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MARZO-ABRIL-MAYO 2014

ESPECIALIZACIÓN EN PROBLEMÁTICAS DE LAS CIENCIAS SOCIALES Y SU ENSEÑANZA

LAS INDUSTRIAS CORPORALES: EL DOMINIO DE LA IMAGEN, CULTURA JUVENIL E


INTERVENCIÓN TÉCNICA

Unidad 03. Intervenciones técnicas y corporalidades juveniles

Clase 05 – Parte I
Jóvenes: entre modelos mutantes e imperativos de felicidad

Introducción
¡Buenos días!
Les damos la bienvenida a nuestra quinta clase. Con ella ingresamos en la tercera y última
unidad de nuestro módulo. A partir de todas las temáticas que hemos venido historizando y
trabajando, podremos abordar ahora aquellas situaciones que nos suscitan interrogantes
cotidianos en nuestras aulas, pues nos centraremos en la juventud y los modos en los cuales
absorbe y vive estos procesos que tampoco son sencillos, como en nuestro caso, para las
personas adultas. Muchas veces pensamos que los distintos modos en que personas adultas y
jóvenes tenemos de vivir esta modernidad tecnológica tienen que ver con diferencias
generacionales, con el hecho de haber nacido o no en el marco de una cultura digital, con la
circunstancia de que el manejo de ciertas máquinas y aplicaciones sea algo aprendido en una
edad adulta o incorporado previamente en la niñez. Ese aspecto existe y debe ser considerado.
Sin embargo, aun inmersa desde la niñez en la cultura digital, la juventud también se ve
atravesada por los conflictos que nuestra época presenta, y su vivencia del contacto con el
mundo a través de las nuevas formas tecnológicas no es algo carente de rispideces, aun si
operan con ellas bajo una aparente sencillez.
En la primera clase de esta unidad veremos cómo impacta en la juventud la crisis del modelo de
trabajo moderno, y también veremos cuáles son los modos en que participa en lo que hemos
denominado industrias corporales. Para ello será importante todo lo planteado sobre las
mutaciones laborales, pues esta crisis repercute directamente en la posibilidad de imaginar (o
no) un cierto tipo de futuro. La segunda clase aborda todos aquellos interrogantes asociados a
un cambio en la definición de lo humano, determinado por los efectos que tienen las tecnologías
en la constitución de nuevas subjetividades. La juventud seguirá siendo el centro de nuestras
reflexiones, pues muchos de estos efectos subjetivos ya se manifiestan en sus expresiones
culturales.

Como señalamos unas líneas atrás, el análisis de los cambios en los modos de la organización
del trabajo nos permitió realizar, al finalizar la Unidad II, un recorrido por los efectos de esas
transformaciones en la constitución de la identidad del individuo contemporáneo. En efecto, en
la Modernidad, el trabajo tuvo un rol preponderante en el afianzamiento de una cierta
personalidad y un cierto rol social. El trabajo, profesional o de oficio, daba una identidad estable
a lo largo de toda la adultez, y significaba, para la clase trabajadora, una de las identidades
más importantes para desenvolverse en la vida social. Pero los sucesivos reacomodamientos de
los procesos laborales llevaron a la precarización del trabajo, y el individuo debió acostumbrarse
a cambiar de labor de manera cíclica, además de tener que prepararse para un trabajo
sumamente inestable, en caso de tenerlo. No sólo eso: en las últimas décadas las mujeres
salieron masivamente al mercado laboral –en algunos casos como sostén de hogar–,
provocando una redefinición del modelo familiar burgués, en donde el mayor peso caía sobre la
figura masculina. En nuestro presente, el replanteo de roles determinado por esta situación
tiene un impacto directo en la formación del carácter y en la proyección que los individuos
pueden hacer respecto de su futuro. Es por esa razón que la precarización laboral entró en el
horizonte de la juventud como una variable prácticamente naturalizada y la expectativa que
esta flexibilización traza a futuro es de inestabilidad.

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A raíz de esto, fueron puestos en cuestión o quedaron como discursos anacrónicos y de otras
generaciones el ideario de progreso y el proyecto de vida que proponía la Modernidad: estudiar
para conseguir un buen trabajo, trabajar para ahorrar y comprar ciertos bienes asociados a la
estabilidad, seguir progresando, ampliar y conseguir más bienes, mejorar aún más las
condiciones laborales, y así sucesivamente, hasta salir de la edad laboralmente activa. La
precariedad, que lleva todos los anhelos al presente, empuja hacia un disfrute del ahora y
traslada la esperanza al hecho de seguir conservando las condiciones existentes. En términos de
la constitución de la subjetividad, esto supone una pérdida de significación social de la idea de
sacrificio –que es la contracara de la tendencia a la búsqueda de una satisfacción inmediata– y
de todo camino que pueda exigir años y años de privaciones en términos de “formación” del
carácter, de la profesión, de la personalidad, etcétera.
Como veremos en esta clase, estos factores son centrales en la redefinición de la expectativa de
la juventud respecto de su futuro. El cuerpo, nuevamente, ocupa un lugar preponderante, pues
esta sed de inmanencia muchas veces se canaliza a través del placer de los sentidos. La idea de
goce, que se opone a la del sacrificio, suele formularse como un puro disfrute del cuerpo. Lejos
de ser sólo un ideario juvenil, esta idea de goce es propuesta desde la mayor parte de los
discursos que se canalizan a través de los medios de comunicación masiva, cuyos consumidores
abarcan a todos los segmentos y grupos sociales, independientemente de su pertenencia
geográfica y de clase.
Los cuerpos entregados al goce son, en términos de las imágenes mediáticas, cuerpos juveniles,
al menos tal como los presenta la “sociedad de espectáculo” que vamos a definir más adelante.
Antes de hacerlo, realizaremos una primera distinción entre cuerpo y corporalidad, además de
explicar el énfasis que hay, desde todos los sectores sociales, en las corporalidades juveniles.
Veremos cómo la crisis del trabajo impacta en la constitución de aquello que Franco Berardi
denominaba “generación Post-Alfa”. Analizaremos el concepto de juventud como motor
organizador de los cambios sobre el cuerpo en todos los grupos etarios. Llegaremos al concepto
de cuerpo post-orgánico, la artificialidad y la industria de lo humano bajo la lógica del
espectáculo.

Cuerpo y corporalidad
Luego de haber repasado los modos principales que asume la intervención técnica sobre los
cuerpos y la vida en las últimas décadas, es el momento de detenernos en los modos de
constitución de las corporalidades juveniles. Para ello debemos abordar la diferencia entre
cuerpo y corporalidad. La Modernidad, como vimos, nos había habituado a considerar al cuerpo
como un dato objetivo, algo que se poseía, un bien más o menos bello que podía perfeccionarse
todavía más, y sobre todo una posesión a la que había que mantener y cuidar porque era clave
en el éxito en la vida social. El cuerpo se presentaba, en los discursos médicos y en los
discursos biopolíticos, como una entidad a regular, cuidar y proteger, para lo cual había que
estudiarlo, analizarlo, seguirlo y vigilarlo. Allí estaba el sentido de la industria corporal como la
industria de producción de un cuerpo sano. Pero también vimos los modos de producción del
cuerpo bello. Cuerpo sano y cuerpo bello eran fundamentales para la realización del individuo.
Extraña paradoja, esa realización emocional e íntima se estructuraba sobre el cuerpo material.
Ahora bien, como sabemos, el cuerpo es bastante más que eso. El cuerpo no sólo le permite
una vivencia al espíritu, al alma, o como denominemos a eso que llamamos “interioridad”. El
cuerpo es, en sí mismo, una vivencia, una esencia, es el modo primordial para estar en el
mundo desde la experiencia. La vivencia y la experiencia de esa entidad objetiva que
denominamos cuerpo constituye lo que nombramos como corporalidad. Entonces, a partir de
aquí, vamos a distinguir el cuerpo como un dato del que podemos hablar con cierta objetividad,
y la corporalidad como la experiencia subjetiva del cuerpo.

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Nos interesa detenernos ahora en las corporalidades juveniles por varias
razones. Una de ellas es que, en el marco de la cultura de la imagen que se
expresa en nuestro tiempo presente, los valores más apreciados
socialmente tienen que ver con los atribuibles a la juventud: la fuerza, el
tipo de belleza que se asocia al vigor, la esbeltez, un cierto desenfado. Esto
nos permite ver la juventud desde la idea que la no juventud (o mejor
dicho, el mercado) se hace de ella. El hecho de que los valores que la
sociedad atribuye a la juventud sean presentados como los más deseables
por el conjunto, es causa de una primera paradoja para quien atraviesa la
juventud: la sensación de que debería ser sencilla y totalmente feliz, pues
se encuentra en la época de máxima felicidad. De allí en más, al menos así
parece ser el mensaje subliminal y no tanto, su vida no hará sino
Publicidades
empeorar. Mejor dicho: sus atributos no harán sino empeorar, con lo cual
contemporáneas de
advendrá necesariamente un empeoramiento de la vida en una sociedad
productos no
estructurada en base a atributos visibles.
asociados al cuerpo
La segunda razón por la cual nos interesa poner el foco en las
corporalidades juveniles es que la juventud es el momento de constitución de los valores en un
individuo. Ahora bien, ese momento en que los valores están en germen o en formación pasa a
ser el momento modelo de individuos cuyos valores, se supone, ya están formados. El otro
mensaje que se puede recibir de este fenómeno tiene que ver con la falibilidad de esos valores
que afirmaban al adulto: un adulto que no desea ser adulto no parece ser el punto de llegada
de ningún proceso de formación de valores. Precisamente, a la juventud de hoy le toca asistir a
la mutación de un modelo antropológico que excede a la omnipresente mutación de valores que
se da entre generación y generación. A esta juventud le toca asistir a un cambio abismal de los
modos de constituir conocimiento, a un cambio sin parangón en la forma de relacionarse con los
otros, a un cambio radical en el modo en que las máquinas se hacen presentes en nuestras
vidas.
La escuela es uno de los lugares en donde estas tensiones quedan más en evidencia, pues en
ella aparecen los problemas locales (sociales, políticos, económicos) encabalgados sobre la
pretensión global hacia la actualización permanente. En la escuela se ven en acto la apropiación
local de las nuevas formas tecnológicas y la reacción de las distintas generaciones frente a las
nuevas máquinas y prácticas. En la escuela se observa, también, la reacción ambivalente del
docente ante los nuevos elementos técnicos que se expresa bajo figuras tecnofóbicas o
tecnofílicas. Las distintas generaciones que encarnan docentes y estudiantes alrededor de las
nuevas prácticas representan una tensión de aprendizajes mutuos y de interacción de distintos
modelos del conocimiento.

Hacia un nuevo tipo de hombre


Cuando algunos exponentes de la filosofía de la técnica contemporánea se refieren a los
cambios antropológicos en curso, estos comienzan por referirse a la crisis del Humanismo. La
crisis del Humanismo no es solamente la crisis de los valores que desde el Renacimiento en
adelante organizaron los modos de comprender lo humano. La crisis del Humanismo es para el
filósofo alemán Peter Sloterdijk el fin de un modelo de conocimiento organizado en torno de la
lectoescritura. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que rompen con
cualquier paradigma lineal para hacer entrar en juego una dinámica nueva y poderosa entre
texto, imagen y multiplicidad de estímulos, quiebran el modelo de evolución lineal y
acumulativa del conocimiento. Y esto supone no sólo la aparición de nuevos modos de conocer,
sino también el límite de las formas de poder que, como las modernas, se estructuraban a partir
del conocimiento letrado, es decir, el límite de las formas de poder basadas en una idea de
cultura como acumulación de saberes que se estudian en libros a partir de un proceso de
pulimento individual y, en la mayor parte del tiempo, silencioso.

Pues bien, ese modelo estaría abriendo paso a otro cifrado en el paradigma de la
comunicación permanente, la apertura, la polifonía, la convivencia permanente
entre texto e imagen.

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Y el nuevo tipo de hombre exponente de este estadio actual de la técnica, el que ha crecido con
estas máquinas en su horizonte cotidiano, el que asiste a un mundo que parece inestable en
términos de los parámetros precedentes, ese hombre parece vivir en el horizonte de lo
“poshumano”. Cuando decimos “poshumano” no se trata de leer en este calificativo un matiz
peyorativo de lo humano mismo. Para estos autores, denominar poshumano a este período
significa asumir que es necesario volver a trazar las coordenadas que definían lo que
entendemos por “hombre”: si lo humano actual debe ser comprendido a partir de la interacción
con la máquina es porque, gracias a ella, es posible entrar en estado de comunicación
permanente. Este hecho, que parece tan sencillo (aceptar sin complicaciones la omnipresencia
de la máquina en la vida contemporánea), contiene, sin embargo, dimensiones que suscitan la
polémica: considerar lo humano como un producto de la interacción entre hombre y máquina
supone derribar la oposición real/virtual, donde del lado de “lo real” caería cierta verdad, y del
lado de “lo virtual”, la falacia de la representación. En efecto, esta distinción queda a tal punto
en jaque en nuestras prácticas contemporáneas, que ya no podemos separar tajantemente lo
real de lo no real dentro de lo que acontece en el mundo de las redes, así como tampoco
podemos distinguir claramente qué es lo genuino de lo humano, qué es lo subjetivo, qué es lo
maquínico, qué es diseño “natural” y qué es producto del artificio que significa toda técnica.
Este es uno de los ejemplos que demuestran la necesidad de replantear ciertas categorías que
la Modernidad daba por obvias, pues si había algo certero, algo que parecía indiscutible, eso era
el concepto de realidad, y lo real ahora aparece enrarecido, según una noción de lo real
asociado a lo tangible del mundo exterior. Y sin duda, cuando la mayor parte de la vida
comienza a transcurrir desde lazos sociales desarrollados en espacios virtuales, y cuando la
mayor parte del tiempo de contacto con los propios afectos se desarrolla mediada por
máquinas, es preciso replantearse si esos vínculos son “menos auténticos” que los que antaño
tenían lugar en ese denominado “mundo exterior”. Quienes hoy son muy jóvenes, quienes han
nacido a partir de mediados de la década de los noventa, viven esta relación con la máquina no
como algo que ha “aparecido” en el mundo sino como algo que constituye todo el mundo
conocido. Esto no supone que esas generaciones tengan que abandonar la cultura alfabética
sino que la relación de esos jóvenes con ella adquiere matices de una gran complejidad.

La generación Post-Alfa
Franco Berardi (“Bifo”), filósofo italiano y activista político que se interesa principalmente por
los cambios que suscitan las nuevas formas técnicas en la vida social, se refería a las nuevas
generaciones como “post-alfabéticas” (Post-Alfa) y las encontraba psíquicamente devastadas.
¿Por qué? Por “el enrarecimiento del contacto corpóreo y afectivo, la modificación horrorosa del
ambiente comunicativo, la aceleración de los estímulos a los que la mente es sometida” (Bifo,
2007: 76). En primer lugar debemos aclarar por qué la denomina “generación”, siendo que el
autor no se pronuncia a favor de un corte generacional “por edades”. Una generación, para Bifo,
está constituida por un determinado horizonte tecnológico y cognoscitivo. “La transformación
del ambiente tecno-cognoscitivo redefine continuamente las formas de la identidad” (Bifo, 207:
77). Esta mutación que afecta directamente a la juventud de hoy se habría estructurado, en su
opinión, en dos momentos claramente diferenciados, el del surgimiento de la videoelectrónica y
la posterior revolución que denomina “celular-conectiva”. El surgimiento de la videolectrónica
correspondería la década de 1970 y a la introducción de los aparatos de televisión en la vida
cotidiana. La revolución “celular-conectiva” corresponde a la década de 1990 y a la difusión de
las tecnologías digitales en el ideario de conformación de la red global. Esta segunda oleada de
cambios sería los de más efectos en el plano psíquico, pues rearmaría el proceso de
socialización. Quienes hoy son jóvenes demuestran una familiaridad con internet notable para
las generaciones precedentes y asumen la participación en redes como una de las instancias
más importantes de la vida social. De hecho, las políticas públicas de acceso a la tecnología
como derecho apuntan precisamente a poner en un pie de igualdad, en términos de una cultura
digital, a jóvenes procedentes de diferentes culturas, escenarios y clases sociales. Y muchas
veces jóvenes que pertenecen a comunidades más aisladas “sorprenden” a sus adultos con un
conocimiento del mundo digital que parece haberse filtrado, precisamente, desde otros
contactos juveniles. La cultura digital es una cultura social y compartida.

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Programa de Canal Encuentro
Los jóvenes e internet
http://www.youtube.com/watch?v=GlPqsNTcFUI

La generación Post-Alfa, entonces, tiene otro modo de ver y conocer, y además asiste a la
mutación de los modelos de trabajo que determinan directamente su idea de futuro.
Veíamos en la clase anterior cómo habían desaparecido las variables que definían al trabajo
moderno para abrir paso a un modelo flexibilizado, global e inestable. Como si no fueran
suficientes cambios, la idea misma del trabajo, para quien tiene la suerte de tenerlo, también
ha cambiado. Dice Bifo que gran parte del trabajo en la era contemporánea tiene que ver con
sentarse frente a una máquina y “teclear”. El trabajo que más valor produce pasa a ser el
trabajo cognitivo, y criterios básicos de tasación del trabajo, como la productividad, hacen
aguas frente a la imposibilidad de “medir” un trabajo que además invade todo el tiempo de la
vida, pues las máquinas donde se desarrolla son las mismas donde el individuo lleva adelante
su vida social, y por lo tanto no las apaga (no se desconecta) nunca o casi nunca. Estamos
entonces en condiciones de discernir uno de los rasgos fundamentales en la constitución del
carácter del individuo contemporáneo y que las nuevas generaciones asumen de modo
naturalizado: la plena disponibilidad hacia la comunicación. ¿Qué significa esto? Que en este
nuevo modelo, en donde se constata la omnipresencia de la máquina de comunicación, el
individuo siempre debe tener un canal abierto para ser alcanzado por un mensaje, cualquiera
sea la forma del mensaje: siempre con el celular prendido, siempre conectado, siempre listo
para recibir un mensaje y, en el mejor de los casos, si se puede, responderlo. El tiempo del
silencio no es visto como tiempo de no-comunicación, pues una multicomunicación silenciosa
llena todos los silencios. No hay corte con el mundo cuando se está en soledad. No hay retiro
interior ni introspección reconcentrada.

Para reflexionar. ¿Coincide con el planteo de Franco Berardi acerca de la


“generación Post-Alfa”? ¿Puede encontrar ejemplos entre sus familiares, amigos,
estudiantes, de algunos de los rasgos que hemos mencionado?

Eso significa que solicitar la desconexión del artefacto comunicativo puede ser leído como una
intrusión casi corporal, pues la integración del artefacto al cuerpo es plena, y la expresión de la
intimidad en la comunicación que se produce a través de esa máquina también lo es. Confiscar
un celular en el aula puede ser leído casi como un ultraje, un ultraje menor pero que alcanza de
lleno en la privacidad, pese a que el aula sea un espacio público donde tiene lugar una actividad
pública. El cuerpo está tecnológicamente intervenido: desde los auriculares, que permiten
continuar con una esfera acústica envolvente dentro de la cual el individuo se traslada de
espacio en espacio sin salir a un exterior auditivo; desde el teléfono celular, que se convierte en
una segunda piel, en una prolongación de la mano; desde la piel, superficie de inscripción de
signos literales como los tatuajes y piercings; y desde el interior del cuerpo, a veces regulado
químicamente a través del consumo de sustancias que provocan placer como el tabaco, las
drogas, etc. o a través de la medicalización sugerida incluso por la institución escolar mediante
intervención profesional, como en el caso de los fármacos que regulan la conducta. Se entiende
que el cuerpo no es una instancia “cerrada”, “dada”, “inmutable”, sino algo en perpetua
transformación. Es una corporalidad, una vivencia subjetiva del cuerpo, el basamento más
certero para esa juventud en un horizonte de incertezas. Y esa corporalidad juvenil incluye al
menos la presencia de una máquina de la información y la comunicación. Como para sumar
complejidad al panorama, es a través de las propias tecnologías de la información y la
comunicación que se difunden mensajes contra el consumo de sustancias químicas. Y esas
mismas máquinas que en algunos casos pueden ser problemáticas dentro del aula, son
promocionadas por las políticas públicas como un medio de inclusión. Veremos, a continuación,
cómo desbrozar estas complejidades.

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PARA SABER MÁS
Peter Sloterdijk (1947)
Es un filósofo alemán contemporáneo de gran trayectoria que efectúa una crítica a la cultura
occidental desde la perspectiva de la filosofía de la técnica. Rector de la Escuela de Arte y
Diseño de Karlsruhe, adquirió enorme notoriedad en ocasión de una polémica que sostuvo con
Habermas y sus discípulos y que giró en torno de la necesidad postulada por Sloterdijk de
asumir el fin del Humanismo. Entre sus textos principales se encuentran Crítica de la Razón
Cínica, El extrañamiento del mundo, y la monumental trilogía Esferas, así como Reglas para un
parque humano, el escrito que despertó la polémica.

Continúa en Clase 05 - Parte II

Autora: Margarita Ana Cristina Martínez

Cómo citar este texto:


MARTÍNEZ, M. (2014). Clase 05 – Parte I: Jóvenes: entre modelos mutantes e imperativos de
felicidad. Las industrias corporales: el dominio de la imagen, cultura juvenil e intervención
técnica. Especialización en Problemáticas de las Ciencias Sociales y su Enseñanza. Buenos
Aires: Ministerio de Educación de la Nación.

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