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El parentesco.
El estudio del parentesco es el estudio de la forma en que alguien siente que debe comportarse
con las personas de las distintas categorías genealógicas, es decir, de la forma en que debe
comportarse con personas que están relacionadas con él por vínculos de sangre (lazos de
consanguinidad: el padre del padre, el hijo de la hija de la hermana del padre) o por vínculos de
matrimonio (lazos de afinidad: la esposa, la esposa del hermano, el marido de la hermana, el
hijo de la hermana de la esposa, etc.).
Cuando dos personas o categorías de personas comparten las mismas expectaciones respecto
al modo en que se deben comportarse recíprocamente, podemos decir que entre ellas existe
una “relación social”. Una relación de parentesco es una relación social y no un parentesco
biológico. (Harris, 1971).
Un padre no es necesariamente el padre genésico (el padre biológico) del hijo. Un padre es un
hombre a quien la sociedad en general reconoce como el sujeto de las responsabilidades y
derechos de un padre. Estos derechos y deberes se adquieren por lo general mediante previo
matrimonio con la madre genésica del niño.
Para que exista una estructura de parentesco, es necesario que se manifiesten tres tipos de
relaciones familiares: relación de consanguinidad, relación de alianza y relación de filiación. Es
decir, relaciones de hermano a hermano, de esposo a esposa, de padre a hijo.
Matrimonio y apareamiento.
Todas las sociedades han proporcionado y proporcionan, en sus culturas, algunos medios de
regulación del matrimonio con respecto a los parentescos de consanguinidad ya existentes, tal
vez para que los matrimonios de los miembros de agrupaciones familiares perturben lo menos
posible la armonía, y la cooperación intrafamiliar.
Tales artificios son conocidos como regulaciones del incesto, es decir, la prohibición del
matrimonio entre determinadas categorías de parientes consanguíneos o, con menos
frecuencia, la exigencia de que los matrimonios únicamente puedan contraerse entre miembros
de ciertas agrupaciones de parientes. Es claro, por tanto, que, si bien todas las sociedades
humanas definen el incesto y lo prohíben, ni la definición ni las prohibiciones son precisamente
iguales en todas las culturas. Es este hecho el que invalida la hipótesis de que el concepto de
incesto tiene su base en consideraciones biológicas.
Lo que parece claro es que las regulaciones del incesto funcionan por lo menos de dos modos
principales: Primero, para mantener una unidad familiar estable y cooperativa para el cuidado y
educación de los hijos y a menudo también para fines económicos y segundo, para asegurar que
los impulsos sexuales de los hombres y las mujeres se dirijan al objetivo de establecer relaciones
esenciales entre familias.
La familia y parentesco.
La familia puede definirse, brevemente, como una agrupación social, cuyos miembros se hallan
unidos por los lazos de parentesco. Los vínculos de parentescos que unen a estos individuos son
tres: el que existe entre la pareja casada (la relación marido – mujer), el que existe entre la pareja
casada y sus hijos (la relación padres – hijos) y el que existe entre los hijos de la pareja casada
(relación fraternal). Todos estos vínculos están determinados por normas de cultura.
Una sociedad no sobrevivirá a menos que satisfaga sus variadas necesidades, tales como la
producción y distribución de alimentos, protección a los niños y ancianos, enfermos, obediencia
a las leyes, socialización de los jóvenes, etc. La familia, al rodear al durante mucha parte de su
vida social, puede proporcionar esa serie de fuerzas.
La familia es la base fundamental e instrumental de una más amplia estructura social, porque
todas las demás instituciones dependen de sus contribuciones. La familia actúa como conducta
o correa de transmisión por medio del cual la cultura se mantiene viva. La familia contribuye a
la sociedad con los siguientes servicios: Reproducción, manutención, colocación social del niño,
socioalianzas y control social. Claramente todas estas actividades podrían separarse.
Existe una gran variedad de sistemas de parentesco. Los elementos que permiten ver sus
diferencias son: (Torres, 1993).
-Grado en que las relaciones de sangre o afinidad biológica son importantes para determinar las
relaciones sociales.
Otra idea ampliamente aceptada es la de que siempre han coexistido distintos tipos de familia
y que la familia nuclear no es un producto específico de la revolución industrial y que, al igual
que la extensa, ha existido siempre.
Empecemos viendo los cambios sociales generales que han afectado a la familia, en cuanto a la
homogeneización cultural, productividad económica, modalidad geográfica y el trabajo
femenino extradoméstico (Torres, 1993):
Es en este sentido que se habla de roles adquiridos, en contra de rol adscrito. El rol
adquirido es el que se consigue en función de la capacidad y competencia demostrada,
mientras que el rol adscrito se obtiene por el mero hecho de haber nacido en una
determinada familia. La racionalización de la productividad económica exige el sacrificio
de los lazos de parentesco.
Todos estos cambios sociales han impactado sobre la familia produciendo cambios significativos
en sus funciones. El principal cambio ha consistido en el despotenciamiento de lo que podemos
denominar funciones tradicionales: religiosa, judicial, educativa, económica, etc. Este proceso
de potenciador a favor o en contra de otras instituciones. Iglesia, sistema judicial, escuela,
empresa, etc., es ya irreversible, pero esto no quiere decir que la familia haya sido totalmente
desposeída de funciones y que esté en trance de desaparición o disolución.
Por el contrario, la gran mayoría de los sociólogos y otros expertos que se han preocupado del
tema, están de acuerdo en afirmar que la familia sigue siendo una institución imprescindible
para la sociedad y el individuo, ya que solo ella es capaz de integrar a la persona en la sociedad,
a través del proceso de socialización, controlar las conductas desviadas y asegurar el equilibrio
emocional de los adultos.
Según Parsons, la socialización del niño es ante todo la internalización de la cultura es el seno
de la cual nació el niño. Es decir, el proceso de adquisición de las actitudes y de la habilidad que
son necesarias para desempeñar un rol social determinado. Ninguna teoría niega la influencia
de la familia en la internalización, por el niño y el joven de los valores, actitudes y roles
inculcados por los padres, así como la importancia del contexto familiar en el desarrollo de la
personalidad del niño y el joven. (Michael, 1974).
En numerosos estudios parece que las relaciones madre-hijo no están condicionadas por lo que
durante largo tiempo, se ha dado en llamar “instinto maternal”. Según la idea al uso, ese
pretendido instinto obligaría necesariamente a las madres a amar a sus hijos y a estar prestas a
todo tipo de esfuerzo o sacrificio por ellos, es decir, el objetivo supremo de sus vidas sería el
cuidado y crianza de éstos.
La realidad parece bien distinta. El amor maternal, lejos de ser un instinto natural, viene
determinado por circunstancias culturales y personales, que dan por resultado una evolución de
las relaciones madre-hijo en las que hay periodos en los que esa relación es verdaderamente
fuerte (siglo XVI, XIX y hasta mediados del XX).
La pareja y la distribución de los roles.
En las actuales sociedades desarrolladas, las relaciones de pareja vienen determinadas por la
búsqueda de la felicidad. La felicidad marital es el objetivo primordial de la pareja. Pero este
objetivo está condicionado por una serie de factores característicos, también de nuestros días:
la primacía de lo individual, el trabajo de la mujer, el urbanismo y la falta de un proyecto de vida
en común.
Este conjunto de factores hace que relación entre la pareja sea compleja, frágil y plagada de
contradicciones. Anteriormente el matrimonio era una cuestión de dos grupos de parentesco
que buscaban una alianza de familias. El matrimonio era cuestión de familias. Actualmente es
una cuestión personal que los jóvenes realizan libremente eligiendo a la persona con la que
quieren formar pareja.
El hecho de que en las relaciones de pareja actuales predominen las facetas que requieren la
práctica del ajuste psíquico, hace que las tensiones y conflictos surjan con facilidad poniendo en
peligro la relación y la consecución de la felicidad. (Badinter, 1986).
La familia existe allí donde hombre y mujer vivan en comunidad sexual y cuiden en común de su
prole. De esta manera se observa la conexión, que se ha establecido desde siempre, entre
familia, sexualidad y matrimonio.
En nuestra actual sociedad, el matrimonio se ha considerado como la parte más importante (por
lo permanente) de la familia, y la sexualidad se ha demostrado como un elemento que desborda
los límites del matrimonio, por la simple razón de que puede practicarse fuera de él. Por otro
lado, la sexualidad depende de modas cambiantes y de hecho las concepciones sobre la misma
cambian mucho más rápidamente que las referidas al matrimonio. Esto significa que la
sexualidad debe ser analizada desde una doble perspectiva: en si misma (sexología) y desde la
familia (reproducción).
Desde esta perspectiva aparece un desigual reparto del poder entre hombres y mujeres:
mientras que las esposas han de consumir bastante de su tiempo en limpieza, cocina, planchado
y demás tareas hogareñas, los maridos apenas si contribuyen a ello con un pequeño porcentaje
de su tiempo libre.
Esta disparidad (no de actitudes, sino de hechos) bastante extendida por todo el mundo,
significa que, a pesar de las declaraciones enfáticas de igualdad, se sigue culturalmente
considerando deber solo femenino todo lo concerniente al hogar; al menos cuando la esposa
pertenece a ese porcentaje de mujeres con jornada completa de trabajo extradoméstico, incluso
cuando familia y marido prestan ayuda en las tareas de la casa, todos siguen considerando en el
fondo que dichos quehaceres son primordialmente una responsabilidad femenina y no la
masculina.
Stephen Edgell ha verificado que la participación de los maridos en tareas del hogar y cuidado
de los niños varía según la posición o clase social de la familia, pero que solo una minoría de
ellos aporta ese tipo y cantidad de ayuda que una auténtica igualdad de roles o de poder
implicaría en el matrimonio.
Esto contrasta con las afirmaciones de que el reparto de poderes en la estructura familiar por
sexos se está volviendo simétrico.
El factor “esposa con trabajo extradoméstico” sería crucial para dirimir tal controversia pues
parece cierto que los maridos son mucho más activos en faenas del hogar cuando sus mujeres
tienen un empleo fuera de casa a tiempo completo.
Y aunque las estadísticas apunten en Europa un aumento del trabajo femenino fuera de casa, la
mayoría de las mujeres sigue todavía anclada a un modelo de familia que no es precisamente el
de doble carrera; para la mayor parte de los europeos encuestados, la esposa es la persona
directamente responsable del cuidado de la casa y de los hijos.
Los cambios que aparentemente se están dando van muy despacio, la vida cotidiana en la casa
cambia muy lentamente. De poco sirve la igualdad ante la ley, si no hay en la vida cotidiana
condiciones pare ejercerla (Torres, 1993).
Si tenemos en cuenta que la familia, desde un punto de vista estructural funcional, es un sistema
dentro de otro sistema más amplio que es la sociedad, la familia estará afectada a la vez por
fenómenos externos y por fenómenos internos. Teniendo esto en cuenta, es de suponer que las
relaciones familiares sean afectadas por los cambios que se den en los otros sistemas y, sobre
todo, por la dependencia que la familia tenga de los otros sistemas para satisfacer sus
necesidades.
El movimiento de emancipación de la mujer, con la limitación del número de hijos y el desarrollo
tecnológico han acelerado los procesos de cambio. Como consecuencia se da un conflicto de
autoridad y emancipación dentro de la institución familiar. La misma sociedad empieza a valorar
a la mujer como persona y mujer que trabaja.
El trabajo de la mujer fuera de casa repercute indudablemente en las relaciones familiares, que
no tiene por qué ser negativo. Esto dependerá de las relaciones que se den dentro de la familia
y del carácter personal de la mujer trabajadora, y, sobre todo, de la interpretación o actitudes
sociales dominantes en un momento dado.
Los movimientos de liberación de la mujer o movimientos feministas han sido el medio a través
de los cuales las mujeres se han organizado y movilizado para defender sus intereses. El objetivo
ha sido el de crear una conciencia de la identidad femenina, para desde aquí, exigir la
equiparación entre los sexos.
La presión que el movimiento feminista ha realizado sobre las instancias políticas, desde su
aparición, ha sido una buena medida, lo que ha llevado a las mujeres al grado de reconocimiento
y equiparación que hoy poseen.
Los orígenes del movimiento feminista podemos encontrarlos hace doscientos años en la
ilustración y en la revolución francesa. Esta fue la base que dio pie a que por primera vez las
mujeres se organizaran de forma colectiva para cuestionar su rol social. Mary Wollstonecraft
publicó en 1792 “Vindicaciones de los derechos de la mujer” donde se señalaba que las mujeres
también estaban provistas de razón, por lo que la superioridad masculina era arbitraria,
proponiendo reformar la educación que las mujeres recibían.