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Novena a Santa Marta

Introducción

Las novenas, devociones populares que evangelizan.

Una novena es un período de tiempo, de nueve días de oración pública o privada


para obtener gracias especiales, para implorar favores especiales o hacer
peticiones especiales. Novena se deriva de la palabra NOMVEM que significa
nueve.

Esta novena pretende ser una breve catequesis sobre Santa Marta, donde
además de pedir a Dios, por la intercesión de ella, la gracia especial requerida, se
implora también a Dios Padre para que nos sean concedidas las insignes virtudes
y gracias recibidas por esta santa.

Esta devoción no sólo debe llenarnos de gracias espirituales, sino también,


despertarnos la conciencia de que hasta los trabajos domésticos más humildes
pueden ser elevados y ofrecidos como oración a Dios.

Algo de historia y tradición sobre la virgen Santa Marta

La iglesia Católica celebra el día 29 de Julio la fiesta de Santa Marta.

Santa Marta por su solicitud y actividad en el servicio de Jesucristo Nuestro Señor,


es invocada como protectora especial de cosas urgentes y difíciles. Es
considerada la Patrona de cocineras, sirvientas, amas de casa, hoteleros, casas
de huéspedes, administradores de hospitales, escultores, pintores, lavanderas, de
las Hermanas de la Caridad y los moribundos.

Marta significa: “Señora; jefe de hogar”.

Entre las santas mujeres que seguían a Jesucristo, y hacían manifiesta profesión
de ser discípulas suyas mientras estuvo en esta vida mortal, Marta, fue una de las
más distinguidas, no sólo por su caridad y por la posición de que gozaba entre los
judíos, sino particularmente por haber abrazado el estado de virginidad en el que
perseveró constante toda su vida.

Tenía como hermanos a María Magdalena y Lázaro, quien había sido resucitado
por Jesús. Habían heredado grandes bienes de sus padres, tocándole a Marta
unas propiedades vecinas de Jerusalén, y entre ellas la casa ó castillo de Betania.
El Evangelio la nombra siempre primero que María Magdalena, y por eso se cree
que era la hermana mayor de la familia; por lo menos era la que llevaba el
principal peso de administración y de gobierno. Era su carácter dulce y amigo de
hacer el bien; un juicio maduro y ejemplar, y con una modestia que la hacía ser
amada y respetada por todos.

Era considerada como una doncella de gran mérito, y así en Jerusalén como en
Betania se tenía general veneración a su virtud. Estando su alma tan bien
dispuesta, sin dificultad reconoció a Jesucristo por el Mesías verdadero, y gustó de
su doctrina. Apenas le oyó, cuando hizo profesión de ser una de sus más fieles
discípulas.

Oyendo los elogios que de cuando en cuando hacía el Señor de la virginidad, y


viendo lo mucho que le agradaba esta admirable virtud, muy presto se determinó a
no admitir jamás otro esposo que al Esposo de las vírgenes; y como era tan
constante en oír sus divinas instrucciones, practicó muy en breve lo más elevado y
lo más perfecto del Evangelio. Se dedicó, pues, a la soledad y al retiro,
renunciando a las vanidades del mundo; y como su hermano Lázaro era ya uno de
los discípulos del Salvador, y la conversión de su hermana Magdalena, había sido
de tanta edificación a todos, el castillo de Betania se convirtió, por decirlo así,
como en un pequeño monasterio. Se ocupaba el tiempo en oración, en estudio, en
la labor y en las obras de caridad, por lo cual la casa de Betania era el hospedaje
del Salvador en sus viajes apostólicos.

Llegó en una ocasión a Betania el Hijo de Dios, volviendo de sus tareas


evangélicas: tuvo Marta la noticia de su venida; y saliéndole al camino, le suplicó
con instancias que se dignase no admitir otro hospedaje que el de su casa. Aceptó
el convite el Salvador, como quien tenía tan conocida la virtud de aquellas dos
fervorosas discípulas. No es fácil explicar el gozo de toda aquella afortunada
familia. Marta, que gobernaba la casa, tomó a su cargo la disposición de todo, y
por sus mismas manos quiso preparar y guisar la comida a su amado Maestro; el
soberano Huésped no dejó de reconocer la gran caridad y el fervoroso amor de las
dos hermanas, recompensándolas generosamente con su conversación, y con las
abundantes gracias que derramó en el corazón de aquellas dos santas almas.

Al ser crucificado Jesucristo y dispersarse sus discípulos, Marta, se embarcó junto


a sus hermanos y un grupo de fieles, en un navío desprovisto de remos, velas y
timón, y de cualquier instrumento que pudiera servir para gobernarlo.

Sin embargo, conducido milagrosamente por Dios, arribaron a las costas de


Marsella en Francia, donde desembarcaron. Luego se trasladaron a Aix y
convirtieron mediante la predicación a los pobladores de la región.

Cuenta la tradición hagiográfica, que en un bosque, situado entre Arles y Avignon ,


había por aquel tiempo un dragón. Esta fiera a veces salía del bosque, se
sumergía en el río, volcaba las embarcaciones y mataba a cuantos navegaban en
ellas.

Marta, atendió los ruegos de la gente de la comarca, y dispuesta a liberarla


definitivamente, se fue al bosque a buscar a la fiera; la halló devorándose a un
campesino. Marta se acercó sin temor, la roció con agua bendita y le mostró una
cruz. La bestia, al ver la cruz y sentir el contacto con el agua bendita, se tornó
mansa como una oveja. Marta se acercó nuevamente a ella, la amarró por el
cuello con el cordón de su túnica, la sacó a un claro, y allí los hombres de la
comarca le dieron muerte. Desde entonces, el lugar comenzó a llamarse Tarascón
que era el nombre del Dragón.
 

Una vez que terminó con la fiera que era el azote de la comarca, Marta, decidió
dedicarse al ayuno y la oración en aquel bosque y pronto se le unieron varias
mujeres. Edificó entonces una basílica dedicada a la Virgen María, y un convento
anexo en el que todas ellas organizaron su vida en comunidad a base de
penitencia y oración.

En una oportunidad que Marta se hallaba predicando en Avignon ocurrió que se


encontraban a la orilla de un río. En la orilla opuesta había un joven que desde su
lugar no escuchaba bien la prédica; como no disponía de bote, se decidió a cruzar
el río a nado, pero a poco de iniciar la travesía, fue arrastrado por la corriente y
murió ahogado. Dos días después de su muerte, lograron encontrar su cuerpo y
sacarlo fuera del río. Tan pronto como lo extrajeron, lo llevaron junto a la santa, lo
dejaron tendido a sus pies y le pidieron que lo resucitara. Marta se postró en tierra
con los brazos en cruz, y pidió a Jesús que así como había resucitado a Lázaro,
también resucitara al joven, para que así movidos por el milagro se convirtieran a
la fe los que allí se encontraban. Terminada la oración, tomó al joven de las manos
y lo alzó del suelo, resucitado. El joven al volver a la vida recibió el bautismo.

Con un año de antelación le comunicó Jesús a Marta la fecha en que había de


morir. Todo aquel año estuvo aquejada de fiebres.

Unos días antes de su muerte, les dijo a los asistentes que partiría muy pronto y
les pidió que mantuvieran encendidas las lámparas que ardían en la habitación
hasta el momento final.

Hacia la media noche, anterior al día de su muerte, se desató un vendaval que


apagó todas las lámparas. En aquel instante la habitación se llenó de demonios.
Marta comenzó a orar: “Mi querido huésped, Jesucristo, no te alejes de mí,
protégeme y defiéndeme de estos demonios”.

Nada más decir esto, cuando vio a su hermana ya muerta María Magdalena, quien
con una antorcha encendida volvía a iluminar la habitación. Y a continuación
apareció Cristo que le dijo: “Ven querida hospedera, ven conmigo. En adelante
estarás ya siempre a mi lado. Tú me diste alojamiento en tu casa, yo te daré
alojamiento en el cielo. Y por el amor que te tengo atenderé, a cuantos recurran a
Mí, pidiendo algo en tu nombre”.

Momentos antes de morir pidió que la sacaran donde pudiera ver el cielo, que la
tendieran sobre la tierra y pusieran al lado suyo el crucifijo y rezó: “Señor, acoge a
esta mujer que tuvo la dicha de darte alojamiento en su casa”. Y mientras los
concurrentes, a pedido suyo, leían las enseñanzas de Jesús, entregó su alma.

En el sepulcro de Santa Marta comenzaron a obrarse milagros constantes. Se


cuenta que Clodoveo, rey de los francos, convertido al cristianismo, enfermó
gravemente de los riñones y padeció fuertes dolores. Acudió en peregrinación a
visitar la tumba de la santa y cuando llegó a ella quedó milagrosamente sanado.
Agradecido, hizo a la iglesia de la santa importantes donaciones.

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