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Rodolfo Ortega Peña nació el día 12 de septiembre del año 1935. “Rodolfito”, como se
lo llamaba cariñosamente durante gran parte de su vida, era el único hijo de una familia
adinerada y acomodada de la burguesía porteña. Su primer nombre se debía a su padre
y el segundo a su abuelo materno, un intelectual destacado de los primeros años del
siglo XX.
Sus padres, Rodolfo Ortega Velarde y Zaira Peña consideraron tener un solo hijo con el
fin de poder disfrutar de sus viajes por Europa y sus continuas reuniones con amigos en
los restaurantes más importantes de Buenos Aires. Por parte de su padre llevaba una
larga tradición de abogados y periodistas mientras que por parte de su madre se
vinculaba con las familias más importantes del país dado su apellido patricio vinculado
al caudillo salteño Martín Miguel de Güemes.
Este matrimonio tenía en sus planes el hacer de su hijo un fiel representante de la clase
y a la tradición familiar a la que pertenecía. Esto se vio reflejado no solo en la formación
intelectual que se le inculcó desde muy temprana edad sino también en el aspecto físico
ya que desde muy joven lució una cabeza rapada con la intención de que no heredara la
calvicie de su padre.
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Hacia finales de los 30, cuando la década infame se encontraba en sus últimos años,
Rodolfito comenzó en la Escuela Argentina Modelo (EAM) en el barrio de Recoleta. En
el mismo no se destacó por su capacidad para vincularse con sus compañeros sino por
su condición de “sabelotodo”. Si bien no era de los más sociables a la hora de
relacionarse todos sus compañeros identificaban si gusto por la lectura pero sin tener
acercamiento a los debates políticos o a discusiones partidarias. Resultaba muy difícil
imaginarse a ese niño tan callado transformándose en la persona que alcanzaría a ser.
Pero por fuera del colegio se vinculaba con amigos que veían algo más en él como
Ernesto Laclau, quien se iba a convertir en filósofo, teórico político y escritor
postmarxista importante en el país décadas más tarde.
Este vínculo con la filosofía se iba a profundizar por la mencionada amistad que sostenía
con Laclau, ya que éste fue quien lo vinculó con uno de los mejores epistemólogos del
país, Raúl Sciarretta, quien los introdujo aún más en el mundo de Kant, Heidegger y
Hegel. Pero a esta pasión se dedicaba parcialmente, cuando no se encontraba en el
Argentino Tenis Club, haciendo deportes y vinculándose con su nuevo grupo de amigos
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como Mariano Grondona y Alejandro Mugica, hermano de Carlos, que años más tarde
sería sacerdote tercermundista y un gran amigo de Rodolfito.
Su último año del colegio secundario lo rindió libre junto a otros compañeros por lo que
para julio de 1953 ya se encontraba en condiciones de encarar una carrera universitaria
como el mandato familiar mandaba. Esto se presentó como un gran dilema para Ortega
Peña ya que a su amor por la filosofía se enfrentaba no solo la tradición familiar sino
también la necesidad de estudiar algo que garantizara un trabajo que sustentara su
estilo de vida. Es así que poco tiempo después se decide por la carrera de abogacía en
la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Pero su pasión no
podía ser reprimida constantemente por lo que al año siguiente se anotó para rendir
libre las materias de la carrera de filosofía.
Si bien Rodolfito no era un esbelto caballero que se destacase por sus dotes físicos
siempre tuvo la capacidad de vincularse con las mujeres desde su capacidad para la
conversación. Se permitía hablar de cualquier tema y con una cultura general y con una
pasión que encantaba a todo el mundo. En el verano de 1953, vacacionando en Miramar,
conoce a Graciela Espeche Gil, una joven de familia de diplomáticos que recientemente
habían regresado al país. En este vínculo amoroso se acerca a Juan Carlos, el hermano
de Graciela, con quien se harían amigos rápidamente a partir de las largas
conversaciones sobre política ya que éste era un activo participante político en la
Facultad de Derecho de La Plata.
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Su relación con el PC duró pocos años al notar que las trasformaciones revolucionarias
que tenía en mente no se podían plasmar desde un espacio configurado a partir de otros
objetivos. Es así que, sin desvincularse, comienza un acercamiento a los sectores de la
Resistencia Peronista a través de un histórico del movimiento, César Marcos. Este
personaje lo introdujo al interior de un espacio tan diverso y plural como pragmático.
En sus encuentros podían surgir tanto dirigentes estudiantiles troskystas como
sindicales. “En ese contexto de diversidad peronista, de fauna política, aparecieron
Duhalde y Ortega Peña y fueron ‘peronizados’ por Marcos” (Celesia y Waisberg, 2007:
60).
Esto implica un punto de quiebre muy grande respecto de su mandato familiar ya que
todo lo construido políticamente implicaba luchar contra las posiciones más
conservadoras y antiperonistas que fue incorporando durante su niñez y adolescencia.
Este punto estuvo marcado principalmente por esa mirada y contradicción que notó al
salir a pasear por la ciudad luego de los bombardeos de la Plaza de Mayo. Ese momento
hizo que Ortega Peña se replantease su situación, sus intereses y su educación elitista,
de clase al confrontarla con la realidad de la mayoría trabajadora.
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Como comenta su amigo Eduardo Duhalde: “Esta instancia política, fuertemente vital,
no fue una mera contingencia de un deslizarse crispante del tiempo social en que estaba
inmersos sus actores sino el intento de una relectura de la historia argentina, en acto de
continuidad y cuestión al mismo tiempo, en una instancia fundante de un devenir
diferente. Al mismo tiempo, traducía en el campo nacional el peso de las experiencias
universales y contenía en su multiplicidad discursiva el plexo de aquella herencia
inmediata y mediata. Tenía un claro sentido reparador y regeneracionista” (Duhalde,
2007; 5).
Esta energía puesta en la crítica al imperialismo y en la lucha contra las diferentes formas
de dependencia lo acercó a numerosos intelectuales de todos los ámbitos. Tal es así que,
años más tarde, frente a la presentación de uno de los documentales más importantes
de la época llevado adelante por Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino y
denominado “La hora de los hornos”, no solo se señalaba la responsabilidad del
imperialismo por la miseria presente en Latinoamérica sino que también se discutía en
torno al rol de los intelectuales a la hora de combatirlo. El documental, que contaba con
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Pero en contraposición con toda esta actividad militante e intelectual se presentaba una
persona muy activa en cuanto a su vida privada. Siempre buscaba llevar adelante un fino
equilibrio entre ambas, a pesar de las dificultades que le imprimía la política en cuanto
a tiempo disponible. Los almuerzos dominicales en familia eran de carácter casi
obligatorios en la casa de los Gómez Iza; aunque, dado el variopinto de sus integrantes
se llevaba a cabo un pacto de no agresión en relación a temas de la política. Este pacto
mantuvo una convivencia pacífica, casi sin sobresaltos. Aunque la política nunca era un
tema que desaparecía ya que existían innumerables discusiones, nunca en tono agresivo
ni descalificador entre Ortega Peña y su cuñado Horacio “Cacho” Gómez Iza. Los viajes
de vacaciones a la costa mantenían la misma dinámica. Mientras toda la familia se
encontraba en la piscina o en la playa, Ortega Peña llevaba su máquina de escribir, su
pipa y un montón de papeles para seguir con su producción académica e intelectual.
Durante la década del 60, ya graduado y trabajando junto a su amigo Eduardo Luis
Duhalde, comienzan a vincularse con algunos sindicatos peronistas frente a lo cual
deciden convertirse en abogados del sindicato de metalúrgicos, cuyo referente, al igual
que las 62 organizaciones, era Augusto Timoteo Vandor. Esto tiene un impacto muy
grande en su formación política ya que se trataba de un contexto de “normalización
sindical” que lleva adelante el gobierno de Arturo Illia. Frente a esto los conflictos
comienzan a volverse recurrentes. A tal punto que para el año 1964 los sindicatos y
diversas organizaciones inician un plan de lucha que busca tomar carácter nacional al
llevar adelante movilizaciones, huelgas y tomas de fábricas en todo el país. Es en este
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punto que Ortega peña va a participar como abogado de la Confederación General del
Trabajo de la República Argentina (CGT).
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Para la década del 70 Ortega Peña ya se había vuelto un personaje importante dentro
del movimiento peronista, de izquierda y especialmente en el mundo de la militancia
gracias a su trabajo como defensor de los presos políticos. Tanto los hechos ocurridos
en torno a la figura de Aramburu, su secuestro y asesinato llevados adelante por la
organización Montoneros; como la captura y el asesinato de Oberdan Sallustro en
manos del ERP, lo ubican como el estratega de la defensa judicial de los militantes
procesados. Esto permite, como señalan Celesia y Waisberg, (2007), alejar los fantasmas
de su inclinación vandorista. Le permite romper con la imagen de ser aquellos abogados
que se encontraban bajo el ala de Vandor.
Todo este trabajo en la defensa de los presos políticos se cristaliza en 1971 en la creación
de la Asociación Gremial de Abogados. La misma tiene su fundamento en la necesidad
de organizar a todos aquellos abogados que tuviesen interés en representar al pueblo y
defender a los prisioneros del régimen de facto, ya sean estos políticos, gremiales o
estudiantiles. Por otro lado buscaba romper con la tradición del histórico Colegio de
Abogados de la República Argentina que se encontraba ligado a los actores más
conservadores de la sociedad; es decir, la iglesia católica, el ejército y los grandes
estudios. Más allá de las disidencias en torno a las definiciones políticas e ideológicas,
se trata de abogados que compartían la comprensión de la Nación a partir de una
dinámica capitalista pero desde una posición semicolonial y comprendían la necesidad
de las luchas populares para derrumbar el régimen de la dictadura cívico-militar.
Esta asociación se arma con los abogados que defendían a aquellos detenidos en el
marco del plan de Conmoción Interna del Estado (CONINTES) llevado adelante desde la
presidencia de Arturo Frondizi y permitía al Estado detener a todo aquel que generara
un disturbio interno. Se trató de un plan que le permitió a las Fuerzas Armadas detener
de manera completamente arbitraria y condenaran en juicios ficticios a más de mil
militantes obreros y políticos, acusados de “terrorismo”. Siguiendo a Celesia y Waisberg,
(2007), podemos señalar que esta asociación puede ser comprendida como un
antecedente claro de lo que posteriormente van a ser considerados como los abogados
de Derechos Humanos.
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A partir de 1971 se lleva adelante el Gran Acuerdo Nacional (GAN), con la declaración
explícita del presidente de facto Lanusse argumentando el “agotamiento” de su
“proyecto” y comienza un principio de acuerdo entre las principales fuerzas políticas
para la vuelta a la vida democrática. El mismo consistía en definir las reglas de juego
para el llamado a elecciones y para el consecuente régimen político democrático.
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Por otro lado, luego de 18 años de proscripción, en marzo de 1973 el Frejuli gana las
elecciones presidenciales y garantiza la vuelta del peronismo al gobierno. La fórmula
Cámpora-Solano Lima triunfó con el 49% de los votos. Con la consigna "Cámpora al
gobierno, Perón al poder", el movimiento justicialista había conseguido un verdadero
triunfo popular. En ese mismo año se va a producir no solo la vuelta al poder del
peronismo en elecciones libres sino también la participación como candidato a diputado
nacional de Ortega Peña. Pero con la victoria de Héctor Cámpora se inicia un proceso
paralelo que implicaba repensar el rol de las organizaciones armadas en este nuevo
contexto.
Esto generó mucha disconformidad y ubicó a Ortega Peña en un lugar molesto para el
peronismo. Se convirtió en un personaje que, desde lo discursivo, señalaba su
inconformismo con la estrategia política y el rol que el conductor le daba a las
organizaciones armadas. Se trató de alguien que no ahorraba críticas al gobierno.
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posibilidades y objetivos eran otros. Como argumentan Celesia y Waisberg: “De la etapa
que moría restaba definir, en el seno de la Tendencia, qué se hacía con los presos
políticos. La liberación no se discutía. El tema era cuál opción elegir: ¿indulto o amnistía?
El indulto implicaba el perdón a los delitos cometidos; la amnistía, el desconocimiento
del hecho delictivo. El indulto se lograba con un simple decreto del Poder Ejecutivo, la
amnistía debía obtener la aprobación del Congreso” (Celesia y Waisberg, 2007: 262).
En este punto la disputa ideológica era central. Mientras el ala de Ortega Peña sostenía
el indulto inmediato y ni un solo día de un gobierno popular con presos políticos, otra
ala de la Asociación Gremial de Abogados se enfocaba en apoyar la amnistía ya que no
existían delitos sino actos revolucionarios. Finalmente la posición final consistió en la
liberación inmediata de los presos políticos y, 10 días más tarde, se logró la amnistía.
Pero esta posición sobre los presos políticos le llevó a discutir enérgicamente con
aquellos militantes que dirigían y conformaban la Tendencia, ya que, al encontrarse tan
cercanos al nuevo gobierno, observaban con recelo las posturas más intransigentes ya
que implicaban un riesgo para obtener un mayor grado de gobernabilidad.
Estas discusiones llevaron tanto a Ortega Peña como a Duhalde a la definición de que
tanto las FAR como Montoneros se encontraban demasiados preocupados por el
gobierno y dejaban de lado en su representación a una enorme porción de la militancia
que quería ver liberados a los presos políticos. Frente a esto “Rodolfito” decide
conformar y convertirse en director de la revista Militancia Peronista para la liberación,
que tuvo un gran impacto y repercusión dentro de la militancia peronista en la época.
Es a partir de entonces que se integra plenamente la actividad política y deja su trabajo
como abogado defensor de presos políticos y toma distancia de las organizaciones
armadas. En este nuevo proceso se desarrolla como interventor del Instituto de historia
del Derecho y director del Instituto de Historia Argentina y Americana en la Universidad
de Buenas Aires (UBA). Estos cargos que ocuparía en la universidad tuvieron una muy
corta duración ya que, al igual que la primavera camporista, en diciembre de 1973 no
fueron renovados (Celesia y Waisberg, 2007).
Hacia los primeros meses de 1974 se endurece la posición oficial del gobierno hacia las
organizaciones armadas. Esto implica un duro enfrentamiento entre Juan Domingo
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En este contexto, Ortega Peña decide asumir igualmente su banca pero, a modo de
diferenciarse de las políticas y tendencias más dialoguistas que presentaba el
peronismo, no lo hace dentro del bloque oficialista sino que constituye un monobloque
que va a denominar “bloque de base”. Ante la estrategia de Perón de modificar el Código
Penal con el fin de recrudecer las penas contra las acciones armadas, los distintos
diputados de la Juventud Peronista, persuadidos por Perón, renunciaron. Ortega Peña,
por el contrario, se quedó conformando un bloque unipersonal.
Ese día no fue uno más ya que en el mismo proceso de jura para la asunción del cargo
como legislador nacional se produce un hecho, hasta entonces, de ruptura con las
formas instituidas. Rodolfo Ortega Peña fue el primero en romper con los protocolos y
las formas estipuladas y convencionales que imponían, desde lo ceremonial, los
procesos de jura del Congreso. Pero estas formas no implicaban una muestra de rebeldía
adolescente frente a la autoridad sino más bien una toma de posición, una definición
política fuerte que lo ubicaba lejos de la propuesta electoral que lo llevó a ese lugar y lo
acercaba al pueblo, a las personas que lo eligieron como representante.
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Este hecho ocurrió el 22 de agosto del año 1972 en la Base Aeronaval Almirante Zar en
la ciudad de Trelew, provincia de Chubut. Se trató de una masacre ya que 16 presos
políticos fueron ejecutados por las Fuerzas Armadas durante la dictadura cívico-militar
de Alejandro Agustín Lanusse. La totalidad de los fallecidos eran militantes de
agrupaciones políticas-militares como ERP, Montoneros y FAR que, ante la imposibilidad
de escaparse del país se entregaron voluntariamente. El procesamiento de los
responsables de los hechos referidos se demoró más de 30 años. Numerosas
investigaciones fueron iniciadas al poco tiempo pero no condujeron a resultado alguno,
siendo archivadas en juzgados o directamente perdidas sin dejar rastro. Recién en 2006
se reabrió nuevamente un proceso judicial que culminó el 15 de octubre de 2012.
El proceso de jura llevado adelante por Ortega Peña donde emite su conocida frase "la
sangre derramada no será negociada", busca llegar a la sociedad con un mensaje y una
consigna irrenunciable sobre el vínculo a tener con el oponente. Busca criticar y plantear
su inconformidad con la connivencia con el sistema y con aquellos culpables de los
asesinatos de sus compañeros y de vender el país a las potencias extranjeras.
Esta jura trajo repercusiones inmediatas. No solamente los diputados del recinto se
encontraban atónitos frente a la actitud del nuevo integrante de la cámara sino también
los periodistas que se hallaban en el recinto estaban alertas para captar los efectos que
dicha frase podía tener.
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Si bien tanto Ortega Peña como su amigo Eduardo Luis Duhalde estaban al corriente de
las posibilidades de que se sucediera un acto contra su integridad física ya que habían
sido víctimas de varios atentados en sus oficinas y habían recibido múltiples amenazas,
esto fue constantemente ignorado por “el pelado” que continuaba con sus tareas
cotidianas y su vida privada. Si bien incrementó los recaudos y las medidas de seguridad,
nunca permitió tener una escolta de seguridad ni custodia.
Ante cada acto de vandalismo, amenaza y advertencia su respuesta siempre fue “la
muerte no duele” justificando que su posición, su lucha política y su exposición pública
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La Opinión, 14 de marzo de 1974.
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Su lucha política lo llevó a tener un poder de influencia muy grande sobre la militancia y
se transformó en un actor político incómodo tanto para el gobierno como para las
organizaciones políticas dada su posición abiertamente de izquierda y crítica al tercer
gobierno peronista. El distanciamiento con el mandato de Perón se hacía cada vez mayor
y su postura frente a la designación de José Gelbard como ministro de Economía fue un
hito en su vínculo con el gobierno.
Pero toda esta retórica y su posicionamiento nada obsecuente con su líder político no
implicó nunca un alejamiento ni una crítica descarnada. Su interés fue siempre el de
velar por los intereses populares más allá de los condicionamientos políticos que
estuvieran presentes a la hora de gobernar. Esto lo llevó tanto a distanciarse de aquellos
considerados por Cooke como la burocracia política pero también a acercarse al pueblo
y ser reconocido por el mismo.
El 31 de julio de 1974 será recordada como la fecha que marcó un punto de inflexión en
la vida política de Argentina. Se trató de un hecho que modificó la dinámica de
construcción de poder en la política y significó un incremento aun mayor de la violencia
como mecanismo de acción. Treinta días después, y mientras se digería políticamente la
muerte del presidente Juan Domingo Perón, fue acribillado en pleno centro de lo que
hoy conocemos como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el por entonces diputado
nacional Rodolfo Ortega Peña.
En un hecho muy bien planificado y con una visibilidad que mostraba la impunidad con
la que obraban estos grupos de tareas, “el pelado” recibió una ráfaga de más de 20
disparos cuando estaba bajando de un taxi en las calles Carlos Pellegrini y Arenales luego
de haber cenado en un restaurante cercano. De esos disparos 13 dieron en el cuerpo de
Ortega Peña mientras que su compañera, Helena Villagra, recibió solamente heridas en
su labio.
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base y delegados gremiales fabriles, sino que fueron más allá y se encargaron de eliminar
a un diputado nacional. Este grupo parapolicial conformado principalmente por oficiales
policiales pasados a retiro, se había conformado a partir del apoyo de diversos sectores
que conformaban el gobierno nacional.
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Desde la sede gráfica se llevó adelante una caravana para acompañar al cuerpo hasta el
cementerio de Chacarita. Frente a tal suceso la Policía Federal, dirigida por el subjefe
Alberto Villar, dispuso un gran operativo que tenía como objetivo de interrumpir el
cortejo y hacerse del cajón.
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Cementerio de Chacarita, discurso de Duhalde frente a militantes con los dedos en V y con los puños en
alto (http://www.archivoinfojus.gob.ar/nacionales/las-diez-fotos-ineditas-del-velatorio-de-ortega-pena-
5021.html)
Duhalde pronunció unas palabras de despedida frente a la tumba: “Vivió y murió para
que la clase obrera y el pueblo forjaran desde el poder una nueva sociedad con hombres
nuevos donde desaparecieran definitivamente los explotadores y explotados. Por eso,
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porque morir por el pueblo es vivir, en esta hora de apretar los puños y de tristezas,
reafirmamos aquel juramento: ‘La sangre derramada por Ortega no será negociada’. Y
decimos simplemente, como a él le hubiera gustado: ‘Ha muerto un revolucionario, ¡viva
la revolución!’” (Celesia y Waisberg, 2007: 354).
Una de las instancias que permitieron destacar tanto a Ortega Peña como a Duhalde
dentro del mundo de los abogados orientados hacia los presos políticos fue la estrategia
de abordaje de los juicios. La base y los fundamentos teóricos que utilizaron para llevar
adelante dichos enjuiciamientos fueron tomados del libro de Vergès, Estrategia judicial
en los procesos políticos.
Luego de los sucesos ocurridos con el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu,
en mayo de 1970, en manos de la organización Montoneros, la policía detuvo a algunos
de los implicados en el mismo. Ortega Peña y Eduardo Duhalde se hicieron cargo de la
defensa de Ignacio Vélez junto con el abogado Ricardo Smith. Por otro lado se
encontraban los abogados Hernández y Luis María Bandieri que tomaron a su cargo la
defensa de Fernando Abal Medina. Estos juicios, dadas las características particulares
de cada uno de los imputados, tuvieron estrategias diferentes. Como argumentan
Celesia y Waisberg: “Generalmente cuando el acusado era un dirigente reconocido y
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estaba muy comprometido se realizada una defensa “de ruptura”. En cambio, cuando
era un militante de menor notoriedad y las pruebas existentes permitían pensar en la
absolución, se planteaban “juicios de connivencia”: no se cuestionaba la legitimidad del
tribunal o de las leyes bajo las cuales se los juzgaba sino que se intentaba lograr su
sobreseimiento” (Celesia y Waisberg, 2007: 172).
Los doctores Ortega Peña, Bandieri y Hernández, defensores del matrimonio Maguid y de Vélez, en el
bar Santa Rita. Revista Gente y la Actualidad (19 de noviembre de 1970).
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proceso. Es decir que los hechos, las evidencias pasan a ocupar un segundo plano ya que
la estrategia está orientada a impugnar totalmente el orden público, la legitimidad del
tribunal y las leyes bajo las cuales son imputados.
Como mencionamos, tanto Ortega Peña como Duhalde estaban a cargo de la defensa
de Vélez. A partir de esta defensa se intenta analizar y armar una estrategia
comprendiendo las pros y contras tanto de un juicio de ruptura como de uno de
connivencia. Es decir que se plantea si aprovechar el proceso para denunciar
políticamente al sistema, o no cuestionar la legitimidad del tribunal o de las leyes bajo
las cuales se lo juzgaba, sino que intentar lograr su sobreseimiento.
Como afirma Vélez en Celesia y Waisberg: “Fue una defensa interesante, porque Rodolfo
ponía la mirada política y el viejo Smith ponía una cosa más jurídica, más técnica. Mi
juicio fue de connivencia, pasé de perpetua a dos años y ocho meses. Fue brillante. La
defensa logró algo que era impensable: separaron mi participación en el secuestro de la
muerte” (Celesia y Waisberg, 2007: 178). A Vélez lo sentenciaron a dos años y ocho
meses dado que los jueces consideraron que, pese a haber formado parte de
Montoneros y del secuestro de Aramburu, no había pruebas suficientes para demostrar
que conocía los fines últimos del plan del cual fue parte. No era posible comprobar que
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Vélez tenía conocimiento de que el secuestro tenía como objetivo último el asesinato
del militar y ex presidente de facto. Los abogados no pudieron solicitar la condena en
suspenso ya que Vélez se encontraba detenido también por la participación en los
sucesos de la toma de La Calera.
Estos juicios hicieron de Ortega Peña una figura política mucho más visible. Su trabajo
como abogado defensar de presos políticos, más allá de sus posiciones partidarias y
políticas, lo ubicaba como un actor clave pero siempre dentro de los círculos
intelectuales y gremiales. Estos juicios permitieron que la figura de Ortega Peña
trascendiese dichos círculos y se masificase su imagen. Se trataba de una nueva
izquierda que encontraba nuevas formas a la hora de combatir los procesos históricos y
tanto Ortega Peña como Duhalde no querían dejar de estar a la cabeza de estas
transformaciones.
Años más tarde, ante el suceso del secuestro y homicidio de Oberdan Sallustro, gerente
de la empresa de vehículos Fiat en 1972 muy cerca de su hogar por el Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP), durante el juicio, Ortega peña intentó posicionarse de
la misma manera frente a la estrategia judicial. La defensa debía tener como objetivo
cambiar el eje de la discusión, debía enfocarse en un juicio contra las transnacionales y
no contra una persona en particular. Se trataba de cambiar de lugar los focos para que
iluminaran hacia la injusticia del sistema. En fin, lo que se denomina un juicio de ruptura.
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Como se mencionó previamente, durante sus años como abogado defensor de los
presos políticos Ortega Peña se volvió una persona muy reconocida y famosa. En medio
de un contexto de extrema violencia no se encontraban exentos de ataques a sus
personas. Resultaba claro que su vida corría peligro luego de que, en tiempos de
radicalización política, el estudio que tenía con Duhalde en la calle Rodríguez Peña, fuera
blanco de un atentado con una bomba.
Este evento lo llevó a aumentar las medidas de seguridad y a tomar algunos recaudos
necesarios pero nunca aceptó convivir con una escolta de seguridad o con custodia. Ante
los pedidos de amigos y compañeros de la militancia siempre su respuesta era la misma.
Consideraba que se trataban de hechos que buscaban amedrentar y obligarlos a pasar
a la clandestinidad. Esto implicaba una ruptura con sus objetivos ya que desde allí no
podía seguir con su militancia tanto como abogado como diputado. Él argüía que la única
forma de evitar un ataque era pasando a la clandestinidad, que era lo que no quería
hacer; entendía que el hecho de haber llegado a ser diputado era un arma política que
le permitía un montón de cosas, eso era lo que estaba intentando utilizar.
Por otro lado planteaba como argumento su famosa frase “La muerte no duele”. Esto
hacía alusión a un mensaje más largo que siempre utilizaba Ortega Peña como planteo
político. Se trataba de pensar la realidad de su seguridad en relación al pueblo y a las
condiciones de sometimiento frente a las cuales se encontraba. Es así que la frase
completa era ‘la muerte no duele, lo que duele es el hambre del pueblo, la dominación’.
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Todo esto no evitó que Ortega peña fuese asesinado brutalmente por la Triple A pero
permitió visibilizar los valores y la conducta de una persona que anteponía la
construcción colectiva y la transformación de la realidad frente a los beneficios
personales y los puestos políticos. Como se mencionó, hubiese sido mucho más sencillo
quedarse ocupando el lugar que tanto familiar como socialmente tenía reservado en la
alta sociedad porteña. Sin embargo en su elección primó el sentido deber de modificar
la situación de miles de trabajadores y buscar transformar un sistema económico y
político que beneficiaba a unos pocos y siempre a los mismos.
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Bibliografía
Celesia, F., & Waisberg, P. (2007). La ley y las armas: biografía de Rodolfo
Ortega Peña. Aguilar.
Duhalde, E. L. (2007). Rodolfo Ortega Peña modelo para
armar. Hologramática, 6(6), 3-12.
Pozzoni, Mariana (UNMDP). (2007). La Tendencia Revolucionaria del
peronismo en la apertura política. Provincia de Buenos Aires, 1971- 1974. XI
Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de
Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Tucumán, San Miguel
de Tucumán
Vergès, J. (1968). Estrategia judicial en los procesos políticos. Anagrama,
colección Argumentos 391. Primera edición, 1970. Reedición de 2009.
Traducción de María Teresa López Pardina, con posfacio de Jorge Herralde.
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