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ÉTICA, RELIGIÓN Y SEXUALIDAD

Una ética religiosa es aquélla que apela a Dios expresamente para orientar nuestro hacer
personal y comunitario. Una ética laicista, por su parte, se sitúa en las antípodas de la
ética creyente y considera imprescindible para la realización de los hombres eliminar de
su vida el referente religioso, negar la religión, porque ésta no puede ser -a su juicio-
sino fuente de discriminación y degradación moral. Estas dos posiciones éticas son
intolerantes con un sector de los ciudadanos y foco inevitable de discriminación; por lo
tanto, una ética cívica no puede ser religiosa ni laicista: únicamente puede ser una ética
laica.
Una ética laica es aquélla que a diferencia de la religiosa y de la laicista, no hace ninguna
referencia explícita a Dios ni para tomar su palabra como orientación ni para rechazarla.
Es decir, que no cierra la ética a lo trascendente, sino que la deja “abierta a la religión”,
como diría José Luis Aranguren, ni afirma que no hay más fundamento de la moral que
el religioso, dejando a los no creyentes ayunos de fundamento racional
En una sociedad moralmente pluralista las éticas de máximos, y concretamente las
religiosas, presentan libremente sus ofertas de vida feliz y los ciudadanos aceptan su
invitación si se sienten convencidos. Obviamente, ningún poder público -ni político ni
cívico- está legitimado para prohibir que tales propuestas se hagan. Pero también la ética
civil presenta sus exigencias de justicia y las éticas religiosas han de respetarlas, porque
ninguna de ellas puede eximirse de los mínimos de justicia.En este sentido, entiendo que
una ética religiosa no debe intentar absorber a la ética civil, anulándola, porque entonces
instaura un monismo moral intolerante. Pero tampoco la ética civil está legitimada para
intentar anular alguna de las éticas religiosas que respetan los mínimos comunes a todas.
Los monismos intolerantes son siempre inmorales.
La sexualidad y la religión están íntimamente relacionadas con el cuerpo humano y con
lo que se considera puro e impuro, con la fuerza negativa o positiva, benéfica o maléfica,
sobre todo de las secreciones corporales. En las culturas religiosas reprimidas, el cuerpo
es negado, arropado, disciplinado o despreciado, mientras que en culturas menos
reprimidas, el cuerpo se considera un medio de presencia divina al que se adorna, se
exhibe, y se considera símbolo de fecundidad y de gozo.

Se pueden distinguir dos tendencias generales sobre la sexualidad: una positiva o


“naturalista” que se manifiesta en los ritos de fertilidad o en las orgías rituales– y una
negativa, que se manifiesta en el ascetismo y en las técnicas de autocontrol y abstinencia.
Ambas actitudes, reglamentadas, se presentan en diferentes sociedades y son permitidas
u obligatorias en determinadas circunstancias. Las prácticas sexuales asociadas a los
ritmos de la naturaleza, sobre todo a la siembra, incluyendo las “orgías sexuales”, están
relacionadas con los ritos de fertilidad, sobre todo en las sociedades agrícolas, aunque
también eran practicadas por grupos de recolectores como los aranda y otras tribus de
Australia septentrional y central. La sexualidad también puede ser vista como un medio
de desarrollo espiritual, como sucede en las tradiciones tántricas hindúes y budistas.

CLAUDIA CRISTINA BARRENECHEA MEDINA


La relación entre religión y sexualidad implica una moral sexual, entendida no tanto como
parte de la moral general o común a todos, sino como la parte de la moral religiosa que
implica restricciones al comportamiento sexual humano. Varía enormemente en el tiempo
entre unas y otras épocas, así como entre distintas civilizaciones o las normas sociales,
los estándares de conducta de las sociedades en cuanto a la sexualidad, suelen ligarse a
creencias religiosas de una u otra religión.
De acuerdo con esto, la mayor parte de las religiones han visto la necesidad de dirigir la
cuestión de un papel "propio" de la sexualidad en las interacciones humanas. Diferentes
religiones tienen diferentes códigos de moral sexual, que regulan la actividad sexual o
asignan valores normativos a ciertas acciones o pensamientos cargados de contenido
sexual.
EL CELIBATO EN LA IGLESIA CATÓLICA
Desde la Edad Media, la Iglesia católica ha requerido formalmente que los sacerdotes y
obispos sean célibes. Sin embargo, el celibato es una práctica y una disciplina cuyos
inicios se remontan a los orígenes de la Iglesia, aun cuando previamente no se requería
de todos aquellos ordenados como sacerdotes. En este contexto, el "celibato" no es
sinónimo de "abstención sexual"; el «celibato» significa que alguien no está casado;
implícitamente significa que el célibe practica la abstinencia sexual ya que la doctrina
eclesiástica condena las relaciones sexuales fuera del matrimonio. La disciplina del
celibato no se considera como uno de los dogmas infalibles e inmutables, no obstante, la
doctrina católica sí indica que tanto la virginidad como el celibato, que se viven como
abstinencia sexual, son dones y sacrificios más altos que el matrimonio, de acuerdo con
lo que se lee en las Cartas de Pablo de Tarso y confirmado esto por el dogma en el
Concilio de Trento. Por ejemplo, en algunos casos un ministro protestante casado o uno
anglicano que se convierta al catolicismo puede ser ordenado sacerdote. En las Iglesias
orientales católicas, hombres casados son a menudo ordenados como sacerdotes pero
nunca al episcopado. De acuerdo con los Evangelios, san Pedro estuvo casado. San Pedro
fundó la comunidad católica en Roma y se convirtió en su obispo.
El celibato sacerdotal incumbe directamente a los sacerdotes diocesanos y no a los
sacerdotes religiosos que siguen el celibato monacal (cumplimiento del voto de castidad),
que es mucho más antiguo. La historia del celibato sacerdotal obligatorio se encuentra
dentro de la Historia de la Iglesia católica o Iglesia latina. Por su parte, la Iglesia oriental
incluye el celibato sacerdotal como una opción que el presbítero hizo antes de recibir el
orden diaconal, incluso en aquellos grupos de iglesias orientales en fraternidad con Roma.
Algunas leyes empezaron a exigir el celibato sacerdotal entre diócesis de rito latino en
tiempos tan tempranos como el siglo v y se hizo manifiesta en el I Concilio de Letrán en
1123, aunque dicha regulación no fue seguida de manera estricta. Fue solamente hasta el
siglo xvi, en el Concilio de Trento (1545-1563), que se estableció de manera definitiva el
celibato sacerdotal obligatorio como se le conoce en la actualidad, en respuesta a la
Reforma protestante que permitía, e incluso promovía, el matrimonio de los sacerdotes,
al tiempo que suprimía las órdenes religiosas y sus votos.

CLAUDIA CRISTINA BARRENECHEA MEDINA


Cita: «Las autoridades religiosas consideraron pecado mortal todo acto sexual realizado
fuera del matrimonio, lo mismo que todo acto conyugal no realizado en función de la
reproducción. San Jerónimo declaró que el marido que abrazaba a su mujer con excesivo
apasionamiento era un "adúltero" porque la amaba tan solo por el placer que le
procuraba, como haría con una amante. Reafirmada por Santo Tomás de Aquino e
interminablemente repetida por manuales de autores confesionales durante los siglos
XVI y XVII, la denuncia de la pasión en el matrimonio condenaba tanto a la esposa
apasionada como al marido libidinoso. Hasta las posiciones que adoptara la pareja
estaban sujetas a controles estrictos.» En El cuerpo, apariencia y sexualidad, Matthews
Grieco, Historia de las Mujeres, tomo III

La castidad es entendida entonces como el estado habitual del cristiano: “Todo bautizado es llamado
a la castidad", cada uno viviéndola según su particular vocación: La castidad "debe calificar a las
personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato
consagrado,manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras,
de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes" en Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana sobre algunas cuestiones de
ética sexual, 1975, número 11

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
➢ Adela CORTINA, Ética civil y Religión, Madrid, PPC, 1995.
➢ Pedro LAÍN ENTRALGO, El País, 6 de septiembre de 1979.
➢ De todo esto me he ocupado con detalle en Adela CORTINA, La Ética de la
Sociedad civil, Amaya/Alauda, Madrid 1994.
➢ José Luís L. AFANGUREN, "La situación de los valores éticos en general', en
VV.AA., Los valores éticos en la nueva sociedad democrática, Madrid,
Fundación Friedrich Ebert/lnstituto Fe y Secularidad, 1985, pp. 18 y ss.
➢ Olegario GONZÁLEZ DE CARDEDAL, España por pensar, Publicaciones
Universidad de Salamanca, Salamanca 1984; Marciano VIDAL, Ética civil y
sociedad democrática, Bilbao 1984;
➢ José GÓMEZ CAFFARENA, Fundamentación de una ética civil, Madrid, 1984;
Angel GALINDO (ed.), La pregunta por la ética. ¿Ética civil o religiosa?,
Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1992; Agustín DOMINGO,
Responsabilidad bajo palabra, Edim, Valencia 1995.

CLAUDIA CRISTINA BARRENECHEA MEDINA

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