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Gracia a Vosotros :: desatando la verdad de Dios, un versículo a la vez

Cristo es la cabeza de la iglesia, no el César


Scripture: Escrituras Seleccionadas
Code: GAV-B202307

Un caso bíblico respecto al deber de la iglesia de permanecer abierta

Cristo es Señor, sobre todo. Él es la única y verdadera cabeza de la Iglesia (Efesios 1:22; 5:23;
Colosenses 1:18). También es Rey de reyes—soberano sobre toda autoridad terrenal (1 Timoteo
6:15; Apocalipsis 17:14; 19:16). Grace Community Church siempre ha permanecido inamovible en
estos principios bíblicos. Como Su pueblo, estamos sujetos a Su voluntad y mandamientos, tales
como son revelados en las Escrituras. Por lo tanto, no podemos ni aceptaremos una prórroga
impuesta por el gobierno con respecto a nuestra adoración congregacional semanal u otras
reuniones corporativas regulares. El cumplimiento sería desobediencia a los claros mandamientos
de nuestro Señor.

Algunos pensarán que una declaración tan firme está inexorablemente en conflicto con el mandato
de estar sujeto a las autoridades del gobierno establecidas en Romanos 13 y 1 Pedro 2. La Escritura
exige una obediencia cuidadosa y consciente a toda autoridad que gobierna, incluyendo reyes,
gobernadores, jefes laborales y sus agentes (en palabras de Pedro, “no sólo a los que son buenos y
afables, sino también a los difíciles de soportar” [1 Pedro 2:18]). En la medida en que las
autoridades gubernamentales no intenten ejercer autoridad eclesiástica ni emitir órdenes que
prohíban nuestra obediencia a la ley de Dios, su autoridad debe ser obedecida tanto si estamos de
acuerdo con sus normas como si no lo estamos. En otras palabras, Romanos 13 y 1 Pedro 2
todavía limitan las conciencias de los cristianos individualmente. Debemos obedecer a nuestras
autoridades civiles como potestades que Dios mismo ha establecido.

Sin embargo, aunque el gobierno civil está investido con autoridad divina para gobernar el estado,
ninguno de estos textos (ni cualquier otro) otorga a los gobernantes cívicos jurisdicción sobre la
iglesia. Dios ha establecido tres instituciones dentro de la sociedad humana: la familia, el estado y la
iglesia. Cada institución tiene una esfera de autoridad con límites jurisdiccionales que deben ser
respetados. La autoridad de un padre se limita a su propia familia. La autoridad de los líderes de la
iglesia (delegada por Cristo) se limita a los asuntos de la iglesia. El gobierno tiene la tarea específica
de supervisar y proteger la paz y el bienestar cívico dentro de los límites de una nación o
comunidad. Dios no ha concedido autoridad a los gobernantes cívicos sobre la doctrina, la práctica
o el gobierno de la iglesia. El marco bíblico limita la autoridad de cada institución a su jurisdicción
específica. La iglesia no tiene derecho de entrometerse en los asuntos de las familias individuales e
ignorar la autoridad parental. Los padres no tienen autoridad para manejar asuntos civiles eludiendo
a los funcionarios del gobierno. De manera similar, los funcionarios del gobierno no tienen derecho a
interferir en asuntos eclesiásticos de una forma que socave o ignore la autoridad dada por Dios a los
pastores y ancianos.

Cuando cualquiera de las tres instituciones rebasa los límites de su jurisdicción, es el deber de las
otras instituciones restringir ese abuso. Por lo tanto, cuando cualquier funcionario del gobierno emite
órdenes que regulan la adoración (tales como prohibir el canto, limitar la asistencia, o realizar
prohibiciones contra las reuniones y servicios), está operando fuera de los límites legítimos de su
autoridad ordenada por Dios como funcionario cívico y se apropia de una autoridad que Dios otorga
expresamente sólo al Señor Jesucristo como soberano sobre Su Reino, que es la Iglesia. Su
gobierno está mediado en las iglesias locales a través de aquellos pastores y ancianos que enseñan
Su Palabra (Mateo16:18–19; 2 Timoteo 3:16–4:2).

Por lo tanto, en respuesta a la reciente orden estatal que exige a las iglesias en California que
limiten o suspendan todas las reuniones indefinidamente, nosotros, los pastores y ancianos de
Grace Community Church, informamos respetuosamente a nuestros líderes cívicos que han
excedido su jurisdicción legítima, y la fidelidad a Cristo nos prohíbe observar las restricciones que
desean imponer a nuestros servicios de adoración corporativa.

Dicho de otra manera, nunca ha sido la facultad del gobierno civil controlar, modificar, prohibir u
ordenar la adoración. Cuándo, cómo y con qué frecuencia la iglesia adora no está sujeto al César.
César mismo está sujeto a Dios. Jesús afirmó ese principio cuando le dijo a Pilato: “Ninguna
autoridad tendrías sobre mí si no te hubiera sido dada de arriba” (Juan 19:11). Dado que Cristo es la
cabeza de la Iglesia, los asuntos eclesiásticos pertenecen a Su Reino, no al del César. Jesús hizo
una clara distinción entre esos dos reinos cuando dijo: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo
que es de Dios” (Marcos 12:17). Nuestro Señor mismo siempre le concedió al César lo que era del
César, pero nunca ofreció al César lo que pertenece únicamente a Dios.

Como pastores y ancianos, no podemos entregar a las autoridades terrenales ningún privilegio o
poder que pertenezca únicamente a Cristo como cabeza de Su Iglesia. Los pastores y los ancianos
son a quienes Cristo ha dado el deber y el derecho de ejercer su autoridad espiritual en la iglesia (1
Pedro 5:1–4; Hebreos 13:7, 17)—y sólo la Escritura define cómo y quiénes deben servir (1 Corintios
4:1–4). Ellos no tienen el deber de seguir las órdenes de un gobierno civil que intenta regular la
adoración o la gobernabilidad de la iglesia. De hecho, los pastores que ceden la autoridad
eclesiástica que les ha sido delegada por Cristo a una autoridad civil, han abdicado de su
responsabilidad ante Su Señor y han violado las esferas de autoridad ordenadas por Dios, de la
misma manera en que el funcionario secular está imponiendo ilegítimamente su autoridad a la
iglesia. La declaración doctrinal de nuestra iglesia ha incluido este párrafo por más de 40 años:

Enseñamos la autonomía de la iglesia local, la cual es libre de cualquier autoridad externa o control,
con el derecho de gobernarse a sí misma y libre de interferencias de cualquier jerarquía de
individuos u organizaciones (Tito 1:5). Enseñamos que es bíblico que las iglesias verdaderas
cooperen entre ellas para la presentación y propagación de la fe. No obstante, cada iglesia local, a
través de sus ancianos y su interpretación y aplicación de la Escritura, debe ser el único juez de la
medida y método de su cooperación. Los ancianos deben determinar todos los demás asuntos de
membresía, políticas, disciplina, benevolencia, como también gobierno (Hechos 15:19–31; 20–28; 1
Corintios 5:4–7; 13:1; 1 Pedro 5:1–4).

En resumen, como iglesia, no necesitamos el permiso del estado para servir y adorar a nuestro
Señor como Él lo ha mandado. La iglesia es la preciosa novia de Cristo (2 Corintios 11:2; Efesios
5:23–27). Ella le pertenece solo a Él. Ella existe por Su voluntad y sirve bajo Su autoridad. Él no
tolerará ningún asalto a su pureza, ni ningún asalto de Su señorío sobre ella. Todo esto se
estableció cuando Jesús dijo: “Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella” (Mateo 16:18).
La propia autoridad de Cristo está “muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y
de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo sino también en el venidero. Y [Dios Padre]
todo sometió bajo sus pies [los de Cristo], y a Él lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,
la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo” (Efesios 1:21-23).

En consecuencia, el honor que justamente debemos a nuestros gobernadores y magistrados


terrenales (Romanos 13:7) no incluye el cumplimiento cuando dichos funcionarios intentan subvertir
la doctrina sana, corromper la moral bíblica, ejercer autoridad eclesiástica o suplantar a Cristo como
cabeza de la iglesia de cualquier otra manera.

El orden bíblico es claro: Cristo es El Señor sobre César, no al revés. Cristo, no César, es la cabeza
de la iglesia. Por el contrario, la iglesia no gobierna en ningún sentido el estado. Una vez más, estos
son reinos distintos, y Cristo es soberano sobre ambos. Ni la iglesia ni el estado tienen mayor
autoridad que la de Cristo mismo, quien declaró: “Toda autoridad me ha sido dada en los cielos y en
la tierra” (Mateo 28:18).

Observen que no estamos haciendo un argumento constitucional, a pesar de que la Primera


Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos afirma expresamente este principio en sus
palabras iniciales: “El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la
religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma”. El derecho al que apelamos no fue creado por
la Constitución. Es uno de esos derechos inalienables otorgados únicamente por Dios, que ordenó
el gobierno humano y establece tanto el alcance como las limitaciones de la autoridad del estado
(Romanos 13:1–7). Por lo tanto, nuestro argumento no se basa deliberadamente en la Primera
Enmienda; se basa en los mismos principios bíblicos en los que se basa la enmienda misma. El
ejercicio de la verdadera religión es un deber divino dado a los hombres y a las mujeres creados a la
imagen de Dios (Génesis 1:26–27; Hechos 4:18–20; 5:29; cf. Mateo 22:16–22). En otras palabras, la
libertad de culto es un mandato de Dios, no un privilegio otorgado por el Estado.

En este contexto es necesario hacer un punto adicional. Cristo es siempre fiel y verdadero
(Apocalipsis 19:11). Los gobiernos humanos no son tan confiables. La Escritura dice: “que todo el
mundo yace bajo el poder del maligno” (1 Juan 5:19). Eso se refiere, por supuesto, a Satanás. Juan
12:31 y 16:11 lo llaman “el príncipe de este mundo”, es decir, ejerce poder e influencia a través de
los sistemas políticos de este mundo (cf. Lucas 4,6; Efesios 2:2; 6:12). Jesús dijo de él: “Es
mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44). La historia está llena de dolorosos recordatorios de
que el poder del gobierno es fácil y frecuentemente abusado con fines malignos. Los políticos
pueden manipular las estadísticas, y los medios de comunicación pueden encubrir o disfrazar
verdades incómodas. Por lo tanto, una iglesia que discierne no puede cumplir de manera pasiva o
automática si el gobierno ordena el cierre de las reuniones de la congregación, incluso si la razón
dada es una preocupación por la salud y la seguridad públicas.

La iglesia por definición es una asamblea. Ese es el significado literal de la palabra griega para
“iglesia”—ekklesia—la asamblea de los llamados. Una asamblea que no se reúne es una
contradicción en términos. Por lo tanto, se manda a los cristianos no abandonar la práctica de
reunirse (Hebreos 10:25)—y ningún estado terrenal tiene derecho a restringir, delimitar o prohibir la
reunión de los creyentes. Siempre hemos apoyado a la iglesia clandestina en naciones donde el
estado considera ilegal la adoración cristiana congregacional.

Cuando los funcionarios restringen la asistencia de la iglesia a un cierto número, intentan imponer
una restricción que en principio hace imposible que los santos se reúnan como la iglesia. Cuando
los funcionarios prohíben cantar en los servicios de adoración, intentan imponer una restricción que
en principio hace imposible que el pueblo de Dios obedezca los mandamientos de Efesios 5:19 y
Colosenses 3:16. Cuando los funcionarios ordenan el distanciamiento, intentan imponer una
restricción que en principio hace imposible experimentar la estrecha comunión entre los creyentes
que se manda en Romanos 16:16, 1 Corintios 16:20, 2 Corintios 13:12 y 1 Tesalonicenses 5:26. En
todas esas esferas, debemos someternos a nuestro Señor.

Aunque en Estados Unidos no estamos acostumbrados a la intrusión del gobierno en la iglesia de


nuestro Señor Jesucristo, esta no es la primera vez en la historia de la iglesia que los cristianos han
tenido que lidiar con la extralimitación del gobierno o gobernantes hostiles. De hecho, la persecución
de la iglesia por parte de las autoridades gubernamentales ha sido la norma, no la excepción, a lo
largo de la historia de la iglesia. “En verdad”, dice la Escritura, “todos los que quieren vivir
piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12). Históricamente, los dos
principales perseguidores siempre han sido gobiernos seculares y falsas religiones. La mayoría de
los mártires del cristianismo han muerto porque se negaron a obedecer a esas autoridades. Esto es,
después de todo, lo que Cristo prometió: “Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a
vosotros” (Juan 15:20). En la última de las bienaventuranzas, dijo: “Bienaventurados seréis cuando
os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí.
Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron
a los profetas que fueron antes que vosotros” (Mateo 5:11–12).

A medida que la política gubernamental se aleja más de los principios bíblicos, y conforme las
presiones legales y políticas contra la iglesia se intensifican, debemos reconocer que el Señor
puede estar utilizando estas presiones como medio de purificación para revelar la verdadera iglesia.
Sucumbir a la dependencia gubernamental puede hacer que las iglesias permanezcan cerradas
indefinidamente. ¿Cómo puede la verdadera iglesia de Jesucristo distinguirse en un clima tan hostil?
Sólo hay un camino: lealtad audaz al Señor Jesucristo.

Incluso cuando los gobiernos parecen amables con la iglesia, los líderes cristianos a menudo han
necesitado empujar hacia atrás en contra de funcionarios estatales agresivos. En la Ginebra de
Calvino, por ejemplo, los funcionarios de la iglesia a veces necesitaban defenderse de los intentos
del ayuntamiento de gobernar aspectos de culto, política de la iglesia y disciplina de la iglesia. La
iglesia de Inglaterra nunca fue reformada completamente, precisamente porque la Corona Británica
y el Parlamento siempre se han inmiscuido en los asuntos de la iglesia. En 1662, los puritanos
fueron expulsados de sus púlpitos porque se negaron a inclinarse ante los mandatos del gobierno
con respecto al uso del Libro de Oración Común, el uso de vestiduras y otros aspectos ceremoniales
de la adoración regulada por el estado. El monarca británico todavía dice ser el gobernador
supremo y jefe titular de la Iglesia Anglicana.

Pero de nuevo: Cristo es la única y verdadera cabeza de la iglesia, y tenemos la intención de honrar
esa verdad vital en todas nuestras reuniones. Por esa razón preeminente, no podemos aceptar y no
nos inclinaremos ante las restricciones intrusivas que los funcionarios del gobierno ahora quieren
imponer a nuestra congregación. Ofrecemos esta respuesta sin rencor, y no de corazones
combativos o rebeldes (1 Timoteo 2:1–8; 1 Pedro 2:13–17), sino con una conciencia aleccionadora
de que debemos responder al Señor Jesús por la mayordomía que nos ha dado como pastores de
Su precioso rebaño.
A los funcionarios del gobierno, respetuosamente decimos en conjunto con los apóstoles: “Vosotros
mismos juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios” (Hechos 4:19). Y
nuestra respuesta incesante a esa pregunta es la misma que la de los apóstoles: “Debemos
obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

Nuestra oración es que toda congregación fiel esté con nosotros en obediencia a nuestro Señor
como lo han hecho los cristianos a través de los siglos.

Addendum

A continuación, queremos responder la pregunta más frecuente que hemos recibido en relación a
nuestra declaración: ¿Por qué se sometieron a la orden original del gobierno, citando Romanos 13 y
1 Pedro 2?

Los ancianos de Grace Church consideraron y dieron su consentimiento independiente a la orden


original del gobierno, no porque creyéramos que el estado tiene derecho de decirle a las iglesias
cuándo y cómo adorar, o si puede hacerlo o no. Para ser claros, creemos que las órdenes originales
eran tanto una intrusión ilegítima de la autoridad del estado en asuntos eclesiásticos como creemos
que es ahora. Sin embargo, debido a que no podríamos haber sabido la verdadera gravedad del
virus, y debido a que nos preocupamos por las personas como lo hizo nuestro Señor, creemos que
proteger la salud pública contra los contagios graves es una función legítima de los cristianos, así
como del gobierno civil. Por lo tanto, seguimos voluntariamente las recomendaciones iniciales de
nuestro gobierno. Por supuesto, es legítimo que los cristianos se abstengan temporalmente de la
asamblea de los santos ante una enfermedad o una amenaza inminente para la salud pública.

Cuando el confinamiento severo comenzó, se suponía que era una medida provisional a corto plazo,
con el objetivo de “aplanar la curva”, lo que significa que querían reducir la tasa de infección para
asegurarse de que los hospitales no tuvieran sobrecupo. También, había horribles proyecciones de
muerte. A la luz de estos factores, nuestros pastores apoyaron las medidas observando las pautas
que se emitieron para las iglesias.

Pero no cedimos nuestra autoridad espiritual al gobierno secular. Dijimos desde el principio que
nuestro cumplimiento voluntario estaba sujeto a cambios si las restricciones se llevaban más allá de
objetivo enunciado, o los políticos se inmiscuían indebidamente en los asuntos de la iglesia, o si los
funcionarios de salud agregaban restricciones en un intento de socavar la misión de la iglesia.
Tomamos cada decisión con nuestra propia carga de responsabilidad en mente. Simplemente, por
el deseo de actuar con abundancia de cuidado y sensatez, aprovechamos la oportunidad temprana
para apoyar las preocupaciones de los funcionarios de salud y adaptarnos a las mismas
preocupaciones entre los miembros de nuestra iglesia (Filipenses 4:5).

Pero ya llevamos más de veinte semanas sin que se mitiguen las restricciones. Es evidente que las
proyecciones originales de mortandad estaban equivocadas y el virus no es tan peligroso como se
temía originalmente. Aun así, aproximadamente el cuarenta por ciento del año ha transcurrido con
nuestra iglesia esencialmente incapaz de reunirse de una manera normal. La capacidad de los
pastores para pastorear a sus rebaños ha sido severamente reducida. La unidad y la influencia de la
iglesia han sido amenazadas. Se han perdido las oportunidades para que los creyentes sirvan y se
ministran unos a otros. El sufrimiento de los cristianos que están afligidos, temerosos, angustiados,
enfermos o que necesitan urgentemente comunión y aliento se ha magnificado más allá de
cualquier cosa que razonablemente pueda considerarse justa o necesaria. Los principales eventos
públicos que se planearon para 2021 ya están siendo cancelados, señalando que los funcionarios
se están preparando para mantener las restricciones en vigor en el próximo año y más allá. Eso
obliga a las iglesias a elegir entre el claro mandato de nuestro Señor y el de los funcionarios
gubernamentales. Por lo tanto, siguiendo la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, elegimos con
mucho gusto obedecerle.

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