so real no surgió hasta d esp u é s d el primer tercio del
siglo X I X . E s te siglo pa rece caracterizarse por el surgim iento d el primer
con sen so en partes de unas cu an tas de las cien cia s so c ia le s.
En todos ios ca m p o s q ue acabo de enum erar, se realizó un vasto
trabajo an tes d e a lcan zarse la m adurez producida por co n se n so . No
puede e n ten d e rse la naturaleza ni determ inarse la ép o ca d e l primer
con sen so en e s to s ca m p o s sin exam inar cu id a d o sa m en te tanto las
técn ica s in te le ctu a le s com o la s in trum en tales que se desarrollaron
antes de la ex iste n c ia de p aradigm as ú n ic o s. Pero la transición a la
madurez no e s m en o s im portante porque los individuos hayan practi­
cado ia cie n c ia a n tes de que é s ta e x istie se . Por el contrario, los h ech o s
históricos su gieren fu e rtem en te q u e, aunque se practique la cien ­
cia — com o en la filosofía o en las cien cias del arte y la poHtica— sin un
con sen so firm e, esta p ráctica m ás flexible no producirá la pauta de
a va n ces cien tífic o s rápidos y c o n se c u e n te s a q ue nos han a co stu m ­
brado los siglos r e cien te s. En e s a pauta, el desarrollo ocurre de un
co n se n so a otro, y co m ú n m en te lo s en foqu es d istintos no com p iten
entre sí. Salvo, quizá, en co n d icio n e s e p e c ia le s, el profesional de una
cien cia m adura no se d etien e a exam inar los m odos d ivergen tes de
exp licación ni de ex p erim en ta ció n .
¿C óm o e s q u e ocurre esto? ¿Cóm o e s q ue u n a orientación firme
h acia una tradición al p a recer única p u e d e ser com p atib le con la
p ráctica de la s d isciplinas m ás n otables por la producción continua de
id ea s y téc n ic a s nuevas? P er o co n v ien e com enzar co n la interrogante
256 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

de q ué e s lo que no hace una ed u ca ció n que tan efic a zm en te transmite


tal tradición. ¿Q ué e s lo q ue esp era h a cer en su carrera profesional un
cien tífico que trabaja dentro de una tradición arraigada profunda­
m en te y poco adiestrado para percibir la s o p cio n es im portantes? Los
Kmites de tiem po m e fuerzan, de n uevo, a sim plificar drásticam ente,
pero co n los com entarios sigu ien tes sugeriré por lo m en os una posición
que, estoy seguro, p u e d e d o cu m en ta rse al detalle.
En la ciencia pura o básica — esa categoría un tanto efímera de in­
v estigación realizada por q u ie n e s p ersiguen la m eta inm ediata de
en ten d er mejor y no de con trolarla naturaleza— , los p rob lem as carac­
terísticos son casi siem pre rep eticio n es, con m od ificacion es m enores,
de problem as que ya fueron atacad os y resu elto s.p arcia lm en te desde
antes. Por ejem plo, gran parte de la in v estig ación que se localiza
dentro de una tradición cien tífica es un intento por aju starla teoría y
las o b serva cio n es e x iste n te s para h a cerlas concordar entre sí una vez
más. El exam en con sta n te de lo s e s p e c tr o s atóm icos y m oleculares
durante los años p osteriores a la fun dación d e la m ec á n ic a ondulatoria,
junto con el d iseñ o de aproxim aciones teóricas para la p red icción de
esp e ctro s co m p lejo s, es un ejem plo notable de esta esp e cia l cla se
de trabajo. Otro ejemplo está en los com entarios hech os acerca del de­
sarrollo de la m ecánica newtoniana, en el siglo xvm, incluidos en el·
artículo sobre m ed ición que se entregó a u ste d e s an tes de la conferen-
cia.'‘ El in ten to por lograr q ue la teoría y la ob servación ex isten tes
co n cu erd en entre sí ca d a vez m ás no e s , d esd e lu eg o , la ú nica c la se de
problem a de in vestig ación que se p resen ta norm alm ente en las cien ­
cias b á sica s. El desarrollo de la term odinám ica quím ica o los conti­
nuos in ten to s por descub rir la estructura orgánica ilustran otro tipo de
problem a de investigación; la ex ten sió n d e la teoría p resen te a cam pos
que, seg ú n se esp era , ésta podría abarcar tam b ién , pero a lo s cu ales
nunca an tes se ha aplicado. A d e m á s, para m encionar otra cla se más
de p roblem a de in vestigación , tó m e se en cu en ta el trabajo realizado
por m uchos cien tífico s q ue se ded ican co n sta n tem en te a recoger los
datos con cretos (por ejem plo, los p e s o s atóm icos, los m om entos nu­
cleares) que h acen falta para la aplicación y la ex te n sió n d e la teoría
ex isten te.
É sto s son proyectos d e in v estig ación n orm ales en las cien cia s b ási­
ca s, e ilustran las c la se s de trabajos en q ue todos los cien tífico s, aun
los m ás gran d es, em p lean la mayor parte de su s vid as p rofesion ales y a

■* Una versión revisada apareció tínJsU, 52 (1%1); 161-193.


LA TENSIÓN ESENCIAL: TRADICIÓN E INNOVACIÓN 257

los cu a le s m u c h o s otros d ed ican ín tegram en te su s vidas. Claro está


que su s trabajos no p reten d en producir — ni tam poco tienen la proba­
bilidad de h acerlo— d escu b rim ien to s fu n d am en tales ni cam b ios revo­
lucionarios dentro de la teoría cien tífica. S ólo cu ando se asu m e la
v alide^ d e la tradición cien tífica con tem poránea e s cuando e s to s pro­
blem as adqu ieren sentid o teórico o práctico. Los h om b res que so sp e ­
charon de la ex iste n c ia de un tipo de fen ó m en o ab solutam en te nuevo o
que tuvieron dud as e s e n c ia le s a cerca de la validez de la teoría ex is­
tente no p en sa ron que v a liese la p en a trabajar sobre los problem as
r^odelados con form e a los paradigm as de Hbro de texto. D e ahí que los
hombres q ue sí atacaron p rob lem as de esta c la se — y esto significa
todos los cien tífic o s la mayoría de la s v e c e s — tien den a dilucidar la
tradición cien tífica dentro de la cual crecieron y no a tratar de cam ­
biarla. A d e m á s, la fa scin a ció n de su trabajo resid e en las dificultades
que se p resen ta n al tratar de dilucidar, an tes que en las sorpresas que
p robablem ente le s produzca e s e trabajo. En con d icion es norm ales, el
investigador no e s un innovador sino un solucionador de acertijos, y ios
acertijos sob re los c u a le s se con cen tra son p recisa m en te a q uellos qpie
él cree q ue p u ed en p lan tearse y resolverse dentro de la teoría cienti-
fica que p reva lece en su m om ento.
Sin em bargo — y aquí está la cla v e — , el efecto final d e e s te trabajo
dentro de la tradición e s ejercido in variablem ente sobre esta m ism a.
Una y otra v ez , el intento co n sta n te por dilucidar la tradición vigente
termina por producir uno de e s o s cam b ios en la teoria fun dam en tal, en
la p rob lem ática y en las norm as cien tífica s, a todo lo cu a l m e he
referido ya com o revo lu cio n es cien tífica s. Por lo m en o s para la com u ­
nidad cien tífíca en su conjunto, e l trabajo dentro d e una tradición bien
definida y profundamente arraigada parece ser más productivo de no­
vedades en contra de la tradición, que el trabajo en el que no hay de
por m edio norm as de la m ism a naturaleza co n v erg en te. ¿Cómo es
posible esto? C reo q ue porque no h ay otra cla se d e trabajo tan ten­
dente a aislar, m ed iante la aten ció n con sta n te y con centrada, eso s
fo co s de p rob lem as o c a u sa s de crisis, de cuyo reco n o cim ien to d ep en ­
den los a v a n ces fu n d am en tales dentro de las cien cia s b ásicas.
Com o lo in diqu é en el prim ero d e m is artículos preparatorios, las
teorías n u ev a s y, e n grado c r e c ie n te , los d escu b rim ien to s, dentro de
las cie n c ia s m aduras, no ocurren in d ep e n d ie n tem en te del pasado. Por
lo contrario, surgen de teorias antiguas y dentro d e la matriz de
cr ee n c ia s añejas a cerca de lo s fen ó m e n o s, q ue el m undo con tien e y no
contiene. D e ordinario, tales n oved ad es son tan esotérica s y recónditas
258 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

que no la s nota el h om b re d esp rovisto de una gran can tidad de adies­


tram iento cien tífico . E in clu so para el hom bre bien adiestrado no basta
con q ue de m om ento d ecid a p o n e rse a buscarlas, explorando, por
ejem p lo, las áreas en que los datos y la teoría ex iste n te s no sirven para
exp licar los fe n ó m e n o s. H a sta en una c ie n c ia madura hay siempre
d em a sia d a s áreas d e e sta ín d o le, dentro de la s cu a le s p a recen apli­
carse p aradigm as que no ex isten todavía y para cu ya exploración hay
p o c o s in stru m en tos y norm as d isp on ib les. Lo m ás probable e s que el
cien tífico que se aventure dentro d e es a s áreas, ab andonándose a su
intuición de los n u e v o s fen ó m e n o s y a su cap a cid ad de se r fle x ib le ante
n uevas pautas de organización, no lleg u e a ninguna parte. Y lo mas
seguro e s que prefiera volver su c ie n c ia a la fa se de p rec o n sen so o de
historia natural.
En lugar de esto , el profesion al d e u na c ie n c ia m adura, d esd e el
principio de la in v estig ación para su doctorado, continúa trabajando
en la s region es a las c u a le s p a recen adaptarse los paradigm as prove­
n ien te s d e su ed u cación y de las in v estig a c io n es de su s contem porá­
neos. E s decir, trata de dilucidar d etalles topográficos sobre un mapa
cu y a s lín ea s p rin cipales ya ex isten y esp era — si e s lo su ficien te­
m ente perspicaz com o para reconocer la naturaleza de su cam po— que
algún día atacará un problem a dentro d el cual no ocurrirá lo previsto,
problem a q ue al apartarse de lo co n sa b id o sugerirá la debilidad fun­
d am ental d el propio paradigm a. En las c ie n c ia s m aduras, ei preludio a
m uchos d escu b rim ien tos y a todas las teorías n u ev a s no co n siste en la
ignorancia, sino en el reco n o cim ien to de que algo anda m al en lo que se
sa b e y en lo q ue se cree.
Lo dicho hasta el m om ento p u e d e in dicar q ue al cien tífíco produc­
tivo le bastará con adoptar la teoría p r e sen te , a m anera de hipótesis
provisoria, em p learla com o punto de partida de su in vestigación , y
luego abandonarla tan pronto com o lo co n d u z ca a un fo co de proble­
m as, llegad o al cu al sabrá q ue algo anda m al. P ero aunque la capaci­
dad d e recon ocer el p rob lem a en e l m om ento en que se lo en cu en tra es,
seg u ra m en te, in d isp e n sa b le para el avan ce cien tífíco , e l p rob lem a no
deb e ser d em a siad o fácil de recon ocer. A l cien tífíco le h a ce falta un
com p rom iso total h acia la tradición con la cu al, en ca so de q ue logre el
éxito, habrá de rom per. E ste com p rom iso lo ex ig e, en parte, la natura­
leza de lo s p rob lem as q ue el cien tífíco ataca norm alm ente. É stos,
com o ya vim os, son por lo co m ú n acertijos eso té ric o s cu ya utilidad
resid e m en o s en la in fo rm a ció n q u e se d esc u b re al solucionar­
los — casi todos su s d eta lle s se c o n o ce n de an tem an o— , que en las
LA TENSIÓN ESENCIAL: TRADICIÓN E INNOVACIÓN 259

dificultades téc n ic a s que habrán de su perarse para encontrar la solu­


ción. Los p rob lem as de e s ta cia se son atacados ú n ica m en te por hom ­
bres co n v en cid o s de que hay una solución que será p osib le encontrar
gracias a un d esp lie g u e d e in g en io, y sólo la teoría e x iste n te p u ed e
llevar ^ n co n v en cim ien to d e e s a ín dole. Tai teoría da significado a la
mayoría de los p roblem as de la in v estiga ció n normal. P onerla en duda
es dudar d e q ue tengan so lu cio n es los com p lejos acertijos téc n ic o s que
con stituyen la in vestig a ció n norm al. ¿Q uién, por ejem plo, e s ta b le c e ­
ría las com p lejas té c n ic a s m atem ática s n ece sa r ia s para estudiar los
e |e c to s d e las a tra ccio n es interplanetarias, con fundam ento en órbi­
tas kep lerían as, si no em p ezara por suponer q ue la dinám ica new to-
niana, aplicada a los p la n etas q ue co n o c e , sirve para explicar los
últim os d eta lles de la ob servación astronóm ica? P ero , sin esa seguri­
dad, ¿cóm o sería p o sib le d escub rir N ep tu no y aum entar la lista d e los
planetas?
El com p rom iso, a d em á s, tien e razones p rácticas aprem iantes. Todo
problem a de in v estiga ció n llev a al cien tífíco a en frentarse con anom a­
lías cu yas fu en tes no p u ed e identificar claram en te. S u s teorías y sus
ob servacion es n u n ca co n cu erd an del todo; las ob serva cion es su c e si­
vas n unca arrojan e x a c ta m e n te los m ism os resultados; sus ex p erim en ­
tos tien en p roductos secu n d ario s, tanto teóricos com o fen om enológi-
cos, a los que sería n ecesa rio ded icar otro proyecto de in vestigación .
Cada una de e s ta s anom alías o fen ó m e n o s no en ten d id os d el todo
p uede ser la cla v e para u n a in novación fu n d am en tal dentro d e la teoría
o la téc n ic a cien tífic a s, pero quien se d etien e a exam in arlas, una por
una, n u n ca co n clu y e su p royecto original. Los in form es de in v estiga ­
ción dan a en ten d e r re p etid a m en te q ue ca si todas las d iscrep ancias
im portantes y sign ificativas podrían ser asim iladas a la teoría ex is­
tente, siem p re y cu an d o h u b ie se tiem po para ello. Los h om b res que
elaboran e s to s in form es en cu en tran , la mayoría de la s v e c e s , q u e esas
d iscrep a n cias son triviales y ca r en tes de in terés, evaluación q ue de
ordinario ú n ic a m e n te p u e d e basarse en la f e q ue tien en en la teoría
existen te. S in e s a fe , su trabajo sería un d esp erdicio de tiem po y
talento.
A d e m á s, la falta d e com p rom iso llev a d em asiad as v e c e s al científico
a atacar p roblem as que tiene p o c a s p osibilid ades de resolver. Tratar
de reducir una anom alía e s tarea fructífera sólo cuando la anom alía es
algo m ás q ue trivial. H ab ién d ola d escub ierto, lo prim ero que h a ce el
cien tífico, igual q ue su s c o leg a s, e s lo m ism o q ue están haciendo
actu alm en te los físic o s n u clea res. Luchan por generalizar la anomalía,
260 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

por d escu b rir otras m a n ifesta cio n es reveladoras d el m ism o efecto, a


fín de conferirle estructu ra exam in and o su s com p leja s relaciones re­
cíprocas co n los fen ó m e n o s q u e, creen ello s, en tien d en todavía. Muy
pocas anom alías son su scep tib les d e esta cla se de tratamiento. Para
qpje lo sean, d eb en estar en con flicto explícito e in eq u ívoco co n alguna
afirm ación que se en cu en tre en algún lugar clave de la estructura de la
doctrina cien tífica p resen te . Por co n sig u ie n te, recon ocerla y evaluarla
d ep en d e de un firm e com p rom iso h acia la tradición cien tífica contem ­
poránea.
E ste p ap el central de una tradición com p leja y a m en ud o esotérica
e s lo q ue tengo en m en te, ante todo, cu an do hablo d e la tensión
es e n c ia l dentro d e la in v estig ación cien tífica . N o dudo de que el
cien tífico deba ser, por lo m en o s en p o ten cia , un innovador, que debe
p o see r flexibilidad m en tal y estar preparado para reco n o cer los pro­
blem as en d onde é s to s se p resen te n . A sí, gran parte del estereotipo
popular segu ra m en te es correcta, y por eso e s im portante para buscar
los ín d ice s de las ca racterística s d e p ersonalidad correspondientes.
Pero lo que no form a parte de nuestro estereo tip o y p a rec e necesitar
una integración cu id adosa con é s te e s la otra cara de la m oneda. Creo
que ten em o s m u ch a s m ás p rob abilidad es de explotar a fondo nuestro
talento cien tífico p oten cia l si r e c o n o c e m o s la m edida en que el cientí­
fico b ásico d eb e ser tam bién un firm e tradicionalista, o, para decirlo
en las palabras de u ste d e s, un p en sador co n verg en te. Lo m ás im poi-
tante e s que d eb em o s en ten d er la m anera com o esto s d os m odos de
solu ción d e p rob lem as, su p erficia lm en te d isco rd an tes, p u ed en recon­
ciliarse tanto dentro d el individuo com o dentro del grupo.
T odo lo que acabo de d ecir n e c e sita ser elaborado y documentado.
E s m uy probable q u e, dentro del p ro ce so , cam b ien algunas cosas.
E ste artículo e s un inform e sobre un trabajo en progreso. P ero, aunque
in sisto en que m ucho de él e s provisorio e in co m p leto, todavía tengo la
esp era n za de q ue in diqu e por q u é un sistem a ed u cativo, mejor des­
crito co m o in iciación dentro de una tradición in eq u ív oca , debe ser
p erfe cta m e n te com p atib le con el trabajo cien tífico en p len o progreso.
Y esp ero , a d em á s, haber h ech o p lau sib le la tesis histórica de que
ninguna parte de la c ie n c ia ha llegado m uy lejos ni m uy rápidamente
an tes de esta ed u ca ció n co n v erg en te y, correlativam en te, de que esto
m ism o e s lo q ue ha posibihtado la práctica normal convergen te. Por
último, au nq ue está fuera de mi c o m p eten cia el inferir correlatos de
personalidad de e s ta c o n c e p c ió n d el desarrollo cien tífico, espero ha­
berle infundido significado a la id ea de q ue e l cien tífico productivo
LA TENSIÓN ESENCIAL; TRADICIÓN E INNOVACIÓN 261

debe ser im tradicionalista que disfrute de ju e g o s in trin cad os, con


reglas p ree sta b le cid a s, para ser un innovador de éxito que d escu b re
nuevas reglas y n u eva s p ieza s co n las c u a le s jugar.

Como Ip'había planeado, mi artículo tenía q ue haber term inado en este


punto. P ero , al trabajar en él, dentro d el con texto d e los artículos
preparatorios distribuidos a los a sis te n te s a la co n feren cia, vi la n e c e ­
sidad de redactar un post scriptum. P er m íta se m e, por co n sig u ien te,
tratar de elim inar u na p osib le fu e n te de m ala interpretación y, al
níjsmo tiem po, de sugerir un prob lem a que n ece sita u rg en tem en te una
amplia in v estiga ció n .
Todo lo dicho aquí trató de aplicarse rigurosa y e x c lu siv a m en te a la
ciencia b á sica , em p re sa dentro d e la cu al su s p rofesion ales han sido de
ordinario relativam en te libres de elegir su s propios p rob lem as. Como
ya indiqué, esto s p rob lem as se han se lec cio n a d o , por regla general,
dentro de área s en donde ios p aradigm as podían aplicarse in eq u ív o­
cam en te, pero dentro de las c u a le s persistían una serie de acertijos
sobre la m anera de aplicarlos y de cóm o h a cer q ue la naturaleza se
conform ase a los resu ltad os de la ap licación . Claro está que el inventor
o el cien tífico aplicado no son, por lo gen eral, libres de elegir acertijos
de esta su erte. Q uizá los p rob lem as de entre los c u a le s tengan que
elegir esté n d eterm in ad os e n gran parte por circu n sta n cias so c ia le s,
económ icas o m ilitares, que son extern as a las c ie n c ia s . A m en ud o, la
decisión de b u scar la cura para una en ferm edad m uy virulenta, una
fuente de ilum inación o una a leación que resista el in ten so calor de los
motores co h e te d eb e tom arse con relativa in d e p e n d en cia del estad o de
la cien cia que venga al ca so . N o e s ev id e n te, de ninguna m anera, que
las característica s d e p erso n a h d a d in d isp e n sa b le s para la p reem in en ­
cia en esta cla se de trabajo m ás bien p ráctico se a n en conjunto las
mismas q ue se requieren para o b ten er g ran d es logros en la cien cia
básica- La historia indica que tan sólo unos cu a n tos individuos, la
mayoría de los c u a le s trabajó en áreas bien d elim itad as, han sido
em inentes en am bas co sa s.
N o estoy m uy seguro de a d ó n d e nos con d u zca esta su geren cia. Es
necesario in v estig ar m ás las p rob lem áticas d istin cio n es entre in v esti­
gación b á sica, in vestig ación ap licada e in v en ción . Con todo, p arece
probable, por ejem plo, q ue el cien tífico aplicado, para cu y o s proble­
mas el paradigm a cien tífíco no tiene q ue venir m uy al c a so , se b en efi­
cia con una ed u ca ció n m ucho m ás am pha y m en o s rígida q ue la que
tradicionalm ente se le da al cien tífico puro. H ay cierta m en te m uchos
262 ESTUDIOS M ETAHISTÓRICOS

ep isod ios dentro d e la historia d e la tecnología en que la falta de la


ed u ca ció n cientíjñca m ás rudim entaria h a resultado ser de gran ayuda.
R e c u é r d e se sim p lem en te que E d ison inventó ia luz eléc tr ic a ante una
opinión cien tífica unán im e d e que la luz de arco no podía “ subdivi­
d irse” , y hay m uchos otros ep iso d ios por el estilo.
P ero esto no d eb e sugerir q ue las m eras d iferencias d e educación
transform an al cientísEico aplicado en cien tífico básico o viceversa. Lo
m en o s q ue podría argum entarse e s q ue la personalidad de Edison,
igual para el in ven tor y qu izá tam bién para el “ ex c én tric o ” de la
cie n c ia aplicada, lo elim inab a de lo s logros fu n d a m en ta les de las
c ie n c ia s b ásicas. M anifestó gran d esd én por los cien tífico s y pensaba
que eran p ersonas de id eas d esord en ad as, a la s que podía contratarse
cu ando f u e s e n ecesa rio . P ero esto no im pidió que, ocasionalm ente,
inventara las id e a s m ás g en era les e irresp on sab les. (Esta pauta se
repite a principios de la historia de la tecnología eléctrica: tanto Tesla
com o G ram m e idearon absurdos e s q u e m a s c ó sm ic o s qu e, según ellos,
debían rem plazar al p en sam ien to cien tífíco de su s ép o ca s.) Episodios
com o é s te fo rtalecen la im presión de que los requ isitos de personali­
dad del cien tífíco puro y lo s del in ventor p u e d e n ser por entero diferen­
tes, y que tal vez los d el cien tífico aplicado o cu p en un lugar interme­
dio.^
D e todo esto , ¿p uede sa c a rse alguna otra con clusión? M e asalta un
p en sa m ien to esp ecu lativ o. Si le í correcta m en te lo s artículos prepara­
torios, en é s to s s e su giere que la mayoría de u s te d e s s e encuentra
realm en te en b usca de la p ersonalidad inventiva, e s a c la s e d e persona
en la que predom ina el p en sam ien to d ivergen te, c la se que se ha
producido en abundancia en los E stad os U nidos. M ientras tanto, tai
vez se íe s esté n esca p a n d o a u s te d e s algunas de la s cu alidad es esen­
c ia les del cien tífico b á sico, tipo b astan te diferente de p ersona a cuyas
filas las co n trib u cio n es de los E sta d o s U nidos han sido notoriamente
e s c a sa s. Com o la mayor parte d e u ste d e s e s e sta d u n id en se, lo más
probable e s que esta correlación no se a una m era coincid en cia.

* Sobre l a actitud de los científicos hacia la posibilidad técnica de l a luz incandes­


cente, véase Francis A, Jones, Tkomas Aiva Edison (Nueva York, 1908), pp. 99-100, y
Harold C. Passer, The Electrical Manufacturers, 1875-1900 (Cambridge, Mass., 1953), pp.
82-83. Sobre ia actitud de Edison hacia ios científicos, véase Passer, ibid.., pp, 180-181.
Para una muestra de las teorizaciones de Edison en terrenos ya sujetos al estudio
cientiilco, véase Dagobert D. Rurtes, compilador, 7'he Díary and Sundry Ohsemalions of
Thomm Aírru Edison (Nueva York, 1948), pp. 205-244, paistm.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS
IMAGINARIOS*

L os EXPERIMENTOS im aginarios han d ese m p eñ a d o m ás d e una v ez un


pgißel de im portancia crítica en el desarrollo de la física. Lo m en o s que
el historiador d eb e h a cer e s recon ocerlo s com o in stru m entos, en o c a ­
siones m uy p o te n tes, para co m p rend er m ás y mejor la naturaleza. No
e s t á nada claro, sin em bargo, cóm o es que p u ed en tener e fe c to s tan
significativos. M uchas v e c e s , com o en el ca so del tren de E instein, que
es alcanzado por el rayo en su s dos extrem os, tratan d e situ a cio n es
que no se han examinado en el laboratorio.^ Otras v eces, com o en el ca­
so del microscopio de Bohr-Heisenberg, plantean situaciones que ni
podrían ex a m in arse to talm en te ni tien en que darse en la naturaleza.^
Tal estad o de co sa s da lugar a una serie de interrogantes, tres de las
: cuales se exam inarán en e s te artículo m ed iante el ex te n so análisis de
un solo ejem plo. Claro está q ue ningún exp erim en to aislado e s repre­
sentativo de los que han tenido gran im portancia histórica. La catego-

Reimpreso con autorización de L'aventure de la Science, Mélanges Alexandre Koyré


{París: Herm ann, 1964), 2:307-334. Copyright de Hermann, París. 1964.
^ El farnoso experimento del tren aparece por primera vez en la vulgarización de la
teoría de la relatividad debida al propio Einstein, Veher die spezielle und allgemeine
Relativilälstheorie (Gemeinverständlich) (Praunschweig, 1916). En la quinta edición (1920),
la cual consulté, el experimento se describe en ias pp. 14-19. Nótese que este experi­
mento imaginario es tan sólo una versión simplificada del empleado en el primer escrito
de Einstein sobre la relatividad, “ Zur Elektrodynamik bewegter Körper” , Annalen der
Physik, 17 (1905): 891-921. En el experimento imaginario original sólo se empleaba una
señal luminosa; el lugar de la otra lo ocupaba la reflexió« sobre un espejo.
^ W. Heisenberg, "U eb e r den anschaulichen Inhalt der quantentheoretischen
Kinematik und Mechanik” , Zeitschrifi fiir physik, 43 (1927): 172-198. N. Bohr, “ The
Quantum Postúlate and tlie ReceiU Development of Atomic Theory” , Atti de! Congivsso
Internazionale dei Fisici, 11--20 Setiem bre 1927, vol. 2(Bok>nia, 1928), pp. 565-588. En la
(iiscusión, se empieza tratando ai electrón como partícula clásica y luego se discute su
trayectoria antes y después de su colisión con el fotón que se emplea para determinar
su posición o su velocidad. El resultado consiste en demostrar que no es posible realizar
estas mediciones dentro dei terreno d éla física clásica y que, por tanto, en la descripción
inicial se suponía más de lo que permite la m ecánica cuántica. Sin embargo, esa
violación de ios principios de la mecánica cuántica no disminuye la importancia de!
experimento imaginario.
263
264 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

ría de “ experim ento im aginario” e s d em asiad o am plia y demasiado


vaga com o para resum irla. M u ch os ex p erim en tos im aginarios difieren
del que aquí se exam ina. Pero e s te ejem plo en particular, extraído de
la obra de Galileo, tiene en sí gran in terés, e i cu al au m enta por su obvia
sem ejan za con ciertos exp er im en to sim a g in a r io s que resultaron efica­
c e s en la reform ulación de la física ocurrida en el siglo xx. A unque no
lo fun dam en taré, sugiero que e s íe ejem plo ti]f)ifíca una c la s e muy
im portante.
L os p rin cipales problem as que surgen al estu diar los experim entos
im aginarios p ueden form ularse en una serie d e interrogantes. Pri­
mero,. siend o q u e ia situación de un ex p erim en to im a gin a d o n opu ed e
ser de ninguna m anera arbitraria, ¿a q u é co n d icio n e s de verosimilitud
está sujeta? Dicho de otro m odo, ¿en qué sentid o y en qué m edida la
situación debe ser tal que la naturaleza podría presentarla o la pre­
senta de h ech o? Esta interrogante nos lleva a otra. C onced ien d o que
todo exp erim en to im aginario cu y o s resu ltad os han sido fructíferos
incorpora en su d iseñ o alguna inform ación previa sobre el m undo, ésta
no s e halla a d iscu sión dentro d el exp erim en to. P or ei contrario, al
tratar de un exp erim en to im aginario real, v em o s que los datos empíri­
c o s en ios que se funda son tanto bien co n o cid os com o de aceptación
general d esd e an tes d e que el exp erim en to se conciba siquiera. ¿Cómo
es en to n c e s que, confiando e x c lu siv a m en te en datos fam iliares, se
p u ed e llegar con un exp erim en to im aginario a un con ocim ien to nuevo
o a una nueva com p rensión de la naturaleza? P o r últim o, ¿qu é cla sed e
co n ocim ien to o co m p rensión n u evo s p u e d e n o b te n e rse así? ¿Q ué es lo
que lo s cien tífico s esp era n aprender de los ex p erim en tos imaginarios?
H ay un conjunto de re sp u e sta s m ás bien fá ciles a es ta s preguntas, y
las desarrollaré en las dos se c c io n e s que sigu en , ilustrándolas con
ca s o s tom ados de la historia de la p sicología. E stas re sp u e sta s — que
son d esd e lu ego m uy im portan tes pero, se g ú n yo, no del todo correc­
tas— su gieren q u e la nueva m anera de en ten d er algo, producida por
los exp erim en toé im agin ados, no e s un en ten d er a la naturaleza, sino
m ás b ien al aparato conceptual del cien tífíco. En e s te análisis, la función
d el exp erim en to im aginario e s la de contribuir a elim inar una confu­
sión previa forzando al cien tífíco a recon o cer con trad iccion es que,
d esd e un principio, eran in h eren tes a su m anera de p ensar. A diferen­
cia d el d escub rim iento de un con o cim ien to n uevo, la elim inación de
la confusión existente parece no reclamar datos empíricos nuevos. Y la
situ ación im aginada no tiene que existir verdad eram en te en la natura­
leza. Por el contrario, el ex p erim en to im aginario cuyo único propósito
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 265

es el de elim inar la con fusión está sujeto a una sola con d ición de
verosim ilitud. La situ ación im agin ada d eb e se r tai que el cien tífico
pueda aplicarle su s c o n ce p to s de la m anera que n orm alm ente los
em plea.
Por l'^r muy p la u sib les y por relacionarse estr ec h a m en te con la
tradición filosó fica, e s ta s re sp u e sta s am eritan un ex am en detallado
y serio. Al exam inarlas, a d em á s, nos harem os de in stru m entos analíti­
cos e s e n c ia le s. En ella s, sin em bargo, se om iten características im por­
tantes de la situación histórica en que se dan los ex p erim en to s im agi-
njirios. Por eso , en las d os s e c c io n e s finales de este artículo se tratarán
de modo algo d iferente es a s m ism as re sp u e sta s. En particular, la
tercera se c c ió n sugerirá q ue e s sign ificativam en te incorrecto describir
como “ contradictoria en sí” o “ co n fu sa ” la situación del científíco
antes de la eje cu ció n del exp erim en to imaginario q ue venga al caso.
Más ex acto sería d ecir que los exp erim en to s im aginarios ayudan al
científico para que lleg u e a le y e s y teorías d iferen tes de las que ha
sostenido an tes. En e s e ca so , ei co n o cim ien to previo p u ed e haber sido
“co n fu so ” y “ contradictorio” sólo en el sentid o, b astante e s p e c ia l y
en teram ente ahistórico, de q u e s e atribuisría la con fu sió n y la contra­
dicción a todas las le y e s y teorías que el progeso cien tífico ha obligado
a descartar. Pero e s a d escrip ció n su.giere, in ev itab lem en te, que los
efecto s de la ex p erim en ta ció n im aginaria, aunque no arrojan datos
nuevos, están m ucho m ás próxim os a los de la experim en tación real
de lo que com únm ente se supone. En la última sección se tratará de
sugerir de q ué m anera ocurre esto.

El con texto h istórico dentro d el cual los exp erim en tos im aginarios
reales con tribuyen a reform ular o reajustar co n c e p to s ex iste n te s e s
in evitab lem en te de una com plejidad extraordinaria. C om enzaré, por
tanto, con un ejem plo m ás sim p le, ya que no es histórico: el de una
transposición co n cep tu a l in d u cid a en el laboratorio por el brillante
psicólogo infantil Jean P ia g e t, de nacionalidad suiza. C onform e avan­
cem os, s e justificará e s te aparen te alejam iento de nuestro asunto.
P iaget trabajó con niños, exp on ién dolos a una situ ación de laboratorio
real y lu ego h a cié n d o le s p regu n tas a cerca d e ésta. En su jetos d e una
edad un p o co m ayor, sin em bargo, s e habrían producido e l m ism o
efecto con las solas p r e ^ n t a s , sin n ecesid a d d e ningún aparato. Si es
que tales p reg u n ta s se prod ucen por sí m ism a s, en to n c e s nos enfrenta­
ríamos a la situ ación exp erim en tal, de cará cter im aginario puro, que
se m ostrará en la s e c c ió n sigu ien te extrayéndola de la obra de Galileo.
Como, a d em á s, la transposición in du cida por ei exp erim en to de Gali­
266 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

leo se asem eja en orm em en te a la p rod ucida en el laboratorio de Piaget,


ap ren d erem os m ucho si co m en za m o s por el ca so m ás elem en tal.
En la situación de laboratorio de P iag et, se le s p resentaron a ios
niños dos co c h e s de j u b e t e de d iferen tes colores, uno rojo y otro azul.^
En ca d a ex p o sició n exp erim en tal, am bos co c h e s se m ovieron unifor­
m em en te y en línea recta. En algunas o ca sio n e s, am bos corrieron la
m ism a d istancia sólo que en tiem p os d iferen tes. En otras oca sio n es,
los tiem pos fueron los m ism o s pero el otro co c h e recorrió una distancia
mayor. P o r últim o, h ub o unos cu a n tos ex p erim en to s durante los cu a­
le s ni ias distancias ni lo s tiem p os fueron lo s m ism os. D e sp u é s de cada
recorrido, P ia get le s preguntó a su s sujetos q ué c o c h e se había movido
m ás rápido y por qué,
Al con sid erar ia form a en que los niños respondieron a la s p r e ^ n -
tas, aten deré solam en te a un grupo in term ed io, de ed ad su ficiente
com o para aprender algo de lo s exp erim en to s y lo b a sta n te joven com o
para q ue su s r e sp u e sta s no fu e s e n todavía la s d e ios adultos. En la
mayoría de ia s o ca sio n e s, los niños de e s te grupo dijeron q ue “ era más
rápido” ei auto que llegab a primero a la m eta o q ue s e había m antenido
a la ca b e z a durante la m ayorp arte del m ovim ien to. A d em ás, continua­
ron aplicando de esta m anera el término aun cu ando recon ocieron que
el “ m ás le n to ” había recorrido m ás distancia q ue “ el m ás rápido”
durante la m ism a can tidad de tiem po. E x a m ín ese , por ejem plo, una
ocasión en que am bos c o c h e s partieron de la m ism a línea, pero el
coche rojo un poco d esp u és, para luego alcanzar al azul en la m eta. Ei
diálogo siguiente es, pues, típico;
— ¿Salieron lo s d os c o c h e s al m ism o tiem po?
— N o, el azul salió primero.
— ¿Llegaron juntos?
— Sí.
— ¿Uno de ellos fue m ás rápido, o los dos fueron igu ales?
— El azul fue el m ás rápido.
Estas respuestas manifiestan lo que, para simplificar, llamaré el criterio
de “llegar a la m eta” para la aplicación del calificativo “más rápido” .
Si ei de llegar a la m eta fu e s e el ú nico criterio em p lead o por los niños
de P ia g e t, en to n c e s los exp erim en to s no n os dirían nada nuevo. Con­
cluiríam os que su co n cep to de “ m ás rápido” era diferente al del

^ J. Piaget, Les notiom de mouvement et de vitesse chez l ’enfant (París, 1946), particular­
mente Kís caps. 6 y 7. Los ex¡>erimcntos descrito.« m á s a d e l a n t e aparecen e n el último
ca| 3Ít ulo.
^ ¡Ind., p, 160, traducción mía.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 267

adulto, pero que, com o lo em p lea b a n co n se c u e n te m e n te , sólo la inter­


vención de la s au toridades paternal o p ed agógica tendría probabilidad
de inducir el cam b io. P ero otros ex p erim en to s revelan la ex isten cia de
otro criterio, y tam bién ei exp erim en to que se acaba de describir lo
iiace a p . C asi in m ed ia ta m en te d e sp u é s de la o casión d escrita, se
reajustó el aparato para q ue ei c o c iie rojo partiera m ucho d e sp u é s que
ei azul y lu ego'se m oviera co n la rapidez n ecesa ria para alcanzar a este
último en la m eta. E n e s te ca so , ocurrió el diálogo sigu iente entre el
experim entador y e l m ism o niño:
í^ ¿ U n o de los c o c h e s fue m ás rápido q ue el otro?
— ^El rojo.
— ¿Cómo lo sab es?
— Lo vi.^
Al p a recer, cu ando lo s m ovim ien tos son b astan te rápidos, p ueden
ser p ercib id o s com o tales d irectam en te por los niños. (C om párese la
forma en q ue los adultos “ v e n ” el m ovim iento d el s e ^ n d e r o de un
reloj con la fo rm a en q ue olbservan el cam bio de p osición del minutero.)
A v e c e s , lo s niños aplican e s a p ercep ción d irecta d el m ovim iento para
identificar el co c h e m ás rápido. A falta de un mejor térm ino, le llamaré
ai criterio corresp ond ien te “ borrosidad p ercep tu ai” .
La c o e x iste n c ia de e s to s dos criterios, e l de llegar a la m eta y el de
borrosidad p ercep tu al, e s lo q ue h a ce p osible que los niños aprendan
en el laboratorio de P ia get. Aun sin e l laboratorio, tarde o tem prano la
naturaleza le s en señ aría la m ism a le cc ió n que a los niños de m ás edad
del grupo de P ia get. N o m uy a m en ud o — o, si no, lo s niños no habrían
conservado tanto tiem po e l co n c e p to — , pero sí o casion alm en te, la
naturaleza presentará una situ ación en que, a p esar de que u n cu erpo
tenga una velocid ad m enor percibida d irecta m en te, llegará primero a
la m eta. En e s te ca so , los dos in d icios entran en conflicto: el niño
p uede v erse obligado a decir q ue am bos cu erp o s son “ más rápidos”
o “más lentos”, o bien que el mismo cuerpo e s tanto “ más rápido” como
“ m ás le n to ” . T an paradójica ex p erien cia se produce en el laboratorio
de P ia g e t, a v e c e s co n resu ltad os sorpren dentes. E xp u estos a un solo
exp erim en to paradójico, ios niños dirán prim ero q u e uno de lo s cu er­
pos fue “ m ás rápido” y lu ego aplicarán de in m ediato el m ism o califica­
tivo al otro. S u s re sp u e sta s terminarán por d ep en d er críticam ente de
®¡bid-, p. 161, cursivas del autor. En este pasaje traduje plus fo n (más fuerte) como más
rápidamente; en el pasaje anterior, la redacción en francés era plus vite (más veloz). Los
propios experimentos indican, sin embargo, cjue en este contexto y aunque quizá no en
iodos las respuestas a las preguntas plus fo n ? y plus vite? son las mismas.
268 ESTUDIOS METAHISTORICOS

d iferen cia s m en ores d ei arregio ex p erim en ta l y de la form a de liacer


las preguntas. P or últim o, al darse c u e n ta d e la o sc ila c ió n , aparente­
m en te arbitraria, de su s r e sp u e sta s, ios niños m ás listo s o ios mejor
preparados descubrirán o inventarán el co n ce p to adulto de “ más
rápido” . Con un p oco m ás de práctica, algunos de ellos lo em plearán
c o n se c u e n te m e n te de ahí en ad elan te. É sto s serán ios niños que
habrán aprendido de su a siste n c ia al laboratorio de P iag et.
P ero, v olvien do a la s p regu n tas q ue m otivaron esta indagación,
¿qué e s lo que direm os q ue han aprendido y d e dónde io han apren­
dido? P or el m om ento, m e limitaré a una serie m ínima y bastante
con d icional de resp u esta s que brindarán el punto de partida para la
sigu ien te se cc ió n . Com o in clu ía dos criterios in d e p e n d ie n tes aplica­
b les a la relación con cep tu a l d e “ m ás ráp id o” , el aparato m ental cori
que llegaron los niños al laboratorio de P ia g e t co n ten ía una contradic­
ción im plícita. En el laboratorio, e l efe cto de una situación novedosa,
que in clu y e tanto e x p o sic io n e s com o interrogatorios, obligó a los niños
a darse cu en ta de e sa con trad icción . C om o resultado, a l a n o s d e ellos
cam biaron su co n ce p to de “ m ás rápido” , quizá bifurcándolo. El con ­
cep to original se dividió en algo así com o la noción adulta de “ más
rápido” y en un co n ce p to distinto de “ llegar a la m eta prim ero” . El
aparato con cep tu a l de los niños p ro b a b lem en te se enriqueció e hizo
m ás adecu ad o a los h e c h o s. Los niños aprendieron a evitar un error
co n ce p tu a l significativo y, por lo tanto, a p en sar con m ás claridad.
E stas re sp u e sta s nos llevan a otra, p ues indican la con d ición aislada
que las situ a cion es exp erim en ta les d e P ia g e t d eb en sa tisfa cer para
alcanzar una m eta p ed agógica. Claro está, e s a s situ a cio n es no p u ed en
se r arbitrarias. Por cu a le sq u ie r razones, un p sicó lo g o podría pregun­
tarle a un niño qué e s m ás rápido, si un árbol o una col; y h asta es
probable que obtuviera una respuesta;^ pero con ello el niño no apren­
dería a p en sar con m ás claridad. Para lograr esto , io m en os que deb e
tener la situación e s que ven g a al caso . E sto e s , d eb e mostrar los
in d icios que el niño em p lea cotid ia n am en te para h acer ju ic io s de
velocid ad relativa. P or otro lado, si bien los in d icio s d eb en ser norma­
le s, la situación total no tien e por qué serlo. Enfrentado a una carica­
tura anim ada q ue m u estre los m ovim ien tos paradójicos, el niño llega­
ría a la s m ism as co n clu sio n e s a cerca de su s c o n ce p to s, aunque la
propia naturaleza e s tu v ie s e regida por la ley de que los cu erp o s más
* Charles E. Osgooci empleó preguntas como éstas para obtener lo (¡ue llama el
'■perfil sem ántico" de varias palabras. Véase sii reciente Übro, '/'//c Mi'ttsuronent of
Meaning {Urbana, 111., 1957),
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 269

rápidos son los q ue llegan siem p re primero a la m eta. N o hay, pues,


con d ición alguna d e verosim ilitud física. El experim entador p u ed e
im aginar la situación que le p la zc a m ientras ésta le perm ita ia aplica­
ción de ios in d icio s n orm ales.

V olvam os ahora a nuestro ca so histórico, en general sem ejan te al


anterior, d e revisión de c o n ce p to s. É ste fu e im pulsado por el análisis
deten ido de una situación im aginada. C om o ios niños del laboratorio
de Piaget, la Física de A ristóteles y la tradición proveniente de ella
evid en cia de lo s d os criterios d ispares em p lea d o s en los análisis de la
velocid ad . El punto general e s bien co n o cid o, pero aquí lo aislarem os
para q ue se d esta q u e. E n la mayoría de las o ca sio n e s, A ristóteles
con sid era el m ovim ien to o cam b io — en su físic a los dos térm inos
su elen ser in tercam b ia b les— com o un cam bio de estad o. E n to n ces,
“ todo cam bio e s de algo a algo; así lo indica la propia palabra meta,-
hole\'^ La reiteración que A ristóteles h ace de en u n ciad os com o éste
indica q u e, norm alm ente, ve todo m ovim iento no c e le s te com o un acto
com p leto y finito q ue se ha de captar en conjunto. C orresp ond iente­
m en te, m ide la cantidad y la velocid ad de un m ovim iento en fun ción de
los parám etros q ue d esc rib en sus puntos term inales; los termini a quo y
ad quem d e la físic a m ed ieval.
L a s c o n s e c u e n c ia s d e la n o c ió n a r is to t é lic a d e la v e lo c id a d
son tan in m ed iata s com o ob vias. Com o él m ism o lo asegura: “ La
m ás rápida d e d os c o s a s recorre una m agnitud m ayor en un tiem ­
po igu al, una m agnitud igual e n m en o s tiem po y una m agnitud mayor
en m en o s tie m p o .” ®O, en otra parte: “ H ay una velocidad igual cuando
se cu m p le el mismo cam bio en igual tiem p o .” ^ En esto s p asajes, com o
en m u ch as otras partes de lo s escr ito s de A ristóteles, la noción im plí­
cita de v elo cid ad e s m uy p a recid a a lo q ue llam am os “ velocidad
prom ed io” , can tidad que igu a lam o s al co c ie n te de ía distancia total
entre e l total d el tiem po transcurrido. Com o el criterio de llegar a la
m eta del niño, e s ta m anera de juzgar la v elo cid a d difiere de la nuestra.
Pero tal d iferencia p u e d e no se r perjudicial sí se em p lea c o n se c u e n ­
tem en te el criterio de v elo cid a d prom edio.
Sin em bargo, co m o los niños d e P iaget, A ristóteles, d e sd e la p ers­
p ectiva m oderna, no e s co n se c u e n te . P a r e c e p o see r ad em ás un crite-
^ Aristóteles, Physica, trad. al inglés de R. P. Hardie y R. K. Gaye, en The Worh of
Ariüoile, vol. 2 (Oxford, 1930), 224*^ 35-225^1.
® ¡bul., 232^2^-21
249H -5.
270 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

rio com o el d e borrosidad p ercep tu a l del niño, p arajuzgar la velocidad.


En particular, d istingu e a v e c e s entre la v elocid ad de un cu erpo cerca
del principio y ce rc a del final de su m ovim iento. Por ejem plo, al
distinguir los m ovim ientos naturales o no forzados, q ue term inan en el
reposo, de los m ovim ien tos violen tos, q ue requieren de un motor
externo, asegura: “ Pero m ientras que la v elo cid a d del q ue term ina por
d e ten er se p arece aum entar siem p re, la velocid ad del q ue e s im pul­
sado violen tam en te p a rece d ecr ec er s i e m p r e . A q u í , com o en otros
cu an tos p a sa jes por el estilo, no se m en cio n a n los p u n tos term inales,
ni la d istancia recorrida, ni el tiem po transcurrido. En lugar de ello,
A ristóteles está tom ando d irecta m en te, y quizá en form a perceptual,
un a sp ec to del m ovim iento al que nosotros llam aríam os “ velocidad
in sta n tá n e a ” y cu y a s prop ied ades son m uy d iferentes d e la s de la
velocid ad prom edio. P ero A ristóteles no h a ce tal distinción. En reali­
dad, com o v er em o s, lo s a sp e c to s su sta n cia les m ás im portantes de su
físic a están co n d icion ad os por esta falta d e distinción. En c o n se c u e n ­
cia, los que recurren al co n ce p to aristotélico de velocid ad pueden
verse en frentados a paradojas m uy se m e ja n te s a la s q ue P ia g e t en con ­
tró en su s niños.
En un m om ento ex am in arem os al exp erim en to im aginario al que
recurrió Galileo para poner de m anifiesto e s ta s paradojas, pero pri­
mero d eb em o s h a cer notar que en la ép o ca de Galileo el co n cep to de
velocid ad ya no era el de A ristó teles. L as b ien co n o cid a s técnicas
analíticas desarrolladas durante el siglo xiv para tratar las latitud es de
las form as, habían en riqu ecid o el aparato co n ce p tu a l q ue tenían a su
d isp osición los estu d io so s d el m ovim iento, E n particular, se había
introducido la d istinción entre la velocidad total del m ovim iento, por
un lado, y, por el otro, la de la in ten sid ad de ia velocid a d en ca d a punto
del m ovim iento. El seg u n d o de e s to s co n ce p to s era muy sem ejan te a la
n oción m oderna de velocid a d instantánea; el prim ero, aunque sólo
d e sp u é s de las im portantes revision es a q ue lo som etió G alileo, fue un
gran p a so hacia el co n c e p to co n tem p o rá n eo de velocid ad prom edio.
P arte d e ia paradoja im plícita en el co n ce p to aristotélico de velocidad
fue elim inad a durante ia E dad M edia, dos siglos y m edio an tes d e los
escritos de Galileo.

Ibid., 230^23-25.
” P ara una discusión detallada de todo el asunto de la latitud en las formas, véa­
se Marshall Clagett, The Science o f Mechanics in the Middle Ages (Madison, Wis., 1959),
parte 2.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 271

Esa transform ación de co n c e p to s ocurrida durante la Edad Media


fue, sin em bargo, in com p leta en uno de su s a sp e c to s más im portantes.
La latitud de las form as podía usa rse para com parar d os m ovim ientos
d iferen tes sólo cu an d o am bos tenían la m ism a “ ex te n sió n ” , e s decir,
c u a i^ o am bos habían cubierto la m ism a distancia, o bien em p lead o el
m ism o tiem po. El en u n cia d o q ue Richard S w in e sh e a d h a ce de la regla
m ertoniana podría servir para evid en cia r esta lim itación tan a m enudo
omitida: sí fu e s e adquirido u niform em en te un in crem en to de v elo ci­
dad, en to n c e s, “ m ed ian te e s e in crem en to, se recorrería tanto esp acio
> , . . com o por m edio de la velocidad prom edio [o intensidad de la
velocidad] d e e s e in crem en to, su pon ien do que algo s e mdviera con esa
m agnitud m edia [de velocidad] durante todo el tiem p o” .'^^ A quí, el
tiem po transcurrido d eb e ser el m ism o para am bos m ovim ien tos, o, si
no, se desbarataría la téc n ic a de com p aración. Si el tiem po transcu­
rrido fu e s e d iferen te, en to n c es un m ovim iento uniform e de in tensidad
baja, pero larga d uración, tendría una velocidad total m ayor que un
m ovim iento m ás in ten so — es decir, con velocid ad in stantánea m a­
yor— que durase un tiem po más corto. En general, lo s analistas
m ed iev a les del m ovim ien to evitaron esta p osible dificultad limitando
su aten ción a co m p a ra cio n es con las téc n ic a s que podían manejar.
Galileo, sin em bargo, n ece sitó una técn ica más general y, para d e sa ­
rrollarla — o al m en o s para en señ ársela a otros— , em p leó un experi­
m ento im aginario que sacó a luz la paradoja aristotélica. T e n e m o s dos
razones para afirmar que la dificultad s e ^ í a vigente durante el prim er
tercio d el siglo xvn. Una de ella s e s la agudeza p ed a g ó g ica de Gahleo;
su texto se dirigió a p rob lem as reales. La m ás im p resion an te, quizá,
co n siste en el h ech o de q ue Galileo no siem p re tuvo éxito en e v a d ir la
propia dificultad,

Ibid., p. 290.
P21 más significativo lapso de esta clase está en "T he Second Day” de los Dialogue
concerning the Two Chief World Systems de Galileo (véase la traducción de Stillman Drake
[Berkeley 1953J, pp. 199-201). Galileo argumenta allí que ningún cuerpo material, por
ligero q u e se a , puede se r arrojado d é la Tierra en rotación, ni aun cuando ésta girase más
rápido de lo que lo hace. Tal resultado (que requiere el sistema de Galileo —su lapso,
aunque de seguro no deliberado, sí tiene motivo—) se obtiene tratando la velocidad
terminal de un movimiento uniformemente acelerado como si fuese proporcional a la
distancia recorrida con ese movimiento. La proporción es, desde luego, una consecuen­
cia directa de la regla de Merton, pero se aplica solamente a los movimientos que
requieren el mismo tiempo. Deben examinarse también las notas de Drake a este pasaje,
ya que arrojan una interpretación diferente.
272 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

El exp erim en to q ue aquí nos in teresa aparece casi al principio de


"El primer d ía ” , de la obra de Galileo Diálogo sobre los dos sistemas
máximos del mundo.^"’ Salviati, q ue represen ta a Galileo, le s pide a
sus dos interlocutores que im aginen d os planos, CB vertical y CA
inclinado, am bos levantados h asta la m ism a distancia vertical sobre
un plano horizontal, A B. P ara auxiliar a la im agin ación , Salviati in­
cluye una figura com o la que se m uestra aquí. A lo largo de estos dos

planos, hay que im aginar dos cuerpos que resbalan o ruedan sin
fricción d esd e un punto de partida com ú n , C. Por últim o, Salviati les
pide a su s interlocutores que le co n ce d a n que, cuando los cu erp os que
se deslizan llegan a los p u n tos A y B, resp ec tiv a m e n te, é s o s habrán
adquirido el m ism o ím petu o velo cid ad , e sto es , la velocid ad n ecesaria
para d evolverlos a su punto de partida.^® Le e s co n ce d id a tam bién esa
petición, y Salviati procede a preguntarles a lo s p articipan tes en el
diálogo cu ál de los dos cu erp os se m ueve m ás rápido. Lo que pretende
es que ellos se den cu en ta de que, em p lean d o e l co n ce p to de velocidad
que e n to n c e s se usaba, p u ed en v erse forzados a admitir que el movi­
miento a lo largo de la perpendicular e s , sim u ltá n ea m en te, más
rápido, igual y m ás lento, q ue el m ovim iento a lo largo del plano
inclinado. Su seg u n d o objeto c o n siste en , por el efe cto de esta para­
doja, h acer que su s in terlocu tores y su s lecto res se percaten de que la
velocidad no debiera atribuirse al conjunto de un m ovim iento sino,
m ás bien, a sus partes. En su m a, el exp erim en to im aginario e s , com o
el propio Galileo lo señala, una pro p ed éu tica para la d iscu sión íntegra
d el m ovim iento uniform e y d el acelerad o, q ue ex p on e en “ El tercer
d iscurso” de sus Dos nu&vas ciencias. C ondensaré y sistem atizaré consi-
!bUl., pp. 22-27.
Galileo se vaie de esa concesión mucho menos que yo en el párrafo que sigue. En
rigor, su argumento no depende de ella si ei plano CA puede extenderse más allá de A y
si el plano q»e rueda a lo largo del plano extendido continúa ganando velocidad. Para
simplificar, restringiré mi recapitulación sistematizada al plano no prolongado, si­
guiendo ia tónica marcada por Galileo en la primera parte de su texto.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 273

derab lem ente su a rgu m en tación, ya que no v ien e al ca so consignar


aquí las in cid e n c ia s del diálogo. Cuando le s pregunta por prim era vez
cuál de los dos cu er p o s e s e l m ás rápido, los interlocutores le dan la
resp uesta q ue ya b osq u ejam os y que los físic o s p re se n te s en esta
c o n f e r e c í a d eb en co n o ce r mejor. E l m ovim iento a lo largo del plano
perpendicular, d icen ellos, e s ob viam ente el m ás rápido.’®Aquí se
com binan dos de los tres criterios que ya se describieron. A unque
am bos cuerpos están en m ovim ien to, el q ue se m u eve a lo largo del
plano p erp en d icu lar e s el “ m ás borroso” . A d em á s, el m ovim iento
p ^ p e n d ic u la r e s el q ue lleg a prim ero a la m eta.
P ero esta resp u esta, tan obvia com o atractiva, h a ce surgir de in m e­
diato d ificu ltades q ue son reco n o cid as primero por el m ás listo de los
interlocutores, Sagredo. S eñ a la — o casi, pues e sta parte de la d iscu ­
sión la estoy h a cien d o algo m ás articulada que en el original— que la
resp uesta e s in com patib le co n la co n c e sió n inicial. Ya que am bos
cu erpos parten d el reposo y dado que am bos adquieren la m ism a
velocidad final, d eb en ten er la m ism a velocid ad m edia. ¿Cóm o puede
ser en to n c es uno m ás rápido q ue el otro? En este punto, Salviati
re in icia la d iscu sió n , recordán doles a su s e s c u c h a s que el más rápido
de dos m ov im ien to s su e le d efinirse com o el que abarca la m ism a
distancia en un tiem po m enor. P arte de la dificultad, su giere, n a ce del
intento por com parar d os m ovim ien tos que abarcan d ista n cia s d iferen ­
tes. En lugar de eUo, le s in d ica , q u ie n e s están participando en el
diálogo debieran com parar lo s tiem pos que los dos cu erp os n ecesita n
para recorrer una d istancia patrón. Com o patrón, se lec cio n a la longi­
tud del plano vertical CB.
D esg raciad am en te, el problem a em peora. CA e s mayor que C B , y la
resp uesta a la p regu n ta d e cu á l cuerpo se m ueve m ás rápido vu elv e a
d ep en der crítica m en te del lugar en donde, a lo largo del plano in cli­
nado C A, se mida la d ista n cia patrón CB. Si se m ide d e sd e la parte más
alta del plano in clinad o, en to n c e s el cu erpo que se m ueve sobre el
plano p erp en d icu lar con cluirá su m ovim iento en m en o s tiem po d el que
el cuerpo que se d esp la za por el plano inclinado n ece sita para recorrer
una distancia igual a C B . P or co n sig u ie n te, el m ovim iento a lo largo del
plano perp en d icu lar es m ás rápido. Por otra parte, si la d istancia
patrón se m ide d esd e la parte m á s baja del plano in chnado, en to n c e s el

Quienquiera que dude de que ésta es una respuesta tentadora y natural puede
iiacerle la pregunta de Galileo, como hice yo, a estudiantes graduados de física. A menos
que desde antes ya sepan de qué se trata, muchos de ellos darán la misma respuesta que
los interiocurores de Salviati.
274 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

cuerpo que se m ueve sobre el plano perpendicular necesitará m ás tiempo


para com pletar su recorrido, que el cuerpo que se m ueve sobre el plano
inclinado para recorrer la misma distancia patrón. Por lo tanto, el movi*
miento a lo largo del piano perpendicular e s más lento. Por último,
argumenta Salviati, si la distancia CB se mide entre puntos interiores del
plano inclinado, entonces serán iguales los tiempos necesarios para que
am bos cu erp o s recorran las dos d istancias patrón. El m ovim ien to sobre
el plano perpendicular posee la misma rapidez que el correspondiente al
plano inclinado. En este punto, el diálogo ha dado lugar a tres respuestas
para una sola pregunta relativa a una sola situación, y cada una de las tres
respuestas es incompatible con las otras dos.
D esd e luego, el resultado e s una paradoja, y ésta e s la form a, o una
de las form as, en que Gahleo preparó a su s co n tem p o rá n eo s para un
cam bio de los co n c e p to s em p lea d o s ai discutir, analizar o exp erim en ­
tar en relación con el m ovim ien to. A u n q u e los n u ev o s co n ce p to s no
llegaron al público h asta la aparición de Dos nuevas ciencias, el Diálogo:
m uestra ya h acia dónde se dirige la d iscu sió n . “ M ás rápido” y “ veloci­
d ad ” son térm inos q u e ya no d eb en s e r u s a d o s a la m anera tradicional.
P u e d e d ecirse que, en un in sta n te dado, un cu erpo tien e una velocidad
in sta n tán ea mayor de la que en e s e m ism o in sta n te o en otro p o se e otro
cu erpo. P u e d e d ecirse que un determ in ado cu erpo recorre una distan­
cia dada con m ás rapidez q ue otro que recorre la m ism a distancia u
otra. P ero en e s o s d os en u n cia d o s no se d escrib en las m ism as caracte­
rísticas del m ovim iento. “ M ás rápido” significa algo distinto cuando se
le aplica, por un lado, a la com p aración de la rapidez in stan tá n ea del·
m ovim iento en in sta n tes d eterm in ad os y, por el otro, a la comparación:
de los tiem pos n ece sa r io s para que s.e co m p lete el total de dos movi­
m ien tos e s p e cific a d o s. A sí, un cu erpo p u ed e ser “ m ás rápido” en un
sentido, pero no en el otro.
El exp erim en to im aginario de Galileo ayudó a en se ñ a r esa forma
co n cep tu a l, y por ello p o d e m o s plantear n uestras pregu n tas anteriores
a cerca de tal cia se d e ex p erim en tos. Claro está que las respuestas
m ínim as son la s m ism as que se obtuvieron al exam inar el resultado de
los ex p erim en to s de P iag et. Los co n ce p to s que A ristóteles aplicó al
estudio d el m ovim ien to fueron, en parte, contradictorios con sigo mis­
m os, y esa contradicción no había d esa p a recid o totalm ente durante la
Edad M edia. El exp erim en to im a ^ n a r io d e Galileo sacó a luz la dificul­
tad, confrontando a su s lecto res con la paradoja im plícita en su s ma­
neras de pensar. C om o c o n se c u e n c ia , los ayudó a m odificar sus
aparatos co n ce p tu a les.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 275

Si e s cierto lo anterior, en to n c e s p o d e m o s ver tam bién el criterio de


verosim ilitud al cual d eb e con form arse n ecesa ria m en te el exp eri­
m ento im aginario. P ara e l argum ento de Galileo, no entraña diferencia
alguna ,^ue los cu erp os se m uevan o no realm en te con m ovim iento
uniforrfremente acelerad o sobre los planos inclinado y vertical. Ni
siquiera importa q u e, cu ando la s alturas de e s to s planos son las m is­
mas, los dos cu erp os term inen o no por alcanzar verdad eram en te
v elo cid a d es in sta n tá n ea s igu a les. Galileo ni siquiera se m olesta por
argum entar sobre e s to s p un tos. P ara su finalidad de esta parte del
D M logo,le b a sta co n q ue p od am o s su pon er que tal e s el ca so . Por otro
lado, de aquí no se d esp ren d e q ue sea arbitraria la elec ció n de la
situación ex p erim en tal h e c h a por Galileo, Por ejem plo, no le habría
sido útil sugerir q ue c o n sid e r á se m o s una situación en que el cuerpo se
d esv an ecía al com ien zo de su m ovim ien to en C para luego reaparecer
en A, sin h aber atravesado la d istancia entre e s o s puntos. E se experi­
m ento ilustraría lim ita cio n es en la aplicabilidad de “ más rápido” ,
pero, al m en o s hasta el reco n o cim ien to d e los saltos cu á n ticos, esa s
lim itaciones no habrían dado ninguna inform ación útil. D e ellas, ni
nosotros ni los lecto res de Galileo h ubiéram os aprendido nada sobre
los c o n ce p to s em p lea d o s tradicionalm ente. N u n ca se intentó aplicar
esos c o n ce p to s a un caso tal. En fin, para que esta c la se de exp eri­
mento im aginario se a eficaz, deb erá perm itir que q u ie n e s lo realizan o
estudian e m p lee n los c o n c e p to s de las m ism as m aneras que lo s han
em pleado an tes. S ólo cu ando se sa tisfa ce esa con d ición p u e d e el
experim ento im aginario enfrentar a su púbUco con c o n se c u e n c ia s
im previstas de su s o p era cio n es co n ce p tu a les norm ales.

H asta e s te punto, las partes e s e n c ia le s de mi argum ento han estado


con d icionad as por lo q u e tomo co m o una p osición filosófica tradicional
en el an álisis del p en sa m ien to cien tífico d esd e, por lo m en o s, el siglo
X V II. P ara que un ex p erim en to im aginario se a eficaz, d eb e presentar,

com o ya vim os, una situ ación norm al, esto e s , una situ ación que ia
persona que analiza ei ex p erim en to , con b a se en su exp erien cia, se
sienta bien eq u ipad a para manejar. N ada a cerca de la situación im agi­
nada p u e d e ser co m p leta m en te d esco n o cid o ni extraño. P o r co n si­
guiente, si el exp erim en to d ep en d e , com o d eb e ser, de la exp eriencia
con la naturaleza, e s a exp erien cia d eb e ser fam iliar en térm inos g e n e ­
rales an tes de que se in icie el exp erim en to. E ste a sp ecto de la situa­
ción exp erim en tal im aginada p a rece haber dictado una de las co n clu ­
siones a la s q ue he llegado regularm ente. Com o no co n tien e ninguna
276 ESTUDIOS METAHISTORICOS

inform ación nueva sobre el m undo, un experim en to imaginario no


p u ed e en señ a r nada que no se a ya con ocid o. O , dicho de otro modo,
no p u e d e en señ a r nada sobre el m undo. En lugar de ello, le en señ a al
cien tífico algo a cerca de su aparato m ental. Su función está limitada a
la corrección de errores co n ce p tu a les.
S o sp e ch o , sin em bargo, q ue algunos historiadores de la ciencia
p u eden sentirse perturbados por esta con clusión e imagino que otros
deben de estarlo. D e alguna m anera, h a ce recordar dem asiad o la posi­
ción familiar que considera que la teoría de T olom eo, la teoría del flogis-
to o la del calórico son meros errores, confusiones o dogmas que una
c ien cia m ás liberal o iñ te h g e n te h u b ie se evitado d e sd e el principio. En
el clim a de la historiografía co n tem poránea, ev a lu a cio n es com o éstas
se han venido volviendo ca d a vez m en o s p la u sib le s, y e s e m ism o aire
de im plausibihdad con tam in a ia co n clu sió n que se ha sacado en este
artículo. A ristó teles, aunque no fu e un físico experim en tal, sí fue un
lógico brillante. ¿Habría co m etid o él en una materia tan fundam ental
com o su física un error tan elem en ta l com o e l que le h e m o s atribuido?
O, de haberlo h ech o él, ¿hubieran seguido incurriendo sus sucesores
en el m ism o error elem en ta l, durante casi dos m ilenios? ¿P u ed e una ■
con fusión lógica difundirse por todas p artes, y p u ed e ser la función de
los exp erim en tos im aginarios tan trivial com o lo da a en ten d er este
punto de vista? C reo que ia re sp u e sta a todas e s ta s p r e ^ n t a s e s no; y
que la raíz de la dificultad e s nuestra su p o sición de que, por basarse
e x c lu siv a m en te en datos bien c o n o cid o s, los ex p erim en to s imagina­
rios no p u e d e n en se ñ a r nada a cerca d el m undo. A un qu e ei vocabulario
e p istem oló g ico co n tem p o rá n eo no proporciona lo c u c io n es verdade­
ram ente útiles, d ese o argum entar ahora que, de ios experimentos^^
im aginarios, la mayoría de la g en te ap rende algo acerca de sus concep­
tos y tam bién algo acerca del m undo. Al aprender algo acerca del
co n ce p to de velocid ad , los le cto re s de Galileo aprenden tam bién algo
acerca de cóm o se m u e v en lo s cu erp os. Lo que le s ocurre a ellos es
m uy parecido a lo que le ocurre a un hom bre com o L avoisier, que debe
asim ilar el resultado de un d escub rim iento experim en tal no espe­
rado.
Al enfocar e sta serie d e puntos cen tra les, com ien zo por preguntar
qué e s lo que se quiere decir cuando describim os el con cep to infantil de

Tal comenlario presupoae un análisis de la manera como se dan los descubrimien-


los: sí>bre eslo, véase mi artículo '"The Hi.storical Structure of Scientific Discovery’ ,
S d c u e, 136 {1962): 760-764.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 277

más rápido y el co n cep to aristotélico de velocidad com o “contradicto­


rios en s í” o “ co n fu so s” , '‘Contradictorio en s í” sugiere por lo m enos
que esto s con cep to s son co m o el fam oso ejemplo del lógico, el círculo
c u a d r a ^ , pero que no pueden ser correctos. El círculo cuadrado es
contradictorio en sí en el sentido de que no p uede ser ejem plificado en
ningún m undo posible. N i siquiera e s p osible imaginar un objeto que
muestre las cualidades esen cia les. Pero ni el con cepto de los niños ni el
de A ristóteles son contradictorios en e s e sentido. El concepto infantil de
m |is rápido e s ilustrado repetidas v e c e s en nuestro propio mundo; la
contradicción surge sólo cu ando se enfrenta al niño con esa clase de
movimiento, relativam ente rara, en que el objeto más borroso percep-
tualmente se retrasa en alcanzar la meta. D el m ism o modo, el concepto
aristotélico de velocidad, con sus dos criterios sim ultáneos, puede
aplicarse sin dificultad a la mayoría de los m ovim ientos que vem os en
torno nuestro. Los problem as surgen solam en te con resp ecto a esa clase
de m ovim ientos, m uy raros tam bién, en que el criterio de velocidad
instantánea y el criterio de velocidad promedio llevan a respuestas
contradictorias al ser aplicados a juicios cualitativos. En esto s dos
casos, los con cep tos son contradictorios únicam ente en ei sentido de
que el individuo que los em p lea corre el riesgo de caer en contradic­
ciones intrínsecas. Esto es, p uede encontrarse en una situación en la
que sé vea forzado a dar resp u estas incom patibles a la misma pregunta.
D esd e luego, no es esto lo que por lo regular se quiere decir cuando el
calificativo de “contradictorio en s í” se le aplica a un concepto. Sin
embargo, bien p uede ser eso lo que ten em o s en m ente cuando describi­
mos los con cep tos exam inados com o “ co n fu so s” o “ impropios del pen­
samiento claro” . C iertam ente, e s o s térm inos se amoldan mejor a la
situación. Implican, sin em bargo, una norma de claridad y adecuación
que quizá no tengam os derecho de aplicar. ¿D ebiéram os dem andar de
nuestros con cep to s — cosa que no h acem os ni podríamos hacer con
nuestras le y es y teorías— que fu esen aplicables a todas y cada una de
las situaciones que p udiesen presentarse con cebiblem en te en cualquier
mundo posible? ¿N o e s suficiente con exigir de un con cepto — com o lo
hacemos con una ley o una teoría— q ue se a aplicable inequívocam ente
a toda situación con la que esp erem os encontrarnos?
Para apreciar 1a p ertinencia de esta s preguntas, im agin em os un
mundo en el que todos los m ovim ien tos ocu rriesen a velocidad uni­
forme. (Tal co n d ición e s m ás rigurosa de lo n ecesa rio , pero aclarará el
argumento. La co n d ición e s e n c ia l m ás débil e s que ningún cu erpo que
278 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

es “ m ás le n to ” conform e a ningún criterio sobrepasará n unca a un


cu erp o “ m ás rápido” . Los m ovim ien tos q ue satisfa cen esta condición
recibirán el nom bre de “ cu asiu n ifo rm es” .) En un m undo de esa
su erte, el c o n ce p to aristotélico de velocidad n unca sería p u esto en tela
d e juicio ppr una situación física real, p u es las velo cid a d es instantánea
y prom edio de cu alquier m ovim iento serían siem pre las mismas.^®
¿Qlié diríamos e n to n c e s si nos en co n trá sem o s a un científico que
e m p le a se , en e s te m undo imaginario, el co n cep to aristotélico d e velo­
cidad? Creo que no diríam os q ue esta b a eq u ivocado. N o habría nada
erróneo ni en su cie n c ia ni en su lógica por ca u sa de la aplicación de su
c on cep to . En lugar de ello, dada nuestra ex p erien cia, m ás amplia, y
nuestro aparato co n cep tu a l, co rresp o n d ien tem en te m ás rico, diríamos
que, c o n sc ie n te o in c o n sc ie n te m e n te , habría incorporado en su con ­
ce p to de velocidad su exp ecta tiva de q ue en e s e m undo únicam ente
podrían ocurrir m ovim ien tos uniform es. E s decir, llegaríam os a la
con clusión de que su co n cep to funcionaría en parte com o ley de
ia naturaleza, ley que sería sa tisfec h a regularm ente en su m undo, pero
que sólo oca sion a lm en te sería sa tisfech a en el nuestro.
En el caso de A ristóteles, d e sd e lu ego , no podríam os d ecirlo mismo.
Él su po, y oca sio n alm en te adm itió, que los cu erp o s q ue ca e n , por
ejem plo, aum entan su velocidad a m edida q ue se m u ev en . Por otro
lado, hay sobradas p ruebas de que A ristó teles m antuvo esta informa-:
ción en la periferia m ism a de su co n cien cia científica. Siem pre que
pudo, y e sto ocurrió fre cu en te m e n te, con sid eró uniform es lo s movi­
m ien tos o p o seed o res de la s propied ades d el m ovim iento uniform e, y
los resu ltad os fueron c o n s e c u e n te s r esp ecto de gran parte de su física.
En la s e cc ió n anterior, por ejem plo, ex am in am os un pasaje extraído de
la.Física, que p u ed e tom arse por una definición de “ m ovim iento más
rápido” : “ La más rápida de dos c o sa s recorre una m agnitud mayor en
un tiem po igual, una m agnitud igual en m en o s tiem po y una magnitud
mayor en m en o s tie m p o .” C om p árese esto con el pasaje que sigue
in m ediatam ente: “ S u p ó n g a se que A e s m ás rápida que B. Ahora,

Es posible imaginar también un mundo en i|ue los dos criterios seguidos por los
niños de Piaget nunca llevarían a contradiceió-n, pero eso es más complejo, y entonces
no recurriré a ello en la argumentación que sigue. Perm ítasem e, sin embargo, arriesgar
una conjetura susceptible de prueba sobre la naturaleza del movimiento en ese mundo.
A menos que imiten a sus compañeros, los niños que ven el movimiento de ja manera
descrita deben ser relativamente insensibles a la importanciadeunArtní/itrtp impuesto al
ganador de una carrera. Y, en lugar de ello, todos deberían confiar en Ja violencia con
que se moverían los brazos y las piernas.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 279

com o de d os c o s a s la que cam b ia m ás pronto es la m ás rápida, en el


tiempo FG, en el cu al A ha cam biado de C a D, B no habrá llegado
todavía a D, pero estará a p u n to de h a c e r lo .” ''^Este en u nciado ya no e s
una definición. S e refiere al com p ortam iento físico de cu erp os “ m ás
rápid ql” , y com o tal e s váhdo para cu erp o s que está n en m ovim iento
uniforme o cuasiuniforme.^^ El propósito fun dam en tal del exp eri­
mento im aginario de Galileo es el de dem ostrar cóm o e s te en u nciado y
otros pur el estilo — en u n cia d o s q ue p arecen d esp ren d erse inevita­
b lem ente de ia única d efinición a la que apoyará el co n cep to tradicio­
nal de "m ás rápido” — no se m antien en en el m undo que co n o ce m o s y
que, por tanto, d eb e m odificarse el con cep to . N o ob stan te, A ristóteles
introduce profun dam en te en la trama de su siste m a su propia id ea de
m ovim iento cu asiu niform e. Por ejem plo, en el párrafo que sigue a ios
que se acaban de citar, em p lea e s o s en u n cia d o s para dem ostrar que, si
el tiem po lo e s , el esp a cio tam bién debe ser continuo. Su argum ento
dep en de de la su p o sició n , ya im plícita, de que, si un cu erp o B se
retrasa re sp ec to de otro A al final de un m ovim iento, estará retrasado
en todos los puntos in term ed ios. En e s e ca so , B p u e d e u sa rse para
dividir el esp acio y A para dividir el tiem po. Si uno es continuo, el otro
d ebe serlo también.^' P ero, por desgracia, la su p o sició n no tiene que
m anten erse si, por ejem p lo, e l m ovim iento más lento e s de d e s a c e le ­
ración y el m ás rápido de aceleración; sin em bargo, A ristóteles no
n ecesita d e s e c h a r lo s m ovim ientus de esa suerte. Aquí, de nuevo, su
argum ento d ep en d e de q ue atribuye a todos los m ovim ien tos la s pro­
p ied a d es cu alitativas d el cam b io uniform e.

Está im plícito el m ism o punto de vista a cerca del m ovim iento en los
argum entos en lo s cu arles A ristó teles desarrolla su s llam adas leyes
cuantitativas del m o v i m i e n t o . C o n s i d é r e s e , por ejem plo, única-

.Aa'istóteif?, Works. 2;232"28-31.


Clai'ii ([uecn realidad el |)r¡nu‘r])asajt; no putìde ser u »a definición. Cuakuiiera
de las tres condiciones mencionadas allí podría desem peñar tal función, pero tomar por
c<nnvalcntes a las tres, como liace Aristóteles, tiene las mismas implicaciones físicas
(jue ihistro a<¡tií partiendo del segundo pasaje.
Aristóteles, Worh, 2:232'»21-233“13.
Estas leyes se describen siem pre como "ciiantitativas'’, y yo me apego a ese uso.
I^ero es difícil creer que resultarían ser cuantitativas en el sentido tjue ese término tiene
desde la época de Galileo en los estudios del movimiento. Tantu en la antigüedad como
en ia Edad Media, los hom bres que pensaban regularmente en que la medición era
pertinente a la astronomía y que ocasionalmente recurrían a ella en sus trabajos sobre
óptica discutieron estas leyes sin siquiera una referencia velada a alguna clase de
280 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

m ente la d ep en d e n c ia de la distancia cubierta co n resp ecto a la magni­


Ii tud del cu erpo y con resp ecto ai tiem po transcurrido: ‘‘Si, en to n c es, A,
el im pulsor, ha movido B una distancia C en un tiem po D, se tendrá
que en el m ism o tiem po la m ism a fuerza A m overá Vzb dos v e c e s la
distancia C, y en Vá D m overá un Va B la distancia total C; p u e s así serán
ob servadas ías reglas de la prop orción.” ^^ D adas la fuerza y el medio,
la distancia cubierta varía d irectam ente con el tiem po e inversam ente
con el tam año del cuerpo.
Para los oídos m odernos, ésta e s in evitab lem en te una le y extraña,
aunque quizá no tanto com o parece se r comúnmente.^'* P ero, dado el
c on cep to aristotélico de velocidad — co n cep to que no cau sa proble*
mas en la mayoría de sus a p lic a cio n es— , s e ve fá cilm en te que es la
única ley posible. Si el m ovim iento e s tal q u e la velocidad prom edio y
la velocid ad in stantánea son id én ticas, e n to n c e s, ceieris paríbus, lá:
distancia cubierta debe ser proporcional al tiem po. Si, ad em ás, supo-'
n em os con A ristóteles — y N e w to n — q u e “dos fuerzas, cada una de
las cu a le s m u ev e uno d e los dos p e so s una dista n cia dada en un tiempo
dado, . . . moverán los p e so s com b inad os una distancia igual en un ;
tiem po ig u a l” , e n to n c e s la velocidad d eb e ser una función de la razón
de la fuerza al tam año del cuerpo.®^ La ley d e A ristóteles se infiere
d irectam en te, su pon ien do que, de entre todas las p o sib les, la función
es la m ás sim p le, la propia razón. Quizá é sta no p arezca una manera
legítim a de llegar a ia s le y e s del m ovim ien to, pero m uy a m en ud o los
p rocedim ien tos de Galileo fueron idénticos.^® A este resp ecto , lo que

observación cuantitativa. Además, las leyes no se aplican nunca ala naturaleza, salvo en
argumentaciones basadas eti la reducción al absurdo. A mí, sus intentos me parecen de
índole cualitativa: son el enunciado, para eniiplear el vocabulario correcto de las propor­
ciones, de varias regularidades cualitativas observadas propiamente. Esta idea pare­
cerá más plausible si se recuerda que después de Eudoxio aun las proporciones
geométricas se interpretaron como no numéricas.
“ Aristóteles, lVorL·,2: 249^30-250H.
Para una crítica fundada a quienes consideran que esta ley es sencillamente tonta,
véase Stephen TouJmin, “ Criticism in the History of Science: Netvton on Absolute
Space, Time and Motion, I” , Philosophical Review, 68 (1959): 1-29, particularm ente la
nota 1.
Aristóteles. Works,2·. 250"25-28.
P or ejemplo; "Cuando, por consiguiente, obsen'o que, a partir de un estado de
reposo, cae una piedra desde una posición elevada y que continiiamente adquiere
nuevos increm entos de velocidad, ¿porqué no voy a creer que tales incrementos ocurren
de una manera que es exageradam ente simple y bastante obvia para todos? Si ahora
examinamos cuidadosam ente el asunto, no encontrarem os adición o incremento más
simple que el que se repite siempre de la misma m anera.” Cf. Galileo Galilei, Pialogues
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 281

diferenció principalm en te a Galileo de A ristóteles fue que el primero


partió de una c o n ce p c ió n de velocidad diferente. C om o él no consideró
cu asiu niform es todos lo s m ovim ien tos, la velocid ad no fue la única
m edida del m ovim iento que podía cam biar con la fuerza aplicada el
ta m a í^ del cuerpo, y así por el estilo. Galileo pudo tomar en cuenta
tam bién las variacion es de la aceleración.
E s o s eje m p lo s p odrían m u ltip lic a rse c o n s id e r a b le m e n te , pero
ahora ya está claro a d ónde quiero llegar. El co n ce p to aristotélico de
velocidad, en el cu al estu vieron m ezcla d o s los co n ce p to s m odernos
^ d is tin t o s de velo cid a d prom edio y velocid ad in stantánea, fue parte
integral de toda su teoría del m ovim iento y tuvo c o n se c u e n c ia s para la
totalidad de su física. P udo d esem p eñ ar e s e papel porque no era
sim p lem en te una d efinición , con fu sa o de otra m anera. E n lugar de
ello, tuvo im p lica cio n es físic a s y, en parte, actu ó com o le y de la
naturaleza. E s a s im p lica c io n es pudieron no haber sido im pugnadas
nunca por la ob servación ni por la lógica en un m undo en el que todos
los m ovim ien tos hubieran sido uniform es o cu a siu n ifo rm es, y A ristóte­
le s actuó co m o si viv iese en un mundo de esa índole. Su m undo, en
realidad, era diferente; pero, a pesar de ello, su co n cep to fue tan eíic a z
que los co n flictos p o ten cia les co n la o b servación pasaron por com pleto
inadvertidos. Y, m ientras tanto — m ientras no cobraron realidad las
dificultades p o te n c ia le s de la ap licación d el co n ce p to — , no p od em o s
calificar p ropiam ente de con fuso el co n cep to aristotélico de velocidad.
P o d e m o s decir, d esd e lu eg o , que era “ erróneo’’ o “ falso” en el m ism o
sentido en que ap licam os e s to s térm inos a le y es y teorías extem p orá­
neas. P o d e m o s decir ad em ás que, por ser falso el co n ce p to , los hom ­
bres que lo em plearon estuvieron propensos a caer en la confusión, com o les
ocurrió a los in terlocutores de Salviati. Pero creo que no podem os
encontrar d e fe c to s in trín secos en el propio co n ce p to . Sus d efec to s no
estriban en su c o n siste n c ia lógica sino en q ue no encaja en la totalidad
de la estructura fina del m undo al cual se p retendía aplicar. Por esto
e s que aprender a reco n o cer su s d e fe c to s fue, n ece sa r ia m e n te , apren­
der algo a cerca del m undo y tam bién a cerca de co n cep to .
Si el con ten id o legislativo de ca d a uno de los co n ce p to s p arece ser
una noción n ada familiar, esto se d eb e p rob ablem ente al contexto
dentro del cual nos en co n tra m o s aquí. A unque no estén co m p leta ­
m en te de acuerdo, lo s lingüistas han estad o fam iliarizados con este
punto d e sd e h a ce m ucho tiem po, a través de los escrito s de B. L.

Coni'erning Two New Sciences, trad. al inglés de H, Crew y A, de Salvio (Evanston y Chicago,
1946), pp. 154-155- Pero Galileo sí hizo una verificación experimental.
í ;
282 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

Whorf.®^ Braithw aite, siguiendo a R a m se y , ha sen tad o una tesis pare­


cida usando m odelos ló g ico s para dem ostrar la m ezcla in extricable de
iey y definición q ue d eb e caracterizar in clu so a la función de los
co n ce p to s cien tífico s relativam en te elementales.^® V ien en m ás al caso
todavía las r e cien te s d isc u sio n e s ló gicas sobre el uso de las “ oraciones
de r e d u cc ió n ” en la form ación de los c o n c e p to s cien tífico s. É sta s son
oracion es que esp e c ific a n - ^ n forma lógica y q ue no n os incum be
aquí— la s co n d icio n e s de ob servación o de p rueba en las cu a le s puede
aplicarse un co n ce p to dado. En la práctica, se a sem ejan en orm em ente
a los con tex to s en q ue se adquieren rea lm en te lo s co n ce p to s científi­
c o s en su m ayoría, y esto h a ce particularm ente sign ificativas sus dos
ca racterística s principales. Prim era, se requieren varias oracion es de
redu cción — a v e c e s m u c h a s— para darle a un determ in ado concepto
el cam p o de aplicación que exige su uso dentro d e la teoría cien tífica.
S egu nd a, tan pronto com o se em p ieza a em p lea r m ás de una oración de
redu cción para introducir un solo co n ce p to , resulta que e s a s oraciones
im plican “ ciertos en u n ciad o s que p o see n el carácter de le y e s em píri­
cas. . . Conjuntos de oracion es de redu cción q ue com binan, de modo
peculiar, las fu n cio n es del co n ce p to y d e la form ación de la teoría” .
E sta cita, con la frase que la p rec ed e, p rácticam en te d escrib e la
situación que e sta m o s exam inando aquí.
No e s n ecesario, sin em bargo, tjue h a ga m o s toda la transición a la
lógica y a la filosofía de la c ie n c ia para reco n o cer la función legislativa
de los c o n c e p to s cien tífico s. En otro asp ec to , ya e s fam iliar para todos
los historiadores que han estu diado d eten id a m en te la ev olución de
co n ce p to s com o los de elem en to , e s p e c ie , m asa, fuerza, espacio,
calórico o energía.^“ É stos y m uchos otros con ceptos científicos se

B.L. Whorf, Language, Thought, and Reality: Selected Wñlings, John B, CarrolJ,
(Cambridge, Mass., 1956).
c o m p ila d o r
R. B. Braithwaite, Scientific Explanation (Cambridge, 1953), pp. 50-87. Y véase
también W. V. O . Quine, “ Two Dogmas of Empiricism” , en From a Logical Point o f View
(Cambridge, M ass., 1953), pp. 20-46.
C. G. Hempel, Fundamemalsof Concept FormationinEmpiricalScience, vol. 2 num. 7, en
la International Encyclopedia o f Unified Science (Chicago, 1952), La discusión fundamental de
las oraciones de reducción está en Rudolph Carnap, “Testability and Meaning” , Philo­
sophy of Science, 3 (1936); 420-471, y 4 (1937); 2-40.
Los casos del calórico y de la masa son particularm ente instructivos; el primero por
su paralelismo con el caso analizado antes, y el segundo porque invierte la línea de
desarrollo. Se dice m uchas veces que Sadi Carnot obtuvo buenos resultados experimen­
tales de la teoría del calórico porque en su concepto del calor se combinaban caracterís-
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 283

encu en tran invariablem ente dentro de una matriz de ley, teoría y


ex p ecta tiva , de la cu a l no p u ed en ser extraídos para definirlos. Para
descubrir lo q ue sign ifican, el historiador d eb e exam inar tanto io que
se dice d e ello s co m o la forma en que se em p lea n . Durante este
p r o c e ^ , d escu b re por lo regular varios criterios d iferen tes q ue go­
biernan su em p leo y cu y a co e x iste n c ia sólo p u ed e en ten d e rse con
resp ecto a m u ch as de las otras c r ee n c ia s cien tífica s — y a v e c e s
ex tra científicas— que guían a los hom bres que lo s em p lea n . De esto se
infiere q ue e s o s c o n c e p to s no esta b a n d estin ados a ser apHcados a
Ipualquier m undo p osible, sino tan sólo al m undo visto por el cien tífíco.
Él uso de ello s e s un ín dice de su com prom iso con un cuerpo m ayor de
ley y teoría. Por el contrario, el con ten ido legislativo de e s e cuerpo
mayor de c r e e n c ia s e stá im plícito, en parte, en los propios c o n ce p to s.
A esto se d eb e q u e, au nq ue m u ch os de ellos com parten sus historias
con la s de las cie n c ia s a las que p erte n e ce n , su s sign ificados y su s
criterios de uso hayan cam biado tan a m enudo y tan drásticam ente en
el curso d el desarrollo de la cien cia.
Por últim o, volvien do al co n ce p to de velocidad, n ó tese q ue Galileo
no hizo su reform ulación de una sola vez y d esd e un principio lógica­
m en te pura. C o m o su an teceso r, A ristóteles, no estu v o libre de las
im p lica cio n es sobre la form a en que la naturaleza se d eb e comportar.
En c o n se c u e n c ia , co m o e l c o n ce p to aristotélico de velocidad, podría
haber sido p uesto en tela d e juicio por la ex p erien cia acum ulada, y eso
fue lo q u e ocurrió a fin es d el siglo p asado y principios del actual.
Siendo tan co n ocid o e l ep iso d io , no n os ex te n d er em o s sobre él. A pli­
ca d o a lo s m ovim ien tos acelera d o s, el c o n ce p to galileano d e velocidad
im plica la ex iste n c ia d e un conjunto d e siste m a s d e referen cia e s p a c ia ­
le s físic a m e n te no a celera d o s. Tal e s la le cc ió n del exp erim en to del
balde de N ew ton , le cc ió n q ue ninguno de los relativistas d e los siglos
xvn y xvni fue cap az d e justificar. A d e m á s, aplicado a los m ovim ien ­
tos lin ea les, e l co n c e p to revisad o de v elocid ad em p lead o en e ste

ticas que más tarde tuvieron que distribuirse entre e! calor y la entropía. (Véase mi
discusión con V, K. La Mer, American Journal o f Physics 22 [1954]: 20-27; 23 [1955]:
91-102 y 387-389. En la s e ^ n d a de estas referencias se formula el punto de la manera
que es necesaria aquí.) La masa, por otro lado, muestra una línea opuesta de desarrollo.
En la teoría newtoniana, la m asainercial y la masa gravitacional son conceptos distintos,
medidos por elementos diferentes. Hace falta una ley de la naturaleza, comprobada
experimentalmerite, para decir que, dentro de los límites de los instrumentos, las dos
clases de medidas arrojarán siempre los mismos resultados. Pero, conforme a la
relatividad general, no hace falta una ley experimental distinta. Las dos mediciones
deben producir el mismo resultado porque se refieren a la misma cantidad.
284 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

artículo im plica la validez de las llam ad as ec u a c io n es de transforma­


ción d e Galileo, y é s ta s e sp e cific a n pro p ied ad es física s, por ejem plo la
adición de la v elo cid a d de la m ateria o de la luz. Sin la ventaja de
ninguna su perestructura de le y e s y teorías com o las de N ew ton , arro­
jaron una gran cantidad de inform ación a cerca d e c ó m o e s el mundo.
P ero sería mejor d ecir que fueron em p lea d a s para ello. Uno de los
prim eros grandes triunfos de la física d el siglo xx con sistió en el
recon ocim ien to de que esa inform ación podía ser im pugnada, y la
c o n s e c u e n c ia , reform ular lo s c o n c e p to s de v elo cid a d , esp a c io y
tiem po. A d e m á s, en e s a transform ación co n cep tu a l, desem p eñ aron
un papel vital los ex p erim en to s im aginarlos. El p roceso histórico que
ex a m in a m o s m ed ia n te la obra de Gahleo se h a repetido, d esd e enton­
c e s , con resp ecto a la m ism a co n stela c ió n de c o n ce p to s. E s perfecta­
m en te p osible que ocurra de nuevo, p u e s e s uno de los procesos
b á sico s de av an ce de la cien cia.

Ahora, mi argum ento está casi co m p leto . P ara d escu b rir el elem ento
que falta todavía, p erm íta se m e recapitular io s pun tos principales ana­
lizados hasta aquí. C o m e n c é sugiriendo que una c la se im portante de
ex p erim en tosim ag in a rio s d ese m p eñ a la fu n ció n de enfrentar al cien tí­
fico co n una contrad icción o conflicto, im plícito en su m anera de
pensar. El r econ ocim ien to de la con tradicción pareció ser en to n c e s la
prop ed éu tica ese n c ia l para elim inarla. C om o resultado del experi­
m ento imaginario, se desarrollaron co n ce p to s claros para rem plazar a
los con fusos que se habían venido em pleando. El exam en pormenori­
zado, sin em bargo, reveló una dificultad ese n c ia l de e s e análisis. Los
co n ce p to s “ correg id o s” com o se c u e la de los exp erim en tos im agina­
rios no mostraron con fusión intrínseca. Si em p learlos le cau só proble­
m as al cien tífico, é s to s no eran igiiales a los resu ltan tes del uso de una
ley o teoría fu n d a d as ex p erim en ta lm en te. E s decir, surgían no de su
aparato m ental sino de las d ificu lta d es d escu b ierta s en el intento por
h a cer encajar e s e aparato en la exp erien cia no asim ilada todavía. La
naturaleza, y no la lógica sola, era la resp o n sa b le de la evidente
confusión. E sta situ ación m e llevó a sugerir qu e, partiendo de la cla se
de experim en to im aginario ex a m in a d a aquí, el cien tífico aprende algo
a cerca d el mundo y tam bién acerca de sus c o n ce p to s. H istóricam ente,
su fun ción se a sem eja al doble p a p e l d ese m p eñ a d o por las ob servacio­
nes y los ex p erim en to s de laboratorio reales. Prim ero, porque los
ex p erim en to s im aginarios p u e d e n revelar q ue la naturaleza no se
conform a a un H#-t^erminado conjunto de ex p ecta tiv a s. S egu nd o, p u e ­
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 285

den sugerir form as d eterm in ad a s de revisar tanto la ex p ecta tiv a com o


la teoría.
P ero ¿cóm o — para plantear el problem a q ue falta— ocurre tal
cosa? L os ex p erim en to s de laboratorio d ese m p eñ a n e s a s fun cion es
p o rq i^ le dan al cien tífico inform ación nueva y no esperad a. Los
experim entos im aginarios, por el contrario, deben basarse por com ­
pleto en la inform ación ex iste n te . Si u nos y otros d ese m p eñ a n p a p eles
sem eja n tes, e sto d eb e o b ed ece r a que, en oca sio n e s, los exp erim en tos
im aginarios le dan al cien tífico a c c e s o a una inform ación q u e, a la vez,
.tiene a m ano y a p esa r de eso le resulta de alguna m anera in a cc esib le .
P er m íta se m e tratar d e indicar, aunque por fuerza de una m anera
breve e in co m p leta, cóm o podría ocurrir esto.
S eñ alé en otra parte q ue el desarrollo de una esp ecia lid ad cien tífica
madura está d eterm inado norm alm ente y en gran parte por la ex iste n ­
cia de un cu erpo integrado de co n ce p to s, le y e s, teorías y téc n ic a s
in stru m en ta les que el e sp e cia lista adquiere de su form ación p rofesio­
nal.^^ E sa trama de c r ee n c ia s y ex p ecta tiv a s, p u e sta a p m e b a por el
tiem po, le dice al cien tífico cóm o e s el m undo y sim u ltán eam en te le
d efine los p roblem as que ex ig en todavía aten ción profesional. E sos
prob lem as son los ú n ic o s que, al se r resu elto s, extenderán la precisión
y el a lca n ce de la co n cordan cia que ex ista entre la cr ee n c ia y la
ob servación de la naturaleza. Cuando los problem as se se lec cio n a n de
esta m anera, el éxito p asado asegura de ordinario el éxito futuro. U na
de la s razones d e q ue la in v estigación cien tífíca p arezca avanzar
regularm ente de prob lem a en problem a resuelto c o n siste en que los
p ro fesion ales lim itan su aten ción a los problem as definidos por las
técn ica s co n ce p tu a les e in stru m en ta les que ya existen .
Tal m odo de se lec cio n a r lo s problem as, sin em bargo, aunque hace
particularm ente probable el éxito a corto plazo, garantiza también
los fra casos a largo plazo, lo s c u a le s resultan tener m ayores co n ­
s e c u e n c ia s para el a v a n ce cien tífico . In clu so los datos que esta
pauta restringida de in v estiga ció n le p resen ta al cien tífíco nunca
encajan por co m p leto ni co n toda p recisió n co n sus exp ectativas
in d u cid a s por la teoría. D e algunas d e esta s falla s de con cordancia

Para análisis incompletos de éste y los puntos siguientes, véase mis artículos “ The
Function of M easurem ent in Modern Physicai Science” , Isis, 52 (1961): 161-193, y
“ The Function of Dogma in Scientific R esearch” , en Scientific Change, A. C. Crombie,
compilador (Nueva York, 1963), pp. 347-369. Trato íntegramente el tema, con muchos
otros ejemplos, en mi ensayo The Structure o f Scientific Revolutions (Chicago, 1962). [ L i
estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 1971.]
286 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

resultan sus p roblem as de in v estig a ció n ordinarios; pero otros son


em pujados h a cia la periferia de la co n c ie n c ia y algunos m ás son
suprim idos por com p leto. Por lo r e b l a r , e s a in cap acidad de reconocer
y enfrentar la anomalía está justificada. Más a m enudo, con ajustes
in stru m entales m en ores o con p eq u e ñ a s articulacion es de la teoría
ex iste n te se red u ce a ie y la anomalía. D eten er se sobre la s anomalías
en el m om ento en que se p resen tan e s una in vitación a la distracción
interminable.^^ P ero todas las anom alías resp ond en a los ajustes m e­
nores d e la trama co n ce p tu a l e instru m ental ex isten te. Entre ésta s hay
algunas qué, b ien porque sean p articularm ente notables o porque se
produzcan en form a repetida en m u ch o s laboratorios distintos, no
p u ed en ser dejadas de tomar en cu en ta in d efin id a m en te. A unque
q u eden sin ser asim iladas, ch o ca n con fuerza cr ecien te «obre la con­
cien cia de la com u nid ad cien tífica.
C onform e continú a este p ro ce so , se va m odificando ia pauta de
investigación de la comunidad científíca. Al principio, informes de ob­
se r v a c io n e s no a sim ila d a s co m ie n z a n a a p a recer ca d a vex m ás
f r e cu en te m e n te e n las p áginas de lo s cu a d ern os de notas de lo s labora­
torios o com o su p le m en to s de p u b lica cio n es. E n ton ces se le dedican
ca d a vez m ás y m ás in v estig a c io n es a la propia anom aha. Q u ienes
traten de reducirla a una e s p e c ie de ley se encontrarán reñidos una y
otra vez con el significado de lo s c o n c e p to s y las teorías que han
sostenido durante largo tiem po, sin darse cu en ta de la ambigüedad.
U nos cu a n tos de ellos em pezarán a anaÜzar, críticam en te, la trama de
c r ee n c ia s que ha llevado a la com u nid ad a su actual atolladero. En
o ca sio n e s, h a sta la filosofía se convertirá en la legítim a herram ienta
cien tífica que de ordinario no es. A lgunos o todos esto s síntom as de
crisis de la com u nid ad son, creo , el preludio invariable a la recon cep -
tuación fu n d a m en ta l que exige casi siem pre la elim inación de una
anomalía obstinada. Lo característico e s q u e la crisis co n clu ya sólo
cuando algún individuo e s p e c ia lm e n te im aginativo, o bien un grupo,
construye una n u ev a trama de le y e s , teorías y c o n ce p to s, trama que
p u ed e asim ilar la ex p erien cia incon gru en te y al m ism o tiem po la
mayor parte o toda la ex p erien cia con gruente.
A este proceso de reconceptuación le llam é en otra parte Revolución
científica. T a les rev o lu cio n es no tien en que ser de la m agnitud q ue da
a en ten d e r el e s q u e m a anterior, pero todas com p arten entre sí una
característica esen cia l. L os datos in d isp en sa b les para q ue ocurra la
“ Se encuentran muchos testimonios al respecto en Michael Polanyi, Personal Know^
ledge (Chicago, 1958), particularm ente el cap. 9.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 287

revolución han estad o existiendo en el borde de la conciencia cientí­


fica; el su r ^ m ie n to de la crisis lo s convierte en el centro de atención; y
gracias a la reco n cep tu a ció n revolucionaria e s p osible verlos de una
m anera n u e v a . L o q ue se con ocía vagam en te a p esa r del aparato
m e n t ^ d e la com u nid ad a n tes d e la revolución, se co n o c e d esp u é s con
n ueva p recisió n gracias a su aparato m ental.
E sta co n clu sió n , o co n stela ció n de co n clu sio n e s, es, d esd e luego,
d em asiad o am plia y d em a sia d o oscura com o para docum entarla to­
talm ente aquí. C reo, con todo, q ue para una aplicación lim itada han
quedado d o cu m e n ta d o s varios de su s elem en to s es e n c ia le s. E n lugar
central de la s situ a cio n es ex p erim en ta les im aginarias q u e h em os
exam inado se en cu en tra u na crisis producida por la in satisfa cció n de
las ex p ec ta tiv a s y seg u id a por la revolución. A la inversa, el experi­
m ento im aginario e s una d e las h erram ientas analíticas e s e n c ia le s que
se em p lean durante la crisis y q ue contribuye a prom over la reforma
co n cep tu a l b ásica . E l resultado de los ex p erim en to s im aginarios p u e­
de ser el m ism o que el de las revoluciones científicas: hacen posible
que el cien tífico em p le e com o parte integral de su co n o cim ien to lo que
é ste m ism o tenía an tes de in a c c e sib le . E ste e s el sentid o en el
que cam b ia el co n o cim ien to q u e el cien tífíco tenía del m undo. Y pre­
cisam en te por ejercer e s e efecto es por lo que aparecen tanto y tan
notoriam ente en la s obras d e hom bres com o A ristó teles, Galileo,
D esca rtes, E instein y Bohr, los gran d es tejedores de la s nuevas tramas
co n ce p tu a les.
R eto rn em o s ahora b rev e m en te y por últim a v ez a nuestros dos
ex p erim en to s, el de P ia g e t y e l de Galileo. Segú n p ien so , lo que nos
inquietó de ellos fue que en co n tram os im plícita en la mentaHdad
preexperim ental le y e s de ia naturaleza que reñían con la información
que, creía m o s nosotros, debían p o se e r ya lo s su jetos. En realidad, sólo
porque p o seía n la inform ación fu e q ue pudieron aprender algo de la
situ a ció n ex p erim en tal. En tales circun stan cias, nos intrigó su in cap a­
cidad de percibir el conflicto; no estáb am os seguros de q ue tenían algo
que ap render todavía; y por elio nos v im o s obligados a considerarlos
co n fu so s. Creo que e s a m anera de describir la situación no estab a del
todo eq u iv o ca d a , pero sí era algo con fu sa . A u n q u e mi su stituto de

La frase "perm ite verlos de una m anera nueva” debe quedar aquí como una
metáfora aunque traté de aplicarla literalmente. N. R. Hanson {Patierns o f Disco­
very [Cambridge, 1958], pp. 4-30) ya expuso que lo que los científicos ven depende de sus
creencias y su formación; sobre este punto se encontrarán muchos testimonios en la última
referencia citada en la nota 31.
288 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

con clu sión quedará en parte com o m etáfora, propongo la sim ie n te


d escripción.
T iem po a n tes de que nos los encontráram os, nuestros sujetos, en su
in teracción con la naturaleza, habían em p lead o con éxito una trama
co n cep tu a l diferente de la nuestra. E sa tram a había sufrido la prueba
del tiem po; y no le s había ocasionad o d ificultades. Sin em bargo, en
la época en que nos los encontramos, habían adquirido por fin toda la
variedad de exp erien cia s que no podían ser asim iladas por su forma
tradicional de en ten d é rse la s con el m undo. En e s te punto, dispusieron
de toda la exp eriencia previa para una refundición fun dam en tal de sus
co n ce p to s, pero había algo a cerca de e s a ex p er ie n c ia que ello s no
habían visto todavía. P or eso fueron víctim as de la confusión y quizá se
sintieron p ertu rb a d os.^ La co n fusión total, sin em bargo, se presentó
so lam en te en la situación ex p erim en tal im aginaria, y fu e el preludio
para rem ediarla. Transform ando la anom alía p ercibida e n u na contra­
dicción con creta, el exp erim en to im aginario le s informó a nuestros
sujetos q ué é r a lo erróneo. E sa prim era visión clara de la discordancia
entre la exp erien cia y la exp ecta tiv a impKcita dio los in dicios n e c e sa ­
rios para entender la situación.
¿Q ué cara cterísticas d eb e p o seer un experim en to imaginario para
poder producir e s o s efectos? S igu e siend o válida una parte de mi
re sp u e sta anterior. P ara q ue rev ele una d iscordancia entre el aparato
con cep tu al tradicional y la naturaleza, la situación im aginada debe
perm itirle al cien tífíco em p lear sus c o n c e p to s ordinarios de la m ism a
m anera que los ha em p lead o an tes. Esto e s , no d eb e obligarle a salirse
de lo normal. P or otra parte, e s n ecesa rio revisar ahora la parte de m í
re sp u e sta anterior q ue se refiere a la verosim ilitud física. S u p u se qu&
los exp erim en tos im aginarios esta b a n dirigidos a con trad iccion es o
co n íu sio n es p uram ente lógicas; bastaría, p u e s, co n una situación
capaz de poner de m anifiesto tales contrad iccion es; no había en to n ces
ninguna con d ición d e verosim ilitud físic a , P ero si su p o n em o s que la
naturaleza y el aparato co n ce p tu a l están im plicad os con jun tam en te en
la contrad icción p lan tead a m ed ian te los exp erim en tos im aginarios,
h a ce falta una con d ición m ás rigurosa. Si b ien la situación im aginada
no tiene que ser ni siquiera realizable p otencialm ente en la naturaleza,
el conflicto d ed ucido de ella sí d eb e ser tal que la naturaleza p u d iese
Los niños de Piaget, naturalmente, no se sintieron incómodos (al menos por
razones pertinentes) m ientras no se les mostraron sus experimentos. En la situación
histórica, sin embargo, se realizan los experimentos imaginarios por ¡a conciencia
apremiante de que algo ocurre en alguna parte.
LA FUNCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS IMAGINARIOS 289

presentarlo. En realidad, in clu so esa con dición no e s lo su ficie n te­


m ente rigurosa. El con flicto q ue se le p resen ta al cien tífíco en la
situación exp erim en tal d eb e ser tal q u e, in d ep en d ien tem en te de lo
con fuso q ue lo vea, ya d eb e h a b é rse le presen tad o an tes. A m en os que
p o s e s a una gran ex p erien cia al resp ecto , no estará preparado para
aprender sólo de lo s ex p erim en to s im aginarios.
X L L A L Ó G IC A D E L D E S C U B R IM IE N T O O L A
P S IC O L O G ÍA DE LA IN V E S T IG A C IÓ N *

E n e s t a s páginas m e propongo yuxtaponer la c o n ce p c ió n del desarro­


llo cien tífíco d escrita en mi libro La estructura de las revoluciones científi­
cas, con los pun tos de ,vista, mejor c o n o cid o s, d e nuestro presidente,
sir Karl Popper.^ Lo com ú n sería que yo d eclin a se tal co m etid o , pues
no creo tanto com o sir Karl en la utilidad de la s con frontaciones.
A d e m á s, h e adm irado su trabajo por tanto tiem po, q ue no m e e s nada
fácil ponerm e a criticarlo ahora. Pero esto y p ersuadido de que, por
e sta vez, d eb e h a c e r se el in tento. D esd e a n te s de que mi libro fu e se
pub licado, h a c e dos añ os y m ed io, h abía yo em p ez a d o a descubrir
características e s p e c ia le s y a m en ud o d e sc o n c e r ta n te s en la relación
q ue hay entre mis id ea s y la s d e él. T al relación, así com o la s reaccio ­
n e s d iv erg en tes que hacia ésta me he en contrado, indican que una
com p aración sistem a tizad a de am bas c o n c e p c io n e s ayudará a e s c la ­
recer las c o sa s. E xplicaré por q u é p ien so q ue podría se r así.
La m ayoría de las v e c e s , cu an d o tratamos ex p lícita m en te los m is­
m os p rob lem as, n uestros p u n tos d e vista a cerca d e la c ie n c ia son casi
idénticos.^ A m b os e sta m o s in teresa d o s en el p ro ce so dinám ico du­
rante el cu al se ad quiere el co n o cim ien to , y no en la estructura lógica

* Reimpreso con autorización de Criticism and the Growth o f Knowledge, I. Lakatos y A.


Musgrave, compiladores (Cambridge: Cambridge University Press, 1970), pp. 1-22.
Copyright de Cambridge University Press, 1970.
Se preparó este artículo accediendo a la invitación de P. A. Schilpp de contribuir a su
volumen The Philosophy of Karl R. Popper (La Salle, íil.: Open Court Publishing Co.,
1974), pp. 798-819. Les agradezco al profesor Schilpp y a los editores su autorización
para publicarlo como parte d é lo s documentos de este simposio, antes de la aparición del
volumen para el cual fue solicitado.
’ Para los fines del siguiente análisis, revisé los trabajos de sir Karl Popper of
Scientific Discovery (1959), Conjectures and Refutations (1963) y The Poverty o f Histori-
cism (1957). Ocasionalmente, me remito a su original Logik der Forschung (1935) y a su Open
Society and Its Enemies (1945). En mi propioi c estructura de las revoluciones científicas hay una
descripción más extensa de muchos de los problemas que aquí se tratan.
® Es de suponerse que sea algo más que una coincidencia el hecho de este traslape.
Yo no había leído nada del trabajo de sir Karl hasta la aparición, en 1959, de la
traducción al inglés de su Logih der Forschung (época en la cual mi propio trabajo existía
apenas como borrador), pero ya había oído discutir muchas de sus ideas principales. En
290
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 291

de lo s p roductos de la investigación cien tífíca. Dado e s e in terés,


am bos h a c e m o s h in ca p ié, com o datos legítim os, en lo s h ech o s y tam­
bién en el espíritu de la vid a cien tífica real, y am bos nos v olvem os
h acia la historia para en contrarlos. D e e sta fu en te de datos com parti­
dos, Retraemos m u ch as de las m ism as c o n clu sio n e s. A m b os rech aza­
m os la c o n ce p c ió n de que la cien cia progresa por acum ulación; am bos
subrayam os, en lugar de lo anterior, los p roceso s revolucionarios
durante lo s c u a le s la teoría antigua e s rechazada y rem plazada co n otra
nueva e incom patible;^ y am bos h a c e m o s d esta ca r el p apel d e s e m p e ­
drado e n e s to s p r o c e so s por e l fracaso ocasional de la teoría antigua en
satisfacer las n e c e sid a d e s p lantead as por la lógica, el exp erim ento o la
observación . P or últim o, sir Karl y yo e sta m o s unidos en nuestra
o p osición a m u ch a s d e las te sis ca racterística s d el p ositivism o clá sic o .
A m b os in sistim o s, por ejem p lo , en ia correlación, íntim a e in evitable,
de la o b serv ació n cien tífíca co n la teoría cien tífíca , so m o s, por tanto,
e s c é p t ic o s acerca d e los esfu er zo s por producir un lenguaje neutro
para la ob servación; y am bos reca lca m o s que lo s cien tífico s pueden
d ed ica rse a inventar teorías que expliquen los fen ó m en o s ob servados y
que, cu an d o tal h a cen , e s en función d e objetos reales, in d e p e n d ie n te­
m en te d el significado de esta última frase.
La lista anterior no agota los*tem as en lo s cu a le s con cord a m os sir
Karl y yo;'^ pero e s lo b a sta n te ex te n sa com o para ubicarnos dentro de
la m ism a minoría p erte n e cie n te al conjunto de los filósofos de la
cie n c ia co n tem p orá n eo s. S up ongo q u e por tal razón e s que lo s se g u i­
dores d e sir Karl han constituid o con cierta regularidad mi público m ás
afín, filo só fica m en te hablan do, y al cu a l le esto y m uy agradecido. Pero
mi gratitud no e s c o m p leta m en te pura. El m ism o acu erdo q u e p roduce
particular, lo escuché exponer algunas de ellas en las conferencias Wiliiam James, en
Harvard, durante la priinavera de 1950. Por estas circunstancias, no puedo pormenori­
zar una deuda intelectual para con sir Karl, pero alguna debo tener.
^ En otras partes uso el término "paradigma” en lugar de '‘teoría” para denotar lo
que se rechaza y remplaza durante las revoluciones científicas. Más adelante, se
apreciarán algunas de las razones para el cambio.
Subrayando otro punto de acuerdo sobre el que ha habido muchos malentendidos,
se aclararán mejor las que, según yo, son las diferencias reales entre los puntos de vista
de sir Karl y los míos. Ambos insistimos en que el apego a una tradición desem peña un
papel esencial en el desarroEo de la ciencia. Él dice, por ejemplo, que “ la tradi­
ción —aparte de nuestro conocimiento innato— es, cuantitativa y cualitativamente, la
fuente m ás importante de nuestro conocimiento” {Popper, Conjectures andRe/utations, p.
27). Ya en 1948 sir Karl escribió algo que viene m ás al caso; “ No creo que alguna vez
podamos librarnos por completo de los lazos de la tradición. La llamada liberación es tan
sólo el cambio de una tradición a otra” (ibid., p. 122).
292 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

la afinidad de e s te grupo d esv ía m uy a m enudo su in terés. Al parecer,


los seg u id o res de sir Karl p u e d e n leer p a rtes de mi libro com o si fu esen
ca p ítu los de una revisión (reciente y para algunos drástica) de su
clá sic o La lógica del descubñmiento científico. U no de ello s se pregunta si
la id ea de la cien cia d escrita en mi libro La estructura de las-revoluciones
científicas no ha sido d el dom inio público d e s d e h a ce m u ch o tiem po.
Otro, caritativam ente, d escrib e mi originalidad com o u n a dem ostra­
ción de q ue los d escu b rim ien to s de lo s h ech o s tien en un ciclo de vida
m uy parecido al de las in n ov a cion es de la teoría. Otros m ás todavía se
sien ten en general co m p la cid o s por e! libro, pero no están de acuerdo
en los d os tem a s, relativam en te secu n d a rio s, a cerca de los cu a le s es
b astan te exp lícito mi d esa c u e rd o co n sir Karl; mi in siste n c ia en la
im portancia d el com p rom iso profundo para con la tradición y mi
d esc o n ten to con las im p h c a c io n e s d el térm ino “ refu ta ción ” . En ñn,
todas e s ta s p ersonas leen mi Hbro a través de u n os singulares esp eju e­
los, sien d o que hay otra m anera d e leerlo. Lo q ue se ve a través de esos
e sp e ju elo s no e s eiTÓneo: mi co n co rd a n cia con sir Karl e s real y
su stan cial. Sin em bargo, los lecto res q ue se en cu en tran fuera del
círculo popperiano casi nun ca notan e s e a cu erdo, y son é s to s los que
m ás a m en ud o r e co n o ce n — no por fuerza co m p re n siv a m e n te— los
que para mí son los p roblem as cen tra les. Mi co n clu sió n e s q ue hay un
intercam b io g estáltico que divide a lo s le cto re s de mi libro en dos o más
grupos. Lo que uno de é s to s ve com o sorprendente p aralelism o es
virtualm ente in visib le para los otros. El d e se o de e n ten d e r e s íe fenó­
m eno e s lo que m e m otiva para em p ren d er la com p aración de mis
p un tos de vista co n los de sir Karl.
La com paración no d eb e ser, sin em bargo, una mera yuxtaposición
de punto a punto. H ay q ue a ten der no tanto a la parte periférica en la
cu al p u ed en ser a islados nuestros d esa c u e rd o s oca sio n a les y de menor
im portancia, sino a la región central en la cual p a rec em o s estar de
acuerdo. Sir Karl y yo recurrim os a los m ism o s datos; en singular
m edida, e sta m o s v ien d o las m ism as líneas sobre el m ism o papel; si se
nos inquiere sobre e s a s lín ea s y e s o s datos, fre c u e n te m e n te damos
re sp u e sta s ca si id én tica s o, por lo m en o s, resp u esta s q ue inevitab le­
m en te p arecen ser id én tica s en el aislam iento resu ltan te d el patrón
p regu n ta-resp u esta . Sin em bargo, ex p erien cias co m o la s q u e acabo de
m en cionar m e c o n v e n c e n de que n u estras in ten cio n es su ele n diferir
cu an do d e c im o s las m ism a s c o s a s . A un qu e las h n e a s se a n las m ism as,
las figuras que de ella s surgen no lo son. Por e s o digo que nos separa un
intercam bio g estáltico an tes q ue un verdadero, d esa cu erd o , y por eso
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 293

tam bién m e siento d esc o n c er ta d o y a la vez intrigado a cerca d e la


m anera mejor de explorar nuestra brecha. ¿Cómo voy a persuadir a sir
Karl, quien sa b e lo m ism o q ue yo sobre el desarrollo cien tífico y que en
una u otra parte lo ha dicho, de q ue lo que él llam a un pato p u e d e v er se
com o uil'conejo? ¿C óm o dem ostrarle lo q ue e s llevar m is esp e ju elo s
cuando él ya aprendió a mirar todo lo que yo señalo m ed iante sus
propios esp e ju elo s?
En esta situ ación se requ iere de un cam bio de estrategia, la cu a l será
sugerida en e s te párrafo. L e y en d o una vez m ás varios de los principa-
le|(libros y en sa y o s de sir Karl, en cuentro c*e nuevo una serie d e frases
re cu rren tes q u e , aunque las en tien d o y no d esa p ru eb o , son ex p resio ­
n es que yo n unca habría usado en los m ism o s lugares. In du dab le­
m en te, la mayoría d e las v e c e s se trata de m etáforas a p licadas retóri­
c a m e n te a situ a cio n es que, en otras p a rtes, sir Karl ha d escrito de
m anera ex c e p c io n a l. Sin em bargo, para lo que aquí nos o cu p a, esta s
m etáforas, q ue m e p a rec en ev id e n te m e n te im propias, p u ed en resultar
m ás ú tiles q ue las d esc rip cio n e s objetivas. E s decir, p u ed en ser sin ­
tom áticas de d iferen cia s co n tex tú a le s o cu ltas detrás d e la expresión
literaria. D e ser así, e s ta s e x p re sio n es serán no las líneas-sob re-el-
p apel sino la oreja-del-conejo, el chal o el listón-en-la-garganta que
aísla uno para el amigo al en se ñ a r le a transformar su m anera de ver un
dibujo gestáltico . Por lo m en o s, e s o es lo q ue espero d e ellas. T engo en
m en te cuatro de e s a s ex p r e sio n e s, las c u a le s trataré una por una.

Entre los a su n to s fu n d a m en ta les en los c u a le s con co rd a m o s sir Karl y


yo figura nuestra in siste n c ia en que, al analizar el desarrollo del
co n o cim ien to cien tífico, se tom e en cu en ta la forma en que la cien cia
se practica realm en te. Por eso , m e alarman algunas de sus frecu en ­
tes gen era lizacio n es. Una de e lla s se en cu en tra al principio d el ca p í­
tulo prim ero de La lógica del descubrimiento científico: “ U n c ie n tí­
fico — d ice sir Karl— , s e a teórico o exp erim en tal, propone ciertos
en u n ciad o s, o sis te m a s de en u n cia d o s, y luego los prueba uno por
uno. M ás particu larm ente, en el ca m p o de las c ie n c ia s em p íricas,
form ula h ip ó tesis o siste m a s de teorías, y seg u id a m en te las confronta
con la e x p er ie n c ia m ed ia n te la o b serv a ció n y el ex p er im en to .” ® Su
afirm ación e s virtualm ente un clich é; pero al aplicarlo o frece tres
problem as. E s am biguo, p u e s no e s p e c ific a q ué e s lo que se está
so m etien d o a prueba, si “ e n u n c ia d o s” o “ teorías” . Cierto e s q ue la
am bigüedad p u ed e eHminarse haciend o referencia a otros p asajes de
® Logic o f Sdentific DÍÁcovery, p. 27.
294 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

los escritos d e sir Karl, pero la gen eralización resu ltan te e s errónea
d e sd e el punto de vista h istórico. A l m ism o tiem po, e l error es de
im portancia, p u es la form a clara de la d escrip ció n p rescin d e de esa
característica de la p ráctica cien tífica que e s lo q ue mejor distingue a
la cien cia de otras actividad es creativas.
H ay una c ia se de “ en u n ciad o” o “ h ip ó te s is” q ue los científicos
so m eten rep etid a m en te a prueba sistem á tica . T engo en m ente los
en u n cia d o s co n sis te n te s en la s m ejores con jeturas que el investigador
se h a c e sobre la m anera correcta de relacionar su problem a con el
cuerpo de con ocim ien tos cien tífico s aceptado. P u e d e conjeturar, por
ejem plo, q ue una determ in ada su sta n cia q uím ica, d esc o n o c id a , con­
tien e la sal de una tierra rara; que la ob esid a d de sus ratas exp erim en ­
tales o b e d e c e a un d eterm inado co m p o n e n te de sus dietas; o que un
esp ectro recién d escu b ierto d eb e en ten d e rse com o efe cto del espín
nuclear. En ca d a c a s o , los p a so s sig u ie n tes de su in v estigación co n sis­
tirán en tratar d e probar la conjetura o h ip ó tesis. Si é s ta p asa una serie
de p ru eb as, e n to n c e s el cien tifíco habrá h e c h o un descub rim iento o,
por lo m e n o s, resuelto el acertijo q ue traía entre m anos. De no ser así,
deb e abandonar el p roblem a o tratar de resolverlo con la ayuda de otra
h ip ótesis. A un qu e no todos, m u ch o s p roblem as de in v estig ació n adop­
tan esta forma. L as prueb as de e s ta índole son uno de lo s com p onentes
norm ales de lo que en otra parte llam é “ c ie n c ia norm al” o “ investiga­
ción norm al” , actividad q ue da c u en ta de la abrumadora mayoría del
trabajo realizado en el terreno de las c ie n c ia s b á sica s. O b sér v ese que
tales p ruebas no apuntan h acia la teoría p rev a lecien te. P or el contra­
rio, al esta r trabajando en un problem a de in v estig ació n normal, el
cien tífíco deb e establecer como premisa la teoría im peran te, la cu al consti­
tuye las reglas de su juego. Su objeto e s resolver un m isterio, un
acertijo, de p referen cia uno en el que otros in vestigad ores hayan
fracasado; y la teoría p resen te e s n ecesaria para definir e s e misterio y
para garantizar q ue, trabajándolo bien p u e d a ser resuelto.® Por su-

® P ara una exposición amplia de la ciencia normal, la actividad para la que están
formados los profesionales, véase The Structure o f Scientific Revolutions, pp. 2 3 ^ 2 y
135-142. Es importante observar que cuando describo al científíco como resolvedor de
acertijos y sir Karl lo describe como resolvedor de problemas (por ejemplo, en su
Conjectures andRefuíations, pp. 67, 222), la similitud de nuestros términos enm ascara una
divergencia fundamental. Sir Karl escribe (cursivas son de él): “ Es cosa admitida que
nuestras expectativas y, por tanto, nuestras teorías pueden preceder, históricamente, a
nuestros problemas. Sin embargo, la ciencia sólo comienza con problemas. Los problemas
afloran especialm ente cuando nos decepcionamos de nuestras expectativas, o cuando
nuestras teorías nos meten en dificultades, en contradicciones.” Uso el término “ acer-
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 295

p u esto , quien se en trega a tal em p resa d eb e probar fr e c u e n te m e n te la


solución h ip otética q ue su in gen io le su p e r a . P ero lo único que se
prueba e s su p ersonal conjetura. Si ésta no p a sa la prueba, e n to n c e s lo
que q ued a im pugnad o e s ex c lu siv a m e n te su propia destreza y no el
cuerpo ^ la c ie n c ia p rev a lecien te. En fin, no ob sta n te que las pruebas
se dan con fre cu en cia en la cien cia normal, é s ta s son de una cla se
peculiar, p u es en ú ltim a in sta n cia lo som etid o a pru eb a e s el própio
científico y no la teoría p rev a lec ien te.
Pero é sta no e s la c la s e de pru eb a de la que habla sir Karl. A él le
in teresa e l cam in o q ue sig u e la cie n c ia en su desarrollo, y está c o n v en ­
cido de q ue e s e “ desarrollo” ocurre principalm en te no por a cu m u la ­
ción sino por el d errocam iento revolucionario de una teoría acep ta d a y
su stitu ción de ésta por otra mejor.^ (La subordinación de “ derroca­
m iento rep etid o ” al término “ d esarrollo” e s , en sí, una extravagancia
Ungüística cuya raison d ’être se aclarará en seguida.) Partiendo de aquí,
sir Karl subraya las prueb as realizadas para explorar las Umitacio-
nes de la teoría a cep tad a o para so m eter la teoría triunfante a una
tensión m áxim a. E ntre sus ejem p lo s favoritos, todos ellos alarm antes y
de efe cto s d e stiiíc tiv o s, están lo s exp erim en tos de L avoisier sobre la
ca lcin ación, la ex p ed ición para observar el ec lip se de 1919 y los e x p e ­
rim entos re c ie n te s sob re la con se rv a c ió n de la paridad,® T od as ésta s
son, d e sd e lu eg o , pru eb as c lá sic a s, pero al usarlas para caracterizar la
actividad cien tífíca sir Karl se olvida de algo terriblem ente importante:
que a co n tec im ien to s com o é s o s son en extrem o raros en el d e s a ­
rrollo de ia cien cia . C uando ocurren, son p rovocados g en eralm en te
por una crisis en un determ in ado cam p o de la cien cia (los ex p er im en ­
tos de Lavoisier o ios trabajos de L e e y Yang),® o bien por la existen cia
de una teoría q ue rivaliza con lo s cá n o n es de in vestigación p resen te s
(la teoría g en eral de la relatividad de Einstein). É sto s son , sin em bargo,
a sp ec to s de lo que lla m é en otra parte “ in v estigación extraordinaria” ,
em p resa en la cu al los cien tífic o s sí m uestran m u ch a s de la s caracte-

tijo” (o rompecabezas) para subrayar que las dificultades a las que ordinariamente se
enfrenta incluso el mejor científíco son, como los crucigram as o los problem as de
ajedrez, verdaderos retos a su ingenio. Él es quien tiene una dificultad, no la teoría del
momento. Mi punto es casi opuesto al de sir Karl.
^ Véase Popper, Conjectures and Réfutations, pp. 129, 215 y 221, sobre enunciados
particularm ente vigorosos de esta posición.
® Por ejemplo, ibid., p. 220.
® Sobre el trabajo relativo a la calcinación, véase Gueriac, lavoisier; The Crucial Year
(1961). Sobre los antecedentes de los experimentos de la paridad, véase Hafner y
Presswood, ‘’Strong Interference and Weak Interactions” , S d w e , 149(1965): 503-510.
296 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

rísticas que subraya sir Karl, pero una de la s c u a le s, p o rlo m enos en el


pasado, se ha p resen tad o sólo de m anera in term iten te y en circunstan­
cias m uy e s p e c ia le s de una disciplina cien tífíca dada.^°
Sugiero, p u e s, q ue sir Karl caracteriza a la c ien cia en tera en térmi­
nos que se aplican sólo a sus ocasionales revoluciones. Esto e s natural y
común: las proezas de un Copérnico o un Einstein se leen mejor que las
de Brahe o las de Lorentz; sir Karl no e s el primero en tomar lo que
llamo cien cia normal por actividad en sí caren te de in terés. Sin em ­
bargo, no se p u e d e n en ten d e r ni la c ien cia ni el desarrollo del conoci­
m iento viendo la in vestigación e x c lu siv a m en te a través de la s revolu­
cio n e s q ue p roduce oca sion alm en te. P or ejem p lo, aunque la prueba de
los com p ro m iso s b á sico s ocurre sólo en la cien cia extraordinaria, es la
cien cia normal la q ue p one de m anifiesto tanto los p u n tos a probar
com o la m anera de probarlos. Y lo s p ro fesion ales se forman por la
práctica de la c ie n c ia normal y no de la extraordinaria. Si, a p esa r de
ello, logran d esp lazar y rem plazar las teorías en la s q ue se funda la
práctica norm al, esto o b e d e c e a una p ecu liaridad q ue hay que expli­
car. P or últim o, y é s te e s por ahora mi punto principal, una mirada
cuid adosa a la actividad cien tífica sugiere q u e, en lugar de la ciencia
extraordinaria, e s la cie n c ia normal, en la cu a l no ocurren la s c la s e s de
pruebas de q ue habla sir Karl, la q ue mejor distingue a la ciencia
d e otras actividades hum anas. Si es q ue ex iste un criterio de dem ar­
cación — y no d eb em o s buscar, creo, un criterio rotundo ni deci­
sivo— , éste p u e d e consistir en e s a parte d e la cien cia que pasa
por alto sir Karl.
En uno de sus e n sa y o s m ás ev o ca d ores, sir Karl h a ce rem ontar el
origen de “la tradición de la discusión crítica [que] representa la única
m anera práctica de expandir nuestro co n o cim ien to ” a lo s filósofos
griegos, de T ales a P latón, h om bres q ue, seg ú n él, alentaron la d iscu ­
sión crítica tanto entre e s c u e la s d iferen tes com o dentro de cad a una de
e lla s .” La d escrip ció n d el discu rso p resocràtico con la que ilustra su
aserto es excelente, sólo que lo que presenta no se asemeja en nada a
la cien cia . Lejos de ello, la tradición de afirm aciones, n ega cion es y
d eb ates sobre lo s fu n d a m en to s es lo q u e, salvo quizá durante la Edad
M edia, caracteriza a la filosofía y a gran parte de la s cie n c ia s sociales.
Ya d e sd e la s m a tem ática s del periodo h elé n ico , la astronom ía, la
estática y la s partes g eom étricas de la óp tica abandonaron este modo
de d iscurso y optaron por la so lu ción de lo s problem as. Y, d esd e
Este punto se trata ampliamente en mi Structure qf Scientific Revolutions, pp. 52-97.
” Popper, Conjectures und Refiucuions, cap. 5, especialmente pp. 148-152.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 297

en to n c es, ca d a vez m á s cie n c ia s lian sufrido la m ism a transición. En


cierto sentid o, para p o n e r al d erech o los p untos de vista de sir Karl, es
p recisa m en te el abandono del discu rso crítico lo q ue marca la transi­
ción hacia la c ien cia . En cuanto en un cam po dado ocurre tal transi­
ción, el^discurso se p resen ta sólo en los m om en to s de crisis, cuando
están en peligro las b a se s de e s e c a m p o . S ó l o cuando d eb en elegir
entre teorías rivales, lo s cien tífic o s se com portan com o filósofos. Creo
que por eso la brillante d escrip ció n que sir Karl h a ce de las razones
para la e le c c ió n entre sis te m a s m eta físico s se a sem eja tanto a mi
prbpia d escrip ció n de la s razones para elegir entre diferentes teorías
científicas.^^ Como trataré de dem ostrarlo, en ninguna e le c c ió n la
prueba p u e d e d ese m p eñ a r un p a p e l d ecisivo.
H ay, sin em bargo, una b uen a razón para creer q ue la p rueba fun­
ciona así, y el exam inarla, e l pato de sir Karl bien podrá con vertirse en
mi conejo. N o p u ed e existir n inguna actividad de resolver acertijos a
m en os que q u ie n e s la p ractiquen com partan criterios que, para ese
grupo y e s a ép o ca , d eterm in en cu ándo se ha resuelto un determ inado
acertijo. Con los m ism o s criterios se determ inará, n ece sa r ia m e n te , el
fracaso en hallar una so lu ció n , y q uienquiera que tenga q ue elegir
podrá ver en e s e fracaso el fracaso de la teoría sometida a prueba.
Normalmente, com o ya lo subrayé, no e s así com o se ve el asunto. El
único culpable es el profesional, no sus instrumentos; pero en circunstan­
cias especiales que provocan una crisis dentro de la profesión — por
ejemplo, un fracaso evidente o la falla repetida de la mayoría de los
profesionales más brillantes— e s posible que cambie la opinión del grupo.
Un fracaso visto primero com o personal puede llegar a verse com o el
fracaso de una teoría sometida a prueba. De ahí en adelante, com o la
prueba surgió de un acertijo y, por tanto llevaba los criterios para resol­
verlo, aquélla resulta m ás rigurosa y difícil de esquivar, que las pruebas
existentes dentro de una tradición cuyo modo normal e s el del discurso
crítico en lugar de la solución de acertijos.
En cierto sentido, la rigurosidad de los criterios de prueba es,
pues, sencillam ente, un lado de la moneda, cuya otra cara es la tradi­
ción de solución de acertijos. Por eso e s que la línea de demarcación
de sir Karl y la mía coinciden tan frecuentem ente. Pero esa coincidéncia

Aunque yo no estaba buscando entonces un criterio de demarcación, precisam ente


argumenté estos puntos en mi Structure o f Scientific Revolutions, pp. 10-22 y 87-90.
Compárese Popper, Coryectures and Refutations, pp. 192-200, con mi Structure o f Scientific
Remiutions, pp. 143-158.
298 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

se da únicamente en los resultados; el proceso de aplicarlas e s muy dife­


rente, y aísla distintos a sp ec to s de la actividad a cerca de la cual deb«
tom arse la d ecisió n — la c ie n c ia o la no c ie n c ia — . AI exam inar los
c a s o s perturbadores, por ejem plo, el p sicoa n á lisis o la historiografía
m arxista, para lo s c u a le s, seg ú n sus propias palabras, sir Karl ideó su
c r i t e r i o , e s t o y de acuerdo en que no p u e d e lla m á rseles “ c ien cia s”
prop iam ente d ich as. Pero llego a e s a co n clu sión por una ruta mucho
más segura y d irecta que la de él. Con un breve ejem plo se verá que, de
los dos criterios, el de la pru eb a y el de la solución de acertijos, este
último e s a la vez el m en os eq u ívoco y el m ás fundam ental.
Para evitar controversias co n tem p o rán ea s q ue no vienen al caso,
prefiero exam inar la astrología en lugar d e, d igam os, el psicoanálisis.
El de la astrología e s el ejem plo de “ s e u d o c ie n c ia ” citado m ás frecuen­
tem en te por sir K arl.’®É ste afirma: “ H acien d o sus interpretaciones y
p rofecías en forma su ficie n tem en te vaga, [los astrólogos] pudieron
justificar cualquier co sa que h u b iese constituido una refutación de la
teoría si ésta y la s profecías h u b iesen sido m ás p recisas. Para evad irla
refutación, destruyeron la posibilidad de so m eter a p r u é b a la teoría.
En e s a s g en eralizaciones, se capta algo del espíritu de la actividad
astrológica. P ero, tom adas literalm en te, com o debiera h acerse para
que brinden un criterio de dem arcación , son im posibles de sostener.
Durante los siglos en que gozó de reputación in telectual, la historia de
la astrología registra m u ch a s p red iccio n es q ue fallaron categórica­
mente.^^ N i siquiera los astrólogos m ás co n v en cid o s ni s u s defen sores
m ás v eh em e n tes dudaron de la recurrencia de tales fracasos. Pero la
astrología no p uede ser elim inada de las cie n c ia s por la forma en que
fueron elaboradas su s p red iccion es.
T a m p o co p u e d e ser d escartad a por la form a en que sus practicantes
explicaron el fracaso. Los astrólogos señalaron q u e, por ejem plo, a
diferencia de las p red ic cio n es gen er a le s a cerca d e, d igam os, las ten­
d en cia s de un individuo o una calam idad natural, la pred icción del
futuro de un individuo era tarea in m e n sa m e n te com p leja, que exig íala
suprem a .destreza y que era ex trem a d am en te se n sib le a los en'ores
m enores co n ten id o s en los datos. La configuración de las estrellas y los

Popper, Conjectures and Refutalions, p. 34.


En el índice de Conjectures and Refutaiions hay ocho entradas llam adas “ astrología
como seudociencia típica” .
Popper, Conjectures and Refutations, p. 37.
Para ejemplos, véase Thorndike,/4 History ofMagit· and Experimental Science, 8 vols.
(1923-1958), 5:225 «„· 6:71, 101, 114.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 299

ocho p la n eta s estab a n ca m b iand o co n stan tem en te; las tablas astro­
n óm icas em p lea d a s para calcu lar la configuración en el m om ento del
nacim iento de un individuo eran im p erfectas notoriam ente; p ocos
hombres^sabían el in sta n te de su nacim iento con la p recisió n n e c e s a ­
ria .’®¿(^ué de sorpren dente tien e, p ues, q ue fallasen fre cu en te m e n te
las p red iccio n es? S ólo d e sp u é s d e que la propia astrología se volvió
im plausible, e s to s argu m en tos vinieron a en cerrarse en un círculo
v ic io s o .’® H oy en día, se esg rim en argum entos por el estilo para
explicar, por ejem p lo, los fra caso s en la m ed icina o en la m eteorología.
Etí^épocas de p roblem as son em p lea d o s tam bién en las c ie n c ia s e x a c ­
tas, en ca m p o s com o la física, la quím ica y la astronomia,^“ La forma
en q ue los astrólogos explicaron su s fraca so s no fue nada acientífica.
P ero la astrología no era una cien cia . S e trataba m ás b ien d e un
oficio, una artesanía, algo parecid o a la ingeniería, la m eteorología y la
m edicina tal y com o s e practicaron esta s a ctividad es hasta h a c e poco
m ás de un siglo. S e p a rece m u ch o , creo, a la m ed icin a antigua y al
p sico a n á lisis con tem p o rá n eo . En ca d a uno de esto s ca m p o s, la teoría
compartida era adecuada sólo para establecer la plausibilidad de la dis­
ciplina y para fundam entar las reglas em píricas que gobernaban la
práctica. E s ta s reglas resultaron ú tiles en el p asado, pero ninguno de
su s p ractica n tes su p u so que bastarían para im pedir el fracaso recu ­
rrente. S e d esea b a n u n a teoría m ás articulada y reglas m ás ú tiles, pero
habría sido absurdo abandonar una disciplina p lausible y de lo más
n ecesa ria , co n una tradición d e éxito lim itado, se n c illa m en te porque
e s o s d e s e o s no se p u d iese n cum plir todavía. Faltando tales elem en to s,
sin em bargo, ni el astrólogo ni el m éd ico podían hacer investigación .
A unque tenían reglas que aplicar, no tenían acertijos que resolver y,
por co n sig u ien te, tam poco c ien cia q ue practicar.^''

P a ra expUcaciones reiteradas dei fracaso, véase ibid., 1:11, 514-515: 4:368; 5:279.
Una penetrante relación de las razones de que la astrología haya perdido plausibili-
dad se encuentra en Stahlm an, “ Astrology in Colonial America: An Extended Query” ,
WílliamandMaryQuarterly, 13 (1956): 551-563. P a ra una explicación del atractivo anterior
de la astrología, véase Thorndike, “ The True Place of Astrology in the History of
Science” , Isis, 46 (1955): 273-278.
Cf. mi Structure o f Scieritific Revolutions, pp. 66-76,
Esta formulación indica que podría salvarse el criterio de demarcación de sir Karl,
con sólo modificar levemente su,forma de expresarlo, y conservándolo de acuerdo con su
intento obvio. P a ra que un campo sea una ciencia, sus conclusiones deben derivarse
lógicamente de premisas compartidas. De este modo, la astrologa sería eliminada no porque
sus pronósticos no puedan comprobarse, sino porque únicam ente los más generales y
menos comprobables son los que pueden derivarse de un a teoría aceptada. Como todo
300 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

C om párese la situación del astrónomo con la del astrólogo. Si la predic­


ción de un astrónomo fallaba y éste verificaba su s cálculos, aún tenía la
esperanza de enderezar la situación. Quizá los datos fu esen incorrectos;
podían reexam inarse las observaciones antiguas y h acerse m ediciones
nuevas, tareas que planteban toda una variedad de problem as de cálculo
y del funcionam iento de los instrum entos. O quizá h ub iese que hacer
ajustes a la teoría, bien arreglando los epiciclos, las excéntricas, los
ecuan tes, e tc ., o bien haciendo reformas fundam entales a la técnica
astronómica. Durante m ás de un m ilenio, fueron éstos los acertijos teóri­
cos y m atem áticos de los que, aunados a su s correlatos instrum entales, se
constituyó la tradición de la investigación astrónómica. Al astrólogo, en
cam bio, no se le presentaron estos acertijos. Podía explicarse el aconte­
cim iento de fracasos, pero los fracasos particulares no daban lugar a
acertijos de investigación, pues ningún hombre, por diestro que fuese,
podía em plearlos en un intento constructivo por revisar la tradición
astrológica. Había m uchas p osibles fuentes de dificultad, la mayor parte
de ellas m ás allá de los conocim ientos, el control o la responsabilidad del
astrólogo. Por eso, los fracasos individuales no arrojaban información
nueva com o tam poco, a los ojos de los colegas, se reflejaban en ía
com petencia del pronosticador.“ Aunque regularm ente el astrónomo y el
astrólogo se daban en una m ism a persona, por ejem plo Tolom eo, Kepler y
Tycho Brahe, nunca existió el equivalente astrológico de la tradición
astronómica de solución de acertijos. Y, sin problem as que p usiesen a
prueba el ingenio del individuo, la astrología no podía con vertirse en una
ciencia, aun cuando las estrellas hubiesen controlado efectivam ente el
destino humano,

campo que satisficiese tal condición podria apoyar una tradición de solución de acerti­
jos., la sugerencia es claram ente útil. Casi se convierte en la condición suficiente para
que un campo dado sea una ciencia. Pero, en esta forma por lo menos, no es ni siquiera
una condición suficiente y de s e ^ r o no es una condición necesaria. Admitiría como
ciencias, por ejemplo, la topografía y la navegación, y se opondría a la taxonomía, la
geología histórica y la teoría de la evolución. Las conclusiones de una ciencia deben ser
precisas y válidas, sin se r totalmente derivables por procedimientos ló ce o s de las
premisas aceptadas. Véase mi Stmctare q f Scientific Revolutions, pp. 35-51, y también la
exposición que sigue.
Con esto no se sugiere que los astrólogos no se criticaran unos a otros. Por lo
contrario, como los profesionales de la filosofía y algunas ciencias sociales, pertenecían
a toda una variedad de escuelas, y la contienda entre éstas era a veces llena de
mordacidad. Pero ordinariamente estos debates g ra b a n en torno de la implausibiUdad de
la particular teoría aceptada por u n a u otra eácuela. No se Ies concedía mucha'importan­
cia a los fracasos de las predicciones individuales. Com párese con Thorndike,/! History
o f Magic and Expeñmental Science, 5:233.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 301

En sum a, si bien los astrólogos hicieron predicciones su scep tib les de


ser som etidas a prueba y reconocieron q ue a v ec es fallaban tales predic­
ciones, no trabajaron en la clase de actividades que caracterizan nor­
m alm ente a todas la cien cia s reconocidas. T iene razón sir Karl cuando
excluyi^a la astrología de las cien cias. Pero el concentrarse casi exclu ­
sivam ente en los cam bios revolucionarios de la teoría científica le
im pide la mejor razón para excluirla. Este hecho puede explicar, a su
vez, otra peculiaridad de la historiografía de sir Karl. A pesar de que
subraya una y otra v ez el p a p e l de las pruebas en el remplazo de las
tpjrías, por ejemplo la de T olom eo, fueron rem plazadas por otras antes
de haber sido probadas verdaderamente.^^ Por lo m enos en algunas
ocasiones, las pruebas no son cond iciones in dispensables para las revo­
luciones a través de las cu ales avanza la ciencia. Pero no ocurre lo
m ism o con los acertijos. A unque las teorías que cita sir Karl no hayan
sido p uestas a prueba antes de ser desplazadas, ninguna de éstas fue
sustituida antes de que dejara de apoyar una tradición de solución de
acertijos. Era un escándalo el estado de la astronomía a principios del
siglo XV!, Sin em bargo, los astrónom os, en su mayoría, pensaban que
con ajustes norm ales de un modelo básicam ente tolem aico se enm en da­
ría la situación. En e s e sentido, no puede decirse que la teoría no
hub iese pasado la prueba. Pero unos cuantos astrónomos, entre ellojs
Copérnico, pensaron q ue la s dificultades debían residir en el propio
enfoque tolem aico an tes que en las versiones particulares de la teoría
tolem aica, desarrolladas hasta esa época, y los resultados de esa con ­
vicción están ya registrados en la historia. La situación es t í p i c a . C o n o
sin pruebas, una tradición de solución 'de acertijos puede preparar el
cam ino para ser desplazada. Confiar en la prueba com o nota distintiva
de una cien cia e s olvidarse de lo que los científicos hacen principal­
m ente y, con ello, de la característica primordial de su actividad.
Todo lo anterior p u e d e servir de a n te ce d e n te para d escubrir rápida­
m ente la o casió n y la s c o n s e c u e n c ia s de otra de las lo cu cio n es favori­
tas de sir K a rl El prefacio a Conjectures and Refutaiions se inicia con
esta s frases: “ Los en sa y o s y las co n feren cia s de lo s cu a le s se co m p o n e
e s te Ubro son variacion es sobre un tem a m uy sim ple: la tesis de que
podemos aprender de nuestros errores.'’ Las cursivas son de sir Karl; la tesis
se repite en sus escritos d esd e hace mucho;^® vista aisladam ente, de

Véase Popper, Conjectures and Refutations, p. 246.


Véase mi Structure of Scientific Revolutions, pp. 77-87.
La cita se tomó de Popper, Conjectures andRefhtatíons, p. vii, de un prefacio que data
302 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

modo inevitable obliga a compartirla. Todo el mundo puede aprender y


aprende de sus errores; distinguirlos y corregirlos e s técnica esen cial de
la en señanza infantil. La retórica de sir Karl arraiga en la experiencia
cotidiana. Sin em bargo, en el contexto en que invoca este imperativo
familiar, su aplicación parece ser definitivam ente impropia. Y no estoy
seguro de que se haya com etido un error, por lo m enos un error del que
se pueda aprender algo.
N o e s n ecesa rio en frentarse a los problem as filo só ficos m ás profun­
dos q ue p resen ta n los errores para ver lo que e s tá en juego en este
m om ento. E s un error sum ar tres m ás tres y o b tener cin co , o concluir,
de “ T o d o s los h om b res son m o rta les” , que “ T odos los m ortales son
h o m b re s” . P or razones d iferen tes, e s un error d ecir “ É l e s mi her­
m a n a ” , o com u nicar la p resen cia de un fuerte ca m p o eléctrico cuando
las cargas de prueba no lo in dican. E s de su p o n erse que haya aun otras
c la se s de errores, pero lo s norm ales p rob ablem ente com parten las
sig u ie n tes características: se c o m e te un error en un m om ento y lugar
e s p e c ific a b le s, por un individuo determ inado. Tal individuo no ha
o b ed ecid o una de las reglas e sta b le c id a s de la lógica o del lenguaje, o
bien de las relaciones entre alguna de é s a s y la ex p eriencia, O tal vez
no haya recon ocido las c o n s e c u e n c ia s de u na e le c c ió n particular entre
las o p cio n es que la s reglas le perm iten . El individuo p u e d e aprender
de su error sólo que el grupo cu y a p ráctica incorpora e s ta s reglas
p u ed a aisla rla falla del individuo en aplicarlas. En su m a, las cla se s de
errores a la s cu a le s se aphca m ás o b v iam en te el im perativo de sir Karl
son las de las fallas del individuo en en ten d e r o en reco n o cer algo
dentro de una actividad gobernada por reglas p ree sta b le cid a s. En las
c ie n c ia s , tales errores ocurren con m ás fre cu en cia y quizá ex clu siv a ­
m en te dentro de la p rá ctica de la in vestigación de solu ción normal de
acertijos.
Pero no e s ahí en d onde b u sca sir Karl, p u es su co n cep to de ciencia
o sc u r e c e in clu so la ex iste n c ia de la in v estigación normal. En lugar de
ello, exam in a los a c o n tec im ien to s extraordinarios o revolucionarios
del desarrollo cien tífico . Los errores q ue señala no son actos sino m ás
bien teorías cien tífica s anacrónicas: la astronom ía tolem aica, la teoría
del flogisto o la dinám ica new toniana. Y “ aprender de nuestros erro­
re s” es, co rresp o n d ien tem en te, lo q ue ocurre cu ando una com unidad

de 1962, Anteriormente, sir Karl equiparaba “ aprender de nuestras equivocaciones” con


“ aprender por ensayo y error” (ibid,, p. 216), y la formulación de por ensayo y error data por
lo menos de 1937 (ibid., p. 312); en espíritu es más antigua que aquélla. Mucho de lo que se
dice en seguida sobre la noción de “equivocación” en sir Karl se aplica igualmente a su
concepto de “error’’’.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 303

cien tífica rech a za una de e s a s teorías y la su stitu ye por otra.^® Si esto


no se ve de in m ediato com o un u so irregular, ello se d eb e a que
d esp ierta la parte in d u ctiv ista q ue hay en todos nosotros. C reyendo
que la% teorías válidas son producto de in d u cc io n es correctas a partir
de lo sih e c h o s, el in d u ctivista d eb e so sten er tam bién que una teoría
fa lsa es resultado de un error de in d u cció n . Por lo m en o s en principio,
está preparado para resp o n d er esta s preguntas: ¿qué error s e c o m e ­
tió?, ¿qué regla se violó?, ¿cu ándo y por quién para llegar al — diga­
m os— siste m a tolem aico? Para el hom bre que en cu en tra razonables
^ t a s preguntas, y sólo para él, la expresión de sir Karl no presenta
problem as.
P ero ni sir Karl ni yo so m o s indu ctivistas. N o cr ee m o s q ue haya
reglas para in ducir teorías correctas a partir de los h e c h o s, y ni
siquiera q ue la s teorías, correcta s o incorrectas, sean producto d e la
in du cción . M ás bien las v em o s com o afirm aciones im aginativas inven ­
tadas de una sola v ez para ser ap licadas a la naturaleza. Y aunque
in d ic a m o s q u e ta le s a fir m a c io n e s p u e d e n term in ar por e n c o n ­
trarse — y u su a lm e n te así ocurre— problem as que no p u e d e n resol­
ver, r e co n o ce m o s tam b ién que e s a s con fron taciones problem áticas
su c e d e n raram ente durante cierto tiem po d esp u é s de q ue una teoría
ha sido inven tad a y acep tad a. S eg ú n nosotros, p u e s, no se com etió
ningún error para llegar al siste m a tolem aico, y por eso se me dificulta
tanto en ten d e r lo que quiere d ecir sir Karl cu ando a e s e siste m a , o a
cu alq uier otra teoría an acrón ica, le llam a error. Lo más q ue podría
decirse e s que una teoría q ue anteriorm ente no era errónea se ha
convertido en errónea, o que un cien tífico ha com etid o el error de
aferrarse d em asiad o tiem po a una teoría, Y aun e s ta s ex p resio n es, de
las cu a le s por lo m en o s la primera e s ex trem a d am en te in co n v en ien te,
no nos d ev u elv en al significado de error con el cu al esta m o s m ás

Ihid., pp. 215 y 220. En estas páginas sir Karl describe e ilustra su tesis de que la
ciencia crece por revoluciones. M ientras tanto, no yuxtapone siempre el término “ equi­
vocación” al nombre de un a teoría científica extemporánea, quizá porque gracias a su
buen instinto histórico no cae en tan burdo anacronismo. Sin embargo, el anacronismo
es fundam ental en la retórica de sir Karl, lo que da reiterados indicios de las diferencias
fundam entales que existen entre nosotros. A menos que las teorías anticuadas sean
equivocaciones, no hay m anera de reconciliar, digamos, el párrafo inicial del prefacio de
sir Karl {¿¿id., p, vii: “ aprender de nuestras equivocaciones” ; “ nuestros intentos,
a menudo equivocados, por resolver nuestros problem as” ; “ pruebas que pueden ayu­
darnos a descubrir nuestras equivocaciones” ) con la idea {ibid., p, 215) de que “ el
desarrollo del conocimiento científico.. . {consiste en }el continuo derrocamiento de las
teorías científicas y su sustitución por otras mejores o más satisfactorias” .
304 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

fam iliarizados. E so s errores son los n orm ales q ue un astrónom o tole­


m aico (o copernicano) co m e te dentro de su siste m a , quizá en la ob ser­
vación, el cálculo o el análisis de los datos. E s decir, son ia cla se de
errores que d eb en ser aislados y lu ego corregidos, dejando intacto e l
sistem a original. En el sentid o que le da sir Karl, por otra parte, un
error contam ina a todo el siste m a y sólo p u e d e ser corregido sustitu­
yendo por otro todo e l sistem a . N inguna exp resión , ni nada que se le
parezca, p u e d e encubrir e s ta s d iferencias fu n d a m en ta les, com o tam ­
poco se p u ed e ocultar el h ech o d e q ue an tes de la con tam in ación el
sistem a p oseía la integridad característica de lo q ue Uamam os ahora
co n o cim ien to sólido.
P o sib le m e n te p u ed a salvarse el sentid o q ue sir Karl le da al término
“ error” , pero para lograrlo d eb em o s despojarlo d e ciertos significados
que tiene todavía. C om o el término “ probar” , el de “ error” se tomó
prestado de la cien cia normal, en d onde su em p leo e s razonab lem ente
claro, para apBcarlo a los a co n tecim ien tos revolucionarios, en donde
tal aplicación no deja de ser p roblem ática. Esa transferencia crea, o
por lo m en os ro b u stece, la im presión p rev a lecien te de que teorías
en teras p u ed en juzgarse con los m ism os criterios que se em p lean para
juzgar las a p lica cion es de una teoría dentro d e un trabajo d e in v estig a ­
ción individual. Cobra e n to n c es u rgencia, para m u c h o s,-e l d escu b ri­
m iento de los criterios a p h ca b les al caso. Q ue sir Karl figure entre ellos
m e p arece extraño, p u es la b ú sq ueda va en contra de la id ea más
original de su filosofía de la c ien cia . P ero no p uedo en ten d er de otra
m anera sus escrito s m eto d o ló gico s d e sd e la Logik der Forschung.
Ahora, a p esa r de todas las im p u g n a c io n es expKcitas, sugeriré que ha
b uscado c o n se c u e n te m e n te p ro ced im ien tos d e evaluación aplicables
a teorías, los cu a le s p o sea n la seguridad ev id e n te que caracteriza a las
técn ica s por las c u a le s se id en tifican lo s errores en la aritm ética, la
lógica o la m ed ició n . Me T em o que está p ersiguien do una quim era
nacida de la m ism a con fusión de la c ien cia normal con la extraordina­
ria, y que ha h ech o q ue las p ru eb as p arezcan un co m p on en te fun da­
m ental de las cien cia s.

En su Logik der Forschung,, sir Karl subrayó la asim etría de una gen era­
lización y su n eg a ció n co n re sp ec to a la s p ruebas em p íricas. N o se
p u ed e dem ostrar q ue una teoría cien tífica se aplique a todos lo s ca so s
p o sib les, pero sí q u e no s e aplica a d eterm in a d o s ca so s. L a in siste n c ia
en e s e axiom a lógico y en sus im p lica c io n es p a rece ser un p a so
ad elante, y de ahí no d eb em o s retroceder. L a m ism a asim etría d e s e m ­
peñ a un p a p el fu n d a m en ta l en mi Estructura de las revoluciones científicas.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 305

en donde el fallo de una teoría para dar reglas que id entifiquen los
acertijos so lu cio n a b les se ve co m o la fuente de las crisis profesionales
q ue a m en u d o term inan con el cam bio de la teoría. Lo que estoy
diciendo e s c a s i lo m ism o que sir Karl, y bien puedo haberlo tom ado de
lo q u e ^ í sob re su trabajo.
Pero sir Karl d e sc r ib e co m o “ refutación ” lo que ocurre cu ando no se
p u e d e aplicar una teoría a un ca so dado. Y ésta e s la prim era de una
serie de ex p re sio n es relacionadas, cuya pecuUaridad me ha dejado
sorprendido. “ R e fu ta ció n ” e s antónim o de “ prueba” . Uno y otro tér­
mino provienen de ia lógica y de la s m a tem á ticas form ales; las cad en a s
de argum entos a la s c u a le s se aplican co n clu y en co n un “ Q .E .D .”
Invocar e s to s térm inos im plica la capacidad de lograr el asentim iento
de cualquier m iem bro de la com u nid ad profesional d e que se trate. No
hace falta, sin em bargo, d ecirle a ninguno de los m iem bros de este
público q ue, cuando toda una teoría o a caso una ley cien tífíca están en
juego, lo s argum entos rara v ez son tan e v id en tes. P u ed en im pugnarse
todos lo s ex p erim en to s, ya s e a en razón de su pertinencia o su preci­
sión. P u e d e n m odificarse todas las teorías m ed iante los más variados
ajustes ad hoc, sin q u e, en térm inos gen era les, dejen de ser las m ism as
teorías. A d e m á s, e s im portante que esto se a así, p u es frecu en tem en te
el con ocim ien to cien tífíco cr ec e por im pugnación de ías ob servacion es
o por ajuste d e las teorías. L as im p u g n acio n es y los ajustes son una
parte com ú n y corriente de la investigación normal dentro de las
cie n c ia s em píricas, y los ajustes no dejan de tener un papel predom i­
nante en la s m a tem ática s inform ales. El brillante análisis que el doctor
Lakatos hace de las réplicas p erm isibles a las refutaciones m atem áti­
c a s con stituye el argum ento m ás revelador que co n ozco en contra de
una p osición “ refu ta cio n ista” ingenua.
Sir Karl no e s , d esd e luego, un refutacionista ingenuo. S a b e lo que
acabo de d ecir y 1q ha subrayado d esd e el principio de su carrera. Ya
en La lógica del descubñmiento científico, por ejem plo, escribe: “ En
realidad, no p u e d e producirse ninguna refutación co n clu y e n te de
ninguna teoría, p u e s siem p re e s p o sib le d ecir que los resultados ex p e­
rim entales no son dignos de confianza, o q ue las d iscrep a n cia s que se
dice ex isten entre lo s resu ltados ex p erim en ta les y la teoría son sólo
a p aren tes, y ( ^ e se d esv a n ec er á n cu ando ten g a m o s más con ocim ien ­
to s .” ^®E n u n cia d o s com o é s te m uestran una sem ejan za m ás entre las

I. Lakatos, “Proofs arid Bñtish Journal fo r the Philosophy o f Science, 14


(1963-1964): 1-25, 120-139, 221-243, 296-342.
^ P opper, Logic o f Scientific Discovery, p . 50.
306 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

id eas de sir Karl y las m ías, pero lo que h a c e m o s con ella s difiere
b astan te. P ara mí, so n en u n cia d o s fu n d a m en ta les, tanto en calidad de
pruebas com o de fu e n tes. P ara sir Karl, en cam b io, son una limitación
e sen cia l que am enaza la integridad de su p osición b ásica . Barrió con la
im pu gnación c o n clu y e n te, pero no la sustituyó co n ninguna otra cosa,
y la relación que sigue tom ando en cu en ta e s la de la refutación lógica.
Si bien no e s un refutacion ista ingen uo, creo q u e, legítim am ente,
puede tratársele com o tal. Si estuviese interesado exclusivam ente en la
dehm itación, e n to n c es los prob lem as que p lan tea la in ex iste n c ia de las
refutacion es c o n c lu y e n te s serían m en o s graves y quizá elim inables.
Esto e s , se llegaría a la delim itación por un criterio ex clu siva m en te
sintáctico.^® El punto de vista de sir Karl sería en to n c e s, y quizá ya lo
se a , ei de que una teoría es cien tífica si, y sólo si, los enunciados de la
observación — particularmente las n egaciones de proposiciones exis-
ten cia ies sin gulares— p u ed en d ed u cirse ló g ica m en te de ella, quizá en
conjunto con el co n o cim ien to esta b lec id o com o a n te c e d e n te . Enton­
c e s no vendrían al ca so la s d ificu ltad es — a la s c u a le s m e referiré en
breve— que se p resen ta n al decidir si una determ in ada operación de
laboratorio justifica el em itir un determ inado en u nciado de observa­
ción. Quizá, aunque la b ase para hacerlo a sí se a m en o s evidente,
podrían elim inarse las dificu ltades ig u a lm en te graves de d ecidir si un
en u nciado de observación d ed ucido de una versión aproxim ada — por
ejem plo, m anejable m a te m á tic a m e n te— de la teoría d eb e co n sid e­
rarse o no una c o n se c u e n c ia de la propia teoría. P ro b lem a s com o ésto s
no p ertenecerían a la sintaxis, pero sí a la pragm ática o a la sem á n tica
del lenguaje en q ue e s tu v ie s e exp resa d a la teoría, y por io m ism o no
d esem p eñ arían ningún papel en determ inar su calidad de cien cia.
Para que se a cien tífica, una teoría sólo p u e d e ser refutada por un
en u nciado de obsei-vación y no por la ob servación real. La relación
entre en u n c ia d o s, a d iferencia de ia q ue hay entre en u nciado y obser­
v ación, sería la refutación co n clu y e n te tan fam iliar en la lógica y en las
m atem áticas.
Por razones ya indicadas (nota 21) y que en seguid a am pliaré, dudo
que la s teorías cien tífica s puedan exp resa rse sin cam bio d ecisivo en
forma tal que perm ita lo s ju icio s, p uram ente sin tá ctico s, que exige
esta versión del criterio de sir Karl. P ero, aunque así f u e se , sob re esta s

^ Aunque mi punto de vista es algo diferente, mi reconocimiento de ia necesidad de


enfrentar este problem a se lo debo a las severas críticas de C.G. Hem pel, dirigidas a
quienes mal interpretan a sir Karl atribuyéndole una creencia en la refutación absoluta y
no en la relativa. Véase Hem pel, Aspects o f Scientific Explanation (1965), p. 45. También le
agradezco a Hem pel su crítica, penetrante y aguda, ai borrador de este artículo.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 307
teorías recon stru id as podría fun darse so la m en te su criterio de delim i­
tación, pero no la ló gica del co n o cim ien to, asociada tan ín tim am ente
co n aquél. E s te últim o e s , sin em bargo, e l in terés m ás p ersisten te de
sir Karl, y su n oción del m ism o, m uy p recisa . “ La ló ^ c a del c o n o ci­
m ien to ’^ escr ib e , “ c o n siste sola m en te en investigar los m étodos em ­
p leados en e s a s p ru eb as siste m á tic a s a las q ue d eb e so m eter se toda
idea nueva para q u e s e a tratada s e r ia m e n te .” ^® De esta investigación ,
prosigue, resultan reglas m eto dológicas o c o n v en cio n e s co m o la si­
guiente: “U n a vez q ue se h a prop uesto y probado una h ip ó tesis, y que
s e j i a probado su validez, no p u e d e ser d escartada sin una ‘buena
razón’. U na ‘b uen a razón’ sería, por ejem plo. . . . La refutación de una
de las c o n s e c u e n c ia s d e la h ip ó tesis.
R egias co m o é s ta s, y co n ella s toda la actividad lógica ya descrita,
dejan de ser de significado puram ente sintáctico. R equieren que tanto
el in vestigador ep istem o ló g ico com o el investigador científico sean
ca p a ce s de relacionar proporciones p roven ientes de una teoría no con
otras proporciones sino con ob ser v a cio n es y exp erim en tos reales. É ste
e s el con texto en el que d eb e funcionar el término “ refutación, de sir
Karl, pero él no nos dice nada sobre cómo ocurriría tal cosa. ¿Qué es
refutación sino una im pu gnación con clu y en te? ¿En q u é circu n stan ­
cias la lógica del con o cim ien to requiere q ue un cien tífíco aband one la
teoría acep ta d a al enfrentarla no a en u n cia d o s sobre ex p erim en tos,
sino a ios propios exp erim en to s? Por el m om ento quedan sin resp u esta
e s ta s pregu n tas, y no esto y nada seguro de lo q ue sir Karl nos haya
dado com o lógica d el co n o cim ien to. En mi co n clu sió n , sugeriré que,
aunque ig u a lm en te valiosa, e s ab solu ta m en te otra cosa. En lugar de
una lógica, sir Karl n os da una ideología; en lugar de regías m etodoló­
gicas, nos da m áxim as ap licab les a lo s procedim ien tos.
La co n clu sió n , sin em bargo, s e pospondrá h asta d esp u é s de darle
u na mirada m ás profunda a la fu e n te d e la s dificu ltades que p resen ta la
noción d e refutación, d e sir Karl, P resu p o n e, com o ya indiqué, que
una teoría se exp resa , o p u ed e exp resa rse sin distorsión, en form a tal
que le perm ite al cien tífíco cla sificar todo aco n tecim ien to co n ceb ib le,
bien com o caso confirm atorio, caso refutatorio o caso im procedente
resp ecto de la teoría. O b v ia m en te, esto e s lo que se requiere para que
una ley gen eral se a refutable: para probar la gen eralización fíc) <f>(x)
aplicándola a la co n sta n te a, ten em o s q ue poder decir si a e stá o no
e stá dentro del dominio de la variable x y. ú o no ( a ) , L a m ism a

Popper, Logic of Scientific Discovery, p. 3 L


Ibíd., pp. 53-54,
308 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

p resu p o sició n e s aún m ás ev id en te en la m ed ida de verosimilitud


elaborada re cien te m e n te por sir Karl. E xige que se ob tenga primero la
cla se de todas la s c o n s e c u e n c ia s ló g ica s de la teoría y lu ego, de entre
é s ta s, y con la ayuda d el con ocim ien to a n te c e d e n te , se elijan las cla ses
de todas la s c o n se c u e n c ia s verdaderas y todas las co n se cu en cia s
f a l s a s . P o r lo m en o s, d eb em o s h a cer e sto si del criterio de verosim ili­
tud va a resultar un método d e ele c c ió n de teoría. P ero ninguna de estas
tareas p u e d e cum plirse a m en o s que la teoría p o sea una articulación
lógica total y a m en o s que lo s térm inos que la vinculan co n la natura­
leza esté n lo su ficie n tem en te definidos co m o para determ inar su apli­
cabilidad en cad a ca so posible. E n la práctica, sin em bargo, no hay
teoría cien tífíca que sa tisfag a es ta s rigurosas d em a n d a s, y son m uchos
los que argum entan q ue, si así fu e s e , u n a teoría dejaría de ser útil en la
investigación.^^ E n otra parte, introduje el término de “paradigm a”
para recalcar la d e p en d e n c ia de la in vestiga ción c ien tífica resp ecto de
los ejem p los con creto s que llenan lo q ue de otra m anera serían hu eco s
en la e s p e c ific a c ió n d el co n ten id o y ap licación de ias teorías cien tífi­
ca s. N o repetiré aquí los argu m en tos que v ie n e n al ca so . A un qu e m e
aparte un p oco de mi ex p o sició n , será útil describir un ejem plo breve.
Mi ejem plo toma la form a de un re su m e n c o n stm id o de algún
c on o cim ien to cien tífico elem en ta l. E s e co n o cim ien to se refiere a los
c isn e s y para aislar las ca ra cterística s que aquí nos in teresan haré tres
preguntas sobre él. a) ¿Cuánto p u e d e sa b erse sobre los c isn e s sin
introducir gen eralizacio n es ex p lícitas com o “ T od o s lo s c isn e s son
b la n c o s” ? b) ¿En q ué c irc u n sta n cia s y con qué c o n se c u e n c ia s vale la
pena agregar tales gen eralizacio n es a io que ya se sa b e sin ellas? c)
¿En qué circu n sta n cias se rechazan las gen era liza cio n es en cuanto son
h ech a s? Al h a cer es ta s p regu n tas, m e propongo sugerir q u e, si bien la
lógica e s un instru m ento p oderoso y a fin de c u e n ta s ese n c ia l en la
in v estig a ció n cien tífica , p u e d e uno ten er co n o cim ien to s só lidos en
form as a las que la lógica ap en a s si p u e d e ap licarse. Al m ism o tiempo,
sugiero q ue toda articulación l ó ^ c a no e s un valor en sí, y que debe
tratar d e lograrse sólo cu an d o y en la m edida en que las circu n stan cias
la exijan.

Popper, Conjectures and RefiUatiom, pp. 233-235. Obsérvese también en la riota al pie
de la última de estas páginas, que la comparación que hace sir Karl de la verosimilitud
relativa de dos teorías depende de que “ [no haya] cambios revolucionarios en nuestro
conocimiento a n tecedente” , suposición que no argum enta en ninguna parte y que es
difícil de reconciliar con su concepción del cambio científico mediante revoluciones.
Braithwaite, Scientific Explanation (1953), pp. 50-87, especialm ente p. 76, y mi
Structure o f Scientific Revolutions, pp. 97-101.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 309

Im agine que le han en se ñ a d o d iez a ves, de ias cu a le s se acu erda, y


que han sido id en tificad as cate g ó ric a m e n te com o cisn es; q ue está
u ste d fam iliarizado de la m ism a m anera con p atos, gan sos, p ich o n es,
paloma^·, gaviotas y otras; y q ue se le inform a a u sted que cad a uno de
e s to s t ^ o s co n stitu y e una fam ilia natural. U sted ya sa b e q ue una
fam ilia natural e s un agregado de objetos ig u a les, lo su ficie n tem en te
im portantes y lo bastan te distintos com o para m erecer un nombre
genérico. M ás e x a c ta m e n te , au nq ue aquí sim plifico el c o n ce p to m ás
de la cu en ta, una fam ilia natural e s una c la se cu y o s m iem bros se
á fem eja n entre sí m ás de lo q ue se a sem ejan a los m iem bros de otras
fam ilias naturales.^'* L a ex p erien cia de la s gen er a cio n e s h asta la fech a
ha confirm ado que todos los objetos o b servados p e r te n e c e n a una u
otra familia natural. Es decir, se h a d em ostrado que ia población total
del globo p u e d e dividirse siem p re — au nque no de una vez ni para
siem p re— en catego ría s p erc ep tu a lm en te d iscon tinu as. S e c r e e que
en los e s p a c io s p er c e p tu a le s que dejan entre sí esta s categorías no
e x iste ningún objeto.
Lo que aprende u ste d d e los c is n e s a través d e los paradigm as es
casi lo m ism o q ue ap ren d en lo s niños a cerca de los perros y los gatos,
las m esa s y la s sillas, la s m adres y los p adres. Su e x te n sió n y contenido
p rec iso s son, d e sd e luego, im p o sib les de esp ecifica r. Pero, a pesar de
ello, son co n o cim ien to s sóh dos. P artiend o de la obsei-vación, p ueden
se r con firm ados m ed ian te otras o b serv acio n es y, en tanto, co n stituyen
la b a se de la acción racional. Al v er un ave que se p arece a los cisn e s
que u sted ya co n o c e , podrá su p on er razonab lem ente que necesitará
los m ism o s a h m en to s que lo s d em á s y con é s o s la ahm entará. A dm i­
tido que lo s c is n e s co n stitu y en una fam ilia natural, ningún ave que se
p arezca a é s to s mostrará ca ra cterística s radicalm en te d iferen tes al ser
exam in ada de ce rc a . Claro e stá que p u e d e u sted haber sido mal
informado sobre la integridad natural de la fam ilia d e los c isn e s. Pero
e s o p u ed e d escu b rirse por la experiencia; por ejem plo, con el d e sc u ­
brim iento de varios a n im ales — n ó tese q ue h ace falta m ás de u no—
cu yas ca racterística s Uenan e i h u e co entre io s cisn e s y, d igam os, los

Nótese que la semejanza entre los miembros de una familia natural es aquí una
relación aprendida y que puede desaprenderse. Obsérvese el viejo dicho: “ A un occi­
dental, todos los chinos le parecen iguales.” Ese ejemplo me aclara también ías simplifi­
caciones más drásticas introducidas en este punto. En una discusión más completa
tendrían que admitirse jerarquías de familias naturales con relaciones de semejanza
entre las familias de los niveles superiores.
310 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

g an sos, por intervalos e s c a sa m e n te perceptibles.^® P ero m ientras eso


no ocurra, sabrá u ste d m ucho a cerca de lo s c is n e s , aunque no e sté
u sted m uy seguro de lo que sa b e ni co n o zc a lo q ue e s un c isn e .
S up onga u ste d ahora q ue todos los c is n e s q ue ha observado real­
m ente son b la n co s. ¿A ceptaría la gen eralización de que “T o d o s los
cisn e s son b la n c o s” ? Al hacerlo así, cam biará m uy poco lo que u sted
sabe; e s e cam bio será útil sólo en el c a s o im probable de que se
en cu en tre u sted un ave no blanca que, en todo lo d em á s, parezca ser
un cisne; al h a cer el cam b io, au m enta u ste d el riesgo de que la familia
de los c is n e s no se a , a fin de c u e n ta s, u n a fam ilia natural. En tales
circu n sta n cia s, p rob ablem ente se a b sten g a u ste d de h a c e r la gen erali­
zación a m en o s que tenga razones e s p e c ía le s para lo contrario. Quizá,
por ejem plo, deb a u sted describir c is n e s a h om b res a los q ue no
p u ed en en se ñ á r se le s d irectam ente los p aradigm as. Sin p reca u cio n es
sobrehu m an as, tanto de parte de u ste d com o de sus le cto re s, su
d escrip ción adquirirá la fuerza de una generalización; y és te es a v e c e s
el problem a del taxonom ista. O quizá haya d escu b ierto u ste d algunas
a ves grises que, en lo d em á s, son co m o los c is n e s , pero se alim entan d e
otro modo y tien en m al carácter. P u e d e u sted generalizar en to n c es
para evitar un error con d uctu al. O p u e d e u ste d ten er una razón más
teórica para p en sar que vale la p en a h a cer la generalización. Por
ejem plo, ha ob servado u ste d q ue los m iem bros de otras fam ilias natu­
rales com parten la coloración. E sp ecifica n d o e s te h ech o en form a tal
que perm ita la ap licación de las p oderosas té c n ic a s ló ^ c a s a lo que
u sted ya sab e aprenderá u ste d m ás sob re el color de íos an im ales en
general o sobre la ah m entación de e s to s m ism os.
Ahora, habiend o h ech o la generalización, ¿qué hará u ste d si se
en cu en tra con un ave negra q u e, en todo lo d em á s, s e a igual a un
cisn e ? Creo que casi las m ism as c o s a s que si no se h u b ie se com p ro m e­
tido con la generalización. Exam inará u ste d el ave cu id a d o sa m e n te, en
lo exterior y quizá en lo interior tam b ién , para encontrar otras caracte­
rísticas que distingan e s te e s p é c im e n de sus paradigm as. E s e exam en
será esp e cia lm e n te largo y co m p leto en la m ed ida en que ten ga u sted
razones teóricas para creer que el color caracteriza a la s fam ilias
naturales, o bien en la m edida en q ue se sienta u sted com prom etido
En esta experiencia, no habría necesidad de abandonar ni ia categoría de “ cisnes”
ni la categoría de “ gansos” , pero sí haría falta la introducción de una frontera arbitraria
entre ellas. Las familias de “ cisnes” y “ gansos” dejarían de ser familias naturales, y no
podría usted sacar conclusión alguna sobre el carácter de un ave nueva parecida a lo«
cisnes que no fuera también válida para los gansos. P ara que la pertenencia a una famiUa
posea contenido cognoscitivo es esencial que haya un espacio perceptual vacío.
HBSS9

LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 311

para con ia g en eralización. Muy p rob ab lem en te, el exa m en revelará


otras d iferen cias, y anunciará u sted en to n c es el d escub rim iento de
una n u ev a fam ilia natural. O tal vez no en cu en tre tales d iferencias y
tenga^^ue anunciar q ue ha encontrado un cisn e negro. La ob servación ,
sin eiftbargo, no p u e d e forzarlo a u sted a refutar la co n clu sió n , y en
ca so de q ue lo haga, u sted será el ú nico perdedor. Las co n sid eracio n es
teóricas p u ed en indicar q ue basta con el color para delim itar una
fam iha natural: el ave no e s un c isn e porque e s negra. O, se n c illa ­
m en te , p u e d e u ste d aplazar el problem a m ientras no d escu b ra ni
>€xamine otros e s p e c ím e n e s . Sólo en el caso de que se haya co m p ro m e­
tido u ste d co n una definición totalizadora de “ c is n e ” , ia cu al e s p e c ifi­
que su ap licabihdad a todo objeto co n ce b ib le, se verá n s le d forzado
ló gica m en te a abjurar de su generalización.^® ¿Y por q ué habría usted
dado tai definición? N o d ese m p eñ a ría ninguna fun ción co gn oscitiva,
pero sí lo expondría a u ste d a riesgo s t r e m e n d o s . A v e c e s , d esd e
luego, vale la pena correr riesgos, pero decir más de lo que se sabe, tan
sólo por correr el riesgo, es una temeridad.
Creo q ue, aunque más articulado ló g ica m en te y m ucho m ás c o m ­
plejo, el co n o cim ien to cien tífico es de esta índole. Los hbros y los
profesores de lo s cu a le s se adquiere p resen tan ejem plos con creto s
junto con toda una m ultitud de gen era lizacio n es teóricas. A m bos son
portadores e s e n c ia le s del co n o cim ien to y, por lo tanto, e s pkkwikiano
b uscar un criterio m etodológico que su p u esta m en te le perm ita al
cien tífico esp e cific a r, de an tem an o, si cad a c a so im aginable confirm a
o refuta su teoría. L os criterios de que d isp o n e, expKcitos e im plícitos,
bastan para resp on d er esa p regunta sólo en lo s ca so s claram en te
confirm atorios o clara m en te im p r o ce d e n tes. É stos son los c a s o s que él
esp era encontrar, lo s ú n ic o s para los c u a le s sirve su con o cim ien to . Al
en frentarse a lo in esp era d o, d eb e siem pre investigar más para articu-

Una p m eb a más sobre la artifícialidad de defimciones como ésa se obtiene con la


siguiente pregunta: ¿debe incluirse la “ blancura” como característica que define los
cisnes? De ser así, la generalización “ Todos loa cisnes son blancos” es inmune a la
expertericia. Pero si se excluye de la definición la “ blancura” , entonces debe incluirse
alguna otra característica a la que haya sustituido “ blancura” . Las decisiones sobre qué
características van a form ar parte de una definición y cuáles van a estar disponibles para
el enunciado de leyes generales son frecuentem ente arbitrarias y, en la práctica, rara
vez se toman. El conocimiento no suele articularse de esa manera.
A esta forma incompleta de las definiciones se le llama a veces “ textura abierta” o
“ vaguedad de significado” , pero frases como éstas me parecen torcidas. Quizá las
definiciones sean incompletas, pero no hay nada mal en los significados. ¡Así es como se
comportan los significados!
312 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

lar su teoría en el punto en donde se ha originado el problem a. Luego,


p u ed e rechazarla a favor de otra por u na b uen a razón. P ero ningún
criterio ex c lu siv a m en te lógico p u e d e dictar por entero la conclusión
que d e b e sacar.

C asi todo lo dicho h a sta aquí su en a com o v ariacion es sobre un m ism o


tem a. L os criterios seg ú n los c u a le s lo s cien tífic o s determ inan la
validez de una articulación o una ap licación de la teoría e x iste n te no
son en sí su ficie n tes para determ inar la e le c c ió n entre teorías rivales.
Sir Karl se eq u iv o ca al transferir características se le c c io n a d a s de la
in v estig a ció n cotidiana a lo s oca sio n a les a co n tecim ien to s revolu cion a­
rios en los c u a le s el a van ce cien tífico e s m ás obvio, y al pasar por alto,
en ad elan te, la actividad cotidiana. En particular, trata d e resolver el
problem a de la e le c c ió n de teoría durante ia s rev o lu cio n es con form e a
criterios lógicos ap licab les totalm ente sólo cu ando una teoría ya p u e d e
darse por sen ta d a . É sta e s la parte m ás grande d e la te sis q u e so sten g o
en e s te artículo, y sería toda mi tesis si m e co n ten ta se con dejar
form uladas las p reguntas q ue a raíz d e ellas han surgido. ¿C óm o eligen
los cien tífico s entre teorías rivales? ¿C óm o h em o s de en ten d er la
form a en que progresa la cien cia?
P er m íta se m e aclarar de una vez que, luego de haber abierto la caja
de Pandora, la cerraré de inm ediato. A ce rc a d e e s ta s p r e ^ n t a s hay
m ucho que no en tien do todavía y que tam poco pretend o h aber en te n ­
dido. P ero p ien so que veo las d ire cc io n e s e n las c u a le s d eb en b uscarse
las re sp u e sta s, y con cluiré con un intento por señalar el cam ino. C erca
dei final, en con tra rem o s una vez m ás u n conjunto d e la s ex p resio n es
características de sir Karl.
D ebo com enzar por preguntar q u é e s io q ue requ iere ser explicado
todavía. N o que lo s cien tífic o s d escu b ren la verdad sobre ia naturaleza
ni que se aproxim an cad a v ez m ás a la verdad. A m en o s q u e , com o
indica uno de mis cr ític o s,^ d efinam os sim p lem en te la aproxim ación a
la verdad com o producto d e lo q u e lo s c ien tífic o s h a cen , no p o d em o s
re con ocer el progreso h acia e s e objetivo. En su lugar, d eb em o s expli­
car por qué la cien cia — nuestra m uestra m ás segura de co n ocim ien to
sólido— progresa co m o lo h a ce, y lo primero q ue d eb em o s descubrir
e s cóm o progresa.
S o ip r en d e lo p o co q ue se sa b e sobre la r e sp u e sta a e s a pregunta
descriptiva. H a c e fa lta todavía u na gran cantidad d e in v estig a ció n

^ D. Hawkins, reseña deSírucíure o/Sdeniific Revolutions ^VíAmeñcan Journal o f Physics,


31. (1963); 554-555,
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 313

em pírica realizada en form a in telig en te. Con el p a so d el tiem po, las


teorías cien tífica s, tom adas en grupo, son ob v ia m en te m ás y m ás
articuladas. D urante el p ro ce so , se am oldan a la naturaleza en cada
vez m ás p u n to s y con p recisió n cr ec ie n te. E l núm ero de asuntos a los
c u a l e ^ u e d e ap licarse el eni'oque de solución de acertijos c r e c e tam­
bién con el tiem po. H ay una continu a proliferación de esp e cia lid a d es
cien tífica s en parte por ex ten sió n de la s fronteras de la cie n c ia y en
parte por la su b d ivisión de lo s ca m p o s ex iste n te s.
E sta s g en er a liz a cio n e s son , sin em bargo, apen as el principio. Casi
np sa b em o s nada, por ejem p lo, de lo que un grupo de cien tífico s
sacrifica para lograr ias gan acias que ofrece in variablem ente una
teoría n ueva. Mi propia im p resió n , que no e s más que eso , c o n sis te en
q ue una com u n id ad cien tífica rara v ez o n un ca adoptará una teoría
nueva, a m en o s q ue é s ta re su elv a todos o ca si todos los problem as
cu an titativos, n u m éricos, que hayan sido tratados por su a n tecesora.
Por otro lado, con algo de renu en cia, sacrificarán poder exp licativo, a
v e c e s dejando abiertas c u e s tio n e s ya r esu elta s y a v e c e s declarán dolas
anticientíficas.'*°En otro asp ecto, m uy poco sab em os sobre los cam bios
h istóricos relativos a la unidad de las cien cia s. A p esa r de o ca sio n a les
y esp e cta cu la re s logros, la com u n ica ció n entre e sp e cia lid a d es cien tí­
fica s em p eora cad a v ez m ás. ¿C rece con el tiem po el núm ero de puntos
de vista in co m p a tib les su ste n ta d o s por un núm ero ca d a vez m ayor de
co m u n id a d es de e s p e cia lista s? La unidad de las cie n c ia s ¿ es un claro
valor para el cien tífico , pero al cu a l estaría d isp u esto a renunciar? O,
aunque el cu erpo del co n o cim ien to cien tífico c r e c e cla ra m en te con el
tiem po, ¿qué p o d e m o s d ecir de n uestra ignorancia? Los problem as
resu eltos durante los ú ltim os treinta años no existían com o pregunta
sin r e sp u e sta h a ce un siglo. E n toda ép o ca , el c on ocim ien to cien tífíco
ex iste n te agota virtualm ente lo que h ay que saber, dejando problem as
v isib le s sólo en el horizonte d el co n ocim ien to p resen te . ¿N o es posible,
o por lo m en o s p robable, q ue los cien tífico s co n tem p o rán eos sepan
m en os d e lo q ue hay q u e sab er d el m undo actual, que lo que los
cien tífic o s del siglo xvm sabían d el suyo? E s de recordarse q ue las
teorías cien tífica s se am oldan a la naturaleza sólo aquí y allá. ¿Son
ahora los in tersticios entre e s o s p u n tos d e con ta cto m ás g ra n d es y más
n u m ero so s q u e nunca?
M ientras no p od am os co n testa r p regu n tas com o ésta s, tam poco

Cf. Kuhn, “ The Role of M easurem ent in the Development of Physicai Science” ,
Isis, 49 (1958): 161-193.
Cf. Kuhn, Structure o f Scientific Revolutions, pp. 102-108.
314 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

podrem os sab er lo que e s el progreso cien tífíco y, por lo m ism o, m enos


aún ten d rem o s esp e ra n za s d e explicarlo. Por otra parte, las re sp u e sta s
a e s ta s p regu n tas casi darán la ex p lica ció n b usca d a. Las dos cosas
vienen p ráctica m en te jun tas. Ya d eb e esta r claro que, en última
in stancia, la ex p lica ció n deb erá ser p s ic o ló ^ c a o so c io ló ^ c a . E s decir,
deberá ser la d escrip ció n de un siste m a de valores, una ideología,
junto con un an álisis de las in stitu cio n es m ed iante las cu a le s se trans­
m ite e im pon e e s e sistem a . S ab ien d o qué e s a lo que los cien tíficos le
c o n c e d e n valor, p od em o s ten er la esp e ra n za de en ten d er qué proble­
m as atacarán y q ué d e c isio n e s tomarán en particulares circun stan cias
d e conflicto. Dudo q ue vaya a en con trarse otra c la se d e resp u esta s.
La form a que adoptará esa re sp u e sta e s , d esd e lu ego, otro asunto.
A quí term ina tam bién mi se n sa c ió n de que controlo el tem a que estoy
tratando. P ero con algunas g en era liza cio n es de m uestra se ilustran las
c la se s de r e sp u e sta s que d eb en b u sc a rse . P a ra el cien tífico , su obje­
tivo principal e s la solu ción d e u na dificultad co n ce p tu a l o d e un
problem a d e in stru m entos. Su éxito en e s a em p re sa lo re co m p en sa el
recon ocim ien to de sólo su s co leg as. El m érito p ráctico de su solución
no tendrá otra co sa que un valor secu nd ario, y la aprobación d e las
p erso n a s ajenas a la esp ecialid a d e s un valor negativo o nulo. E stos
valores, q u e in tervien en en prescribir la form a de la cie n c ia normal,
son im portantes tam bién en las ép o c a s en que d eb e eleg irse entre
teorías. El hom b re entrenad o co m o resolvedor d e acertijos deseará
preservar tantas so lu cio n e s co m o sea p o sib le d e la s obtenid as por su
grupo, y asim ism o tratará de llegar al m áxim o de p ro b lem a s qué
p uedan se r resu elto s. P ero aun e s to s valores entran fre cu en te m e n te
en conflicto, y hay otros q ue dificultan m ás todavía e l prob lem a de la
elec ció n . E s a e s te re sp ec to en d onde cob ra e s p e c ia l im portancia el e s ­
tudio de aquello a lo q ue los cien tífic o s renunciarían llegado el caso.
L a sim p hcidad , la p recisió n y la con gru en cia con las teorías per­
te n e c ie n te s a otras e s p e c ia h d a d e s son valores im portantes para los
cien tífic o s, pero no todos ello s prescribirán la m ism a ele c c ió n ni serán
aplicados de la m ism a m anera. S ien d o é s te el caso, im porta tam bién
que la unanim idad d el grupo se a un valor su prem o, gracias al cual se
reduzcan dentro del grupo las o c a sio n e s de conflicto y q ue dicho grupo
se con gregue ráp id am ente en torno d e un solo conjunto de reglas para
la solución de acertijos, aun al p recio de su b d iv id irla esp e cia h d a d o de
excluir a un m iem bro productivo."’

Ibid., pp 161-169.
LA LÓGICA DEL DESCUBRIMIENTO 315

N o esto y sugiriendo q u e é s ta s se a n las re sp u e sta s co rrectas ai


problem a d el progreso cien tífico , sino tan sólo q ue son los tipos de
r e sp u e sta s que d e b e m o s buscar. ¿P uedo ten er la esp era n za de que sir
Karl se unirá en e s te punto de v ista de la tarea por h acer? Durante
algún t ^ m p o h e su p u esto que no, p u e s un conjunto de fra ses q ue se
repite én su obra p a rece con ten erlo . U na y otra vez ha rechazado “ La
psicología del c o n o c im ie n to ” o lo “ subjetivo” , e in sistid o en que su
in terés se dirige p refe re n tem en te hacia lo “ objetivo” o h acia “ la ló ^ c a
del co n o cim ien to ” .'*^ El título de su contribución fu n d am en tal a n u e s­
tro cam po e s La lógica del descubrimiento científico, y e s aíH en donde
á le v er a p o sitiv a m e n te que se in teresa por lo s a cica tes lógicos al co n o ­
cim ien to, a n tes que por los im p u lsos p sico ló g ico s d e los individuos.
H asta h a ce p o co , v en ía yo su poniendo q ue esta co n ce p c ió n d el pro­
b lem a esta b a en contra d e la c la se de solución por la que abogo.
Pero ahora ya no esto y tan seguro, p u es hay otro asp ecto en el trabajo
de sir Karl que no es dei todo in com patib le con lo dicho anteriorm ente.
Cuando r e c h a z a la “ p sico lo g ía del co n o cim ien to ” , sir Karl se p reocupa
ex p lícitam en te sólo por n e g a r la p ertinencia m etodológica de la fuente
de inspiración del individuo, o la se n sa c ió n de certidum bre d el indivi­
duo. Y no p uedo d iscrepar co n eso . H ay, sin em bargo, un largo paso
del rech azo de la idiosin crasia p sicológica de un individuo al rechazo
de los e le m e n to s co m u n e s in d u cid os por la ed u ca ció n y el ad iestra­
m iento dentro de la con form ación p sicológica del m iem bro titulado de
un grupo científico. N o d eb e d esca rta rse uno a favor del otro. Y esto es
algo que sir Karl p a r e c e re co n o ce r a v e c e s. A u n q u e in siste en que
escrib e a cerca de la lógica del con ocim ien to, en su m etodología tienen
un p apel e s e n c ia l p a sa je s que sólo puedo le e r com o in ten to s por
in culcar im perativos m orales a lo s m iem bros del grupo científico.
E scrib e sir Karl:

S u p ó n g a s e q u e d e l i b e r a d a m e n t e h e m o s h e c h u n u e s t r a la ta r e a d e v iv ir e n
e s t e d e s c o n o c i d o m u n d o n u e s t r o ; q u e t r a t a m o s d e a d a p t a r n o s a é l lo m e jo r
q u e p o d e m o s . . . y de e x p lic a rlo , si e s p o s ib le ( n e c e s i t a m o s s u p o n e r q u e sí
es) y h a s t a d o n d e s e a p o s ib le , c o n a y u d a d e le y e s y te o r ía s e x p lic a tiv a s . Si
hemos hecho de esto nuestra tarea, entonces no h a y procedimiento más racional que
el método de . . . conjetura y refutación: de p r o p o n e r te o ría s v a li e n te m e n t e ; d e
h a c e r l o m e jo r q u e p o d a m o s p a r a d e m o s t r a r q u e so n e r r ó n e a s ; y d e a c e p t a r ­
la s p r o v i s i o n a l m e n t e c u a n d o n o t ie n e n é x ito n u e s t r o s e s f u e rz o s críticos.''^

Popper, Logic of Scieruific Dúcovery, pp. 22, 31-32 y 46; Conjectures and Refutaiions,
página 52.
Popper, Conjectures and RefiUations, p. 51 (cursivas en el original}.
316 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

Creo que no en ten d e re m o s el éxito de la cie n c ia sin en ten d e r antes


la fuerza total de im perativos com o ésto s, in d u cid o s retóricam ente y
com partidos profesion alm en te. M ás institucionalizad as, y mejor arti­
cu la d a s — y tam bién de m anera algo d iferente— , tales m áxim as y
valores p u e d e n explicar el resultado de e le c c io n e s q ue no podrían ser
p rescrita s ni por la ló ^ c a ni por ei ex p erim en to so lo s. El h ech o de que
p a sa jes co m o é s te o cu p en lugar p rom in en te en los escr ito s de sir Karl
e s , p u e s, una prueba m ás de la afinidad de nuestros p untos de vista.
Q u e no los vea siem p re com o lo s im perativos so c io p sico ló g ico s que
son e s una prueba m ás tam bién d el cam b io gestá ltico que tan profun­
d a m en te nos divide todavía.
X II. A L G O M Á S S O B R E L O S P A R A D IG M A S *

H a c e v a r i o s años que se-publicó mi li b r ó l a estructura de las revoluciones


científicas. L as re a c c io n e s q ue d esp ertó han sido variadas y en o ca sio ­
nes estru en d o sa s, pero el libro se con tinú a leyen do y discu tien do
mu^ho. En gen eral, m e sie n to sa tisfec h o por el interés que ha d esp er­
tado e ig u a lm en te por las criticas. Hay, sin em bargo, un asp ec to de esa
reacción q ue no deja de d esa len tarm e a v e c e s . Al escu ch a r co n v er sa ­
cion es, particularmente entre los entusiastas del libro, en ocasiones me
es difícil creer que todos los participantes hayan leído el m ism o libro.
P u e s deb o concluir, co n p esa r, que parte de su éxito se d eb e a que casi
toda la g en te p u e d e encontrar ca si todas las c o sa s que quiere.
N ingún a sp ec to d el libro e s tan resp on sa b le de e sa plasticidad
e x c e s iv a com o la introdu cción d el térm ino “ paradigm a” ,^ palabra que
figura en su s p áginas m ás que cualquier otra, aparte de las partículas
gram aticales. F orzado a exp licar la falta de un ín d ice anah'tico, a c o s­
tumbro indicar q u e, si lo tuviera, la entrada que m ás se consultaría
sería la siguiente: “ P aradigm a, 1-172, passim .” Las críticas, séan
co m p ren siv as o no, co in cid en en subrayar el gran núm ero de sentidos
d iferen tes q ue le doy al término.^ U n com entarista, quien p en só que

* Reimpreso con autori 2 ación de The Structure o f Scientific Theories, Frederick Suppe,
compilador (Urbana: University of Illinois Press, 1974), pp. 459-482. Copyright 1974 de
la Board of T rustees of the University of iliinois.
^ Otros problem as y fuentes de malentendidos se analizan en mi ensayo “ Logic of
Discovery or Psychology of R esearch” , en Criticism and the Growth o f Knowledge, L
Lakatos y A. Musgrave, compiladores (Cambridge; Cambridge University P ress, 1970).
Ese libro, que incluye tam bién una extensa “ Response to Critics” , constituye el cuarto
volumen de los documentos del International Colloquium in the Philosophy of Science,
celebrado en el Bedford College, de Londres, en julio de 1965. Se ha prepí^ado, para la
traducción al japonés, un análisis m ás breve pero también m ás equilibrado de las
reacciones críticas a Ia Structure o f Scientific Revolutions (Chicago: University of Chicago
Press, 1962), Se ha empezado a incluir una versión, en inglés, de ese análisis en las
ulteriores ediciones realizadas en E stados Unidos. Partes de estos escritos empiezan
en donde éste term ina y esclarecen entonces las relaciones de las ideas desarrolladas
aquí con nociones como las de inconmensurabilidad y revoluciones.
* El análisis m ás reflexivo y de todo punto más negativo de este problema es el de
Dudley Shapere, “ The Sctructure of Scientific Revolutions” , Philosophical Review, 73
(1964): 383-394.
317
318 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

valía la pen a realizar un escrutinio sistem á tico, preparó un índice


analítico parcial y encontró por lo m en o s veintid ós u so s d iferen tes, que
van d e sd e “ u na realización cien tífica c o n cr eta ” (p. 11) h a sta “ conjunto
característico d e c r ee n c ia s e id e a s p r e c o n c e b id a s” (p. 17), incluidos
en e s te último com p ro m iso s in stru m en tales, teóricos y m etafísicos
(pp. 39-42).^ S i b ien ni el com pilador d el ín d ice ni yo p en sa m o s que la
situación s e a tan d ese sp e ra d a com o lo su gieren e s a s d ivergen cias, es
obvio que h a c e falta aclarar la s co sa s. N o bastará d e sd e lu ego co n una
m era aclaración. In d e p e n d ien tem en te de su núm ero, lo s u so s de
“ parad igm a” , en el libro, se dividen en dos conjuntos que requieren
tanto de n om bres com o de anáBsis sep arados. N uestro sentido de
“ parad igm a” e s global, y abarca todos lo s com p ro m iso s com partidos
d e un grupo científico; el otro aísla una c la s e d e com p rom iso, e s p e ­
cia lm en te im portante, y e s , por co n sig u ien te, un subconjunto del
prim er sentido. En lo s párrafos que sigu en trataré de desenred arlos y
luego de exam inar las n e c e sid a d e s m ás u rg en tes que ex igen atención
filosófica. Por im p e rfec ta m e n te que haya en ten d id o lo s paradigmas
cuando escrib í el libro, sigo p en sa n d o q ue vale la pena estudiarlos
con deten im ien to.

En el libro, el térm ino “ parad igm a” se haUa en estr ec h a proximidad,


tanto físic a com o lógica, de la frase “ com u nid ad c ien tífic a ” (pp. 10-
11). Un paradigm a e s lo q ue lo s m iem bros de una com unidad cientí­
fica , y sólo ellos, com parten. A la in v ersa , e s su p o sesión de un
paradigm a com ún lo que co n stitu y e una com unidad cien tífica, for­
m ada a su vez por h om b res d iferen tes en todos los d em á s asp ectos.
Como g en era liza cio n es em p íricas, am bos en u n cia d o s son defendi­
b les. P ero en el Hbro funcion an, por lo m en o s en parte, com o defini­
cio n es, y el resultado e s una circularidad co n algunas co n se cu en cia s
viciosas.'^ P a ra dar una ex p lica ció n clara d el término “ paradigm a” ,
d eb e co m e n z a rse por recon ocer q ue la s com u n id a d es cien tíficas tie­
nen ex iste n c ia in d ep en d ien te.
® Margaret M asterman, “ The Nature of a Paradigin” , en Criticism and the Growth of
Knowiedge, I. Lakatos, y A. Musgrave, compiladores. L as referencias de páginas entre
paréntesis, en ei texto, conciernen a mi Structure q f Scientific Revolutions [ ed cit. ].
La m ás dañina de estas consecuencias es la que resulta del uso que hago del
término “paradigma” para distinguir un periodo previo de otro posterior en el desarrollo
de una ciencia determinada. Durante lo que llamé el “periodo de preparadigma” — en
La estructura de las revoluciones científicas— , los profesionales de una ciencia están dividi­
dos en varias escuelas rivales, cada una de las cuales proclama su capacidad para el
mismo asunto, pero cada una de ellas también enfocándolo de manera diferente. A esta
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 319

La id en tifica ció n y el estu dio de las com u n id a d es cien tíficas ha


surgido re c ie n te m e n te co m o tem a de in v estig a ció n im portante entre
los sociólo g os. L os re su lta d o s p relim inares, m u ch os de ellos no
publicados todavía, in dican q ue las téc n ic a s em píricas que h acen
falta son-^o triviales, pero a l o n a s ya ex iste n y otras e s seguro que
serán inventadas.® L a mayoría de lo s cien tífico s profesion ales resp o n ­
den de in m ediato a p reguntas a cerca de sus afiliacion es a una co m u n i­
dad, dando por d esco n ta d o q ue la responsabilidad de la s diversas
e sp e cia lid a d es y té c n ic a s de investigación actu a les se distribuye
e n t ^ grupos de una m em b r esía m ás o m en o s determ inada. Supondré,
por tanto, q ue están por llegar m ed ios m ás siste m á tic o s para id en ­
tificar d ich as c o m u n id a d e s y, por el m om ento, m e contento co n una
b reve articulación d e una n oción intuitiva d e com unidad, com partida
am pliam ente por cien tíficos, so ció lo g os y varios historiadores d e la
cien cia.
U na com u nid ad cien tífíca se co m p o n e, d e sd e e s te punto de vista , de
los pro fesio n ales de una esp e c ia h d a d cien tífica. U nidos por elem en to s
co m u n e s y por ed u ca ció n y n oviciado, se v en a sí m ism o s, y los d em á s
así los ven , co m o los re sp o n sa b le s de la lu ch a por la co n se c u c ió n de un
conjunto de ob jetivos com p artidos, entre los q ue figura la form ación de
su s su c e so r e s. T ales co m u n id a d e s se caracterizan por la comunicá:-
ció n , casi co m p leta dentro del grupo, y por la u nanim idad relativa del
juicio grupal en asu n tos p ro fesio n a les. En grado n otab le, los m iem bros
d e una com u nid ad dada habrán absorbido la m ism a Hteratura y ex-

eíapa de desarroUo sigue una transición, relativamente rápida, de ordinario como


secuela de un avance científico notable, hacia un periodo llamado posparadigma,
caracterizado por la desaparición de todas o casi todas las escuelas, cambio que les
permite a los miembros de la comunidad científíca una conducta de gran eficacia
profesional. Sigo pensando que esta pauta es tan característica como importante, pero
puede analizarse sin referencia a la primera realización de un paradigma. Independien­
tem ente de lo que sean los paradigmas, son patrimonio de la comunidad científica,
incluidas las escuelas del llamado periodo preparadigm a. Mi falla en ver claram ente ese
punto ha contribuido a hacer que e! paradigma parezca una entidad cuasimítica, o
propiedad que, como el carism a, transforma a todos a los que infecta. Hay «na transfor­
mación, sí; pero ésta no es inducida por la adquisición del paradigma.
® W. O. Hagstrom, The Scientific Community (Nueva York: Basic Books, 1965), caps. 4
y 5; D. J. Price y D. de B. Beaver, “ Collaboration in an Invisible College” , Am£:rican
Psychologist, 21 (1966): 1011-1018; Diana Crane, “ Social Structure in a Group of Scien­
tists: A Test of the ‘Invisible College* Hipothesis” , Amencan Sociological Review,S4· (1969):
335-352; N. C. Mullins, “ Social Networks among Biologica! Scientists” (tesis doctoral,
Harvard University, 1966), y “ The Development of a Scientific Specialty” , Minerva,10
(1972): 51-82.
320 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

traído le c c io n e s se m e ja n te s de ella,® C om o la a ten ción de com unida­


d es d iferen tes se en fo ca en asu n tos d iferen tes, la co m u n ica ció n profe­
sional entre grupos e s b asta n te difícil, a m en ud o da lugar a m alenten­
didos, y si p ersiste origina d esa c u e rd o s im portantes.
En e s e sentido, la s co m u n id a d e s ex iste n en n um erosos n iveles.
Quizá todos los cien tífic o s naturales form en una com u nid ad. (Creo
q ue no d eb iéram os perm itir q ue lo s nubarrones q u e rodean a C. P .
Snow oscu rezcan e s o s p untos acerca de los cu a le s él ha dicho lo obvio.)
En un nivel le v e m e n te inferior, lo s principales grupos de cien tíficos
p rofesion ales dan lugar a ejem p los de co m u nid ades: los físic o s, los
q u ím ico s, lo s astrónom os, lo s zoólogos, etc . R esp ec to de e s ta s com u ­
n idad es prin cipales, e s fá cil e s ta b lec er la p erte n e n c ia a un grupo
dado, salvo en las fronteras. R e sp e c to del grado m ás alto, son más que
su ficie n tes la p erte n e n c ia a so c ie d a d e s p ro fesion ales y la s publicacio­
n es leíd as. Con té c n ic a s sim ilares, se podría aislar a los subgrupos
principales: los q u ím ico s orgánicos y quizá los q u ím icos de la s proteí­
nas entre ellos, los físic o s del estad o sólido y de la s altas en ergías, los
radioastrónom os, y así su c e siv a m e n te . L as dificu ltades surgen en el
nivel in m ed ia ta m en te inferior. ¿C óm o podría aislarse an tes de su
aclam ación p úb lica el grupo d edicado a los bacteriófagos? P ara esto,
d eb e recurrirse a in stitu tos de verano y co n feren cia s e s p e c ia le s, a
h stas de distribución de sobretiros y, principalmente^ a red es dé
co m u n icació n form ales e inform ales, incluid os lo s vín cu los entre ci·-.
t a s.’’ Creo que el trabajo p u e d e h a cer se y se hará, y que sus resultados
ca racterístico s con sistirán en co m u n id a d es de quizá cien m iem bros, y
a v e c e s sig n ificativam en te m en o s. L os científicos^ com o individuos
y particularm ente los m ejores, p erten ecerá n a varios de tales grupos,
ya se a sim ultán ea o su c e siv a m e n te . A un qu e no e s tá claro todavía hasta
dónde podrá llevarnos e l an álisis em pírico, hay b u e n a s razones para

® P a ra el historiador, de ordinario no poseedor de las técnicas de entrevista y


cuestionario, los m ateriales de fuentes compartidas suelen ser los m ás reveladores de
indicios importantes sobre la estructura de la comunidad. Ésa es una de las razones
dp que obras tan leídas, como los Principia de Newton, sean llam adas tan frecuente­
m ente paradigmas en La estructura de las revoluciones científicas. Debiera describirlas
ahora como fuentes, de particular importancia, de los elementos de la matriz disciplina­
ria! de una comunidad.
E. Garfield, 'fhe Use o f Citation Data in Writing the History o f Science (Filadelfia:
Institute for Scientific Information, 1964); M. M. Kessler, “ Comparison o fthe Results of
Bibliographic Coupling and Analytic Subject indexing” , American Docuinentation, 16
(1965): 223-233; D. J. P rice, “ Networks of Scientific P a p e rs” , Science, 149 (1965):
510-515.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 321

su pon er q ue la em p resa cien tífica está distribuida entre co m u nid ades


de e sta ín dole, las cu a le s tien en tam bién la tarea de llevarla adelante.

P er m íta se m e supon er ahora q ue, m ed iante las téc n ic a s que sean,


identifrcam os una de tales co m u n id a d es. ¿Qué ele m e n to s com parti­
dos ex p lica n el ca rácter de la com u n ica ció n profesional, relativam ente
caren te de prob lem as, y la unanim idad tam bién relativa del juicio
profesional? A esta pregunta. La estructura de las revoluciones científicas
contesta: “ un p arad igm a” o “ un conjunto de parad igm as” . É ste e s uno
d é los dos sen tid o s principales q ue el término tiene en el libro. Para
é s te , podría adoptar ahora la notación “ parad igm ai” , pero se produ­
cirá m enos co n fusión denotándolo con la frase “ Matriz d isciplina­
ria” — “ d isciplinaria” porque e s la p o sesió n com ú n de los profesion a­
le s de una d isciph na y “ matriz” porque se co m p on e de elem en to s
ordenados de d iversas m aneras, cad a una de las cu a le s hay que
e sp e cific a r— . L os c o m p o n e n te s de la matriz disciplinaria in clu yen la
mayoría, o todos lo s objetos, d el com prom iso de grupo d escrito en el
hbro co m o paradigm as, partes de paradigm as o paradigmático.® No
m e propongo h a cer aquí una lista exh austiva, por lo que sólo identifi­
caré tres d e ésto s q u e, siend o e s e n c ia le s para la operación co g n o sc i­
tiva del grupo, d eb en in teresar p articularm ente a los filósofos de la
cien cia . P e r m íta se m e llam arlos gen era liza cio n es sim b ó h cas, m odelos
y ejem plares.
Los prim eros dos son objetos ya fam iliares de la atención filosófica.
Las g en era lizacio n es sim b ólicas, en es p e c ia l, son aquellas ex p resio­
n es, em p lea d a s sin cu estion am ien to por el grupo, q ue p u ed en verterse
fácilm en te en alguna forma lógica com o (x ) (y ) (z) cf) (x , y , z ). Son los
co m p o n e n tes form a les, o fá ciles de formahzar, de la matriz d isciplina­
ria. L os m od elo s, de lo s cu a le s ya no tengo más que decir en este
artículo, p ro v een al grupo de analogías p referen tes o, cuando se s o s ­
tien en p rofun dam en te, de una ontología. P or una parte, son h eurísti­
cos: el circuito eléctrico p u e d e co n sid erarse, p ro v ech o sam en te, como
un siste m a hidrodinám ico en estad o esta b le, o e l com portam iento de
un gas, com o el de una c o le c c ió n de m icro scó p icas bolas de billar en
m ovim iento aleatorio. P or otra parte, son los objetos del com prom iso
m etafísico: el calor d e un cu erpo la energía cin ética de sus partículas
co m p o n e n tes, o, m ás ob viam ente m etafísico, todos lo s fen ó m en o s
p ercep tib les se d eb en al m ovim iento y a la in teracción d e átomos

® Véase 5írucíure of Scientific Revolutions, pp, 38-42.


322 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

cu alitativam en te n eu trales, en el vacío.® Por últim o, los ejem plares


son solu cio n es de p roblem as co n cr eto s a cep tad as por el grupo como
paradigm áticas en el sentid o u su al dei térm ino. M u ch os d e u ste d e s
estarán su poniendo ya q ue el térm ino “ ejem p lar” es el nom bre para
denotar el segun do, y “ m á s” fun dam en tal, sentid o de “ p'aradigma” .
P ie n so que para en ten d e r la form a en q ue fu n cion a una com unidad
cien tífica, com o productora y validadora de co n o cim ien to sóHdo, d e­
b em os en ten d er en últim a in stan cia la operación de por lo m en o s tres
de esto s c o m p o n e n te s de la matriz disciplinaria. Las a lteraciones de
cualquiera de ellos p u e d e n producir cam b io s en la co n d u cta científica,
que afecten tanto al lugar de un grupo de in vestigación com o a sus
norm as de verificación . N o trataré de d efen d e r aquí una tesis tan
general. M e con centraré por el m om ento en los ejem p lares. Para
p oder ocup arm e de ellos, sin em bargo, debo d ecir algo an tes sobre las
g en era liza cio n es sim b óhcas.
En las cie n c ia s, p articularm ente en la física , las gen eralizaciones
su ele n en con trarse ya en forma sim b ó lica :/ = ma, / — VÍR o +

o 8 77·^ m (E-V) i///h^ = O. Otras se exp

bras: “ La acción e s igual a la re a c c ió n ” , “ L a c o m p o sic ió n quím ica está


en proporciones fijas por p e s o ” , o “ T od as la s célu la s provienen de
c é lu la s ” . N a d ie negará q ue lo s m iem bros de una com u nid ad cien tífíca
em p lea n por co stu m b re ex p re sio n es com o é s ta s en su trabajo, que lo
h a cen a sí ordinariam ente sin n ece sid a d de ju stificación e s p e c ia l y que
raras v e c e s son ata cad os en tales p u n tos por lo s d em á s m iem bros de su
grupo. E sa co n d u cta es im portante, p u e s sin un com p rom iso com par­
tido re sp ec to de un conjunto de g en era lizacion es sim b ó lica s, la lógica
y las m a tem á tica s no se aplicarían rutinariam ente en el trabajo de la
com u nid ad. El ejem plo de la taxonom ía su giere q ue una cien cia pueda
existir con p ocas de tales g en eraliza cion es, y tal v ez co n ninguna. Más
a d elan te indicaré c óm o podría ser é s te el caso. Pero no veo razón para
poner en duda la im presión gen eralizada de q ue el p o d er de una
cien cia au m en ta con el núm ero de g en era liza cio n es sim b ó h ca s de que
dispon en su s p ractica n tes.

® No es usual incluir, digamos, átomos, cam pos o fuerzas que actúan a distancia bajo
ei rubro de modelos, pero ahora no veo nada perjudicial en ese uso tan extendido.
Obviamente, el grado de compromiso de una comunidad varía al pasar de modelos
heurísticos a modelos metafísicos, pero parece m antenerse igual ia naturaleza de las
funciones cognoscitivas de los modelos.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 323

N ó te se , sin em bargo, la p eq u e ñ a m edida de concordan cia que le


h em o s atribuido a los m iem bros de nuestra com u nid ad. Cuando digo
que com parten un com p rom iso r e sp ec to d e, digam os, la generahza-
ció n sin ib ó h ca / ~ ma, quiero d ecir que no le acarrea dificu ltades a
quien A c r ib e en su ce sió n lo s cuatro sím b o lo s/ , —, m. y a: a quien
m anipule la exp resión resultante por m edio de la lóg ica y las m a tem á ­
ticas, y a q uién m uestre un resultado todavía sim bóhco. En e s te punto
de la d iscu sión , para nosotros, aunque no para los cien tíficos q ue los
em p lean , e s to s sím b olos y las ex p re sio n es form adas al com binarlos no
esíá n in terpretados, están d esp rov isto s to<iávía de sign ificados em p í­
ricos o de ap licación. Un com p rom iso com partido resp ecto de un
conjunto de g en era liza cio n es justifica la m anipulación lógica y la
m atem ática e in d u ce un com prom iso con resp ecto al resultado. No
n ece sita im p h ca r con co rd a n cia , sin em bargo, sobre la m anera com o
los sím bolos, uno por uno y c o lec tiv a m e n te, van a se r correlacionados
con ios resu ltados del exp erim en to y de la ob servación . H asta aquí, las
g en eralizaciones sim b ó h ca s com p artidas funcionan todavía co m o ex ­
p resio n es que se dan dentro de un sistem a m atem ático puro.
La analogía entre teoría cien tífíca y siste m a m atem ático puro ha
sido explotada am pHam ente por la filosofía de la cien cia de nuestro
siglo, y gracias a eUo d isp on em o s de algunos resultados que son de lo
m ás in teresante. Pero e s tan sólo una analogía y, por tanto, p uede
crear con fusión. Creo q ue en varios a sp ecto s h em o s sido v íctim as de
ella. V ea m o s una co n fusión que vien e al ca so aquí.
C uando una exp resión com o f ~ m a aparece en un sistem a m atem á­
tico puro, por así d ecirlo, está allí de una vez y para siem p re. E s decir,
si entra en la solu ción de un p roblem a m atem ático planteado dentro
d el sistem a , entra siem p re en la form a/ = ma o bien en u n a forma
reducible a é sta por la su stitutividad de id en tid a d es o por a l ^ n a otra
regla de su stitu ció n sintáctica. En las cien cia s, las g en erahzaciones
sim b ólica s se com portan ordinariam ente de m odo m uy distinto. N o
hay tanto g en era liza cio n es com o e s q u em a s de generalización, form as
esq u em á tica s cu y a exp resión sim b ólica detallada varía de una aplica­
ción a otra. P ara el problem a de la caída l i b r e , / = ma se convierte en
mg = mdhldt^. Para el péndulo sim p le, s e con vierte en mg S en 6 ~ -
mdhjdt^. P ara los oscila d o res arm ón icos acop lad os, se con vierte en
dos e c u a c io n e s, la prim era de las c u a le s p u e d e escribirse +
kisi = ic2 + 52 “ 5 i ). Los p roblem as m ás in te re sa n te s de la m ecá n ica ,
por ejem plo, el m ovim iento de un giroscopio, mostrarán m ayor dispa­
ridad aún en tref - ma y la generalización sim b ólica real a la cual se
324 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

aplican la lógica y la s m atem áticas; pero ya d eb e estar aclarado el


punto. A un qu e las ex p re sio n es sim b ólicas no in terpretadas son la
p o sesió n com ún de los m iem bros de una com u nid ad cien tífica, y
aunque tales ex p re sio n es son las q ue le dan al grupo un punto de
entrada para la lógica y la s m a tem á tica s, e s to s in stru m entos no se
aplican a la gen eralización com partida sino a una u otra versión e s p e ­
cial de ella. En cierto sentid o, ca d a una de ta les c la se s requiere de un
form alism o nuevo.
De aquí se extrae una in teresa n te con clu sió n , q ue probablem ente
v ien e ál ca so de la situ ación de los térm in os teóricos. Los filósofos que
p resen ta n las teorías cien tífic a s com o siste m a s form ales no interpre­
tados subrayan fr e c u e n te m e n te q ue la referen cia em pírica entra en
tales teorías de abajo hacia arriba, m o v ién d o se d e un vocabulario
b á sico , co n significado em pírico, hasta los térm inos teóricos. A pesar
de la s d ificultades, bien co n o cid a s, que encierra la noción de vocabu­
lario b á sico , no pongo en duda la im portancia de e s a ruta en la
transform ación de un sím bolo no interpretado en el signo de un con­
ce p to físico en particular. Pero é s a no e s la única ruta. En ia cien cia,
los form alism os se relacionan con la naturaleza tam bién “ arriba” , sin
q ue m ed ie d ed u cció n alguna para eHminar los térm inos teóricos.
A n tes d e que el cien tífíco p ueda em p ezar las o p era cion es ló gicas y
m a tem á ticas q ue culm in an con la p red icción de lectu ra s d e m edidas,
d eb e inscribir la forma particular d e /= ma q ue se aplica, d igam os, a la
cu erda que vibra o ia forma particular de la ecu a ción de Schroedinger
co rresp ond ien te, por ejem p lo, ai átom o de helio en un ca m p o m agné­
tico. C ualquiera q ue sea el p ro ced im ien to q ue siga, éste no podrá ser
puram ente sin táctico. El co n ten id o em pírico d eb e ingresar en las
teorías form alizadas d e sd e arriba y tam b ién d esd e abajo.
Creo que no p u e d e uno evad ir e sta co n clu sió n sugiriendo que iá
ecu a ció n de S ch roed in ger o / = ma p u e d e con struirse com o una
abreviatura para la conjun ción de la s n u m erosas y particulares formas

No puede evadirse esta dificultad enunciando las leyes de la m ecánica newtoniana


en forma, digamos, la g ra n ^ a n a o hamiltoniana. P o r lo contrario, las segundas formula·-
ciones son explícitamente bosquejos de leyes, pero no leyes propiam ente dichas, como
tampoco lo e s ia formulación newtoniana de la mecánica. Partiendo de las ecuaciones de
Hamilton o de las de Lagrange, hay que escribir todavía una ecuación hamiltoniana o
lagrangiana para el problem a de que se trate. Nótese, sin embargo, que una de las
ventajas de e stas formulaciones es que hacen mucho m ás fácil identificar el formalismo
particular que convenga a un problem a dado. C ontrastadas con la formulación de
Newton, ilustran una de las direcciones características que sigue el desarrollo cientí­
fico.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 325

sim b ólica s q ue e s ta s ex p r e sio n e s adoptan para ser ap licadas a pro­


b lem as físic o s co n cr eto s. En prim er lugar, lo s cien tíficos seguirían
necesita n d o criterios q ue le s inform asen qué versión sim b ólica en
particular deb e aplicarse a tal o cual problem a. Y es to s criterios, com o
las r e g lís de correlación, de las q ue se d ice que transportan el signifi­
cado de un vocabulario básico a térm inos teóricos, serían el vehículo
d el contenido em pírico. A d e m á s, ninguna conjun ción de form as sim ­
bólicas p articu lares agotaría lo que p u ed e d ecirse que sa b en los
m iem bros de una co m u n id a d cien tífíc a a cerca de la m anera d e aplicar
g(^neralízaciones sim b ó h ca s. Al en frentarse a un acertijo nuevo, ordi­
n ariam en te co n cu erd a n sobre la exp resión sim bólica particular apro­
piada a él, aunque ninguno de ellos la haya visto an tes.
T oda exp h ca ció n del aparato cog n oscitivo de una com unidad cien tí­
fica d eb e d ecirn o s algo sobre la m anera com o los m iem bros d el grupo,
a n tes de las prueb as em p íricas directamente p ertin en tes al ca so , id en ti­
fican el form alism o e s p e c ia l qíre s e a d ecú a a un problem a en particu­
lar, e s p e c ia lm e n te a un problem a nuevo. Ésa e s c la ra m en te una de las
fu n cio n es que d eb e d ese m p eñ a r el con ocim ien to científico. D esd e
luego, no siem p re lo h a ce tan correctam en te; hay lugar, mejor dicho,
n ece sid a d , de com probar em p írica m en te un form alism o esp e c ia l pro­
p u esto por un problem a nuevo. L os p asos d ed u ctiv o s y la com paración
de su s p rod uctos fin a les co n el exp erim en to sigu en siend o co n d icio n es
e s e n c ia le s de la cien cia . P ero, regularm en te, los form ahsm os es p e c ia ­
le s son a cep ta d o s co m o p la u sib le s o rech azad os com o im plausibles
d e sd e an tes del exp erim en to . C on fre cu en cia notable, ad em á s, los
juicios de la co m u nid ad resultan ser correctos. Por e s o e s q ue idear un
form alism o es p e c ia l, una versión n u ev a de la form ahzación, no es lo
m ism o q ue inventar una teoría nueva. Entre otras c o sa s, lo primero
p u ed e e n se ñ a r se , pero no lo s e ^ n d o . A eso s e d eb e q ue lo s problem as
que se p resen tan al final de los capítulos de los textos cien tífic o s e stén
d ed icad os a e s a en se ñ a n za . ¿Q ué es lo que aprenden los estu d ia n tes al
resolverlos?

A resp o n d er e sta pregim ta está d ed ica d a ca si toda la parte restante de


e s te artículo, pero la trataré in d irecta m en te, h aciend o primero otra
pregunta m ás usual; ¿cóm o relacionan los cien tíficos las ex p resio n es
sim b ólicas co n la naturaleza? A quí hay, en realidad, d os preguntas
fundadas en una sola, p u es p u e d e inquirirse sobre una gen erahzación
sim b óhca e s p e c ia l, co n ce b id a para una situ ación ex p erim en tal dada, o
326 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

sobre una c o n se c u e n c ia sim b ólica s i n g l a r de esa generalización,


ded ucida por com paración con el exp erim ento. P er o , para lo que aquí
nos ocupa, p o d e m o s tratar esta s d os p r e ^ n t a s com o una sola, tal y
com o ocurre ordinariam ente en la p ráctica científica.
D esd e que se abandonó la esp eran za de ten er un lengu aje de datos
sen so ria les, la re sp u e sta se ha dado en térm inos de reglas de corres­
p ond en cia. S e han tom ado é s ta s com o d efin icio n es o p eracion ales de
i térm inos cien tíficos, o com o un conjunto de co n d icio n e s n ecesa ria s y
! su ficie n tes para la aphcabihdad de lo s términos.^^ No dudo de que el
I ex am en d e una co m u nid ad cien tífica dada revelaría varias de tales
‘ reglas, que serían com partidas por sus m iem bros; p rob ablem ente
otras podrían ser in du cidas leg ítim a m en te d e una ob servación cuida-
dosa de la con d ucta de dich os m iem bros. P er o , por razones que ya di
en otra parte y que apuntaré m ás ad ela n te, no cu estio n o que la s reglas
de co rresp on d en cia de e sta m anera serían su ficie n tes, en núm ero o en
fuerza, para exphcar las correlaciones reales entre formahsmo y experi­
mento, que son hechas, regularmente y sin problemas, por los miembros

” Desde que se leyó este escrito, me he dado cuenta de que, al omitir las dos
cuestiones mencionadas en el párrafo anterior, se introduce un a posible fuente de
confusión en este punto y m ás adelante. En el uso filosófico normal, las reglas de
correspondencia conectan palabras sólo con otras palabras; no con la naturaleza. Así,
los términos teóricos adquieren significado m ediante las reglas de correspondencia, que
las vinculan con un vocabulario básico ya significativo. Sólo esíe último es el que se
relaciona directam ente con la naturaleza. P arte de mi argumento se dirige a esta
concepción normal y, por tanto, no debiera crear problemas. La distinción entre
vocabulario teóríto y vocabulario básico no viene al caso en su forma presente, pues se:
puede .demostrar que m uchos términos teóricos se vinculan con la naturaleza de la
misma m anera, cualquiera que ésta sea, que los términos básicos. Pero estoy preocu­
pado adem ás por investigar de q ué m anera opera esa “ vinculación directa” , sea de un
vocabulario teórico o de un vocabulario básico. M ientras tanto, ataco la suposición, a
menudo implícita, de que quienquiera que sepa usa r correctam ente un término básico
tiene acceso, consciente o inconsciente, a un conjunto de criterios que definen ese
término o dan las condiciones necesarias y suficientes para regir su aplicación. Por ese
modo de vinculación por criterios, estoy empleando aquí el término de “regla de
correspondencia” , que viola el uso normal. Mi excusa por extenderm e demasiado
consiste en mi creencia de que la confianza explícita en las reglas de correspondencia y
la confianza implícita en los criterios introduce el mismo procedimiento y desvía la
atención de las mismas m aneras. Con am bas, el empleo del lenguaje parece ser, más de
lo que ya es, m ateria de convención. En consecuencia, ocultan la m edida en que el
hombre que adquiere un lenguaje cotidiano o científico aprende sim ultáneam ente cosas·
acerca de la naturaleza, las cuales no están incorporadas en las generalizaciones
verbales.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 327

del g r u p o . S i el filósofo d e se a un cu erpo adecu ad o de reglas de


co rresp o n d en cia, él m ism o tendrá q ue dar la mayoría de ellas
E s casi seguro que el filósofo pued a h a cer e s te trabajo. Exam inando
m uestras de la p ráctica p asa d a de la com u nid ad, el filósofo, para
exp licarlas, p u ed e contar con la posibihdad razonable de construir un
conjunto de reglas de co rresp o n d en cia ad ecu a d a s, aunado a generali­
za c io n es sim b ó licas c o n o cid a s. Muy p ro b a b lem en te, podrá construir
varios conjuntos o p cio n a le s. D eberá ser, sin em bargo, extraordina­
riam ente precavid o al describir cualquiera de ella s com o una r e c o n s­
trucción de las reglas m anten id as por la com u nid ad en estu d io . A un­
que ca d a uno d e su s conjuntos de reglas sería eq u iv a len te con resp ecto
a la práctica p asa d a de la co m u n id a d , no tiene por q ué serlo tam bién al
aplicarlo al sig u ien te problem a q ue aparezca dentro de e s e cam po. En
e s e sentid o, serían re co n stru cc io n e s de teorías algo d iferen tes, nin­
guna de la s cu a le s tendría q ue ser, fo rzosam en te, ia so sten id a por el
grupó. C om p ortánd ose co m o cien tífico , bien podría el filósofo mejorar
ia teoría d el grupo, pero, co m o filósofo, a la mejor no podría anahzarla.
S u p ó n ga se, por ejem p lo, q ue el filósofo está in teresado por la
ley de O h m ,/ ~ VjR, y q ue sab e q ue los m iem bros del grupo en estudio
m iden el voltaje con un electróm etro y la corriente con un galvanó­
metro. Al buscar una regla d e co rresp on d en cia para la resisten cia ,

Véase Structure o f Scientific Revolutions, pp. 43-5L


Creo que es notable la poca atención que los filósofos de la ciencia le prestan al
vinculo lenguaje-naturaleza. Seguram ente, !a fuerza epistemológica de la actividad de
los formalistas depende de la posibilidad delibrarla de problemas. Sospecho que una de
las razones de tal negligencia consiste en el no percatarse de cuánto se ha perdido, desde
ei punto de vista epistemológico, en la transición de un lenguaje del dato sensorial a un
vocabulario básico. M ientras el primero pareció ser viable, las definiciones y las reglas
de correspondencia no reclam aron atención especial. “ M ancha verde ahí” , apenas si
requería de mayor especificación operacional; “ La bencina hierve a 8CPC” es, sin
embargo, una clase de enunciado muy diferente. Además, como indicaré m ás adelante,
han fundido, frecuentem ente, la tarea de mejorar !a claridad y la estructura de los
elementos formales de una teoría científica con el trabajo, muy diferente, de analizar el
conocimiento científíco, y sólo en esta última tarea es en donde se originan los proble­
m as que estam os tratando. Hamilton hizo una formulación de la mecánica newtoniana
mejor que la de Newton, y el filósofo puede tener U esperanza de mejorarla m ás todavía
con una mayor formaüzación. Pero éste no podrá dar por hecho que saldrá con la misma
teoría con la que empezó, ni que los elem entos formales de una u otra versión de la teoría
serán coextensivos con la propia teoría. Sobre un ejemplo característico de la suposición
de que un formalismo perfeccionado es ipso facto una descripción del conocimiento
desplegado por la comunidad que em plea el formalismo por mejorarse, véase Patríele
328 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

p u e d e d ecid irse por e l c o c ie n te d el voltaje en tre la corriente, ca so


en el cual la le y d e O h m se con vierte e n u n a tautología. O , en lugar
de ello, p u e d e d ecid irse por correlacionar el valor de la resisten cia
con los resultados de m ediciones hechas con el puente de W heat­
stone, caso en ei que la ley de Ohm da información sobre la naturaleza.
Con re sp e c to a la p ráctica pasada, quizá la s dos re co n stru cc io n e s sea n
eq u iv a le n tes, pero é s ta s no p rescrib en q ue la con d ucta futura vaya a
ser la m ism a. Im a g ín e se , en particular, q u e un fanático d el experi­
m ento, m iem bro de la co m u nid ad, aplica voltajes m ayores de lo s que
nunca antes se han aplicado, y descubre que la razón del voltaje a la
co rrien te ca m b ia g ra d u a lm e n te c o n e l voltaje m uy ele v a d o . De
acuerdo con la se g u n d a reco n stru cció n , la del p u e n te de W h ea tsto n e,
ha d escu b ierto que hay d esv ia c io n es de la ley de O hm en lo s voltajes
elev ad o s. E n la prim era reco n stru cció n , sin em bargo, e s u n a tautolo­
gía, y las d esv ia c io n es de ella son in im ag in a b les. El exp erim en talista
ha descub ierto no una d esvia ció n con re sp ec to a 1a le y sin o m ás bien
que la r e siste n c ia cam b ia con el voltaje. C ada una d e las recon stru c­
cion es lleva a una localización d iferente de la dificultad y a una pauta
d iferente de in v estig a ció n posterior.^'^
No hay nada en la d iscu sión anterior que d em u estre que no hay un
conjunto de reglas de corresp o n d en cia a d ecu a d a s para explicar el

Suppes, “ The Desirability of Formalization in Science” , Journal o f Philosophy, 65(1968);


651-664.
Un ejemplo menos artificial exigiría la manipulación sim ultánea de varias generali-■
zaciones simbólicas y demandaría más espacio del que se dispone. Pero no son difíciles
de encontrar los ejemplos históricos que m uestran los efectos diferentes de las generali­
zaciones tenidas por leyes y definiciones (véase la discusión de Dalton y la controversia
Proust-BerthoUet Structure o f Scientific Revolutions, pp. 129-134); tampoco el ejemplo
presente carece de fundam ento histórico. Ohm midió la resistencia dividiendo la co­
rriente entre el voltaje (tensión). Su ley dio así parte de una definición de resistencia.
Una de las razones de que haya sido tan difícil de aceptar (la omisión de Ohm es uno de
los ejemplos más famosos de resistencia a la innovación que contiene la historia de la
ciencia) consiste en que era incompatible con el concepto de resistencia que se aceptaba
antes del trabajo de Ohm. Precisam ente porque exigía redefinir los conceptos relativos a
la electricidad, la asimilación de la ley de Ohm produjo una revolución en la teoría sobre
la electricidad. (Para partes de esta historia, véase T. M. Brown, “ The Electric Current
in Early N ineteenth-Century Electricity” , Historical Studies in the Physical Sciences, 1
(1969); 61-103, y M. L. Schagrin, “ Resistance to O hm ’s Law” , American Journal of
Physics, 31 (1963); 536-547). Sospecho que, en términos generales, las revoluciones
científicas pueden distinguirse de los avances científicos normales en que las primeras
requieren la modificación de las generalizaciones anteriormente consideradas cuasiana-
líticas, ¿D escubrió E instein la re latividad de la sim u lta n eid a d o destruyo una
im plicación tautológica de e se térm ino?.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 329

com p ortam iento de la com u nid ad en estudio. E s m uy difícil dem ostrar


una negativa de e s a índoie. P ero la d iscu sió n p u e d e llevarnos a tomar
un poquito m ás en serio algunos a sp ec to s d e la form ación y la cond ucta
cien tíficas, a sp e c to s q ue lo s filó so fos se la s han arreglado para mirar
tran spáren tem ente. En ios libros de texto o en la en señ an za de la
cien cia , se en cu en tran m uy p o c a s reglas de co rresp ond en cia. ¿Cómo
han adquirido los m iem bros de una com unidad cien tífica un conjunto
su ficien te? E s digno de o b servarse que cu ando un filósofo le s pide
tales reglas por !o regular lo s c ien tífic o s niegan que eso tenga impor-
tancia, y de ahí e n a d ela n te q u ed a m u ch a s v e c e s obstacuHzada la
co m u n icació n . C uando coop eran, la s reglas que p resen tan p u eden
variar de un m iem bro de la co m u nid ad a otro, y todas p u e d e n ser
d efec tu o sa s. S e co m ie n z a uno a preguntar si se em p lean m ás de unas
cu an ta s reglas en la p ráctica de la co m u nid ad, si no hay alguna otra
forma en que los cien tífic o s correlacionen sus ex p resio n es sim b óhcas
co n la naturaleza.
Un fen ó m e n o familiar tanto para los estu d ia n tes de c ien cia s com o
para los historiadores p u e d e darnos un indicio. H abiendo sido am bas
co sa s, hablaré de mi propia ex p erien cia. L os estu d ia n tes de física
inform an regularm en te q ue han leído todo un capítulo d e su hbro, que
lo han en ten d id o p erfe cta m e n te, pero q u e, a pesar de ello, tienen
dificu ltades para resolver ios p roblem as que se les p resen tan al final
d el capítulo. C asi in v aria b lem en te, su dificultad estriba en esta b lecer
la s ec u a c io n e s a d ecu a d a s, e n relacionar las palabras y los ejem p los
dados en el texto co n los prob lem as q ue se le s pide que resu elvan .
T a m b ién , ord in ariam ente, e s a s d ificu ltad es se d e s v a n e c e n d e la
m ism a m anera. El estu d ian te d esc u b re una m anera d e ver su pro­
b lem a igual a otro q ue ya resolvió. U na vez vista e s a igualdad o
analogía, sólo q u ed an por d ela n te dificu ltades d e operación.
La m ism a pauta s e m uestra claram en te en la historia de la cien cia.
El cien tífico m odela la solución a un problem a b asán d ose en otro, a
m enudo recurriendo m ín im a m en te a gen era liza cion es sim b ó h ca s. Ga­
hleo d escubrió q ue una bola que rueda h acia abajo de un plano in c h ­
nado adquiere e x a c ta m e n te la v elocid ad n ecesa ria para volver a la
m ism a altura vertical sobre otro plano inch nad o d e cualq uier p en ­
diente, y aprendió a ver esa situación exp erim en tal com o el péndulo
con una m asa p untual en calidad de p eso . H u y gh en s resolvió luego el
problem a d el centro d e oscila ción de un pén du lo físico, im aginando
que el cu erpo ex te n so de e s te últim o se com p onía de pén d u los p untua­
les galileanos, cu y o s v ín cu lo s s e h beraban in sta n tá n ea m en te en cual-
330 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

qiiier punto de la oscila ció n . Liberados los v ín cu los, ca d a uno de los


p én d u los p u n tu a les oscilab a lib rem en te, pero su centro de gravedad
común, com o en el péndulo de Galileo, se elevaiían únicam ente hasta la
altura de la cual había co m en za d o a caer el centro d e gravedad del
pén du lo ex te n so . P o rú ltim o , D aniel Bernoulh, todavía sin ayuda de las
le y e s de N ew ton , d escubrió la m anera de h a cer que el flujo de agua
que salía por un orificio paracticado en un tanque se ase m e ja se al
p éndulo de H u ygh en s. D eter m ín e se el d e sc e n so del centro de grave­
dad del agua que hay en el tanque y en el chorro durante un intervalo
de tiem po infinitesimal. En seguida, im agínese que cada partícula d e
agua se m u ev e sep a rad am en te h a cia arriba, h asta a lca n za rla m áxim a
altura ob tenib le con la velocid ad q ue p o seía al final del intervalo de
d e sc e n so . El a sc en so del centro de gravedad de las partículas separa­
das d eb e igualarse en to n c es al d e sc e n so d el centro d e gravedad del
agua del tanque y del chorro. Partiendo del p rob lem a así planteado, se
encontró la tan b u scad a velocid ad del flujo.
C om o m e falta tiem po para poner m ás ejem p los, m e lim itaré a
sugerir que una cap acidad aprendida de ver sem eja n zas en tre prob le­
m as al p arecer ajenos d e se m p e ñ a en las c ie n c ia s una parte im portante
d el p apel que s u e le atribuírsele a las reglas de corresp ond en cia. En
cuanto un p roblem a nuevo se ve análogo a otro p roblem a ya resu elto ,
sigue tanto un form alism o a d ecu a d o com o una m anera nueva de hgar
sus c o n se c u e n c ia s sim b ó h cas con la naturaleza. H ab iend o visto la
sem eja n za, sim p lem en te se usan las rela cio n es que han dem ostrado
ser e fic a c e s en c a s o s anteriores. C reo que e s a cap acid a d para recon o­
cer ias sem eja n za s “ autorizadas” por el grupo e s lo principal que
ad qu ieren los estu d ia n tes al resolver p ro b lem as, ya se a con lápiz y
p apel o bien en un laboratorio bien equipado. En el curso de su
form ación, se le s p one un gran núm ero de tales ejercicio s, y los
estu d ia n tes que ingresan en la m ism a esp e cia h d a d por lo regular
hacen casi los m ism o s, por ejem p lo, el plano in chnado, el p éndulo
cón ico, las e h p se s de Kepler, etc. E sto s p rob lem as co n cretos, con su s

Sobre el ejemplo, véase René Dugas, ^ History o f Mechanics, trad. al inglés de J. R.


Maddox (Neuchátel: Éditions du Griffon y Nueva York: Central Book Co., 1955), pp.
135-136, 186-193 y Daniel Bernoulli, Hydrodynamica, sive de virihus el moiibus fltddorum,
comntentarii opas academicum (Estrasburgo: J. R. Dulseckeri, 1738), see. 3. Sobre el grado
en que progresó la mecánica durante l a primera mitad del siglo x\'ili, moldeando
soluciones a p rob lem a s con b a s e en o t r a S ; v éase Clifford T ru esd ell, “ R eactions of
L ate B aroque M e c h a n ic s t o S u c c e s s , C o n jec tu re, E rror, and Failure in N e w to n ’s
Principia” , Texas Quarterly, 10 (1967): 238-258.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARAGIDMAS 331

so lu cio n e s, son lo que llam é an tes “ ejem p la res” ; los ejem plos están ­
dar de una com u nid ad. C onstituyen la tercera cla se de co m p o n en te
cogn oscitivo de la matriz disciplinaria e ilustran la segu n d a función
principal de mi térm ino “ paradigm a” en La estructura de las revoluciones
científhas
Adquirir todo un arsenal de ejemplares, igual que aprender gene­
ralizaciones sim bólicas, son partes integrales del proceso por el que
el estudiante logra llegar a las realizaciones cognoscitivas de su grupo
disciplinario S in ejem p lares, n unca aprendería m ucho de lo que el
grupo sa b e sobre co n c e p to s fu n d am en tales com o los de fuerza y
cam p o, elem en to y c o m p u e sto , o n úcleo y célu la . P or m edio de un
ejem plo sim p le, trataré de explicar so m eram en te la noción de la
relación de sim ilitud aprendida, una p ercep ció n adquirida de analo­
gía. P ero , prim ero, p erm íta sem e aclarar el problem a al que está
d estin ada la exp h cación . E s axiom ático que cu alquier cosa e s igual y
tam bién diferente a cualquier otra. A costum b ram os decir que esto
d ep en d e d e los criterios em p lea d o s para juzgar. A quien habla de
sim ilitud o de analogía p o d e m o s p lantearle, p u es, la pregunta: ¿similar
c o n r e s p e c t o a q u é ? E n e s t e c a s o , sin em b a rg o , é s t a e s p recisa m en te la
pregunta q ue no d eb e h a cer se , p u es la re sp u e sta nos daría de in m e­
diato reglas d e co rresp o n d en cia . A preh en der ejem p lares no le e n se ñ a ­
ría al estu d ian te ninguna otra c o sa más que lo m ism o q ue tales reglas,
en form a d e criterios de sem eja n za, le en señ a n de otra m anera. R eso l­
ver p rob lem as con sistiría e n to n c e s en la mera práctica de aplicación
de reglas, y no habría n ece sid a d de hablar d e sim ihtud.
R eso lver prob lem as, sin em bargo, com o ya lo d em ostré, no e s eso.
E s una tarea q ue se ase m e ja m ás a e s e tipo de acertijo infantil en que se
Fue, desde luego, el sentido de “ paradigma” como ejemplo normal lo que, en un
principio, me hizo decidirme por tal término. Por desgracia, la mayoría de los lectores de
La eslnictitra de las revoluciones científicas no se dieron cuenta de lo que para mí era la
función primordial, y em plean “ paradigm a” en sentido aproximado al que ahora pre­
fiero llamar "'matriz disciplinaria” . Veo poco probable recuperar “ paradigm a” para su
uso original, el único propio desde el punto de vista filosófico.
Nótese que los ejem plares — y también ios modelos— son determ inantes de la
infraestructura de la comunidad, mucho más eficaces que las generalizaciones simbóli­
cas. Muchas comunidades científicas com parten, por ejemplo, la ecuación de Schroe­
dinger, y sus miembros se encuentran con esa fórmula en época consecuentem ente
temprana de su educación científica. Pero, a medida que continúa su formación, hacia,
digamos, la física del estado sólido, por una parte, y la teoría del campo por la otra,
comienzan a diferir los ejem plares que se encuentra el científico en ciernes. De ahí en
adelante, sólo puede decirse que com parten la ecuación de Schroedinger no interpre­
tada, pero no la sí interpretada.
332 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

le pide a uno que en cu en tre las figuras de an im ales o ias caras ocu ltas
dentro de un dibujo d e arbustos o n ubes. El niño b u sc a form as que son
com o las de los an im ales o las caras que co n o c e . En cuanto las
en cu en tra, ésta s ya no v u elv en a con fun dirse con e l fondo, p u es se ha
m odificado la form a en q ue el niño v e el dibujo. D e la m ism a manera, el
estu d ia n te de c ie n c ia s q ue se en frenta a un p rob lem a trata de verlo
com o uno o m ás de lo s p rob lem as ejem p lares con los q ue ya se ha
en con trad o. D esd e lu ego, cu an do ex isten reglas para guiarlo, las em ­
p lea. P ero su criterio b ásico e s una p erc ep ció n d e sim ihtud que es
p revia tanto lógica com o p sic o ló ^ c a m e n te a cu alq uiera de los n u m e­
rosos criterios con form e a lo s c u a le s habría h ech o e s a m ism a identifi­
c ación de la sim ihtud. D e sp u é s d e cap tada la sim ihtud, p u e d e uno
inquirir sobre los criterios, y a m enudo vale la p en a hacerlo. P ero en
realidad no e s n ecesario. P u e d e a p h carse d irectam en te la p red isp o si­
ción m ental o v isu al adquirida al aprender a ver se m e ja n te s dos
p roblem as. Q uiero preguntar ahora si, en circu n sta n cias a d ecu ad as,
¿hay alguna m anera de p ro cesa r datos form ando conjuntos de sim ili­
tud q ue no d ep en d an de una re sp u e sta previa a la p r e ^ n t a de sim ilar
con resp ecto a qué?

Mi argu m en tación co m ie n z a con una d igresión sobre el térm ino


“ dato” . F ilo ló ^ c a m e n te p roviene de “ lo dado” . F ilo só fic a m e n te , por
razones arraigadas p rofun dam en te en la historia de la ep istem ología,
aísla los m ínim os ele m e n to s e sta b le s su m inistrados por n u estros se n ­
tidos. A unque ya no abrigam os la esp era n za de tener un lengu aje del
dato sensorial, fra se s co m o “ verde a h í” , “ triángulo aquí” o “ ca h en te
allá” sigu en con n otan do n u estro s paradigm as relativos a un dato, lo
dado en la exp erien cia . En varios r e sp e c to s, d eb en d ese m p eñ a r e ste
p apel. N o ten em o s a c c e s o a e le m e n to s de la exp erien cia “ m á s” m íni­
m os que ésto s. Siem pre q ue p ro ce sa m o s c o n sc ie n te m e n te d atos, se a
para identificar un objeto, descub rir una le y o in ven tar una teoría,
n ecesa ria m en te op eram os con s e n sa c io n e s de e sta ín dole o bien con
c o m p u e sto s de ellas. D e sd e otro p un to de vista, sin em bargo, las
se n sa c io n e s y su s ele m e n to s no son lo dado. V istas teóricam en te en
lugar de en relación con la ex p erien cia, tal térm ino p er te n e c e m ás bien
a los estím u los. A un qu e nuestro a c c e s o a ellos e s sólo indirecto, vía la
teoría cien tífica , son ios estím u lo s, y no las se n sa c io n e s, los q ue
ch o ca n con nuestros organ ism os. U na gran cantidad de p ro cesa m ien to
neutral ocurre entre el m o m en to en que se recib e un estím u lo y el
m om ento en que se da ia r e sp u e sta que e s nuestro dato.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 333

N o valdría la p en a co m en ta r nada de esto si D e sc a r te s h u b iese


tenido razón al e s ta b le c e r u na corresp o n d en cia biunívoca entre los
estím u los y las se n sa c io n e s. Pero nosotros sa b em os que no e x iste nada
por e^estilo. La p erc ep ció n de un color dado p u e d e producirse por un
núm ero infinito d e lon gitud es de onda co m b in a d a s de d istintos m odos.
P or el contrario, un estím u lo dado p u e d e producir toda una variedad
de se n sa c io n es: la im agen de un pato en un re cip ie n te , ia im a gen de un
conejo en otro. L a s r e sp u e sta s com o é s ta s no son en teram en te innatas.
S e p u ed e aprender a d istinguir colores o form as que no eran distingui-
ibles an tes d el aprendizaje. En grado d esc o n o c id o todavía, la p rod u c­
ción de d atos a partir de los estím u lo s e s un p rocedim ien to .aprendido.
D e sp u é s d el p ro ce so de aprendizaje, el m ism o estím u lo prod uce un
dato d iferente. C onclu yo que, aunque los datos son los elem en to s
m ínim os de nuestra ex p er ie n c ia individual, tien en que ser tam bién
re sp u e sta s com partidas a un estím u lo dado, sólo entre los m iem bros
de una com u nid ad ed u cativ a, cien tífica o lingü ística relativam ente
homogénea.^®
V uelvo a mi a r ó m e n t e principal, pero ahora sin ejem p los cien tífi­
cos. E s in evitab le q ue é s to s resu lten ser ex c esiv a m e n te com p lejos.
A sí, p u e s, en lugar de ello, le s pediré que im aginen a un niño d e
corta ed a d , de p a se o con su padre por el parque z o o ló ^ c o . El niño ya
sa b e re c o n o c e r a v es y d istingu ir petirrojos. D urante e s te p a seo ,
aprenderá a id en tifica r c is n e s , g a n sos y patos. Q uienquiera que le
haya en se ñ a d o a un niño en circu n sta n cia s co m o és ta s sa b e que el
prim er in stru m ento p ed a gó gico e s la osten sió n , e s decir, e l mostrarle
d irecta m en te un objeto. F r a se s com o ‘'T odos los c is n e s son b la n co s”
tien en un p ap el q u e d ese m p eñ a r, pero no son n ecesa ria s. Por el
m om ento, las om itiré de m is co n sid er a cio n e s, p u es lo q u e m e pro­
pongo e s aislar, e n su form a m ás pura, un modo d iferente d e aprender.
E n to n c es, la ed u ca ció n de P e p e procederá de la sigu ien te m anera. Su
padre le m uestra un a ve, d icién dole: “ Mira, P e p e , é s e e s un c i s n e .” AI
poco rato, el propio P e p e se ñ a la un ave y dice: “ P apá, otro c is n e ,”
P ero co m o el niño no ha aprendido todavía lo que e s un c isn e d eb e sér

En La estructura de las revoluciones científicas, particularm ente en el capítulo X, insisto


en que los miembros de com unidades científicas diferentes viven en mundos diferentes
y que las revoluciones científicas cam bian e] mundo en el que trabaja el científico.
Quisiera decir ahora que a los miembros de comunidades diferentes se les presentan
datos diferentes m ediante los mismos estímulos. Nótese, sin embargo, que ese cambio
no ocasiona que se vuelvan impropias frases como “un mundo diferente” . El mundo
dado, sea el cotidiano o el científíco, no es mundo de estímulos.
334 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

corregido por su padre: “ N o, P e p e , é s e e s un g a n so ” . La sig u ie n te vez


q ue P e p e id en tifica un c isn e io liace co rrecta m en te, pero su sigu ien te
“ g a n so ” e s , en realidad un pato, por lo que de nuevo e s corregido.
D e sp u é s de unos cu an to s en cu en tro s m ás de e s te tipo, ca d a uno co n su
corrección o su reforzam iento a d ecu a d o s, la cap acid a d de P e p e para
id en tificar es ta s a v es acu á ticas ya e s tan grande com o la de su padre.
La in stru cció n ha con clu id o rápidam ente.
La pregunta ahora e s saber q ué le ha ocurrido a P e p e , y aseguro
la p lausibihdad de la sigu ien te re sp u e sta . D urante el p a seo , se ha
reprogram ado parte d el m ecan ism o neural por el cual el niño pro­
c e s a estím u los v isu a le s, y se han m odificado los datos q ue recib e
de los estím u lo s que an tes le h acían evo car “ a v e s ” . C uando em p ezó su
p a seo, el program a neural hizo d e s ta c a r la s d iferen cia s entre cada uno
de los c is n e s y tam bién en tre é s to s y lo s g an so s. H acia el final d el
p a seo , se d esta ca b a n cara cteres com o la longitud y la curvatura d el
cu ello de los cisn e s, se habían suprim ido otros, y io s d atos relativos a
los c is n e s se correspondían u n o s con otros, a la vez que diferían de los
datos relativos a los g an sos y a lo s p atos, d e una m anera q ue no había
ocurrido antes. L as a v es que en un principio había visto ig u a les — y
tam bién d ife re n tes— estab an agrupadas ahora en con glom erad os d is­
tintos dentro del esp a cio p ercep tu a l.
Un p ro ceso de esta índole e s fá cil de m odelar en una com p uta­
dora; y p rec isa m en te m e en cu en tro en ias p r im e r a s .fa s e s d e un
exp erim en to así. S e in trodu ce en la m áquina un estím u lo, en form a
de una hilera d e n dígitos o rd en ad os. AlH se le s transform a en un
dato por la ap licación de una transform ación p r esele cc io n a d a a cad a
uno de los n dígitos, m ientras que se ap hca otra transform ación a ca d a
una de las p o sicio n e s q u e hay dentro de la hilera. Cada uno d e los datos
así ob ten id os e s una hilera d e n n úm eros, p o sició n en lo que llam aré un
esp a c io cualitativo n -d im en sional. En e s te esp a c io , la d ista n cia entre
dos d atos, m ed ida con form e a una m étrica eu clid ia n a o no eucHdiana
que sea tam bién co n v e n ie n te , rep resen ta su sim ihtud. Q ué estím u los
se transformarán en sim ilares o en datos p arecid os d ep en derá, d esd e
luego, de la e le c c ió n de las fu n cio n es d e transform ación. D iferen tes
conjuntos de fu n cio n es p ro d u cen d iferen tes conglom erados de datos,
d iferen tes pautas de sim ilitud y d iferencia en el esp a cio p erceptual.
M i
N o es n ecesario que las fu n cio n es de transform ación sean obra h u ­
m ana. Si se le sum inistran a la m áquina estím u los q ue puedan ser
agrupados en co n g lo m erad os, y se le inform a q ué estím u los d eb en ser
co locad os en los m ism o s conglom erados y cu á le s en otros, en to n c es la
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 335

dicha m áquina podrá con stru ir por sí m ism a un conjunto adecuado de


fu n cio n es de transform ación. N ó te se que am bas con d icio n es son
e s e n c ia le s . N o todos los estím u lo s p u e d e n ser transform ados para
constituir con glom erados de datos. A un cuando si pudiera h acerse, a
ia mCqnina, com o al niño, d eb e d ecírse le prim ero cu á le s van juntos y
cu á le s aparte. P e p e no d escub rió por sí m ism o que había c isn e s,
g a n sos y patos. Su papá tuvo q ue en señ á rselo .
Si rep resen tam o s ahora el esp a cio p ercep tu al de P e p e en un dia­
gram a de d os d im e n sio n e s, e l p roceso por el que ha pasado se asem eja
;>a la transición de la figura 1 a la figura 2.'*^ En la primera, los patos, los
g a n sos y ios c is n e s están m ezcla d o s. En la s e ^ n d a , están agrupados
en con jun tos d istin tos, co n d ista n cias a p recia b les en tre ellos.^° Com o
su papá le ha dicho a P e p e q u e, en efecto , los patos, los gan sos y los
cisn e s son m iem bros de e s p e c ie s naturales d istintas, P e p e tien e d ere­
cho a esp era r que todos los p a to s, gan sos y c is n e s que vea en el futuro
caigan naturalm ente dentro o e n el borde de u na de es ta s e s p e c ie s , y
que no encontrará dato alguno que caiga en la región entre ellas. Tal
ex p ec ta tiv a p u ed e ser violada, quizá durante una visita a A ustralia’.
Pero le servirá m ientras siga siend o m iem bro de la com unidad que ha
d escub ierto, de ia exp erien cia , la utihdad y la viabihdad de e sta s
particulares d istin c io n es c o n c e p tu a le s y que ha transm itido la ca p a c i­
dad de h a cerla s d e una g en eración a otra.
AI ser program ado para recon ocer lo q ue ya sab e su futura com u n i­
dad, P e p e ha adquirido inform ación racional. H a aprendido que e sto s
gan sos, p atos y c isn e s form an e s p e c ie s naturales distintas y que la
naturaleza no p resen ta c isn e s-g a n so s ni g an sos-p a to s. A lgunas c o n ste ­
la cio n es de cu a lid a d es van juntas; otras no existen . Si entre las cuah-
d a d es de su s con glom erados estu v ie se co n ten id a la agresividad, e n ­
to n c es su p a seo h u b iese cu m ph do fu n cio n es co n d u ctu a les tanto com o
zoológicas. Los g a n so s, a d iferencia de los patos y los c isn e s, tien en
una voz e s p e c ia l y m uerd en . Lo q ue P e p e aprendió vaie ia p en a de
sa b erse. ¿Pero sa b e lo que sign ifican lo s térm inos “ g a n so ” , “p a to ” y
“ c is n e ” ? En sen tid o utilitario, sí, p u es p u ed e aphcar e s to s rótulos

Le agradezco a Sarah Kuhn, a su paciencia y a su lápiz, el haberme hecho estos


dibujos.
Se evidenciará m ás adelante que todo lo especial de este método de procesar
estímulos depende de la posibilidad de agrupar los datos en conglomerados con espacios
vacíos entre ellos. Sin espacios vacíos, no hay otra opción a la estrategia de procesa­
miento que, ideada para un mundo de todos los datos posibles, se cifra en definiciones y
reglas.
336 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

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Figura 1

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Figura 2
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 337

in eq u ív oca m aen te y sin esfu erzo, extrayendo, al aplicarlos, con clu ­


sio n es co n d u c tu a les, ya se a d irectam en te o por m edio de en u n ciad os
g en erales. Por otro lado, ha aprendido todo esto sin adquirir, o al
menos^sin n ece sid a d de adquirir, ningún criterio para identificar c is ­
n es, gan sos o patos. P u e d e señ a lar un cisn e y decirle a u sted que deb e
de haber agua en las cerca n ía s, pero b ien p u ed e ser in cap az de decirle
a u sted q ué e s un cisn e .
En su ma, P e p e aprendió a aplicar rótulos sim b óh co s a la naturaleza,
sin nada parecido a d efin icio n es ni reglas de corresp ond en cia. A falta
,de ellas, em p lea una p ercep ció n aprendida y no ob stan te primitiva, de
sim ihtud y d iferencia. A l adquirir la percep ció n , ha adquirido también
algún co n o cim ien to sobre la naturaleza. En adelante, éste podrá estar
incorporado no a g en era h za cio n es ni reglas pero sí a la propia relación
de sim ilitud. D ebo subrayar q ue de ninguna m anera supongo que la
técn ica de P e p e e s ia ú nica por la que se adquiere y alm acena el
con ocim ien to. T am p oco creo probable que m ucho del con ocim ien to
hum ano se a adquirido y alm acenad o con el m ínimo recurso de las
gen erah zacion es v erb ales. P ero exhorto al recon ocim ien to de la inte­
gridad de un p roceso cogn o scitivo com o el q ue acabo de describir. En
com b inación con p ro ce so s m ás fam iliares, com o la generahzación
sim b ó h ca y la en señ a n za por m edio de m odelos, creo que sí e s esen cia l
para una recon stru cción a d ecu a d a del con ocim ien to cien tífico.
¿ N ec esito d ecir q ue los cisn e s, los gan sos y los patos q ue P ep e se
encontró durante su p a seo son lo s q ue he venido llam ando ejem plares?
P re sen ta d o s a P e p e junto con su s rótulos resp ectiv o s, son so lu cio n es a
un p roblem a que lo s m iem bros de su com unidad futura ya resolvieron.
A sim ilarlos e s parte d el p roceso de sociahzacíón por ei que P ep e se
convertirá en parte de e s a com u nid ad y, m ientras tanto, aprenderá
co sa s a cerca del m undo en q ue se en cuentra su com unidad. D esd e
luego, P e p e no e s un cien tífico ni lo que aprendió e s cie n c ia todavía.
Pero b ien p u ed e llegar a ser un cien tífico, y la técnica em p lead a en su
p aseo seguirá siendo viable. El u so de é sta será m ás obvio si se hace
taxonom ista. L os herbarios, sin los cu a le s no podría trabajar ningún
botánico, son d ep ó sito s de ejem p lares para uso profesional, y su
historia e s co e x ten siv a con la de la disciplina a la q ue apoyan. Pero, en
una form a m en o s pura, la m ism a técn ica e s esen cia l tam bién para las
cien cia s m ás abstractas. Ya dije q ue asim ilar solu cio n es a problem as
com o el del plano inclinado y el péndulo cón ico e s parte dei aprendi­
zaje de lo q ue es física new toniana. Sólo d esp u és de haber asim ilado
un conjunto de tales p rob lem as puede el estu diante o el profesional
338 ESTUDIOS M ETAHISTÓ RICOS

pasar a identificar por sí m ism o otros p roblem as n éw ton ian os. A d e­


m ás, esa asim ilación de ejem plos e s parte de lo que lo cap acita para
aislar las fuerzas, las m a sas y los lím ites dentro de un nuevo problem a,
así com o para escribir un form alism o co n v en ie n te para solucionarlo.
P e s e a su sim plicidad e x c esiv a , el ca so de P e p e d eb e sugerir por qué
in sisto tanto en que los ejem p los com p artidos d ese m p eñ a n fu n cio n es
co g n o scitiv a s e s e n c ia le s, p revias a la e s p e c iílc a c ió n de los criterios
con resp ecto a lo que son ejem p lares.

C oncluiré mi argum ento regresando al asunto d ecisiv o, ya analizado


en relación con las g en eraliza cio n es sim b ólicas. S u p ón ga se que los
cien tífic o s sí asim ilan y alm a cen an el co n ocim ien to contenido en
ejem plos com p artidos. ¿T ien e e n to n c e s el filósofo que participar en el
p roceso? ¿No p u ed e en lugar de ello estu diar los ejem p los y extraer
regias de co rresp on d en cia que, junto con los e le m e n to s fo r m a le s de la
teoría, harían superfluos los ejem p los? A esa p r e ^ n t a ya sugerí la
,,, .;i; sigu iente resp u esta. El filósofo está en libertad de sustituir reglas por
;i; ejem p los y por lo m en o s, en principio, p u ed e tener la esperan za d e
; lograr éxito en su tarea. En el p ro ceso, sin em bargo, alterará la
¡IV, naturaleza del co n o cim ien to p oseíd o por la com unidad de la cual se
¡í;:: extrajeron sus ejem p los. Lo que estará h acien d o , en efecto , será
?; !■ sustituir un m edio de p ro cesar datos por otro. A m en os que sea
li !| extraordinariam ente cu id adoso, al hacerlo así estará debilitando el
Vir co n o cim ien to de la com u nid ad. E in clu so con cuidado, cam biará la
naturaleza de las futuras re sp u e sta s de la com unidad a algunos estím u ­
los ex p erim en ta les.
^ La ed u ca ció n de P e p e , aun cu ando no haya sido en cien cia , da una
nueva c la se de testim on io s a favor de esta s afirm aciones. Identificar
c isn e s, gan sos y patos m ed iante reglas de corresp o n d en cia, an tes que
por m edio de la sim ilitud p ercibida, e s dibujar curvas cerradas y que
no se cortan en torno de ca d a uno de los conglom erados de la figura 2.
Lo que resulta e s un sencillo diagram a de V enn, que m uestra tres
conjuntos que no se traslapan. T odos los cisn e s están en uno, todos los
g an sos en otro, etc . P ero, ¿por dónde d eb en dibujarse las curvas? Las
p osibilid ades son infinitas. U na de ellas se ilustra en la figura 3, en
d onde las fronteras están dibujadas muy próxim as a la figura de las
aves en los tres conjuntos. D adas tales fronteras, P ep e p u ed e d ecir
·’ ' ahora cu á le s son los criterios para la p erte n e n c ia a los conjuntos de los
■I c isn e s, ios gan sos o los patos. Por otro lado, tal vez se vea en problem as
*, la sigu ien te vez q ue v ea un ave acu ática. L a forma dibujada en el
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 339

( vi·»·

Figura 3

Figura 4
340 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

diagram a e s ob viam ente un cisn e por el criterio de la d istancia p erci­


bida, pero no e s un cisn e , ni un gan so, ni un pato, por las reglas de
co rresp o n d en cia ap licab les a la p erten en cia a un conjunto dado, las
cu a le s se acab an de introducir·
Por consigíJiiente ias fronteras no deb en dibujarse dem asiad o cerca
de los b ordes de un conglom erado de ejem p lares. V ayam os, p u e s, al
otro extrem o, la figura 4, y dibujem os fronteras q ue agotan la mayoría
de las partes p ertin en tes del esp a cio p ercep tual de P e p e . Con esta
e lec ció n , ningún ave que aparezca ce rc a de uno de los con glom erados
e x iste n te s presentará problem a, pero al evitar es a dificultad h em o s
creado otra. P e p e ya sabía que no hay c isn e s-g a n so s. La n u eva reco n s­
trucción de su con ocim ien to lo priva de e s a inform ación; en lugar de
ella, le da algo que e s p rácticam ente im probable que n e c e site , el
nom bre q ue se ap hca al dato d e un ave que se en cu en tra en el esp acio
vacío entre los cisn e s y los g a n so s. P ara rem plazar lo q ue ha perdido,
p o d em o s im aginarnos que agregam os al aparato co gn oscitivo de P e p e
una fun ción de d en sidad que d escrib a la probabihdad de q ue se
en cu en tre un cisn e en varias p o sicio n e s dentro de las fronteras de los
cisn e s, junto con fu n c io n e s ig u a les para los g an sos y io s patos. Pero el
criterio de sim ilitud original ya servía para esto . En e fe cto , podríam os
haber vuelto al m ecan ism o de p ro cesam ien to de datos q ue habíam os
dicho q ue se rem plazaba.
Claro está q ue ninguna de la s m ás cu id a d o sa s téc n ic a s para dibujar
fronteras de conjuntos lo hará. El com prom iso indicado en la figura 5 es
una mejora obvia. Toda ave q ue aparezca próxim a a uno de los con ­
glom erados e x iste n te s p erte n e ce a e s e m ism o. T oda ave q ue aparezca
entre co n glom erados no tiene nom bre, pero tam poco e s probable que
se p resen te e s e dato. Con fronteras de con jun tos com o é s ta s, P ep e
d eb e ser capaz de operar con b uenos resu ltad os durante algún tiem po.
N o ha ganado nada, sin em bargo, al sustituir fronteras de conjuntos
por su original criterio d e sim ihtud, y en reahdad ha perdido algo. Si ha
de m anten erse la con v en ie n c ia estratég ica de e s ta s fronteras, no tien e
que cam biar su u b icación cad a v ez que P e p e se en cu en tre con otro
cisn e.
La figura 6 m uestra lo que tengo en m en te. P e p e ha encontrado otro
cisn e. E stá , com o d eb e, co m p leta m en te dentro de la antigua frontera
de conjunto. N o hay problem a de id en tificación . Pero p u ed e haberlo la
próxima vez, a m en o s q u e las fronteras n u ev as, que aquí se re p r esen ­
tan con lín ea s p u n tead as, se dibujen tom ando en cu en ta ia forma
alterada d el conglom erado de los cisn e s. Sin el ajuste h a cia afuera de
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS
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342 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

la frontera de los cisn e s, la próxim a ave que se en cu en tre P ep e,


aunque se a claram en te un cisn e por el criterio de sem ejan za, a caso no
caíga en la frontera antigua o fuera de ésta. Sin la retracción sim ultá­
n ea de la frontera de lo s patos, el esp acio vacío, q ue lo s m aestros de
P e p e , m ás exp erim en tad os, le han asegurado que p uede conservar, se
habría vuelto dem asiado estrech o . D e ser así, ca d a exp erien cia nueva
p u ed e exigir un ajuste de las fronteras de los conjuntos, y en to n ces
habría que preguntarse si P e p e fue in teh g en te al permitir que los
filósofos dibujaran por él tales fron tefás. El prim itivo criterio de sim ili­
tud que había adquirido le habría servido para m anejar todos e sto s
c a s o s sin p rob lem as y sin ajustes con tinu os. E stoy seguro de que hay
algo así com o cam bio de significado o cam bio del cam p o de ap hcación
de un término. P ero sólo la noción de que el significado o la aphcabili-
dad d ep en d en de fronteras d eterm inadas podría infundirnos el d eseo
de d esp legar aquí e s a fraseología.^^
D ebo subrayar que no estoy sugiriendo q ue no haya nunca buenas
razones para dibujar fronteras o para adoptar reglas de corresp ond en ­
cia. Si a P e p e se le p resen tan series d e a v es que llen an lo s h u e c o s entre
los cisn e s y ios gan sos, se verá forzado a resolver el dilem a resultante
que divida, por definición, ei continuo c isn e s-g a n so s. O, si h ub iese
razones in d e p e n d ie n tes para su pon er q ue el color e s un criterio estab le
para la id en tificación de la s a v es acu ática s, P e p e se h u b iese com pro­
m etido, in te h g e n tem e n te, con la generalización de “ T odos lo s c isn e s
son b la n c o s” . C o n e sa estrategia, se podría ahorrar vahoso tiem po de
p rocesam ien to de datos. En todo ca so , la generalización daría un
punto de entrada para las op era cio n es lógicas. Hay o ca sio n e s ad ecu a ­
d as para cam biar a la estrategia, bien co n o cid a, que se cifra en
fronteras y reglas. P ero no e s la única estrategia que e x iste para el

De la misma m anera, debieran evitarse aquí frases como “ vaguedad de signifi­


cado” o “ conceptos de textura abierta” . Ambas indican algo que falta y que luego podría
aportarse. Tal sentido, sin embargo, es creado tan sólo por una norma que nos exige
poseer condiciones necesarias y suficientes para la aplicabilidad de una palabra o una
frase en un mundo de todos los datos posibles. En un mundo en que nunca aparecieran
algunos datos, sería superñuo tai criterio.
Nótese que el compromiso de Pepe para con la frase “Todos los cisnes son blan­
cos” puede ser un compromiso hacia una ley relativa a los cisnes o hacia una defi­
nición {parcial) de tales aves. Esto es, puede recibir la generalización como analítica
o como sintética. Como se sugirió en la nota 14, la diferencia puede tener g a n d e s con­
secuencias, particularmente si Pepe se encuentra con un ave acuática, que en los
demás respectos, parezca ser un cisne. Las leyes extraídas directamente de la obser­
vación se pueden ir corrigiendo poco a poco; no así las definiciones, por lo general.
ALGO MÁS SOBRE LOS PARADIGMAS 343

pro cesam ien to de estím u los o de datos. E xiste una opción, la cual se
basaba en lo q ue he ven id o llam ando p ercep ció n aprendida d e sim ih ­
tud. La ob serv ación , sea del aprendizaje del lenguaje, la ed u cación
cien t^ ic a o la p ráctica cien tífica, sugiere q ue en realidad se em p lea
am pliam ente. P asán dola por alto en la d iscu sión ep istem o ló gica, po­
d em o s violentar nuestra co m p ren sió n d e la naturaleza del co n o ci­
m iento.

V olvam os, por últim o, al térm ino “p aradigm a” . Lo introduje en La


estructura de la s revoluciones c ie n tífic a s porque yo, el autor-historiador del
hbro, al exam inar la p erten en cia a una com unidad cien tífica, no podía
recuperar reglas com partidas su ficie n tes para exp h car la co n d u c ía de
in vestigación del grupo, tan caren te de problem as. C oncluí, B e b i d a ­
m en te, q ue los ejem p los com partidos de práctica fructífera le darían al
grupo lo m ism o que las reglas. E so s ejem plos fueron sus paradigm as, y
com o tales, in d isp e n sa b le s para su trabajo con stante de in vestigación .
Por desgracia, habiendo llegado tan lejos, dejé que se ex p a n d ie sen las
ap lica cio n es del térm ino, abarcando todos los co m p rom isos de grupo
com partidos, todos lo s co m p o n e n tes de lo que ahora d eseo llamar la
matriz disciplinaria. In ev itab lem en te, el resultado fu e la con fusión, y
o scu reció la s razones originales para introducir un término esp ecia l.
Pero e s a s razones se sigu en m anteniendo. L os ejem plos com partidos
d eb en d ese m p eñ a r las fu n cio n es cog n o scitiva s que se atribuyen co ­
m ún m ente a la s reglas com partidas. Cuando así ocurre, el conoci,-
m iento se desarrolla de modo diferente de com o lo hace cu ando está
gobernado por reglas. Por en cim a de todo, e ste artículo ha sido un
esfuerzo por aislar, e scla r ec er y llevar a buen término e s o s puntos
e se n c ia le s. Si p ueden v erse, se re m o s c a p a c e s de absolver el término
"paradigm a” , aunque no al co n ce p to q ue produjo su introducción.
X III. O B JE T IV ID A D , JU IC IO S DE V A L O R
Y E L E C C IÓ N D E T E O R ÍA

Conferencia M achette, inédita, dada en ia Furinan University,


30 de noviembre de 1973.

E n e l p e n ú l t i m o capítulo de un controvertido libro/ p u b licado hace


; !■ quin ce añ os, con sid eré las m aneras com o los cien tíficos s e v en obliga­
dos a abandonar una teoría o un paradigm a trad icion ales en favor de
otros. T a les p rob lem as de d ecisió n , escrib í, “ no p u ed en resolverse
rnediante pr^ Analizar su m ecan ism o e s , p u e s, habrar“ de
téc n ic a s d é p ersuasión, o d e argum entos y d e contrargum entos, en
una situación tal q ue no p u ed e haber pru eb a” . En es a s circun stan ­
cia s, con tinu é, “ la re siste n c ia d e por vida [a ú n a teoría n u e v a ] . . . no
es una violación de la s norm as cien tífica s. . . A un qu e el historiador
p u ed a siem p re encontrar h om b res — ^Priestley, por ejem p lo— que no
fueron razonables al resistir tanto tiem po com o lo hicieron, no en co n ­
trará n unca un punto en dond e la re siste n c ia se haya vuelto ilógica o
a cien tífic a .” ^ Con a firm aciones así, tien e que surgir ob viam ente la
cu estió n de por q u é, sin criterios obligatorios para la élécQion cien tí­
fica, tanto el núm ero de p rob lem as cien tífic o s resu eltos com o la p reci­
sión de las so lu cio n es d ad as a problem as co n creto s au m enta tan
m arcadam en te co n el p a so d el tíem^ Enfrentado a ese, problem a,
b osqu ejé e n m i capítulo fin al varias cara cterística s que los cien tíficos
c_omp.arten en virtud de la form ación que le s fa cu lta para p erte n e ce r a
una u otra com unidad' de e sp e c ia h sta s. Sin criterios q ue d icten la
elec ció n individual, argum enté, lo q ue tien e que h a cer se e s confiar en
e l juicio co lectiv o d e los cien tífico s form ados d e esa m anera. “ ¿Q ué
mejor criterio podría haber” , p regu n té retóricam ente, “ que la d eci­
sión del grupo cien tífic o ? ” ^
V arios filóso fo s recibieron los com entarios com o ésto s en form a que
aún sigu e sorpren diénd om e. C on m is id ea s, dijeron, la e lec ció n de

’ The Structure of Scientific Revolutions, 2® ed. (Chicago, 1970), pp. 148, 151-152, 159.
Todos los pasajes de ios cuales se tomaron estos fragmentos aparecieron en la misma
forma en la prim era edición, publicada en 1962.
^ Ibid., p. 170.
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OBJETIVIDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 345

teoría se con vierte en “ un asu nto de psicología de m a sa s” .^ Kuhn cree,


aseguraron, q ue “la d ecisión q ue tom a un grupo cien tífico de adoptar
un paradigm a nuevo no p u ed e basarse en b uenas razones de ninguna
cla se, ni fa ctu a le s ni de otro tip o ” .'* L os d eb a te s en torno de tales
elecqjbn es, m e atribuyeron m is críticos, d eb en ser por “ mera p ersu a ­
sió n ,'sin su sta n cia d eliberativa” .^ A firm aciones así m anifiestan un
mal en ten did o total, co sa que he dicho en artículos dirigidos a otros
fin es. Pero ésta s, m is p rotestas o ca sio n a les, han tenido efecto in sign i­
fican te y lo s m al en ten d id o s se su ce d e n . ConQluyo que, para rní, es,
c o sa d el pasado describir, m ás am pliam ente y con mayor p recisión, lo
que tenía'eri m en te cu ando h ic e afirm aciones por el estilo de las que he
venido com en ta n d o . Si m e h e m ostrado renu en te a hacerlo en el
pasado, esto se d eb e principalm ente a que he preferido dedicar mi
aten ción a ca m p os en q ue m is id ea s divergen m ás agu dam en te de las
su ste n ta d a s de ordinario, que con resp ecto a la elecció n d e teoría.

C om enzaré por preguntar ¿ cu á les son las características de una buena


teoría cien tífica? Entre m u ch as de las r e sp u e sta s u su a le s, s e le c c io n é ,
cin co, no porque sean exh a u stiv as sino porque cad a una d e ellas e s
im portante a la v ez que form an un conjunto variado para indicar lo q ue
está e n juego. E n prim er térm ino, una teoría d eb e ser precisa: esto es, -
dentro de su dom inio, la s c o n se c u e n c ia s d ed u c ib les d e ellas deben
..estar en acuerdo d em ostrado con los resultados de los ex p erim en to s y
las o b ser y a cio n es e x iste n te s. En segundo lugar, u na teoría d eb e ser
coh er en te, no sólo de m anera interna o con sigo m ism a, sino tam bién
con otras teorías acep tad a s y ap h cab les a a sp e c to s relacion ab les de la
naturaleza. T ercero, d eb e se r ampha: en particular las c o n se c u e n c ia s
de una teoría d eb en ex ten d allá de las ob ser v a cio n es, ley es o
subteorías particulares p a ra la s que se destinó en un principio. Cuarto,
e ,íntim am ente relacio;nado con lo anterior, d eb e .ser sim p le, ordenar
fen ó m e n o s q u e, s in e lla , y tom ad os uno por uno, estarían aislados y, en
conjunto, serían co n fu so s. Q uinto — a sp ecto algo m en os frecu en te,

^ Imre Lakatos, “ Faisjfication and the Methodology of Scientific Research Pro­


gram m es” , en L Lakatos y A. Musgrave, compiladores. C riticism a n d th e Growth o f the
K n o w led g e (Cambridge, 1970), pp. 91-195. La frase citada, que aparece en la p. 178, está
sut>rayada en el original.
Dudley sShapere, “ .Meaning and Scientific Change” , en R, G. Colodny, compila­
dor, M irid a n d Cosmos: E ssa y s in C o n te m p o ra r y S cience a n d P h ilo so p h y , University of Pitts­
burgh Series in the Philosophy of Science, vul. 3 (Pittsburgh, 1966), pp. 41-85. La cita se
encuentra en la p. 67.
^ Israel Scheffler, Science arid Subjectivity (Indianapolis, 1967), p. 81.
346 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

pero de im portancia esp e cia l para las d ecisio n es cien tífica s re a le s— ,


una teoría d eb e ser fec u n d a , esto e s , debe dar lugar a n u evo s resu lta­
dos de investigación: c^ b e revelar f e n 4 n u evo s o relaciones .no
o b serva d a s a n tes entre las co sa s .que ya se saben.® E stas cin co ca rac­
terística s —:p_recisión, co h eren cia , am plitud, sim plicidad y fe c u n d i­
dad — son criterios están dar para evaluar la su ficie n c ia de una teon.a.
Si no lo fu e sen , les habría con ced id o m ás esp a c io en mi libro, pero
ia id ea tradicional de que d e se m p e ñ a n un p a p e l
vital cuando los cien tífic o s d eb en elegir entre una teoría esta b lec id a y
otra que ap en as co m ien za a co n o ce rse. Junto co n otras ca r a cte n stic a s
de lá ln ism á 'n á tu ra lez a , co n stitu yen ia b a se com partida para la e le c ­
ción de teoría.
’ Tlay, sin em bargo, dos c la se s de d ificu ltades que se en cu en tran
regularm ente q u ie n e s d eb en aphcar otros criterios para elegir, d iga­
m os, entre la teoría astronóm ica de T olom eo y la de C opérn ico, entre
las teorías de la com b ustión del oxígeno y del flogisto, o entre la
m ecá n ica new toniana y la cu án tica. In dividu alm en te, los criterios son
im precisos: los individuos p u ed en diferir legítim am en te en su s ap lica­
cio n es a ca so s co n cretos. A d em ás, al ser ap hcados con jun tam en te,
resulta que m u ch a s v e c e s tales criterios riñen unos con otros; la
p recisión, por ejem plo, p u e d e aconsejar la e lec ció n de una teoría y la
am plitud la e lec ció n de la teoría rival. C om o esta s d ificu ltad es, e s p e ­
cia lm en te la prim era, son relativam ente fam ih ares, d ed icaré poco
esp a cio a analizarlas. A unque mi argum entación exige que las ilustre
b rev em en te, m is id ea s com enzarán a apartarse de ias p rev a lec ien tes
sólo d esp u é s d e que lo haya h ech o.
C om enzaré con la p recisión , que, para lo q ue aquí m e propongo,
supondré in cluye no sólo la co n co rd a n cia cu an titativa sino tam bién la
cualitativa. En última instancia, demuestra ser, prácticamente, el cri­
terio decisivo, en parte porque es m enos equívoco que los otros, pero
e sp e cia lm e n te por su s virtudes p red ictivas y exp h catorias, las cu a le s
d ep en d en de él, y son virtudes a las c u a le s los cien tífic o s no están nada
d isp u esto s a renunciar. P or desgracia, sin em bargo, la s teorías no
p ueden distinguirse siem p re en razón de la p recisión. El sis te m a de
C opérnico, por ejem p lo, no era m ás p reciso q ue el de T olom eo, hasta
que fue revisado a fondo por K epler, m ás de se se n ta años d esp u é s d é la

® E! segundo criterio, fructírero. rnereí e más importancia de la ({iie se le ha conce­


dido. Ei científico que elige entre dos teorías sabe, de ordinario, que su decisión influirá
más tai'dc en ei tic sarro lio de su carrera. Desde liiejio. lo atraerá a<(uelia leo ría (jtie
j>rorneta el éxito concreto por cí (jue suelen ser reconipensados los científicos.
OBJETIVÍDAD, JU IC IO S DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 347
m uerte de C opérn ico. Si K epler o cu alq uier otro no h u b iese n e n c o n ­
trado razones para d ecidirse por ia astronom ía h eh océn trica, eso s
in crem en to s de p recisión n unca se hubieran reahzado, y quizá se
h u b iese olvidado el trabajo de C opérn ico. Lo más com ú n es que la
precisión;#! perm ita h acer d istin c io n es, pero no de la índole que lleva
por lo regular a una e le c c ió n in eq uívoca. De la teoría del oxígeno, por
ejem plo, se recon oció u n iv ersa lm en te que exp licab a las relaciones de
p eso obsei-vadas en las rea cc io n es q u ím ica s, algo que la teoría del
flogisto ap en as si había tratado de hacer. Pero la teoría del flogisto, a
diferencia de su rival, podía exp h car por qué J o s m etales eran m ucho
m á s'se m e ja n te s entre sí, que los m inerales de los cu a le s provenían.
Una teoría así se co m p aginab a mejor con la exp eriencia en un área que
en otra. Al elegir entre ellas con b a se en la p recisión, el cien tífico d eb e
tener la n ece sid a d de d ecidir el área e n la cu al la p recisión e s más
im portante. S obre tal asunto, los q uím icos podían diferir y así lo
h icieron sin violar ninguno de los criterios d escritos, com o tam poco
otros que se van a sugerir.
P or im portante que sea, p u e s, la precisión sola e s rara vez o nunca
un criterio su ficien te para la e le c c ió n d e teoría. D eb en aplicarse
tam bién otros criterios, pero és to s no ehm inarán los problem as. Para
ilustrar el punto, se lec cio n a r é dos, la coh eren cia y la sim plicidad,
y exam in aré cóm o funcionaron en la ele c c ió n entre los siste m a s he-
iiocén trico y g eo cén trico. C om o teorías astron óm icas, tanto la de
T olom eo com o la de C opérnico p o seía n co h eren cia interna, pero su
relación con teorías afin es de otros ca m p o s era muy d iferente. La
Tierra, en posición central y estacionaria, era com ponente esencial de
la teoría físic a recibid a, un sólido cu erpo doctrinario que exp licab a,
entre otras c o sa s, cóm o c a e n las pied ras, cóm o fun cion an las bom bas
de agua y por q ué las n u b es se m u even len tam en te. La astronomía
h elio cén trica , q ue requiere del m ovim ien to de la Tierra, no era co n ­
g ruente con la ex p h ca ció n cien tífica que se daba en to n c e s a é s to s y
otros fe n ó m e n o s terrestres. El criterio de coh eren cia , en sí, habla
in eq u ív o ca m en te, p u es, a favor d e la tradición geocén trica.
La sim p licidad , sin em bargo, favoreció a C opérnico, pero sólo eva ­
luada de una m anera m uy esp e cia l. S i, por una parte, se com paraban
los dos siste m a s en fu n ción del trabajo de cálcu lo real n ecesa rio para
p red ecir la p osición de un p laneta en un m om ento dado, en to n c es
am bos resultaban ser eq u iv a len tes en lo su stan cial. T a les cálcu los
eran los que hacían los astrón om os, y el siste m a de C opérnico no le s
ofrecía téc n ic a s para ahorrar trabajo; en e s e sentid o, no era m ás
sim p le que el de T olom eo. Si, por otra parte, se trataba de determ inar
348 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

' ia cantidad d e aparato m atem ático n ecesario para explicar, no los


m ovim ien tos cuantitativos y d etallad os de los p la n eta s, sino tan sólo
su s cara cterística s g en era les, com o la elongación lim itada, el m ovi­
m iento retró grad o,'etc., en to n c e s, com o lo sa b e todo esco la r, en el
sistem a de C opérnico se n ecesita b a sólo un círculo por planeta,
m ientras que en el de T olom eo se n ece sita b a n dos. En tal sentid o, la
teoría de C opérnico era la m ás sim p le, h e c h o de vital im portancia para
las e le c c io n e s reahzadas por K epler y Galileo y, por tanto, esen cia l
para el triunfo final del siste m a cop ernican o. Pero e s e sentid o de la
sim p hcidad no era el único que existía, ni siquiera el m ás natural para
los astrónom os p ro fesio n a les, hom b res cu y a tarea era el cálcu lo real
de la p o sición de los p lanetas.
Com o dispongo de p oco esp a cio y h e dado m u ch o s ejem p los aquí y
allá, me hm itaré a afirmar que es ta s d ificu lta d es q ue surgen ai aphcar
los criterios están dar de e le c c ió n son ca racterísticas, y que la fuerxia
con que se p resen tan en situ a cio n es del siglo xx no e s m enor q ue en las
situ a cio n es antiguas que acabo de describir. C uando los cien tífico s
d eb en elegir entre teorías rivales, dos h om b res com p rom etid os por
entero con la m ism a lista de criterios de elec ció n p u e d e n llegar a pesar
de ello a c o n clu sio n e s diferentes. Quizá interpreten de m od os distintos
la sim p hcidad o tengan co n v ic cio n es d istintas sobre la am plitud de los
ca m p o s dentro de los c u a le s d eb e ser sa tisfec h o el criterio de co h er en ­
cia. O quizá esté n de acu erdo sobre e s to s asu n tos pero difieran en
cuanto a los p eso s relativos que d eb en asig n árseles a ésto s o a otros
criterios, cu ando varios de los m ism o s tratan de se g u ir se al m ism o
tiem po. Con resp ecto a las d iv ergen cia s de esta índole, no e s litil
if
ningún conjunto de criterios de e lec ció n . P u e d e ex p h carse, com o
su ele hacerlo el historiador, por q ué determ in ados h om b res hicieron
d eterm in adas e le c c io n e s en d eterm in ad os m om en to s. P er o , para tal
fin, d eb e tra scen d erse la hsta de criterios com partidos y pasar a las
características de los in dividu os q ue tom aron las d ecisio n es. Esto es,
d eben tratarse ca ra cterística s q ue varían de un cien tífico a otro sin
q ue, con ello, se ponga en peligro su apego a lo s cá n o n es que h a cen que
la cien cia sea cien tífica. A un qu e si e x iste n tales cá n o n es y d eb en ser
d escu b rib les (ind ud ablem en te lo s criterios de e le c c ió n co n los que
c o m e n c é figuran en tre ellos), no b astan, en sí, para determ inar las
d ecisio n es del cien tífico corno individuo. P ara e s e fin, los cá n o n es
com partidos d eb en estu d ia rse de m aneras q ue difieren de un indivi­
duo a otro.
A lgunas de las d iferen cia s que tengo en m en te p rovienen de las
exp erien cias del cien tífico com o individuo, ¿En q ué parte d el cam p o
OBJETIVIDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 349

se hallaba trabajando al en fren tarse a la n ece sid a d de elegir? ¿Cuánto


había trabajado allí; q ué tanto éxito había tenido; y qué cantidad de su
trabajo d e p en d e de lo s c o n c e p to s y ias téc n ic a s im p u g n a d o s por la
nueva teoría? O tros de los fa cto res p ertin en tes a la elec ció n se hallan
f u e r c e las c ie n c ia s . La e le c c ió n q ue K epler hizo del cop ernican ism o
ob ed eció p a rcia lm en te a su inm ersión en lo s m ovim ien tos neoplató-
nico y h erm ético de su ép oca; el rom an ticism o alem án p red isp uso a
qu ien es afectó hacia e l recon ocim ien to y hacia la acep tación de la
co n serv a ció n de la energía; ei p en sa m ien to social de la Inglaterra del
siglo XIX ejerció una in fluencia sim ilar en la disponibilidad y a cep tab i­
lidad d el co n ce p to darw iniano de lu ch a por la ex isten cia . Otras d ife­
rencias, tam b ién im p ortan tes, son fu n cio n es de la p ersonalidad. Al­
gunos cien tífic o s valoran en m ás que otros la originahdad y, por lo
tanto, está n m ás d isp u e sto s a correr riesgos; otros prefieren teorías
am ph as y u n ifica d a s, a so lu cio n e s de prob lem as, p reciso s y d etalla­
dos, a p aren tem en te de m en ores a lc a n c es. Los factores diferenciado-
res com o é s to s son d escritos por m is críticos com o subjetivos, y son
con trastados co n los criterios com partidos u objetivos, de los cu a les
partí. A unque m ás a d elan te cu estio n a ré tal u so d e los térm in os, p erm í­
ta sem e aceptarlos por el m om ento. Ei punto que esto y tratando e s el de
que toda e le c c ió n individual entre teorías rivales d ep en d e de una
m ezcla de facto res objetivos y subjetivos, o de criterios com partidos y
criterios in d ivid u ales. C om o e s o s ú ltim os no han figurado en la filoso­
fía de 1a cien cia , mi in siste n c ia en ellos ha h ech o que m is críticos no
vean mi cr e e n c ia en lo s factores objetivos.

Lo que h e dicho aquí e s an te todo u na d escrip ció n de lo q u e ocurre en


las c ie n c ia s en ép o c a s de e le c c ió n de teoría. Com o d escrip ción , ad e­
m ás, no ha sido im p u g n a d a por m is críticos, q u ie n e s en lugar de ello
rechazan mi a severación de q ue e s to s h e c h o s de la vida cien tífíca
tien en valor filosófico. A ceptand o que e x iste el problem a, com enzaré
por aislar algunas d iferen cias de opinión. C om enzaré p r e ^ n ta n d o
cóm o e s q ue los filó so fo s de la cien cia han d escu id a d o durante tanto
tiem po lo s ele m e n to s su bjetivos q ue in tervien en regularm ente en las
e le c c io n e s rea les de teoría, la s que h a c e n los cien tífic o s en forma
individual. ¿Por q ué e s to s ele m e n to s le s p a rec en tan sólo un ín d ice de
la d eb ih d a d hum ana y no de la naturaleza d el co n o cim ien to científico?
D esd e lu ego, una m anera de responder esa pregu n ta co n siste en
d ecir que p o c o s filósofos se han atrevido a proclam ar que p o se e n una
h sta co m p leta de criterios o b ien una lista b ien articulada. P or algún
tiem po, e n to n c e s, sigu en esperan do razonab lem ente que con n uevas
350 ESTUDIOS METAHISTÓHICOS
in v estig a cio n es se elim inarán la im p e rfec cio n e s re sid u a les y se produ­
cirá un algoritmo para prescribir la e le c c ió n racional y u nán im e. N o
existien do aún tal realización, los cien tífico s no tien en otra op ción m ás
que la de suplir su bjetivam en te lo que falta todavía en la s m ejores
lista s de criterios objetivos de que se d ispon e en la actualidad. Q ue
a lgunos de ellos sigan h acién d olo así, in clu so co n una lista p er fe c c io ­
nada en m ano, será en to n c e s un ín dice tan sólo de la im p erfección
in ev itab le de la naturaleza hum ana.
R esu lta que e s a cla se de r e sp u e sta p u e d e ser correcta todavía, pero
no creo que los filósofos lo esp e re n así. La b ú sq u ed a d e p roced im ien ­
tos de d ecisión algorítm icos h a continuado durante algún tiem po y
producido resu ltad os tan e fic a c e s com o reveladores. P ero, en todos
e s o s resu ltad os, se p resu p o n e q ue los criterios de e le c c ió n individua­
le s p u e d e n ser en u n ciad os in eq u ív o ca m en te y tam bién que, si resu lta
q ue m ás de uno e s p ertin en te, p u e d e recurrirse a una a d ecu ad a
funoión de p eso para aphcarlos. P or d esg racia , cu ando se trata de
elegir entre teorías cien tífica s, poco e s el progreso que se ha h ech o
h a cia el primero d e e s to s d e se o s y ninguno h acia e l segun do. Creo,
p u e s, que la m ayoría de los filósofos de la c ie n c ia podría considerar la
c la se de algoritmo que h a venido buscand o trad icionalm en te com o un
ideal m ás bien in a lcanzable. C oncuerdo a b solu tam en te, y, de aquí en
a d elan te, lo daré por d escon ta d o .
Sin embargo, para que incluso un ideal siga siendo creíble, requiere
cierta pertinencia demostrada respecto de las situaciones a las cuales
p íesu ntam en te va a aplicarse. Al asegurar que en tal demostración no
hace falta tomar en cuenta los factores subjetivos, mis críticos parecen
apelar, implícita o expKcitamente, a la bien conocida distinción que hay
entre los contextos del descubrim iento y de la justificación.^ Esto es,
con ceden que íos factores subjetivos invocados por m í desem peñan un
papel importante en el descubrim iento o en la invención de teorías nue­
vas, pero insisten también en que e s e proceso, inevitablem ente intuitivo,
se halla fuera de las fronteras de la filosofía de la ciencia y no viene al caso
en la cuestión de la objetividad científíca. La objetividad entra en la
ciencia, prosiguen, a través de los procesos de prueba, demostración,
justificación y juicio de las teorías. En eso s procesos no intervienen, o por
lo m enos no tienen que intervenir, los factores subjetivos. Pueden ser
gobernados por un conjunto de criterios (objetivos) compartidos por la
totahdad del grupo com petente para juzgar.

^ El ejemplo menos equívoco de esta posición probablem ente sea el descrito en


Scheffler, Science and Suhjeclivity, cap.. 4.
OBJETIVIDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 351
Ya argu m en té q ue esa p o sició n no en caja en las o b ser v a cio n es de la
vida cien tífíca y su pon dré q ue esto se m e ha co n ce d id o . El problem a
está ahora en un p unto diferente: el de si esta in vocación de la distin ­
ción entre con tex tos de d escu b rim ien to y de ju stificación da o no da
siqui¡^ra u na id ealización p lau sib le y útil. P ie n so que no, y puedo
d efen d er mejor mi punto sugiriendo prim ero una probable fu en te de su
efica cia ap aren te. S o sp e c h o q ue m is críticos se han confundido c o n la
ped agogía de la c ie n c ia o con lo q ue en otra parte llam é cien cia de libro
de texto. Al en se ñ a r c ie n c ia s , las teorías s e p resentan junto con
a p lica cio n es ejem p la res, y ta les a p licacion es p ueden verse com o
jpruebas. P ero ésa no e s su función p ed a gó gica principal — ^los e s tu ­
diantes d e c ie n c ia s so n d esa len ta d o ra m en te p rop en sos a recibir sin
cu estion a r la palabra de su s profesores y de su s tex to s— . In du dab le­
m en te, algunas de eUas fueron parte de los testim onios en la ép oca en
que s e tom aron las d e c isio n e s reales, pero represen tan e x c lu siv a ­
m en te una fracción d e las c o n sid er a cio n e s p ertin en tes ^1 p ro ceso
de d ecisió n . E l con texto de la ped agogía difiere del con texto de la ju stifi-
cación ca si tanto co m o d el co n tex to del d escub rim iento.
La docum entación cabal de e s te punto exigiría una argum entación
más ex ten sa de lo q ue e s propio aquí, pero vale la pena hacer notar dos
asp ectos de la m anera com o los filósofos su elen dem ostrar la pertinen­
cia de los criterios de elecció n . Al igual que los libros de texto de cien cia,
conform e a los cu ales son m odelados a v e c e s, los hbros y artículos sobre
filosofía de la cien cia se refieren una y otra vez a los fam osos exp erim en ­
tos cruciales o decisivos: el pédulo de Foucault, que dem uestra el
movimiento de la Tierra; la demostración de la atracción gravitacional
hecha por Cavendish; o la m edición de la velocidad relativa del sonido
en el agua y en e l aire, h ech a por Fizeau. E stos experim entos son
paradigm as de b uenas razones para la elec ció n científíca; ilustran la
m ás eficaz de todas las c la se s de argum entos que tiene a su alcance el
científico cuando no sabe cuál de dos teorías elegir; son los vehículos
para la transm isión de los criterios de elecció n . Pero p oseen tam bién
otra característica com ún. En la época en que fueron realiza4ps, ningún
científíco tenía la n ecesid ad d e ser con ven cido de la validez de la teoría
cuyos resultados se acostum bra dem ostrar ahora. T ales d ecisio n es se
habían tom ado d esd e tiem po atrás con b a se en testim onios significati­
vam ente más eq u ívocos. Los exp erim en tos cruciales y ejem plares, a los
cu ales los filósofos se refieren una y otra vez, han sido pertinentes,
d esd e el punto de vista histórico, a la elección de teoría sólo cuando han
producido resultados in esp erados. U sarlos com o ilustraciones va de
acuerdo con la econom ía n ecesa ria en la pedagogía de la cien cia, pero es
352 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

difícil que ilum inen el carácter de la s elec cio n es que los cien tíficos s e
ven obligados a tomar.
L as ilu stracion es filosóficas están dar de la e le c c ió n cien tífíca tien en
otra característica q ue e s tam bién ca u sa de p roblem as. L os ú n ico s
argu m en tos q ue s e analizan, com o ya lo in diqu é, so n lo s favorables a la
teoría que a fín a l de cu en ta s triunfó. El oxígeno, le e m o s, podía exp licar
las relaciones de p eso m ientras que e l flogisto no; pero no se d ice nada
d e la e f i c a c i a d e la te o r ía d e l f lo g is t o ni t a m p o c o d e la s li ­
m ita cio n es d e la teoría del oxígeno. Las co m p ara cio n es de la teoría
de T olom eo con la de C opérn ico sig u en un patrón sem ejan te. Quizá no
debieran citarse es to s ejem p los, ya que p o n en en con traste una teoría
desarrollada con otras a p en a s in cip ien te. P ero, a p e s a r d e ello, los
filósofos sigu en h acién d olo así r e ^ la r m e n t e . Si e l ú n ico resultado de
e s e q u eh a cer fuera el de sim p hficar ía situ ación d e d ecisión , no habría
nada q ue objetar. N i siquiera los historiadores p reten d en tratar con la
com plejidad factual y total d e la s situ a cio n es q u e d escrib en . P ero
e sta s sim p lifica cio n es desvirtúan la situ ación , h a cien d o creer q ue la
elec ció n ocurre sin prob lem as. E sto e s , eh m inan un ele m e n to es e n c ia l
de la s situ acion es de d ecisió n que los cien tífic o s d eb en resolver para
q ue su cam p o av a n ce. En e s a s situ a cio n es hay sie m p re algunas b u e­
nas razones para ca d a posible e lec ció n . L as co n sid er a cio n e s p ertin en ­
tes al con texto del d escu b rim ien to son, p u e s, p ertin en tes tam bién al
con texto de la justificación ; los cien tífico s que com p arten los in te r e se s
y las sen sib ilid a d es que d esc u b re una teoría e s probable q u e aparez­
can, con d esp roporcionada fr e cu en cia , entre los prim eros partidarios
de la teoría. P or eso ha sido tan difícil construir algoritm os para la
ele c c ió n de teorías, y por eso tam bién e s q ue p arece v a le rla p en a tanto
el resolver e s a s d ificu ltades. L as e le c c io n e s que p resentan problem as
son las ú n icas q ue n ece sita n en ten d er los filóso fo s de la cien cia . Los
p ro ced im ien to s d e d ecisió n , d e in terés filo sófico , son aq uellos que
d eb en funcionar cuando, de no haber existido, podría seg u irse c u e s ­
tionando la d ecisión .
Aunque som eram ente, todo esto ya lo dije antes. H ace poco, sin
embargo, he reconocido otra fuente, m ás sutil, de la aparente plausibi­
hdad de la p osició n de m is críticos. P a ra exponerla, describiré breve­
m en te un diálogo h ipotético co n uno d e ellos. A m b os co n cordam os en
que todo cien tífico elige en tre teorías rivales em p lean do algún algo­
ritmo bayesiano que le permita calcular un valor para p (T,E), e s decir
para la probabilidad de una teoría T conform e a los testim on ios E,
d ispon ib les tanto para é l c o m o para los d em á s m iem bros de su grupo
OBJETIVIDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 353

profesional en un m om ento d ado. “ Los testim o n io s” los in terpretam os


a d em ás m uy am pliam ente para incluir co n sid era cio n es tales com o la
sim plicidad y la fecu n d id ad . Pero mi crítico asegura que sólo hay un
valor^tal de p , que corresp ond e a la e lec ció n de objetivo, y c r ee que
todo^ los m iem bros racion ales del grupo d eb en llegar a é l Yo aseguro,
por otra parte, y por las razones que ya di, que los factores a los que él
llam a objetivos no bastan para determ inar algoritmo alguno. Para
llevar ad elan te la d iscu sió n , co n ce d o q ue cad a individuo tiene un
algoritmo y q ue todos su s algoritm os tien en m ucho en com ún. Sin
■embargo, con tinú o so sten ie n d o que los a],;50ritmos de los individuos
son, a final de cu en ta s, d iferen tes, en virtud de las cotisideraciones
subjetivas con q ue cad a uno de eü os d eb e com p letar los criterios
objetivos an tes d e em p ren d er ningún cálcu lo. Si mi h ipotético crítico
e s liberal, c o n c e d e r á que e s ta s d iferen cia s subjetivas sí d ese m p eñ a n
una fun ción en la determ in ación del algoritmo h ipotético en eí cual
confía ca d a individuo durante las prim eras etap as de la co m p eten cia
entre teorías rivales. P ero e s probable tam bién que é l aseg u re que, a
m ed ida q ue au m entan lo s testim o n ios con eí paso del tiem po, los
algoritm os de los diferen tes in dividu os con vergen h a cia el algoritmo de
la elec ció n objetiva con el qufe com en zó su exp osición . P a ra él, la
u nanim idad c r e c ie n te de las e le c c io n e s in dividu ales es testim onio de
una objetividad c r ec ie n te y, así, de la eHminación de lo s e lem en to s
subjetivos d el p ro ce so de d ecisión .
Tal e s eí diálogo, id ead o, por su p u esto , para poner de m anifiesto ía
falacia ocu lta detrás de una p osición a p a ren tem en te plausible. Lo que
con v erg e a m ed ida q u e cam b ian los testim onios con el tiem po tiene
q ue ser so la m en te los valores d e p , que los individuos calcu lan a partir
de su s algoritm os. C o n c eb ib lem en te , es o s algoritm os se van p are­
cien d o ca d a vez m ás u nos a otros conform e pasa el tiem po, pero la
unanim idad fínal co n resp ecto a la elec ció n de teoría no e s testim onio
de que así ocurra. Si h a cen falta fa cto res subjetivos para exp h car las
d ecisio n es que d ivid en in iciaím en te a ía p rofesión, en to n c e s d eb en
seguir p r e s e n te s d e sp u é s, cuando hay acuerdo dentro del grupo profe­
sional. A un qu e no argum entaré aquí eí pun to, ía co n sid era ció n de ías
o ca sion es en q ue una com u nid ad cien tífíca se divide su giere que
efe ctiv a m en te están p r e s e n te s todo e l tiem po.

H asta aquí h e dirigido m i argum entación hacia dos p untos. C o m e n c é


aportando testim o n ios para dem ostrar q ue las e le c c io n e s que los cien ­
tíficos h a cen entre teorías rivales d ep en d e n no ú n ica m en te de los
354 ESTUDIOS METAHÍSTÓRÍCOS

criterios com p artidos — q ue m is críticos llam an ob jetivos— , sino


también de factores idiosincrásicos dependientes de la biografía y ia
personalidad del sujeto. S eg ú n el vocabulario de m is críticos, e s to s
últim os factores son subjetivos, y la segu n d a parte de mj argum ento
trata de ob staculizar algu nas m aneras p rob ab les de negar su valor
íilosó fico . P e r m íta se m e cam biar ahora a u n en foq u e m ás p ositivo, vol­
viend o b rev e m en te a ía lista d e lo s criterios com p artidos — p recisión,
sim p hcidad , e t c .— con la que co m e n c é . No trato de indicar que la co n ­
siderable eficacia d e tales criterios no dep en d a de que están lo su ficien ­
tem en te articulados com o para prescribir la ele c c ió n de ca d a individuo
que los so stie n e . En reahdad, si e s tu v ie s e n articulados a tal punto,
dejaría de funcionar un m eca n ism o con d u ctu al b ásico para el avan ce
cien tífico. Lo que la tradición ve com o una im p erfecció n elim in ab le en
su s reglas de e lec ció n , yo lo tom o en parte com o re sp u e sta a la
naturaleza e s e n c ia l de la cien cia .
Com o tantas otras v e c e s , co m ien zo con lo obvio. L os criterios que
influyen en las e le c c io n e s , sin esp e cific a r c u á le s d eb en ser ésta s, son
fam ihares en m u ch os a sp e c to s de la vida hum ana. P ero ordinaria­
m en te se le s llam a no criterios ni reglas sino m áxim as, normas o
valores. V e a m o s prim ero las m áxim as. El individuo que las invoca
cu an d o e s u rgente tomar una d ecisió n su e le encontrarlas va gas hasta
la frustración y, a m en ud o, en con flicto m utuo. C om p árese “ El que
duda está p erd id o” con “ Mira a n tes de saltar” , o b ien “ M u ch as m anos
ahgeran el trabajo” co n “ D em a sia d o s co c in er o s ec h a n a p erd er la so­
p a ” . U na por u na, las m áxim as p rescrib en e le c c io n e s d iferentes; co ­
le ctiv a m en te ninguna. N a d ie d ice , sin em b argo, q ue en se ñ a r les a los
niños frases h ech a s tan contradictorias co m o és ta s se a im p ro ced en te
re sp ec to de su ed u ca ció n . L as m áx im as q ue se op o n en m odifican la
naturaleza de la d ecisión q ue se v a a tomar, d esta ca n los problem as
e s e n c ia le s q u e p resen ta la tom a de d ecisió n , y señ a la n los a sp ec to s
resta n tes de ésta , a cerca de lo s c u a le s e l individuo será el único
resp o n sa b le. U na vez in v o ca d a s, ias m áxim as com o é s ta s alteran la
naturaleza d el p ro ce so de d ecidir y, por tanto, cam b ia n su resultado.
L os valores y las norm as dan ejem p los m ás claros de guía eficaz ante
con flictos y errores. Mejorar la calid ad de la vida e s un valor, y en un
tiem po se tomó com o norm a correlativa el id eal de un c o c h e en cad a
garaje. Pero la cuahdad de ia vida tiene otros aspectos, y la antigua
n orm a se ha vu elto p roblem ática. La libertad de palabra e s un valor,
pero tam bién lo e s la p reservación de la vida y la propiedad. Al
aphcarlos, a m b o s entran a v e c e s en con flicto, de m anera q ue s e ha
OBJETIVÍDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 355

n ecesita d o el ex am en de co n c ie n c ia Judicial, que todavía continúa,


para prohibir co n d u c ta s ta les com o la in citación al m otín o gritar
“ ¡F u ego!”’ en un teatro abarrotado. D ificu ltad es com o é s ta s so n fu en te
de frustración, pero rara v ez dan lugar a acu sa c io n e s de que lo s valores
no d ^ e m p e ñ a n fu n ció n alguna o a llam am ien tos a abandonarlos. A la
mayoría d e n osotros no s e n os ocurre dar tal resp u esta por una
co n cien cia clara de que hay so c ied a d e s con otros valores y que e s ta s
d iferencias de valores p rod ucen otras m aneras de vida, otras d ecisio ­
n es a cerca de lo q ue se p u ed e h a cer y lo q ue no se p u ed e.
Lo que esto y sugiriendo es q ue los criterios de e le c c ió n con los
c u a le s c o m e n c é fun cion an no com o reglas, que d eterm in en d ecisio n es
a tomar, sin o com o valores, que influyen en ésta s. En situ a cio n es
particulares, d os h om b res com p rom etid os p rofun dam en te con los
m ism o s valores tom arán, a p esa r de ello, d ecisio n es diferentes. Pero
tal d iferencia de resultado no debiera sugerir q u e los valores com par­
tidos por los cien tífic o s tien en m en os im portancia crítica q ue sus
d ecisio n es o que ei desarrollo de la em p re sa en la cu al participan.
Valores com o la p recisió n , ia co h er en cia y la am phtud p u ed en resultar
am biguos al aplicarlos, tanto individual com o colectivam en te; esto es,
p ueden no ser la b a se su ficie n te para un algoritmo de ele c c ió n compar­
tido. P ero sí esp e c ific a n m ucho; lo q ue cad a cien tífico d eb e tomar en
cu en ta para lleg ar a una d ecisió n , lo qu e p u e d e considerar p ertin en te o
no, y lo q ue p u e d e p ed írsele leg ítim a m en te que com u niq ue com o base
de la e le c c ió n tom ada. C á m b ie se la hsta, por ejem plo agregando com o
criterio la utilidad social, y habrá algunas e le c c io n e s que serán distin­
tas, m ás p arecid as a l a s que s e esperan de un ingeniero. Q u ítese de la
h sta la p recisión y el ajuste a la naturaleza, y la actividad que resu lte tal
vez no se a se m e je a la c ie n c ia , pero sí a la filosofía. L as diferentes
d iscip h n as creativas se caracterizan, entre otras c o sa s, por conjuntos
d iferentes de valores com partidos. Si la filosofía y la ingeniería están
d em asiad o próxim as a las c ie n c ia s , p ié n se s e en la hteratura o en la s
artes p lá sticas. Q u e Milton no haya ubicado su Paraíso perdido e n un
u niverso cop ernican o no in d ica q ue estu v ie se de acuerdo con Tolo-
m eo, sin o q ue tenía que h a cer otras co sa s que la cien cia no hace.
R ec o n o c er que lo s criterios de elec ció n p u e d e n funcionar com o
valores por ser in co m p leto s com o reglas tien e, creo, m u ch as ventajas
sorpren dentes. P rim era, com o ya argum enté largam ente, se pueden
exphcar en detalle los a sp e c to s de la co n d u cta cien tífíca q u e la tradi­
ción ha venido viendo com o anóm alos o hasta irracionales. Lo m ás im ­
portante e s que perm ite que lo s criterios estándar funcionen cabalm ente
356 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

en las primeras etap as de la elección de teoría, periodo en que son más


necesarios, pero durante el cual, según la tradición, funcionan mal o de
plano no funcionan. Copérnico estuvo respondiendo a ellos durante los
años necesarios para convertir la astronomía heliocéntrica, de un e s ­
quem a conceptual global, en una maquinaria m atem ática para predecir la
posición de los planetas. Tales predicciones fueron lo que los astrónomos
valoraron; sin ellas, hubiera sido muy difícil que s e le h ubiese dado
crédito a Copérnico, algo que había ocurrido ya con la idea de una Tierra
que se m ueve. Q ue su propia versión haya convencido a tan pocos es
m enos importante que su conocim iento de la base sobre la cual tendrían
que haberse fundado los juicios necesarios para que sobreviviera el
hehocentrism o. Si bien deb e invocarse la idiosincrasia para expHcar por
qué Kepler y Galileo fueron los primeros en convertirse al sistem a coper­
nicano, los huecos que llenaron con su s trabajos respectivos para perfec­
cionarlo fueron especificados solam ente por valores compartidos.
E ste punto tien e un corolario que acaso s e a más im portante todavía.
La mayoría de la s teorías recién sah d as no sob reviven . Por lo com ún,
las d ificu ltades q ue oca sio n a n son ex p lica d a s por m ed io s m ás bien
tradicionales. Aun cu an d o no ocurra esto, h a c e falta m ucho trabajo
tanto teórico com o exp erim en tal an tes de q ue la teoría nueva se
m uestre lo su ficie n tem en te p recisa y am plia com o para generar una
con vicció n difundida. En fin, a n tes de q ue el grupo la a ce p te , una
teoría nueva tien e que ser probada por la s in v estig a c io n es realizadas
por m uchos h o m b res, algunos de los c u a le s trabajan en ella y otros en
la teoría rival. Tal m odo de desarroUo requiere, sin em bargo, un procedo
de tom a de d ecisió n que le s perm ita d iscrep ar a lo s h om b res raciona­
le s, y tal d iscrep an cia estaría obstacuK zada por el algoritmo com par­
tido que han ven id o buscand o los filósofos. Si e x istie se , todos los
cien tífico s que a él se so m e tie se n tomarían la m ism a d ecisió n al m ism o
tiem po. Con norm as de acep ta ció n de nivel bajo, pasarían de un
atractivo punto de vista global a otro, sin darle n u n ca a la teoria
tradicional la oportunidad de brindar atraccion es eq u iv a len tes. Con
normas de nivel elevado, nadie que satisficiese el criterio de racionah-
dad se inchnaría a ensayar la teoría nueva, a articularla de manera
que m ostrase su fecundidad, o su amplitud y precisión. Dudo que la
cien cia sob reviviese a e s e cam bio. Lo que d esd e un punto de vista
p arece se r la laxitud y la im p erfección d e lo s criterios de elec ció n
co n ce b id o s com o reglas p u e d e parecer, cu an d o los m ism os criterios se
ven com o valores, un m edio in d isp e n sa b le de propagar el riesgo co n la
introducción d el apoyo q ue im p h ca siem p re la novedad.
OBJETIVIDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 357

In clu so q u ie n e s m e han se g u id o h a sta aquí q uerrán sa b er có m o e s


q ue una e m p r e sa b a sa d a en v alores de la c la s e q ue acab o de d escrib ir
p u ed e d esa rro llarse c o m o lo h a c e la c ie n c ia , q u e p rod u ce rep etid a ­
m en te n u e v a s y p o d e ro sa s té c n ic a s para p red ecir y controlar. Por
d e s g p c i a , no p u e d o re sp o n d er to ta lm en te a e s a p regu n ta, pero e sto
e s tan só lo otra m a n era d e d ecir q u e no p reten d o haber r e su elto el
p ro b lem a de la in d u cc ió n . S i la c ie n c ia p rogresa en virtud de algún
algoritm o d e e le c c ió n , co m p artid o y ob ligatorio, sería ig u a lm en te
u na p érd id a exp licar su éxito. P er cib o a g u d a m en te el va cío q u e hay,
p ero su p r e s e n c ia no h a c e d ife re n te mi p o sició n r e sp e c to d e la
tradicional.
D e sp u é s de todo, no e s ca su a l q ue mi lista de los valores q ue ^ í a n la
elec ció n de teoría se a casi id én tica a la h sta tradicional de reglas que
p rescriben la e le c c ió n . Dada una situación con creta a la cu al puedan
aplicarse las reglas del filósofo, m is valores funcionarán com o esa s
r e g la s y p ro d u c irá n la m ism a e l e c c ió n . T o d a j u s t if ic a c ió n d e
la in d u cción , toda ex p lica ció n de por qué las reglas funcionan, se
aplicará i ^ a i m e n t e a m is valores. C o n sid érese ahora una situación en
que resulta im p osib le la elec ció n por reglas com p artidas, no porque
é s ta s e s té n eq u iv o ca d a s sin o porque son, com o reglas, in com p letas
in trín secam en te. C uando son así, los individuos d eb en seguir eh-
giendo y gu iánd ose por las reglas — no por los va lores— . P ara tal fin,
sin embargo', ca d a individuo d eb e incorporar a sí m ism o la s reglas, y
cada uno de ellos lo hará de m odo algo d iferente, aunque la d ecisión
prescrita por las reglas, com pletadas de variadas maneras, resulte uná­
nim e. S i supongo ahora, a d em ás, q ue el grupo e s lo b astan te grande
com o para que las d iferen cia s in dividu ales se distribuyan con form e a
una curva normal, en to n c e s ninguno de los argu m en tos q u e justifiq ue
ia e le c c ió n por reglas, del filósofo, será adaptable d irectam en te a mi
elec ció n por valores. U n giiip o dem asiad o p eq u eñ o , o una distribución
sesg a d a e x c e s iv a m e n te por p resion es históricas extern as, im pediría
d esd e luego la tran sferencia del argumento.® P ero ésa s son ju sta m en te
las circu n sta n cias en que e s problem ático el progreso cien tífico. N o
d eb e esp e ra r se, p u e s, la tran sferencia.

® Si eJ grup« pequeño, más alta es la probabilidad de que las nucluaciones


aleatorias pnKÍuz(.:an, sobre lo que sus miembros comparten, un conjunto atjpico de
valores y, por tanto, éstos efectúen elecciones difrerentes d é la s qtie se harían dentro de
un grupo mayor y m ás representativo. El medio exterior — intelectual, ideológico o
económico— debe afectar sistem áticam ente el sistema de valores de grupos mucho
358 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

M e sen tiré sa tisfec h o si e s ta s referen cia s a una d istribución normal


de la s d iferen cia s in dividu ales y al p roblem a d e la in du cción contribu­
yen a q ue m i p osición aparezca m uy próxim a a los puntos d e vista más
b ien trad icionales. Con re sp ec to a la e le c c ió n d e teoría, n u n ca h e
p en sad o que m is d esv ío s hayan sid o g ran d es, y por e s o m e alarman
a cu sa c io n e s co m o las d e “ p sico lo gía d e la s m a sa s” , citad a al principio.
V ale la pena notar, sin em b argo, q ue las p o sicio n e s no so n d e l todo
id én tica s, y para tal fín será útil una analogía. M u ch as p rop ied ad es de
los líqu idos y lo s g a se s p u e d e n exp lica rse por la teoría cin ética su p o ­
n iendo que todas las m o lécu la s se d esp lazan a la m ism a velocid ad .
Entre tales p rop ied ad es figuran las regularidades co n ocid as co m o
le y e s d e B oyle y C harles. O tras ca racterísticas, es p e c ia lm e n te la
evaporación, no p u ed en exp lica rse d e m anera tan sen cilla . Para tratar­
la s, d eb e uno su pon er q ue difieren las v elo cid a d es m olecu la res, que
están distribuidas aleatoriam ente y gobernadas por las le y e s del azar.
Lo q ue he venido sugiriendo aquí e s q ue tam bién la elecció n p uede
explicarse sólo en parte por una teoría que atribuye las m ism as propie­
d ades a todos los cien tíficos que d eb en h acer la elecció n . A sp ecto s
e sen cia les del proceso con ocido generalm ente com o verificación se
entienden ú nicam ente recurriendo a los caracteres con resp ecto a los
cu ales p ueden diferir los hom bres sin dejar de seguir siendo científicos.
L a tradición presupone q ue tales caracteres son vitales para el proceso
de descubrim iento, lo que d e inm ediato y por esa razón ehm ina de las
fronteras filosóficas. Q ue p u ed en tener fun cion es im portantes tam bién
en el problema filosófico primordial d e justificar la elección de teoría es
lo que los filósofos de la cien cia han negado categóricam ente hasta la
fecha.

Lo que resta por d e c h s e p u ed e agruparse en un epílogo algo m iscelá ­


neo. En pos de la claridad y para no tener q ue escribir todo un libro, he

mayores, y entre ias consecuencias pueden contarse las dificultades para introducir la ac­
tividad científica en seriedades con valores hostñes o quizá hasta el fin de esa actividad
en sociedades dentro de las cuales una vez floreció. A este respecto, es preciso ser muy
cuidadoso. Los cambios que ocurren en el medio en donde se practica la ciencia pueden
tener también efectos beneficiosos sobre ia investigación. Por ejemplo, los historiadores
recurren a veces a las diferencias entre medios nacionales para explicar por qué se
iniciaron determinadas innovaciones y por qué se trató de realizarlas con tanto empeño
en determinados países, por ejemplo, ei darwinismo en Inglaterra, la conservación de la
energía en Alemania. En el momento presente, no sabemos nada sustancial sobre las
condiciones esenciales mínimas del medio social, dentro del cual pueda florecer una
actividad como la ciencia.
OBJETIVÍDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 359

venido em p lean do en este artículo algunos con cep to s y exp resion es


tradicionales sobre los que, en otra parte, he m anifestado serias du­
das. Para q u ien es ya con ocen e l trabajo en donde h e h ech o tai cosa,
concluiré indicando tres a sp ec to s de lo que h e dicho que representaría
m ejc^ m is puntos de vista si se expresara en otros térm inos, y a la vez
indicaré las d ireccion es principales que p uede seguir tal expresión
distinta. T ales asuntos son; la invariancia del valor, la subjetividad y la
com u nicación parcial. S i son nuevos m is puntos de vista sobre ei
desarrollo científico — de lo cual e s legítimo tener dudas— , en asun-
,tos com o éstos, m ejor q ue en la elección de teoría, es en donde deben
buscarse m is principales d esviacion es de ia tradición.
En todo e s te artículo he venido suponiendo im plícitam ente que,
in d ep en d ien tem en te de su origen, los criterios o los valores em pleados
en la elecció n d e teoria son fijos de una vez y para siem pre, y que no
resultan afectados ai intervenir en las transiciones d e una teoría a otra.
En térm inos gen erales, pero sólo m uy gen erales, supongo que tal e s el
caso. Si se con serva breve la lista de valores p ertinentes — m encioné
cinco, no todos ellos in d ep en d ien tes— y si se m antiene vaga su esp e ci­
ficación, en to n c es valores com o la precisión, la ampUtud y la fecundi­
dad son atributos p erm an en tes de ia cien cia. Pero basta con saber un
poco de historia para sugerir que tanto la aphcación de e s to s valores
com o, m ás obviam ente, los p eso s relativos que se le s atribuyen han
variado m arcadam ente con e l tiem po y tam bién con el cam po de
aphcación. A dem ás, m uchas d e esta s variaciones de los valores se han
asociado con cam b ios particulares de la teoría científíca. A unque la
experiencia de lo s cien tíficos no justifica filosóficam ente los valores
que sustentan — tai justificación resolvería el problem a d e la induc­
ción— , tales valores se han aprendido en parte de la experiencia y han
evolucionado con la m ism a.
N e c e sita estu diarse m ás todo este asunto — por lo regular los his­
toriadores han dado por d escontados los valores científicos aunque no
ios m étodos cien tífico s— , pero con unos cuantos com entarios se ilus­
trará la c la se de variaciones que tengo en m en te. La precisión, com o
valor, ha venido denotando cad a vez m ás, con el tiem po, concordancia
cuantitativa o num érica, a v e c e s a exp en sas d e la concordancia cuali­
tativa. A ntes de los tiem pos m odernos, sin em bargo, la precisión en
es e sentido era un criterio sólo para la astronomía, la cien cia d e la
región c e le ste . N o se esperab a encontrarla en ninguna otra parte. En el
siglo XVII, sin em bargo, el criterio de concordancia num érica se ex ten ­
dió a la m ecánica; a fines d el siglo xvm y principios del xix pasó a la
360 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

quím ica y a otros cam p os com o los d e la electricidad y el calor, y en


este sigio a m uchas partes de la biología. O p ién sese en la utihdad,
valor que no figuró en mi primera Hsta. Ha venido figurando significa­
tivam ente en el desarrollo científíco, pero con mayor fuerza y de
m anera m ás esta b le para los quím icos q ue para, digam os, los m a te­
m áticos y los físicos. O co n sid érese la am plitud. Sigue siend o un valor
científíco im portante, pero los grandes avan ces científicos se han
logrado una y otra vez a ex p en sa s d el m ism o, y corresp ond ien tem en te
ha dism inuido el p eso atribuido a él en ép ocas de elección .
Lo que en particular ca u sa problem as en cam b ios com o ésto s es,
d esd e luego, que se presentan originariam ente com o se cu ela d e un
cam bio de teoría. U na de las ob jecion es erigidas en contra de la
quím ica nueva d e Lavoisier con sistió en los o b stáculos que im ponía
para que se alcanzara uno de los objetivos tradicionales de la química:
la explicación de las cu ah dad es, com o ei color y la textura, así com o los
cam bios d e ésta s. C on la aceptación de la teoría d e Lavoisier, tales
expHcaciones dejaron de ser por algún tiem po un valor para los quími­
cos; la capacidad para explicar ias variaciones de cualidad ya no fue un
criterio pertinente para evaluar una teoría qüím ica. Claro está q ue si
tales cam b ios d e valores h u b iese n ocurrido tan rápido, o h ub ie­
sen sido tan com p letos, com o los cam b ios de la teoría con la cual se
relacionaban, en ton ces la elecció n de teoría hubiera sido el cam b io de
valores, y ni ésta ni aquélla h ub iesen justificado a la otra. Pero históri­
cam en te hablando, los cam b ios de valores so n por lo com ún una
concom itancia prolongada y en aquéllos e s por lo regular m ás p eq ueña
q ue ia de esta última. Para las fun cion es que le he adscrito aquí a los
valores, tal estabilidad relativa constituye una b ase su ficiente. La
existen cia d e un circuito d e realim entación m ediante el cual el cam bio
de teoría afecta a los valores q ue condujeron a e s e cam bio no h a ce que
el p roceso de decisión se a circular, en sentido nocivo-
E n relación co n otro asp ecto en el cu al, por mi manera de recurrir a
la tradición, p u ed e haber confusión, debo ser m ucho m ás precavido.
Exige las habilidades d e un filósofo del lenguaje, com ún y corriente,
las cu ales no poseo. Sin em bargo, no hace falta un oído m uy agudo
para el lenguaje a fin de darse cu en ta de la form a insatisfactoria e n que
he m anejado en e s te artículo los térm inos “ objetividad” y, m ás esp e-
cia lm en te, “ su b jetivid ad ” . Indicaré so m er a m e n te lo s a sp e c to s en
los cu ales creo que mi lenguaje ha errado e l cam ino. “ Subjetivo” e s un
término con varios u so s estab lecid os: en uno de ellos se opone a
“ objetivo” ; en otro a “relativo juicio” . Cuando m is críticos describen
OBJETIVIDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCION DE TEORÍA 361

lo s c a r a c te r e s id io sin c r á sic o s a lo s c u a le s llam o su b je tiv o s, recu rren ,


e r r ó n e a m e n t e s e g ú n y o , al s e g u n d o d e e s t o s s e n t id o s . C u a n d o s e
q u e ja n d e q u e p riv o d e o b je tiv id a d a ia c i e n c ia , m e z c la n e l s e g u n d o
s e n f d o c o n e l p rim ero .
Una ap licación norm al d el térm ino “ su bjetivo” es la q ue se hace a
asu ntos de gu sto, y m is críticos p arecen suponer que tal c o sa e s la que
yo hago con la e le c c ió n de teoría, P ero está n pasando por alto una
distinción q ue e s ca racterístico h acer d e sd e los tiem pos de Kant.
¿Como in form es se n so r ia le s, q ue son tam b ién subjetivos en e l sentido
en q ue ahora e s ta m o s analizando, io s asu ntos de gusto son in discu ti­
b les. S u p ó n g a se q u e , al salir d el cin e con un am igo, d esp u és d e ver una
p elícu la d e vaq ueros, exclam o: “ jC óm o m e gustó e s e churro!” S i a mi
am igo no le gustó la p eh cu la , m e dirá que ten go mal g u sto, asunto
sobre e l cu al, en e s a s circ u n sta n cia s, yo estaría de acu erdo. P ero,
su pon ien do q u e yo no haya m en tid o, él no p u e d e estar en d esacu erd o
con mi informe de q ue m e g u stó la pelícu la, ni tratará de p ersuadirm e
de q ue lo q ue dije a cerca de mi rea cción e s erróneo. Lo d iscu tib le de mi
com entario no e s la caracterización de mi estad o interno, mi ejem plifí-
cación d el g u sto, sino en todo ca so mi juicio de que ia p eh cu la era un
churro. S i m i am igo no e stá de acuerdo sobre tal punto, p od em os
pasárnosla d iscu tien d o toda la n och e, cad a uno com parando la p eh ­
cula c o n otras co n ce p tu a d a s com o b u en as, y cad a uno revelando, e x ­
plícita o im p lícita m en te, algo sobre cóm o s e juzga el m érito fíimi-
co, la e s té tic a de ca d a quien. A un qu e tal v ez uno de nosotros haya c o n ­
ven cid o al otro an tes de retirarse, no h ace falta tai co sa para dem ostrar
que nuestra diferencia e s de juicio, y no de gusto.
C reo que las e v a lu a c io n es o la s e le c c io n e s de teoría tien en ex a cta ­
m en te e s te carácter. Los cien tífico s no s e lim itan a decir, me gu sta o
no m e gu sta tal o cu a l teoría. D e sp u é s de 1926, E in stein dijo algo m ás
que e s o al o p o n erse a la teoría cu án tica. Pero siem p re p u ed e p ed írsele
a los c ien tífic o s que ex p h q u en su s e le c c io n e s , que m uestren las b a ses
de su s juicios. E stos son em in en tem en te discutibles, y quien rehúsa
discutir lo s su y os propios no p u ed e esperar q ue se le tom e en serio.
A un qu e m uy o ca sio n a lm e n te hay líd eres del g u sto cien tífico, su e x is­
ten cia tien d e a confirm ar la regla. E in stein fue uno de e s o s p o cos, y su
aislam iento cr ec ie n te de la com u nid ad cien tífica a finales de su vida
m uestra el p a p el tan lim itado que el gusto solo p u ed e d esem p eñ ar en la
e le c c ió n de teoría, Bohr, a d iferen cia d e E in stein , sí discu tió las b a ses
de su juicio y logró salir airoso. S i m is críticos introducen el término
362 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

“ su bjetivo” en sentid o op u esto a “relativo a ju ic io s ” — su girien do así


q ue hago de la e le c c ió n d e teoría un asunto in d iscu tib le, un asu nto d e
gu sto— , e n to n c e s e s q ue han con fun did o seria m en te mi p osición.
V olvam os ahora al sentid o en q ue “ su b jetivid ad ” se op one a “ objeti­
vid ad ” , y n ó te se ante todo q ue p lantea p rob lem as m uy d istintos de los
q ue estam os analizando. In d e p e n d ien tem en te de q ue mi gusto se a
b ueno o m alo, mi inform e de que m e gu stó la p eh cu la e s objetivo, a
m en o s que yo haya m entido. A mi juicio, la p elícu la fue un churro; sin
em bargo, aquí no se aphca la distinción en tre objetivo y su bjetivo, por
lo m en o s no obvia ni d irectam en te. C uando m is críticos d icen que
privo de objetividad a la elección de teoría, es porque deben de estar
recurriendo a algún sen tid o m uy d iferente de lo su bjetivo, p resu m i­
b lem en te aquel en que la p red isp osición y lo s gu sto s p erso n ales su sti­
tuyen a los h ech o s. Pero e s e sentid o de lo subjetivo no en caja en el
p ro ceso que he venido d escrib ien d o . En d onde d eb en introducirse
fa ctores d ep en d ie n tes de la biografía o la p ersonah dad d el individuo
para que p uedan a p h carse los valores, no se están h a cien d o a un lado
las norm as de factualidad ni de actualidad. C o n c eb ib lem en te , mi
d iscu sió n de 1a ele c c ió n de teoría indica algunas de las lim itacio n es de
la objetividad, pero sin aislar los ele m e n to s llam ad os con propiedad
su bjetivos. T a m p oco m e sa tisfa ce la id ea de q ue lo q ue h e ven id o
m ostrando son lim ita cion es. La objetividad d eb iera an alizarse en fu n ­
ción de criterios co m o la p recisión y la co h er en cia . S i e s to s criterios no
sir v en para g u ia r n o s por c o m p le to c o m o e s ta m o s a c o s tu m b r a ­
dos a esperar, e n to n c e s lo q u e mi argum ento d em u estra p u e d e ser el
sign ificado de la objetividad y no su s h m ites.
Para con cluir, p asaré al tercer a sp ec to , o conjunto d e a sp e c to s, q ue
am eritan exp resa rse de otra m anera. H e su p u esto en todo m om ento
q ue las d iscu sio n es en torno de la e le c c ió n d e teoría no presentan
problem as. Q u e los h ech o s q ue se esg rim en en ta les d isc u sio n e s son
in d e p e n d ie n tes de la teoría y q ue el resultado de las d iscu sio n es se
Uama, propiamente, elección . En otra parte im pugné estas tres supo­
sic io n es argum entando q ue la co m u n ica ció n en tre los partidarios de
teorías d iferentes e s , in ev ita b lem en te, parcial; que lo q ue ca d a uno de
ellos tom a co m o los h ech o s d ep en d e en parte de la teoría q ue d efien d e
y que la tran sferencia de la fidelidad d el individuo, de una teoría a otra,
sería mejor d escrita com o co n versión y no co m o e lec ció n . N o ob stan te
q ue es ta s tesis son p rob lem áticas y c a u sa d e con troversia, no se
m en o sca b a m i com p rom iso para co n ella s. N o las voy a d efen der
ahora, pero por lo m en o s d eb o tratar d e indicar cóm o lo dicho aquí
OBJETIVIDAD, JUICIOS DE VALOR Y ELECCIÓN DE TEORÍA 363

p u ed e ajustarse para q ue se con form e a e s to s a sp e c to s, ios m ás


im portantes, d e m i punto de v ista sobre el desarrollo cien tífico.
Para tal fin, haré una analogía que ya desarrollé en otras p artes. H e
dicho que ios partidarios de teorías diferentes son com o los que tie­
nen l e g u a s maternas diferentes. La com unicación entre eUos se da
m ediante trad u ccion es, y origina los co n sab id o s p rob lem as d e traduc­
ción. D esd e lu ego , e s ta analogía e s in com pleta, p u es p u ed e ser id én ­
tico el vocabulario d e las dos teorías, y la mayoría de las palabras
funcionan en am bas de la m ism a m anera. Pero algunas d e la s palabras
de los vocabularios b á sico s, así com o teóricos, de la s dos teorías — pa­
labras co m o “ e s tr e lla ” y “ p la n e ta ” , “ m ez cla ” y “ c o m p u e sto ” o
“ fuerza” y “ m ateria”— sí fun cion an de m aneras d iferen tes. T ales
d iferen cias son in esp era d a s y serán d escu b iertas y localizadas sólo
m ed ian te la ex p erien cia rep etid a d e fracasos de com u n icació n . Sin
llevar ad elan te el asu nto, aseguro sim p lem en te la ex isten cia de lím ites
im portantes a lo q ue lo s partidarios d e teorías d iferen tes p ueden
co m u n icarse unos a otros. L os m ism os lím ites dificultan o, m ás proba­
b lem en te, im piden q ue un individuo tenga en m en te am bas teorías
para com pararlas en tre sí, punto por punto, y d e la m ism a manera
com pararlas co n la naturaleza. Tal c la se de com paración e s , sin e m ­
bargo, el p roceso d el cual d ep en d e lo ad ecu ad o d e toda palabra por el
estilo d e “ e le c c ió n ” .
N o ob sta n te, y a p esar de lo in com pleto de su com u n icación , los
partidarios de teorías d iferen tes p u ed en m ostrarse unos a otros, no
siem p re co n facilidad, lo s resu ltad os téc n ic o s con cretos q ue alcanzan
q u ie n e s p ractican cada una de e s a s teorías. S e requiere poca o nin­
guna trad ucción para aplicar lo m en os algunos criterios de valor a eso s
resu ltad os. (La p recisión y la fecun did ad son los ap h ca b les de in m e­
diato, segu id os quizá por la am plitud. La co h er en cia y la sim p hcidad
son m ucho m ás p rob lem áticos.) Por in co m p ren sib le que s e a la teoría
nueva para los partidarios de la tradición, el m ostrar resu ltad os c o n ­
cretos y tangib les persuadirá por lo m en os a algunos de ello s de que
d eb en descubrir có m o se logran tales resu ltad os. Para tal fin, d eb en
aprender a traducir, quizá m anejando artículos ya p ub licados com o
una piedra de Rosetta o, a m enudo con mejores resultados, visitando
al innovador, p laticando con él, ob servánd olo trabajar y viendo tam ­
bién cóm o trabajan su s estu d ia n tes. El resu ltad o tal vez no sea la
adopción de la nueva teoría; algunos partidarios de la tradición p ueden
volver a c a sa a tratar de ajustar la teoría antigua para producir resu lta­
dos eq u ivalen tes., Pero oJtros, en el ca so de q ue la teoría nueva vaya a
364 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

sobrevivir, encontrarán en algún punto del p roceso d e aprendizaje del


len gu aje q u e han dejado d e traducir y co m en zad o a hablar com o
n ativos d el idiom a n uevo. N o ha ocurrido ningún p roceso d e ele c c ió n ,
pero a p esar de ello está n practicando ya la teoría n ueva. A d e m á s, los
factores que lo s han em pujado a aceptar el riesgo d e la con versión por
la q ue han p asado son p rec isa m en te ios ú nicos q u e s e han subrayado
en e s te artículo al analizar un p roceso algo d iferen te, el cu al, dentro de
la tradición filosófica, ha recibido e! nom bre de ele c c ió n de teoría.
XIV. COMENTARIOS SOBRE LAS RELACIONES
DE LA CIENCIA CON EL ARTE
P o r r a z o n e s q ue aparecerán m ás ad elan te, el problem a de la vanguar­
dia, com o lo han ex p u esto lo s profesores A ck erm an y Kubler, ha
cap tado mi in terés de m aneras in esp erad as y, ojalá, fru ctuosas. Sin
em bargo, tanto por razones d e co m p e te n c ia com o por la naturaleza de
mi co m etid o , dirijo e s to s com en ta rio s p rincipalm ente a la recon cilia­
ción q ue el profesor H afner h a c e de la cien cia con el arte. C om o
antiguo físico d ed icad o ahora p rincipalm ente a la historia d e esa
c ien cia , recu erdo m uy bien m i propio d escu b rim ien to de lo s paralelos
e str ec h o s y p ersisten te s q ue hay entre e s a s dos activ id a d es, a las
c u a le s se m e e n se ñ ó a con tem p lar u b icad as en p o sicio n e s polares. Un
p roducto tardío de e s e d escu b rim ien to e s el hbro sob re La estructura de
las revoluciones científicas, al cual se han referido m is co leg a s y colabora­
dores. A l analizar la s p autas d e desarrollo o la naturaleza de la innova­
ción creativa en la cie n c ia , se tratan asu ntos com o la función de las
e s c u e la s rivales y las trad iciones in con m en su ra b les, el cam b io de
norm as d e valor y m odos de p ercep ción alterados. D esd e h a ce m ucho
tiem p o, asu n to s co m o ésto s han sido b ásicos en el trabajo d el historia­
dor del arte, pero está n re p resen ta d os m ín im am en te en los escritos
sobre historia d e la cien cia . N o sorprende, p u es, que el h b r o « n donde
ap arecen com o asu ntos d om in an tes dentro de la cien cia se o cu p e
tam bién d e negar, al m en o s por fuerte im ph cación , q ue el arte p uede
d istingu irse con fa cih d ad de la cien cia sólo aplicando las d icotom ías
c lá sic a s en tre, por ejem p lo, e l m undo de lo s valores y el m undo de los
hechos, lo subjetivo y lo objetivo, lo intuitivo y lo inductivo. El tra­
bajo de Gombrich, que apunta en m uchas de las m ism as direcciones,
m e ha dado grandes ahentos, lo m ismo que el ensayo de Hafner. En
esta s circunstancias, debo concordar con su conclusión principal:
“ Cuanto más cuidadosam ente tratem os de distinguir al artista del
científico, tanto m ás difícü se volverá nuestra tarea.” Ese enunciado
describe con certeza mi propia experiencia.
P ero, a d iferen cia de H afner, en cu en tro perturbadora la exp eriencia
y mal recibid a la co n clu sió n . D e seguro, sólo cu an d o adoptam os pre-

* R eim preso con autorización de Comparaiive Studies in Society and History,


11 (1969); 403-412. Copyright 1966, 1970, de la Society for the Comparative Study
of Society and History.
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366 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

cauciones particulares, y sacam os a relucir nuestro instrumental ana­


lítico más sutil, e s que parece evadírsenos la distinción entre el artista
y el científico, o entre sus productos. El observador casual, por bien
educado que esté, no tiene tales dificultades salvo cuando, com o en los
ejem plos de Hafner, se ve ante objetos elegidos cuidadosam ente y que
han sido sacados de su s contextos normales para colocarlos en otro
que, sistem áticam en te, provoca confusión. Si el anáHsis cuidadoso
h ace que el arte y la ciencia parezcan ser tan im plausiblem ente iguales,
esto p uede obedecer m enos a su similitud intrínseca que al fracaso de
los instrumentos que em pleam os para reahzar un escrutinio m inucio­
so. Como m e falta espacio para repetir algunos argumentos desarrolla­
dos am pham ente en otra parte, m e hmitaré a mi convicción de que el
problema de la distinción es muy real en el momento presente, que la
faUa e s de nuestros instrumentos, y que se n ecesita urgentem ente una
actitud distinta ante el problema. El anáhsis m inucioso debe capaci­
tarnos para mostrar lo obvio: que ia ciencia y el arte son actividades
muy diferentes, o que por lo m enos se han vuelto así durante el último
siglo y medio. A cerca de cóm o lograr e s e objetivo, no tengo ideas
claras — el capítulo fínal del hbro que cité ilustra esa s dificultades— ,
pero el artículo de Hafner proporciona algunos de los indicios tan
buscados. Extrajo sus paralelos entre la ciencia y el arte principal­
m ente de tres campos: los productos del científíco y el artista, las
actividades de las cuales resultan estos productos, y la respuesta dei
público a ellos. Comentaré los tres, aunque no muy ordenadamente,
con la esperanza de encontrar puntos de entrada al problema de la
distinción, todavía evasivo, y que él y yo compartimos, pero hacia el
cual ostentam os muy diferentes actitudes.
Con respecto al paralelismo de los productos, se ha hecho notar ya
una dificultad. Los ejem plos de trabajo científíco y trabajo artístico,
yuxtapuestos en los fascinantes ejem plos de Hafner, se extrajeron de
un cam po muy restringido del material existente. C asi todas las ilustra­
ciones científicas a las que se refiere son, por ejemplo, fotomicrogra­
fías de sustancias orgánicas e inorgánicas. Q ue puedan darse parale­
los tan sorprendentes plantea, desde luego, problemas importantes de
influencia, sobre los cu ales ni él ni yo estam os preparados para hablar.
Pero las actividades no tienen que ser iguales para influirse mutua­
m ente; se defendería mejor la similitud intrínseca partiendo de un
conjunto de ejem plos seleccionado m enos sistem áticam ente.
Una dificultad, m ás reveladora, surge del contexto artificial en que
se exhiben las ilustraciones del paralehsmo. Am bas se muestran com o
LAS RELACIONES DE LA CIENCIA CON EL ARTE 367

obras de arte sobre el m ism o telón de fondo, h ech o que o scu rece
co n sid era b lem en te la d iferen cia de sen tid o s en que p ueden llam árse­
le s “ p rod u cto s” d e su s activ id a d es re sp ectiv a s. Por atípicas e im per­
fe c ta s g^ue se a n , la s pinturas son lo s p roductos fin ales de la actividad
a r t ís t i^ . Son la c la s e de objetos q ue el pintor tien de a producir, y su
reputación está en fun ción dei atractivo q ue ésta s p osean . L as ilu s­
traciones c ie n tífic a s, por otra parte, son en el mejor de los ca so s
producto secu nd ario de la actividad cien tífica . C om ú n m en te son h e­
ch a s por té c n ic o s y, a v e c e s , analizadas por té c n ic o s tam bién antes
q ue por e l cien tífíco para cu ya in vestigación le s dan datos e s o s pro­
ductos. P u b licad o e l resultado de la in vestiga ció n , las fotografías
originales p u e d e n ser d estru id a s. En los extraordinarios j^aralelos de
Hafner, se yuxtapone un producto final d el arte a un instrum ento d e la
c ien cia . D urante el paso de é s te , d el laboratorio a la exh ib ición, se
trasponen los fin es y lo s m ed ios.
U na d ificu ltad ín tim a m en te relacio n a d a e s la que se p resen ta
cuando se exam in a el em p leo de co n ce p to s m a tem áticos y norm as en
e l arte y en la c ie n c ia , e l cu a l e s a p aren tem en te paralelo. E s indudable,
com o lo subraya H afner, que co n sid er a cio n e s d e sim etría, de se n c ille z
y eleg a n cia en la exp resión sim b ólica , a sí com o d e otras form as de la
e sté tica m a tem ática , d ese m p eñ a n fu n cio n es im portantes en am bas
d iscip lin as. P ero en las artes, la e s té tic a e s , en sí, el objetivo del
trabajo; en las c ie n c ia s e s , cu a n d o m ucho, un instrum ento: un criterio
de e lec ció n en tre teorías q ue son com p arab les en otros re sp ec to s, o
una guía para la im agin ación q ue b u sca la cla ve para solucionar un
acertijo téc n ic o difícil d e m anejar. Sólo cuando s h v e para resolver el
acertijo, sólo si la e s té tic a d el cien tífico co in cid e con la d e la natura­
leza , ésta d e se m p e ñ a un papel en el desarrollo de la cien cia . E n ésta , ia
e s té tic a rara vez e s un fín en sí y nunca un fín primordial.
Vaya un ejem plo para h acer d esta ca r e l punto. S e sugiere a v e c e s
que ios astrónom os de la antigüedad y d e la E dad M edia estaban
lim itados por la p erfecció n e sté tica d el círculo y que, por co n si­
gu ien te, n ece sita b a n la s n u eva s p erc ep cio n e s e sp a c ia le s del R ena­
cim ien to para poder darle a la elip se un papel en la cien cia . E sto no
e s del todo erróneo. P ero ningún cam b io de la e s té tic a podría haber
h ech o que la e lip se se volviera im portante para la astronom ía antes
d el siglo XVL In d e p e n d ien tem en te de su b elleza , esa figura no tenía
uso en las teorías astron óm icas b asad as en una Tierra colocad a en
p osición central. Sólo d e sp u é s d e q ue C opérnico co lo có e l Sol en el
centro, pudo la e lip se contribuir a revolser un problem a astronóm ico.
368 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

y Kepler, quien la usó, figuró entre ios primeros conversos al coper­


nicanismo dotados de eficiencia m atemática. N o liubo demora entre
ia posibilidad y su realización. Indudablem ente, la visión pitagóri­
ca que Kepler tuvo de las armom'as m atem áticas en la naturaleza
fue un instrumento para el descubrim iento de que las órbitas elíp­
t ic a s s e co n fo rm a n a la n a tu ra le za . P er o no fu e m ás q u e in s ­
trumento: e l instrum ento corrrecto en el m om ento correcto para
la solu ción de un aprem iante acertijo té c n ic o , la d escrip ción d el
movimiento observado de Marte.
P ersonas com o Hafner y yo, a quienes las sim ilitudes de la ciencia y
el arte llegaron com o una revelación, se han encargado d e subrayar
que el artista, al igual que el científíco, se enfrenta a persistentes
problemas técnicos que deben ser resueltos en el d esem p eñ o de su
oficio. Lo que e s más, recalcam os que ei científico, com o el artista,
está ^ ia d o por consideraciones estéticas y gobernado por m odos de
percepción establecidos. N o hace falta todavía subrayar ni desarrollar
estos paralelos. A penas com enzam os a descubrir los beneficios de ver
com o una sola cosa la ciencia y el arte. Pero una insistencia exclusiva
en estos paralelos oscurece una diferencia vital. Independientem ente
de lo que signifique el término “estética” , el objetivo del artista e s la
producción de objetos estéticos; los problemas técnicos son lo que
debe resolver para producir tales objetos; para el científico, en cambio,
ei acertijo técnico resuelto es el objetivo, y la estética es un instru­
m ento para resolverlo. S ea en el dominio de los productos o de las
a ctivid a d es, lo que son fin es para el artista son m ed io s para el c ie n tí­
fico, y viceversa. A d e m á s, e sa trasp osición p u ed e señalar otra de
importancia todavía mayor: la que hay entre lo púbhco y lo privado,
entre los com ponentes exphcitos y los inarticulados de la identidad
vocacbn ai. Los miembros de una com unidad científica comparten,
tanto a sus propios ojos com o a los del púbhco, un conjunto de solucio­
nes a problemas, pero sus respuestas estéticas y sus estilos de investi­
gación, frecuentem ente y por desgracia ehm inados de su s trabajos
p ub licados, son en grado co n sid era b le privados y variados. N o soy
com petente para generahzar sobre las artes, pero ¿no hay un sentido
en que los miem bros de una escu ela artística comparten un estilo y una
estética, por los cuales son identificados, sentido que es anterior a las
soluciones a problemas com partidos com o determinante de la co h e­
sión de su grupo?
V éa se en segu id a otro de los paralelos de Hafner; la reacción d el
público. El alejamiento del gran público e s una respuesta contem po­
LAS RELACIONES DE LA CIENCIA CON EL ARTE 369

ránea y ca racterística tanto a la cien cia com o al arte. F recu en tem en te,
la reacción se ex p resa en térm in os p arecid o s. Pero tam bién hay dife­
rencias reveladoras. Los q ue hoy d esd eñ an la cien cia de su ép oca no
su gieren q ue su hijo de cin co años lo haga tam bién. T am p oco procla­
man qSe los resu ltad os actu a les d e la actividad m ás adm irada por los
cien tífico s se a el fraude, en lugar d e la cien cia real. Para los cien tífico s
e s difícil im aginar un eq u iv a le n te claro d e la caricatura con la que
com ien za el en sa y o H afner. E s ta s diferencias p u ed en exp resarse
en térm inos m ás g en era les. El rech azo del público a la cien cia , p rove­
n ien te en parte de la a n sied ad , e s de ordinario un rechazo a ia actividad
en su conjunto: “ N o m e gusta la c ie n c ia .” El rech azo del p úblico al
arte, por otro lado, e s un rech azo de un m ovim iento a favor de otro:
“ El arte m oderno no e s en realidad arte” , “ D en m e pinturas c o n tem a s
que p u ed a yo re co n o ce r” .
E stas d ivergen cias de re sp u e sta señalan una de las d iferencias
fu n d am en tales q ue hay en la relación d el público para con el arte y
para con la cien cia . En últim a in stancia, am bas actividad es se apoyan
en un público. D irecta m en te o a través de determ in adas in stitu cion es,
el p ublico e s un co n su m id or tanto de arte co m o de los productos
tecn oló gico s de la cien cia . P ero sólo para e l arte, y no para la cien cia,
hay un pub lico. Creo q ue in clu so el Scientific American lo le en an te todo
c ien tífic o s e in gen ieros. L os c ien tífic o s con stitu yen el público de la
c ien cia y, para quien s e en cu en tra en una esp e cia h d a d determ inada, el
p úblico q ue le corresp ond e e s m enor todavía, y s e co m p on e en tera­
m en te de los otros p rofesio n ales de esa esp ecia lid a d . Sólo és to s p ue­
d en exam inar crítica m en te su trabajo, y sólo su s juicios afectan el
desarroUo ulterior de su carrera. L os cien tífico s q ue tratan d e en co n ­
trar un público m ás am plio para el trabajo profesional son con d en a d os
por sus co leg a s. D esd e lu ego , lo s artistas tam bién s e juzgan unos a
otros. A m enudo, co m o lo señ a la A ck erm an , un peq ueño grupo de
p rofesion ales co leg a s le da al innovador su apoyo, en contra de la
con d en a orq u estada por todo el público y la mayoría de los artistas.
Pero son m uchas la s p erson as q ue exam inan el trabajo de un innova­
dor, y su crítica, las galerías y io s m u se o s, ninguno de los c u a le s tiene
paralelo en la vida de la c ien cia . Y a s e a q ue e l artista valore o re ch ace
ta les in stitu cion es, él e stá afectad o vitalm en te por su ex iste n c ia , y así
lo atestigua a v e c e s la propia v eh em e n c ia de su rech azo. El arte es,
in trín secam en te, una actividad dirigida por otros, e n formas y en grado
que la cien cia no lo es.
E sa s d ivergen cias, tanto de p úblico com o de id en tidad d e fin es y
370 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

m ed io s, se han producido hasta e s te punto co m o sín to m a s aislados de


una constelación de diferencias, dominantes y Uenas de con secu en ­
cias, entre la ciencia y el arte. Finalm ente, debiera ser posible iden­
tificar estas divergencias más profundas y demostrar que los síntomas
provienen directam ente de eUas. En este m om ento no estoy prepa­
rado para tratar de hacer nada por el estilo. En parte, porque conoz­
co dem asiado poco del arte com o actividad. Pero puedo sugerir cóm o
se correlacionan los síntom as exam inados hasta aquí y cóm o se hgan
a otros síntom as de diferencia. Viéndolas com o parte de una confi­
guración, podrem os echar un vistazo a lo que el tratamiento futuro
de nuestro problema deberá articular y hacer exphcito.
P ara e s te fín, recordaré una d iferen cia q u e hay en tre c ien tífic o s y
artistas, y a la cu a l ya nos referim os A ck erm an y yo: su s r e sp u e sta s,
claram en te d iv erg en tes, al p asado de su s d iscip h n as re sp ec tiv a s. Si
bien los con tem p o rán eo s s e dirigen a ellos co n otra se n sib ih d ad , los
p rod uctos p asados de ia actividad^artística sig u en sien d o p artes d e la
e s c e n a artística. Ei éxito de P ic a sso no ha relegado las pinturas de
R em brandt a las b o d ega s d e los m u se o s d e arte. L a s obras m aestras
del p asado cerc a n o y del distante d ese m p eñ a n todavía un p a p el vital
en la form ación del gusto d el púb lico y en la in iciación de m u ch os
artistas. E s curioso que esta función no re su lte a fecta d a por e l h ech o
de q ue ni el artista ni su público aceptarían es ta s m ism a s obras
m aestras com o p roductos le gítim os de ia actividad co n tem p o rá n ea. En
ningún otro a sp ec to e s tan claro e i con traste q ue hay entre arte y
cien cia . Los libros de texto cien tífico s se im prim en c o n lo s n om b res y a
v e c e s con retratos d e los viejos h éroes, pero sólo los historiadores le en
las obras cien tífic a s antiguas. En la c ien cia , todo nuevo av an ce inicia
la elim inación de libros y revistas, rep en tin a m en te an acrón icos, de su
p osición activa en una b ib lioteca d e cie n c ia s , para darlos al d e su so de
un a lm a cén gen eral. S iem p re se v e n p o co s c ien tífic o s en los m u seo s,
cu ya función e s en todo ca so con m em orar o “ reclu tar” , pero no
inculcar el oficio ni m ejorar el gusto d el público. A d iferen cia d el arte,
ia cien cia d estru ye su p asado.
C om o lo subraya A ck erm an , la ten u e com u n ica ción que hay entre
artistas y p úblico e s m ed iada a través de ios p rod uctos de las tradicio­
n e s p asadas, y no a través de la s in n o v a c io n es con tem p orán ea s. Tai
e s la función de los m u se o s y las in stitu cio n es se m e ja n te s q u e, com o
in stitu cio n es, por lo general van retrasadas una gen eración o m ás,
A ckerm an su giere in cluso q u e ia elim inación de e s e retraso — la
aceptación de la innovación por sí m ism a, an tes de q ue se a aprobada
LAS RELACIONES DE LA CIENCIA CON EL ARTE 371

por otros artistas— e s su b v ersiva de la propia actividad artística.


C onform e a e s ta id ea, q ue en cu en tro tan p lausible com o atrayente, el
desarrollo d el arte ha sido m odelado e n algunos a sp ecto s e s e n c ia le s
por la ex iste n c ia de un p úblico cu y o s m iem bros no crean arte y cu yos
gustosWueron form ados por in stitu cion es r e siste n tes a la innovación.
C onsidero que una d e las razon es d e q u e no haya tal público para la
c ie n c ia — y tam b ién de q ue r e su lte tan difícil crear un púb lico
para ésta — e s que las in stitu cio n es m ediadoras com o los m u seos
no tienen fun ción alguna en la vida profesional d el cien tífíco. Los
p roductos m ed iante los c u a le s é s te m antien e co m u n ica ción co n el
púbUco, aunque a v e c e s sólo una gen eración atrás, están , para él,
m uertos e idos.
Hay otro a sp ec to relativo al problem a d ei público, pero d eb em os
exam inar prim ero otra parte de la configuración de relacion es de
síntom as. ¿Por q ué e l m u seo, q ue e s e se n c ia l para el artista, no tiene
ninguna fun ción para e l cien tífico ? P ien so que la resp u esta se rela­
ciona con la diferencia de su s m etas, ya anahzada; pero m e falta uno de
los in g red ien tes vitales dei argum ento. Lo que n ecesito saber, pero
que hasta la fech a no h e logrado descubrir, e s io que e l artista se d ice a
sí m ism o cu an do co n tem p la una antigua obra m aestra para satisfacer
su s n e c e s id a d e s e s té tic a s p e r s o n a le s, r e c o n o c ie n d o sim u ltá n e a ­
m en te q ue pintar de la m ism a m anera lo haría violar co n ce p to s b ásicos
de su credo artístico. Sólo p uedo recon ocer y valorar, pero no interio­
rizar ni en ten d er, una actitud q ue acep te las obras de, digam os,
R em brandt, com o arte vivo, pero q ue rech a ce com o falsificacion es
obras q ue sólo p u ed en d istingu irse de la s de R em brandt — o de las
d e su e s c u e la — m ed iante pruebas cien tífic a s. (La tran sferencia de
la palabra “fa lsific a ció n ” a e s te con texto es in teresante por ser algo
violenta.) En la s c ie n c ia s no hay tal problem a, y la falsificación , salvo
la de índole literaria, e s d esd e lu ego inim aginable. S i se le pregunta
por q ué su obra se p arece a la de, por ejem plo, E in stein y S chrödin­
ger, pero no a la d e Galileo ni a la de N ew ton , el cien tífíco replica que
esto s ú ltim os, in d e p e n d ie n tem en te de que hayan sido gen ios, esta ­
ban eq u ivo cad o s. Mi problem a e s saber q ué e s lo q ue lo que tom a ei
lugar de “ correcto” y “ eq u iv o ca d o ” , “ acertad o ” y “ errón eo” , en una
ideología q ue declara m uerta a la tradición pero vivos a su s productos.
R esolver e s a cu estió n m e p a rec e la con d ición previa para entender
profundam ente la d iferen cia q ue hay entre el arte y ia c ien cia . Y
reco n ocer su ex iste n c ia perm ite hacer algunos progresos.
C om o la mayoría de los acertijos o p roblem as, los que los cien tíficos
372 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

tratan de resolver se ven com o p o se e d o r e s de una solu ción o de una


sola solu ción óptim a. Encontrarla e s el objetivo del cien tífíco . U na vez
en con trad a, todos los in tentos previos p ierden su p ertin en cia p erci­
bida con re sp ec to a la in vestigación . Para e l cien tífíco , se vu elven un
ex c e s o de eq uipaje, una carga in n ecesa ria q ue d eb e h a cer se a un lado
por los in te r e se s de la disciplina. Con la elim inación de esa carga
in n ecesa ria , d esa p a re ce n tam b ién lo s fa cto res privados e id iosin crási­
c o s, ios m eram ente históricos y esté tic o s, gracias a los cu a le s el
descubridor llegó a la solución. (C om párese el lugar de honor que se
le s c o n c e d e a los prim eros b osq u ejos de un artista, co n el d estin o que
tien en lo s dibujos eq u iv a le n tes h ech o s por lo s cien tífico s. Los prim e­
ros llevan al esp e cta d o r a una apreciación m ás com pleta; lo s se g u n ­
dos, com p arad os con las v ersio n es finales, ilum inan tan sólo la biogra­
fía in teiecu ta l de su autor, pero no la solución de su p rob lem a.) Por eso
e s que ni ias teorías ex tem p o rán ea s y ni siquiera las form ulacion es
originales de la teoría actual son d e m ucho in terés para los profesion a­
le s. Dicho de otro m odo, por es o e s que en la c ie n c ia , com o actividad
de resolver acertijos, no hay lugar para lo s m u se o s. Claro está que el
artista tiene tam bién acertijos que resolver, ya s e a d e p ersp ectiv a, de
colorido, de téc n ic a de p in cel ó de co m p o sició n . La solu ción de e sto s
p roblem as no e s , sin em bargo, el objetivo de su trabajo sino tan sólo
uno de los m ed ios d e alcanzarlo. Su objetivo, al que ya m e c o n fe sé
in cap az de caracterizar, e s el objetivo esté tic o , un producto global ai
cu a l no se aplica la ley d ei m edio exclu id o. V iendo la Odalisca^ d e
M atisse, p u e d e recordarse a la de Ingres de otra m anera, pero no por
eso se deja de mirar. A m b os p u ed en ser en to n c e s p iezas de m u seo, en
forma tal q ue dos so lu cio n e s a un m ism o problem a cien tífíco no
p ueden serlo.
La posición d iferente de la s so lu cio n e s a acertijos en e l esp e ctro de
fin es-m ed io s da otra so lu ció n , quizá tam bién fun dam en tal, al pro­
b lem a de un público para el arte y para la cien cia . A m b as d iscip h n as
Ies p resen tan acertijos a su s p rofesion ales y en am bos c a s o s la s solu­
cio n e s a ésto s son téc n ic a s y eso té ric a s. C om o ta les, son de gran
in terés para otros p rofesion ales, artistas y cien tífic o s, resp ec tiv a ­
m en te, pero ca si de ningún in terés para ningún público general. Los
m iem bros de e s te gran grupo ordinariam ente no p u ed en recon ocer
por sí m ism os ni un acertijo ni una solu ción , ya se a en el arte o en la
cien cia . Lo q ue le s in teresa son , m ás bien, los productos glob ales de
e s a s actividad es, obras de arte por un lado y teorías sobre la naturaleza
por el otro. P ero, a d iferencia de la s obras de arte para el artista, las
LAS RELACIONES DE LA CIENCIA CON EL ARTE 373

teorías son para el cien tífico su s in stru m entos prin cipales. E s te último
se halla form ado, co m o ya io argu m en té en otra parte, para darlas por
d escon ta d as y em p lea rla s, no para cam b iarlas ni para producirlas.
Salvo en c a s o s m uy e s p e c ia le s , q u e de h ech o no ocasio n a n resp u esta
d el público, lo q ue a é s te le in teresaría m ás de ia cien cia e s , d ecid id a ­
m en te, de im portancia secu n d aria para el cien tífíco.
Ei valor que se le s c o n c e d e a lo s p rod uctos d el pasado; la identidad
de fines y de m ed ios; y la e x iste n c ia de un público; tales son las partes
de una con figuración d e d ife re n c ia s relacionad as en tre el arte y la cien ­
cia. P ro b a b lem en te e s a con figuración se d e sta c a se con mayor clari­
dad d e sp u é s d e un an á lisis m uy profundo, pero sólo tengo una vaga
id ea de los co n c e p to s n ece sa r io s para tal tarea. Lo único q u e puedo
hacer, p u e s, com o prólogo a u nos cu a n to s com en tarios finales, es
exten d er e s a configuración para abarcar otros sín tom as de diferencias,
en e s te c a so sín tom as extraídos de un exam en de las form as en que ei
arte y la c ie n c ia se desarrollan en ei tiem po. En otra parte, com o lo
señala Acícerm an, m e o cu p é de subrayar ia sim ilitud de ias líneas
evolutivas de am bas d iscip h n a s. En ellas, ei historiador p u ed e d e sc u ­
brir periodos durante los cu a le s la práctica se conform a a una tradición
b asada en una u otra co n stela c ió n esta b le de valores, téc n ic a s y
m odelos. En am bas, p u ed e aislar tam bién periodos de cam bio relati­
vam en te rápido en q ue una tradición y un conjunto de valores y
m od elos dan lugar a otros. P ro b a b lem en te p ueda d ecirse lo m ism o
sobre e l desarrollo de toda em p re sa h um ana. Con re sp ec to a ia pauta
de desarroUo gen eral, mi originahdad, si e s que la ten go, estriba sólo
en la in sisten cia en q ue lo q ue se ha recon ocid o d e sd e h a c e m ucho
tiem po sobre e l desarrollo d e, d igam os, las artes o la filosofía, se aplica
tam bién a ia cien cia . A sí, reco n ocer esa sem ejan za fu n dam en tal acaso
no se a sin o ei prim er paso. H abiéndolo dado, d eb e uno estar preparado
para descub rir m u ch ísim as d iferen cias reveladoras en la estructura
fina dei desarroUo. A lgunas de ellas son fácÜ es d e encontrar.
Por ejem p lo, p rec isa m en te porque el triunfo de una tradición artís­
tica no v u elve errónea a otra, e i arte p u ed e soportar ai m ism o tiem po,
con m ayor facih dad q ue la c ien cia , m u ch a s trad iciones o e s c u e la s
in com p atib les. Por la m ism a razón, cu an d o cam b ian las tradiciones,
las con troversias relativas a ello se re su elv en por lo com ú n co n m ucha
más rapidez en ia cien cia que en el arte. En é s te , segú n A clserm an, la
con troversia sob re ia in novación no su e le darse m ientras no surja una
e s c u e la nueva q ue en c ie n d a lo s ím p etu s de lo s críticos iracundos;
in cluso en to n c e s, su pongo, el fin de ia controversia significa a m enudo
374 ESTUDIOS METAHISTORICOS

no m ás que la a cep ta ció n de la tradición n ueva, pero no la m uerte de la


antigua. En las c ie n c ia s , por otra parte, la victoria o la derrota no se
p o sp o n en tanto tiem po, y el bando perdedor e s proscrito. S u s liltim os
partidarios, si los h a y, son con sid erad os d esertores d el cam po o b ien ,
aunque la re siste n c ia a ia innovación e s cara cterística com ú n del arte y
d e ia cien cia , ei recon ocim ien to p òstu m o se p resen ta co n regularidad
sólo en ei arte. La mayoría d e ios cien tífico s cu y a s ap ortaciones tien en
que ser recon ocid a s viven el tiem po su ficie n te com o para recibir la
re co m p en sa por su s trabajos. En c a s o s e x c e p c io n a le s, com o e l de
M endel, la contribución por la cu a l el cien tífico re cib e un re co n o ci­
m iento tardío e s de tal su erte q ue tuvo q ue ser red escu b ierta in d ep en ­
d ien te m e n te por otros. Ei caso de M en d el e s típico de recon ocim ien to
p òstu m o del logro cien tífíco en q ue su s brillantes escrito s no ejercieron
efe c to sobre el desarrollo ulterior d e su cam p o . El paralelo co n e l arte
no se cu m p le porque, d e sd e la m uerte de M en d el al redescub rim iento
de su trabajo, no hubo e s c u e la m en d eiian a alguna que trabajase ais­
lada por un tiem po pero que por último haya logrado vin cu larse co n la
tradición cien tífica d om in ante.
E sta s d iferencias surgen de la co n d u cta d e grupo de artistas y
cien tíficos, pero p u ed en p resen tarse tam bién en e l desarrollo de las
carreras in dividu ales. Los artistas p u ed en , y así lo h a cen a v e c e s ,
realizar cam b ios e s p e cta cu la re s de estilo en una o m ás o ca sio n e s
durante su s vidas. O bien, la mayoría de los artistas em p ieza pintando
en el estilo de los m aestros, sólo para descub rir m ás tarde ei idiom a por
el cu al serán con ocid o s fin alm en te. C am b ios sim ilares ocurren, au n ­
que m ás raram ente, en la carrera de un cien tífíco, pero ésto s no son
voluntarios. (C onstituyen la e x c ep ció n , reveladora de por sí, los que
abandonan un cam p o cien tífico para pasar a otro, por ejem plo, d e la
físic a a la biología.) En lugar d e ello, al cien tífíco io s ca m b ios se le
vienen en cim a , bien por agudas d ifícu itad es internas a la tradición en
la cu al ha trabajado d esd e un principio, o b ien por e i éxito particular
dentro de su propio cam p o de alguna innovación introducida por algún
otro. Y aun e n to n c e s ios ca m b io s se acep ta n con ren u en cia, p u es
cam biar de estilo dentro d e un cam po cien tífico e s con fesa r q u e son
erróneos los prim eros p roductos de uno y tam bién los del m aestro.
M e p arece q ue un agudo com entario de A ck erm an señ a la ei cam ino
hacia el centro de esta co n stelación de d iferen cia s relativas al desarro­
llo. Sugiere que en Ía ev o lu ció n d ei arte no hay nada sem eja n te a la s
crisis internas q u e una tradición cien tífíca en cu en tra cu ando lo s pro­
b lem a s que tien e que resolver dejan d e resp ond er com o debieran-
r

LAS RELACIONES DE LA CIENCIA CON EL ARTE 375

E stoy de acu erdo c o n e so , y sólo agregaría q ue e s in evitab le que haya


una d iferencia en tre una actividad q ue tien d e a resolver acertijos y otra
q ue no p rocede así. (N ó te s e q u e, con re sp ec to a m u ch as de las d ife­
rencias en d iscu ció n , e l desarrollo de la s m a tem á tica s se a sem eja más
al d e l|ír te que al de las otras ciencias, y que, correspondientem ente,
las crisis en las m atem áticas son raras. S e reconocen pocos problemas
m a tem á ticos a n tes dei m om ento en q ue se a n solu cionad os. En todo
ca so , el fracaso en resolver tales p roblem as, a m en o s q ue se h allen en
ios propios fu n d a m en to s de la s m a tem á tica s, n u n ca arroja duda sobre
las p resu p o sic io n e s d e l ca m p o pero sí sobre ia ca p acid a d de su s
p rofesion ales. Por otro lado, en las c ie n c ia s todo problem a cu y a so­
lución no se halle por m ás q u e se la b u sq u e term ina por afectar
los fu n d a m en to s.) D e b e se r verdad la ob servación de A ck erm a n y,
viéndola com o parte de una con figuración, resulta ser d e grandes
c o n se c u e n c ia s.
La fun ción de las crisis en las c ie n c ia s c o n siste en señalar la n e c e s i­
dad d e innovar, en dirigir la aten ció n de los cien tífic o s hacia el área de
la cual p u e d e surgir la in novación fecu n d a , y en dar in dicios sobre la
naturaleza de e s a innovación. P re cisa m e n te porque la discip h n a p osee
e s te siste m a d e se ñ a le s integrado, la innovación no tiene por q u é ser un
valor primordial para ios cien tífic o s, y por lo m ism o se co n d en a la
innovación por la innovación. La cie n c ia tiene su élite y p u ed e tener su
retaguardia, su s p roductores d e baratijas. Pero no hay vanguardia
cien tífica, y si e x is tie s e , sería am enazadora para la cien cia . En ei
desarrollo cien tífico , Ía in novación d eb e co n se rv a r se com o una reac­
ción, a m en ud o ren u en te, a d esa fío s co n cr eto s p lantead os por proble­
m as co n creto s. A ck erm a n su giere que, tam bién re sp ec to d e la s artes,
la r e sp u e sta con tem p orá n ea a la vanguardia p lantea una am enaza, y
p u ed e ten er razón. Pero e s o no d eb e enm ascarar la fun ción histórica
que la ex iste n c ia d e una vanguardia p one de m anifiesto. T an to indivi­
d u alm en te co m o e n grupos, los artistas b u sc a n n u ev a s c o s a s que
exp resar y tam b ién nuevas m aneras d e exp resarlas. H a cen de la
innovación un valor prim ordial y han co m e n z a d o a h acerlo así d esd e
an tes q ue la vanguardia le d ie se a e s e valor una exp resión in stitu cio­
nal. P or lo m en o s d e sd e e l R en a cim ie n to , e s te co m p o n e n te innovador
de la ideología d el artista — no e s el único co m p o n e n te ni m uy com p a ­
tible c o n lo s d e m á s— ha h ech o por e l desarrollo d el arte algo de lo que
las crisis internas han h ech o por fom entar la s rev olu cion es en la
cien cia . D ecir con orgullo, com o lo h acen tanto artistas com o científi-
376 ESTUDIOS METAHISTÓRICOS

e o s , q ue ia cie n c ia e s acum ulativa y el arte no, e s confundir la pauta


de desarrollo de am bos ca m p o s. Sin em bargo, e s a gen eralización re­
p etid a tan a m en u d o exp resa lo que p u ed e ser la m ás profunda
de las d iferen cias q ue h em o s ven id o exam inando: e l valor, radical­
m en te diferente, q ue los c ien tífic o s y los artistas le co n c e d e n a la
innovación por la innovación.

C oncluiré, por privilegio p ersonal o p rofesion al, cam b iand o abrupta­


m en te de tem a y com en tan d o, d e m anera breve, las id ea s de Kubler
acerca del em p leo q u e A ck erm an h a ce de m i libro sobre ia s revolu cio­
n es cien tífic a s. S eg u ram en te la falla e s m ía, p u e s lo s puntos a los
cu a les se refiere K ubler figuran entre los m ás oscu ros d el hbro, pero a
p esar de todo m e p arece q ue vale la p en a señalar q ue fun de tanto
m is p un tos de vista com o su p osib le relación con lo s p roblem as en
d iscu sió n . En prim er lugar, n unca traté d e limitar las n o cio n es de
paradigm a y revolución “ a las teorías p rin cip a les” . Por el contrario,
con sid ero que la im portancia e sp e c ia l de e s to s co n ce p to s resid e en
que perm iten una com p rensión m ás com p leta del carácter irregular­
m en te no acu m ulativo de aco n tecim ien to s com o e l d escub rim iento
del oxígeno, de los rayos X o d el planeta U rano. Lo m ás im portante e s
q ue los paradigm as no d eb en eq uipararse con las teorías. Lo funda­
m ental e s que son ejem p los con cretos y a cep tad o s de realizaciones
cien tífic a s, so lu cio n e s a problem as reales q ue los cien tífico s estu dian
cu id a d o sa m e n te y con form e a las c u a le s m odelan su propio trabajo.
Para que la noción de paradigm a le se a útil al historiador d el arte,
tendrán que se r v h de paradigm as las pinturas y no ios estilo s. Sería
im portante e s a m anera de d elinear e l p aralehsm o, p u e s d escub ro que
los problem as q ue m e llevaron de hablar de teorías a hablar de para­
digm as son ca si id én tico s a los q u e h acen que K ubler d e sd e ñ e la
noción de estilo. Tanto “ e s tilo ” co m o “ teoría” son térm in os q ue se
em p lean para descubrir un conjunto d e obras q ue se reco n o ce n co m o
sem ejan tes, (Están “ en el m ism o estilo ” o son “ a p licación es de la
m ism a teoría” ,) En am bos c a s o s resulta difícil — si no e s q ue im p osi­
b le— esp ecifica r la naturaleza d e los elem en to s com p artidos que
distinguen de otro a un estilo o a una teoría dados. Mi re sp u e sta a tales
dificu ltades ha co n sistid o en sugerir que los cien tífico s p ueden apren­
der d e paradigm as o de m od elos a cep tad o s sin ningún p roceso com o la
abstracción d e los e le m e n to s que constituirían una teoría. ¿P u e d e
d ecirse algo sem ejan te d e la form a en que los artistas ap ren d en ,
exam inando d eta lla d am en te d eterm in adas obras de arte?
LAS RELACIONES DE LA CIENCIA CON EL ARTE 377

Kubler h a ce otra gen eralización, de extrem a im portancia para mí,


“ En e fe c to — d ice— lo s com en tario s d e Kuhn son eto lóg ico s, y se
dirigen m ás a la con d u cta de u n a com u nid ad, que a lo s resultados que
ésta se p rop on e.” A quí no hay m alen tend id o. C om o d escrip ció n , ei
com ei^ ario de Kubler r e co g e in te h g e n tem e n te m u ch o s de m is intere­
se s cap itales. Sin em bargo, m e perturba encontrarm e con q ue se haga
u so de una d escrip ció n así, y sin siquiera discutirla, para declarar que
e s o s in te re ses no v ienen ai c a so en los problem as que se están c o n sid e ­
rando en e s te m om ento. Lo q ue estoy tratando de decir, tanto en el
libro al que s e refiere Kubler c o m o en los com entarios p r e c ed en tes, es
que m uchos de los problem as q ue más h ostigan a los historiadores y a
los filósofos de la c ie n c ia y d el arte pierden su aire de paradoja y se
vu elven tem a s de in vestiga ció n cu ando se le s con sid era problem as
so cio ló gicos y etoló gicos. Q u e la c ie n c ia y el arte so n productos de la
co n d u cta h um ana e s una perogrullada, pero, no por serlo, deja de
ten er c o n s e c u e n c ia s im p o r ta n tes. L os p ro b lem a s de “ e s t il o ” y
“ teoría” , por ejem p lo, p u e d e n contar entre lo s m uchos precios que
d eb em o s pagar por no mirar lo obvio.
ÍNDICE

Prefacio ............................................................................................................................. 9

Prim era Parte

i' E s t u d io s h is t o r ío g r á f ic o s

I. Las relaciones entre la historia y la filosofía de la ciencia . . . . 27

II. Los conceptos de causa en el desarrollo de la f í s i c a .......................... 46

í H , ^ La tradición nuileniática v la Iradición experimental en el desarrollo


de la f í s i c a .................................................................................................. 56

Las c ie nc ia s tísicas c l á s i c a s .......................... 60


El s u r g i m i e n t o d e las cie ncia s baco nia n a s 66
Los o r í g e n e s d e la cie n c ia m o d e r n a . . 77
La g é n e s i s d e la física m o d e r n a . . . . 85

IV. La consen>acián de la energía como ejemplo de descubrimiento si mui


túne o .................................................................................................................. 91

V. La historia de la ciencia 129

D e s a r ro llo d e í c a m p o .................................... 129


La historia i n t e r n a .......................................... 134
La historia e x t e r n a .......................................... 137
La tesis d e M e r t o n .......................................... 139
H istoria s i n t e r n a y e x t e r n a .......................... 143
La p e r t in e n c i a d e la historia d e la ciencia 145

VI. Las relaciones entre la historia y la historia de la ciencia . . . . 151

Segunda Parte

E s t u d io s m e t a h ís t O r ic o s

V I Í. La estructura histórica del descubrimiento científico . . . . . . 189


379
380 ÍNDICE

VIII, La f u n d ó n de la medición en la física m o d e r n a ........................... 202

La medición en los libros d e t e x i o ........................................... 204


Razones d e la medición n o r m a l ................................................ 211
U)s efectos d e la m edición n o r m a l ........................................... 21 6
Medición e x t r a o r d i n a r i a ...............................................................225
La m ed ición en el desarrollo d e la f í s i c a ............................. 237
A p é n d i c e ................................................................................................ 244

IX. La tensión esencial: tradición e innovación en la investigación cientí­


fica ........................................................................................ ' ......................... 248

X. L a Jun ció n de los experimentos im a g i n a r i o s ...................................... 263

XI. La lógica del descubrimiento o ía psicología de la investigación . 290

X II. Algo más sobre los p a r a d i g m a s ............................................................... 317

XIII. Objetixñdad, juicios de valor y elección de t e o r í a ........................... 344

XIV. Comentarios sobre las relaciones de la ciencia con el arte . . , . 365

Se terminó de imprimir este libro en el


mes de marzo de 1993 en los talleres de
COSMOPRINT, calle Naranjos, 8,
Pol. Ind, de La Hoya.
San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Se tiraron 2,000 ejemplares.
S'

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