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El experimento

Un caso importante, en el que se recurría tradicionalmente al


pensamiento animista para encontrar una explicación, era el del
funcionamiento de las bombas aspirantes que se usan para extraer
agua de un pozo. Cuando la bomba hace el vacío el agua sube por
el tubo hasta alcanzar una determinada altura, que se había
observado que se situaba sobre los 10 metros. En la década de
1660, el inglés Robert Boyle (1627-1691), que quería comprobar
hasta qué punto era cierto el hecho, construyó en Londres un tubo
de metal de diez metros rematado por uno de cristal para apreciar
bien la subida del agua.
Así se aseguraba de que no había pérdidas de agua por filtración y
de que la experiencia se realizaba en las debidas condiciones. La
columna de agua subió 10,2 metros.
¿Cuál sería la causa de ascenso del líquido por el tubo?
La respuesta podía estar en el horror al vacío que siente, según el
pensamiento aristotélico, la naturaleza, y que llevaría al agua a
intentar rellenar el tubo vacío. De hecho, Aristóteles negaba que el
vacío pudiera llegar a existir, habida cuenta de cuánto lo aborrece
la naturaleza. La altura que alcanza el agua en su ascenso es una
medida del grado de horror que experimenta el agua por el vacío.
Pero en 1644 un seguidor de Galileo, el italiano Evangelista
Torricelli (1608-1647), aplicó un principio mecánico, el de
balanza, a la solución del problema. Dentro del tubo no hay nada,
mientras que fuera hay aire. Si el aire pesa, y dentro del tubo no
hay aire, entonces el peso del aire empujará al agua hacia arriba en
el tubo, hasta que se equilibren el peso del agua de la columna con
la presión que ejerce el aire sobre el líquido. El mercurio es catorce
veces más denso que el agua, y si Torricelli estaba en lo cierto
cabía predecir que el mercurio subiría por el tubo hasta una
catorceava parte de la altura que alcanza el agua en las bombas de
succión, como así ocurrió: la columna de mercurio ascendió 73
centímetros. Torricelli acababa, por otro lado, de inventar el
barómetro, un instrumento que permite medir linealmente, en
centímetros de mercurio, algo tan abstracto como es la presión
atmosférica.
Torricelli dijo entonces: «Vivimos en el fondo de un océano del
elemento aire, el cual, mediante una experiencia incuestionable, se
demuestra que tiene peso.
Algunos pensaron, a pesar de todo, que lo que Torricelli había
medido no era otra cosa que la magnitud con la que el mercurio
aborrece el vacío. Entre estos escépticos se encontraba al principio
el gran matemático francés Blaise Pascal (1623-1662). Para salir
de dudas, Pascal pidió a su cuñado Florin Périer en 1647 que
llevase el barómetro de Torricelli hasta la cima del Puy-de-Dôme
(una montaña que a algunos nos suena además por ser una cima
importante en el Tour de Francia). Al año siguiente, se hizo el
experimento. Mientras el cuñado de Pascal subía con un barómetro
al Puy-de-Dôme, otro barómetro se quedó en un convento al pie de
la montaña.
Como hay menos atmósfera encima de las montañas que al nivel
del mar cabía esperar que, de ser cierta la teoría mecánica de
Torricelli, el mercurio subiría menos en la cima del Puy-de-Dôme,
como así pudo comprobarse. Como buen científico, Pascal
abandonó entonces la explicación animista del horror al vacío y se
convirtió a la causa mecanicista.
Pero el experimento definitivo vino de la mano de Boyle y la
máquina neumática que le había fabricado el también famoso
científico inglés Robert Hooke (1635-1705). Esta máquina operaba
con un émbolo y producía el vacío en una campana de vidrio por
medio de la extracción del aire en fases sucesivas, subiendo y
bajando el émbolo. Bajar el émbolo se hacía cada vez más difícil;
cuando prácticamente no quedaba aire en el interior de la campana,
no había fuerza humana que lo consiguiera. Este experimento
equivale a ascender hasta el límite superior de la atmósfera, la
superficie de ese océano de aire del que hablaba Torricelli. Boyle
introdujo el barómetro de Torricelli en el interior de la campana y
empezó a manejar el émbolo. Con cada extracción de aire
descendía la columna de mercurio, exactamente como le sucedió al
cuñado de Pascal cuando ascendió con el barómetro a la cumbre
del Puy-de-Dôme. Finalmente, cuando ya era imposible bajar el
émbolo la columna de mercurio casi había desaparecido. Pero si
permitía que entrase algo de aire en la campana de vacío, la
columna subía un poco. El océano de aire se comportaba como el
de agua, y el aire actuaba como si fuera un fluido.
Experiencias como éstas fueron desacreditando la concepción
aristotélica de la naturaleza, y poco a poco dejó de pensarse en
términos biológicos para interpretar el comportamiento de la
materia inanimada y de los cuerpos celestes. Estos
comportamientos no son comparables a las conductas de los seres
vivos, y carecen de propósito. Sin embargo se observan marcadas
regularidades en ellos, y el descubrimiento y la descripción
matemática de las leyes de la física y de la química se convirtieron
en el objetivo de estas dos ciencias. Pero además de ese cambio de
mentalidad, la nueva filosofía natural introdujo la observación
cuidadosa y el experimento de laboratorio como modo de
comprobar una teoría, o para decidir cuál entre varias alternativas
posibles era la doctrina verdadera.
Fragmento extraído del libro "Del átomo a la mente", 2002, de Ignacio Martínez y Juan Luis Arsuaga.
Capítulo 1 "La carta de Dios", subtítulo " El experimento".

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