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El problema de 1970 era la infraestructura.

Aún había
muchas casas construidas con adobe y este es un
material peligroso para los sismos porque explota
ante uno de gran magnitud. No solo ello, también hay
un tema de cultura ante desastres naturales y esa no
existe en el país.

“La cultura de prevención empieza cuando las


personas saben construir las casas y en qué suelos.
(…) Hay un gran porcentaje de viviendas
autoconstruidas en suelos no adecuados, estas, en
caso de un terremoto, podrían tener un nivel
importante de daños”, afirma Tavera.

El jefe de IGP indica que la conmemoración de los 50


años de esta tragedia debería motivar a pensar
cambios en nuestra cultura de prevención. “Por más
que haya avanzado la ciencia de manera rápida, el
elemento más crítico sigue siendo la propia
construcción. Además, recordemos que solo el 30%
de la población participa en simulacros de sismos”.
El alud tardó en llegar 3 minutos a la ciudad. Quienes
se salvaron se preguntaban por sus seres queridos.
“Mi papá y mi mamá quedaron en la casa con la
intención de dirigirse a mi chacra. No sé si llegaron
salir o permanecían todavía en la casa, porque
después nunca más los he visto”, cuenta el profesor
Javier León León (67). Recuerda que se salvó por
haber salido a pasear con varios amigos detrás del
cementerio, y que con ellos encontró a más
sobrevivientes con los que vivió en campamentos
improvisados.

Los reportes oficiales dan cuenta de fueron 53


millones de metros cúbicos los que arrasaron con esa
zona del Callejón de Huaylas. Gladys Gonzales
Obando -entonces de 8 años y ahora de 56, se
recuerda corriendo cargando a su hermano de año y
medio en un campo cercano a la ciudad. “Llamaba a
mi mamá y no estaba. Es muy triste, pasamos por el
barro y vimos restos de personas”, narra la esposa del
actual alcalde provincial, que perdió a cinco
hermanos.

Y así como algunos se salvaron en el mismo Yungay -


entre ellos muchos niños por estar en un circo en el
estadio, cercano a un cerro- otros sobrevivieron
fuera. Solo dos días antes de la catástrofe, José
Mallqui Babilón, un joven de 18 años aficionado al
fútbol, se había ido a Lima para ver los partidos del
mundial México 70, pues en su ciudad natal no había
televisor.

Cuatro de sus 9 hermanos murieron y, casi una


semana después, retornó junto a su padre, que
también estaba en la capital por esos días. “Encontré
todo devastado, era increíble, me quedé como un
zombi. No tenía reacción para nada. De ahí, cada uno
tenía que ver qué hacía por su vida, nos habíamos
quedado sin rumbo”, sobre lo que fue la casa de su
hermana, en lo que es hoy un enorme cementerio.
Ahí llegan al mes unos 15 mil turistas, que dejan una
recaudación de al menos 30 mil soles.

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