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Breve biografía de un lector

No recuerdo cómo aprendí a leer, si mis padres me ayudaron a unir por primera vez
consonantes y vocales, si mis profesores me leyeron cuentos durante el año de iniciación en
el colegio. No recuerdo si revisaba los libros de mi casa, si era un niño curioso que se
entretenía con las imágenes de las enciclopedias. Todos esos primeros acercamientos a la
lectura los he perdido. Me he esforzado por recuperarlos, pero solo aparecen imágenes tan
difusas como las letras que lee alguien con astigmatismo.

Luego aparece el cambio de colegio y todo se hace más definido. Tuve clases de artística que
iniciaban con todos los alumnos golpeando las mesas al ritmo de We Will Rock You; clases
de música que me hicieron consciente, aun siendo un niño, de mi arritmia; clases de español
donde se hacían lecturas en voz alta y escritura de poemas, coplas o canciones. El colegio
tenía una biblioteca con muchos libros organizados por colores y tamaños, cada color
indicaba un rango de edad. De repente era un chico inquieto, que llegaba a su casa para buscar
la maleta verde en la que se guardaban los libros y que hizo enojar a su padre por rayar su
libro del Cometa Halley. Quizá sean esos últimos años de primaria los que me tienen
cursando séptimo semestre de Literatura en este momento.

Durante estos años no hacía ninguna distinción entre el jugar y el leer, y entre tantos juguetes
y algunos libros, aparece Micaela no sabe jugar. Recuerdo a la pequeña Micaela, a su abuelo,
sus gatos, el mar y el cachorro que murió ahogado. Pensaba en mis padres, pensaba en mis
mascotas, pensaba en la perdida, pero por encima de todo pensaba en la ausencia. Micaela
fue la primera lectura intelectual o emocional que realicé.

La adolescencia fue más de lo mismo, sin sobresaltos, con algunos buenos profesores, con
algunas buenas lecturas. Me gustaban los libros en los que podía leerme, en los que podía
reconocerme. Me gustaban los libros que cuando acababa de leerlos pensaba que ojalá el
autor fuera muy amigo mío para poder llamarle por teléfono cuando quisiera, describiendo
mi gusto por la lectura en palabras de Holden Caulfield. Leí a Kafka, leí a García Márquez,
leí a Asunción Silva, leí Hesse, leí a Cuauhtémoc Sánchez. Era un adolescente arrogante que
pensaba que todos estos autores tenían algo para decirme precisamente a mí.

También intentaba leer libros de filosofía, lo intentaba con pasión y entrega, pero al final me
sentía como los primates que pinta Dimitri Gutov, sentados, sosteniendo pesados libros
escritos en ruso ¿Qué diablos era el Imperativo Categórico, el Ser-ahí o el Cuerpo sin
Órganos? Por eso Nietzsche es mi filosofo favorito con sus aforismos breves, su vitalismo
radical y su sabiduría amplia.

Llegó la época del silencio. Ingresé a la universidad para estudiar Ingeniería Eléctrica, me
apasioné con el Cine y cada vez leía menos. Esta lista desordenada y con poca conexión
intenta explicar un periodo de tiempo confuso y caótico. Pasaba mucho tiempo viendo cine,
jugando videojuegos, intentando sacar adelante mi carrera. No me quedaba tiempo para leer.
Terminé abandonando la universidad, tal como había abandonado el hábito de la lectura.

Después de dejar la universidad parecía que todo estaba resuelto. Estudié Medios
Audiovisuales en el SENA, tenía trabajo, tenía una relación que iba bastante bien. Solo leía
algunos cuentistas latinoamericanos, guiones y algunas revistas. La única novela que leí en
esta temporada fue Los Detectives Salvajes. Roberto Bolaño se convirtió en uno de mis
autores favoritos. “Solo como fenómeno estético se justifica la existencia”, resonaba en las
páginas que narran los avatares de Arturo Belano y Ulises Lima.

Luego llegó el deseo de Karen por estudiar sicología en la Universidad del Valle. Estudiamos
juntos, compartimos lecturas y nos preparamos para las pruebas de Estado. Con ella volví a
los libros usados que había comprado hace años en las librerías del centro. Kafka, Asunción
Silva, Hesse nuevamente hicieron inteligibles mis experiencias vitales y todo lo que me
rodeaba. Me leía a mí, la leía a ella, leía a los demás y al mundo. Para mí la lectura siempre
ha sido un viaje de autoconocimiento. Me reconozco en los demás, aunque estén hechos de
palabras.

Esta primera experiencia como profesor fue un fracaso. Karen sacó un peor puntaje que el
que había sacado en su primera Prueba Saber. A mí por el contrario me fue mucho mejor. No
podía explicar lo qué había sucedido. De manera ingenua creí que leer se enseña y se aprende
leyendo; ahora sé que todo es cuestión de método. Después de algunas consideraciones decidí
volver a la universidad para estudiar esta Licenciatura en Literatura con su singular pensum
con Talleres de Escritura Audiovisual y Adaptación Cinematográfica.

Camilo Ospina Capera

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