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Mag.

Germán Masserdotti – Una introducción a la Doctrina Social de la Iglesia 1

Una introducción a la Doctrina Social de la Iglesia

Lecturas para seguir las clases

2. ¿CÓMO DEBEN INTERPRETARSE LOS “DOCUMENTOS SOCIALES” DE


LA IGLESIA?

2.1. La Iglesia y el “munus docendi”.


Código de Derecho Canónico (1983):
“747 § 1. La Iglesia, a la cual Cristo Nuestro Señor encomendó el depósito de la fe, para
que, con la asistencia del Espíritu Santo, custodiase santamente la verdad revelada,
profundizase en ella y la anunciase y expusiese fielmente, tiene el deber y el derecho
originario, independiente de cualquier poder humano, de predicar el Evangelio a todas las
gentes, utilizando incluso sus propios medios de comunicación social.
§ 2. Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales,
incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos
humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o
la salvación de las almas”.
Conviene destacar, dado que el curso es una introducción a la Doctrina Social de la Iglesia,
que el Código de Derecho Canónico aclara “incluso los [principios morales] referentes al
orden social”.
“749 § 1. En virtud de su oficio, el Sumo Pontífice goza de infalibilidad en el magisterio,
cuando, como Supremo Pastor y Doctor de todos los fieles, a quien compete confirmar en
la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina que debe sostenerse en
materia de fe y de costumbres.
§ 2. También tiene infalibilidad en el magisterio el Colegio de los Obispos cuando los
Obispos ejercen tal magisterio reunidos en el Concilio Ecuménico y, como doctores y jueces
de la fe y de las costumbres, declaran para toda la Iglesia que ha de sostenerse como definitiva
una doctrina sobre la fe o las costumbres; o cuando dispersos por el mundo pero
manteniendo el vínculo de la comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando de
modo auténtico junto con el mismo Romano Pontífice las materias de fe y costumbres,
concuerdan en que una opinión debe sostenerse como definitiva.
§ 3. Ninguna doctrina se considera definida infaliblemente si no consta así de modo
manifiesto”.
“750 § 1. Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra
de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe
encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el
magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta
en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están
obligados a evitar cualquier doctrina contraria.
§ 2. Asímismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una de las cosas sobre
la doctrina de la fe y las costumbres propuestas de modo definitivo por el magisterio de la
Iglesia, a saber, aquellas que son necesarias para custodiar santamente y exponer fielmente el
mismo depósito de la fe; se opone por tanto a la doctrina de la Iglesia católica quien rechaza
dichas proposiciones que deben retenerse en modo definitivo”.
Benedicto XVI, Munus docendi, Audiencia del 14 de abril de 2010:
“El primer oficio del que quisiera hablar hoy es el munus docendi, es decir, el de enseñar.
(…). Esta es la función in persona Christi del sacerdote: hacer presente, en la confusión y en la
desorientación de nuestro tiempo, la luz de la Palabra de Dios, la luz que es Cristo mismo en
este mundo nuestro. Por tanto, el sacerdote no enseña ideas propias, una filosofía que él
mismo se ha inventado, encontrado, o que le gusta; el sacerdote no habla por sí mismo, no
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habla para sí mismo, para crearse admiradores o un partido propio; no dice cosas propias,
invenciones propias, sino que, en la confusión de todas las filosofías, el sacerdote enseña en
nombre de Cristo presente, propone la verdad que es Cristo mismo, su palabra, su modo de
vivir y de ir adelante. Para el sacerdote vale lo que Cristo dijo de sí mismo: «Mi doctrina no
es mía» (Jn 7, 16); es decir, Cristo no se propone a sí mismo, sino que, como Hijo, es la voz,
la Palabra del Padre. También el sacerdote siempre debe hablar y actuar así: «Mi doctrina no
es mía, no propago mis ideas o lo que me gusta, sino que soy la boca y el corazón de Cristo,
y hago presente esta doctrina única y común, que ha creado a la Iglesia universal y que crea
vida eterna»”.

2.2. Los “grados” del Magisterio de la Iglesia.


Reyes Vizcaíno, P. M, “Los grados del Magisterio de la Iglesia”, en Ius Canonicum:
“La Iglesia ha recibido del Señor un cuerpo doctrinal que debe conservar y transmitir a
todos los hombres: es lo que se suele llamar el depósito de la fe. La Iglesia procura
cumplir esa función con fidelidad, y -asistida por el Espíritu Santo- ordena sus enseñanzas
en cuanto a su pertenencia al depósito de la fe.
Los grados del Magisterio de la Iglesia están recogidos en los cáns. 750-754. Se debe tener
en cuenta que al can. 750 se le dio una nueva redacción por el Motu Proprio Ad Tuendam
Fidem de 18 de mayo de 1998. Además es importante la Profesión de fe que se usa
oficialmente en la Iglesia, y la Nota doctrinal ilustrativa a la profesión de fe y el juramento de fidelidad,
que aprobó la Congregación para la Doctrina de la Fe cuando promulgó la Profesión de fe,
y que explica los grados del Magisterio.
Se puede decir que hay tres grados en las enseñanzas del Magisterio: doctrina de fe
divina y católica, doctrinas definitivas y magisterio ordinario y universal.
Doctrina de fe divina y católica
Una doctrina es de fe divina y católica si pertenece al depósito de la fe, y por ello es
propuesta como revelada por Dios. La declaración de que una doctrina es de fe divina y
católica la hace la Iglesia, ya sea mediante el Magisterio solemne, ya sea mediante el Magisterio
ordinario y universal: estas doctrinas «son definidas como verdades divinamente reveladas
por medio de un juicio solemne del Romano Pontífice cuando éste habla ex cathedra, o por el
Colegio de los obispos reunido en concilio, o bien son propuestas infaliblemente por el
Magisterio ordinario y universal» (Nota doctrinal ilustrativa, n. 5).
Can. 750 § 1. Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene
en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito
de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios,
ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y
universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado
magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria.
El fiel, ante una doctrina de fe divina y revelada, hace un asentimiento de fe teologal.
La negación de una doctrina de fe divina y católica es herejía. Por lo tanto, el sujeto que
niegue pertinazmente una de estas doctrinas, incurre en el delito de herejía, que está castigado
con excomunión latae sententiae (cf. can. 1364 §1).
En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de doctrinas de fe divina y católica:
desde los dogmas cristológicos que se aprobaron en los primeros siglos del cristianismo hasta
la asunción de la Virgen María, el más reciente de los dogmas marianos aprobados. Un
ejemplo de doctrina de fe divina y católica aprobado por el Magisterio ordinario y universal
de la Iglesia es la enseñanza acerca de la grave inmoralidad de la muerte directa y voluntaria
de un ser humano inocente, contenida en la encíclica Evangelium Vitae, n. 57.
Doctrina definitiva
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Una doctrina es definitiva si es necesaria para custodiar y exponer fielmente el


depósito de la fe, aunque no haya sido propuestas por el Magisterio de la Iglesia como
formalmente reveladas.
Can. 750 § 2. Asimismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una
de las cosas sobre la doctrina de la fe y las costumbres propuestas de modo definitivo
por el magisterio de la Iglesia, a saber, aquellas que son necesarias para custodiar
santamente y exponer fielmente el mismo depósito de la fe; se opone por tanto a la
doctrina de la Iglesia católica quien rechaza dichas proposiciones que deben retenerse
en modo definitivo.
Igual que en el caso anterior, estas doctrinas pueden se declaradas solemnemente por el
Magisterio de la Iglesia, mediante una enseñanza ex cathedra del Papa o en un Concilio
universal, o pueden ser enseñadas por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia.
El fiel debe adherirse a estas doctrinas de modo definitivo e irrevocable, igual que en las
enseñanzas de fe divina y católica, pero su asentimiento no es de fe teologal en la
doctrina, sino en la asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia: «en el caso de las verdades
del primer apartado el asentimiento se funda directamente sobre la fe en la autoridad de la
palabra de Dios (doctrinas de fide credenda); en el caso de las verdades del segundo apartado,
el asentimiento se funda sobre la fe en la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio y sobre
la doctrina católica de la infalibilidad del Magisterio (doctrinas de fide tenenda)» (Nota
doctrinal ilustrativa, n. 8).
Además, estas verdades “pueden ser de naturaleza diversa y revisten, por lo tanto, un
carácter diferente debido al modo en que se relacionan con la revelación. Existen, en
efecto, verdades que están necesariamente conectadas con la revelación mediante
una relación histórica; mientras que otras verdades evidencian una conexión lógica, la
cual expresa una etapa en la maduración del conocimiento de la misma revelación, que la
Iglesia está llamada a recorrer. El hecho de que estas doctrinas no sean propuestas como
formalmente reveladas, en cuanto agregan al dato de fe elementos no revelados o no
reconocidos todavía expresamente como tales, en nada afectan a su carácter definitivo, el
cual debe sostenerse como necesario, al menos por su vinculación intrínseca con la verdad
revelada. Además, no se puede excluir que en cierto momento del desarrollo dogmático, la
inteligencia tanto de la realidad como de las palabras del depósito de la fe pueda progresar
en la vida de la Iglesia y el Magisterio llegue a proclamar algunas de estas doctrinas también
como dogmas de fe divina y católica” (Nota doctrinal ilustrativa, n. 7).
Entre estas enseñanzas se pueden citar la doctrina del sacerdocio ministerial
reservado solo a los varones. Nada impide que en algún momento el Magisterio decida
proclamar que esta doctrina pertenece al depósito de la fe, y por ello, sea declarada de fe
divina y católica. También se puede citar la maldad de la eutanasia (cf. encíclica Evangelium
Vitae, n. 65). Entre las verdades conectadas con la revelación por necesidad histórica,
declaradas definitivas por el Magisterio, se encuentran las de legitimidad de la elección del
Sumo Pontífice o de la celebración de un concilio ecuménico, la canonización de los santos,
o la declaración de León XIII en la carta apostólica Apostolicae curae sobre la invalidez de las
ordenaciones anglicanas. Estas doctrinas no pueden ser declaradas como divinamnte
reveladas.
La negación pertinaz de una doctrina definitiva es delito canónico, y debe ser castigado
con una pena justa (cf. can. 1371, 1).
El asentimiento definitivo
Como hemos visto, tanto en las verdades del primer grupo (las que son de fe divina y
católca) como en las del segundo (las definitivas) no hay diferencia en cuanto al carácter
definitivo e irrevocable de la adhesión del fiel. «La diferencia se refiere a la virtud
sobrenatural de la fe: en el caso de las verdades del primer apartado el asentimiento se funda
directamente sobre la fe en la autoridad de la palabra de Dios (doctrinas de fide credenda); en el
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caso de las verdades del segundo apartado, el asentimiento se funda sobre la fe en la asistencia
del Espíritu Santo al Magisterio y sobre la doctrina católica de la infalibilidad del Magisterio
(doctrinas de fide tenenda)» (Nota doctrinal ilustrativa, n. 8).
Además, el modo con el que Magisterio enseña que una doctrina debe ser mantenida por
los fieles (ya sea como de fe divina y católica, ya sea como definitiva) puede ser
bien por medio de un acto definitorio o por un acto no definitorio. «En el caso de que
lo haga a través de un acto definitorio, se define solemnemente una verdad por medio de un
pronunciamiento «ex cathedra» por parte del Romano Pontífice o por medio de la intervención
de un concilio ecuménico. En el caso de un acto no definitorio, se enseña infaliblemente una
doctrina por medio del Magisterio ordinario y universal de los obispos esparcidos por el
mundo en comunión con el Sucesor de Pedro. Tal doctrina puede ser confirmada o
reafirmada por el Romano Pontífice, aun sin recurrir a una definición solemne, declarando
explícitamente que la misma pertenece a la enseñanza del Magisterio ordinario y universal
como verdad divinamente revelada (primer apartado) o como verdad de la doctrina católica
(segundo apartado)» (Nota doctrinal ilustrativa, n. 9).
Otras doctrinas del Magisterio auténtico
El canon 752 habla de otra categoría de enseñanzas de la Iglesia:
Can. 752: Se ha de prestar un asentimiento religioso del entendimiento y de la
voluntad, sin que llegue a ser de fe, a la doctrina que el Sumo Pontífice o el Colegio de
los Obispos, en el ejercicio de su magisterio auténtico, enseñan acerca de la fe y de las
costumbres, aunque no sea su intención proclamarla con un acto decisorio; por tanto,
los fieles cuiden de evitar todo lo que no sea congruente con la misma.
A este grupo de doctrinas, según la Nota doctrinal ilustrativa, «pertenecen todas
aquellas enseñanzas –en materia de fe y moral– presentadas como verdaderas o al
menos como seguras, aunque no hayan sido definidas por medio de un juicio solemne ni
propuestas como definitivas por el Magisterio ordinario y universal».
El fiel les debe asentimiento religioso de voluntad y entendimiento. «Estas ayudan a
alcanzar una inteligencia más profunda de la revelación, o sirven ya sea para mostrar la
conformidad de una enseñanza con las verdades de fe, ya sea para poner en guardia contra
concesiones incompatibles con estas mismas verdades o contra opiniones peligrosas que
pueden llevar al error» (cf. Nota doctrinal ilustrativa, n. 10). La posición contraria a una de estas
doctrinas debe ser considerada como errónea o al menos como imprudente.
Como ejemplo «se pueden indicar en general las enseñanzas propuestas por el Magisterio
auténtico y ordinario de modo no definitivo, que exigen un grado de adhesión diferenciado,
según la mente y la voluntad manifestada, la cual se hace patente especialmente por la
naturaleza de los documentos, o por la frecuente proposición de la misma doctrina, o por el
tenor de las expresiones verbales», según el documento mencionado.

2.3. El Magisterio “social” de la Iglesia.


“Puestos en el camino de desentrañar la finalidad de la DSI, una segunda y más detenida
lectura de los llamados «documentos sociales», si bien no nos resuelve definitivamente la
cuestión teleológica, sí nos aporta datos relevantes para continuar avanzando en nuestra
investigación. El primero de ellos es que el Magisterio concibe a la DSI como un
«instrumento de evangelización», llegando incluso a hablar de la «evangelización de lo social»,
lo que nos conduce al segundo dato, que consiste en reconocer que el objeto material de
nuestra disciplina no se reduce a las cuestiones socioeconómicas, sino que abarca todas
realidades temporales” (Büren, R. von, La Doctrina Social de la Iglesia y la pluralidad de sus fines,
Tucumán, UNSTA, 2013, p. 40-41).
Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate, 29 de junio de 2009, 12:
“12. La relación entre la Populorum progressio y el Concilio Vaticano II no representa una
fisura entre el Magisterio social de Pablo VI y el de los Pontífices que lo precedieron, puesto
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que el Concilio profundiza dicho magisterio en la continuidad de la vida de la Iglesia[19]. En


este sentido, algunas subdivisiones abstractas de la doctrina social de la Iglesia, que aplican a
las enseñanzas sociales pontificias categorías extrañas a ella, no contribuyen a clarificarla. No
hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí,
sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva[20]. Es justo señalar las
peculiaridades de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno u otro Pontífice, pero sin
perder nunca de vista la coherencia de todo el corpus doctrinal en su conjunto[21]. Coherencia
no significa un sistema cerrado, sino más bien la fidelidad dinámica a una luz recibida. La
doctrina social de la Iglesia ilumina con una luz que no cambia los problemas siempre nuevos
que van surgiendo[22]. Eso salvaguarda tanto el carácter permanente como histórico de este
«patrimonio» doctrinal[23] que, con sus características específicas, forma parte de la
Tradición siempre viva de la Iglesia[24]. La doctrina social está construida sobre el
fundamento transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado
después por los grandes Doctores cristianos. Esta doctrina se remite en definitiva al hombre
nuevo, al «último Adán, Espíritu que da vida» (1 Co 15,45), y que es principio de la caridad
que «no pasa nunca» (1 Co 13,8). Ha sido atestiguada por los Santos y por cuantos han dado
la vida por Cristo Salvador en el campo de la justicia y la paz. En ella se expresa la tarea
profética de los Sumos Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernir
las nuevas exigencias de la evangelización. Por estas razones, la Populorum progressio, insertada
en la gran corriente de la Tradición, puede hablarnos todavía hoy a nosotros”.

2.4. Principios de reflexión, criterios de juicio y orientaciones para la acción.


Principios de reflexión. “38. Al abordar la estructura epistemológica de las enseñanzas
sociales del Magisterio, advertimos la existencia de tres planos: principios de reflexión,
criterios de juicio y orientaciones para la acción. En el primero, observamos la presencia de
dos tipos de principios: aquéllos que brotan de la naturaleza de las cosas (los naturales) y los
que son explicitados desde la Revelación (los cristianos). (…).
Los principios constituyen el vértice superior de las enseñanzas, imbuídas de toda la fuerza
del Magisterio, que ejerce en ella su potestad profética de enseñar” (Büren, R. von, La Doctrina
Social de la Iglesia y la pluralidad de sus fines, Tucumán, UNSTA, 2013, p. 88).
Criterios de juicio. “Es, en cambio, a no dudarlo, competencia de la Iglesia, allí donde
el orden social se aproxima y llega a tocar el campo moral, juzgar si las bases de un orden
social existente están de acuerdo con el orden inmutable que Dios Creador y Redentor ha
promulgado por medio del derecho natural de la revelación” (Pío XII, Radiomensaje La
Solennità, 1° de junio de 1941, 5).
Orientaciones para la acción. “El último plano epistemológico se integra con las
orientaciones, exhortaciones o directivas para la acción. Es aquí donde aparece con menor
intensidad la fuerza magisterial y la obligatoriedad de las enseñanzas. (…).
Tales sugerencias deben ser atendidas con respeto para intentar llevarlas a la práctica. Pero
razones graves, ligadas a las circunstancias particulares que cada persona, grupo social o
nación vive en concreto (e incluso a su propia formación intelectual), pueden determinar la
adopción de posturas diversas a las sugeridas por el Magisterio en este plano de la DSI”
(Büren, R. von, La Doctrina Social de la Iglesia y la pluralidad de sus fines, Tucumán, UNSTA,
2013, p. 89).

2.5. Criterios para una recta interpretación de los documentos del Magisterio de la Iglesia en materia
social.
Cf. Sacheri, C. A., El orden natural, Buenos Aires, Ediciones del Cruzamante, 1980, pp. 16-
19.
1. Establecer o restablecer el texto auténtico del pensamiento pontificio.
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2. Analizar cuidadosamente las expresiones del papa (y/o de los obispos en comunión
con el papa).
3. Aclarar el texto verificando los textos paralelos en los que el mismo tema ha sido
tratado.
4. Interpretar el texto del todo a la parte y de la parte al todo.
5. Considerar las circunstancias que han originado el documento.
6. Distinguir claramente lo doctrinal de lo prudencial.
7. Aclarar el texto a la luz de la teología y de la filosofía.

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