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Ficha de Cátedra – UNPAZ

Andrés Malandra, 10/2020

Rodolfo Ortega Peña

“La sangre derramada no será negociada”

Nacimiento y Formación Inicial

Rodolfo Ortega Peña nació el día 12 de septiembre del año 1935. “Rodolfito”, como se
lo llamaba cariñosamente durante gran parte de su vida, era el único hijo de una familia
adinerada y acomodada de la burguesía porteña. Su primer nombre se debía a su padre
y el segundo a su abuelo materno, un intelectual destacado de los primeros años del
siglo XX.

Sus padres, Rodolfo Ortega Velarde y Zaira Peña consideraron tener un solo hijo con el
fin de poder disfrutar de sus viajes por Europa y sus continuas reuniones con amigos en
los restaurantes más importantes de Buenos Aires. Por parte de su padre llevaba una
larga tradición de abogados y periodistas mientras que por parte de su madre se
vinculaba con las familias más importantes del país dado su apellido patricio vinculado
al caudillo salteño Martín Miguel de Güemes.

Este matrimonio tenía en sus planes el hacer de su hijo un fiel representante de la clase
y a la tradición familiar a la que pertenecía. Esto se vio reflejado no solo en la formación
intelectual que se le inculcó desde muy temprana edad sino también en el aspecto físico
ya que desde muy joven lució una cabeza rapada con la intención de que no heredara la
calvicie de su padre.

“Zaira y Rodolfo lo preparaban como a un príncipe, querían hacer


de él una persona importante. Ella le organizaba los contactos y
él lo entrenaba intelectualmente. En el viaje a Bella Vista (donde

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disfrutaban de su casa de fin de semana) le iba haciendo


problemas matemáticos o juegos de palabras (…) Rodolfo tenía
todo lo que quería, era un consentido, pero al mismo tiempo
tenía su exigencia y tenía que responder” (Celesia y Waisberg,
2007: 36).

Hacia finales de los 30, cuando la década infame se encontraba en sus últimos años,
Rodolfito comenzó en la Escuela Argentina Modelo (EAM) en el barrio de Recoleta. En
el mismo no se destacó por su capacidad para vincularse con sus compañeros sino por
su condición de “sabelotodo”. Si bien no era de los más sociables a la hora de
relacionarse todos sus compañeros identificaban si gusto por la lectura pero sin tener
acercamiento a los debates políticos o a discusiones partidarias. Resultaba muy difícil
imaginarse a ese niño tan callado transformándose en la persona que alcanzaría a ser.
Pero por fuera del colegio se vinculaba con amigos que veían algo más en él como
Ernesto Laclau, quien se iba a convertir en filósofo, teórico político y escritor
postmarxista importante en el país décadas más tarde.

A su amor por la filosofía se le sumaba las reuniones que se producían en la chacra de


Ituzaingó donde los Ortega Peña se encontraban con el tío de Rodolfito, Julio, quien
aprovechaba cada tiempo libre para reunirse con visitantes como el padre del Che
Guevara, Ernesto Guevara Lynch, Olivier Girondo, Rodolfo Puiggrós, cercano al Partido
Comunista, entre otros. Esto generó rispideces entre el liberalismo de Julio y la postura
más conservadora y de carácter católica del matrimonio Ortega Peña. Lo que deviene
en un distanciamiento entre los hermanos Ortega Velarde que continuaría hasta la
muerte de Julio.

Este vínculo con la filosofía se iba a profundizar por la mencionada amistad que sostenía
con Laclau, ya que éste fue quien lo vinculó con uno de los mejores epistemólogos del
país, Raúl Sciarretta, quien los introdujo aún más en el mundo de Kant, Heidegger y
Hegel. Pero a esta pasión se dedicaba parcialmente, cuando no se encontraba en el
Argentino Tenis Club, haciendo deportes y vinculándose con su nuevo grupo de amigos

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como Mariano Grondona y Alejandro Mugica, hermano de Carlos, que años más tarde
sería sacerdote tercermundista y un gran amigo de Rodolfito.

Su último año del colegio secundario lo rindió libre junto a otros compañeros por lo que
para julio de 1953 ya se encontraba en condiciones de encarar una carrera universitaria
como el mandato familiar mandaba. Esto se presentó como un gran dilema para Ortega
Peña ya que a su amor por la filosofía se enfrentaba no solo la tradición familiar sino
también la necesidad de estudiar algo que garantizara un trabajo que sustentara su
estilo de vida. Es así que poco tiempo después se decide por la carrera de abogacía en
la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Pero su pasión no
podía ser reprimida constantemente por lo que al año siguiente se anotó para rendir
libre las materias de la carrera de filosofía.

Si bien Rodolfito no era un esbelto caballero que se destacase por sus dotes físicos
siempre tuvo la capacidad de vincularse con las mujeres desde su capacidad para la
conversación. Se permitía hablar de cualquier tema y con una cultura general y con una
pasión que encantaba a todo el mundo. En el verano de 1953, vacacionando en Miramar,
conoce a Graciela Espeche Gil, una joven de familia de diplomáticos que recientemente
habían regresado al país. En este vínculo amoroso se acerca a Juan Carlos, el hermano
de Graciela, con quien se harían amigos rápidamente a partir de las largas
conversaciones sobre política ya que éste era un activo participante político en la
Facultad de Derecho de La Plata.

Estos vínculos se mantuvieron hasta que Espeche es enviado como diplomático a


Colombia. Es ahí cuando Ortega Peña se despide de Graciela pero también de Juan
Carlos, quien en su saludo le afirmó que para ser tan inteligente era demasiado
“boludo”, cuando te avives te vas a volver comunista (Celesia y Waisberg, 2007). Esta
frase no fue gratuita y quedaría en la cabeza de Ortega Peña durante mucho tiempo.

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De la contradicción a la postura revolucionaria

Esto se dio especialmente durante el proceso que deviene en el derrocamiento del


segundo gobierno de Perón. En palabras de Celesia y Waisberg (2007):

“Tres meses antes se había producido el bombardeo sobre plaza


de mayo. Todavía eran imborrables las imágenes de los aviones
de la Marina, pasando en vuelo rasante y soltando más de diez
toneladas de explosivos. Casi la mitad de lo que tiraron los
alemanes en Guernica durante la Guerra Civil Española. Los
métodos militares le habían resultado un tanto contundentes,
pero el entredicho moral lo había saldado en su conciencia con la
lógica de ‘amigo-enemigo’ y el hecho de que nadie de su barrio o
del círculo íntimo murió en ese ataque. Las víctimas eran ajenas”
(Celesia y Waisberg, 2007: 48).

Mientras buena parte de la clase social a la cual pertenecía se encontraba celebrando y


festejando en las calles el fin del gobierno popular, convencida de que se trataba de una
lucha por la república y la democracia en contra de la barbarie populista y demagoga,
Ortega Peña observaba con recelo estos acontecimientos y lo contrastaba con la
reacción por parte de los sectores populares y los barrios de trabajadores que
mostraban rostros endurecidos, donde no habitaba rasgos de felicidad ni alegría sino de
bronca y tristeza. Este contraste hizo que volviese a su casa y a su barrio con una
contradicción muy grande. Encontró en esa contradicción en torno a la figura de Perón
todo lo que había leído desde el marxismo sobre la lucha de clases. Logró plasmar toda
su formación académica y teórica en un contexto y en una realidad que ya no le
resultaba ajena sino tan propia que requería una toma de posición concreta. Es así que
decide no solo estudiar el fenómeno sino volver revolucionario.

Para la edad de 21 años, en 1956, ya se había recibido de abogado y había aprobado de


forma libre tanto materias de la carrera de Filosofía como de Ciencias Económicas. Pero
empieza a vislumbrarse una nueva pasión que había estado latente, la política. Y así

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como se fueron modificando sus intereses y objetivos también se produjeron cambios a


nivel físico, entre estos años es cuando se lo empieza a conocer como “el pelado”. Como
argumenta Duhalde: "Urgencia por saber, para hacer: es decir el conocimiento como
arma transformadora. Es que para Rodolfo no había actividad científica abstracta, había
sólo una práctica teórica, absolutamente enraizada con las tareas de la liberación
nacional y social. De él sí que, siguiendo Gramsci, puede decirse era un intelectual
orgánico ligado al destino de la clase obrera y del pueblo” (Duhalde, 2007; 5).

Su primer acercamiento a la práctica política fue a partir de la UCR encarnada en la figura


de Frondizi. Un espacio que, lejos de convertirse en revolucionario, se orientó hacia el
desarrollismo generando en Ortega Peña la necesidad de desvincularse rápidamente
para ingresar al Partido Comunista. Dentro del mismo siempre se mostró como un
militante independiente, orientado a la lectura, mientras que la militancia de base
estuvo encarnada principalmente en aquel que se iba a convertir en su principal socio y
amigo, Eduardo Luis Duhalde.

Su relación con el PC duró pocos años al notar que las trasformaciones revolucionarias
que tenía en mente no se podían plasmar desde un espacio configurado a partir de otros
objetivos. Es así que, sin desvincularse, comienza un acercamiento a los sectores de la
Resistencia Peronista a través de un histórico del movimiento, César Marcos. Este
personaje lo introdujo al interior de un espacio tan diverso y plural como pragmático.
En sus encuentros podían surgir tanto dirigentes estudiantiles troskystas como
sindicales. “En ese contexto de diversidad peronista, de fauna política, aparecieron
Duhalde y Ortega Peña y fueron ‘peronizados’ por Marcos” (Celesia y Waisberg, 2007:
60).

Esto implica un punto de quiebre muy grande respecto de su mandato familiar ya que
todo lo construido políticamente implicaba luchar contra las posiciones más
conservadoras y antiperonistas que fue incorporando durante su niñez y adolescencia.
Este punto estuvo marcado principalmente por esa mirada y contradicción que notó al
salir a pasear por la ciudad luego de los bombardeos de la Plaza de Mayo. Ese momento
hizo que Ortega Peña se replantease su situación, sus intereses y su educación elitista,
de clase al confrontarla con la realidad de la mayoría trabajadora.
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Entre el papel del intelectual y la vida hogareña

En esos años se divide su tiempo entre la producción académica y publicaciones con su


relación amorosa. En 1959 se casa con Marta Gómez Isa pero solamente por civil, lo que
generó rispideces en las familias aunque no fueron más que indirectas hacia Ortega
Peña. Pero mientras sucedía esto se multiplicaban sus publicaciones y sus artículos en
diarios y revistas universitarias y de izquierda donde buscaba señalar la necesidad de un
pensamiento propiamente americano para poder romper con las lógicas y dinámicas
que imprime el imperialismo en la región e impiden el desarrollo. Comienzan a aparecer
en sus escritos algunos temas que van a ir marcando su interés por el resto de su vida
como lo fueron la cuestión nacional, el imperialismo, la relación entre izquierda y
nacionalismo, y las reales posibilidades de liberación del coloniaje como a él, al igual que
otros autores populares, le gustaba llamarlo.

Como comenta su amigo Eduardo Duhalde: “Esta instancia política, fuertemente vital,
no fue una mera contingencia de un deslizarse crispante del tiempo social en que estaba
inmersos sus actores sino el intento de una relectura de la historia argentina, en acto de
continuidad y cuestión al mismo tiempo, en una instancia fundante de un devenir
diferente. Al mismo tiempo, traducía en el campo nacional el peso de las experiencias
universales y contenía en su multiplicidad discursiva el plexo de aquella herencia
inmediata y mediata. Tenía un claro sentido reparador y regeneracionista” (Duhalde,
2007; 5).

Esta energía puesta en la crítica al imperialismo y en la lucha contra las diferentes formas
de dependencia lo acercó a numerosos intelectuales de todos los ámbitos. Tal es así que,
años más tarde, frente a la presentación de uno de los documentales más importantes
de la época llevado adelante por Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino y
denominado “La hora de los hornos”, no solo se señalaba la responsabilidad del
imperialismo por la miseria presente en Latinoamérica sino que también se discutía en
torno al rol de los intelectuales a la hora de combatirlo. El documental, que contaba con

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una breve participación de Ortega Peña, buscaba exaltar el importante rol de la


Resistencia Peronista y señalaba que, en Argentina, la única fuerza revolucionaria era el
peronismo. La tarea de los intelectuales de izquierda era ser peronista y llevar adelante
la totalidad de las tareas que se produjesen bajo la lógica, la estrategia y los objetivos
de un movimiento de masas como lo era el peronismo.

Pero en contraposición con toda esta actividad militante e intelectual se presentaba una
persona muy activa en cuanto a su vida privada. Siempre buscaba llevar adelante un fino
equilibrio entre ambas, a pesar de las dificultades que le imprimía la política en cuanto
a tiempo disponible. Los almuerzos dominicales en familia eran de carácter casi
obligatorios en la casa de los Gómez Iza; aunque, dado el variopinto de sus integrantes
se llevaba a cabo un pacto de no agresión en relación a temas de la política. Este pacto
mantuvo una convivencia pacífica, casi sin sobresaltos. Aunque la política nunca era un
tema que desaparecía ya que existían innumerables discusiones, nunca en tono agresivo
ni descalificador entre Ortega Peña y su cuñado Horacio “Cacho” Gómez Iza. Los viajes
de vacaciones a la costa mantenían la misma dinámica. Mientras toda la familia se
encontraba en la piscina o en la playa, Ortega Peña llevaba su máquina de escribir, su
pipa y un montón de papeles para seguir con su producción académica e intelectual.

La abogacía, la política y los presos políticos

Durante la década del 60, ya graduado y trabajando junto a su amigo Eduardo Luis
Duhalde, comienzan a vincularse con algunos sindicatos peronistas frente a lo cual
deciden convertirse en abogados del sindicato de metalúrgicos, cuyo referente, al igual
que las 62 organizaciones, era Augusto Timoteo Vandor. Esto tiene un impacto muy
grande en su formación política ya que se trataba de un contexto de “normalización
sindical” que lleva adelante el gobierno de Arturo Illia. Frente a esto los conflictos
comienzan a volverse recurrentes. A tal punto que para el año 1964 los sindicatos y
diversas organizaciones inician un plan de lucha que busca tomar carácter nacional al
llevar adelante movilizaciones, huelgas y tomas de fábricas en todo el país. Es en este

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punto que Ortega peña va a participar como abogado de la Confederación General del
Trabajo de la República Argentina (CGT).

Junto a Eduardo Duhalde comienzan a trabajar en la defensa de los presos políticos y


sociales. Se trataba de una actividad de militancia que no se encontraba vinculada a
ninguna organización o sector ideológicamente determinado, sino que su defensa se
basaba en la comprensión de que un preso político lo es más allá de su afiliación político-
partidaria y su ideología. Se trataba de representar a víctimas o prisioneros del sistema.
En palabras de Duhalde: "De aquélla [la práctica política] deriva también su irrenunciable
compromiso con los derechos humanos, que lo llevó desde el inicio de su profesión al
ejercicio de la defensa de los presos políticos, aun y en muchos casos, de quienes estaban
en sus antípodas ideológicas y políticas” (Duhalde, 2007; 10).

El abogado y diputado Rodolfo Ortega Peña

Durante estos años también se produce una radicalización de la política. Se desarticula


el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) mientras que se funda el Movimiento
Revolucionario Peronista y el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara. Ortega
Peña, en este contexto, acentúa sus contactos tanto con intelectuales como con
políticos de la izquierda nacional y el peronismo como Juan José Hernández Arregui y
John William Cooke.

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Para la década del 70 Ortega Peña ya se había vuelto un personaje importante dentro
del movimiento peronista, de izquierda y especialmente en el mundo de la militancia
gracias a su trabajo como defensor de los presos políticos. Tanto los hechos ocurridos
en torno a la figura de Aramburu, su secuestro y asesinato llevados adelante por la
organización Montoneros; como la captura y el asesinato de Oberdan Sallustro en
manos del ERP, lo ubican como el estratega de la defensa judicial de los militantes
procesados. Esto permite, como señalan Celesia y Waisberg, (2007), alejar los fantasmas
de su inclinación vandorista. Le permite romper con la imagen de ser aquellos abogados
que se encontraban bajo el ala de Vandor.

Todo este trabajo en la defensa de los presos políticos se cristaliza en 1971 en la creación
de la Asociación Gremial de Abogados. La misma tiene su fundamento en la necesidad
de organizar a todos aquellos abogados que tuviesen interés en representar al pueblo y
defender a los prisioneros del régimen de facto, ya sean estos políticos, gremiales o
estudiantiles. Por otro lado buscaba romper con la tradición del histórico Colegio de
Abogados de la República Argentina que se encontraba ligado a los actores más
conservadores de la sociedad; es decir, la iglesia católica, el ejército y los grandes
estudios. Más allá de las disidencias en torno a las definiciones políticas e ideológicas,
se trata de abogados que compartían la comprensión de la Nación a partir de una
dinámica capitalista pero desde una posición semicolonial y comprendían la necesidad
de las luchas populares para derrumbar el régimen de la dictadura cívico-militar.

Esta asociación se arma con los abogados que defendían a aquellos detenidos en el
marco del plan de Conmoción Interna del Estado (CONINTES) llevado adelante desde la
presidencia de Arturo Frondizi y permitía al Estado detener a todo aquel que generara
un disturbio interno. Se trató de un plan que le permitió a las Fuerzas Armadas detener
de manera completamente arbitraria y condenaran en juicios ficticios a más de mil
militantes obreros y políticos, acusados de “terrorismo”. Siguiendo a Celesia y Waisberg,
(2007), podemos señalar que esta asociación puede ser comprendida como un
antecedente claro de lo que posteriormente van a ser considerados como los abogados
de Derechos Humanos.
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Retorno del peronismo al gobierno y asunción como diputado

A partir de 1971 se lleva adelante el Gran Acuerdo Nacional (GAN), con la declaración
explícita del presidente de facto Lanusse argumentando el “agotamiento” de su
“proyecto” y comienza un principio de acuerdo entre las principales fuerzas políticas
para la vuelta a la vida democrática. El mismo consistía en definir las reglas de juego
para el llamado a elecciones y para el consecuente régimen político democrático.

En el año 1972, tanto Perón como Cámpora, Montoneros y la Juventud Peronista


deciden desconocer al GAN con el fin de que la salida democrática sea llevada a cabo
exclusivamente por civiles, no incluyendo a los militares. Es en ese momento que la
Tendencia Revolucionaria, se identifica como organización civil con interés en la
participación política para la vuelta a un gobierno democrático. La Tendencia fue
apoyada y promovida originalmente por Perón, durante la etapa final de su exilio,
principalmente por su capacidad para combatir a la dictadura autodenominada
Revolución Argentina.

Dado que el peronismo se caracterizó principalmente por su movimentismo, abarcando


a representantes de un amplio abanico ideológico, la Tendencia Revolucionaria del
Peronismo, se constituyó en contraposición a los sectores de la derecha gremialista y
partidaria. Si bien es cierto que se usualmente se la vincula con Montoneros, en su
interior también confluían diversas organizaciones como la Juventud Universitaria
Peronista (JUP); la Unión de Estudiantes Secundarios (UES); el Movimiento Villero
Peronista (MVP); junto con otras agrupaciones menores como las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR), las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y el Peronismo de Base
(PB). Todas las organizaciones que conformaban la Tendencia provenían de una
experiencia vinculada a la Resistencia Peronista por lo que compartían el objetivo de
constituir un Socialismo Nacional y consideraban al retorno de Perón al país como el
paso necesario para garantizarlo (Pozzoni, 2007).

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Pero esos ideales que se convirtieron en la columna vertebral de la Tendencia


comenzaron a agrietarse y resquebrajarse principalmente a partir de los sucesos
ocurridos en Ezeiza y se agravaron con el triunfo electoral del Frejuli en las elecciones
de septiembre de 1973 y la asunción de la fórmula Perón- Perón al Poder Ejecutivo
Nacional. Este primer quiebre se da puntualmente en el marco del retorno de Perón a
Argentina, donde la Tendencia fue excluida de la organización del acto de bienvenida
mientras que las organizaciones de derecha dentro del peronismo fueron las
protagonistas.

El segundo momento se produjo a partir de la elección de Isabel Perón como candidata


a la vicepresidencia, dado si estrecho vínculo con un personaje emblemático de la
derecha, López Rega. Esto generó discusiones internas debido a la idea presente de que
el sector más liberal se encontraba avanzando gravemente sobre el gobierno.

Por otro lado, luego de 18 años de proscripción, en marzo de 1973 el Frejuli gana las
elecciones presidenciales y garantiza la vuelta del peronismo al gobierno. La fórmula
Cámpora-Solano Lima triunfó con el 49% de los votos. Con la consigna "Cámpora al
gobierno, Perón al poder", el movimiento justicialista había conseguido un verdadero
triunfo popular. En ese mismo año se va a producir no solo la vuelta al poder del
peronismo en elecciones libres sino también la participación como candidato a diputado
nacional de Ortega Peña. Pero con la victoria de Héctor Cámpora se inicia un proceso
paralelo que implicaba repensar el rol de las organizaciones armadas en este nuevo
contexto.

Esto generó mucha disconformidad y ubicó a Ortega Peña en un lugar molesto para el
peronismo. Se convirtió en un personaje que, desde lo discursivo, señalaba su
inconformismo con la estrategia política y el rol que el conductor le daba a las
organizaciones armadas. Se trató de alguien que no ahorraba críticas al gobierno.

Este inconformismo tenía un fundamento. Luego del triunfo de Cámpora en las


elecciones se esperaba un proceso similar al vivido durante la primera presidencia de
Perón en cuanto a la capacidad del gobierno para transformar las estructuras. Tanto
Ortega Peña como Duhalde comprendían que el contexto había cambiado y que las

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posibilidades y objetivos eran otros. Como argumentan Celesia y Waisberg: “De la etapa
que moría restaba definir, en el seno de la Tendencia, qué se hacía con los presos
políticos. La liberación no se discutía. El tema era cuál opción elegir: ¿indulto o amnistía?
El indulto implicaba el perdón a los delitos cometidos; la amnistía, el desconocimiento
del hecho delictivo. El indulto se lograba con un simple decreto del Poder Ejecutivo, la
amnistía debía obtener la aprobación del Congreso” (Celesia y Waisberg, 2007: 262).

En este punto la disputa ideológica era central. Mientras el ala de Ortega Peña sostenía
el indulto inmediato y ni un solo día de un gobierno popular con presos políticos, otra
ala de la Asociación Gremial de Abogados se enfocaba en apoyar la amnistía ya que no
existían delitos sino actos revolucionarios. Finalmente la posición final consistió en la
liberación inmediata de los presos políticos y, 10 días más tarde, se logró la amnistía.
Pero esta posición sobre los presos políticos le llevó a discutir enérgicamente con
aquellos militantes que dirigían y conformaban la Tendencia, ya que, al encontrarse tan
cercanos al nuevo gobierno, observaban con recelo las posturas más intransigentes ya
que implicaban un riesgo para obtener un mayor grado de gobernabilidad.

Estas discusiones llevaron tanto a Ortega Peña como a Duhalde a la definición de que
tanto las FAR como Montoneros se encontraban demasiados preocupados por el
gobierno y dejaban de lado en su representación a una enorme porción de la militancia
que quería ver liberados a los presos políticos. Frente a esto “Rodolfito” decide
conformar y convertirse en director de la revista Militancia Peronista para la liberación,
que tuvo un gran impacto y repercusión dentro de la militancia peronista en la época.
Es a partir de entonces que se integra plenamente la actividad política y deja su trabajo
como abogado defensor de presos políticos y toma distancia de las organizaciones
armadas. En este nuevo proceso se desarrolla como interventor del Instituto de historia
del Derecho y director del Instituto de Historia Argentina y Americana en la Universidad
de Buenas Aires (UBA). Estos cargos que ocuparía en la universidad tuvieron una muy
corta duración ya que, al igual que la primavera camporista, en diciembre de 1973 no
fueron renovados (Celesia y Waisberg, 2007).

Hacia los primeros meses de 1974 se endurece la posición oficial del gobierno hacia las
organizaciones armadas. Esto implica un duro enfrentamiento entre Juan Domingo
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Perón y la juventud peronista, fuertemente vinculada a las posiciones revolucionarias.


Tal es así que 8 diputados de este sector renuncian a sus bancas por diferencias con su
líder, principalmente por la reforma del Código Penal y fueron expulsados del Partido
Justicialista.

Las relaciones entre el gobierno y el peronismo revolucionario se encontraban al borde


de la ruptura y una de las consecuencias (o causas) de ese enfrentamiento fue la clausura
de la revista que dirigía Ortega Peña por parte de Perón. Esto trajo consigo la decisión
del diputado de, un mes más tarde, fundar y dirigir una nueva revista que iba a
reemplazar a la clausurada, llamada De Frente, en claro homenaje a aquella editada por
John William Cooke en 1954.

Jura y creación de Bloque de Base

En este contexto, Ortega Peña decide asumir igualmente su banca pero, a modo de
diferenciarse de las políticas y tendencias más dialoguistas que presentaba el
peronismo, no lo hace dentro del bloque oficialista sino que constituye un monobloque
que va a denominar “bloque de base”. Ante la estrategia de Perón de modificar el Código
Penal con el fin de recrudecer las penas contra las acciones armadas, los distintos
diputados de la Juventud Peronista, persuadidos por Perón, renunciaron. Ortega Peña,
por el contrario, se quedó conformando un bloque unipersonal.

Su espacio en la cámara de diputados, como se mencionó, no estuvo integrado al bloque


mayoritario del peronismo, del Frejuli. Se constituyó como bloque unipersonal, como
monobloque llamado “bloque de base”, desde donde se encargó de criticar y denunciar
sistemáticamente a los enemigos que el proyecto nacional tenía tanto dentro como
fuera del mismo, lo que le permitió ser considerado un actor molesto para el peronismo
dentro del Congreso. Se trató de un espacio para criticar duramente los conflictos que
se daban continuamente en la clase obrera y esto lo acercó tanto al Peronismo de Base
como el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) dirigido por Mario Roberto
Santucho.
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Esto sumado a la presentación de numerosos proyectos de ley y pedidos de


investigación por lo que sucedía con los trabajadores. Todas estas conductas lo llevaron
a ser denominado como el Diputado del Pueblo. Como plantea Duhalde en su texto:

"Pero no nos confundamos, Ortega Peña, no se planteó para sí,


tomar el cielo por asalto, y, por el contrario, fue un ferviente
partidario de la lucha de posiciones, en el marco de las
instituciones republicanas. Por ello este hombre que no
pertenecía a organización alguna, aceptó ser diputado de la
Nación conformando un bloque unipersonal, para luchar por una
democracia auténtica, fiel al mandato recibido. Y porque creía en
los valores de la democracia participativa no usó su banca para
convertirla en tribuna del petardismo sino que trabajó con ahínco
en mejorar las leyes tanto en las comisiones como en el recinto,
dando memorables aportes a los debates y convirtiéndose en un
fiscal insobornable. Paralelamente llevó su banca a la calle y allí
donde hubo una necesidad o una injusticia, lo encontró presente"
(Duhalde, 2007; 11).

Ese día no fue uno más ya que en el mismo proceso de jura para la asunción del cargo
como legislador nacional se produce un hecho, hasta entonces, de ruptura con las
formas instituidas. Rodolfo Ortega Peña fue el primero en romper con los protocolos y
las formas estipuladas y convencionales que imponían, desde lo ceremonial, los
procesos de jura del Congreso. Pero estas formas no implicaban una muestra de rebeldía
adolescente frente a la autoridad sino más bien una toma de posición, una definición
política fuerte que lo ubicaba lejos de la propuesta electoral que lo llevó a ese lugar y lo
acercaba al pueblo, a las personas que lo eligieron como representante.

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“La sangre derramada no será negociada”

Cuando el presidente de la Cámara le preguntó si juraba por la Patria cumplir con su


compromiso como Diputado Nacional. Ortega Peña con voz enérgica y severa afirmo:
“SI, JURO Y QUE LA SANGRE DERRAMADA NO SERÁ NEGOCIADA”. Esto fue en alusión
a la Masacre de Trelew del año anterior. En aquella oportunidad, Ortega Peña se había
presentado en el penal para conocer la situación de los detenidos pero no pudo evitar
su fusilamiento.

Este hecho ocurrió el 22 de agosto del año 1972 en la Base Aeronaval Almirante Zar en
la ciudad de Trelew, provincia de Chubut. Se trató de una masacre ya que 16 presos
políticos fueron ejecutados por las Fuerzas Armadas durante la dictadura cívico-militar
de Alejandro Agustín Lanusse. La totalidad de los fallecidos eran militantes de
agrupaciones políticas-militares como ERP, Montoneros y FAR que, ante la imposibilidad
de escaparse del país se entregaron voluntariamente. El procesamiento de los
responsables de los hechos referidos se demoró más de 30 años. Numerosas
investigaciones fueron iniciadas al poco tiempo pero no condujeron a resultado alguno,
siendo archivadas en juzgados o directamente perdidas sin dejar rastro. Recién en 2006
se reabrió nuevamente un proceso judicial que culminó el 15 de octubre de 2012.

El proceso de jura llevado adelante por Ortega Peña donde emite su conocida frase "la
sangre derramada no será negociada", busca llegar a la sociedad con un mensaje y una
consigna irrenunciable sobre el vínculo a tener con el oponente. Busca criticar y plantear
su inconformidad con la connivencia con el sistema y con aquellos culpables de los
asesinatos de sus compañeros y de vender el país a las potencias extranjeras.

Esta jura trajo repercusiones inmediatas. No solamente los diputados del recinto se
encontraban atónitos frente a la actitud del nuevo integrante de la cámara sino también
los periodistas que se hallaban en el recinto estaban alertas para captar los efectos que
dicha frase podía tener.

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“Ortega Peña salió y fue en busca de los periodistas. Frente a las


cámaras de televisión leyó un comunicado: ‘Deseo poner en
conocimiento del pueblo de mi patria la firme decisión de
guiarme en la labor parlamentaria por la consigna la sangre
derramada no será negociada y por el cumplimiento del que
fuera el programa votado por el pueblo. Esa decisión que como
militante peronista asumo, me lleva a no poder integrarme en el
bloque de Frejuli, convencido de que dicha estructura en la
actualidad impide totalmente la asunción de aquella consigna”.

“El cronista de La Opinión le preguntó sobre la posibilidad de


llevar adelante su cometido en el Congreso: ‘Aun dentro del
recinto burgués hay margen’ dijo. Luego agregó: ‘no, no sentiré
la soledad, nada hay ahora más solo que este Parlamento. A mí
me acompaña el pueblo que votó por la liberación’”1.

Muerte de Ortega Peña

Si bien tanto Ortega Peña como su amigo Eduardo Luis Duhalde estaban al corriente de
las posibilidades de que se sucediera un acto contra su integridad física ya que habían
sido víctimas de varios atentados en sus oficinas y habían recibido múltiples amenazas,
esto fue constantemente ignorado por “el pelado” que continuaba con sus tareas
cotidianas y su vida privada. Si bien incrementó los recaudos y las medidas de seguridad,
nunca permitió tener una escolta de seguridad ni custodia.

Ante cada acto de vandalismo, amenaza y advertencia su respuesta siempre fue “la
muerte no duele” justificando que su posición, su lucha política y su exposición pública

1
La Opinión, 14 de marzo de 1974.

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serían suficientes para desmotivar cualquiera atentado contra su persona (Celesia y


Waisberg, 2007).

Su lucha política lo llevó a tener un poder de influencia muy grande sobre la militancia y
se transformó en un actor político incómodo tanto para el gobierno como para las
organizaciones políticas dada su posición abiertamente de izquierda y crítica al tercer
gobierno peronista. El distanciamiento con el mandato de Perón se hacía cada vez mayor
y su postura frente a la designación de José Gelbard como ministro de Economía fue un
hito en su vínculo con el gobierno.

Pero toda esta retórica y su posicionamiento nada obsecuente con su líder político no
implicó nunca un alejamiento ni una crítica descarnada. Su interés fue siempre el de
velar por los intereses populares más allá de los condicionamientos políticos que
estuvieran presentes a la hora de gobernar. Esto lo llevó tanto a distanciarse de aquellos
considerados por Cooke como la burocracia política pero también a acercarse al pueblo
y ser reconocido por el mismo.

El 31 de julio de 1974 será recordada como la fecha que marcó un punto de inflexión en
la vida política de Argentina. Se trató de un hecho que modificó la dinámica de
construcción de poder en la política y significó un incremento aun mayor de la violencia
como mecanismo de acción. Treinta días después, y mientras se digería políticamente la
muerte del presidente Juan Domingo Perón, fue acribillado en pleno centro de lo que
hoy conocemos como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el por entonces diputado
nacional Rodolfo Ortega Peña.

En un hecho muy bien planificado y con una visibilidad que mostraba la impunidad con
la que obraban estos grupos de tareas, “el pelado” recibió una ráfaga de más de 20
disparos cuando estaba bajando de un taxi en las calles Carlos Pellegrini y Arenales luego
de haber cenado en un restaurante cercano. De esos disparos 13 dieron en el cuerpo de
Ortega Peña mientras que su compañera, Helena Villagra, recibió solamente heridas en
su labio.

Se trató de un punto de inflexión dado que puso en evidencia el accionar de la Alianza


Anticomunista Argentina (Triple A) que ya no se limitaban a la “cacería” de militantes de

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base y delegados gremiales fabriles, sino que fueron más allá y se encargaron de eliminar
a un diputado nacional. Este grupo parapolicial conformado principalmente por oficiales
policiales pasados a retiro, se había conformado a partir del apoyo de diversos sectores
que conformaban el gobierno nacional.

Esto cobra especial importancia si comprendemos que el Ministro de Bienestar Social,


José López Rega (ex cabo de la Policía Federal) fue quien los protegió. Por otro lado,
tanto las fuerzas de seguridad como los jefes de las fuerzas armadas permitían a estos
grupos, que se organizaban en un sistema de células, actuar casi con libertad en pos de
una estrategia golpista. Luego de asesinar el sacerdote popular Carlos Mugica, aunque
no se lo adjudicaron públicamente, se empezaba a visualizar un contexto de extrema
violencia (Celesia y Waisberg, 2007).

Ante la opción de llevar a cabo un velorio en el recinto del Congreso, Duhalde


comprendió que ese espacio estaba vinculado con el hecho que terminó con la vida de
Ortega Peña por lo que se optó por hacerlo en un sindicato dada su trayectoria como
abogado laboral. Esto sucedió en el edificio de la Federación Gráfica Bonaerense, en
Independencia y Paseo Colón. En ese punto se reunieron todo tipo de representantes
del sector trabajador y estudiantil pero también de diversas fuerzas políticas para
despedir el cuerpo del diputado nacional. Mientras algunos lo despedían con los dedos
en V otros levantaban el puño en alto. En palabras de Celesia y Waisberg: “Eran épocas
en las que la política se hacía en el barrio, en la escuela, en las universidades, en las
fábricas y también en el Congreso y la Casa de Gobierno. La composición social del
cortejo que acompañó los restos de Ortega Peña era una expresión propia de la época”
(Celesia y Waisberg, 2007: 15).

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Instalaciones de la Federación Gráfica Bonaerense durante el velorio.


(http://www.archivoinfojus.gob.ar/nacionales/las-diez-fotos-ineditas-del-velatorio-de-ortega-pena-
5021.html)

Desde la sede gráfica se llevó adelante una caravana para acompañar al cuerpo hasta el
cementerio de Chacarita. Frente a tal suceso la Policía Federal, dirigida por el subjefe
Alberto Villar, dispuso un gran operativo que tenía como objetivo de interrumpir el
cortejo y hacerse del cajón.

“Cargado de ideología, el cortejo era una manifestación opositora. Había


banderas de las Fuerzas Armadas Peronistas, del Peronismo de Base, del
Movimiento Peronista Revolucionario 17 de Octubre, de Montoneros, de la
Juventud peronista, del Partidos Socialista de los Trabajadores, de las
Fuerzas Argentinas de Liberación ’22 de agosto’ y del Ejército
Revolucionario del Pueblo (que los diarios de la época nombraban como ‘la
organización declarada ilegal’). También se veían estandartes del
Movimiento Sindical de Base, del Frente de los Trabajadores
Revolucionarios y de la Juventud Socialista de Avanzada. Algunos jóvenes
que ya habían pasado a la clandestinidad decidieron no marchar: el

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descomunal despliegue policial prenunciaba la represión” (Celesia y


Waisberg, 2007: 344).

Luego de algunos conflictos el auto siguió su camino seguido por centenares de


vehículos que eran continuamente detenidos por los efectivos para dificultar el avance
de los mismos. Al llegar al cementerio, y frente a la clara escena política que se estaba
produciendo al ingresar con cantos por parte de la multitud, la Policía Federal reprime
salvajemente con balas de goma, gases y garrotazos. El primer paso que inició la
desbandada fue una granada de gas lacrimógeno, seguida de balas de goma y decenas
de motociclistas, infantería y hombres de civil que, sacando cachiporras y pistolas
comenzaron a reprimir furiosamente a las personas que se encontraban tanto dentro
como en las inmediaciones del cementerio. Mientras los grupos de personas intentaban
escapar de lo que sucedía comenzaban a ingresar en la estación Federico Lacroze del
ferrocarril Urquiza al igual que los gases lacrimógenos que colmaron el hall.

En ese enfrentamiento se produce un hecho que va a marcar a fuego lo que iba a


iniciarse en los años siguientes en el país. Se trataba de un suceso que reflejaba el
cambio de época y de tiempos que se había producido incluso un tiempo antes de la
muerte de Perón. Durante los sucesos de represión vividos en el funeral de Ortega Peña,
el diputado radical Mario Abel Amaya se encontró con un par de policías que no tenían
otra intención más que detener el velorio de cualquier manera. Al presentarle la
credencial de diputado, donde constaba du pertenencia al Poder Legislativo, Amaya
suponía el cese de los golpes hacia su persona. Nada más alejado de la realidad.

-Qué diputado ni diputado… Acá no hay diputado que valga.

Estas palabras surgieron de la boca de los policías que inmediatamente lo golpearon y


detuvieron más allá de todo. En las semanas que siguieron a todo esto la Triple A se
encargó de publicar los nombres de los detenidos a modo de amenaza. Esto implicó que
comenzaron a multiplicarse los casos de secuestros y fusilamientos.

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Luego de varias horas de represión la policía permitió el ingreso de algunos militantes al


cementerio. Los pocos que pudieron ingresar, porque los demás se encontraban
detenidos y/o heridos por el accionar policial, se pararon frente al cajón con las manos
levantadas. Algunos con los dedos en V, otros con el puño izquierdo en alto. En ese
momento Eduardo Luis Duhalde comienza a dar su discurso en nombre de todas
aquellas personas que no pudieron lograr estar presentes para despedir los restos de
Ortega Peña.

Cementerio de Chacarita, discurso de Duhalde frente a militantes con los dedos en V y con los puños en
alto (http://www.archivoinfojus.gob.ar/nacionales/las-diez-fotos-ineditas-del-velatorio-de-ortega-pena-
5021.html)

Duhalde pronunció unas palabras de despedida frente a la tumba: “Vivió y murió para
que la clase obrera y el pueblo forjaran desde el poder una nueva sociedad con hombres
nuevos donde desaparecieran definitivamente los explotadores y explotados. Por eso,

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porque morir por el pueblo es vivir, en esta hora de apretar los puños y de tristezas,
reafirmamos aquel juramento: ‘La sangre derramada por Ortega no será negociada’. Y
decimos simplemente, como a él le hubiera gustado: ‘Ha muerto un revolucionario, ¡viva
la revolución!’” (Celesia y Waisberg, 2007: 354).

El cuerpo de “Rodolfito” fue enterrado en el cementerio de Chacarita. Años más tarde,


en 1979, su padre, quien no había estado presente en su velatorio porque se
encontraban distanciados y peleados desde la década del 60, retiró las cenizas de su hijo
y según se conoce, las puso en una maceta. Con la muerte de Rodolfo Ortega Velarde se
pierde el rastro de dichas cenizas por lo que nadie nunca supo dónde quedaron los
restos del Pelado.

Proceso de ruptura y connivencia

Una de las instancias que permitieron destacar tanto a Ortega Peña como a Duhalde
dentro del mundo de los abogados orientados hacia los presos políticos fue la estrategia
de abordaje de los juicios. La base y los fundamentos teóricos que utilizaron para llevar
adelante dichos enjuiciamientos fueron tomados del libro de Vergès, Estrategia judicial
en los procesos políticos.

Luego de los sucesos ocurridos con el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu,
en mayo de 1970, en manos de la organización Montoneros, la policía detuvo a algunos
de los implicados en el mismo. Ortega Peña y Eduardo Duhalde se hicieron cargo de la
defensa de Ignacio Vélez junto con el abogado Ricardo Smith. Por otro lado se
encontraban los abogados Hernández y Luis María Bandieri que tomaron a su cargo la
defensa de Fernando Abal Medina. Estos juicios, dadas las características particulares
de cada uno de los imputados, tuvieron estrategias diferentes. Como argumentan
Celesia y Waisberg: “Generalmente cuando el acusado era un dirigente reconocido y

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estaba muy comprometido se realizada una defensa “de ruptura”. En cambio, cuando
era un militante de menor notoriedad y las pruebas existentes permitían pensar en la
absolución, se planteaban “juicios de connivencia”: no se cuestionaba la legitimidad del
tribunal o de las leyes bajo las cuales se los juzgaba sino que se intentaba lograr su
sobreseimiento” (Celesia y Waisberg, 2007: 172).

Los doctores Ortega Peña, Bandieri y Hernández, defensores del matrimonio Maguid y de Vélez, en el
bar Santa Rita. Revista Gente y la Actualidad (19 de noviembre de 1970).

Siguiendo a Vergés (1968) podemos comprender a los procesos de connivencia como


todos aquellos orientados hacia la estrategia de respetar el orden establecido. Es decir
que frente a la imputación, el acusado tiene tanto la posibilidad de declararse no
culpable y negar los hechos pero también declararse culpable y argumentar
circunstancias excepcionales que conformen un alegato a su favor. Por otro lado,
cuando se inicia un juicio de ruptura, el objetivo es destruir la estructura completa del

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proceso. Es decir que los hechos, las evidencias pasan a ocupar un segundo plano ya que
la estrategia está orientada a impugnar totalmente el orden público, la legitimidad del
tribunal y las leyes bajo las cuales son imputados.

Por lo tanto podemos comprender que en una estrategia de connivencia el acusado


acepta y respeta las condiciones y reglas del juego, se trata de acordar la legitimidad del
proceso, de las leyes. En el caso contrario, en los procesos de ruptura, el acusado
intercambia su posición y se convierte en acusador de los representantes legales de un
sistema que se considera injusto. Se puede pensar estos procesos tomando como
ejemplo unas elecciones nacionales. Mientras en un proceso de connivencia se pondría
en discusión si el resultado es real o no, si una persona ganó las elecciones o no; en un
proceso de ruptura se parte del punto de negar el sistema electoral, de criticar la forma
de votación a tal punto de anular cualquier resultado por la contaminación del proceso
en su conjunto. Ya no se discute si el ganador de las elecciones es el candidato A o el
candidato B sino que se pone en discusión y se critica al sistema, la conformación del
padrón electoral, los mecanismos de votación y recuento, etc. señalando los “vicios” que
pudiesen existir y que contaminarían el resultado final.

Como mencionamos, tanto Ortega Peña como Duhalde estaban a cargo de la defensa
de Vélez. A partir de esta defensa se intenta analizar y armar una estrategia
comprendiendo las pros y contras tanto de un juicio de ruptura como de uno de
connivencia. Es decir que se plantea si aprovechar el proceso para denunciar
políticamente al sistema, o no cuestionar la legitimidad del tribunal o de las leyes bajo
las cuales se lo juzgaba, sino que intentar lograr su sobreseimiento.

Como afirma Vélez en Celesia y Waisberg: “Fue una defensa interesante, porque Rodolfo
ponía la mirada política y el viejo Smith ponía una cosa más jurídica, más técnica. Mi
juicio fue de connivencia, pasé de perpetua a dos años y ocho meses. Fue brillante. La
defensa logró algo que era impensable: separaron mi participación en el secuestro de la
muerte” (Celesia y Waisberg, 2007: 178). A Vélez lo sentenciaron a dos años y ocho
meses dado que los jueces consideraron que, pese a haber formado parte de
Montoneros y del secuestro de Aramburu, no había pruebas suficientes para demostrar
que conocía los fines últimos del plan del cual fue parte. No era posible comprobar que
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Vélez tenía conocimiento de que el secuestro tenía como objetivo último el asesinato
del militar y ex presidente de facto. Los abogados no pudieron solicitar la condena en
suspenso ya que Vélez se encontraba detenido también por la participación en los
sucesos de la toma de La Calera.

Estos juicios hicieron de Ortega Peña una figura política mucho más visible. Su trabajo
como abogado defensar de presos políticos, más allá de sus posiciones partidarias y
políticas, lo ubicaba como un actor clave pero siempre dentro de los círculos
intelectuales y gremiales. Estos juicios permitieron que la figura de Ortega Peña
trascendiese dichos círculos y se masificase su imagen. Se trataba de una nueva
izquierda que encontraba nuevas formas a la hora de combatir los procesos históricos y
tanto Ortega Peña como Duhalde no querían dejar de estar a la cabeza de estas
transformaciones.

Años más tarde, ante el suceso del secuestro y homicidio de Oberdan Sallustro, gerente
de la empresa de vehículos Fiat en 1972 muy cerca de su hogar por el Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP), durante el juicio, Ortega peña intentó posicionarse de
la misma manera frente a la estrategia judicial. La defensa debía tener como objetivo
cambiar el eje de la discusión, debía enfocarse en un juicio contra las transnacionales y
no contra una persona en particular. Se trataba de cambiar de lugar los focos para que
iluminaran hacia la injusticia del sistema. En fin, lo que se denomina un juicio de ruptura.

Por lo tanto podemos comprender de qué manera la experiencia de Ortega Peña en su


actividad como abogado defensor de presos políticos se convirtió en un lugar de
militancia política que lo ubicó como uno de los personajes más

“La muerte no duele… lo que duele es el hambre del pueblo, la dominación’”

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Como se mencionó previamente, durante sus años como abogado defensor de los
presos políticos Ortega Peña se volvió una persona muy reconocida y famosa. En medio
de un contexto de extrema violencia no se encontraban exentos de ataques a sus
personas. Resultaba claro que su vida corría peligro luego de que, en tiempos de
radicalización política, el estudio que tenía con Duhalde en la calle Rodríguez Peña, fuera
blanco de un atentado con una bomba.

Este evento lo llevó a aumentar las medidas de seguridad y a tomar algunos recaudos
necesarios pero nunca aceptó convivir con una escolta de seguridad o con custodia. Ante
los pedidos de amigos y compañeros de la militancia siempre su respuesta era la misma.
Consideraba que se trataban de hechos que buscaban amedrentar y obligarlos a pasar
a la clandestinidad. Esto implicaba una ruptura con sus objetivos ya que desde allí no
podía seguir con su militancia tanto como abogado como diputado. Él argüía que la única
forma de evitar un ataque era pasando a la clandestinidad, que era lo que no quería
hacer; entendía que el hecho de haber llegado a ser diputado era un arma política que
le permitía un montón de cosas, eso era lo que estaba intentando utilizar.

Por otro lado planteaba como argumento su famosa frase “La muerte no duele”. Esto
hacía alusión a un mensaje más largo que siempre utilizaba Ortega Peña como planteo
político. Se trataba de pensar la realidad de su seguridad en relación al pueblo y a las
condiciones de sometimiento frente a las cuales se encontraba. Es así que la frase
completa era ‘la muerte no duele, lo que duele es el hambre del pueblo, la dominación’.

Se trataba de un pequeño precio a pagar por la lucha por la erradicación de los


mecanismos de dominación. Comprendía los riesgos que implicaba manejarse sin
custodia pero llevaba consigo un arma que le daba el Congreso. Los legisladores tenían
permiso de portar y utilizar armas que les otorgaba directamente el Congreso y que
debían devolver al finalizar su mandato.

“Rodolfo Ortega Peña pertenece a esa generación que hace


cuatro décadas -recogiendo los legados históricos- soñó la
revolución cultural, política, económica y social como un hecho

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posible y actuó consecuentemente, con-vencida de la


irrelevancia ingrávida de toda otra tarea que no fuera promover
aquel cambio -de acortar los tiempos a una victoria que
pensábamos inevitable por el decurso de la historia-,
abandonando en muchos casos la tranquila existencia personal
(sentida por unos como opacidad triste, y por otros, pese a su
éxito biográfico, como una situación de complicidad con un
sistema injusto): dispuestos a ofrendar su propia vida si ello
resultare una contingencia inevitable. Estos proyectos
revolucionarios de los años 60 y 70, no siempre se expresaron
mediante el ejercicio de la violencia, aunque todos por igual
sufrieron la violencia represiva del terrorismo de Estado. En la
mayoría de los casos, aquellos portadores de la ilusión se habían
acercado a la política huyendo de la inmovilidad del
pensamiento, para pasar a la acción -en todas sus variantes-
abjurando tanto del revolucionarismo de café de una izquierda
tradicional con la que pretendían romper y superar, como del
burocratismo peronista entrampado en los pliegos del poder
proscriptivo” (Duhalde, 2007; 4:5).

Todo esto no evitó que Ortega peña fuese asesinado brutalmente por la Triple A pero
permitió visibilizar los valores y la conducta de una persona que anteponía la
construcción colectiva y la transformación de la realidad frente a los beneficios
personales y los puestos políticos. Como se mencionó, hubiese sido mucho más sencillo
quedarse ocupando el lugar que tanto familiar como socialmente tenía reservado en la
alta sociedad porteña. Sin embargo en su elección primó el sentido deber de modificar
la situación de miles de trabajadores y buscar transformar un sistema económico y
político que beneficiaba a unos pocos y siempre a los mismos.

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Bibliografía

 Celesia, F., & Waisberg, P. (2007). La ley y las armas: biografía de Rodolfo
Ortega Peña. Aguilar.
 Duhalde, E. L. (2007). Rodolfo Ortega Peña modelo para
armar. Hologramática, 6(6), 3-12.
 Pozzoni, Mariana (UNMDP). (2007). La Tendencia Revolucionaria del
peronismo en la apertura política. Provincia de Buenos Aires, 1971- 1974. XI
Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de
Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Tucumán, San Miguel
de Tucumán
 Vergès, J. (1968). Estrategia judicial en los procesos políticos. Anagrama,
colección Argumentos 391. Primera edición, 1970. Reedición de 2009.
Traducción de María Teresa López Pardina, con posfacio de Jorge Herralde.

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