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25/5/22, 16:23 LA MAQUINA DE LA VOLUNTAD (Cuento)

LA MAQUINA DE LA VOLUNTAD (Cuento)


DIEGO A. BURASTERO

Ahora no puedo saber si fue un sueño, una revelación mística o una vivencia auténtica, pero fue algo así: Por un segundo
se prendió la luz y yo estuve allí frente al espejo, pleno, un ser absoluto, perplejo de mí mismo, es decir, satisfecho. Un
segundo más tarde la luz se apagó y me encontré confundido, desorientado. Estuve ahí en la oscuridad sin poder verme,
me sentí vacío y perturbado. En tanto el tiempo fue pasando seguía sin verme, pero ese vacío poco a poco se fue llenando.
Infinitos signos se incrustaron como piedras engarzadas en mi ser. Sentí dolor y sentí gozo en todas aquellas letras que se
me incorporaron en el alma y en el cuerpo. Al fin ya no estaba vacío, los signos me habían ocupado, me habitaban. Allí en
lo profundo se agitaban, murmuraban y otras veces vociferaban. Yo me acercaba a ese abismo preso del temor y la
curiosidad. Incursionaba tierras adentro queriendo saber todo y temiendo saber de más. En este oscuro lugar todo era
posible, una tierra sin tiempo y sin leyes. Cada signo estaba adherido a una imagen y un sonido, estos tenían vida propia.
Se agrupaban, se confundían, se disgregaban y se confrontaban. Otros permanecían encerrados, no me era permitido
verlos. Solo los escuchaba como ecos lejanos, difusos, distorsionados y reverberantes que no decían nada. En su lugar de
encierro de altos muros había una ventana con el vidrio muy sucio. Intentaba ver por ella. aunque solo obtenía fracciones,
imágenes difusas o caleidoscópicas. Lo que fuera que había detrás de los muros despertaba mi curiosidad, pero otra parte
de mí no quería saber nada. En una de mis incursiones, siempre un poco a tientas, entre sombras, llegue a la morada del
soberano. Una vez frente a él me sentí pequeño, lo reconocí mi amo. Ante su presencia me di cuenta que yo era su lacayo,
un simple mortal. No me era lícito verlo ya que no tenía apariencia alguna, todo lo que recuerdo son sensaciones. Su
conciencia era ancestral, cargaba él con la herencia de millones. Su memoria era infinita se recordaba hasta los umbrales
de la humanidad y más. También su energía era absoluta, era el motor de todo cuanto se hacía allí y fuera de allí también.
Una energía antaño animal, salvaje, aligerada por otra energía que la encauzaba, la “domesticaba”. Una fuente de recursos
interminables capaz de construir un mundo entero, pero también de derribarlo acto seguido. Solo una cosa desea el
soberano con sed incansable, como buen tirano solo busca su satisfacción, solo ser sí mismo.
No sólo un abismo profundo me constituía, también otros poderes se erigían. Una montaña existía y su cumbre se perdía
entre las nubes. Allí otro soberano gobernaba en su trono, uno sádico y cruel que tenía dos brazos gigantes, en cada uno
de ellos un poder. Con un brazo de hierro me castigaba sin piedad, sin remordimiento, cargado de ira y maldad por los
errores que yo cometía; con el otro brazo me alentaba, me proponía mejores versiones de mí. Su poder me resultaba
hostigante, un dilema sin respuesta, ya que todo me era posible y, al mismo tiempo, imposible según él. Mi fracaso era de
antemano, un eterno castigo donde nunca alcanzaría aquello que anhelaba. Todo esto era puertas adentro, aquellos signos

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25/5/22, 16:23 LA MAQUINA DE LA VOLUNTAD (Cuento)

que se clavaron en mi cuerpo como saetas eran todo lo que yo era. Puertas afuera otro poder me constreñía, me obligaba a
una constante adaptación, todo el tiempo tenía que interpretar construir interminables edificios para entender aquello que
ocurría allá afuera. Todo cuanto pasaba debía ser explicado y justificado, lo desconocido abría la puerta a un vacío (el vacío
de antes) por el que temía caer. El miedo al vacío era el peor de los temores, la pesadilla más despiadada. También afuera
estaban los otros, otros universos indescifrables, apenas inteligibles. Estos lograban a veces calar en mi cuerpo, allí donde
los signos habitaban creando un puente que unía los universos. Puentes sólidos, frágiles, a veces temporales.
En tanto observaba todo esto que me rodeaba, advertí que se había encendido la luz y yo estaba frente al espejo, pero este
estaba completamente roto. Incontables trozos, fragmentos, recortes, eso era yo. Todo el tiempo trataba de encontrarme en
esos pedazos sin poder hallarme o, mejor dicho, me encontraba con felicidad, pero al rato me sentía alienado, me
desconocía, me dudaba, me volvía a reencontrar. Un juego de vacilaciones constantes, en busca de esa imagen completa
que el espejo ya no podía presentarme. Estaba roto y con un faltante. Siempre creía encontrar ese trozo, pero en el instante
mismo que colocaba la pieza, un nuevo agujero aparecía en otro lugar. Después de tanto intentar comprendí que la lógica
del juego del espejo no era que encuentre el faltante, sino que lo busque. Este es el motor, lo que hace funcionar la
máquina de la voluntad.

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