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MARZO-ABRIL-MAYO 2014

ESPECIALIZACIÓN EN PROBLEMÁTICAS DE LAS CIENCIAS SOCIALES Y SU ENSEÑANZA

LAS INDUSTRIAS CORPORALES: EL DOMINIO DE LA IMAGEN, CULTURA JUVENIL E


INTERVENCIÓN TÉCNICA

Unidad 02. Cuerpo espectacular, intervenido, productivo

Clase 03
El cuerpo medicalizado

Introducción
¡Buenos días! Les damos la bienvenida a la tercera clase del módulo. Es el momento de entrar
en la segunda unidad de nuestro programa. En las dos clases que la componen, tendremos
como objetivos fundamentales ver de qué modo el cuerpo moderno fue convertido en
“espectáculo” para sí mismo y para los otros, en qué medida fue intervenido por la ciencia
médica, y hasta qué punto fue considerado una entidad que tenía que “rendir” cada vez más,
principalmente en el espacio del trabajo. Esto nos permite hablar de un cuerpo productivo. Pero
debemos contextualizar estos procesos. Con esta finalidad, la primera de las clases abordará el
modo en que ese cuerpo moderno fue medicalizado. La medicalización del cuerpo nos permitirá
entender una práctica que se verifica ya entrado el siglo XX, y que refiere al consumo de
sustancias para potenciar el rendimiento corporal, desde vitaminas hasta fármacos más duros.
En nuestra segunda clase veremos cómo el cuerpo así intervenido se postula como una
posesión del sujeto (no “soy” un cuerpo sino que “tengo” un cuerpo), una posesión con valor
estético (un cuerpo que debe ser bello) y funcional (un cuerpo que debe rendir). Veamos
entonces cómo se desarrollan estos procesos.
Los orígenes del siglo XX vienen de la mano de una revolución extraordinaria en el campo de
esa biopolítica definida por Michel Foucault que habíamos presentado en la primera clase de la
Unidad I. En el siglo XX, esa revolución concierne al campo de la medicina. Como mencionamos
en aquel primer encuentro, la aplicación de vacunas hace su aparición en la modernidad
temprana, y en el Río de la Plata se vacunó ya contra la viruela a partir de 1810; sin embargo,
el perfeccionamiento de las vacunas es posterior. Más adelante (en Europa a partir de mediados
del siglo XIX, y en nuestro país a partir del último cuarto del siglo) se extenderá el uso de las
anestesias en las intervenciones quirúrgicas (y el desarrollo de los calmantes para paliar el dolor
fuera de una situación de quirófano); pero este descubrimiento tuvo más efecto en la vida
cotidiana y en los pequeños dolores que en las grandes intervenciones, pues, hasta que no se
descubrieron los modos de infección y acción de los agentes patógenos –principalmente
bacterias–, y por ende los modos de frenar la propagación de una infección (puesto que sí se
conocía una mínima asepsia para realizar una intervención), todavía una operación conllevaba
riesgo de muerte a mediano plazo, aun si ya no se sufría dolor en su transcurso. Luego
acontece la gran revolución en la bioquímica con el descubrimiento de la penicilina (1928), lo
que significó un descenso abrupto de las tasas de mortalidad, principalmente la mortalidad
infantil, y el comienzo del crecimiento demográfico a nivel mundial que conocemos en la
actualidad.
Con un cuerpo que ya ha comenzado a explorarse en términos de su potencialidad estética, el
individuo de comienzos del siglo XX se encuentra con verdaderas chances de llegar hasta una
edad avanzada si su condición social le permite acceder a ciertos tratamientos y medicaciones.
La penicilina ya había supuesto un cambio radical en la extensión de la vida, pues el hecho de
poder curar enfermedades antes letales había incidido directamente en la caída de las tasas de

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mortalidad. Y además, ya entrado el siglo XX, más precisamente después de la Segunda
Guerra, medidas biopolíticas permiten extender parte de estos tratamientos a poblaciones de
clase menos acomodada. Eso supone la aparición de preocupaciones verdaderamente nuevas,
pues la longevidad era rara y celebrada: aparece a nivel masivo una preocupación acerca del
estado en el que ese cuerpo llegará a la ancianidad. Si esto hubiera quedado como
preocupación en la conciencia individual de cada cual, el seguimiento de los preceptos
preventivos y curativos habría sido enormemente dispar; pero los Estados modernos, que en
muchos casos sostenían financieramente servicios de salud pública, tenían un alto interés en
saber cómo llegarían esos cuerpos a la vejez, y emprendieron enormes campañas e invirtieron
enormes recursos en hacer un seguimiento de la salud de sus poblaciones. La salud pública, que
gracias a las primeras medidas biopolíticas había logrado el aumento del promedio de vida de
los ciudadanos, a partir de la segunda mitad del siglo XX debía vérselas con el problema de
cuidar en términos de salud a individuos de cada vez más edad y que por ende presentaban
dolencias más crónicas o más onerosas que los individuos jóvenes.
Al mismo tiempo, el cuerpo seguía siendo presionado por la cultura de la imagen que tan
claramente se había delineado durante el siglo anterior. La presión por forjar un cuerpo bello se
ejercía sobre todos los sectores sociales; lo que variaba era la capacidad de respuesta a esa
presión. Con mayor o menores recursos, todos los sectores sociales buscaban “verse bien”. Los
sectores burgueses lo hacían de modo cotidiano. Las clases obreras muchas veces podían sacar
“el traje a la moda” o “el vestido de salir” solamente en el paseo dominical donde también tenía
lugar la ceremonia de ver y ser visto. El ejemplo que acabamos de dar concierne a la
apariencia. Pero había otras presiones que llevaban a que los individuos, dentro de lo posible,
trataran de cuidarse en términos de salud. Es el origen de dilemas que todavía siguen vigentes
en la actualidad: ¿cómo conjugar el precepto de vivir lo más posible –mediante el cuidado, la
prevención, la ingesta de fármacos y suplementos, etcétera– con el hecho de que la sociedad
parece apreciar en términos estéticos solamente cuerpos juveniles? ¿Para qué vivir tanto,
entonces, cómo se justifica esa longevidad? ¿Por qué este dilema se presenta en cada uno de
los individuos contemporáneos sin que ello suscite una dislocación interna derivada de dos
principios opuestos trabajando uno sobre otro? Quizás podemos aventurar, como hipótesis, que
esa dislocación interna se produce no a nivel de la conciencia sino a nivel de los cuerpos, en
expresiones que tienen que ver, precisamente, con la aparición de la enfermedad y más
particularmente del tipo de enfermedad que se denomina “psicosomática”.
Para interrogarnos acerca de estos procesos, en estas dos clases de la Unidad II trabajaremos
sobre la naturalización de la intervención técnica sobre el cuerpo en relación con la variable
moderna de la identidad. Esto nos permitirá comprender la posterior valoración de aquellos
atributos asociados a la salud y a los cuerpos juveniles en las siguientes clases. A ello nos
abocaremos en la Unidad III.

Un hombre escindido
Mucho antes de la Modernidad, la comprensión del cuerpo como entidad que constaba de un
sustrato material (la carne, eso dado biológico que se homologaba con “lo animal” que habría
en cada humano) y un sustrato espiritual marcaba las creencias y los modos de estar en el
mundo. A esto se lo ha denominado dualismo, y para algunos filósofos de las religiones, el
dualismo es tan arcaico como las primeras creencias. Allí donde la muerte se constituye como
misterio, la pregunta por la supervivencia más allá de la carne que se corrompe es ya un hito
del dualismo. Las distintas épocas y culturas estructuran el dualismo de diverso modo:
oposición cuerpo-alma, cuerpo-espíritu, en la Modernidad cuerpo-razón, o bien cuerpo-intelecto,
cuerpo-consciencia, cuerpo-psiquis. Muchas formulaciones del dualismo son posibles. Pero en
todas ellas vemos la oposición entre una faz “material” del individuo y una “inmaterial” cuya
permanencia se discute más allá de la otra. En todos los dualismos que acabamos de recorrer,
la única constante es el cuerpo como el aspecto material del existir.

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Y al igual que el dualismo tiene exponentes premodernos, de tradición premoderna es también
la comparación del cuerpo humano con la máquina, una oposición que no hace sino reeditar la
planteada entre naturaleza y artificio. Muchas máquinas fueron inventadas con el objetivo de
potenciar funciones y movimientos humanos, y ese cuerpo comenzó a ser exigido y tratado
como una máquina: se esperó que, al igual que la máquina, durara más si era bien mantenido,
bien cuidado. Y de modo inverso, en el asombro y la maravilla por las máquinas en la época
industrial latía el anhelo de encontrar la máquina perfecta, aquella que pudiera “cobrar vida” o
tener todas las virtudes del espíritu: estar dotada de inteligencia para tomar decisiones y
emanciparse del humano que le había dado origen. Cuerpo humano y máquina, enredados en
un juego de admiración mutua, iban a tomarse de modelos alternativamente desde la
modernidad hasta el presente.

Lo invitamos a leer
Fragmento de un ensayo de Pablo Rodríguez. Inédito.

“Este anhelo presidió la creación, a mediados del siglo XX, de la computadora, primera
proyección intelectiva de lo humano, cuyos antecedentes se remontan al siglo XIX. La
computadora fue concebida explícitamente como un cerebro artificial, con sus
conexiones electroquímicas. Fue la cibernética el discurso general en el que se enmarcó
este invento trascendental en la actualidad. La cibernética creía en la equivalencia entre
animales, hombres y máquinas hasta un punto tal que su fundador, el matemático
Norbert Wiener, pudo responderle en un congreso a un filósofo acerca de la objeción de
que una máquina no puede sentir dolor: „Eso no es seguro‟.

Para reflexionar
¿Recuerda alguna película, novela o cuento que sea expresión de lo que señala
Pablo Rodríguez?

Antes de la biopolítica moderna, ese cuerpo material era muy precario y constaba de muy pocos
recursos para enfrentar la enfermedad. Por ello señalábamos que el rol de la medicina, al
menos hasta el Renacimiento, estaba más asociado al hecho de ayudar a morir que al hecho de
curar. La figura del médico, como observa Norbert Elias en El proceso de civilización, podía ser
en contextos de emergencia “intercambiable” con otras figuras como la del barbero, el carnicero
o el peluquero, en función de la mayor o menor gravedad y la necesidad de contar con alguien
que manejara instrumentos cortantes.
La función médica, más que con una intervención, tenía que ver con una asistencia en los
últimos momentos a la par del sacerdote. Así y todo, esta asistencia ya era por entonces
sumamente prestigiosa. Cuando entrada la Modernidad el médico comience a curar, su poder de
intervención sobre la vida va a ser mucho más agudo y se va a producir un inmenso cambio en
la relación que los individuos no-médicos sostienen con él.
En la Modernidad, asistir a la consulta clínica pasa a ser un acto exterior a la enfermedad. Se va
al médico por presentar síntomas de alguna dolencia, o sencillamente para hacer un chequeo,
en suma, para prevenir. Pero además el médico moderno tiene la capacidad de prescribir
fármacos, controlar su ingesta y ponderar sus resultados. La irrupción de la medicación en los
tratamientos trae enormes cambios y asigna poderes adicionales al médico, ahora el único
facultado para “recetar” drogas que, sin receta, no deberían poder adquirirse. Desde luego que

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esto no habría podido ser posible si no se hubiera producido una
verdadera revolución alrededor de la industria bioquímica, de la
mano del desarrollo y la complejización de la química, una de las
ciencias modernas de mayor crecimiento en el campo científico y
de mayor expansión dentro de mercado.
La aparición de drogas curativas al alcance del bolsillo de las
nacientes clases medias reviste un gran interés por dos aspectos.
El primero de ellos es la creencia social de que para todo mal
existe un paliativo que tiene la forma de una medicación. Esto
significa que el médico es buscado para recetar, y que si sugiere
otra conducta que la medicación directa (esperar a que la
dolencia pase, por ejemplo) decepciona en tanto que se le
reclama siempre una intervención más radical. El segundo
aspecto es que se produce un adiestramiento de las poblaciones
en el sentido de la incorporación de sustancias que no son sino un
modo más de la intervención técnica. Ahí donde el individuo
Molière y El enfermo imaginario premoderno buscaba un alivio espiritual, pertrecharse
Argan, el enfermo imaginario. internamente para resistir los embates del dolor y la enfermedad,
Grabado de Jean-Michel Moreau. El e incluso para sucumbir a ellos, el individuo moderno exige una
enfermo imaginario (Le malade solución, preferentemente química.
imaginaire)es una comedia escrita
por Molière (1622-1673)en la que
se satiriza a la figura social del
médico y la hipocondría de un cierto La ingesta de fármacos y otros modos de la
tipo de enfermo que ya se atisbaba
en los albores de lo moderno. Gran intervención técnica médica
parte de la obra de Molière se aboca
Señalaba Michel Foucault en su texto La crisis de la medicina o la
a deconstruir a ciertas figuras de
crisis de la antimedicina (1996) que a mediados del siglo XX
prestigio social a las que califica
como falsos sabios (así como se
surge un nuevo derecho de enormes repercusiones en la industria
referirá, también, a médicos
de la salud, y es el derecho a estar enfermo. La salud entra así en
ignorantes). El objetivo de Molière
el campo de la macroeconomía y las partidas presupuestarias
era desenmascarar, mediante la
destinadas a salud van a pasar a ser de las más cuantiosas dentro
risa, las pretensiones de una
burguesía rica dispuesta a pagar por
de los desembolsos estatales. Es el comienzo, dice Foucault, de
la salud y la felicidad. En su obra
una somatocracia, pero también el comienzo del fenómeno que él
vemos cómo la medicina cambia de
denomina de “medicalización indefinida”, y que tiene que ver con
estatuto incluso antes de la
la autoridad de la palabra médica incluso por fuera de su campo
revolución que marca la biología en
el siglo XIX. Además de El enfermo
de acción específico. La autoridad médica se convierte en una
imaginario, otras obras trataron la
autoridad social a la que se recurre para tomar decisiones
figura del médico, entre ellas El
médico a palos. respecto a las ciudades, los barrios, las instituciones, o para dar
consejo frente a algunos problemas de la vida social. La primera
consecuencia relevante es que no va a haber campo exterior a la medicina, pues la mirada
médica pasa a tener injerencia sobre todo. La segunda consecuencia es el anudamiento entre la
medicina y la economía a través de los productos que la medicina administra y que son
fabricados por los conglomerados económicos que se denominan laboratorios. El cuerpo
humano, un cuerpo producido ahora por las políticas estatales, se ve interpelado doblemente
por el mercado: como mano de obra que tiene que rendir cada vez más (y que se ve por lo
tanto cada vez más asimilado a una máquina, como veremos en la próxima clase de esta
unidad) y, en segundo lugar, como consumidor de la industria de la salud. La decisión de
invertir en salud pasa a ser, además de una obligación en ciertas conductas básicas exigidas por
el Estado (vacunarse, controlarse, etcétera), una cuestión de responsabilidad individual (seguir
correctamente los tratamientos, tomar la medicación).

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Lo invitamos a leer
Fragmento de Crisis de la medicina o la crisis de la antimedicina
En Michel Foucault, (1996). Crisis de la medicina o la crisis de la antimedicina.
Buenos Aires: Altamira

“En la actualidad, con las técnicas de que dispone la medicina, la posibilidad de


modificar el armamento genético de las células no sólo afecta al individuo o a su
descendencia sino a toda la especie humana; todo el fenómeno de la vida entra en el
campo de acción de la intervención médica (…) Surge, pues, una nueva dimensión de
posibilidades médicas, a la que denominaré la cuestión de la biohistoria. El médico y el
biólogo ya no trabajan en el círculo del individuo y de su descendencia sino que
empiezan a hacerlo en el nivel de la propia vida y sus acaecimientos fundamentales”
(74).

Señalábamos en la segunda clase de la Unidad I que la industria corporal implicaba no sólo la


producción de un cuerpo bello sino también la producción de un cuerpo sano. Respecto del
cuerpo bello, es un cuerpo espectacular porque se prepara para ver y ser visto, tal como vimos
cuando repasamos la aparición de las máquinas ópticas y su potenciación de la función de ver.
El cuerpo espectacular es un cuerpo que se prepara para el espectáculo como entretenimiento
(para ver en esas máquinas, para ser objeto de mirada en esas máquinas) y para el espectáculo
urbano de ver y ser visto en el paseo, en las calles, en las galerías. Respecto del cuerpo sano,
añadimos ahora que su producción supone la intervención plena del aparato técnico
contemporáneo, pese a que los discursos que bregan por la salud presentan un concepto de
salud considerado natural. Aquí es donde se abre uno de los tantos dobleces del discurso
moderno: si nos refiriéramos a lo estrictamente natural, natural es enfermar y natural es morir,
y parte de la idea de civilización se había estructurado sobre la idea de domesticación de lo
natural, o de docilización de lo animal que hay en el hombre, entendido lo animal como lo
natural de lo humano. Ahora bien, ¿estamos en condiciones de decir qué es lo natural para el
ser humano, que desde sus primeras formas sociales interviene a la naturaleza a fin de hacer
más amable para su vida de grupo?

Parto "natural" vs. Parto "humanizado"

Nuestra época es prolífica en la voluntad de reconstruir contextos naturales tal como los
imagina la cultura. Un ejemplo de ello son los partos domésticos, que buscan emular un
contexto “natural” en un domicilio. A propósito de este ejemplo, es interesante señalar que,
cuando ese parto menos intervenido médicamente se realiza en el espacio de una clínica u
hospital, se lo califica como “parto humanizado” para distinguirlo del parto “tradicional” en
la institución médica. Pero entonces, ¿qué significa decirle a esa modalidad parto
humanizado? ¿Que el otro parto es “no-humano”? ¿Y por qué? ¿Por qué intervienen
“máquinas” o “técnicas”? Son múltiples las dimensiones éticas que estas preguntas abren.

Entonces, en cierto sentido los dispositivos que regulan la enfermedad mediante métodos y
terapias para no adquirir una dolencia (por prevención o por prácticas anticontagio) así como
los mecanismos curativos tendientes a sanar si la dolencia se presenta, todos ellos son formas
de intervención técnica sobre los cuerpos. Claro que si de intervención técnica se trata, nos
resulta más claro verla, dentro de las prácticas médicas, en la ciencia quirúrgica. De hecho, las
intervenciones quirúrgicas son los actos médicos en donde más en evidencia queda la presencia
de la máquina: máquinas que controlan los ritmos cardíacos, dispositivos que miden el oxígeno

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en sangre y los valores de la presión, además de las múltiples drogas que forman parte de la
ceremonia quirúrgica, entre ellas las anestesias mencionadas. Es decir que la constitución del
cuerpo humano en una entidad técnica no sucede solamente cuando a ese cuerpo se le injerta
una prótesis o un implante que tienen como finalidad potenciar o reemplazar algún elemento
corporal que no cumple bien sus funciones.
Veamos el caso de la prótesis. En el acto de colocación de una prótesis la presencia de la
técnica es evidente. Si hay un lugar en donde la distinción entre naturaleza y artificio ofrece
configuraciones asombrosas, ese lugar es el campo de la protésica. Una prótesis no sólo es un
aditamento externo con fines de potenciación o reemplazo de una parte del cuerpo deficiente o
ausente; una prótesis es cualquier elemento técnico que permita que el cuerpo siga llevando
adelante un desenvolvimiento considerado “natural”.

De allí el jaque a la distinción entre técnica y naturaleza en el concepto


de cuerpo producido: aunque estaríamos dispuestos a aceptar que un
brazo mecánico para alguien que ha perdido el suyo es el grado sumo o
el perfeccionamiento máximo de las antiguas prótesis rígidas, menos
sencillo nos resulta pensar que un medicamento crónico puede una
prótesis química dosificada a nivel interno. Lo mismo sucede con otras
prótesis internas de dimensión física pero que no se ven (marcapasos,
chips acústicos como los empleados en los implantes cocleares), y en
algunos casos extremos en su singularidad chips para la visión que han
permitido ver a individuos ciegos de nacimiento.
Brazo mecánico. En estos casos, este tipo de prótesis perturban
Fuente: Wikipedia en tanto que se “deja ver” en su integración con
el tejido: cuanto más “potencia” una prótesis una capacidad corporal,
menos natural tiende a verse; cuanto más “reemplaza” una función
“natural” del cuerpo, más “natural” tendemos a considerarla.
Muchos de estos elementos no podrían ser
aceptados por el cuerpo de no mediar drogas que
neutralicen o disminuyan los efectos del rechazo.
Por eso afirmamos que ese cuerpo producido debe
ser sumamente cuidado, pero a la vez tiene que
rendir cada vez más para estar a tono con las Marcapasos extraído tras
exigencias de la vida moderna. agotarse la batería.
Fuente: Wikipedia
Por eso se habitúa apoyarse en fármacos que
reducen la duración temporal de sus dolencias, y así, aunque no se trate
de un dolor grave, aunque fuera un dolor del tipo que se pasa solo en
unas pocas horas, el individuo moderno ya no estará dispuesto a
Publicidad que tematiza el
dolor. Analgésico “Atamel”, padecerlo sino que aspirará a una solución veloz y eficaz, tan veloz y
Venezuela, 2012 eficaz como la técnica de su tiempo.

Cuerpo, normalidad, identidad


Desde ya que esa misma Modernidad medicalizada va a emprender una campaña contra el
consumo de sustancias químicas que esté por fuera del control del Estado, pues el Estado
asume el rol de fiscalización y distribuidor de las medicinas, y esto sucede vía la delegación en
la farmacia como espacio de transacción de drogas legales y con el médico como figura bisagra
entre la ciencia de la salud y el consumidor individual. El consumo de sustancias químicas
narcóticas ilegales, de larga tradición también, va a ser sumamente vigilada por el Estado
moderno, y las sustancias en cuestión, prohibidas. La división que prima, aun ante el manejo de

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los mismos químicos, será “sustancias para curar” versus “sustancias ingeridas sin necesidad”,
como evidencian algunos ejemplos en los que la misma droga está “permitida” o “prohibida”
para distintos individuos. Los derivados del opio o la morfina para el tratamiento del dolor son
un ejemplo claro de estas políticas de dosificación de las drogas.
Ya desde fines del siglo XIX algunas de las drogas que provocaban estados extraordinarios
pasaron a asociarse al ocio de las clases burguesas, en círculos restringidos. El siglo XX va a
producir también una democratización en el acceso a estas drogas, sólo que en el mercado
ilegal, y cuando el consumo se asocie a ciertas otras corrientes culturales, como el cultivo de
ciertas formas musicales o de ciertas formas ideológicas, entonces la juventud va a ser vista
como blanco privilegiado de venta de estas sustancias. Claro que, en este caso, estas adicciones
se potencian a través de un mensaje que sugiere una felicidad negada en los duros contextos
de la modernidad y el mundo posindustrial, y en el ensalzamiento de la juventud como una
suerte de edad de oro feliz donde, precisamente, el cuerpo está en su esplendor. Y aquí aparece
la variable de la identidad que habíamos mencionado en la segunda clase, cuando
observábamos la configuración del cuerpo como “bello bien”. El rasgo contestatario, frente la
homogeneización de la vida burguesa, busca imprimirse en el cuerpo, y entonces podrá ser una
estética contestataria, una forma de vida contestataria, la rebelión frente al esquema moderno
por excelencia (estudios, trabajo, formación de una familia), y todo esto puede ir de la mano
del coqueteo con algunas formas de la ilegalidad, al menos en las formas culturales occidentales
de la segunda mitad del siglo XX, cuando involucre también la exploración de una sensibilidad
supuestamente negada por los mecanismos productivos de la mano del consumo de sustancias
excitantes. ¿Cómo podría ser de otro modo, si la Modernidad había nacido al amparo de la
desconfianza respecto del cuerpo?
En efecto, el cuerpo había sido leído prácticamente como una máquina, como un compendio de
partes mecánicas dotadas además de razón. Pero esas partes mecánicas podían además
engañar, como planteaba Descartes. Como señala Pablo Rodríguez,
“Durante la modernidad la idea del cuerpo-máquina dominó el imaginario acerca de lo corporal,
incluso en el ámbito de la medicina, cuando el horizonte de diagnóstico y tratamiento no
superaba la equivalencia entre órgano y función. El cuerpo-máquina expresaba una forma de
extraer energía de los cuerpos vivos en referencia a un esquema artificial de tipo mecanicista.
Ahora bien, según [David] Le Breton, en la segunda mitad del siglo XX se produce una
reivindicación de las „verdades del cuerpo‟ que escapan a la lógica de la máquina. La llamada
„liberación del cuerpo‟ coincide con su ascenso en términos de imagen” (Rodríguez, 2008).
Parte de esa liberación demostrará enraizarse en antiguos modos de comprender el cuerpo,
pues será entendida como la atenuación del lastre de la carne y la preservación de ese estado
idílico llamado juventud. Si postulamos que todo ello tiene que ver con la identidad, es porque
se ponen en juego dispositivos muy complejos para determinar qué es lo propio y lo ajeno, qué
es lo propio y lo impropio, qué es lo material y qué es lo espiritual. ¿Dónde ha quedado el
espíritu en esta focalización sobre el cuerpo? ¿Acaso no mencionábamos que la tradición
occidental se estructuraba sobre un dualismo que escindía y oponía un cuerpo material a otra
zona invisible que provisoriamente habíamos denominado espiritual? Muchas de las
intervenciones técnicas sobre el cuerpo se realizan amparadas en argumentaciones que
sostienen el bienestar espiritual.
En efecto, el concepto de identidad se ha ido complejizando en las últimas décadas. Parece
haber un acuerdo en que la identidad es polifónica, que los humanos somos de algún modo el
efecto de la superposición de infinitas capas culturales, individuales y sociales, que todo lo que
somos no es sólo lo “dado biológicamente”, sino lo aprendido, lo experimentado, el fondo
cultural y de tradiciones de la comunidad donde nacemos y vivimos. Y sin embargo, muchas
veces un análisis genético “restituye identidad”, como sucede cuando se descubre a uno de los
bebés apropiados en la dictadura, hoy convertidos en adultos con una historia a sus espaldas
que no incluían ese saber identitario. El espacio de discusión que esta temática abre es

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sumamente complejo. ¿Es nuestra identidad una identidad biológica? ¿Cuándo sí y cuándo no?
Para pensar estos problemas les dejamos un artículo periodístico publicado en ocasión de la
aparición del nieto de Estela de Carlotto (“Paradojas de la sangre”, Cecilia Sosa. En Página/12,
15/8/2014).

Para reflexionar
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-253040-2014-08-15.html

A modo de cierre
En esta clase seguimos el decurso de algunas prácticas médicas en el siglo XX a partir del
concepto de medicalización introducido por Michel Foucault. Vimos de qué modo se fue
desarrollando una cada vez mayor intervención sobre los cuerpos a partir del control de la salud
y de la ingesta de fármacos como otra faz del mismo proceso. Evaluamos al médico como figura
bisagra entre ambas instancias, y observamos cómo aumenta el poder de la medicina a medida
que la modernidad recurre cada vez más a la palabra médica como la palabra autorizada en
todos los aspectos de la vida social.
Analizamos también qué significa referirnos a cuerpo “intervenido” técnicamente para tomar
distancia del lugar común que plantea que la intervención técnica sobre el cuerpo tiene sólo que
ver con el aditamento de prótesis o máquinas visibles. Consideramos a la ingesta de fármacos
como otro modo de la tecnificación del cuerpo. Vimos cómo los Estados regulan la dosificación
de ciertas drogas legales y cómo circunscriben o prohíben la circulación de drogas tipificadas
como ilegales. Mencionamos cómo ciertas formas de resistencia juveniles se amparan en el
consumo de cierto tipo de drogas, y cómo comienza a tejerse un cierto ideario de felicidad
asociado a su consumo. Por último, abrimos el campo para pasar a considerar por qué sería
necesaria una cierta evasión del contexto moderno o la búsqueda de una felicidad en estados
extraordinarios logrados mediante sustancias químicas. ¿Qué había pasado con las promesas de
lo moderno? ¿Por qué esa felicidad se busca estimulando el cuerpo? En la próxima clase nos
ocuparemos de los dispositivos de presión que se ejercen sobre la corporalidad contemporánea
desde el espacio del trabajo, así como de las promesas que el mundo contemporáneo ofrece en
términos de bienestar.

PARA SABER MÁS


Vacunas, primeras vacunas
La vacunación moderna –que procede mediante la inoculación de antígenos que provocan la
producción de anticuerpos- data de al menos el año 1796 (aunque hubo previamente
experiencias de antivariolización), cuando un médico inglés llamado Edward Jenner, a partir de
algunas constataciones empíricas, decide inocular a algunos individuos el virus de la viruela de
la vaca, menos agresiva, a fin de inmunizarlos contra la viruela humana. Louis Pasteur, pionero
en la microbiología moderna, será quien haga los aportes definitivos en el campo de las
vacunas, hacia 1881, a partir de la idea del “agente patógeno debilitado”. La vacunación
antivariólica fue introducida muy pioneramente en el Río de la Plata a partir de 1810, como se
vio en la clase 1.

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Anestesia
A mediados del siglo XIX, el éter y el cloroformo comenzaron a ser utilizados en operaciones
quirúrgicas menores (extracción de dientes y tumores pequeños), abriendo el campo de la
investigación en sustancias narcóticas insensibilizantes. Las anestesias proceden bloqueando los
impulsos nerviosos de transmisión del dolor.
Penicilina
El descubridor de la penicilina es el inglés Alexander Fleming, médico que desde hacía años
buscaba un agente bactericida luego de observar las numerosas muertes por infecciones de los
heridos durante la Primera Guerra Mundial. El descubrimiento se produce en el año 1928 y por
él recibió el Premio Nobel de Fisiología (Medicina) en 1945.
El proceso de civilización
Éste es el título de un estudio clásico acerca del concepto de civilización tal como lo forjó Europa
desde la Edad Media hasta la Modernidad, y de acuerdo con el cual el continente europeo
ponderó su relación con otras formas culturales. Es un enorme estudio acerca del linaje de las
formas culturales europeas y sus prácticas predominantes. El sociólogo alemán Norbert Elias
(1897-1990), su autor, lo publicó en el año 1939 luego de instalarse en Inglaterra.
René Descartes (1596-1650)

Filósofo, matemático y físico francés considerado uno de los emblemas del pensamiento
moderno en sus albores. Sus logros son fundantes en la ciencia natural moderna: en física se lo
considera el creador del mecanicismo, en matemática de la geometría analítica; realizó aportes
en el campo del estudio de la medicina introduciendo el concepto de fisiología mecánica, o
iatromecánica. En filosofía, es quien define con más claridad los elementos para un dualismo
moderno, el dualismo filosófico entre pensamiento y cuerpo como res extensa. Una de sus
obras paradigmáticas es El Discurso del Método, de 1637.

BIBLIOGRAFÍA

 Rodríguez, Pablo (2008). La genética, la inmunología y los nuevos ámbitos de


medicalización. En Revista de Historia & Humanidades Médicas Vol. 4, Nº 1, Julio 2008.
URL: www.fmv-uba.org.ar/histomedicina
 Héctor Schmucler (2001). “La industria de lo humano”, en Artefacto. Pensamientos
sobre la Técnica nº 4. Buenos Aires: edición independiente.

Otros textos citados en la clase


 Elias, Norbert (1987). El proceso de la civilización. México: Fondo de Cultura
Económica.
 Foucault, Michel (1996). Crisis de la medicina o la crisis de la antimedicina. Buenos
Aires: Altamira.
 Molière. El enfermo imaginario. VVEE.

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ACTIVIDADES

Para abordar lo trabajado en la clase sugerimos:


Cuadernos de Bitácora. Actividades específicas por área.

Para los docentes del área de geografía


¿Considera que –en las cuestiones atinentes a la geografía social- la palabra de la ciencia
médica reviste la relevancia que define Foucault?
Para los docentes del área de historia
A partir del contexto local, mencione un momento histórico del siglo XX en el que le
parezca evidente la intervención estatal en la producción de un cuerpo sano.
Para los docentes del área de sociología y ciencias políticas
¿Cómo evalúa la producción del cuerpo medicalizado desde las estructuras sociales de
contención brindadas por el Estado (instancias de protección y asistencia, por ejemplo)?
Para los docentes del área de economía
¿Cómo evaluaría en términos macroeconómicos la actividad comercial de los grandes
laboratorios? ¿Cree que en nuestro país sucede lo que describe Foucault para el contexto
europeo, es decir, el destino de grandes partidas presupuestarias por parte del Estado a
áreas vinculadas con la salud?
Para los docentes del área de filosofía y educación
¿Cómo considera que articula la modernidad los procesos paralelos de control de los
cuerpos e insistencia en el librepensamiento?
Para los docentes del área de psicología
¿Cuándo surge, en su opinión, el concepto de salud (o bienestar) emocional? ¿Cómo la
relacionaría con la salud corporal?

Para los docentes del área de comunicación


¿Cómo va mutando el rol del cuerpo en lo que se considera una “buena comunicación”? ¿Es
equiparable “lo que dice el cuerpo” con “lo que dice la palabra”?

Autora: Margarita Ana Cristina Martínez

Cómo citar este texto:


MARTÍNEZ, M. (2014). Clase 03: El cuerpo medicado. Las industrias corporales: el dominio de
la imagen, cultura juvenil e intervención técnica. Especialización en Problemáticas de las
Ciencias Sociales y su Enseñanza. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.

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