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MÁSTERES de la UAM

Año Académico 2009-2010

Este volumen constituye la primera edición de los


trabajos de fin de Máster y de Periodos Formativos de
Doctorado que se han defendido en la Universidad
Autónoma de Madrid (UAM) durante el curso
académico 2009-2010.

Estos trabajos de iniciación a la investigación han sido


sometidos a un riguroso proceso de selección en el
que participaron, en coordinación con el Servicio de
Publicaciones de la UAM, las comisiones responsables
de las titulaciones de Máster y Periodos Formativos de
Doctorado, la Comisión de Estudios de Posgrado y el
Vicedecanato de Investigación y Biblioteca de la
Facultad de Filosofía y Letras.

Por su carácter multidisciplinar, el compendio de


monografías que aquí se ofrece es representativo de la
diversidad de los ámbitos científicos y humanísticos
que abarcan nuestros estudios de posgrado, así como
de la excelencia académica alcanzada por los
estudiantes de la Universidad Autónoma de Madrid.
MÁSTERES de la UAM
Facultad de Filosofia y Letras

Año Académico 2009-10

Este volumen constituye la primera edición de los


trabajos de fin de Máster y de Periodos Formativos
de Doctorado que se han defendido en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de
Madrid (UAM) durante el curso académico
2009-2010.

Estos trabajos de iniciación a la investigación han


sido sometidos a un riguroso proceso de selección en
el que participaron, en coordinación con el Servicio
de Publicaciones de la UAM, las comisiones
responsables de las titulaciones de Máster y Periodos
Formativos de Doctorado, la Comisión de Estudios de
Posgrado y el Vicedecanato de Investigación y
Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras.

Por su carácter multidisciplinar, el compendio de


monografías que aquí se ofrece es representativo de
la diversidad de los ámbitos científicos y
humanísticos que abarcan nuestros estudios de
posgrado, así como de la excelencia académica
alcanzada por los estudiantes de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UAM.
MÁSTERES de la UAM
Facultad de Filosofia y Letras

ARQUEOLOGÍA Y
PATRIMONIO -I-
Año Académico 2009-10

Análisis territorial del hábitat antiguo del Valle del


Sil-Laciana, León-. Una contribución a través de los S.I.G.
Patricia Aparicio Martínez

El uso de la comparación en Arqueología.


Verónica Balsera Nieto

Tras las huellas del cambio en el centro peninsular. La


industria de muescas y denticulados del yacimiento de
Parque Darwin (Madrid) en el contexto del IX milenio BP.
Ana Escobar Requena

Dinámicas de la industria lítica. Análisis Espacial de los


agregados del Área 3 en el yacimiento de El Cañaveral
(Coslada - Madrid)
Irene Ortiz Nieto-Márquez

Los siguientes trabajos de fin de máster corresponden a destacadas aportaciones


presentadas en el marco del programa de Máster en Arqueología y Patrimonio.
La selección de estos trabajos se ha realizado atendiendo tanto a su relevancia científica
como a su calidad técnica.
MÁSTERES de la UAM
Facultad de Filosofia y Letras

ARQUEOLOGÍA
Y PATRIMONIO
Año Académico 2009-10

El uso de la comparación
en Arqueología

Verónica Balsera Nieto


AGRADECIMIENTOS

Me gustaría reconocer la deuda que esta Tesis de Máster tiene con Concepción
Blasco, mi directora, quien siempre me animó a elaborar un tema de estas
características.

También quiero agradecer el apoyo de Pedro Díaz del Río, quien me ha hecho
interesantes comentarios y aportaciones. Sin su ayuda y paciencia este trabajo no sería
el mismo.

2
ÍNDICE

1. INTRODUCCIÓN ........................................................................................................ 5
2. LA COMPARACIÓN DESDE UN PUNTO DE VISTA EPISTEMOLÓGICO....... 11
2.1. LA COMPARACIÓN EN LA PRODUCCIÓN DE MODEOS TEÓRICOS. .... 11
2.2. LA COMPARACIÓN COMO BASE DE LA OBJETIVIDAD CIENTÍFICA. . 16
2.3. LA CRONOLOGÍA EN PREHISTORIA: COMPARACIÓN Y
PERIODIZACIÓN. .................................................................................................... 23
3. EL USO DE LA COMPARACIÓN EN LA HISTORIA CULTURAL .................... 28
3.1. LA HISTORIA CULTURAL: LOS PRESUPUESTOS TEÓRICOS. ................ 28
3.1.1. EL DIFUSIONISMO.................................................................................... 31
3.1.2. EL EVOLUCIONISMO CULTURAL. ........................................................ 33
3.2. UN MODELO COMPARATIVO POSITIVISTA .............................................. 35
3.2.1. ESTRUCTURA Y VALOR CIENTÍFICO DE LA COMPARACIÓN. ...... 35
3.2.2. PREMISAS TEÓRICAS: EL MODELO COMPARATIVO DE LA
HISTORIA CULTURAL. ...................................................................................... 37
3.3. LOS MILLARES: EJEMPLO PRÁCTICO DE UN ESTUDIO COMPARATIVO
.................................................................................................................................... 40
3.3.1. LA ESTRUCTURA Y SEMÁNTICA DE LA COMPARACIÓN. ............. 41
3.3.2. LAS VARIABLES COMPARADAS. ......................................................... 44
3.4. RECAPITULACIONES. ..................................................................................... 56
4. LA COMPARACIÓN PROCESUAL ........................................................................ 59
4.1. LA NUEVA ARQUEOLOGÍA: CONCEPTOS Y MODELOS TEÓRICOS. ... 59
4.1.2. EL NEO-EVOLUCIONISMO ..................................................................... 62
4. 1.3. LA ARQUEOLOGÍA DE LA MUERTE. ................................................... 64
4. 2. LA COMPARACION PROCESUAL ................................................................ 66
4.2.1 ESTRUCTURA Y VALOR CIENTÍFICO DE LA COMPARACIÓN. ....... 66
4.2.2. EL MODELO TEÓRICO: PREMISAS BÁSICAS DE LA
COMPARACIÓN PROCESUAL. ......................................................................... 69
4.3. UN EJEMPLO DE COMPARACIÓN PROCESUAL: EL TRABAJO DE
ROBERT CHAPMAN EN EL SURETE ESPAÑOL. ............................................... 73
4.3.1. ESTRUCTURA EXTERNA DE LA COMPARACIÓN. ............................ 73

3
4.3.2. VARIABLES QUE COMPARA: LOS RESULTADOS ............................. 75
4.3.3. LA COMPARACIÓN EXTRARREGIONAL: PORTUGAL, LA MANCHA
Y LAS ISLAS DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL. .................................... 89
4.4. RECAPITULACIONES ...................................................................................... 92
5. LA COMPARACIÓN EN EL POST-PROCESUALISMO ....................................... 95
5.1. EL GIRO POST-PROCESUAL: HACIA UNA NUEVA NARRATIVA. ......... 95
5.1.1. LA ARQUEOLOGÍA DE LA MUERTE POST-PROCESUAL ................. 97
5.2. LA COMPARACIÓN EN EL POST-PROCESUALISMO ................................ 98
5.2.1. ESTRUCTURA DE LA COMPARACIÓN ................................................. 99
5.2.2. PREMISAS TEÓRICAS DE LA COMPARACIÓN POST-PROCESUAL Y
VARIABLES COMPARABLES. ........................................................................ 101
5.3. UN EJEMPLO DE COMPARACIÓN POST-PROCESUAL: EL ANÁLISIS DE
LAS PLACAS NEOLÍTCAS DECORADAS DEL SUROESTE PENINSULAR. . 103
5.3.1. ESTRUCTURA DE LA OBRA ................................................................. 104
5.3.2. VARIABLES COMPARADAS Y RESULTADOS OBTENIDOS. ......... 106
5.4. RECAPITULACIONES. ................................................................................... 119
6. CONCLUSIONES. ................................................................................................... 121
7. BIBLIOGRAFÍA. ..................................................................................................... 125

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1. INTRODUCCIÓN

El interés del ser humano por entenderse a sí mismo en el mundo es el objeto de


estudio de todas las ciencias sociales y humanas. En el caso de la Historia y la
Arqueología esos anhelos se canalizan a través de la comprensión del pasado como
explicación del presente. Sin embargo, en el caso de la Prehistoria, dicho pasado se
encuentra con el inconveniente de la falta de textos escritos, lo que le convierte en una
realidad que debe ser alcanzada por otros caminos. En 1989, el prehistoriador español
Víctor Fernández Martínez publicaba el libro Teoría y método de la Arqueología, donde
comenzaba su argumentación haciéndose una pregunta que todo arqueólogo se ha hecho
alguna vez: “¿De qué forma es posible hoy acercarse a esa realidad?” (Fernández, 1989,
9). Dar una respuesta a esta pregunta no es una cuestión sencilla y, en gran medida,
dependerá de muchos factores como el modo de concebir la ciencia por parte de los
investigadores, del contexto histórico en el que se desarrolla su trabajo o, sencillamente,
del desarrollo técnico alcanzado. Por eso, la Prehistoria como ciencia ha ido
experimentado grandes transformaciones, tanto teóricas como metodológicas que, por
un lado, nos han aproximado al pasado y, por el otro, han generado muchos caminos
para entenderlo y estudiarlo. Aunque por caminos divergentes, el fin es comprender qué
es lo que ha sucedido durante todo el período de tiempo del que no disponemos más que
las fuentes arqueológicas.
Desde la configuración de la Arqueología como una disciplina científica, se han
ido produciendo en su seno toda una serie de cambios que permiten actualmente hablar
de diferentes corrientes epistemológicas o distintas tendencias historiográficas. En la
mayoría de los casos, todas ellas se diferencian en la formulación de distintas preguntas
al registro arqueológico o en el planteamiento de enfoques que priorizan unos aspectos
sobre otros. Comprender y analizar todos estos paradigmas desde diversos puntos de
vista supone para el prehistoriador la posibilidad de acercarse un poco más al
conocimiento de los complejos mecanismos por los cuales se rige la ciencia.
Igualmente, es una oportunidad de comprender la evolución que ha experimentado el
pensamiento de los que conforman la comunidad científica y los caminos a través de los
cuales los prehistoriadores se han acercado a la realidad del pasado. Del mismo modo,
contextualizar cada una de las corrientes de pensamiento en el contexto histórico en el

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que se desarrollaron, supone tener un mayor conocimiento del ser humano y de los
condicionantes que le llevan a aplicar un modelo teórico y no otro.
Pese a las diferencias innegables entre cada uno de los enfoques, existen algunos
vínculos. Uno de ellos tiene que ver con los procedimientos de interpretación y es
precisamente el objeto de estudio de esta Tesis de Máster. Me estoy refiriendo al uso de
la comparación como metodología interpretativa. Así, considero que la comparación es
una metodología aplicada a la información arqueológica con el fin, por un lado, de
extraer de ella nuevas preguntas y nuevos modelos explicativos o, por el otro, de
demostrar que una determinada teoría es aplicable a la reconstrucción del pasado. La
comparación ha estado siempre presente en la ciencia arqueológica, bajo presupuestos
teóricos diferentes, hasta tal punto que se puede afirmar que la Arqueología es una
ciencia esencialmente comparativa (Díaz-del-Río, 2009, 233).
Sin embargo, la comparación no se plantea del mismo modo en función de los
enfoques teóricos a los que se adscriban los investigadores. En definitiva, el uso de la
comparación es muy diferente, tanto en su planteamiento como en sus conclusiones, en
cada una de las tendencias historiográficas. Por este motivo, he centrado el análisis en el
estudio del empleo de la comparación en tres corrientes de pensamiento: la Historia
Cultural, el Procesualismo y el Postprocesualismo. Restringiendo el campo de estudio,
por tanto, a aquellos enfoques científicos más influentes en la arqueología de nuestros
días.
El tema que aquí he estudiado no es baladí, sino que es fruto de una reflexión
sobre la necesidad de que los prehistoriadores actuales conozcan cuáles son los
componentes que intervienen en el proceso de interpretación del registro arqueológico.
La comparación, ya sea de un modo consciente o inconsciente, ha estado y está presente
en la articulación de teorías o en la creación de modelos explicativos que tratan de
reconstruir los modos de vida de las sociedades del pasado. Sin ánimo de aplicar un
estructuralismo radical, no es menos cierto que el ser humano ha construido la realidad
que le rodea a partir de una serie de binomios que hacen referencia a dos significantes
contrarios, un fenómeno que no se entendería sin un proceso comparativo. Del mismo
modo, este fenómeno que se produce en la vida cotidiana es aplicado al mundo
científico, en general, y a las investigaciones arqueológicas en particular.
En otro orden de cosas, voy a iniciar este estudio con una definición que permita
introducir todos los aspectos y semblantes del término. Así, en el Diccionario de la Real
Academia Española se recoge la voz comparar bajo la siguiente definición: “Fijar la

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atención en dos o más objetos para descubrir sus relaciones o estimar sus diferencias o
semejanzas”. En mi opinión, esta definición encierra dentro de su brevedad el verdadero
objetivo de la comparación en Arqueología, es decir, la búsqueda de conexiones y de
unas interrelaciones, pero también de las diferencias que pueden establecer entre más de
dos atributos y que implica necesariamente un conocimiento previo de todas las
variables que se van a comparar.
En este sentido, dentro de una determinada tendencia epistemológica se van a
generar toda una serie de hipótesis o modelos teóricos que no son sino “la expresión de
la relación entre las variables que componen nuestro sistema teórico” (Hole, 1973, 30).
Por lo tanto, las premisas teóricas de cada corriente de pensamiento van a determinar las
realidades comparables. Del mismo modo, las relaciones entre éstas van a generar unas
interpretaciones acordes con los contenidos que integran el cuerpo teórico de la
tendencia a la que se adscribe el investigador del estudio.
En otro orden de cosas, la metodología llevada a cabo en esta Tesis de Máster
está basada, en gran parte y paradójicamente, en el mismo principio que aquí se va a
analizar, esto es, en la comparación. Lo que voy a tratar de hacer, como ya he dicho, es
analizar cómo las tres tendencias historiográficas más influentes en la disciplina han
empleado la comparación como metodología interpretativa. Pero, al hacerlo, soy
consciente de que lo que estoy haciendo es un estudio comparativo entre ellas. Más aún,
estudiar cómo ha sido empleada la comparación y con qué fines, si ha sido una
metodología consciente o se ha implementado de un modo mecánico, si ha servido para
demostrar modelos teóricos previamente planteados o si ha sido la causante de una
determinada interpretación, resulta un ejercicio interesante porque que se puede
aprender de las enormes posibilidades que tiene este método. Y es que las variables
comparables son prácticamente infinitas y, por lo tanto, es una tarea de los arqueólogos
decidir cuáles van a ser las realidades que se van a someter a cotejo. En función de esta
decisión, se implementará un tipo de comparación diferente.
Por otra parte, existen muchos tipos de comparación y se pueden hacer muchas
clasificaciones atendiendo a criterios como el espacio, el tiempo o la naturaleza de las
variables comparadas. De acuerdo al primer criterio, se puede distinguir entre una
comparación macro-espacial, meso-espacial o micro-espacial. La primera de ellas
permite comparar variables homólogas y muy generales entre culturas, sociedades y
grupos alejados en el espacio, tengan o no un vínculo cultural. La ventaja de este
modelo es que se pueden someter a cotejo realidades tan abstractas como la complejidad

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social o los ritmos de cambio cultural. En segundo lugar, la comparación meso-regional
no difiere de la anterior, aunque permite enriquecer el estudio con otro tipo de variables
más concretas como la movilidad de las poblaciones, los cambios en los patrones de
asentamiento o las relaciones intergrupales, entre otras. Y, finalmente, una comparación
micro-regional permite acercarse al estudio de las variabilidades locales, permitiendo el
estudio de aspectos muy concretos del registro arqueológico como, por ejemplo, la
distribución espacial de la cultura material en un solo yacimiento. Evidentemente, todos
estos modelos son jerárquicos, por lo que desde una comparación micro-regional se
puede ir ascendiendo hacia un modelo macro-regional.
Por otro lado, teniendo en cuenta un criterio temporal, la comparación puede ser
diacrónica o sincrónica. El primero de los modelos permite conocer aspectos como la
evolución social, económica, política y cultural de una o varias culturas. Por el
contrario, la comparación sincrónica permite cotejar variables de la misma naturaleza
entre dos sociedades o culturas, o entre dos o más yacimientos de una misma cultura. Es
decir, mientras en la primera existe una distancia temporal entre los modelos
comparados, en la segunda la clave es la contemporaneidad de los grupos comparados
dado un marco temporal de referencia.
Dentro de las comparaciones diacrónicas, se incluye un tipo especial que se ha
dado en llamar analogía etnográfica y/o etnoarqueológica. Se trata de buscar en
sociedades premodernas actuales posibles interpretaciones que permitan comprender la
formación del registro arqueológico, así como la explicación de los modos de vida de
las sociedades prehistóricas y las transformaciones culturales. En este sentido, el
profesor Martín Almagro ha sintetizado los tipos de paralelismos posibles según el autor
alemán Koppers, quien distingue entre dos tipos de comparación factibles entre la
Etnología y la Prehistoria. En primer lugar, un “paralelismo libre”, que es el que se
aplica cuando se interpretan los hallazgos en comparación con los hechos históricos o
etnológicos y al margen de sus relaciones genéticas. Éste se diferencia del “paralelismo
cerrado o de relación” por tener presente dichas vinculaciones culturales (Almagro,
1973, 101). Esta clasificación, obviamente, también podría aplicarse a la comparación
entre dos realidades arqueológicas.
Por lo que respecta a la estructura del texto, a lo largo del primer capítulo, me he
centrado en el análisis de la comparación desde el punto de vista epistemológico. Para
ello he tratado fundamentalmente tres cuestiones: la comparación como elemento
articulador del proceso de sustitución de paradigmas; la comparación como metodología

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conducente a la objetividad científica y, finalmente, la comparación en la construcción
de las periodizaciones prehistóricas. Este capítulo me ha permitido argumentar algunas
de las cuestiones por las que la comparación es un elemento inherente a todas las
ciencias humanas y sociales, en general, y a la Arqueología en particular.
A continuación, en el resto de los capítulos me he centrado en el análisis de la
comparación en las tres tendencias historiográficas que ya he señalado. De este modo, y
siguiendo un orden cronológico, la primera corriente teórica que he analizado aquí es la
Historia Cultural. Hasta la década de los años setenta, momento en que se va a producir
un intenso debate y una profunda renovación teórica dentro de la disciplina, los
arqueólogos planteaban unas serie de interrogantes al registro arqueológico que estaban
fundamentalmente centrados en la cultura material en sí misma, esto es, en cuestiones
tangibles y “demostrables”. Con la llegada de la Nueva Arqueología, la importancia de
la base empírica no perdió protagonismo, pero se comenzó a hacer hincapié en
cuestiones que hasta el momento no habían sido tan estudiadas, como por ejemplo el
contexto ecológico en el que se desarrollaron las distintas culturas. El Procesualismo, de
este modo, introdujo una nueva forma de entender la cultura y planteó nuevas
metodologías que todavía hoy constituyen la base fundamental de la Arqueología. Sin
embargo, la década de los ochenta supuso un nuevo cambio para la disciplina, ya que
algunos arqueólogos que se habían formado bajo los principios procesuales, rompen con
todo ello y plantean, bajo enfoques diferenciados, la necesidad de estudiar al individuo
como agente activo del cambio. La nueva tendencia post-procesual, desde entonces, ha
convivido con la corriente de la que nació y, junto con la Historia Cultural, constituyen
hoy en día los tres modelos teóricos mayoritarios.
Cada una de estas tendencias es analizada de un modo monográfico en un
capítulo que tiene una estructura tripartita que abarca la definición y contenidos teóricos
de la propia corriente de pensamiento, el estudio de la comparación dentro de los
parámetros teóricos y estableciendo una serie de pautas más o menos generales del
empleo del método comparativo en relación con los conceptos propios de la tendencia a
tratar y, finalmente, el análisis de un caso de estudio en el que se demuestran cada una
de las ideas vertidas anteriormente. Para este último aspecto, he tenido en cuenta
factores como el tipo de semántica empleada, la relación del autor con el texto y, por
supuesto, se ha hecho especial hincapié en extraer los tipos de comparación empleados
por cada autor y su relación con la interpretación final.

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Con respecto a los casos de estudio seleccionados y comenzando por la Historia
Cultural, he elegido el estudio realizado en 1963 por Martín Almagro y Antonio Arribas
en el yacimiento de Los Millares de Mondújar (Almagro y Arribas, 1963). Esta obra ha
sido y es todavía el gran referente bibliográfico del yacimiento almeriense, además de
ser un verdadero ensayo comparativo, por lo que me permite un análisis directo del uso
de la comparación. Por lo que atañe al Procesualismo, el estudio de la obra La
formación de las sociedades complejas de Robert Chapman, se justifica por ser éste la
contraargumentación procesual de la obra de Almagro y Arribas (Chapman, 1991). Y,
finalmente, el trabajo de Katina Lillios sobre las placas neolíticas grabadas del sureste
peninsular y titulado Heraldry for the Dead. Memory, identity, and the engraved stone
plaques of Neolithic Iberia, me permitirá exponer cómo se aplica una metodología
comparativa dentro de los planteamientos del Postprocesualismo para abordar la
formación de sociedades complejas (Lillios, 2008).
Finalmente, considero que la comparación es algo más que una metodología
interpretativa, ya que es un medio a través del cual las investigaciones científicas
pueden ser sometidas a evaluación, es decir, es un instrumento capaz de medir la calidad
de la literatura científica y de señalar las lagunas existentes. La comparación es, en
definitiva, un aval del progreso científico.

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2. LA COMPARACIÓN DESDE UN PUNTO DE VISTA
EPISTEMOLÓGICO

En este primer capítulo voy a esbozar algunas cuestiones que tienen como
objetivo demostrar que el uso de la comparación no es sólo una cuestión práctica que se
aplica a la interpretación del registro arqueológico, sino que está presente en muchos
procesos epistemológicos como en la elaboración de teorías y paradigmas, en la
aspiración constante de construir una ciencia objetiva o en la construcción de
periodizaciones. He elegido estos tres elementos en tanto que afectan directamente a la
interpretación en Prehistoria y Arqueología. Así, las explicaciones sobre los datos del
registro arqueológico serán diferentes en función del paradigma que asuma el
investigador. Por otra parte, cada paradigma o tendencia historiográfica trata de
encontrar una verdad objetiva, desde distintos enfoques. Teniendo en cuenta que la
comparación actúa directamente en la sucesión de paradigmas y es uno de los pilares
para alcanzar en parte esa objetividad científica, considero que es apropiado dedicarles
una breve explicación. Por otro lado, la Prehistoria no sería nada sin las periodizaciones,
no se podría ordenar el pasado. Puesto que la comparación interviene en su elaboración,
he dedicado una sección a explicar cómo éstas, fundamentándose en principios
objetivos y en enfoques diferentes, aportan uno de los marcos de referencia básicos en
el que comprender las interpretaciones arqueológicas.
La comparación, unida a todos estos elementos, enriquece epistemológicamente
la disciplina en tanto que actúa como plataforma del desarrollo científico y de la
producción de conocimiento en Prehistoria y Arqueología.

2.1. LA COMPARACIÓN EN LA PRODUCCIÓN DE MODEOS TEÓRICOS.

La sucesión de teorías y paradigmas en la Historia de la Ciencia es uno de los


temas más debatidos y analizados en filosofía y sociología de la ciencia. Muchos son los
autores que han vertido sus hipótesis acerca de cuáles son los mecanismos que permiten
la introducción y aceptación de una nueva teoría en la comunidad científica o, por el
contrario, la negación de la misma, así como los ritmos y causas de estos procesos.
Dentro de todos estos fenómenos intervienen gran cantidad de hechos y circunstancias,

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pero en esta ocasión, el objetivo es detenerse en uno de estos componentes que forman
parte del funcionamiento normal de la ciencia. Me estoy refiriendo a la comparación.
En su conocida obra, La estrctura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn
introducía el concepto de “paradigma” definiéndolo como todos aquellos “logros
científicos universalmente aceptados que durante algún tiempo suministran modelos de
problemas y soluciones a una comunidad de profesionales” (Kuhn, 1971, 50). De
acuerdo con ello, los científicos no trabajarían tanto en la elaboración de modelos
teóricos como en la solución de una serie de problemas o en dar respuestas a una serie
de interrogantes aplicando o modificando el paradigma imperante en la comunidad
científica. Del mismo modo, y dada esta definición, el concepto de “paradigma”
también determina qué elementos quedan excluidos. Así, las interpretaciones y teorías
concordantes con un determinado paradigma están condicionadas al no introducirse
todas aquellas posibilidades que el paradigma dominante no permite. La solución a ello
pasa por permitir un estado latente de la duda y fomentar la crítica y los debates
científicos e interdisciplinares.
Pero, aunque se trate de un proceso lento y paulatino, la renovación de
paradigmas, hipótesis y teorías es una constante en el seno de la comunidad científica y
es éste el proceso en el que interviene el método comparativo. Continuando con la obra
de Kuhn, el autor considera que “la decisión de rechazar un paradigma es siempre,
simultáneamente, la decisión de aceptar otro, y el juicio que conduce a esa decisión
involucra la comparación de ambos paradigmas con la naturaleza y la comparación
entre ellos” (Kuhn, 1971, 166). Es decir, dos paradigmas –o dos hipótesis o teorías–
deben “competir” de algún modo para demostrar cuál de ellos presenta menos
elementos refutables y, consecuentemente, ser aceptados por la comunidad científica
(Kuhn, 1971, 259). Como bien asegura Kuhn, para que un científico opte por un modelo
epistemológico y no otro, es necesario, primeramente, conocer en profundidad las
ventajas y desventajas de cada uno de ellos, y, consecuentemente, someterlos a
comparación. Así, la superación y sustitución de una teoría encuentra su génesis en un
proceso de comparación y competencia que no sólo se produce entre los diferentes
posicionamientos teóricos, sino también entre los propios científicos (para ver un
desarrollo más completo sobre el tema véase: Merton, 1957). No obstante, el resultado
de dicha competición por imponer un nuevo paradigma dependerá, en última instancia,
de la decisión final de la comunidad científica (Kuhn 1971, 339).

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Asimismo, el filósofo de la ciencia estadounidense recurría al concepto
darwinista de “selección natural” para expresar, a través de esta metáfora, que sólo los
paradigmas que sobreviven en esa pugna lograrán ser implantados y reconocidos
historiográficamente. De este modo, para Kuhn, “aunque esa situación (…) depende de
la comparación de teorías y de elementos de juicio muy amplios, las teorías y
observaciones implicadas están siempre íntimamente relacionadas con las que ya
existen.” (Kuhn, 1971, 261).
Este proceso que se acaba de describir para el caso de los paradigmas científicos
es perfectamente aplicable en el plano de las teorías y las hipótesis. Evidentemente, son
muchos otros los factores, algunos exógenos a la propia comunidad científica, que
intervienen en la renovación teórica de las ciencias. Entre estos factores destacan el
prestigio y reconocimiento del investigador que postula el nuevo modelo por primera
vez. Pero ello no basta por sí solo, siendo necesario que las novedades teóricas sean
reconocidas como válidas desde el punto de vista epistemológico, y eso necesariamente
pasa por una comparación con el resto de modelos vigentes.

Fig. 1. La comparación en la renovación teórica de la ciencia.

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En síntesis, la renovación teórica de la ciencia (Fig. 1) se fundamenta sobre una
relación tripartita entre tres agentes interconectados entre sí: la comparación, que
favorece la competencia entre los paradigmas aceptados y aquellos que quieren
implantarse y, finalmente, la decisión final de la comunidad de científicos.
Por otro lado, y puesto que estoy afirmando que la comparación es uno de los
principales elementos que interviene en la generación de nuevos modelos teóricos a
través de los debates, esta aseveración se puede ilustrar con algunos ejemplos como el
ya tradicional debate entre el relativismo o el racionalismo. Así, la comparación es un
engranaje científico más, una opción válida para extraer una mayor información, en
nuestro caso, del registro arqueológico, y es la base de algunos de los debates
epistemológicos que han tenido una gran importancia para la filosofía de la ciencia,
como el que acabo de plantear.
La gran diferencia entre estas dos posturas antagónicas –relativismo y
racionalismo– radica en la distinta consideración que cada una otorga a la naturaleza del
comportamiento humano. Desde posiciones racionalistas, el hecho de que todos los
humanos seamos miembros de una misma especie es un factor determinante en la
unidad del comportamiento, pese a las evidentes diferencias culturales. Dicho en otras
palabras, la pertenencia a un taxón concreto va a determinar una serie de necesidades o
sentimientos comunes a todos, independientemente del lugar y las características
culturales de cada sociedad (Trigger, 2003, 4). Así, la cultura estaría definida como un
todo de ideas y comportamientos aprendidos por los seres humanos, siendo las creencias
religiosas, los valores y las tradiciones culturales epifenómenos (Trigger, 2003, 5-6) que
acompañan al conjunto sin influir en la esencia común que une a todas las culturas.
Por otro lado, las únicas variabilidades que admiten los racionalistas pasan por
los contextos ecológicos y económicos, los cuales son los únicos factores que pueden
limitar el desarrollo de una organización sociopolítica y su sistema de creencias.
En definitiva, cualquier postura racionalista pasa por minimizar el impacto del
ser humano como individuo y por buscar todo aquello que es común a todas las culturas
con el fin de encontrar las leyes que explican el comportamiento humano en su sentido
más global. Por lo tanto, y dado el tema que aquí interesa, la comparación se erige como
una metodología de trabajo en tanto que la búsqueda de lo general pasa por establecer
toda una serie de comparaciones que tengan como fin encontrar paralelismos en todas
las sociedades. Unos paralelismos que permitirán, por lo tanto, conocer cuáles son las

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pautas generales del comportamiento humano. Del mismo modo, la búsqueda de lo
común está estrechamente vinculada con la creencia en una praxis científica objetiva y
en la que la subjetividad de lo individual no tiene cabida.

Por el contrario, las posiciones relativistas, muy desarrolladas en la antropología


americana, creen en el individuo como un factor activo en el desarrollo de las culturas y
lo elevan como una causa más de las diferencias culturales. Más aún, la verdadera
esencia humana se manifiesta precisamente en la variabilidad y en la diferencia y no
tanto en las características universales (Trigger, 2003, 7). Para el antropólogo Clifford
Geertz,

“la verdad sobre la doctrina del relativismo cultural o histórico –es la misma cosa– es
que nunca podremos aprehender eficazmente la imaginación de otro pueblo o de otro
período como si se tratase de la nuestra. Por el contrario, el error de ésta consiste en
creer que no podemos aprender nada genuinamente” (Geertz, 1994, 60).

En un principio, y como señala Almudena Hernando, este relativismo


epistemológico partía de una serie de preceptos teóricos que “abrían las posibilidades
reales a la discusión teórica”, lo que debería revertir en la Arqueología mediante una
“renovación absoluta de la disciplina” (Hernando, 1992, 23), pero ello no hizo sino
favorecer el desarrollo de determinados enfoques radicales que hicieron del
subjetivismo extremo su bandera. En cualquier caso, esta importancia que se otorga al
individuo formará parte inherente de determinadas tendencias historiográficas como el
Post-procesualismo, así como otro tipo de posicionamientos postmodernos.

Por lo tanto, por su formulación teórica el relativismo renegaría de un método


comparativo como metodología. Sin embargo, no es menos cierto que sólo mediante un
procedimiento que enfrente las características culturales de distintas sociedades y
culturas se puede llegar a comprender el alcance de las transformaciones culturales y el
papel real de individuo en los fenómenos de diferenciación cultural.

En definitiva, y haciendo una recapitulación de los conceptos planteados, la


comparación es uno de los ejes sobre los que gira el desarrollo y avance de la ciencia, en
tanto que participa de forma activa en el proceso de génesis, sustitución y renovación de
paradigmas, así como en las teorías e hipótesis que se incluyen dentro de éstas. Junto

15
con una práctica científica, crítica y reflexiva, la comparación es un componente que no
debe obviarse de los estudios epistemológicos.

En último lugar, los paradigmas asumidos por los prehistoriadores determinan


los contenidos teóricos de las interpretaciones del registro arqueológico. Puesto que la
gran pretensión de todo prehistoriador es desarrollar investigaciones objetivas y
científicamente válidas, dichas interpretaciones tratan de explicar de un modo veraz los
procesos históricos y los cambios culturales. La comparación también interviene en
estos fenómenos y, tal y como voy a explicar en el siguiente apartado, es un acicate y un
estímulo para la objetividad científica.

2.2. LA COMPARACIÓN COMO BASE DE LA OBJETIVIDAD CIENTÍFICA.

Los científicos tienen la necesidad y más aún dentro del mundo de las ciencias
humanas y sociales, de descubrir toda la verdad sobre su objeto de estudio y hacerlo de
un modo aséptico y neutral. El debate sobre si las ciencias humanas y sociales pueden
producir o no conocimiento objetivo se ha convertido en uno de los temas clásicos en
filosofía y sociología de la ciencia. Como decía Pierre Bourdieu “las ciencias sociales
son ciencias como las demás, pero tienen una dificultad especial para ser ciencias como
las demás” (Bourdieu, 2003, 124). Esa dificultad de la que habla el sociólogo francés no
es otra que la duda que la comunidad científica y la sociedad en su conjunto han
aplicado a estas disciplinas sobre su capacidad de producir un saber objetivo y, con ello,
sobre su denominación como ciencias. Ello ha hecho que muchos investigadores traten
de demostrar que sus trabajos se rigen por una metodología científica válida a través de
diferentes mecanismos. En otras ocasiones, sin embargo, no se trata de demostrar nada,
sino que se emplea una determinada metodología o narrativa porque es considerada más
válida, más objetiva, que otras.

Sea como fuere, la comparación actúa como un mecanismo que permite que
ciertos grados de objetividad sean posibles. Por otra parte, el modo de demostrar la
objetividad de un trabajo de investigación dependerá del paradigma al que se adscriba el
investigador. A su vez, y a través de la comparación, todo ello tiene un reflejo directo en
las interpretaciones arqueológicas. Dicho de otro modo, la comparación actuaría como
una herramienta para interpretar el registro y como garante de que las interpretaciones
se sustenten sobre mecanismos objetivos. Para poder explicar esta hipótesis,

16
primeramente voy a analizar si es posible ser o no objetivos y, después, expondré cómo
actúa la comparación en este tipo de procesos.

Es de sobra conocido que desde la Historia Cultural, casi todas las corrientes de
pensamiento y metodologías de trabajo han ido encaminadas a la consecución de
resultados que sean aceptados por la comunidad científica y considerados neutrales, sin
carga alguna de subjetividad o condicionamiento. Este enfoque ha sido puesto en
entredicho en los últimos años, siendo la postura más extrema en este sentido la del
posmodernismo más radical. En cualquier caso, hoy sigue siendo una aspiración
compartida por la mayoría de los arqueólogos, aunque no todos reconocen que esta
pretensión sea factible o necesaria. En este sentido, existen multitud de posiciones, las
cuales dependerán, en gran medida, de la corriente teórica asumida.

Igualmente, cada vez está más arraigada la idea de que el arqueólogo o el


prehistoriador siempre va a plasmar una parte de su subjetividad en el desarrollo de sus
investigaciones, si bien es cierto que dicha subjetividad puede variar enormemente de
unos científicos a otros (Castañeda, 2002, 168) en función de una serie de factores que,
en el caso de nuestra disciplina, van a determinar en gran parte el tipo de interpretación
y el tipo de preguntas que se hagan al registro arqueológico. De este modo, en las
últimas décadas se ha producido un proceso de “humanización” del arqueólogo como
científico, desvinculándole de su aureola de neutralidad y considerándolo como una
parte integrante más de los procesos de investigación (Fernández, 2006, 17) y, como tal,
también sometible a crítica y a objetivación.

Bruno Latour ha afirmado que sólo “unas pocas mentes descubren qué es la
realidad, mientras la mayoría de personas tiene ideas irracionales o, como mínimo, es
prisionera de factores sociales, culturales y psicológicos que le hacen aferrarse
obstinadamente a prejuicios obsoletos” (Latour, 1992, 178). Sin embargo, creo que es
necesario considerar que los científicos, en nuestro caso los arqueólogos, –esas “pocas
mentes”– tienen un contrato con esa “mayoría de personas” en tanto que la Prehistoria y
la Arqueología deben cumplir una función social. Pero, del mismo, modo, no son ajenos
a ellas, sino que son parte integrante de la misma sociedad y, por lo tanto, conocedores
y poseedores también de algunas de esas “ideas irracionales”.
No obstante, y aunque opino que el arqueólogo no es un científico
completamente neutral, no es menos cierto que dentro de lo que entendemos por

17
“objetividad” pueden distinguirse varios niveles. Por un lado, podemos hablar de un
proceso de investigación que ha tenido en cuenta algunos condicionamientos, que ha
tratado de bloquearlos en la medida de lo posible y que ha obtenido algunos resultados
por metodologías que minimizan el impacto de la subjetividad. Por otro lado, también
hay que tener presente un concepto de objetividad mucho más amplio y holístico. Es
decir, se puede entender la objetividad como una vía para alcanzar la verdad absoluta e
inamovible. De este modo, aquí voy a tener en cuenta que esta segunda opción no es
viable, ya que cualquier proceso de investigación, pero también los propios
investigadores, están condicionados por un conjunto de elementos –tales como la
ideología política, posición social, creencias religiosas, entre otros– que van a formar
parte del discurso final de la interpretación, aunque sea de un modo inconsciente.
En línea con lo anterior, para muchos autores, entre los que destaca el historiador
y filósofo Avierzer Tucker, los estudios dentro de lo que él considera “historiografía
científica” (Tucker, 2004, 68-85) no deben tener cono fin el estudio del pasado, sino los
efectos que éste ha tenido en el presente (Tucker, 2004, 93), ya que el pasado resulta
inaccesible, pero no lo son las trazas que ha dejado, las cuales pueden ser rastreables. En
este sentido, nunca podríamos alcanzar una verdad absoluta del pasado, sino sólo la
parte que éste nos ha legado. Esto no sólo sucede en Prehistoria, sino también en el caso
de la Geología y otras Ciencias Naturales.
Sin embargo, el desarrollo de las tecnologías y el planteamiento de
investigaciones interdisciplinares han contribuido a que, en determinados casos, y
teniendo en cuenta la primera definición, sea un poco más factible ser objetivos. Lo
mismo se puede decir
“del progreso del método y la teoría arqueológicos en los últimos años [que] hace
que cada vez parezca menos ilusorio el acercamiento objetivo a nuestro pasado. Un
pasado del que se aspira a la reconstrucción global, que incluya no sólo los aspectos
materiales, sino también los económicos, sociales e ideológicos de la cultura”
(Fernández, 1989, 10).
En este sentido, la comparación entre distintos aspectos de una cultura, o entre
grupos culturales distintos, allana el camino hacia el progreso del conocimiento en
nuestra disciplina.
No obstante, creo que es un error considerar que las innovaciones técnicas
minimizan al cien por cien la subjetividad de los investigadores, aunque sin duda son
una fuente muy valiosa de información cuando se aplican correctamente en la

18
interpretación del registro arqueológico. De hecho, el desarrollo tecnológico y
metodológico, aunque disminuye en algunos aspectos el impacto de la subjetividad y
merma las posibilidades de especulación teórica y práctica, forma parte también de toda
una serie de componentes que, de un modo inevitable, sesgarán los procesos de
investigación. Así, la selección de preguntas que le hacemos al registro arqueológico
mantiene siempre una conexión con los presupuestos teóricos y filosóficos que el
investigador defiende, por lo que dicha selección será necesariamente parcial. Por otra
parte, los datos a tratar en el laboratorio están sometidos a un proceso de discriminación
que depende en buena medida de los objetivos del grupo de investigación y de los
presupuestos teóricos de partida.
Pero subiendo a escalas más generales, la ambicionada independencia de la
subjetividad encuentra un obstáculo insalvable en el propio funcionamiento de la
comunidad académica. Los científicos que ya han alcanzado un reconocido prestigio
con la formulación de hipótesis y teorías que han sido mayoritariamente aceptadas,
desean que éstas se prolonguen en el tiempo (Kuhn, 1980, 81), incrementado así su
importancia historiográfica ligada a un nombre reconocido. Como consecuencia de un
sistema que encuentra dificultades en su renovación teórica, se produce una barrera que
impide el acceso a nuevos planteamientos que, en muchas ocasiones, refutan a los
anteriormente establecidos. Este muro, dado el tema que aquí interesa, retarda la
generación de debates, tan importantes para avanzar en el conocimiento histórico.
Por su parte, Frank Hole (1973, 22-23) ha descrito cuáles son algunas de las
características que definen a la Arqueología como ciencia. Algunos de los rasgos que
destaca este autor, como el trabajo sobre registros necesariamente incompletos sobre las
actividades humanas del pasado, o la necesidad de revisar nuestros métodos de trabajo
de campo y análisis de materiales, son otros de los factores que condicionan el propio
proceso de investigación y que impiden un conocimiento holístico y completo del
pasado.
Del otro lado de la balanza, se encuentran todos aquellos científicos que creen en
la naturaleza imparcial de la Arqueología y piensan que es posible la producción de
conocimiento a través única y exclusivamente de una metodología empírica. Sin
embargo, existe una “tercera vía” intermedia planteada por Felipe Criado (2006) que
opta por un conocimiento que se sitúe a medio camino entre lo objetivo y lo subjetivo.
Se trata de “producir interpretaciones objetivables u objetivadas, algo así como
enunciados objetivos con peso subjetivo, o enunciados subjetivos con peso objetivo”

19
(Criado, 2006, 249). Es decir, una teoría o interpretación es “objetiva” en tanto que es
aceptada por todos. De hecho, la definición de objetividad de la Ilustración es
“subjetividad compartida”.
Sin embargo, no es el objetivo de este trabajo el plantear cuáles son los factores
que intervienen en el proceso de investigación y que se interponen entre el investigador
y su necesidad de demostrar neutralidad. No obstante, considero que, ineludiblemente,
cualquier investigación está sesgada por multitud de componentes, tanto internos como
externos, que convierten los resultados en conclusiones condicionadas por mecanismos
subjetivos. En cualquier caso, bajo mi punto de vista es precisamente nuestra
subjetividad la que nos permite ser más críticos y, siempre que la comunidad científica
permita un estado latente de duda, buscar nuevas posibilidades para explicar los
procesos históricos.
A pesar de todo ello, existe otro procedimiento que permite plantear y dar
respuesta a ciertos interrogantes de un modo “aparentemente” más objetivo sin tener
que recurrir a la constante renovación técnica de la ciencia y, con ello, acercarnos
mucho más a la reconstrucción de los modos de vida de las sociedades del pasado. Y
esa posibilidad es la realización de estudios comparativos. Para que ello sea factible, lo
interesante es crear un modelo rico en variables que permita una comparación
multivariable y aporte un volumen importante de información susceptible de ser
interpretada o de volver a ser comparada. Así, la comparación nos permite contrastar
realidades y, de este modo, exteriorizar una información que estaba latente hasta el
momento, sacando a la luz “aspectos del registro arqueológico ya conocido que
frecuentemente quedan ocultos u obviados” (Díaz del Río, 2009, 233). No obstante, el
compendio de variables que se vayan a cotejar siempre será un repertorio limitado por el
propio proceso de selección, así como por todos los condicionamientos anteriormente
expuestos. El planteamiento de estudios comparativos, además, permite conocer mejor
las dinámicas y ritmos de cambio, los tiempos de las transformaciones culturales y las
posibilidades de adaptación al medio o el aprovechamiento de recursos, es decir, las
trayectorias históricas de distintas sociedades prehistóricas.
Antes de analizar estos aspectos, es importante reseñar que el modo de
demostrar objetividad será diferente en función de la tendencia historiográfica a la que
se adscriba el investigador, aunque se pueden establecer algunas pautas de tipo general.
Por lo tanto, y puesto que las variables que forman parte de los estudios comparativos
en Arqueología también están estrechamente conectadas con dichos presupuestos

20
teóricos, lo que se pretende ahora es presentar, de un modo sintético y a través del
estudio de los textos, cómo la comparación está muy relacionada con los anhelos de
imparcialidad.
Así, la presentación de una gran cantidad de datos e información, tiende a
relacionarse con un buen estudio o con un trabajo mayor por parte de los investigadores
responsables. Este tipo de aspectos ha sido planteado fundamentalmente en
Antropología, ciencia en la que existe una preocupación por la relación que existe entre
el autor, lo que éste quiere trasmitir y el resultado final plasmado en el texto.
Tradicionalmente, las etnografías se caracterizaban por contener una gran cantidad de
datos y descripciones prolijas de los grupos estudiados con lo que se trataba de
demostrar al lector que la narración es el reflejo directo de una vivencia real (Geertz,
1989, 13). En Prehistoria y Arqueología sucede algo similar, ya que se pretende, a
través de argumentos con muchos datos e informaciones, demostrar la veracidad y
trasmitir confianza con el objetivo de obtener el reconocimiento por parte de los
compañeros de profesión.
No es una novedad que las tesis doctorales en Arqueología, por poner un
ejemplo, solían tener como denominador común una gran extensión, que a veces se
traducía en varios volúmenes, con una gran cantidad de datos, fotografías, dibujos y
anexos. Este tipo de monografías es propia de la Historia Cultural, que siempre pone su
énfasis en el valor que tiene los datos procedentes de un registro tangible, y por tanto,
en toda las deducciones demostrables. En este caso, a mayor número de datos, se estaría
demostrando un mayor conocimiento del tema que se ha estudiado, y viceversa. Por otro
lado, el tratamiento y las relaciones que se establezcan entre estos datos constituirán la
interpretación final del registro. Siguiendo esta misma argumentación, por lo tanto, un
mayor número de intentos de establecer relaciones y comparaciones redunda en una
demostración más efectiva a la comunidad científica de que se han agotado todas las
posibilidades. En definitiva, la comparación en el seno de la Historia Cultural actuaría
como un mecanismo de tipo interpretativo que vendría en auxilio de la ansiada
objetividad en tanto que la confrontación de artefactos produce un mayor número de
datos y, con ello, se dilata la base empírica de la interpretación final. No obstante,
parece lógico que exista esta relación directa entre la información presentada y la
demostración de que el contenido de un trabajo es objetivo ya que no se puede obviar
que los datos en Arqueología son imprescindibles.

21
Por otra parte, la llegada de la Nueva Arqueología supuso un cambio en el modo
de entender la disciplina. En los inicios del Procesualismo, la Teoría de Sistemas
fragmentaba la cultura en una serie de subconjuntos que se interrelacionan entre sí, una
interconexión que, por lo tanto, hace del método comparativo una metodología
recurrente para conocer cómo estos subsistemas se articulan en el todo y, por supuesto,
para llegar a establecer una serie de leyes generales que expliquen el comportamiento
humano. En este sentido, la necesidad de presentar trabajos de investigación científicos
pasará necesariamente por encontrar un número elevado de variables dentro de los
subsistemas que sean comparables entre sí, pero también con las variables homónimas
de otros sistemas culturales. En este caso, los datos también son muy importantes, ya
que las variables comparables proceden de la base empírica.
Por lo que respecta al Post-procesualismo, la comparación adquiere unos matices
algo especiales. Los presupuestos teóricos de esta corriente no aceptan una
comparación, que ha sido el tipo de estudio más habitual en Arqueología, ya que su
objeto de estudio se centra en el individuo como agente activo del cambio cultural. No
obstante, como desarrollaré en el capítulo correspondiente, los estudios post-procesuales
emplean la comparación sin contradecirse con las máximas teóricas de esta tendencia
historiográfica. En cuanto a la objetividad a través de la comparación, nuevamente
existe una novedad que hasta ahora no se había encontrado en ningún paradigma. Y es
que el Post-procesualimo cree en la Arqueología como una disciplina vinculada a la
Historia en la que tiene cabida la subjetividad. En este sentido, la verdad científica pasa
por conocer al individuo y no al sistema en el que se inserta. La comparación de
variables que permitan una aproximación a la esfera de lo individual posibilita la
realización de trabajos que sean aceptados por la comunidad científica y, por lo tanto,
considerados objetivos.
La comparación y el establecimiento de paralelismos de todo tipo es una fuente
importante de producción de conocimiento científico. Por ello su empleo supone aplicar
una metodología de trabajo válida y aceptada por la comunidad científica, al margen de
la tendencia historiográfica a la que se adscriba cualquier prehistoriador. Por este
motivo, es un camino empleado con un doble objetivo: hacer de los trabajos y proyectos
de investigación obras objetivas sobre las que no exista la duda de la subjetividad y, por
el otro, un mecanismo para obtener nuevas conclusiones sobre el tema de investigación,
es decir, una interpretación científicamente válida. Si se tiene presente que sólo lo que
es aceptado por todos es lo que se considera objetivo, tratar de encontrar una

22
metodología de trabajo que sea asumida sin problemas por la colectividad científica y
que permita producir un conocimiento que pueda ser objeto de debate es una de las
piedras angulares sobre la que se sustenta la producción de conocimiento sobre el
pasado.
Pero el empleo de la comparación como metodología de análisis del registro
arqueológico depende en gran medida de información disponible, tanto la derivada de
nuestros propios estudios, como la que se obtiene del resto de la literatura científica
sobre el tema en el que se trabaja. En este sentido, los frutos de la comparación sólo
serán científicamente aceptables si las realidades que se van a cotejar se conocen en
detalle, ya que sólo de este modo la comparación actuaría como resorte para las dos
funciones que se acaban de explicar: una metodología que permite interpretar el registro
y, por otra parte, actuar como baluarte que garantiza que dicha interpretación se sustenta
sobre principios objetivos.
Finalmente, los paradigmas asumidos o defendidos por los prehistoriadores van
a determinar las interpretaciones arqueológicas y el modo de demostrar objetividad.
Todo ello determinará de alguna manera la forma de comparar por parte de cada
investigador, pero también el desarrollo de la Prehistoria y la Arqueología como
ciencias. En este sentido, a continuación voy a desarrollar un breve aparatado sobre
cómo actúa la comparación en la elaboración de las periodizaciones ya que éstas tienen
el principal objetivo de poner orden al registro arqueológico del modo más objetivo
posible y, por lo tanto, son imprescindibles para comprender cómo se ha construido la
ciencia a partir de una metodología comparativa.

2.3. LA CRONOLOGÍA EN PREHISTORIA: COMPARACIÓN Y


PERIODIZACIÓN.

El empleo de la comparación ha sido un hecho consustancial al desarrollo de la


Arqueología y la Prehistoria, hasta el punto de ser una verdadera metodología de
trabajo, así como uno de los ejes sobre los que basculan las interpretaciones del registro
arqueológico. La comparación de atributos ha servido para establecer una datación
relativa de objetos arqueológicos, pero también para el establecimiento de
periodizaciones. En este sentido, en este apartado voy a tratar de desarrollar cómo la
comparación no sólo está presente en la elaboración de paradigmas científicos, teorías,
hipótesis e interpretaciones, sino también en aspectos mucho más elementales como la

23
construcción de secuencias cronológicas, algo imprescindible en el seno de la
Arqueología para poner en orden los hechos y poder elaborar un discurso histórico
lógico. En palabras de Colin Renfrew,
“datar es esencial para la arqueología. Sin una cronología segura el pasado es un
caos: imposible clasificar ni relacionar los pueblos, ni los acontecimientos, ni las
culturas en un relato coherente, tal como lo intenta llevar a cabo el prehistoriador”
(Renfrew, 1986, 21).
El tema de la periodización es una cuestión importante al tratarse de una parte de
esa metateoría que articula nuestra ciencia y que es esencial estudiar en tanto que es la
reguladora del metalenguaje científico (Martínez & Vicent, 1983, 344-345). Furmanek
decía que “cada periodización tiene dos tipos de aspectos: uno material, referido a su
contenido; otro teórico y filosófico” (Furmanek, 1980, 117). En este sentido, aquí voy a
hacer referencia sobre todo a la parte material, en tanto que para construir
periodizaciones la comparación se aplica directamente sobre entidades físicas, esto es,
sobre objetos y artefactos del registro arqueológico.
El objetivo de las periodizaciones no es sólo ordenar el registro de acuerdo a una
coherencia temporal, sino también extraer del mismo las características generales de una
determinada sociedad, algo que va a permitir determinar cuáles son las “unidades
clasificatorias” (Bate, 1998, 76). Del mismo modo, las periodizaciones deben
caracterizarse por su flexibilidad y apertura, con el fin de que puedan amoldarse a los
nuevos descubrimientos (Bate, 1998, 78), pero también a los avances técnicos.
En este sentido, y con todas las precauciones que se quiera tomar, los métodos
de datación, especialmente el radiocarbono, han venido en auxilio del tradicional
método tipológico y han permitido corregir y afinar las secuencias cronológicas. El
método tipológico se basa en la clasificación de los artefactos según su evolución
morfológica, por lo que, la génesis del mismo es la preocupación por las cronologías
(Almagro, 1973, 141).
Antes del desarrollo de las técnicas más modernas de datación, las referencias
cronológicas tenían sus pilares argumentales en la estratigrafía y en la comparación. La
primera de ellas, gracias al desarrollo del método geológico, permitía una articulación
temporal de los artefactos, los cuales eran clasificados de mayor a menor antigüedad en
función de su posición estratigráfica relativa con respecto a otros. Pero existe otro
mecanismo que permitía clasificar los objetos del registro arqueológico: usando un
método puramente comparativo con artefactos fechados en otros lugares, se podía

24
establecer una cronología aproximada de un determinado yacimiento mediante la
búsqueda de este tipo de paralelos formales. Así se fueron conformando las secuencias
que explicaban y ordenaban la Prehistoria europea, ya que los hallazgos eran
sistemáticamente comparados con los objetos descubiertos en Próximo Oriente y en el
Mediterráneo Oriental, lo cual no hizo sino asentar la idea de que la civilización en la
Europa Occidental tenía su génesis en una difusión de ideas y descubrimientos que se
producían en Oriente (Martínez Navarrete, 1989, 141).
Por otro lado, y en función de los presupuestos teóricos defendidos por los
distintos investigadores, el tipo de periodización aplicada es distinta o, mejor dicho, está
basada en principios diametralmente opuestos. En este sentido, Mª Isabel Martínez
Navarrete (1989, 124) considera que existen tres enfoques diferentes para entender las
clasificaciones científicas, en general, y las periodizaciones en particular: el realismo,
convencionalismo, el instrumentalismo. Por un lado, el realismo es el modelo
epistemológico que mejor representa una práctica arqueológica positivista. Así, desde
posiciones teóricas realistas, la ciencia se define como “la objetiva descripción de un
mundo objetivamente existente” (Martínez Navarrete & Vicent, 1989, 345). En este
sentido, las periodizaciones se realizarían exclusivamente desde el punto de vista de los
datos y los artefactos, empleando un enfoque inductivo y definiendo las fases y las
subfases de cada secuencia cronológica atendiendo a la comparación diacrónica de
variables empíricamente contrastables. Estas variables van desde las variaciones
estilísticas de la cerámica a la aparición de un tipo nuevo que, historiográficamente se
ha dado en llamar “fósil guía”. Es decir, cada tipo específico es tratado de manera
similar a los taxones en ciencias naturales (Arribas, 1967, 85). Por lo tanto, un modo
realista de entender la ciencia lo encontramos en las explicaciones arqueológicas
tradicionales como el evolucionismo unilineal o el difusionismo. Uno de los problemas
que tiene este tipo de periodizaciones es que, al centrarse sobremanera en los tipos, se
puede caer en la elaboración de una gran cantidad de secuencias locales difíciles de
manejar, por lo que se opta por el empleo de conceptos amplios y generales. Maluquer
de Motes, por ejemplo, planteaba la necesidad de establecer periodizaciones elásticas y
flexibles que no se constriñan a realidades muy locales y que permitan la incorporación
de nuevos hallazgos con comodidad y sin tener que recurrir a una reestructuración
excesiva de la periodización vigente (Maluquer de Motes, 1949, 195), lo que origina
una “periodización teórica” (Martínez Navarrete & Vicent, 1983, 350).

25
En segundo lugar y por lo que respecta al convencionalismo, éste fue definido
por Lakatos de la siguiente manera:
“El convencionalismo acepta la construcción de cualquier sistema de casillas
que organice los hechos en algún todo coherente. Decide mantener intacto el
núcleo del sistema de casillas mientras sea posible: cuando se presentan
dificultades a cuenta de una invasión de anomalías, sólo cambia y complica los
alineamientos periféricos. Sin embargo, el convencionalismo no considera
ningún sistema de casillas verdadero por prueba, sino sólo „verdadero por
convención' (o incluso, ni verdadero ni falso). En las ramas revolucionarias del
convencionalismo no hay obligación de adherirse para siempre a un determinado
sistema de casillas: puede abandonarse si deviene intolerablemente burdo y si se
propone otro más simple que lo reemplace" (Lakatos, 1987, 17).
El convencionalismo asume que existe una distorsión implícita e inevitable entre
el lenguaje y la realidad, por lo que el principal objetivo debe estar no tanto en proponer
secuencias “reales”, sino “útiles” e independientes de los sistemas teóricos. Este tipo de
enfoque lo encontramos en las periodizaciones realizadas por Reinecke o Evans en
Europa Central y en el Egeo, respectivamente (Martínez Navarrete, 1989, 131-132).
Por otra parte, el gran fallo de este tipo de periodización es que, precisamente
por su carácter convencional, se convierte en un modelo restrictivo, ya que “las distintas
unidades de la periodización tienen que conservar entre sí la misma relación que los
distintos contextos del registro arqueológico”, aunque su independencia con respecto a
la teoría favorece su “flexibilidad metodológica” (Martínez Navarrete, 1989, 132-133).
Una periodización convencionalista favorece, al contrario que el modelo realista,
una comparación sincrónica, ya que en cada fase cultural se incluyen toda una serie de
grupos o sociedades que pueden ser cotejadas para investigar cuáles son las diferencias
de desarrollo o los ritmos del cambio cultural.
Finalmente, el instrumentalismo combina los principios teóricos del realismo,
pero aplica una metodología convencionalista ya que considera que el lenguaje es una
entidad clasificatoria que organiza un corpus terminológico que sea útil para todos, pero
no se renuncia al contenido empírico (Martínez Navarrete, 1989, 134-135).
Teniendo en cuenta todo ello, la periodización que se ha ido haciendo de la Edad
del Bronce, por ejemplo, responde a un estímulo de tipo convencionalista porque todas
las subdivisiones no representan culturas aisladas y con personalidad propia, sino que
son fases que se establecen a partir del estudio técnico y tipológico de los artefactos

26
(Martínez Navarrete, 1989, 146). Con todas estas periodizaciones, los prehistoriadores
han tratado de ir encajando los nuevos datos y descubrimientos en las secuencias ya
vigentes con el fin de rellenar las lagunas cronológicas existentes.
Finalmente, tras haber explicado las razones por las que el estudio de la
comparación es una cuestión importante para entender la Arqueología, es el momento
de centrarnos en el uso que se ha hecho de ella en las tres tendencias historiográficas
más destacadas, comenzando por la Historia Cultural.

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3. EL USO DE LA COMPARACIÓN EN LA HISTORIA CULTURAL

En este capítulo, mi objetivo es estudiar cómo la Historia Cultural ha utilizado la


comparación. Para ello, en primer lugar voy a esbozar los conceptos teóricos que
articulan esta tendencia historiográfica, y a desarrollar cuáles son los conceptos clave de
la comparación histórico-cultural. A continuación, voy a tratar de ejemplificar todo ello
con un caso de estudio, esto es, un estudio comparativo que se adscriba a esta corriente
y que sirva para entender la importancia que se ha dado a la comparación. Para ello, he
escogido el trabajo de investigación realizado por los profesores Martín Almagro y
Antonio Arribas sobre el yacimiento de Los Millares y que fue publicado en 1963.

3.1. LA HISTORIA CULTURAL: LOS PRESUPUESTOS TEÓRICOS.


La Historia Cultural ha sido la principal tendencia historiográfica desde el
reconocimiento de la Arqueología como una disciplina científica, e incluso todavía hoy,
existen reconocidos representantes de esta corriente de pensamiento (Gamble, 2008,
34). Este modo de hacer ciencia tuvo el monopolio en la comunidad científica hasta que
en los años sesenta surgió lo que historiográficamente se ha dado en llamar como
“Nueva Arqueología”. El objetivo de este apartado es exponer cuáles son las premisas
teóricas que han caracterizado la Historia Cultural, destacando aquellos que más
relación tienen con la manera de hacer estudios comparativos.
En primer lugar, los defensores de la Historia Cultural aplican siempre una
metodología de trabajo que se encuentra fundamentada casi con exclusividad en una
recogida de datos lo más aséptica posible, y, por lo tanto, en un método donde impera
una praxis positivista. Aunque en ocasiones la Historia Cultural se ha empleado como
sinónimo de positivismo, considero que es más apropiado separar ambos conceptos ya
que el positivismo, entendido como una tendencia que prima el empirismo y los
aspectos materiales, se encuentra presente en otras tendencias historiográficas en mayor
o menor medida.
Asociada siempre a una forma eminentemente empírica de entender la ciencia y
la Arqueología, y posicionada en el extremo contrario a cualquier sesgo de tipo
relativista o posmodernista, la Historia Cultural siempre ha planteado una metodología
centrada en la cultura material en sí misma y en la descripción de artefactos y objetos.

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En este sentido, y aunque es cierto que se ha visto en los últimos años una cierta
evolución, las premisas teóricas han permanecido inalterables.
La necesidad de hacer de la Prehistoria una ciencia con todas las letras es una de
las razones por las que la Historia Cultural ha otorgado una mayor prioridad a la
recogida de datos, presentando un interés muy exiguo por los planteamientos filosóficos
(Gamble, 2008, 34) y primando la selección de los tipos, su clasificación en tipologías y
el establecimiento de cronologías relativas. No obstante, este desapego por la teoría no
quiere decir que la Historia Cultural se encuentre vacía de contenidos que le den
coherencia como tendencia historiográfica o como paradigma científico. Más aún,
dentro de esta corriente de pensamiento existen toda una serie de modelos
interpretativos que se aplican para la explicación del registro arqueológico, algo que no
es incompatible, en definitiva, con un proceder eminentemente práctico.
En línea con lo anterior, todo lo hasta ahora expuesto tiene su razón de ser en
una concepción de la Historia como una ciencia cuyo objetivo es “poner en claro las
relaciones genéticas de los hechos, y, por tanto, la relación causal de los fenómenos”
(Almagro, 1973, 18). “Sin ella no se comprenden los sucesos acaecidos, no se acierta a
interpretar qué fenómeno fue anterior y causa de los posteriores, no hay, en una palabra,
lógica en el acontecer de los hechos” (Almagro y Arribas, 1963, 199). De este modo, la
Arqueología se definía por su vinculación permanente con la Historia. Tal y como ha
afirmado Paul S. Martin, “archaeology was defined as a special kind of history”
(Martin, 1971, 5).
Por este motivo, lo que ha tratado siempre de hacer la perspectiva histórico-
cultural ha sido poner en orden geográfico y cronológico los objetos, los cuales nos
informan a través de su posición estratigráfica y de su evolución morfológica de la
evolución experimentada por la cultura a la que pertenecen, así como la procedencia de
los mismos. Todo ello queda perfectamente reflejado en el siguiente fragmento
seleccionado de la obra Introducción al estudio de la Prehistoria y de la Arqueología de
Campo de Martín Almagro, uno de los arqueólogos representantes de esta tendencia
más destacados de nuestro país:
“De un análisis de los útiles y restos de todo género de la humanidad primitiva
se pudo lograr una cronología propia y una interpretación histórico-cultural del
desarrollo de la vida humana a base de la evolución de las formas de los
materiales arqueológicos. También se puede plantear el problema de los

29
contactos o derivaciones culturales, así como el de la expansión de unas culturas
y la eliminación de las otras” (Almagro, 1973, 107).
Teniendo en cuenta que la terminología empleada nunca es inocente, y que suele
dejar al descubierto la ideología del autor, este fragmento es muy sintomático del cuerpo
teórico que caracteriza a la Historia Cultural. En primer lugar, se hace referencia a la
“humanidad primitiva”, lo cual no hace sino confirmar la idea, todavía hoy muy
presente en la investigación arqueológica, de que lo anterior en el tiempo siempre es
necesariamente más tosco, más sencillo en su forma y estructura, y, por supuesto, es el
reflejo de la sociedad que los produce.
De este modo, el registro arqueológico, aunque sólo ha llegado hasta nosotros de
un modo parcial, debe ser tenido en cuenta como fuente de información única y objetiva
de aquellos períodos de los que no se disponen documentos escritos. Dada esta
preeminente atención que se concede a los artefactos, son precisamente éstos con los
que se construyen las secuencias culturales, las periodizaciones, las explicaciones del
cambio cultural. Por tanto, el concepto de “fósil guía” se convierte en uno de los
mecanismos articuladores del proceso comparativo.
Los investigadores histórico-culturales, por otra parte, defienden una visión del
cambio y de las transformaciones explicada de acuerdo a parámetros cronológicos y
culturales. Lejos de cualquier atisbo funcional, el cambio detectado en el registro
arqueológico es un síntoma de la llegada de un estímulo exterior para los difusionistas
o, de un progreso hacia formas más complejas, para los evolucionistas.
Otro de los rasgos que definen esta tendencia es el normativismo que se aplica a
la interpretación del registro arqueológico, ya que, al estudiar las culturas en su
conjunto, sin trascender a lo particular o a lo individual, cualquier interpretación es
aplicada por igual a toda la comunidad, en tanto que se entiende que las ideas, a modo
de reglas o normas (de ahí el calificativo de “normativo”), son compartidas por todos
los miembros de dicha sociedad.
Por otra parte, y en perfecta consonancia con su esencia teórica, no es de
extrañar que la esfera de lo simbólico se mencione dentro de parámetros especulativos,
ya que “al prehistoriador se le escapa todo el mundo espiritual de nuestros antepasados”
(Almagro, 1973, 104). Ello no quiere decir, no obstante, que no sea un elemento a
estudiar, pero siempre es tratado a través de la cultura material, ya que aquellos objetos
a los que no es posible atribuirles una funcionalidad concreta son asignados al mundo
de lo religioso y lo ritual.

30
Finalmente, la Historia Cultural también tiene sus teorías y modelos que definen
las transformaciones culturales partiendo de todos los conceptos que he ido desarrollado
aquí. En este sentido, el difusionismo y el evolucionismo han sido las explicaciones que
han interpretado el registro arqueológico peninsular desde inicios del siglo XX hasta la
década de los años sesenta casi de un modo exclusivo. Casi superados en sus
presupuestos iniciales, estos modelos usados por la Historia Cultural se entienden
dentro del contexto histórico en el que se gestaron y desarrollaron, ya que ambos vienen
a justificar las políticas colonialistas de los gobiernos europeos que entendían que era el
deber de las sociedades desarrolladas y culturalmente más avanzadas introducir en el
mundo moderno a aquellas culturas que vivían ancladas en el pasado, unas culturas que
en ningún caso eran consideradas como estadios maduros de su propia evolución, sino
residuos que atestiguaban cómo había vivido la humanidad en tiempos pretéritos.
Por todo ello, quedaría incompleto este capítulo si no se explican los contenidos
del evolucionismo y el difusionismo, aunque sea sucintamente. Así, a continuación voy
a esbozar los principios teóricos de ambos sistemas en tanto que forman parte de las
interpretaciones sobre el cambio cultural desde la perspectiva de esta tendencia
historiográfica.

3.1.1. EL DIFUSIONISMO

En sus primeros momentos, el difusionismo era “la fuente de inspiración de los


patrones de cambio, y prácticamente desde fines del s. XIX y principios del XX con E,
Schmith, G. Kossinna, Childe y otros, todos los arqueólogos se han servido de este
fenómeno para explicar las similitudes formales halladas en los datos arqueológicos”
(Cerrillo, 1982, 129). Sin embargo, en mi opinión, a medida que el registro
arqueológico se iba conociendo más en profundidad, la explicación mediante el
difusionismo se explicaba por ser uno de los modelos teóricos que más aceptación
encontraba en la comunidad científica. Tal y como afirma Franz Hole (1973, 19), existe
una tendencia a aplicar los enfoques vigentes en los momentos en los que se está
desarrollando un determinado trabajo de investigación.
En cuanto a su contenido teórico, el difusionismo (Fig. 2) asume que existen una
serie de áreas culturales más desarrolladas y, en ocasiones consideradas culturas
superiores, que son las emisoras de ideas y/o personas y, por ende, las causantes de los
cambios y transformaciones culturales de las sociedades con las que establecen
contacto. Dicho en otras palabras, se instituye una dicotomía entre “culturas capaces de

31
generar innovaciones frente a culturas incapaces de generar tales innovaciones”
(Cerrillo, 1982, 129). Para autores como Schiffer (1988,466), el difusionismo se
sostiene sobre la base de tres entidades: cultura, rasgo e idea, entendiendo por cultura
“el comportamiento aprendido en un grupo y sus características” y definiendo el rasgo
como las características de la cultura, desde su objetos materiales, hasta su sistemas de
creencias, cada uno de los cuales representa una serie de ideas compartidas por todos los
portadores de dicha cultura. Del mismo modo, los procesos por los cuales las ideas de
una cultura son asumidas por la cultura receptora, esto es, la propia difusión, tiene su
génesis en mecanismos como la invención de una idea o la producción de un
descubrimiento y en la migración de dicho conocimiento de un centro emisor a otro
receptor mediante el traslado físico de sus portadores. Para que esta transferencia se
produzca se tiene que dar previamente un contexto propicio a la difusión propiamente
dicha, que pasa por la existencia de un contingente demográfico relevante que busque
estímulos (generalmente nuevos recursos de los que se carece o que se han visto
mermados) en otros lugares más o menos alejados y la presencia de vías de
comunicación bien articuladas para que el traslado sea factible. El otro pilar del proceso
estaría representado por un grupo receptor y considerado culturalmente inferior el cual,
dada su menor entidad cultural, asume las novedades venidas de fuera.
Para un difusionista, por lo tanto, la norma de cualquier explicación era la
determinación de todos aquellos mecanismos que habían hecho factible unos
determinados rasgos identificados en una cultura arqueológica, teniendo en cuenta que
los rasgos “más simples” tienen mayores probabilidades de tener un origen e invención
múltiple e independiente (Schiffer, 1988, 466), y que los “más específicos” son los que
van a guiar al arqueólogo en la investigación del origen de los mismos.
En definitiva, se puede afirmar que el difusionismo se basa en una relación
desigual entre dos comunidades más o menos distanciadas geográficamente en la que
una de ellas aporta los estímulos culturales a una segunda que los asume por ser
culturalmente inferior. La identificación de estas dos entidades se realiza mediante un
estudio analítico y comparativo de la cultura material.

32
Fig. 2. Secuencia del cambio cultural según el difusionismo.

3.1.2. EL EVOLUCIONISMO CULTURAL.

El segundo modelo teórico, muy vinculado al anterior en sus ideas más


fundamentales, es el evolucionismo unilineal que bebía de los principios biológicos de
la teoría darwinista. Sin embargo, y aunque existe una conexión ideológica muy
evidente, no es menos cierto que su expresión como teoría se debe a Spencer, quien la
definió en las mismas fechas en las que Charles Darwin estaba desarrollando su
metodología (Dunnell, 1989, 35).
Desde que la Arqueología iniciara su camino como disciplina científica, el
concepto principal sobre el que se sustentaban todas las interpretaciones era la idea de
que la Humanidad había ido mejorando sus modos de vida y adaptándose mejor al
medio gracias a una tecnología cada vez más perfeccionada. Todo ello formaba parte de
un proceso lógico de evolución en positivo que solía identificarse igualmente con el
desarrollo moral. Esta concepción de los tiempos cronológicamente más recientes como
momentos de mayor calidad tecnológica y humana se sostiene sobre la creencia de que

33
el progreso, entendido en un sentido creciente, es una condición inherente a la
naturaleza humana. (Hernando, 1992, 15).
Del mismo modo que el difusionismo, el carácter empírico de sus
planteamientos hacen del evolucionismo cultural un sistema explicativo de fenómenos
empíricos formado por un conjunto de conceptos básicos y definiciones y unas leyes
que relacionan de un modo axiomático dichos conceptos. De este modo, la teoría genera
toda una serie de hipótesis que deben ser comprobadas mediante los fenómenos
empíricos, los cuales deben ser previamente descritos (Dunnell, 1989, 36).
Entroncando directamente con la teoría darwinista, los evolucionistas explican el
cambio como consecuencia del azar, por lo que la teoría evolutiva centra su explicación
en la variabilidad (Dunnell, 1989, 38). Y es precisamente ésta la que articula las
secuencias cronológicas y tipológicas en Prehistoria y Arqueología. Por otro lado, otra
de las ideas que se vincula con la teoría biológica es la de la trasmisión de determinados
rasgos y el concepto de “selección natural”. Así, en su conocida obra El origen del
Hombre, Darwin afirmaba que
“como todos los animales tienden a multiplicarse más de lo que permiten sus medios
de subsistencia, así también debió haber sucedido en los tiempos de nuestros padres,
conduciendo esto inevitablemente a la lucha por la existencia y a la selección natural.
Este procedimiento debió ser en gran manera favorecido de los efectos hereditarios,
el aumento de uso de las partes afectadas…” (Darwin, 1970, 61).
Casi del mismo modo que las mutaciones en biología, los evolucionistas
consideran que determinados rasgos culturales de un grupo pasan a formar parte del
elenco cultural de las sociedades inmediatamente posteriores mediante el aprendizaje
(Dunnell, 1989, 42). Unos rasgos que pueden ser rastreados en el registro arqueológico
a través del estudio tipológico de los artefactos. Por lo tanto, el cambio cultural es
explicado a través de una evolución progresiva de las distintas sociedades, algo que,
trasladado al registro arqueológico, se traduce en el estudio de artefactos y objetos en
una secuencia ordenada morfoestilísticamente de lo más “sencillo” a lo más “complejo”
y a la que se otorga un valor cronológico.
Esta preocupación exclusiva por lo tangible y lo material queda perfectamente
expresada en la siguiente afirmación de Dunnell: “The archaeological record may have
been produced by the action of people but, whatever else might be said about it, the
archaeological record is not people nor is it human behavior” (Dunnell, 1989, 43).

34
Fig. 3. Conceptos teóricos del Evolucionismo.

En conclusión, el evolucionismo era la alternativa que no buscaba el origen


cultural de las sociedades prehistóricas en lugares alejados, sino en su propio territorio.
Definitivamente, difusionismo y evolucionismo se han sustentando en la metodología
comparativa para buscar las raíces culturales de los grupos prehistóricos y han dado
coherencia a las distintas interpretaciones del registro arqueológico de la Historia
Cultural. En la siguiente sección, voy a explicar cómo se ha implementado la
comparación desde la Historia Cultural teniendo en cuenta todos estos contenidos
teóricos.

3.2. UN MODELO COMPARATIVO POSITIVISTA

En este aparatado mi objetivo es desarrollar el modelo de comparación propio de


la Historia Cultural y demostrar que es una metodología esencial para la producción de
interpretaciones finales. Para ello voy a analizar la estructura de la misma, así como las
variables que intervienen en el método comparativo. Finalmente, voy a tratar de ilustrar
todo ello a través del estudio de la obra de Martín Almagro y Antonio Arribas sobre el
yacimiento de Los Millares.

3.2.1. ESTRUCTURA Y VALOR CIENTÍFICO DE LA COMPARACIÓN.

El primer elemento que debe tenerse en cuenta es, como es lógico, que la
inclinación de la Historia Cultural a emplear una metodología esencialmente positivista

35
y centrada en los artefactos encontrados en las excavaciones arqueológicas va a ser uno
de los factores más determinantes que van a guiar no sólo la estructura, sino también el
contenido y las conclusiones de los estudios comparativos realizados desde este punto
de vista. Así, la Historia Cultural selecciona como variables a cotejar todas aquellas
relacionadas de un modo directo con los propios objetos y estructuras arqueológicas, sin
trascender más allá de los mismos. No se trata de hacer una crítica a esta tendencia
historiográfica, ya que no es menos cierto que especialmente en las primeras décadas
del siglo XX las metodología de trabajo de campo y laboratorio no podía pensarse en
otros términos teniendo en cuenta el método aceptado y vigente en la comunidad
científica, y teniendo presente, así mismo, que los avances metodológicos estaban aún
por llegar. Pero no es menos cierto que la comparación realizada desde los presupuestos
histórico-culturales sólo se ha enfocado desde los artefactos, algo que concuerda con la
defensa en los datos empíricos como base de la ciencia arqueológica sobre cualquier
otra posibilidad.
Por lo que respecta a las variables que intervienen en el estudio comparativo, y
siempre vinculadas con los objetos arqueológicos, éstas irán desde las formas
tipológicas de los recipientes cerámicos, hasta otro tipo de materiales como los objetos
metálicos pasando por la comparación de las decoraciones, los estilos o la distribución y
estructura arquitectónicas de las plantas de las viviendas y de las construcciones
defensivas, como las murallas.
Por otra parte, se trata de una comparación que se efectúa con el fin de
demostrar el modelo teórico defendido. Como ya se ha visto en el apartado anterior, son
fundamentalmente dos los posicionamientos teóricos más destacados dentro de la
Historia Cultural – el evolucionismo cultural y el difusionismo –, en los cuales la
comparación viene en auxilio de la corroboración de una teoría e interpretación. Dicho
en otras palabras, el establecimiento de paralelos va a servir al evolucionista unilineal
para dejar constancia del perfeccionamiento de los tipos, mediante una mayor
complejidad en las formas o en la decoración. Ello le permitirá de un modo
aparentemente objetivo demostrar que la teoría evolucionista es la mejor opción para
explicar una determinada secuencia crono-cultural de un yacimiento o de una cultura.
Por lo que respecta al modelo difusionista, la comparación va a permitir la búsqueda de
aquellos focos culturales emisores de ideas, objetos y personas y, mediante el
establecimiento de paralelos formales intermedios, también se va a poder establecer cuál
ha sido el ritmo y el camino de adopción de esas variables que se someten a cotejo.

36
No obstante, la comparación carece de valor científico si los tipos que son
sometidos a cotejo con el fin de establecer una secuencia cronológica, se caracterizan
por ser objetos aislados (Almagro, 1973, 149). Es decir, se necesita un número lo
suficientemente elevado de objetos, así como una cantidad considerable de semejanzas,
para que el paralelismo sea considerado válido. En este sentido, Martín Almagro afirma
que los paralelismos que se realizan entre Etnografía y Prehistoria “son más útiles y
comprensibles allí donde una cultura superior ha sofocado y destruido más débilmente
estos soportes o precedentes culturales” (Almagro, 1973, 101). Esta misma afirmación
es perfectamente aplicable a la comparación realizada exclusivamente entre dos
variables arqueológicas. De este modo, tanto los difusionistas como los evolucionistas,
denotan una clara preferencia por el estudio de objetos hallados en contextos funerarios
para establecer las bases del análisis comparativo, ya que consideran que es en estos
contextos donde la fiabilidad de las formas es mayor al tratarse de elementos menos
cotidianos, más específicos, con decoraciones y morfologías que expresan mejor la
personalidad de la cultura que se está estudiando y, con ello, con elementos más
fácilmente comparables por su naturaleza específica.
Por otro lado, y siguiendo este argumento, Almagro reconoce que es preciso
extremar las cautelas cuando se usa la comparación en Prehistoria y Etnología, en tanto
que “hasta los más evidentes paralelismos pueden prestarse a equívocos” y exagerar
puede llevar a los arqueólogos a caer en irremediables y “equivocadas fantasías”
(Almagro, 1973, 102). De todos modos, y aunque estas aseveraciones por parte del
prehistoriador español se están refiriendo al ya tradicional debate del uso de la analogía
etnológica y de la aplicación de determinados rasgos de sociedades premodernas
actuales a las sociedades prehistóricas, no es menos cierto que ello puede ser
perfectamente extrapolable a los estudios comparativos en arqueología, ya que
introducir distorsiones o exageraciones es, aunque sea de un modo inconsciente, un
factor que es preciso tener en cuenta cuando se trabaja con materiales arqueológicos.

3.2.2. PREMISAS TEÓRICAS: EL MODELO COMPARATIVO DE LA HISTORIA


CULTURAL.
Aunque pueden existir algunas diferencias en función de los autores, no cabe
duda de que en los estudios comparativos de la Historia Cultural predominan una serie
de tendencias e ideas comunes. En primer lugar, una de las leyes generales que se
pueden enunciar aquí es que cualquier paralelismo se rige por el criterio de similitud, de
manera que a mayor semejanza de los rasgos de los dos artefactos comparados, mayor

37
probabilidad de que entre las dos culturas o sociedades a las que pertenecen haya
existido en el pasado algún tipo de relación o contacto que, dados los presupuestos
teóricos de la época, se solía interpretar bajo los conceptos de difusionismo (con o sin
migración física de personas) o evolucionismo. Por esta misma razón, se produce el
fenómeno contrario: a mayor disimilitud entre los atributos y tipo comparados, menor es
la probabilidad de que dichos contactos se hayan producido. Este procedimiento, por
tanto, se basa en el Midwestern Taxonomic System (Sistema Taxonómico del Medio
Oeste) ideado en 1939 por McKern para establecer relaciones entre todas las secuencias
culturales de esta región mediante las similitudes formales de los artefactos (McKern,
1939).
En otro orden de cosas, cuando la comparación se establece entre atributos o
variables que pertenecen a una misma entidad cultural, en general, o incluso a un mismo
yacimiento, la interpretación de la variabilidad de las formas se hará siempre en
términos cronológicos. Esto es, un cambio en un determinado artefacto se vincula a una
evolución en el tiempo de las formas, siendo las más sencillas las más antiguas y las
más complejas las más recientes en la escala temporal, sin atribuir la variabilidad a una
explicación de tipo funcional.
Otro de los aspectos importantes que se desprenden del análisis de la
comparación en esta tendencia historiográfica, es que cualquiera de los atributos que
van a intervenir en el proceso comparativo van a ser estudiadas de un modo exclusivo e
individual, sin tratar de buscar interrelaciones entre sí.
Por otra parte, una de las grandes máximas sobre las que se asienta la
comparación histórico-cultural es la distinta consideración que se otorga a las variables
potencialmente contrastables en función de su distancia geográfica. Así, el paralelismo
entre dos elementos que se encuentran en dos puntos muy alejados implicará que existe
una semejanza entre dos formas pertenecientes a dos culturas independientes y, por lo
tanto, es posible interpretar la existencia de un contacto. Por el contrario, dos
componentes análogos en un marco espacial reducido, por ejemplo a nivel regional, está
indicando que dicha variable pertenece a una misma entidad cultural y, por lo tanto, es
un indicador de la extensión del grupo portador.
En otro orden de cosas, la comparación en el seno de la Historia Cultural actúa
no sólo como metodología de trabajo y análisis, sino como fuente en la que indagar
sobre el significado de cualquier artefacto y objeto. Esto queda perfectamente
evidenciado en la siguiente afirmación de Almagro y Arribas en referencia a las estelas

38
de pizarra que aparecen en Los Millares colocadas en el centro de las cámaras
funerarias: “Desgraciadamente no conocemos ningún paralelo a nuestras estelas en el
ámbito mediterráneo ni en el Atlántico para revisar su verdadero sentido y significado”
(Almagro & Arribas, 1963, 176).
Es decir, son los paralelos los que ofrecen las claves para estudiar las
transformaciones culturales derivadas del contacto entre dos culturas.
Por otro lado, tan interesante como lo que se compara es detenerse brevemente
en detallar qué es lo que no se incluye en este tipo de estudios. Así, y en clara
coherencia con los contenidos teóricos histórico-culturales, no se insertan dentro del
proceso interpretativo factores como el tipo de especies animales documentadas y su
número, que nos aportan datos sobre la alimentación de estas gentes, los recursos
económicos potencialmente usados en el pasado, así como otras variables que nos
informan sobre la sociedad y la economía de las comunidades prehistóricas. Tampoco
se introducen dentro de la comparación positivista las condiciones medioambientales,
siendo éstas últimas una valiosa fuente de investigación acerca de las diferentes pautas o
ritmos de adaptación por parte de los distintos grupos culturales.
En cualquier caso, y aunque la comparación que se implementa desde la Historia
Cultural ofrece una interpretación sesgada como consecuencia de su enfoque teórico
reduccionista, el mero hecho de no preguntarse por los contextos medioambientales o,
simplemente, por cuáles fueron los alimentos consumidos por parte de las sociedades
del pasado, no debe ser criticado en el caso de los trabajos que fueron realizados hasta la
mitad del siglo pasado, en tanto que la metodología y la interpretación arqueológicas
eran las propias de la época. No obstante, ello no es óbice para afirmar que la ausencia
de determinados componentes susceptibles de comparación es un hecho directamente
relacionado con los planteamientos teóricos del investigador en cuestión, el cual
priorizará unos aspectos sobre otros en función de la tendencia a la que adscriba.
En último lugar, la comparación que establecen especialmente los difusionistas
enfrenta dos binomios de diferente naturaleza epistemológica. Por un lado, los
materiales arqueológicos descubiertos durante las campañas de excavación en la que
muy probablemente los investigadores intervinieron, esto es, unos materiales cuyo
contexto es perfectamente conocido por los autores y contrastable. Y, en el otro plato de
la balanza, unos materiales procedentes de excavaciones muy alejadas de su entorno de
trabajo, a los cuales acceden a través de las publicaciones, por lo que necesariamente se
está introduciendo el sesgo de la distancia. Además, ello implica depositar una gran

39
confianza en el trabajo de los demás arqueólogos, ya que son precisamente los
resultados de las investigaciones de otros proyectos los que va a constituir un cincuenta
por ciento de los datos que van a intervenir en la comparación y, por supuesto, en la
interpretación final.
En último lugar, supone alejar del entorno de los investigadores, aunque sea de
un modo inconsciente, el foco emisor de cultura y responsable en última instancia de la
transformación cultural (Martínez Navarrete, 1989, 149). Con ello, cualquier posible
contradicción teórica o interpretativa puede estar justificada y la explicación de una
determinada formación cultural puede reducirse a un problema de rastrear el origen de
la etnia de que se trate.
Finalmente, el estudio de la comparación en la Historia Cultural informa sobre la
metodología interpretativa propia de esta tendencia historiográfica, pero también de sus
objetivos, así como de los principios teóricos que le dan coherencia. Por este motivo,
para comprender de un modo más exhaustivo la relevancia que ha tenido la Historia
Cultural y el legado que ha dejado en las corrientes teóricas posteriores, voy a
desarrollar un análisis de la comparación empleada por dos prehistoriadores españoles –
Almagro y Arribas– sobre el yacimiento de Los Millares.

3.3. LOS MILLARES: EJEMPLO PRÁCTICO DE UN ESTUDIO


COMPARATIVO

El principal objetivo de este apartado es describir un caso de estudio que sirva de


apoyo a las ideas desarrolladas anteriormente sobre el tipo de comparación que se aplica
desde el historicismo cultural. Para ello he seleccionado el estudio de uno de los
yacimientos más conocidos de la Prehistoria Reciente de la Península Ibérica: el
yacimiento de Los Millares, centrándome especialmente en la monografía publicada por
Martín Almagro y Antonio Arribas en 1963 bajo el título El poblado y la necrópolis
megalítica de Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería). Este trabajo ha sido uno
de los referentes bibliográficos más importantes de la Prehistoria Reciente peninsular,
ya que no se limita al estudio de la Cultura de los Millares, sino que al buscar su origen
cultural y al establecer posibles contactos y relaciones con otras sociedades, los autores
hacen una revisión de toda la Prehistoria de la Península Ibérica. De hecho, durante
mucho tiempo fue un manual de Prehistoria peninsular (Teresa Chapa, comunicación
personal).

40
El yacimiento de los Millares se encuentra ubicado en un espolón demarcado por
el río Andarax y la Rambla del Huéchar en sus flancos Norte y Este-Sureste
respectivamente (Arribas, et. al., 1979, 61). Se trata de uno de los enclaves
arqueológicos más destacados de la cultura epónima, una cultura que se desarrolló
durante la Edad del Cobre peninsular. Excavado primeramente por L. Siret y su capataz
Pedro Flores a finales del siglo XIX, el yacimiento almeriense estaba llamado a ser uno
de los grandes centros sobre los que se articularía la Prehistoria Reciente española, tanto
desde un punto de vista práctico, como teórico. Los trabajos de Siret dieron como
resultado un importante volumen de información, incluido dibujos y planos, que fueron
cuidadosamente analizados y publicados por el matrimonio Leisner en 1943 (Leisner &
Leisner, 1943). Sólo una década después, se iniciaron nuevamente los trabajos de
campo, que se prolongarían hasta 1958 en sendas campañas de excavación en el
poblado y en la necrópolis, bajo la dirección de Martín Almagro y Antonio Arribas
(Arribas, 1959, 85; 1967). Tras la publicación en 1963 de los resultados obtenidos,
habría que esperar a finales de la década de los setenta, momento en el que se pusieron
en marcha sucesivas campañas llevadas a cabo por la Universidad de Granada bajo el
equipo de Antonio Arribas y Fernando Molina (Arribas, et. al., 1979, 1981; Arribas, et.
al., 1983).
Para acometer el objetivo aquí planteado, empezaré por comentar la estructura
general de la obra para pasar después a explicar cómo se ha enfocado la comparación y
bajo qué conceptos.

3.3.1. LA ESTRUCTURA Y SEMÁNTICA DE LA COMPARACIÓN.

La ordenación de las ideas y de los apartados y subapartados nos ofrece una


información muy valiosa acerca del modo de entender la ciencia, tanto desde un punto
de vista teórico como a la propia praxis se refiere. Esta publicación presenta una
ordenación tripartita, siendo la primera parte todo el catálogo de objetos con la
descripción de sus características y el contexto estratigráfico del hallazgo, lo que denota
la importancia que los autores otorgan a la cultura material como base de las
interpretaciones; una segunda parte, que constituye un verdadero ensayo comparativo y
donde se va a jugar con el cotejo de artefactos y el establecimiento de paralelismos, los
cuales, vinculados con las fechas y las dataciones, articularán el proceso de difusión de
los objetos y las ideas; y, finalmente, una tercera sección que, a modo de anexo, recopila

41
fotografías y planos de la excavación en Los Millares, pero también de objetos y
estructuras de otros yacimientos mencionados a lo largo del texto y con los que se ha
establecido una relación a través de la comparación. El anexo es importante porque
invita al lector a través del poder de la imagen a comprobar que las similitudes aludidas
en el texto entre materiales y estructuras son ciertas. Es decir, se ofrece al lector la
oportunidad de que él mismo establezca las comparaciones.
Por lo que atañe a la segunda parte del libro, es importante detenerse en
comentar cuál es su estructura. La ordenación que se ha seguido en este subapartado del
libro mantiene el mismo esquema conceptual que el resto de la obra. Tras elaborar un
estado actual de la cuestión de las interpretaciones realizadas hasta el momento sobre el
registro arqueológico de Los Millares, pasa a debatir sobre las distintas teorías acerca de
la cronología del yacimiento. Seguidamente, se suceden una serie de capítulos en los
que se realiza el estudio comparativo. En éstos, las variables comparadas se presentan
ordenadas de un modo jerárquico: primero se presentan los elementos comparados más
sencillos y con menos atributos cotejados y, progresivamente, se presentan aquellos
componentes cuyo análisis es mucho más complejo. De todos ellos han buscado
paralelos en el Mediterráneo, donde inciden de manera especial, y en el área atlántica.
En otro orden de cosas, y teniendo en cuenta esta preeminencia que se otorga a
la cultura material, Almagro y Arribas sustentan su argumentación sobre la base de una
serie de fósiles guía y artefactos de cierta especificidad, ya que la interpretación, desde
el punto de vista cronológico, se debe apoyar en “hallazgos que puedan ser útiles en la
datación” (Almagro & Arribas, 1963, 199). Del mismo modo, proponen establecer
todos los “paralelos posibles entre los hallazgos de la Península y diversas áreas
geográficas del Mediterráneo, sobre todo con las culturas del Mediterráneo oriental que
nos ofrecen fechas más firmes” (Almagro & Arribas, 1963, 199). De hecho, la
interpretación que Almagro y Arribas realizan sobre Los Millares explica el sentido y
creación del poblado por la llegada de “inmigrantes de regiones del Mediterráneo
oriental, dedicados a la prospección de metales, sobre todo del cobre, a cuya economía
se adapta en gran parte la línea marítima de expansión de estas gentes” (Almagro &
Arribas, 1963, 204). En este sentido, dentro del difusionismo existen dos niveles. El
primero de ellos sitúa el origen de las culturas occidentales en Oriente basándose en la
idea del Ex Oriente Lux. Así, desde Oriente llegarían los estímulos e influencias que
propiciarían los cambios culturales. Por el contrario, el segundo nivel va más allá y

42
entiende que fue la llegada de colonos orientales la clave de la difusión. Es éste último
caso el que defienden Almagro y Arribas para la formación de Los Millares.
Por otra parte, en cuanto al tipo de objetos que son incluidos en el análisis
comparativo, se tiene especial consideración a las variables de aquellos artefactos
procedentes de los contextos funerarios del SE peninsular. Esta zona es la “región de
más ricos y variados hallazgos (…) es allí donde los sepulcros y poblados ofrecen más
elementos comparativos para establecer relaciones culturales con el exterior” (Almagro
& Arribas, 1963, 203). En este enunciado encontramos el reconocimiento explícito de
que la comparación es una verdadera metodología de trabajo. Más aún, es la clave de la
interpretación final, en tanto que surte de todos los elementos necesarios para establecer
los vínculos entre las áreas nucleares y emisoras de las innovaciones culturales y los
grupos receptores de novedades. Gracias al establecimiento de paralelismos estilísticos
se van trazando toda una serie de redes de contacto que definen la génesis de los
procesos de difusión de ideas.
Deteniéndome un poco más en la aseveración que acabo de seleccionar, es
importante reparar en el tipo de terminología empleada, ya que a través de ella se
pueden extraer muchas conclusiones sobre el tipo de comparación que se ha empleado.
En primer lugar, se habla de objetos “ricos”, en el sentido de numerosos, pero también
haciendo referencia a su espectacularidad. Son precisamente este tipo de artefactos,
aquellos que nos resultan “más espectaculares”, los que son considerados más
específicos (a modo de fósiles guía) y, por lo tanto, de su comparación se obtienen datos
más fiables y veraces. En segundo lugar, los objetos a comparar deben ser “variados”,
ya que ello permite que se puedan cotejar un mayor número de variables y,
consecuentemente, tener más datos que permitan demostrar la hipótesis difusionista.
Paralelamente, la presentación de datos concretos y numerosos redunda en una mayor
apariencia de veracidad.
Finalmente, es necesario resaltar el objetivo de este análisis comparativo, esto
es, establecer relaciones culturales con el exterior. En este sentido cabría preguntarse si
el estudio no resultaría más completo si también se buscan las relaciones en lugares
próximos al yacimiento de Millares. Si bien es cierto que los dos autores establecen una
comparación con objetos de otros yacimientos del entorno, como es el caso de Campos
y Almizaraque, por poner sólo dos ejemplos, los contactos no se entienden del mismo
modo. La proximidad geográfica de dos variables que tienen una relación formal y
tipológica evidente no se interpreta en términos de difusión, sino de una relación normal

43
y lógica entre lo que se entiende que son grupos de un mismo horizonte cultural o, al
menos, étnicamente próximos o idénticos.

3.3.2. LAS VARIABLES COMPARADAS.

A continuación, voy a detallar más concretamente todos aquellos objetos,


estructuras arqueológicas y variables que han sido objeto de comparación por parte de
Almagro y Arribas. Las variables comparadas son las que indican el tipo de
comparación que se establece y el objetivo de la misma. En este caso, los autores van a
buscar, a través de ellas, relaciones culturales en el Mediterráneo y en el Atlántico, por
lo que he dividido en estudio de acuerdo a estas dos regiones.
3.3.2.1. Las relaciones con el Mediterráneo.
En primer lugar, los dos autores comienzan por buscar todas las relaciones
posibles con el Mediterráneo, comparando la ubicación geográfica de los yacimientos,
la morfología y distribución de las fortificaciones, la forma de los poblados y las
fortificaciones y los sepulcros colectivos de cámara y corredor. Después, se desciende a
los objetos concretos, analizando, por este orden, la cerámica pintada y a la almagra, las
asas de pedicelo alto, los restos de vaso campaniforme, las hachas de bronce, los
cuchillos de hoja curva, las puntas de jabalina de tipo «Cueva de La Pastora», las
sandalias votivas de marfil, las hachas votivas de marfil de forma de segmento de
círculo, las conteras de pomo y puñal tipo «Nora» y los ídolos de la Cultura Megalítica.
Como se puede observar, el grado de especificidad de los objetos va en aumento.

Fortificaciones y poblados

Con respecto a la morfología de los poblados ubicados en las proximidades del


yacimiento de Los Millares y que se adscriben a la misma cronología aproximadamente,
se detienen especialmente en cuestiones de tipo morfológico, como la forma ovalada de
las estructuras, los fortines, las estratigrafías, entre otros factores que permiten
establecer cuáles han sido las secuencias de la ocupación. Cuando se hace referencia a
los materiales arqueológicos, siempre es para señalar su similitud con los materiales del
registro de Los Millares. Del mismo modo, se repara en la ubicación geográfica de
todos estos poblados, poniéndolos siempre en vinculación con las posiciones y
posibilidades defensivas.

44
Seguidamente, y tras una comparación de tipo meso-espacial o regional, se pasa
a una comparación de la cultura material a nivel macro-espacial, buscando paralelos
estilísticos en todos los yacimientos del Mediterráneo con el fin de encontrar cuál ha
sido la secuencia cronológica de la difusión y cuál es el área nuclear emisora de la
cultura que originará lo que se ha encontrado en Los Millares. En primer lugar, en las
Islas Baleares, Almagro y Arribas consideran que los yacimientos talayóticos presentan
similitudes importantes con respecto a Los Millares, especialmente el poblado de Els
Antigors, que posee una muralla de doble paramento igual que el enclave almeriense.
Aunque esta relación no les sirve para establecer una conexión cronológica porque se
trata de yacimientos sin datar, opinan que “su relación originaria con todo lo del Bronce
I es evidente” (Almagro & Arribas, 1963, 209).
Por lo que respecta a las islas de Córcega y Cerdeña, los paralelos
arquitectónicos se encuentran en la estructura de las fortificaciones, pero también de las
viviendas, las cuales son casas absidadas y de planta ovalada que “recuerda las casas y
fortificaciones del poblado de Los Millares, de Campos y de Vilanova de San Pedro”
(Almagro & Arribas, 1963, 209-210). Como se puede comprobar en este caso en
concreto, los autores están cotejando dos realidades diferentes: por un lado, los
yacimientos de Córcega y Cerdeña y, por el otro, todo el conjunto de poblados de tipo
Millares. Es decir, lo que se está planteando realmente es una comparación entre lo que
se considera que son dos entidades étnicas diferentes. Nuevamente en este caso,
Almagro y Arribas se encuentran con el problema de la datación, ya que no hay fechas
seguras, aunque las murallas más antiguas de esta zona datan del 2000 a.C. (Almagro &
Arribas, 1963, 210).
Por otra parte, los autores establecen una relación entre la murallas Los Millares
y las fortificaciones de varios yacimientos de Sicilia, Lípari y Malta, concluyendo que
algunos de ellos han mantenido contactos a partir de 1900 a.C. con grupos del Heládico
Medio y Heládico Último I y II, algo que quedaría atestiguado por la presencia de
cerámica protomicénica (Almagro & Arribas, 1963, 210). Por lo que respecta a Sicilia,
los dos arqueólogos afirman que hay “varios y sugestivos vestigios arqueológicos de
gran interés, por sus paralelismos con la cultura de Los Millares, pero estamos poco
informados en cuanto a los poblados de aquellos primitivos habitantes sicilianos”. Por
lo tanto, esta posible relación cultural sólo debe afirmarse categóricamente en el
momento en el que se recurra a otro tipo de paralelismos que puedan confirmar tales
contactos. Así, si bien no se puede establecer una vinculación con respecto a las

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fortificaciones, Almagro y Arribas consideran que los paralelismos se hallan si se
cotejan la situación (es decir, el modelo de asentamiento) y la planta de algunas cabañas
del Bronce I siciliano, fechado a partir del 2000 a. C. (Almagro & Arribas, 1963, 211).
El siguiente lugar en el que buscan paralelos es en el área del Egeo y en la
Grecia continental, donde sí encuentran “estrechas semejanzas” con el Bronce I
Hispánico. Así, por ejemplo la muralla de Los Millares y la del poblado de Khalandriani
tienen ambas un sistema de defensa doble por el único lado accesible (Almagro &
Arribas, 1963, 211). Este paralelo ya había sido anotado con anterioridad por Antonio
Arribas en 1959, para quien los bastiones del poblado de Los Millares constituyen la
“réplica occidental” de los del yacimiento de Syros (Arribas, 1959, 88). Es esta zona la
que va a convertirse en el eje que articule la interpretación de los dos autores sobre Los
Millares, ya que será identificada con el foco emisor de los rasgos culturales que llegan
a Almería, así como de inmigrantes que se establecen en Los Millares con el objetivo de
abastecerse de metales.
Finalmente, los autores establecen una comparación entre la arquitectura del
yacimiento almeriense y algunas fórmulas arquitectónicas halladas en enclaves
arqueológicos de Asia Menor, donde, en última instancia, se encontraría el origen de la
tradición de construir murallas mediante la colocación de piedras irregulares de pequeño
tamaño, una tradición que se iniciaría en los niveles neolíticos precerámicos de Jericó.
De hecho, los propios autores aseveran que esta costumbre constructiva “se expansiona
por lo puntos más cruciales de comunicación de tráfico comercial” (Almagro & Arribas,
1963, 213). En definitiva, el hecho de introducir el área de Asia Menor en el discurso
interpretativo parece estar ya reafirmando la dirección y sentido de la difusión de ideas
desde un foco oriental hacia Occidente. Almagro y Arribas han llegado a esta
conclusión, por tanto, a través de una comparación sistemática y consciente que busca
las semejanzas de los materiales arqueológicos.
No obstante, y teniendo en cuenta cómo se ha planteado la comparación de
acuerdo a los planteamientos teóricos de la Historia Cultural, existen algunas
contradicciones. Para ello voy a destacar algunas palabras de la obra que ahora nos
ocupa, con el fin de someterlas a un análisis textual. Así, Martín Almagro y Antonio
Arribas afirman que: “El paralelismo en construcciones especializadas y tan alejadas es
tan patente, salvando, claro está, aspectos de detalle que en nada afectan al conjunto,
que no dudamos en darle valor cronológico-cultural de primer orden” (Almagro &
Arribas, 1963, 213).

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Sin embargo, los autores no mencionan en ningún momento cuáles son dichos
“detalles” para que el lector valore si afectan verdaderamente o no al “conjunto”. Ello
contrasta enormemente con la concepción positivista que prima lo objetivo y que valora
sobremanera la base empírica de la ciencia, haciendo especial hincapié en los elementos
“contrastables”. Por otra parte, los “detalles” son precisamente los elementos que
otorgan especificidad a los artefactos, y, por lo tanto, los que permitirían a los
arqueólogos conocer los rasgos y personalidad culturales de una sociedad. Más aún,
dada la importancia de establecer cuál ha sido el proceso de difusión desde un punto de
vista cronológico, son precisamente los componentes más específicos los elementos que
mejor pueden convertirse en variables comparables y, de este modo, conocer la ruta de
estos “prospectores de metales” que llegaron a Los Millares, ya que es mucho más veraz
establecer posibles rutas siguiendo tipos y morfologías que sean características de una
determinada cultura.
En definitiva, la comparación de las estructuras arquitectónicas y las
fortificaciones no es la que mayor información aporta sobre la difusión cultural. No
obstante, las semejanzas que se encuentran constituyen para los dos autores una primera
prueba de que los centros que constituyen la Cultura de Los Millares han tenido en el
pasado contactos con el mundo egeo-cicládico-anatólico.

Los sepulcros colectivos

La siguiente variable que interviene en el estudio comparativo es la tipología de


los sepulcros colectivos mediterráneos de cámara y de corredor, los cuales son
analizados para obtener información de tipo cronológico. Siguiendo el mismo patrón
que en el caso anterior, Martín Almagro y Antonio Arribas inician la comparación con
los sepulcros documentados en las islas griegas –Creta y Chipre–, el área continental
egea y Malta.
Dentro de estos sepulcros, los autores prestan especial atención a la comparación
de los ajuares documentados en estos contextos funerarios. Así, por ejemplo, durante el
período Cicládico Primitivo en Siros se construyeron una serie de tholoi de pequeño
tamaño que también se encuentran en la isla de Eubea, donde se han datado entre el
2600 y el 2000 a.C. En este tipo de recintos se descubrieron una serie de ídolos que, de
acuerdo a la interpretación de Arribas y Almagro, son ofrendas a la Gran Diosa Madre,

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unos exvotos que bien pueden ser vistos como “prototipos de algunos ídolos que se nos
ofrecen en la cultura española de Los Millares” (Almagro & Arribas, 1963, 216). Por
otra parte, los modelos de tholoi hallados en Creta, como el tholo 7 de Achladea, y los
documentos en Tesalia, como es el caso del tholos de Pteleon, presentan unas
estructuras idénticas a las de los sepulcros millarenses (Almagro & Arribas, 1963, 217).
Por lo que respecta a Chipre, tan sólo se hace una síntesis de la evolución
morfológica de los sepulcros, pero en ningún momento se establece relación alguna con
Los Millares. No obstante, sí que se hace referencia a una serie de lapsos en los que los
enterramientos no son utilizados y que se encuentran también en otros lugares del
Mediterráneo como Baleares y Córcega (Almagro & Arribas, 1963, 219). De este modo,
los autores lo que hacen es establecer una vinculación cultural constante entre el
Mediterráneo Oriental y Los Millares, aún cuando los vestigios arqueológicos no
permiten afirmar de un modo categórico la existencia de paralelos claros e irrefutables.
Por lo tanto, el estudio comparativo no sólo se basa en variables tangibles y en
materiales, sino que también se recurre a la comparación de los ritmos del cambio
cultural. En este caso, el paralelismo reside en una secuencia cronológica en la que los
enterramientos son usados durante determinados espacios de tiempo y nunca de un
modo continuado.
Por otra parte, la comparación que se establece con los sepulcros del área
continental europea del Egeo se centra especialmente en el caso de los sepulcros del
área peloponesia, de los cuales se afirma que
“son un paralelo exacto a los que ofrece el lejano occidente, donde –desde Creta y
otras islas del Egeo– llegaron a Iberia elementos diversos culturales y étnicos que
crearon los primeros centros megalíticos con el impulso del comercio y la búsqueda
de metales y también con la atracción ejercida por nuevas creencias en torno al culto
funerario y de la fecundidad que se encarna en una ancestral diosa madre” (Almagro
& Arribas, 1963, 224).
Esta interpretación se basa en una comparación entre los idolillos de los
sepulcros de Los Millares y los hallados en otros enterramientos coetáneos del
Mediterráneo. En este sentido, años después, el prehistoriador Graham Clarke (1969,
139-140) aseguraba que no había apenas dudas acerca del origen egeo de esta tradición
funeraria, la cual se expandiría hacia oriente y occidente como consecuencia de los
viajes de prospección que aquellas gentes realizaban. Esta interpretación, avalada por
investigadores de tan reconocido prestigio, se basa sobremanera en una comparación

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tipológica de una variable un tanto laxa en cuanto a la información que proporciona,
como lo es la presencia de ídolos en sepulcros colectivos, una práctica que se encuentra
muy extendida en el registro arqueológico de otras épocas y otras culturas.
Por lo que respecta a la isla de Malta, desde el 2500 a. C (Fase B de la Cultura
de Mgarr) ya se aprecian las sepulturas colectivas, desde donde pasaría al Egeo
(Almagro & Arribas, 1963, 224-225). Por este motivo, su situación estratégica entre el
Mediterráneo Occidental y Oriental hacen de este lugar un punto de referencia en el
estudio comparativo, pese a la fuerte tradición, documentada ya en el neolítico, de estas
construcciones megalíticas. Es decir, el objetivo es encontrar puntos geográficos
ubicados entre el foco emisor y el receptor donde buscar paralelos a los que atribuir una
cronología intermedia.
El mismo valor estratégico tiene el estudio de Sicilia, Cerdeña, Córcega y las
Baleares. En todos estos casos, Antonio Arribas y Martín Almagro encuentran paralelos
anteriores a la fecha propuesta para el inicio de la cultura megalítica del sureste
peninsular, esto es, anterior al año 2000 a .C. Sin embargo, según se aproximan a la
Península Ibérica, las fechas que atribuyen a estas construcciones megalíticas se acercan
más a dicha datación. Más específicamente, en Sicilia afirman que la Cultura de Diana
estuvo mediatizada en parte por el influjo cultural del Bronce Egeo en fechas más
recientes que en Malta, aunque por otro lado afirman que las tumbas descritas para esta
cultura, no “ofrecen relación alguna con la tradición megalítica de los sepulcros
colectivos que hemos visto en el Egeo”, algo que no sucede con los ídolos oculados
documentados en la Cultura de Castelluccio, que se encuentran presentes en toda la
cuenca mediterránea (Almagro & Arribas, 1963, 225-227). Por lo que atañe a Cerdeña,
Córcega, y Baleares, los famosos nurages sardos, así como las estelas-estatua de Filitosa
y los monumentos talayóticos, respectivamente, han sido directamente entroncados con
la tracción megalítica hispana, recurriendo, como hemos visto hasta ahora, al aspecto
formal de las construcciones.
Los objetos de la cultura material

En otro orden de cosas y como ya se ha apuntado con anterioridad, el verdadero


fundamento de la interpretación que se ha hecho en el que es el estudio por excelencia
del yacimiento de Los Millares es la búsqueda de paralelismos de variables específicas
procedentes de aquellos objetos que poseen una mayor especificidad y personalidad y

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que, por lo tanto, dotan a la interpretación final de una mayor veracidad. Tal es el caso
de los artefactos de la cultura material.
Con respecto a la cerámica pintada, el mal estado de conservación y la escasez
de piezas representativas recuperadas, hace que sea muy complicada la búsqueda de
paralelismos en los yacimientos mediterráneos. No obstante, el estilo general de las
mismas, de acuerdo a Almagro y a Arribas, parecen ser el “eco” de las cerámicas
pintadas egeas y estar “relacionadas” con las sicilianas (Almagro & Arribas, 1963,
231). El estudio comparativo que hacen de los elementos cerámicos es mucho más
exhaustivo y completo que el realizado para las estructuras. De hecho, en algunos casos
realizan un análisis pormenorizado de todos los artefactos documentados, como es el
caso de los hallazgos de la tumba número 40 de Los Millares, donde la descripción
tipológica de cada uno de ellos les lleva a datar la sepultura en una fecha nunca anterior
al 2000 a.C. En la descripción detallada que se realiza buscan posibles semejanzas
estilísticas y formales con artefactos homólogos de otras áreas y culturas. Así, destaca la
relación que establecen entre un cuchillo de cobre (de hoja estrecha y curva) que
apareció en el citado enterramiento y otros ejemplares morfológicamente equivalentes
de la Dinastía XII de Egipto.
Por otro lado, y aunque el objetivo es claramente buscar cualquier similitud
posible que permita afirmar categóricamente que el origen cultural de Los Millares
procede del área del Egeo, Almagro y Arribas también hacen referencias a algunos
elementos de la cultura material hallada en otros yacimientos almerienses
contemporáneos, todos los cuales son interpretados recurriendo siempre a
“importaciones” por ser ejemplares “raros” o considerados de “arte pobre”. Para llegar a
esta conclusión, los autores los “han comparado, con razonables argumentos, con vasos
del Minoico Antiguo III (2200-2000), y Minoico Medio I (2000-1800)” (Almagro &
Arribas, 1963, 233). Nuevamente, se demuestra que la comparación, en tanto que
consciente, es una metodología básica de trabajo, aunque no explica esos “razonables
argumentos” que hay detrás de ella. No obstante, se alude a una serie de características
comunes, como los motivos pintados en coloraciones claras sobre un fondo oscuro. Esta
técnica decorativa también se documenta en la isla de Creta en el 2000 a.C., siendo
propia del período Minoico Antiguo III (Almagro & Arribas, 1963, 233). No obstante,
Almagro y Arribas también reconocen la existencia de algunas creaciones locales de
cerámica pintada.

50
Por lo que respecta a la cerámica a la almagra, ésta es definida como un
“elemento cronológico útil”, muy rara en el registro del Bronce I Hispánico y
procedente de Anatolia, Siria y Palestina, donde se ha datado entre el 2300 y el 2100 a.
C en yacimientos como Ras Shamna III (Ugarit Antiguo). Hacia el 2000-2100 a.C.
pasaría a Biblos y de aquí a Chipre. La difusión desde estas áreas mediterráneas hacia el
sureste español se justifica porque en los poblados de la cultura millarense sólo se
documenta este tipo de cerámica a partir del 2000 (Almagro & Arribas, 1963, 234). Es
decir, a través del método tipológico y la cronología relativa se establece cuál ha sido la
trayectoria de una serie de objetos que, tras ser cotejados, se atribuyen a un mismo
fenómeno cultural.
Por otra parte, las asas de pedicelo alto de tipo «Cueva de la Zarza» descubiertos
en el poblado de Los Millares tienen sus mejores paralelos, según los dos autores, en los
vasos egeos de yacimientos como Kalimnos, datados en el 2000 a.C. Este tipo de
objetos sólo demuestran una continuidad del Neolítico Hispano y es un dato que nunca
antes se había introducido en un estudio comparativo (Almagro & Arribas, 1963, 235).
En cuanto al vaso campaniforme se refiere, éste va a aportar un dato relevante en
la demostración de la teoría de Almagro y Arribas, ya que su hallazgo sólo en el
corredor de las tumbas les permite plantear la posibilidad de que se trate de un ajuar
relativamente reciente, algo que también quedó atestiguado en las campañas de
excavación dirigidas por los Leisner. Además, al comparar estilísticamente estos
ejemplares con otros hallados en yacimientos sicilianos como Villafrati y Torrebigini,
les atribuyeron una datación muy posterior al origen planteado para Los Millares,
concretamente hacia el 1800-1600 a.C. (Almagro & Arribas, 1963, 236).
Sin embargo, son las hachas de bronce los objetos que más juego van a aportar a
la aplicación de un modelo difusionista para explicar la formación del poblado y la
necrópolis de Los Millares, ya que se trata de un hallazgo muy común en el yacimiento
almeriense, así como en otros de la zona como el de Alcalar. Siempre aparecen
formando parte de ajuares antiguos en sepulturas de tipo tholos de planta simple. Con el
tiempo, y aunque apenas se aprecia una evolución muy marcada, dichas hachas
experimentaron una reducción en su tamaño, una mayor convexidad en su corte y un
adelgazamiento del talón. No obstante, los autores consideran que ello no es suficiente
para establecer una cronología relativa (Almagro & Arribas, 1963, 237), por lo que la
aplicación de una comparación diacrónica como esta no sirve para datar. No obstante,
estos artefactos ofrecieron otro tipo de información cuando la comparación se hizo en

51
términos sincrónicos. Así, Almagro y Arribas afirman que “el origen de este útil y arma
nos lleva, como tantos otros objetos, hacia el Egeo” (Almagro & Arribas, 1963, 237).
En otro orden de cosas, los siguientes objetos que se van a someter a
comparación son las puntas de jabalina de tipo «Cueva de La Pastora», que, según los
autores, son morfológicamente similares a las halladas en Tell el Dwer o Tell el Ajjul,
en Asia Menor, donde la cronología no va más allá del 2000 a. C. (Almagro & Arribas,
1963, 238). No es casualidad que, de acuerdo al modelo difusionista que defienden
Almagro y Arribas desde presupuestos histórico-culturales, se sitúe allí el origen de
unos objetos que en el yacimiento de La Pastora fueron datados entre el 1800 y el 1600
a.C. Más recientemente, Alfredo Mederos ha comparado los resultados de distintas
analíticas metalúrgicas realizadas en las jabalinas de La Pastora con los de otros
ejemplares procedentes de yacimientos de Israel, Siria y Palestina, concluyendo que
existen coincidencias significativas a nivel morfométrico y metrológico (Mederos,
2000, 104-105).
Por otra parte, y continuando con este modelo, las sandalias votivas de marfil
encontradas en Los Millares o el Almizaraque, por poner algunos ejemplos, hacen
entroncar a la cultura almeriense con otra zona del Mediterráneo con la que se
establecerían contactos comerciales. Se trata del Egipto predinástico, de donde llegaría
la materia prima de estos objetos de culto. La misma procedencia geográfica, pero ya en
las Dinastías VI a XII tenían las hachas votivas de marfil de forma de segmento. En este
caso, los objetos fueron previamente comparados y cotejados por los Leisner cuyo
estudio “analítico y comparativo” es calificado como “válido” por Almagro y Arribas
(Almagro & Arribas, 1963, 240). En ambos casos, y como se está tratando de
demostrar aquí, el análisis comparativo tiene como máxima que, a mayor similitud
morfológica, se deduce una mayor proximidad cronológica de los objetos o variables
comparadas y, por lo tanto, existirá también una mayor posibilidad de contactos entre
los grupos a los que pertenecieron dichos artefactos.
Finalmente, el estudio comparativo termina con una tipología de ídolos
pertenecientes a la cultura megalítica, donde establecen cuáles tienen paralelos con el
Egeo.
Pero la comparación no se reduce a un estudio empírico de los materiales de Los
Millares y la búsqueda de paralelos en la bibliografía disponible. Como apoyo al hilo
argumental, los investigadores convencen al lector con todo un aparataje gráfico del que
aquí sólo se van a proporcionar algunos ejemplos. Así, de algunas de las estructuras y

52
objetos comparados, se ofrecen dibujos o fotografías con el fin de que el lector pueda
comprobar por sí mismo que las semejanzas estilísticas a las que se aluden
constantemente a lo largo del texto responden a una realidad que es contrastable (ver
Fig. 4 y Fig. 6). Tal es el caso de las cerámicas pintadas a la almagra, las hachas de
bronce o los cuchillos de hoja curva que, como se ha acaba de explicar, son
relacionados culturalmente con ejemplares similares documentados fundamentalmente
en el Egeo.

Fig. 4. Cerámica a la almagra, decorada con acanalados profundos. 1 a 3: Vounous y


Lapithos (Chipre) (según E. Gjerstad). 4: Cueva de los Murciélagos, Zuheros, Córdoba
(según Martínez Santa-Olalla). (Fuente: Almagro & Arribas, 1963, 234).

Fig. 5. Hachas de bronce. 1: Los Millares 7. 2: Los Millares 10. 3: Los Millares 5. 4:
Los Millares 23. 5: Fonelas 2. 6: Fonelas 10. 7: Alcalar 3. 8: Gandul. (Fuente: Almagro
& Arribas, 1963, 236).

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Fig. 6. Cuchillos de hoja curva. 1: Los Millares 40. 2: Vilanova de San Pedro
(Portugal). 3:Chibannes (Portugal). 4: Rotura (Portugal). (Fuente: Almagro & Arribas,
1963, 237).

La influencia atlántica en los Millares.

El estudio que realizan Almagro y Arribas fija también su atención, aunque de


un modo mucho menos intenso, en las relaciones existentes entre la cultura material de
Los Millares y otros yacimientos de la Europa Atlántica, con el fin de, a través de los
paralelismos, conocer la posible ruta y dirección que tuvieron las invenciones que
originan las transformaciones culturales.
El esquema que emplean es, nuevamente, el mismo que el usado anteriormente,
es decir, inician la comparación en las estructuras arquitectónicas y descienden después
a la cultura material hallada en los sepulcros y enterramientos, pues es en los conjuntos
cerrados donde encuentran los materiales que, al someterlos a cualquier comparación,
aportan datos mucho más veraces.
Por lo que respecta a las estructuras, los prehistoriadores no encuentran grandes
paralelos ni “poblados organizados como los ibéricos o sus paralelos del Mediterráneo”,
aunque yacimientos de la cultura irlandesa de Boyne son auténticos poblados que

54
presentan la tradición de casa absidadas y ovaladas. Sin embargo, al recurrir a los
sepulcros de corredor, Almagro y Arribas encuentran algunas semejanzas en otros
ejemplares procedentes de yacimientos franceses o de la propia cultura de Boyne y Los
Millares, siendo esta vez el sureste peninsular el foco emisor de la cultura (Almagro &
Arribas, 1963, 245).
Con respecto a los estilos cerámicos, las similitudes se encuentran en el área
portuguesa, pero también en algunos hallazgos de las Islas Británicas, como es el caso
del vaso denominado “Channelled Ware”. También en estas zonas atlánticas se han
encontrados semejanzas con algunos objetos de cobre, como los puñales de una de las
sepulturas de la Cultura Campaniforme B de Wiltshire o las puntas tipo Palmela de este
mismo yacimiento, y de las que encontramos ejemplares en yacimientos del sureste
peninsular como Alcalar. En el norte de Portugal y en Galicia, por otro lado, se ha
prestado atención a la semejanza estilística existente entre los grabados rupestres y
algunos irlandeses. (Almagro & Arribas, 1963, 246-247).
Finalmente, y por lo que a los elementos de joyería y adornos se refiere, los
autores que ahora nos ocupan hacen referencias vagas a algunos objetos, como los
pendientes de Ermegera o algunos collares con cuentas de pasta vítrea, y sus paralelos
en yacimientos de la Cultura de Los Millares y del Argar (Almagro & Arribas, 1963,
248-249).
En definitiva, y puesto que se considera que todos estos paralelos encuentran su
origen precisamente en Los Millares como centro emisor de cultura principal, no son
tratados con el mismo detenimiento que el resto de artefactos mediterráneos, ya que no
pueden ser tenidos en cuenta para datar el inicio de esta cultura calcolítica.
Sin embargo, no se puede concluir este capítulo sin hacer una referencia a los
trabajos de Bosch Gimpera (1975, 24-242) en el sureste peninsular. En contra de la
teoría establecida por Almagro y Arribas, pero empleando exactamente la misma
metodología basada en el análisis comparativo de formas y tipologías, el autor considera
que Los Millares establecieron una serie de relaciones comerciales más o menos
equitativas con el área portuguesa, un contacto cuya consecuencia fue una influencia
mutua rastreable en el registro arqueológico. Así, el número de paralelos que encuentra
entre el yacimiento almeriense y otro de Portugal, como las puntas de flecha de base
cóncava, ídolos-placa, ídolos en forma de falange con decoración oculada, objetos en
forma de suela de zapato con motivos geométricos, huesos decorados con motivos
geométricos y ojos, cayados de piedra, agujas de hueso de cabeza segmentada, peines de

55
hueso y puñales y alabardas de sílex y cobre, son mucho más numerosos que los
estimados para la relación mediterránea de Los Millares, para la que sólo destaca como
paralelos posibles las estatuillas de mujeres desnudas que representan a la Diosa Madre,
la perfección en la técnica constructiva de las murallas con torreones y ortostatos
labrados en sepulcros de falsa cúpula y el aspecto urbano.
En definitiva, el hecho de que con una misma metodología de trabajo se lleguen
a conclusiones diferentes no sólo se explica por la defensa de un modelo teórico
diferente, sino porque la búsqueda de paralelos, sin ningún apoyo por parte de otro tipo
de análisis o dataciones absolutas (muy escasas en la época), se antoja insuficiente para
interpretar el registro, ya que los paralelos pueden encontrarse en multitud de lugares,
sin que ello indique necesariamente que los contactos existieran.

3.4. RECAPITULACIONES.

En este último apartado voy a recapitular algunas ideas y a hacer hincapié en


aquellos conceptos que considero más interesantes sobre el tipo de comparación
aplicado por la Historia Cultural. En primer lugar, se trata de un trabajo reflexivo, en el
que se aplica una comparación de muchos elementos, pero reconociendo en cada
momento las limitaciones de la misma. La investigación se centra en la búsqueda de
paralelos con dataciones anteriores al 2000 a.C, lo que les permite afirmar
categóricamente una difusión y llegada de nuevas formas y tipos desde el Mediterráneo
y traídas por inmigrantes que, a partir del 2000 a.C. se asientan en Los Millares. Por lo
que respecta al vocabulario, éste se caracteriza por ser muy descriptivo en todo
momento, con gran predominio de los adjetivos y datos que aportan fundamentalmente
información morfométrica, algo que concuerda perfectamente con el concepto histórico-
cultural de la búsqueda de la verdad objetiva a través de lo empírico y contrastable.
En términos generales, existe en esta obra una necesidad de ofrecer datos
numerosos y prolijos con el objetivo de no dejar ningún resquicio al azar. Todo es
comparado y relacionado para buscar el origen de las conexiones culturales. La gran
cantidad de datos responde a una doble intención: dejar el modelo teórico difusionista
perfectamente asentado y, en segundo lugar, mostrar a la comunidad científica que la
memoria de excavación que se publica responde a todos las exigencias científicas, como
la objetividad y el asepticismo y, por lo tanto, que las labores de investigación y sus

56
resultados han sido guiadas por las pautas que impone el método científico. La base de
todo ello es, por supuesto, una metodología comparativa.
En otro orden de cosas, lo que da coherencia teórica a una determinada hipótesis
o paradigma no es sólo su contenido teórico, sino también aquellos elementos de los que
carece o en los que no se hace hincapié. En este sentido, tan importante es prestar
atención a las variables que se comparar como a aquellas que no se han seleccionado
para someterlas a cotejo.
Es preciso tener presente también que, en muchas ocasiones, la sustitución de
teorías y paradigmas es un proceso lento que hace que el proceso de renovación natural
de la ciencia se caracterice por ser anquilosado. El resultado es que muchos
investigadores optan, ya sea de un modo inconsciente o consciente, por adaptar sus
datos empíricos a los paradigmas vigentes en ese momento. Así, en la década de los
años sesenta pocos eran los estudios que iban más allá de los parámetros fijados por el
positivismo de la Historia Cultural, ya que la renovación procesual aún se estaba
gestando. En este sentido, no resulta extraño que haya que esperar algunas décadas para
que los estudios sobre Los Millares se centren también en otros aspectos que no fueran
los estrictamente materiales.
Por otra parte, se puede afirmar que, por las variables que se introducen en el
estudio comparativo, así como por todos aquellos componentes susceptibles de
comparación que no se tienen en cuenta en la obra de Martín Almagro y Antonio
Arribas, se puede considerar que su obra sobre Los Millares es un estudio coherente con
los presupuestos teóricos de la Historia Cultural. El registro de Los Millares fue
interpretado en clave difusionista, de tal manera que las innovaciones que causaban el
cambio cultural procedía del Egeo, lugar de donde procedían también los “inmigrantes”
que llegaron al Sureste peninsular en busca de metales. Esta interpretación, en
definitiva, es heredera en parte de los esquemas normativistas planteados por Siret
(Gilman, 1999, 76).
Años después, el propio Antonio Arribas junto con otros investigadores como
Fernando Molina va a cambiar el enfoque de la comparación. En esta ocasión, el eje
articulador de la interpretación no será tanto la búsqueda de paralelismos que confirmen
un modelo teórico difusionista como una comparación más meso-regional, en la que se
introduce un componente que no habíamos visto hasta ahora: el estudio del desarrollo
desigual de poblaciones vecinas a Los Millares durante la Edad del Cobre (Arribas &
Molina, 1991, 412). Para ello, no sólo es necesario modificar la escala geográfica del

57
ámbito de estudio, sino que es necesario introducir variables de otra naturaleza, como
los patrones de asentamiento. De este modo, y tras los trabajos de prospección y
excavación que se llevaron a cabo en la década de los ochenta, se llegó a la conclusión
de que las clásicas fortificaciones de Los Millares encontraban analogías en otros
poblados del sureste peninsular como Cabezo del Plomo de Mazarrón, Campos; y en el
estuario del Tajo, como Vila Nova de Sao Pedro y Zambujal (Arribas & Molina, 1984,
1039).
Con todo ello, el desarrollo de las técnicas de datación basadas en el
radiocarbono había hecho ya que la tradicional interpretación que explicaba la
formación de la Cultura de Los Millares por medio de la llegada de prospectares de
metales procedentes del mundo egeo, una teoría que, por otra parte, había permanecido
vigente hasta entonces, se viera progresivamente contestada por otros investigadores
como Colin Renfrew quien, basándose precisamente en las nuevas dataciones, propuso
un desarrollo local de la metalurgia en el Sureste peninsular (Renfrew, 1986). Por lo que
respecta a su cronología, Almagro situó el inicio de la Cultura de Los Millares,
basándose en datos tipológicos y en la estratigrafía proporcionada por los trabajos de
excavación, en el año 2000 a.C, aunque los datos de radiocarbono fecharon un
fragmento de madera en el 2340 ± 85 a. C., algo que, según Almagro es discutible, ya
que la madera sería anterior a la construcción de la muralla a la que se encontraba
asociada (Almagro, 1959). A pesar de ello, “la edad radiocarbónica de Los Millares
correspondía bastante bien con otros poblados de la Edad del Cobre, tanto en el Sureste
como en Portugal” (Gilman, 2003, 9). Sin embargo, Arribas y Molina seguirán
considerando, a la luz de los números descubrimientos en Europa, que es imposible
hablar de una convergencia múltiple y paralela, siendo mucho más coherente pensar en
una progresiva difusión a través de contactos directos entre el Mediterráneo Oriental y
la cultura millarense (Arribas & Molina, 1984, 1040).
En conclusión, la comparación es una herramienta fundamental para entender
cuál ha sido la praxis arqueológica de la Historia Cultural. La búsqueda de paralelismos
garantizaba una fuente importante de información empírica que era usada para elaborar
las interpretaciones. Sin embargo, ello no será exclusivo de esta tendencia
historiográfica, sino que, también la Nueva Arqueología empleará el método
comparativo como fundamento a sus hipótesis.

58
4. LA COMPARACIÓN PROCESUAL

En este capítulo, analizo el uso de la comparación dentro de la corriente


procesual. Para ello, voy a explicar cuál es el contenido teórico de esta tendencia
historiográfica y, los conceptos y principios bajo los cuales se desarrolla la
comparación. Finalmente, voy a poner como caso de análisis la producción científica
del arqueólogo británico Robert Chapman sobre el registro arqueológico de la
Prehistoria Reciente del sureste español. Lo que pretendo es demostrar que la
comparación es una herramienta que sirve para interpretar el registro arqueológico y que
es una de las claves para entender la metodología aplicada por el Procesualismo.
1. LA RENOVACIÓN TEÓRICA EN ARQUEOLOGÍA: EL PROCESUALISMO
A partir de los años sesenta nuevos estímulos de tipo teórico van a introducirse
desde la Antropología americana en la Arqueología a nivel mundial. Se trata de una
reacción en cadena contra el paradigma vigente que pretendía romper radicalmente con
la forma de hacer arqueología hasta el momento. La que se ha dado en llamar como
Nueva Arqueología o Procesualismo llegaba como una nueva alternativa a la Historia
Cultural que hacía hincapié en otro tipo de aspectos del registro arqueológico que hasta
ahora habían sido obviados como consecuencia de aplicar un enfoque funcional al
registro arqueológico. De esta forma, el Procesualismo supuso un verdadero revulsivo
para la teoría y la praxis arqueológica, introduciendo un nuevo enfoque científico que,
rememorando el ya célebre artículo de David Clark (1973), supuso la “pérdida de la
inocencia” de la Arqueología como disciplina científica.

4.1. LA NUEVA ARQUEOLOGÍA: CONCEPTOS Y MODELOS TEÓRICOS.

En términos generales, se considera que el nacimiento de la Nueva Arqueología


tiene lugar en el año 1962, fecha en la que el arqueólogo Lewis Binford publicaba en la
revista American Antiquity el artículo fundacional, bajo el título “Archaeology as
Anthropology” (Binford, 1962), donde hacía una crítica de los avances realizados hasta
el momento y donde plasmaba los conceptos que iban a articular el Procesualismo, al
menos en sus primeros años. A este artículo le seguirían otros que acabarían por dotar a
la Nueva Arqueología de su cuerpo teórico inicial (Binford, 1964, 1965).
En primer lugar, la forma de entender la Arqueología como una ciencia
equiparable a las Ciencias Naturales llevó al planteamiento de una serie de

59
metodologías que tenían como fin la elaboración de un programa de trabajo científico y
objetivo, en el que la incidencia del mundo exterior no tuviera cabida. En este sentido,
los procesuales desarrollaron toda una serie de procedimientos inspirados en las
metodologías de las “ciencias duras”, es decir, empleando un método de trabajo
hipotético-deductivo. Este razonamiento consideraba que las explicaciones deben ser
contempladas como hipótesis que tienen que ser posteriormente contrastadas mediante
las evidencias que proporciona el registro arqueológico. Así, el método hipotético-
deductivo convierte a las teorías en hipótesis refutables, mientras que los enfoques
inductivos sólo producen conclusiones probables a partir de una serie de datos
empíricos. Pese a la identificación del Procesualismo con los razonamientos hipotético-
deductivos, autores como Willey y Sabloff consideraron que este tipo de
aproximaciones no tienen por qué constituir una máxima inamovible dentro de la Nueva
Arqueología (Willey & Sabloff, 1974, 196-197).
En cuanto al contenido teórico de esta corriente epistemológica, el
Procesualismo introduce una nueva forma de entender la cultura y las transformaciones
culturales. La cultura se definió como un mecanismo de adaptación extrasomática al
medio ambiente (White, 1959, 8) y no como el resultado de una larga tradición
(Fernández, 1989, 32). Así, la cultura era concebida como un todo estructural y
orgánico–un sistema adaptativo– compuesto por una serie de sistemas y subsistemas
que mantienen una “articulación dinámica” entre sí y cuya función es la integración de
una sociedad con su medio ambiente y con otros sistemas socioculturales (Binford,
1965, 205). Esta forma de organizar y estructurar las entidades culturales en sistemas
que se relacionan entre sí recibía el nombre de “Teoría de Sistemas”, un concepto
creado a mediados del siglo XX por el biólogo Ludwig von Bertalanffy. Asumida por la
Arqueología, la Teoría de Sistemas aportó la que es sin duda una de las grandes
contribuciones del Procesualismo esto es, la concepción de la información arqueológica
como “algo internamente estructurado”, un todo en el que “ninguna de sus parte ha de
ser estudiada olvidando las demás” (Fernández, 1989, 33).
Por lo tanto, la explicación e interpretación arqueológicas sólo son entendidas
como una definición de las interrelaciones de las variables que componen los sistemas y
su variabilidad, siempre en el contexto de un marco de referencia científico. Dichas
variables se relacionan de un modo predecible, por lo que es posible para el arqueólogo
indagar sobre la estructura final del sistema (Binford, 1962, 217). Es más, cada uno de
los sistemas puede variar de un modo independiente (Renfrew, 1969, 158). El cambio

60
cultural, por lo tanto, se entiende en términos de transformación ecológica, sin
necesidad de recurrir a los contactos con otras sociedades, tal y como hacían los
arqueólogos tradicionales, ya que la propia flexibilidad interna de los sistemas es la
clave de las transformaciones culturales (Gamble, 2008, 38).
Ian Hodder ha definido la Teoría de Sistemas como una “teoría intercultural” en
la que si bien “la base material no es a la fuerza el elemento primario (…), en la
práctica, tiende a desempeñar un rol dominante y es en relación a ella que funcionan la
sociedad y la ideología” (Hodder, 1988, 47).
En línea con lo anterior, esa “predictibilidad” a la que Lewis Binford hacía
referencia permite la elaboración de una serie de leyes generales y pautas que explican
el comportamiento humano, algo posible también porque se entiende que existe una
unidad psíquica del ser humano. Del mismo modo, se hace necesario, para ello,
trascender de los objetos mismos y estudiar el sistema de organización que hay detrás
de los artefactos, haciendo hincapié en las relaciones sistémicas, en la variabilidad, pero
también en la estabilidad, desde el análisis de los ecosistemas (Flannery, 1967).
En cuanto al valor dado a los objetos arqueológicos, Binford considera que la
visión tradicional que empleaba los artefactos como rasgos comparables en igualdad de
condiciones es inadecuada y sugiere que los objetos tienen un contexto funcional en
diferentes subsistemas culturales. Así el estudio de las distribuciones diferenciales de
los rasgos es un campo muy valioso de información sobre la naturaleza de la
organización social y las relaciones entre los distintos subsistemas (Binford, 1962, 218).
En este sentido, Binford clasifica los objetos en tres categorías en función del ámbito en
el que desarrollan su función. Por un lado, los “technomic artifacts” son aquellos
directamente relacionados con el medio físico en el que se producen. En segundo lugar,
los “socio-technic artifacts” tienen su contexto funcional en el subsistema social y
funcionan como mecanismos extra-somáticos de adaptación individual. Y, en tercer
lugar, los “ideo-technic artifacts”, relacionados con el mundo de las ideas y lo simbólico
(Binford, 1962, 219).
Sin embargo, este Procesualismo inicial fue pronto objeto de críticas internas.
Así, Flannery, uno de los grandes representantes de esta tendencia historiográfica,
levantará la voz sobre el peligro de buscar leyes generales, ya que se puede caer en el
error de elaborar enunciados demasiado laxos, vagos y vacíos de contenido. Así, estas
leyes excesivamente generales fueron calificadas por este autor como “leyes de Mickey
Mouse” (Flannery, 1973, 51), ya que en ocasiones el resultado era la formulación de

61
toda una serie de obviedades a las que se concedía la categoría de “leyes predictivas”.
Además, para otros autores, como Bruce Trigger, las generalizaciones tienen como
objetivo explicar las regularidades que se repiten en un cierto número de contextos, pero
en ocasiones, especialmente en los estudios de antropología comparativa, sólo se
consideran los elementos comunes, relegando las diferencias y las variaciones a un
último plano (Trigger, 1978:6).
Estas críticas desembocaron, ya en la década de los setenta, en la adopción de un
nuevo modelo teórico que trataba de solucionar los problemas que más acuciaban a la
Arqueología. Se trataba de la Teoría de Alcance Medio (Middle Range Theory),
propuesta por el sociólogo Robert Merton y que fue introducida primeramente en
Arqueología por Raab y Goodyear y adoptada después por Lewis Binford en 1977
(Binford, 1977). Aunque ha perdido el significado inicial que tuvo en Sociología (Mark
& Goodyear, 1984), la Teoría de Alcance Medio en Arqueología tiene como objetivo el
estudio de los comportamientos humanos no observables en el registro arqueológico, a
través de estudios etnográficos (Trigger, 1992, 31), es decir, esta teoría es realmente una
propuesta metodológica, en tanto que nos provee de una serie de herramientas para dar
significado arqueológico a toda una serie de observaciones de interés para la disciplina
(Binford, 1981, 290). La Teoría de Alcance Medio busca reconocer en el registro
arqueológico toda una serie de dinámicas e inferir modelos que expliquen
comportamientos humanos y procesos naturales asociados a los objetos y artefactos. En
este sentido, el estudio del presente permite entender el pasado (Binford, 1988).
Finalmente, otras de las grandes aportaciones de la Nueva Arqueología es la
creación de una “conciencia crítica”, por un lado, y el establecimiento de un “doble
diálogo”, uno interno o metodológico, y otro externo, en el que tienen cabida todos los
planteamientos sobre el cambio y la evolución del comportamiento humano (Gamble,
2008, 40), un proceso que, como explicaré a continuación, se entiende bajo los
conceptos neo-evolucionistas.

4.1.2. EL NEO-EVOLUCIONISMO

En perfecta consonancia con sus presupuestos teóricos, la Nueva Arqueología se


elevará como una de las grandes defensoras de las corrientes neo-evolucionistas que
habían surgido en el seno de la antropología americana, y que tenían en Steward (1972)
y White (1945 y 1959) a dos de sus máximos representantes.

62
El neo-evolucionismo considera que el ser humano tiende a mantener sus modos
de vida y a perpetuarlos en el tiempo. Esta situación sólo podría verse alterada por toda
una serie de factores externos que son, en definitiva, los causantes del cambio. Para L.
White, los sistemas culturales funcionan como organismos biológicos, es decir gastan
energía que es aprovechada para el desarrollo propio de las sociedades, tanto
cuantitativa como cualitativamente, a través de la “multiplicación” o la “reduplicación”.
Desde el punto de vista cualitativo, los sistemas culturales evolucionan formando
nuevos modelos de organización social. De este modo, los sistemas culturales crecen en
tamaño, pero también van alcanzado nuevos estadios de desarrollo más evolucionados
que se diferencian de los anteriores en su estructura, pero también en su funcionalidad
(White, 2007, 39-40).
Lejos del particularismo histórico propuesto por Boas, White optó por el
concepto de “Evolución General” que atribuía a las culturas, en un sentido muy general
del término, la capacidad de progresar. Más aún, el autor sólo centró su atención en
aquellas entidades culturales “más avanzadas” de cada período cultural, en tanto que
consideraba que los grupos que no alcanzaban cierto desarrollo eran absorbidos por
otros superiores, por lo que no suponían un punto de inflexión en la línea evolutiva
(Trigger, 1992, 272).
Dentro de la evolución cultural, uno de los factores que más van a intervenir en
el desarrollo y en la producción de cambios culturales, es la inversión de energía, de
modo que el progreso de cada cultura era proporcional al gasto energético (White, 2007,
38). Por lo tanto, no es el determinismo ecológico la clave del neo-evolucionismo que
plantea White, ya que el ser humano emplea su energía precisamente en controlar el
medioambiente (White, 2007, 38).
Por el contrario, para Steward la ecología es un factor elemental para
comprender la variabilidad de las culturas humanas, las cuales difieren precisamente por
su adaptación al medio (Steward, 1972, 30-42). Steward realizó una serie de estudios
comparativos para dilucidar la evolución diferencial de toda una serie de culturas en
ambientes ecológicos similares con el fin de conocer cuáles eran las características
comunes de todas las culturas que se encontraban en un mismo contexto ecológico y en
niveles de desarrollo similares (por ejemplo, Steward, 1960).
El neo-evolucionismo no estuvo exento de críticas. En un estudio reciente,
Normal Yoffee ha afirmando que esta corriente de pensamiento nunca fue una teoría
explicativa del cambio social, sino una “teoría de la clasificación” que desembocó en “la

63
identificación de los tipos ideales en el registro material”. Incluso considera que “la
atracción del neo-evolucionismo era precisamente su debilidad: se trataba de un acceso
directo para la investigación de variedades de formas más complejas y más simples de
integración sociopolítica” (Yoffee, 2005, 31).
En cualquier caso, el neo-evolucionismo supuso un punto de apoyo teórico para
la Nueva Arqueología al concebir el cambio cultural como el resultado de toda una serie
de condicionantes externos y ajenos al individuo y al considerar el concepto de cultura
en términos adaptativos. El estudio de la cultura, entendida como un todo
compartimentado en una serie de subsistemas, se planteaba como la búsqueda en el
registro arqueológico de todos aquellos elementos que informaban sobre las relaciones
entre los distintos sistemas y sus cambios. En este sentido, sería el registro funerario una
de las fuentes más importantes sobre el mundo social y económico. La Arqueología de
la Muerte se erigió, por tanto, como el principal campo para el estudio del pasado desde
perspectivas procesuales.

4. 1.3. LA ARQUEOLOGÍA DE LA MUERTE.

Dentro de los postulados epistemológicos procesuales surgió, casi a modo de


“subdisciplina”, rescatando la definición de Vicente Lull, una propuesta de tipo teórico
y metodológico que se conoce con el nombre de “Arqueología de la Muerte” (Lull,
1997-1998, 66). La razón de ser de esta rama de la Arqueología es la consideración del
registro funerario como conjuntos cerrados a través de los cuales poder estudiar
aspectos como la estructura social de los grupos que lo producen (por ejemplo, Castro,
et. al., 1996), así como cuestiones relativas a las creencias o al modelo económico de las
sociedades del pasado. En este sentido, los enterramientos constituyen un documento
que nos informa sobre la vida de las sociedades prehistóricas.
Una de las principales señas de identidad de estos nuevos planteamientos es la
consideración del registro funerario y el sistema de creencias religiosas que se encuentra
implícito en él como el reflejo de la sociedad que lo produce y la representación del
estatus social del individuo. Dentro de esta corriente existen dos posturas diferenciadas.
Por un lado, una línea “materialista” que identifica el registro funerario con la esfera de
lo económico, considerando el ritual de enterramiento y el propio ajuar como una
inversión económica o de trabajo social que hace el grupo con el fin de que éste se vea
revertido en beneficios socioeconómicos. Por el otro, una línea “formalista” que

64
considera que existe una correlación directa entre determinadas asociaciones de los
elementos del ajuar y el estatus del individuo enterrado (Vicent, 1995, 20-21).
Para muchos autores, como Binford y Saxe, resulta indiscutible que existe una
relación directa entre las estructura y complejidad de los enterramientos y la
organización social de las comunidades que los producen (Binford, 1971) existiendo del
mismo modo un vínculo entre lo documentado en el registro arqueológico y las
identidades de los individuos en la sociedad a la que pertenece (Saxe, 1970).
La importancia que ha tenido el desarrollo de la Arqueología de la Muerte radica
precisamente en el nuevo enfoque procesual al que se vincula. Las nuevas metodologías
estadísticas y cuantitativas aplicadas al registro funerario han permitido extraer mucha
información, más allá de la clasificación tipológica de los ajuares. No es el objetivo de
este apartado desarrollar exhaustivamente los principios y evolución de esta
“subdisciplina” sino, dado el tema que aquí interesa, dejar constancia de la importancia
que ha tenido en los estudios comparativos, ya que a las nuevas posibilidades que
ofrecía este nuevo enfoque del registro arqueológico, se le sumaban las enormes
posibilidades que tenía la comparación de todas las inferencias realizadas del mismo.
Así, a través de la comparación de variables procedentes del registro funerario es
posible el estudio de la organización social de las sociedades prehistóricas, un tema
trascendental para la Nueva Arqueología.
oOo
En conclusión, el Procesualismo se presentaba como una alternativa a la
arqueología tradicional que pretendía estudiar esos otros aspectos de los modos de vida
de las sociedades del pasado que hasta ahora eran casi desconocidas. Estos nuevos
trabajos procesuales van a encontrar en la comparación una metodología de análisis para
la demostración de sus hipótesis y, como voy a desarrollar en el siguiente apartado, será
la comparación, en comunión con la estadística, los resortes metodológicos de la Nueva
Arqueología. A través de la comparación el Procesualismo accede al estudio de los
comportamientos generales de los seres humanos, algo que contrasta enormemente con
los enfoques historicistas como el Post-Procesualismo.

65
4. 2. LA COMPARACION PROCESUAL

A lo largo de este apartado, voy a explicar cómo se entiende y se emplea, desde


un punto de vista teórico y práctico, la comparación dentro del Procesualismo. Teniendo
en cuenta todos los conceptos anteriormente expuestos, se puede afirmar que no es
posible hacer una arqueología procesual sin el empleo de una metodología comparativa.

4.2.1 ESTRUCTURA Y VALOR CIENTÍFICO DE LA COMPARACIÓN.

Para comprender la importancia que tiene la comparación en la investigación


arqueológica enfocada bajo los presupuestos de la Nueva Arqueología, es necesario
primero plantear cuál es la estructura externa que presenta ésta y cómo debe organizarse
para que se le conceda un valor científico.
En primer lugar, la comparación procesual suele presentar una estructura externa
caracterizada por contener una gran cantidad de variables que permiten un estudio
comparativo que va desde lo particular a lo general. Para ello, primeramente se
comparan todos los datos posibles procedentes del estudio del registro arqueológico
(desde objetos y artefactos hasta las muestras faunísticas y botánicas y los resultados de
los análisis de cronologías absolutas), y seguidamente, se relacionan todos estos datos,
comparándolos entre sí. Ello genera una serie de conclusiones y tendencias generales
que son convertidas en variables cuantitativas (variables de primer orden) para poder,
posteriormente, ser nuevamente cotejadas con variables homólogas, las cuales
generarán nuevas conclusiones en forma de elementos mensurables y comparables
(variables de segundo orden) y así sucesivamente (ver Fig. 7). El objetivo es llegar a
toda una serie de interpretaciones que permitan la construcción de un modelo predictivo
sobre las transformaciones culturales y sus secuencias.

66
Fig. 7. El funcionamiento de la comparación en la Nueva Arqueología

Por lo que respecta a la naturaleza de las variables comparables, la comparación


resulta especialmente interesante si se realiza entre realidades homólogas. Por ejemplo,
entre dos culturas contemporáneas, o entre dos enclaves arqueológicos que tengan la
misma organización sociopolítica. En este sentido, Chapman considera que, dadas dos
sociedades –A y B– definidas como estados, la comparación entre sus formas y
estructuras es una oportunidad única para el arqueólogo para investigar y aprender más
sobre sociedades que se encuentran en dicho estadio evolutivo (Chapman, 2003, 88).
Igual que sucedía en los estudios histórico-culturales, la comparación es posible
gracias al conocimiento directo del registro arqueológico por parte de los investigadores
que la realizan y a los datos disponibles en la literatura científica. Éstos, en muchas
ocasiones, constituyen una parte fundamental en los estudios comparativos, ya que
permite el acceso a información procedente de yacimientos excavados en el pasado o de
enclaves en los que otros equipos están trabajando. Por supuesto, ello implica depositar
una gran confianza en el trabajo y en la validez científica de dichas publicaciones, ya
que los resultados de los estudios comparativos dependen en gran medida de éstas. Para
ello, resulta conveniente someter a cotejo la bibliografía disponible. Así, por ejemplo,
en su estudio sobre el sureste peninsular, Chapman compara los materiales
arqueológicos publicados por Siret y por Almagro y Arribas, concluyendo que algunos

67
de los tipos que éstos últimos recogen en sus publicaciones se encuentran poco
representadas en los trabajos del primero. Ello le lleva a plantear varias opciones: por un
lado, es posible que los objetos a los que se alude aparecieran durante las campañas de
excavación de Almagro y Arribas en zonas no excavadas anteriormente o, por el
contrario, puede que las técnicas de recuperación del registro arqueológico no fueran tan
sistemáticas y precisas en las primeras etapas de excavación en Los Millares. Para
Chapman estas cuestiones son muy relevantes y deben ser tenidas en cuenta en tanto
que repercuten en la interpretación social de los yacimientos (Chapman, 1991, 112).
Por otra parte, una comparación científicamente válida lo es en tanto que las
variables que se introducen en el estudio son concretas y específicas, pero también
numerosas. Para ello, es absolutamente necesario disponer de un gran número de datos
y materiales arqueológicos que completen todo lo posible las interpretaciones finales y
que minimicen el sesgo que el investigador introduce cuando realiza la selección de
variables cotejables. En este sentido, Chapman ha afirmado que “por fin contamos con
materiales susceptibles de comparación, contemporáneos y contextualizados” en el caso
de yacimientos calcolíticos (Chapman, 1991, 140). En esta aseveración, el autor ha
resumido algunas de las claves más importantes para entender cómo es la comparación
procesual.
Del mismo modo, no puede emprenderse un estudio comparativo si previamente
no se han definido claramente las premisas de partida y los conceptos básicos sobre los
que se va a articular la comparación. Así, el estudio de la complejidad e intensificación
de las sociedades complejas del sureste peninsular pasa por esclarecer primero
definiciones como “desigualdad” o “complejidad”, ya que difícilmente se pueden
comparar estas variables si no se tiene una idea concisa de su significado. En este
sentido, merece la pena destacar el siguiente testimonio de Chapman:
“At the same time, archaeological research on social change in the west
Mediterranean began to cause me concern. I noticed that terms like „complexity‟,
„hierarchy‟ and „inequality‟ were used interchangeably, or ambiguously. Concepts
like „complex society‟ were used without definition, or based on different categories
of material evidence. „Complexity‟ was opposed to „lack of complexity‟. Clearly
there were problems in the ways in which society and social change were being
conceived and measured. How could we compare and contrast the historical
sequences in different regions if these problems were not addressed?” (Chapman,
2003, 10-11).

68
De este modo, una sociedad puede ser considerada compleja pero, en cambio,
presentarse como una sociedad igualitaria en determinadas esferas, como la religiosa,
por ejemplo. Por el contrario, una sociedad que se considera igualitaria en determinados
aspectos como el económico, puede ser perfectamente una sociedad jerarquizada
socialmente. En definitiva, “hierarchical and heterarchical relations can exist within the
same society” (Champan, 2003, 99). Así mismo, la desigualdad puede adoptar
numerosas formas y puede producirse en sistemas diferentes, ya sea en el plano de la
economía o en el sistema político. Sin embargo, para el autor, la presencia de una
determinada desigualdad no implica necesariamente que ésta se produzca en otros
planos del sistema cultural (Chapman, 2003, 79).
En conclusión, la estructura de la comparación pasa por el estudio de variables
homólogas, ya sean en características o en cronologías en un área geográfica más o
menos amplia que permita en análisis de los procesos de cambio cultural. Del mismo
modo, el valor científico de la misma se ve incrementado a medida que se introducen un
gran número de datos que recorten el impacto del sesgo de la selección de variables. Sin
embargo, para completar esta visión sobre el modelo comparativo de la Nueva
Arqueología falta describir cuáles son precisamente esas variables que se escogen para
realizar un estudio comparativo, un tema que se desarrollará en el siguiente apartado.

4.2.2. EL MODELO TEÓRICO: PREMISAS BÁSICAS DE LA COMPARACIÓN


PROCESUAL.

En primer lugar, la comparación procesual tiene como principio básico la


búsqueda de generalidades o leyes que expliquen el comportamiento humano, al margen
de si se trata de enunciados más o menos holísticos o amplios. Así, la generalidad de
dichas leyes dependerá en gran medida de las dimensiones del área de estudio y de la
escala cronológica seleccionada. Para hacer leyes generales es necesario cotejar muchos
datos e interpretaciones, luego la comparación se erige como una metodología de
trabajo, como sucedía con la Historia Cultural, aunque bajo otros presupuestos teóricos
y metodológicos.
Al contrario de lo que se ha visto para la Historia Cultural, el Procesualismo opta
por incorporar en sus estudios comparativos otro tipo de variables y a escalas
completamente diferentes. Así, la Nueva Arqueología hará especial hincapié en las
tipologías, pero también someterá a contraste el registro faunístico, botánico y
palinológico, ya que son este tipo de registros los que más información van a aportar
69
para la reconstrucción de los grupos prehistóricos desde el punto de vista económico y
social. Por su parte, los objetos funerarios servirán para conocer el sistema de creencias
religiosas. Todo ello, será nuevamente comparado entre sí, pero también con los
sistemas económicos, sociales y religiosos de otros yacimientos, tanto contemporáneos,
como de culturas anteriores y posteriores en la escala temporal. De este modo, la
comparación actúa como garante para extraer información que permita elaborar
modelos que expliquen el cambio cultural y las pautas del mismo a lo largo del tiempo.
Dicho de otro modo, el estudio de las regularidades y las similitudes permite a los
arqueólogos conocer la estabilidad y las causas de ésta de un determinado sistema a
largo del tiempo.
En este sentido, no es casualidad que los estudios comparativos procesuales
opten más por el análisis de un determinado período de tiempo en un área geográfica de
tipo regional. Siguiendo con la escala temporal empleada, las variables que tengan una
gran dispersión geográfica tampoco deben formar parte de los estudios comparativos, ya
que puede caer en el error de interpretar el registro arqueológico con modelos
excesivamente generalizadores. De hecho, pese a la necesidad de elaborar modelos que
expliquen el comportamiento humano, autores como Robert Chapman, en su estudio
sobre el nacimiento de la complejidad en las sociedades prehistóricas del sureste
peninsular reconoce, no obstante, que es un requisito indispensable tener en cuenta la
variabilidad, sin que ello sea un impedimento para indagar las tendencias generales
(Chapman, 1991, 177).
Y la búsqueda de pautas generales pasa precisamente por aplicar una
metodología comparativa que busque las semejanzas en el registro arqueológico,
aunque el modo de hacerlo difiere mucho de lo que se ha visto en la Historia Cultural.
El establecimiento de paralelismos para la Nueva Arqueología se basa en una serie de
principios que se encuentran en clara consonancia con los presupuestos teóricos de esta
tendencia historiográfica. Así, una de las premisas básicas que van a articular la
comparación procesual tiene que ver con la naturaleza de las variables. En este sentido,
y dada una metodología de interpretación de datos que prima la aplicación de los
principios de la estadística, los componentes de los análisis comparativos son
preferentemente datos de tipo cuantitativo. Esto permite hacer de elementos como la
jerarquización social o la complejidad, realidades medibles y jerarquizables que
permitan, a su vez, ser comparadas con variables homólogas de otros marcos
geográficos o cronológicos. No obstante, no se renuncia a la comparación de

70
características formales o estilísticas, siempre y cuando sirvan para apoyar las
conclusiones obtenidas de una comparación cuantitativa.
En definitiva, el empleo inicial de una metodología estadística y de muestreo
probabilístico originará una serie de datos numéricos y porcentuales como el tamaño de
los yacimientos, la densidad y forma de los mismos, así como la uniformidad y
estructura de las poblaciones que pueden ser objeto de comparación para extraer
información cualitativa sobre los procesos de cambio cultural. Es más, Lewis Binford
asegura lo siguiente:
“On the basis of such comparisons, we can arrive at a provisional typology of the
range of variability in the population of sites within the regional universe. Working
hypotheses can be generated to account for the observable differences and
similarities in form, density, and spatial structure, and these hypotheses can be tested
by excavation” (Binford, 1964, 436).
“When we compare the summary statements or statistics from a number of sites and
observe difference or similarities, these are generally taken as indicators of progress
of cultural relationships” (Binford, 1972, 96).
Así, mientras los arqueólogos histórico-culturales difusionistas buscan
paralelismos formales con el fin de demostrar la existencia de contactos entre dos
culturas a las que se concede un nivel evolutivo desigual, la Nueva Arqueología opta
por un análisis multivariable que demuestra cuál ha sido el proceso de las
transformaciones culturales. Por lo tanto, por lo que respecta a las causas del cambio
cultural, para autores como Champan, la teoría difusionista no es válida. En este
sentido, el autor se plantea lo siguiente: “¿Cuántos paralelos se necesitan para poder
establecer la existencia de contactos?, ¿el 50 por 100 de todos los tipos de artefactos?,
¿el 69 por 100?, ¿el 90 por 100?” (Chapman, 1991, 60). Por otra parte, antes de afirmar
cualquier tipo de contactos se impone la necesidad de buscar posibles antecedentes
locales de las variables que se pretenden cotejar, ya que ello invalidaría
automáticamente cualquier interpretación difusionista como explicación de la aparición
de dichas variables.
Del mismo modo, se hace imprescindible tener presente un espíritu crítico
constante y un estado permanente de duda, algo que no sólo va a permitir la
implementación de una comparación científicamente más aceptada, sino que enriquece
teórica y epistemológicamente la disciplina, haciéndola más científica. En este sentido,
cabe cuestionar algunas ideas que habían sido asumidas por la Historia Cultural e

71
incorporadas a su metodología de trabajo y su forma de interpretar el registro
arqueológico. Así, Robert Chapman se pregunta si el mero hecho de documentar un
paralelismo entre dos elementos cualesquiera es un sinónimo estricto de que ambos
tienen un origen común. Para el autor, una semejanza no debe ser tomada como un
indicador arqueológico de un contacto o un origen cultural común, debiéndose
demostrar en cualquier caso (Chapman, 1991, 60-61).
En otro orden de cosas, una comparación científicamente válida debe explicar
cuáles son las causas que han originado la aparición de una serie de paralelismos
formales en dos puntos geográficos distintos, y, del mismo modo, tener en cuenta todo
aquello que no tiene paralelos, pues tan importante como estudiar la estabilidad es
analizar aquellos elementos que varían y cambian a lo largo del espacio y del tiempo.
Igualmente, es necesario plantear un modelo comparativo que permita una
demostración objetiva de las hipótesis. Para ello, el mejor camino es la introducción de
variables encaminadas al estudio de todos los subsistemas culturales y su interrelación.
En este sentido, el desarrollo a partir de los años setenta de toda una serie de analíticas
ha permitido, en la medida de lo posible, diseñar una metodología comparativa que
trascienda de un modo objetivo los artefactos. El desarrollo de estudios botánicos,
palinológicos, faunísticos, la generalización de analíticas de datación, como la
termoluminiscencia, el radiocarbono, los Rayos X, la fluorescencia de Rayos X, entre
otras, se han convertido en la vía “más objetiva” para demostrar cuáles son los orígenes
culturales de las sociedades prehistóricas, el proceso de cambio y las transformaciones.
Igualmente, aportan datos cuantitativos capaces de convertir determinados conceptos en
realidades medibles y comparables, como ya he explicado.
En el caso de la Arqueología de la Muerte, la comparación se erige como el
método a partir del cual extraer información muy valiosa de tipo cultural, social,
simbólico y económico. Así, la comparación del resultado de determinadas analíticas
permite conocer posibles disimetrías sociales de hombres y mujeres, por ejemplo, en el
acceso a determinados recursos o la realización de determinados trabajos físicos. Del
mismo modo, el sexo y la edad de los cuerpos y las diferencias en los ajuares ofrecen
una información comparativa muy valiosa para los estudios sociales. En este sentido,
merece la pena destacar el trabajo realizado por Castro Martínez, Robert Chapman, Gilo
Suriñach, V. Lull, Micó Pérez, Rihuete Herrada, Risch y Sanahuja Yll sobre los
contextos funerarios argáricos (1993-1994). Evidentemente, todo ello debe tener como
pilar central las cronologías absolutas, “only then will a more secure analysis of death,

72
production and the life-span of households be possible (…) as well a more detail
comparison with life and death in the same periods of time…” (Chapman, 2004, 11).
En último lugar, todos estos planteamientos que acabo de realizar deben ser
ejemplificados con un caso de estudio que demuestre el modelo de comparación
aplicado por los arqueólogos procesuales. En este sentido, el trabajo de Robert
Chapman sobre la formación de las sociedades complejas del Sureste peninsular es
especialmente interesante para desarrollar todos estos conceptos porque es un estudio
comparativo muy completo y porque permite contraponer el modelo de la comparación
con el que he explicado en la Historia Cultural, al tratarse de una contraargumentación
del trabajo de Almagro y Arribas en Los Millares.

4.3. UN EJEMPLO DE COMPARACIÓN PROCESUAL: EL TRABAJO DE


ROBERT CHAPMAN EN EL SURETE ESPAÑOL.

Para poder demostrar todo lo hasta ahora explicado, en esta sección me voy a
centrar en el análisis de un ejemplo de algunas obras del arqueólogo procesual Robert
Chapman, quien ha trabajado en la reconstrucción de los modos de vida de las
sociedades de la Prehistoria Reciente en el sureste de España empleando la comparación
como piedra angular de sus interpretaciones. Para ello me voy a ocupar especialmente
del análisis de uno de sus trabajos, que lleva por título La formación de las sociedades
complejas, publicado en inglés en 1990 y en España tan sólo un año después.

4.3.1. ESTRUCTURA EXTERNA DE LA COMPARACIÓN.

Entender la estructura externa de una publicación como la que voy a estudiar


aquí es un primer paso necesario para entender posteriormente cuáles son las claves de
la comparación, desde sus objetivos hasta las conclusiones, ya que a través del análisis
estructural se adquiere una primera aproximación a los contenidos del texto.
La estructura de los estudios comparativos procesuales puede variar en función
de los autores, pero en términos generales suelen tener tres partes básicas que también
se encuentran presentes en la obra de Robert Chapman. En primer lugar, una parte
importante lo van a constituir la descripción y comparación tipológica del registro
arqueológico que, unido a las cronologías absolutas disponibles determinarán el marco
cultural en el que se está trabajando. En segundo lugar, se analizarán “los otros
registros”, es decir, las muestras botánicas, la fauna documentada, los datos de tipo

73
climático, etc., todo lo cual, con el preceptivo análisis geomorfológico y climático, van
a determinar el contexto ecológico del área de estudio y aportará información preliminar
sobre posibles usos económicos en el pasado. Finalmente, los datos resultantes de estos
estudios son, a su vez, convertidos en variables comparables con las variables
homólogas de todos los yacimientos de nuestra área de estudio y, si así se requiere,
también a escalas geográficas mayores.
Todo este proceso genera una gran cantidad de datos e información de tipo
cuantitativo, así como algunas conclusiones preliminares que se someten de nuevo a un
proceso comparativo entre sí. Con toda esta información se llega a una serie de
interpretaciones que son enunciadas casi a modo de leyes más o menos generales que
explican el proceso de cambio cultural en el área geográfica y en el lapso temporal
estudiados.
En el caso de la obra de Chapman, el autor se ha centrado en unos determinados
tipos de artefactos que se consideran propios del registro arqueológico del Calcolítico a
la Edad del Bronce, muchos de los cuales habían constituido la parte esencial del
estudio comparativo realizado por Martín Almagro y Antonio Arribas. Así, la cerámica
a la almagra, las asas de pitorro, las tumbas megalíticas, los asentamientos fortificados,
los objetos de cobre, y los ídolos son empleados por Robert Champan para la
caracterización cultural inicial. Sin embargo, y al contrario que Almagro y Arribas,
Chapman no se centra tanto en la tipología y en la comparación con posibles prototipos
egeos y del Mediterráneo Oriental, sino que vincula el contexto arqueológico en el que
fueron documentados todos estos objetos con las dataciones absolutas disponibles con el
fin de ofrecer un marco cronológico preciso en el que va a desarrollar su estudio sobre
el nacimiento de las “sociedades complejas”. Del mismo modo, en la obra de Chapman,
todas estas variables son puestas en conexión con la información bibliográfica
disponible de otras áreas como La Mancha o haciendo referencias al mundo Egeo y del
Mediterráneo Oriental, cuando así ha sido necesario, para entender las transformaciones
culturales. En cuanto al marco geográfico se refiere, el área estudiada es bastante
amplia, algo que tiene como objetivo “realizar un examen más completo de las
tendencias espaciales observadas en la cultura material” (Chapman, 1991, 91).
Finalmente, es importante destacar que Chapman no asume todo lo que se
publica sin más, sino que cuando excluye un dato por no estar claro su procedencia o su
contexto arqueológico en la bibliografía consultada, lo explica y lo desestima de su
estudio. Ello, indudablemente introduce un sesgo interpretativo que es asumido por el

74
prehistoriador de un modo explícito, algo que no sucedía siempre en la Historia
Cultural.

4.3.2. VARIABLES QUE COMPARA: LOS RESULTADOS

El objetivo de este apartado es desarrollar de un modo detallado cuáles son las


variables empleadas por Robert Chapman y las interpretaciones derivadas del análisis
comparativo de las mismas.
El primer elemento que Chapman introduce en su estudio comparativo sobre la
Prehistoria Reciente del sureste peninsular son los objetos y estructuras, seleccionando
aquellos que, por su especificidad, permiten una primera definición del marco cultural y
cronológico. Estos artefactos son: la cerámica la almagra, las asas pitorro, las tumbas
megalíticas, los asentamientos fortificados, los objetos de cobre y los famosos “ídolos”
peninsulares de los yacimientos más destacados con cronologías que abarcan desde el
Neolítico a la Edad del Bronce. Todos estos elementos son analizados en su contexto
arqueológico y, para precisar su adscripción temporal, se aportan fechas de
radiocarbono que permitan establecer una secuencia lo más ordenada posible. Muchos
de estos componentes ya fueron estudiados anteriormente por Siret y Almagro y Arribas
en Los Millares y por otros autores en el caso de otros yacimientos, por lo que Chapman
compara los datos publicados para establecer cuáles son las posibles lagunas existentes
y elaborar el correspondiente proceso cronológico.
La cronología de la cerámica a la almagra había sido explicada en términos
difusionistas por Martínez Santa-Olalla, quien defendía que llegó a la Península Ibérica
procedente de Chipre, adonde habría llegado hacia el 2400 o 2300 a.C. (Martínez Santa
Olalla, 1948, 104), o por Almagro y Arribas, que, tal y como se ha visto, también
defienden un origen oriental para esta cerámica (Almagro & Arribas, 1963, 234). La
base argumental era el parecido formal y estilístico con otras cerámicas procedentes del
Mediterráneo Oriental, algo que, para Chapman, no resulta una explicación suficiente.
Más aún, el autor revisa el registro procedente de yacimientos como Carihuela del
Piñar, donde se documentó este tipo de material en estratos neolíticos. Por otra parte, las
dataciones de la cerámica a la almagra en la Cueva de Nerja contribuyeron a descartar el
origen oriental. En esta misma línea, los restos documentados en la Cueva de los
Murciélagos no hicieron sino ratificar esta hipótesis. En este yacimiento se dataron
hasta un total de diez muestras que sirvieron para fechar el asentamiento, pero también

75
para confirmar la cronología neolítica de la cerámica a la almagra (Chapman, 1991, 69-
70).
Por lo que respecta a las asas pitorro, la comparación de los contextos en los que
se han documentado permite afirmar su adscripción a contextos cronológicos neolíticos.
Nuevamente, son las dataciones de radiocarbono las que han hecho descartar el origen
egeo de las mismas (Chapman, 1991, 70).
Por otra parte, y pasando ya al siguiente elemento de análisis, existen dos
modelos teóricos contrapuestos que han explicado las tumbas megalíticas. Por un lado,
el “occidentalista” que, de la mano de Bosch Gimpera proponía el origen de los
sepulcros en España y Portugal (Bosch, 1995, 77-80) y, por otro lado, la tesis
“orientalista” defendida por Leisner, Almagro y Arribas, ya explicada en el capítulo
anterior. Unos y otros se basaron en los paralelismo estilísticos y formales que,
buscados en áreas diferentes, atestiguaban el contacto cultural. Sin embargo, fue el
desarrollo del Carbono 14 lo que ha permitido dar la razón a Bosch Gimpera y situar el
origen de las tumbas megalíticas en el interior Portugal, siendo las más antiguas las
fechas proporcionadas por las tumbas de Reguengos de Monsaraz, en las que la
aplicación de la termoluminiscencia ofrecía fechas de 4510 ±360 A.C para Poço da
Gateira y de 4440 ± 360 A.C para Anta dos Gorginos 2 (Chapman, 1991, 73-75).
Para Chapman, el principal interés que tienen los megalitos es la investigación
de la sociedad que los produce y las razones. Desde el punto de vista de los
investigadores procesuales, la construcción de estas sepulturas monumentales
respondían al estatus social del muerto o grupo de muertos, siendo una medida que
cuantificaba la complejidad de la sociedad. De este modo, aspectos como el tamaño y la
distribución en el espacio y el tiempo de los megalitos se convertían en un variable
cuantificable, y por lo tanto objetivable, de la que se podía extraer información social y
sobre el comportamiento humano mediante la comparación (Chapman, 1987a, 93-94).
No obstante, la comparación tipológica tiene un peso importante en la
producción científica de Robert Chapman. De hecho, lo que realmente hace el autor es
completar la metodología empleada por arqueólogos de la escuela Histórico Cultural
con las posibilidades que ofrecían los avances técnicos que se habían ido aplicando en
Arqueología, pero sin restar valor al paralelo estilístico. El arqueólogo británico critica y
pone en cuestión que una mera similitud sea tomada en términos de contacto cultural,
pero sigue asumiendo la idea de la arqueología tradicional de que en todo el
Mediterráneo existen una serie de vínculos culturales:

76
“Hoy sabemos que su construcción y utilización [la de los megalitos] abarcó un
período de tiempo de al menos 2500 años del calendario, desde mediados del V hasta
finales del III milenio A.C. Ha desaparecido la necesidad de buscar antecedentes en
la edad del bronce Egeo durante el III milenio A.C. (…). A pesar de todo, aún es
lícito sostener, siguiendo la línea del pensamiento de Savory, que el ritual de
enterramiento colectivo constituye la característica más importante de la conexión
existente entre el Mediterráneo oriental y el occidental…” (Chapman, 1991, 77).
Con respecto a la metalurgia del cobre, el debate sobre su origen fue nuevamente
un elemento que dividió la opinión de los arqueólogos entre aquellos que defendían un
origen foráneo y los que optaban por un desarrollo local de la misma. Son muchos los
yacimientos en los que se ha documentado la presencia de objetos de cobre, pero será el
radiocarbono el que fije el arranque de la metalurgia en la Península Ibérica en unas
fechas no anteriores al 2500 a.C. (Chapman, 1991, 80). Esta variable que introduce
Chapman en su estudio tiene un doble objetivo. En primer lugar, demostrar que el
empleo de las dataciones absolutas es un camino para convertir a la Arqueología en una
ciencia metodológicamente objetiva y, por el otro, para demostrar, como explicaré
posteriormente, que las sociedades prehistóricas del sureste peninsular se caracterizaron
por cierta complejidad, especialmente a partir del Calcolítico.
En último lugar, los ídolos de la Península Ibérica ofrecieron un panorama muy
distinto cuando fueron datados por Carbono 14. La tipología de estos objetos había sido
realizada por Mª José Almagro Gorbea (1968) quien buscó relaciones estilísticas con
otros ídolos procedentes del Mediterráneo Oriental. Las nuevas cronologías los situaban
hacia el 3000 a.C, es decir, anteriores en el tiempo que sus pretendidos prototipos
orientales (Chapman, 1991, 83).
De todo ello se deduce que el arqueólogo inglés necesita procedimientos
objetivos para demostrar sus hipótesis, unos procedimientos que vayan más allá de la
comparación estilística. En este sentido, Almagro y Arribas también consideraban que
su metodología era perfectamente científica, pero lo que es “objetivo” para los autores
españoles no es válido para Chapman, quien opina que el método tradicional debe estar
apoyado por las posibilidades que ofrecen las fechas radiocarbónicas. En el momento en
el que dichas dataciones entran en escena, muchos de los argumentos quedaron
desmontados, aunque para el autor “está claro que a los seguidores del marco tradicional
les basta con retrotraer en el tiempo y en el espacio la fuente del paralelo” (Chapman,
1991, 89).

77
El siguiente elemento que va a formar parte de la comparación que realiza
Robert Chapman son los datos de ese “otro registro” que hasta ahora los arqueólogos
tradicionales no habían incluido en sus proyectos de investigación. La preocupación del
Procesualismo por estas cuestiones permitió el desarrollo de otras metodologías de
recuperación del material arqueológico como, por ejemplo, la flotación. Así, Chapman
otorga un protagonismo absoluto a todas aquellas fuentes de información que permitan
acercarse al estudio de los contextos ecológicos del pasado con el objetivo de estudiar la
intensificación de la producción y la adaptación al medio de las sociedades del pasado
(Fig. 8). Para ello, estudia el medio ambiente contemporáneo, los cambios
medioambientales, la esfera de la subsistencia y los patrones de asentamiento y
finalmente, la adaptación e intensificación propiamente dichas, como se verá a
continuación.

Fig. 8. Esquema de la comparación: el estudio de la adaptación e intensificación en el


Sureste peninsular.
En primer lugar, para el autor existen cinco fuentes que pueden aportar datos
para la reconstrucción medioambiental: los textos históricos, los análisis botánicos, los
estudios palinológicos y antracológicos, las muestras de fauna y hábitats animales y,
finalmente, las analogías con otras áreas de la España oriental y el Mediterráneo
Occidental (Chapman, 1991, 153).
Inicialmente, sintetiza cuáles son las características topográficas y climáticas que
caracterizan el sureste peninsular en la actualidad. En este sentido, cabría preguntarse el

78
objetivo de una comparación a priori tan arriesgada del contexto ambiental del presente
con el del pasado, el cual es analizado posteriormente. En mi opinión, el fin de dicha
comparativa bien puede ser comprendido recurriendo a los conceptos teóricos que
caracterizan la Nueva Arqueología. Así, el interés por los procesos de cambio cultural y
del establecimiento de secuencias que expliquen la adaptación cultural de las sociedades
del pasado en un modelo predictivo puede ser una de las razones por las que el autor
aporta este enfoque.
En cualquier caso, y para poder extraer información acerca de los ambientes
ecológicos del pasado, lo que hace Chapman previamente es aunar los datos
bibliográficos disponibles de distintos yacimientos como Los Millares o el Cerro de La
Virgen, presentando una imagen preliminar sobre el contexto vegetal y climático de la
Prehistoria Reciente. Después, los datos palinológicos de distintas regiones como el
Sáhara o el Mar Muerto son ordenados en una secuencia y contrastados lo que permite
adelantar que “los datos empíricos a escala local podrán solucionar la dicotomía
planteada en la interpretación del cambio climático como un proceso gradual o bien
como una mera secuencia de oscilaciones” (Chapman, 1991, 157). Por otro lado,
compara la información inferida del registro palinológico y botánico, que presenta un
ambiente tan árido como el actual para el sureste español, con los restos faunísticos, que
por el contrario, ofrecen una realidad diferente, con un clima mucho más húmedo que el
de nuestros días (Chapman, 1991, 157). Con todo este volumen de información el
arqueólogo adelanta que
“me parece más interesante abogar por un «término medio»: descartar la idea de un
gran cambio climático acontecido en el sureste de España durante la Prehistoria
Reciente y proponer una serie de oscilaciones a corto plazo en los niveles de
humedad o aridez según el caso” (Chapman, 1991, 159).
Posteriormente, el siguiente paso es comparar la geomorfología del sureste y del
este de España. El objetivo en esta ocasión es extraer información sobre patrones de
subsistencia potenciales mediante un metodología comparativa y aplicando el principio
del actualismo. Así, el autor establece una dicotomía entre las posibilidades económicas
de las tierras bajas, tradicionalmente consideradas marginales en este sentido, y las
zonas más elevadas, donde las posibilidades de obtener recursos por las características
geomorfológicas son mucho mayores (Chapman, 1991, 161).
La idea principal que debe desprenderse de esta comparación de los datos
ecológicos es que la diversidad en la topografía, el clima, la geología, entre otros

79
elementos, son factores muy influyentes en las adaptaciones culturales prehistóricas,
algo que encaja perfectamente con los presupuestos teóricos de los que parte la Nueva
Arqueología.
En otro orden de cosas, y toda vez que se ha llegado a una aproximación del
posible marco geográfico y climático del pasado en el sureste peninsular, el autor inserta
un nuevo elemento. Se trata de los patrones de asentamiento y su relación con posibles
modelos de subsistencia. En esta ocasión, las variables que forman parte del análisis
comparativo son: la distribución geográfica de los asentamientos, la tecnología y las
muestras botánicas y faunísticas, con las que tratará de obtener conclusiones sobre la
intensificación y adaptación de los grupos prehistóricos.
Por lo que atañe a la distribución geográfica de los asentamientos, lo primero
que el autor tiene en cuenta es la concentración espacial, pero también temporal de los
yacimientos en todo el sureste peninsular. Así, emplea una serie de “subvariables” que
se caracterizan por ser elementos cuantitativos, como el caso de la altitud a la que se
encuentran los yacimientos. Es precisamente el hecho de emplear variables cuantitativas
lo que le permite llegar a una serie de generalizaciones como la siguiente:
“Todos los yacimientos con cronologías del neolítico, calcolítico y edad del bronce
se sitúan a una altitud comprendida entre el nivel del mar y los 1.000 m. (…) los
yacimientos neolíticos del este de Granada y sur de Almería son muy escasos, y (…)
apenas (…) conocemos algún poblado al aire libre del mismo período en el este de
Granada. (…) Estas ausencias pueden tener una gran repercusión a la hora de inferir
una economía de subsistencia predominantemente pastoril o agrícola” (Chapman,
1991, 163).
Por lo que respecta a la tecnología, el autor recurre nuevamente al registro
material calcolítico y de la Edad del Bronce para encontrar objetos y estructuras que
permitan inferir qué tipo de subsistencia desarrollaron estas sociedades del sureste
español. Es decir, lo que hace es comparar este tipo de registro en toda el área de
estudio para concluir si existe un modelo económico común o éste varía en función del
contexto ecológico. Así, menciona objetos como los dientes de hoz, molinos y hornos,
pero también estructuras de almacenamiento tales como cestas y recipientes (Chapman,
1991, 164). En el caso de estos últimos, es preciso indicar que, mientras Almagro y
Arribas centraban su atención en los paralelismos estilísticos, dotando a los objetos de
un valor cronocultural, Chapman también hace hincapié en los recipientes como
contenedores, es decir, dota a los objetos de un valor económico.

80
En último lugar, son las muestras botánicas y faunísticas las que completan el
análisis comparativo sobre la economía de estas sociedades complejas. Con respecto a
las primeras, el autor, siguiendo el mismo esquema de trabajo que en los casos
anteriores, recoge los datos disponibles, poniendo especial énfasis en las especies
vegetales recuperadas desde el Neolítico a la Edad del Bronce y sistematiza toda esa
información en un cuadro que permite elaborar una comparación multivariable. Así, se
puede comparar la información botánica con la distribución geográfica de los
asentamientos, concluyendo que: “Al igual que la distribución geográfica de los
yacimientos, la de los restos vegetales también presenta distorsiones en el período
comprendido entre el III y el II milenio a.C” (Chapman, 1991, 165)
Del mismo modo, el investigador emplea el método estadístico para presentar la,
información final, resultado de la comparación previa de todos los datos cuantitativos.
Por ejemplo, en el caso de la Cueva de los Murciélagos, presenta la información
porcentual de los cereales documentados (escanda: 14-90%; cebada: 4-82%; trigo: 3,7-
10%), unos porcentajes que le permitirán una nueva generalización, ya que la cebada
parece ser la muestra predominante (Chapman, 1991, 165).
En cuanto a las muestras faunísticas, la manera de presentar y tratar la
información es exactamente la misma que para el caso anterior. El autor concede mucha
importancia a la base empírica y juega con los datos cuantitativos para generar toda una
serie de constantes teóricas. Así, analizando la distribución de los restos animales en
cada yacimiento, se llega a una información porcentual sobre la proporción de cada
especie en los poblados prehistóricos. De la comparación numérica el autor obtiene que
durante el III milenio a.C. se advierte un cambio que viene representado por el
predominio de caballo y del buey en algunos lugares y el descenso de especies salvajes
(Chapman, 1991, 167-168). Es decir, los animales susceptibles de ser empleados como
fuerza de tracción y transporte ven incrementada su presencia en el registro
arqueológico.
Por lo tanto, si como se está viendo, existe una concentración espacio-temporal
de cualquier tipo de registro arqueológico, esto sólo puede ser debido a dos causas: o en
esta área y en esas cronologías ha existido un proceso de intensificación económica,
social y demográfica, o existen factores que ocultan o han ocultado este registro. En este
sentido, una comparación adecuada entre diferentes variables puede servir al arqueólogo
para conocer posibles lagunas en la investigación y sus causas.

81
Finalmente, Chapman ordena todas las conclusiones a las que ha llegado hasta el
momento y establece un modelo teórico. En dicho enunciado afirma que el poblamiento
de la Prehistoria Reciente en el sureste de España se caracteriza por la diversidad en la
distribución geográfica y el desarrollo de unas estrategias de subsistencia basadas tanto
en el cultivo de cereales como en la ganadería (Chapman, 1991, 170). Sin embargo, eso
resulta insuficiente en tanto que no ha aportado todavía cuál es la conexión entre esta
interpretación y los procesos de adaptación e intensificación de la producción. Es decir,
tiene que existir una variable que articule estos elementos y sea la causa de esa
diversidad de poblamiento. En este caso, para el autor es el control de los recursos
hídricos la clave de todo el proceso y su administración será la base de la desigualdad
social y la jerarquización (Chapman, 1982). Para demostrar su teoría, el autor analiza las
estrategias de ubicación de los yacimientos, la tecnología de control del agua, y la flora
y la fauna, variables todas ellas ya empleadas anteriormente, para demostrar su hipótesis
de trabajo.
De la comparación de la ubicación de los yacimientos en su relación con el
control del agua, obtiene los diferentes modelos de asentamiento que después pone en
relación con los recursos potenciales de la zona mediante un análisis de captación de
recursos. Así, por ejemplo, yacimientos como Los Millares, Barranquete o El Argar se
encuentran situados en las proximidades de la intersección de un río y su afluente, lo
que permite tener el control de grandes cantidades de agua para el abastecimiento del
ganado, pero también el control de zonas de aluviones, que ofrecen importantes
posibilidades para el asentamiento (Chapman, 1991, 170). Esto es, en función de los
recursos potencialmente usados, se pueden comparar diacrónica y sincrónicamente los
datos cuantitativos procedentes de los yacimientos y obtener conclusiones sobre los
modelos económicos y patrones de asentamiento, así como la organización de espacio.
Es precisamente esto lo que hace el autor, llegando a la conclusión de que los sistemas
de cultivo intensivo se incrementan con el paso del tiempo, especialmente a partir del II
milenio a.C. momento a partir del cual los asentamientos se ubican en zonas idóneas
para la agricultura de regadío, al margen de otros posibles usos del suelo (Chapman,
1991, 175-176).
Pero cualquier hipótesis queda incompleta si carece de una base empírica
arqueológica. Por ello, Chapman revisa la bibliografía sobre los yacimientos de su área
de estudio para determinar si existió algún tipo de objeto o estructura que permita
afirmar que el control de los recursos hídricos fue el elemento articulador de la

82
complejidad social, así como de la adaptación cultural y la intensificación económica.
Por ello, va identificando toda una serie de estructuras de “conservación” como las
cisternas, presentes en yacimientos como Los Millares o Gatas, las cuales compara con
estructuras morfológicamente similares como puedan ser las primeras tumbas
megalíticas. El objetivo es inferir su funcionalidad a través del estudio comparativo de
sus rellenos. Evidentemente, queda descartado cualquier uso de las cisternas de tipo
funerario. Igualmente, identifica algunas estructuras de “canalización” de agua
(Chapman, 1991, 181).
Siguiendo el hilo argumental empleado, el último elemento para confirmar la
hipótesis de Chapman pasa por el estudio de la flora y la fauna como vía de
reconstrucción de los sistemas agropecuarios. En este sentido, merece la pena detenerse
brevemente en comentar la siguiente afirmación del autor:
“La construcción de modelos contrastables con los nuevos datos debe realizarse a
partir de las inferencias que éstos permitan hacer sobre los sistemas agropecuarios y
sobre la intensificación de la producción, en combinación con analogías acerca de las
estrategias de subsistencia empleadas tradicionalmente en España y en el
Mediterráneo” (Chapman, 1991, 183).
De acuerdo a estas palabras cabe preguntarse si es válida una comparación entre
realidades temporalmente tan lejanas en el espacio y el tiempo. Bajo mi punto de vista,
por un lado, se podría responder afirmativamente si el objetivo del estudio es contrastar
dos períodos de tiempo en los cuales, como es el caso, pueden existir algunas
semejanzas como los modos de vida agrícolas, por ejemplo, pues ello puede ayudarnos
a plantear nuevas respuestas a los interrogantes que ofrece el registro arqueológico. Sin
embargo, en mi opinión no resulta lícito establecer analogías directas sin antes tener una
confirmación mediante el estudio de la base empírica.
En este sentido, Chapman contrasta en su estudio comparativo los datos
procedentes de los yacimientos prehistóricos con el modelo agrícola moderno, basado
en una agricultura de secano con predominio del cultivo de cebada y un sistema de
barbecho. Para el autor, puesto que las especies son las mismas que en la Prehistoria
Reciente, también se puede extrapolar el sistema de cultivo (Chapman, 1991, 185). Del
mismo modo, establece una comparación perfectamente lícita entre los hallazgos de los
restos botánicos del Sureste peninsular y los documentados en el Mediterráneo, lo que
permite obtener información sobre su explotación y, por lo tanto, deducir conclusiones
sobre la intensificación y la complejidad social.

83
Este mismo esquema es empleado para el análisis de la ganadería. En esta
ocasión, la comparación se establece con los modelos trashumantes de la Edad Media y
Moderna, aunque cuestiona el grado de validez, ya que existen muchas diferencias entre
la trashumancia que se pueda atribuir a las sociedades de la Prehistoria Reciente y la
que tenía lugar en los siglos modernos (Chapman, 1979).
Todo lo hasta ahora expuesto permite la reconstrucción del marco geográfico,
cronológico y económico de las sociedades prehistóricas del sureste peninsular. En
estos marcos, Chapman incorpora la innovación tecnológica (Fig. 9) como un
componente comparativo y cuantificable que permite baremar con una mayor precisión
la complejidad de estos grupos.

Fig. 9. Variables comparadas en el estudio de la innovación tecnológica.


Centrándose de manera especial en la producción metalúrgica, Chapman emplea
variables como la distancia con respecto a las áreas de aprovechamiento de minerales
metálicos, así como la frecuencia de aparición de determinados objetos de cobre y
bronce y su variabilidad para establecer cuál ha sido la secuencia de la innovación.
Asimismo, mientras a lo largo del II milenio a.C se produce un incremento importante
de la producción, en ningún caso ésta se aproxima a lo que se documenta para el centro
y noroeste de Europa. Para poder hablar de una verdadera innovación tecnológica en la
metalurgia prehistórica del sureste peninsular hay que esperar al Argar. Si se establece
una comparación entre el proceso de innovación tecnológica experimentado por las
sociedades peninsulares a partir del III milenio y el área Egea, se aprecia que la

84
intensificación productiva tiene lugar a partir de la Cultura del Argar, como ya he dicho,
y a partir del Bronce Antiguo II respectivamente. Sin embargo, ambos procesos no
tienen la misma entidad, en tanto que las técnicas de procesado del metal, los tipos de
objetos, etc., son completamente diferentes. En la zona española advierte un proceso
mucho más lento y prolongado (Chapman, 1991, 225-230).
Dando un paso más en la escala del análisis, la complejidad cultural puede
convertirse en variable comparable para ser contrastada con la complejidad de otros
sistemas culturales. Sin embargo, para que ello sea factible, primero es necesario
emprender su análisis como entidad individual en una región concreta. Dado el estudio
que estoy analizado de Robert Chapman, la complejidad de las sociedades prehistóricas
del sureste peninsular pasa por la comparación entre otras “subvariables” como la
diferenciación horizontal y vertical, las cuales, a su vez, van a permitir un análisis
comparativo inter-site e intra-site.
La confirmación de que existió una diferenciación horizontal entre las primeras
sociedades complejas del sureste español pasa por encontrar en el registro arqueológico
una serie de índices, entre los que Chapman trabaja con tres: a) las evidencias de
especialización, ya sea el proceso completo o en algunas de sus fases en varios
yacimientos, b) las evidencias de dicha especialización en un solo yacimiento y c) la
normalización o estandarización de la producción (Chapman, 1991, 235). Para todo ello
es necesario, por un lado, conocer con precisión todo el registro arqueológico
documentado, y, por el otro, establecer un número lo más elevado posible de
comparaciones para que las inferencias se sostengan sobre una base empírica lo más
sólida posible.
Por lo que respecta a la especialización intrarregional, es el metal lo que más va
a centrar la atención de Chapman, en concreto, la búsqueda de una especialización
durante el Bronce Argárico, para lo cual rastrea en todo el registro las distintas fases de
trabajo metalúrgico. Del mismo modo, toma en consideración la distancia existente
entre los yacimientos y los criaderos de cobre (Chapman, 1991, 236-237). Por ejemplo,
mientras que en El Oficio se ha documentado la fase de reducción del mineral y su
fusión, en El Argar sólo se ha podido identificar la primera de las fases.
En cuanto a la normalización, se trata de una inferencia que exige
necesariamente un conocimiento previo de todas las tipologías y su distribución
geográfica y espacial. Para ello es necesario comparar tipos y morfologías y sólo si
existe una verdadera semejanza de formas de manera recurrente se puede hablar de

85
patrones estándar y, por lo tanto, de una especialización artesanal. Tras realizar este
procedimiento, Chapman llega a la conclusión de que sólo se puede hablar de una
normalización de la producción en el caso de la elaboración del cuerpo inferior de las
urnas funerarias, ya que sólo existen ocho tipos de cerámica argárica, algo insuficiente
para deducir que existió una producción artesanal tan intensificada (Chapman, 1991,
239).
Por lo que respecta a la diferenciación vertical, el autor va a establecer una
metodología comparativa cuya estructura se resume en la Fig. 10.

Fig. 10. Estructura del estudio de la jerarquización social vertical


Como puede observarse, la estructura de la comparación es exactamente la
misma que para el resto de variables que ya he comentado anteriormente. Partiendo de
la comparación de determinados elementos de los contextos funerarios y la áreas
habitacionales –la base empírica–, el autor trata de obtener una serie de argumentos
sobre la centralización, la estratificación y la diferenciación del estatus que son
convertidas posteriormente en elementos comparables en los análisis intra-site e inter-
site. De este modo, y teniendo en cuenta el estado de las investigaciones, Chapman
compara, por ejemplo, el tamaño de los poblados como el Cerro de la Virgen, Los
Millares y El Malagón, estableciendo la variabilidad de esta característica a lo largo del

86
tiempo. Por otra parte, contrasta otro tipo de elementos como la producción cerealística,
en términos de volumen de producción almacenable, entre yacimientos ubicados en
tierras altas y bajas de El Argar. Por otra parte, desde el punto de vista de los estudios
inter-site, Chapman aboga por la elaboración de cálculos demográficos en función de la
superficie de los yacimientos desde el Neolítico a la Edad del Bronce, y comparar las
cifras, lo que permitirá realizar inferencias sobre una posible centralización política
(Chapman, 1991, 242) y, por lo tanto, sobre la evolución del proceso de jerarquización
social de estas sociedades. El resultado de este análisis es la confirmación de que existió
un incremento de la centralización política entre el III y el II milenios a.C., evidenciado
en un aumento paulatino del tamaño de los yacimientos en términos relativos y un
incremento en la heterogeneidad de los tamaños conforme se avanza en el tiempo
(Chapman, 1991, 243).
Este mismo estudio se realiza en los contextos funerarios, donde el énfasis recae
en la variabilidad de los enterramientos. En este sentido, merece la pena analizar la
siguiente afirmación:
“A través del análisis de la variación y covariación de las características biológicas,
la preparación y el tratamiento del cadáver, la naturaleza del contendor donde se
deposita, los ajuares, etc., puede inferirse la estructura de las prácticas funerarias”
(Chapman, 1991, 244).
Es decir, la propuesta de Chapman es la realización de un estudio multivariable
y comparativo para el estudio de la jerarquización social. El “análisis de la variación”
sólo se concibe y tiene razón de ser si se cotejan precisamente las diferencias y
semejanzas que se contrastan en el registro arqueológico, luego la metodología de
estudio de la Arqueología de la Muerte es esencialmente comparativa. En este sentido,
la propuesta de Chapman se inspira en la propuesta de Goldstein de realizar enfoques
multidimensionales (Goldstein, 1981) aunque el propio autor reconoce dicha
imposibilidad dada la escasez de datos disponibles para ello en el registro del sureste
peninsular.
Chapman ya se había interesado con anterioridad en los estudios sobre
Arqueología de la Muerte, especialmente en las prácticas funerarias calcolíticas
(Chapman, 1977, 1981a, 1981b, 1987b), pero en la obra que nos ocupa establece un
estado actualizado de la cuestión y, mediante una metodología comparativa en la que
incluye variables como el tamaño, la distribución en el medio físico, el número de
cuerpos enterrados, los tipos de tumba, trata de encontrar las semejanzas, pero también

87
las divergencias regionales (Chapman, 1991, 245). Previamente, es necesario analizar la
escala local de los cambios basándose en la comparación de todas estas variables en un
solo yacimiento, como es el caso de Los Millares, donde existen diferentes tipos de
enterramiento, lo que apoya la hipótesis de la existencia de algún tipo de organización
social (Chapman, 1977, 28), en contra, en un principio, de la teoría de Almagro y
Arribas que defendían la presencia de una sociedad igualitaria en el yacimiento
almeriense (Almagro & Arribas, 1963, 45-46). Como destaca Martínez Navarrete (1989,
366, n. 80), la interpretación de los autores españoles es confusa porque si bien asumen
en un primer momento la ausencia de una jerarquización social, después sugieren la
existencia de algún tipo de aristocracia.
Para llegar a esta conclusión no sólo basta con comparar la variedad tipológica
de los enterramientos, sino que es preciso prestar atención a la diacronía de las tumbas y
ajuares (Chapman, 1991, 249). De este modo, a través de los porcentajes diferenciales
de tipos de tumbas y ajuares en cada período de ocupación del yacimiento, se obtiene
que la mayor diferencia en la organización del espacio tuvo lugar precisamente en la
última fase de uso de la necrópolis. Esta conclusión no hubiera sido posible sin
convertir todas estas variables en elementos cuantificables y comparables (Chapman,
1991, 151). Del mismo modo, el autor ha tenido en cuenta en su estudio factores como
el aprovechamiento parcial o total del espacio disponible, el diámetro de las cámaras
funerarias, el número de enterramientos por cámara y tumba y la presencia de materias
primas foráneas en los ajuares para cuantificar la energía empleada en cada caso y así
extraer información que permita medir la jerarquización social (Chapman, 1991, 257-
259).
Sin embargo, y como comenté en el apartado anterior, los estudios comparativos
procesuales no abandonan ni reniegan totalmente de la búsqueda de paralelismos
formales. Ésta es otra fuente válida de información en tanto que amplía la base empírica
de los modelos teóricos. De hecho, muchas de las premisas de la arqueología tradicional
también se encuentran en la Nueva Arqueología. Así, la cerámica ricamente decorada se
asume como símbolo de prestigio y como tal es incluida en los estudios sobre la
jerarquización y la complejidad social. Obviamente el enfoque es distinto, puesto que,
en el caso que aquí interesa, Chapman la introduce dentro de los cálculos estadísticos.
Por lo tanto, el autor va enumerando el número de tumbas con ajuares de prestigio y la
frecuencia de las apariciones, tanto en los contextos domésticos como en los funerarios
(Chapman, 1991, 262-264) e interpreta los datos numéricos:

88
“…es evidente que existen diferencias en la frecuencia y distribución de objetos de
prestigio entre los contextos domésticos y funerario, así como entre las diferentes
tumbas de la necrópolis de Los Millares. La deposición de símbolos de prestigio y
autoridad se reservaba al mundo de los muertos y preferentemente a ciertos grupos
de prestigio” (Chapman, 1991, 265).
Del mismo modo que para Los Millares, Chapman trata de medir la
jerarquización social a través del registro funerario en El Argar, poniendo su énfasis en
aspectos como la normalización de las deposiciones, la comparación de unos modelos
de enterramientos individuales frente a los colectivos de la etapa anterior, el sexo y la
edad por asociaciones con determinados ajuares, la presencia de objetos de prestigio y la
distribución de éstos en las tumbas (Chapman, 1991, 268-281).
Llegados a este punto, es importante preguntarse si realmente es posible “medir”
la diferenciación social y hasta qué punto es relevante. En primer lugar, considero que la
metodología estadística permite una objetivación de determinadas realidades no
tangibles que, de este modo, son comparables. El hecho de que un concepto sea
convertido en un elemento de cotejo permite obtener mucha información que queda
oculta en la literatura científica. En segundo lugar, considero que el método estadístico,
permite una jerarquización de todos los componentes que componen el estudio y, con
ello, una ordenación de los mismos de cara a la interpretación final. Sin embargo, ello
no quiere decir que la estadística sea una vía plenamente objetiva. Como ya he dicho en
otras ocasiones, cualquier metodología pasa por una selección de datos que van a
mediatizar en parte cualquier interpretación.
Por otra parte, el uso de la estadística y la comparación cuantitativa ha permitido
comprobar por otros caminos algunas hipótesis ya planteadas por la Historia Cultural.
Pero las semejanzas no acaban ahí. Al igual que Almagro y Arribas habían buscado en
el Mediterráneo Oriental todos los paralelos formales y estilísticos posibles para
demostrar su interpretación difusionista, Chapman comparará todos estos aspectos que
he ido desarrollando aquí en otras áreas fuera de su área de estudio.

4.3.3. LA COMPARACIÓN EXTRARREGIONAL: PORTUGAL, LA MANCHA Y LAS


ISLAS DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL.

Como puede adivinarse del epígrafe de esta sección, el estudio comparativo de


Chapman no se reduce exclusivamente al sureste peninsular. Chapman va a comparar
todas las conclusiones sobre la interacción, complejidad y jerarquización social de las

89
sociedades prehistóricas analizadas con las variables homólogas de otras zonas como
Portugal, La Mancha y las islas del Mediterráneo Occidental. Puesto que la metodología
es exactamente la misma que la que he ido comentando en el apartado anterior, no voy a
incidir más sobre estos aspectos, sino que me voy a limitar a exponer brevemente cuáles
han sido los resultados de esa comparación.
En primer lugar, la comparación con Portugal permite establecer pocas
conclusiones definitorias, ya que existen grandes vacíos en la investigación y en, gran
parte, se depende de los estudios tipológicos para establecer paralelos. Pese a todo, el
uso de una comparación multivariante, con estudios extra-site e inter-site permite a
Chapman detectar algunas tendencias generales en la Prehistoria Reciente portuguesa,
las cuales difieren en parte de las mencionadas para el sureste peninsular. Así, por
ejemplo, a partir del II milenio no hay una tendencia a los enterramientos individuales
como sucede en España, y se abandonan los poblados fortificados en algunas áreas
como el estuario del Tajo (Chapman, 1991, 320).
Por lo que respecta a La Mancha, los estudios sobre la Edad del Bronce son muy
escasos, si se exceptúan los trabajos realizados en la Motilla del Azuer. El caso de La
Mancha es especialmente interesante para el arqueólogo inglés, ya que le permite
comparar cómo estas sociedades se estructuran en torno al control del agua que,
recordemos, es el elemento que Chapman usa para explicar la causa de la intensificación
de la producción. Basándose en el mismo esquema estructural y conceptual, considera la
existencia de una cierta jerarquización del espacio a través de los distintos tamaños de
los yacimientos, así como un proceso de intensificación comparable al del mundo
argárico (Chapman, 1991, 329).
La comparación entre distintas culturas contemporáneas, como puede ser El
Argar, el Bronce de La Mancha y Cogotas I permite, por otra parte, inferir la existencia
de contactos a través de la distribución de los materiales característicos de cada una de
ellas. En este sentido, Chapman considera que el sureste peninsular nunca estuvo
integrado en redes comerciales a larga distancia, a juzgar por la escasa presencia de
materiales exógenos procedentes de culturas como las que acabo de mencionar
(Chapman, 1991, 337). “Al contrario que el Calcolítico, la ausencia de relaciones de
intercambio generalizadas indica que el sistema de información entre las comunidades
estaba mediatizado y sesgado por los intereses de clase. Tan sólo las elites estaban
interconectadas…” (Castro, et. al, 2001, 207-208).

90
En un trabajo reciente, Chapman ampliaba el estudio comparativo que se está
analizando aquí, introduciendo otras áreas de estudio cono el centro de Andalucía o el
área valenciana y actualizando los datos con las nuevas aportaciones de las
excavaciones más recientes (Chapman, 2008). Por ejemplo, con respecto a la región
valenciana, compara variables como la normalización y la calidad de la cerámica de la
Edad del Bronce de dicha zona y de El Argar, dos zonas a las que atribuye distinta
consideración cultural a juzgar por la “clara ruptura en el registro de material entre el
grupo de argárico y la edad del bronce valenciano en el límite norte del Valle del
Segura” (Chapman, 2008, 219), del mismo modo, se observa una clara disminución de
objetos metálicos en sentido sur-norte, lo que indica una escasa explotación del cobre en
la región de Castellón mientras que en el valle de Vinalopó se pudo producir un
intercambio con el grupo argárico, aunque es una teoría que todavía debe ser evaluada
(Chapman, 2008, 221).
El objetivo de todo ello no es sólo realizar un estudio comparativo que permita
sacar a la luz información que había quedado soslayada de alguna manera o actualizar
los conocimientos sobre un tema de estudio concreto, sino que con los análisis
comparativos, Chapman pretende elevar la voz sobre determinados problemas en la
investigación española que pueden llevar consigo una mala interpretación del registro
arqueológico y, por ende, una reconstrucción errónea de los procesos de cambio
cultural. Sin embargo, precisamente por enfrentarse a este tipo de estudios, el autor ha
aportado un nuevo valor a la comparación: la cualidad de ser un índice que avisa a los
arqueólogos de las lagunas científicas existentes o de la calidad de las publicaciones:
“The details presented for each region and period show how much our knowledge of
the archaeological record of southern Spain has changed during the last four decades.
In trying to make sense of these changes, we have to allow for the variable quality of
the data. For example, a major problem in the Southern Meseta is how we account
for the paucity of evidence for third millennium BC occupation in La Mancha and
for the early second millennium BC in Cáceres and Badajoz: is this low visibility an
artefact of the ways in which we are studying the archaeological record, or does it
reflect real differences in settlement numbers and densities? Comparison of
sequences from the late third to the midsecond millennium BC is also made
problematic by differences in the measurement of time between southeast Spain,
Valencia and La Mancha. Wherever possible I have tried to highlight such
differences in the quality of data between the regions, or at least give sufficient

91
information for the reader to think about the significance of such problems”
(Chapman, 2008, 246).
Finalmente, por lo que atañe a la comparación del Sureste peninsular con otras
sociedades extrapeninsulares, como las constructoras de las ensuties francesas, de la
arquitectura funeraria balear (Grant & Chapman, 1989) o los nurages sicilianos
(Chapman, 1991, 340-347) y pese a los problemas que ofrece el escaso estudio del
registro arqueológico, el autor descarta la existencia de una sociedad con el nivel del
complejidad visto para el sureste español antes del primer milenio a.C. Además, se
descarta cualquier contacto cultural, entre otros motivos, por los riesgos que entraña un
viaje procedente desde cualquier de estas zonas hasta las tierras almerienses, un lugar
que, dada su ubicación periférica, no pudo experimentar procesos de interacción
(Chapman, 1991, 349).
En conclusión, todo el estudio regional que he analizado en estas páginas cobra
valor no sólo por haber empleado una metodología comparativa con una gran cantidad
de variables, sino porque, las conclusiones son posteriormente confrontadas con
culturas que trascienden el ámbito geográfico. Esto permite al lector conocer de primera
mano cuál es el alcance de las interpretaciones y, sobre todo, valorar los distintos ritmos
de las transformaciones culturales.

4.4. RECAPITULACIONES

Para concluir con este capítulo merece la pena destacar algunas ideas
fundamentales sobre la comparación dentro de los enfoques de la Nueva Arqueología y
detenerse en algunas cuestiones que, al hilo de todo lo anteriormente expuesto,
completan este análisis.
En primer lugar, el estudio de Chapman es un análisis en el que se han empleado
una gran cantidad de variantes. Por un lado, ello mejora la calidad científica de la
metodología comparativa porque minimiza el margen de error y, por el otro, permite al
autor demostrar su gran conocimiento sobre su materia de estudio.
En segundo lugar, un estudio comparativo tan completo como el aquí analizado
sólo ha sido posible gracias a los datos procedentes de los nuevos hallazgos
documentados en las prospecciones y excavaciones en el sureste peninsular en la década
de los setenta y ochenta. Antes de estas fechas, por este motivo, un trabajo como el de
Chapman hubiera sido impensable, ya que los datos publicados no eran tan abundantes.

92
Pero, del mismo modo, puede completarse en el futuro y enriquecer las comparaciones
con más información.
El trabajo de Robert Chapman implicó indudablemente una gran recogida de
datos de la bibliografía, la cual había proliferado enormemente en las últimas décadas
gracias a las nuevas excavaciones en yacimientos como Los Castillejos, El Malagón,
Cerro de la Encina, Los Millares, Almizaraque, Fuente Álamo y Gatas. Pero dicha
bibliografía consiste, en muchas ocasiones, en informes provisionales de las
excavaciones, dejando los datos socioeconómicos y ecológicos para otras publicaciones
(Chapman, 2008, 198) que en la mayor parte de los casos nunca se han producido.
En segundo lugar, el tipo de semántica empleada, la estructura de la obra, y los
objetivos de la misma, entre otros factores, denotan la adscripción del autor al
Procesualismo. No sólo busca “tendencias generales”, sino que siempre procura hacer
hincapié en la necesidad de trabajar con “datos empíricos” que permitan enriquecer los
estudios probabilísticos. Chapman aporta muchos datos de toda naturaleza, pero destaca
sobre todo la preocupación por las cronologías absolutas y aquellos procedentes de
analíticas encaminadas a la reconstrucción paisajística y climática. El vocabulario, por
lo tanto, es menos descriptivo que el empleado por Almagro y Arribas.
Por otra parte, se establece una comparación que va de lo más particular a lo más
general. Precisamente, cada variable que se presenta aporta una serie de conclusiones
generales sobre el cambio cultural y la adaptación de las sociedades prehistóricas que
serán automáticamente comparadas con la variable siguiente. El resultado es un cruce
de comparaciones que tienen como objetivo conocer la adaptación de las sociedades
complejas al medio.
Llegados a este punto, creo que es necesario detenerse en la importancia que
tiene elaborar trabajos críticos para que la comparación sea científicamente válida. En
todo momento, el autor establece los problemas existentes en la recuperación de restos
en excavaciones antiguas, los problemas de contextos arqueológicamente indefinidos y
las posibles causas de determinadas ausencias. Por poner algunos ejemplos, cuando
habla de la distribución geográfica de los yacimientos y menciona la ausencia de
asentamientos al aire libre, indica la posible destrucción de los mismos durante el
período andalusí (Chapman, 1991, 163). En el caso de las muestras botánicas, afirma
que las distorsiones del registro arqueológico pueden ser debidas a que en ningún
yacimiento de los citados en el texto se ha empleado la técnica de la flotación
(Chapman, 1991, 165). Son sólo dos muestras de que existen muchas causas que sesgan

93
nuestras interpretaciones y que es preciso reconocerlas. Por otro lado, el éxito de la
comparación siempre estará ligado a las técnicas de excavación desarrolladas y a la
publicación de trabajos críticos y completos.
En otro orden de cosas, la comparación es una metodología totalmente
consciente y aplicada porque se conocen sus ventajas y sus limitaciones, pero también
porque es la mejor opción para demostrar las hipótesis de trabajo previamente
planteadas. De este modo, a través de la comparación, Robert Chapman consigue
teorizar acerca de la adaptación como una de las claves más importantes del cambio
cultural. Esta postura contrastó enormemente con los enfoques propuestos por otros
autores como Antonio Gilman y Thornes (1985) o Vicente Lull (1983).
Para concluir con este capítulo, sólo resta decir que este tipo de estudios
comparativos van a estar presentes en Arqueología hasta nuestros días. Como veremos
en el siguiente apartado, la llegada de las corrientes post-procesuales va a aportar
nuevos modelos teóricos y enfoques diferentes pero, la metodología comparativa será,
en esencia, la misma.

94
5. LA COMPARACIÓN EN EL POST-PROCESUALISMO

En este capítulo voy a desarrollar cómo se articula la comparación dentro de la


corriente post-procesual. Para ello, primeramente expondré cuáles son los contenidos
teóricos de esta tendencia historiográfica, a continuación explicaré las características de
la metodología comparativa y, finalmente, plantearé un caso de estudio. El ejemplo
elegido en esta ocasión es la obra de Katina Lillios sobre las placas neolíticas y
calcolíticas típicas del suroeste peninsular. El objetivo que quiero conseguir con ello es
demostrar cómo la comparación es, en mayor o menor medida, una metodología
empleada para interpretar el registro arqueológico, aunque en este caso sea un
mecanismo negado por los propios principios teóricos post-procesuales.

5.1. EL GIRO POST-PROCESUAL: HACIA UNA NUEVA NARRATIVA.

El Post-procesualismo surgió en el seno de la Nueva Arqueología como una


crítica a determinados planteamientos procesuales. Como ha afirmado C. Gamble, el
Post-procesualismo “no tiene la consistencia de un credo estricto ni posee un mesías
intelectual” pero “tiene cuatro apóstoles británicos: Ian Hodder, Christopher Tilley,
Michael Shanks y Julian Thomas” (Gamble, 2008, 48).
Por lo que respecta al “credo” post-procesual, se puede afirmar que el
Postprocesualismo vino a poner en cuestión algunos principios teóricos de la Nueva
Arqueología, pero sin proponer un programa científico y metodológico cerrado y
homogéneo. El propio Ian Hodder reconoce que “postprocessual archaeology was much
less unified tan processual archaeology”. Sin embargo, “the embrace of theoretical and
methodological diversity by many archaeologists is parallel to a wider introduction of
multivocality and pluralism in the area of heritage” (Hodder, 1999, 6).
En este sentido, algunos autores como Thomas Patterson (1989) consideran que
no existe una única arqueología post-procesual, sino varias, que se encuentran
relacionadas en sus conceptos más básicos. Este autor distingue concretamente entre
tres corrientes. La primera de ellas considera el registro arqueológico como un texto que
el arqueólogo debe descifrar. Esta rama post-procesual se inspira en la producción
científica de Roland Barthes, Pierre Boudieu o Clifford Geertz, entre otros. En segundo

95
lugar, una corriente heredera de la filosofía de Michael Foucault cuyo interés es la
búsqueda de relaciones de poder, por lo que se centrará en el estudio de la cultura
material de sociedades capitalistas. En último lugar, destaca una arqueología vinculada
a los textos de Habermas y Althousser que coloca a esta disciplina en el presente, al
igual que la ideología (Patterson, 1989, 4).
Sin embargo, entre todos estos enfoques se distinguen algunas pautas generales.
Así, el Post-procesualismo aboga por una vinculación entre la Arqueología y la
Historia, prescindiendo de la teoría evolucionista que hacía depender cada período de
las fases inmediatamente anteriores y considerando “las intenciones y pensamientos de
los actores subjetivos” (Hodder, 1988, 98-99). Por este motivo es tan importante para el
arqueólogo interpretar el contexto arqueológico, ya que los objetos pueden significar
cosas diferentes en función del mismo. En este sentido, Hodder se pregunta hasta qué
punto es lícito establecer generalizaciones acerca de las ideas de las personas. Si se
asume que el significado depende enteramente del contexto, en principio dichas
generalizaciones carecen de valor (Hodder, 1988, 17-19).
En cuanto a la definición del cambio cultural, en términos generales los
postprocesuales consideran que el individuo tiene un papel destacado como factor de
cambio, otorgándole, de este modo, un papel activo y protagonista en las
transformaciones culturales. Como afirma I. Hodder:
“El primer elemento que hallamos, pues, en la fase postprocesual, es la
inclusión, con el título de «proceso» de una correcta consideración de cómo
actúan los individuos en la sociedad (…). Los arqueólogos tienden, por lo
general, a forzar sus materiales para que puedan encajar con los estilos, culturas,
sistemas y estructuras, y prefieren ignorar el problema «accidental» de la
variabilidad cultural” (Hodder, 1988, 178).
En muchos casos, el estudio del individuo como agente activo de las
transformaciones culturales pasa por el estudio de sociedades premodernas actuales y el
establecimiento de analogías. Ello permite, o bien ampliar los marcos de referencias
interpretativos propuestos hasta el momento o, en los casos más radicales, realizar
analogías y trasposiciones directas de los modos de vida de estos grupos al registro
arqueológico. En cualquier caso, los trabajos etnoarqueológicos, como el realizado por
Hodder en Baringo, acabó por determinar el significado propio de la cultura material, la
revalorización del individuo como parte integrante de las teorías sobre el cambio
cultural y social y los vínculos de la Arqueología y la Historia (Hodder, 1982). Es

96
precisamente este enfoque lo que ha generado un mayor debate en el seno de la
disciplina. Lo que para unos ha supuesto abrir las puertas a la subjetividad (Gamble,
2008, 48), para los arqueólogos post-procesuales ha implicado abrir las puertas a una
gran diversidad de opciones (Hodder, 1999, 7).
Otra de las características propias de las arqueologías post-procesuales es la
aplicación de los principios de la hermenéutica a la Arqueología. Es decir, el registro
arqueológico es interpretado como si se tratase de un documento escrito. Este enfoque
ha sido especialmente desarrollado por autores como Shanks y Tilley (1992) que
plantean la necesidad de una arqueología que evite suplantar la voz del “Ellos” con los
argumentos del “Nosotros”. De esta forma se ponía en entredicho las interpretaciones de
los arqueólogos como autoridades en la materia (Gamble, 2008, 48).
Por otra parte, para la corriente post-procesual, la Arqueología es algo más que
una ciencia que estudia los modos de vida de las sociedades del pasado, sino que es una
disciplina que tiene una función social en el presente. La cultura material tiene un papel
innegable en la formación de identidades de grupo e individuales, por lo que la
Arqueología debe trascender de los medios meramente académicos (Hodder, 1999:6).
Esta es precisamente la definición del concepto de “multivocalidad”, que implica una
colaboración con “el Otro”, dándole voz propia dentro de la disciplina (Hodder, 2003).
Este argumento cobra un mayor valor si se tiene presente que para los post-procesuales
el pasado no es accesible de un modo objetivo y en su totalidad, sino que las
interpretaciones del mismo se encuentran mediatizadas por la situación del investigador
en el presente.
Finalmente, por lo que se refiere a la consideración de la cultura material, los
post-procesuales como Hodder no rechazan en ningún momento sus limitaciones y
proponen incorporar valores y simbolismo (Hodder, 1992, 85), en tanto que la cultura
material tiene un significado propio. En este sentido, serán los contextos funerarios los
que mejor informen al arqueólogo sobre este tipo de cuestiones, buscando siempre la
explicación de los procesos de cambio cultural desde la perspectiva de un individuo
activo.

5.1.1. LA ARQUEOLOGÍA DE LA MUERTE POST-PROCESUAL

La Arqueología de la Muerte se había convertido en una “subdisciplina” tras la


generación teórica y metodológica de la Nueva Arqueología. Como expliqué en el

97
capítulo anterior, los arqueólogos procesuales encontraban en los contextos funerarios
un modo de acercarse al estudio de la organización social de los grupos prehistóricos.
En cambio, los post-procesuales van a encontrar en los enterramientos y sepulturas, la
posibilidad de acercarse directamente a los sistemas de creencias, así como al individuo
y a la cultura material elaborada por éste.
Los distintos enfoques post-procesuales, van a establecer toda una serie de
críticas a las interpretaciones realizadas en lo contextos funerarios por la Nueva
Arqueología. En este sentido, Juan Vicent García ha identificado dos aproximaciones
diferentes dentro de esta rama de la arqueología. La primera de ellas se centra
fundamentalmente en el concepto de “ideología” desde planteamientos marxistas y, la
segunda se centrará en toda una serie de analogías lingüísticas para explicar el
simbolismo de la cultura material (Vicent, 1995, 24). Sea como fuere, ambos enfoques
tienen como objetivo la explicación del comportamiento funerario, pero trascendiendo
de las tumbas en sí mismas y centrándose en el estudio de la representación del orden
social en el pensamiento que articula culturalmente a los grupos (Vicent, 1995, 25).
En definitiva, la comparación entre distintos aspectos de la cultura material
hallada en los enterramientos servirá al arqueólogo post-procesual para acercarse al
estudio del individuo como creador de dicha cultura material y, con ello, analizar la
variabilidad que éste genera con sus actos.
oOo
En conclusión, el Post-procesualismo es una corriente caracterizada por una gran
diversidad de enfoques teóricos y planteamientos que encuentran en la subjetividad una
vía para ampliar los marcos de referencia interpretativos y para aproximarse al
individuo como agente activo. Aunque en principio este enfoque sería contrario a
cualquier metodología comparativa, a lo largo de los siguientes apartados trataré de
demostrar que la comparación forma parte innegable de cualquier interpretación del
registro arqueológico.

5.2. LA COMPARACIÓN EN EL POST-PROCESUALISMO

La Arqueología Post-procesual, desde cualquiera de sus enfoques, emplea una


metodología comparativa que le permite obtener información sobre el individuo y la
sociedad en la que éste se desarrolla. Para demostrar esta hipótesis de trabajo, en este

98
capítulo me centraré en analizar cómo resulta inevitable establecer paralelismos o
someter a cotejo dos realidades para indagar sobre los modos de vida de las sociedades
del pasado. Primeramente, describiré cuál es la estructura externa que caracteriza a la
comparación post-procesual y las premisas teóricas sobre las que se asienta y
finalmente, analizaré como caso de estudio la obra de Katina Lillios titulada Heraldry
for the Dead. Memory, identity, and the engraved stone plaques of Neolithic Iberia,
publicada en 2008.

5.2.1. ESTRUCTURA DE LA COMPARACIÓN

La estructura externa que articula la comparación post-procesual no difiere


demasiado de lo expliqué en el capítulo anterior con respecto a la Nueva Arqueología.
Como ya he dicho, aunque con esta nueva tendencia se han abierto las puertas a
diferentes interpretaciones y narrativas, no es menos cierto que la metodología de
trabajo es, en esencia, la misma.
En este sentido, la corriente post-procesual va a poner su énfasis en otro tipo de
aspectos y tratará de adecuar las investigaciones para indagar sobre la esfera de lo
individual, pero continuará apoyándose en la base empírica, ya sea el registro
arqueológico o los estudios de sociedades vivas premodernas, para cuantificar variables
y datos. Es precisamente por esta búsqueda de lo individual por lo que, en principio, la
comparación carece de validez. Así, el Post-procesualismo es heredero de la filosofía de
Franz Boas (1990, 17), quien fijó su atención en la gran variedad y diversidad cultural
que se puede encontrar en todo el planeta. Esta gran diversidad hace que comparar
realidades tan distintas carezca de interés interpretativo.
Del mismo modo que la Nueva Arqueología, el Post-procesualismo utiliza toda
esta información cuantitativa para jerarquizar y organizar conceptos y, por lo tanto,
extraer de ellos información sobre la economía, la sociedad y las creencias religiosas de
las sociedades del pasado, aunque no es menos cierto que lo hacen de un modo mucho
más minoritario que los procesuales. La única gran diferencia es que, mientras las
corrientes procesuales elaboran modelos generales que explican las trayectorias
generales de las transformaciones culturales, los post-procesuales van a tratar de ofrecer
interpretaciones en las que el individuo tenga la clave, en cierto modo, de algunos
cambios culturales.

99
Sin embargo, es indudable que existen algunas diferencias con respecto a la
Nueva Arqueología. Así, el Procesualismo emplea un procedimiento comparativo en el
que jerarquiza las variables comparables en un proceso que irá repitiendo siempre para
ir extrayendo información que va desde lo más particular a lo más general. Cada vez
que se hace una comparación se toman como variables a comparar las conclusiones del
nivel inmediatamente inferior para inferir datos sobre un nivel más general de la escala
de análisis, y así sucesivamente. En cambio, los arqueólogos post-procesuales,
siguiendo también una ordenación jerárquica de las variables, lo que hacen es repetir el
proceso pero no de un modo piramidal, sino radial. Es decir, de cada comparación se va
a extraer algún tipo de información sobre el individuo, y este procedimiento será
repetido desde la base las veces necesarias, sin necesidad de vincular cada nivel de
comparación con el anterior y llegando siempre al punto central de sus estudios: el
individuo. Una vez que se ha llegado al nivel básico de la interpretación, estas
conclusiones, bajo presupuestos post-procesuales, no son comparadas para obtener otro
tipo de información porque ya se ha llegado al objetivo de la investigación. Para
comprender mejor estos mecanismos, se puede comparar la Fig. 7 relativa a la
estructura de la comparación en la Nueva Arqueología con la Fig. 11.

100
Fig. 11. Procedimiento comparativo en la Arqueología Post-Procesual
En el capítulo anterior califiqué la comparación procesual de multivariable. En
cierto modo, la comparación aplicada por la escuela post-procesual bebe de estos
mismos principios, ya que emplea un número elevado de variables cuantificables que le
sirven para interpretar el registro mediante la comparación, aunque es cierto que pocas
veces son cuantificadas. En cualquier caso, el pilar fundamental sobre el que se
sustentan las premisas teóricas de la comparación post-procesual lo va a constituir la
base empírica.

5.2.2. PREMISAS TEÓRICAS DE LA COMPARACIÓN POST-PROCESUAL Y


VARIABLES COMPARABLES.

Como ya expliqué en su momento, la arqueología tradicional asumía que la


presencia de una similitud formal era indicativa de algún tipo de contacto cultural, ya
implique la difusión de ideas o innovaciones o el traslado físico de personas. En
cambio, el Post-procesualismo aboga por la búsqueda de paralelos dentro del mismo

101
contexto cultural, con el objetivo de reconstruir procesos locales, pero también para
explicar la relación del ser humano como individuo y agente responsable del cambio
cultural y la sociedad en la que se desarrolla. Con el mismo objetivo se estudian las
variabilidades y las diferencias. Con respecto al Procesualismo, las similitudes servían,
en cambio, para establecer pautas y tendencias generales que expliquen el
comportamiento del ser humano. Es decir, mediante una metodología comparativa con
una estructura externa idéntica, se llegan a interpretaciones diametralmente opuestas.
De este modo, las corrientes post-procesuales van a ver en los paralelismos
estilísticos y en las similitudes formales un modo de encontrar cuáles son las
particularidades culturales de cada región, de cada grupo o, incluso, de cada yacimiento,
aproximándose así al estudio del individuo. Es decir, a la cultura material se le otorga
una gran relevancia en tanto que son los vestigios dejados por los individuos de
sociedades prehistóricas: “Material culture helps us to understand the social and cultural
behavior of ancient populations, but the social landscape of an ancient group of people
constrains, strapes, and ultimately gives meaning to that material culture” (Lillios, 2008,
7).
Puesto que la cultura material tiene un significado por sí mismo, no es
casualidad que muchos post-procesuales concedan un gran protagonismo la base
empírica como articuladora de todas las interpretaciones. De hecho, la comparación se
encuentra presente en los aspectos más básicos de la disciplina, como la elaboración de
estudios tipológicos que tienen como objetivo no tanto conocer las relaciones culturales
y genéticas de las distintas culturas como tratar de discernir cuáles han sido las
decisiones de los individuos y artesanos que han permitido la variabilidad
morfoestilística.
Con este mismo objetivo, una variable muy importante en este tipo de estudios
es la que pone en relación la cultura material y su dispersión geográfica. En este sentido,
los arqueólogos post-procesuales comparan las distintas frecuencias de aparición para
analizar la variabilidad cultural.
Por lo que atañe a la arqueología experimental, ésta es importante para un
estudio comparativo planteado desde estos enfoques teóricos, ya que permite
individualizar formas de producción y cadenas operativas. Es más, las reproducciones
de objetos arqueológicos permiten comparar otro tipo de variables como tiempo de
elaboración, modos de producción y, de este modo, establecer grupos tipológicos.

102
Junto con la Arqueología experimental, el otro gran pilar esencial es la
Etnografía como fuente muy valiosa de información sobre el individuo y sus actos. De
este modo, el tan debatido tema de la validez de las analogías etnográficas no es sino la
fórmula más extrema de plantear una comparación diacrónica entre dos realidades
culturales. En mi opinión, la Etnología y sus ciencias afines, como la Etnoarqueología,
han enriquecido enormemente las interpretaciones arqueológicas, pero pienso que es
preciso ser cautos. No hay que olvidar que las sociedades vivas premodernas son
estadios maduros de su propia evolución, una evolución que puede no parecerse a la de
las sociedades prehistóricas. Por otra parte, los grupos actuales viven en un mundo
globalizado (Hernando, 2005) en el que llegan influencias culturales de todo tipo que
desvirtúan la esencia cultural de estas sociedades.
Por otro lado, trabajar con todos estos datos procedentes de estudios etnográficos
de otros investigadores implica, igual que he comentado para el resto de tendencias
historiográficas, depositar una gran confianza en la veracidad de los datos publicados.
En el momento en el que éstos son considerados objetivos, se elimina cualquier
impedimento para emplear esta información en los análisis comparativos propios.
En otro orden de cosas, la comparación se refuerza también con todo el aparato
gráfico. De este modo, los mapas, las fotografías y los dibujos acompañan al argumento
y permiten al lector que compruebe la información ofrecida en el texto. Esto también
sucedía en el caso de la obra de Almagro y Arribas sobre Los Millares.
En definitiva, y a la luz de todo lo anteriormente expuesto, parece evidente que,
la comparación forma parte innegable de la metodología post-procesual. Sin embargo,
para ratificar esta hipótesis a continuación voy a analizar un caso de estudio en el que se
ejemplifican todas estas cuestiones.

5.3. UN EJEMPLO DE COMPARACIÓN POST-PROCESUAL: EL ANÁLISIS DE


LAS PLACAS NEOLÍTCAS DECORADAS DEL SUROESTE PENINSULAR.

El análisis de la obra de Katina Lillios sobre las placas neolíticas grabadas del
Suroeste peninsular me permitirá demostrar cómo la comparación resulta una
metodología inevitable para cualquier estudio arqueológico. Como en los casos
anteriores, voy a analizar la estructura de la obra y las variables que forman parte del
proceso comparativo.

103
Las placas grabadas del suroeste peninsular son una serie de planchas,
generalmente de pizarra, en las que aparecen grabados toda una serie de diseños y
motivos, sobre todo geométricos. Aunque todas tienen una cierta homogeneidad, es
cierto que existe una gran variabilidad estilística, y probablemente también de
significado. Estas placas suelen documentarse en contextos funerarios, como
componentes del ajuar, y aparecen a la altura del pecho o a un lado del difunto. La
cronología de estos objetos se remonta a un Neolítico Final hasta la Edad del Cobre.

5.3.1. ESTRUCTURA DE LA OBRA

La estructura que presenta el estudio comparativo de Katina Lillios es tripartita.


Así, primeramente ofrece una tipología de las placas que forman parte de su
investigación. Inmediatamente, expone las pautas seguidas en el desarrollo de un
programa de arqueología experimental para la reproducción de dichas placas neolíticas
y, finalmente, ofrece la interpretación sobre su significado basándose en los resultados
de la experimentación, pero también en información de tipo etnográfico.
La comparación que establece Katina Lillios (Fig. 12), al contrario de que lo
expliqué sobre el estudio de Robert Chapman, va de lo general a lo particular. De este
modo, y aunque siguen el mismo itinerario en la comparación –base empírica,
cuantificación de variables e interpretación–, las variables empleadas por la autora
comienzan por el estudio de determinados procesos a nivel regional y acaba
descendiendo a una interpretación de las placas neolíticas incorporando al artesano, en
singular, como el motor de la variabilidad y la transformación cultural.
Por otra parte, resulta interesante reseñar que la obra de Katina Lillios se
caracteriza por ser un estudio crítico en el que se reconocen las limitaciones de las
hipótesis planteadas y se promueve la reflexividad. Es más, en la propia introducción
del libro, la autora explica cómo comenzó su interés por las placas neolíticas,
incorporándose a ella misma como un componente más del proceso de investigación.
Esta forma de entender la ciencia es propia de la arqueología post-procesual que, como
ya he dicho, encuentra en la subjetividad un gran valor interpretativo.

104
Fig. 12. Estructura de la comparación post-procesual.

Finalmente, para poder entender las aportaciones del método comparativo en las
interpretaciones finales del registro arqueológico, es necesario analizar el procedimiento
de dicha comparación y las variables que han intervenido. Para ello, en la siguiente
sección me centraré en el análisis de cada uno de estos componentes y sus
contribuciones en las conclusiones finales, relacionando todo ello con los conceptos
teóricos que definen la escuela post-procesual.

105
5.3.2. VARIABLES COMPARADAS Y RESULTADOS OBTENIDOS.

El primer elemento que inserta Katina Lillios en su estudio es el criterio de


similitud, a través del cual realiza una clasificación de las placas neolíticas. La tipología
que elabora Lillios, como todas las clasificaciones, se encuentra fundamentada en los
parecidos formales de cada una de las placas, aunque no es menos cierto que también
fue elaborada con otro tipo de criterios. En este sentido, merece la pena destacar las
siguientes palabras de la autora: “I then review the principal characteristics of the
plaques‟ formal and design features and outline their general similarities” (Lillios, 2008,
7)
Por un lado, en esta afirmación se encuentra la primera evidencia de que la
metodología de la Nueva Arqueología forma parte del enfoque de la autora, puesto que
se habla de “similitudes generales”. Y, por otra parte, resulta obvio decir que la
búsqueda de semejanzas pasa, necesariamente, por una comparación de rasgos, estilos y
formas.
Como decía, en la tipología de Katina Lillios se han empleado otro tipo de
criterios que van más allá de las similitudes y paralelismos formales. Lo que hace la
autora es relacionar cada uno de los tipos establecidos con el área de dispersión. De este
modo, compara y asocia un determinado modelo de placa con un contexto ecológico
concreto, así como con los recursos minerales disponibles en esa zona. Para ello va
presentando una serie de mapas en las que se combina la tipología de las placas con su
frecuencia de aparición en los distintos puntos donde se han documentado los hallazgos.
Ello le permite, por otra parte, ir introduciendo el tema de las áreas de
aprovisionamiento que desarrollaré posteriormente. Otra de las variables que inserta la
autora es la dispersión de las placas en los enterramientos. La comparación se añade,
entonces, para analizar la variabilidad en el número de placas por tumba, es decir, la
frecuencia de aparición. Ésta es el resultado, por tanto, de una comparación, pero
también puede convertirse en variable comparable a escalas geográficas más elevadas,
algo que no forma parte de la obra que aquí estoy tratando. No se puede perder de vista
que los arqueólogos post-procesuales no tienen tanto interés por los procesos
interregionales como la Nueva Arqueología.
Centrándome ya en la clasificación de las placas grabadas, es importante reseñar
que antes de presentar cuál es la tipología de estos objetos, Katina Lillios explica los

106
criterios y conceptos sobre los que se ha articulado su clasificación tipológica. Estos
criterios van desde la forma, tamaño, número de perforaciones, las caras que han sido
grabados, la estructura compositiva, la simetría y el diseño. Así, en cuanto a la forma,
las placas pueden ser rectangulares, trapezoidales o pueden adoptar una forma
intencional no geométrica, es decir, han sido compuestas formalmente. En cuanto a las
perforaciones, las placas también presentan una gran diversidad, ya que si bien es cierto
que la mayoría presenta uno o dos orificios, otras no tienen ninguno o tienen tres o
cuatro. Por lo que respecta a las caras grabadas de cada placa, también aquí existen
varias opciones, aunque lo más común es que la composición sólo se encuentre en uno
de los lados. A continuación, y atendiendo a la estructura de la composición, la autora
diferencia entre las placas bipartitas, es decir, aquellas que tienen el campo dividido en
dos zonas separadas por una banda horizontal o por un conjunto de bandas; las placas de
transición que no dividen el campo, pero reservan un área triangular sin decorar en la
que suele encontrarse la perforación; y, en último lugar, las placas unipartitas. Por otra
parte, las placas grabadas varían en cuanto al eje de simetría, organizándose ésta en
torno al eje vertical, al horizontal y al vertical o asimétricas. En cuanto al diseño, existe
un repertorio relativamente limitado de motivos, aunque la diversidad se advierte en el
modo en el que éstos son combinados. Todo ello permite a la arqueóloga realizar una
aproximación a la tipología en la que la definición de cada tipo se basa en la unificación
de dichos criterios de clasificación (Lillios, 2008, 38-42).
Dado el tema que aquí interesa, estos criterios de clasificación sólo pueden ser
aplicados a la elaboración de una tipología mediante un análisis comparativo que
busque la idiosincrasia propia de cada uno de los grupos y las semejanzas formales y
estilísticas. No es posible realizar una interpretación del registro arqueológico sin antes
establecer una ordenación del mismo. En este sentido, toda vez que se han establecido
los distintos tipos, se pueden aplicar comparaciones entre éstos o entre cada tipo y la
dispersión geográfica que ofrece. Todo ello aportará una información muy valiosa sobre
la organización socioeconómica de las sociedades neolíticas del suroeste peninsular,
pero también sobre el simbolismo. De hecho, Katina Lillios afirma con respecto a la
variabilidad de estilos que se documentan en las placas grabadas neolíticas que “this
style seems to reflect the particular tastes of individual engravers, workshops, or
regional traditions” (Lillios, 2008, 46). Esta conclusión preliminar no es posible si
previamente no se ha clasificado el material arqueológico en torno a unos criterios
tipológicos.

107
Teniendo en cuenta todo lo anterior, Lillios establece un total de ocho tipos de
placas: clásicas (Classics plaques), de transición (Transitions plaques), placas en forma
de azada (Hoe plaques), unipartitas (Unipartite plaques), con correa (Strappy plaques),
con forma de manta (Rug plaque) biomorfas simples (Biomorph Simple plaques) y
biomorfas con bigotes (Biomorph Whiskered plaques), aunque añade otros dos tipos
difícilmente clasificables como las placas con otras variantes estilísticas (Style Variants
plaques) y un último tipo de placas recicladas (Recycled plaques). Por cada uno de los
tipos, Katina Lillios presenta un mapa en la que representa la distribución geográfica,
así como la frecuencia de aparición en cada uno de los lugares. Del mismo modo, por
cada una de estos grupos de placas se ofrece información de tipo cuantitativo y
porcentual como el número total de placas sobre el total documentado o la frecuencia en
la que fueron grabados determinados motivos. Dicho en otras palabras, la autora
convierte todos estos datos en variables comparables, del mismo modo que hacía
Chapman en su estudio sobre las sociedades complejas del sureste peninsular. Sin
embargo, esta información no se pone en relación sincrónica o diacrónica con otras
entidades arqueológicas en tanto que el objetivo es llegar a la raíz misma de la
variabilidad estilística de las placas y el significado de cada uno de los grupos.
El siguiente paso en su estudio sobre las placas neolíticas es el desarrollo de un
programa de experimentación arqueológica con la colaboración de Alexander Woods
(Lillios & Woods, 2008) en el que se reprodujeron varias placas siguiendo todos los
pasos lógicos de la cadena operativa. El objetivo, de acuerdo a la corriente post-
procesual a la que se adscribe la autora, es conocer el significado que estas placas
grabadas tenían para los individuos, sin que ello minimice la importancia de estas placas
para la sociedad en general: “Rather, a specific combination of factors and needs –
whether they were demographic, economic, political, or ideological –came together to
cause certain groups to engage in the extraction, manufacture, and/or acquisition of
engraved plaques” (Lillios y Woods, 2008, 77).
La experimentación en arqueología es especialmente interesante para los
arqueólogos post-procesuales en tanto que permite conocer cómo el trabajo de distintos
individuos genera variaciones en la cultura material. Además, a través de rasgos
repetidos e idiosincráticos se puede detectar si determinados objetos fueron realizados
por una misma mano artesana (Thomas, McCall & Lillios, 2009). Para ello se impone la
necesidad de comparar motivos, rasgos y características hasta conseguir individualizar
cada uno de los estilos.

108
La reproducción de estas placas pasa por encontrar áreas de aprovisionamiento
de materias primas, en este caso, la pizarra, ya que la mayoría de los ejemplares se
encuentran elaborados sobre este tipo de soporte, siendo escasas las placas realizadas en
arenisca o esquisto. Y el primer paso es buscar si existe una correlación entre los
afloramientos de materias primas y la dispersión geográfica de las placas ya terminadas
(Lillios, 2008, 77). Este procedimiento implica comparar por un lado la información
geográfica disponible y, por el otro, la distribución del registro arqueológico y tratar de
discernir si existen o no coincidencias para determinar la interpretación más adecuada.
Con este análisis, la autora evidencia que no existe una correlación 1:1 entre los lugares
donde se encuentran los afloramientos de materias primas y los puntos donde se han
documentado las placas grabadas (Lillios & Woods, 2008, 77). En cualquier caso, hay
que tener en cuenta que, si bien es cierto que los grupos encargados de la extracción de
las materias primas tuvieron que desplazarse en mayor o menor medida, la pizarra, la
anfibolita y el granito son rocas presentes en el suroeste peninsular. En este sentido, los
autores del estudio llaman la atención sobre una fuente de afloramiento (Ossa Morena
Zone, OMZ) donde se dan las tres materias, algo que, como se verá posteriormente,
tiene una carga simbólica importante.
Por otra parte, tratan de trascender de estudio de aprovisionamiento de materias
primas y de unir conceptos tales como la construcción del paisaje y su simbolismo en
relación con sus usos económicos (Lillios & Woods, 2008, 81).
Puesto que el objetivo es conocer el proceso de elaboración de las placas
neolíticas en todos los aspectos posibles, Katina Lillios y Woods establecen del mismo
modo toda una serie de analogías etnográficas para tratar de estimar el número de
personas que podría integrar el grupo encargado de transportar la pizarra. En este punto
se introduce el problema sobre la validez de estas analogías. Aunque, como ya he dicho,
los presupuestos teóricos post-procesuales en principio niegan la comparación, no es
menos cierto que los estudios etnológicos y etnoarqueológicos suponen una
comparación diacrónica en su sentido más radical. Las analogías etnológicas son muy
recurrentes en los estudios de esta corriente historiográfica por ser una fuente de
información directa sobre el individuo, luego, si se acepta la analogía, se acepta también
una metodología de estudio comparativa.
En línea con lo anterior, Lillios, quizás por ser también una antropóloga, tiende a
recurrir a obras de etnógrafos para apoyar sus hipótesis de trabajo con ejemplos y casos
reales. Estas referencias se buscan no sólo en sociedades cuyo proceso evolutivo pueda

109
equipararse al de las sociedades neolíticas en términos tecnológicos, sino que también
hace menciones a sociedades muy distantes espacial, temporal y culturalmente, como la
sociedad actual. De hecho, menciona la importancia que tiene en nuestros días la
industria de la pizarra o las actividades extractivas: “We should bear in mind that
quarrying, shaping, and engraving were distant process which could place at different
periods, in different locations, by different people, and under different models of
production” (Lillios & Woods, 2008, 82).
Siguiendo con el proceso de experimentación arqueológica, toda vez que se
consiguió la materia prima, éste pasó por las siguientes fases: la creación de una forma
externa y silueta de la pieza, preparación de la superficie, grabado de los motivos,
elaboración de la perforación y, finalmente, su uso (Lillios & Woods, 2008, 84-103). La
fase de grabado, en concreto fue especialmente analizada, poniendo atención en todos
los aspectos relacionados con ella. Por ejemplo, se pudo cuantificar el tiempo tardado en
realizar un grabado de una placa. Sin embargo, no es posible decir el tiempo que
tardaron los artistas neolíticos en elaborar cada una de estas placas, aunque los autores
del estudio afirman que en términos generales, y dada la variedad de placas, no tardarían
más de un día en completar todo el proceso descrito.
Las interpretaciones e hipótesis más importantes sobre estas placas se han ido
derivando, en parte, de las conclusiones obtenidas del experimento. En primer lugar,
desde el punto de vista formal, las placas ofrecen elementos contradictorios. De este
modo, si bien existe una evidente estandarización formal que sugiere un cierto grado de
especialización, por otra parte las variaciones estilísticas parecen indicar la existencia de
un grupo de artesanos especialistas que trabajan de un modo independiente. En
cualquier caso, los autores otorgan un mayor protagonismo a la variabilidad que a los
elementos comunes, por lo que prefieren hablar de individuos o grupos que trabajaron
en lugares próximos. Del mismo modo, las semejanzas indican no sólo una proximidad
entre los especialistas, sino que muchas de las placas no fueron desplazadas a grandes
distancias desde el lugar en el que fueron realizadas, a juzgar por las similitudes
estilísticas (Lillios & Woods, 2008, 101).
Por otra parte, existe una clara dicotomía entre las placas elaboradas y aquellas
que apenas están trabajadas, todas ellas halladas en contextos funerarios, lo que lleva a
la conclusión de que las placas fueron expresamente realizadas para una persona en
concreto y para el momento de su muerte (Lillios & Woods, 2008, 103).

110
Igualmente el trabajo experimental aportó muchos datos tras el estudio de las
perforaciones, las cuales presentan en su mayoría evidentes signos de desgaste, tal vez
por haber estado colgadas de algún modo, como sucede, por ejemplo, con una placa
hallada en Rogil (Faro, Portugal). Esto contrasta con aquellas placas que fueron
directamente depositadas, casi sin usar, en las tumbas neolíticas, cuyas perforaciones
pueden explicarse recurriendo a algún tipo de simbolismo (Lillios, 2008, 103).
Nuevamente, a través de una metodología comparativa, la autora ha podido sugerir que
existe una variedad de contextos en los que las placas grabadas han tenido un rol
destacado.
El siguiente paso en el experimento era tratar de reproducir las estrías de
desgaste que presentaban algunas placas en las perforaciones. Para ello los autores
recurrieron a incorporar a las perforaciones de seis de las ocho placas realizadas, un
cordel de materiales que habían sido documentados para el Neolítico Final en distintos
yacimientos arqueológicos como el lino, la cuerda, la piel, el ante, la lana o la crin de
caballo. Es decir, comparó cuál de esos resultados se aproximaba más a las estrías de
desgaste de las placas originales. La delgadez de algunas estrías sugiere que fue fibra el
material empleado para sostenerlas, bien en un individuo o en un objeto (Lillios, 2008,
104).
Las placas fueron llevadas durante algunas horas al día a lo largo de un mes, lo
que determinó los problemas que causa acarrear de un modo continuo este tipo de
objetos, ya que suponen un problema para el desarrollo de muchas actividades.
Evidentemente, los informadores sólo pudieron dar cuenta de los problemas
contemporáneos (Lillios, 2008, 107).
En otro orden de cosas, y teniendo en cuenta que los diseños implican algún tipo
de cultura visual, la experimentación demostró que la propia grasa de las manos
enturbiaba la visión de los grabados, aunque ésta era absorbida en tan sólo dos meses,
volviendo los diseños grabados a su estadio original (Lillios, 2008, 108-109). Por lo
tanto, si las placas se llevaban diariamente no podría apreciarse los diseños, por lo que
se bloquearía el carácter simbólico de los mismos. Esto es otro punto a favor de la
hipótesis de que las placas se crearon en el momento de la muerte de una persona y que
fueron usadas única y exclusivamente en contextos funerarios. Sin embargo, ¿se forman
estrías de desgaste tan sólo en un acto?
Continuando con el análisis de las perforaciones, Katina Lillios compara
también el número de orificios que poseen las placas grabadas y las regiones en las que

111
aparecen. Así, la mayoría de las placas no perforadas están en la región del Alentejo,
existiendo también una correlación espacial entre las perforaciones, el tamaño y el tipo
de placa (Lillios, 2008, 110).
En otro orden de cosas, habiendo comparado las placas grabadas neolíticas en
los términos que he explicado y habiendo extraído información relevante de la
experimentación, Katina Lillios va a aunar todos esos datos y los va a comparar con
toda una serie de ejemplos etnográficos que aporten información sobre el significado de
las placas neolíticas. Este tipo de comparaciones vienen justificadas por la
consideración de la cultura material como un componente con significado propio:
“Viewing material culture as the medium onto which and through which human
agency acts is the traditional approach in archaeology and, when carried out with
multiple methodologies, can indeed produce rich and varied insights. But an
approach to material culture that views it merely as a passive receptade of
human values, skills, desires, needs, and information is incomplete. Material
culture itself has an agency, and the plaques are no exception” (Lillios, 2008,
115).
En primer lugar, y con respecto al posible significado de estos objetos, la autora
considera que encierran ciertas contradicciones. Por un lado, esta ambigüedad se
materializa en la posibilidad de encontrar varias lecturas, en función del punto de vista a
través del cual se fundamente la interpretación. Por el otro, las placas parecen remitir a
una serie de significados complemente contrapuestos. Sin embargo, esta aparente
complicación no debe ser considerada como tal ya que, como afirma la autora, “our
entire visual world is ambiguous” (Lillios, 2008, 116).
Teniendo en cuenta esta premisa de partida, las preguntas que se hace a
continuación Katina Lillios son especialmente interesantes para entender cómo se
articula el resto de la comparación. Así, la autora se plantea si existen leyes universales
de la percepción visual o, por el contrario las experiencias culturales e individuales
tienen algún tipo de participación en este tipo de fenómenos. Nuevamente, y antes de
desarrollar la comparación etnográfica, la autora explica cuáles son los conceptos sobre
los que articulará su análisis. Así, Lillios considera que los seres humanos, en su
conjunto, sistematizan sus percepciones visuales en torno a una serie de similitudes, sin
que ello impida asumir que existen diferencias debidas a las distintas trayectorias
personales y culturales. Para apoyar esta afirmación, como ya he dicho, busca ejemplos
etnográficos, como el experimento realizado por Marshall Segall en distintas sociedades

112
sobre el modo de percibir la ilusión óptica de Müller-Lyer, y que obtuvo como resultado
que una misma imagen puede ser vista de distintas formas en función de las
experiencias culturales (Lillios, 2008, 116). Seguidamente, aplica todo ello a la
interpretación de las placas neolíticas, es decir, compara la ambigüedad semántica de las
placas con la ambigüedad que se desprende de la imagen de Müller-Lyer. Dadas estas
dos realidades que presentan similitudes, se justifica la analogía y la trasposición de los
resultados del estudio del antropológico mencionado a los grupos neolíticos. Por lo
tanto, a través de la comparación concluye que los diseños de las placas neolíticas
pudieron ser percibidas como ambiguas por sus portadores, unos diseños que habrían
sido creados intencionalmente para crear toda una serie de “trampas mentales”, como
también sucede, según Katina Lillios, en otras etapas históricas y en muchos puntos
geográficos (Lillios, 2008, 116-117). Por lo tanto, toma como punto de partida una idea
general sobre el comportamiento humano para aplicarla al estudio del individuo en el
Neolítico Final. Y esa idea general es admitida como válida en tanto que existen
referentes y paralelos culturales en muchos períodos y en muchos lugares.
En otro orden de cosas, y dadas estos postulados teóricos, la autora analiza el
significado que pudo tener la morfología de hacha que adoptan las placas grabadas. Así,
plantea la posibilidad de que esta forma sea un referente visual que representa todo
aquello que hay detrás de un objeto de estas características, es decir, un sistema
económico agrícola, pero también la posibilidad de amenazar al enemigo, por ejemplo.
En ellas se inscribiría la filiación genealógica de los individuos. Katina Lillios teoriza
sobre distintas posibilidades, y apoyar sus argumentos sobre la base de los ejemplos
etnográficos de distintas épocas y lugares. En esta ocasión, recuerda que los Maori, una
etnia de origen polinesio, tienen un ceremonial con unas azuelas realizadas en jade
(greenstone adzes) en las que la historia del linaje se inscribe de un modo simbólico.
Del mismo modo, desde época medieval hasta lo tiempos contemporáneos los escudos
representan simbólicamente la pertenencia a la familia de una antepasado conocido.
Esta teoría es tomada de la obra de Christopher Tilley, Metaphor and material culture
(1999), en la que argumenta que la comunicación humana no se entiende sin la
presencia de un lenguaje simbólico y metafórico. Con ambos ejemplos, la autora
enuncia un modelo que, a priori, es muy general y contrasta con la corriente post-
procesual: “Axe imagery in ancient Europe is, I suggest, analogous to the present-day
use of shield in western visual culture” (Lillios, 2008, 119).

113
Sin embargo, como explicaré después, la autora trata de exponer cuál es el
significado de cada una de las variantes de estas placas, por lo que la hipótesis sólo debe
ser considerada como algo genérico que no afecta al significado propio de cada grupo
de placas. Y es que, a pesar de que pueda asumirse la existencia de una cierta diversidad
de significados, lo que no puede dudarse es que existe un nexo o esencia común que
unifica culturalmente a todas las placas grabadas del Neolítico Final.
No obstante, el hecho de que las placas pudieran representar algún tipo mensaje,
no quiere decir que éste pudiera ser interpretado y leído por todos, especialmente si se
tiene en cuenta que las placas se asocian a un momento y un contexto muy concretos: el
funerario. En este sentido, es posible que este “sistema de escritura” sea una forma de
expresión de las identidades individuales, es decir, un soporte en el que se inscribe
algún tipo de información genealógica. Los diseños grabados, por lo tanto, son
interpretados por Katina Lillios como toda una serie de códigos que contienen historias
genealógicas e información sobre la filiación a un linaje (Lillios, 2003, 129-130). De
este modo, retomando la teoría de Lisboa sobre la función heráldica de las placas
(Lisboa, 1985), procura someter la información contenida en las mismas a una serie de
pruebas que permitan la confirmación de esta hipótesis, especialmente en el caso de las
placas de estilo Clásico.
Katina Lillios considera que, para afirmar que las placas clásicas contienen
información de tipo genealógica, se tienen que dar cinco características: a) no tiene que
existir una relación entre el número de registros y el tamaño de la placa; b) debería
haber más placas con un número elevado de registros y menos placas con un número
reducido de registros; c) las placas con un número reducido de registros deberían ser
documentadas en áreas igualmente reducidas y viceversa; d) tendría que existir una
secuencia continua en el número de registros dentro de una tumba o grupo de tumbas y
e) las placas con muchos registros tendrían que ser más recientes en el tiempo que las
que contienen un número menor (Lillios, 2003, 136). Para poder acometer este objetivo,
el único modo es emplear una metodología comparativa capaz de discernir qué placas
pueden interpretarse bajo estos presupuestos y cuáles no. En este caso, la comparación
se establece entre una serie de deducciones teóricas y el propio contenido gráfico de las
placas. En principio, la autora es capaz de ofrecer ejemplos que avalan esta teoría para
todos los casos, aunque el último punto se enfrenta al problema de la mala conservación
de restos y la escasez de cronologías (Lillios, 2003, 139).

114
Por otro lado, Lillios se plantea, siguiendo su propia argumentación, la razón por
la cual se hicieron placas con esa reminiscencia a la morfología de las hachas, en lugar
de hacer, por ejemplo, herramientas de piedra. La respuesta para la autora está clara,
teniendo en cuenta que, si existe una cultura visual, las placas de pizarras suponen un
soporte mucho más óptimo para materializar el simbolismo que rodea a las hachas
(Lillios, 2008, 119).
Por otra parte, y teniendo en cuenta el material empleado, Lillios plantea que las
piedras empleadas para realizar hachas pulimentadas y otras herramientas fueron rocas
metamórficas duras, como la anfibolita, o ígneas, como el basalto o la diorita (Lillios,
1997), que tienen todos ellos una coloración oscura, igual que la pizarra, y presentan
una morfología trapezoidal. Esto sugiere que la pizarra, en tanto que era un soporte más
adecuado, era una representación semántica de la anfibolita, tan importante en la
economía del Alentejo en la Prehistoria (Lillios, 2003, 134). De esta forman, la
anfibolita quedaría permanentemente vinculada a los individuos tanto en vida, como en
la muerte (Lillios, 1999b), a través de las placas de pizarra. Para la autora, las
propiedades y características de los materiales y el simbolismo que encierran son
factores determinantes a la hora de comprender la materia prima en la que se realizaron
determinados artefactos y los contextos de deposición (Lillios, 2000).
Por lo tanto, a través de una comparación de las características de diferentes
materiales, la autora infiere el posible significado de una placas de pizarra con forma de
hacha y, mediante la comparación con el registro arqueológico de otros yacimientos
españoles donde también han aparecido placas con evidencias de haber sido pintadas
(Lillios, 2008, 121), confirma su teoría sobre el potencial de la pizarra como soporte
para transmitir cultura visual. Incluso menciona la utilidad de la industria de la pizarra
en la actualidad.
En cuanto a las placas biomorfas, éstas se caracterizan por representar animales,
concretamente aves. Para desentrañar el significado de estas placas, Katina Lillios
recoge algunas ideas de los trabajos etnográficos de Mary Helms, en los que analiza el
uso de animales como metáforas visuales en culturas mesoamericanas y
centroamericanas (Helms, 1977, 1995, 1999, 2000). En estas sociedades, la cultura
visual se trasmite a través de la asociación de determinados animales que son
representados en las cerámicas, como boas, iguanas o ciervos. Según Mary Helms, estas
representaciones tienen la función de legitimar el poder y la identidad de los grupos

115
portadores a través de una serie de diseños gráficos que funcionan como si de un
sistema gramatical se tratase.
Tomando todo ello como base, Katina Lillios aplica dicho significado a las
placas de pizarra neolíticas, en tanto que considera que también existe en estos diseños
una intención de legitimar la pertenencia a un linaje. De nuevo, dos objetos separados
en el tiempo, a los que se atribuye la misma consideración cultural, deben interpretarse
de un modo similar. Sin embargo, esta hipótesis no explica el verdadero significado de
las placas biomorfas, sino tan sólo la funcionalidad. Para comprender su significado, la
autora recurre a la interpretación realizada por Gimbutas (1991), quien identificaba las
placas zoomorfas con la representación de un Dios Búho (Owl Godness) por su
parecido formal con estos animales. No obstante, la Lillios puntualiza su análisis y
considera que no representan a una divinidad en genérico, sino una especie animal muy
concreta: la lechuza común (Lillios, 2004,147; 2006; 2008, 122).
Esta hipótesis es defendida recurriendo al imaginario que rodea al poder ocular
en culturas como el budismo (Lillios, 2008, 123), así como las creencias populares
sobre este animal, que resaltan sus bonanzas como salvador de las cosechas y
ahuyentador de roedores, pero también sus cualidades perversas, como animal
amenazante y un tanto fantasmal (Lillios, 2004, 148; 2008, 126). Y, por otra parte, un
ornitólogo profesional comparó los diseños grabados en las placas con distintas especies
de búhos y lechuzas y concluyó que los rasgos que aparecían en estos objetos se
correspondían con las características anatómicas de una lechuza común (Lillios, 2008,
124).
En cuanto a la funcionalidad que estas placas tendrían en las sociedades
neolíticas, la autora recurre a modelos etnográficos y al registro arqueológico para
defender la posibilidad de que las placas biomorfas (tanto las Simples como con
Bigotes) sean representaciones de personas vestidas como lechuzas, muy posiblemente
chamanes. Esta idea reforzaría, según la autora, la tesis de Andrew Sherrat sobre el
consumo en la Prehistoria de determinadas sustancias psicotrópicas (Sherrat, 1991). Así,
en yacimientos como la Cueva de los Murciélagos, datada en el Neolítico Medio, se ha
documentado opio en una cesta de esparto y en la Cueva del Toro, del Neolítico Final,
se han recuperado semillas de amapola. En el yacimiento portugués Lapa do Fumo se ha
documentado, por otra parte, en un enterramiento una piedra labrada con forma de
planta de opio o champiñón. Estas especies están presentes en el suroeste de la

116
Península Ibérica, por lo que pudieron ser empleadas por los distintos grupos neolíticos
en sus rituales.
Es decir, a través de determinados restos encontrados en el registro arqueológico
y su comparación con determinadas especies botánicas se deduce el consumo de
determinadas sustancias. Por otra parte, comparando los efectos que ello produce, como
la visión de pájaros en determinados estadios de conciencia alterada, con la morfología
de lechuza de las placas, Katina Lillios construye una posible interpretación de estas
placas biomorfas. Por otra parte, la autora considera que asociar estas placas con los
chamanes es factible en tanto que parece distribuidas por toda el área en el que aparecen
y no aisladas en un punto concreto (Lillios, 2008, 129).
Por lo que atañe al resto de placas (Strappy y Rug plaques), el procedimiento
comparativo es idéntico. En esta ocasión, propone la asociación de los diseños
geométricos de estas placas con diseños de la producción textil. Puesto que en el
registro arqueológico se han hallado datos suficientes en asentamientos que hablan de
una producción de cierta relevancia para el Neolítico Final, y teniendo presente el
simbolismo social que encierran los dibujos en la ropa, la autora traslada todo esta
información a las placas grabadas que, como ya he dicho, tanto tienen que ver con las
identidades grupales e individuales. (Lillios, 2004,134; 2008, 132-133).
Llegados a este punto, parece que cada tipo de placa encerraba un significado
diferente, un significado que incluso varía según la región, a juzgar por los diferentes
combinaciones de motivos y que tuvo que perdurar en el tiempo, ya que algunas de ellas
fueron objeto de reciclaje y reutilización. Por lo tanto, no es de extrañar que los
artesanos fueran conscientes de la antigüedad del imaginario que estaban grabando en
cada pieza (Lillios, 2008, 133-134). De hecho, los motivos que aparecen en las placas
grabadas mantienen una clara relación de similitud con los motivos que fueron
representados en otras piezas contemporáneas como los báculos, las azuelas de caliza,
estelas o la cerámica oculada. Por desarrollar uno de estos ejemplos, los motivos de las
placas y los báculos son comparados no sólo estilísticamente, sino en cuanto a su
dispersión geográfica. Con ello, Lillios obtiene que existe una relación espacial entre los
báculos con motivos triangulares y las placas de estilo clásico, de transición y
unipartitas y entre los báculos con grabados triangulares y bandas verticales y las placas
biomorfas, placas con correa y de azada. Tal vez, se puede hablar, entonces, de
identidades locales (Lillios, 2007, 135-137).

117
En otro orden de cosas, Katina Lillios analiza, de un modo igualmente
comparativo, la posibilidad de encontrar en las placas de estilo clásico algún tipo de
sistema de escritura prehistórico. En primer lugar, toma los elementos básicos que debe
tener todo sistema de escritura según la definición de Hill Boone (1994): marcas
visibles, perdurabilidad, presencia de convenciones y un diseño específico para
determinadas ideas. Todo ello es analizado y comparado en los distintos grupos de
placas para discernir si alguna de ellas puede ser interpretada bajo este modelo teórico.
Así, y teniendo en cuenta que no todas las marcas de una misma pieza son
visibles en la misma medida, que las placas se relacionan con el momento de la muerte
de un individuo, que existe una gran variabilidad estilística vinculada con ciertos
patrones estándares y que la distribución de cada tipo de placa y los rangos de variación
son diferentes, Lillios concluye que sería posible hablar de algún tipo de sistema de
comunicación sin palabras como el desarrollado por los incas o los zapotecas (Lillios,
2008, 143-152). Para ello, ha tenido que comparar el número y tipo de registros de cada
una de las placas que intervienen en el estudio, cotejar la distribución geográfica de
cada tipo y ponerla en relación con la combinación de motivos grabados y, finalmente,
buscar paralelos etnográficos.
En conclusión, todas estas evidencias arqueológicas y etnográficas permiten
considerar que el material mnemónico es de vital importancia para perpetuar, a través de
su simbolismo las identidades y asegurar la organización de la producción y la
reproducción, especialmente durante períodos de crisis y de cambios sociales. En este
sentido, las placas grabadas neolíticas servirían para perpetuar la memoria de los
antepasados y enraizar las identidades grupales e individuales al funcionar como
marcadores generacionales o mnemónicos (Lillios, 1999a, 2002, 2004). Unas
identidades que se perpetúan en el tiempo, como bien demuestra la reutilización de
monumentos, la arquitectura funeraria en conexión con el paisaje y una cultura material
que evoca otras culturas materiales, como es el caso de la forma de hacha de las placas
(Lillios, 2008, 170-173).

118
5.4. RECAPITULACIONES.

En las páginas anteriores he tratado de demostrar cómo la comparación forma


parte inherente de las metodologías de interpretación de la Arqueología Post-procesual.
Esta comparación se inspira en gran parte en el modelo de la Nueva Arqueología,
especialmente por ser la base empírica uno de los ejes más importantes en la producción
de variables comparables.
Como he explicado, el modelo de la comparación post-procesual busca,
mediante sendos procedimientos comparativos jerárquicos y radiales, las variaciones
que el ser humano provoca en todos los aspectos de una cultura, desde la propia cultura
material, hasta las transformaciones socioeconómicas. Al considerar al individuo como
uno de los motores del cambio, el objetivo es tratar de llegar hasta él a través del
registro arqueológico. No obstante, existen otras fuentes de información empíricas,
como la Arqueología Experimental y la Etnografía, que surten de ejemplos y modelos
para interpretar el pasado. En este sentido, la obra de Katina Lillios es un buen ejemplo
de estudio comparativo post-procesual, ya que se tienen en cuenta todos estos
componentes.
Por otra parte, dada esta importancia de la comparación estilística y morfológica
del registro arqueológico, no es casualidad que el vocabulario empleado sea rico en
adjetivos y descripciones. Del mismo modo, la preocupación por contextualizar las
placas grabadas en el espacio, deriva en la presentación de una gran cantidad de mapas
en los que se representan variables como la frecuencia de aparición y la distribución
espacial de las placas, variables que, como se ha visto, no son empleadas para realizar
una comparación interregional, aunque sí para conocer las diferencias en la distribución
de cada una de las placas.
En último lugar, el trabajo de Katina Lillios se plantea en términos un tanto
especulativos. La autora propone muchas posibilidades y trata de otorgarles validez
científica y, en definitiva, de proponerlas como hipótesis válidas, a través de la
comparación. En este sentido, merece la pena destacar las siguientes palabras de
Antonio Gilman, extraídas de su recensión al libro La emergencia de la sociedad del
Bronce. Viajes, transmisiones y transformaciones de Kristiansen y Larsson:

119
“Una vez que uno se despoja del minimalismo que K. y L. lamentan en el enfoque
procesualista, las historias que uno puede contar son infinitas. (…) Otros autores han
proporcionado y proporcionarán lecturas alternativas de esa evidencia. Es difícil
saber cómo uno podría demostrar que cualquiera de ellas es errónea” (Gilman, 2007,
188).
En cualquier caso, existen muchos problemas sin resolver en la Prehistoria
Reciente de la Península Ibérica, ya que cada período tiene sus problemas particulares
que sólo pueden abordarse mediante el debate y aportando distintas perspectivas
(Lillios, 1995, 17).
En conclusión, en tanto que se realizan tipologías, ensayos de experimentación
arqueológica y se buscan apoyos en la Etnografía, entre otros factores, creo que se
puede afirmar que la comparación forma parte, ya sea consciente o inconscientemente,
de la arqueología post-procesual.

120
6. CONCLUSIONES.

A lo largo de estas páginas he tratado de demostrar que la comparación es un


componente inseparable y propio de la Arqueología, es una metodología que permite
interpretar el registro arqueológico y es un instrumento que favorece la reflexividad y la
crítica científica porque permite evaluar cuáles son las carencias en la investigación de
cualquier período. Del mismo modo, he intentado explicar cómo se aplica una
metodología comparativa en función de los contenidos teóricos de la Historia Cultural,
el Procesualismo y el Post-procesualismo, por ser estas tres las corrientes
historiográficas más destacadas en Arqueología.
A modo de conclusión, es interesante plantearse que la comparación no es sólo
un elemento propio de la Arqueología, sino que afecta a las Ciencias Sociales y
Humanas en su conjunto. En este sentido, considero que los investigadores forman parte
integrante de los procesos de investigación en tanto que aplican a sus trabajos los
mismos criterios con los que desarrollan su vida cotidiana y porque están condicionados
por toda una serie de elementos externos e internos. Los externos son aquellos que
forman parte del investigador como integrante de una cultura y una sociedad, algo
inseparable del individuo. Y los internos llegan desde el seno de la propia comunidad
científica. Así, en el día a día de la sociedad actual, los individuos construimos nuestra
realidad y cosmogonía mediante comparaciones, conscientes e inconscientes, que nos
ayudan a aprehender el mundo que nos rodea. Por lo que respecta a la comunidad
científica, la exigencia de que las publicaciones y proyectos de investigación se rijan por
una serie de métodos lo más objetivos posible, hacen de la comparación una
metodología científicamente válida capaz de generar información y confirmar teorías.
Incluso, la comparación se encuentra presente en los procesos epistemológicos más
elevados, como la sustitución de paradigmas, donde actúa como árbitro para que sea el
modelo teórico más adecuado el que acabe imponiéndose, o bien para que exista una
convivencia de paradigmas.
La comparación en Ciencias Sociales ha sido un tema de estudio por parte de
investigadores como Glasser y Strauss (2009), quienes esbozaron en su libro The
discovery of Grounded Theory. Strategic for qualitative research, publicado en 1967, el
llamado “Método Comparativo Constante”. En esta obra los autores teorizan sobre

121
cómo los sociólogos producen sus teorías a través de una estrategia basada en la
comparación sistemática de información cualitativa y cuantitativa. El “Método
Comparativo Constante” permite, de este modo, la generación de nuevas teorías, así
como una combinación explícita entre la teoría y el método. En este sentido, la
comparación hace que el investigador considere una gran cantidad de datos en un
proceso continuo en el cada fase define la siguiente.
Para otros autores como Campbell y Katona, “el procedimiento habitual para
establecer la validez de las mediciones efectuadas en la investigación social es la
comparación como criterio exterior” (Campbell & Katona, 1992, 58). El autor se refiere
a la elaboración de encuestas en Sociología, pero está claro que existen claras
conexiones con la Arqueología en este enunciado. En esta breve afirmación, se habla de
la “validez” de una determinada metodología de trabajo adquiere si se somete a
comparación. Y esta idea, ha formado parte de la producción científica y teórica en
nuestra disciplina.
Lo que quiero demostrar con estos ejemplos es que la Arqueología es una
ciencia que se vincula metodológicamente con el resto de disciplinas sociales y
humanas en tanto que todas otorgan la misma consideración y valor a la comparación.
En este sentido, merece la pena destacar las siguientes palabras de Jürgen Kocka:
“El procedimiento de la comparación se utiliza en muchas disciplinas científicas. La
comparación histórica no se caracteriza necesariamente por el hecho de ser realizada
por historiadores profesionales. Antes bien, las ciencias sociales y las humanidades
trabajan en el territorio de la comparación histórica, especialmente los sociólogos, los
politólogos y los etnólogos. Lo que convierte la comparación en histórica es, en
realidad, la concepción de sus objetos de estudio en una relación espacio-temporal
específica (…); aspira siempre a reconstruir la realidad pasada desde perspectivas
presentes…” (Kocka, 2002, 44).
Por otra parte, en la Antropología la comparación ha estado presente también
desde sus orígenes en muy distintas formas. Es más, forma parte de cualquier
construcción teórica (González Echevarría, 1987). Según Richard Fox (2002) muchos
antropólogos estadounidenses se han mostrado escépticos con relación a la comparación
que se ha venido usando desde el siglo XIX, lo que ha generado distintos
posicionamientos al respecto. Así, Franz Boas creía que los fenómenos culturales
comparables en el presente no tenían por qué tener un origen común, sino que muchas
similitudes culturales pudieron surgir por separado y, por lo tanto, la comparación entre

122
ellas carece de sentido o validez. Por el contrario, Alexander Lesser ha defendido que en
sociedades presentes se puede encontrar la esencia de lo que fue una institución cultural
en el pasado, es decir, que muchas características culturales permanecen inalterables en
el tiempo. Por su parte, el antropólogo Fred Eggan definió lo que él llamó como
“controlled comparison”, una nueva forma de entender la comparación que pasaba por
una cierta desconfianza hacia los paralelismos universales y por enfatizar una
metodología basada en la Historia y en los procesos históricos. En esta línea, Steward
desarrolló una metodología comparativa en el estudio de la evolución de sociedades en
su conjunto, y no de instituciones o rasgos concretos e individuales. Ello le permitiría
definir, desde el evolucionismo multilinear, toda una serie de regularidades científicas y
factores causales generales del cambio. En contra de esta opción, Eric Wolf retomó el
estudio de las variaciones culturales basándose en la idea de que un número
determinado de rasgos o atributos puede divergir en distintas manifestaciones y en
diferentes momentos, lugares y culturas. Por ello, la comparación entre sociedades que
no se encuentran históricamente conectadas permite la búsqueda de regularidades.
Finalmente, Geertz y Sahlins, volvieron a retomar el concepto de Wolf, pero explicaron
que la causa de que una serie de variables se materialice en distintas formas hay que
buscarla en toda una serie de procesos históricos. En definitiva, la Antropología y la
Etnografía tienen en común con la Arqueología que, desde sus inicios, se han
fundamentado en un método comparativo.
Como he explicado, existen muchas formas de comparar, tanto en Antropología
como en Arqueología, pero todas ellas tienen en común la búsqueda relaciones
culturales. Lo que es indudable es que, especialmente durante la Prehistoria Reciente, en
muchos casos
“las culturas se imbrican continuamente y quedan atrapadas en procesos históricos
compartidos que exceden las áreas que ocupan, y la evolución cultural no pasa
normalmente por desarrollos internos y adaptaciones locales a escenarios
ambientales restringidos, sino que ocurre como producto de esas interconexiones y
experiencias compartidas” (Kohl, 2009, 19).
Esas “experiencias compartidas” han sido objeto de estudio de todas estas
ciencias hermanas a través de la comparación. La comparación, por lo tanto, sirve para
explicar procesos históricos, para conocer la variabilidad cultural e individual, para
contrastar teorías e hipótesis y para fomentar la reflexividad científica. La comparación

123
tiene una función metodológica y heurística y, en definitiva, es uno de los baluartes del
desarrollo y el progreso científicos.

124
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