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SITUACIÓN DE
APRENDIZAJE
Criterios de evaluación
- Aunque el trabajo sea realizado en equipos, recuerden que cada uno debe mostrar su
participación y aporte a cada una de las actividades resueltas.
- Actividad que no aparezca referenciada en el documento Drive no podrá ser evaluada, por ello
informar a tiempo el motivo por el cual no se hizo la entrega en las fechas estipuladas
PREGUNTA PREVIA
- ¿Qué es la razón?
El racionalismo no solo pondrá en primera línea el tema del conocimiento, sino que temas
tan importantes como la relación entre cuerpo y alma, las pasiones o la libertad alcanzarán
una relevancia llamada a permanecer para siempre en la diana de los asuntos filosóficos.
Al defender la autosuficiencia de la razón para explicar la realidad de modo deductivo y
valorar al sujeto frente al objeto, su influencia se extenderá por toda la filosofía occidental
hasta principios del siglo XX. Ni los existencialistas que concebirán al ser humano como
“ser en el mundo” ni los positivistas que defenderán una realidad más allá del pensamiento
permanecerán ajenos a la influencia del racionalismo.
Fuente:https://www.filco.es/racionalismo-razon-llegar-a-la-verdad/
Las manifestaciones del resquebrajamiento del mundo medieval no se redujeron sólo al impacto teórico-
práctico de las revoluciones científicas que emergieron a lo largo y ancho del territorio europeo. Tampoco
el mero socavamiento de la autoridad doctrinal de la Iglesia católica y su metodología de enseñanza, cuya
legitimidad en el fondo Descartes contribuyó a erosionar, solucionaba per se la pregunta de cómo la razón
humana podía autoafirmarse con sólidas certezas en ese desbordante horizonte de infinitud que se abría en
su mundo. En vista de las numerosas creencias y prácticas supersticiosas del naturalismo renacentista
(magia, alquimia, astrología, etc.), los paradigmas explicativos alternativos podían perfectamente
incrementar la desconfianza hacia esa terra ignota, amén de la ignorancia y la estupidez, contra las cuales
el talante cartesiano tendió a mostrarse intolerante.
En este contexto, la reconfiguración tardorenacentista de pluralismos culturales en medio de los nuevos
paisajes políticos, sociales y religiosos del viejo continente había favorecido en Francia el resurgimiento
de un escepticismo abanderado por grandes escritores como Michel de Montaigne, Pierre Charron o el
portugués Francisco Sánchez. Así, Descartes advirtió en estas sintomáticas tendencias intelectuales una
recaída amenazante en el relativismo y en la perplejidad, así como una ambigüedad ínsita en la propia
razón, por ejemplo, a la hora de garantizar los contenidos de las ciencias. Romper con la tradición
escolástica para terminar sumido en esa insegura ambivalencia debía evitarse a toda costa, de ahí que el
humanismo cartesiano se mostrara aquí tan optimista como radical: ¿acaso se le puede negar a la razón
humana la posibilidad y su derecho de alcanzar por sí misma la verdad?
Frente a esta actitud escéptica, la genialidad de Descartes consistió en darle la vuelta en el sentido de que,
debidamente encarado como método, el escepticismo podía tener una función positiva de liberación de la
duda. No se trataba tanto de dudar por dudar cuanto de plantear una duda estratégica y provisional, mejor
aún: una duda metódica que, por un lado, luchase contra el saber falso o dudoso mediante el uso de la luz
natural o bon sens de la razón, y, por el otro, al mismo tiempo, mostrase ese método de reglas matemáticas
(evidencia, análisis, síntesis, enumeración) que revelaba el orden de los razonamientos adecuados para
alcanzar la verdad fuera de toda duda.
La aplicación cartesiana del método es uno de los mayores hitos de la historia del pensamiento moderno,
ocupando en él un lugar único por mérito propio. Al mismo tiempo, representa uno de los ejercicios
literarios de escritura y comunicación filosóficas más influyentes de toda nuestra cultura, realizado,
además, en una lengua como lo fue el francés, gesto intelectualmente rebelde e innovador en una época
dominada todavía por el latín.
Así pues, excluidos los sentidos, y fijándonos seguidamente en las ideas que poseemos, ¿habría algunas que
pudieran ser más seguras que otras? En principio, podría argüirse que dos y tres sumarán siempre cinco, o
bien que un cuadrado no tendrá más de cuatro lados, estemos soñando o despiertos. Sin embargo, por más
ciertas y evidentes que sean tales demostraciones matemáticas, Descartes recurrirá a otro recurso dialéctico
para sustentar la posibilidad de la duda extrema: la hipótesis de un genio maligno y burlón que, aunque
improbable, pudiera estar engañándonos siempre. Al invocar a este geniecillo tunante, la duda es radicalizada
hasta sus últimas consecuencias epistemológicas:
Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo; […] Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y
astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es
que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando
que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso
concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera, cuantas
veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu (Meditaciones metafísicas, II).
Así, en el epicentro desconcertante de la duda, en esa tierra baldía de certezas que esta deja tras de sí, me doy
cuenta de que dudo, de mi acto de dudar. Tal es el calculado desenlace de la tensión dramática, pues si dudo
de todo, al menos es cierta una cosa: que dudo, esto es, que pienso. Cogito, ergo sum, es decir, “pienso, luego
existo”. Con ello, el cogito cartesiano se convierte en el primer principio irrefutable y apodíctico,
absolutamente claro y distinto, pues contiene en sí la garantía de lo que afirma. Pues cuando quiero dudar de
la verdad de semejante proposición, lo único que consigo es confirmar su verdad. Y es que puedo dudar de la
existencia de lo que veo, imagino, etc., y sin embargo no puedo dudar que lo estoy pensando y que, para
pensarlo, tengo que existir.
Solo sé que soy, sugiere Descartes, pero aún no sé qué cosa soy. Con todo, hay algo que no puedo separar de
mí: el puro pensamiento. Yo no soy más (ni menos) que una sustancia cuyo atributo esencial es el pensamiento.
O expresado en términos menos técnicos: una cosa que piensa (res cogitans), comprendiendo aquí no solo la
actividad del entendimiento en sentido estricto, sino también los modos del pensar propios de la vida
emocional, sentimental y volitiva: “¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, que entiende, que
afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también, y que siente. Sin duda no es poco, si todo
eso pertenece a mi naturaleza” (Meditaciones metafísicas, II).
COMPROMISO:
-Tomar una barra de jabón y elaborar un elemento, este será presentado en clase (presencial o virtual)
- verse la película el origen y de esta hacer un análisis filosófico en no menos de una pagina