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Fuerzas Armadas S. A.
Frida Ibarra • Leilani Hernández
No v i e m b r e 1 , 2 0 2 2

La militarización es un proceso por el que los gobiernos civiles llaman a los cuerpos
militares a intervenir en asuntos que les son ajenos, ampliando gradualmente su esfera de
influencia. En México, este llamado inició durante los años 40 con la utilización de las
Fuerzas Armadas (FF. AA.) en tareas de seguridad pública y, desde entonces, se ha
expandido gradualmente al punto de trascender a los asuntos de seguridad e incluir otras
carteras del gobierno civil. Hoy en día son tantas las funciones transferidas a las
instituciones castrenses que una de las consecuencias a observar es cómo la
militarización se ha convertido en un negocio.

El negocio de la militarización ha sido posible por el uso de diferentes mecanismos a


través de los cuales las FF. AA. se han empoderado y se han beneficiado con ingresos y
prestaciones propias. Esto, a espaldas de la ciudadanía y a costa del Estado de derecho,
del equilibrio de las relaciones cívicasmilitares, de la rendición de cuentas y, en última
instancia, de la democracia mexicana. Preocupados por el avance de la militarización en
el país y las consecuencias de este feroz empoderamiento de los militares, en México
Unido Contra la Delincuencia (MUCD) realizamos el informe El negocio de la
militarización en México. Opacidad, poder y dinero1 del que, a continuación, se muestran
algunos hallazgos.
Ilustración: Raquel Moreno
Deformación presupuestaria
La transferencia de funciones del gobierno civil a las FF. AA. ha conllevado una
deformación importante de los presupuestos públicos, desequilibrándolos en favor de las
instituciones castrenses y en detrimento de las dependencias civiles que detentan las
funciones transferidas. Por ejemplo, mientras que los recursos entregados a la Secretaría
de la Defensa Nacional (Sedena) entre 2006 y 2021 crecieron 163 %, el dinero destinado
a las Secretarías de Comunicaciones y Transportes (SCT), Agricultura y Desarrollo
Rural (Sader), Hacienda y Crédito Público (SHCP) y Medio Ambiente y Recursos
Naturales (Semarnat) ha disminuido significativamente y el destinado al subsidio federal
de policías municipales ha desaparecido (ver gráfica 1).

Pero el aumento del presupuesto asignado a las FF. AA. es sólo un mecanismo directo
utilizado para incrementar sus recursos; indirectamente, se logra a través de asignaciones
que reciben las corporaciones que ahora están bajo su mando, como la Guardia Nacional
(GN) —teóricamente un cuerpo civil—, que se convirtió en un medio para incrementar
el presupuesto de la Policía Militar y Naval, financiar cuarteles y compensaciones de los
cuerpos castrenses. Tan sólo en 2019, la GN, las policías militar y naval recibieron 836
millones de pesos (mdp), 1022 mdp y 2326 mdp, respectivamente; en 2020, sumaron un
presupuesto pagado de 35 386 mdp, y en 2021 esta cifra aumentó a 43 732 mdp. Para
2022 sumaron un presupuesto aprobado de 80 042 mdp, más del doble que toda la
Secretaría de Marina (Semar).

Esta transferencia indirecta de recursos también se hace a través de la Secretaría de


Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), cuyo presupuesto se ha incrementado para
financiar la operación de la GN que se mantiene nominalmente a su cargo, aunque en los
hechos transfiere todos sus activos a la Sedena. Así, el porcentaje que la SSPC destina a la
GN pasó del 32 % en 2020 al 46 % en 2021 y al 67 % en 2022. De este presupuesto
también se financian bienes, suministros y servicios personales de seguridad social y
prestaciones que terminan en manos de militares.

Tan sólo en 2021, la GN gastó 1943 mdp en sueldos base y 9908 mdp en
compensaciones; una de ellas, la “Compensación por servicios institucionales a la GN”,
es una retribución extra de su sueldo —pagado por la Sedena y la Semar— que se les da a
los elementos militares y marinos asignados de apoyo a la GN. Para 2021, la GN pagó
2401 mdp a 61 112 elementos de la Sedena y 435 mdp a 16 708 elementos de la Semar
por dicho concepto.

El negocio de la militarización también creció debido al sobreejercicio de recursos, es


decir, la diferencia entre los presupuestos aprobados y los pagados. La Sedena
sobreejerció en 2020 más de 24 300 mdp y en 2021 más de 25 386 mdp, un 26 % y 23 %
más de lo aprobado, que equivalen a casi todo el presupuesto de la Secretaría del Trabajo
y Previsión Social en esos años. Por su parte, el presupuesto ejercido de la Semar
aumentó de 18 308 mdp en 2006 a 40 184 mdp en 2021, un incremento de 119 % en
quince años. La misma dependencia sobreejerció 6985 mdp en 2017 y 7199 mdp en
2021, cantidades que representan 27 % y 20 % más de lo aprobado y equivalen a 900 
000 Becas Benito Juárez (ver gráfica 2).
En 2019, la GN ejerció 836 mdp sin tener presupuesto asignado mientras que, en 2020, la
corporación ejerció 19 585 mdp a pesar de tener sólo 3842 mdp aprobados. Y aunque en
2021 ejerció únicamente 23 010 mdp de los 33 589 mdp que se le asignaron, al año
siguiente se le aprobaron 57 047 mdp, equivalente a lo recibido por toda la SSPC en
2021. No obstante, estas cifras no bastan para cuantificar el presupuesto total de la GN
debido a su estructura, pues está conformada por algunos elementos de la extinta Policía
Federal y en un 80 % por militares y marinos, y a que la Sedena es dueña de sus cuarteles
y su armamento y equipo provienen de la Policía Militar (ver gráfica 3).
En 2021, el presidente anunció que la GN podría disponer de hasta 50 000 mdp
adicionales para concluir su consolidación hacia el 2023; sumado a su presupuesto
aprobado de 2022, alcanza los 107 000 mdp, el equivalente al presupuesto aprobado para
toda la Sedena en 2021. Además, recientemente envió una iniciativa de reforma
administrativa para darle a la Sedena el control operativo y administrativo de la GN. Esto
contraviene los criterios de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al convertir
la participación de las FF. AA. en la regla y no en la excepción, y sería contrario al
carácter civil de la GN establecido en la Constitución. De aprobarse la reforma, la Sedena
podría tener un presupuesto de 151 000 mdp, casi seis veces el presupuesto de la Policía
Federal en el año de su extinción (26 667.85 mdp).

El beneficio económico a las FF. AA. coincide con la desaparición y reducción de


subsidios y fondos para policías, como el Fondo de Aportaciones para la Seguridad
Pública de los Estados y el D. F. (FASP), cuyos recursos pasaron de 10 890 mdp en 2009
a 7255 mdp en 2020; y los subsidios para el Fortalecimiento del Desempeño en Materia
de Seguridad Pública (Fortaseg) y para la Seguridad de los Municipios (Subsemun), que
fueron eliminados en 2021.
Esto es preocupante porque las condiciones laborales de los policías son insuficientes.
Según los datos más recientes, los estatales ganan en promedio 9333 al mes; en los 32
estados reciben seguro de vida; en treinta, apoyos para sus familias si fallecen; en
veintiséis, seguro médico; en veinticuatro, un fondo de ahorro para el retiro; en
diecinueve, becas escolares para sus hijos, y sólo en doce entidades, todas estas
prestaciones. Mientras tanto, los municipales ganan en promedio 8306 mensuales y su
acceso a prestaciones dependía de si sus municipios recibían el Subsemun.

Mecanismos del negocio de la militarización


Además de estos incrementos presupuestales, las FF. AA. tienen varios mecanismos para
transformar los recursos públicos en un ingreso o prestación propia y hacer de la
militarización un negocio. Entre ellos se encuentran las transferencias de funciones
civiles —con sus respectivos presupuestos—, el uso de fideicomisos públicos, la
adjudicación directa de los recursos que reciben, la opacidad con la que los ejercen y la
intervención del Ejecutivo para otorgarles más recursos de los que autoriza el Congreso
de la Unión.

Transferencia de funciones civiles. En los últimos doce años, los gobiernos han transferido
227 funciones civiles a las FF. AA., que equivalen a casi 74 000 mdp. El gobierno federal
les asignó 33 proyectos de obra pública entre 2009 y 2020, veintitrés de ellos desde
diciembre de 2018 (5703 mdp). También les ha transferido veintinueve tareas de
seguridad pública (65 876 mdp), mientras que los gobiernos estatales y municipales, 49
(663 mdp).

A partir de la reforma a la marina mercante en 2020, se han transferido funciones y


recursos económicos a la Semar que correspondían a la SCT, como administrar puertos,
incrementando sus ingresos en 393 % para el 2021. Entre 2020 y 2021, sus ingresos
propios por concepto de “derechos, productos y aprovechamientos” pasaron de 1000
mdp a 5397 mdp en 2021.
La Dirección General de Ingenieros (DGI) está encargada de las obras e infraestructura
de la Sedena pero, según su reglamento, puede realizar cualquier trabajo de interés
nacional. La reasignación de tareas civiles ha aumentado su presupuesto ejercido de 5523
mdp en 2018 a 16 713 mdp en 2020, año en que sobreejerció 7314 mdp. La mayoría de
este presupuesto se destinó a “obras de construcción para edificios no habitacionales”,
financiando proyectos como el AIFA, colegios militares, alojamientos y centros
deportivos militares. A su vez, el monto ejercido por la Dirección General de Aeronáutica
Civil de la SCT disminuyó respecto al aprobado con subejercicios de 537 208 mdp.

Uso de fideicomisos públicos. La Dirección General de Administración (DGA) de la Sedena


controla y evalúa el gasto público de la secretaría. A pesar de mantener su presupuesto
aprobado debajo de los 8000 mdp desde 2006, su monto ejercido ascendió a 22 741 mdp
en 2019 y 48 741 mdp en 2021. La mayor parte se destinó al concepto de “aportaciones a
fideicomisos públicos”, que no tenía presupuesto previsto antes de 2018 y ha ejercido 82
800 mdp entre 2019 y 2021 (ver gráfica 4).

El Fideicomiso Público de Administración y Pago de Equipo Militar (FPAPEM), creado


en el sexenio del presidente Felipe Calderón, ha aumentado sus ingresos de 28 241 mdp
en 2019 a 46 467 mdp en 2020 y 47 802 mdp en 2021. Su año de mayor rendimiento
había sido 2008 con 159 mdp hasta que alcanzó 408 mdp en 2021. El dinero acumulado
en este fideicomiso es utilizado opacamente sin responder a controles externos ni
procesos de seguimiento; es usado discrecionalmente para cuestiones ajenas a sus
propósitos, como la construcción del AIFA y el Aeropuerto Internacional de Tulum,
cuyas utilidades se destinarán al pago de pensiones de las Fuerzas Armadas.

Adjudicaciones directas e invitaciones restringidas. A pesar de que la ley señala que la


licitación pública debería de ser la regla general para la contratación por parte del Estado
para evitar la corrupción, en 2020, la Semar no realizó ni una sola licitación pública,
adjudicó el 72 % de sus recursos (1900 mdp) y otorgó por invitación restringida el 24 %
(671 mdp).

Opacidad del uso de recursos públicos e ineficiencia de la normatividad de acceso a la


información. Aunque las FF. AA. son sujetos obligados de la Ley de Transparencia, no
existen mecanismos reales que las obliguen a transparentar sus gastos; argumentan que el
manejo de recursos es un tema de disciplina militar, clasifican la información de sus
dependencias para “no comprometer la seguridad nacional, la seguridad pública o la
defensa nacional” y entregan respuestas prefabricadas que niegan el acceso a la
información. Tampoco permiten una fiscalización externa, pues su órgano interno de
control está integrado por militares que imponen sanciones menores (suspensiones e
inhabilitaciones temporales), nunca dirigidas a altos mandos, cuando encuentran fallas
administrativas en los procesos de transparencia.

Participación del Poder Ejecutivo. Es un factor determinante para que el negocio sea
exitoso, pues es el responsable de modificar los recursos públicos a pesar de que no
correspondan con lo aprobado previamente por el Legislativo. Utilizando recursos no
aprobados, el presidente ha destinado al menos 57 547 mdp al AIFA y planea destinar 14 
000 mdp más al aeropuerto de Tulum. Asimismo, por medio de modificaciones
presupuestales, está financiando un centro deportivo de 218 mdp para los elementos de
la Sedena y sus allegados.
Existen diversas razones por las cuales el negocio de la militarización representa un grave
riesgo para la democracia mexicana. Algunas de ellas son:

• El gasto que realiza no es eficiente. Pese a haber transferido enormes cantidades de


recursos a las FF. AA. para que participen de la seguridad pública, según cifras
oficiales, los homicidios han incrementado 341 % entre 2006 y 2020. Una inversión
en carteras castigadas como la procuración de justicia (que sólo ha incrementado 18 %
de 2006 a 2021) y las policías civiles podría traer mayores frutos.

• Se viola de manera permanente el Estado de derecho al crear un estado de excepción. Las


FF. AA. operan sin tener que cumplir con la Constitución ni los demás ordenamientos
que rigen a la Administración Pública Federal y sin recibir consecuencias. Permiten la
transferencia de funciones y recursos por encima de las señaladas expresamente en la
Constitución y la normatividad castrense.

En teoría, ningún servidor público debería recibir un sueldo superior al del presidente
(1 567 400 anual), pero lo superan el titular de la Sedena, Luis Cresencio Sandoval (2 
007 840); el de la Semar, José Rafael Ojeda (1 992 404); y el comandante general de la
GN, Luis Rodríguez Bucio (1 607 706). En contraparte, la titular de la SSPC, Rosa
Icela Rodríguez, superior jerárquica de este último, es la única que no supera el sueldo
del presidente (1 257 723) y no tiene adscripción militar.

• Existe un desequilibrio entre los poderes. Si bien es facultad originaria del Poder
Legislativo (electo democráticamente) elaborar y aprobar el Presupuesto de Egresos
de la Federación, es el Ejecutivo quien gobierna por decreto y destina los recursos a
sus agendas prioritarias. El Poder Legislativo se ve transgredido por los mecanismos
que el Ejecutivo y las instituciones castrenses utilizan para recibir más recursos de los
aprobados a costa de las civiles, incrementando su poder económico y político,
adjudicándose tareas desde seguridad pública hasta construcción de infraestructura de
la que se benefician.
• Las FF.AA. operan con opacidad. Se incrementa el riesgo de corrupción e impide el
proceso de rendición de cuentas, vulnerando los derechos políticos de los ciudadanos.

• Existe un desequilibrio en las relaciones cívicasmilitares. Inclinar la balanza en favor de


las FF. AA. supone revertir el principio de subordinación y aumentar la autonomía de
los militares en términos de toma de decisión, operación y presupuesto; sustituir y
arrebatar las funciones de las autoridades electas democráticamente e incrementar el
riesgo de un creciente militarismo, que se ve reflejado en el deseo del Ejecutivo por
incorporar a la GN al mando de la Sedena o el nombramiento de elementos castrenses
como secretarios de seguridad en el país, normalizando su presencia en las calles y en
los puestos de poder.

Todo lo explicado anteriormente nos revela que es urgente revertir la militarización de la


seguridad pública y del gobierno civil en México. Es necesario restaurar el orden
constitucional, devolver las facultades y los presupuestos a quienes tienen la obligación
de ejercerlo y la profesionalización para hacerlo de forma eficaz y eficiente; sólo
construyendo un sistema de justicia y seguridad integral podremos evitar que el país
dependa de las Fuerzas Armadas.

Frida Ibarra

Licenciada en Derecho por el Centro de Investigación y Docencia Económicas y


directora de Incidencia Política en México Unido Contra la Delincuencia A. C.

Leilani Hernández

Licenciada en Derecho por la Universidad Iberoamericana, campus Puebla, e


investigadora de México Unido Contra la Delincuencia A. C.
1 Cantú, B. e Ibarra, F. (coords.) El negocio de la militarización en México. Opacidad, poder y
dinero. MUCD, 2022, https://bit.ly/3ChoWwb (https://bit.ly/3ChoWwb)

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