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Universidad de Alicante Marta Guillén

Grado en Sociología 2017/2018 Danny Piciucchi


Sociología económica Carlos Sáez

PRÁCTICA 2:

LA CRISIS DEL SIGLO XXI

- ¿En qué consiste el ‘Gran Casino Financiero Global’?

Sin duda alguna, mientras se gestaba la crisis global del 2008, la economía
informatizada y globalizada permitió que el ‘Gran Casino Financiero Global’ operase a escala
mundial. El mundo financiero ha sido el primero y más imaginativo en utilizar las herramientas
más modernas para gestionar y analizar datos y luego emplear ese análisis para crear nuevos
productos financieros. En este caso, lo que se utilizaba era el dinero de la economía real en un
ciclo repetitivo de apalancamiento y re-apalancamiento. Con esas herramientas informáticas se
pudieron introducir innovaciones financieras de todo tipo y venderlas al resto del mundo de
forma instantánea. De esta manera, los agentes que quisieran podían invertir en el casino ya que
éste era global y tenía su sede en Internet. ¿Dónde reside el problema? En que en una economía
globalizada donde los capitales financieros son de una gran sofisticación y complejidad y
circulan a gran velocidad, no todos los inversores son conscientes de la naturaleza del producto
y la operación en la que se ven inmersos. En el caso de la crisis del 2008, fueron los CDO,
producto financiero nocivo que había sido calificado por las agencias de rating como Triple A y
con un bajo riesgo de impacto los que comenzaron a circular por el gran casino de las finanzas,
intoxicando a aquellos que apostaron por él.

- Diferencias entre la crisis “española” y la del resto de países de su entorno


socioeconómico

Si hablamos de la crisis española han sido varios los factores que propiciaron el brutal
aumento del precio de la vivienda en España desde mediados de los 90. Los más relevantes
hacen referencia a la pertenencia al Euro y a los tipos de interés bajos debido al mal estado de la
economía francesa y alemana que motivaron un incremento de naturaleza especulativa del
precio de la vivienda con subidas, entre 1998 y 2007, de más del 200% así como a la ley del
suelo del año 1998 que aumentó el terreno urbanizable convirtiendo el mercado del suelo en un
negocio rentable para los empresarios. Con estos incentivos aparece, además de la demanda
natural, la demanda especulativa con el objetivo de comprar viviendas para revenderlas a corto
plazo y aumentar las ganancias, ya que se creía imposible que no aumentara el valor de la
vivienda de manera progresiva. Mientras tanto, los bancos daban créditos a cualquiera que lo
pidiese, sin respetar las garantías de solvencia, para comprar una casa o iniciar un negocio de
construcción. Los tipos de interés bajo animaban al personal a endeudarse y el que no lo hacía
era tonto: suponía perder dinero a manos de la inflación. De esta manera, invertir en el ladrillo
fue la forma de protegerse contra ese peligro. Aparentemente la situación parecía beneficiar a
todos: la construcción generaba empleo, arrastraba a otros sectores, el Estado se beneficiaba de
una serie de impuestos y de la creciente corrupción por las recalificaciones…
Durante esta época, como los recursos de los bancos españoles eran insuficientes, éstos se
endeudaron con bancos europeos, mayoritariamente alemanes y franceses. No obstante, como
en todas las burbujas, llegó un momento en el que los precios se hicieron demasiado altos y los
compradores observaron con pavor que no podían pagar el precio que se les pedía: en el año
2007, la demanda de vivienda cayó y cada vez era más difícil vender un piso. Los especuladores
decidieron vender al ver que el precio no subía haciendo que los precios cayeran en picado.
Todo esto se vio agravado por el efecto de las hipotecas subprime en EEUU a consecuencia del
cual los bancos españoles empezaron a tener problemas de financiación en el mercado
interbancario. Por otro lado, los bancos dejaron de prestar, el BCE subió los tipos de interés y
aquellos que pidieron un préstamo no pudieron devolverlo. Comenzó así el gran desastre.

En cuanto a los denominados PIGS –sin contar a España-, en la siguiente tabla se


exponen los casos particulares de Grecia, Irlanda y Portugal. De este modo, podemos observar
las diferencias en cuanto a las burbujas que se fueron creando en estos países europeos.

Grecia Desarrollo de la burbuja del consumo - Elevación de las inversiones a corto


plazo y estancamiento de las de largo
plazo.

- Los bancos privados de la eurozona se


enriquecieron a costa de los altos tipos
de interés de la banca nacional griega.

- La mayor parte de los recursos


monetarios externos fueron adquiridos
vendiendo bono.

- Alta deuda pública y privada.

Irlanda Desarrollo de la burbuja inmobiliaria y bursátil - Alto endeudamiento de los bancos


nacionales en el mercado internacional
a corto plazo.

- Alto desarrollo del proceso de


colaterización del crédito hipotecario.

- Regulación bancaria casi inexistente y,


como consecuencia la mayoría de los
bancos nacionales amplificaron mucho
más el riesgo.

Portugal Desarrollo de la burbuja del consumo - Alto endeudamiento privado no


bancario.

- Alto desarrollo de la bolsa de valores de


Lisboa.

- Los bancos de los países europeos


centrales les resultaba más barato
invertir en Portugal que en sus propios
países.

Tabla extraída de “La crisis de deuda soberana de los PIGS de la zona euro”, J. Heredia, 2014.
- ¿Cómo explicarías la espiral especulativa de la inversión en la economía?

Creemos inevitable retrotraernos hasta los Acuerdos de Bretton Woods para entender
esa espiral especulativa a partir de los años 70, tras el fin de dichos acuerdos. El período de
1945-1971 fue uno de los más estables de la historia económica puesto que no se dieron
burbujas de activos ni grandes crisis financieras como las registradas en los años 80 y 90 y en
los primeros años del siglo XXI. El fin de Bretton Woods en el año 1971 y la adopción de
cambios flotantes en el año 1973 dieron lugar a la progresiva financiarización de la economía,
alentando la especulación masiva en deterioro de la economía real. Con el sistema de Bretton
Woods existían estrictos controles de capital que tenían como objetivo proteger el tipo de
cambio fijo –algo que se hizo innecesario con tipos de cambio flotante y un dólar sin anclaje ni
vigilancia-. El cese de estos controles hizo posible el aumento de los flujos de capital que
comenzaron a desplazarse por todo el mundo a un ritmo cada vez más rápido. De este modo, la
economía financiera iba ganando más y más importancia mientras que la economía productiva
quedaba relegada. Es la época de Thatcher y Reagan donde las reglas, según los
“fundamentalistas de mercado” no son necesarias, puesto que no hay crisis y el sistema
funciona. Lo que no sabían, como bien dice Stiglitz en el documental, es que esas reglas eran las
que garantizaban que todo fuera bien.

Teniendo en cuenta esto, es necesario entender que tratar de basar el sistema económico
en la especulación como forma de progreso lleva a medio plazo a situaciones de verdadera
inestabilidad. Minsky explica que una expansión económica continua a través de la
especulación provoca que prestamistas y prestatarios estén en disposición de aceptar mayores
riesgos. De este modo, ante la inexistencia de dificultades económicas, se genera una economía
cortoplacista donde la inversión, el riesgo y la deuda lo son todo. Teniendo en cuenta esto,
cuanto más continuado es el periodo expansivo de la economía, mayores son los desequilibrios
que sufre el sistema. El problema reside en que cuando los agentes económicos son conscientes
del riesgo asumido y ven que no van a poder saldar sus deudas, tratan de vender sus activos para
conseguir liquidez para pagar el dinero prestado. Se llega entonces al “Momento Minsky” en el
cual la economía entra en un período de recesión.

- ¿Es la globalización la causante del problema? ¿Por qué?

Dada la estrecha relación de la globalización con el proceso conocido como


financiarización, resulta obligado hablar del auspicio de las finanzas a nivel mundial. La
financiarización es el concepto que se ha utilizado con más frecuencia en las ciencias sociales
para definir el creciente y significativo papel desempeñado por los sistemas financieros en las
sociedades contemporáneas. La financiarización, pues, se refiere al cambio de un modelo de
acumulación del capital que consiste en el paso de un capitalismo industrial a otro de tipo
financiero (Massó, M. y Pérez-Yruela, M., 2017). En este sentido, globalización financiera es el
nombre que se atribuye a las transformaciones que han afectado a los principios de
funcionamiento de las finanzas. Se trata de profundas transformaciones que asocian de manera
muy estrecha la liberalización de los sistemas financieros nacionales y la integración
internacional (Aglietta, M., 2000). La globalización ha llevado al predominio del movimiento
del capital financiero sobre los movimientos de las mercancías y la internacionalización de los
mercados de capital ha exigido la homologación de las políticas económicas a escala mundial.
Estas políticas privilegian la rentabilidad del capital financiero y actúan en detrimento del
capital productivo (Huerta, A., 1999).

La globalización, al haber interconectado las economías de prácticamente todos los


países del globo, implica que una crisis que ocurra en un determinado país puede llegar a
extenderse por todo el mundo. Tal ha sido el caso de la actual crisis económica cuyo
desencadenante fue la caída de Lehman Brothers. Al día siguiente de este suceso, la bolsa de
Nueva York se desplomó, arrastrando consigo a las bolsas de todo el planeta mientras que la
liquidez de los bancos se esfumó. Independientemente de los problemas económicos de cada
país (en España, por ejemplo, tuvimos nuestra propia burbuja inmobiliaria), hay que reconocer
que, debido a la globalización, la crisis que tuvo origen en los Estados Unidos sacudió
fuertemente países como los del sur de Europa. La salida de la crisis pasa inevitablemente por la
estimulación de la economía real, pero la actividad productiva se ha vuelto crecientemente
dependiente de las rentas financieras (Massó, M. y Pérez-Yruela, M., 2017).

Por tanto, podemos afirmar que, si bien la globalización no es la causante de la crisis en


sí misma, sí es cierto que debido a ella la crisis se ha extendido por todo el mundo afectando
especialmente a las economías más débiles.

- En el documental se afirma que el estallido de una burbuja es el síntoma de la


necesidad de pasar el testigo de la tracción de la economía desde la economía
financiera a la economía productiva… ¿qué opináis? ¿Se está produciendo ese
tránsito? ¿A qué conclusiones llegáis?

En la actualidad, no se ha avanzado prácticamente nada en la necesaria gobernanza del


proceso de globalización. Los intentos de ello pasan por acuerdos como el TTIP, que alientan a
la liberalización, que trae consigo la desregulación de los mercados financieros, base de la
rápida extensión de la crisis internacional. La liberalización pone en riesgo la posibilidad de
unas relaciones económicas y de empleo sólidas. Al fin y al cabo, ya Adam Smith afirmaba que
los principios del liberalismo económico no debían extenderse a la esfera financiera ya que la
libertad de unos pocos individuos podía comprometer la seguridad de toda la sociedad (Smith,
A., 1776). En nuestra opinión, la necesidad de pasar el testigo de la tracción de la economía
desde la economía financiera a la economía productiva es imperiosa. No obstante, estamos lejos
de asistir a tal transición, debido a que el diseño institucional del mercado de trabajo y la
estructura sectorial de la economía española no son proclives al estímulo de la economía real.
Respecto al diseño institucional del mercado de trabajo, los modelos de contratación están en
armonía con los preceptos neoliberales que condujeron a la crisis, mientras que, respecto a la
estructura sectorial de la economía española, no existe un tejido empresarial sólido que permita
relanzar la economía.

La conclusión a la que llegamos es que, para transitar de una economía financiera a una
productiva, sería necesaria una reforma profunda de la economía que desligara la economía
productiva de los circuitos financieros que la han parasitado, y que la función primordial de las
finanzas sea la provisión de capital para la economía productiva y no la creación de dinero como
un fin en sí mismo a través de intercambios puramente especulativos que se materializan a partir
de la generación de deuda pública y privada (Massó, M. y Pérez-Yruela, M., 2017).
- Definición de medidas de Austeridad vs Estímulo

En primer lugar, cuando se habla de políticas económicas restrictivas o expansivas hay


que distinguir entre políticas monetarias y fiscales. Básicamente, por política monetaria se
entiende la gestión de la cantidad de dinero en circulación para controlar y mantener la
estabilidad económica. Esto se consigue mediante una intervención en la masa monetaria y/o en
los tipos de interés a través de varias formas. Mientras que por política fiscal se entiende la
gestión del gasto público y de los impuestos como variables clave para impulsar el crecimiento
económico. En estas últimas, hacen especial énfasis los keynesianos. Como decía Keynes:

“...no es muy correcto que atribuya una importancia fundamental a la tasa de interés. Atribuyo
una importancia fundamental a la escala de inversión y me intereso en la tasa de interés como
uno de los elementos para alcanzar esto. Sin embargo, debo considerar la intervención estatal
para fomentar la inversión como un factor más importante” (Keynes, 1980, pág. 350).

Ambas políticas pueden ser expansivas o restrictivas. Con políticas monetarias


expansivas se consigue un aumento de la oferta monetaria mediante el aumento de los
préstamos de dinero y/o la bajada de los tipos de interés y/o la disminución del coeficiente de
caja, entre otras cosas. En consecuencia, el sistema bancario dispone de más liquidez y,
teóricamente, a su vez, las familias y las empresas también, ya que dichos bancos prestan ese
dinero. Las familias y las empresas, al tener más dinero pueden mantener o aumentar su
consumo (las primeras) y su inversión (las segundas) repercutiendo positivamente en la DA, la
cual estimula la producción y el empleo. El principal problema que se asocia a políticas
monetarias expansivas es el aumento de la inflación, aunque considerar la inflación en estos
términos implica entenderla solo y exclusivamente como un fenómeno monetario. Antes de
hablar de las políticas monetarias restrictivas hay que hacer aquí un inciso: no siempre los
bancos comerciales, después de recibir dinero de los bancos centrales lo prestan. Esto es unos de
los problemas que mayor rechazo provoca en los detractores de estas políticas; efectivamente,
las políticas monetarias no tienen un efecto directo y pueden ocurrir inconvenientes en las vías
de trasmisión.

Por el contrario, con políticas monetarias restrictivas disminuye la masa monetaria; esto se logra
mediante la restricción de los préstamos a los bancos y/o el aumento de los tipos de interés y/o
del coeficiente de caja. Resultado: el acceso al dinero se dificulta tanto por parte de las familias
(reducción consumo) como por parte de las empresas (reducción inversión) causando un
descenso de la DA y con ella de la producción y el empleo. La gestión de las políticas
monetarias recae, actualmente, en el BCE.

En cuanto a las políticas fiscales, con una política fiscal expansiva se reducen los impuestos y/o
se aumenta el gasto público para así impulsar la DA la cual, a su vez, genera un crecimiento de
la producción, el empleo y los precios. Al revés, con una política fiscal restrictiva disminuye la
DA y, por ende, la producción, el empleo y los precios. A diferencia de las políticas monetarias,
las políticas fiscales tienen un efecto directo.

Por esto, aunque no haya un consenso entre los economistas, sí que se puede llegar a dos
conclusiones: 1) que las políticas monetarias —tanto expansivas, como restrictivas— tienen la
ventaja de ser más rápidas, pero no siempre eficaces; y 2), que las políticas fiscales —tanto
expansivas, como restrictivas, tardan más en surtir efecto, pero son más efectivas.
- Ventajas e inconvenientes de ambas fórmulas de solución a la crisis

En 1997, el economista americano Alan Blinder decía: “un multiplicador fiscal positivo
ha sido parte las convicciones de base de los economistas”. Esta cita demuestra la presencia de
un consenso, ampliamente generalizado entre la mayoría de los economistas, sobre la
consistencia y efectividad de la aplicación de políticas fiscales expansivas para hacer frente a
unas crisis económicas.

Ahora bien, en cuanto a estas políticas, según sus detractores (típicamente los liberales),
los efectos positivos (arriba mencionados) se ven atenuados por lo que se conoce como
crowding-out, es decir, por la expulsión de la inversión privada. Efectivamente, el incremento
del gasto público puede ir acompañado de un aumento de los tipos de interés, ya que el Estado
necesita emitir deuda pública y por ello necesariamente tendrá que aumentar la demanda de
dinero. Por consiguiente, esta subida de los tipos de interés reprime la inversión, paliando los
efectos estimulantes iniciales de una política fiscal expansiva o bien porque la financiación
resulta más cara o bien porque resulta más atractivo comprar deuda. Además, y esta es otra
crítica recurrente, dicho efectos positivos se dan más bien a medio o a largo plazo, siendo las
inversiones públicas proyectos más distendidos en el tiempo. Por tanto, una bajada de los
impuestos sí que tiene repercusiones directas sobre la renta y el consumo de las familias, pero
no está nada claro si las tiene sobre las inversiones. Los empresarios podrían atesorar la mayor
cantidad de liquidez que obtienen gracias a la disminución de los impuestos y postergar sus
inversiones.

Volviendo a Blinder (1997), este prosiguió diciendo que, sin embargo, “hoy la
convicción opuesta parece predominar en los círculos políticos, desde Washington hasta
Bruselas. Un déficit público reducido, se nos dice, fomenta el crecimiento económico a corto
plazo. La idea que las políticas restrictivas generarían un efecto expansivo se está convirtiendo
en la visión hegemónica”.

En efecto, en 2009, Alberto Alesina y Silvia Ardagna (2009) con la publicación de


Large Changes in Fiscal Policy: Taxes Versus Spending vienen a confirmar lo que manifestaba
Blinder en 1997. Alesina y Ardagna aseveran que las medidas de austeridad no perjudican la
economía de un país, sino que, al contrario, fomentan la reactivación económica. Asimismo, a
reforzar esta tesis llegará un año después el artículo Growth in a Time of Debt de Carmen
Reinhart y Kenneth Rogoff. Reinhart y Rogoff (2010) afirman que cuando la deuda pública de
un país superaba el 90%, el crecimiento económico caía en picado. Estos dos artículos
proporcionaron una justificación técnico-teórica (no empírica, como veremos en breve) a la
fiebre por contagio de políticas de austeridad que se propagaron después de la crisis financiera
de 2007-2008. Sin embargo, y pesar de su ostentoso aparato estadístico-metodológico, ninguno
de los dos artículos supera una correcta verificación empírica. Olivier Blanchard, economista
jefe del FMI, demolió la tesis de Alesina y Ardagna argumentando que su análisis subestima, en
una unidad, los multiplicadores usados. Esto quiere decir que una contracción fiscal de 1 euro
provoca una depresión de 1,5 euros, y no de 0,5 euros como se creía. En cuanto a la tesis de
Reinhart y Rogoff, los economistas Hendon, Ash y Pollin (2013), ¿en su artículo Does High
Public Debt Consistently Stifle Economic Grouth? A Critique of Reinhart and Rogoff”,
demuestran los errores que Reihart y Rogoff cometieron y las manipulaciones deliberadas para
obtener sus resultados.
Partiendo de la misma hoja de Excel usada por los economistas de Harvard, Hendon, Ash y
Pollin encuentran que en los datos habían: 1) omisiones selectivas; 2) selecciones tendenciosas
de la muestra; 3) ponderaciones ad hoc para la obtención de los resultados deseados; y, por
último 4), errores de cálculo. Volviendo a re-calcular ellos los datos, llegan, de hecho, a
conclusiones opuestas: en los países con una relación deuda pública/PIB superior al 90%, el
crecimiento había sido del 2,2%, y no como decían Reinhart y Rogoff del -0,1. Por tanto, no hay
ninguna diferencia estadística significativa entre el crecimiento de los países con una relación
deuda/PIB inferior al 90% y aquellos con una relación superior.

Dicho todo esto, queda patente que no hay ninguna evidencia empírica que respalde la
implementación de políticas restrictivas, siendo estas totalmente pro-cíclicas. La única
“ventaja” que las políticas es haber reequilibrado las balanzas de pago de los PIIGS. En efecto,
como es bien sabido, la crisis europea de 2007-08 fue una crisis de déficit de balanza de pagos y
actualmente, todos los países que sufrieron esos desequilibrios se encuentran en surplus. Esto no
ha de extrañar, ya que la represión —o, mejor dicho, aniquilación— de la demanda interna,
fatalmente reduce las inversiones, restituyendo equilibrio a la balanza de pagos. Ahora bien, el
precio que los PIIGS tuvieron que pagar, y siguen pagando, para conseguir este equilibrio, ha
sido elevadísimo: desde el desmantelamiento del Estado de bienestar (recorte en pensiones,
prestaciones por desempleo, ayudas varias, sanidad, educación…) hasta la flexibilidad del
mercado de trabajo, la enorme devaluación interna, la destrucción de empleo y empresas, etc.

- Consecuencias sociales de ambas fórmulas

Que las políticas de austeridad como medidas anti-cíclicas sean ineficaces


económicamente está más que demostrado. Sin embargo, sus secuelas negativas no se limitan
solo al ámbito económico, sino que se extienden hasta la esfera política y social. Tal y como
afirma el historiador español Luis Suárez Fernández, “las crisis económicas son muy peligrosas
y hay que saber tratarlas. ¿Sin la de 1929 Hitler hubiera llegado al poder? Creo que no, y esa es
mi opinión”. Las analogías con la crisis de 2008 son muy patentes: desde tal fecha la xenofobia
no ha parado de aumentar, al igual que el racismo; los movimientos de protesta se han
multiplicado y las fracturas sociales se han agravado sustancialmente; asimismo, la demagogia
se ha propagado en el campo político drogando a las masas con unas reminiscencias
nacionalistas que exaltan y deifican un pasado dorado —nunca existido—, cuya vuelta se vende
a los más perjudicados por este sistema como una panacea. A este propósito es muy ilustrativo
este mapa diseñado por El País:

Fuente: El País
Como podemos ver claramente, el auge de la extrema derecha ha sido y sigue siendo
imparable, con todas las consecuencias que esto acarrea. Primera entre todas, los
enfrentamientos y la hostilidad hacia los inmigrantes, sobre los cuales se descarga la mayor
responsabilidad de los problemas actuales, desplazando, de paso, el foco de atención desde los
verdaderos culpables.

Por otro lado, las consecuencias sociales de las políticas expansivas, si bien afectan a un
menor número de individuos, no por ello se pueden descuidar. De hecho, estas inevitablemente
privilegian a las mayorías (mayor prosperidad generalizada, redistribución más equitativa de la
riqueza, mejor y más amplios Welfare States…) en detrimento de las elites económicas, unas
elites cuyo poder, sin embargo, consigue presionar muy intensamente al sector político con el
objetivo de abolir dichas políticas expansivas perjudiciales para ellos.

- Desarrollando la idea de “destrucción creativa” de Schumpeter, ¿cuáles serían las


innovaciones que están destruyendo las viejas empresas y los viejos modelos de
negocio para constituirse en las nuevas fuerzas de desarrollo económico?

Hablar de “destrucción creativa” en el siglo XXI no resulta nada fácil; y para entender el
por qué, necesitamos retroceder más de un siglo y medio en la historia. Hace más de 150 años,
en los tiempos de Marx, surgió un hecho novedoso y muy relevante: la tecnología empezó a
sustituir las actividades agrícolas y manufactureras. Esto redujo notablemente el número de los
asalariados y, ceteris paribus, hubiera conducido al fin del capitalismo, puesto que un sistema
económico basado en la compra de trabajo humano y en la venta de mercancías a compradores
capaces de comprarlas, no hubiera podido sobrevivir sin los trabajadores y sin los
consumidores. En este fatal desenlace, depositaron toda su confianza y articularon su estrategia
diversos movimientos políticos, los cuales, empero, vieron sus deseos frustrados por el hecho de
que a los asalariados se sumaron las clases medias, es decir, los trabajadores administrativos,
financieros, comerciales, sanitarios, de consultoría, de entretenimiento… Así se salvó el
capitalismo: gracias al aumento del sector terciario y al acoplamiento a este de las clases
medias. Sin embargo, hoy día ya no sucede: el auge de la automatización está propiciando una
sustitución del trabajo humano por robots y máquinas inteligentes; y esto es así porque todos los
mecanismos que podrían contrarrestar dicha tendencia se encuentran gripados. En primer lugar,
está el tema del surgimiento de nuevas ocupaciones. Históricamente, ha ocurrido varias veces
que la desaparición de unos trabajos en determinados sectores vino acompañada del nacimiento
de otros, incluso en mayores cantidades, en diferentes sectores económicos. Pero hoy en día el
saldo neto entre trabajos destruidos y trabajos generados es negativo; no se consiguen crear más
trabajos de los que se pierden. Esto se debe a que, a diferencia de que en el capitalismo del siglo
XIX y XX la introducción de las máquinas tenía como objetivo incrementar la productividad de
los trabajadores, en el siglo XXI la automatización reemplaza a los seres humanos convirtiendo
las maquinas en trabajadores, tanto a nivel de empleos sencillos y rutinarios como a nivel de
empleo intelectualmente más cualificado, provocando una desocupación estructural de la que se
salvan los trabajos de cuidado, abajo, y los que requieren altos niveles de creatividad y el top
management, arriba. Acemoglu y Restrepo (2017) demuestran como en el caso de los EE.UU.
entre el año 1990 y el 2007, cada robot añadido al sector manufacturero provocó la pérdida
media de 6,2 puestos de trabajo, además con débiles efectos positivos en los otros sectores
económicos. En segundo lugar, otro tema interesante concierne a la postura post-keynesiana que
abogaba por el Estado como empleador de última instancia (Minsky).
Aquí tampoco parece residir la solución. En efecto, el riesgo de crisis fiscales estatales es
muy alto. Además, la calidad del empleo sería más baja, ya que se desempeñarían actividades
cuyo requerimiento de mano de obra es muy alto y cuya remuneración correspondería al salario
mínimo público. Por último, y aunque se podrían barajar más vías de salida, cabe mencionar la
tesis según la cual los ciudadanos, al verse privados del trabajo, podrían dirigirse hacia el
mundo financiero (que predomina en la economía) con la intención de extraer algún beneficio
de este. Esta postura resulta, sin embargo, altamente utópica dado que el mundo financiero es
fuertemente desigual y favorece la concentración de riqueza mediante una redistribución
oligopólica de esta. En fin, parece ser que el concepto de destrucción creativa haya perdido su
vigencia en las sociedades hodiernas; al menos a corto plazo, esta tesis se ha vuelto obsoleta. A
largo plazo, depende más de cómo se gestione el asunto: si se hace desde una postura
intervencionista hay medidas correctivas — o, cuando menos, paliativas— que podrían
funcionar. Al contrario, si se hace desde una lógica no intervencionista, desde el laissez-faire,
las secuelas podrían ser devastadoras e irresolubles.

- ¿Está surgiendo un nuevo tipo de capitalismo? Argumentad vuestra respuesta

Un nuevo tipo de capitalismo surgió entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Según Reinhart
y Sbrancia (2011), al principio de los años 80 comienza un periodo de desregulación financiera
— promovida, sobre todo, por el gobierno estadounidense (Reagan) y el inglés (Thatcher)—
que termina con las anteriores tres décadas de “represión” financiera correspondiente, más o
menos, con el régimen de Bretton Woods. Una economía está financieramente reprimida cuando
el gobierno controla las tasas de interés (en lugar de que las determine el mercado) y cuando
facilita la financiación del déficit público. Por lo tanto, en una economía reprimida:

1) el banco central no es independiente;

2) otras instituciones financieras —no todas— están bajo el control directo o indirecto del
Estado;

3) el precio del dinero no viene determinado por el mercado, sino por el Estado;

4) los movimientos de capitales están controlados para que estos no difluyan en búsqueda de
mejores beneficios;

5) las afluencias de capitales también están controladas

6) la erogación de crédito está limitado, de manera que el sector privado no pueda contraer
deudas impagables;

7) por último, y, por consiguiente, el Estado tampoco se endeuda demasiado ya que puede
mantener el control sobre las tasas de interés y estos no se disparan dificultando su pago.

Está claro que este mundo de represión financiera no le gustaba nada al sector
financiero: por un lado, frenaba los movimientos de capitales y, por otro lado, limitaba los
beneficios. De hecho, a comienzo de los años 80 la finanza gana su lucha política y todo lo
anterior, desaparece. El economista chileno Carlos Díaz Alejandro, en el año 1985, publicará un
artículo cuyo título es muy esclarecedor: Goodbye financial repression, hello financial crash. A
partir de aquí, todo lo demás es historia. Nace el capitalismo financiero.
Gráfico 1

Fuente: Philippon, 2008.

Este gráfico vale más que mil palabras. Se puede ver especialmente bien como a partir
de los años 80, en EE. UU., hay una subida exponencial del volumen de la riqueza financiera
(conjunto de todas las actividades financieras) en relación con el PIB total del país. Ahora bien,
si nos fijamos en las medidas que se aplicaron como solución a la última crisis financiera (una
de las tantas a las que hemos asistido desde hace medio siglo aproximadamente), aquella de
2007-08 nada sugiere que las políticas económicas vayan a cambiar de rumbo. Lejos del
capitalismo 4.0 que vaticina Anatole Kaletsky —un capitalismo que reconoce: 1) que el
capitalismo no es estático; 2) que la relación entre lo público y lo privado ha de ser
necesariamente simbiótica, y no excluyente; 3) y que las acciones individuales y de los
mercados son intrínseca y extremadamente imprevisible—, sí que es cierto que ha habido un
mayor grado de intervención pública, pero esta ha sido momentánea y solo y exclusivamente
dirigida a la supervivencia del sistema; ese sistema que, paradójicamente, nos condujo a la
actual situación en la que nos encontramos, pero que, sin embargo, parece insustituible: There is
no alternative).
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