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Enzo Solari
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
esolaria@gmail.com
Abstract
Against those theses stating that Kant offers impoverished,
unoriginal or timorous versions of republicanism, tolerance and
Enlightenment, in this paper I argue that such kantian versions
are, regardless how nuanced, basically biased, and they are ul-
timately based on the co-implication between Morality and the
constitutional and Republican Rule of Law.
Key words: republicanism, religion, law, freedom, judgment,
positivism.
Enzo Solari
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
esolaria@gmail.com
Resumen
Contra las tesis que sostienen que Kant presenta
versiones empobrecidas, poco originales o timoratas de
republicanismo, tolerancia e ilustración, aquí se argumenta
que tales versiones kantianas son, con todos los matices que se
quiera, tendencialmente radicales, y terminan por descansar
en la coimplicación entre moralidad y estado constitucional y
republicano de derecho.
Palabras clave: republicanismo, religión, derecho, libertad,
juicio, positivismo.
1
Como se ha dicho, Pettit (2004: 43) es de aquellos representantes de una
versión moderada, instrumental del republicanismo, la que ni es tan radical y
sustantiva como la neoaristotélica o comunitarista de Arendt, Taylor o Sandel, ni
tan amiga del liberalismo como la de Sunstein y otros, al respecto, cfr. Villaverde
(2008: 236-376).
2
(Pettit, 2004: 45). “Aquellos que creen que la libertad no es otra cosa
que la ausencia de interferencia defienden la concepción de que la voluntad es
autónoma siempre que no sea amenazada o coaccionada. Por el contrario, los
que se adhieren al argumento neo-romano niegan que la voluntad pueda ser
autónoma a menos que se libre de la dependencia respecto a la voluntad de otro”
(Skinner, 2005: 47). En este artículo se halla una caracterización republicana de
la libertad negativa –la conciencia de estar viviendo bajo un poder arbitrario nos
vuelve esclavos, siervos sujetos a dominio, alieni iuris– estupendamente ajustada
por recurso a la historia romana antigua y a la inglesa medieval y moderna (cfr.
sobre todo Skinner, 2005: 28-38 y 41-45).
3
(Pettit, 2004: 44). Para más detalles sobre la libertad republicana, cfr.
Pettit, 2008.
4
(Pettit, 2004: 44ss.). Fue justamente esta radicalización del ideal
republicano –esta universalización de la ciudadanía– lo que alarmó a
republicanistas tradicionales como W. Paley (cfr. Pettit, 2004: 48).
5
Vale decir, con imperio de la ley, separación de poderes, diseño
democrático (con instituciones, reglas y recursos que otorgan poder al pueblo
repartiéndolo y difundiéndolo tan pluralmente como sea posible y deseable).
En este último sentido, Pettit alude así a la necesidad de contrapesos, de una
constitución política mixta como a su manera lo fue la romana: “había cuatro
asambleas en Roma, cada una de las cuales tenía su propio poder. Había
un compromiso con el imperio de la ley, una limitación de los mandatos así
como una rotación en los cargos, disposiciones pensadas para proporcionar
disputabilidad, como el derecho de los tribunos de la plebe a vetar varias
decisiones, y así sucesivamente. La tradición veía esos recursos como medios
a través de los cuales se podía dar poder a la gente, al igual que veían las
instituciones electorales como medios a través de los cuales tenían poder
colectivo. Seguían a Polibio en su rechazo de una democracia sin constricciones
que el autor griego sugería, no con toda razón, que estaba personificada en
Atenas. Este tipo de régimen lo definía como “oclocracia” –de “oclós”, que
significa “populacho”– y lo contrastaba con la democracia propiamente dicha
[…] En ese sentido, los Levellers en la Inglaterra del siglo XVII, que representaban
un republicanismo democrático radical, argüían que el propósito del gobierno
eran los “varios bienestares, seguridades y libertades” del pueblo –es importante
el término “varios”– y su protección requería controlar el poder del pueblo en su
encarnación colectiva, parlamentaria” (Pettit, 2004: 62).
6
Sobre esto, cfr. Pettit, 2012a: 188-193.
7
La democracia contestataria ha sido interesantemente analizada y
defendida por Pettit: “una vez Marx [¿Rousseau?] afirmó que los británicos
solo eran libres en tiempos de elecciones. Y un ministro conservador, Lord
Hailsham, entendía que el sistema operaba como una dictadura electiva: un
régimen en el cual la gente va a las urnas una vez cada cuatro o cinco años
e instala un dictador sin controles y a tiempo limitado. Estoy del lado de
ambos, pues pienso que una verdadera democracia requiere un permanente
involucramiento de los ciudadanos, no solo un involucramiento en tiempos
de elecciones. La democracia no debe de ser solamente electoral sino también
contestataria [contestatory]; de otro modo, la libertad está en peligro. En el
viejo lema republicano, el precio de la libertad es su eterna vigilancia. En una
democracia contestataria, los ciudadanos se involucrarán con el gobierno a
través de controles continuos. Ellos monitorearán o vigilarán el gobierno por
medio de protestas respecto de prácticas o políticas que consideren objetables.
La vigilancia cívica, en una sociedad compleja, requiere de cierta especialización;
tiene que haber una división del trabajo. Es muy probable que se produzca de
manera más efectiva cuando una sociedad cuenta con varias asociaciones de
interés público a las que el gobierno puede consultar, y que pueden mantener
un ojo sobre el gobierno en distintas esferas. De todos modos, en orden a que
una democracia contestataria prospere, deben existir una serie de disposiciones
constitucionales. Tiene que haber transparencia y libertad de información del
lado del gobierno e, idealmente, una voluntad hacia la consulta. Tiene que haber
libertad de expresión y medios de comunicación que sean independientes. Así
también, tienen que haber garantías institucionales de que las protestas puedan
ser libremente manifestadas y oídas en diferentes niveles. Los diferentes niveles
de contestación incluyen la acción judicial, la solicitud de acción parlamentaria,
la queja ante el defensor ciudadano [ombudsman], las demostraciones públicas,
así como iniciativas individuales que van desde escribir una carta en un diario
hasta un acto de desobediencia civil” (Pettit, 2009: 281-282).
8
Sobre esto, cfr. Pettit, 2012a: 194-198. En gral., cfr. Pettit, 2012: 16-17. La
tríada de Pettit se inspira nítidamente en los ideales romanos de república como
cosa pública o del pueblo, de libertad como no dominación y de constitución
mixta, tal como por ej. los canonizara Cicerón: “[…] la cosa pública es lo que
pertenece al pueblo (res publica res populi); pero pueblo no es todo conjunto
9
Que Kant defiende un republicanismo tradicional, no democrático, o
propietarista es indiscutible. Pero su alcance preciso es materia de discusiones.
Bertomeu defiende que, según Kant, la fuente de las obligaciones sobre la
propiedad externa no puede ser la mera voluntad unilateral del apropiador
original, sino siempre y solo la “voluntad colectiva universal”, en cuya virtud
“el derecho debe revisar las apropiaciones originales para preservar la libertad
de todos” (Bertomeu, 2004: 134). Esto, sigue Bertomeu, permite ver que para
Kant, contra Hobbes y Locke y en sintonía con Harrington, “la buena legislación
está forjada justamente para la protección de la libertad de los ciudadanos, para
sobre sí mismo (AA VI: 313-315 [2005a: 143-145]). También como en ZeF,
Kant destaca en RL en el Estado estas características: la libertad legal
(“de no obedecer a ninguna otra ley que a aquella a la que ha dado su
consentimiento”), la igualdad civil (no hay superiores en el pueblo, ya
que cualquiera puede obligar jurídicamente a otro) y la independencia
civil (“no agradecer la propia existencia y conservación al arbitrio de otro
en el pueblo, sino a sus propios derechos y facultades como miembro de
la comunidad”, un miembro además que no puede ser representado por
otro “en los asuntos jurídicos”) (AA VI: 314 [2005a: 143]).
En cuanto a la constitución mixta y a la democracia electoral y
contestataria del republicanismo, Kant no las hace suyas, aunque sí
reclamará algunos de sus ingredientes, como la separación de poderes
y la permanente posibilidad de disputar o contestar haciendo uso
público de la razón y del juicio. Veamos lo que toca a la separación
de poderes –dejando para más abajo lo que respecta a la contestación
pública, puramente judicativa y racional. Jurídicamente, dice Kant en
ZeF, la constitución republicana sirve de fundamento originario a todo
tipo de constitución civil, pues brota “de la pura fuente del concepto de
derecho” (AA VIII: 23 [1999: 316]). Y a la vez, es causa de la paz perpetua,
que es su consecuencia deseada. Es tal causa porque dicha constitución
requiere la aprobación de los ciudadanos para decidir si habrá guerra o
no, en el entendido de que los ciudadanos pensarán la declaración de
guerra mejor que el solo jefe del Estado (que no es miembro del mismo,
sino su propietario). Este republicanismo, dice Kant, es un principio
político o forma de gobierno (forma regimins) en que el Estado usa la
plenitud de su poder separando al ejecutivo del legislativo; la otra
forma, el despotismo, no efectúa esa separación, y entonces el Estado
ejecuta arbitrariamente las leyes que se ha dado, “con lo que la voluntad
pública es manejada por el regente como su voluntad particular” (AA
VIII: 26 [1999: 317]). No debe confundirse una constitución republicana
con una democrática, porque esta responde no a la forma de gobierno
sino a la forma de la dominación (forma imperii), esto es, por la diferencia
de personas que ejercen la soberanía o el supremo poder estatal, y que
puede ser uno solo (autocracia del príncipe), o algunos (aristocracia de
la nobleza), o todos (democracia del pueblo) (AA VIII: 26 [1999: 317]). De
hecho, en el sentido más propio de la palabra, la democracia es despótica,
porque en ella “todos quieren ser soberano” (AA VIII: 27 [1999: 318]),
todos deciden sobre (y aun contra) uno, “lo cual es una contradicción
de la voluntad general consigo misma y con la libertad” (AA VIII: 26
11
AA VIII: 27 (1999: 318). No hay que perder de vista, dice Kant, que no
es lo mismo ´modo de gobierno´ y un ejemplo de ´buen gobierno´: puede haber
buenos gobernantes bajo una mala constitución (AA VIII: 30 n. * [1999: 319 n.
110]).
12
Dicho sea de paso, todo lo que se ha dicho de la separación de poderes
en ZeF y ahora en RL debiera incluir la observación de Byrd y Hruschka:
mientras allí Kant solo se refiere al poder ejecutivo, aquí en cambio incluye a los
tres poderes (cfr. Byrd y Hruschka, 2010: 176-181), observación en la que no me
detendré por esta vez.
13
AA VI: 313 (2005a: 142-143). Sobre este silogismo práctico de la razón y
su comparación con los tres poderes estatales, es imprescindible el comentario
de Byrd y Hruschka, 2010: 149-161.
sino que además entre ellos hay subordinación, de manera que “uno no
puede a la vez usurpar la función de los otros […], sino que tiene su
propio principio” (AA VI: 316 [2005a: 146]; véase AA VI: 317-318 [2005a:
147-149]). Por supuesto, las decisiones estatales se imponen (las del
legislador son irreprochables, las del ejecutor incontestables, y las del
juez supremo irrevocables), lo que no obsta a que el Estado se configure
según las leyes de la libertad y que en la unión de sus tres poderes resida
la salud estatal (AA VI: 316 y 318 [2005a: 147 y 149]).
Ahora bien: a tal salud del Estado (salus reipublicae suprema lex est) nos
obliga un imperativo categórico, dice Kant, el que consiste no en la felicidad
ni en el bienestar de los ciudadanos (los que incluso podrían conseguirse
en estado de naturaleza o mediante el despotismo), sino en la “máxima
concordancia entre la constitución y los principios jurídicos”.14 También
como en ZeF, en RL Kant se refiere –según la letra del contrato originario
de la sociedad civil del que ya hemos hablado– a la forma del Estado
así generado, donde manda uno (autocracia, “la más sencilla”), mandan
algunos (aristocracia) o bien todos (democracia). Aquí se nota el influjo
de las expresiones del Abbé Sieyès,15 como también luego, cuando,
atendiendo al espíritu del contrato originario, Kant dice que el poder
constituyente está obligado a adecuar la forma de gobierno a la idea de
la constitución política legítima, “la de una república pura”, si no de una
sola vez, sí al menos mediante un proceso de paulatina aproximación
para que todas las formas empíricas o estatutarias que consagraban
la sumisión se resuelvan en ella, que consagra en cambio el principio
de la libertad, “incluso como condición de toda coacción necesaria”
(AA VI: 338-341 [2005a: 176-179]). Además, la republicana es la única
constitución estable, “en la que la ley ordena por sí misma y no depende
de ninguna persona particular”, y es el fin último y absolutamente
jurídico de todo derecho público, pues en ella se atribuyen las cosas
(“lo suyo”) definitivamente, no como en las demás constituciones, en
14
Kant (AA VI: 318 [2005a: 149]). Tal cosa era ya anticipada en el tercero
de los deberes jurídicos que remontan a (Pseudo) Ulpiano: “entra […] en una
sociedad con otros, en la que a cada uno se le pueda mantener lo suyo (suum
cuique tribue)”, lo que para Kant equivale a decir: “entra en un estado en el que
pueda asegurarse a cada uno lo suyo frente a los demás” (AA VI: 237 [2005a:
47]). Para un orientador comentario de esta y las otras fórmulas del (Pseudo)
Ulpiano, cfr. Pinzani, 2013, y más recientemente, Vatter, 2017.
15
En este sentido, cfr. Kaufmann, 2015: 1962-1963.
16
Sobre la ilicitud de todo presunto derecho de resistencia, cfr. AA VI:
320-323 (2005a: 151-155) y AA VI: 339-340 (2005a: 178).
17
En este sentido vid. el brevísimo artículo que a su respecto contiene el
Kant-Lexikon (Galewicz: 2015).
18
A modo de ejemplo del enfoque usual, cfr. Cranston (2006), las
contribuciones en Waldron y Williams, 2008: 31-170, y las que aparecen en
21
“El mismo análisis muestra [...] que el objeto de referencia propio de la
actitud de tolerancia viene dado por determinadas actitudes proposicionales de
otros sujetos, tales como sus deseos, creencias y preferencias, pues precisamente
tales actitudes, y no otras, son las que proveen el contenido de las cláusulas
introducidas por ‘que’ en los usos moralmente relevantes de la expresión
‘tolerar’. Ahora bien, de aquí se sigue que, en sentido propiamente moral, ni
los hechos, ni los eventos ni los estados de cosas como tales, pero tampoco las
personas como tales son objetos de tolerancia. Las personas no son, como tales,
objetos de tolerancia, sino más bien, para decirlo en términos kantianos, objetos
de respeto. Precisamente el reconocimiento del respeto debido a las personas en
virtud de su misma calidad de personas suele ser, de hecho, una de las razones
más fuertes que fundamentan la necesidad de cultivar una actitud de tolerancia
respecto de, al menos, algunas de sus actitudes. Pero los objetos propios de la
tolerancia en el sentido moral del término no son las personas mismas, sino,
en todo caso, algunas de sus actitudes, en la medida en que tales actitudes
comportan una toma de posición, relevante además desde el punto de vista
práctico, respecto de la verdad y/o la falsedad de determinadas proposiciones
referidas a hechos, eventos o estados de cosas” (Vigo, 1999: 137-138). Para un
argumento parecido, pero con tinte agustiniano (Svensson, 2013).
22
Sobre el paternalismo, vid. el §49 de la RL (AA VI: 316-318 [2005a:
147-149]). Los estados y los sistemas jurídicos, como hemos visto, han de
organizarse republicanamente, de modo tal que respeten la libertad, la igualdad
y la independencia de los seres humanos como tales y en cuanto súbditos y
ciudadanos. Y como también vimos, Kant ya propone, en vez del paternalismo,
algo que la actual ética discursiva ha popularizado: que la legislación pública es
legítima si y sólo si pudiera “haber emanado de la voluntad unida de todo un
pueblo”. Tal, dice, es una idea de la razón que tiene realidad práctica (AA VIII:
297 [1999: 216]).
23
Definición moral de religión que es inundatoria en su madurez: vid. la
segunda Crítica (AA V: 129 [2005: 154]), Der Streit (AA VII: 36 [2003: 91]), el Opus
postumum (AA XXII: 51 [1991: 609]), etc.
24
AA VII: 60 n. (2003: 127 n. *). Parejamente procede Kant en ZeF.
Hay buenos motivos para tolerar la diversidad religiosa: la diferencia de
lenguas y religiones, aunque tiene la ventaja de evitar la confusión entre los
pueblos, conlleva el riesgo de odio y de guerras; mas, piensa Kant, este puede
ser contrarrestado por la mayor cultura y un mayor acuerdo en lo que toca a
principios. Sobre esto mismo, vid. Religionsschrift (AA VI: 181-183 n. [2001: 153
n.]). Es alcanzable la paz mediante un equilibrio de fuerzas, no mediante su
despótico quiebre. (En nota al pie, y por enésima oportunidad en el espíritu
del Cusano, comenta Kant que el que haya ‘diferencia de religiones’ es una
extraña manera de hablar; pues lo que hay son diferentes vehículos accidentales
de las creencias –medios para fomentarlas, erudiciones para conocerlas, libros
donde aquellas se contienen, etc.–, pero no más que una sola religión válida
universalmente: vid. AA VIII: 64 n. [1999: 335 n.]). Cree Kant contra Platón que
no hay que esperar ni desear que los reyes filosofen o los filósofos reinen, pues el
poder corrompe el juicio racional: “sin embargo, es imprescindible que los reyes
[...] no hagan desaparecer o acallar a la clase de los filósofos, sino que, por el
contrario, les dejen hablar públicamente para que iluminen su tarea” (AA VIII:
69-70 [1999: 337-338]).
25
Lo que, se ha dicho, lo pondría en sintonía con escritos tan radicales
como el De Indis, de Francisco de Vitoria: cfr. Kaufmann, 2015a.
26
Todo este pasaje está en AA VIII: 40-46 (1999: 324-327). Una reciente
interpretación de dichas tesis kantianas es la de Pinheiro Walla (2016). Dejo para
otra oportunidad lo que aquí es solo insinuación: que si tanto la tolerancia en
sentido religioso como la tolerancia en el sentido de la hospitalidad universal
muestran que la tolerancia no es solo aceptación o soportar, sino que incluye
formalmente las notas de respeto y reconocimiento, entonces habría un primer
o básico nivel de tolerancia cuando en ella se percibe y aísla el momento de
excepción a una prohibición antecedente, y que es lo que se halla en el sentido
de lex permissiva según ZeF (AA VIII: 15-17 n. * [1999: 313 n. 106]) –como han
notado tan perspicazmente Byrd y Hruschka (un puro levantamiento de una
previa prohibición: vid. Byrd y Hruschka, 2010: 94-107), lo que enlaza con uno
de los componentes usualmente adscritos al concepto de tolerancia: un permiso
que hace excepción a una prohibición previa (cfr. Garzón Valdés, 2011).
27
“Los conceptos fundamentales de la filosofía práctica kantiana
suministran argumentos a favor de la tolerancia entendida como respeto a la
dignidad de la persona: los deberes morales remiten a que la persona no puede
ser utilizada como un medio, pues es un fin en sí misma; su concepción de la
religión está fundamentada en la razón, por encima de los diferentes credos
30
Cfr., bajo la misma entrada (Forst, 2007/2012), el 2. Four Conceptions
of Toleration.
31
Israel (2015: 117, 124 y 133). En sentido parecido se expresa Philipp
Blom: Kant fue parte de la Ilustración moderada, religiosa y deísta, como
Voltaire y contra Meslier, Diderot y D’Holbach, que en cambio “habían señalado
que la religión organizada conduce a una unión nefasta de curas y magistrados”
(Blom, 2012: 404; vid. 401-404). Kant, por su parte, como Descartes en el siglo
XVII, trató de justificar filosóficamente la fe religiosa, pues “sus magníficas
investigaciones metafísicas dejaban una puerta abierta por la cual Dios podía
volver a entrar en la filosofía” (Blom, 2012: 404). La racionalización integral del
mundo que emprendió Kant, con su combate de las pasiones y del escepticismo,
34
Y es que el propio Foucault se reconoce heredero de Kant, como lo dice
refiriéndose a sí mismo en tercera persona: “si Foucault se inscribe dentro de la
tradición filosófica, es dentro de la tradición crítica que es la de Kant”, por lo cual
se puede denominar a su empresa “Historia crítica del pensamiento” (Foucault,
2004: 42).
35
(Foucault, 2007b: 80). Por cierto, Foucault pretenderá que es posible
y deseable ir allende Kant, tomando el camino de una “crítica permanente
de nuestro ser histórico” (2007b: 86), de una “ontología histórica [crítica] de
nosotros mismos” (2007b: 92-93), y, por ende, contra el sujeto transcendental y
constituyente de Kant, emprendiendo una arqueología y una genealogía de los
acontecimientos singulares, contingentes y aun arbitrarios que nos constituyen
–no global sino experimentalmente– “como sujetos de lo que hacemos,
pensamos, decimos” (2007b: 90-92). A fin de cuentas, pese a que Foucault no
sabe si el trabajo de la crítica envuelve “la fe en las Luces”, sí que cree que
implica “un trabajo sobre nosotros mismos, es decir, una labor paciente que dé
forma a la impaciencia de la libertad” (2007b: 97).
36
(Arendt, 2012: 69). Tal como el de Sócrates, el pensamiento de Kant es
crítico en la medida que “se expone a sí mismo a ‘la prueba de un examen libre y
público’, algo que supone que cuantos más participen mejor” (Arendt, 2012: 77).
De ahí el ansia divulgadora de Kant (“insólita en un filósofo, una tribu que, por
lo general, muestra marcadas tendencias sectarias” (Arendt, 2012: 78).
37
El listado de los insumos que desembocan en la (posible) teoría kantiana
del juicio político, dice Beiner, es mayor, e incluye, además de la distinción entre
los dos tipos de juicio de la tercera Crítica (y de la Lógica, y de Teoría y práctica,
así como de Sobre pedagogía), los parágrafos §§ 39-40 de ella sobre mentalidad
amplia, desinterés, sensus communis, etc.; la idea del ‘espectador’ desarrollada en
39
En este sentido, cfr. Horn, 2017: 93-94: “evidentemente, en el caso
del postulado [jurídico de la razón práctica] se trata de una exigencia teórico-
práctica de la razón, pero no de un mandamiento categórico-normativo de la
misma […] Por tanto, la idea de un orden jurídico exterior es, ciertamente, una
idea de la razón, pero no es una exigencia estrictamente moral […] Al menos
dos momentos del imperativo categórico no figuran en nuestra idea del derecho:
por un lado, el elemento de la motivación y, por otro, la inclusión sin más de
todos los seres humanos. Ni la teoría kantiana de la motivación moral, como
tampoco su universalismo, son partes integrantes de su filosofía jurídica ni de su
filosofía política. La mera idea del derecho, entendida como construcción, puede
ser asumida positivamente y llevada a la práctica productivamente incluso por
demonios”, y Willascheck, 2017: 114-128; 125: “la concepción del derecho de
Kant es intrínsecamente social, en un sentido que la teoría moral de Kant no lo
es”; 128: “la idea de una ley universal juega aquí [tratándose del derecho] un rol
completamente distinto al que desempeña en él [el imperativo categórico]. Lo
que se requiere aquí para estar en conformidad con las leyes universales no es la
acción de una persona, o su máxima, sino más bien, la coexistencia de las esferas
de libertad de cada persona. Es difícil apreciar cómo la idea de esferas de libertad
limitantes, en concordancia con una ley universal, se pueda derivar a partir
de la necesidad de actuar por una máxima que pueda ser sostenida como ley
universal, incluso si añadimos, como postulados adicionales, la imposibilidad
del conflicto entre derechos y la legitimidad de la coacción”.
40
Sobre este modelo benthamita de positivismo, vid. Atria (2016: 49-66).
En un sentido parcialmente semejante, cfr. Waldron, 1996.
41
Todo este argumento sugerido de la coimplicación de imperativo
categórico y derecho es algo que se desarrolla más precisamente –y con mayor
respaldo bibliográfico– en Solari (2018).
b) Literatura secundaria