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UN RELATO DE LA TRAGEDIA DE TACOA

Aun no se disipaba en el horizonte el rosicler del nuevo día, cuando se afanaban en


rutinaria labor tres obreros de la Compañía Electricidad de Caracas. Luis Natera, José
Manuel Rodríguez y Alexis Alsaul, supervisaban el llenado del Tanque No. 8, uno de los
grandes depósitos de combustible del Complejo de Generación Eléctrica de Tacoa, en la
Zona de Arrecife, jurisdiccion del antiguo Departamento Varas del Distrito Federal.

El sol comenzaba a ascender sobre el Mar Caribe. Costa afuera, el tanquero Murachi de la
Compañía Petrolera Maraven, descargaba por una tubería que corre debajo del lecho
marino, 16 mil litros de combustible residual, denominado en la jerga del mercado de la
energía fuel oil. Otro brillante domingo –Domingo de Adviento- alentaba la esperanza que
siempre despierta en el corazón de los hombres –y los venezolanos son esencialmente
optimistas- la renovada promesa del milagro de la Natividad de Jesús. "Ya viene
Navidad", soñaban los niños que aun dormían en sus casas de los populosos barrios
ubicados en las cercanías.

Nombres criollisimos y pintorescos como "La Cachapera", "Brisas del Mar" y "Arrecife",
identificaban a esos lugares habitados por gente cuya condición económica y social varia
desde la holgada que mora en "quintas" muy confortables, hasta la marginal que se refugia
en "ranchos" de madera, cartón y hojalata. Sin embargo, todos eran asientos de hogares. Y
en esos hogares se mantenía viva la luz del renacimiento del hijo de Dios, próximo a
cumplirse otra vez.

Arriba en las laderas que suben desde Mamo, cerca de una granja dedicada a la cría de
porcinos, un grupo de alegres amigos se preparaba a iniciar un día de bolas criollas. Entre
bromas y chistes, descargaban de sus automóviles las "cavitas" llenas de hielo y latas de
cerveza, lo mismo que la carne para asar al medio día. Por todas partes en Arrecife cundía
esa particular atmósfera de los amaneceres venezolanos frente al mar.

Eran las 06:15 am., fue cuando el demonio descargo el golpe. Un estallido que conmovió
las casas, muebles y personas en toda la Parroquia de Catia La Mar, retumbo desde la
Tierra hasta los cielos. Una intensa llamarada, semejante a un relámpago surgido de las
entrañas del infierno, broto del Tanque No. 8 que se llenaba en el Centro Electroproductor
de Tacoa. Luis Natera y José Manuel Rodríguez, dos del trío que vigilaba la operación,
fueron alcanzados por el intenso fuego y echados a volar como leves papagayos por la
poderosa onda expansiva de la explosión, la cual los envío hacia el mar y hacia la
desaparición física. Alexis Alsaul, aunque levemente lesionado, fue afortunado, la
explosión apenas lo echo a tierra, de donde se incorporo y, a toda carrera, dio aviso al
resto del personal de guardia.

Los Bomberos del Departamento Vargas fueron puestos en movimiento. Con prontitud, 42
efectivos encuadrados en las unidades "A" y "B" llegaron a Tacoa. También ingresaron al
lugar 12 Bomberos Marinos de la Capitanía del Puerto de La Guaira y 2 del Servicio
Aeronáutico adscritos al Aeropuerto Internacional "Simón Bolívar" de Maiquetia mientras
arduamente enfilaban chorros de agua y productos químicos contra las pavorosas llamas,
el lugar se llenaba de Policías metropolitanos, Guardias Nacionales, Auxiliares de Defensa

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Civil, Vigilantes de Transito Terrestre, Técnicos de Petróleos de Venezuela (PDVSA), del
Ministerio del Ambiente (MARNR) y de la Armada.

En gran numero también fueron llegando Bomberos del Distrito Sucre del Estado
Miranda, de los Teques y de los Estados Aragua y Carabobo. Hombres del Cuerpo Técnico
de Policía Judicial (CTPJ) y de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención
(DISIP) igualmente se hicieron presentes, muchos de ellos renunciando a su día de asueto.
Entretanto, en Caracas, otros protagonistas de la gran tragedia cuyo primer acto estaba en
desarrollo, se preparaban para entrar en escena.

Los domingos, en los periódicos y las emisoras de radio y televisión, la asignación de las
fuentes de información a los reporteros comienza un poco tarde, pero, el 19 de diciembre
de 1982 no admitió tardanza. Los periodistas, los reporteros gráficos, camarografos y
asistentes, fueron llamados con premura a sus centros de trabajo.

Con la prisa habitual del trabajo periodístico, los enviados de los distintos medios
informativos partieron hacia Arrecife. Todos con la esperanza de lograr una primicia, unos
pocos a convertirse ellos mismos en dolorosa noticia. Así, periodistas, ministros, directivos
de empresas, Jefes de Bomberos, agentes policiales, médicos, enfermeras y voluntarios de
grupos de auxilio convergieron en la autopista que une a Caracas con La Guaira, rumbo al
encuentro con una pesadilla que se mudo a la realidad.

En Tacoa, los Bomberos comandados por el Mayor Mario Francisco vegas, había logrado
detener el fuego en el Tanque No. 8 y confiaban en controlarlo. Así se lo informaron al
Presidente de la Empresa propietaria del Complejo de Tacoa. Algunos habitantes de los
barrios cercanos al Centro Electrificador, habían sido evacuados de sus casas por
recomendación del Cuerpo de Bomberos. Pero debido al optimismo causado por el
favorable desarrollo del trabajo en marcha, el desalojo se paralizo. La vía de acceso hacia
Tacoa, es una hondonada, a ambos lados trepaban las viviendas. El camino se lleno de
vehículos de la policía, carros de Bomberos y automóviles de la prensa. La gente
hormigueaba, presurosa, yendo y viniendo en las diligencias propias de cualquier tarea de
extinción de incendios.

Los periodistas y sus ayudantes se dirigieron a pie hacia las cercanías del Tanque No. 9,
repleto de combustible pesado, junto al cual aparentemente no había peligro. María Adela
Russo (Venezolana de Televisión) ingreso al lugar e inicio el trabajo con sus asistentes.
Carlos Moros y el reportero gráfico Salvatore Veneziano (El Universal), hicieron lo mismo.
El reportero Arnoldo Peroza (Radio Rumbos), había llegado antes y entrevistado al Mayor
Vegas, quien dirigía las operaciones en el lugar.

Entonces, pareció que el mundo se hacia pedazos en una inmensa bola de fuego. El
periodista Peroza acababa de transmitir a los estudios de Radio Rumbos, la entrevista echa
al Mayor Vegas, cuando escucho una horrísona detonación, varios reporteros de un diario
habían decidido volver a Caracas para entregar el material informativo ya recogido por
ellos y yendo por la accidentada carretera tuvieron la impresión de que el cielo ardía y un
hongo de fuego se elevo mas de mil metros y se extendió por el área. Periodistas del Diario
2001 tuvieron que correr desesperadamente para salvar sus vidas.

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El Presidente de la Electricidad de Caracas, Oscar machado Zuloaga vio volar la tapa del
Tanque No. 9 y un carro de Bomberos junto al estallido en llamas, y salvo su vida de
milagro. El Ministro del Ambiente, Carlos Febres Poveda, se dio cuenta de que
irremisiblemente seria alcanzado por el fuego y se lanzo al mar, al igual que otras muchas
personas.

Entretanto, los periodistas María Adela Russo, Carlos Moros y Salvatore Veneziano, junto
con los camarografos Oswaldo Silva, José Ruiz Carrillo, Oscar José Guerra, Cesar
Maldonado y Jesús Osorio (estos dos últimos de Radio Caracas TV), no tuvieron la menor
oportunidad cuando estallo el volcán artificial, mientras que el reportero gráfico Roman
Rosales perecía bajo el automóvil a bordo del cual había ido a trabajar.

Por la hondonada de acceso a Tacoa, se desbordó una verdadera avenida de fuego


destructor. Las llamas abrazadoras, absolutamente destructivas, avanzaban propagándose
en derredor. Algunas personas fueron aventadas por puertas y ventanas de sus casas a
causa de la onda expansiva. El ayudante de cámaras Freddy García, se encontró de
repetente rodeado de fuego, junto a dos agentes de la DISIP. Uno de estos se echo a llorar
y a implorar el perdón de Dios, el otro, aterrado por la perspectiva de morir quemado,
levanto su arma para suicidarse de un disparo en la sien. El joven García oraba
desesperadamente y, en ese momento, vio que el circulo de fuego se abría en un estrecho
camino. Por allí se lanzaron él y sus dos compañeros de angustias, topándose con varios
Bomberos que llevaban equipos contra incendios y repelentes de humo. Pero las llamas se
echaban de nuevo encima de ellos. Huyeron saltando por un barranco, donde García se
fracturo una mano en tanto que uno de los efectivos policiales se fracturo las piernas.

Pero ocurría otro drama, para su desesperación, los Bomberos sobrevivientes se dieron
cuenta de que dos tanques de agua, puestos allí para casos de emergencia estaban vacíos.
Ya los dispositivos automáticos de enfriamiento y combate de incendio habían fallado.
Así, la propagación de las llamas fue inevitable y la perdida de vidas una condena fatal.
También en el aire hubo sufrimiento y terror. La onda expansiva del estallido del Tanque
No. 9 abatió a un helicóptero de la Policía Metropolitana, sus dos tripulantes tuvieron
tiempo de lanzarse al mar y alcanzaron tierra a nado. Pero muchas otras, quizá centenares
de personas no tuvieron igual suerte.

De entre las llamas y el denso humo surgían como despavoridos espectros, con el cabello y
la ropa quemados, hombres, mujeres y niños, muchos de ellos lacerados por el fuego,
sangrantes, con los pies desollados. En las laderas de Arrecife y Tacoa, el desbordado río
de ardiente combustible pesado arrasaba con vidas y viviendas. La voraz llama subió
hasta la cancha de bolas criollas cercana a la granja porcina y destruyo como un relámpago
al grupo de jugadores, así se desato la muerte del domingo sangriento.
Mas de 50 Bomberos perdieron la vida en Arrecife, 9 de ellos fueron encontrados
calcinados apretados unos contra otros detrás de un muro donde, aparentemente trataron
de refugiarse huyendo del fuego. Policías, voluntarios, técnicos, también cayeron en la
hecatombe llameante del 19 de diciembre. Millares de habitantes de los barrios ubicados
en Arrecife, Tacoa y las Tunitas de Catia La Mar, fueron desalojados y llevados escuelas y
el balneario local.

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El numero total de víctimas quizá nunca será conocido con exactitud. En la carretera que
va de Oricao a Catia la Mar, pasando por Arrecife y Tacoa, quedo una hilera de vehículos
automotores de todo tipo, reducidos a escombros metálicos por las llamas de
indescriptible poder. Las casas, ennegrecidas, como cascarones de un cuento de terror. El
Presidente de la República para esa época, Luis Herrera Campins visito personalmente el
horror del área de desastre.

"Unos cayeron por su deber, otros sin saber porque"...

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