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PRÁCTICA 2:
Sin duda alguna, mientras se gestaba la crisis global del 2008, la economía
informatizada y globalizada permitió que el ‘Gran Casino Financiero Global’ operase a escala
mundial. El mundo financiero ha sido el primero y más imaginativo en utilizar las herramientas
más modernas para gestionar y analizar datos y luego emplear ese análisis para crear nuevos
productos financieros. En este caso, lo que se utilizaba era el dinero de la economía real en un
ciclo repetitivo de apalancamiento y re-apalancamiento. Con esas herramientas informáticas se
pudieron introducir innovaciones financieras de todo tipo y venderlas al resto del mundo de
forma instantánea. De esta manera, los agentes que quisieran podían invertir en el casino ya que
éste era global y tenía su sede en Internet. ¿Dónde reside el problema? En que en una economía
globalizada donde los capitales financieros son de una gran sofisticación y complejidad y
circulan a gran velocidad, no todos los inversores son conscientes de la naturaleza del producto
y la operación en la que se ven inmersos. En el caso de la crisis del 2008, fueron los CDO,
producto financiero nocivo que había sido calificado por las agencias de rating como Triple A y
con un bajo riesgo de impacto los que comenzaron a circular por el gran casino de las finanzas,
intoxicando a aquellos que apostaron por él.
Si hablamos de la crisis española han sido varios los factores que propiciaron el brutal
aumento del precio de la vivienda en España desde mediados de los 90. Los más relevantes
hacen referencia a la pertenencia al Euro y a los tipos de interés bajos debido al mal estado de la
economía francesa y alemana que motivaron un incremento de naturaleza especulativa del
precio de la vivienda con subidas, entre 1998 y 2007, de más del 200% así como a la ley del
suelo del año 1998 que aumentó el terreno urbanizable convirtiendo el mercado del suelo en un
negocio rentable para los empresarios. Con estos incentivos aparece, además de la demanda
natural, la demanda especulativa con el objetivo de comprar viviendas para revenderlas a corto
plazo y aumentar las ganancias, ya que se creía imposible que no aumentara el valor de la
vivienda de manera progresiva. Mientras tanto, los bancos daban créditos a cualquiera que lo
pidiese, sin respetar las garantías de solvencia, para comprar una casa o iniciar un negocio de
construcción. Los tipos de interés bajo animaban al personal a endeudarse y el que no lo hacía
era tonto: suponía perder dinero a manos de la inflación. De esta manera, invertir en el ladrillo
fue la forma de protegerse contra ese peligro. Aparentemente la situación parecía beneficiar a
todos: la construcción generaba empleo, arrastraba a otros sectores, el Estado se beneficiaba de
una serie de impuestos y de la creciente corrupción por las recalificaciones…
Durante esta época, como los recursos de los bancos españoles eran insuficientes, éstos se
endeudaron con bancos europeos, mayoritariamente alemanes y franceses. No obstante, como
en todas las burbujas, llegó un momento en el que los precios se hicieron demasiado altos y los
compradores observaron con pavor que no podían pagar el precio que se les pedía: en el año
2007, la demanda de vivienda cayó y cada vez era más difícil vender un piso. Los especuladores
decidieron vender al ver que el precio no subía haciendo que los precios cayeran en picado.
Todo esto se vio agravado por el efecto de las hipotecas subprime en EEUU a consecuencia del
cual los bancos españoles empezaron a tener problemas de financiación en el mercado
interbancario. Por otro lado, los bancos dejaron de prestar, el BCE subió los tipos de interés y
aquellos que pidieron un préstamo no pudieron devolverlo. Comenzó así el gran desastre.
Tabla extraída de “La crisis de deuda soberana de los PIGS de la zona euro”, J. Heredia, 2014.
- ¿Cómo explicarías la espiral especulativa de la inversión en la economía?
Creemos inevitable retrotraernos hasta los Acuerdos de Bretton Woods para entender
esa espiral especulativa a partir de los años 70, tras el fin de dichos acuerdos. El período de
1945-1971 fue uno de los más estables de la historia económica puesto que no se dieron
burbujas de activos ni grandes crisis financieras como las registradas en los años 80 y 90 y en
los primeros años del siglo XXI. El fin de Bretton Woods en el año 1971 y la adopción de
cambios flotantes en el año 1973 dieron lugar a la progresiva financiarización de la economía,
alentando la especulación masiva en deterioro de la economía real. Con el sistema de Bretton
Woods existían estrictos controles de capital que tenían como objetivo proteger el tipo de
cambio fijo –algo que se hizo innecesario con tipos de cambio flotante y un dólar sin anclaje ni
vigilancia-. El cese de estos controles hizo posible el aumento de los flujos de capital que
comenzaron a desplazarse por todo el mundo a un ritmo cada vez más rápido. De este modo, la
economía financiera iba ganando más y más importancia mientras que la economía productiva
quedaba relegada. Es la época de Thatcher y Reagan donde las reglas, según los
“fundamentalistas de mercado” no son necesarias, puesto que no hay crisis y el sistema
funciona. Lo que no sabían, como bien dice Stiglitz en el documental, es que esas reglas eran las
que garantizaban que todo fuera bien.
Teniendo en cuenta esto, es necesario entender que tratar de basar el sistema económico
en la especulación como forma de progreso lleva a medio plazo a situaciones de verdadera
inestabilidad. Minsky explica que una expansión económica continua a través de la
especulación provoca que prestamistas y prestatarios estén en disposición de aceptar mayores
riesgos. De este modo, ante la inexistencia de dificultades económicas, se genera una economía
cortoplacista donde la inversión, el riesgo y la deuda lo son todo. Teniendo en cuenta esto,
cuanto más continuado es el periodo expansivo de la economía, mayores son los desequilibrios
que sufre el sistema. El problema reside en que cuando los agentes económicos son conscientes
del riesgo asumido y ven que no van a poder saldar sus deudas, tratan de vender sus activos para
conseguir liquidez para pagar el dinero prestado. Se llega entonces al “Momento Minsky” en el
cual la economía entra en un período de recesión.
La conclusión a la que llegamos es que, para transitar de una economía financiera a una
productiva, sería necesaria una reforma profunda de la economía que desligara la economía
productiva de los circuitos financieros que la han parasitado, y que la función primordial de las
finanzas sea la provisión de capital para la economía productiva y no la creación de dinero como
un fin en sí mismo a través de intercambios puramente especulativos que se materializan a partir
de la generación de deuda pública y privada (Massó, M. y Pérez-Yruela, M., 2017).
- Definición de medidas de Austeridad vs Estímulo
“...no es muy correcto que atribuya una importancia fundamental a la tasa de interés. Atribuyo
una importancia fundamental a la escala de inversión y me intereso en la tasa de interés como
uno de los elementos para alcanzar esto. Sin embargo, debo considerar la intervención estatal
para fomentar la inversión como un factor más importante” (Keynes, 1980, pág. 350).
Por el contrario, con políticas monetarias restrictivas disminuye la masa monetaria; esto se logra
mediante la restricción de los préstamos a los bancos y/o el aumento de los tipos de interés y/o
del coeficiente de caja. Resultado: el acceso al dinero se dificulta tanto por parte de las familias
(reducción consumo) como por parte de las empresas (reducción inversión) causando un
descenso de la DA y con ella de la producción y el empleo. La gestión de las políticas
monetarias recae, actualmente, en el BCE.
En cuanto a las políticas fiscales, con una política fiscal expansiva se reducen los impuestos y/o
se aumenta el gasto público para así impulsar la DA la cual, a su vez, genera un crecimiento de
la producción, el empleo y los precios. Al revés, con una política fiscal restrictiva disminuye la
DA y, por ende, la producción, el empleo y los precios. A diferencia de las políticas monetarias,
las políticas fiscales tienen un efecto directo.
Por esto, aunque no haya un consenso entre los economistas, sí que se puede llegar a dos
conclusiones: 1) que las políticas monetarias —tanto expansivas, como restrictivas— tienen la
ventaja de ser más rápidas, pero no siempre eficaces; y 2), que las políticas fiscales —tanto
expansivas, como restrictivas, tardan más en surtir efecto, pero son más efectivas.
- Ventajas e inconvenientes de ambas fórmulas de solución a la crisis
En 1997, el economista americano Alan Blinder decía: “un multiplicador fiscal positivo
ha sido parte las convicciones de base de los economistas”. Esta cita demuestra la presencia de
un consenso, ampliamente generalizado entre la mayoría de los economistas, sobre la
consistencia y efectividad de la aplicación de políticas fiscales expansivas para hacer frente a
unas crisis económicas.
Ahora bien, en cuanto a estas políticas, según sus detractores (típicamente los liberales),
los efectos positivos (arriba mencionados) se ven atenuados por lo que se conoce como
crowding-out, es decir, por la expulsión de la inversión privada. Efectivamente, el incremento
del gasto público puede ir acompañado de un aumento de los tipos de interés, ya que el Estado
necesita emitir deuda pública y por ello necesariamente tendrá que aumentar la demanda de
dinero. Por consiguiente, esta subida de los tipos de interés reprime la inversión, paliando los
efectos estimulantes iniciales de una política fiscal expansiva o bien porque la financiación
resulta más cara o bien porque resulta más atractivo comprar deuda. Además, y esta es otra
crítica recurrente, dicho efectos positivos se dan más bien a medio o a largo plazo, siendo las
inversiones públicas proyectos más distendidos en el tiempo. Por tanto, una bajada de los
impuestos sí que tiene repercusiones directas sobre la renta y el consumo de las familias, pero
no está nada claro si las tiene sobre las inversiones. Los empresarios podrían atesorar la mayor
cantidad de liquidez que obtienen gracias a la disminución de los impuestos y postergar sus
inversiones.
Volviendo a Blinder (1997), este prosiguió diciendo que, sin embargo, “hoy la
convicción opuesta parece predominar en los círculos políticos, desde Washington hasta
Bruselas. Un déficit público reducido, se nos dice, fomenta el crecimiento económico a corto
plazo. La idea que las políticas restrictivas generarían un efecto expansivo se está convirtiendo
en la visión hegemónica”.
Dicho todo esto, queda patente que no hay ninguna evidencia empírica que respalde la
implementación de políticas restrictivas, siendo estas totalmente pro-cíclicas. La única
“ventaja” que las políticas es haber reequilibrado las balanzas de pago de los PIIGS. En efecto,
como es bien sabido, la crisis europea de 2007-08 fue una crisis de déficit de balanza de pagos y
actualmente, todos los países que sufrieron esos desequilibrios se encuentran en surplus. Esto no
ha de extrañar, ya que la represión —o, mejor dicho, aniquilación— de la demanda interna,
fatalmente reduce las inversiones, restituyendo equilibrio a la balanza de pagos. Ahora bien, el
precio que los PIIGS tuvieron que pagar, y siguen pagando, para conseguir este equilibrio, ha
sido elevadísimo: desde el desmantelamiento del Estado de bienestar (recorte en pensiones,
prestaciones por desempleo, ayudas varias, sanidad, educación…) hasta la flexibilidad del
mercado de trabajo, la enorme devaluación interna, la destrucción de empleo y empresas, etc.
Fuente: El País
Como podemos ver claramente, el auge de la extrema derecha ha sido y sigue siendo
imparable, con todas las consecuencias que esto acarrea. Primera entre todas, los
enfrentamientos y la hostilidad hacia los inmigrantes, sobre los cuales se descarga la mayor
responsabilidad de los problemas actuales, desplazando, de paso, el foco de atención desde los
verdaderos culpables.
Por otro lado, las consecuencias sociales de las políticas expansivas, si bien afectan a un
menor número de individuos, no por ello se pueden descuidar. De hecho, estas inevitablemente
privilegian a las mayorías (mayor prosperidad generalizada, redistribución más equitativa de la
riqueza, mejor y más amplios Welfare States…) en detrimento de las elites económicas, unas
elites cuyo poder, sin embargo, consigue presionar muy intensamente al sector político con el
objetivo de abolir dichas políticas expansivas perjudiciales para ellos.
Hablar de “destrucción creativa” en el siglo XXI no resulta nada fácil; y para entender el
por qué, necesitamos retroceder más de un siglo y medio en la historia. Hace más de 150 años,
en los tiempos de Marx, surgió un hecho novedoso y muy relevante: la tecnología empezó a
sustituir las actividades agrícolas y manufactureras. Esto redujo notablemente el número de los
asalariados y, ceteris paribus, hubiera conducido al fin del capitalismo, puesto que un sistema
económico basado en la compra de trabajo humano y en la venta de mercancías a compradores
capaces de comprarlas, no hubiera podido sobrevivir sin los trabajadores y sin los
consumidores. En este fatal desenlace, depositaron toda su confianza y articularon su estrategia
diversos movimientos políticos, los cuales, empero, vieron sus deseos frustrados por el hecho de
que a los asalariados se sumaron las clases medias, es decir, los trabajadores administrativos,
financieros, comerciales, sanitarios, de consultoría, de entretenimiento… Así se salvó el
capitalismo: gracias al aumento del sector terciario y al acoplamiento a este de las clases
medias. Sin embargo, hoy día ya no sucede: el auge de la automatización está propiciando una
sustitución del trabajo humano por robots y máquinas inteligentes; y esto es así porque todos los
mecanismos que podrían contrarrestar dicha tendencia se encuentran gripados. En primer lugar,
está el tema del surgimiento de nuevas ocupaciones. Históricamente, ha ocurrido varias veces
que la desaparición de unos trabajos en determinados sectores vino acompañada del nacimiento
de otros, incluso en mayores cantidades, en diferentes sectores económicos. Pero hoy en día el
saldo neto entre trabajos destruidos y trabajos generados es negativo; no se consiguen crear más
trabajos de los que se pierden. Esto se debe a que, a diferencia de que en el capitalismo del siglo
XIX y XX la introducción de las máquinas tenía como objetivo incrementar la productividad de
los trabajadores, en el siglo XXI la automatización reemplaza a los seres humanos convirtiendo
las maquinas en trabajadores, tanto a nivel de empleos sencillos y rutinarios como a nivel de
empleo intelectualmente más cualificado, provocando una desocupación estructural de la que se
salvan los trabajos de cuidado, abajo, y los que requieren altos niveles de creatividad y el top
management, arriba. Acemoglu y Restrepo (2017) demuestran como en el caso de los EE.UU.
entre el año 1990 y el 2007, cada robot añadido al sector manufacturero provocó la pérdida
media de 6,2 puestos de trabajo, además con débiles efectos positivos en los otros sectores
económicos. En segundo lugar, otro tema interesante concierne a la postura post-keynesiana que
abogaba por el Estado como empleador de última instancia (Minsky).
Aquí tampoco parece residir la solución. En efecto, el riesgo de crisis fiscales estatales es
muy alto. Además, la calidad del empleo sería más baja, ya que se desempeñarían actividades
cuyo requerimiento de mano de obra es muy alto y cuya remuneración correspondería al salario
mínimo público. Por último, y aunque se podrían barajar más vías de salida, cabe mencionar la
tesis según la cual los ciudadanos, al verse privados del trabajo, podrían dirigirse hacia el
mundo financiero (que predomina en la economía) con la intención de extraer algún beneficio
de este. Esta postura resulta, sin embargo, altamente utópica dado que el mundo financiero es
fuertemente desigual y favorece la concentración de riqueza mediante una redistribución
oligopólica de esta. En fin, parece ser que el concepto de destrucción creativa haya perdido su
vigencia en las sociedades hodiernas; al menos a corto plazo, esta tesis se ha vuelto obsoleta. A
largo plazo, depende más de cómo se gestione el asunto: si se hace desde una postura
intervencionista hay medidas correctivas — o, cuando menos, paliativas— que podrían
funcionar. Al contrario, si se hace desde una lógica no intervencionista, desde el laissez-faire,
las secuelas podrían ser devastadoras e irresolubles.
Un nuevo tipo de capitalismo surgió entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Según Reinhart
y Sbrancia (2011), al principio de los años 80 comienza un periodo de desregulación financiera
— promovida, sobre todo, por el gobierno estadounidense (Reagan) y el inglés (Thatcher)—
que termina con las anteriores tres décadas de “represión” financiera correspondiente, más o
menos, con el régimen de Bretton Woods. Una economía está financieramente reprimida cuando
el gobierno controla las tasas de interés (en lugar de que las determine el mercado) y cuando
facilita la financiación del déficit público. Por lo tanto, en una economía reprimida:
2) otras instituciones financieras —no todas— están bajo el control directo o indirecto del
Estado;
3) el precio del dinero no viene determinado por el mercado, sino por el Estado;
4) los movimientos de capitales están controlados para que estos no difluyan en búsqueda de
mejores beneficios;
6) la erogación de crédito está limitado, de manera que el sector privado no pueda contraer
deudas impagables;
7) por último, y, por consiguiente, el Estado tampoco se endeuda demasiado ya que puede
mantener el control sobre las tasas de interés y estos no se disparan dificultando su pago.
Está claro que este mundo de represión financiera no le gustaba nada al sector
financiero: por un lado, frenaba los movimientos de capitales y, por otro lado, limitaba los
beneficios. De hecho, a comienzo de los años 80 la finanza gana su lucha política y todo lo
anterior, desaparece. El economista chileno Carlos Díaz Alejandro, en el año 1985, publicará un
artículo cuyo título es muy esclarecedor: Goodbye financial repression, hello financial crash. A
partir de aquí, todo lo demás es historia. Nace el capitalismo financiero.
Gráfico 1
Este gráfico vale más que mil palabras. Se puede ver especialmente bien como a partir
de los años 80, en EE. UU., hay una subida exponencial del volumen de la riqueza financiera
(conjunto de todas las actividades financieras) en relación con el PIB total del país. Ahora bien,
si nos fijamos en las medidas que se aplicaron como solución a la última crisis financiera (una
de las tantas a las que hemos asistido desde hace medio siglo aproximadamente), aquella de
2007-08 nada sugiere que las políticas económicas vayan a cambiar de rumbo. Lejos del
capitalismo 4.0 que vaticina Anatole Kaletsky —un capitalismo que reconoce: 1) que el
capitalismo no es estático; 2) que la relación entre lo público y lo privado ha de ser
necesariamente simbiótica, y no excluyente; 3) y que las acciones individuales y de los
mercados son intrínseca y extremadamente imprevisible—, sí que es cierto que ha habido un
mayor grado de intervención pública, pero esta ha sido momentánea y solo y exclusivamente
dirigida a la supervivencia del sistema; ese sistema que, paradójicamente, nos condujo a la
actual situación en la que nos encontramos, pero que, sin embargo, parece insustituible: There is
no alternative).
- Bibliografía
- HERNDON T., ASH M. y POLLIN R. (2013), “Does High Public Debt Consistently
Stifle Economic Growth? A Critique of Reinhard and Rogoff”, Working Paper Series, n.
322, PERI, University of Massachusetts, Amherst (MA).
- HEREDIA J. (2014) "La crisis de deuda soberana de los PIGS de la zona euro"
,en Contribuciones a la Economía, febrero 2014, en
www.eumed.net/ce/2014/crisis-europa.html