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El pecado y el delito de

adulterio en la Castilla medieval.


Transgresión del modelo de
sexualidad conyugal y su castigo1
Iñaki Bazán Díaz2
Universidad del País Vasco UPV/EHU

Arte y sexualidad en los siglos del románico: imágenes y contextos,


Aguilar de Campoo, 2018
1. LA SEXUALIDAD: UN GRAVE PELIGRO PARA LA MORAL CRISTIANA MEDIEVAL

D esde la Antigüedad la sexualidad ha sido considerada un peligro para la


convivencia, ya que sobre ella se han fundamentado las estructuras de parentesco,
la organización social, la distribución de la herencia y el concepto de honestidad.
Con objeto de limitar los conflictos derivados de la sexualidad se ha tratado de
controlar y limitar su manifestación en entera libertad a través de normas de com-
portamiento ligadas a la moral (pecado) y al derecho (delito).
En el orden de la moral, la Iglesia, comenzando por san Pablo3 y los primeros
padres4, consideró la sexualidad como una fuente de pecado que impedía desa-
rrollar la vida cristiana y alcanzar la salvación, además de culpabilizarla de la caí-
da de la humanidad5. En consecuencia, la continencia sexual sería sublimada y

1
Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación titulado De la Lucha de Bandos a la hidalguía universal:
transformaciones sociales, políticas e ideológicas en el País Vasco (siglos XIV y XV), financiado por el MINECO (có-
digo HAR2017-83980-P). Así como en el grupo de investigación consolidado del Gobierno Vasco: Sociedad,
poder y cultura (siglos XIV-XVIII), código IT-896-16.
2
ORCID ID: http://orcid.org/0000-0003-3407-6233.
3
Por ejemplo, en la primera carta a los corintios señalaba que los lujuriosos, adúlteros, afeminados y homosexua-
les no tendrían cabida en el reino de Dios (1 Cor. 6, 9).
4
Entre los siglos III al V la doctrina cristiana sobre la sexualidad fue elaborada, entre otros, por Orígenes, Tertu-
liano, Juan Casiano, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo o San Agustín. En ellos tendrían peso las tesis sobre
la sexualidad defendidas por estoicos, gnósticos, montanistas o por cultos paganos como el consagrado a Vesta,
en el que se consideraba que la virginidad era fuente de poder espiritual.
5
Las cuestiones que se desarrollan a continuación pueden ser consultadas en E. FUCHS, Sexual desire and love:
origins and History of the Christian ethic of sexuality and marriage, Cambridge-New York, 1983; J. L. FLANDRIN,

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convertida en el ideal de vida al que debía aspirar todo cristiano para alcanzar la
salvación del alma, ya que el coito expulsaba al Espíritu Santo del cuerpo, lo que
impedía mantener una vida bienaventurada. Por ello había que doblegar al cuer-
po con mortificaciones para dominar las pulsiones sexuales que la voluntad no era
capaz. Esa capacidad de sujetarlas se había perdido tras la caída y expulsión del
Paraíso. Además, Satanás se valía de las mujeres para alcanzar la destrucción espi-
ritual de los hombres, al encender en ellas un deseo sexual irrefrenable.
En estas circunstancias, dado que no todo el mundo era capaz de llevar una vi-
da de castidad y que, además, la sexualidad era necesaria para la reproducción fa-
miliar, lo mejor fue establecer un marco ordenado y regulado para su práctica: el
matrimonio. El sexo debía canalizarse a través del matrimonio, porque como decía
san Pablo a los corintios, si no podían aguantar la tentación, era mejor casarse que
abrasarse en la condenación (1 Cor. 7, 7-9). Sólo el matrimonio permitiría disfru-
tar de un desahogo sexual legítimo y obtener la salvación del alma, porque la cópu-
la carnal entre solteros (fornicación simple) estaba vedada y finalmente fue incluida
dentro de la categoría de los pecados mortales en el I Concilio de Lyon de 1245
por el papa Inocencio IV6.

2. LA SEXUALIDAD ORDENADA Y LEGÍTIMA: EL SEXO MARITAL


A partir del siglo XI los reformadores y canonistas, como Graciano, Pedro Lom-
bardo, Huguccio, el papa Alejandro III o Inocencio III, fueron construyendo la
teoría y el modelo eclesial del matrimonio7: una unión monógama, heterosexual y
exógama (prohibido dentro del cuarto grado de parentesco); con libertad de elec-
ción de cónyuge; celebrada “per verba legitima de presenti”; tras publicarse las
amonestaciones, es decir, en público de “faz de la santa madre Iglesia”; consagrada
“a ley e bendición” de la Iglesia; consumada mediante cópula carnal; e indisoluble.

Aux origines de la morale sexuelle occidentale (VI-XI siècles), Paris, 1983; J. P. PAYER, Sex and the penitentials: the de-
velopment of a sexual code, 550-1150, Toronto-Buffalo-London, 1984; M. FOUCAULT, Historia de la sexualidad,
Madrid, 1987, 3 vols. (1984); E. PAGELS, Adán, Eva y la serpiente. Sexo y política en la antigua cristiandad, Bar-
celona, 1990; K. LOCHIRIE, P. MCCRACKEN & J. SCHULTZ, Constructing medieval sexuality, Minnesota, 1997;
J. BRUNDAGE, La ley, el sexo y la sociedad cristiana en la Europa medieval, México, 2000 (1987); I. BAZÁN DÍAZ,
“El modelo de sexualidad de la sociedad cristiana medieval: norma y transgresión”, Cuadernos del CEMyR, 16
(2008), pp. 167-191.
6
Historia de los concilios ecuménicos. Lyon I y Lyon II, Vitoria, 1979.
7
Sobre el matrimonio medieval pueden citarse, entre otros: F. AZNAR GIL, La institución matrimonial en la His-
pania cristiana bajomedieval (1215-1563), Salamanca, 1989; J. GAUDEMENT, El matrimonio en Occidente, Ma-
drid, 1993; G. DUBY, El caballero, la mujer y el cura. El matrimonio en la Francia feudal, Madrid, 1999 (1980);
L. OTIS-COUR, Historia de la pareja en la Edad Media: placer y amor, Madrid, 2000; P. LYNDON REYNOLDS,
Marriage in the western Church. The christianization of marriage during the patristc and Early medieval periods,
Boston-Leiden, 2001.

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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

Para la sociedad la prueba exterior de esa unión era que los cónyuges convivían en
la misma casa, comían en la misma mesa y dormían en el mismo lecho. A pesar
de que la Iglesia abogaba por uniones libremente contraídas, lo cierto es que estas
cédulas conyugales se fundaban a partir de los intereses familiares que postergaban
los sentimientos afectivos de los contrayentes. El matrimonio constituía una suer-
te de empresa que tenía por objeto transmitir el patrimonio y el linaje a través de
la sexualidad destinada a la procreación. La mujer era entregada al marido, junto
con la dote, como un bien más, de la que sólo él podía disponer de su cuerpo y de
su sexualidad8. Era una relación asimétrica y jerarquizada en la que la mujer se en-
contraba subordinada al varón. Esa subordinación se sustentaba en textos como el
Génesis (2, 23-24) o en la epístola de san Pablo a los efesios, donde señalaba que el
marido era la cabeza de la mujer y que ésta debía respetar a aquél como si se tratara
del Señor (Ef. 5, 21-30). La mujer era conceptuada como un ser inferior moral e
intelectual con la única misión de procrear.
Si bien la sexualidad quedaba encauzada a través del matrimonio, eso no quería
decir que pudiera desarrollarse libremente en su seno. Debía ser moralmente acep-
table y ello se conseguía evitando incurrir en un apetito desordenado de los place-
res carnales, esto es, en la lujuria. ¿Cómo? No haciendo un uso inadecuado de los
órganos sexuales, como era utilizarlos al margen de la finalidad procreativa y con el
único deseo de obtener placer. Ello suponía un pecado y abocar al alma a la conde-
nación. Entre las transgresiones de una sexualidad marital ordenada y abandonada
a la lujuria se encontraban: consumarse por el modo y el vaso no debidos; recurrir
a prácticas anticonceptivas; buscar el placer mediante caricias, tocamientos o ver el
cuerpo desnudo; mostrar la mujer una actitud no pasiva en el coito y no someterse
al varón mediante la postura decúbito prono… Aunque la relación sexual tuvie-
ra una finalidad procreativa, también podía no ser moralmente aceptable si no se
cumplía con la abstinencia impuesta en virtud del calendario litúrgico (cuaresma,
viernes, festividades…) y del ciclo fisiológico de la mujer, como durante la mens-
truación o el periodo puerperal (temor a la sangre y necesidad de purificación)9.
En otras palabras, se estaba estableciendo el modo para llevar a cabo una hones-
ta copulatio y para reducir al mínimo los encuentros sexuales entre los esposos, evi-
tando sus consecuencias pecaminosas. A pesar de estas limitaciones, especialmente

8
Georges Duby, en su libro El caballero, la mujer…, defendía la tesis de que a partir del siglo XI pudieron convivir
dos modelos matrimoniales: el eclesiástico y el laico. El primero, como se ha señalado, incidía en la exogamia,
en la indisolubilidad y en la libre elección del cónyuge. El segundo, por el contrario, en la endogamia, en el
divorcio y en el control familiar de la elección del cónyuge.
9
Se consideraba que quienes practicaran el sexo durante la menstruación podían procrear infantes pelirrojos,
pero también afectados por la viruela, el sarampión o la lepra. De esta forma se alertaba de los peligros de la
actividad sexual en esas fechas del ciclo. P. CABANES JIMÉNEZ, “La sexualidad en la Europa medieval cristiana”,
Lemir, 7 (2003), pp. 13-14.

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Iñaki Bazán Díaz

las ligadas a la abstinencia, en el siglo XII Graciano introdujo en su Decretum la


cuestión de la deuda conyugal, según la cual las relaciones sexuales en el seno del
matrimonio eran un derecho y una obligación mutua entre los cónyuges10. Esta
tesis fue continuada por canonistas y teólogos del siglo XIII, como Juan Teutónico
o Raimundo de Peñafort. De esta forma se creaba un resquicio frente a las ideas
rigoristas de la sexualidad conyugal, al argumentarse que, si bien cumplir con los
periodos de abstinencia suponía el ideal de perfección, no era algo obligatorio. La
legislación Alfonsina de las Partidas, de ese mismo siglo XIII, se haría eco de ese
argumentario, pues además de señalar que si se “ayuntan el marido, e la muger con
intencion de auer fijos, non caen en pecado”, porque “fazen lo que deuen, segund
Dios manda”, también defendía que si se “ayuntan el vno dellos al otro, non por-
que lo aya de voluntad de lo fazer, mas porque el otro lo demanda; en esta manera
otrosí, non ha pecado ninguno” (4, 2, 9). El débito conyugal contribuiría a atem-
perar la lujuria del cónyuge y a evitar que incurriera en el peligro de la fornicación
extramarital. El débito conyugal actuaría a modo de gracia que sanaría el alma del
pecado11.
Aunque la abstinencia era muy saludable para el alma de cara a alcanzar la sal-
vación, no lo era tanto para el cuerpo, como ponían de manifiesto los médicos des-
de la Antigüedad. Ya Galeno había señalado que el desahogo sexual era una nece-
sidad fisiológica más, como el ingerir alimentos o evacuarlos. Este planteamiento
fue seguido, entre otros, por Constantino el Africano, profesor de la escuela médica
de Salerno en el siglo XI12; por Bernardo de Gordonio, profesor de la Universidad
de Montpellier en el siglo XIII13; por el tratado de la escuela salernitana De coitus,
también del siglo XIII14; o por el tratado anónimo del siglo XIV titulado Speculum al
joder15. Estos expertos en salud consideraban que los periodos prolongados de abs-
tinencia sexual podían provocar dolencias, debilidad, olores desagradables, sofoca-
ción de matriz, locura, etc. Por ello recomendaban una práctica del sexo moderada.
En definitiva, entre los siglos XI-XIII se había construido un modelo de sexua-
lidad cristiana moralmente aceptable, que se practicaba en el marco de la insti-
tución del matrimonio y que reprobaba toda relación extramarital. Ese rechazo

10
P. VACCARI, “La tradizione canonica del ‘debitum’ coniugale e la posizione di Graziano”, Studia Gratiana, 1
(1953), pp. 535-547.
11
Vid. voz “Gracia” en The Catholic Encyclopedia, New York, vol. 6, 1909, en el portal Enciclopedia Católica online
(http://ec.aciprensa.com/wiki/Gracia; página web consultada el 18 de mayo de 2018).
12
Constatini Liber de coitu. El tratado de andrología de Constantino el Africano, ed. de E. MONTERO, Santiago de
Compostela, 1983.
13
Lilio de medicina, ed. de B. DUTTON y Mª N. SÁNCHEZ, Madrid, 1993 y De sterilitate mulierum, ed. de P. CON-
DE, E. MONTERO y Mª C. HERRERO, Valladolid, 1999.
14
Liber minor de coitu. Tratado menor de andrología, ed. de E. MONTERO, Valladolid, 1987.
15
Speculum al joder. Tratado de recetas y consejos sobre el coito, ed. de T. VICENS, Barcelona, 2000.

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comenzaba por el adulterio; continuaba por la fornicación simple entre solteros,


con o sin mediación de prostitución; y terminaba por la sodomía perfecta, el bes-
tialismo o la masturbación. Ahora el modelo elaborado por decretalistas, cano-
nistas y teólogos debía tener su reflejo en el ordenamiento jurídico laico, dando a
luz una noción de sexo extramarital no sólo de carácter pecaminosa, sino también
delictiva.

3. LA CONSTRUCCIÓN DE LA NOCIÓN DE PECADO-DELITO


PARA EL SEXO EXTRAMARITAL

A lo largo de los siglos XI al XIII se forjaría una sociedad represora, empleando la


terminología de R. I. Moore16, y a ello contribuiría el cambio del discurso teológico
y jurídico a partir de la recepción del derecho romano y la sustitución progresiva
del agustinismo de raíz platónica por el aristotelismo. Esa represión se ejercería a
través de las instituciones eclesiásticas y laicas, creando mecanismos ad hoc (legis-
lación penal, castigo público, procedimiento inquisitorial, tortura judicial, peniten-
cia…) para perseguir a las personas en virtud de su raza, credo o formas de vida,
incluida la sexual: judíos, herejes, leprosos, sodomitas, prostitutas… Personas que
suponían un peligro para la sociedad cristiana, que eran consideradas sus enemigas
por socavar la fe, el orden social y propiciar el castigo divino. Por tanto, debían ser
excluidas para reforzar y reafirmar los lazos de unidad del resto y para contribuir
a la paz social.
Uno de esos mecanismos que puso a punto esa sociedad represora, especialmente
a partir del siglo XII, fue la identificación de la noción de delito con la de pecado17;
es decir, la ley debía acomodarse a los planteamientos de la fe18. En ese proceso de
identificación, el derecho positivo, aquel que debe su voluntad normativa a una au-
toridad, para ser considerado legítimo debía integrar en su ordenamiento jurídico
al derecho divino o ley eterna. En consecuencia, el derecho positivo formularía nor-
mas de comportamiento para ordenar la sociedad y evitar conflictos que degene-
raran en tensiones que complicaran la convivencia, pero debía hacerlo respetando

16
La formación de una sociedad represora: poder y disidencia en la Europa occidental, 950-1250, Barcelona, 1989
(1987).
17
Sobre el pecado puede consultarse: C. CASAGRANDE y S. VECCHIO, I vizi capital. Storia dei peccati nel Medioe-
vo, Torino, 2000; A. I. CARRASCO y Mª P. RÁBADE (coords.), Pecar en la Edad Media, Madrid, 2008; E. LÓPEZ
OJEDA (coord.), Los caminos de la exclusión en la sociedad medieval: pecado, delito y represión, Logroño, 2012; F.
VILA-BELDA MARTÍ, Imagen y palabra. Los pecados más frecuentes en la iconografía de Castilla medieval (siglos XI
al XV), Madrid, 2016.
18
Es una derivada del agustinismo político, que en estos momentos estaba alcanzando su plenitud doctrinal a
través de la teocracia papal. Sobre esta cuestión vid. R. W. CARLYLE & A. J. CARLYLE, A history of medieval
political theory in the west, Edimburgh-London, 1950; H.-X. ARQUILLIÈRE, El agustinimo político. Ensayo sobre
la formación de las teorías políticas en la Edad Media, Granada, 2005 (1972).

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Iñaki Bazán Díaz

los criterios del derecho divino, que


servía de guía moral. Así, la sanción
moral (pecado) del sexo extramarital
por ocasionar la corrupción espiritual,
tendría también su reflejo en el orde-
namiento jurídico (delito) con un cas-
tigo por ser un comportamiento peca-
minoso generador de desorden social:
son los “pecados criminales”19. De este
modo se establecía una conexión entre
el fuero interno o de la conciencia (fo-
rum conscientiae) con el externo (forum
exteriore).
En el caso de la Corona de Cas-
tilla este proceso de identificación de
fe y ley alcanzaría su máximo apogeo
en la obra legislativa del monarca Al-
fonso X el Sabio20. Así, por ejemplo,
en las Partidas el título que alude al
delito de sodomía se denomina “De
los que fazen pecado de luxuria contra
natura” y en su proemio señala que “en
los otros títulos ante deste fablamos
Catedral de Santiago de Compostela. Pórtico de Platerías.
Mujer adúltera de los otros yerros de luxuria” (7, 21).
Esos “otros yerros de luxuria” a los que
se refería eran el adulterio, incesto, rapto de mujeres y violación. En el Setenario,
también de Alfonso X el Sabio, se alude a la categoría de los denominados pecados
criminales, sobre los que ya había anticipado Abelardo en el siglo XII21: “aquellos

19
Sobre la construcción del discurso de la triada pecaminosa (leve, grave y criminal) y de la relación entre peca-
do y delito puede consultarse B. CLAVERO, “Delito y pecado. Noción y escala de transgresiones”, en F. TOMÁS
Y VALIENTE (dir.), Sexo Barroco y otras transgresiones premodernas, Madrid, 1990, pp. 57-89; J. R. CRADDOCK,
“Los pecados veniales en las Partidas y en el Setenario: dos versiones de Graciano, Decretum D.25 c.3”, Glos-
sae. Revista de Historia del Derecho Europeo, 3 (1992), pp. 103-116; A. MORÍN, Pecado y delito en la Edad Media:
estudio de una relación a partir de la obra jurídica de Alfonso el Sabio, Córdoba, 2009, concretamente el capítulo
primero titulado “Muertos y pecados”, pp. 47-90; M. PEREIRA LIMA, O gênero do adulterio no discurso jurídico
do governo de Alfonso X (1252-1284), Niterói, 2010, concretamente el apartado titulado “Discutindo sobre a
categoría ‘pecado-crime-erro”, pp. 134-148; V. MÄKINEN and H. PIHLAJAMAKI, “The individualization of cri-
me in medieval canon law”, Journal of the History of Ideas, vol. 64, nº 4 (2004), pp. 525-542.
20
Un análisis de esta obra alfonsina desde parámetros de “pecaminización” del delito y de “juridización de la
moral” ha sido realizado por Alejandro Morín, Pecado y delito en la Edad Media...
21
Ética o Conócete a ti mismo, Barcelona, 1994, cap. 15.

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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

que los ffazen merecen auer pena tan bien en el cuerpo commo en el alma. […]
Et esto sse departe en dos maneras: la vna, que tanne en los ffechos spirituales que
pertenesçen a Santa Eglesia; la otra, en los sseglares que pertenesçen al mundo”.
A continuación refiere estos pecados criminales que atañen a la Iglesia y que son
simonía, herejía, apostasía, sacrilegio; y luego los pecados criminales que atañen a
los seglares: traición (lesa majestad, aleve y falsedad), adulterio, fuerza sexual, ho-
micidio, pecado contra natura, hurto o robo, “o ffazer otros peccados ssemejantes
déstos, por que meresca auer pena en el cuerpo, sseyendo prouado”22. Los pecados
entrañaban penas espirituales y los crímenes temporales; pero los pecados crimi-
nales recibían una sanción desde la religión (forum conscientiae o interior) y desde
el derecho (forum exteriore).
El concepto de pecado-delito o de “pecado criminal” para el siglo XIV era una
realidad y una noción presente tanto en los discursos legales como en los eclesiásti-
cos. Un ejemplo es el manual de confesión elaborado en 1316 por el clérigo Martín
Pérez, de quien se ignora casi todo, donde se incidía en esa categoría de “pecados
criminales”, señalando que eran aquellos sobre los que:
el derecho pone penas corporales e espirituales e de que el pecador en juicio puede ser
acusado e a pena corporal o espiritual. E quanto es destos criminales, puédense saber
por los derechos do son escriptos, así como es el pecado de la simonía e el pecado de
eregía, apostasía, cisma, sacrillejo, perjuicio, adulterio, homicidio, furto, traición e cons-
piración e rebeldía. Destos pecados e de otros tales pueden los omnes ser acusados en
juicio e conpdenados a pena; e a estos tales llaman criminales. E conviene a saber que
todos los pecados criminales son mortales e graves, mas todos los mortales non son cri-
minales, ca non son tan graves23.
Entre los comportamientos sexuales considerados pecados criminales se men-
cionaba al adulterio. Para la Iglesia esta transgresión no sólo aludía a una práctica
sexual moralmente reprobable, sino también significaba quebrantar la fe dada a
través de los votos conyugales y la ruptura de los dos cuerpos unidos en uno sólo
mediante el sacramento matrimonial; por tanto, se trataba de un sacrilegio que po-
día perpetrar tanto la esposa como el esposo24. Así, el adulterio era un pecado cri-
minal que debido a su especial gravedad, como señalaba Martín Pérez, entraba en
la categoría de los mortales. Este planteamiento aparece expresado en otros textos
religiosos castellanos, como en el catecismo del obispo segoviano Pedro de Cuéllar.

22
ALFONSO EL SABIO, Setenario, ed. e introducción de K. H. Vanderford, Buenos Aires, 1945, ley 98.
23
Libro de las confesiones. Una radiografía de la sociedad medieval española, ed. A. GARCÍA Y GARCÍA, B. ALONSO y
F. CANTELAR, Madrid, 2002, p. 582. Vid. también J. HERNANDO DELGADO, Sociedad y cristianismo en un ma-
nual de confesores de principios del siglo XIV: el “Libro de las Confersiones” de Martin Perez, Ms. 21 de la Biblioteca
de la Real Colegiata de San Isidoro de León, Barcelona, 1980.
24
Geoffrey Chaucer al aludir a los pecados capitales en el pequeño tratado penitencial que incluye al final de sus
Cuentos de Canterbury, Madrid, 1987, pp. 609-610.

19
Iñaki Bazán Díaz

En este texto, redactado en 1325, se consideraba el adulterio un pecado de tal mag-


nitud que era capaz de ocasionar la muerte espiritual, ya que quienes lo cometían
quedaban privados de la gracia y sin ella la salvación era imposible25.

4. EL ADULTERIO: TRANSGRESIÓN SEXUAL PERSEGUIDA EN ORDEN


A LA MORAL (PECADO) Y A LA LEY (DELITO)

El adulterio fue, como señala Ricardo Córdoba de la Llave, “la modalidad de


relación extraconyugal que con mayor frecuencia aparece en la documentación de
la época, porque es la considerada más grave por la sociedad y la que presenta un
índice más elevado de conflictividad y violencia unida a ella”26. Por tanto, no es ex-
traño que las Partidas dedicaran de forma directa o indirecta 79 leyes al adulterio27.
De ahí el gran interés que este pecado-delito ha despertado entre los investigado-
res y que haya sido abordado desde muchas perspectivas, como pueden ser la jurí-
dica y canónica28, la literaria29, la artística30 y la histórica, ya sea social31, de género32

25
J. L. MARTÍN y A. LINAJE, Religión y sociedad medieval. El catecismo de Pedro de Cuéllar (1325), Salamanca,
1987, p. 180. En este mismo sentido se pronunció el obispo pamplonés Arnaldo de Barbazán en 1354; vid.
E. GARCÍA FERNÁNDEZ, “El catecismo medieval de Arnaldo de Barbazán, obispo de la diócesis de Pamplona
(1318-1355)”, En la España Medieval, 14 (1992), p. 343.
26
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio, sexo y violencia en la Castilla medieval”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie
IV, Hª Moderna, t. 7 (1994), p. 157.
27
M. PEREIRA LIMA, O gênero do adulterio no discurso jurídico do governo de Alfonso X…, pp. 151-152.
28
Con objeto de no realizar una nota bibliográfica excesivamente larga, aquí, y en las siguientes cinco notas
referidas a otras tantas perspectivas de análisis del adulterio, se incluirán tan sólo algunos ejemplos, dejando
otros títulos para ser citados más adelante a lo largo del artículo: P. AGUILAR ROS, El adulterio: discurso jurí-
dico y discurso literario en la Baja Edad Media, Universidad de Granada, 1989; E. OSABA GARCÍA, El adulterio
uxorio en la Lex Visigothorum, Madrid, 1997; Mª J. COLLANTES DE TERÁN DE LA HERA, “El delito de adulterio
en el derecho general de Castilla”, Anuario de Historia del Derecho Español, 66 (1996), pp. 201-228; A. MORÍN,
Pecado y delito en la Edad Media…
29
P. AGUILAR ROS, El adulterio: discurso jurídico y discurso literario en la Baja Edad Media…; J. C. TERRADAS, “La
malmaridada. El goce en la imposición”, Anales de la Universidad Metropolitana, vol. 3, 1 (2003), pp. 105-120.
La literatura está repleta de imágenes que aluden a la moral y a las concepciones sociales. Es, en definitiva,
un código de significación que hay que desentrañar, saber lo que hay de idealización y de realidad. En este
sentido, comprobar hasta qué punto el discurso literario coincide con el discurso jurídico está en el trasfondo
del trabajo de Mª L. CUESTA TORRE, “Adulterio y calumnia en el Enrique fi de Oliva: crimen y castigo a la
luz de la legislación medieval”, Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 7 (2010),
pp. 73-110.
30
C. SASTRE VÁZQUEZ, “La portada de las platerías y la ‘mujer adúltera’. Una revisión”, Archivo Español de Arte,
LXXIX, 314 (2006), pp. 169-186.
31
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio, sexo y violencia en la Castilla medieval…”, pp. 153-184; J. L. MARTÍN
RODRÍGUEZ, “Efectos sociales del adulterio femenino”, en C. TRILLO (ed.), Mujeres, familia, linaje en la Edad
Media, Granada, 2004, pp. 137-190; Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual en el Reino de
Granada en época de los Reyes Católicos”, en M. BARRIOS y A. GALÁN (eds.), La Historia del Reino de Gra-
nada a debate. Viejos y nuevos temas. Perspectivas de futuro, Málaga, 2004, pp. 503-534; J. M. MENDOZA GARRI-
DO, “Mujeres adúlteras en la Castilla medieval. Delincuentes y víctimas”, Clio & Crimen. Revista del Centro

20
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

o antropológica33. Sin embargo, hasta la fecha no existe una obra de conjunto y de


síntesis que aúna todas estas perspectivas e incluya todas las cuestiones inherentes
al sujeto histórico del adulterio en la Edad Media, algunas de las cuales se refieren
a continuación.
En este trabajo no se analizará el adulterio en toda su dimensión, tan sólo se
incidirá en la transgresión y en el castigo, haciendo hincapié en el discurso peca-
minoso y delictivo de esta relación sexual ilegítima, y quedando para otra ocasión
cuestiones que, aunque algo se insinuará, requieren de estudios más específicos.
Entre ellas cabe mencionar la patria potestad como facultad uxoricida del padre
frente a la del marido; el punto de vista de las mujeres (dar voz a las indudables
protagonistas de este pecado-delito); las relaciones extramaritales de los varones;
el perdón y la reconstrucción posterior de la relación conyugal; o el discurso de las
emociones inherentes al adulterio. Esta última cuestión alude a emociones secun-
darias, como la pasión amorosa que traspasa las normas sociales y anhela la sen-
sualidad y el afecto, elementos que definen la naturaleza de la relación adúltera;
pero también a emociones básicas, como la ira del varón ante el engaño, con sus
consecuencias negativas.
Este epígrafe se divide en dos partes. En la primera se examinará la transgresión
sexual del adulterio desde la perspectiva de la justicia penal, tomando como refe-
rencia, por un lado, el ordenamiento jurídico del periodo de “dispersión normati-
va” correspondiente a los siglos XI al XIII34 y el posterior de recepción del derecho
romano-canónico (siglos XIII-XV) o de uniformización o de “derecho general” 35; y,
por otro, la praxis judicial recogida en los procesos por adulterio y los acuerdos ex-
trajudiciales entre partes al margen de los tribunales. La documentación relativa

de Historia del Crimen de Durango, 5 (2008), pp. 151-186; I. BAZÁN, “Las venganzas de honor en los casos de
adulterio: el uxoricidio honoris causa”, en P. DÍAZ SÁNCHEZ, G. FRANCO RUBIO y Mª J. FUENTE PÉREZ (eds.),
Impulsando la Historia desde la Historia de las mujeres. La estela de Cristina Segura, Huelva, 2012, pp. 249-268.
Una visión de conjunto sobre la sexualidad transgresora en la Castilla medieval A. E. ORTEGA BAÚN, Sexo,
pecado, delito. Castilla de 1200 a 1350, Madrid, 2011.
32
M. PEREIRA LIMA, O gênero do adulterio no discurso jurídico do governo de Alfonso X…; M. I. del VAL VALDIVIE-
SO, “La acusación de adulterio como forma de ejercer violencia contra las mujeres en la Castilla del siglo XV”,
Estudios de Historia de España, vol. XII, t. 1 (2010), pp. 161-183.
33
P. FERNÁNDEZ-VIAGAS ESCUDERO, “La honra del marido como bien jurídico protegido en el delito de adulte-
rio. Un estudio de las Partidas a la luz de sus antecedentes normativos y de su contexto legal”, Clio & Crimen.
Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 13 (2016), pp. 53-74.
34
El término de periodo de “dispersión normativa” fue acuñado por Jesús Lalinde Abadía y trasladado a su pro-
ducción manualística (Iniciación histórica al derecho español, Barcelona, 1983). Pero también se puede aludir a
ese periodo como de “regresión, aislamiento y fragmentación jurídica”; E. GACTO FERNÁNDEZ, “La filiación
no legítima en la historia del Derecho español”, Anuario de Historia del Derecho Español, 41 (1971), p. 901.
35
Mª J. Collantes de Terán señala que con “la expresión ‘derecho general de Castilla’ sólo quiero hacer referencia
a la normativa emanada de los monarcas castellanos con aspiración de aplicarse en todo el reino”. En “El de-
lito de adulterio en el derecho general de Castilla”, Anuario de Historia del Derecho Español, 66 (1996), p. 201.

21
Iñaki Bazán Díaz

a la praxis judicial y los acuerdos extrajudiciales recogidos en los archivos notaria-


les permiten reconstruir los silencios de la ley, acceder a la interpretación que la
sociedad realiza del derecho y permite reconstruir la representación cultural de la
realidad. Desgraciadamente esta documentación judicial y notarial, en el caso de la
Corona de Castilla, comienza a ser abundante a partir del siglo XV. Con anteriori-
dad hay que espigar la práctica judicial a través de diversas fuentes, siendo una de
ellas las fazañas. La segunda parte de este epígrafe estará dedicada a interpretar la
discordancia que surgió a la hora de casar el discurso eclesiástico del pecado mortal
de adulterio con el concepto y sanción penal del crimen de adulterio.
4.1. La transgresión sexual del adulterio desde la perspectiva
de la justicia penal36
El adulterio fue considerado una violación del ordenamiento jurídico y, por
tanto, una conducta antijurídica (“que ninguno non faga adulterio, assi el que lo
faze, yerra contra el derecho que tañe a todos”, Partidas 4, 9, 2) que remitía a una
relación sexual ilegítima: “Adulterio es yerro que ome faze a sabiendas, yaciendo
con muger casada, o desposada con otro. E tomo este nombre de dos palabras de
latin, alterus et thorus, que quieren tanto dezir, como ome que va, o fue al lecho de
otro” (7, 17, 1). En estas mismas Partidas, siguiendo los principios romanistas, se
afirmaba que era la infidelidad de la esposa la dañina, en razón a los perjuicios que
causaba al honor y al patrimonio, y no la del esposo37. Aquí el derecho y la moral
se daban la mano, como se evidencia en el catecismo del obispo Pedro de Cuéllar,
cuando declaraba que adulterio era “quando yaze omne con mujer de otro; que si
casado yaze con suelta non es dicho propiamente adulterio”38. En esta cuestión,

36
Las ediciones utilizadas de la legislación de la Corona de Castilla son las siguientes: Fuero Juzgo: Fuero Juzgo
en latín y castellano, cotejado con los mas antiguos y preciosos códices por la Real Academia Española, Madrid, 1815.
Fuero Real: Opúculos legales del rey don Alfonso el Sabio, publicados y cotejados con varios códices antiguos por la
Real Academia de la Historia. Tomo II. El Fuero Real, Las Leyes de los Adelantados Mayores…, Madrid, 1836. Es-
péculo: Opúculos legales del rey don Alfonso el Sabio… Tomo I. El Espéculo ó Espejo de todos los derechos, Madrid,
1836. Partidas: Las Siete Partidas del Sabio rey don Alfonso el IX, con las variantes de mas interés, y con la glosa del
lic. Gregorio Lopez… por I. Sanponts y Barba, R. Marti de Eixalá y J. Ferrer y Subirana, Barcelona, 1843, 4 to-
mos. Ordenamiento de Alcalá: El ordenamiento de leyes, que D. Alfonso XI hizo en las Cortes de Alcala de Henares
el año de mil trescientos y cuarenta y ocho… por I. Jordán de Asso y M. de Manuel y Rodríguez, Madrid, 1847.
Leyes de Toro: J. F. PACHECO, Comentario histórico, crítico y jurídico á las Leyes de Toro, Madrid, 1862, 2 vols.
37
“E porende dixeron los Sabios antiguos […] La primera, porque del adulterio que faze el varon con otra mu-
ger non nace dano, nin deshonrra, a la suya. La otra, porque del adulterio que faze su muger con otro, finca el
marido deshonrrado, recibiendo la muger a otro en su lecho; e demas, porque del adulterio della puede venir
al marido gran daño. Ca si se empreñasse de aquel con quien fizo el adulterio, vernia el fijo estraño heredero
en vno con los sus fijos; lo que non auernia a la muger del adulterio que el marido fiziesse con otra: e porende,
pues que los danos e las deshonrras, no son yguales, guisada cosa es, que el marido aya esta mejoria, e pueda
acusar a su muger del adulterio, si lo fiziere, e ella non a el; e esto fue establescido por las leyes antiguas, como
quier que segund el juyzio de Santa Yglesia non sera assi” (7, 17, 1).
38
J. L. MARTÍN y A. LINAJE, Religión y sociedad medieval…, p. 179.

22
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

Santa Fe de Conques.
Castigos de los adúlteros

como señala Paloma Aguilar, la moral cristiana se vería influida por “la vieja tradi-
ción del derecho romano pagano”39.
Entre los argumentos esgrimidos por el discurso jurídico asimétrico de las Par-
tidas entre el varón y la mujer, se encontraba en primer lugar que el adulterio uxo-
rio suponía una deshonra para la mujer, su esposo y su familia, máxime si era vox
populi en la comunidad. Esa era una de las consecuencias inherentes a este tipo de
pecado criminal según se advertía en el Setenario: “crimen commo pecado mucho

39
El adulterio: discurso jurídico…, p. 186.

23
Iñaki Bazán Díaz

atreuido, por que el que lo ffaze vale mucho menos que ante que lo ouyese feccho
en ssu onrra e en ssu fama”40. Del comportamiento no honesto de la mujer casada
nacía la mala fama pública y la injuria, deshonrando a su familia, pero también a sí
misma41. Era una afrenta a la buena fama y reputación, consideradas, siguiendo a
Pierre Bourdieu, como un capital simbólico42 que se ponía en juego a diario a través
de los comportamientos virtuosos y, en especial, honestos (pudor y recato) de las
mujeres de la familia. Cualquier ofensa al honor suponía automáticamente un es-
tigma que desacreditaba a quien lo padecía y que conducía a su rechazo social43. El
varón podía acrecentar su honor, pero la mujer sólo conservarlo al ser la depositaria
de la sangre del linaje44.
El segundo argumento que servía para justificar el mayor peligro derivado del
adulterio uxorio, se refería al grave menoscabo que podía ocasionar a los intereses
patrimoniales y del linaje, pues si había embarazo se incorporaría a un extraño a
la herencia. De esta forma la esposa cometía un fraude y un engaño, al generar la
duda sobre la consanguinidad de los hijos y la paternidad del esposo, algo que en
el derecho romano era definido como turbatio sanguinis45. Ya decían, tanto el ca-
nónigo Martín Pérez como el obispo Pedro de Cuéllar, que el matrimonio había
sido establecido en el Paraíso por dos razones: “por fruto de linaje aver e por el
pecado de fornicio esquivar”46; “la una, por escusar fornicación; la otra, por fazer
fijos”47. Luego el adulterio atentaba contra ambas razones, pues los hijos eran fru-
to de otro con el que no existía unión legítima. Además, se consideraba que los
caracteres del padre, ya fueran positivos (coraje, lealtad, buena fama…) o negati-
vos (cobardía, felonía, mala fama…), formaban parte del patrimonio moral que se
transmitía a los hijos48. En esta cuestión de la prole se puede observar la influencia

40
ALFONSO EL SABIO, Setenario…, p. 186. En este punto se observa sintonía con las tesis de Abelardo, cuando
afirmaba que los crímenes eran un tipo de faltas “que, conocidas por sus consecuencias, degradan al hombre
con la afrenta de una culpa grave, como, por ejemplo, consentir en el perjurio, el homicidio, el adulterio, que
tanto escandalizan a la Iglesia”, Ética o Conócete a ti mismo…, p. 63.
41
J. A. SOLÓRZANO, “Justicia y ejercicio del poder: la infamia y los ‘delitos de lujuria’ en la cultura legal de la Cas-
tilla medieval”, Cuadernos de Historia del Derecho, 12 (2005), pp. 313-353. Sobre honor e injuria vid. F. SERRA
RUIZ, Honra, honor e injuria en el derecho medieval español, Murcia, 1969.
42
Razones prácticas sobre la teoría de la acción, Barcelona, 1997 (1994), pp. 179-186.
43
E. GOFFMAN, Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires-Madrid, 2006 (1963).
44
En un tratado anónimo del siglo XV, titulado Castigos y doctrinas que un sabio daba a sus hijas, se puede leer el
siguiente consejo: “Lo quarto que aveys de guardar, fijas mias, es que seades castas, ca la mujer casta guarda
el mandamiento de Nuestro Señor Dios y muestra que quiere bien a su marido y conserua su onrra”; edición
digital de Rafael Herrera Guillén para la Biblioteca Saavedra Fajardo, Murcia, 2005, p. 11.
45
E. GACTO FERNÁNDEZ, “La filiación ilegítima en la historia del derecho español…”.
46
MARTÍN PÉREZ, Libro de las confesiones…, p. 660.
47
J. L. MARTÍN y A. LINAGE, Religión y sociedad medieval…, p. 215.
48
El jurista J. López de Cuéllar señalaba que “con la sangre pasan a los hijos, asi las buenas costumbres de los
padres […] como las malas”; Tratado ivridico, político. Practica de indvltos conforme a las leyes, y Ordenanças Rea-
les de Castilla, y de Navarra, Pamplona, 1690, p. 92b.

24
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

de la Lex Iulia de adulteriis, pues ante la posibilidad de que hubiera hijos espurios
se concedió a los maridos la facultad de actuar, privada o judicialmente, que se
negó a las mujeres.
Pero también se puede añadir un tercer argumento y que tiene que ver con que
el adulterio fuera un atentado a la propiedad del varón, a quien se entregaba la
mujer, junto con la dote, como un bien más a poseer y del que disponer en exclu-
sividad, comenzando por su sexualidad. En este sentido, Geoffrey Chaucer, en su
pequeño tratado sobre la penitencia y los pecados capitales con el que finalizaba
sus Cuentos de Canterbury, exponía que el adulterio era un hurto, ya que la mujer
despojaba al marido de su cuerpo y a Cristo de su alma: “roba su propio cuerpo a su
marido y lo entrega a un lujurioso, lo profana, y roba su alma a Cristo y la entrega
al diablo”. Además de un robo, la mujer adúltera cometía un homicidio al entregar
su cuerpo a otro, porque “escinde y rompe en dos lo que fue una sola carne”49. Por
último, se trataba de un robo agravado, por ser considerado alevoso, al traicionar y
violar la fe matrimonial50.
De lo anterior se deriva que la moral, el derecho, la sociedad, la familia y el ma-
rido debían ejercer un control, un disciplinamiento, sobre el cuerpo y la sexualidad
de la mujer para que su conducta fuera intachable y no cometiera acciones con
consecuencias fraudulentas. Como se comprueba, la sexualidad pecaminosa y de-
lictiva poseía un fuerte sesgo de género, pues no existía una penalidad simétrica. La
mujer estaba supeditada al varón: “Ca los omnes an nombre barones, porque deven
aver poder sobre las mugieres” (Fuero Juzgo 3, 1, 4), porque “de mejor condición es
el varon que la muger en muchas cosas, e en muchas maneras” (Partidas 4, 23, 2).
Esta visión del delito de adulterio que ofrecen las Partidas tenía su fundamento
principal en las “leyes antiguas”, es decir, en la Lex Iulia de adulteriis51, y en menor
medida en el “juyzio de Santa Eglesia”. Esta cuestión última es fundamental para
comprender, como se explicará más adelante, cómo en el acaso del delito de adul-
terio la ley no concordaba del todo con lo conceptualizado por la Iglesia en relación
a la sanción del pecado de adulterio.

49
Madrid, 1987, pp. 609-610.
50
En 1488 el bilbaíno Pedro de Larrea acusó a su mujer Teresa de Urquiaga por mantener relaciones con Fer-
nando de Ulibarri en los siguientes términos: “e se juntaron en vno commo marido e muger aviendo açeso e
ajuntamiento carnal e se avian participado e se avian visto participar los dichos Fernando e Teresa solo con
sola desnudo con desnuda e logares escuros e escondidos en que la dicha Teresa su muger cometiera aleve
por aver cometido adulterio e violado su aro e lecho”. Ese mismo año, Fernán Vélez de Luzuriaga, vecino
de Salvatierra (Álava), acusaba a su mujer por haber “violado el dicho matrimonio en su desonrra”. I. BAZÁN
DÍAZ, Delincuencia y criminalidad en el País Vasco en la transición de la Edad Media a la Moderna, Vitoria, 1995,
pp. 279-280.
51
E. MALDONADO DE LIZALDE, “Lex Iulia de adulteriis coercendis del emperador César Augusto (y otros delitos
sexuales asociados)”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, 17 (2005), pp. 365-413.

25
Iñaki Bazán Díaz

4.1.a. El ius accusandi: la querella por adulterio ante los tribunales


De lo expuesto se comprueba que los bienes jurídicos que la ley protegía en el
caso de adulterio eran la honra del marido y de la familia, además del patrimonio
y del linaje; en consecuencia, serían aquellos quienes dispondrían de la facultad
para presentar una querella ante los tribunales. En el Fuero Juzgo se establecía que
en primer lugar fuera el marido quien debía ejercer ese derecho de denunciar a la
adúltera. Ahora bien, si él no lo ejerciera, les correspondía a los hijos legítimos ha-
cerlo, y si no los hubiera o fueran menores de edad, entonces esa responsabilidad
recaería en los parientes más cercanos del marido. Según el Fuero Juzgo dos podían
ser las razones que justificaran que el marido ofendido rehusara actuar judicial-
mente contra su mujer infiel: por continuar enamorado de ella y por tener anulada
su voluntad “por algunas yerbas que les dan, é por algún malfecho” provocado por
la esposa al saber que su marido era conocedor de la infidelidad (3, 4, 13).
El Fuero Real ampliaría el espectro de denunciantes hasta el punto de estable-
cer que “todo ome la pueda acusar”. Eso sí, siempre y cuando el marido no hubiera
perdonado la falta y, por tanto, no la quisiera acusar, “pues que él quier perdonar
a su mujer este pecado, non es derecho que otro gelo demande” (4, 7, 3). De este
modo se introducía el perdón como justificación para que un marido renunciara
a querellarse por “este pecado”. En este sentido incidirían las Partidas, al disponer
que si el marido otorgaba el perdón a su mujer, esa decisión debía ser respectada
por el padre de ella, sus hermanos o tíos paternos y maternos. No obstante, si se
diera la circunstancia de que la mujer incurriera nuevamente en adulterio tras ha-
ber sido perdonada (“ella fuese tan porfiosa en la maldad, que se tornasse aun a
fazer el adulterio”), entonces el marido debía acusarla y si no lo hacía, entonces los
parientes arriba mencionados sí podrían hacerlo. Pero, a diferencia del Fuero Real,
en las Partidas se señalaba que nadie más pudiera realizar esa acusación; es decir,
ninguna persona ajena al núcleo familiar (“los otros del Pueblo non lo pueden fa-
zer”). La argumentación se sitúa en la esfera de un pecado-delito privado que se
quiere ocultar a la comunidad para evitar una mayor deshonra: “que [si] el marido,
e los otros parientes sobredichos della, quieren sufrir, e callar su deshonrra” (7, 17,
2). Sólo en el caso de nulidad matrimonial, con sentencia de la Iglesia, se admitía la
intromisión de ajenos a la familia si se daba la circunstancia de que no hubiera sido
acusada por el marido y familiares mencionados. Es decir, tras la disolución matri-
monial el marido disponía de sesenta días para acusar a su mujer por el adulterio
cometido mientras habían estado juntos. Pasado ese plazo, si no lo hacía, enton-
ces “cada vno del Pueblo” podía hacerlo durante cuatro meses (7, 17, 3). El delito
prescribía, según las Partidas, a los cinco años de haber sido cometido (7, 17, 4). El
marido en su querella podía optar por acusar a los dos adúlteros o tan sólo a uno
de ellos, como se recogía, por ejemplo, en el Ordenamiento de Alcalá (21, 1). Pero a

26
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

partir de las Leyes de Toro las cosas cambiarían y la acusación del marido debía in-
cluir siempre a los dos adúlteros y no tan sólo a uno de ellos (80).
El marido ofendido no siempre podía tener la certeza de la infidelidad, como sí
pasaba cuando los sorprendía en flagrante delito o cuando disponía del testimonio
de algún testigo de la relación adúltera. En ese caso los tribunales también admi-
tían las sospechas, presunciones e indicios para interponer la querella: “el marido la
puede acusar antel iuez por sennales é por presumpciones é por cosas que sean con-
venibles” (Fuero Juzgo 3, 4, 3). ¿Pero cómo probar el adulterio en estos casos? En las
Partidas se recoge un ejemplo de cómo “prouar, e aueriguar el adulterio, por razón
de sospecha”. Si un acusado alegaba en su defensa que no podía ser culpable por-
que la mujer era parienta suya y el juez, admitiendo el alegato, lo dejaba libre, pero
tras fallecer el marido se casaba con la viuda, entonces quedaba demostrada la cul-
pa: “aueriguasse porende el adulterio de que ante la acusaron, e deue recebir pena”
(7, 17, 11). También en las Partidas, al abordar la cuestión de cómo probar los he-
chos en los juicios con “cosas señaladas” (pruebas) y no “por sospechas”, se explica-
ba algo más sobre el proceder en los casos de adulterio. Así, si un varón sospechaba
que otro “quiere fazer tuerto de su muger”, debía advertirle por escrito hasta en
tres ocasiones (antecedente en la Novelae 117 del código justinianeo). Si después
de las advertencias “lo fallasse con ella en su casa” o “fablando apartadamente en la
Eglesia” o “en otro logar qualquier los fallare apartados en vno”, quedaba facultado
para prenderlos y llevarlos ante el juez acusados de adulterio sin otra prueba que
esos indicios, pues de ellos podía presumirse que pretendían “fazerle deshonrra” (3,
14, 12). Por tanto, las mujeres debían reducir al máximo las relaciones con otros
hombres que no fueran su marido, como advertían los códigos legales, los tratados
morales52 y las fuentes procesales53.
En el periodo foral las mujeres sospechosas de cometer adulterio se sometían a
un proceso probatorio basado en un juramento expurgatorio en el que se exigía que

52
En la mencionada obra anónima del siglo XV, Castigos y doctrinas que un sabio daba a sus hijas, se advertía a
las jóvenes que no sólo debían ser sino también parecer honestas para que su comportamiento no resultara
“sospechoso a su marido”. Para ello daba los siguientes consejos: evitar vestidos, tocados y afeites deshones-
tos; evitar la compañía de las “mugeres malas o de mala fama”; evitar salir a menudo de casa; evitar decir
palabras soeces; evitar “no departir mucho a menudo con ningunos onbres, quanto más en logar apartado”;
evitar que “mientras estouierdes enla [sic] cámara, dormis, y mucho más enla cama no consintays que en-
tre ningunoa [sic] vosotras”; evitar hablar con los hombres de la casa, “saluo aquellas cosas que les aveys de
mandar”; y evitar posarse sobre “las ventanas ni vos pongades a las puertas de vuestras casas con ningund
onbre” (pp. 13-20).
53
Un ejemplo procesal es el protagonizado en 1494 por Catalina de Irazusta y Miguel de Verástegui, vecinos de
Tolosa. Miguel de Aciondo, marido, no pudo probar en juicio la relación adúltera de ambos; no obstante, el
tribunal dispuso en su fallo que “non oviesen de juntar nin juntasen en publico nin ascondido nin oviesen de
entrar nin entrasen de vna puerta a dentro salvo syn non fuese en la iglesia en la qual non se podiesen fablar”,
pues en caso contrario serían “avidos por confesos e condenados en la pena de adulterio e por fechores e per-
petradores del”; I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, p. 286.

27
Iñaki Bazán Díaz

participaran doce vecinas y así “sea creyda”, como en el caso del fuero de Plasencia
(137)54 o Cuenca (11, 41)55. Pero a partir de la recepción del derecho romano-ca-
nónico, la reconstrucción de los hechos en los casos en los que no hubiera pruebas
(testigos, cartas…), pero sí sospechas e indicios, se dejó en manos de la confesión
mediante la tortura judicial (quaestio). En la Corona de Castilla el recurso a la tor-
tura como sistema probatorio para “saber la verdad” se instituiría en las Partidas (7,
30). Un ejemplo del empleo de la tortura para probar un adulterio es el de María
García, vecina de la localidad burgalesa de Melgar de Fernamental, acusada por su
marido Fernando Calderón en 1485. Fernando sospechaba que María aprovecha-
ba sus ausencias de casa para mantener relaciones con el clérigo Juan Sánchez. Para
conseguir las pruebas que necesitaba, una noche arremetió contra ella, cuchillo en
mano, y amenazó con matarla si no confesaba y, en semejantes circunstancias, no le
quedó más remedio que admitir la relación. Con esta prueba Fernando condujo a
su mujer ante la justicia y en sede judicial se retractó de la confesión, alegando que
había sido obtenida por la fuerza. Como María se mantenía negativa y Fernando
parecía contar con algunos testigos que daban crédito a sus sospechas, los alcaldes
del crimen de la Real Chancillería de Valladolid determinaron que fuera puesta a
“quistión de tormento para que conosçiesen la verdad”. El tormento elegido fue
el agua, dado “dura e reziamente de mas de syete açunbres de agua”. Pero aún así
María García se mantuvo negativa, por lo que finalmente fue declarada inocente
en 148856.
Los protagonistas principales del pecado-delito de adulterio pertenecían a los
estratos sociales medios y bajos, y en menor medida a la nobleza57. Las relaciones
adúlteras podían surgir de matrimonios infelices sin vínculo afectivo58, de ma-
trimonios con diferencias de edad grande59, de romper con situaciones de malos

54
Mª J. POSTIGO, “El fuero de Plasencia”, Revista de filología románica, 2 (1984), pp. 175-214 y 3 (1985), pp.
169-224.
55
Edición on line del Área de Derecho Romano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad
de Castilla-La Mancha, cap. XI, rúbrica XXVIII (https://previa.uclm.es/area/dromano/CR/fuero/f11m.htm;
página web consultada el 23 de marzo de 2018).
56
Sin embargo, dos años después Fernando Calderón pretendía retomar la causa, ya que al parecer el tormento
no sirvió para purgar los indicios de su sospecha de adulterio. María García, temiendo por su vida, huyó y el
nuevo juicio se celebró en su ausencia y rebeldía, lo que a la postre, como ocurría en estas circunstancias, ter-
minaría por convertirse en una declaración de culpabilidad y por ello fue considerada “fechora e perpetradora
del dicho adulterio”. El proceso contra María García es analizado por M. I. del VAL VALDIVIESO, en su artícu-
lo “La acusación de adulterio como forma de ejercer violencia contra las mujeres en la Castilla del siglo XV…”.
Sobre la tortura judicial en Castilla y la purga de los indicios I. BAZÁN DÍAZ, “La tortura judicial en la Corona
de Castilla (siglos XIII-XVI). Entre el discurso probatorio y la purga de los indicios” (en prensa).
57
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 160.
58
Sobre estas cuestiones puede consultarse P. ROJO Y ARBOLRECA, La mujer extremeña en la Baja Edad Media:
amor y muerte, Cáceres, 1987.
59
G. MINOIS, Historia de la vejez: de la Antigüedad al Renacimiento, San Sebastián, 1987.

28
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

tratos60 o de relaciones consentidas por el varón con una finalidad crematística61.


Pero para la Iglesia no había duda sobre qué había detrás de una relación adúltera:
el apetito sexual insaciable de las mujeres que encendía el diablo62. No obstante,
existía otra razón que influía especialmente en las relaciones adúlteras, e incluso
en el abandono del hogar conyugal: las frecuentes y prolongadas ausencias de los
maridos. Entre los diversos motivos de estas ausencias se encontraban, por ejem-
plo, los siguientes:

• motivos laborales: Pedro de Salamanca, dorador y vecino de Córdoba, hacia


1474 “se fue a buscar su vida e dexó a la dicha su muger en casa”. Durante tres
años “ganó de su ofiçio asaz quantías” que envió a su mujer, María Rodríguez,
junto con otros bienes y joyas. Al cabo de ese tiempo retornó a su casa y se en-
contró con que su mujer hacía “vida maridable con un Aluaro de Aréualo”63.
• por servir en el ejército: la mujer de Diego de Rivas, guardia real y vecino de
Granada, aprovechó que se encontraba en el reino de Nápoles para iniciar una
relación adúltera con Fernad Núñez en 1498; y lo mismo le ocurrió al también
guardia real Martín Luque en 149464.
• por cautiverio: Antón Herrero, vecino de Ronda, se “llevó una mujer casada
de un cabtivo”65.
La motivación de las ausencias también afectaba a la alta nobleza, como en el
caso referido por Pedro Carrillo, halconero mayor de Juan II, en su crónica. Se-
gún parece, en 1436 el conde de Castro, Diego Gómez de Sandoval, envió a unos
hombres al monasterio de Villafrechós (Valladolid), donde se encontraba reco-
gida su mujer: “e llamaron a la puerta deziendo que el conde venía allí, e entra-
ron dentro en la cámara onde la condesa estaba, de noche, e afogarónla. La raçón
porque el conde mandó fazer esto fue porque estando él ausente usó mal de su
persona”66.

60
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, p. 530.
61
Más adelante se mencionarán algunos ejemplos procesales, como el de Teresa de Urquiaga y de Juana de
Cearra. En el ámbito de la literatura se puede traer a colación el caso de Lázaro de Tormes, que se casó con
la criada y amante del arcipreste de la iglesia toledana de San Salvador para servirle de cuartada a cambio de
una compensación: casa y trabajo. Vid. parte séptima de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y ad-
versidades, edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com/
obra-visor/la-vida-de-lazarillo-de-tormes-y-de-sus-fortunas-y-adversidades--0/html/fedb2f54-82b1-11df-
acc7-002185ce6064_2.html#I_0_; página web consultada el 22 de febrero de 2018).
62
Un discurso que había penetrado en el cuerpo social. En 1494 Miguel de Ainciondo, vecino de Tolosa, acusó
a su mujer señalando que “ynduçida por malibolo Justrato dis que hubyera corromper la fee matrimonial […]
y conplir su apetito yliçito”; I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, p. 280.
63
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 182.
64
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, pp. 526-527.
65
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., p. 526.
66
P. CARRILLO DE HUETE, Crónica del halconero de Juan II, ed. J. de MATA CARRIAZO, Madrid, 1946, p. 233.

29
Iñaki Bazán Díaz

La problemática de que las ausencias prolongadas del marido fueran ocasión


para consumar una relación adúltera se trasladaría incluso al ámbito normativo,
como en el caso del fuero de Córdoba, otorgado poco tiempo después de la con-
quista en 1236 (versión romance de 1241). En él se establecía que cuando un ca-
ballero tuviera que ausentarse de su casa no debía dejar a su mujer al cuidado de su
escudero, pues, como bien apunta Ricardo Córdoba de la Llave, esa ausencia podía
ser propicia para “dar lugar al nacimiento de una relación adúltera”67. Pero además
del derecho, también la literatura se hacía eco de este problema, siendo uno de los
pasajes más conocidos el narrado por el arcipreste de Hita en El libro del Buen amor
y que tenía por protagonistas al pintor Pitas Payas y a su mujer, quien le fue infiel
aprovechando su viaje a Flandes68.
Otra cuestión a analizar es el problema de una ausencia muy prolongada y que
la esposa pudiera inferir que su cónyuge hubiera fallecido. En tales circunstancias
podía verse libre para iniciar una nueva relación, pero el conflicto surgía cuando
finalmente regresaba su marido. El ordenamiento jurídico no consideraba esa re-
lación adulterina, pero exigía que una vez que la esposa tuviera noticia del regreso
de su marido abandonara la nueva relación iniciada si no quería incurrir en culpa
(Partidas 4, 9, 8).
Una vez que las mujeres eran acusadas de adulterio ante los tribunales, el orde-
namiento jurídico permitía que alegaran en su defensa una serie de circunstancias:
“De las otras defensiones que puede poner ante si… las mugeres” (Partidas 7, 17,
7-8). Algunas de las “defensiones” más importantes se mencionan a continuación.
En primer lugar, que el acceso sexual se hubiera obtenido por la fuerza. En ese
caso eran inimputables (Fuero Real 4, 7, 1; Partidas 4, 9, 7)69.
En segundo lugar, que el cónyuge también hubiera incurrido en adulterio, se-
gún se consideraba en el Fuero Real (4, 7, 4) y en las Partidas (7, 17, 9), en las que

67
“Adulterio”, p. 163. Por su parte, Plácido Fernández-Viagas rastrea similar medida en el Fuero de Toledo (12),
Carmona (10), Lorca, Alicante y Écija (s. n.), todos ellos fueros de la familia del de Toledo; “La honra del
marido como bien jurídico protegido en el delito de adulterio…”, p. 66.
68
“Enxiemplo de lo que contesçió a don Pitas Pajas, pintor de Bretaña”, J. RUIZ, Libro de Buen Amor, edición on
line de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-libro-de-
buen-amor--0/html/ff0ec418-82b1-11df-acc7-002185ce6064_29.html#I_48_; página web consultada el 24
de marzo de 2018). Sobre este pasaje J. URRUTIA, “Estructura de lo cómico en el ejemplo de don Pitas Payas”,
Poesía Española, 242 (1973), pp. 23-25; J. S. GEARY, “The ‘Pitas Payas’ Episode of the Libro de buen amor. Its
Structure and Comic Climax”, Romance Philology, 49 (1996), pp. 245-261; M. J. LACARRA, “‘Del que olvidó
la muger te diré la fazaña’. La historia de don Pitas Pajas desde el Libro de Buen Amor (estr. 474-484) hasta
nuestros días”, Culturas Populares. Revista Electrónica, 5 (jul.-dic. 2007) (http://www.culturaspopulares.org/
textos5/articulos/lacarra.htm; página web consulta el 10 de mayo de 2018).
69
Sobre las agresiones sexuales puede consultarse I. BAZÁN, “Las mujeres frente a las agresiones sexuales en la
Baja Edad Media: entre el silencio y la denuncia”, en J. A. SOLÓRZANO, B. ARÍZAGA y A. AGUIAR (eds.), Ser
mujer en la ciudad medieval europea, Logroño, 2013, pp. 71-102, donde se incluye abundante bibliografía.

30
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

se advertía que tal eximente sólo sería válido en caso de que el marido fuera “ome
vil, o de malas maneras”. Con posterioridad, en el Ordenamiento de Alcalá (21, l. 1),
se derogó esta circunstancia y así quedó recogido en los ordenamientos posteriores
de la Corona. En los ejemplos de la práctica judicial se comprueba esa nueva filo-
sofía penal, como en el caso, ya mencionado, de María García, vecina de Melgar de
Fernamental. María argumentó en su defensa, entre otras cuestiones, que su ma-
rido no guardaba “la horden conyugal que de derecho se devia guardar” con otras
mujeres. Sin embargo, no por eso cesó la causa en su contra70.
En tercer lugar, podían alegar que había expirado el plazo de cinco años pre-
visto en la ley (Partidas 7, 17, 4). En ellas también se establecía que si la Iglesia
hubiera anulado el matrimonio, el marido disponía de 60 días, desde ese instante,
para acusarla de la infidelidad cometida mientras hubieran sido pareja (7, 17, 3);
igualmente una viuda no podía ser imputada transcurridos seis meses de la muerte
de su marido (7, 17, 3) y si, tras ese plazo, contraía segundas nupcias tampoco po-
día serlo (7, 17, 9).
En cuarto lugar, la adúltera quedaba libre de la acusación si la relación se hu-
biera producido por “consejo”, “mandado”, “placer de su marido” o que éste fuera
su alcahuete (Fuero Real 4, 7, 5; Partidas 7, 17, 7 y 4, 9, 6). Es más, si se diera es-
ta circunstancia, quien debiera ser castigado era el propio marido: “porque aquel
yerro auino por su culpa, e por su maldad”. A este argumento acudieron en su
defensa las bilbaínas Teresa de Urquiaga y Juana de Cearra. La primera fue acu-
sada por su cónyuge Pedro de Larrea en 1488 porque “fornicaba e loxuriava” con
Fernando de Ulibarri. El procurador de Teresa argumentó en contra diciendo
que “el dicho Pedro de Larrea lo sabia” y que, por tanto, “avia caydo e incurrido
en la pena de lenocinio”. Por su parte Juana de Cearra fue acusada por su esposo
Íñigo López de Jauregui por mantener una relación adúltera con Íñigo “Desta-
ruça” entre 1493 y 1495. Aquí el procurador de Juana argumentó que si “se ovie-
se ayuntado carnalmente con el dicho Ynnigo seria sabiendolo el [su marido]
e aprovandolo e consintiendolo” y, como en el caso anterior, “el dicho Ynnigo
Lopes [de Jauregui] avia caydo en el crimen de lenocinio e devia ser cruelmente
punido e castigado”71.
En quinto lugar, si el cómplice del adulterio no era condenado por falta de
pruebas (“era ya quito por juyzio”), carecía de sentido querellarse posteriormente
contra la mujer, ya que podía rechazar esa acusación al relacionarse su delito con el
varón exonerado (7, 17, 9). Para evitar esta circunstancia, en las Leyes de Toro (80),
como ya se ha avanzado, se estableció que la querella debía presentarse al mismo

70
M. I. del VAL VALDIVIESO, “La acusación de adulterio…”, p. 170.
71
I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, pp. 287-288.

31
Iñaki Bazán Díaz

tiempo contra los dos miembros de la pareja adúltera y no sólo contra uno de ellos
como se permitía anteriormente.
En sexto, y último lugar, al mujer podía alegar en su descargo que había sido
perdonada. En efecto, si el marido, tras conocer la infidelidad, retomaba la convi-
vencia con su mujer adúltera, acogiéndola en su mesa y en su lecho (“tener en su
mesa y en su lecho”), como se señalaba en la legislación, entonces quedaba patente
que la había perdonado y que aceptaba sufrir la deshonra, si ésta era pública (Fuero
Real 4, 7, 5; Partidas 7, 17, 8). Ese perdón podía obtenerse en los tribunales o fue-
ra de ellos. En el primer caso, el marido que manifestara al juez su voluntad de no
acusar a la adúltera o que tras iniciar la querella la abandonara, no podía volver a
retomar la causa, quedando la esposa perdonada (Partidas 7, 17, 7). En el segundo
caso, el de obtener el perdón al margen de los tribunales de justicia, incidió espe-
cialmente la circunstancia de que el marido dispusiera de cinco años para activar
la denuncia en cualquier momento o que a pesar de existir un perdón privado de-
cidiera cambiar de opinión y consumar la venganza72. Ante esta situación las mu-
jeres buscaron contar con cierta seguridad jurídica y la encontraron escriturando el
perdón ante notario. Estas escrituras se denominan cartas de “perdón de cuernos”
y se conservan en los archivos notariales73. En este documento el marido ofendido
manifestaba su voluntad de perdonar la infidelidad y de retomar la vida en común.
De esta forma la mujer se garantizaba que en un futuro su marido no argumentaría
en su contra esa infidelidad para querellarse o para actuar violentamente.
En 1468 Gonzalo Martín de Santillana, morador en Sevilla, perdonaba a su
mujer Mari Díaz, e incluso a su amante, Pedro García, por “qualquier adulterio e
malefiçio que en uno ficieron”. En este caso el perdón se produjo tras la denuncia
ante los tribunales de Sevilla y de Córdoba, y a pesar de la sentencia contra ellos
pronunciada: “dió por ninguna la sentencia que contra ellos e contra cada uno dellos
dió el dicho alcalde de la justicia de Seuilla”. En consecuencia, se comprometió a no
“mouerles pleito ni acusaçion de nueuo” en el futuro, bajo la pena de mil doblas74.

72
García de Burgos, vecino de Vélez-Málaga, perdonó a su mujer y a su amante “por ruego de algunas personas
que en ello ynterbynieron”, pero después “le dyo una cufillada [sic]”; Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y
desorden sexual…”, pp. 529-530.
73
Sobre este tipo de documentos puede consultarse, por ejemplo, R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”; A.
MARCHANT RIVERA, “Apuntes de diplomática notarial: la ‘carta de perdón de cuernos’ en los protocolos nota-
riales malagueños del siglo XVI”, Baetica, 25 (2003), pp. 455-467; A. VIÑA BRITO, “La ‘carta de perdón de cuer-
nos’ en la documentación notarial canaria del siglo XVI”, Revista de Historia Canaria, 187 (2005), pp. 263-272;
Mª del C. GARCÍA HERRERO, “La marital corrección: un tipo de violencia aceptado en la Baja Edad Media”,
Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 5 (2008), pp. 39-41.
74
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, pp. 180-181. Otro ejemplo que refiere el mismo Ricardo Córdoba
es el perdón otorgado por el sevillano Juan de Parma a su mujer Isabel Martín a condición de que “esté de
hoy adelante e viva onestamente entre las otras personas como persona libre e quita”, p. 183. También López
Beltrán relata el caso del malagueño Juan de Burgos que en 1504 concedió una carta de perdón a su mujer

32
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

En ocasiones el perdón no sirvió para reconstruir la relación en pareja y evitar


nuevas infidelidades, como en el caso de Catalina Sánchez, vecina de Marbella y
mujer de Marcos de Segura. Catalina cometió adulterio con un vecino de Tarifa y
su marido decidió poner la resolución de la afrenta en manos de la justicia, por lo
que fue detenida y encarcelada. Estando en la cárcel, Catalina consiguió escapar y
acogerse a sagrado en una iglesia. Así las cosas, diversas personas mediaron para
que Marcos de Segura perdonara a su mujer, con el argumento de que tenían una
hija en común y que “ella seria buena mujer y se enmendaría del yerro en que avia
caydo”. Finalmente, Marcos otorgó su perdón a Catalina y retomaron la vida en
común. Sin embargo, dos meses y medio más tarde, Catalina volvía a mantener re-
laciones adúlteras, en este caso con Diego de Astorga, con quien además se fugó,
no sin antes desvalijar el hogar conyugal. Marcos no permaneció impasible y salió
en pos de los fugados y pudo darles alcance cuando iban a embarcar en una nao.
Mantuvo una acalorada discusión con Catalina y en el curso de la misma la mató
a puñaladas. Tras el homicidio Marcos huyó y la justicia de Marbella lo condenó a
pena de muerte en ausencia y rebeldía. Finalmente, en 1495, el suegro y cuñado de
Marcos, fueron los que le perdonaron la muerte de su hija y hermana con el argu-
mento de que poseía poderosas razones para proceder como lo hizo75.
No obstante, de las diversas razones que las mujeres acusadas de adulterio po-
dían argumentar en su defensa, no se admitía la circunstancia de que el matrimo-
nio, celebrado “en faz de la santa madre iglesia”, no fuera válido por ser parientes
en cuarto grado los contrayentes, por estar ella desposada de futuro con otro varón,
por voto de castidad o por voto de entrar en religión. La razón para ello era que
aún existiendo esos impedimentos siguieron adelante con el casamiento y, en con-
secuencia, se debía proceder “como si el matrimonio fuese verdadero” (Toro 81).
No fueron pocas las mujeres que renunciaron a defender su inocencia en los
tribunales, buscando refugio en una iglesia para acogerse a sagrado como forma
de evitar la ira de sus maridos y salvar la vida, como el caso ya mencionado de la
marbellí Catalina Sánchez. En 1492 Catalina García fue acusada por su marido
Juan Pellejero y “fue presa en poder del alguazil de la dicha villa [de Molina]; e que
estando asi presa fuyo e quebranto la carçel publica que adonde ella estaba presa
e por consejo e fauor de algunos vesinos de la dicha villa se fue a la yglesia”76. En
1494 la mujer de Martín Luque y su amante consiguieron escapar de la cárcel “e
se metieron en una iglesia y de allí se dio lugar a que fueren donde quisieran”77. Y

María de la Vega por el adultero que ella misma le confesó y por la intermediación ciertos religiosos: “otorga
esta carta de perdón e promete por esta carta non dar mala vida a la dicha su muger”, Mª T. LÓPEZ BELTRÁN,
“Repoblación y desorden sexual…”, p. 530.
75
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, p. 527.
76
Archivo General de Simancas. Registro General del Sello, 1492 septiembre, fol. 138.
77
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., p. 527.

33
Iñaki Bazán Díaz

en 1498 también la mujer de Diego de Rivas, tras enterarse de la detención de su


amante Fernad Núñez, “se fue huyendo de la dicha casa a la iglesia mayor desa di-
cha çibdad [de Granada]78.
4.1.b. La sanción penal por adulterio
En Francia, Italia, Aragón o Cataluña, por ejemplo, la pena más extendida que
se imponía a una adúltera era de carácter económica, como la pérdida de las arras,
la dote o una multa. También se podía completar con azotes, con algún paseo in-
famante, un tiempo en la cárcel o en un monasterio para que se arrepintiera e hi-
ciera penitencia…79. Sin embargo, en la Corona de Castilla la cosa fue diferente y
ya desde el periodo de dispersión normativa de los fueros municipales se ponía el
acento en la máxima sanción penal.
Así, por ejemplo, en el fuero de Llanes (1206/1228) se estableció que si los
amantes eran sorprendidos in fraganti debían morir por ello y no podían acogerse
a sagrado en una iglesia para evitar el desenlace y “sy algunos los ampararen, ayan
tal pena commo ellos”80. Este criterio se completaría con el de que si así procediera
el marido ofendido no sería “tenido como enemigo ni peche homicidio ni salga de
la villa, sino que los alcaldes declararán al tal libre”, según se recogía en el fuero de
Miranda de Ebro (1099-1177)81, de Soria (1120)82 o de Alcáraz (posquam 1213)83.
También se insistiría en que si el marido no quería ser declarado enemigo por ho-
micidio no podía matar sólo al adulterador y dejar viva a la adúltera, debía aplicar
a los dos el escarmiento, como se recogía en el fuero de Sepúlveda (1076)84, de
Cuenca (c. 1190)85, de Coria (antequam 1227)86 o de Cáceres (1229)87. El monarca

78
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., p. 526.
79
Ricardo Córdoba de la Llave se hace eco de diversos estudios sobre el adulterio en Italia y Francia en los que
se alude a este tipo de penalidad; “Adulterio…”, pp. 157-160.
80
M. CALLEJA PUERTA, El fuero de Llanes. Edición crítica, Oviedo, 2003, pp. 85-86, rúbrica 14.
81
F. CANTERA, Fuero de Miranda de Ebro, Madrid, 1945, p. 75, rúbrica 34.
82
Fueros castellanos de Soria y Alcalá de Henares, edición y texto de GALO SÁNCHEZ, Madrid, 1919, p. 199, rú-
brica 511.
83
G. TILANDER, Les fueros d’Alcàraz et d’Alarcón. Édition synoptique avec les variantes du Fuero d’Alcàraz, intro-
duction, notes et glossaire. I. Introduction et texte. II. Glossaire, tableau de concordance et index, Paris, 1969, lib. IV,
tít. 28.
84
“Si parientes á parienta, ó marido á mujer fallaren faciendo aleve, et mataren á él é á ella […] que por aleve que
les facien, los mataron, non peche por ende calonna ninguna, nin salgan por enemigos: et si el uno mataren é
el otro non, pechen las calonnas, et vayan por enemigos por siempre á amor de sus parientes”, Extracto de las
leyes del Fuero Viejo de Castilla con el primitivo Fuero de Leon, Asturias y Galicia. Se añaden el antiguo Fuero de
Sepulveda; los concedidos por S. Fernando á Córdova y Sevilla, Madrid, 1798, p. 206, rúbrica 73.
85
Edición on line del Área de Derecho Romano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad
de Castilla-La Mancha, cap. XI, rúbrica XXVIII (https://previa.uclm.es/area/dromano/CR/fuero/f11m.htm;
página web consultada el 23 de marzo de 2018).
86
El fuero de Coria. Estudio Histórico-Jurídico por José Maldonado y Transcripción y fijación del texto por Emilio
Sáez, Madrid, 1949, rúbrica 59.

34
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

Fernando III el Santo (c. 1199-1252) insistió en este modo de proceder a través
de su actividad jurisprudencial, como en la fazaña que tuvo por protagonista a un
caballero de Ciudad Rodrigo que castró al amante de su mujer y dejó a ésta indem-
ne, por lo que fue condenado a la horca. El monarca determinó que el marido que
“fallar a otro yasiendo con su muger quel ponga cuernos” debía matar a ambos para
evitar incurrir en pena88. Bastaba con un juramento expurgatorio para evidenciar
que el homicidio había sido legítimo89. En estos ordenamientos jurídicos se estaba
otorgando al marido el ius occidendi para ejercer la venganza privada por la grave
ofensa a su honor (honoris causa).
No siempre se optaba por la máxima pena, como se observa en otra fazaña
acaecida en Belorado. En esa localidad burgalesa fue sorprendida la mujer de Gi-
rralt con el clérigo Diego en la casa de Mari García del Barrio, quien había propi-
ciado el encuentro. A pesar de que Girralt exigió al alcalde de Belorado que su mu-
jer fuera quemada, no lo hizo. Pero si fue azotada públicamente como escarmiento
y aviso para otras, puesta en el cepo y los bienes del clérigo otorgados al marido90.
Superada la fase de dispersión legislativa y fragmentación jurídica de los fueros
municipales para entrar, a partir del siglo XIII, en la del derecho general, cuatro fue-
ron las opciones que dispuso el marido para ejercer su facultad sancionadora: una
primera, continuista con el derecho local al disponer del ius occidendi en caso de
crimen flagrante91; una segunda, recurrir a la justicia y recibir de ella la autorización

87
“[...] matedlos ad ambos sine calumpnia et non exeat inimicus. Et si occiderit uirum et non mulier, pec-
tet CCC morabedis et exeat inimicus si eum non potuerint habere”; transcripción del fuero romanceado de
Cáceres por Dolores García Oliva para la edición online del Ayuntamiento de Cáceres (https://www.ayto-
caceres.es/publicaciones/cultura/los-fueros-de-caceres/; página web consultada el 27 de marzo de 2018), p.
11, rúbrica 64.
88
“Esta es fasannia de un cauallero de Çiubdat Rodrigo que fallo yasiendo a otro cauallero con su mujer et prisol
este cauallero e castrol de pixa et de coiones. Et sus parientes querellaron al rey don Ferrando, e el rey enbio
por el cauallero que castro al otro cauallero et demandol por que lo fisiera. Et dixo que lo fallo yasiendo con
su muger. Et jusgaron le en la corte que deuye ser enforcado, pues que ala muger non le fiso nada; et enforca-
ron le. Mas quando atal cosa aviniere que fallar a otro yasiendo con su muger quel ponga cuernos, sil quisiere
matar e lo matar, deue matar asu muger. Et sy la matar, non será enemigo nin pechara omesido. Et sy matare a
aquel quel pone los cuernos e non matare a ella, deue pechar omesidio e ser enemigo. Et deuel el rey justiciar
el cuerpo por este fecho”; G. SÁNCHEZ, Libro de los Fueros de Castiella, Barcelona, 1924, pp. 58-59, tít. 116.
89
A modo de ejemplo, en el fuero de Sepúlveda se indicaba al respecto: “Si parientes á parienta, ó marido á
mujer fallaren faciendo aleve, et mataren á él é á ella, jurando con doce, seis parientes, é cinco vecinos, é él
sexmo, que por aleve que les facien, los mataron, non peche por ende calonna ninguna, nin salgan por ene-
migos” (rúbrica 73).
90
G. SÁNCHEZ, Op. cit., pp. 71-72, tít. 137.
91
Sobre el origen del ius occidendi del marido y del padre de la adúltera en la lex Iulia de adulteriis pueden consul-
tarse los siguientes estudios: E. MALDONADO DE LIZALDE, “Lex Iulia de adulteriis coercendis del emperador
César Augusto (y otros delitos sexuales asociados)”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, 17 (2005), pp.
365-413; J. A. GONZÁLEZ ROMANILLOS, “El ius occidendi en la Lex Iulia de Adulteriis”, Ivris Antiqvi Historia.
An International Journal on Ancient Law, 5 (2013), pp. 171-186.

35
Iñaki Bazán Díaz

para hacer de los amantes y de sus bienes lo que considerara, sin limitación alguna;
una tercera, centrada en la sanción-corrección informal de la adúltera por su fami-
lia al margen de los tribunales; y, por último, como una cuarta opción antijurídica
estaría el uxoricidio sin que mediara crimen flagrante ni autorización judicial.
Primera opción: el ius occidendi en caso de crimen flagrante. Este plantea-
miento del ius occidendi, en caso de sorprenderlos in fraganti en el hogar familiar
y a condición de que se ejerciera sobre los dos adúlteros, sería el que se instituiría
a partir del establecimiento de un derecho general del reino, comenzando por el
Fuero Juzgo92, continuando por el Fuero Real y el Ordenamiento de Alcalá de Henares
(21, 1), y terminando por la Novísima Recopilación (12, 28). Una salvedad serían
las Partidas, como se verá más adelante. De este modo, y para el delito de adulte-
rio, perviviría la institución de la venganza privada como derecho de la víctima o
de su familia a dar muerte al ofensor, en los términos ya establecidos en los fueros
municipales y ratificados por la mencionada fazaña de Fernando III el Santo. Este
mecanismo sancionador era una forma de ejercer la violencia penal legal contra las
mujeres93. La muerte de Inés de Leiva a manos de su marido García Fernández,
ambos vecinos de la villa de Noia (A Coruña), en 1480 es un buen ejemplo de esta
doctrina. García “fue informado de letrados y de justiçias, por su propia abtoridad,
podía proceder de fecho gela dicha su muger, fallándola, como dis que la falló en el
dicho adulterio, en el derecho la matar, dice que la ovo de matar e mató”94.
No siempre podían ser abatidos los dos adúlteros, porque cuando eran sorpren-
didos en flagrante delito harían todo lo posible por zafarse de la ira del marido
ultrajado, como le aconteció a Juan Cabezudo, vecino de Logroño, en 1496: “a la
media noche el dicho Juan Cabeçudo entró en su casa donde estaua la dicha Ma-
ría Ortiz, su muger, con otro en su cama, el qual dis que saltó por el tejado e non
podiéndole alcançar, dis que dio çiertas puñaladas a la dicha María su muger, de
que murió”95.
Este ius occidendi ejercido sobre los dos culposos en el supuesto de delito fla-
grante dentro del hogar familiar también se concedía al padre de la adúltera, o a
sus hermanos y tíos si éste hubiera fallecido (Fuero Juzgo 3, 4, 5; Partidas 7, 17, 14).
¿Por qué se obligaba al padre a matar a ambos? Porque si bien el marido por la
afrente causada “tan grande seria el pesar que auria del tuerto que recibiesse, que

92
Recoge la ley de Recaredo (3, 4, 4 ant.) al respecto incluida en la Lex Visigothorum.
93
Sobre la violencia legal ejercida contra las mujeres puede consultarse I. BAZÁN, “La violencia legal del sistema
penal medieval ejercida contra las mujeres”, Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Du-
rango, 5 (2008), pp. 203-227.
94
Mª S. ÁLVAREZ BEZOS, Violencia contra las mujeres en la Castilla del final de la Edad Media, Valladolid, 2015,
documento nº 12 del apéndice.
95
Mª S. ÁLVAREZ BEZOS, Op. cit., documento nº 13 del apéndice.

36
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

Catedral de Tudela.
Portada del Juicio.
Castigo de los adúlteros.
Foto: A. García Omedes

los mataria a entrambos”, en el caso del padre podría ocurrir que sintiera “dolor de
matar [a] su hija”, mientras que con el “ome que fallara faziendo enemiga con ella”
no tuviera piedad.
Como ya se ha anticipado, una salvedad a este marco jurídico inaugurado a
partir del siglo XIII, y que no tendría recorrido, serían las Partidas. En ellas sólo se
autorizaba al marido a ejercer el ius occidendi sobre el varón adulterador, tras sor-
prenderlo en flagrante delito, si fuera un “ome vil”, ya que el “ome […] a quien el
marido de la muger deue guardar, e fazer reuerencia, como si fuesse su señor […] o
si fuesse ome honrrado” debía ser conducido, junto con la amante, ante el juez (7,
17, 3). En efecto, podía ocurrir que ese amante al que el marido “deue guardar, e
fazer reuerencia” fuera el propio monarca, como en el caso de Gutierre Sebastiániz,

37
Iñaki Bazán Díaz

teniente de Aguilar (Oviedo), cuya mujer, Gontrodo Pérez, fue la amante del mo-
narca Alfonso VII de León entre 1132 y 1133. Fruto de esa relación nació Urraca
Alfonso la Asturiana y tras el parto Gutierre recibió del rey por sus servicios y su
lealtad el sitio de Entrago. Sin embargo, podría considerarse más como una repa-
ración por su honra perdida96. También podía ocurrir que el adulterador al que se
“deue guardar, e fazer reuerencia” fuera el propio padre del marido. En este caso el
Fuero Real establecía que no se le podía dar muerte como cabeza de familia y de-
positario de la honra familiar, por lo que debía ser condenado al exilio y sus bienes
repartidos. Pero si fuera el hijo quien mantuviera relaciones con la mujer de su pa-
dre, entonces debía ser considerado traidor y como tal perseguido (4, 8, 3).
¿Y qué ocurría con la mujer adúltera? Las Partidas prohibían ejercer contra ella
el ius occidendi, debiendo ser conducida, como ya se ha señalado, ante el juez y en esa
instancia si “fuesse prouado” que fue infiel a su marido, entonces debía ser “castiga-
da, e ferida públicamente con açotes, e puesta, e encerrada en algún Monasterio de
dueñas; e demás desto, deue perder la dote e las arras”. El marido disponía de dos
años para perdonar la afrenta y sacarla de la institución religiosa donde la hubiera
encerrado como castigo. Pero si no la quisiera perdonar, una vez que hubieran pa-
sado esos dos años “estonce deue ella recebir el abito del Monasterio, e seruir en el
a Dios para siempre, assi como las otras Monjas” (7, 17, 15). Tan sólo si la relación
se hubiera consumado con un musulmán podía ser puesta directamente “en poder
de su marido, que la queme, o la suelte, o faga de ella lo que quisiere” (7, 25, 10).
En las Partidas, a pesar de que tan sólo se permitía activar el ius occidendi en el
caso de que el adulterador fuera “ome vil”, ya se argumentaba en descargo, tanto
del marido que matara a su mujer y al amante de condición social no vil como del
padre que hiciera lo propio con el adulterador y dejara con vida a su hija, que se-
rían atenuantes el “grand pesar que ha dela dessonrra” el primero y la “piedad” del
segundo. En estos casos la sanción quedaría mitigada en los siguientes términos:
si el homicida fuera “onbre vil” y su víctima “onbre onrrado”, entonces la pena a
imponer sería a perpetuidad en “las labores del rey”; si fueran de igual condición
social, entonces la condena sería de destierro a una isla por cinco años; y si el ho-
micida fuera de condición social superior, entonces el destierro debía ser por me-
nos tiempo, quedando al arbitrio del juez (7, 17, 14). Este argumento en descargo
de la acción homicida ya se recogía en el Fuero Juzgo (3, 4, 4) y en Fuero Real en
los siguientes términos: “todo home que matare à otro à sabiendas, muera por ello,
salvo si […] le fallare dormiendo con su muger” (4, 17, 1).
¿Qué pasaba si una mujer desposada se casaba o mantenía relaciones con otro?
Se consideraba que cometía igualmente adulterio y en este caso los adúlteros, junto

96
A. E. ORTEGA BAÚN, Sexo, pecado, delito…, p. 360.

38
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

con sus bienes, eran “metidos en poder del esposo”, pero que no para matarlos, si-
no que para ser sus siervos (Fuero Real 4, 7, 2). Esta ley sería corregida con poste-
rioridad en el Ordenamiento de Alcalá, donde se establecía que si el desposado por
palabras de presente97 fuera mayor de 14 años y sorprendiera a su prometida mayor
de 12 años in fraganti, entonces sí podría ejecutar a ambos, sin dejar a ninguno de
ellos con vida. De esta forma se quería evitar que una pena menor, como la prime-
ramente establecida, no fuera disuasoria para evitar que “muchas dellas facer mal-
dad” (21, 1)98. Las Leyes de Toro (81) incidirán en esta filosofía penal.
El legislador buscó mecanismos que limitaran el ius occidendi en caso de crimen
flagrante y que animaran al ofendido a recurrir a los tribunales de justicia para
solventar la causa. ¿Cómo disuadir al marido y refrenar su derecho a la venganza
in situ? Negando que ganara los bienes de los adúlteros, que en el caso de la mu-
jer suponían las arras, la dote, los gananciales o los bienes parafernales. Antes de
adoptarse esa disposición, y según el Fuero Juzgo (3, 4, 1; 3, 4, 12), el Fuero Real (4,
7, 1; 4, 5, 5), las Partidas (7, 17, 15) y las Leyes de Toro (78 y 81), la mujer perdía sus
bienes en favor de sus hijos legítimos y si no los tenía, en favor del marido ofendi-
do. Ahora bien, en las Leyes de Toro de 1505 se incluyó una ley más, la 82, en la que
se admitía el ius occidendi en caso de delito in fraganti, pero en ese caso el marido
perdería la dote y demás bienes de los adúlteros: “el marido que matase por su pro-
pia autoridad al adúltero, ó á la adúltera, aunque los tome infraganti delicto, y sea
justamente fecha la muerte, no gane la dote, ni los bienes del que matare; salvo si
los matare ó condenare por autoridad de nuestra justicia, que en tal caso manda-
mos, que se guarde la ley del Fuero de las leyes lo que en este caso disponen”. Con
esta medida se pretendía incidir en la opción de recurrir a los tribunales de justicia
para dirimir la causa, limitando de este modo el ius occidendi en caso de crimen fla-
grante y los homicidios al margen de esta circunstancia. Además, con esta dispo-
sición se afianzaba la autoridad penal de la monarquía (ius puniendi real) frente al
ejercicio de la venganza privada. Un inicial intento de fortalecer el ius puniendi real
en este sentido, como se ha señalado, fueron las Partidas, en las que se limitaba la
venganza privada frente al adulterio, pero que el Ordenamiento de Alcalá desechó
en este ámbito penal.
Segunda opción: ius occidendi tras una sentencia judicial. Es decir, el marido
ultrajado podía recurrir a la justicia y recibir de ella la autorización para hacer de la
esposa infiel y de su amante, así como de sus bienes, lo que considerara, sin limita-
ción alguna, desde la muerte hasta el perdón. De esta forma el marido se convertía

97
Se refiere a que todavía el matrimonio no se hubiera celebrado ante la Iglesia ni se hubiera consumado.
98
Esta medida se acordó previamente en las Cortes celebradas en Segovia en 1347: Cortes de los antiguos reinos
de León y Castilla, Madrid, 1861, t. I, ley 15, p. 528. Posteriormente sería recogida por las Ordenanzas Reales
de Castilla de 1484 (8, 15, 2) e incluida en la Nueva Recopilación de 1567 (12, 28, 2).

39
Iñaki Bazán Díaz

en el verdugo legalmente investido que limpiaba la ofensa de forma pública en el


patíbulo, recuperando el honor mancillado ante toda la comunidad. Ejercía su ven-
ganza sí, pero de forma diferida tras recibir la autorización judicial y no in situ al
sorprenderlos in fraganti o tener noticia de la relación adúltera.
Desde el Fuero Juzgo se señalaba que los adúlteros fueran “metidos en mano del
marido” (in manu mariti) y que éste decidiera qué hacer con ellos, desde perdonar-
les la vida hasta matarlos (3, 4, 1; 3, 4, 3). Pero si decidía esto último, debía ejecutar
a ambos, no sólo al amante y dejar con vida a la mujer: “no pueda matar al uno, è
dexar al otro” (Fuero Real 4, 7, 1; Leyes de Estilo 93; Leyes de Toro 81). Es más, en
las Leyes de Estilo, como interpretación y aclaración del Fuero Real y de las normas
procesales, se especificaba que si uno de ellos escapaba no se podía ejecutar a quien
estuviera en poder de la justicia hasta que no fuera detenido el huido y entregado
a manos del marido ultrajado (90). En las Partidas, como ya se ha avanzado, se in-
trodujo un cambio en la penalidad, en el sentido de que si se demostraba la culpa-
bilidad de los acusados, la mujer debía ser azotada y encerrada en un monasterio,
mientras que el varón condenado a pena de muerte (7, 17, 15).
Aquellos esposos que decidieran denunciar a sus mujeres por adulterio preten-
dían someterlas a una pena anticipada, con independencia del resultado del proce-
so. Así solicitaban a los jueces que durante el proceso permanecieran encerradas en
las dependencias carcelarias y no se les admitieran fianzas. Por ejemplo, Isabel de
Castro permaneció durante cinco meses en la cárcel99. Ese encierro debía ser duro,
como pretendía el marido de la bilbaína Juan de Cearra, que solicitó al corregidor
que el tiempo que permaneciera encarcelada lo hiciera “en el soterraño e debaxo de
grandes hierros e presiones en manera que non pudiese huir nin soltarse”100. Con
ello se conseguían dos cosas: que sufriera una pena adelantada y que no se escapa-
ra, cosa que como se ha podido comprobar no resultaba infrecuente. Este encierro
preventivo a la espera de la resolución judicial era una forma de someter a las acu-
sadas a una situación de violencia por las condiciones del mismo y también por el
desamparo que sufrían, pues debían hacer frente al carcelaje (gastos por manuten-
ción, entre otros, a abonar al carcelero), y si carecían de recursos propios dependían
de sus maridos, quienes reusaban hacer frente a esos gastos. Otro hándicap eco-
nómico para estas mujeres era abonar los honorarios del procurador y del abogado
para su defensa ante los tribunales. Esa era la situación de Juana de Cearra y por
ello solicitó amparo al corregidor de Vizcaya. El fallo de éste fue favorable a Juana
y dispuso que su marido Íñigo López contribuyera a esos gastos: “vn letrado qua-
tro mil mrs. e para vn procurador o soleçitador mil mrs. e quarenta rreales de plata

99
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Las relaciones extraconyugales en la sociedad castellana bajomedieval”, Anuario
de Estudios Medievales, 16 (1986), p. 587, nota 54.
100
I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, p. 543.

40
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

para el escribano o escrivanos ante quienes aviese de pasar o pasare el proceso de


la dicha cabsa e para su mantenimiento [tachón] asi para ella commo para que la
oviesen de guisar de comer diese para cada dia veynte e cinco mrs. […] con que asi
mismo oviese de dar e pagar lo que justo fuese la guarda e carçelero”. En resumen,
Íñigo tuvo que asumir inicialmente 6.360 maravedís y al finalizar la causa, el daño
a la hacienda familiar había ascendido a 200 doblas, que no queda claro si con la
entrega de los bienes de la adúltera condenada pudieron mitigarse101. Esta circuns-
tancia, sufrir un daño en la honra y en el patrimonio, podía servir de estímulo para
la solución antijurídica del uxoricidio sin que mediara la pertinente autorización
judicial o sorprenderla en crimen flagrante.
Este proceder de denunciar a los adúlteros, celebrar el proceso, conseguir la sen-
tencia condenatoria y entregarlos en poder del marido ofendido para que actuara
según su criterio puede comprobarse a través de la documentación judicial conser-
vada del reinado de los Reyes Católicos: Juan de Adurza y Marina, pareja adúltera,
fueron entregados presos al marido ofendido “con todos sus bienes atados de pies e
manos públicamente en la plaça e mercado de la dicha çibdad [de Vitoria] debaxo
de la picota e justicia de ella”102; a Pedro de Larrea la justicia de Bilbao le hizo en-
trega de las personas y bienes de Fernando de Ulibarri y Teresa, “para que pudiese
faser de ellos lo que quisiese e por bien toviese del caso mayor fasta el menor”103;
en idénticos términos se manifestaron las autoridades judiciales de Jaén al poner en
poder de Nicolás García a la pareja de adúlteros, “para que della e dellos faga lo que
quisiere e por bien toviere”104. Hubo quien recurrió a este expediente de reclamar
a la justicia incluso cuando sorprendió a los adúlteros in fraganti y no los mató in
situ, aún disponiendo de autorización legal para ello105.
Pudiera pensarse que el juicio, la declaración de culpabilidad y el paseo humi-
llante e infamante desde la cárcel hasta la picota de la localidad para ser entrega-
dos al marido106, servirían para aplacar su ira y sed de venganza por la ofensa a su
honor y a su fama pública, y se contentara con una reprimenda en público (unos
azotes, por ejemplo) o con los bienes en satisfacción del daño ocasionado. Pero no

101
I. BAZÁN DÍAZ, Op. cit., pp. 538-539.
102
I. BAZÁN DÍAZ, Op. cit., p. 611.
103
Ibídem.
104
L. M. MENDOZA GARRIDO, Delincuencia y represión en la Castilla bajomedieval, Granada, 1999, p. 400.
105
Ricardo Córdoba de la Llave refiere el caso de Isabel de Soto y su amante Jaime que fueron sorprendidos
“desnudos en una misma cama, con la cámara cerrada y solos”, por lo que fueron apresados por los alguaciles
de Sevilla; “Adulterio…”, p. 165.
106
Este paseo infamante era el que se realizaba a todos los condenos a pena de efusión de sangre o destierro. A
lo largo del mismo el pregonero exponía las razones del castigo. Durante el recorrido los condenados eran
sometidos a improperios humillantes por parte de la ciudadanía concurrida. Sobre el particular I. BAZÁN
DÍAZ, “La utilidad social del castigo del delito en la sociedad medieval: ‘para en exemplo, terror e castygo de
los que lo ovyesen’”, en E. LÓPEZ OJEDA (coord.), Los caminos de la exclusión en la sociedad medieval: pecado,

41
Iñaki Bazán Díaz

fue así y hubo quienes decidieron llevar hasta sus últimas consecuencias la facultad
delegada por las autoridades judiciales y matar a los adúlteros: en 1478 los alcaldes
de Sevilla entregan la pareja de adúlteros a Martín Sánchez, marido vejado, quien
dispuso que fueran degollados públicamente107; en 1480 Gonzalo Fernández, ve-
cino de Moya, acabó con la vida de su mujer “poseído de tan justo dolor y porque
fue informado de letrados que de justicia por su propia autoridad podía proceder
de hecho contra su mujer”108.
No siempre se contaba con la comprensión total de los familiares de los conde-
nados por adulterio y legalmente ejecutados por el marido ofendido. Martín Sán-
chez, vecino de Dos Hermanas, degolló a su mujer Ana López y a su amante Juan
Alfonso tras sorprenderlos cometiendo adulterio, llevarlos a la justicia y recibirlos
de ella para que obrara según su voluntad: “los fallara en uno, los traxera presos a
la dicha çibdad de Seuilla e los entregara presos a los nuestros alcaldes, e que por
los nuestros alcaldes le fueron entregados para que él fyziese de ellos lo que quysie-
se, e que por la grand injuria que le fizyeron e por restituir su honra, los degollara
por justicia públicamente en la dicha çibdad de Seuilla”. Sin embargo, tras ejercer
su derecho a la venganza en diferido, Martín Sánchez temía que los familiares de
Ana López y de Juan Alfonso tomaran alguna represalia contra él y le ocasionaran
algún mal, incluso la muerte, por lo que solicitó a la Corona una carta de seguro109.
Tercera opción: la sanción-corrección informal extrajudicial. Hasta ahora se
ha estado poniendo el acento en la sanción formalizada, pero también existía la in-
formal que se podía ejercer a través de la marital corrección. El marido como pater
familia poseía la facultad de castigar a su mujer con fines correctores por su com-
portamiento indebido110. El recurso a un castigo de puertas a dentro se ejercitaba
especialmente cuando la relación extraconyugal no era de dominio público. En el
primer concilio de Toledo celebrado en 397 ya se establecía que “si las mujeres de
los clérigos pecaren con alguno, para que en adelante no puedan pecar más, sus

delito y represión, Logroño, 2012, pp. 447-475. En el caso del adulterio las sentencias no evitan ese recorrido
infamante: Catalina Gutiérrez, vecina de Jaén, fue puesta “ençima de un asno con una soga de esparto a la
garganta e con pregón e pregonero sea traída por las plaças e logares acostumbrados” (MENDOZA GARRIDO,
Delincuencia y represión…, p. 400); y Beatriz Álvarez fue entregada a su marido, junto a su amante, “desde la
cárcel que donde ay está, presa vaya caballero ençima de un asno, e una soga de esparto a la garganta, e con
pregón e pregonero sea llevada por las plaças e logares acostumbrados de la dicha çibdad de Éçija, e sea lle-
vada a la picota” (Mª Á. MARTÍN, C. ALMAGRO, L. R. VILLEGAS y L. M. MENDOZA, “Delincuencia y justicia
en la Chancillería de Ciudad Real y Granada (1495-1510). Segunda parte. Documentos”, Clio & Crimen.
Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 4 (2007), doc. nº 35).
107
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 165.
108
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., p. 170.
109
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., pp. 182-183.
110
Mª de C. GARCÍA HERRERO, “La marital corrección: un tipo de violencia aceptado en la Baja Edad Media”,
Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 5 (2008), pp. 39-71.

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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

maridos puedan, sin causarles la muerte, recluirlas y atarlas en su casa, obligándolas


a ayunos saludables, no mortales”111. Pero también existía una sanción informal por
parte de la comunidad cuando el varón no intervenía para reprender la conducta
sexual transgresora de la mujer. En estas circunstancias la comunidad asumía el rol
sancionador a través del escarnio público, como eran las cencerradas en las que se
podían realizar cantares o colgar cuernos a las puertas de las casas de los afectados.
Esta opción de recurrir a la corrección informal extrajudicial es la más difícil de
rastrear documentalmente. No obstante, algún ejemplo se localiza, como el prota-
gonizado por Catalina Rodríguez. Aunque en 1477 abandonó el hogar conyugal
con su amante, su marido, el sevillano Alfonso González de Paules, no procedió
contra ella, ni buscando la venganza directa ni diferida. Decidió resolver este asun-
to en privado, evitando dar publicidad a la infidelidad e incrementar el daño a su
honra. Así que decidió que “estovyese ençerrada en el monasterio” de Santa María
la Real de Sevilla, donde debía realizar “penitençya e bivyese bien” y de donde no
debía salir “syn la liçençia de la prioresa o syn vuestro mandado [de Alfonso Gon-
zález] y en conpañya de las monjas” 112.
Cuarta opción y antijurídica en este caso: el uxoricidio propia authoritate al
margen de la norma legal. Quienes no siguieron las disposiciones legales previstas
y dieron muerte a sus mujeres adúlteras fueron procesados por homicidio. Esto es,
cuando la muerte acontecía “por su propia autoridad” y no porque fueran sorpren-
didas in fraganti (primara opción referida) ni porque se dispusiera de la facultad
justiciera concedida por los tribunales (segunda opción referida). El marido ultra-
jado procedía sin “aver guardado en la dicha muerte la forma e horden que las leyes
de nuestros reynos en tal caso quieren e mandan”. Como Pedro Torbarán, vecino
de Guadalajara, condenado en 1484 porque “hubo culpa al no hacerlo de la forma
e orden que las leyes de nuestros reinos quieren e mandan”113; o Cristóbal Páez,
vecino de Almoracid de Zorita, condenado en 1491 a un año destierro, ya que lo
hizo “por su propia autoridad” y sin que le fuera otorgada en un proceso judicial,
aunque los jueces sí reconocieron que “tuvo justa causa para lo faser” por la afrenta
sufrida114.
El caso del murciano Juan Ferrández evidencia hasta qué punto se puede lle-
var a cabo la venganza privada de la familia ofendida. A finales de 1395, Juan Fe-
rrández, criado de Andrés García de Lasa, se fugó con Catalina de Vilacorta a la

111
Concilios visigóticos e hispano-romanos, edición de José Vivés, en colaboración con Tomás Marín y Gonzalo
Martínez Díez, Madrid, 1963, pp. 19-20, rúbrica VII.
112
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Segunda parte. Documen-
tos”, Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 2 (2015), doc. nº 11, pp. 545-548.
113
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 170.
114
MENDOZA GARRIDO, Delincuencia y represión…, p. 178.

43
Iñaki Bazán Díaz

localidad alicantina de Guardamar de Segura y allí “fizieran en uno adulterio”. El


padre de Catalina, Pedro de Vilacorta, junto con otros familiares que se sintieron
igualmente agraviados por ese comportamiento indecoroso, salieron en pos de
los fugados. Juan Ferrández consiguió acogerse a sagrado en la iglesia mayor de
Guardamar, pero de nada le sirvió, ya que, según refiere su madre, “entraron den-
tro de ella e por fuerça e contra su voluntat e a arrenpuxones sacaron al dicho mi
fijo”. Una vez en poder de la familia de Catalina, y sin que mediara juicio alguno,
fue linchado: “conpraron tres palos e fizieron forca dellos e todo los sobredichos
enforcaron al dicho mi fijo, en tal manera quel dicho mi fijo murió en la forca”.
Por si fuera poco, se apropiaron de todo lo que poseía: 33 doblas de oro, 45 flori-
nes y una lanza y puñal de plata, valorados de 80 maravedís. El tribunal de justicia
de Murcia condenó a Pedro de Vilacorta, y a sus familiares y demás consortes, a
destierro de la ciudad y a la entrega de todos los bienes sustraídos a la madre de
Juan Ferrández115.
Muchos fueron los que actuaron de forma homicida contra los adúlteros al
margen de lo establecido en el ordenamiento jurídico (crimen flagrante o autori-
zación judicial) y muchos fueron los que consiguieron el perdón tanto de la jus-
ticia como de la familia. Tal vez aquí pudo estar la clave, como señalan diversos
autores, entre ellos R. Córdoba de la Llave o J. M. Mendoza, para que los maridos
ofendidos actuaran de este modo, sabiendo que su causa sería vista con simpatía
en los tribunales, por la familia de la adúltera y por la sociedad. En 1487 fue per-
donado por la Corona Francisco de Santiago, vecino de Jerez de la Frontera, por
la condena que se le había impuesto “porque vos, por vuestra propia autoridad, sin
mandamiento de juez ni de alcalde, fezistes la dicha muerte”116. En 1492 el zapa-
tero Pedro de Velasco consiguió el perdón de los familiares de Alfonso de Toledo,
también zapatero y amigo suyo, a quien mató tras un combate a espada por man-
tener una relación con su esposa117. En 1495 Marcos de Segura, tras asesinar a su
mujer, Catalina Sánchez, huyó de la justicia de Marbella, y en ausencia y rebeldía
fue condenado a pena de muerte; pero finalmente, el suegro y el cuñado de Marcos
perdonaron la muerte de su hija y hermana118. Y en 1497 Juan de Villanueva, veci-
no de Guadix, fue perdonado por su suegro Rodrigo Alfonso de Benavides porque
“muchas ofensas que a su honrra avia hecho [su hija Inés] asy en cometer el dicho
adulterio muchas vezes como seydo a la verguença, e con justo dolor que dello te-
nia diz que tomo un palo” con el que la mató119.

115
L. RUBIO GARCÍA, Vida licenciosa en la Murcia bajomedieval, Murcia, 1991, pp. 156-159.
116
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 170.
117
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., p. 171.
118
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, p. 527.
119
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., pp. 527-528.

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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

¿Cuál era el argumento que tanto la justicia real como la familia esgrimían pa-
ra conceder el perdón al marido ofendido que practicara el uxoricidio? Considerar
que el homicidio había sido justo: “con justo dolor”, como expresaba el suegro de
Rodrigo Alfonso de Benavides. La doctrina jurídica amparaba este argumento,
pues como se señalaba en las Partidas los comportamientos deshonestos e infames
de las esposas ocasionaban “grand pesar que ha dela dessonrra”. La praxis judicial
incidiría en estos argumentos, como se puede comprobar en los siguientes tres
ejemplos.
En 1449 Diego del Poyo, vecino de Murcia, cometió uxoricidio honoris causa
ante el comportamiento adúltero de su mujer. Como no había sido guardada nin-
guna de las posibilidades que el ordenamiento jurídico toleraba para ello, decidió
huir. Al poco tiempo retornaba a Murcia y se sometía al veredicto de los tribu-
nales, quienes le eximieron de la culpa con el argumento de que “según la fama
de aquella mala mujer lo que aquel hizo tuvo mucha razón para ello”. Además, el
tribunal consideró que la acción de Diego del Poyo debía ser ejemplarizante y un
aviso para otras mujeres que pudieran tener la tentación de cometer semejante de-
lito: “porque sea de otras mujeres ejemplo y se guarden de semejantes errores”120.
Con la muerte de la adúltera se apartaba de la comunidad a quienes habían ad-
quirido la condición de impuras y que podían convertirse en “un peligroso foco
de contagio”121.
En 1477 Juan Sánchez de Medina, vecino de Sevilla y vaquero, consiguió el
perdón real por haber dado muerte a Marina Vélez, tras conseguir primero el per-
dón de su suegro. Según consta en la carta de perdón, Juan, en compañía de sus
hermanos Diego y Fernando, acabó con la vida de Marina. En la referida carta se
construye el discurso justificador y comprensivo del homicidio. Se señala que Juan
y Marina estaban “casados legítimamente segund orden de la Santa Madre Ygle-
sia” y que a pesar de ello Marina le fue infiel con Diego de las Cumbres, “echán-
dose con él carnalmente”. Rompe la fe matrimonial y Diego se apropia de un bien
de Juan Sánchez de Medina, el cuerpo y la sexualidad de Marina. Además, Marina
abandona el hogar conyugal, fugándose con Diego y apropiándose de los bienes
del matrimonio. Este daño ocasionado por Marina fue suficiente argumento pa-
ra que su padre, Esteban García, perdonara a su yerno su proceder justiciero, pues
según su criterio había procedido de forma justificada: “con quand justa cabsa fue
la dicha muerte”. La Corona, atendiendo a todas estas razones atenuantes y, a pe-
sar de que el homicidio se había realizado contraviniendo las normas establecidas
por el derecho al efecto, concedieron el perdón: “pues la dicha muerte fue con tan

120
L. RUBIO, Vida licenciosa en la Murcia…, pp. 26 y 234-235.
121
P. FERNÁNDEZ-VIAGAS ESCUDERO, “La honra del marido como bien jurídico protegido…”, p. 60.

45
Iñaki Bazán Díaz

justísima cabsa e el dicho Juan Sánchez mouido con justo dolor e por la permisión
de las dichas leyes de nuestros reynos a ello le dan lo fizo”122.
En 1477 el también sevillano Alfonso González de Paules incurrió en el uxori-
cidio de su mujer Catalina Rodríguez. Inicialmente la había encerrado en el mo-
nasterio de Santa María la Real de Sevilla, haciendo una gestión privada del casti-
go de la infidelidad y allí debía permanecer realizando penitencia. Catalina decidió
poner fin a su encierro y se fugó, pero para poder sobrevivir, seguramente, se vio
obligada a ejercer la prostitución. Sin embargo, su marido vio en ello un argumen-
to más de su carácter depravado: “se puso a la mancebía a ganar dinero e se dava e
echava a quantos la querían”. Con este proceder, según consta en la carta de per-
dón real, Alfonso recibió “grand deshonrra e Vergüença de la gente, e que porque
su Adulterio era Notorio e muy público”. Finalmente, Catalina fue puesta a dispo-
sición judicial. Como la resolución de la causa se dilataba también se prolongaba
la infamia pública recibida por Alfonso por el comportamiento deshonesto de su
mujer. Así, un día que Catalina era conducida desde la cárcel pública hasta el tri-
bunal fue acuchillada por Alfonso. El resultado fue especialmente trágico, ya que
Alfonso no sólo acabó con la vida de su mujer, sino también con la de “una criatura
que ella avya conçebido andando adulterando” y que él desconocía ese embarazo.
Ese acto homicida lo ejecutó “con el grande e justo dolor que tenyades e con la
Vergüença de la gente”. De esta forma lavaba en público la “Vergüença de la gente”
que le había ocasionado Catalina con su comportamiento infiel e inmoral. Había
vengado su honor mancillado, aunque sin mandato judicial. Consciente de ello,
Alfonso se entregó a la justicia del arzobispo de Sevilla, alegando su condición de
“clérigo de corona”. La sentencia no fue especialmente rigurosa por las circunstan-
cias que concurrían en el caso: “visto vuestra provança e el justo dolor que vos dyó,
a la menor causa vos condenó a pena de destierro por tienpo de un año e en çierta
pecunya para Redençion de un cautivo que estava en tierra de moros por el Anyma
de la dicha vuestra muger”, además de las costas procesales. Con objeto de evitarse
problemas a futuro, solicitó que la sentencia fuera confirmada por la Corona y des-
pués pudiera ser perdonado, puesto que ya había entregado la cuantía establecida
para la redención del cautivo. La petición de Alfonso fue aceptada y justificada en
los siguientes términos: “por causa e Rasón de la dicha muerte de la dicha vuestra
muger vos non maten nyn fieran nyn lisyen nyn prendan nyn tomen nyn embar-
guen ningunos nyn algunos de vuestros bienes” 123.
En consecuencia, estos homicidios eran considerados justos (“justa causa”,
“justo dolor”…) porque eran consumados por unos maridos ofendidos que se

122
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 181.
123
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Segunda parte. Documen-
tos…”, doc. nº 11, pp. 545-548.

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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

encontraban dominados por la ira (furore et rabie) que provocaba la gravísima ofen-
sa e injuria sufrida: “non podiendo sofrir tan grande infamia e desonrra”124. Esa
causa justa, el dolor insufrible por la afrenta, debía ser tenida en cuenta por las au-
toridades judiciales para imponer una condena atenuada; o para conceder el per-
dón, incluido el de la familia de la difunta.
Ahora bien, no siempre se conseguía que la familia de aquella diera por buena
esa muerte. En 1492 la tía materna de Beatriz Fernández reclamaba a la Corona
que se ejecutara la sentencia de muerte dada en ausencia y rebeldía contra el sevi-
llano Rodrigo Álvarez, quien la había matado estando embarazada por sospechas
infundadas: “syn cabsa nyn Rasón alguna legítima e syn tener sospecha que la di-
cha su mujer le ovyese ofendido”125. La madre de Marina Sánchez, vecina de Úbe-
da, solicitaba que también fuera ejecutada la sentencia de pena de muerte pronun-
ciada en ausencia y rebeldía contra su yerno Alfonso de Carmona por el intento
de homicidio de su hija126. Lo interesante de este caso es que Alfonso de Carmona
había sido manipulado por Catalina de Valdivia, quien le fue con el cuento de que
su mujer le era infiel por la malquerencia que había entre ellas.
Otra opción para conseguir el perdón real sin apelar al argumento del “justo do-
lor”, fue recurrir, al igual que otros condenados, a prestar servicios a la Corona en
sus empresas militares, como por ejemplo en la toma del reino nazarí de Granada,
y ganar de esa forma el privilegio de homiciano127. Es el caso del perdón otorgado al
malagueño Diego Muñoz en 1492 tras haber servido durante doce meses en la for-
taleza de Salobreña, acogiéndose al correspondiente privilegio de homiciano. María
de Acuña, estando casada con Diego Muñoz “a ley et bendición segund manda la
santa iglesia”, mantuvo una relación adúltera con Francisco Roldán, que tuvo eco
social: “ovo fama pública en la dicha çibdad de málaga et en otras partes”. Además,
para poder llevar con libertad esa relación trató de envenenar a su marido. En es-
tas circunstancias Diego no concibió otra salida que la de acabar con la vida de su
mujer: “sentiéndose de su injuria et de la fama tan pública la ovo de matar et mató”.
Pero era consciente de que ese proceder era ajeno al previsto en el ordenamiento

124
Así se justificaba el logroñés Juan Cabezudo en 1496 ante la justicia en el caso ya recogido más arriba; ÁL-
VAREZ BEZOS, Violencia contra las mujeres…, documento nº 13 del apéndice. El coruñés García Fernández
también señalaba en 1480 que el adulterio de su mujer Inés de Leiva le había ocasionado una “grand injuria
y mengua suya”; documento nº 12 del referido apéndice.
125
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía…”, pp. 664-666.
126
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., pp. 659-660.
127
Sobre el perdón real en general se puede consultar R. GONZÁLEZ ZALACAÍN, El perdón real en Castilla a fines
de la Edad Media. El ejemplo de la cornisa Cantábrica, Bilbao, 2013. Y sobre el perdón ligado al privilegio de
homiciano, F. R. ALIJO, “Antequera en el siglo xv. El privilegio de homicianos”, Baética. Estudios de Arte, Geo-
grafía e Historia, 1 (1978), pp. 279-292; R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Fortalezas con privilegio de homiciano
en época de los Reyes Católicos”, Población y poblamiento. Homenaje al prof. Manuel González Jiménez, Jaén,
2006, pp. 193-207.

47
Iñaki Bazán Díaz

jurídico y por eso huyó a la fortaleza de Salobreña para ganar el perdón por acoger-
se al privilegio de homiciano: “por non aver guardado en la dicha muerte la forma
et horden que las Leyes de nuestros Reynos en tal caso quieren et mandan, fue a la
dicha Villa et fortaleça de salobreña por ganar el dicho previllejo”128.
4.2. Discordantium entre el discurso de la moral (pecado) y el del derecho (delito)
en el caso de adulterio

Una cuestión complicada de interpretar y justificar es la inconsistencia existente


entre la legislación castellana y la práctica judicial, que admitían el ius occidendi del
marido, con el discurso eclesiástico que rechazaba semejante solución. Reformis-
tas y canonistas de los siglos XI y XII, como Bucardo de Worms, Ibo de Chartres
o Graciano, argumentarían sobre el particular, reconociendo que ambos cónyuges
poseían la capacidad de cometer adulterio. Este último, por ejemplo, en su Decre-
tum dedicaría cinco capítulos al problema del adulterio.
En el siglo XIII también los teólogos y canonistas insistieron en rechazar la
muerte de la adúltera. Por ejemplo, el teólogo Thomas de Chobham argumentaría
que el propio Jesús había abolido esta práctica ( Juan 8, 1-11) recogida en el Deu-
teronomio (22, 22-24); el canonista Juan Teutónico asimilaría en gravedad el homi-
cidio de la adúltera con el de la propia madre129; o Tomás de Aquino, quien en sus
Sentencias advertía que “quien desea pertenecer a la Iglesia no puede hacer uso de
la ley que permite matar a la mujer”130. No obstante, el propio Juan Teutónico reco-
nocía que era más grave el crimen cometido por la mujer que por el varón; y Tomás
de Aquino justificó que la adúltera debería ser castigada con mayor dureza por el
peligro que de sus relaciones se derivaba: introducir hijos espurios en las familias131.
Aunque había antecedentes más drásticos, como el de la Summa Parisiensis de me-
diados del siglo XII. En ella se afirmaba que si un marido asesinaba a su mujer, a
pesar de las prohibiciones canónicas, podía alegar como circunstancia atenuante el
adulterio y tal vez podría ser perdonado por Dios si aceptaba esa muerte en satis-
facción del pecado cometido132.
Por tanto, ¿cómo entender y justificar esa inconsistencia entre el derecho penal
castellano y el discurso eclesiástico, si el primero, para que fuera moralmente acep-
table, debía acompasarse con el segundo, y cómo compatibilizar ambos argumen-
tos? Este dilema ha sido expresado por Alejandro Morín como concordia discordan-
tium, haciendo un ingenioso paralelismo con el título y propósito del decretalista

128
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía…”, doc. 51, pp. 650-652.
129
J. A. BRUNDAGE, La ley, el sexo y la sociedad cristiana…, pp. 212, 257, 367.
130
Citado por A. MORÍN, Pecado y delito en la Edad Media…, p. 124.
131
J. A. BRUNDAGE, Op. cit., pp. 366 y 445.
132
J. A. BRUNDAGE, Op. cit., p. 296.

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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

Graciano133. A continuación, se tratará


de ofrecer una respuesta en relación a la
ejecución tras una sentencia judicial y
al homicidio en el contexto del crimen
flagrante.
4.2.a. Dar muerte a los adúlteros tras
una sentencia judicial
Acusar a alguien ante los tribuna-
les tenía como propósito alcanzar el
resarcimiento del daño sufrido: “Pro-
piamente es dicha acusación, profaça-
miento que vn ome faze a otro ante del
judgador, afrontandolo de algun yerro,
que dize que fizo el acusado, e pidien-
dol, que le faga vengança del” (Parti-
das 7, 1, 1). En relación al adulterio las
Partidas tan sólo reconocían al marido Roman de la Rose. Fol. 126 r
el derecho de “acusar a su muger del
adulterio, si lo fiziere, e ella no a el” (7, 17, 1). Así, tras la acusación y proceso, si se
dictaba una sentencia condenatoria, en lugar de ser el verdugo quien la ejecutara, el
juez delegaba ese papel al marido ultrajado y acusador. A partir de aquí la muerte
de los adúlteros pasaba a ser legítima y moral, pues se ejecutaba por autoridad judi-
cial. En este sentido Tomás de Aquino explicaba que en determinadas circunstan-
cias dar muerte a alguien no suponía pecado, como cuando un soldado mataba a su
enemigo o un juez dictaba pena capital contra el autor de un crimen134. Por tanto,
por un lado, el marido se convertía en un agente auxiliar de la justicia, legalmente
investido para llevar adelante la ejecución; y, por otro, purgaba la afrenta ante toda
la comunidad reunida entorno al cadalso. Como ya se ha señalado, las leyes de Toro
insistieron en esta solución penal frente al ius occidendi en caso de crimen flagrante
con el argumento de que de otro modo no se concederían los bienes de la pareja
de adúlteros. Los eclesiásticos castellanos abundarían sobre la licitud y moralidad
de esta forma de aplicar el castigo, como el jurista y obispo Diego de Covarrubias

133
A. MORÍN, “Matar a la adúltera: el homicidio legítimo en la legislación castellana medieval”, Cahiers de lin-
guistique et de civilisation hispaniques médiévales, 24 (2001), pp. 353-377. Sobre esta cuestión profundizaría en
el capítulo 2 de su tesis doctoral: Pecado delito en la Edad Media… y que se titula: “Un legítimo pecado mortal.
El homicidio legal de la adúltera en el derecho castellano medieval y moderno”, pp. 91-134.
134
Sobre el particular puede consultarse N. BLÁZQUEZ, “La pena de muerte según Santo Tomás y el abolicionismo
moderno”, Revista Chilena de Derecho, vol. 10, nº 2 (1983), pp. 277-316; H. R. MORA CALVO, “Santo Tomás
de Aquino: la pena de muerte. Implicaciones éticas”, Revista de Filosofía, XXXVI, 88/89 (1998), pp. 359-370.

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Iñaki Bazán Díaz

(1512-1577) o el teólogo Tomás Sánchez de Ávila (1550-1610), a quienes estudia


Alejandro Morin135. Por tanto, en el supuesto de dar muerte a los adúlteros tras una
sentencia judicial no existía discordancia.
4.2.b. El ius occidendi en el contexto del crimen flagrante
Para la Iglesia la muerte dada a los amantes sorprendidos in fraganti pertenecía
al ámbito de lo pecaminoso y la solución al dilema de establecer una concordia en
el discordante discurso entre la moral y el derecho pasaba “por dictaminar que el
homicidio por adulterio conforma un pecado que la ley se abstiene de castigar”136.
Al respecto argumentaría el obispo Diego de Covarrubias, en su De matrimonio,
que “la ley civil no está obligada a castigar con pena todos los pecados exterio-
res”137, aunque como tales no se deben excusar en el foro de la conciencia. Lo que
viene a evidenciar que el pecado y el crimen no siempre son dos conceptos fundi-
dos en uno, sino que muestran su autonomía en determinadas circunstancias.
¿Pero por qué el derecho no seguía en este punto el argumento de la moral?
Para empezar, porque, como ya se ha mencionado, no todos los eclesiásticos eran
totalmente rotundos y dejaban algún resquicio basado en la mayor gravedad del
pecado de la mujer; porque a partir de la Baja Edad Media el derecho canónico fue
perdiendo el monopolio legal sobre la lujuria en favor de los tribunales laicos138;
porque en relación al adulterio sería más bien el derecho romano el que influiría en
la moral cristiana; y porque en el adulterio se criminalizaba no sólo una afrenta al
orden moral, sino también al orden social. En consecuencia, convendría discernir
entre la referencia de la ética cristiana como elemento de superioridad moral para
construir el ordenamiento jurídico y los efectos de la ley a la hora de salvaguardar
los bienes jurídicos puestos en peligro por la relación adúltera: el honor y el patri-
monio, principalmente. Es decir, que por un lado estaban las razones de tipo moral
que defendían un sacramento y por otro las que buscaban mantener la paz en la
comunidad. Los valores inherentes a la cultura social y legal del honor en la Edad
Media exigían a los varones, como si de un deber sagrado se tratara, para ellos y su
grupo parentelar, vengar las afrentas sufridas por causa del adulterio de sus mujeres
con el fin de restaurar su prestigio y de mantener su virilidad ante la comunidad; en
suma, su valía entendida como la capacidad de reproducirse para perpetuar el lina-
je y de defender su casa, patrimonio y familia. Todavía a finales de la Edad Media
no se había conseguido superar del todo el recurso al ejercicio legal de la violen-
cia homicida, como mecanismo de resolución privada de conflictos, por el recurso

135
A. MORÍN, “Matar a la adúltera…”, pp. 367 y ss.; y Pecado delito en la Edad Media…, pp. 121-129.
136
A. MORÍN, Op. cit., p. 130.
137
Ibidem.
138
J. A. BRUNDAGE, La ley, el sexo y la sociedad cristiana…, p. 23.

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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…

a presentar querellas ante los tribunales de justicia para obtener la reparación por
el daño sufrido. Tránsito en el que trataron de incidir las leyes de Toro para el caso
concreto del adulterio. De este modo el Estado remplazaría a la justicia vindicativa
en la labor de reparar el honor mancillado139.
En definitiva, se puede compartir la conclusión de Paloma Aguilar cuando in-
dica que “el adulterio medieval fue un instrumento para la protección jurídica de
los intereses de las condiciones materiales de vida, establecidas en el seno de una
sociedad patriarcalista”140. Se primaría salvaguardar, como apunta Enrique Gacto,
el “orden social externo”141. Un orden basado en el honor, la paternidad, el linaje y
el patrimonio, y en el que se consideraba lícito la gestión privada del problema (ius
occidendi en contexto de crimen flagrante) de tradición germana y romana, pero
que a comienzos del siglo XVI iniciaría su declive.

139
Sobre la violencia homicida en la Edad Media, R. MUCHEMBLED, La violence au villa. Sociabilité et comporte-
ments populaires en Artois de 15e au 17e siècle, Turnhout, 1989; Una historia de la violencia. Del final de la Edad
Media a la actualidad, Barcelona, 2010 (2008).
140
El adulterio: discurso jurídico…, p. 381.
141
E. GACTO, “La filiación no legítima…”, p. 908.

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