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Antígona; Sofocles

Antígona, una vez que ha dado sepultura a Polinices, se presenta ante Creonte sin negar sus actos. Ha
obrado según la creencia de que existen unas leyes fijadas desde el principio de los tiempos que los
hombres no pueden transgredir. Podíamos alegar que Antígona se ha tomado en cierto modo la justicia
por su mano. Ella está convencida de la buena acción que supone enterrar a su hermano, pero Creonte
representa la autoridad en Tebas; es él quien, por derecho propio, debe dictar la ley. Antígona es
ciudadana de Tebas, y como tal, debe aceptar su decisión. El régimen de Tebas no es un régimen
democrático, pero aún así, debemos entender que Antígona no está en el derecho de desobedecer a
Creonte. Cualquier agrupación social, por pequeña que sea, necesita de unas leyes y un sistema de
gobierno para funcionar. Un miembro del grupo debe aceptar la decisión del mismo aunque vaya en
contra de sus intereses personales. Ésta es una realidad presente en cualquier sociedad, quienes
desobedecen este principio fundamental deben ser justamente castigados. Así pues, la decisión del
grupo predomina sobre la decisión del individuo; de no ser así, toda sociedad derivaría en la anarquía.
Siguiendo este razonamiento, Antígona debería ser castigada, pero debemos recordar que el resto del
pueblo de Tebas le apoyaba, por lo que es Creonte quien está en contra del grupo. Una vez más
topamos con el problema del sistema de gobierno. Nosotros nos regimos por la democracia, pero Tebas
contaba con un gobierno absolutista. Aunque pueda parecer injusto, la ley de los hombres representaba
en ese momento la ley dictada por Creonte. Podría haberse dado el caso de que el pueblo no apoyara la
causa de Antígona, pero según lo que ella nos ha dado a entender, habría actuado por igual
independientemente de la decisión de la mayoría. Éste no era un factor decisivo en su razonamiento,
ella sólo creía que Creonte desobedecía una ley superior a la de los hombres, y, evidentemente, no
actuaba para que el pueblo de Tebas quisiera que Polinices fuera enterrado. Sabemos, pues, que la
decisión de Creonte no era la adecuada, pero la decisión de Antígona también estaba equivocada.
Cuando se considera que una ley ha sido mal dictada, tiene la posibilidad de protestar para que se
reforme, pero sus acciones no deben pasar de la protesta. Todo conflicto de este tipo debe resolverse
por la vía del diálogo. Una vez discutida la ley, es necesario que ambas partes, quienes consideran que la
ley era correcta y quienes consideran que no lo era, acepten la decisión final tomada. Si Antígona
hubiera vivido en nuestros días, la ley habría sido votada según la decisión de la mayoría, y Polinices
habría sido enterrado; pero en la Tebas de la antigüedad, esto resultaba imposible. Considerar una ley
superior a la de los varones es un razonamiento totalmente subjetivo. En la sociedad democrática
actual, estas "leyes superiores a la de los hombres" están representadas por la constitución (si ésta está
bien redactada). Si un ciudadano desaprueba una de las leyes dictadas por su gobierno por considerar
que transgrede un principio fundamental, tiene el derecho de protestar y, tal vez, conseguir que la ley
sea votada de nuevo. En cierto modo, Antígona hizo precisamente esto a la hora de discutir con Creonte
sobre la justicia de su acción. Ambos expusieron sus argumentos, y Creonte decidió, en un primer
momento, no cambiar la ley. Él era en ese momento el gobierno, y su decisión tenía tanto valor como
una decisión tomada por un régimen democrático. A mi juicio, y considerando la situación del momento,
el castigo de Antígona fue fruto de las circunstancias. Por una parte, era justo castigarla por haber
desobedecido una ley del gobierno; pero por otra parte es evidente que el absolutismo no es un tipo de
gobierno perfecto, por lo que es natural que Antígona, ante la imposibilidad de hacer cumplir la justicia,
o lo que ella consideraba justicia, a través del diálogo, decidiera actuar por el su cuenta. Como
conclusión, podemos decir que un miembro de una agrupación social humana no puede actuar según lo
que él considera leyes superiores a la de los hombres, ya que esto desequilibraría el sistema de gobierno
y los fundamentos de la sociedad. Pero lo que sí puede intentar reformar la ley existente para que no
transgreda ningún principio que él considere fundamental. En el caso de Antígona, podemos decir, pues,
que la protagonista no se encontraba en el derecho de enterrar a su hermano si esto desobedecía las
leyes del gobierno de Tebas. Sin embargo, indudablemente la muerte era una pena demasiado severa
por los hechos cometidos; y es en este punto donde Creonte se convierte en el verdadero tirano que nos
puede dar a entender que Antígona estaba en el derecho de enterrar a Polinices.

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