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Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018.

Borrador para Uso Estudiantil

OBJETO, CAUSA Y RESPONSABILIDAD PRECONTRACTUAL

Hasta ahora vimos el primero de los tres elementos en que la ley descompone el contrato para
regularlo. Este era el consentimiento, es decir el acuerdo formado mediante las declaraciones
coincidentes de las partes. El segundo elemento responde a la pregunta acerca de qué es lo
que las partes consienten. Ese es el objeto. Más adelante veremos que el tercer elemento, la
causa, se ocupa de para qué las partes quieren obligarse (su finalidad). Finalmente, en este
capítulo, exploraremos qué deberes y qué responsabilidad pueden existir entre las partes
cuando todavía el contrato no se ha terminado de configurar y se permanece en la etapa
precontractual.

6.1. Objeto (1)

6.1.1. Concepto y Requisitos de Validez

El objeto es aquello consienten las partes. Hay una extensa literatura que discute qué es ese
qué. Luego de recorrerla, el panorama es más bien desolador. Hay una sola cosa que es clara:
la palabra objeto en este caso no es utilizada en el sentido de finalidad u objetivo (de eso se
ocupa la causa) sino en el sentido de sustancia, materia o contenido del contrato. Creo que
una forma de salir de ese atolladero es hacerse la típica pregunta pragmática: ¿para qué regula
el objeto el Código? ¿para analizar qué características? Si aclaramos cuáles son los adjetivos
que le son aplicables al objeto (sus requisitos de validez) quizás podamos entender en qué
consiste el sustantivo al que se aplican. Echemos una mirada a los distintos candidatos a
ocupar el lugar de objeto del contrato:
(a) El primero es el que propone el propio Código: “El objeto de los contratos es el objeto
de las obligaciones que por ellos se contrajeren” (Art. 1282 CCU). Esto nos daría como
uno de los resultados posibles que el objeto del contrato sean las conductas debidas
(las prestaciones), si tomamos la llamada tesis jurídica. Como veremos esa lectura
permite luego avanzar sin demasiado problema a través de los requisitos de validez.
Los prejuicios contra esa concepción están basados en que confunde objeto de la
obligación y del contrato, pero en realidad ¿por qué razón deberían ser diferentes? La
pregunta por el objeto del contrato no es filosófica sino práctica: ¿a qué se aplican los

1
Bibliografía: Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo XIV (Montevideo 1976) 123 ss;
Eugenio Cafaro y Santiago Carnelli, ‘Delimitación del Concepto de Objeto Contractual’ en ADCU XX;
Jorge Rodríguez Russo, ‘Reflexiones en torno a los Denominados Pactos sobre Sucesión Futura” ADCU
XXXIV, 639 ss; Emilio Betti, Teoría General del Negocio Jurídico (Editorial Revista de Derecho Privado
1959) 97-131; José Luis Lacruz Berdejo et al, Elementos de Derecho Civil: Tomo II: Volumen Primero
(Dykinson 2007) 413-5; Philipe Delebecque y Frédéric-Jérome Pansier, Droit des Obligations: Contrat et
Quasi-Contrat (7ª ed. Lexis Nexis 2016) 144 ss; Francesco Galgano, El negocio jurídico (Tirant lo Blanch
1992) 123 ss; Henri, Jean y León Mazeaud y François Chabas, Derecho Civil: Tomo I (Zavalía 1997) 305
ss; Philippe Malinvaud, Dominique Fenouillet y Mustpaha Mekki, Droit des Obligations (14ª ed. Lexis
Nexis 2017) 238 ss; Christian Larroumet, Droit Civil: Tome 3: Les Obligations, Le Contrat (Economica
1998) 333 ss; Francesco Messineo, Doctrina General del Contrato: Tomo I (EJEA Bs. As. 1986)148; Carlos
Lasarte, Contratos (Marcial Pons 2007) 38 ss.
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requisitos de validez? Gamarra en su última versión del Tratado2 toma ese camino y
lidia con el objeto del contrato tomándolo, sin más, como el objeto de la obligación.
(b) El segundo candidato es el propuesto por Betti y por Cafaro y Carnelli, el objeto del
contrato es la norma jurídica, el precepto privado, que forma su contenido.3 El
contrato es una declaración normativa por la cual las partes crean una regla que las
gobierna. Esa regla, precepto o norma es el objeto del contrato. Esta posición también
provee una noción utilizable. La norma privada puede exhibir las características que el
Código pide para la validez del objeto. Aunque esas características más bien refieren a
la conducta que es contenido de la norma que a la norma misma.
(c) El tercer candidato parece ser el mismo que el segundo, pero no lo es. La norma
jurídica (“regla”) a que alude el Art. 1291 CCU no es el contrato, sino que es el efecto
del contrato. 4 La razón de la puntualización es muy simple: las normas jurídicas que el
contrato crea para gobernar la relación de las partes no necesariamente coinciden con
las que diseñaron las partes (como veremos al estudiar la Integración del contrato).
Por ejemplo, si pacto un arrendamiento de 40 años la norma contenida en la
declaración (la norma privada por darle un nombre) dirá que el arrendatario podrá
usar la cosa durante 40 años. Pero cuando esa declaración se encuentre con el Art.
1782 del CCU, saldrá “transformada” en una norma jurídica (perteneciente al sistema
jurídico y ya no meramente privada) que dirá que el arrendatario tiene derecho a usar
la cosa 15 años (pues ese es el plazo máximo del arrendamiento de cosas, salvo
algunas excepciones). En nuestro enfoque el objeto del contrato es esa norma privada,
mientras que la norma jurídica es el efecto del contrato. La diferencia con Cafaro y
Carnelli es que ellos consideran que esa norma privada ya es en sí misma una norma
jurídica.
Creo que sea cual sea la versión que se tome, en definitiva, no hay mucho problema para
entender la regulación del Código pues las tres acepciones vistas satisfacen muy bien la
condición de poder ser el substrato de la cualidad licitud que es el requisito de validez clave en
toda esta historia. Una conducta puede ser lícita o ilícita. Una norma contractual puede recibir
el mismo tipo de adjetivo cuando se considera si es o no es contraria a otra norma de jerarquía
superior preexistente (la Ley o la Constitución). Para seguir adelante veamos, entonces, cuáles
son los requisitos de validez del objeto. Tal como se los enumera tradicionalmente son tres: (a)
Determinación; (b) Posibilidad, que se subdivide en: (i) posibilidad física y (ii) Posibilidad
jurídica (que no debe confundirse con Licitud) y (c) Licitud (llamada por el Código, Posibilidad
Moral)
Propondremos un cambio de calificación respecto de dos de dichos requisitos. En realidad,
contra lo que se sostiene mayoritariamente,5 a mi juicio, la posibilidad y la determinación del
objeto son requisitos de existencia del mismo, no requisitos de validez. Sin ellos no hay objeto
en ningún sentido jurídicamente relevante. Ello explica por qué el Art. 1560 no menciona ni a
la imposibilidad ni a la indeterminación del objeto como defectos que causan nulidad absoluta
del contrato. Veremos estos requisitos en el orden indicado.

6.1.2. Determinación

2
Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Versión Abreviada: Tomo II (FCU 2010) 75.
3
Betti, El Negocio 119 ss.
4
Gerardo Caffera y Andrés Mariño, ‘Norma, Situación y Contrato’ en (1994) 29 Revista del Colegio de
Abogados del Uruguay.
5
Por ej. Gamarra en el Tomo XIV de su Tratado de Derecho Civil Uruguayo.
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El Art. 1283 del CCU requiere:


a) en las obligaciones de dar que las cosas que deben entregarse: (i) en cuanto a sus
cualidades “estén determinadas a lo menos en cuanto a su género” y 8II) en cuanto a
su cantidad que, al menos, “el contrato fije reglas o contenga datos que sirvan para
determinarla”. Es decir, que es suficiente la llamada determinabilidad.
(a) En las obligaciones de hacer que “los hechos *sean+ determinados”6
Sin embargo, todo esto dice menos que lo que parece: ¿cuál es el punto en que algo está
suficientemente determinado? Comencemos por separar los problemas que no son de
indeterminación sino de otra índole.
En primer lugar, no son problemas de indeterminación sino de determinación unilateral, los
casos en que se deja en manos de una de las partes fijar el objeto de la obligación propia o de
la otra. En esos casos en realidad hay determinabilidad, pero de una forma prohibida por la
Ley. Es que, contra lo que establece el Art. 1253 CCU, se está dejando el cumplimiento del
contrato “al arbitrio de uno solo de los contrayentes”. Ello viola el principio de fuerza
vinculante y es absolutamente nulo, pero no por indeterminación del objeto. Lo veremos más
adelante. En segundo lugar, tampoco es un problema de indeterminación del objeto el caso en
que se establece que el objeto de una obligación (por ejemplo, el precio) será fijado de común
acuerdo por las partes posteriormente. Allí el problema es anterior. En realidad, ocurre que el
consentimiento es incompleto pues no engloba todos los aspectos del contrato. Uno de los
requisitos para la formación del consentimiento, como vimos más atrás, es que la propuesta
sea completa. En realidad, en el caso sugerido no se formó el consentimiento. Es en esta
hipótesis que juega, exclusivamente para los contratos de Arrendamiento de Obra y de
Servicios la norma del Art. 1834 CCU. La misma viene a completar el consentimiento
agregando que si no se pactó precio por el trabajo contratado regirá el de costumbre. Esa
salida no está disponible en ningún otro tipo contractual, los cuales por ser incompletos no se
formarán como contratos. En tercer lugar, si la fijación del objeto se deja en manos de un
tercero tampoco hay indeterminación. Esa forma de determinación del objeto contractual es
expresamente aceptada por el Código, por ejemplo, en el Art. 1667.
¿Con qué nos deja todo este descarte previo? Sólo con dos posibles hipótesis de
indeterminación del objeto:
(a) Indeterminación Cualitativa, en el contrato no se indica ni siquiera el género al que
debe pertenecer la cosa o el hecho, e
(b) Indeterminación Cuantitativa, el acuerdo define el objeto, pero no indica cantidad o
volumen o peso, según el caso.
El caso de indeterminación cualitativa se da cuando lo descripto como objeto es, literalmente,
la entrega de cualquier cosa o la realización de cualquier acción (positiva o negativa). Sólo en
esa situación hay verdadera indeterminación. Ello ocurre si, por ejemplo, digo “me obligo a
hacer algo” o “daré algo”. Similarmente en los casos en que la descripción del objeto es

6
En el common law este requisito se conoce como certeza del objeto (certainty of subject matter) y los
Tribunales tienen una actitud bastante reticente a declarar nulo el contrato por esa causa, buscando
superar de cualquier modo el problema. Cfme: Treitel, The Law of Contract, (13ª edición a cargo de
Edwin Peel, Sweet & Maxwell) 50-51 y John Adams y Roger Brownsword, Understanding Contract Law,
(5ª Edición, Sweet & Maxwell 2007) 96-100.
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absolutamente imposible de descifrar y por tanto cualquier cosa o hecho se le amolda porque
es imposible demostrar que no es la mencionada por el contrato.7
En revancha, basta la expresión de cualquier género, por amplio que sea, para que haya
determinación cualitativa. El Art. 1283 requiere delimitación a lo menos en cuanto a su género
y hay género desde el momento que sobre la clase universal de los actos o cosas se establece
un corte que la divide en al menos dos sub-clases. Cada sub-clase ya es un género. No hay
divisiones objetivas del mundo en que haya géneros fijados, ellos son producto de nuestras
proyecciones sobre el mundo. Ello es así, a mi juicio, aun cuando el género sea
extraordinariamente amplio. El Código no juzga sobre mayor o menor amplitud del rango de
cosas o hechos que permiten cumplir la obligación, sino sobre su determinación o
indeterminación. Decir daré un inmueble es tan determinado como decir daré el inmueble
padrón tal, aunque lo primero englobe un género amplísimo. En el primer caso el deudor
cumplirá dando un inmueble cualquiera. El problema de la excesiva amplitud del objeto es algo
con que las partes deben lidiar al formular su consentimiento.
Justamente en esos casos en que sólo se determina un género sin especificar más cualidades,
el Código aporta alguna ayuda indicando que debe tratarse de un bien de calidad mediana
dentro de ese género (Art. 1361 CCU). A mi juicio, fuera de los casos de laboratorio, que nunca
ocurren, muchos de los problemas con los que suele lidiarse bajo el rótulo de indeterminación
son en realidad hipótesis de excesiva amplitud del género determinado. Pero, a su vez, ese
tipo de problemas generalmente se puede resolver por alguna combinación de la regla del Art.
1361 ya mencionada y de interpretación del contrato.
La determinación cualitativa tiene grados. En las obligaciones de dar hay dos grados posibles
de determinación cualitativa: (a) la identificación individual (obligación de dar cosa cierta y
determinada) (y (b) la identificación genérica (obligación de género). En el plano gramatical
corre entre una y otra forma de determinación la misma distancia que va de identificar
individualmente (por un nombre u otra forma) a identificar un grupo por indicación de las
cualidades o atributos que debe ostentar sus miembros. Es la misma distancia que va de decir
“El ejemplar de La Ilíada de Schliemman” (i.e. un solo individuo), a decir “un ejemplar de La
Ilíada” (i.e. una entidad cualquiera que posea las propiedades de ser un libro y contener un
poema que relata parte de la guerra de Troya). No necesariamente la cosa se identifica por un
nombre propio en los casos de obligación de dar cosa cierta y determinada. Cuando se
identifica por sus atributos y los mismos sólo existen respecto de un individuo, la obligación es
de dar cosa cierta y determinada. “El recipiente en que Sócrates bebió la cicuta” en realidad no
es un nombre propio sino la descripción de una clase formada por una sola entidad. Desde el
punto de vista jurídico igualmente es una cosa cierta y determinada.
La indeterminación cuantitativa es, para el caso de obligaciones de género, la ausencia de una
indicación sobre la cantidad del género que debe suministrarse (número de individuos,
volumen, etc. o reglas para determinarlo). En las obligaciones de dar cosa cierta y
determinada, la determinación al ser individual ya implica por sí misma fijación de la cantidad.
En cualquiera de los casos la determinación puede hacerse además per relationem, es decir
remitiendo a otros documentos. Esto significa que no es necesario que un mismo documento
contenga todos los datos para identificar el objeto. Es usual hacerlo en anexos del contrato,
pero también puede hacerse por referencia a otros textos emanados de otras partes o de
instituciones. Lo importante es que esos textos sean individualizables y que su cambio no esté
sujeto a decisiones unilaterales que provengan únicamente de una de las partes. Por ejemplo,

7
Las cláusulas perplejas o ininteligibles son una subespecie de las cláusulas indeterminadas y
representan el caso más cercano a la experiencia real de los indterminado. El tema se reitera en el Art.
1408 inc.2º. .
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no es un caso de determinación admisible aquel en que se establece que se hará por


referencia a un documento que una parte podrá cambiar por si sola a lo largo del tiempo, salvo
que se fijen márgenes dentro de los cuales pueda hacerlo o limitaciones para que no pueda
hacerlo caprichosamente según su propio interés.
Finalmente, deseo llamar la atención sobre un punto. Si el objeto del contrato es la norma
privada, no es concebible una norma respecto de la cual no pueda establecerse lo que se debe,
o se establezca de una forma tal que inevitablemente será cumplida (p.ej. si se debe dar o
hacer “algo”). Una norma que no se sabe qué obligación impone o que impone una conducta
que inevitablemente se cumplirá, no puede desempeñar una función directiva y, por tanto, lisa
y llanamente, no es una norma.
Imagínese una regla jurídica que estableciera que todas las mañanas debemos hacer “algo”.
Ineludiblemente será cumplida, no dirige la conducta en ningún sentido, simplemente es la
expresión (alambicada y en forma de norma) de un evento ineludible. A saber, que todo sujeto
está en todo momento involucrado en desarrollar alguna actividad, aunque ésta sea la quietud
más plena. En resumidas cuentas, una norma con objeto indeterminado, no es una norma. Por
ello, es que postularemos que en realidad en esos casos el problema no es la validez del objeto
sino la ausencia del mismo.

6.1.3. Posibilidad Física

La posibilidad física del objeto consiste en que la conducta debida que es el contenido de la
obligación o de la norma contractual, no sea “contrari*a+ a las leyes de la naturaleza”. Es decir,
que a priori, no contradiga ni las categorías de nuestro entendimiento por las cuales
percibimos la realidad ni las regularidades que percibimos en el mundo. Es imposible el objeto
tanto: (a) si es inconcebible (por ejemplo, si es auto-contradictorio o carece de dimensión
espacial y temporal), como (b) si no es acorde a las “leyes” (regularidades causales) que según
nuestra visión de la realidad gobiernan los hechos empíricos. El clásico ejemplo de derecho
romano: tocar el cielo con las manos es físicamente imposible.
La posibilidad física entendida como concordancia con las “leyes de la naturaleza” cambia
históricamente con la tecnología. Otro ejemplo romano lo muestra. En las Institutas se recoge
como caso de imposibilidad el de deudor que, estando en Roma, se obliga a entregar algo en
Cartago esa misma tarde. Ese ejemplo no es válido hoy. Cartago está cerca de lo que hoy es la
ciudad de Túnez y, por avión, el deudor no sólo puede entregar en la tarde en Túnez sino,
además, estar de vuelta en Roma para la cena. Del mismo modo la imposibilidad también
cambia. Los sistemas informáticos no gobernaban el mundo hace unas cuantas décadas, pero
hoy es imposible pensar que un aeropuerto funcione sin sistemas informáticos. Si por razones
ajenas al mismo el sistema cae nadie dudaría que habría imposibilidad de cumplimiento.
La imposibilidad física es la misma siempre, pero se analiza de formas diferentes en las
obligaciones de hacer y en las de dar. En estas últimas toma el sesgo de una discusión acerca
de las cosas inexistentes que se pretenden dar y en particular, dentro de las cosas inexistentes,
aquellas que se espera que existan en el futuro.

a) La Posibilidad Física en las Obligaciones de Hacer y No Hacer

El contrario de la posibilidad física es la imposibilidad, naturalmente. Ahora bien, la dogmática


exige que la imposibilidad sea absoluta y objetiva y que no constituya una mera dificultad. Bien
visto, ello es un desarrollo lógico razonable de aquello a lo que la imposibilidad alude: lo que
inevitablemente no ocurrirá.
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El tema de la imposibilidad física como defecto del objeto es el espejo, en esta fase de génesis
del contrato, de la imposibilidad superviniente (posterior al contrato) que se encuentra en la
responsabilidad contractual como causal de inimputabilidad de la falta de cumplimiento y
como modo de extinción de las obligaciones. Es decir, el fenómeno de la imposibilidad del
objeto puede golpear en dos momentos distintos: (a) si ya hay imposibilidad antes de formase
el contrato, el mismo no se formará o será nulo; y (b) si el objeto es posible al momento de
formase el contrato, pero deviene imposible posteriormente (por un hecho ajeno a las partes)
no habrá responsabilidad por incumplimiento (Arts. 1342-1343) y, además, la obligación se
extinguirá (Art. 1549). Esto hace que las características que se requieren para la imposibilidad
en esta fase genética del contrato sean idénticas a las que se requieren luego en la fase
funcional del mismo. Entonces, para que haya imposibilidad la misma debe ser:

(a) Absoluta. Esto significa que no haya ningún medio de superarla. Por ejemplo, si se
trata de entregar un bien en otra ciudad, que no haya ninguna vía de ninguna especie
para acceder a ella. Si hay una vía, por más tortuosa que sea, ya no hay imposibilidad
sino mera dificultad y el objeto del contrato es físicamente posible.
(b) Objetiva. Lo cual implica que para todo sujeto sea imposible realizar el objeto del
contrato. Si para el concreto deudor es imposible, pero para otra persona es posible,
entonces no hay imposibilidad en el sentido jurídico.8

Luego veremos que el carácter extremo de estas afirmaciones se ha flexibilizado algo mediante
la doctrina de la imposibilidad relativa, pero en esencia esos requisitos siguen vigentes. Es
decir, el requisito de posibilidad física del objeto es relativamente fácil de cumplir dado que las
hipótesis de imposibilidad son excepcionales, visto las características que la misma debe
revestir.

b) Contratos sobre Cosa Futura: La Posibilidad Física en las Obligaciones de Dar (9)

En las obligaciones de dar la imposibilidad física se manifiesta cuando alguien se obliga a dar
algo que no existe y que no es posible que exista. Es decir, una cosa no sólo inexistente, sino
que además no puede esperarse que venga a existir. Las cosas futuras son justamente el nudo
de esta cuestión. Ellas son cosas que no existen en el presente, pero pueden eventualmente
existir en el futuro.
El Art. 1283 alude a las cosas futuras como aquellas “que se espera que existan” siempre que
estén determinadas, aunque esto último es un requisito de otra especie. Es decir, la cosa
futura (así la llama desde siempre la doctrina) es aquel tipo de entidad pasible de pertenecer al
mundo pero que no se presenta en el mismo como real (como ya existente) sino como mera
potencialidad. En el propio giro está implícita esa posibilidad de ser y aun podría llegar a
entenderse que la norma legal convoca algo más: la probabilidad de que se materialice la cosa
en cuestión. Cuando dice que se “espera que existan” parece evocar algo más que la mera
posibilidad y llama a pensar sobre lo que se cree probable.

8
Cf. Gerhard Danneman, An Introduction to German Civil and Commercial Law (London 1993) 27-28.: la
“imposibilidad objetiva inicial” (cuando ninguna persona podría cumplir el contrato) genera nulidad,
mientras que la “imposibilidad subjetiva inicial” no invalida el contrato y genera responsabilidad por
incumplimiento.
9
Esta sección transcribe en forma resumida parte del trabajo conjunto realizado junto con el Profesor
Elías Mantero. Ver: Gerardo Caffera y Elías Mantero Mauri, “Negocios de Disposición y Garantía sobre
Bienes y Créditos Futuros en el Derecho Uruguayo”, (2012) 256 Revista de Derecho Comercial y Seguros
(Buenos Aires) 393 ss. Sobre el tema también: Gerardo Caffera y Elías Mantero Mauri, ‘Contrato,
Transferencia y Garantía sobre Bienes y Créditos Futuros’ en DJC Tomo III.
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El giro “se espera que existan” debe entenderse como sinónimo de aquello que no es contrario
a las leyes de la naturaleza (Art. 1284 inc. 2). En resumen, una cosa futura es una cosa que no
existe en tanto real ni siquiera en tanto probable pero sí en tanto posible. No existe en acto,
pero sí en potencia, para usar la clásica forma de hablar aristotélica.
Justamente, en la doctrina, Gamarra ha señalado que la cosa futura se opone a la presente y
que la primera es aquella “inexistente al tiempo del contrato, pero que podrá existir por un
proceso creativo de la naturaleza o por el hecho del hombre”. 10 Una característica central de la
doctrina al abordar este tema es tratarlo en el marco de la categoría “objeto” del contrato, tal
como lo hace el Código. Ello es correcto. En cambio, lo que parece directamente equivocado,
como ya señalamos junto con E. Mantero, es asumir que al enfrentarse a un negocio sobre
cosa futura se está necesariamente frente a una hipótesis de ausencia de objeto, cosa que el
Código realmente no hace pero que la doctrina agrega sin tener en cuenta que cae con ello en
una contradicción.
En efecto, Gamarra señala que un contrato sobre cosa futura es un “contrato incompleto que
se va formando progresivamente en el tiempo, y se perfecciona cuando el objeto llega a existir”
en tanto hay “ausencia de uno los elementos constitutivos del contrato”. El problema aumenta
cuando señala que para nuestro Derecho “no es objeto la representación programática o
intelectual del objeto” 11 En esa misma línea parte de la doctrina italiana hablaba de negocio en
vías de formación.12
Es conveniente marcar desde ya el equívoco de asimilar cosa futura y ausencia de objeto para
comenzar por desbaratarlo pues, estando en la raíz del tema, vicia la totalidad de las
construcciones en torno al mismo. La solución parece simple: en realidad el objeto de la
obligación no es la cosa.
El objeto del contrato será el mismo de la obligación para algunos y en tal caso será la
prestación o, más propiamente, la descripción mediante el lenguaje de la conducta debida que
puede tener o no como punto de referencia una cosa. Para otros el objeto del contrato será la
norma privada en cuya hipótesis el objeto será una regla de conducta. En todo caso, en
ninguna de las situaciones la cosa en su materialidad está, ni se necesita que esté, y ni siquiera
puede estar, dentro del contrato como elemento del mismo. Los contratos hablan de lo que
harán las personas (dar, hacer etc.) pero no incluyen dentro suyo ningún objeto material, tanto
como ninguna ley incluye dentro suyo el objeto o los sujetos a los que refiere sino sólo su
descripción o identificación mediante el lenguaje, para regular acerca de ellos. Esa misma
diferenciación es la que muchas veces se alude con la división entre objeto-de-la-relación (la
cosa descripta) y objeto-del-acto de entrega (la cosa en sí misma, en su materialidad).13
En síntesis, hay objeto, entonces, desde que el acto debido está lingüísticamente descripto, no
desde que sus referentes objetivos (la conducta o las cosas sobre las que se actuará) existen.
Por ello es que es correcto lo que, en otro trabajo, acertadamente señala Gamarra, con cita de
Sconamiglio, en cuanto a que el contrato sobre cosa futura está completo desde el principio.
Es que nada falta para el negocio, lo ausente es sólo un elemento externo, dado que la cosa en
sí no es un elemento del contrato.14

10
Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo XIV (FCU 1990) 143; con cita de Perlingieri
en I Negozi su Beni Futuri: la Compravendita de Cosa Futura (Napoli 1962).
11
Por todo lo citado: Gamarra, Tratado, Tomo XIV, pág. 148
12
Gabrielli, Enrico, Doctrina General del Contrato, Vol. II, FCU, Montevideo 2010 (traducción de Carlos
de Cores), p. 91.
13
Falzea, citado por Gabrielli, Doctrina: Vol. II, p.94
14
Gamarra, Jorge, Prenda de Cosa Futura, ADCU Tomo XXXIII, p. 557
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Los problemas a que se alude cuando se trata de la cuestión de la cosa futura, en realidad,
pueden venir por otro lado. Si lo descripto es imposible físicamente, lo cual ocurre cuando la
cosa que se debe dar no sólo no existe, sino que ni siquiera puede esperarse que exista, el
problema es la imposibilidad física del objeto, pero no su ausencia.15
En resumidas cuentas, siendo el contrato lenguaje puesto en acto, la única forma en que el
objeto no existe es cuando el enunciado que expresa el acuerdo voluntades no describe
ninguna conducta debida.16
El tema del negocio sobre cosa futura, cuando se trata de un negocio obligacional como el
contrato, se resuelve sobre el eje de la posibilidad o imposibilidad física del objeto. Por tanto,
si la cosa no existe ni puede esperarse que exista, habrá objeto, pero el mismo será
físicamente imposible y por lo tanto ese será el defecto del contrato. En cambio, si no existe,
pero es esperable (posible) que exista, el contrato no tendrá defecto alguno, y la cuestión
pasará a resolverse sobre otro plano. No el de la nulidad o inexistencia pues el negocio
contendrá todos sus elementos y requisitos de validez. Si la cosa llega a existir se podrá
cumplir la obligación, si luego se hace patente que ha devenido imposible que exista la
obligación es extinguirá por imposibilidad de paga (Art. 1549 CCU).
Finalmente, sobre la naturaleza del contrato sobre cosa futura el Código contiene dos
pronunciamientos fundamentales. En primer lugar, el del Art. 1283 que admite la viabilidad de
dichos contratos y, en segundo lugar, el Art. 1671 que califica a uno de dichos contratos sobre
cosa futura (la compraventa de cosa futura) como negocio sujeto a “condición” (suspensiva, se
sobrentiende generalmente) en que la existencia de la cosa opera como evento-condición.
Ahora bien, por otra parte, a nivel doctrinario y esencialmente ligado con la idea, que venimos
de criticar, de que en el negocio sobre cosa futura el objeto no existe, es que se desarrolla la
teoría con más predicamento actualmente en nuestra civilística. La tesis corresponde a
Gamarra y se construye sobre la base de su crítica a la solución del Código y en tanto
propuesta alternativa a la propugnada por Narvaja. Resumida en tres pasos la teoría de
Gamarra se articula de la siguiente forma: (1) si la cosa es futura el objeto aún no existe y por
tanto el contrato no puede existir (2) no podría colocarse a la existencia del objeto como
condición (elemento accidental) desde que el objeto es un elemento esencial del contrato (3)
por lo tanto, debe elaborarse una teoría alternativa a la del Código.
Señala al respecto Gamarra: “El objeto es dentro de nuestro derecho positivo un requisito
esencial para la validez del contrato (art. 1261) y por tanto no puede figurar en el negocio
como condición. El objeto es requisito de validez; su ausencia produce la nulidad. La condición,
en cambio, es un elemento accidental, que opera como requisito de eficacia. Un elemento
esencial no puede ser nunca condición, porque la condición presupone un contrato ya formado,
provisto de todos sus elementos (entre los cuales se encuentra el objeto)” 17
Esta construcción a nuestro juicio (y creemos que podría ser el del propio Gamarra, en trabajo
posterior)18 es innecesaria. Es que la premisa de la cual se parte no es correcta: no es necesario
construir una explicación del negocio sobre cosa futura como negocio en vías de formación

15
Larroumet, op.cit, p.339 plantea una muy extraña solución: que algo exista es su primer cualidad
esencial, luego que si no existe el consentimiento está viciado (nuestro 1271)
16
Sintácticamente hablando: el objeto es el verbo nuclear más el complemento directo de la oración
que describe la conducta debida, no hay objeto si faltan los dos componentes gramaticales. En cambio si
está presente el verbo (dar, hacer, p.ej.), pero no el complemento directo, habrá indeterminación.
17
Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo XIV (FCU 1990) 146.
18
En su trabajo del tomo XXXIII del ADCU, Gamarra admite que la prenda de cosa futura puede generar
obligaciones, por tanto, aunque no lo dice expresamente, parecería que admite el perfeccionamiento de
un negocio sobre cosa futura dejando de lado implícitamente su construcción anterior.
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porque, en realidad, el objeto existe desde un inicio. Es la cosa la que es futura, no el objeto de
la obligación o del contrato. En el mismo sentido De Cores ha marcado que “la venta en
nuestro Derecho es un negocio obligacional, no hay un inconveniente conceptual en
considerar un negocio obligacional que tenga por objeto una cosa que no existe”.19
Veamos, entonces, si es rescatable la tesis incorporada en el Código. Respecto de la crítica que
señala que concebir a la existencia de la cosa como una condición suspensiva significa atribuir
a un elemento esencial el carácter de elemento accidental,20 la misma es infundada, dado que
el elemento esencial es el objeto del contrato o la obligación, pero no la existencia de la cosa
en sí misma, en su materialidad, que constituye una circunstancia externa al contrato. Dado
ese paso, ningún inconveniente puede haber en tomar a esa circunstancia externa como una
condición agregada al contrato por las normas supletorias legales.
Lo que Narvaja habría hecho en el Art. 1671, para la compraventa, es adoptar a la existencia de
la cosa como condición de la eficacia del contrato, pero dándole el status de elemento natural
(naturalia negotii).21 Es decir, la condición es incorporada al programa contractual, si las partes
no dispusieron nada diverso, por acción de la norma supletoria de la voluntad de las partes del
Art. 1671. En cambio, si las partes dispusieron que no se trataría de una condición, la misma no
se incorpora y se cae en la figura de la emptio spei (venta de la esperanza, un contrato
aleatorio). No hay nada extraño en esto. También el Código provee normas supletorias sobre
plazo, lugar de pago, etc. ¿Por qué no podría proveer la integración de una condición
suspensiva al programa contractual cuando el supuesto de hecho tiene la particularidad de
que la obligación de dar versa sobre una entidad aún no existente?
En resumen: (a) el contrato sobre cosa futura se forma con el consentimiento, tiene objeto
desde el inicio y por tanto no es un contrato en vías de formación, (b) la cosa en sí misma es un
elemento externo al contrato, (c) si al momento del contrato la cosa fuera imposible que
viniera a existir el objeto sería físicamente imposible y el contrato nulo, (d) si hay posibilidad
de que exista, la solución supletoria es la del Art. 1671. Esto es, la Ley agrega la existencia
material de la cosa como condición suspensiva, salvo voluntad contraria de las partes.

c) La Imposibilidad Física genera Inexistencia del Objeto

A mi juicio (contra la doctrina dominante) la imposibilidad física del objeto genera la


inexistencia del mismo y del contrato, no su invalidez. Ello porque no es concebible una norma
que prescriba hacer algo imposible, sólo lo que es posible (factible de actualización en el
mundo) puede ser objeto de regulación. Luego, una norma que impone hacer algo imposible
es sólo la apariencia de una norma, pero no puede existir como tal. Las normas son guías para
la actividad humana pero cuando el sentido en que ellas guían la acción es de verificación
imposible, en realidad no hay norma y, por tanto, no hay objeto del contrato.

6.1.4. Posibilidad Jurídica

La posibilidad jurídica también llamada idoneidad genérica del objeto es mencionada por el
Art. 1282 del CCU. Ello ocurre cuando dicha norma exige que las cosas que se darán o los
hechos que se ejecutarán “no estén fuera del comercio de los hombres”. El objeto es

19
Carlos De Cores, ‘Prenda sin Desplazamiento’ en Jorge Gamarra Tratado de Derecho Civil Uruguayo:
Tomo II: Volumen 1 (4ª Edición FCU 2002) 337.
20
Esa crítica es realizada en Uruguay por Gamarra, pero también por Rubino en la doctrina italiana (Cf.
Gabrielli, Doctrina: Vol. II. 93 nota 99).
21
Jorge Gamarra y Juan E. Blengio, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo X (FCU 2001) 18.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

jurídicamente posible si está en el comercio de los hombres. Esta frase que parece tan críptica
a primera vista, en realidad constituye el límite más obvio del mundo del contrato. Traducida a
términos modernos significa que donde termina el mercado, termina el contrato. Dicho de
otra forma, el contrato es una herramienta sólo para las actividades del mercado.
Dicho esto, lo demás fluye naturalmente. ¿Qué está fuera del mercado? Obviamente: (a) todo
lo que no puede ser objeto de propiedad privada y (b) todas las actividades que sólo se pueden
realizar por parte de agentes públicos (hoy por hoy, el estado).
En primer lugar, hay bienes (entidades que satisfacen necesidades humanas) que no pueden
ser objeto de propiedad privada: (a) por su configuración natural, tal como ocurre con el aire
que respiramos (en estos casos lo que es imposible es la apropiación –Art. 460-) o (b) por una
decisión política plasmada en la Constitución o en la Ley: estos son los bienes de dominio
público, como por ejemplo, las calles, plazas, ciertos monumentos, riberas del mar, etc. (a
estos bienes refiere el Art. 477 inc.1º). Estos bienes pertenecen a toda la comunidad. La
antigua broma acerca del ingenuo a quien le “venden el Obelisco” refiere, en términos
jurídicos, a un contrato nulo o inexistente por imposibilidad jurídica del objeto (no por ilicitud).
En el campo de las actividades, se me ocurre un ejemplo evidente, no puede ser objeto de un
contrato la obligación de encargarse de la defensa nacional o el cumplimiento de algunas
funciones clave de policía (no imagino una empresa privada encargada de realizar
allanamientos p.ej.).
Dos advertencias deben realizarse. Primero, se habla a veces de idoneidad específica (por
oposición a idoneidad genérica) para aludir al hecho que ciertos bienes no pueden ser objeto
de ciertos tipos de contratos, pero no de cualquier contrato en general. Por ejemplo, no puede
haber un contrato de mutuo sobre bienes infungibles (Art. 2197). El paralelismo con la
idoneidad genérica es muy desafortunado porque aquí el problema no es de validez, sino que
el contrato meramente debe recalificarse. Siguiendo con nuestro ejemplo: si versa sobre
bienes infungibles será un arrendamiento, en vez de un mutuo, pero igualmente será válido.22
Segundo, no debe confundirse imposibilidad jurídica con ilicitud. La primera se da cuando el
objeto está fuera del mercado, la segunda cuando la conducta debida consiste en una
actividad prohibida por normas de orden público.

6.1.5. Licitud (o Posibilidad Moral)

La ilicitud es descripta en el Art. 1284 inc. 3º bajo el nombre de imposibilidad moral del objeto.
Es ilícito el objeto: (a) contrario a la ley, (b) contrario al orden público o (c) contrario a las
buenas costumbres. ¿Qué significan estos tres términos?
El más simple parece ser el primero. Por ley, en este contexto, debemos entender todas las
normas constitucionales y legales. Sin embargo, dentro de éstas solamente la violación de las
normas de orden público genera ilicitud. El Art. 11 del Código Civil distingue dos tipos de leyes:
(a) aquellas en que “están interesados el orden público y las buenas costumbres” y (b) las

22
Otro ejemplo resuelto incorrectamente como falta de idoneidad aparece en la Sentencia del Tribunal
de Apelaciones Civil de 1er. Turno del 10 de junio de 2013 (DJC Tomo II, c.367). Allí un sujeto vende
bienes de uso común de un edificio de propiedad horizontal. Los bienes de uso común no están fuera
del comercio de los hombres, en realidad el problema es que un solo co-propietario (o varios) no
pueden enajenarlos y que, además, previo a hacerlo deberán seguirse ciertos trámites para separarlo
como bien independiente. Por ejemplo, con la voluntad de todos los copropietarios puede prometerse
en venta y luego transformarse en una unidad de propiedad horizontal independiente para cumplir la
promesa. El problema en ese caso era de legitimación del vendedor, no de indoneidad del objeto
vendido.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

restantes. Respecto de las primeras establece que no pueden ser “derogadas” por las partes.
Es decir, no se puede pactar en contra de ellas. Respecto de las segundas, que no son otras
que las normas supletorias de la voluntad (que refieren a los efectos que la norma de
competencia asigna al contrato), las partes pueden “derogarlas” (i.e. estipular algo distinto).
Por ejemplo, es ilícito el objeto en que la conducta debida consiste en un tipo de delito penal.
Sin embargo, no es ilícito el objeto cuando modifica la norma supletoria del Art. 1346 que
establece que en caso de incumplimiento no-doloso sólo se resarce el daño previsible. Si pacto
que también se resarcirá el daño imprevisible ello no hace ilícito el objeto de la obligación pues
la norma del Art. 1346 es sólo supletoria.
Ahora bien, cómo saber si una norma es de orden público o no. Primero, si la propia ley dice
ser de orden público (como lo hace el Art. 1º de la Ley 17250) la solución es fácil: lo es. Eso es
lo que se llama orden público formal, pues la propia ley soluciona el tema al ser calificada
como tal en el acto de su emisión. Segundo, el Art. 1286 también nos facilita las cosas cuando
indica que las normas de Derecho Público no pueden ser contrariadas por el objeto del
contrato. Asumiendo que existe cierto consenso en torno a qué es Derecho Público
(Constitucional, Penal, Procesal, Administrativo, etc.) la cuestión se facilita.
Finalmente llegamos al nudo del problema: las normas de derecho privado que la ley no aclara
si son o no de orden público, siendo el intérprete el que debe decidirlo. Este es el llamado
orden público sustancial, por oposición al formal. La cuestión es resbalosa porque depende de
definir, en última instancia, si entendemos que la ley protege un interés general o sólo uno
particular (i.e. no-de-todos, como dice Ferrajoli). Pero ello, a su vez, supone una toma de
posición acerca de cuál es el límite de la esfera pública y la privada. Tan sólidas como parezcan
las fronteras entre la calificación de orden público y la de supletoriedad, ellas reposan sólo en
consensos de hecho más o menos estables según el caso. Tenemos un ejemplo dramático en
nuestro Derecho: la naturaleza de las normas de la Ley de Sociedades Comerciales (16060) vive
hasta hoy en medio de un conflicto entre publicistas y autonomistas (por darles un nombre a
los bandos en pugna) que se procesa como una batalla eterna. Quizás llegue un día en que ese
conflicto salga del pozo argumental en que vive. Pero no es ese nuestro tema ahora y me
alcanza con dejar planteada la endeblez de esta frontera y el riesgo de seguir manejándola en
base a intuiciones.
En el marco del derecho contractual, como indicamos más atrás, existe un consenso bastante
extendido y que políticamente luce racional, que indica que respecto de la norma de
competencia que refiere al contrato: (a) las normas que lo definen y describen como supuesto
de hecho, es decir, sus elementos y requisitos de validez y eficacia, son normas de orden
público, mientras que (b) las normas que refieren al contenido y alcance de sus efectos (las
obligaciones) son supletorias. Ello es políticamente razonable desde que la comunidad haya
definido, como cuestión de interés general, a qué acuerdos dará su respaldo (a través de la
fuerza colectiva), mientras que una vez superado ese análisis lo que las partes quieran es una
cuestión de ellas solas. Lo primero son las condiciones en que se está dispuesto a poner la
fuerza pública al servicio del mercado. Lo segundo, el contenido de la vida del mercado mismo.
Si el carácter de orden público abarcara la mayor parte de los efectos (y esto no es bueno ni
malo) ya no estaríamos frente a un mercado sino frente a una economía regulada. No digo que
la meta final de esa secuencia sea óptima, digo que, si la decisión política inicial de una
comunidad es habilitar un mercado para la ordenación de ciertos aspectos económicos, hay
una presunción a favor del carácter supletorio de las normas sobre los efectos del contrato.
Cuidado: esto no es un juicio de valor sino una reflexión acerca de las consecuencias que
implica tomar una cierta decisión política (la economía de mercado) y aplicarla
consistentemente.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

Pasemos ahora al segundo caso. El Art. 1284 indica que el objeto es ilícito si viola el orden
público. Ya no estamos hablando de que viole leyes de orden público sino el orden público en
sí mismo. Los autores, palabras más, palabras menos, nos dicen que el orden público son los
principios y valores que gobiernan a la comunidad y le dan su identidad. Uno puede
rápidamente identificar varios de ellos que nos individualizan como sociedad uruguaya. No veo
de todos modos cómo salir de enunciados muy genéricos y difíciles de comprobar. Se supone
que somos tolerantes en lo moral, democráticos en lo político, etc. Bien, pero teniendo
estructuras de legislación democrática para definir esos valores, ¿podremos prestar atención a
lo que no se ha expresado por esos canales? Es decir, si el objeto del contrato va contra la
Constitución o la ley, es ilícito. Pero eso se explica porque viola leyes de orden público, no el
orden público a secas. Si el concepto de orden público tuviera que sobrevivir como un
concepto autónomo respecto del de leyes de orden público, ¿cómo haríamos para determinar
su contenido? Obviamente no se trata de hacerlo por mecanismos de legislación democráticos,
pues si así lo hacemos, el problema ya no existe pues directamente tendríamos frente a
nosotros alguna ley de orden público y no simplemente el orden público a secas. De ello se
sigue que el concepto de orden público que tenemos en el Art. 1284 es uno que sólo puede ser
definido por algún mecanismo no-democrático. Pero, ¿podremos aceptar esa salida? El
concepto de orden público es problemático pues parece abrir una carta en blanco al intérprete
para llenarlo con el contenido que desee. Al final del día por más bibliotecas que lo apoyen lo
que decida un autor o un juez no es lo mismo que una decisión democrática. A nadie se le
puede ocurrir creer que la definición de qué es y qué no es orden público sea algo a ser
determinado por los juristas como un acto de “ciencia”. Creo que la encerrona en que nos
pone este concepto, que afortunadamente no ha tenido mucho uso práctico, es realmente
dramática. Ya no solo por su vaguedad sino por el tipo de juicio de valor que requiere del juez.
Se le está pidiendo en definitiva que descubra un principio: (a) que haga a nuestra identidad
como comunidad en general, (b) que no esté contenido en la constitución ni en la ley, es decir
que carezca de legitimidad democrática, pero que (c) igualmente él decida que es aplicable al
caso. Ello es muy complejo. Naturalmente, no puede borrarse de un plumazo la raíz de ese
dilema que está allí frente a nuestros ojos en el Art. 1284 (el orden público a secas, quiero
decir) Sin embargo, todo considerado, creo que debe postularse en el plano político (por los
argumentos vistos) que el uso de esta herramienta debe ser extraordinariamente excepcional.
Tanto que no alcanzo a imaginar ejemplos en que pueda ser utilizada. Desde otras posiciones
políticas (imagino a los neo-constitucionalistas en esa línea) muchos creerán que este orden
público otorga un carril al juez para crear Derecho o soluciones justas y lo verán como positivo.
Es contra esa visión política que estoy discutiendo. En este punto tomo el argumento de
Waldron:23 si discutimos de continuo y no nos ponemos de acuerdo en qué es orden público y,
dado lo vigoroso de nuestros desacuerdos, los tenemos que terminar resolviendo contando
votos en el parlamento o en elecciones o plebiscitos, ¿por qué razón deberíamos creer que los
jueces superaran mejor esos desacuerdos, cuando al mismo tiempo vemos que ellos también
discrepan y terminan, en los tribunales colegiados, resolviendo la cuestión contando votos? En
términos de elegir, tanto como Waldron, no creo que haya argumentos que hagan preferir sus
votos a los de la ciudadanía. En resumen, en este análisis político normativo (no lo oculto) a
que este tema nos lleva, creo que la noción de orden público a secas del Art. 1284 CCU es
peligrosa y sólo podría usada en condiciones extremadamente excepcionales, que no alcanzo a
imaginar. El servicio que esa noción podría prestar ya lo prestan, sin generar tantos riesgos, los
conceptos de leyes de orden público del Art. 1284 y el de Derecho Público del Art. 1286.
Finalmente, las buenas costumbres. Existe consenso en que esta idea alude a la moral media.
Las palabras moral y costumbres tienen un origen etimológico común (mores significa
costumbres en latín) y la adjunción del adjetivo “buenas” que es la calificación moral por

23
Jeremy Waldron, Law and Disagreement (Oxford University Press 1999) 15.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

excelencia lo aclara. Por otra parte, no se trata de una apelación a una moral objetiva, sino a lo
que a nivel de la comunidad es considerado como moralmente bueno. La pregunta que debe
hacerse el juez es casi únicamente sociológica: ¿en esta sociedad se considera moralmente
reprobable tal o cual cosa? Ese tipo de juicios envuelven un riesgo menor en tanto la evidencia
para su fundamentación debería ser más fácil de obtener y la decisión judicial podría ser
cuestionada sobre bases más o menos fácticas. De hecho, la costumbre, cuando regía en el
pasado, debía ser probada igual que se prueban los hechos (p.ej. las enquêtes par turbe del
antiguo derecho francés). Con esos aditamentos y con la gran salvedad de que no se trata de
aplicar lo que es bueno en sí (supuesto que se pudiera definir) ni la moral subjetiva del juez, el
concepto es políticamente razonable a mi juicio. Es más, lo consuetudinario representa (en su
teoría) una suerte de versión primitiva de la legislación democrática. Qué servicio cumple en
nuestro país y en esta materia lo desconozco, pues en una sociedad cuyo valor central es la
autonomía moral de las personas la virtud dominante es (o debería ser) la de la tolerancia. Me
parece difícil y peligroso en ese contexto encontrar inmoralidades jurídicamente relevantes
que ya no sean parte de la prohibición de alguna ley.

6.1.6. Resumen

En resumen: (a) el objeto del contrato es o bien las conductas debidas (prestaciones) o bien las
normas privadas que las partes crean, según la posición que se adopte, (b) los requisitos de
validez son la determinación, posibilidad y licitud del objeto, (c) a mi juicio (contra la doctrina
dominante) la falta de determinación o la imposibilidad física generan la inexistencia del
contrato, no su invalidez. Ello porque no es concebible una norma que prescriba hacer algo
indeterminado o algo imposible, sólo lo que se sabe cómo cumplir y es posible puede ser
objeto de regulación.

6.2. Causa (24)

6.2.1. La Doctrina Subjetiva Clásica

a) Liberalismo y Causa Clásica

Hasta hace muy poco tiempo atrás existía un fuerte consenso en torno a que nuestro Código
consagraba la doctrina subjetiva clásica sobre la causa. Sólo hace unos pocos años que ese
consenso empezó a resquebrajarse. Veamos esa doctrina clásica y luego las alternativas. La
tesis subjetiva clásica tiene una serie de características que muestran a las claras un propósito
político que va en la línea del liberalismo económico que los codificadores trataron de
implantar en la región como parte del ingreso del país al nuevo sistema capitalista mundial.

24
Bibliografía: Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo XIV (Montevideo 1976) 7 ss;
Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo XXVI (FCU 2009) 295-307; Jorge Gamarra,
Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Versión Abreviada: Tomo II (FCU 2010) Causa. Cap. I; Georges Ripert
y Jean Boulanger; Tratado de Derecho Civil: Tomo IV (La Ley 1954) Capítulo II sección 4; Emilio Betti,
Teoría General del Negocio Jurídico (Editorial Revista de Derecho Privado 1959) Capítulo III; Francesco
Messineo, Doctrina General del Contrato: Tomo I (EJEA Bs. As. 1986) 109 ss; José Luis Lacruz Berdejo et
al, Elementos de Derecho Civil: Tomo II: Volumen Primero (Dykinson 2007) 416-41; Philipe Delebecque y
Frédéric-Jérome Pansier, Droit des Obligations: Contrat et Quasi-Contrat (7ª ed. Lexis Nexis 2016) 169 ss;
Francesco Galgano, El negocio jurídico (Tirant lo Blanch 1992) 106;. Henri, Jean y León Mazeaud y
François Chabas, Derecho Civil: Tomo I (Zavalía 1997) 333 ss; Luigi Ferri, La Autonomía Privada (Luis
Sancho trad., Comares 2001) 325 ss; Christian Larroumet, Droit Civil: Tome 3: Les Obligations, Le
Contrat (Economica 1998) 410 ss;; Carlos Lasarte, Contratos (Marcial Pons 2007) 41 ss.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

La singularidad de la teoría clásica de la causa es que ella transforma la causa en un elemento


totalmente inocuo, sin consecuencias prácticas. Pero justamente ese es, a mi juicio, el
propósito de esa teoría. Ella cierra perfectamente con la visión económico-liberal del contrato.
El asombro dogmático ante la inutilidad del concepto y el hecho de valorar negativamente esa
inutilidad es, primero que nada, una falta de conciencia de las razones que se esconden detrás
de esa teoría. La causa es uno de los artefactos más refinadamente ideologizados de toda la
construcción tradicional y por ello uno de los más arduos si se lo trata de entender como si
realmente dijera algo trascendental acerca de la voluntad negocial o el contrato. En cambio,
esmucho más fácil entenderla cuando bajo la ideología (en el sentido marxista del término)25
se vislumbra su finalidad política.

b) La Construcción Dogmática

La tesis subjetivista clásica es primero que nada subjetiva, es decir, ve a la causa como algo
atingente a la voluntad del sujeto, como un aspecto de esa voluntad. Así, mientras el objeto
representa lo que quiere, la causa representa para qué lo quiere. O sea, el aspecto finalístico o
teleológico26 de la voluntad. Conviene entender un poco la concepción tradicional de la
voluntad en el plano sicológico (por entonces un capítulo de la filosofía) para saber de qué se
está hablando y evitar algunos errores comunes.
Clásicamente,27 se concebía a la voluntad como un proceso con cinco componentes. (a) La
concepción o percepción de motivos y móviles. Es decir, las necesidades o impulsos (móviles) y
los datos intelectuales de conocimiento directo o inferidos (deductiva o inductivamente) de
ellos, que activan el proceso. (b) La deliberación, es decir, la fase en que el sujeto más o menos
conscientemente, evaluaba todos esos datos. (c) La decisión, es decir el momento en que
internamente tomaba, entre todos los posibles, un curso de acción. Esta decisión es lo que se
alude generalmente como la “voluntad” o “el querer”. (d) La finalidad que se persigue al tomar
la decisión (la dirección de la voluntad o la intención como se la llama a veces). (e) La ejecución
de la voluntad. El momento de la decisión sería, en el plano contractual, el consentimiento
que, expresado en signos visibles es la declaración, la cual contiene al objeto (lo querido). La
finalidad de esa decisión es la llamada causa final. La causa impulsiva, en cambio, son los
motivos y móviles que desequilibran la balanza y llevan al golpe de estado interior que significa
la decisión (la imagen es de William James).
Si bien los autores clásicos oscilan un poco, parece claro que al hablar de causa del contrato
están hablando de la causa final de cada parte. Es decir, la dirección finalística, el propósito
que persigue la voluntad de cada parte al obligarse es la causa del contrato.
Un ejemplo: cuando me obligo a dar una cosa, la decisión es la de obligarme y su contenido es
la acción de dar una cosa (consentimiento y objeto). La causa final (la finalidad) puede ser la de
obtener dinero a cambio de esa cosa o, más inmediatamente en realidad, que otra persona se
obligue a darme dinero por esa cosa. Más remotamente la finalidad puede ser usar ese dinero
para adquirir un barco o lo que fuera y aún más remotamente practicar el deporte de la

25
Andrés Blanco, ‘Economía, Tributos y Gasto Público en el Marxismo’ en (2011) 2 Ruptura, 22; Göran
Therborn, La Ideología del Poder y el Poder de la Ideología (Siglo XXI 1987 Reimp. 2015) 4. La ideología
cumple la función de conservación de las relaciones económicas a través de una deformación en la
percepción de las mismas. En este caso, a través de la idea de que ya a priori sólo es relevante la
finalidad abstracta o inmediata perseguida por los contratantes (causa clásica), cuando en realidad el no
mirar más lejos o más cerca de esa finalidad es una decisión política. Esa decisión sólo puede discutirse
en ese plano y no dogmáticamente.
26
Telos (τέλος) significa fin o propósito en griego.
27
Ver p.ej. Désiré Roustan, Lecciones de Psicología (Ed. Poblet 1942).
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

navegación pues me resulta placentero, etc. En el plano de los móviles obviamente actuó mi
necesidad de encontrar un deporte placentero entre los cuales concebí varios (móviles) y el
dato racional de que podía prescindir de la cosa que vendí, que el dinero que obtendría me
permitía adquirir una embarcación modesta, pero no otras cosas tales como caballos de Polo o
por el estilo (motivos), etc. Sobre esas bases deliberé y llegué a mi decisión. Pues bien, el
primer dato de la teoría clásica consiste en que, de todos esos elementos en danza, la causa es
solamente la finalidad del consentimiento. El fin que persigo. Causa del contrato entonces es
causa final.
Veamos ahora los demás datos. La teoría clásica de la causa dice que, a efectos jurídicos: (a) la
causa final refiere sólo a cada obligación (no respecto de todo el contrato), (b) que sólo es
jurídicamente relevante la causa final inmediata, y no lo son las finalidades ulteriores a esa
finalidad inmediata, ni los motivos y móviles anteriores a la decisión, y (c) que esa finalidad
inmediata, a su vez, es considerada en forma abstracta como la misma para todos los
contratos de un mismo tipo (de allí que se diga que, además, la causa es típica e invariable).28
Descompongamos cada uno de esos tres postulados.
En cuanto a que la causa clásica es causa de la obligación y no del contrato ello se entiende con
facilidad desde que tomamos nota que la causa final es la finalidad que persigue cada parte
contratante y no la perseguida por ambas partes conjuntamente. El hecho que la causa sea
vista como parte de la voluntad (o de cada declaración individual) hace inevitable esta
derivación. Por tanto, en la tesis clásica para cada obligación principal derivada del contrato
hay una causa.
Respecto a que la causa es sólo la finalidad inmediata, ello significa que sólo es considerada
como causa final a efectos del Derecho en los contratos onerosos, obtener que la otra parte se
obligue y, en los gratuitos, realizar un acto altruista sin contraprestación. En ambos casos no se
puede mirar más allá de esa meta inmediata. Las finalidades ulteriores quedan fuera de la
causa en sentido jurídico (aunque, obviamente, sigan allí existiendo en el plano real, el
Derecho desea desentenderse de ellas). Por la misma razón, los motivos y los móviles no
cuentan. Existen en la realidad, pero el Derecho no desea inmiscuirse con ellos. Como pruebas
de que nuestro Código sigue esa línea se citan generalmente dos normas: el Art. 1261 que
identifica como elemento del contrato a la “causa inmediata” de la obligación y el Art. 1287
que al hablar de la causa en los contratos gratuitos la identifica como la “mera liberalidad del
bienhechor”. El adjetivo “mera” en esa lectura indicaría el desinterés por los motivos
anteriores y los fines ulteriores.
Finalmente, reducida a la finalidad inmediata y, por así decirlo, encerrada dentro del propio
contrato, todavía queda una operación más de aligeramiento de la causa. Esta es la operación
de abstracción. Abstraer es la operación intelectual por la cual respecto de muchos hechos
reales tomo sólo en cuenta alguna/s de sus cualidades o atributos para considerarlos como
iguales entre sí a mis efectos. En este caso la abstracción opera de la siguiente forma: (a) si la
causa es la finalidad inmediata ello no quita que en cada contrato concreto haya una finalidad
inmediata concreta (e.g. en cada compraventa se persigue la obtención de un bien distinto),
(b) sin embargo, si me abstraigo de la concreta obligación que en cada caso quiero que asuma
la otra parte, descubriré que en todos los contratos onerosos se persigue la misma finalidad, a
saber: que el otro se obligue. Lo mismo ocurre con los gratuitos. El contenido de la liberalidad
varía de uno en otro, pero en todos existe esa intención altruista de dar sin recibir un

28
La abstracción es la característica de la causa. La tipicidad es la forma en que esa abstracción se
concreta. La invariablidad es la consecuencia de las dos afirmaciones precedentes. La mejor forma de
atar esas tres moscas por el rabo es decirlo de la siguiente manera: (a) en la teoría clásica, la abstracción
de la causa es una abstracción por tipo, luego (b) siendo abstracta por tipos, de ello se sigue que la causa
es invariable dentro de todos los contratos de un mismo tipo.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

equivalente. Cuando se dice que la causa es abstracta se está diciendo que a efectos jurídicos
es irrelevante cuál sea la concreta finalidad inmediata. Basta constatar que existe o bien la
finalidad de obtener que el otro se obligue o bien la finalidad de hacer un acto altruista sin
equivalente. No importan más detalles. Si eso se constata hay causa. El reflejo de la
abstracción en nuestro Código estaría en el Art. 1287 que define la causa solo para dos
grandes tipos de contratos, los gratuitos (“mera liberalidad”) y los onerosos (“la ventaja o
provecho que le procura la otra parte”). En esos dos grandes tipos la causa será
invariablemente la misma en todos los contratos concretos que entren en ellas pues se hará
abstracción de los detalles de cada caso.
En el ejemplo de la venta puesto más arriba, la causa final era la finalidad de obtener que el
otro se obligue a algo que me resulta provechoso, sin más detalle. Que ese provecho vendrá
bajo la forma de dinero, o cómo llegué a entender o sentir que necesitaba dinero, o en qué
pienso usar ese dinero después, todo eso está fuera de la causa. Lo primero por demasiado
concreto, lo segundo por ser los motivos y lo tercero por ser una finalidad ulterior, no
inmediata.
Ahora saquémosle ese tono inofensivo a la cuestión. En el ejemplo visto sustituyamos algunas
cosas. Supongamos que mi móvil ahora es matar a alguien, que la cosa la vendo para obtener
dinero para comprar el arma y que mi finalidad ulterior es usar esa arma para cometer el
crimen indicado. ¿Misma conclusión? Sí. En toda esa historia la causa de la compra del arma
nunca es ilícita, sólo lo son los motivos y las finalidades ulteriores, pero la causa de la
obligación (la finalidad inmediata abstracta de obtener dinero) no lo es.

c) La Cara de Política Económica de la Causa Clásica

¿Qué representa como opción política esta causa a la que se le quita todo contenido concreto
y se resume a un dato mínimo incapaz de ser evaluado en ningún plano? Es decir ¿por qué se
postula una causa con tan poca sustancia que es imposible pensar que sea lícita o ilícita? En
efecto cómo puede decirse del “mero” deseo de obtener una utilidad o hacer un acto
generoso, sin agregar más datos, que se aprueba o se reprueba. Esta pregunta desconcierta a
muchos y lleva a veces a diatribas (basadas en ese sólo hecho) contra la tesis clásica. La
respuesta está tan a la vista que a veces es difícil verla. Justamente lo que la tesis clásica quiere
es que la causa final no se evalúe, que no se pueda evaluar (o no se pueda evaluar demasiado).
Ni las finalidades ulteriores, ni las concretas ni los motivos que llevaron a realizar el contrato
pueden revisarse. El Estado a través del juez no puede penetrar en esa zona para decir si los
fines o los motivos le parecen aceptables o no.
¿Por qué? Nada misterioso. Es la consecuencia natural de la política económica liberal clásica.
Dejar la economía al mercado supone dejar las transacciones económicas en manos de los
particulares sin intervención del Estado. Naturalmente, los particulares tendrán sus fines y sus
motivos. Naturalmente, todo contrato viene a existir como consecuencia de móviles anteriores
y por su celebración se persigue mucho más que la finalidad inmediata de meramente
celebrarlo. Nadie desconoce eso. Pero, aquí está el punto: darle relevancia jurídica a toda esa
cadena previa y posterior sería poner al juez en la situación de tener que evaluar las
transacciones económicas en conjunto mirando el flujo de operaciones con que entronca ese
contrato concreto que tiene ante sus ojos con todos los actos que vienen antes y luego. Para
evaluar esa cadena o esa red, debería contar con algún criterio que le permita decir si los
contratos son parte de un buen o mal programa de acción global. Es decir, en dos palabras,
debería ponerse en la posición de aquel que mira sectores más grandes del sistema
contractual (es decir, el mercado entero). Sin embargo, la decisión política de dejar el
funcionamiento del mercado librado a la iniciativa particular significa justamente, primero que
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

nada, el desentenderse del Estado respecto de ese tipo de evaluaciones. Allá los particulares
con los fines que elijan y la forma en que avancen o retrocedan en función de sus motivos. Un
liberal clásico es un sujeto que cree que esos impulsos individuales, motivados o enderezados
a metas que los propios particulares deciden sin actuar en base a un plan general, es el mejor
orden posible. Par ese tipo de liberal, meter la nariz allí (si se me permite la imagen) sería
arruinar toda la dinámica que ese actor está tratando de instalar.
No digo que esto sea malo o bueno, digo que la teoría clásica de la causa se sigue casi como un
silogismo de la adopción de una política económica liberal (o que se le acomoda
perfectamente). No es una torpeza inconveniente (como algunos creen) que la causa haya
quedado sin sustancia, sino la consecuencia de una decisión racional con respecto al fin
político-económico perseguido por los sectores dominantes a la época de entrada en vigencia
del Código. La teoría de la causa concreta y la operación económica que veremos luego, si
fueran llevadas a sus últimas consecuencias, supondrían dar al juez la posibilidad de evaluar si
lo acordado por las partes es o no funcional para el fin concreto ulterior que ellas se proponían
y a modificar esa regulación si no lo fuera. Esto es, por lo menos, extraño, pues supone en el
juez una capacidad mayor que la de las partes para rediseñar el contrato.

6.2.2. La Doctrina Objetiva de la Causa

El Código fascista italiano de 1942 vino a reformular la noción clásica de causa. Mientras que la
causa final subjetiva es la hija del liberalismo del siglo XIX, la causa objetiva es una pieza de la
filosofía corporativista. Por otra parte, es el complemento del movimiento de la voluntad a la
declaración en materia de consentimiento (o al menos así nos hemos acostumbrado a
pensarlo). Veamos qué es la causa objetiva y si su matrimonio con el declaracionismo es tan
indestructible como a veces se supone. Según Giovanni Ferri,29 “el Código Civil *italiano+ de
1942 quiere ser el Código del Estado corporativista, dirigista en economía”. En ese Código, a su
juicio, “el individuo no es más un átomo disperso: su actividad es coordinada y asociada a
aquella de los otros y todos son subordinados al interés del Estado”. Dentro de esa línea, como
lo establece la exposición de motivos del Código Italiano, “la exigencia de subordinar al interés
público los interés particulares singulares y de actuar una armónica coordinación entre los
mismos ha puesto de relieve los aspectos publicísticos de los institutos del Derecho Civil y ha
orientado la propiedad y la autonomía privada hacia la solidaridad corporativa” De esa forma
“rompiendo con la tradición” el Código italiano encontró en la causa el elemento del contrato
a través del cual “controlar que la actividad autónoma de los privados fuese coherente con las
direcciones que orden corporativo prefijaba”.
De este cambio de ángulo hacia una economía dirigida nace la causa objetiva. Ella ya no es el
fin que persigue cada parte sino la función económico-social del contrato en su conjunto. Lo
considerado cambia. Deja de ser la voluntad y pasa a ser el acto social del contrato. A su vez la
causa es la finalidad del contrato mismo (no la de cada obligación). Por ejemplo, la función
económico-social de la compraventa es el cambio, la del arrendamiento de servicios la
prestación de trabajo entre privados, etc. La causa sigue siendo abstracta pues la función
económico-social se individualiza para tipos contractuales y no para cada contrato concreto. La
misión que la causa cumple es poner a la vista aquello sobre lo cual se ejerce el control. Al
tomar el Estado una opción dirigista de la economía sólo permitirá aquellos tipos contractuales
que a su juicio cumplan una función socialmente útil. Se trata de un giro radical. Ya no se
confía en los impulsos individuales entrechocando ciegamente en el mercado para generar el
mejor resultado posible, sino que el contrato y el mercado son vistos como sectores de una
planificación general de la economía mucho más amplia. El desplazamiento es extraño ya que

29
Giovanni B. Ferri. Il Negozio Giuridico (CEDAM 2001) 94, 106. Para todo este párrafo.
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el corporativismo fascista nunca puso realmente en riesgo la estructura capitalista de la


economía italiana ni significó un cerco para la gran empresa que por el contrario prosperó en
asociación con el Estado y en desmedro de las clases trabajadoras. Para los efectos prácticos el
fascismo económico sólo parece haber sido una reformulación retórica. En ese sentido, nada
tuvo que ver con el socialismo. Por esas razones es difícil juzgarlo como doctrina económica y
saber hasta donde realmente perseguía los fines que declaraba. Mucho apunta a hacer creer
que fue un mero disfraz ideológico.
De todos modos, el código italiano ofrece la primera estructura codificada que se aparta del
paradigma liberal económico clásico. Pero es una revolución sin dientes. Allí quedan todos los
tipos clásicos con vida. Nociones tan vagas como cambio, custodia, garantía o crédito son las
tan mentadas funciones económico-sociales que se toman en cuenta para dar tutela, al final
del día, a todo lo mismo que existía antes. Realmente el Código italiano es un giro copernicano
pero que nos deja mirando exactamente al mismo lado. En el fondo creo que sólo representa
la idea de que el mercado puede ser parte de una planificación más amplia de la economía, en
la cual se dejan áreas libradas a la iniciativa privada, pero esto, salvo por el punto de partida
filosófico, no llevó a ningún cambio drástico en el plano económico.
Lo extraño es cómo la causa objetiva italiana ha prosperado en la doctrina uruguaya como
planteo dogmático. Que lo hubiera hecho como planeo político sería razonable dada la historia
económica uruguaya. ¿Qué mejor complemento para el giro uruguayo hacia el estado de
bienestar a principios del siglo XX? Pero no. La importación fue puramente dogmática. Sin
embargo, esa era la más implausible de las recepciones. El Código es razonablemente claro en
cuanto a su opción por un modelo subjetivista. Un dato alcanza: la causa uruguaya es causa de
la obligación, no del contrato (Arts. 1261 y 1287). Cierto que en el Art. 1442 CCU hay lo que
parece una premonición de la causa objetiva cuando se establece que los contratos de juego y
apuesta no generan obligaciones civiles porque no son socialmente útiles. Pero una cosa es
desterrar un contrato por algo parecido a su causa objetiva y otra consagrar la causa objetiva
para todos. Dogmáticamente (es decir partiendo de las normas del Código) la operación de
importación parece implausible.
Creo que hay otro rédito mucho mayor a sacar de esta idea de causa objetiva para la política
del Derecho en nuestro país. Ello está especialmente relacionado con la configuración del
Derecho uruguayo como reflejo del estado de bienestar durante el siglo XX a través de dos
esferas complementarias y separadas de Derecho Público y Privado. Desde esa perspectiva la
filosofía política detrás de la teoría de la causa objetiva en el fondo es un reconocimiento a que
el mercado no tiene un lugar asignado a priori en nuestros arreglos de la economía. Dicho de
otra forma: que la división entre esfera pública y privada en lo económico es un dato
contingente que depende de una decisión política. Pero la causa objetiva no rinde mucho más
que eso. Sus tipos contractuales son intolerablemente abstractos. La división de esfera pública
y privada parece que debería discurrir según el tipo de necesidades en juego (salud, educación,
etc.) y no según los tipos de instrumentos usados para llenarlos (cambio o distribución p.ej.).

6.2.3. La Doctrina de la Causa Concreta y la Operación Económica

a) Crítica de la Causa Concreta

Hace unos pocos años comenzó a recibirse en nuestro país, por una parte de la doctrina (nada
menos que Gamarra y Blengio) la teoría de la causa concreta.30 Esta es una secuela de la causa

30
Alicia Castro Rivera, ‘La Pregunta por la Causa del Contrato: un Giro Pragmático de la Doctrina’ en DJC
Tomo V; Enrico Gabrielli, ‘Causa en Concreto y Operación Económica’ DJC Tomo III, 107 ss.
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objetiva. Mientras la causa objetiva clásica era la función económico-social del contrato, la
causa concreta es descripta como la función económica individual del concreto contrato que se
tiene en frente. Esa necesidad de cambio de concepto, que comienza en el Derecho italiano, se
explica por la voluntad política de algunos autores y jueces italianos de encontrar un modelo
más liberal para los contratos y sacarlo del corset de los contratos típicos rígidamente
limitados por la doctrina de la causa objetiva del Código de 1942. Roppo lo dice frontalmente:
“la idea de que el contrato carente de una positiva y específica utilidad social es desaprobado y
reprimido es una idea no-liberal que corresponde a una concepción dirigista y paternalista de
la autonomía privada, en definitiva, negadora de la autonomía misma”31. El giro para evadir
ese corset es postular que la causa del contrato es “la función o el sentido que las partes le
asignan”32, es decir, la causa objetiva concreta como cosa diversa de la función económico-
social típica (causa objetiva abstracta). La necesidad de evadir la causa objetiva abstracta es
una valoración política de Roppo, aunque fiel a su rol dogmático, él la muestre como un
imperativo técnico. Ahora bien, esa necesidad obviamente no existe bajo el Derecho
contractual uruguayo. Importar la doctrina de la causa objetiva concreta a nuestro Derecho es
como importar agua para el mar: poco útil y bastante desconcertante.
En tanto derivación del concepto de causa objetiva, uno podría llanamente descartarla a nivel
del Derecho positivo uruguayo pues es una doctrina que ni siquiera logra cerrar bien con los
textos vigentes. Es decir, no logra cerrar con las decisiones políticas pasadas bajo las cuales el
razonamiento jurídico local debe actuar consistentemente. Esto es una exigencia que Dworkin
recalca: la interpretación no es invención. La causa objetiva difícilmente puede convivir con las
normas uruguayas que hablan de “causa de la obligación” y no del contrato. Siendo la causa
concreta una sub-especie de causa objetiva ello también la deja fuera del juego dogmático
posible en Uruguay.
Gamarra en el tomo XXVI de su Tratado presenta una variante de la causa concreta que, en
realidad, a mi juicio, no es causa. Gamarra postula la utilidad de la causa concreta como índice
de interpretación de la declaración negocial. Ello no tiene relación con la causa. El problema,
en este caso, proviene de postular, a partir de la existencia de la interpretación teleológica (de
acuerdo a finalidades o propósitos), la existencia de un elemento (la finalidad concreta)
separado de la declaración interpretada que es el que justifica la interpretación finalstica.
Según Gamarra la causa concreta es la finalidad económica concreta perseguida por los
contratantes: sus intereses. Como él dice, estos tienen relevancia (obviamente) a la hora de
interpretar su acuerdo. Esa finalidad común o interés que se persigue al contratar sería la
causa concreta. Es más, el propio Gamarra la asocia con la “intención común” de la que habla
el Art. 1298 CCU en sede de interpretación.
En mi opinión, esto es un espejismo. No se requiere ni siquiera llegar al Art. 1298 del CCU para
descubrir de qué se está hablando en realidad. Creo que lo que se postula, reformulándolo, es
lo siguiente: cuando interpretamos el lenguaje o los signos en que se expresa el acuerdo de
voluntades, uno de los aspectos que tomamos en cuenta (como siempre que interpretamos
cualquier mensaje) son “los propósitos o preocupaciones que *el mensaje+ presupone en el
hablante” nuestra interpretación es siempre un reporte “acerca de *las+ intenciones *del
hablante+ al decir lo que dijo”.33 En un plano más tradicional: hay modalidades de uso del
lenguaje además de palabras y reglas sintácticas,34 y esas modalidades (informar, preguntar,
etc.) son justamente abstracciones a partir de las distintas finalidades con que se utiliza el

31
Vicenzo Roppo, Il Contratto, Giufré, Milano, 2001, p.365. El Prof. Rodríguez Russo me llamó la
atención sobre este párrafo.
32
Roppo, op.cit. p. 366.
33
Dworkin, Law’s Empire 50.
34
Es decir, que los signos tienen, además de una semántica y una sintaxis, una dimensión pragmática.
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lenguaje. Es decir, la interpretación contiene necesariamente siempre (incluso en la más literal


de todas) un componente de develación de finalidades. No digo de finalidades interiores
escondidas en la mente del hablante sino de finalidades que se imputan al acto de habla
externo y visible (como a todo acto social). Entonces, el lenguaje y su interpretación contienen
necesariamente estructuras para revelar las finalidades de las emisiones lingüísticas y la
interpretación incluye, como consecuencia, el develarlas. Todos estos son temas atingentes a
cómo se traducen las expresiones de las partes (hechas de palabras, gestos, comportamientos
o lo que fuera que usen para expresarse) mediante la interpretación. Parte del uso general de
las palabras a que alude el Art. 1297 CCU (sin necesidad de llegar al Art. 1298) es la finalidad
con que se utilizan esas palabras en distintos contextos. O sea, la expresión de las partes (en
tanto lenguaje) no es sólo significado y sintaxis (contenido proposicional) sino además la
finalidad del acto de habla (lo que Searle llama fuerza ilocucionaria, que se revela en la propia
emisión y se corresponde con la intención del hablante).35 Como la doctrina de la causa
concreta nos dice que los intereses relevantes como causa son sólo los que resultan del acto
(Ferri, Gamarra), creo que el problema se hace todavía más patente.
En realidad, toda la doctrina de la causa concreta en Uruguay no es más que un largo rodeo
para decir que la interpretación de las declaraciones de las personas (en contratos o en
cualquier ámbito) tiene siempre un componente finalístico, es decir, que la finalidad del acto
de habla es parte de lo que se debe interpretar. Quizás porque usualmente la finalidad es
obvia y se nos revela sin mucha complicación es que sólo a veces le prestamos atención (ante
la dificultad de entender algo). Sin embargo, es usual que distingamos, incluso en el lenguaje
coloquial, entre aquello que el sujeto “dijo” (su emisión) y aquello que “quiso decir” (su fin). Es
que es sólo en esos casos oscuros que se nos hace patente la necesidad de capturar la
finalidad, dado que el acto lingüístico nos resulta oscuro. Pero en realidad siempre que
creemos que estamos entendiendo únicamente lo que el sujeto dice (su texto), al mismo
tiempo estamos entendiendo su finalidad. El lenguaje, cuando se usa, no es una mera hilera de
palabras en cierto orden, cosa que una máquina podría producir. El uso del lenguaje es una
acción humana completa que como toda acción humana tiene un fin. Transformar ese fin en
un elemento distinto de la declaración y elevarlo al rango de causa es una complicación inútil.
Vale tanto como decir que cuando interpretamos lo que los demás hablan interpretamos dos
cosas, lo que dicen y para qué lo dicen. En realidad, interpretamos su mensaje que ya
comprende dentro suyo la expresión de una finalidad. 36

Se nos podría contra-argumentar que lo que hemos dicho en realidad avala la teoría de la
causa concreta, pues justamente hemos destacado machaconamente la dimensión finalidad
concreta dentro del lenguaje. A mi juicio (para evitar un camino más largo) la mejor prueba de
que no necesitamos considerar esa finalidad concreta como sinónimo de causa es que es inútil.
Perfectamente se puede mantener nuestra teoría clásica de la causa inmediata de la
obligación y al mismo tiempo recurrir a las finalidades concretas de las partes para interpretar
su declaración. No por algo nuevo sino porque esa finalidad siempre estuvo allí disponible para
ese fin aun cuando no la bautizáramos causa (se llama intención común en el Art. 1298) Una
cosa es la finalidad de la declaración como acto de comunicación, la cual nos permite entender

35
John Searle, ‘What is Language: Some Preliminary Remarks’ en Savas L. Tsohatzidis (ed) John Searle’s
Philosophy of Language (Cambridge University Press 2007) 22: “F(p) representa el contenido
proposicional p presentado con la fuerza ilocucionaria F. Esto se corresponde exactamente con la
representación del estado intencional como S(p) [donde] S representa el tipo de estado intencional”
(traducción propia).
36
Ver la crítica de un fallo concreto en: Gerardo Caffera, ‘Receso Unilateral y Operación Económica:
Enredos Ilustrativos’ en DJC Tomo IV.
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el significado de lo comunicado, y otra cosa es la finalidad que calificamos como inmediata


(Art. 1261 CCU) y como pasible de ser verdadera o falsa (Art. 1288 CCU) Perfectamente se
puede mantener nuestra teoría clásica de la causa de la obligación y al mismo tiempo recurrir
a las finalidades de las partes reveladas en su declaración para interpretarla porque esa
finalidad siempre estuvo allí disponible para ese objeto aun cuando no la bautizáramos causa y
de hecho la hemos usado siempre (dentro y fuera del Derecho). Permítaseme un ejemplo
simple. Un sujeto ingresa a una tienda de deportes y ya al saludar al empleado le informa “voy
a empezar a jugar fútbol” (primer paso de su declaración). Luego, señalando hacia una cesta
en que se acumulan pelotas de basketball, de fútbol y de rugby (todas a un mismo precio
anunciado en un cartel) agrega “le compro una de esas pelotas”. Lógicamente la finalidad que
manifestó sirve para interpretar su declaración negocial (su aceptación). El empleado le vende
una pelota de fútbol. Esto es, la función interpretativa del motivo o interés revelado u
objetivado se cumple incluso aunque a nadie se le ocurriera decir que “jugar al fútbol” es la
causa del contrato. Si la causa tiene que ser inmediata, y entendemos por inmediata en ese
caso, no el jugar al fútbol, sino la finalidad de obtener que el otro se obligue a darme la cosa,
tenemos por un lado la finalidad ulterior como componente del acto de habla (la primera
oración del discurso de dos frases del comprador complementado con la respuesta del
vendedor) y, por otro, la causa inmediata de su obligación (que el empleado se obligue a darle
la cosa). Cuando Gamarra dice que recién ahora “ingresan a la causa los intereses económicos
en concreto…para aclarar y especificar la función que al negocio entienden atribuirle sus
autores …” siendo estos “los motivos objetivados *que+ dejan de ser tales”,37 en realidad la
respuesta podría ser que, para cumplir ese objetivo, (“aclarar” la función del negocio) no se
precisaba que ingresaran esos “motivos objetivados” pues ya están incluidos dentro del
consentimiento (las declaraciones). En definitiva, como está dado hoy el concepto de causa
concreta en Uruguay, a mi juicio, es una duplicación inútil del de consentimiento.

b) Crítica de la Operación Económica

Sin embargo, todavía falta la pregunta realmente importante. Por más que falle en nuestro
contexto de derecho positivo ¿qué tipo de política para el contrato significa este intento de
giro hacia la causa concreta? El propósito declarado de esa doctrina es aumentar el grado de
“realismo” en el derecho contractual. Esto es parte del usual choque de forma y sustancia, un
clásico de los desacuerdos doctrinarios de los civilistas. En esta oportunidad la forma es la
declaración de las partes y la operación económica es la sustancia a ser develada. En qué
consiste esa operación económica no logro determinarlo bien. La conceptualización es muy
laxa. Sería todo aquello, incluyendo hechos y conductas, que están por debajo o alrededor de
la declaración negocial, con respecto al pasado, el presente y el futuro de la misma.38 Es decir,
todo el contexto del contrato, su génesis y su desarrollo.

Con todo el enorme respeto que me merecen sus impulsores en nuestro país, creo que el
principal problema con ese concepto es que muchísimas otras cuestiones comparten esas
características. Yo supongo que con la cultura o la sociedad pasa más o menos lo mismo,
aunque debo confesar que a nadie se le ocurre postular al contrato como una operación
cultural, p.ej., aunque obviamente lo sea. Por supuesto, hay que tomar en cuenta la cultura en
que se inserta un contrato, pero decir que el contrato es una operación cultural es tan

37
Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo, Tomo XXVI, FCU 2009, pp. 300-301
38
Enrico Gabrielli, Doctrina General del Contrato: Vol. I (FCU 2009) 18-19.
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ilustrativo como decir que la pintura, el lenguaje y el teatro comparten con el contrato la
condición de ser operaciones culturales. Todo eso es obviamente cierto, pero incapaz de hacer
avanzar nuestra penetración intelectual acerca de cómo es el mundo contractual o qué es lo
relevante del contrato, cuál es su aporte específico a esa trama.

En fin, la operación económica a mi juicio está insuficientemente definida para tomarla como
un planteo completo en el plano teórico, aunque ya esté operando en el plano dogmático. Por
supuesto, que las leyes usan a veces la palabra operación para aludir a contratos39 o grupos de
contratos que tienen una misma finalidad,40 pero también usan muchas otras palabras. Es que
cualquier acto humano es una operación en el mundo, del mismo modo que también es un
hecho espacio temporal o un fenómeno cultural, o una acción social, etc.

El objetivo de la doctrina de la operación económica creo que es práctico y se alinea con la


corriente neo-constitucionalista por una coincidencia táctica: otorgar mayores márgenes de
decisión para el juez.41 Por ejemplo, Blengio encuentra la segunda utilidad de la operación
económica en la integración judicial del contrato, esto es, la agregación de reglas al contrato
que se suman a las previstas por las partes (infra 9.3).42 Tanto como el lenguaje abierto de los
principios constitucionales, la causa concreta y la operación económica ofrecen nuevamente la
promesa de poder fundar con gran elasticidad soluciones puntuales diversas de las derivables
con claridad de normas positivas. A partir de allí la discusión es de teoría general o de filosofía
política. En ese plano, un derecho predecible me parece más valioso que uno que abra
márgenes de discreción importantes.43 Pero eso, en este minuto, es harina de otro costal.

6.2.4. Balance: Adaptación de la Causa Clásica

En mi opinión la mayor parte de las idas y venidas en torno a la causa son el resultado de
olvidar para qué se está regulando el contrato. Cuando lo recordamos, rápidamente la teoría
clásica vuelve a mostrarse idónea, aunque ya no compartamos el fundamento filosófico liberal
clásico. Primero, en cuanto a que la causa es la finalidad inmediata (no los motivos ni las
finalidades ulteriores). El contrato es un instrumento del mercado. El mercado es un ámbito
donde las decisiones se toman en instancias individuales y aisladas, no bajo una forma
planificada y general. Cuando una comunidad democrática decide que una parte de su
economía se rija por el juego del mercado está haciendo una opción por no someter a
escrutinio las bondades de los fines de las partes vistos desde una visión general. Es cierto que
es la comunidad toda la que decide eso en una sociedad razonablemente democrática, aunque
en otras sea el resultado de una imposición de los sectores dominantes (y como tal
cuestionable). Una vez que se lo decide democráticamente no sería racional auto-
contradecirse. Dar relevancia a la causa ulterior (la no-inmediata) representaría esa

39
El Art. 1 de la Ley 18.212 en nuestro país.
40
El Art. 1186 del Código Civil francés reformado en 2016.
41
Jorge Gamarra, ‘Triunfo del Neoconstitucionalismo en la Jurisprudencia’ en DJC Tomo V, 84. Gamarra
describe como una de las aspiraciones centrales del neo-constitucionalismo dar un “amplio margen de
poder” al juez.
42
Juan Blengio, ‘El Contrato y la Operación Económica’ en DJC Tomo I, 34; ‘Contrato y Operación
Económica: Segunda Parte: Su Recepción Jurisprudencial: su Incidencia en los Poderes del Juez’ en DJC
Tomo II, y ‘Una Reciente Sentencia de la Suprema Corte de Justicia que hace un adecuado uso de la
figura de la Operación Económica’ en DJC Tomo V.
43
Sobre el tema: Oscar Sarlo, ‘Derechos Fundamentales y Proceso Concursal’ en ADCU XXXIX; Gerardo
Caffera, ‘Principios Desbocados: el Abuso de Derecho y el Preaviso en los Contratos de Distribución’ en
DJC Tomo II.
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contradicción. Si yo le digo a tres o cuatro personas que decidan entre ellas como se reparten
o disfrutan ciertos bienes y que yo respaldaré lo que ellas acuerden, es contradictorio que
después que lo hagan les pida que me digan en detalle hacia donde se dirigen con esos
acuerdos (la causa en sentido ulterior) para ver si el resultado general me parece bueno. Con
toda razón me podrían decir que no debería haberles hecho perder el tiempo. Estoy
exagerando para mostrar mi punto. Si, en el mismo caso, les dijera, que yo sé qué tipos de
acuerdos pueden hacer y sólo pueden hacer esos, la cuestión dependerá del grado y la
amplitud de tipos de acuerdo que les habilite. Es decir, la causa objetiva puede funcionar en
términos de sustentar un mercado, pero todo depende de qué tipo de mercado quiera tener.
En cambio, la teoría de la finalidad inmediata (que creo es la nota central de la teoría clásica)
tiene una virtud de coherencia. Ella es consistente con la finalidad política para la cual el
contrato existe. Luego de liberada un área al mercado permite que lo que se desarrolle sea,
efectivamente, un mercado y no otra cosa.
Nada de esto quiere decir que haya que tener mercado. En mi visión política el mercado es
una decisión de política económica que cada sociedad hace y que muchas veces es impuesta,
más o menos sutilmente, por el contexto internacional o un sector dentro de la comunidad. Lo
que digo es otra cosa, que después que se opta por tener un mercado no se lo puede regular
como si se estuviera en una economía planificada. Eso es llanamente absurdo. En mi opinión
es mucho más sano dividir las áreas con claridad. Que las que quedarán sometidas a la esfera
pública lo queden claramente y las que no quedan, que permanezcan fuera también
claramente. Cualquier otra opción termina haciendo de la política económica una mezcla gris,
ambigua, llena de sombras en que nada se puede desarrollar y para peor la sujeta al arbitrio de
decisiones individuales que pasan como decisiones sociales: me refiero a los conceptos vagos
que permiten a un juez ejercer una política del caso a caso.
Segundo, en cuanto a la causa objetiva. Por un lado, no veo como postularla como marco de
comprensión de nuestro Derecho. Esta teoría no cruza el umbral de cerrar con las decisiones
políticas pasadas (las leyes en este caso). Puede ser un planteo político puro, pero no uno de
esta peculiar forma de la política que es el Derecho, en que la decisión política pasada debe ser
respetada.44 La causa objetiva es causa del contrato y nuestro Código habla de causa de la
obligación y eso la destierra en el plano dogmático. Por otro lado, ahora en un plano de
filosofía pura, coincido con la idea de la causa objetiva, aunque crea que nuestro Código no la
acepta. Es decir, concuerdo con que la autonomía privada económica es algo que la comunidad
está en libertad de conceder más o menos, o incluso muy poco. Sin embargo, en cuanto al
método usado por la causa objetiva de definir tipos contractuales para regular la actividad
económica, me parece torpe. Dejar áreas libradas a la autonomía privada supone antes que
nada dejar en manos de iniciativas individuales aisladas la definición de objetivos y metas y
confiar en que su juego no planificado dará un buen resultado. ¿Qué papel juega en eso limitar
los instrumentos mientras no se limitan las finalidades? Es decir, para qué encorsetar a los
jugadores dentro de ciertos tipos contractuales (los instrumentos) cuando al final del día la
meta del juego se deja en sus manos. No parece una política demasiado entendible. Esto lo
digo, al menos, por cómo veo a la distancia al sistema italiano clásico. Naturalmente, el
Derecho italiano admite los contratos atípicos, pero los somete a un test de mérito de su
función social que es señal de la marginalidad de esos contratos. A su vez esa marginalidad
puede ser hija, como arguye Rescigno, de la “solicitud legislativa” para traducir en nuevos tipos
legales los nuevos tipos que van surgiendo en la sociedad.45 Ese sistema tiene todo lo peor del

44
Waldron, Law and Disagreement 5: “la presencia de una decisión previa como uno de los puntos fijos
a los que una teoría legal tiene que acomodarse (fit)…es visto como algo que *el jurista+ no está en
libertad de renunciar, dado que él está ofreciendo una descripción del Derecho… más que simplemente
anunciando su propio punto de vista” (traducción propia),.
45
Pietro Rescigno, Introduzione al Codice Civile ( Ed. Laterza, 2ª. Edición 1992) 153.
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control y nada de lo útil. No define las metas, las deja a los particulares, pero controla los
medios. La política de la causa objetiva es ésta: vaya a dónde quiera, pero solo en este
vehículo. ¿Qué sentido tiene eso como programa de política económica? La tragedia de la que
la dogmática italiana se está tratando de liberar al día de hoy es ese extraño regalo que les
dejó el fascismo. Por eso buscan otras vías, como en el caso de G. Ferri. Un sistema que
controla lo que a nadie puede hacerle mal (los medios) y que es extraordinariamente liberal en
lo que sí es importante (las metas), es difícil de entender. No sé qué quería hacer el fascismo
con esto en caso de haber sobrevivido (asumo que nada bueno) pero realmente no logro ver
cómo lo hubiera hecho. En fin, esta causa objetiva no despega. Dogmáticamente hablando, en
Uruguay, está condenada por el Código. Políticamente hablando, no se entiende. La
explicación de Rescigno acerca del legislador solícito parece algo naif y en todo caso le falta
explicar qué utilidad nos deja tanta solicitud, si es que existe. El único rédito de esta causa
objetiva es mostrarnos que hay una alternativa al liberalismo clásico: la autonomía privada
como “delegación” y no como fenómeno “natural”. Eso sí lo podemos usar para nuestro
Derecho, aunque sea como idea de filosofía política, pero nunca bajo la forma italiana.
En tercer lugar, ¿será verdad que necesariamente la causa clásica está vinculada a la voluntad?
Creo que no. La teoría clásica perfectamente puede concebirse asociada a la tesis
declaracionista. Es decir, como finalidad del acto externo social de la declaración. No solo la
voluntad tiene dirección, también nuestras acciones. La pregunta “¿para qué hizo tal o cual
cosa?” es tan legítima como la pregunta “¿para qué quiere tal cosa?”. Una teoría clásica de la
causa de la obligación se amolda sin problemas al declaracionismo, aunque esa no sea la
compañía en que nos hayamos acostumbrado a verla.
En resumidas cuentas, a mi juicio, (a) la teoría clásica de la causa con el leve ajuste de tomarla
como finalidad de la declaración y no de la voluntad sigue siendo postulable. (b) Ella se explica
teóricamente como un resultado del carácter de instrumento del mercado que tiene el
contrato en el Código. El que se limite a ser inmediata y de cada obligación es la barrera para
que no opere como forma de dar entrada a directivas públicas puntuales en el mercado. (c) En
un plano político, parece seguir siendo la consecuencia esperable de que una sociedad opte
por dejar ciertas áreas de su economía liberadas al mercado. Las otras fórmulas o bien entran
en una especie de contradicción con la decisión social previa de abrir un mercado (esto pasa
con la causa concebida como la finalidad ulterior o el motivo) u ofrecen una mezcla de control
y autonomía estructurada de una forma tal que en los hechos ha probado de ser de las más
ineficientes (la causa objetiva donde coexisten la planificación de los medios –los tipos
contractuales- con la libertad de fijar las metas).

6.2.5. Requisitos de Validez de la Causa.

El Código alude a dos posibles vicios de la causa: (a) la falsedad y b) la ilicitud, ambos en el Art.
1288 reapareciendo la falsedad en el Art. 1289. Las características de alguno de estos vicios
nos permitirá sugerir una segunda pequeña adaptación que se requiere respecto de la teoría
clásica de la causa. La primera adaptación, como ya dijimos, es concebirla como finalidad
inmediata de la declaración y no de la voluntad. La segunda consiste en señalar que la misma
es abstracta, pero en un sentido un poco más limitado que lo que nos hemos acostumbrado a
asignarle. Esto último es el resultado de contemplar los vicios que se le asignan como posibles
defectos de la misma. Sólo con una concepción que limite en algo la abstracción se puede
entender que la ilicitud sea un problema que la causa pueda ostentar. Veamos esos vicios para
percibir como algunas de sus características tienen que terminar impactando en el propio
concepto de causa, para que nuestra explicación de la misma cierre con los textos de los Arts.
1288 y 1289.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

a) Las dos Subespecies de Causa Falsa

En primer lugar, la causa puede ser falsa en dos sentidos distintos: (a) por tratarse de una
finalidad irrealizable (ese el sentido en el Art. 1288 y en los casos que la doctrina denomina
causa errónea); o (b) por ser distinta de la causa verdadera que permanece oculta y no es
mostrada por las partes hacia su entorno (ese es el sentido del Art. 1289, que se vincula con la
Simulación, que más adelante analizaremos). La primer sub-especie de causa falsa (la errónea)
es un vicio de la causa porque consiste no en su ausencia sino porque a la finalidad que existe
le falta la característica de ser realizable. Algo que es adjetivo respeto del concepto de causa.
En todos los campos de la vida los actos de las personas pueden ser realizados con finalidades
que son realizables o irrealizables. Cuando lo segundo ocurre la causa es falsa en el sentido de
errónea. El ejemplo del Art. 1288 lo ilustra: me obligo a dar algo (un bien) para saldar una
deuda de dinero, pero resulta que la finalidad (que es pagar una deuda) es irrealizable, porque
la deuda no existe. Otro ejemplo, me obligo a pagar un precio para adquirir una casa, pero la
casa ya es mía. No puedo adquirir lo que ya tengo. En ambos casos la causa es falsa en el
sentido de errónea, es decir se trata de una finalidad irrealizable o implausible. El caso del Art.
1289 nos muestra en cambio la hipótesis de causa falsa entendida como no-verdadera. En este
caso la causa es falsa porque culta otra causa que es verdadera. Digo que vendo un bien, pero
en realidad lo estoy donando. La causa onerosa es falsa porque oculta la causa verdadera, que
es gratuita.

b) Las dos Subespecies de Causa Ilícita

En segundo lugar, los casos de causa ilícita, también se dividen en dos sub-especies: (a) la
ilicitud derivada de la ilicitud del objeto de la obligación de la contraparte y (b) la ilicitud
derivada de que la obligación de una parte existía antes del contrato, y lo que es ilícito es su
finalidad de obtener una nueva ventaja por hacer algo que ya estaba obligado a hacer. Los
ejemplos surgen del Art. 1288. Si me obligo a pagar una suma a alguien para que cometa un
delito, estoy en el primer caso. El objeto de la obligación del otro es ilícito, por tanto, la
finalidad que yo persigo al obligarme a pagarle un precio, por ello tiene causa ilícita. No es dar
dinero lo ilícito, sino la finalidad con que asumo la obligación de darlo. Un ejemplo de segundo
caso de ilicitud es el del funcionario corrupto. Él tiene la obligación de realizar algún acto en
función de su cargo. Esa obligación le es impuesta por la Ley. Sin embargo, decide pedir un
precio (una “coima” en el lenguaje usual) para hacerlo. La actividad que él va a desarrollar (el
objeto de su obligación) es lícito. ¿Cómo podría no serlo si es el cumplimento de sus
obligaciones como funcionario? Lo que es ilícito es la finalidad que persigue al obligarse,
obtener un precio por cumplir sus deberes que ya le imponía la ley (p.ej. el policía que me
cobra por darme una constancia de la denuncia que realice ante la seccional policial). En otros
casos la corrupción se manifiesta a través de otros esquemas (el funcionario se obliga a no
cumplir su deber, pero allí lo ilícito es ya directamente el objeto de su obligación).

c) Impacto de los vicios de la causa en el concepto de causa. La tesis de la abstracción


limitada.

Si se repasan los casos de vicios de la causa tal como los relata el propio Código veremos que
hay algo en la descripción que ya hicimos de la teoría clásica que está mal. No es tan grave
como parece, pero conviene detectarlo y explicarlo. La teoría de la causa abstracta se acomoda
bien para explicar: (a) la causa falsa como opuesta verdadera pero ello sólo para el caso que un
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negocio oneroso encubra uno gratuito o viceversa (si son de la misma especie pero distintos46,
la causa falsa ya no sería una explicación útil si siguiéramos estrictamente el canon clásico) (b)
sin dudas, la causa falsa en el sentido de irrealizable (pues persigo una ventaja imposible, dado
que pago una deuda que no tengo o compro un bien que ya es mío), (c) la ilicitud como
finalidad de obtener una ventaja adicional a cambio de realizar un acto que ya me impone la
ley. Basta saber que persigo alguna ventaja sin necesidad de saber cuál es en concreto para
que perciba la ilicitud de la causa. En cambio, la ilicitud de la causa como reflejo de la ilicitud
del objeto de la obligación de la otra parte, no puede comprenderse sino nos bajamos un
escalón en el nivel de abstracción para contemplar el contenido concreto de la obligación del
otro. Sólo así logro ver que la causa es ilícita en este sentido.
Hay dos salidas a este pequeño embrollo. Una es dejar la teoría clásica como está, dado que al
final de cuentas el único caso que no se acomoda con ella realmente es el último. Pero como
ese caso ya se resuelve por la ilicitud del objeto, podríamos olvidarlo. La segunda salida es
admitir que la abstracción existe respecto a motivos o finalidades ulteriores pero que al menos
el contenido de las obligaciones de las partes es relevante para saber si la causa es falsa o
ilícita. Al fin de cuentas para saber que el sujeto quiere pagar una deuda que no existe tengo
que informarme de qué deuda estamos hablando, etc. En esta segunda visión la causa se
vuelve un poco menos abstracta, tiene una abstracción limitada. Se desentiende de todo, pero
no del contenido de las obligaciones de las partes. Esto no es un cambio muy radical en
realidad por que dado que esos contenidos ya estaban a la vista efectos de juzgar sobre el
objeto de la obligación (si era posible, lícito etc.), no hay una alteración significativa en la
regulación del contrato Simplemente se mantiene en vista algo que ya se había analizado, o
que se tiene que analizar igualmente, es decir, el objeto de la obligación. Ello demuestra que
no es un cambio en el instrumento que el contrato es y por tanto que este movimiento es
inocuo políticamente hablando, aunque pueda prestar alguna claridad mayor en el plano
dogmático. A esta corrección mínima de la teoría clásica es que sugiero denominar doctrina de
la abstracción limitada.

d) La finalidad ulterior ilícita conocida por ambas partes

Retomemos por último un cabo suelto. Dijimos que en la teoría clásica si alguien vende un
arma a una persona que tiene la finalidad de cometer un crimen con ella, no hay un problema
a nivel de la causa. Que allí lo que está en juego es una finalidad ulterior, no la inmediata, y por
tanto no hay un defecto de la causa. Sin embargo, hay una variante de esa hipótesis que no
nos deja de atormentar. Ella nace de una valoración moral. Si sólo el potencial criminal sabe su
propia intención, todos podemos entender y compartir que no se afecte el contrato.47 Pero
¿deberíamos decir lo mismo si tanto el vendedor como el comprador del arma conocen esa
finalidad? ¿No debería en ese caso sostenerse que la causa es ilícita? Gamarra incluye dentro
de los beneficios de la causa concreta, que ella da una respuesta a este problema en el sentido
de la ilicitud de la causa.
En mi caso, no puedo dejar de plantearme el tema como un genuino dilema moral. Me explico:
el Art. 7 del Código Penal considera que el acto preparatorio de un delito de regla no es
punible. Por más que el sujeto comience a realizar actos para preparar su crimen (p.ej.
comprar el arma) no está sujeto a penalidad alguna. El punto es que justamente tanto la
46
Por ejemplo, el verdadero es oneroso y el simulado también, pero difieren en el precio.
47
No digo que necesariamente se deba estar de acuerdo con esa visión. Por ejemplo, la Corte de
Casación francesa en fallo del 7 de octubre de 1998 declaró que es indiferente que ambas partes
conozcan el fin ilícito, y en la reforma de 2016 el Art. 1162 reflejó ese entendimiento. Cf. Anne-Sophie
Choné Grimaldi ‘Le Contenu du Contrat’ en Thibaut Douville (dir.) La Réforme du Droit des Contrats
(Gualino 2016) 128.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

compra del arma como su venta son actos preparatorios. Por qué considerar ilícita a la venta
cuando ni siquiera el acto del potencial criminal de comprarla lo es. La Ley juzga actos
externos, pero no intenciones o motivos. No es una policía de la conciencia sino de las
conductas que afectan a otros. El riesgo de hacer esta especie de policía de las conciencias es
claro. Es el conocido problema moral de la pendiente resbalosa.48 Es decir ¿dónde terminará
este análisis una vez que lo aceptemos para un caso? Hay dos aspectos riesgosos en este
asunto. Uno es qué tipo de ilicitud se tomará en cuenta. Los ejemplos basados en homicidios
son muy impresionantes, pero qué hay si los extendemos a las buenas costumbres. Allí las
dudas comienzan. ¿El conocimiento común de cualquier intención inmoral en la contraparte es
suficiente para invalidar la causa? Por otro lado, cuán estrictos seremos con la prueba del
conocimiento común del fin ilícito. ¿No será una tentación de algunos, después de dado el
primer paso, decir que si se debía conocer la intención ilícita ya basta?
En fin, la hipótesis del acto preparatorio que no es ilícito ni siquiera en materia penal, me hace
reflexionar sobre el caso planteado al inicio. ¿Es tan claro como dice Gamarra que debería ser
ilícita la causa cuando ambas partes conocen el fin ilícito ulterior que persigue una de ellas?
Creo que no, que hay un riesgo de incurrir en una supervisión de las conciencias y de las
intenciones que no estamos dispuestos a hacer ni siquiera en casos más graves. Cierto que hay
un riesgo en no hacerlo, pero es un riesgo menor a cambio del mucho mayor de poner en tela
de juicio un valor como es la no intromisión en los motivos o fines individuales (la libertad de
conciencia). En definitiva, si bien admito que este es un dilema moral genuino, entiendo que es
mejor resolverlo en el sentido de mantener que el caso planteado (finalidad ulterior ilícita
conocida) no es uno de causa ilícita.

6.2.6. “Los Muertos que Vos Matáis…”: la Derogación de la Causa en Francia

En 2016, un cambio radical, o aparentemente radical, asombró a todos los juristas de la


tradición civilista o romanista. Una reforma del Código Civil francés (“CCF”), piedra angular del
derecho civil moderno desde 1804, eliminó a la causa como elemento del contrato. En efecto,
el nuevo Art. 1128 del CCF,49 al enumerar los requisitos de validez, alude al consentimiento, al
objeto (contenido) y a la capacidad de obrar, pero hace silencio en cuanto a la causa. Esto
puede vincularse con lo expresado por los redactores de la reforma en el sentido que uno de
sus objetivos fue la “simplificación” de los requisitos de validez.50
No hay duda que la causa ha sido eliminada de entre los elementos del contrato en Francia. A
juicio de Malaurie y Aynès la finalidad sigue estando presente en la realidad del contrato, lo
que ha cambiado es su relevancia jurídica. Como señalan estos autores franceses: “a menos
que se trate de la obra de un loco, una obligación implica siempre, en la persona del deudor, la
consideración de un fin… Toda obligación es, por tanto, causada por un fin”.51 Eso en el plano
empírico, pero ¿qué ha hecho el derecho francés en el plano jurídico con la noción de causa?
La misma ya no es un elemento del contrato, pero su función parece seguir siendo cumplida,
en gran medida, por dos institutos: la finalidad del contrato (but du contrat) en todos los
contratos en general (Art. 1162 CCF), y la contrapartida (contrepartie) en los contratos
onerosos (Art. 1169 CCF).
Respecto de la finalidad del contrato, el Art. 1162 CCF establece que “el contrato no puede
derogar el orden público… por su finalidad, sea que esta fuera conocida o no por todas las
partes”. Esto implica una indagatoria en los motivos y móviles de las partes y su propósito es el

48
Frederick Schauer, Slippery Slopes, (1985) 99 Harvard Law Review 361.
49
El equivalente de nuestro Art. 1261.
50
Rapport au Président de la République, en Réforme du Droit des Obligations (Dalloz 2016) v.
51
Malauire-Aynès, Droit des Obligations 347.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

desestímulo de operaciones ilícitas.52 En un plano filosófico esto significa un predominio


absoluto de las razones de interés general por encima de la reprochabilidad o no de la
actuación de las partes. Es decir, incluso la parte que no conoce ni quiere la finalidad ilícita es
dejada de lado si la finalidad afecta a la sociedad (al orden público). La explicación de esto es
muy clara: la comunidad puede prestar su fuerza a los actos de autonomía en la medida que lo
desee y cuando lo desee. Si entiende que, en un balance, hay intereses generales más
importantes que los del sujeto particular afectado, puede hacerlo. La teoría del contrato no
cambia en su esencia. Los contratos siguen siendo promesas aceptadas. Lo que cambia es que
el estado francés se ha reservado la potestad de indagar en los motivos de esas promesas para
dar o no su apoyo. Lo que se ha modificado es el contexto político: del estado liberal del siglo
XIX (que no quería mirar dentro de las finalidades) al estado más interventor y controlador del
siglo XXI que quiere incluso desestimular la intención de actuar ilícitamente. Esta política, en
tanto se transforme en una policía de las conciencias, nos puede parecer más o menos
justificada, pero en Francia ha sido el camino que se ha adoptado.
En cuanto a la contrapartida, la misma cumple una función muy parecida a nuestra causa
onerosa (ventaja o provecho que procura la contraparte), aunque parece ir más lejos. De
acuerdo con el Art. 1169 CCF “un contrato a título oneroso es nulo si al momento de su
formación la contrapartida convenida en beneficio de aquel que se obliga es ilusoria o
irrisoria”. Según alguna doctrina se trata sólo de saber si la partida es real y seria, pero ello no
concede al juez la posibilidad de analizar si existe “económicamente un equilibrio” pues “cada
parte es juez de sus intereses”.53 Habrá que esperar como se asienta este tema en Francia.
Como siempre la idea de que es “irrisorio” o que no es una pendiente resbaladiza y deberemos
aguardar para ver, si se me permite la expresión, hasta donde resbalan los jueces franceses.
En resumen, la eliminación de la causa en el derecho francés es más aparente que real. Su rol
sigue siendo cumplido por las nociones de contrepartie y de but du contrtat. Incluso, me
atrevería a decir, que con una tendencia más interventora que la teoría clásica. Los nuevos
institutos parecen ir más allá. Claramente en el caso de la finalidad del contrato (Art. 1662
CCF)54, y posiblemente (esperemos y veamos) en el caso de la idea de contrapartida (Art.
1169).

6.3. Responsabilidad Precontractual (55)

6.3.1. Regla General: La Libertad de Acción en la Fase Precontractual

52
Ibídem 353-4.
53
Ibídem 349.
54
Aunque esa teoría ya existía en Francia desde Capitant para acá. Cf. Philipe Delebecque y Frédéric-
Jérome Pansier, Droit des Obligations: Contrat et Quasi-Contrat (7ª ed. Lexis Nexis 2016) 172.
55
Bibliografía: Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo XI (4ª ed. FCU 2006) 61-145;
Carlos de Cores, Raúl Gamarra y Beatriz Venturini (dirs), Tratado Jurisprudencial y Doctrinario:
Incumplimiento de Contrato: Tomo 3 (La Ley Uruguay 2013) Capítulo VI; Luis Larrañaga, ‘Daños y
Perjuicios en la Responsabilidad Precontractual’ en DJC Tomo III, 129 ss; Beatriz Venturini y Marcela
Tabakian ‘La Responsabilidad Precontractual desde la Doctrina y Jurisprudencia de Uruguay y Estados
Unidos’ en ADCU XXXVII; Dora Szafir, ‘Trascendencia del Deber de Informar en el Derecho del
Consumidor’ en ADCU XXVIII; Beatriz Venturini y Teresita Rodríguez Mascardi, ‘El Alcance del Deber de
Informar al Usuario en el Transporte Aéreo de Personas’ en ADCU XXVIII; John Cartwright, Contract Law
(Hart Publishing 2013) Capítulo 4; Sílvio de Salvo Venosa, Direito Civil: Volume 2: Teoria Geral das
Obrigações e Teoria Geral dos Contratos (Editora Atlas 2006) 476-82; François Chénedé, Le Nouveau
Droit des Obligations et des Contrats (Dalloz 2016) 34 ss ; Atilio A. Alterini, Contratos Civiles, Comerciales
y de Consumo: Teoría General (Abeledo Perrot 1998) 343 ss.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

El contrato es fuente de obligaciones, no las tratativas previas. Para que existan obligaciones
se exige que todos los elementos (consentimiento, objeto y causa se hayan reunido). Es
natural, entonces, que se produzca una cierta sorpresa cuando se nos sugiere que puede
existir responsabilidad por actos anteriores al contrato.56 Es decir, durante la fase en que
todavía no existen obligaciones entre las partes. De hecho, la regla general es esa, el periodo
precontractual es un periodo de libertad. Si incluso la propuesta (un grado tan avanzado de las
tratativas) puede revocarse (Art. 1265), cuánto más podrá desistir cualquiera de las partes de
seguir negociando en cualquier momento anterior. Por otro lado, siendo un periodo de
libertad la consecuencia lógica es que no existan deberes acerca de cómo conducirse en esa
etapa. Esta es la regla general: siendo el período precontractual uno de libertad: (a) cualquier
parte puede retirarse de las mismas en cualquier momento y (b) no existen deberes jurídicos
acerca de cómo actuar en esas tratativas.57
Como enseña Gamarra “no existe un deber de continuar las tratativas hasta la conclusión del
contrato porque si así fuera la relación no sería de tratativas sino un contrato preliminar”.58 Lo
mismo ha señalado nuestra Suprema Corte de Justicia, siguiendo a Gamarra: “no hay una
obligación de continuar con las tratativas hasta el final, porque la voluntad de este período no
alcanzó concreción ni definitividad; es una voluntad que se encuentra vacante. Esta voluntad
sigue, todavía, indecisa y, por lo tanto, puede orientarse libremente, ya sea hacia la formación
del contrato, ya sea en sentido de abandonar o suspender las tratativas. Y cuando se decide
por este segundo camino, no necesita justificar en manera alguna su conducta”.59
Esta postura, según la cual el principio es la libertad pre-contractual, es la adoptada en general
en el derecho comparado. Como explican García Rubio y Otero respecto del Derecho europeo:
“Todos los sistemas jurídicos analizados arrancan de un idéntico punto de partida: la ruptura
de las negociaciones pre-contractuales es una manifestación de la libertad contractual y, por
ello, se configura como un derecho y no como un acto reprobable jurídicamente.”60 Ello es
confirmado por el flamante Artículo 1112 del Código Civil Francés, reformado en 2016,61 el
cual también establece como principio la libertad pre-contractual: “la iniciativa, el desarrollo y
la ruptura de las negociaciones pre-contractuales son libres”. Naturalmente, esa norma
francesa reconoce a renglón seguido que se debe actuar de buena fe, pero el énfasis está en
que el principio es la libertad, tal como en la generalidad del Derecho Europeo. En la misma
línea y ya dentro de Sudamérica, el también flamante Código Civil y Comercial Argentino de
2015 establece en su Artículo 990 que “las partes son libres para promover tratativas dirigidas
a la formación del contrato, y para abandonarlas en cualquier momento”. Del mismo modo, en
el common law, se sostiene como principio la protección de la libertad precontractual, pero de
una manera mucho más intensa e incondicionada. Como recuerda Goode, las partes pueden

56
Carlos Lasarte, Contratos: Principios de Derecho Civil III (10ª edición Marcial Pons 2007) 81.
57
Lógicamente las partes, si quieren, pueden celebrar un contrato que gobierne la forma en que
desarrollarán las tratativas o la información que intercambiarán o que negociarán en exclusividad, etc.
En la práctica cuando se trata de contratos complejos las partes pactan a veces este tipo de obligaciones
procedimentales, generalmente en el marco de Cartas Intención o Memorandums de Entendimiento o
Acuerdos de Confidencialidad (sobre la información que se transmitirá). Aun así mientras que a veces
esas cláusulas generan verdaderas obligaciones, otras veces las partes desean mantenerlas como meros
acuerdos privados sin eficacia jurídica. De todos modos esos acuerdos son una excepción a la regla
general y requieren el consentimiento de ambas partes.
58
Gamarra, Tratado, Tomo XI, 113.
59
Sentencia de la SCJ No. 820/2012 del 28 de setiembre de 2012.
60
María Paz García Rubio y Marta Otero Crespo, ‘La Responsabilidad Precontractual en el Derecho
Contractual Europeo’, en (2010) 2/2010 Indret: Revista para el Análisis del Derecho 44
61
Reforme du Droit des Obligations, Ordonnnace 2016/131 del 10 de febrero de 2016.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

dejar las tratativas en cualquier momento, sin importar la razón para hacerlo, incluso si esa
razón es arbitraria o caprichosa.62
En resumen, tanto el Derecho uruguayo como los ordenamientos jurídicos de la tradición
civilista y del common law adoptan como principio la libertad de las partes en la fase pre-
contractual, incluyendo la libertad de abandonar o retirarse de las tratativas, y/o de cambiar
de posición, sin responsabilidad. La responsabilidad pre-contractual que pasaremos a
considerar seguidamente es, por tanto, una excepción y como tal debe interpretarse de
manera restrictiva. Esto implica, como enseña Larenz: que “se tiene que evitar que, mediante
una interpretación demasiado amplia de las disposiciones excepcionales, o mediante su
aplicación analógica, la intención del legislador se trueque finalmente en lo contrario a ella”.63
Todos los autores concuerdan en que no existe ninguna regulación expresa sistemática en el
Código Civil uruguayo acerca de este período y que sí existe tal regulación en la Ley de
Relaciones de Consumo. Veamos, entonces, ambos regímenes aplicables, respectivamente a
los contratos ordinarios y a los de consumo.

6.3.2. El Desarrollo de la Responsabilidad Precontractual en Derecho Comparado

La figura de la responsabilidad pre-contractual fue desarrollada por primera vez, y con


referencia a textos del Derecho Romano (entonces aún vigente en Alemania) por el Profesor
Rudolf Jhering en un artículo publicado en 1861.64 El trabajo de Jhering refería originalmente a
la responsabilidad por celebrar un contrato sabiendo de su nulidad (p. ej. por falta de objeto)
sin informarlo a la contraparte. El espacio abierto por el autor alemán no pasó inadvertido y
prontamente se expandió a otros supuestos.
En efecto, el Código Alemán (BGB) de 1900 recogió cuatro casos concretos de responsabilidad
pre-contractual de los sugeridos por Jhering, en sus parágrafos 118 a 121. Luego, como ha
señalado Danneman,65 la jurisprudencia fue extendiendo esos casos hasta generar un sistema
general de responsabilidad pre-contractual por violación de la regla de la buena fe. El Código
Civil Italiano de 1942 en su artículo 1338 también recogió la idea de Jhering (responsabilidad
por inducir a celebrar un negocio jurídico nulo), y amplió el alcance de la responsabilidad pre-
contractual mediante una cláusula general inserta en el Artículo 1337 conforme a la cual las
partes debían “comportarse de acuerdo a la buena fe” en la fase de “desarrollo de las
negociaciones”. El Código Civil Portugués de 1966 en su artículo 227 recogió la figura bajo el
título de “Culpa en la formación de los contratos” e impuso las reglas de la buena fe en la fase
preliminar y la concomitante a la formación del acuerdo contractual. El Código Civil Alemán,
luego de su reforma de 2002, destina a la responsabilidad precontractual los números 2 y 3 del
parágrafo 311 del BGB y ha adoptado una formulación general de la responsabilidad pre-
contractual, a diferencia de la versión anterior del mismo Código. El Código Civil Brasilero de
2002 en su Artículo 422 exige actuar de buena fe en la “conclusión” del contrato y, siguiendo
62
Roy M. Goode, ‘England Report´ en International Chamber of Commerce (ed) Formation of Contracts
and Precontractual Liability (ICC 1990) 58.
63
Karl Larenz, Metodología de la Ciencia del Derecho (Marcelino Rodríguez Molinero –traductor-Ariel
Derecho: Barcelona 1994) 352-3. Por ejemplo, como señala De Salvo Venosa, con respecto a la
responsabilidad por ruptura injustificada de tratativas “no podemos llevar esa modalidad a una
sistemática indemnización por cualquier ruptura, bajo pena de violar la garantía de la autonomía de la
voluntad”. Cf. Sílvio de Salvo Venosa, Direito Civil: Teoria Geral das Obrigaçoes e Teoria Geral dos
Contratos (6ª edición Ed. Atlas 2006) 479.
64
Rudolf von Jhering, ‘Culpa in Contrahendo oder Schadensersatz bei Nichtigen oder nich zur Perfection
gengten Verträgen’ en Järbucher für die Dogmatik des heutigen römischen und deutschen Privatrechts:
Vol. 4 (Jena 1861) 1-112.
65
Gerhard Danneman, An Introduction to German Civil and Commercial law (Londres 1993) 32.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

en Sudamérica, el Código Civil y Comercial Argentino de 2015 consagra a texto expreso la


figura de la responsabilidad pre-contractual en su Artículo 991: “Durante las tratativas
preliminares, y aunque no se haya formulado una oferta, las partes deben obrar de buena fe
para no frustrarlas injustificadamente”. Por último, el Código Francés reformado en 2016
prevé en su ya citado artículo 1112 que en la fase de tratativas las partes “deben
imperativamente satisfacer las exigencias de la buena fe”. Es decir, la posición de los países de
la tradición civilista es uniforme en aceptar la responsabilidad pre-contractual para los casos
de violación del principio de buena fe objetiva (i.e. como regla de conducta).

6.3.4. La Responsabilidad Precontractual en el Código Civil Uruguayo.

En el Código Civil Uruguayo no hay una regulación sistemática del tema, pero se encuentran
varias excepciones a la regla de la libertad precontractual. Las mismas constituyen casos
puntuales de responsabilidad precontractual: (a) el Art. 1276 sobre dolo incidente que ya
vimos más atrás; (b) los Arts. 1672, 1717 y 1721 en materia de compraventa, que condenan a
pagar daños y perjuicios al vendedor que no informa que el objeto pereció antes de otorgarse
el contrato o que está gravado con una servidumbre o que tiene vicios que lo hacen impropio
para su uso normal que conoce o debía conocer; (c) El Art. 1762 inc. 3 en sede de cesión de
créditos condena al cedente que conoce la insolvencia del deudor y no lo informa al
cesionario; (d) el Art. 1804 inc. 2º condena al arrendador que conoce o debía conocer los vicios
de la cosa arrendada y no los informa al arrendatario; (e) el Art. 2075 condena al mandatario (y
apoderado) que contrata fuera de los límites de su poder sin informarlo a la contraparte; (f) el
Art. 2236 condena al comodante (quien presta un bien infungible gratuitamente) si conoce (no
así si meramente debía conocer) un vicio de la cosa y no lo informa al beneficiario
(comodatario).
Frente a esta serie de artículos se han abierto dos caminos: (a) el de inferir inductivamente a
partir de ellos un principio general de buena fe que se aplica en la fase precontractual y (b) el
de considerarlos casos aislados de los cuales no puede inferirse un principio general.
(a) El primero es seguido por la doctrina mayoritaria y nuestro Tribunales que han elegido
tomar estas normas no como regulaciones puntuales para ciertos casos sino como
expresiones de un principio o regla general que infieren inductivamente de todos
ellos66. Todas estas soluciones puntuales, nos dicen, pueden ser vistas como expresión
de un principio general de que los contratantes deben obrar de buena fe en la fase
precontractual. Por buena fe se refieren al concepto de buena fe objetiva (es decir, la
buena fe como regla de conducta67). Actuar de buena fe se define a renglón seguido
como actuar leal y honestamente (y algunas otras expresiones más o menos amplias
por el estilo). De lo que se sigue que, aunque una conducta no esté expresamente
prohibida en la fase precontractual, igualmente si la misma es contraria a la buena fe,
genera la obligación de resarcir daños y perjuicios (i.e. responsabilidad pre-
contractual)68. Rematando la construcción se dan dos pasos más: (i) esto no significa
otra cosa que extender la regla del Art. 1291 CCU a la fase precontractual (ese artículo
establece que los contratos deben ejecutarse de buena fe) y, (ii) los más entusiastas,
concluyen que el derecho a ser tratado leal y honestamente es un derecho inherente a
la persona humana. Por tanto, que forma parte del elenco de derechos fundamentales
66
Gerhard Danneman, An Introduction to German Civil and Commercial Law, London, 1993, p.32. El
mismo camino fue seguido por los tribunales y doctrina alemana para construir la doctrina de la culpa in
contrahendo.
67
No como conocimiento o desconocimiento de un hecho, a lo cual se alude bajo el nombre de mala o
buena fe subjetiva respectivamente (ejemplos de la misma se encuentran en los Arts. 1318 y 1430 CCU)
68
Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Versión Abreviada: Tomo I. (FCU 2010) 144-149.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

incluidos en la Constitución a través del elástico Art. 72 de la misma (que justamente


da el carácter de derecho fundamental a todos los “inherentes” al ser humano, sin más
explicación), con lo cual se constitucionaliza la buena fe.
(b) El segundo camino es el que aquí seguiremos, postula que la extensión analógica de las
soluciones puntuales del Código no está justificada. Primero, el Código sólo refiere a
casos de información oculta (todos los casos menos el Art. 1276) o distorsionada (el
Art. 1276). No habla en general de comportamiento leal. Cierto que el no-ocultar
información relevante es parte de la lealtad, pero de allí no se sigue que la
obligatoriedad de cualquier otro comportamiento leal pueda ser inferida sin más
explicación. O sea, a lo sumo se deriva un deber de informar correctamente o no
mentir, pero no uno genérico de actuar de buena fe. Si se desea comprender la lógica
del Código puede69 también imputársele el propósito de que cada sujeto cuide su
propio interés y actúe responsablemente para obtener la información que necesita, y
que esa regla solo admite excepción en casos graves (i.e. los recogidos expresamente
en el Código)70. Por último, lo más obvio: (i) que el Art. 1291 habla de la etapa de
ejecución del contrato, no de la precontractual, y (ii) que el Art. 72 de la Constitución
tanto puede llenarse con el principio de buena fe como con el principio de ejercicio
responsable de la libertad de contratar (una ética de la responsabilidad) que implica
buscar información diligentemente cuando se va a tomar una decisión que involucra a
otros y no descansarse en el otro, cargándolo con el cuidado de sus propios intereses y
los nuestros. No veo por qué, si estuviéramos en plan de incluir todas las virtudes
morales en el Art. 72 de la constitución (como parece estar una parte de la doctrina)
no podríamos incluir allí también la virtud del actuar responsablemente, es decir,
informándose. (iii) Pero hay más, aun si concluyéramos que el Art. 72 de la
Constitución contuviera extrañamente sólo a la buena fe, hay una pregunta que debe
responderse ¿por qué no entender que la acotada versión de la misma reflejada en el
Código es suficiente? Es decir, la Ley no es inconsistente con la Constitución cuando
recoge su mandato más o menos restringidamente. Sólo sería inconsistente si no lo
recogiera. ¿Por qué no puede entenderse que la Versión-Narvaja de la buena fe
precontractual tiene un alcance razonable considerando la materia que regula? Que
un principio sea recogido por la Constitución no quiere decir que automáticamente se
deba legislar la más extensa de las acepciones del mismo.71
Un caso conectado con este tipo de va y viene que vale la pena relatar viene del Derecho
holandés. 72 Allí en la década de 1980 y luego de un leading case de la Suprema Corte local en
la materia (1982), se propuso al Parlamento que incorporara una regla al nuevo Código Civil
que estableciera claramente la responsabilidad precontractual en caso de violación de la
buena fe. El Código anterior carecía de una expresión similar. Sin embargo, el Parlamento
rechazó el artículo porque prefirió permitir que la doctrina se desarrollara libremente a través

69
Así como puede imputársele lo que dice la doctrina mayoritaria. Las dos explicaciones son consistentes
con los textos, pero ninguna de las dos necesarias.
70
Por ejemplo, ¿por qué no imputar al Código la misma filosofía del fallo Walford v Miles de 1992?
Según ese fallo el concepto de un deber de desarrollar negociaciones de buena fe es inconsistente con
“la posición adversarial de las partes envueltas en las negociaciones”. Cf. Roger Brownsword, Contract
Law (Oxford University Press 2006) 115.
71
Por ejemplo, en Dinamarca, Ole Lando, en vez de trabajar sobre un principio general de contornos
vagos, ha tratado el tema a través de la presentación de seis casos paradigmáticos de responsabilidad
precontractual extraídos de la jurisprudencia práctica. Cf. Ruth Nielsen, Contract Law in Denmark,
(Wolters Kluwer 2011) 127.
72
Arthur S. Hartkamp, Law of Obligations en Jeroen Chorus et al (Eds) Introduction to Dutch Law
(Kluwer Law 2011) 139.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

de los casos judiciales73. La negativa a generalizar parece ser el mensaje a extraer de esa
ausencia de decisión legislativa. El diagnóstico parlamentario parece haber sido que el tema no
estaba lo suficientemente decantado y que la fórmula que se le presentaba era demasiado
amplia. Sin embargo, por otro lado, la ausencia de una condena al instituto de la
responsabilidad precontractual también es un dato a tomar en cuenta. En esa tierra de nadie
en que el tópico quedó varado la Suprema Corte holandesa ha continuado desarrollando paso
a paso su doctrina.
En fin, dentro de nuestro Derecho, en el plano de batallas dogmáticas basadas en textos
positivos, la tesis amplia sobre la responsabilidad precontractual no puede ir muy lejos. No es
difícil darse cuenta que, como señala Gamarra, la idea de responsabilidad precontractual es un
producto post-Código y como tal la tarea de encontrar su rastro en el Código es muy difícil.
Cuando Gamarra toma el giro de la inferencia inductiva del principio de buena fe no esgrime
más razones que los giros de la teoría contractual reciente. Pero eso más que un argumento es
meramente una remisión al entorno en que está escribiendo el autor. Aquí nuevamente se
abren dos opciones. Una es atrincherarse en los textos, donde la tesis restrictiva fácilmente
triunfaría, pero con ello se reproducirían todos los vicios de la dogmática ocultando el genuino
por qué de la tesis restrictiva. Otro es mostrarlo frontalmente. Seguiré el segundo. Creo que la
teoría extensiva no es políticamente conveniente. No la juzgaré desde un plano moral.
Llevarnos a ese plano es una trampa retórica del extensivismo. Es que es muy difícil oponerse a
una teoría cuyo juego es ponernos en la encrucijada de tener que decir que la honestidad no
es objeto de un deber jurídico general. Esa no es la cuestión.
El punto es, como señalaba Hart, hasta donde podemos tener un sistema jurídico que preste
un buen servicio si las instancias de discreción judicial se amplían.74 Es que cuando una norma
remite a estándares morales (lealtad, honestidad en este caso) ocurre realmente lo que señala
Raz, lo que se abre es un otorgamiento de discrecionalidad a los Tribunales.75 La vaguedad de
significación de los términos en juego vale tanto como la concesión de un poder de crear
reglas ex post. Lo que estoy señalando no es una opinión intuitiva sino la forma en que una
gran parte de los teóricos del Derecho ve el problema. Que los juristas actúen tal y como si la
expresión buena fe tuviera un contenido predeterminado y predecible (cosa que en Uruguay
nadie hace, y por ello se la identifica como una cláusula indeterminada) no invalida el juicio de
que en última instancia su contenido será llenado por el Tribunal caso a caso,
discrecionalmente.
Adoptando un punto de vista consecuencialista creo que no es buena política jurídica expandir
esos espacios. Cierto que a veces algún margen de creación es necesario, pero, en eso sigo de
nuevo a Raz:76 debe ser en casos restringidos, pues en general las consecuencias positivas de
buscar soluciones que se aparten de una regla general predecible son mayores que la injusticia
que se hace en el caso concreto. Justamente, la indeterminación del principio de buena fe
acompañado del alcance que se le quiere dar me parece una mala política, sobre todo desde
que tenemos una Ley de Relaciones de Consumo. Es decir, una vez que hemos regulado la
responsabilidad precontractual en materia de consumo donde hay otros intereses en juego

73
Arthur S. Hartkamp, Marianne M.M. Tillema, Annemarie E.B. Ter Heide, Contract Law in the
Netherlands (Wolters Kluwer 2011) 74-76.
74
Herbert L.A. Hart, The Concept of Law: Post-Scriptum (Oxford University Press 1994), 252: “La cuestión
subyacente [cuando la interpretación de normas remite a standards morales] concierne al grado o
extensión de incertidumbre que un sistema de Derecho puede tolerar si va a hacer algún avance
significativo respecto de un régimen descentralizado de reglas de costumbre, proveyendo por
adelantado guías de conducta confiables y determinadas”.
75
Joseph Raz, ‘Dworkin: a New Link in the Chain’ en (1986) 74 California Law Review 1110; Hart, The
Concept 254.
76 nd
Joseph Raz, The Authority of Law (2 Ed. Oxford University Press 2009) 31.
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que hacen entendible su expansión, ¿qué estamos protegiendo al hacer lo mismo en los
contratos ordinarios? En el balance entre la predictibilidad que perdemos (eso es lo que
“dificulta la planificación” a decir de Raz) y que parece ser el principal aspecto a preservar en
materia de contratos (tomándolos por lo que son, transacciones en un mercado) y la justicia
que dejamos sin hacer (cuando estamos hablando de contratos ordinarios), parece que el peso
se inclina hacia lo primero. En términos de sociedad se pierde más por tener un Derecho
Contractual que admite esta extensa zona de penumbra en la fase precontractual, que lo que
se gana en hacer justicia del caso concreto (equidad, digámoslo derechamente) en unos pocos
casos, cuando en realidad donde es esperable que ocurra la mayoría de los problemas
(consumo) ya estamos a cubierto mediante la Ley 17250 que sí regula claramente la
responsabilidad precontractual de forma abierta y amplia.
En definitiva, no veo razones de texto para adoptar la tesis amplia o extensiva en los contratos
ordinarios, ni tampoco veo necesidades reales que se satisfagan con ello. Peor aún veo
problemas en el plano de la política del Derecho Contractual pues se aumenta la
impredictibilidad ganando casi nada, teniendo en cuenta que el tema ya está resuelto donde
importa: en los contratos de consumo.
Entiéndase bien, esto no es siquiera un juicio de valor sobre cuánto debe intervenir la esfera
pública en los contratos (algo a lo cual soy bastante menos contrario que los extensionistas,
creo) sino un problema mucho más básico: los métodos por los cuales se hace. Si las reglas son
claras (todo lo claras que nuestra inteligencia y lenguaje admitan) y puestas ex –ante,
podremos discutir su mérito en otro plano. Pero si son impredecibles y como bolsones de
discrecionalidad (no lo digo yo, lo dicen Hart y Raz) es seguro que ya comenzamos perdiendo.
En resumen, a mi juicio, (a) la responsabilidad precontractual existe en el Código sólo en los
casos que hay previsión normativa (Art. 1276, 1672, etc.) y (b) la extensión analógica no se
justifica ni dogmática ni políticamente.

6.3.5. La Ruptura Injustificada de Tratativas

Veamos el ejemplo por excelencia de los problemas que puede traer una responsabilidad
precontractual de contornos imprecisos. Justamente, la vedette de la doctrina amplia es la
figura de la ruptura injustificada de tratativas. Es decir, el caso en que alguien abandona la
negociación sin dar una justificación después, de haber creado una fuerte confianza en que el
contrato se celebraría. Ello es actuar deslealmente, y por tanto hay responsabilidad
precontractual. Ahora se alcanza a ver la magnitud del problema. Este desplazamiento
aparentemente leve en realidad muestra dos cosas. Por un lado, genera el temor generalizado
de entrar en tratativas por miedo a quedar atado como responsable, sin saber cómo ocurrió, y
antes de haber consentido el contrato (esto no es especulación, cualquier profesional puede
testimoniarlo). Por otro, el daño evitado con la consagración de esta figura es mínimo. Bastaría
ser cuidadoso al analizar los casos en que se quiere aplicar esta doctrina. Muchas veces
hallaremos que en realidad ya se perfeccionó el contrato y la responsabilidad precontractual
no se necesita. Mientras tanto genera un temor inútil y constriñe a las comunicaciones durante
las tratativas a operar con esquemas rígidos y llenos de advertencias (“este mensaje no es
vinculante” etc.) que las partes se deben cruzar de continuo para evitar “caer en la trampa”. Al
final del día los que caen son únicamente los que cuenta con menos asistencia legal. Los otros
se cuidan de dejar un rastro del carácter no-vinculante de sus palabras a cada paso.
La ruptura injustificada de tratativas en nuestro Derecho (a diferencia del argentino, por
ejemplo) no constituye uno de los casos concretos de responsabilidad precontractual previstos
por el Código. El fundamento de la responsabilidad en ese caso depende de lo explicado en la
sección precedente: la aplicación del principio general de buena fe proyectado desde el
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Artículo 1291 del Código Civil hacia la fase pre-contractual. La figura es generalmente admitida
en otros sistemas. Echemos una mirada para estar al tanto de esas doctrinas. Lo primero a
recordar es que, incluso en esos sistemas, no cualquier caso en que se interrumpan las
tratativas genera responsabilidad. Según Valés Duque hay responsabilidad cuando “una de las
partes hace surgir en la otra razonable confianza de que el contrato que se negocia será
concluido, y posteriormente interrumpe dichas negociaciones sin que exista un justo
motivo”.77 Galgano, por su parte, señala que “se considera que es contrario a la buena fe que
una ruptura de las negociaciones imprevista e injustificada, y acaecida en el momento en el
que la otra parte tenía motivos para confiar en la conclusión futura del contrato”.78 Como se
observa hay tres requisitos: (a) que exista ruptura, es decir, terminación unilateral de las
tratativas; (b) que quien reclama tuviera confianza (generada por la otra parte) en que se
celebrará el contrato y (c) que no existiera un “justo motivo” o “justificación” para interrumpir
las tratativas.
Para quienes admiten la figura, entre los motivos de justificación para retirarse de las
tratativas, suelen indicarse varios. Así Gamarra señala que tales motivos deben ser externos al
recedente y verificables objetivamente por la contraparte.79 Cita como ejemplos: “un cambio
en las condiciones del mercado, una devaluación importante de la moneda, una proposición
más ventajosa de parte de un tercero… que tengan aptitud para modificar la precedente
valoración sobre la conveniencia del contrato”.80 La doctrina comparada coincide con los
ejemplos brindados en nuestro Derecho. Por ejemplo, Rengifo Gardeázabal menciona “el
cambio en las condiciones de mercado”, “la llegada *al mercado+ de un competidor
importante”, “la existencia de mejores ofertas”, el “estancamiento en ciertas cláusulas”, etc.81

6.3.6. El Deber Precontractual de Información en la Ley de Relaciones de Consumo (82)

a) La Consagración Expresa de la Buena Fe Precontractual y el Deber de Información

En la Ley 17250 aplicable a los contratos de consumo la responsabilidad precontractual recibió


regulación expresa. El Art. 32 consagró positivamente para el proveedor la “obligación de
actuar de buena fe en la etapa precontractual” y “el deber de informar en la etapa
precontractual” (sólo esto último es lo que había hecho el Código, pero para una serie de casos
puntuales). La consecuencia de la violación de esos deberes en la fase precontractual se amplía
(ya no es sólo la obligación de resarcir daños y perjuicios como en el Código) e incluye: (a) el
derecho a pedir la ejecución forzada de las obligaciones o (b) la resolución (extinción) del
contrato, sumando en ambos casos los daños y perjuicios
En esta área, entonces, la responsabilidad precontractual no sólo está admitida en forma
expresa sino regulada sistemáticamente, a diferencia del Código. En particular la regulación
más extensa la recibe el deber precontractual de información a cuyo análisis dedicaremos el
resto de esta sección. El deber de informar en la etapa precontractual no es un tópico nuevo,
ni un tema creado por las leyes de defensa del consumidor, si bien, es justo decirlo, son éstas
las que lo han llevado a un plano de protagonismo antes impensado. Probablemente sea a este
tipo de leyes que se deba la ocurrencia de un salto cualitativo fundamental. Es el que va desde

77
Pablo Valés Duque, La Responsabilidad Precontractual (Ed. Reus 2012) 233.
78
Galgano, El negocio 462.
79
Gamarra, Tratado: Tomo XI 113.
80
Ibídem 114.
81
Rengifo Gardeázabal, La formación 304.
82
Gerardo Caffera, ‘El Deber Precontractual de Informar del Proveedor en la Ley de Relaciones de
Consumo’ ADCU XXX, 487 ss; Dora Szafir, Consumidores (4ª. Ed. FCU 2014) 96 ss; Yves Picod, Droit de la
Consommation (3ª ed. Sirey 2015) 141 ss.
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la versión clásica, donde el deber de informar era, preponderantemente, un deber de no-


ocultar, al estadio actual en que el eje conceptual se desplaza hacia una posición activa del
informante. Esto es: ya no meramente no-ocultar o no-ser reticente sino actuar-para-informar.
Mientras antes el reproche era dirigido a quien, conociendo, no informaba, ahora sería
inadmisible que un proveedor se excusase en su no-conocimiento si de, por ejemplo, las
características del producto por él comercializado se tratase.
En esta sección se explorarán primeramente los antecedentes de este instituto, para ver luego
en que forma se ha insertado la Ley de Relaciones de Consumo en ese marco. Luego, se pasará
revista a las características exigidas por la Ley a la información debida, poniendo
especialmente la atención en las limitantes de la completitud informativa exigida legalmente
("suficiencia''), y, finalmente, se aportarán algunos enfoques relativos al contexto histórico de
surgimiento de esta norma.

b) Los Distintos Enfoques Posibles del Deber de Información

Las preocupaciones de los juristas en torno a la información en la fase precontractual parecen


poder agruparse en torno a dos grandes ejes que seguidamente veremos. Las leyes de defensa
del consumidor agregan un nuevo plano.
(i) El enfoque obligacional: el acento en el emisor
Por un lado, existe una vertiente que se ha preocupado sobre la transmisión de la información
en tanto conducta debida. Su eje está centrado en el deudor de información, y su respuesta,
acorde con su paradigma, es de tipo sancionatorio. A esta matriz corresponden todos los
modelos basados en la aplicación de principio de buena fe en la fase de tratativas
contractuales. En esta óptica la información es vista, primordialmente, como el objeto del
deber de un sujeto (uno de los futuros contratantes). No brindar la información que se posee
es actuar de mala fe con lo cual tal conducta omisiva se torna ilícita y por tanto (so-lución de
principio) la sanción (obligación resarcitoria-responsabilidad precontractual) deviene exigible.
Un claro ejemplo de este enfoque se encuentra en la doctrina que admite por ex-tensión del
Artículo 1291 del Código Civil a la fase de tratativas, que la ocultación de información relevante
constituye una hipótesis de conducta ilícita generadora de responsabilidad precontractual,
determinante de la obligación de resarcir daños y perjuicios, aunque limitados éstos al
denominado interés negativo. Por otra parte, en el Código Civil es dable ubicar otros ejemplos
concretos de este tipo de perspectiva. En este enfoque lo central es la conducta del sujeto que
no informa. La estructura jurídica aplicada es la consistente con ese enfoque: la típica
estructura condicional de las normas jurídicas primarias: sí no se informa entonces se sigue
una sanción.
(ii) El enfoque estructural: el acento en el destinatario
Pero existe otro enfoque posible. Este es el que centra su atención en las consecuencias de la
falta de información Nuestro Código es, de alguna manera y a tono con el contexto histórico
de su nacimiento, sicologista. Ve al contrato como el resultado y la objetivación de un proceso
volitivo. En tal marco la ausencia de información puede verse como una anomalía o un defecto
en cierta fase específica del proceso de formación de la voluntad: la fase de acumulación de
datos sobre los cuales deliberar. Una voluntad elaborada sobre la base de una información
insuficiente o nula es de alguna forma una voluntad imperfectamente conformada. El enfoque
estructural pone su atención en este defecto en la estructura del contrato, particularmente en
el proceso de configuración del consentimiento. La estructura de la respuesta es casi obvia: la
nulidad. Un defecto en un elemento negocial es normalmente asociado al concepto de
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

nulidad, luego, incidiendo la falta de información en la formación del consentimiento la opción


por la nulidad parece prácticamente, una consecuencia teórica inevitable.
Un claro ejemplo de este enfoque es el del Artículo 640 del Código de Comercio. En esa norma
(ubicada en sede del contrato de Seguro) se establece que la omisión de información relevante
por parte del asegurado determina la anulabilidad (nulidad relativa) del contrato. Y aún más,
tal es la diferencia con el enfoque obligacional que el propio texto normativo índica que esa
consecuencia (nulidad) ocurre aun cuando la omisión de información acaezca sin que exista
mala fe del asegurado. El eje como es evidente se ha desplazado de la valoración de la
conducta de un sujeto (el deudor de información) hacia el destinatario de la misma. No
importa ya cómo actuó el primero, sino como incidió la falta de información en el segundo.
Una Sentencia de la Suprema Corte de Justicia ubica claramente el centro de preocupación en
las consecuencias de la falta de información, y no en sus causas. En efecto al decidir sobre un
caso de Seguro de Vida en que el asegurado omitió informar la existencia de una
hemocromatosis se valoró toda la situación a partir de la incidencia que esa omisión pudiera
haber tenido en la apreciación del riesgo por parte del asegurador determinándose en
definitiva que la omisión de información no era relevante puesto que: “es muy clara la norma
[Art. 640 C.Com.]en cuanto a que no es suficiente que falte alguna declaración, sino que la
misma, a juicio de peritos debe tener relevancia a los efectos de la formación del contrato”.83

Alrededor de estos dos grandes tópicos (la información como contenido de un deber o como
requisito estructural del consentimiento) se ha establecido históricamente toda la elaboración
en torno al tema. Si bien los casos normativos citados (1291 del Código Civil y 640 del Código
de Comercio, básicamente) constituyen ejemplos extremos de soluciones más o menos puras
en uno u otro sentido, existen también ciertos antecedentes que abrevan en ambas
tendencias.
(iii) El nuevo enfoque: del individuo a la perspectiva social.
Pero hay todavía un último giro conceptual, y es, precisamente, el que constituye el gran salto
teórico en esta materia. Mientras en la historia del pensamiento jurídico de los últimos,
digamos, cien años el análisis estuvo centrado en los individuos (tanto cuando la no-
información era vista como el incumplimiento de un deber, como cuando era vista como una
anomalía en la formación de la voluntad del contratante) el gran cambio que subyace a las
leyes de defensa del consumidor y quizás también a las de defensa de la competencia es el
pasaje a una consideración global, social, del tópico. De la perspectiva individual a la
perspectiva social, entonces. El acento se ha desplazado ahora al tema del equilibrio y el no-
abuso. Ya no es tanto la preocupación por el proceso sicológico interno de un contratante o la
actitud de mala fe de otro sino una preocupación más global: la de la transparencia y
racionalidad del mercado.
Un mercado donde la información no circula es a la larga un mercado que deja de funcionar
correctamente. Es que un componente básico de su estructura, la racionalidad de los agentes
económicos, deja de estar asegurada al tomar éstos sus decisiones sin contar con información
suficiente. El deber de informar impuesto a los proveedores respecto de los consumidores es
en una visión "macro" un factor de recomposición de los flujos de información, y en definitiva
de rescate de la racionalidad decisoria de los agentes económicos. La Ley uruguaya optó por el
modelo sancionatorio y por la conservación del contrato. Veamos ahora, precisamente, como
ha ingresado la Ley de Relaciones de Consumo en estos marcos antecedentes.

83
Suprema Corte de Justicia: Sentencia Nº 99/2010 del 19 de mayo de 2010.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

c) El Enfoque de la LRRC: Deber Activo de Información

En un mundo jurídico dominado por las tendencias y enfoques indicados en la sección


precedente, vino a insertarse en el año 2000 la Ley de Relaciones de Consumo. El deber de
informar tiene en ella, como en sus similares de derecho comparado, un rol central. El Artículo
6o en su literal C ubica al derecho a la información entre los "básicos" del consumidor y luego
los Artículos 15, 17 y 20 se encargan de especificar su contenido, mientras que el Artículo 32 se
ocupa de establecer las consecuencias de su incumplimiento. Casi dos décadas después de la
entrada en vigencia de la Ley 17250 uno no siente que el contexto de información haya
cambiado sustancialmente. Como en todo el mundo, hay más envases llenos de palabras, casi
nadie puede leer la masa de información que se ha desatado y lo que dice esa información
sirve muy poco.84
La Ley ha efectuado una opción, bastante clara. El modelo de la nulidad ha sido dejado de lado
y se ha optado, siguiendo las tendencias dominantes con anterioridad en nuestro país, por el
modelo de la responsabilidad. El Artículo 32 al enumerar las respuestas ante el incumplimiento
del deber de informar no incluye respuestas anulatorias, con lo cual la senda del Artículo 640
del Código de Comercio, que era una de las transitables, ha sido descartada. La Ley 17.250 se
inclina por la conservación del contrato. La posibilidad de resolución (terminación) del
contrato establecida por el mismo Artículo, sin embargo, puede acercarnos bastante en
términos prácticos al resultado final de la anulación, sí bien, como es claro, se trata de
institutos totalmente diversos. Esta posibilidad de resolución, en cambio, plantea otra
interrogante.
Por otro lado, considerado el enfoque global antes señalado la posibilidad de eliminar un
contrato generado con insuficiencia de elementos de decisión parece aconsejar la
admisibilidad de la resolución como respuesta al incumplimiento precontractual del deber de
informar. Superada la visión aislada del contrato y enfocado éste como un componente de un
sistema mayor (el sistema contractual social general) el desplazamiento de la ratio del instituto
no puede sorprender. No ya, entonces, la lógica interna del contrato (específicamente; de la
causa en sentido dinámico) explica la resolución, sino que su contexto de inserción la justifica.
Otra opción podría poner en cuestión la propia conceptualización del contrato como entidad
existente sólo a partir de una concreta decisión (v.g. consentimiento) y extender su radio
temporal a una fase de comienzo previo: la de intercambio de información, cuestión bastante
plausible desde que es en ese momento que comienzan a desatarse eventuales consecuencias
sancionatorias. Pero estos son ensayos teóricos demasiado inciertos por el momento.
El Artículo 6o de la Ley de Relaciones de Consumo, en su literal c, enfoca a la información
como contenido de uno de los derechos de los consumidores, describiéndolo como un
"derecho básico", Este rol central asignado al derecho a la información se explica, a nuestro
juicio, por las características actuales del mercado en que las relaciones de consumo se
desenvuelven, como ya indicáramos. Son luego otras normas las encargadas de proveer los
instrumentos para la consecución de esos fines a través de los clásicos modelos de las
situaciones jurídicas de deber, obligación, carga, etc. El punto es, precisamente, sí el literal C
del Artículo 6o es por sí mismo un generador de deberes correlativos al derecho a la
información que consagra, deberes que por tanto podrían eventualmente exceder las
concretas previsiones incluidas en el resto del articulado, o bien sí, por el contrario, se trata de
una mera "portada" o expresión de dirección legislativa sin consecuencias directas.

84
Samuel Issacharoff, ‘Disclosure, Agents, and Consumer Protection’ en (2011) 167 (1) Journal of
Institutional and Theoretical Economics (JITE) / Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, 56-71.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

A nuestro juicio, la explicación de ese literal como una directriz o enunciado programático, que
no crea por sí mismo situaciones jurídicas individuales concretas (ni activas ni pasivas),
suministra una solución razonable. El literal C es una directriz y su concreción se manifiesta, a
su vez, en normas jurídicas de tipo primario como los Artículos 15, 17 o 20 de la misma ley No
hay en el mencionado literal C una fuente autónoma de deberes de información. El proveedor
cumple satisfaciendo las exigencias concretas de la ley su deber informacional positivo no
puede extenderse a terrenos no regulados fundándose en este Artículo 6º. Acosta Pitetta ha
sostenido que una norma programática no puede existir en una ley, pues ese tipo de normas
están destinadas a orientar la actividad legislativa.85 El punto es interesante, pero creo que
equivocado, pues ese tipo de directrices también cumplen una función en el nivel de las
normas legales. Por ejemplo: sirven para guiar al poder ejecutivo en la reglamentación de la
ley o al juez y los ciudadanos en su aplicación o seguimiento. El punto de equilibrio está en
reconocer que el deber de no-ocultar sigue vigente, tal como hasta ahora, mientras que el
deber positivo de informar introducido por la Ley es una regla excepcional y que por tanto no
puede ser extendida en función de la genérica expresión del Artículo 6º literal C. Sobre esto se
volverá, aunque desde otro ángulo, al considerar la cualidad "suficiencia" de la información
exigida por la ley.

d) Delimitación de la Información Debida

Si bien el concepto de información es vago y problemático parece posible utilizar con provecho
el clásico triángulo en que los autores representan las relaciones entre significante, significado
y objeto. Así en el caso de la información sobre un bien vendido, por ejemplo, es dable
distinguir entre el texto que informa (significante), el concepto que se informa, esto es, la idea
del bien y sus elementos y cualidades (significado) y el bien sobre el que se informa (objeto o
referente). La Ley de Relaciones de Consumo exige que la información suministrada sea clara,
suficiente y veraz.
La claridad de la información puede ser vista en tres planos. En un plano sintáctico (el nivel de
expresión, el nivel de los significantes) la claridad se traduce en exigencias de legibilidad. Esto
es: signos visibles con facilidad, interdicción del clásico recurso de la "letra chica",
características materiales de los signos (forma de impresión, soporte, etc.) que los hagan
visibles y susceptibles de lectura cómoda. En un plano semántico (el plano de los códigos de
significación adoptados) es dable destacar dos grandes aspectos. Primero, en cuanto al sistema
lingüístico adoptado el mismo debe corresponderse con el normalmente utilizado en la
comunidad. A este nivel obedece la reiterada exigencia de utilización del idioma español.
Segundo, el texto informativo (escrito, sonoro, etc.) debe estar, por otra parte, libre de
problemas semánticos. Típicos problemas de esta índole están constituidos por el uso de
expresiones ambiguas (susceptibles de más de un significado sin que el contexto permita
determinar cuál es el aplicable en el caso) o de expresiones oscuras o vagas (de contornos
imprecisos) como ocurre, por ejemplo, cuando, al informarse sobre un producto y su uso, se
alude a "usos habituales" o "precauciones correspondientes", donde los contenidos concretos
aludidos son difícilmente precisables. Este requisito (ausencia de ambigüedad y vaguedad) está
vinculado, también, con la exigencia de fácil comprensibilidad establecida por el Artículo 23 de
la Ley. En un plano pragmático, por último, la claridad exigida a la información implica que ésta
sea adaptada a la competencia de sus destinatarios. Por ejemplo; la necesidad de recurrir al
lenguaje natural (por oposición al técnico) si el destinatario habitual del producto o del servicio
carece de idoneidad en la técnica respectiva es un requisito derivable de la exigencia de
claridad. No basta con utilizar el idioma español, usar signos legibles y no incurrir en
ambigüedades y vaguedades, además, el modo lingüístico debe adaptarse a la competencia

85
Luis Acosta Pitetta, Relaciones de Consumo: Ley 17.250 (La Ley Uruguay 2011).
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

presumible en los destinatarios medios del mensaje. Obviamente, cuando el destinatario


medio es un técnico (como suele ocurrir con ciertos programas informáticos, por ejemplo) el
uso de un lenguaje de tipo técnico no implicará incurrir en falta de claridad. Por otra parte, en
el caso de productos que incluyen tecnología compleja la información puede transmitirse en el
lenguaje técnico correspondiente en la medida que la utilización del producto suponga,
normalmente, la contratación de asesores técnicos por parte del consumidor. Lógicamente,
por fin, estos estándares deberán definirse por referencia a personas medías. Que un sujeto
extraordinariamente temerario repare por sí mismo sus sistemas de seguridad electrónicos,
por ejemplo, no puede constituir el rasero por el cual se mida el deber de la empresa
fabricante del producto en el plano informativo.
La exigencia de veracidad de la información parece tan obvia que cualquier reflexión a su
respecto corre el riesgo de volverse anodina. Sin embargo, también aquí puede encontrarse
alguna materia de análisis. Un aspecto interesante de esta Ley es la presunción simple de no-
veracidad establecida en favor del consumidor cuando la información se incluye en una
instancia publicitaria. Según el Artículo 26 de la Ley "la carga de la prueba de la veracidad y
exactitud material de los hechos contenidos en la información o comunicación publicitaria
corresponde al anunciante". Si bien esta presunción no se extiende fuera de ese campo (el
publicitario) existirán muchas hipótesis donde la borrosa frontera entre información
publicitaria y no publicitaria generará dudas. En tal hipótesis deberá manejarse un criterio de
aplicación restrictiva de esta regla: la excepcionalidad de esta clase de normas implica tal
conclusión. Fuera del terreno publicitario la carga de la prueba continúa gravando al
consumidor. Como ha señalado la Suprema Corte de Justicia: "según las reglas generales es al
acreedor (de la obligación de informar) a quien le corresponde probar el incumplimiento".86 La
regla del Artículo 26 parece bastante justificada si uno piensa en las mayores facilidades con
que cuenta el proveedor para probar la corrección de sus afirmaciones. Esta solución es
incluso satisfactoria desde una óptica económica pues impone la carga de probar a aquel para
quien tal actividad generará menores costos.
La tercera propiedad que la información suministrada por el proveedor debe satisfacer es la de
ser suficiente. La suficiencia es, en realidad, un cierto caso de completitud. Se trata de la
exigencia de que la información proporcionada abarque todos los aspectos del bien o servicio
que constituyen su referente, pero, a su vez, ese carácter completo no implica una cobertura
de absolutamente todos los aspectos o cualidades del objeto, sino que la misma aparece
relativizada por el uso de la idea de suficiencia. La información no debe ser completa en
términos absolutos, sino suficiente (esto es: completa en términos relativos). El punto es qué
se entiende por suficiente, pues suficiente es lo que es necesario para algún fin o lo que es
razonablemente esperable o exigible dadas ciertas circunstancias. Así, indicar la exacta
composición química del agua componente de una bebida es dar información completa, pero
indicar simplemente que ese producto contiene agua parece ser, en condiciones normales,
suficiente. La mera exigencia de completitud, en cambio, implicaría la necesidad de suministrar
toda (absolutamente toda) la información correspondiente al producto o servicio en cuestión.
Punto no sólo imposible sino, y más que nada, inconducente o inútil. Propondremos tres
condiciones de delimitación: Relevancia, No Obviedad, y Costo. Las veremos brevemente.
Sólo debe informarse lo relevante, aquellos datos cuya posesión es esencial para que el co-
contratante pueda adoptar una decisión contractual racional Esta regla de relevancia resulta,
en primer término, de varias disposiciones de la Ley. Así las normas que establecen
especialmente el deber de informar sobre el carácter peligroso o nocivo de ciertos productos
para la salud o seguridad de los consumidores (Artículos 8, 11 y 17) marcan un caso en que la
especial relevancia de lo comprometido (vida, salud, seguridad) aparece como razón fundante

86
SCJ, Sentencia 985/96 del 29 de Nov. 1996.
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del deber de informar. Por otro lado, en el plano de los antecedentes es observable una clara
tendencia a restringir la información debida a lo trascendente en términos de poder conformar
una decisión negocial razonada. Un caso judicial nacional: el comprador de un apartamento
reclamó contra la empresa constructora pues no le informó que la instalación de un puerto de
ANCAP le quitaría vista al mar. Una de los requerimientos básicos para que la reclamación
prosperara fue que la vista al mar debía ser un "elemento esencial para la compra del
inmueble".87 La condición de relevancia puede definirse entonces, estableciendo que se debe
informar aquella información cuyo conocimiento hubiera alterado la decisión del contratante,
Una segunda limitación es que no debe informarse aquello que el co-contratante ya conoce o
es presumible que conozca. Esto es: no se debe informar lo obvio. En la teoría de los actos
lingüísticos la condición de no-obviedad es considerada una de las condiciones definitorias del
tipo de acto lingüístico "informar". Es decir: en ausencia de esta condición (cuando se
"informa" lo obvio) directamente se está fuera, en términos lógicos, de un acto de
información.88 Como una aplicación de esta regla puede observarse el ya mencionado caso del
apartamento que quedó sin vista al mar. Allí la empresa constructora arguyó que la
construcción del puerto (que quitó la vista) era un hecho notorio (por tanto, obvio) y que en tal
medida no correspondía informarlo al comprador. El principio fue aceptado, sin embargo, su
introductor no obtuvo provecho de esa aceptación pues se entendió que esa notoriedad era, a
su vez, restringida, en tanto sólo abarcaba a los habitantes de la zona y no a quienes eran
ajenos a la misma. Giro este último que se explica por el principio de consideración de la
competencia del destinatario de la información (ver retro). En ese caso la obviedad se
verificaba respecto de los habitantes de la zona, pero no para otros sujetos,
La limitación por el costo es el punto donde más fuertemente se siente la incidencia de la Ley
de Relaciones de Consumo, pues esa regla ha cambiado radicalmente, en general, desde el
surgimiento de ese tipo de normas. La Condición de Costo puede enunciarse así; se debe
brindar aquella información que se posee o que es fácilmente obtenible, o lo que traducido en
términos económicos es lo mismo: el costo de obtención de la información a ser transmitida
debe ser mínimo. La formulación clásica que asimila deber de informar con deber de no-
ocultar o deber de no ser reticente es el espejo exacto de esta condición: se da la información
que se tiene, o lo que es lo mismo: hay obligación de informar, pero no obligación de
informarse. Un ejemplo claro de aplicación de esta regla del costo mínimo es el Artículo 1721
del Código Civil. En esa norma el vendedor es obligado a resarcir los daños padecidos por el
comprador a quien no se le informó de un vicio oculto que el vendedor "conocía o debía
conocer" remitiendo al 1719 donde se específica el giro "debía conocer" aclarándose que "en
razón de su oficio o arte”. Esto implica que el vendedor poseía la información o fácilmente la
podía obtener (por sus conocimientos especializados -"oficio o arte").
La condición de menor costo, entonces, constituiría una regla de interpretación del alcance del
deber de informar en su formulación clásica. Sin embargo, la Ley de Relaciones de Consumo
debe verse como una derogación parcial de esa regla en lo referente al campo de las
Relaciones de Consumo, pues al establecer cierta información que el proveedor debe
concretamente suministrar (Artículos 8, 11, 15, 17, 20 y 28 básicamente) no se ha establecido
como limitante que el mismo posea o pueda fácilmente obtener dicha información (o algo
similar). El proveedor en lo que respecta a esa información expresamente exigida no podrá
exonerarse aduciendo que no poseía la misma o que no le era fácilmente obtenible: ha pasado
a estar respecto de esa información en la situación de deber informarse para informar. Sin
embargo, también debe señalarse que el principio general seguiría estando centrado en la que

87
Suprema Corte de Justicia: Sentencia N º 31 /94 del 18 de febrero de 1994.
88
John Searle, Actos de Habla: Ensayo de Filosofía del Lenguaje (Cambridge University Press y Ediciones
Cátedra 1990 Planeta 1994) 74.
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hemos denominado condición de costo menor y que las derogaciones a esa regla deben verse
como excepciones de interpretación restrictiva. Esto es, la condición de menor costo no rige
respecto de la información exigida por los Artículos 15, 17 o 20 de la Ley 17250 (u otras
exigencias legales expresas de información), pero sí fuera de esa área.

6.3.7. Alcance del Resarcimiento debido por el Responsable

Si hay responsabilidad precontractual los daños que se deben resarcir son todos los causados
directamente por el responsable y previsibles para el mismo (Art.1346). Se deben distinguir
dos tipos de situaciones, aquellas en que el contrato se forma con información faltante o falsa
y aquellas en que el contrato no se forma o es absolutamente nulo (por ejemplo, porque la
cosa no existe –Art. 1672). El primer tipo de situaciones es fácil de resolver. Los daños que se
deben son la diferencia con la situación que se hubiera dado en caso de no haber existido lo
ocultado (el gravamen oculto, por ejemplo, debe ser levantado a costa del responsable o el
precio reducirse en proporción, etc.).
El segundo tipo de situaciones ha dado lugar a mayores debates. El punto es que, si el contrato
no se forma o es absolutamente nulo, el damnificado no puede reclamar el cumplimiento de lo
que hubiera sido la obligación emergente del contrato, sino únicamente los daños que ha
sufrido por confiar en que el negocio se formaría (el llamado interés negativo). La razón es que
si se sostuviera que se puede reclamar como si la obligación de la contraparte se hubiera
formado entonces el contrato dejaría de ser la fuente de las obligaciones para que otro evento
distinto lo fuera (a saber, el comportamiento incorrecto durante las tratativas). Esta es la
solución tradicional contra la cual Gamarra levantó el argumento de que nada impedía el
resarcimiento completo.89 En realidad, Gamarra tiene razón y no la tiene al mismo tiempo. Es
verdad que nada limita el resarcimiento, el problema es que lo que se resarce es el daño
derivado de la no-formación del contrato y no de su incumplimiento. Se resarcen gastos de la
negociación u otro negocio perdido, básicamente, pero no el incumplimiento de la obligación
que hubiera nacido (pero no nació). Se reprocha distorsionar la formación del contrato, no se
puede reprochar incumplir un contrato que no llegó a existir. Por tanto, por más que
aceptemos la indicación de Gamarra de que la ley no establece límites, la lógica de los hechos
nos devuelve al punto de partida: lo resarcible es sólo el interés negativo.90
Insistamos sobre este punto porque es crucial. La regla de cambio según la cual el contrato es
el que produce las obligaciones definitivas (Art. 1246) y no las tratativas, tiene dos funciones.
En primer lugar, reflejar una concepción de moralidad política acerca de qué conductas se
considera en una comunidad que deben tener efecto vinculante y ameritan el respaldo de esa
comunidad (lo visto en el Capítulo 2 respecto de la promesa aceptada). En segundo lugar, con
especial relevancia en este caso, establecer una frontera formal entre las conductas que
generan nuevas obligaciones y las que no. Quizás en ese trazado de fronteras se cometa
alguna injusticia, pero la regla formal trata de clarificar cuando se pasa de estar libre a quedar
obligado. El propósito es dotar de certeza (predictibilidad) a los sujetos que participan en el
mercado para que puedan saber desde cuándo asumen una nueva obligación y que eso
dependa efectivamente de ellos.91 Usando el lenguaje visto en el capítulo 2, la falta de buena
fe en las tratativas puede dar lugar a daños por violación de la confianza ajena cuando se
genera la misma (reliance damages). Pero eso es un supuesto de hecho independiente que no

89
Jorge Gamarra, Tratado de Derecho Civil Uruguayo: Tomo XI (4a ed. FCU 2006) 135.
90
Mantero, Perfeccionamiento 41.
91
Bix, Contract Law 41: “desde la perspectiva de los jueces *se refiere a EEUU+, las personas deberían
saber que no tendrían que confiar en promesas que no son parte de contratos vinculantes”.
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puede justificar el pedir daños por la expectativa defraudada de que se cumpla una promesa
(obligación) que no llegó a existir (expectation damages).
La segunda cuestión es si dentro de los daños directos sólo deben resarcirse los previsibles o
también los imprevisibles (Art. 1346 CCU). Ello depende de la respuesta que se dé acerca de si
la responsabilidad precontractual es contractual o extracontractual. Si se entiende que es
contractual, sólo los daños previsibles serán resarcibles. De todos modos, se trata de un tema
a analizar en sede de responsabilidad civil pues excede los puntos tratados hasta este
momento.92

6.3.8. Debida Diligencia (Due Diligence) y Fase Precontractual

a) Concepto

Cuando se trata de contratos de compraventa en que el objeto adquirido es complejo,


usualmente una empresa en funcionamiento,93 el comprador suele practicar lo que, por
imitación de los angloamericanos, se llama due diligence. El due diligence es una actividad
usual en este tipo de procesos y por sí misma no implica voluntad definitiva de adquirir.94 Se
trata de una revisión más o menos intensa de los distintos aspectos legales, comerciales,
financieros, o técnicos de una empresa. En lo jurídico, el due diligence cubre los contratos con
proveedores y clientes, los aspectos de derecho laboral, permisos de derecho público,
propiedad de bienes, seguros, aspectos de derecho ambiental, contratos con Bancos, etc. Lo
que se busca es, en primer lugar, conocer la totalidad de los aspectos jurídicos. Esto significa,
en su nivel más abstracto, deberes actuales y potenciales y derechos y facultades, de derecho
público y derecho privado, de la empresa objeto de la compraventa. En segundo lugar,
detectar contingencias, riesgos o defectos. En tercer término, sugerir estrategias para anular o
mitigar esos riesgos formulando matrices en que se alineen riesgos jurídicos con formas de
anulación o mitigación de los mismos.

b) Consecuencias

La conducción del due diligence, esto es la información puesta a disposición del comprador, y
los hallazgos del mismo, repercuten en varios niveles. En primer lugar, si el comprador
encuentra demasiados riesgos (‘contingencias’, por ejemplo, deudas potenciales, derechos
litigiosos etc.) o defectos (directamente deudas que no le habían sido declaradas, o bienes
faltantes) puede retirarse del negocio. En segundo lugar, puede discutir la reducción de precio
o las garantías que pedirá teniendo en cuenta esos riesgos o defectos. Hasta aquí, la lógica
comercial del asunto.

En el plano jurídico: por un lado, el vendedor al dar información de aspectos negativos que
pudieran incidir en la formación de la decisión del comprador, se libera de la potencial
responsabilidad precontractual que pudiera tener por falta a su deber de informar o de no
92
Sobre ese tema puede verse: Gerardo Caffera, Responsabilidad Civil Contractual (2ª Ed. FCU 2012)
Cpaítulo 1.
93
Adquirida mediante compra de las acciones o cuotas sociales de la sociedad (anónima, o de
responsabilidad limitada, etc) que sea titular de la empresa, o mediante el mecanismo de compra de
establecimiento comercial (Decreto.Let 14.433).
94
Rosana Hallett, ‘Due Diligence’ en José María Álvarez-Ángel Carrasco, Régimen Jurídico de las
Adquisiciones de Empresas (Aranzadi 2001) 135, 139,149. En general: Peter Howson, The Essentials of
M&A Due Diligence (Routledge 2017).
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

ocultar (visto más atrás). Por otro lado, el potencial comprador en la medida que realiza
hallazgos de riesgos o defectos que puede presumirse que el vendedor desconoce y no los
comunica se arriesga a que se le impute el mismo tipo de ocultamiento y que no pueda
reclamar luego. Finalmente, todo lo relevante pero no informado en el due diligence o
presentado de manera engañosa dará lugar a reclamos contra el vendedor, dado que el acto
de due diligence crea una obligación de informar y de transparencia que excede a la que fije la
propia ley, salvo que se hubiera pactado que lo garantizado se limita estrictamente a lo
declarado por el vendedor (ver supra 1.5.e acerca de representations and warranties).

La regulación de todos estos aspectos es posible: para marcar el nivel de información a


proporcionar, o las consecuencias de hallazgos no comunicados, que puede consistir en la
pérdida del derecho a reclamo o no; o el grado de liberación del vendedor por mostrar
información negativa (disclosure), cuya liberación puede ser total o nula, etc. Por ejemplo,
cuando en los contratos se establece expresamente que el comprador pudo hacer un due
diligence extenso se está queriendo decir implícitamente dos cosas: que el comprador no
puede reclamar por los defectos o riesgos que puedo constatar por sí mismo, y que no puede
reprocharse al comprador haber ocultado información. Puede ser que ambas partes quieran
eso, pero si no quieren esas consecuencias, deben explicarse en el contrato.
Gerardo Caffera. Universidad de la República 2018. Borrador para Uso Estudiantil

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