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El dibujo subyacente muestra solo leves trazos que sitúan los principales elementos
de la composición. Se detectan algunas rectificaciones en los contornos, en las
manos de san Antonio y, sobre todo, en la colocación de los dedos y en los
plegados. Asimismo se perciben algunos ligeros desplazamientos en el bastón
colocado junto al santo, en el rosario y en la campana que cuelgan de su cinturón,
así como en el cinturón mismo. Por lo que respecta al paisaje, también los árboles
del fondo presentan correcciones. A juzgar por estas escasas modificaciones y
porque apenas existen cambios en el estadio de color -visibles en la radiografía-, tan
solo una escasa variación en la toca de la vieja, podrían existir dudas sobre si la
tabla es una copia o una creación nueva de su autor.
Respecto a la cronología, nada impide que la obra se hiciera en vida del Bosco,
tanto si es una copia como si es un original realizado por un discípulo o un
colaborador del taller. Ante el desconocimiento que se tiene del taller del Bosco y de
cómo pintaban los miembros de su familia, esta última hipótesis resulta muy difícil
-o casi imposible- de demostrar. Lo único que puede proporcionar una respuesta a
esta disyuntiva es el análisis material de la obra y del modo de representar el tema.
Una vez concluido, se constata que la obra del Prado, aunque muestre materiales
similares a los empleados por el Bosco, se aleja de su forma de trabajar de dentro
afuera, desde el dibujo subyacente hasta la superficie pictórica. Pero esas
diferencias no excluyen que su autor esté copiando un original del pintor. Lo que
permite llegar a la conclusión de que ese original del Bosco no debió existir nunca
o, si existió, el autor de esta tabla no lo copió literalmente, son los muchos espacios
vacíos que existen en la tabla y el escaso número de demonios, que se limitan a la
escena secundaria, sin el horror vacui, el movimiento y la intensidad patentes en
muchas de sus obras, y sobre todo en aquellas que tratan, por citar a Felipe de
Guevara, de diablos. Aunque no se pueda asegurar, todo parece indicar que
estas Tentaciones de san Antonio del Prado las llevó a cabo un miembro del taller
del Bosco o uno de sus colaboradores, partiendo de los modelos del maestro (Texto
extractado de Silva, P.: El Bosco. La Exposición del V Centenario, Museo Nacional
del Prado, 2016, pp. 258-259).
Con esta obra el Bosco demuestra que el hombre, con independencia de su clase
social o su lugar de origen, está tan poseído por el deseo de gozar y adquirir
riquezas materiales que se dejará engañar o seducir por el Demonio. La lección que
propone el artista es que debemos alejarnos de los bienes terrenales y de los
placeres de los sentidos para evitar la condenación eterna. Se trata por tanto de
un ejemplo opuesto a los ejemplos al uso en la época, en el sentido de que lo
importante no es tanto hacer el bien, como evitar el mal y seguir esta norma a lo
largo de la vida. En el tríptico cerrado el Bosco representa el tema del camino de la
vida en pintura, y no en grisalla o semigrisalla como en la versión de Róterdam.
Muestra en él a un anciano pobremente vestido, inclinado por el peso del cesto que
lleva sobre sus espaldas y defendiéndose con un bastón de un perro que le acecha.
Pese al mal estado en el que se encuentra, ha podido dejar atrás el ataque de los
bandidos y la danza de la pareja de pastores al son de la gaita, alusiva a la lujuria.
En el peregrinar de su viaje sin destino, y cuya dirección ignora, ha ido sorteando
los peligros del camino y sabe que debe continuar, pese a lo incierto que pueda ser
lo que le espera al cruzar el puente. En el dibujo subyacente el Bosco había
representado detrás de este puente una cruz que eliminó en la fase de color. La
sustituyó por un crucifijo en el interior del pequeño altar colocado en el árbol bajo
el que está sentado un pastor que toca la gaita, sin que nadie se percate de su
presencia. Todos viven de espaldas a él, todos se olvidan de Dios, como en el Carro
de heno.
El dibujo subyacente está realizado a pincel con un medio líquido muy fluido. Dada
la delgadez y la transparencia de la capa pictórica, ha trepado hasta la superficie y
resulta visible en muchos lugares. En general, en esta obra el Bosco dibuja rápido,
con trazos simples y de forma esquemática, para situar los principales elementos de
la composición. En algunos casos refuerza los contornos de las figuras y los
pliegues de sus vestiduras. Los rostros adoptan formas casi caricaturescas y con
frecuencia los traza con apenas unos puntos que indican sus rasgos -ojos, nariz y
boca-. Son excepcionales las zonas dotadas de un amplio modelado, como vemos en
el ángel que mira al cielo sobre el carro de heno y, sobre todo, en el arcángel que
expulsa a Adán y Eva del Paraíso. El Bosco dibuja en el manto del arcángel líneas
paralelas muy juntas que adaptan su longitud y su trazado a la forma de los pliegues
y que son similares a las que se ven en algunas obras de este periodo final del
pintor, como el Tríptico de las tentaciones de san Antonio de Lisboa. No obstante,
tampoco faltan en ocasiones otras zonas con modelado menos abundante, sobre
todo en las vestiduras, pero también en algunos elementos de la anatomía, incluidos
los rostros. Más que cambios importantes, en general en la fase del dibujo
subyacente se aprecian desplazamientos más o menos grandes y sobre todo
rectificaciones. También hay variaciones entre el dibujo subyacente y la capa
pictórica. Algunos de los elementos dibujados no se han pasado a color, como la
cruz situada junto al puente en el exterior del tríptico ya mencionada.
La existencia de varias referencias a distintas versiones del Carro de heno, dos de
ellas conservadas en España -el original del Museo del Prado y la copia del
Escorial-, ha generado cierta confusión sobre su origen. No se tienen referencias
documentales que confirmen la procedencia y el destino de estos dos ejemplares,
ambos firmados, pero sí consta que en 1570 Felipe II compró uno de ellos a los
herederos del coleccionista y cortesano Felipe de Guevara (h. 1500-1563), sin que
se sepa el destino que le dio. Dada la fecha en la que lo adquirió, todo parece indicar
que el ejemplar que perteneció a los Guevara fue el que se llevó al monasterio como
parte de la primera entrega de obras realizada por el monarca en 1574, y desde
entonces se conserva allí. Felipe de Guevara, que debió de heredar la obra de su
padre, Diego de Guevara, juzgaba que era un original del Bosco, y como tal
figuraba en el documento de venta de sus herederos a Felipe II. Más aún, algunos
autores lo han considerado de mano del artista hasta que la documentación técnica
ha confirmado que es una copia del original del Prado. Respecto a este tríptico del
Prado, aunque como hemos dicho se ignora su procedencia y el momento en que
ingresó en la Colección Real, podría haberlo hecho asimismo en época de Felipe II.
El monarca pudo adquirirlo incluso antes que el de Guevara, si se tiene en cuenta su
mención en un texto del humanista Ambrosio de Morales. El historiador Abdón
Salazar, al estudiar el texto de Morales, llegó a la conclusión de que el autor incluyó
esta alusión al tríptico que poseía Felipe II al publicar la obra en 1586, cuando ya
estaba en el Escorial el de los Guevara, y no antes de 1549, cuando la redactó. Por
ahora, sin embargo, lo único que se puede afirmar con certeza sobre este tríptico del
Prado es que se registra por primera vez en el inventario del Alcázar de Madrid de
1636 (Texto extractado de Silva, P.: El Bosco. La Exposición del V
Centenario, Museo Nacional del Prado, 2016, pp. 283-291).
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Tríptico del jardín de las delicias
1490 - 1500. Grisalla, Óleo sobre tabla de madera de roble
El Jardín de las delicias es la creación más compleja y enigmática del Bosco. Para
Falkenburg, el tema general del Jardín de las delicias es el destino de la humanidad,
el mismo que el del Carro de heno (P02052), aunque el Bosco lo visualice de
distinta manera, mucho más explícita en la tabla central del Carro de heno que en la
del Jardín. Para aproximarnos al significado de la obra, es necesario identificar lo
que se representa en cada tabla. En el tríptico cerrado el Bosco reprodujo en grisalla
el tercer día de la Creación del mundo, cuando se separaron las aguas de la tierra y
se creó el Paraíso terrenal. Arriba, a la izquierda, aparece Dios Padre como Creador,
según indican dos inscripciones en latín, una en cada tabla: Él mismo lo dijo y todo
fue hecho; Él mismo lo ordenó y todo fue creado (Salmos 33, 9 y 148, 5). En el
tríptico abierto, de brillantes colores que contrastan con la grisalla, el pintor incluyó
tres escenas que tienen como único denominador común el pecado, que se inicia en
el Paraíso del panel izquierdo, con Adán y Eva, y recibe su castigo en el Infierno del
panel derecho. El panel central muestra un Paraíso engañoso a los sentidos, un falso
Paraíso entregado al pecado de la lujuria. Contribuye también a ese engaño el hecho
de que esta tabla central parezca una continuación de la del Paraíso terrenal, al
utilizar el pintor un paisaje unificado, al que dota de una línea de horizonte muy
elevada que favorece el amplio desarrollo de la composición, distribuida en tres
planos superpuestos, tanto en estas dos tablas del Paraíso y el Jardín como en la del
Infierno.
Aunque el pecado es el nexo que une las tres escenas representadas, es necesario
profundizar más en la iconografía de la tabla del Paraíso para poder avanzar en su
significado. Al comienzo del proceso creativo el Bosco había incluido la Creación
de Eva en la tabla izquierda, pero en una segunda fase la sustituyó por la
Presentación de Eva a Adán por Dios Padre. Este tema, muy poco frecuente, se
asocia a la institución del Matrimonio, como se detalla en los textos de Falkenburg
y Vandenbroeck (El Bosco, 2016). Para este último autor, la tabla central
representaría el falso Paraíso del amor al que en los siglos XV y XVI se
denominaba Grial -distinto al del ciclo del rey Arturo-, y que supondría una
interpretación del mandato instituido por Dios en el matrimonio: Creced y
multiplicaos, en clave lujuriosa. Los hombres y las mujeres que el Bosco representó
en el Jardín creen vivir en un Paraíso para amantes, pero este es falso, y no tienen
más destino que el del castigo en el Infierno. El mensaje que se transmite
-enormemente pesimista- es el de la fragilidad y el carácter efímero de la felicidad o
el goce de esos placeres pecaminosos.
Las dos filacterias situadas arriba y abajo del círculo central, con textos en latín
extraídos del Deuteronomio (32, 28-29 y 32, 20), advierten de las consecuencias del
pecado. La primera, entre los tondos de la Muerte y el Juicio Final, dice así: Gens
absq[ue] [con]silio e[st] et sine prudentia // deutro[m]y 32[um]// utina[m]
sapere[n]t [et] i[n]telligere[n]t ac novissi[m]a p[ro]videre[n]t (Porque son un
pueblo que no tiene ninguna comprensión ni visión / si fueran inteligentes
entenderían esto y se prepararían para su fin). La segunda, entre el Infierno y la
Gloria, reza: Absconda[m] facie[m] mea[m] ab eis: et [con]siderabo novissi[m]a
eo[rum] (Yo esconderé mi rostro de ellos: y veré cuál será su fin). La humanidad
parece haber perdido la razón y se deja arrastrar por los Pecados Capitales, pero aún
no está todo perdido. Cristo, representado en el anillo interior del gran círculo,
vigila a los hombres, según indica la inscripción en latín que le acompaña: Cave
cave d[omin]us videt (Cuidado, cuidado, Dios está mirando). Los tres textos que
figuran en esta obra ponen en relación la omnipresencia de Dios, la libertad del
hombre y las consecuencias del pecado. Como en el Carro de heno (P02052), el
tríptico incompleto del Camino de la vida o el Jardín de las delicias (P02823), el
mensaje que está escrito en la Mesa de los Pecados Capitales es que el Infierno es
el destino para los que se alejan de Dios.
El Bosco incluyó en ella cinco círculos. En el centro del mayor de ellos, semejante a
un gran ojo o al interior de un espejo cóncavo, se representa a Cristo saliendo de la
tumba como Varón de Dolores y mostrando la llaga del costado, en una imagen
similar a la que vemos en la misa de san Gregorio en el reverso de la Adoración de
los Magos del Prado (P02048). Esa imagen es una llamada al fiel, para que siga el
camino que Jesús le indica y medite sobre su muerte en la Cruz para redimir los
pecados de los hombres. En el anillo que rodea esta pupila se pintaron finos rayos
dorados y a continuación, en el anillo exterior, dividido en siete segmentos de
tamaño diferente, el pintor representó los siete Pecados Capitales, todos ellos
identificados por una inscripción. El Bosco incorporó aquí situaciones tomadas de
la vida cotidiana y personas de distinta extracción social para transmitir su
enseñanza moral, y todo ello observado por el ojo de Cristo, que todo lo ve. Pero,
con independencia del mensaje que trasmita el pintor con su obra, el modo en que
representa algunas de estas escenas, como la de la Gula, le sitúa en los inicios de la
pintura de género, que tanta importancia va a adquirir después.
En las esquinas de la Mesa, otros cuatro círculos más pequeños representan las
Postrimerías: Muerte, Juicio Final, Infierno y Gloria. La escena de la Muerte se
asemeja a la de la Muerte y el avaro de Washington, pero en este caso al
protagonista se le está administrando la Extremaunción, y es el ángel el que va a
ganar la partida. El Juicio Final remite a la tradición de Rogier van der Weyden, en
la que se representa la Resurrección de las almas saliendo de las tumbas. La Gloria
muestra a san Pedro acogiendo a estas almas de los bienaventurados en el Cielo,
representado como un edificio gótico con brillante fondo de oro. En el Infierno, el
Bosco da una versión más personal, con los pecadores recibiendo las penas que
merecen.
Debido a que la madera de chopo no puede ser datada mediante dendrocronología,
no es posible establecer una datación precisa para esta obra. No obstante, su estilo y
la indumentaria que lucen algunos de sus personajes -en particular los sombreros-,
confirman que debió llevarse a cabo hacia 1505-10, y que pertenece por tanto a la
última etapa de la actividad del Bosco. Aunque la mayoría de los que rechazan la
autoría del Bosco toman como punto de partida el testimonio de Felipe de Guevara,
que en su Comentario de la pintura, redactado hacia 1560 y publicado por primera
vez por Antonio Ponz en 1788, habría dado a entender que la Mesa era obra de un
destacado discípulo del maestro sin dar su nombre, el testimonio es ambiguo, y más
que a una posible conexión entre este discípulo y la obra del Prado parece referirse
al género de pintura al que esta pertenece. Resulta difícil de creer que Felipe de
Guevara le dijera a Felipe II, aunque fuera de manera indirecta, a través de un libro
(inédito hasta 1788), que la tabla por la que sentía tan gran estima no era un bosco,
y de hecho el monarca la seguía considerando como tal cuando la entregó al
Escorial en 1574, y todo el tiempo que la tuvo en sus aposentos hasta su muerte.
Más aún, en ese momento Felipe de Guevara no distinguía ya los originales del
Bosco de las copias, si juzgamos que consideraba de mano propia del maestro el
ejemplar del Carro de heno que sus herederos vendieron a Felipe II en 1570 y que
hoy, gracias a la documentación técnica, sabemos que es una copia del original del
Prado. El monarca entregó esta obra al Escorial en 1574, donde permanece en la
actualidad.
Además, la Mesa de los Pecados Capitales lleva la firma del maestro, y todo parece
confirmar que no es apócrifa. Las características del dibujo subyacente, con su
variedad de trazos, como la que evidencia también el Carro de heno, así como la
forma en que está trabajada la superficie pictórica, son similares a las de las obras
de la última etapa del Bosco. Por si ello no bastara para afirmar su autoría, la
originalísima concepción de la composición, una verdadera invención en la que se
está gestando la pintura de género, no podría deberse a ningún discípulo sin
nombre; el único que podría haber estado casi a su altura es el segundo Bosco,
Pieter Bruegel el Viejo (h. 1525/30-1569).
En cuanto a la procedencia de la obra, se ignora quién fue su primer propietario, a
dónde la destinó y el uso que hizo de ella. A juzgar por el testimonio de Felipe de
Guevara en su Comentario de la pintura, estaba en poder de Felipe II antes de 1560.
Se desconocen las circunstancias relativas a su adquisición, pero cabe suponer que,
o bien pasó a sus manos mientras estuvo en Flandes, o bien la mandó adquirir allí.
Tampoco se sabe el lugar donde la dispuso el monarca antes de enviarla al Escorial
en 1574 (Texto extractado de Silva, P.: El Bosco. La Exposición del V
Centenario, Museo Nacional del Prado, 2016, pp. 302-312).
La extracción de la piedra de la locura
1501 - 1505. Óleo sobre tabla de madera de roble, 48,5 x 34,5 cm.
El comitente de este ejemplar del Prado fue Felipe de Borgoña (1464-1524), hijo
ilegítimo del duque Felipe el Bueno, que fundó la orden del Toisón de Oro, a la que
el bastardo de Borgoña perteneció desde el capítulo decimosexto celebrado en
Bruselas en 1501. Todo apunta a que debió ser él quien mandó hacer al Bosco una
obra en la que se evocaran los escudos de armas de la orden de la que no solo era
miembro, sino el hijo del fundador. Más aún, es más que probable que diera al
Bosco algunas especificaciones, distintas a las habituales, respecto a cómo debía
hacer la pintura y que justificarían el modo en que el artista la llevó a cabo, como
que la superficie fuera lisa, sin textura pictórica ni empastes, como la de los
escudos.