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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA


EDUCACIÓN UNIVERSITARIA CIENCIA Y TECNOLOGIA
UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE LA SEGURIDAD
CENTRO DE FORMACION UNES LARA

COMPARATIVO DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS EN


PREVENCIÓN DEL DELITO

Participantes:
José Galindez C.I.: 7.435.875
Cesar Carrero C.I.: 11.497.177
Rubén Mendoza C.I.: 7.442.127

Barquisimeto, Noviembre 2022


Políticas Públicas en Prevención del Delito Comparadas. Elementos,
Factores y Condiciones de Comparación. La Intervención de los
Estados, Perspectiva Histórica.

Evidentemente la inseguridad ciudadana generada por la criminalidad y la


delincuencia son uno de los principales retos que tienen los Estados en la
actualidad, representa una de las situaciones más importantes para los
países indistintamente donde se encuentran, a través del presente trabajo se
pretende realizar un análisis comparadas de las políticas públicas de la
seguridad ciudadana en materia de prevención del delito en E.E.U.U. y
Venezuela. En primer lugar hablaremos de E.E.U.U. una nación con 38
millones de habitantes para el año 2020, con altos niveles de desarrollo
tecnológicos, social y económicos, en el caso de Venezuela un país con 28
millones de habitantes, una incipiente proveedor de recursos naturales,
especialmente en el área de petrolera, gas, actualmente desatendida y en
decadencia. Las políticas públicas de seguridad ciudadana en materia de
prevención del delito se iniciaron en la década de los años 50 en ambos
países.
Para concluir de acuerdo al análisis realizado se puede observar que
E.E.U.U. cuenta con una Estrategia Nacional de Prevención del Delito desde
la década de los 80, donde dio sus primeros pasos a través del trabajo
realizo por la Policía Montada de E.E.U.U. mientras que en Venezuela no
existió tal política hasta a finales de la década de los 90, la dependencia
gubernamental encargada de la prevención del delito prácticamente era
inexistente, fue con la llegada a Venezuela de la reforma Constitucional del
año 1999 donde se plasma los derechos fundamentales de la población y
propiciar que todo ciudadano que viva en Venezuela cuente con la
posibilidad de tener una calidad de vida que le permita satisfacer sus
necesidades primarias; salud, educación, remuneración digna, vivienda,
alimentación, vestido, cultura, recreación, entre otros, son elementos propios
de la prevención integral, en el caso de E.E.U.U. se establece la
implementación de la “Estrategia Nacional sobre Prevención Delictiva y
Seguridad Comunitaria” y la creación del Consejo Nacional de Prevención
de la Delincuencia, encargada de la aplicación de las diferentes etapas de
dicha estrategia para enfrentar el delito a través de la prevención del mismo,
en ambos países la participación de la comunidad en articulación con los
diferentes sectores u organizaciones públicas o privadas para la intervención
de las diversas realidades de las comunidades con la finalidad de atender y
solucionar posibles situaciones que en el corto o mediano plazo pueden ser
factor de crear condiciones que favorezcan la aparición del delito, en el caso
Estadounidense las actividades de algunos empresarios, se logró proponer
un enfoque para la prevención del delito, en la década de los 90 se hizo
hincapié que una manera de prevenir el delito era mediante el desarrollo
social de las comunidades que “resultó políticamente atractivo para el
gobierno federal estadounidense y que pudo ser implementado en un
momento en que las tasas delictivas venían en descenso”.
En el caso de Venezuela el modelo de seguridad ciudadana se ajusta a
los principios constitucionales de un Estado social y democrático de Derecho,
y se pone en relieve la importancia de la prevención del delito como político
gubernamental enfocada desde el paradigma progresista e humanista donde
prevalece el ser humano como eje de la política, planteamientos expuestos
en el nuevo modelo policial así como en los diferentes planes de la nación,
programas, misiones, grandes misiones, diseñados y ejecutados a lo largo de
estas últimas dos décadas posteriores al año 1999.
En 1969 el psicólogo social estadounidense Donald Campbell escribió
sobre el concepto de la “sociedad experimentadora” (experimenting society),
la cual buscaría activamente resolver los problemas sociales mediante el
estudio cuidadoso de los mismos y la implementación y evaluación rigurosa
de diversas propuestas de solución. Habría, en la sociedad experimentadora,
una fusión entre la orientación científica y la gestión pública de tal manera
que las políticas públicas vendrían a ser altamente tecnificadas. Esa visión
de sociedad y gobierno ha sido muy atractiva para algunos criminólogos
interesados en la prevención del delito. Entre los investigadores citados en
este ensayo, el estadounidense Gendreau (1996) se destaca por tener la
sociedad experimentadora como un ideal al que se debe aproximarse a
través de los programas de prevención del delito.
En esencia, el actual ensayo es una reflexión a partir de la revisión
histórica de dos casos contrastantes sobre los determinantes e impedimentos
que se observan en los intentos por instaurar la sociedad experimentadora.
Tanto en Estados Unidos como en Venezuela, se observa que la prevención
del delito, entendida como política pública, depende en primera instancia de
la existencia de profesionales (bien en la academia, bien en el gobierno) que
tienen suficiente convicción sobre las posibilidades de una intervención
planificada y evaluada como para plantear seriamente la inversión de
recursos en esa actividad. En ambos países, estos profesionales (que se han
denominado “empresarios académicos”) han surgido en las universidades,
aunque parece que ha habido mayor resonancia en Estados Unidos que en
Venezuela entre los burócratas en cuanto a la disposición de llevar a cabo
este tipo de actividad.
A la vez, podemos observar que la noción de prevención requiere de una
orientación y sincronización específicas para que sea aceptable en el plano
político. En ambos países la prevención se orienta a la “delincuencia común”,
dejando de lado otros tipos de delito (de cuello blanco, corporativos, etc.)
cuya aparición bajo el lente preventivo podría ser muy incómoda para los
grupos que detentan el poder. Y en ambos países, parece que la prevención
tiene mayores probabilidades de prosperar cuando las tasas delictivas no
están generando una fuerte preocupación social asociada a un reclamo por
respuestas inmediatas. Mi predicción es que la Estrategia Nacional de
Prevención del Delito sobrevivirá en Estados Unidos hasta el momento en
que el público, movido por las tasas delictivas, el terrorismo o los medios de
comunicación, exija respuestas más “contundentes” frente a la criminalidad, o
que los académicos ventilen fuertes críticas públicas sobre sus deficiencias
técnicas. En Venezuela, la política de prevención delito seguirá estancada y
marginal mientras las tasas delictivas sigan causando alarma y mientras los
criminólogos no muestren interés por esta área.
Independientemente de la historia y perspectivas de la prevención del
delito en ambos países, existe el tema de la calidad técnica de la actividad
preventiva, la cual no ha sido posible abordar en este trabajo. Sin embargo,
subyace en las experiencias anteriores una inquietud sobre ella. Actualmente
en Estados Unidos parece haber un cierto nivel de optimismo sobre las
posibilidades de prevención del delito, pese a algunas reservas expresadas
por académicos estrechamente involucrados en las políticas
correspondientes. Entre 1951 y 1964 en Venezuela, parecía haber mayor
sentido de optimismo todavía, quizás porque los profesionales involucrados
eran fundamentalmente “aficionados” de la criminología. Estos dos
momentos históricos, en distintas fechas y diferentes países, nos llevan a
reflexionar sobre la diferencia entre optimismo y efectividad y apuntan hacia
la necesidad de examinar con mucho detenimiento las necesidades y
posibilidades en hacer de la prevención del delito el tipo de experimento
social que ella inevitablemente nos insinúa.
En Argentina el incremento notable de la conflictividad social desde
mediados de los ‘90 la seguridad ciudadana entró a la agenda social y
política. En el periodo 1990-2001, correspondiente al periodo neoliberal, los
delitos en la Argentina se incrementaron el 83% con mayor impacto en los
polos urbanos: en la Ciudad de Buenos Aires el crecimiento fue del 224%, en
la provincia de Buenos Aires el 115% y en Santa Fe el 37%, según
información de la Dirección Nacional de Política Criminal.
Se eligieron tres casos (el Plan Nacional de Prevención del Delito, el
Programa Comunidades Justas y Seguras, y el programa Plan Canje de
Armas) que, como la mayoría de los identificados, se ocupan de las prácticas
preventivas, han sido impulsadas desde ámbitos académicos y apoyadas por
la participación de actores internacionales.
Con el desmantelamiento de la protección social, 4 de cada 10 argentinos
pobres y una tasa de desocupación del 18%, es comprensible el aumento de
la conflictividad social y la violencia. Esto puso en crisis el modelo de gestión
de seguridad centrado en policías y la regulación del delito a partir de pactos.
Las respuestas potenciaron, por un lado el Estado Penal a través del sistema
de persecución penal, y por el otro se ensayaron reformas de los sistemas de
seguridad pública, incluyendo estrategias de prevención de la violencia.
En este periodo se realizaron las reformas policiales en las provincias de
Buenos Aires, Santa Fe y Mendoza (provincias donde se implementaron los
programas preventivos de la violencia y el delito cuyas evaluaciones son
analizadas). Estas reformas ampliaron el campo de la seguridad con nuevas
ideas y nuevos agentes. Las fuerzas de seguridad dejaron de ser las únicas
voces, se les sumaron agentes políticos (gobiernos locales, provinciales y de
actuación nacional), académicos, medios de comunicación, organizaciones
de la sociedad civil ocupadas en la defensa de los derechos humanos y
ciudadanos reclamando o impulsando estrategias preventivas.
El objetivo de la investigación fue relevar, sistematizar y analizar las
evaluaciones de políticas públicas de prevención de la violencia y el delito
para entender cómo se formulan y ejecutan en la Argentina.
Los programas de prevención del delito que se realizaron en
Latinoamérica están basados en programas europeos y estadounidenses. El
problema es que los países desarrollados casi no hicieron evaluaciones de
desempeño en sus políticas y ese problema fue “importado” también hacia
nuestra región. Las políticas latinoamericanas son generalmente de corta
duración y a veces desaparecen del marco político sin ni siquiera haber
terminado. Un problema de mucha importancia en Latinoamérica es la
desconfianza de los ciudadanos para con la policía y de las críticas de su
accionar.
Las políticas de prevención que más se destacan en nuestra región son
las relacionadas a la prevención comunitaria la cual logra tener una
importante incidencia en la sensación de inseguridad y, a veces, en la
percepción sobre la policía local. Algunos ejemplos en la región son “el
programa de convivencia” en Bogotá donde se impulsaron las policías
comunitarias, y el “programa comuna segura” en Chile donde se aplicó la
prevención por parte de vecinos y se realizan diagnósticos en las
comunas para analizar cuáles son los conflictos con los cuales deben lidiar.
(Kessler, 2009).
En el caso específico de nuestro país el problema de la criminalidad
aumentó considerablemente durante la década de 1990 y se acrecentó con
la crisis del 2001. Está problemática se tradujo en una crisis en los actores
estatales encargados del desarrollo de políticas públicas. Máximo Sozzo
explica que en Argentina el tema de la inseguridad de ha “politizado” (Sozzo,
2009), es decir que el brazo político de las estructuras estatales se ha
ubicado en el centro de la escena desplazando al brazo administrativo,
donde se encuentran los profesionales en el tema. De esta forma la cuestión
de la inseguridad en Argentina es más un debate político que justifica y
legitima las políticas y decisiones estatales por la aclamación popular y no
por su real desempeño. Sozzo explica que los gobiernos argentinos han
tenido dos respuestas frente a la inseguridad, la “respuesta denegatoria”
característica del neoconservadurismo que fue fuertemente impulsada por el
brazo político favoreciendo el proceso de “politización” nombrado
anteriormente. Las políticas llevadas adelante se pueden reducir en el
incremento del uso de la fuerza por parte de las policías y en consecuencia el
aumento de la población carcelaria.
El otro tipo de respuesta es la “adaptativa” que “reconoce los límites de las
maneras de pensar y actuar que tradicionalmente han sostenido los actores
estatales competentes y busca generar innovaciones” (Sozzo, 2009). Esta
respuesta se da en el marco del neoliberalismo con el proceso de
“responsabilización” donde se reubican las responsabilidades de los actores
estatales en otros actores, principalmente en agencias privadas de
seguridad. Una de las modalidades de este proceso, especialmente en los
últimos 15 años (Sozzo escribe esto en el 2009), es la “descentralización”
donde las tareas de los actores estatales se desplaza hacia los gobiernos
municipales. Esto se produce por un cambio en la implementación de la
políticas desde el modelo “top-down” hacia el modelo “bottom-up” donde el
gobierno municipal debe encarar el las funciones en materia de seguridad
delegadas por el estado. No solo esto explica este proceso de
descentralización sino que las crecientes demandas en las ciudades por la
micro criminalidad provocó mayor demanda a los gobiernos locales,
especialmente en ciudades grandes y medianas.
Es importante aclarar que si bien las iniciativas en seguridad en Argentina
están volcadas a la prevención del delito están signadas por la falta de
información criminal.
Como es ampliamente conocido el modelo de ciudadanía social en
Argentina estuvo asociado al modelo bismarkiano desde finales del siglo XIX
y se consolidó durante el peronismo caracterizado por una alta
fragmentación, aún entre el sector de los trabajadores asalariados formales.
Dicho modelo entró en crisis en las últimas décadas del siglo pasado cuando
las reformas estructurales modificaron la estructura del mercado de trabajo
(provocando aumento del desempleo y de la informalidad) y operaron sobre
algunas instituciones de la seguridad social.
La historia de las políticas sociales en Argentina no es lineal sino que tuvo
momentos que permitió una mayor inclusión social de las personas mientras
que en otros primó un patrón individualista que excluyó a amplios sectores de
la población. En síntesis, el trabajo analiza las políticas sociales en función
de sus implicancias sociales y en la construcción de concepción de
ciudadanía social a lo largo del siglo XX, dando cuenta de los cambios y de
sus continuidades.
A lo largo de estas páginas se analizó la evolución de las políticas sociales
y su relación con el concepto de ciudadanía social en Argentina. Se puede
concluir que a lo largo de su historia, se construyó un esquema de protección
fragmentada que ha tenido momentos de mayor universalización, pero
siempre a partir de la suma de partes y no como un sistema integrado de
protección social.
En sus orígenes, el Estado se preocupó por la asistencia social pero dejó
en manos de la Sociedad de Beneficencia que se ocupara de la misma.
Durante gran parte del siglo XIX el Estado liberal se constituye en garante de
los derechos individuales y de una ciudadanía política restringida al voto. Con
la consolidación del Estado Nacional se comenzó a dar forma a una
legislación social que amplió el sentido de ciudadanía sobre la base de los
derechos políticos y se fueron conformando organizaciones civiles las
asociaciones de socorros mutuos que cubrían las necesidades de sus
miembros. La legislación dictada en estos años siguió dos vías: por un lado,
la creación de servicios universales públicos (como por ejemplo educación y
salud) y, por otro lado, la conformación de un esquema de seguridad social
basado en el sistema bismarkiano. Mientras que las primeras fueron
rápidamente apropiadas por la sociedad y tuvieron un impacto positivo sobre
la movilidad social, la legislación destinada a la seguridad social tendió a la
segmentación y el particularismo.
El peronismo significó un proceso de integración social significativo sobre
la base del crecimiento económico y una fuerte intervención del Estado que
controló las relaciones laborales protegiendo a los sectores obreros y que
permitió una importante redistribución del ingreso. Sin embargo, la relación
entre el Estado y los sindicatos no fue lineal. En particular, estos resistieron
el avance de aquellos sectores del Estado que pretendían instalar un
esquema de asistencia social universal. Esta resistencia fue importante y
permitió cristalizar un sistema híbrido de seguridad social en el cual el
movimiento sindical pasó a ocupar un lugar central. Así, los sistemas de
pensión y de salud se mantuvieron segmentados y desarticulados, proceso
que dio lugar al acceso a derechos de una forma estratificada para los
diferentes grupos de trabajadores o clases sociales. El acceso a la seguridad
social quedó condicionado a las posibilidades de acceder a un empleo
formal.
A partir de mediados de los ’70 la economía argentina giró hacia una
política económica liberal que dio lugar a un proceso de desindustrialización
y de retiro del Estado que se acentuó de manera significativa durante la
década de los noventa. Quizás los elementos más importantes, a los fines de
este trabajo, fue la flexibilización del mercado de trabajo y la reforma integral
del sistema de seguridad social que transformaron las relaciones laborales y
desconstruyeron la idea de una ciudadanía social que se había consolidado
durante la etapa previa. Además, la reforma de los noventa dejó ver los
intersticios dejados por la fragmentación y estratificación del sistema, unidas
a una red muy lábil de asistencia social que dejo excluido a un sector
importante de la sociedad.
A partir del 2002 se dio comienzo a un nuevo régimen macroeconómico
que puso mayor énfasis en la producción de bienes y servicios nacionales.
Este modelo permitió retomar un sendero de crecimiento que no se ha
detenido hasta el presente. El signo más favorable de la política económica
más allá del crecimiento económico fue la generación del empleo, que hizo
descender rápidamente la desocupación de más del 25% a comienzos del
2002 a menos de un dígito en los últimos años. Unida a una política de
recuperación de algunas de las instituciones laborales permitió un
mejoramiento de la calidad del empleo y del poder de 23 compra de los
sectores medios de la sociedad, redundando en una caída de los índices de
pobreza e indigencia.
Sin embargo, en materia de políticas sociales, la evolución reciente parece
ser menos lineal. Por un lado, la mayoría de los programas tiene una fuerte
impronta de las políticas focalizadas y asociada, en cierta medida, a los
antiguos modelos de ciudadanía social de base bismarkiano. Estos
programas no parecen haber sido eficaces para terminar con la pobreza y la
exclusión de los beneficiarios, produciendo, incluso en algunos casos, una
fuerte estigmatización sobre los mismos.
Por último, nos hemos referido a dos políticas que se diferencian de las
anteriores por su concepción universal y, más una que en otra, tendientes a
la igualdad de derechos. Estas son: la moratoria jubilatoria y a la asignación
universal. Más allá de las objeciones ya planteadas, estas dos medidas
inauguraron un nuevo sendero dentro de las múltiples opciones que hay de
inclusión a partir de las políticas sociales implementadas desde el gobierno.
Su éxito dependerá de que dichas políticas generen un consenso social que
permita su institucionalización y se convierta en una auténtica política de
Estado.
Hoy la formulación de las políticas sociales están en un proceso de
redefinición conceptual de la ciudadanía y, a su vez, forman parte de un
proceso de aceptación de dicha definición desde de los grupos de poder, de
los hacedores de políticas y aún de la misma población. El acuerdo entre
estos sectores resulta indispensable para lograr una mayor cohesión social y
dar forma contundente a una política social perdurable en el tiempo, más allá
del gobierno de turno

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