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Cfr. H.W. GLASER, Transition between Grace and Sin: Fresh Perspectives, en "Theological Studies"
29 (1968) 261 s.: «El hombre se estructura en una serie de círculos concéntricos o niveles. En el nivel más
profundo del individuo en el centro de la persona, la libertad del hombre decide, ama, se compromete en el
sentido más completo de estos términos. En este nivel el hombre se constituye a sí mismo como hombre que
ama o como pecador egoísta. Este es el centro verdadero de la moralidad grave en el que el hombre se hace
a sí mismo y a su existencia entera como buena o mala».
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ánimo, cuánto y por qué influyen. Los intentamos ordenar para que no nos afecten en
modo desequilibrado, hasta alcanzar cierta madurez afectiva.
- El nivel más íntimo, el más cercano al "yo", sería el nivel de los valores. En
estos se da por definición una presencia del núcleo personal que se ve llamado por el
valor, y así alcanza una de sus cualidades, que es la de ser significativo. Extraídos de la
realidad, la educación, etc., los valores suponen una categoría más o menos absoluta, y
acaban siendo referencias objetivas más fuertes que las ideas, constituyendo las
convicciones. Los valores equilibran a los sentimientos y en cierta manera van
generando al sujeto. Solemos elegir los valores y en caso de conflicto establecemos
jerarquías de importancia e influencia.
- Por otra parte, existiría una conciencia superficial, periférica, que no afecta a
mi núcleo más íntimo y actual; es decir, la referida a actos concretos materiales tomados
físicamente y no como portadores de los valores que los informan. Procede de las
sensaciones y configuran las primeras reacciones a las cosas.
El problema de este "yo personal" del que habla esta interpretación es que se
basa en su propia evidencia, pero no la fundamenta: Plantea su hipótesis a base de un
análisis de la conciencia a partir de los datos que ella misma ofrece. El "yo" se identifica
con la autoconciencia que la persona adquiere de sí misma y se interpreta como una
conciencia "autónoma", que se funda a sí misma a modo de un principio absoluto.
mismos. Nuestro ser persona no se puede identificar con nuestra autoconciencia, sino
que, por el contrario, esta nos revela que nuestra conciencia es "despertada"2.
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Cfr. H.U. VON BALTHASAR, Las nueve tesis, en COMISION TEOLOGICA INTERNACIONAL,
Documentos 1970 -1979, CETE (Madrid 1983) tesis 7, 3 ad 1um: «El hombre despierta al «cogito-sum»
como a la identidad (…). Sin embargo, esta identidad, en cuanto despertada, es experimentada como no
absoluta, porque es recibida».
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elecciones sin saber controlar sus impulsos internos, que interpreta cada vez más como
algo irrefrenable.
19. En último término, hay que señalar la debilidad moral que afecta a nuestra
sociedad. No nos referimos con ello sólo al rechazo de las normas que la Iglesia enseña
en esta materia. Hablamos de la debilidad de las personas para llevar a cabo lo que
realmente desean: una vida verdaderamente feliz. Esto es, la dificultad interna para
reconocer y realizar en plenitud la vocación al amor que es la raíz originaria de toda
moralidad. Comprender la crisis moral en esta perspectiva es el único modo de
analizar adecuadamente la realidad del matrimonio y la familia en nuestra cultura
actual.
de su vida al estado de ánimo del momento, y se vuelve incapaz de dar razón del
mismo. Este primado operativo del impulso emocional en el interior del hombre sin
otra dirección que su misma intensidad, trae consigo un profundo temor al futuro y a
todo compromiso perdurable. Es la contradicción que vive un hombre cuando se guía
sólo por sus deseos ciegos, sin ver el orden de los mismos, ni la verdad del amor que
los fundamenta.