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LA MOLICIE

Roberto Gonzalo Vecco Giove

LA VALKIRIA

“El amor se manifiesta en el mundo;

pero no pertenece a él,

los seres humanos le tienen miedo”

Aldo Carotenuto

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CAPÍTULO 1

Así te recordaré Helena: Tendida sobre mi cama, completamente desnuda, tu

cuerpo blanco cubierto de pecas contrasta con la oscuridad de la noche bañada

de estrellas, en medio de la cama observo tus formas como un diamante

perfecto, engarzado en un marco de ónix.

Sobre los médanos de tu pecho, tus cabellos dorados, sedosos, se suspenden

libremente y flotan impulsados por la brisa de un ventilador que emite un ruido

insufrible, mientras un viejo libro de Hesse, deshojado, oxidado por el paso del

tiempo, deja entrever apenas uno de tus pezones rosados, que, pareciera querer

ocultarse tímidamente de mi mirada.

Desde la ventana te observo en silencio, retorcerte y luchar en tus sueños ¿quién

sabe con qué angustias? Yo sé que, aunque presumas ser libre, eres prisionera

de tus propias sombras.

Cada noche contemplo esas luchas secretas, como un Vikingo que, ante el fin

de los tiempos, atestigua la belleza del Valhala extinguirse en medio de una

tormenta de fuego.

Tus ojos negros, ahora cerrados, son dos obsidianas imbatibles, dos dragones

alados, dos ventanas que revelan una soledad insondable y una tristeza

conmovedora, dos ánforas llenas de un oscuro vacío insaciable. Desde

aquella ventana una pequeña niña me observa, de pronto, siento el deseo de

querer salvarte de ti misma, de esa profunda melancolía que carcome tu alma

en silencio, quisiera ayudarte a lidiar con aquellas sombras, esos demonios que

hacen que por las noches te retuerzas en medio de gritos contenidos, de

gemidos terribles, para luego, al despertarte no recordar nada.

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Yo te percibo a veces tan fuerte, segura e impetuosa y otras tan frágil, insegura

y vulnerable, que me cuesta entender que se trate de una misma persona.

Es cierto que tú que presumes ser la versión femenina de Harry Haller, como

buena admiradora del señor de las polaridades que es Hesse, no dejaste jamás

de advertirme sobre esa otra Helena, la que habita debajo de tu pecho, un ser

oscuro, tenebroso, perverso y salvaje decías, un ser que aún no conozco del

todo y que siempre me es tan difícil imaginar: “No te fíes de mí, no soy como

crees”, “jamás te enamores, no te traerá nada bueno”, me sueles decir con

frecuencia después de hacer el amor, con una sonrisa tierna y perversa.

¿Cómo no enamorarme de ti? ¿Cómo no rendirme al misterio de tu alma? Quien

te conoce no podría sino amarte.

Dices con frecuencia que no eres una sino muchas: Cuando no eres Helena,

también eres Alejandra, Emma, Ariadna, Armanda, Teresa, Perséfone, Sabina,

Lou Salomé, la Maga, Medea o Casandra…

Yo he aprendido a amar cada fragmento, cada personificación, a pesar del peso

que implica.

Pienso a veces, que todas aquellas cosas que haces son una artimaña para

alejarme, para evitar que te ame… ¿Cuántas cosas no hiciste Helena, para

alejarme? Sospecho que detrás de esa libertad presumida, de esa frialdad

indiferente, de esa soberbia aristócrata, de esa indiferencia hacia el mundo,

existe aún una herida profunda. Si es así, nada quisiera más que poder ayudarte

a sanarla; pero tú insistes en alejarme, en aislarte, en desaparecer, guardas

celosamente la llave de tu mundo, te ocultas detrás de tus secretos y me privas

de toda posibilidad de ayudarte, para luego de unos días de incertidumbre y dolor

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reaparecer renovada y colmarme con tus caricias, tus besos, tus extravagancias,

tu risa, tu mirada y tus silencios… ¿Quién eres realmente Helena? ¿Cómo es

que un día apareciste en mi vida, para luego de enamorarme, amenazarme

simplemente con irte?

Cada vez que te he preguntado sobre ti, me has sabido decir que aquello no es

importante, que tú eres lo que yo veo que eres cuando estás conmigo, que sólo

importa este momento, y que lo que hayas sido cuando no estabas conmigo no

es lo que hoy eres, por tanto, no posee la menor relevancia…

A veces pienso que lo que dices tiene total sentido, pero otras, que te escondes

detrás de esos argumentos, para no mostrarme realmente quién eres…

¿Acaso, desconozco tu real rostro…? Reconozco que te conozco muy poco, ese

fue el trato: “Me amarías, siempre y cuando no te pregunte sobre ti, sobre tu

pasado”. Sin embargo, y lo que me confunde aún más, es que jamás había

conocido tanto y tan profundamente a alguien, como te conozco a ti misma.

Pienso con frecuencia que te conozco más de lo que me conozco a mí, y que

esa pequeña parte de ti, es aún un universo inabarcable.

Desde el comienzo percibí la profundidad de tu alma, protegida detrás de sólidos

muros infranqueables, intenté de muchas maneras superar tus barreras, sin

éxito alguno, por lo que me conformé con dedicarme a explorar tu cuerpo

desnudo, con conocer cada detalle, cada rincón, ante él me he rendido, en él

me extravié como cuando niño andaba perdido sin rumbo, en él he muerto y

renacido mil veces; tu cuerpo es para mí la comunión entre lo sublime y lo terrible.

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Recuerdo aquella noche que me lo ofreciste generosa, pero me advertiste que

no sería tan fácil que me dieras tu alma. Fue así como descubrí que me ofrecías

el paraíso al costo del infierno…

Entregarme tu cuerpo no era para ti un problema. Vanamente intenté encontrar

en ese bello cuerpo el acceso a tu alma, pero ella se resistía a revelarse ante

mis caricias, mis manos parecían resbalarse y caer cada noche a un hoyo

oscuro, incapaces de sujetarse de ningún punto fijo, mi ser en vano imploraba

captar algún indicio de su alma, para encontrarse sólo con una lengua áspera,

abrirse paso en mi boca.

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CAPÍTULO 2

Ella se vió sola, en medio de un amplio salón de paredes blancas sobre un

hermoso piso cubierto de azulejos con un grabado grande de la gorgona en el

centro, enmarcado alrededor de pequeños mosaicos con un fondo azul, en los

que destacaban detalles de las ilustraciones italianas. De pronto todas las luces

del salón se apagaban, y en un escenario elevado un hombre con el rostro

cubierto con un trapo negro tocaba en el piano “El pájaro de fuego” de Igor

Stravinski, precisamente “La danza infernal”.

Ella lo veía del otro lado buscarla, decía su nombre: “¡Helena!”, “¡Alejandra!”. Iba

por el malecón, por las calles de Miraflores y Barranco. En vano intentaba

llamarlo, pues su voz estaba apagada, imperceptible. Un gran cristal separaba

su mundo del suyo. Entonces, una inquietud empezaba a inundarle poco a poco

el pecho, hasta cubrir todo el espacio interior. Buscaba desesperadamente una

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salida de aquel salón, encontraba al fin una pequeña puerta roja, pero al abrirla

aparecía en el interior de un inmenso laberinto de espejos. Veía en cada uno de

ellos su reflejo distorsionado, una serie de espantosas proyecciones con vida

propia atrapadas en cada uno de los cristales, siluetas sombrías, monstruosas e

irreconocibles, que recreaban estrictamente las mil formas y expresiones de su

alma en un interminable laberinto que continuamente se bifurca y espira,

dejándola cada vez más atrapada en el centro.

Del otro lado del cristal, un gran árbol de manzanas doradas crece al borde de

un precipicio, él intenta agarrar uno de sus frutos, pero resbala y cae

infinitamente en un abismo negro y profundo, sin fondo, mientras el pianista

culmina su sinfonía… Entonces ella despierta sobresaltada, cubierta de sudor

frío, con una intolerable sensación de angustia en el pecho, sin recordar nada.

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CAPÍTULO 3

En la víspera en que realizaba mis investigaciones sobre el Dr. Eduardo

Rodríguez y la condición denominada “La Molicie” conocí a una mujer misteriosa

llamada Helena. La primera vez que la vi se me acercó con un vestido negro con

flores y una casaca negra de cuero, con un cigarrillo en la mano. El sol del

mediodía empañaba mi mirada y sólo pude ver sus contornos hasta tenerla muy

cerca y ser avasallado por la belleza de su rostro, impregnado de esos rasgosi

tan españoles, de esos labios delgados. Sus cabellos rubios sueltos, salvajes,

impresionaban como una melena soberbia que caía delicada sobre un cuello

pequeño que nacía justo en la entrada a dos senos sublimes, cuyo escote

revelaba un sendero de pecas.

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Mi primer pensamiento al verte fue, uno de Nietzsche: “¡¿Desde qué estrella

hemos caído para venir a encontrarnos aquí?!”, pensé en voz alta, creyendo

hacerlo en silencio. Tú sonreíste, para luego decir: “De alguna fugaz y lejana

ciertamente”… yo no entendí el sentido de tu frase. Entonces me dijiste con aquel

acento argentino que tanto amaría: “¿tenés fuego?”, fascinado por tu belleza,

totalmente petrificado, con tu mirada sobre mí como la de una gorgona, tus

palabras se abrían paso en medio de mi oscuro mundo iluminándolo todo,

rompiendo en segundos cualquier estructura posible, como si de pronto

despertara de un sueño profundo ante el vuelo de un pájaro de fuego que

cruzaba majestuoso un cielo denso, negro y vacío. Tu sonreíste, hiciste un gesto,

como de encender el cigarro y volví en mí mismo, busqué en mis bolsillos el

encendedor torpemente, el cuál extendí hacia ti, totalmente hipnotizado. Tú

acercaste tus labios que sujetaban el cigarrillo al fuego, fijé que el filtro estaba

húmedo, aspiraste un poco de aire y en ese momento sentí que tenías el poder

de absorberlo todo, el cigarro se encendió y yo quedé aterrorizado y fascinado

por aquella mujer. Separaste el cigarrillo de tus labios, me sonreíste y me dijiste

entonces: “De esas estrellas que sólo pasan una vez en varias vidas”.

No tuve el coraje de hablarte más en aquel momento, con una angustia terrible

carcomiéndome las entrañas, te vi dar unos pasos lentos, hasta la esquina para

luego marcharte tras el Boulevard. Sólo semanas más tarde, descubriría que

aquel silencio tendría consecuencias funestas, como Parsifal me decidí

vanamente emprender tu búsqueda, durante las siguientes semanas por los

mismos lugares y los alrededores. Meses más tarde me confesarías que tus

pasos lentos, tenían la intención de que te siguiera. Comprendí que había

perdido una estrella de aquellas que se encuentran en muchas vidas y me golpeé

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la cabeza y el pecho, luego me metí en un pozo oscuro, rodeado de libros de

filosofía, psicología y literatura que significaban ya tan poca cosa.

Ella era una de esas almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una

ventana llena de sol, que evocaba Lorca.

En aquel encuentro no supe tu nombre, por eso, desde entonces te llamo

“Alejandra”, tú desconoces los motivos y es mejor que así sea. El motivo radica

en la similitud que posees con el personaje principal de la obra de Sábato. Ella

era tan provocativa, desquiciada, libre y loca como tú lo eres Helena…

Me pregunto si es realmente amor lo que siento por ella o es la proyección de

Alejandra, a quién amo y busco en secreto incluso antes de conocerte, como

Olivera buscaba a la Maga por las calles de París. Al igual que Martin es

empujado hacia abismos emocionales por Alejandra, siento que tú, me empujas

hacia oscuros rincones de mi alma. Alejandra y tú, son para mí la misma… ya no

puedo distinguirlas.

Habías roto mi mundo y yo ya no podía no amarte, aunque estuvieses ausente,

irrumpiste en él violentamente para retirarte de forma sutil dejándome en una

soledad intolerable… esa sería la sensación que me acompañaría siempre.

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CAPÍTULO 4

Durante los tres meses siguientes no pude dejar de pensar en ti un solo instante,

cansado de buscarte por las calles de Barranco y Miraflores, sin saber siquiera

tu nombre, un día decidí simplemente resignarme a perderte. Fue entonces, que

apareciste con ese vestido floreado, rojo, en medio del parque. Como descubriría

luego, era habitual en ti, llevabas bajo el brazo un libro, símbolo del indestructible

nexo con la literatura que sostenía tu espíritu, y te protegía de todo lo absurdo

del mundo. Sorprendido por tu aparición, noté bajo el brazo, “Mil grullas” de

Yasunari Kabawata, aquel sórdido, duro y solitario poeta, con quién compartía

muchas sombras y un nexo secreto con el Japón, a través de mi familia materna.

Desde el primer momento fui consciente del poderoso efecto que ejercías sobre

mí, contigo todo cobraba un tono mítico; yo mismo hubiese definido esa

fascinación, deseo u obsesión como una fuerte proyección de mi ánima, un

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complejo terrible, una ilusión patológica del azar, pero había algo profundo, algo

poderoso que me hacía buscarte, a pesar de luchar con tu imagen y el miedo a

fundirme en ella.

- “Hola poeta alciónico”, me dijiste sonriendo, “te saluda Salomé”.

Tu presencia quebró mi nihilismo, tu voz me sacó de un oscuro agujero que había

sido por años mi refugio seguro y todo lo que sabía era que no podía, y que no

quería volver a él: Tu voz fue aquel sonido alciónico del que habló Nietzsche, el

único capaz de abrirse paso en mi sórdido mundo. Pude reconocer mi soledad

en tus pupilas y supe que todo lo que había hecho en mi vida anterior lo hice sólo

para encontrarte.

- “No me vuelvas a dejar solo en este mundo”.

Ella se puso sería un momento, como si hubiese escuchado algo terrible, luego

se soltó nuevamente, sonrío frescamente y me dijo:

- “Tendrás que acostumbrarte, yo soy así”.

¿Cómo podría yo exigirle que se quedase, si su misma naturaleza era aquella?

Misteriosa y distante, escabullidiza como la cierva de Cerinea, la perseguiría mil

vidas. Tuve que amarla a pesar de sus ausencias, a pesar de no saber nada de

ella.

Yo creo que ella hizo bien con identificarse con Harry Haller, al igual que él

pareciera poseer en su interior el espíritu de una mujer y de una bestia, luchando

inagotablemente por el control de su ser. A veces es cercana, otras totalmente

ausente, a veces tierna y a veces terrible.

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Saqué un cigarrillo, se lo ofrecí, pero ella me dijo que no quería fumar, que lo

había dejado hacía dos días y que aquella tarde quería sólo caminar en silencio

por el malecón, viendo el mar hasta divisar el sol ponerse a lo lejos. Me pidió que

la acompañara, pero que no le dijera más nada, yo así lo hice y caminamos

durante al menos dos horas hasta que el sol se perdió en el pacífico.

No dejé de ver tus labios, tu rostro, tus ojos, tu pelo, tu cuerpo un solo instante,

a tu lado sentía el tiempo eterno y tuve la sensación por primera vez en mi vida,

de estar en el lugar correcto.

Consciente de que podría volver a perderte rompí tu pedido y te dije: “Quizá estoy

confundido, sé que esto es posible, pero siento que nací para estar a tu lado,

que te buscado mil vidas, desde que era apenas un niño”. Ella acercó su mano

tibia a mi rostro y me besó la mejilla, mientras me decía “¿Si así lo sientes, por

qué dudas?”, se quedó un momento en silencio, luego me contó que cuando

niña, pequeña, se había perdido en la playa, inmediatamente supe que ambos

estuvimos desde aquel momento perdidos, algo se había roto en ese instante de

nuestra infancia y ahora, con nuestro encuentro, parecía al fin poder restaurarse.

Unos minutos después, se paró súbitamente haciendo ademán de irse. Yo con

el corazón hecho un nudo le dije “Adiós”, ella me dijo: “No adiós, hasta luego…

dos inmortales inevitablemente han de volver a encontrarse”.

- “Dime tu nombre al menos”, le grité mientras se alejaba.

- “Me llamo Helena”

- “¿Como Elena, la musa de Dalí o cómo la de Troya, la más bella?”

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- “Sí, con “H”, como la que fue prisionera y liberada, aquella que trae

todos los males”, dijo con una sonrisa que valía mil veces todos los

males posibles…

- “Ya sabes, mantente alejado de mí, Paris. Sino quieres pagar el precio

que pagaron todos los troyanos”.

- “¡¿Y si estuviera dispuesto a pagarlo?!”

- “¡Serías un loco!”, me gritó ya a punto de cruzar la calle, mientras me

mandabas un beso que el viento se llevó antes que pueda atraparlo.

Si hubiera prestado más atención a tu nombre aquella tarde, quizá podría haber

leído los símbolos, tomar alguna medida frente al efecto que ejerciste sobre mi

existencia desde aquel momento… pero era inevitable, el amor es inevitable ante

él han sucumbido dioses, héroes y simples mortales.

Helena, la más hermosa, la más amada, la que trae todos los males según la

mitología fue la hija de la reina Leda, fecundada por Zeus, quién compartió el

lecho con el rey Tindáreo dando como resultado cuatro hijos, dos divinos: Cástor

y Helena, y dos mortales: Pólux y Clitemnestra. En otras versiones se dice que

Helena es la hija de Némesis, diosa de la venganza.

Es cierto que Paris trajo la perdición a su reino, tal como había predicho

Casandra. También es verdad que Helena arrastró a todo el pueblo griego hacia

una de las guerras más sangrientas y prolongadas del mundo antiguo. Pero, si

los mitos nos rebelan algo sobre la naturaleza del alma humana, es que estamos

sujetos a poderes mucho más amplios. ¿Qué es el hombre frente a fuerzas como

el amor o la muerte? ¿Luchaba el pueblo griego por recuperar a Helena y restituir

el honor de Esparta ó luchaban contra la imposibilidad del amor? ¿Luchaban los

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troyanos por defender la voluntad de su príncipe Paris o por hacer prevalecer el

amor ante el poder y la muerte?

Al ser asesinado Paris por una flecha lanzada por Filoctetes, los griegos saquearon

y prendieron fuego a la ciudad de Troya. Casandra fue violada por Áyax el Menor

mientras esta se aferraba a la estatua de Atenea, El rey Príamo fue ultimado por

Neoptólemo en el altar de Zeus, y el pequeño bebé Astianacte, hijo de Héctor

fue arrojado desde lo alto de los muros de la ciudad. Las mujeres fueron tomadas

como trofeo de guerra y esclavizadas. Neoptólemo tomó a Andrómaca, esposa

de Héctor, Agamenón poseyó a Casandra quién lo maldijo. Menelao recuperó a

Helena, que le dijo que él podía forzarla a volver a Esparta, meterla en su lecho,

parir a sus hijos, pero que no podía jamás obligarla que lo amara, su corazón se

quedó aquella tarde en Troya junto al cadáver de Paris. Menelao fue así el gran

perdedor de la guerra. Ante esto me pregunto: ¿Justifica el amor una guerra de

tal magnitud?

Helena es sin duda, un símbolo del amor y de los diversos conflictos y

sufrimientos, que este genera en el alma.

Desde aquel día supe que siempre te amaría y que tarde o temprano, dejarías

en mí una herida profunda e irreparable.

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CAPÍTULO 5

La noche que hicimos el amor, recorríamos descalzos la costa, nos bañamos

con el vino, nos besamos salvajemente, nos perdimos en el placer y juramos

lealtad al gran dios Dioniso.

Aún recuerdo el olor de tus cabellos bañados por el vino. Aquella noche las olas

del mar formaban caballitos, como solías decir, Poseidón rugía poderoso, con

una majestuosa luna llena a lo lejos. Nos tumbamos exhaustos, más que

contentos sobre la arena, en silencio… rodaste tu cuerpo hacia mí y dejando

caer tus labios sobre los míos: “Entonces, ¿me dirás algo bonito?”, preguntaste.

Recordé un pequeño verso de Octavio Paz y se lo recité al oído: “Dos cuerpos

frente a frente, son a veces dos olas y la noche océano”. Ella quedó pensativa…

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“es bonito”, dijo no del todo convencida, luego se paró de golpe y fue corriendo

hacia la orilla de la playa, se quitó toda la ropa y se metió al mar helado, desnuda

desde dentro me llamó a seguirla.

Me desvestí y me metí al mar helado de la Costa Verde, en medio de la noche,

algo temeroso, recordando las historias de las sirenas que usan sus encantos

para ahogar a los marineros. Ella me abrazó y me dijo “tengo frío”, sus senos

chocaron con mi pecho, nos besamos y tocamos hasta que las olas nos

arrastraron hacia la orilla. Envueltos por la arena, ella se sentó sobre mí, mientras

mis manos sujetaban fuertemente sus caderas, no dejaba de cabalgar y frotar

su cuerpo sobre el mío, cabalgaba impetuosamente como una Valquiria a la orilla

de la playa; aproximó sus senos hacia mi boca, los besé y entonces emitió un

gemido, el sonido más sublime que he escuchado. Besaba mis labios y orejas,

mientras se movía embravecida, extasiada. Tome su cintura cubierta por la arena

entre mis dos brazos, desee nunca soltarla. Mi mente viajaba a miles de

kilómetros de aquella playa, todo se había esfumado, sólo éramos yo y ella.

Si pudiera atesorar un solo momento de mi vida, sería sin duda, este, aquella

noche en la playa con Helena.

Después de hacer el amor, Helena se sentó en la orilla del mar, pensativa, me

dijo que quería estar sola, entonces la vi llorar en silencio… yo no entendía nada.

Fue en aquel momento, con nuestros cuerpos separados, con un silencio

profundo acompañado con el rugir del mar, que entendí que dos soledades

jamás podrían juntarse, sino sólo crear una soledad más insondable. El mar

siempre genera ese sentimiento de orfandad, de vacío, de soledad, de

insignificancia.

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Luego de aquel encuentro en la playa, desapareciste una vez más durante otros

dos meses, dejándome en la más absoluta desesperación e indigencia, te

busqué por todos los parques, bares, galerías y bibliotecas, hasta que un día

apareciste con tus maletas en la puerta de mi departamento, de lo más fresca,

como una Teresa, diciéndome que no tenías a dónde ir y que no te hiciera

preguntas.

Mi primera reacción fue una mezcla de enorme alegría, seguida de una rabia

contenida y el visceral deseo de mandarte a la mierda, pero al verte Helena,

quedé como siempre indefenso… Fue entonces cuando acepté implícitamente

tu trato, decidí sucumbir a la incertidumbre de jamás conocerte, a la constante

posibilidad de tu abandono, a vivir por siempre con las dudas sobre tu pasado,

al riesgo de que no me ames, para mantenerte a mi lado, aunque fuera un

momento. Sólo alcancé a decirte “Helena, como la de Troya: La más bella y la

que trae todos los males”, tu sonreíste, mientras te abría de par en par, la puerta

a mi mundo.

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CAPITULO 6

Afrodita se encontraba aprisionada en una relación monótona con un marido que

aunque amable, bueno y sacrificado, le resultaba ausente, aburrido y poco

atractivo. Hefestos cojo y con el rostro quemado trabaja duramente en su fragua

para que nada le falte a su amada.

En realidad, ella nunca eligió a aquel hombre, esta le fue dada como recompensa

por haber fabricado las armas de los dioses que permitieron a Zeus, Poseidón y

Hades vencer a los poderosos Titanes.

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Sin resignarse a prescindir del amor, en un matrimonio monótono, la diosa es

atraída por la belleza, fuerza, juventud y valentía del poderoso dios de la Guerra,

quién regresa de tierras lejanas lleno de anécdotas y proezas que ella adora

escuchar, le comparte exóticos regalos, botines de guerra de tierras lejanas. La

personalidad de Ares contrasta con la de su esposo Hefestos en todos los

sentidos. Afrodita engaña a su marido en varias ocasiones y se siente por

primera vez libre, apasionada, deseada.

Un dios cruel, frío y despiadado, que incita el conflicto entre los hombres y toma

a las mujeres por la fuerza, con la misma brutalidad con la que emprende las

batallas en las guerras se muestra en el lecho de Afrodita con una sensibilidad y

ternura que nadie más conoce. Ella sabe que hasta el hombre más duro y el

guerrero más cruel necesita del amor, es este el "reposo del guerrero", del que

cantan los trovadores.

El dios pidió a su secuaz Alectrión que vigilara la puerta de su amada, mientras

llevaba a cabo el encuentro, con el fin de evitar que Helios, el dios del Sol los

sorprendiera al amanecer. Bien decía Milán Kundera que "dos cuerpos

desnudos, dormidos al amanecer son el cuerpo del delito del amor", el escritor

checo tenía bien claro que "una cosa era el deseo de acostarse con alguien y

otra muy distinta el deseo de dormir junto a alguien", este hecho revelaba la

compenetración de un vínculo mucho más complejo que el mero deseo sexual.

Así fue como al dormirse Alectrión fueron al amanecer descubiertos por Helios,

quién comunicó al marido sobre el engaño de los amantes, el dios artesano de

la fragua tiene mucha paciencia y trama ponerles una trampa en el lecho.

Luego de un tiempo considerable los amantes retoman sus encuentros,

convencidos de que el marido no había caído en la cuenta del engaño. Es así,


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que, al simular un largo viaje, los amantes son atrapados en una red y expuestos

totalmente desnudos ante los ojos de los dioses, que se divierten de aquel

espectáculo, siendo no sólo ellos blanco de burlas, sino particularmente

Hefestos, marido cornudo y despechado que sin quererlo había quedado en

ridículo al exponer la infidelidad de su propia mujer, que reflejaba únicamente su

propia incapacidad de ganarse su afecto y fidelidad.

Entre todos los dioses, únicamente Hermes, paradójicamente el dios burlón y

mensajero permaneció serio, expresó que "él pagaría el precio de la vergüenza

con gusto, con tal de estar con Afrodita"... esto no sería olvidado por ella, quién

años más tarde tras una breve relación tendrían con él dos hijos: 1) Hemafrodito,

símbolo de la integración de lo Masculino y Femenino, y por ende de la

transformación del vínculo entre el Amor (Afrodita) y el Poder (Ares) y 2) Tique,

diosa mensajera de la buena fortuna, lo que denota que las experiencias

desafortunadas del pasado pueden muchas veces gestar la fortuna futura.

Afrodita avergonzada y señalada huyó a esconderse en la isla de Chipre, de ahí

su "aislamiento", con el fin de evitar la mirada de los demás, que ignoraban el

sufrimiento de una mujer atrapada en una relación que no le satisface y que por

azares del destino se enamora de otro hombre... de ahí su simpatía por Helena

y Paris. Ares intentó olvidar el hecho y se distrajo en nuevas batallas no sin antes

castigar a Alectrión convirtiéndolo en un gallo y condenándolo a dar aviso cada

mañana al ver a Helios salir.

Mientras te veo dormir sobre mi cama Helena, reflexiono sobre este mito para mí

mismo:

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¿Cómo es posible que la diosa del Amor pueda tener una relación con el dios

del a Guerra? ¿Puede el Amor coexistir con el Poder?

Carl Gustav Jung solía decir que "dónde entra el Poder, sale el Amor".

La épica epopeya del "Cantar de los Nibelungos" plantea la incompatiblidad entre

el Poder y el Amor, debemos elegir entre ambos, renunciar a uno. Fue esta

dificultad la que empujó a Sigfrido a olvidar a Brunhilda.

Ares representa el Poder, es el Dios que inspiró al Imperio Romano, fundado por

sus descendientes directos Rómulo y Remo. Está claro que Afrodita representa

el Amor y Ares el Poder de la Guerra, encarnado en el espíritu romano. La frase

"todos los caminos conducen a ROMA", refleja el predominio del Poder sobre el

Amor, sin embargo, esconde una gran verdad que habita en el corazón de este

mito, pues es posible leerse inversamente ROMA = AMOR.

No son pocos los hombres poderosos e imperios, que, como Troya, han caído

de rodillas ante el amor, que se han consumido por el fuego de sus pasiones.

Bien decía Jung que la vida no está libre de errores, fracasos, conflictos o

problemas, son generalmente estos los que nos llevan al camino hacia nosotros

mismos: "Todo lo que nos ocurre es parte de nuestro proceso de individuación".

Pienso también en Sören Kierkegaard, cuando declaraba que “era mejor

perderse en su pasión, que perder la pasión”, entonces comprendo que el amor

como la muerte nos son inevitables.

Confieso que he quedado enredado a tu alma Helena, desnudo y expuesto ante

la mirada y las risas de todos los dioses, no me queda más que pagar el precio

del amor.

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Decía José Saramago en "El evangelio según Jesucristo", que el amor de Dios

es la mayor arma, porque deja indefenso al hombre y también lo expone confiado

a los mayores peligros. Ante el odio uno puede defenderse, ante el amor uno

siempre queda indefenso, vulnerable.

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CAPÍTULO 7

La primera vez que Helena desapareció durantemás de dos meses, comprendí

por primera vez el verdadero significado del dolor, descrito por innumerables

poetas y pensadores. Estoy convencido de que existen tormentos más terribles

que la propia muerte, un amor no consumado o peor aún, sentirte asesinado por

alguien que amas.

Cada vez que desaparecía sentía que clavaba en mi pecho un largo puñal

afilado, para luego de varios días, aparecer sin el menor remordimiento o interés

en mi propio sufrimiento. Ella nunca me preguntó si la había extrañado, sólo

decía “¡no me preguntes!”, “recuerda que hicimos un trato”. No sé, si me dolía

más que ella desapareciera o si al reaparecer mostrara aquella frialdad e

indiferencia, era esta actitud realmente, la que removía el puñal en lo profundo

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de mi alma, desgarrando mi corazón. Yo antes de ella estaba tranquilo, vacío,

es cierto, pero al menos no tenía que lidiar con tan maños sufrimientos. Helena

fue para mí el más dulce cáliz y el más amargo veneno. Nunca me sentí más

vivo como cuando estaba con ella, pero tampoco nunca me sentí tan

desahuciado.

La primera vez que me enamoré tenía apenas catorce años, no sé exactamente

qué fue lo que le vi: Ella era extraña, delgada, llevaba el pelo corto, lo cual era

inusual. Albergaba en su mirada una extraña alegría, ligera y superficial, que

dejaba entrever una profunda soledad y tristeza. Cuando la vi quedé totalmente

fascinado, y desde entonces sólo pensé en ella. Mientras más la buscaba,

parecía más escabullírseme, yo, sin embargo, en lugar de rendirme quedaba

más atrapado al anhelo de tenerla a mi lado.

Desde niño había recorrido las calles de aquella pequeña ciudad de la selva en

la que vivieran mis padres, sin rumbo alguno, buscando quién sabe qué cosa,

hasta que en mi adolescencia encontré a aquella muchacha. Fue entonces, que

la promesa de un amor me distrajo por un momento de aquel profundo vacío y

desorientación que un hogar disfuncional, un padre ausente y una madre

totalmente avocada al trabajo habían dejado como secuela.

Buscaba amor, pero claro, como todos los adolescentes, lo hacía en el lugar

incorrecto: Ella nunca me vió realmente. Creo que aún lo sigo haciendo Helena…

A veces me pregunto: ¿si realmente es que tú serás el amor de mi vida? O será

que simplemente como la mayoría de gente que dice creer amar, me engaño.

No en vano dijo Lacan que “amar es darle lo que uno no tiene, a quién no es”.

Yo sabía que no tenía amor, que nunca lo había tenido, o que al menos no lo

sentí cuando de niño jugaba en la soledad de mi patio haciendo figuras de arena,


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con colorantes y todo tipo de tapitas de frascos que usaba como ojos y narices

de toda clase de perros y gatos. O cuanto me escapaba de casa para ir al vicio,

pasando todas las tardes metido en videojuegos de super Nintendo. O incluso

cuando más tarde me refugié en la literatura y la filosofía existencial.

Recuerdo que una vez fui a visitar a aquella muchacha a su casa, ella me abrió

la puerta y luego me dijo que la esperara, pero no salió más. Quedé esperándola

con gran inocencia durante al menos dos horas. Sólo cuando entendí que ella

no saldría, me marché, arrastrando mi soledad. No recuerdo qué sentí aquella

tarde, pero pienso que debió haber sido un sentimiento tan desolador como el

que tengo al esperar cada día que regreses Helena. Es cierto que los primeros

amores duelen, pero ningún amor duele tanto como aquellos grandes amores,

amores míticos, de otras vidas, que jamás podrán ser consumados. Pienso en

Apolo y Dafne, en Pan y Siringa, en Romeo y Julieta, en Tristán e Isolda, en

Sigfrido y Brunhilda, en Dante y Beatriz, en León y Emma, en Francisca y

Rodríguez, y por supuesto también en Carl y Sabina.

Tu cinismo y frialdad era para mí increíble Helena. Pronto aprendí a reconocer

mis propias carencias, mis soledades, mis miedos al abandono y al rechazo, a

separar como psique mi propia historia personal de tus actos, a no tomarme

personalmente tus ausencias.

A veces me pregunto si ella era consciente del gran dolor al que me sometía.

Todas las formas en las que ella trataba de alejarme, de que la odiara, de que la

dejase no hacían más que volver hacia mí mismo como un bumerán. Mientras

ella más se negaba a entregarme su amor, yo más caía atrapado ante su imagen.

26
Es cierto que he sentido cómo ella me mata en muchos momentos, con ella he

sentido las caídas profundas de esos cristos del alma de los que habla Vallejo.

Nunca conocí una persona tan metida en su propio mundo, y nunca he deseado

más conocer el mundo de otro, que el tuyo Helena.

A veces pienso que tú eres Narciso y yo soy Eco. Y entonces me pregunto si

todo gran amor no está por naturaleza condenado al fracaso.

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CAPÍTULO 8

La ventana está abierta, estoy fumando un cigarrillo contemplando la luna a lo

lejos, mientras tú yaces dormida en mi cama. Es viernes y las masas invadidas

por “La Molicie” se precipitan sobre los bares y discotecas buscando fuera de sí

su propia alma, buscando llenar su vacío y aplacar sus angustias como un tántalo

condenado. Hay veces en las que anhelo volver a ese estado, olvidarme que

existo, aunque suene un poco estúpido, entonces todo era mucho más simple:

“Ser consciente produce una angustia intolerable, es el precio prometeico que

impone el alma”.

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Ahora duermes apacible, pero a veces despiertas en medio de gritos, otras veces

de pronto me golpeas sin explicación alguna, otras lloras en silencio mientras

duermes, otras veces te despiertas y me miras sonriendo, otras pides que te

abrace, otras que me mantenga lejos y te deje sola, otras te sientas al borde de

la cama perdida en el vacío…

La primera vez que te desapareciste, ya estando conmigo, durante aquellos dos

meses la soledad se me infiltró como un cáncer maligno en los huesos, yacía

como un alma en pena, como un Amado Nervo que te había al fin encontrado en

el camino de la vida, únicamente para perderte ¿para siempre?. Buscaba tu

cuerpo como Dante a Beatriz, desesperado por las calles de Barranco y el

malecón de Miraflores, cuando una tarde fría, encontré un pequeño pájaro, una

cría de gorrión que había caído de su nido cerca del malecón, lo tomé en mis

manos, tibio, asustadizo, tan vulnerable. Cuando me dispuse a llevarlo hacia mi

departamento vi a su madre volar sobre el lúgubre cielo gris de Miraflores, le hice

señas para que supiera dónde estaría su cría. Caminé en dirección a mi casa

con aquel pequeño pájaro, sintiendo el latido de su pequeño corazón en la yema

de mis dedos. Al llegar, le coloqué un poquito de pan y agua, pero él se resistió

a comer durante dos días. Preocupado intenté averiguar cómo alimentarlo, darle

agua en la boca, pero él se resistía. El tercer día abrí las ventanas y para mi

sorpresa vi afuera a la madre volando sobre el mismo cielo, entonces me dije:

“La naturaleza tiene sus leyes y yo debo confiar en ellas”, acerqué aquel pequeño

polluelo a la ventana, desde el tercer piso podía ver el estacionamiento del

edificio, cubierto de concreto, de fallar sería sin duda una caída mortal. Vacilé

por un momento, pero entonces recordé a Kierkegaard y su “salto de fé” e

inmediatamente la frase de Tagore: “La fe es un pájaro que canta cuando el

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amanecer es aún oscuro”. Supe entonces que la vida real requiere riesgos,

saltos de fe en los cuáles debemos encomendar toda la fuerza vital de la que

disponemos. La mamá gorrión emitió un sonido, la cría pareció recomponerse y

adquirir vitalidad mágicamente, sacudió sus pequeñas alas pardas y dio un salto

al vacío para elevarse impulsada por el viento y volar junto a su madre. Aquel

hecho me hizo mucho pensar en ti Helena: Pensaba en tu naturaleza libre y

vulnerable, no podía dejar de asociar nuestro amor con aquella pequeña ave.

Entonces un día leí un verso de José Watanabe:

"Estoy tentado a liberar este pájaro,

Su derecho a morir sobre el viento"

En ese momento supe claramente que debía liberarte, dejarte ir. Debía como

Abraham sacrificar a Isaac, lo más amado. Me pregunte si no sería este

justamente el sentido del amor. ¿No era el mayor acto de amor renunciar al amor

mismo?

No voy a martirizarme más pensando sobre ti Helena, voy a fingir que no me

interesa conocer quién eras antes de nuestro encuentro, ni a dónde vas durante

tus ausencias, no voy a luchar más con la incertidumbre que me genera pensar

que algún día simplemente me dejes, que tus caídas profundas en esos abismos

oscuros y solitarios no me perturban o que en los días sombríos en que quieres

irte hacia tus adentros y me muestras los dientes desde la entrada de tus

laberintos para mantenerme alejado no quisiera simplemente darte mi mano para

que al fin puedas reconfortarte en mi pecho. No voy a intentar más descifrarte,

no quiero salvarte, quiero simplemente amarte, aprender a amar tus misterios y

tus contradicciones, por difícil que me resulte.

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Hoy te he preguntado si me amabas, y me has dado como respuesta un silencio

prolongado, hubiera preferido un “no” o un “quizá, no estoy segura”. El silencio

en más angustiante que la negación… mucho más desorganizador. Decidido a

no quedarme con la duda, mientras te abrazaba y tú leías a Hesse, decidí

plantearte nuevamente la pregunta, pero tú de pronto quedaste dormida; tuve la

impresión de que fingías…

Temo que me conozcas y yo no conocerte.

Temo amarte Helena, y que tú no lo hagas.

Temo entregarte mi alma, y perderla para siempre.

Temo simplemente, un día volver a casa y que no estés más en mi vida.

Esta noche me pregunté qué era realmente el amor; pensaba si quizá Baudelaire

tenía razón al decir que “el amor era el anhelo de salirse de sí mismo”. Entonces

surgió en mí una revelación que me estremeció profundamente: Quizá el amor

sea una forma más perversa de Molicie, otra forma más profunda de olvidarse

de sí mismo, pues mientras la Molicie te invade y aliena desde afuera generando

un olvido apacible, el amor te invade y aliena desde dentro, abriéndote el pecho,

dejándote expuesto el corazón y robándote el alma con complaciente deleite.

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CAPÍTULO 9

Afrodita al igual que otras muchas figuras de la mitología griega, es condenada

por su belleza, víctimas de un masculino opresor, que las toma y viola abusando

de la fuerza como botín de guerra; de ahí que Helena de Troya, represente la

versión humana de Afrodita, que al igual que ella, forzada a ser esposa de

Menelao, hermano de Agamenón, tras ganar su mano en un concurso.

Como muchas mujeres, Afrodita y Helena no escogieron a sus parejas, al menos

no conscientemente, y se encuentran en medio de una relación que no desean,

que no les genera vitalidad, que no las conecta emocional y existencialmente.

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Esta figura varía ligeramente en las nereidas Anfitrite y Tetis, ninfas del mar,

caracterizadas por su gran belleza y su carácter indomable, quienes, aunque

también sometidas expresan un constante rechazo a sus maridos. Anfitrite

acosada por Poseidón intenta escapar de su influencia, pero termina casándose

con el dios del mar, aunque expresa constantemente su rechazo y no lo

corresponde.

Tetis por su parte, será unida, a pesar de su poco interés, por insistencia de

Afrodita con Peleo, un mortal de gran belleza y astucia. Ella evita cualquier tipo

de compromiso, por lo cual el héroe acude en búsqueda de consejos a Quirón,

el centauro sabio, que le recomienda que si desea conquistarla debe encontrarla

dormida y atarla de tal manera que ya no pueda liberarse. Así procedió, y al

despertar, vanamente intentó liberarse, pero eran fuertes las amarras que había

tejido Peleo, que en su desesperación para no ser atrapada intentó tomar

muchas formas para que el hombre desistiera de su intención: se convirtió en un

feroz león, en un jabalí, en un dragón que expulsó fuego sobre él, pero éste se

mantuvo firme y la ninfa finalmente tuvo que ceder a la unión para ser liberada.

A pesar de que ella no amaba a Peleo concordaron con llevar a cabo una boda,

una de las más grandiosas a la que fueron invitados todos los dioses, a

excepción de Eris, diosa de la discordia, que nadie quería entre los invitados.

Ocurre con frecuencia que, al no querer ver los conflictos y disonancias ya

presentes en los primeros momentos de una relación, las personas suelen seguir

sus vínculos generando posteriormente consecuencias terribles. Al reflexionar

sobre esto, me pregunté, si no era más conveniente renunciar al amor que sentía

por ti Helena.

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Eris llegó por sí sola hasta la boda y soltó en medio de la mesa una manzana

dorada que decía "Para la más bella", inmediatamente Afrodita, Hera y Atenea

se disputaron la manzana provocando la risa de Zeus y los demás dioses, que

creyeron entretenida la situación y se dispusieron hacer un concurso en el cuál

elegirían al pastor Paris como juez, el más bello y exitoso entre las mujeres, pues

realmente era el príncipe de Troya, hermano de Héctor, que fue dejado a su

suerte por un criado de su padre, tras profetizarse que traería la ruina a su

pueblo.

Hera le ofreció ser un famoso y poderoso gobernante, Atenea un guerrero

invencible y Afrodita el amor de la mujer más hermosa. Paris eligió a Afrodita con

ella a Helena, sellando sus destinos.

Es así como el destino de Afrodita, Tetis y Helena están ligados entre sí. Este

evento terminó en la Guerra de Troya cobrando miles de víctimas y uno de los

más apasionantes relatos de la humanidad, narrados por Homero en "La Iliada".

Es cierto que su amor no perduró, no fue para siempre y Helena volvió con

Menelao a Esparta, pero ¿acaso no habían elegido desde un inicio Paris y

Helena el amor por encima del poder? ¿Acaso no sabían los riesgos que

implicaba su amor?

El Amor de Helena y Paris trasciende la muerte y se rebela como Sísifo al

capricho de Dioses, los años vividos con Paris compensan ampliamente el

suplicio de Helena, nuevamente reina de Esparta.

Pienso que quizá la finalidad del amor no sea perdurar para siempre, sino

transformarnos, empujarnos a diferenciar lo ordinario de lo extraordinario, tal

como Sabina provocó en Franz, en la magistral obra de Kundera.

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De la unión incestuosa de Afrodita y Marte nacieron diversos hijos:

Eros ó Cupido (Dios del Amor Romántico), quién también se decía era hijo de

Nix (diosa de la Noche) y Erebo (dios de la oscuridad), esto revela la naturaleza

problemática del amor. Las flechas eran de dos especies: unas tenían punta de

oro, para conceder el amor, mientras que otras la tenían de plomo, para sembrar

el olvido y la ingratitud en los corazones. Fue también en la boda de Tetis y

Peleo, que la novia solicitó como regalo que se perdonara a Eros y se le incluyera

en el Olimpo entre los demás dioses, pues los dioses bajo la excusa de no ser

hijo legítimo de Hefestos lo habían condenado, por temor a su poder, pues como

bien expresó Jung "no existe mortal, héroe o Dios que no haya tenido que sufrir

por el amor y pagar sus tributos". El mismo Zeus temía el poder de Eros, que

como bien demostró a Apolo, el más soberbio y perfecto de los dioses, nadie

podía competir con sus flechas, ni siquiera el dios de la Razón.

Anteros, el hermano de Eros y compañero de juegos era el encargado de

castigar a aquellos que no correspondían el amor de los otros, según algunas

lecturas eran dos aspectos del mismo dios.

Algunas versiones incluyen a Poto (en griego antiguo Πόθος Póthos) como hijo

de Afrodita y Ares, así como de Céfiro e Iris. Poto era la personificación del deseo

amoroso que conduce a la muerte, el deseo ante lo ausente, un deseo que no

puede ser llenado, que produce dolor y nostalgia profunda.

Los gemelos terribles Deimos y Fobos, que acompañaban siempre a su padre

en sus batallas. Deimos es el dios del terror, que generan en los hombres

temblor, temor y el pánico, de ahí que en Roma se le conozca como Fuga. Fobos

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es el dios del Miedo, que paraliza. Solía decir Jung que detrás de los conflictos

amorosos, las víctimas de Fobos son sin duda las más numerosas.

La bella Enio, diosa del derramamiento de sangre y la violencia, representada

siempre armada y cubierta de sangre, llamada por Homero «Destructora de

Ciudades», de quién ciertas versiones decían también era hermana y amante de

Ares, hija de Zeus y Hera: Los dioses del Matrimonio.

Y finalmente Harmonia, diosa de la Armonía, la Concordia y las Buenas

Relaciones. Siendo la única deidad capaz de diferenciar a sus hermanos

gemelos Fobos y Deimos y que no compartía el violento temperamento de su

madre. La más equilibrada de sus hijas.

La relación entre Afrodita y Ares nos recuerda que el Amor siempre está

acompañado de la Guerra, es posiblemente uno de los aspectos más difíciles y

conflictivos de la vida.

Los hijos de esta relación son Eros, Anteros, Potos que reflejan el amor

romántico, el rechazo y el sufrimiento ante la ausencia del otro; también los

terribles Demos y Fobos que acompañan las relaciones generando temor y

miedo en los amantes, no en vano él es a diferencia de lo que se ofrece como

"fuente de felicidad", una fuente de gran ansiedad y tormentos; Enio refleja el

poder destructor de las pasiones, al respecto decía Benjamin Constant que "el

amor es el más egoísta de todos los sentimientos". También comentó Nietzsche

que, si el amor era un "demonio furioso", citando a Sófocles. "Ni siquiera Dios

escapa a esto, pues ha inventado un infierno para castigar a aquellos que no lo

aman. El amor es carnicero, quiere poseer totalmente a su objeto, reinar solo, en

cuerpo y alma, sobre el corazón de su víctima, dominarla, incluso devorarla. Si,

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a veces el enamorado sueña, como un vampiro, con chupar esa sangre que

celosamente ve fluir a través de la piel translúcida de un escote. Y beberla hasta

la última gota para volver eterna en él a esa otra a la que ama y odia porque se

le escapa. "Todo gran amor hace nacer la idea cruel de destruir el objeto de ese

amor con el fin de sustraerla para siempre al juego sacrílego del cambio: porque

el amor teme el cambio más que la destrucción", afirma en Humano, Demasiado

Humano1.

Si todos los caminos conducen al AMOR, Harmonía porta, al fin y al cabo, un

mensaje de esperanza, en medio de toda la violencia y conflictos que encarnan

Afrodita y Ares, es posible encontrar el equilibrio y la concordia a través del amor.

¿Al conocerte Helena, pienso si el amor es realmente una solución a los

tormentos del alma o es acaso el mayor tormento al cuál puede someterse

nuestro ser?

1Aude Lancelin y Marie Lemonnier. Los Filófosos y el Amor: De Sócrates a


Simone de Beauvoir
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CAPITULO 10

Cuentan un mito en el que en cierta ocasión los dioses tomaban un baño en el

río, mientras Apolo, dios de la razón y las artes presumía de haber vencido con

sus poderosas flechas a la serpiente Pitón.

Entonces el pequeño Eros (Cupido) intentó robarle sus grandes y poderosas

flechas, y mientras intentaba ponerlas dentro de su carjac, fue descubierto por

su hermano, que lo regañó y pidió que las dejara inmediatamente donde las

había encontrado:

"¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de

las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las bestias feroces y

los feroces enemigos. [...] Conténtate con avivar con tus candelas un

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juego que yo conozco y no pretendas parangonar tus victorias con las

mías"

Aunque tenía el aspecto de un bebe alado de apenas, era en realidad un dios

antiguo. Intentó vanamente convencer a Apolo de darle a cambio algunas de sus

pequeñas flechas, pero éste lo rechazó emitiendo una fuerte carcajada, seguida

de la burla de todos los dioses, que tomaron el intento del dios del amor con la

gracia que generan las ocurrencias de los niños pequeños.

Eros que es un dios rencoroso y vengativo no perdió la ocasión de castigar a

Apolo y al ver que por aquel lugar pasaba una hermosa ninfa se dispuso a lanzar

dos de sus flechas: Una de punta dorada directamente hacia el corazón de Apolo

para que él se enamorase perdidamente de ella, y otra de punta de acero directo

al corazón de Dafne, para que la ninfa lo rechazara por siempre.

En el momento en el que sintieron las flechas, ambos se vieron, y mientras el

gran dios de Delfos que encarnaba todos los grandes valores de Grecia caía

rendido ante el dios del amor, Dafne sintió un inexplicable y profundo rechazo.

Apolo imploró a la ninfa, para deleite y diversión de todos los dioses, entre los

que el pequeño Eros celebraba las patéticas escenas en las que el otrora más

soberbio de los dioses, perdía toda pizca de dignidad ante el amor no

correspondido.

Cuando él comprendió que ella no accedería empezó a acosarla, entonces

escapó, pero no pudo esconderse del dios de los atletas por mucho tiempo.

Exhausta imploró a todos los dioses, a punto de ser tomada a la fuerza, ante la

ira de Apolo, que no podía vivir sin su amor, y que había elegido poseerla a la

fuerza, creyendo erradamente que quizá así aplacaría el dolor del rechazo. Fue

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así que su padre, Peneo, dios de fluvial se apiadó de ella convirtiéndola en un

árbol, del cual, el dios sólo pudo tomar unas hojas para hacer con ellas una

corona que llevaría en su cabeza, en recuerdo de aquel amor que no pudo ser

consumado.

Contigo las cosas tienen un alto costo Helena. Reconozco que hay cierto placer

estético y poético en el sufrimiento que nos trae el amor, en ese morir por alguien

y matar al otro, quizá exista cierta venganza sublime, es la compensación

psicológica a la imposibilidad real del amor. Yo en eso he perdido, me rindo ante

tu incapacidad de abrirte, de amar. Quizá por eso tú nunca quisiste realmente

comprometerte. La gran mayoría de personas abrazan amores mediocres,

pequeños, ordinarios, pero un amor mítico y extraordinario ha de

necesariamente quebrarte en pedazos, sumergirte en abismos, desmembrarte,

crucificarte.

En aquellos momentos andaba desecho, me sentía como Orfeo descendiendo

en el Hades en busca de su amada muerta, totalmente desesperado, sólo para

al volver con su espíritu a cuestas, cuando tú reaparecías, angustiarme aún más

ante la posibilidad de perderte para siempre.

Sé que muchos colegas dirían que el amor no debía doler, que debe fluir y ser

fácil. Pero yo me pregunto si ellos alguna vez tuvieron un amor como el que

provoca Helena. Todos estos argumentos racionales de la psicología los conocía

yo perfectamente antes de estar con ella, pero ninguno me era útil. Ninguna

teoría estaba a la altura del amor que sentía, ningún tratamiento era posible. En

este caso la única cura coincidía perfectamente con el padecimiento: Un circuito

urobórico.

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Al final, no cabe duda de que las flechas de Eros son más poderosas que las de

Apolo. No en vano consolidó Pascal su “Lógique du couer” (la lógica del

corazón): “Hay razones que la razón desconoce, y sólo el corazón comprende”.

Cuanta verdad encontré en los versos de Gustavo Adolfo Bécquer:

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

Las fuentes de la vida,

Y en el mar o en el cielo haya un abismo

Que al cálculo resista;

Mientras la humanidad siempre avanzando

No sepa a dó camina;

Mientras haya un misterio para el hombre,

¡Habrá poesía!

A veces me siento inadecuado de amarte, entonces recuerdo las palabras de

Jung: “El problema del amor pertenece a los grandes padecimientos de la

humanidad, y nadie debería avergonzarse del hecho de tener que pagar su

tributo".

Sentía que tú habías saltado a mis brazos, para luego dejarlos vacíos, y que ese

vacío, esa ausencia constituía un dolor que me desgarraba desde lo profundo

del alma, un agujero negro que abría paso en mi pecho y que absorbía

raudamente mi mundo: ¡Tal era el precio de amarte!

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