Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Vocación Al Amor
La Vocación Al Amor
La vocación al amor
I. La experiencia amorosa.
La experiencia supone un impacto de la realidad sobre la subjetividad
de la persona, capaz de interpelar su libertad. Nuestro punto de partida en
relación con la experiencia humana es que en ella existe una dimensión
elemental, un contenido de significado originario que la persona no inventa,
y que le permite interpretar la verdad de lo que vive. Digamos que hay una
verdad inscrita y reconocible en las realidades que se experimentan, por la
cual es posible acceder al sentido de las cosas. Esto coincide con el
planteamiento que la revelación muestra sobre la creación, como se vio en
los primeros temas, donde se halla incluida la referencia a un amor originario
que encierra la promesa de un sentido, la plenitud de una vocación. La
Creación, como acto de Amor originario, es un acto que ordena moralmente
la naturaleza y permite comprenderla.
En este marco se desenvuelve la existencia personal, en la que tiene
lugar la experiencia amorosa y desde donde es posible interpretarla, pues no
es posible penetrar en lo profundo del amor sin abrirnos al misterio de su
origen. Esta experiencia del amor comprende siempre la novedad de un
acontecimiento, de un encuentro que, como se detallará en el siguiente
epígrafe, implica de manera integral a la persona. Sin embargo, debido a la
fragmentación interna que la persona padece, no siempre es capaz de
aprehender la experiencia amorosa en su plenitud y en la profundidad que
implica. Y en consecuencia se puede caer en las siguientes reducciones de la
misma:
• La experiencia amorosa y la reacción que genera no serían más que un
simple proceso natural empírico, como pueden ser el latir del corazón,
el fluir de la sangre, la regulación hormonal, la reproducción celular,
etc. Una realidad “instintiva” cuya verdad se agota en la reacción que
provoca. Esto, como se verá más adelante, supone reducir demasiado
las cosas, pues la persona no es una mera observadora de lo que sucede
en la experiencia del amor, sino que ésta provoca su libertad, sea
aceptando o negando lo experimentado.
• La experiencia del amor sería algo puramente emotivo o pulsional. Es
algo que sucede y que no podría enmarcarse en el ámbito de la
racionalidad. Su camino propio sería el de dejarse llevar por lo que se
siente en un determinado momento. Ante esto se verá cómo se integra
la riqueza afectiva suscitada por la experiencia amorosa en una
racionalidad que le otorga orientación. Lo que “se siente” tiene un
sentido y puede ser valorado y juzgado en la verdad que contiene.
Como experiencia verdaderamente humana reclama la posibilidad de
dar razón de ella, por lo que, para vivirla humanamente, requiere el
trabajo compositivo de la razón, que juzga de la plenitud a la que hace
referencia.
• Por último, hay que decir que no puede reducirse lo que sucede en esta
experiencia a una relación sujeto-objeto. Porque en el caso que nos
ocupa “la realidad que impacta no es “algo”, un objeto, un cuerpo con
determinadas cualidades capaces de excitar nuestro organismo, sino
“alguien”, que en su corporeidad, transparente en su rostro, en sus
ojos, se dirige a nosotros y nos mira y nos habla. Lo que se descubre
en la experiencia amorosa es el encuentro de dos subjetividades”1
1
NORIEGA, El destino del eros, 22
reacción motiva, qué finalismo implica, cuál es su acto propio y qué
repercusión subjetiva provoca. Para ello es imprescindible tener presente que
esta división se hace con la intención de comprender mejor la unidad de los
elementos en juego, pues sin una visión integradora se caería con facilidad
en alguna de las reducciones que acaban de exponerse. Hay que decir
también que cada una de estas dimensiones está implicada en la siguiente, y
que si esta prescindiera de la anterior dejaría de tener sentido2.
Dimensiones de la persona implicadas en la experiencia amorosa
• Dimensión corporal-sensual. En este primer nivel, la reacción peculiar
que se verifica es la excitación ante el cuerpo de una persona de sexo
opuesto que es complementario al nuestro. Se trata de un dinamismo
del cuerpo y de determinados órganos que está finalizado
naturalmente al cuerpo y a los órganos de la persona sexuada en forma
diferente. En virtud de esta finalización, el hombre se dirige a la mujer
y viceversa, buscando una complementariedad corporal-genital. La
persona aparece, a este nivel, bajo la perspectiva de los valores
corpóreo-sensuales que posee. Son ellos los que particularmente
interesan en esta dimensión. Se presenta con una impulsividad fuerte
que orienta, como acto propio, a la unión corporal, que posee a su vez
una intrínseca capacidad reproductiva. Una vez alcanzado el fin que
persigue, produce una satisfacción sensual, el placer carnal, que apaga
el deseo y la necesidad que se generó.
2
Ibid., 42-46
belleza de lo humano, y donde la misma atracción sensual alcanza un
sentido nuevo, se enriquece.
En este nivel se da también una complementariedad, pero de tipo afectivo,
por la que la persona se ve finalizada no tanto en los valores corporales,
cuanto a la presencia interior del amado en sí mismo. En esta dimensión
aparece el valor simbólico de la vida y de las cosas. Integra la memoria y la
imaginación, se expresa a través de tantos gestos de ternura y cariño:
constituye la trama del amor, la fuente de la simpatía y de la genialidad. Su
acto propio es el amor como unión de sentimientos, vivida como una
complementariedad afectiva. Satisfecha su atracción, surge la complacencia
o resonancia afectiva, como una satisfacción ante lo que implica tal
complementariedad.
• Dimensión personal. La reacción propia de esta nueva dimensión
es la admiración, que implica el nivel superior de la vida psíquica
del hombre: la inteligencia y la voluntad. La admiración nace
cuando se percibe que la atracción que ejerce la persona de sexo
opuesto no está sólo centrada ni dirigida a sus valores sensuales o
afectivos, sino en la persona misma. El valor ahora no es una de
sus cualidades (su cuerpo su inteligencia, su simpatía...) sino la
persona en sí, que nos interpela en las características sexuales de
su cuerpo y en las reacciones emotivas.
3
J.J. PÉREZ-SOBA, El corazón de la familia (Publicaciones de la Facultad de Teología “San
Dámaso”, Madrid 2006) 299-300.
ACTIVIDAD
3. Lee los siguientes números del CCE: 1768 y 1770, y razona la siguiente
pregunta: ¿Qué relación existe entre el amor como pasión, que interpela la
afectividad de la persona, y amar como elección, que implica la generación de
acciones concretas?