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PORTADA

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INDICE

PORTADA...................................................................................................................................1
INDICE........................................................................................................................................1
PRESENTACION........................................................................................................................1
EL EFECTO RELATIVO DEL CONTRATO.............................................................................1
CONTRATO Y LA TRASMICION DE DERECHOS REALES.................................................1
CLASIFICACION DE LOS CONTRATOS................................................................................1
FORMALIDADES- CAUSAS PROBATORIAS........................................................................1
CODIGO CIVIL: AUTONOMIA DE LA VOLUNTADA Y LA FUERZA OBLIGATORIA DE
LOS CONTRATOS.....................................................................................................................1
REQUISITOS PARA LA VALIDEZ DEL CONTRATO............................................................1
CONCLUSIÓN............................................................................................................................1

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PRESENTACION

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INTRODUCION

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EL EFECTO RELATIVO DEL CONTRATO

Decir que un contrato tiene efecto relativo equivale a establecer que, en principio, un
contrato no puede perjudicar ni aprovechar a un tercero, según las disposiciones
del artículo 1165 del Código Civil.

Así las cosas, por principio, las obligaciones contraídas en un contrato suscrito entre
Juan y Pedro no "aprovechan ni perjudican" a Martín, quien no podría ser considerado
deudor o acreedor de estos.

De igual forma, el artículo 1134 del Código Civil establece que "las convenciones


legalmente formadas tienen fuerza de ley para aquellos que las han hecho", consagrando
así la fuerza obligatoria del contrato inter partes.

CONTRATO Y LA TRASMICION DE DERECHOS REALES

Con la obviedad de que un derecho implica una obligación, hay juristas para quienes, un
derecho real, es en realidad un derecho personal, que trae la obligación erga omnes
(para todos) de respetar ese derecho real.

Los derechos reales no se constituyen sobre todas las cosas, sino sobre aquellas que son
objeto de apropiación, naturalmente eso es un espectro amplio, por lo que es más fácil
enunciar cosas que no son objeto de apropiación como las estrellas, el sol, los mares, las
personas. A estas cosas que son objeto de apropiación se les denomina "bienes".

CLASIFICACION DE LOS CONTRATOS

Unilateral: los contratos unilaterales son aquellos en los cuales quien se obliga es una
parte, mientras que la otra no tiene obligación alguna, por ejemplo, el contrato de
préstamo de uso o comodato.

Bilateral: en este tipo de contrato ambas partes se obligan, por ejemplo, en un contrato
de compraventa el vendedor se obliga a entregar la cosa y el comprador a pagar el
precio.

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Gratuito: cuando solo beneficia a una de las partes, por ejemplo, el contrato de
donación.

Oneroso: en este caso ambos contratantes obtienen un beneficio.

Principal: un contrato es principal cuando no depende de otro para existir, este es el caso
del contrato de arrendamiento.

Depende de otro para poder existir, contrato de prenda que se da para garantizar el pago
de un préstamo.

Real: el contrato es real cuando se necesita para su validez la tradición de la cosa.

Solemne: cuando se requiere que se cumplan ciertas formalidades establecidas en la ley.

Consensual: cuando se perfecciona por el solo consentimiento de las partes.

Conmutativo: cuando una de las partes se obliga a hacer algo equivalente a lo que la


otra parte va a hacer.

Aleatorio: cuando se trata de algo incierto que depende del azar.

FORMALIDADES- CAUSAS PROBATORIAS

La formalidad en los contratos se refiere al hecho de que el legislador asigna una forma
necesaria para que éstos sean válidos. Pues la voluntad debe ser exteriorizada de la
forma meramente establecida en la ley, pues de lo contrario tal acto puede ser anulado.

CODIGO CIVIL: AUTONOMIA DE LA VOLUNTADA Y LA FUERZA


OBLIGATORIA DE LOS CONTRATOS

La autonomía de la voluntad es un concepto procedente de la filosofía kantiana que va


referido a la capacidad del individuo para dictarse sus propias normas morales.

El concepto constituye actualmente un principio básico en el Derecho privado, que parte


de la necesidad de que el ordenamiento jurídico capacite a los individuos para establecer
relaciones jurídicas acorde a su libre voluntad.

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Son los propios individuos los que dictan sus propias normas para regular sus relaciones
privadas.

De él se desprende que en el actuar de los particulares se podrá realizar todo aquello que
no se encuentre expresamente prohibido o que atente contra el orden público, las buenas
costumbres y los derechos de terceros.

En este sentido, es también el fundamento del principio espiritualista de la mayoría de


los códigos civiles.

La autonomía de la voluntad es la encargada de establecer sus límites. Muchos de estos


límites son creados por las necesidades de las cosas, otras por mera conveniencia de
política legal, y constituyen impedimentos a la creación de reglas.

En derecho existen dos tipos de normas: las normas dispositivas y las imperativas. En el


caso de las primeras, eran normas que sirven para suplir la autonomía de la voluntad en
aquellos sitios en dónde la autonomía de la voluntad no haya establecido algo
expresamente (por ejemplo, el caso de sucesión intestada).

La norma imperativa (impositiva), sin embargo, actúa en todo caso, como norma de
obligado cumplimiento. Es un límite a la autonomía de la voluntad (por ejemplo,
las legítimas).

En el Derecho público se pueden encontrar muchas más normas imperativas (sobre todo
en el ámbito sancionador), siendo éstas más escasos en Derecho privado. Se trata de
aquellos casos en los que el Estado debe regular una forma de comportamiento que sea
igual para todos.

Es importante ver como juega el papel de la autonomía de la voluntad en el Derecho


comercial como el derecho a la rescisión de un contrato con base en el desacuerdo con
el objeto.

Una vez develado el mito de la conexión original entre el artículo 1545 del Código
Civil y el principio de autonomía de la voluntad, la interpretación que la doctrina
civil crítica defiende de esa norma afirma que se trata de una norma "neutra" desde
la perspectiva de la teoría del contrato, que nada dice sobre el fundamentode la
fuerza obligatoria del contrato, sino que se limita a imputar ese efecto obligatorio,
atribuyendo al acuerdo de las partes competencia para crear normas jurídicas que
las vinculan.

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A esto se agrega una crítica a la confusión en que incurriría la doctrina tradicional al
identificar a la voluntad de las partes como fundamento de la fuerza obligatoria del
contrato, en cuanto eso implicaría sostener que de la afirmación de un hecho
pudiera derivarse una conclusión de deber. La voluntad podría ser "causa eficiente"
del contrato y su contenido, pero no podría, en cuanto hecho, fundar su fuerza
obligatoria. Esta última se explica, continúa el argumento, porque el contrato da
origen a una norma jurídica válida, y el fundamento de la validez de esa norma,
como el de cualquier norma jurídica, no se encuentra en el acto de voluntad del que
emana, sino en las otras normas del mismo sistema que autorizan y regulan su
creación.

A partir de esta interpretación, la determinación del alcance de la fuerza obligatoria


del contrato parece quedar, en principio, liberada del lastre de la autonomía de la
voluntad. Roto el vínculo entre la voluntad de las partes y la fuerza obligatoria del
contrato, y asignada la fuente de esta exclusivamente a la ley, se podría admitir
que, a partir de la interpretación de alguna norma legal –como la que requiere la
ejecución de buena fe de los contratos–, el contenido de un contrato pueda, bajo
ciertas circunstancias, ser modificado sin mediar el acuerdo de ambas partes, ya
sea por decisión unilateral de alguna de ellas (para, por ejemplo, poner término
unilateralmente a un contrato de ejecución duradera) o por decisión judicial (por
ejemplo en los casos de excesiva onerosidad sobrevenida), o bien que sus efectos
puedan extenderse, bajo ciertos supuestos, a terceros más allá de las partes.

Cabe dudar, con todo, de que sea tan fácil librarse del peso del dogma de la
autonomía de la voluntad. Como se sostuvo más arriba, el dogma podría seguir
pesando, a pesar de la revisión crítica de sus orígenes, tanto porque se siga
apreciando su utilidad para la reconstrucción y la interpretación sistemática del
derecho de contratos vigente (o, más modestamente, por inercia frente a la
inexistencia de otra teoría alternativa generalmente aceptada), como porque refleje
intuiciones compartidas acerca los valores relevantes para determinar como debiera
ser el derecho de contratos.

Falta, en este sentido, como decía al concluir la sección anterior, un análisis crítico
de la concepción clásica del alcance de la fuerza obligatoria del contrato que
conforme a ese "dogma" se derivaría de la autonomía de la voluntad. Para
emprender ese análisis, la afirmación de la autonomía de la voluntad como
fundamento de la fuerza obligatoria de los contratos debe ser interpretada en forma
más caritativa, entendiendo, por una parte, que hace referencia no al hecho de la
voluntad de las partes sino al valorde la autonomía y que, por otra parte, cuando la
indica como fundamento de la fuerza obligatoria no lo hace en el sentido de
fundamento de la validezjurídica de las normas contractuales sino refiriendo a la
justificaciónético-política de la regulación jurídica del contrato y de las obligaciones
que en virtud de esa regulación este impone a las partes.

Seguramente esta "mejor versión" de la conexión justificativa entre autonomía de


la voluntad y fuerza obligatoria del contrato no se encuentra explícitamente
desarrollada, según hemos visto, ni en la doctrina civil decimonónica ni en la
versión estándar de la teoría clásica que hoy circula. Pero sí puede hallarse en la
discusión contemporánea sobre teoría del contrato, donde diversos autores,
particularmente a partir de la publicación en 1981 del libro de Charles Fried
"Contract as Promise. A theory of contractual obligation", han intentado
reconstituir, a partir, usualmente, de los cimientos de la filosofía kantiana del
derecho, una teoría liberal del derecho del contrato, que encuentre en la autonomía
la clave de su justificación ético-política (además de defender, también, en otro
plano, la pertinencia de esa teoría para la sistematización de las normas vigentes
sobre contratos de los ordenamientos jurídicos contemporáneos).

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Para quienes están acostumbrados a la geometría simple de voluntad, fuerza
obligatoria e intangibilidad que ofrece la versión habitual de la teoría clásica,
resultará sorprendente encontrar en las diversas versiones de la teoría
contemporánea del contrato basada en la autonomía, no solo un análisis más
sofisticado de esas relaciones sino también, en varias de ellas, criterios normativos
basados en el propio valor de la autonomía que permiten justificar la existencia de
limitaciones a la fuerza obligatoria de los contratos y el reconocimiento de
facultades judiciales para intervenir en su contenido.

Aunque no es posible realizar, en esta sede, una revisión completa y crítica de esos
planteamientos, el punto que me interesa poner de relieve es que tampoco los
herederos actuales de las "teorías clásicas" del contrato, que defienden desde el
punto de vista normativo o ético-político una concepción del derecho de contratos
centrada en la autonomía, acogen la concepción del alcance de la fuerza obligatoria
del contrato que la versión estándar de la teoría clásica asocia al dogma de la
autonomía de la voluntad. Este vuelve a quedar, entonces, en este nuevo sentido,
desamparado.

REQUISITOS PARA LA VALIDEZ DEL CONTRATO

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CONCLUSIÓN

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