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Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación titulado De la Lucha de Bandos a la hidalguía universal:
transformaciones sociales, políticas e ideológicas en el País Vasco (siglos XIV y XV), financiado por el MINECO (có-
digo HAR2017-83980-P). Así como en el grupo de investigación consolidado del Gobierno Vasco: Sociedad,
poder y cultura (siglos XIV-XVIII), código IT-896-16.
2
ORCID ID: http://orcid.org/0000-0003-3407-6233.
3
Por ejemplo, en la primera carta a los corintios señalaba que los lujuriosos, adúlteros, afeminados y homosexua-
les no tendrían cabida en el reino de Dios (1 Cor. 6, 9).
4
Entre los siglos III al V la doctrina cristiana sobre la sexualidad fue elaborada, entre otros, por Orígenes, Tertu-
liano, Juan Casiano, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo o San Agustín. En ellos tendrían peso las tesis sobre
la sexualidad defendidas por estoicos, gnósticos, montanistas o por cultos paganos como el consagrado a Vesta,
en el que se consideraba que la virginidad era fuente de poder espiritual.
5
Las cuestiones que se desarrollan a continuación pueden ser consultadas en E. FUCHS, Sexual desire and love:
origins and History of the Christian ethic of sexuality and marriage, Cambridge-New York, 1983; J. L. FLANDRIN,
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Iñaki Bazán Díaz
convertida en el ideal de vida al que debía aspirar todo cristiano para alcanzar la
salvación del alma, ya que el coito expulsaba al Espíritu Santo del cuerpo, lo que
impedía mantener una vida bienaventurada. Por ello había que doblegar al cuer-
po con mortificaciones para dominar las pulsiones sexuales que la voluntad no era
capaz. Esa capacidad de sujetarlas se había perdido tras la caída y expulsión del
Paraíso. Además, Satanás se valía de las mujeres para alcanzar la destrucción espi-
ritual de los hombres, al encender en ellas un deseo sexual irrefrenable.
En estas circunstancias, dado que no todo el mundo era capaz de llevar una vi-
da de castidad y que, además, la sexualidad era necesaria para la reproducción fa-
miliar, lo mejor fue establecer un marco ordenado y regulado para su práctica: el
matrimonio. El sexo debía canalizarse a través del matrimonio, porque como decía
san Pablo a los corintios, si no podían aguantar la tentación, era mejor casarse que
abrasarse en la condenación (1 Cor. 7, 7-9). Sólo el matrimonio permitiría disfru-
tar de un desahogo sexual legítimo y obtener la salvación del alma, porque la cópu-
la carnal entre solteros (fornicación simple) estaba vedada y finalmente fue incluida
dentro de la categoría de los pecados mortales en el I Concilio de Lyon de 1245
por el papa Inocencio IV6.
Aux origines de la morale sexuelle occidentale (VI-XI siècles), Paris, 1983; J. P. PAYER, Sex and the penitentials: the de-
velopment of a sexual code, 550-1150, Toronto-Buffalo-London, 1984; M. FOUCAULT, Historia de la sexualidad,
Madrid, 1987, 3 vols. (1984); E. PAGELS, Adán, Eva y la serpiente. Sexo y política en la antigua cristiandad, Bar-
celona, 1990; K. LOCHIRIE, P. MCCRACKEN & J. SCHULTZ, Constructing medieval sexuality, Minnesota, 1997;
J. BRUNDAGE, La ley, el sexo y la sociedad cristiana en la Europa medieval, México, 2000 (1987); I. BAZÁN DÍAZ,
“El modelo de sexualidad de la sociedad cristiana medieval: norma y transgresión”, Cuadernos del CEMyR, 16
(2008), pp. 167-191.
6
Historia de los concilios ecuménicos. Lyon I y Lyon II, Vitoria, 1979.
7
Sobre el matrimonio medieval pueden citarse, entre otros: F. AZNAR GIL, La institución matrimonial en la His-
pania cristiana bajomedieval (1215-1563), Salamanca, 1989; J. GAUDEMENT, El matrimonio en Occidente, Ma-
drid, 1993; G. DUBY, El caballero, la mujer y el cura. El matrimonio en la Francia feudal, Madrid, 1999 (1980);
L. OTIS-COUR, Historia de la pareja en la Edad Media: placer y amor, Madrid, 2000; P. LYNDON REYNOLDS,
Marriage in the western Church. The christianization of marriage during the patristc and Early medieval periods,
Boston-Leiden, 2001.
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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
Para la sociedad la prueba exterior de esa unión era que los cónyuges convivían en
la misma casa, comían en la misma mesa y dormían en el mismo lecho. A pesar
de que la Iglesia abogaba por uniones libremente contraídas, lo cierto es que estas
cédulas conyugales se fundaban a partir de los intereses familiares que postergaban
los sentimientos afectivos de los contrayentes. El matrimonio constituía una suer-
te de empresa que tenía por objeto transmitir el patrimonio y el linaje a través de
la sexualidad destinada a la procreación. La mujer era entregada al marido, junto
con la dote, como un bien más, de la que sólo él podía disponer de su cuerpo y de
su sexualidad8. Era una relación asimétrica y jerarquizada en la que la mujer se en-
contraba subordinada al varón. Esa subordinación se sustentaba en textos como el
Génesis (2, 23-24) o en la epístola de san Pablo a los efesios, donde señalaba que el
marido era la cabeza de la mujer y que ésta debía respetar a aquél como si se tratara
del Señor (Ef. 5, 21-30). La mujer era conceptuada como un ser inferior moral e
intelectual con la única misión de procrear.
Si bien la sexualidad quedaba encauzada a través del matrimonio, eso no quería
decir que pudiera desarrollarse libremente en su seno. Debía ser moralmente acep-
table y ello se conseguía evitando incurrir en un apetito desordenado de los place-
res carnales, esto es, en la lujuria. ¿Cómo? No haciendo un uso inadecuado de los
órganos sexuales, como era utilizarlos al margen de la finalidad procreativa y con el
único deseo de obtener placer. Ello suponía un pecado y abocar al alma a la conde-
nación. Entre las transgresiones de una sexualidad marital ordenada y abandonada
a la lujuria se encontraban: consumarse por el modo y el vaso no debidos; recurrir
a prácticas anticonceptivas; buscar el placer mediante caricias, tocamientos o ver el
cuerpo desnudo; mostrar la mujer una actitud no pasiva en el coito y no someterse
al varón mediante la postura decúbito prono… Aunque la relación sexual tuvie-
ra una finalidad procreativa, también podía no ser moralmente aceptable si no se
cumplía con la abstinencia impuesta en virtud del calendario litúrgico (cuaresma,
viernes, festividades…) y del ciclo fisiológico de la mujer, como durante la mens-
truación o el periodo puerperal (temor a la sangre y necesidad de purificación)9.
En otras palabras, se estaba estableciendo el modo para llevar a cabo una hones-
ta copulatio y para reducir al mínimo los encuentros sexuales entre los esposos, evi-
tando sus consecuencias pecaminosas. A pesar de estas limitaciones, especialmente
8
Georges Duby, en su libro El caballero, la mujer…, defendía la tesis de que a partir del siglo XI pudieron convivir
dos modelos matrimoniales: el eclesiástico y el laico. El primero, como se ha señalado, incidía en la exogamia,
en la indisolubilidad y en la libre elección del cónyuge. El segundo, por el contrario, en la endogamia, en el
divorcio y en el control familiar de la elección del cónyuge.
9
Se consideraba que quienes practicaran el sexo durante la menstruación podían procrear infantes pelirrojos,
pero también afectados por la viruela, el sarampión o la lepra. De esta forma se alertaba de los peligros de la
actividad sexual en esas fechas del ciclo. P. CABANES JIMÉNEZ, “La sexualidad en la Europa medieval cristiana”,
Lemir, 7 (2003), pp. 13-14.
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10
P. VACCARI, “La tradizione canonica del ‘debitum’ coniugale e la posizione di Graziano”, Studia Gratiana, 1
(1953), pp. 535-547.
11
Vid. voz “Gracia” en The Catholic Encyclopedia, New York, vol. 6, 1909, en el portal Enciclopedia Católica online
(http://ec.aciprensa.com/wiki/Gracia; página web consultada el 18 de mayo de 2018).
12
Constatini Liber de coitu. El tratado de andrología de Constantino el Africano, ed. de E. MONTERO, Santiago de
Compostela, 1983.
13
Lilio de medicina, ed. de B. DUTTON y Mª N. SÁNCHEZ, Madrid, 1993 y De sterilitate mulierum, ed. de P. CON-
DE, E. MONTERO y Mª C. HERRERO, Valladolid, 1999.
14
Liber minor de coitu. Tratado menor de andrología, ed. de E. MONTERO, Valladolid, 1987.
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Speculum al joder. Tratado de recetas y consejos sobre el coito, ed. de T. VICENS, Barcelona, 2000.
16
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
16
La formación de una sociedad represora: poder y disidencia en la Europa occidental, 950-1250, Barcelona, 1989
(1987).
17
Sobre el pecado puede consultarse: C. CASAGRANDE y S. VECCHIO, I vizi capital. Storia dei peccati nel Medioe-
vo, Torino, 2000; A. I. CARRASCO y Mª P. RÁBADE (coords.), Pecar en la Edad Media, Madrid, 2008; E. LÓPEZ
OJEDA (coord.), Los caminos de la exclusión en la sociedad medieval: pecado, delito y represión, Logroño, 2012; F.
VILA-BELDA MARTÍ, Imagen y palabra. Los pecados más frecuentes en la iconografía de Castilla medieval (siglos XI
al XV), Madrid, 2016.
18
Es una derivada del agustinismo político, que en estos momentos estaba alcanzando su plenitud doctrinal a
través de la teocracia papal. Sobre esta cuestión vid. R. W. CARLYLE & A. J. CARLYLE, A history of medieval
political theory in the west, Edimburgh-London, 1950; H.-X. ARQUILLIÈRE, El agustinimo político. Ensayo sobre
la formación de las teorías políticas en la Edad Media, Granada, 2005 (1972).
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Sobre la construcción del discurso de la triada pecaminosa (leve, grave y criminal) y de la relación entre peca-
do y delito puede consultarse B. CLAVERO, “Delito y pecado. Noción y escala de transgresiones”, en F. TOMÁS
Y VALIENTE (dir.), Sexo Barroco y otras transgresiones premodernas, Madrid, 1990, pp. 57-89; J. R. CRADDOCK,
“Los pecados veniales en las Partidas y en el Setenario: dos versiones de Graciano, Decretum D.25 c.3”, Glos-
sae. Revista de Historia del Derecho Europeo, 3 (1992), pp. 103-116; A. MORÍN, Pecado y delito en la Edad Media:
estudio de una relación a partir de la obra jurídica de Alfonso el Sabio, Córdoba, 2009, concretamente el capítulo
primero titulado “Muertos y pecados”, pp. 47-90; M. PEREIRA LIMA, O gênero do adulterio no discurso jurídico
do governo de Alfonso X (1252-1284), Niterói, 2010, concretamente el apartado titulado “Discutindo sobre a
categoría ‘pecado-crime-erro”, pp. 134-148; V. MÄKINEN and H. PIHLAJAMAKI, “The individualization of cri-
me in medieval canon law”, Journal of the History of Ideas, vol. 64, nº 4 (2004), pp. 525-542.
20
Un análisis de esta obra alfonsina desde parámetros de “pecaminización” del delito y de “juridización de la
moral” ha sido realizado por Alejandro Morín, Pecado y delito en la Edad Media...
21
Ética o Conócete a ti mismo, Barcelona, 1994, cap. 15.
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El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
que los ffazen merecen auer pena tan bien en el cuerpo commo en el alma. […]
Et esto sse departe en dos maneras: la vna, que tanne en los ffechos spirituales que
pertenesçen a Santa Eglesia; la otra, en los sseglares que pertenesçen al mundo”.
A continuación refiere estos pecados criminales que atañen a la Iglesia y que son
simonía, herejía, apostasía, sacrilegio; y luego los pecados criminales que atañen a
los seglares: traición (lesa majestad, aleve y falsedad), adulterio, fuerza sexual, ho-
micidio, pecado contra natura, hurto o robo, “o ffazer otros peccados ssemejantes
déstos, por que meresca auer pena en el cuerpo, sseyendo prouado”22. Los pecados
entrañaban penas espirituales y los crímenes temporales; pero los pecados crimi-
nales recibían una sanción desde la religión (forum conscientiae o interior) y desde
el derecho (forum exteriore).
El concepto de pecado-delito o de “pecado criminal” para el siglo XIV era una
realidad y una noción presente tanto en los discursos legales como en los eclesiásti-
cos. Un ejemplo es el manual de confesión elaborado en 1316 por el clérigo Martín
Pérez, de quien se ignora casi todo, donde se incidía en esa categoría de “pecados
criminales”, señalando que eran aquellos sobre los que:
el derecho pone penas corporales e espirituales e de que el pecador en juicio puede ser
acusado e a pena corporal o espiritual. E quanto es destos criminales, puédense saber
por los derechos do son escriptos, así como es el pecado de la simonía e el pecado de
eregía, apostasía, cisma, sacrillejo, perjuicio, adulterio, homicidio, furto, traición e cons-
piración e rebeldía. Destos pecados e de otros tales pueden los omnes ser acusados en
juicio e conpdenados a pena; e a estos tales llaman criminales. E conviene a saber que
todos los pecados criminales son mortales e graves, mas todos los mortales non son cri-
minales, ca non son tan graves23.
Entre los comportamientos sexuales considerados pecados criminales se men-
cionaba al adulterio. Para la Iglesia esta transgresión no sólo aludía a una práctica
sexual moralmente reprobable, sino también significaba quebrantar la fe dada a
través de los votos conyugales y la ruptura de los dos cuerpos unidos en uno sólo
mediante el sacramento matrimonial; por tanto, se trataba de un sacrilegio que po-
día perpetrar tanto la esposa como el esposo24. Así, el adulterio era un pecado cri-
minal que debido a su especial gravedad, como señalaba Martín Pérez, entraba en
la categoría de los mortales. Este planteamiento aparece expresado en otros textos
religiosos castellanos, como en el catecismo del obispo segoviano Pedro de Cuéllar.
22
ALFONSO EL SABIO, Setenario, ed. e introducción de K. H. Vanderford, Buenos Aires, 1945, ley 98.
23
Libro de las confesiones. Una radiografía de la sociedad medieval española, ed. A. GARCÍA Y GARCÍA, B. ALONSO y
F. CANTELAR, Madrid, 2002, p. 582. Vid. también J. HERNANDO DELGADO, Sociedad y cristianismo en un ma-
nual de confesores de principios del siglo XIV: el “Libro de las Confersiones” de Martin Perez, Ms. 21 de la Biblioteca
de la Real Colegiata de San Isidoro de León, Barcelona, 1980.
24
Geoffrey Chaucer al aludir a los pecados capitales en el pequeño tratado penitencial que incluye al final de sus
Cuentos de Canterbury, Madrid, 1987, pp. 609-610.
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25
J. L. MARTÍN y A. LINAJE, Religión y sociedad medieval. El catecismo de Pedro de Cuéllar (1325), Salamanca,
1987, p. 180. En este mismo sentido se pronunció el obispo pamplonés Arnaldo de Barbazán en 1354; vid.
E. GARCÍA FERNÁNDEZ, “El catecismo medieval de Arnaldo de Barbazán, obispo de la diócesis de Pamplona
(1318-1355)”, En la España Medieval, 14 (1992), p. 343.
26
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio, sexo y violencia en la Castilla medieval”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie
IV, Hª Moderna, t. 7 (1994), p. 157.
27
M. PEREIRA LIMA, O gênero do adulterio no discurso jurídico do governo de Alfonso X…, pp. 151-152.
28
Con objeto de no realizar una nota bibliográfica excesivamente larga, aquí, y en las siguientes cinco notas
referidas a otras tantas perspectivas de análisis del adulterio, se incluirán tan sólo algunos ejemplos, dejando
otros títulos para ser citados más adelante a lo largo del artículo: P. AGUILAR ROS, El adulterio: discurso jurí-
dico y discurso literario en la Baja Edad Media, Universidad de Granada, 1989; E. OSABA GARCÍA, El adulterio
uxorio en la Lex Visigothorum, Madrid, 1997; Mª J. COLLANTES DE TERÁN DE LA HERA, “El delito de adulterio
en el derecho general de Castilla”, Anuario de Historia del Derecho Español, 66 (1996), pp. 201-228; A. MORÍN,
Pecado y delito en la Edad Media…
29
P. AGUILAR ROS, El adulterio: discurso jurídico y discurso literario en la Baja Edad Media…; J. C. TERRADAS, “La
malmaridada. El goce en la imposición”, Anales de la Universidad Metropolitana, vol. 3, 1 (2003), pp. 105-120.
La literatura está repleta de imágenes que aluden a la moral y a las concepciones sociales. Es, en definitiva,
un código de significación que hay que desentrañar, saber lo que hay de idealización y de realidad. En este
sentido, comprobar hasta qué punto el discurso literario coincide con el discurso jurídico está en el trasfondo
del trabajo de Mª L. CUESTA TORRE, “Adulterio y calumnia en el Enrique fi de Oliva: crimen y castigo a la
luz de la legislación medieval”, Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 7 (2010),
pp. 73-110.
30
C. SASTRE VÁZQUEZ, “La portada de las platerías y la ‘mujer adúltera’. Una revisión”, Archivo Español de Arte,
LXXIX, 314 (2006), pp. 169-186.
31
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio, sexo y violencia en la Castilla medieval…”, pp. 153-184; J. L. MARTÍN
RODRÍGUEZ, “Efectos sociales del adulterio femenino”, en C. TRILLO (ed.), Mujeres, familia, linaje en la Edad
Media, Granada, 2004, pp. 137-190; Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual en el Reino de
Granada en época de los Reyes Católicos”, en M. BARRIOS y A. GALÁN (eds.), La Historia del Reino de Gra-
nada a debate. Viejos y nuevos temas. Perspectivas de futuro, Málaga, 2004, pp. 503-534; J. M. MENDOZA GARRI-
DO, “Mujeres adúlteras en la Castilla medieval. Delincuentes y víctimas”, Clio & Crimen. Revista del Centro
20
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
de Historia del Crimen de Durango, 5 (2008), pp. 151-186; I. BAZÁN, “Las venganzas de honor en los casos de
adulterio: el uxoricidio honoris causa”, en P. DÍAZ SÁNCHEZ, G. FRANCO RUBIO y Mª J. FUENTE PÉREZ (eds.),
Impulsando la Historia desde la Historia de las mujeres. La estela de Cristina Segura, Huelva, 2012, pp. 249-268.
Una visión de conjunto sobre la sexualidad transgresora en la Castilla medieval A. E. ORTEGA BAÚN, Sexo,
pecado, delito. Castilla de 1200 a 1350, Madrid, 2011.
32
M. PEREIRA LIMA, O gênero do adulterio no discurso jurídico do governo de Alfonso X…; M. I. del VAL VALDIVIE-
SO, “La acusación de adulterio como forma de ejercer violencia contra las mujeres en la Castilla del siglo XV”,
Estudios de Historia de España, vol. XII, t. 1 (2010), pp. 161-183.
33
P. FERNÁNDEZ-VIAGAS ESCUDERO, “La honra del marido como bien jurídico protegido en el delito de adulte-
rio. Un estudio de las Partidas a la luz de sus antecedentes normativos y de su contexto legal”, Clio & Crimen.
Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 13 (2016), pp. 53-74.
34
El término de periodo de “dispersión normativa” fue acuñado por Jesús Lalinde Abadía y trasladado a su pro-
ducción manualística (Iniciación histórica al derecho español, Barcelona, 1983). Pero también se puede aludir a
ese periodo como de “regresión, aislamiento y fragmentación jurídica”; E. GACTO FERNÁNDEZ, “La filiación
no legítima en la historia del Derecho español”, Anuario de Historia del Derecho Español, 41 (1971), p. 901.
35
Mª J. Collantes de Terán señala que con “la expresión ‘derecho general de Castilla’ sólo quiero hacer referencia
a la normativa emanada de los monarcas castellanos con aspiración de aplicarse en todo el reino”. En “El de-
lito de adulterio en el derecho general de Castilla”, Anuario de Historia del Derecho Español, 66 (1996), p. 201.
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Iñaki Bazán Díaz
36
Las ediciones utilizadas de la legislación de la Corona de Castilla son las siguientes: Fuero Juzgo: Fuero Juzgo
en latín y castellano, cotejado con los mas antiguos y preciosos códices por la Real Academia Española, Madrid, 1815.
Fuero Real: Opúculos legales del rey don Alfonso el Sabio, publicados y cotejados con varios códices antiguos por la
Real Academia de la Historia. Tomo II. El Fuero Real, Las Leyes de los Adelantados Mayores…, Madrid, 1836. Es-
péculo: Opúculos legales del rey don Alfonso el Sabio… Tomo I. El Espéculo ó Espejo de todos los derechos, Madrid,
1836. Partidas: Las Siete Partidas del Sabio rey don Alfonso el IX, con las variantes de mas interés, y con la glosa del
lic. Gregorio Lopez… por I. Sanponts y Barba, R. Marti de Eixalá y J. Ferrer y Subirana, Barcelona, 1843, 4 to-
mos. Ordenamiento de Alcalá: El ordenamiento de leyes, que D. Alfonso XI hizo en las Cortes de Alcala de Henares
el año de mil trescientos y cuarenta y ocho… por I. Jordán de Asso y M. de Manuel y Rodríguez, Madrid, 1847.
Leyes de Toro: J. F. PACHECO, Comentario histórico, crítico y jurídico á las Leyes de Toro, Madrid, 1862, 2 vols.
37
“E porende dixeron los Sabios antiguos […] La primera, porque del adulterio que faze el varon con otra mu-
ger non nace dano, nin deshonrra, a la suya. La otra, porque del adulterio que faze su muger con otro, finca el
marido deshonrrado, recibiendo la muger a otro en su lecho; e demas, porque del adulterio della puede venir
al marido gran daño. Ca si se empreñasse de aquel con quien fizo el adulterio, vernia el fijo estraño heredero
en vno con los sus fijos; lo que non auernia a la muger del adulterio que el marido fiziesse con otra: e porende,
pues que los danos e las deshonrras, no son yguales, guisada cosa es, que el marido aya esta mejoria, e pueda
acusar a su muger del adulterio, si lo fiziere, e ella non a el; e esto fue establescido por las leyes antiguas, como
quier que segund el juyzio de Santa Yglesia non sera assi” (7, 17, 1).
38
J. L. MARTÍN y A. LINAJE, Religión y sociedad medieval…, p. 179.
22
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
Santa Fe de Conques.
Castigos de los adúlteros
como señala Paloma Aguilar, la moral cristiana se vería influida por “la vieja tradi-
ción del derecho romano pagano”39.
Entre los argumentos esgrimidos por el discurso jurídico asimétrico de las Par-
tidas entre el varón y la mujer, se encontraba en primer lugar que el adulterio uxo-
rio suponía una deshonra para la mujer, su esposo y su familia, máxime si era vox
populi en la comunidad. Esa era una de las consecuencias inherentes a este tipo de
pecado criminal según se advertía en el Setenario: “crimen commo pecado mucho
39
El adulterio: discurso jurídico…, p. 186.
23
Iñaki Bazán Díaz
atreuido, por que el que lo ffaze vale mucho menos que ante que lo ouyese feccho
en ssu onrra e en ssu fama”40. Del comportamiento no honesto de la mujer casada
nacía la mala fama pública y la injuria, deshonrando a su familia, pero también a sí
misma41. Era una afrenta a la buena fama y reputación, consideradas, siguiendo a
Pierre Bourdieu, como un capital simbólico42 que se ponía en juego a diario a través
de los comportamientos virtuosos y, en especial, honestos (pudor y recato) de las
mujeres de la familia. Cualquier ofensa al honor suponía automáticamente un es-
tigma que desacreditaba a quien lo padecía y que conducía a su rechazo social43. El
varón podía acrecentar su honor, pero la mujer sólo conservarlo al ser la depositaria
de la sangre del linaje44.
El segundo argumento que servía para justificar el mayor peligro derivado del
adulterio uxorio, se refería al grave menoscabo que podía ocasionar a los intereses
patrimoniales y del linaje, pues si había embarazo se incorporaría a un extraño a
la herencia. De esta forma la esposa cometía un fraude y un engaño, al generar la
duda sobre la consanguinidad de los hijos y la paternidad del esposo, algo que en
el derecho romano era definido como turbatio sanguinis45. Ya decían, tanto el ca-
nónigo Martín Pérez como el obispo Pedro de Cuéllar, que el matrimonio había
sido establecido en el Paraíso por dos razones: “por fruto de linaje aver e por el
pecado de fornicio esquivar”46; “la una, por escusar fornicación; la otra, por fazer
fijos”47. Luego el adulterio atentaba contra ambas razones, pues los hijos eran fru-
to de otro con el que no existía unión legítima. Además, se consideraba que los
caracteres del padre, ya fueran positivos (coraje, lealtad, buena fama…) o negati-
vos (cobardía, felonía, mala fama…), formaban parte del patrimonio moral que se
transmitía a los hijos48. En esta cuestión de la prole se puede observar la influencia
40
ALFONSO EL SABIO, Setenario…, p. 186. En este punto se observa sintonía con las tesis de Abelardo, cuando
afirmaba que los crímenes eran un tipo de faltas “que, conocidas por sus consecuencias, degradan al hombre
con la afrenta de una culpa grave, como, por ejemplo, consentir en el perjurio, el homicidio, el adulterio, que
tanto escandalizan a la Iglesia”, Ética o Conócete a ti mismo…, p. 63.
41
J. A. SOLÓRZANO, “Justicia y ejercicio del poder: la infamia y los ‘delitos de lujuria’ en la cultura legal de la Cas-
tilla medieval”, Cuadernos de Historia del Derecho, 12 (2005), pp. 313-353. Sobre honor e injuria vid. F. SERRA
RUIZ, Honra, honor e injuria en el derecho medieval español, Murcia, 1969.
42
Razones prácticas sobre la teoría de la acción, Barcelona, 1997 (1994), pp. 179-186.
43
E. GOFFMAN, Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires-Madrid, 2006 (1963).
44
En un tratado anónimo del siglo XV, titulado Castigos y doctrinas que un sabio daba a sus hijas, se puede leer el
siguiente consejo: “Lo quarto que aveys de guardar, fijas mias, es que seades castas, ca la mujer casta guarda
el mandamiento de Nuestro Señor Dios y muestra que quiere bien a su marido y conserua su onrra”; edición
digital de Rafael Herrera Guillén para la Biblioteca Saavedra Fajardo, Murcia, 2005, p. 11.
45
E. GACTO FERNÁNDEZ, “La filiación ilegítima en la historia del derecho español…”.
46
MARTÍN PÉREZ, Libro de las confesiones…, p. 660.
47
J. L. MARTÍN y A. LINAGE, Religión y sociedad medieval…, p. 215.
48
El jurista J. López de Cuéllar señalaba que “con la sangre pasan a los hijos, asi las buenas costumbres de los
padres […] como las malas”; Tratado ivridico, político. Practica de indvltos conforme a las leyes, y Ordenanças Rea-
les de Castilla, y de Navarra, Pamplona, 1690, p. 92b.
24
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
de la Lex Iulia de adulteriis, pues ante la posibilidad de que hubiera hijos espurios
se concedió a los maridos la facultad de actuar, privada o judicialmente, que se
negó a las mujeres.
Pero también se puede añadir un tercer argumento y que tiene que ver con que
el adulterio fuera un atentado a la propiedad del varón, a quien se entregaba la
mujer, junto con la dote, como un bien más a poseer y del que disponer en exclu-
sividad, comenzando por su sexualidad. En este sentido, Geoffrey Chaucer, en su
pequeño tratado sobre la penitencia y los pecados capitales con el que finalizaba
sus Cuentos de Canterbury, exponía que el adulterio era un hurto, ya que la mujer
despojaba al marido de su cuerpo y a Cristo de su alma: “roba su propio cuerpo a su
marido y lo entrega a un lujurioso, lo profana, y roba su alma a Cristo y la entrega
al diablo”. Además de un robo, la mujer adúltera cometía un homicidio al entregar
su cuerpo a otro, porque “escinde y rompe en dos lo que fue una sola carne”49. Por
último, se trataba de un robo agravado, por ser considerado alevoso, al traicionar y
violar la fe matrimonial50.
De lo anterior se deriva que la moral, el derecho, la sociedad, la familia y el ma-
rido debían ejercer un control, un disciplinamiento, sobre el cuerpo y la sexualidad
de la mujer para que su conducta fuera intachable y no cometiera acciones con
consecuencias fraudulentas. Como se comprueba, la sexualidad pecaminosa y de-
lictiva poseía un fuerte sesgo de género, pues no existía una penalidad simétrica. La
mujer estaba supeditada al varón: “Ca los omnes an nombre barones, porque deven
aver poder sobre las mugieres” (Fuero Juzgo 3, 1, 4), porque “de mejor condición es
el varon que la muger en muchas cosas, e en muchas maneras” (Partidas 4, 23, 2).
Esta visión del delito de adulterio que ofrecen las Partidas tenía su fundamento
principal en las “leyes antiguas”, es decir, en la Lex Iulia de adulteriis51, y en menor
medida en el “juyzio de Santa Eglesia”. Esta cuestión última es fundamental para
comprender, como se explicará más adelante, cómo en el acaso del delito de adul-
terio la ley no concordaba del todo con lo conceptualizado por la Iglesia en relación
a la sanción del pecado de adulterio.
49
Madrid, 1987, pp. 609-610.
50
En 1488 el bilbaíno Pedro de Larrea acusó a su mujer Teresa de Urquiaga por mantener relaciones con Fer-
nando de Ulibarri en los siguientes términos: “e se juntaron en vno commo marido e muger aviendo açeso e
ajuntamiento carnal e se avian participado e se avian visto participar los dichos Fernando e Teresa solo con
sola desnudo con desnuda e logares escuros e escondidos en que la dicha Teresa su muger cometiera aleve
por aver cometido adulterio e violado su aro e lecho”. Ese mismo año, Fernán Vélez de Luzuriaga, vecino
de Salvatierra (Álava), acusaba a su mujer por haber “violado el dicho matrimonio en su desonrra”. I. BAZÁN
DÍAZ, Delincuencia y criminalidad en el País Vasco en la transición de la Edad Media a la Moderna, Vitoria, 1995,
pp. 279-280.
51
E. MALDONADO DE LIZALDE, “Lex Iulia de adulteriis coercendis del emperador César Augusto (y otros delitos
sexuales asociados)”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, 17 (2005), pp. 365-413.
25
Iñaki Bazán Díaz
26
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
partir de las Leyes de Toro las cosas cambiarían y la acusación del marido debía in-
cluir siempre a los dos adúlteros y no tan sólo a uno de ellos (80).
El marido ofendido no siempre podía tener la certeza de la infidelidad, como sí
pasaba cuando los sorprendía en flagrante delito o cuando disponía del testimonio
de algún testigo de la relación adúltera. En ese caso los tribunales también admi-
tían las sospechas, presunciones e indicios para interponer la querella: “el marido la
puede acusar antel iuez por sennales é por presumpciones é por cosas que sean con-
venibles” (Fuero Juzgo 3, 4, 3). ¿Pero cómo probar el adulterio en estos casos? En las
Partidas se recoge un ejemplo de cómo “prouar, e aueriguar el adulterio, por razón
de sospecha”. Si un acusado alegaba en su defensa que no podía ser culpable por-
que la mujer era parienta suya y el juez, admitiendo el alegato, lo dejaba libre, pero
tras fallecer el marido se casaba con la viuda, entonces quedaba demostrada la cul-
pa: “aueriguasse porende el adulterio de que ante la acusaron, e deue recebir pena”
(7, 17, 11). También en las Partidas, al abordar la cuestión de cómo probar los he-
chos en los juicios con “cosas señaladas” (pruebas) y no “por sospechas”, se explica-
ba algo más sobre el proceder en los casos de adulterio. Así, si un varón sospechaba
que otro “quiere fazer tuerto de su muger”, debía advertirle por escrito hasta en
tres ocasiones (antecedente en la Novelae 117 del código justinianeo). Si después
de las advertencias “lo fallasse con ella en su casa” o “fablando apartadamente en la
Eglesia” o “en otro logar qualquier los fallare apartados en vno”, quedaba facultado
para prenderlos y llevarlos ante el juez acusados de adulterio sin otra prueba que
esos indicios, pues de ellos podía presumirse que pretendían “fazerle deshonrra” (3,
14, 12). Por tanto, las mujeres debían reducir al máximo las relaciones con otros
hombres que no fueran su marido, como advertían los códigos legales, los tratados
morales52 y las fuentes procesales53.
En el periodo foral las mujeres sospechosas de cometer adulterio se sometían a
un proceso probatorio basado en un juramento expurgatorio en el que se exigía que
52
En la mencionada obra anónima del siglo XV, Castigos y doctrinas que un sabio daba a sus hijas, se advertía a
las jóvenes que no sólo debían ser sino también parecer honestas para que su comportamiento no resultara
“sospechoso a su marido”. Para ello daba los siguientes consejos: evitar vestidos, tocados y afeites deshones-
tos; evitar la compañía de las “mugeres malas o de mala fama”; evitar salir a menudo de casa; evitar decir
palabras soeces; evitar “no departir mucho a menudo con ningunos onbres, quanto más en logar apartado”;
evitar que “mientras estouierdes enla [sic] cámara, dormis, y mucho más enla cama no consintays que en-
tre ningunoa [sic] vosotras”; evitar hablar con los hombres de la casa, “saluo aquellas cosas que les aveys de
mandar”; y evitar posarse sobre “las ventanas ni vos pongades a las puertas de vuestras casas con ningund
onbre” (pp. 13-20).
53
Un ejemplo procesal es el protagonizado en 1494 por Catalina de Irazusta y Miguel de Verástegui, vecinos de
Tolosa. Miguel de Aciondo, marido, no pudo probar en juicio la relación adúltera de ambos; no obstante, el
tribunal dispuso en su fallo que “non oviesen de juntar nin juntasen en publico nin ascondido nin oviesen de
entrar nin entrasen de vna puerta a dentro salvo syn non fuese en la iglesia en la qual non se podiesen fablar”,
pues en caso contrario serían “avidos por confesos e condenados en la pena de adulterio e por fechores e per-
petradores del”; I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, p. 286.
27
Iñaki Bazán Díaz
participaran doce vecinas y así “sea creyda”, como en el caso del fuero de Plasencia
(137)54 o Cuenca (11, 41)55. Pero a partir de la recepción del derecho romano-ca-
nónico, la reconstrucción de los hechos en los casos en los que no hubiera pruebas
(testigos, cartas…), pero sí sospechas e indicios, se dejó en manos de la confesión
mediante la tortura judicial (quaestio). En la Corona de Castilla el recurso a la tor-
tura como sistema probatorio para “saber la verdad” se instituiría en las Partidas (7,
30). Un ejemplo del empleo de la tortura para probar un adulterio es el de María
García, vecina de la localidad burgalesa de Melgar de Fernamental, acusada por su
marido Fernando Calderón en 1485. Fernando sospechaba que María aprovecha-
ba sus ausencias de casa para mantener relaciones con el clérigo Juan Sánchez. Para
conseguir las pruebas que necesitaba, una noche arremetió contra ella, cuchillo en
mano, y amenazó con matarla si no confesaba y, en semejantes circunstancias, no le
quedó más remedio que admitir la relación. Con esta prueba Fernando condujo a
su mujer ante la justicia y en sede judicial se retractó de la confesión, alegando que
había sido obtenida por la fuerza. Como María se mantenía negativa y Fernando
parecía contar con algunos testigos que daban crédito a sus sospechas, los alcaldes
del crimen de la Real Chancillería de Valladolid determinaron que fuera puesta a
“quistión de tormento para que conosçiesen la verdad”. El tormento elegido fue
el agua, dado “dura e reziamente de mas de syete açunbres de agua”. Pero aún así
María García se mantuvo negativa, por lo que finalmente fue declarada inocente
en 148856.
Los protagonistas principales del pecado-delito de adulterio pertenecían a los
estratos sociales medios y bajos, y en menor medida a la nobleza57. Las relaciones
adúlteras podían surgir de matrimonios infelices sin vínculo afectivo58, de ma-
trimonios con diferencias de edad grande59, de romper con situaciones de malos
54
Mª J. POSTIGO, “El fuero de Plasencia”, Revista de filología románica, 2 (1984), pp. 175-214 y 3 (1985), pp.
169-224.
55
Edición on line del Área de Derecho Romano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad
de Castilla-La Mancha, cap. XI, rúbrica XXVIII (https://previa.uclm.es/area/dromano/CR/fuero/f11m.htm;
página web consultada el 23 de marzo de 2018).
56
Sin embargo, dos años después Fernando Calderón pretendía retomar la causa, ya que al parecer el tormento
no sirvió para purgar los indicios de su sospecha de adulterio. María García, temiendo por su vida, huyó y el
nuevo juicio se celebró en su ausencia y rebeldía, lo que a la postre, como ocurría en estas circunstancias, ter-
minaría por convertirse en una declaración de culpabilidad y por ello fue considerada “fechora e perpetradora
del dicho adulterio”. El proceso contra María García es analizado por M. I. del VAL VALDIVIESO, en su artícu-
lo “La acusación de adulterio como forma de ejercer violencia contra las mujeres en la Castilla del siglo XV…”.
Sobre la tortura judicial en Castilla y la purga de los indicios I. BAZÁN DÍAZ, “La tortura judicial en la Corona
de Castilla (siglos XIII-XVI). Entre el discurso probatorio y la purga de los indicios” (en prensa).
57
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 160.
58
Sobre estas cuestiones puede consultarse P. ROJO Y ARBOLRECA, La mujer extremeña en la Baja Edad Media:
amor y muerte, Cáceres, 1987.
59
G. MINOIS, Historia de la vejez: de la Antigüedad al Renacimiento, San Sebastián, 1987.
28
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
60
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, p. 530.
61
Más adelante se mencionarán algunos ejemplos procesales, como el de Teresa de Urquiaga y de Juana de
Cearra. En el ámbito de la literatura se puede traer a colación el caso de Lázaro de Tormes, que se casó con
la criada y amante del arcipreste de la iglesia toledana de San Salvador para servirle de cuartada a cambio de
una compensación: casa y trabajo. Vid. parte séptima de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y ad-
versidades, edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com/
obra-visor/la-vida-de-lazarillo-de-tormes-y-de-sus-fortunas-y-adversidades--0/html/fedb2f54-82b1-11df-
acc7-002185ce6064_2.html#I_0_; página web consultada el 22 de febrero de 2018).
62
Un discurso que había penetrado en el cuerpo social. En 1494 Miguel de Ainciondo, vecino de Tolosa, acusó
a su mujer señalando que “ynduçida por malibolo Justrato dis que hubyera corromper la fee matrimonial […]
y conplir su apetito yliçito”; I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, p. 280.
63
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 182.
64
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, pp. 526-527.
65
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., p. 526.
66
P. CARRILLO DE HUETE, Crónica del halconero de Juan II, ed. J. de MATA CARRIAZO, Madrid, 1946, p. 233.
29
Iñaki Bazán Díaz
67
“Adulterio”, p. 163. Por su parte, Plácido Fernández-Viagas rastrea similar medida en el Fuero de Toledo (12),
Carmona (10), Lorca, Alicante y Écija (s. n.), todos ellos fueros de la familia del de Toledo; “La honra del
marido como bien jurídico protegido en el delito de adulterio…”, p. 66.
68
“Enxiemplo de lo que contesçió a don Pitas Pajas, pintor de Bretaña”, J. RUIZ, Libro de Buen Amor, edición on
line de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-libro-de-
buen-amor--0/html/ff0ec418-82b1-11df-acc7-002185ce6064_29.html#I_48_; página web consultada el 24
de marzo de 2018). Sobre este pasaje J. URRUTIA, “Estructura de lo cómico en el ejemplo de don Pitas Payas”,
Poesía Española, 242 (1973), pp. 23-25; J. S. GEARY, “The ‘Pitas Payas’ Episode of the Libro de buen amor. Its
Structure and Comic Climax”, Romance Philology, 49 (1996), pp. 245-261; M. J. LACARRA, “‘Del que olvidó
la muger te diré la fazaña’. La historia de don Pitas Pajas desde el Libro de Buen Amor (estr. 474-484) hasta
nuestros días”, Culturas Populares. Revista Electrónica, 5 (jul.-dic. 2007) (http://www.culturaspopulares.org/
textos5/articulos/lacarra.htm; página web consulta el 10 de mayo de 2018).
69
Sobre las agresiones sexuales puede consultarse I. BAZÁN, “Las mujeres frente a las agresiones sexuales en la
Baja Edad Media: entre el silencio y la denuncia”, en J. A. SOLÓRZANO, B. ARÍZAGA y A. AGUIAR (eds.), Ser
mujer en la ciudad medieval europea, Logroño, 2013, pp. 71-102, donde se incluye abundante bibliografía.
30
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
se advertía que tal eximente sólo sería válido en caso de que el marido fuera “ome
vil, o de malas maneras”. Con posterioridad, en el Ordenamiento de Alcalá (21, l. 1),
se derogó esta circunstancia y así quedó recogido en los ordenamientos posteriores
de la Corona. En los ejemplos de la práctica judicial se comprueba esa nueva filo-
sofía penal, como en el caso, ya mencionado, de María García, vecina de Melgar de
Fernamental. María argumentó en su defensa, entre otras cuestiones, que su ma-
rido no guardaba “la horden conyugal que de derecho se devia guardar” con otras
mujeres. Sin embargo, no por eso cesó la causa en su contra70.
En tercer lugar, podían alegar que había expirado el plazo de cinco años pre-
visto en la ley (Partidas 7, 17, 4). En ellas también se establecía que si la Iglesia
hubiera anulado el matrimonio, el marido disponía de 60 días, desde ese instante,
para acusarla de la infidelidad cometida mientras hubieran sido pareja (7, 17, 3);
igualmente una viuda no podía ser imputada transcurridos seis meses de la muerte
de su marido (7, 17, 3) y si, tras ese plazo, contraía segundas nupcias tampoco po-
día serlo (7, 17, 9).
En cuarto lugar, la adúltera quedaba libre de la acusación si la relación se hu-
biera producido por “consejo”, “mandado”, “placer de su marido” o que éste fuera
su alcahuete (Fuero Real 4, 7, 5; Partidas 7, 17, 7 y 4, 9, 6). Es más, si se diera es-
ta circunstancia, quien debiera ser castigado era el propio marido: “porque aquel
yerro auino por su culpa, e por su maldad”. A este argumento acudieron en su
defensa las bilbaínas Teresa de Urquiaga y Juana de Cearra. La primera fue acu-
sada por su cónyuge Pedro de Larrea en 1488 porque “fornicaba e loxuriava” con
Fernando de Ulibarri. El procurador de Teresa argumentó en contra diciendo
que “el dicho Pedro de Larrea lo sabia” y que, por tanto, “avia caydo e incurrido
en la pena de lenocinio”. Por su parte Juana de Cearra fue acusada por su esposo
Íñigo López de Jauregui por mantener una relación adúltera con Íñigo “Desta-
ruça” entre 1493 y 1495. Aquí el procurador de Juana argumentó que si “se ovie-
se ayuntado carnalmente con el dicho Ynnigo seria sabiendolo el [su marido]
e aprovandolo e consintiendolo” y, como en el caso anterior, “el dicho Ynnigo
Lopes [de Jauregui] avia caydo en el crimen de lenocinio e devia ser cruelmente
punido e castigado”71.
En quinto lugar, si el cómplice del adulterio no era condenado por falta de
pruebas (“era ya quito por juyzio”), carecía de sentido querellarse posteriormente
contra la mujer, ya que podía rechazar esa acusación al relacionarse su delito con el
varón exonerado (7, 17, 9). Para evitar esta circunstancia, en las Leyes de Toro (80),
como ya se ha avanzado, se estableció que la querella debía presentarse al mismo
70
M. I. del VAL VALDIVIESO, “La acusación de adulterio…”, p. 170.
71
I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, pp. 287-288.
31
Iñaki Bazán Díaz
tiempo contra los dos miembros de la pareja adúltera y no sólo contra uno de ellos
como se permitía anteriormente.
En sexto, y último lugar, al mujer podía alegar en su descargo que había sido
perdonada. En efecto, si el marido, tras conocer la infidelidad, retomaba la convi-
vencia con su mujer adúltera, acogiéndola en su mesa y en su lecho (“tener en su
mesa y en su lecho”), como se señalaba en la legislación, entonces quedaba patente
que la había perdonado y que aceptaba sufrir la deshonra, si ésta era pública (Fuero
Real 4, 7, 5; Partidas 7, 17, 8). Ese perdón podía obtenerse en los tribunales o fue-
ra de ellos. En el primer caso, el marido que manifestara al juez su voluntad de no
acusar a la adúltera o que tras iniciar la querella la abandonara, no podía volver a
retomar la causa, quedando la esposa perdonada (Partidas 7, 17, 7). En el segundo
caso, el de obtener el perdón al margen de los tribunales de justicia, incidió espe-
cialmente la circunstancia de que el marido dispusiera de cinco años para activar
la denuncia en cualquier momento o que a pesar de existir un perdón privado de-
cidiera cambiar de opinión y consumar la venganza72. Ante esta situación las mu-
jeres buscaron contar con cierta seguridad jurídica y la encontraron escriturando el
perdón ante notario. Estas escrituras se denominan cartas de “perdón de cuernos”
y se conservan en los archivos notariales73. En este documento el marido ofendido
manifestaba su voluntad de perdonar la infidelidad y de retomar la vida en común.
De esta forma la mujer se garantizaba que en un futuro su marido no argumentaría
en su contra esa infidelidad para querellarse o para actuar violentamente.
En 1468 Gonzalo Martín de Santillana, morador en Sevilla, perdonaba a su
mujer Mari Díaz, e incluso a su amante, Pedro García, por “qualquier adulterio e
malefiçio que en uno ficieron”. En este caso el perdón se produjo tras la denuncia
ante los tribunales de Sevilla y de Córdoba, y a pesar de la sentencia contra ellos
pronunciada: “dió por ninguna la sentencia que contra ellos e contra cada uno dellos
dió el dicho alcalde de la justicia de Seuilla”. En consecuencia, se comprometió a no
“mouerles pleito ni acusaçion de nueuo” en el futuro, bajo la pena de mil doblas74.
72
García de Burgos, vecino de Vélez-Málaga, perdonó a su mujer y a su amante “por ruego de algunas personas
que en ello ynterbynieron”, pero después “le dyo una cufillada [sic]”; Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y
desorden sexual…”, pp. 529-530.
73
Sobre este tipo de documentos puede consultarse, por ejemplo, R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”; A.
MARCHANT RIVERA, “Apuntes de diplomática notarial: la ‘carta de perdón de cuernos’ en los protocolos nota-
riales malagueños del siglo XVI”, Baetica, 25 (2003), pp. 455-467; A. VIÑA BRITO, “La ‘carta de perdón de cuer-
nos’ en la documentación notarial canaria del siglo XVI”, Revista de Historia Canaria, 187 (2005), pp. 263-272;
Mª del C. GARCÍA HERRERO, “La marital corrección: un tipo de violencia aceptado en la Baja Edad Media”,
Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 5 (2008), pp. 39-41.
74
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, pp. 180-181. Otro ejemplo que refiere el mismo Ricardo Córdoba
es el perdón otorgado por el sevillano Juan de Parma a su mujer Isabel Martín a condición de que “esté de
hoy adelante e viva onestamente entre las otras personas como persona libre e quita”, p. 183. También López
Beltrán relata el caso del malagueño Juan de Burgos que en 1504 concedió una carta de perdón a su mujer
32
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
María de la Vega por el adultero que ella misma le confesó y por la intermediación ciertos religiosos: “otorga
esta carta de perdón e promete por esta carta non dar mala vida a la dicha su muger”, Mª T. LÓPEZ BELTRÁN,
“Repoblación y desorden sexual…”, p. 530.
75
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, p. 527.
76
Archivo General de Simancas. Registro General del Sello, 1492 septiembre, fol. 138.
77
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., p. 527.
33
Iñaki Bazán Díaz
78
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., p. 526.
79
Ricardo Córdoba de la Llave se hace eco de diversos estudios sobre el adulterio en Italia y Francia en los que
se alude a este tipo de penalidad; “Adulterio…”, pp. 157-160.
80
M. CALLEJA PUERTA, El fuero de Llanes. Edición crítica, Oviedo, 2003, pp. 85-86, rúbrica 14.
81
F. CANTERA, Fuero de Miranda de Ebro, Madrid, 1945, p. 75, rúbrica 34.
82
Fueros castellanos de Soria y Alcalá de Henares, edición y texto de GALO SÁNCHEZ, Madrid, 1919, p. 199, rú-
brica 511.
83
G. TILANDER, Les fueros d’Alcàraz et d’Alarcón. Édition synoptique avec les variantes du Fuero d’Alcàraz, intro-
duction, notes et glossaire. I. Introduction et texte. II. Glossaire, tableau de concordance et index, Paris, 1969, lib. IV,
tít. 28.
84
“Si parientes á parienta, ó marido á mujer fallaren faciendo aleve, et mataren á él é á ella […] que por aleve que
les facien, los mataron, non peche por ende calonna ninguna, nin salgan por enemigos: et si el uno mataren é
el otro non, pechen las calonnas, et vayan por enemigos por siempre á amor de sus parientes”, Extracto de las
leyes del Fuero Viejo de Castilla con el primitivo Fuero de Leon, Asturias y Galicia. Se añaden el antiguo Fuero de
Sepulveda; los concedidos por S. Fernando á Córdova y Sevilla, Madrid, 1798, p. 206, rúbrica 73.
85
Edición on line del Área de Derecho Romano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad
de Castilla-La Mancha, cap. XI, rúbrica XXVIII (https://previa.uclm.es/area/dromano/CR/fuero/f11m.htm;
página web consultada el 23 de marzo de 2018).
86
El fuero de Coria. Estudio Histórico-Jurídico por José Maldonado y Transcripción y fijación del texto por Emilio
Sáez, Madrid, 1949, rúbrica 59.
34
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
Fernando III el Santo (c. 1199-1252) insistió en este modo de proceder a través
de su actividad jurisprudencial, como en la fazaña que tuvo por protagonista a un
caballero de Ciudad Rodrigo que castró al amante de su mujer y dejó a ésta indem-
ne, por lo que fue condenado a la horca. El monarca determinó que el marido que
“fallar a otro yasiendo con su muger quel ponga cuernos” debía matar a ambos para
evitar incurrir en pena88. Bastaba con un juramento expurgatorio para evidenciar
que el homicidio había sido legítimo89. En estos ordenamientos jurídicos se estaba
otorgando al marido el ius occidendi para ejercer la venganza privada por la grave
ofensa a su honor (honoris causa).
No siempre se optaba por la máxima pena, como se observa en otra fazaña
acaecida en Belorado. En esa localidad burgalesa fue sorprendida la mujer de Gi-
rralt con el clérigo Diego en la casa de Mari García del Barrio, quien había propi-
ciado el encuentro. A pesar de que Girralt exigió al alcalde de Belorado que su mu-
jer fuera quemada, no lo hizo. Pero si fue azotada públicamente como escarmiento
y aviso para otras, puesta en el cepo y los bienes del clérigo otorgados al marido90.
Superada la fase de dispersión legislativa y fragmentación jurídica de los fueros
municipales para entrar, a partir del siglo XIII, en la del derecho general, cuatro fue-
ron las opciones que dispuso el marido para ejercer su facultad sancionadora: una
primera, continuista con el derecho local al disponer del ius occidendi en caso de
crimen flagrante91; una segunda, recurrir a la justicia y recibir de ella la autorización
87
“[...] matedlos ad ambos sine calumpnia et non exeat inimicus. Et si occiderit uirum et non mulier, pec-
tet CCC morabedis et exeat inimicus si eum non potuerint habere”; transcripción del fuero romanceado de
Cáceres por Dolores García Oliva para la edición online del Ayuntamiento de Cáceres (https://www.ayto-
caceres.es/publicaciones/cultura/los-fueros-de-caceres/; página web consultada el 27 de marzo de 2018), p.
11, rúbrica 64.
88
“Esta es fasannia de un cauallero de Çiubdat Rodrigo que fallo yasiendo a otro cauallero con su mujer et prisol
este cauallero e castrol de pixa et de coiones. Et sus parientes querellaron al rey don Ferrando, e el rey enbio
por el cauallero que castro al otro cauallero et demandol por que lo fisiera. Et dixo que lo fallo yasiendo con
su muger. Et jusgaron le en la corte que deuye ser enforcado, pues que ala muger non le fiso nada; et enforca-
ron le. Mas quando atal cosa aviniere que fallar a otro yasiendo con su muger quel ponga cuernos, sil quisiere
matar e lo matar, deue matar asu muger. Et sy la matar, non será enemigo nin pechara omesido. Et sy matare a
aquel quel pone los cuernos e non matare a ella, deue pechar omesidio e ser enemigo. Et deuel el rey justiciar
el cuerpo por este fecho”; G. SÁNCHEZ, Libro de los Fueros de Castiella, Barcelona, 1924, pp. 58-59, tít. 116.
89
A modo de ejemplo, en el fuero de Sepúlveda se indicaba al respecto: “Si parientes á parienta, ó marido á
mujer fallaren faciendo aleve, et mataren á él é á ella, jurando con doce, seis parientes, é cinco vecinos, é él
sexmo, que por aleve que les facien, los mataron, non peche por ende calonna ninguna, nin salgan por ene-
migos” (rúbrica 73).
90
G. SÁNCHEZ, Op. cit., pp. 71-72, tít. 137.
91
Sobre el origen del ius occidendi del marido y del padre de la adúltera en la lex Iulia de adulteriis pueden consul-
tarse los siguientes estudios: E. MALDONADO DE LIZALDE, “Lex Iulia de adulteriis coercendis del emperador
César Augusto (y otros delitos sexuales asociados)”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, 17 (2005), pp.
365-413; J. A. GONZÁLEZ ROMANILLOS, “El ius occidendi en la Lex Iulia de Adulteriis”, Ivris Antiqvi Historia.
An International Journal on Ancient Law, 5 (2013), pp. 171-186.
35
Iñaki Bazán Díaz
para hacer de los amantes y de sus bienes lo que considerara, sin limitación alguna;
una tercera, centrada en la sanción-corrección informal de la adúltera por su fami-
lia al margen de los tribunales; y, por último, como una cuarta opción antijurídica
estaría el uxoricidio sin que mediara crimen flagrante ni autorización judicial.
Primera opción: el ius occidendi en caso de crimen flagrante. Este plantea-
miento del ius occidendi, en caso de sorprenderlos in fraganti en el hogar familiar
y a condición de que se ejerciera sobre los dos adúlteros, sería el que se instituiría
a partir del establecimiento de un derecho general del reino, comenzando por el
Fuero Juzgo92, continuando por el Fuero Real y el Ordenamiento de Alcalá de Henares
(21, 1), y terminando por la Novísima Recopilación (12, 28). Una salvedad serían
las Partidas, como se verá más adelante. De este modo, y para el delito de adulte-
rio, perviviría la institución de la venganza privada como derecho de la víctima o
de su familia a dar muerte al ofensor, en los términos ya establecidos en los fueros
municipales y ratificados por la mencionada fazaña de Fernando III el Santo. Este
mecanismo sancionador era una forma de ejercer la violencia penal legal contra las
mujeres93. La muerte de Inés de Leiva a manos de su marido García Fernández,
ambos vecinos de la villa de Noia (A Coruña), en 1480 es un buen ejemplo de esta
doctrina. García “fue informado de letrados y de justiçias, por su propia abtoridad,
podía proceder de fecho gela dicha su muger, fallándola, como dis que la falló en el
dicho adulterio, en el derecho la matar, dice que la ovo de matar e mató”94.
No siempre podían ser abatidos los dos adúlteros, porque cuando eran sorpren-
didos en flagrante delito harían todo lo posible por zafarse de la ira del marido
ultrajado, como le aconteció a Juan Cabezudo, vecino de Logroño, en 1496: “a la
media noche el dicho Juan Cabeçudo entró en su casa donde estaua la dicha Ma-
ría Ortiz, su muger, con otro en su cama, el qual dis que saltó por el tejado e non
podiéndole alcançar, dis que dio çiertas puñaladas a la dicha María su muger, de
que murió”95.
Este ius occidendi ejercido sobre los dos culposos en el supuesto de delito fla-
grante dentro del hogar familiar también se concedía al padre de la adúltera, o a
sus hermanos y tíos si éste hubiera fallecido (Fuero Juzgo 3, 4, 5; Partidas 7, 17, 14).
¿Por qué se obligaba al padre a matar a ambos? Porque si bien el marido por la
afrente causada “tan grande seria el pesar que auria del tuerto que recibiesse, que
92
Recoge la ley de Recaredo (3, 4, 4 ant.) al respecto incluida en la Lex Visigothorum.
93
Sobre la violencia legal ejercida contra las mujeres puede consultarse I. BAZÁN, “La violencia legal del sistema
penal medieval ejercida contra las mujeres”, Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Du-
rango, 5 (2008), pp. 203-227.
94
Mª S. ÁLVAREZ BEZOS, Violencia contra las mujeres en la Castilla del final de la Edad Media, Valladolid, 2015,
documento nº 12 del apéndice.
95
Mª S. ÁLVAREZ BEZOS, Op. cit., documento nº 13 del apéndice.
36
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
Catedral de Tudela.
Portada del Juicio.
Castigo de los adúlteros.
Foto: A. García Omedes
los mataria a entrambos”, en el caso del padre podría ocurrir que sintiera “dolor de
matar [a] su hija”, mientras que con el “ome que fallara faziendo enemiga con ella”
no tuviera piedad.
Como ya se ha anticipado, una salvedad a este marco jurídico inaugurado a
partir del siglo XIII, y que no tendría recorrido, serían las Partidas. En ellas sólo se
autorizaba al marido a ejercer el ius occidendi sobre el varón adulterador, tras sor-
prenderlo en flagrante delito, si fuera un “ome vil”, ya que el “ome […] a quien el
marido de la muger deue guardar, e fazer reuerencia, como si fuesse su señor […] o
si fuesse ome honrrado” debía ser conducido, junto con la amante, ante el juez (7,
17, 3). En efecto, podía ocurrir que ese amante al que el marido “deue guardar, e
fazer reuerencia” fuera el propio monarca, como en el caso de Gutierre Sebastiániz,
37
Iñaki Bazán Díaz
teniente de Aguilar (Oviedo), cuya mujer, Gontrodo Pérez, fue la amante del mo-
narca Alfonso VII de León entre 1132 y 1133. Fruto de esa relación nació Urraca
Alfonso la Asturiana y tras el parto Gutierre recibió del rey por sus servicios y su
lealtad el sitio de Entrago. Sin embargo, podría considerarse más como una repa-
ración por su honra perdida96. También podía ocurrir que el adulterador al que se
“deue guardar, e fazer reuerencia” fuera el propio padre del marido. En este caso el
Fuero Real establecía que no se le podía dar muerte como cabeza de familia y de-
positario de la honra familiar, por lo que debía ser condenado al exilio y sus bienes
repartidos. Pero si fuera el hijo quien mantuviera relaciones con la mujer de su pa-
dre, entonces debía ser considerado traidor y como tal perseguido (4, 8, 3).
¿Y qué ocurría con la mujer adúltera? Las Partidas prohibían ejercer contra ella
el ius occidendi, debiendo ser conducida, como ya se ha señalado, ante el juez y en esa
instancia si “fuesse prouado” que fue infiel a su marido, entonces debía ser “castiga-
da, e ferida públicamente con açotes, e puesta, e encerrada en algún Monasterio de
dueñas; e demás desto, deue perder la dote e las arras”. El marido disponía de dos
años para perdonar la afrenta y sacarla de la institución religiosa donde la hubiera
encerrado como castigo. Pero si no la quisiera perdonar, una vez que hubieran pa-
sado esos dos años “estonce deue ella recebir el abito del Monasterio, e seruir en el
a Dios para siempre, assi como las otras Monjas” (7, 17, 15). Tan sólo si la relación
se hubiera consumado con un musulmán podía ser puesta directamente “en poder
de su marido, que la queme, o la suelte, o faga de ella lo que quisiere” (7, 25, 10).
En las Partidas, a pesar de que tan sólo se permitía activar el ius occidendi en el
caso de que el adulterador fuera “ome vil”, ya se argumentaba en descargo, tanto
del marido que matara a su mujer y al amante de condición social no vil como del
padre que hiciera lo propio con el adulterador y dejara con vida a su hija, que se-
rían atenuantes el “grand pesar que ha dela dessonrra” el primero y la “piedad” del
segundo. En estos casos la sanción quedaría mitigada en los siguientes términos:
si el homicida fuera “onbre vil” y su víctima “onbre onrrado”, entonces la pena a
imponer sería a perpetuidad en “las labores del rey”; si fueran de igual condición
social, entonces la condena sería de destierro a una isla por cinco años; y si el ho-
micida fuera de condición social superior, entonces el destierro debía ser por me-
nos tiempo, quedando al arbitrio del juez (7, 17, 14). Este argumento en descargo
de la acción homicida ya se recogía en el Fuero Juzgo (3, 4, 4) y en Fuero Real en
los siguientes términos: “todo home que matare à otro à sabiendas, muera por ello,
salvo si […] le fallare dormiendo con su muger” (4, 17, 1).
¿Qué pasaba si una mujer desposada se casaba o mantenía relaciones con otro?
Se consideraba que cometía igualmente adulterio y en este caso los adúlteros, junto
96
A. E. ORTEGA BAÚN, Sexo, pecado, delito…, p. 360.
38
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
con sus bienes, eran “metidos en poder del esposo”, pero que no para matarlos, si-
no que para ser sus siervos (Fuero Real 4, 7, 2). Esta ley sería corregida con poste-
rioridad en el Ordenamiento de Alcalá, donde se establecía que si el desposado por
palabras de presente97 fuera mayor de 14 años y sorprendiera a su prometida mayor
de 12 años in fraganti, entonces sí podría ejecutar a ambos, sin dejar a ninguno de
ellos con vida. De esta forma se quería evitar que una pena menor, como la prime-
ramente establecida, no fuera disuasoria para evitar que “muchas dellas facer mal-
dad” (21, 1)98. Las Leyes de Toro (81) incidirán en esta filosofía penal.
El legislador buscó mecanismos que limitaran el ius occidendi en caso de crimen
flagrante y que animaran al ofendido a recurrir a los tribunales de justicia para
solventar la causa. ¿Cómo disuadir al marido y refrenar su derecho a la venganza
in situ? Negando que ganara los bienes de los adúlteros, que en el caso de la mu-
jer suponían las arras, la dote, los gananciales o los bienes parafernales. Antes de
adoptarse esa disposición, y según el Fuero Juzgo (3, 4, 1; 3, 4, 12), el Fuero Real (4,
7, 1; 4, 5, 5), las Partidas (7, 17, 15) y las Leyes de Toro (78 y 81), la mujer perdía sus
bienes en favor de sus hijos legítimos y si no los tenía, en favor del marido ofendi-
do. Ahora bien, en las Leyes de Toro de 1505 se incluyó una ley más, la 82, en la que
se admitía el ius occidendi en caso de delito in fraganti, pero en ese caso el marido
perdería la dote y demás bienes de los adúlteros: “el marido que matase por su pro-
pia autoridad al adúltero, ó á la adúltera, aunque los tome infraganti delicto, y sea
justamente fecha la muerte, no gane la dote, ni los bienes del que matare; salvo si
los matare ó condenare por autoridad de nuestra justicia, que en tal caso manda-
mos, que se guarde la ley del Fuero de las leyes lo que en este caso disponen”. Con
esta medida se pretendía incidir en la opción de recurrir a los tribunales de justicia
para dirimir la causa, limitando de este modo el ius occidendi en caso de crimen fla-
grante y los homicidios al margen de esta circunstancia. Además, con esta dispo-
sición se afianzaba la autoridad penal de la monarquía (ius puniendi real) frente al
ejercicio de la venganza privada. Un inicial intento de fortalecer el ius puniendi real
en este sentido, como se ha señalado, fueron las Partidas, en las que se limitaba la
venganza privada frente al adulterio, pero que el Ordenamiento de Alcalá desechó
en este ámbito penal.
Segunda opción: ius occidendi tras una sentencia judicial. Es decir, el marido
ultrajado podía recurrir a la justicia y recibir de ella la autorización para hacer de la
esposa infiel y de su amante, así como de sus bienes, lo que considerara, sin limita-
ción alguna, desde la muerte hasta el perdón. De esta forma el marido se convertía
97
Se refiere a que todavía el matrimonio no se hubiera celebrado ante la Iglesia ni se hubiera consumado.
98
Esta medida se acordó previamente en las Cortes celebradas en Segovia en 1347: Cortes de los antiguos reinos
de León y Castilla, Madrid, 1861, t. I, ley 15, p. 528. Posteriormente sería recogida por las Ordenanzas Reales
de Castilla de 1484 (8, 15, 2) e incluida en la Nueva Recopilación de 1567 (12, 28, 2).
39
Iñaki Bazán Díaz
99
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Las relaciones extraconyugales en la sociedad castellana bajomedieval”, Anuario
de Estudios Medievales, 16 (1986), p. 587, nota 54.
100
I. BAZÁN DÍAZ, Delincuencia y criminalidad…, p. 543.
40
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
101
I. BAZÁN DÍAZ, Op. cit., pp. 538-539.
102
I. BAZÁN DÍAZ, Op. cit., p. 611.
103
Ibídem.
104
L. M. MENDOZA GARRIDO, Delincuencia y represión en la Castilla bajomedieval, Granada, 1999, p. 400.
105
Ricardo Córdoba de la Llave refiere el caso de Isabel de Soto y su amante Jaime que fueron sorprendidos
“desnudos en una misma cama, con la cámara cerrada y solos”, por lo que fueron apresados por los alguaciles
de Sevilla; “Adulterio…”, p. 165.
106
Este paseo infamante era el que se realizaba a todos los condenos a pena de efusión de sangre o destierro. A
lo largo del mismo el pregonero exponía las razones del castigo. Durante el recorrido los condenados eran
sometidos a improperios humillantes por parte de la ciudadanía concurrida. Sobre el particular I. BAZÁN
DÍAZ, “La utilidad social del castigo del delito en la sociedad medieval: ‘para en exemplo, terror e castygo de
los que lo ovyesen’”, en E. LÓPEZ OJEDA (coord.), Los caminos de la exclusión en la sociedad medieval: pecado,
41
Iñaki Bazán Díaz
fue así y hubo quienes decidieron llevar hasta sus últimas consecuencias la facultad
delegada por las autoridades judiciales y matar a los adúlteros: en 1478 los alcaldes
de Sevilla entregan la pareja de adúlteros a Martín Sánchez, marido vejado, quien
dispuso que fueran degollados públicamente107; en 1480 Gonzalo Fernández, ve-
cino de Moya, acabó con la vida de su mujer “poseído de tan justo dolor y porque
fue informado de letrados que de justicia por su propia autoridad podía proceder
de hecho contra su mujer”108.
No siempre se contaba con la comprensión total de los familiares de los conde-
nados por adulterio y legalmente ejecutados por el marido ofendido. Martín Sán-
chez, vecino de Dos Hermanas, degolló a su mujer Ana López y a su amante Juan
Alfonso tras sorprenderlos cometiendo adulterio, llevarlos a la justicia y recibirlos
de ella para que obrara según su voluntad: “los fallara en uno, los traxera presos a
la dicha çibdad de Seuilla e los entregara presos a los nuestros alcaldes, e que por
los nuestros alcaldes le fueron entregados para que él fyziese de ellos lo que quysie-
se, e que por la grand injuria que le fizyeron e por restituir su honra, los degollara
por justicia públicamente en la dicha çibdad de Seuilla”. Sin embargo, tras ejercer
su derecho a la venganza en diferido, Martín Sánchez temía que los familiares de
Ana López y de Juan Alfonso tomaran alguna represalia contra él y le ocasionaran
algún mal, incluso la muerte, por lo que solicitó a la Corona una carta de seguro109.
Tercera opción: la sanción-corrección informal extrajudicial. Hasta ahora se
ha estado poniendo el acento en la sanción formalizada, pero también existía la in-
formal que se podía ejercer a través de la marital corrección. El marido como pater
familia poseía la facultad de castigar a su mujer con fines correctores por su com-
portamiento indebido110. El recurso a un castigo de puertas a dentro se ejercitaba
especialmente cuando la relación extraconyugal no era de dominio público. En el
primer concilio de Toledo celebrado en 397 ya se establecía que “si las mujeres de
los clérigos pecaren con alguno, para que en adelante no puedan pecar más, sus
delito y represión, Logroño, 2012, pp. 447-475. En el caso del adulterio las sentencias no evitan ese recorrido
infamante: Catalina Gutiérrez, vecina de Jaén, fue puesta “ençima de un asno con una soga de esparto a la
garganta e con pregón e pregonero sea traída por las plaças e logares acostumbrados” (MENDOZA GARRIDO,
Delincuencia y represión…, p. 400); y Beatriz Álvarez fue entregada a su marido, junto a su amante, “desde la
cárcel que donde ay está, presa vaya caballero ençima de un asno, e una soga de esparto a la garganta, e con
pregón e pregonero sea llevada por las plaças e logares acostumbrados de la dicha çibdad de Éçija, e sea lle-
vada a la picota” (Mª Á. MARTÍN, C. ALMAGRO, L. R. VILLEGAS y L. M. MENDOZA, “Delincuencia y justicia
en la Chancillería de Ciudad Real y Granada (1495-1510). Segunda parte. Documentos”, Clio & Crimen.
Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 4 (2007), doc. nº 35).
107
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 165.
108
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., p. 170.
109
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., pp. 182-183.
110
Mª de C. GARCÍA HERRERO, “La marital corrección: un tipo de violencia aceptado en la Baja Edad Media”,
Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 5 (2008), pp. 39-71.
42
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
111
Concilios visigóticos e hispano-romanos, edición de José Vivés, en colaboración con Tomás Marín y Gonzalo
Martínez Díez, Madrid, 1963, pp. 19-20, rúbrica VII.
112
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Segunda parte. Documen-
tos”, Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 2 (2015), doc. nº 11, pp. 545-548.
113
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 170.
114
MENDOZA GARRIDO, Delincuencia y represión…, p. 178.
43
Iñaki Bazán Díaz
115
L. RUBIO GARCÍA, Vida licenciosa en la Murcia bajomedieval, Murcia, 1991, pp. 156-159.
116
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 170.
117
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., p. 171.
118
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, “Repoblación y desorden sexual…”, p. 527.
119
Mª T. LÓPEZ BELTRÁN, Op. cit., pp. 527-528.
44
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
¿Cuál era el argumento que tanto la justicia real como la familia esgrimían pa-
ra conceder el perdón al marido ofendido que practicara el uxoricidio? Considerar
que el homicidio había sido justo: “con justo dolor”, como expresaba el suegro de
Rodrigo Alfonso de Benavides. La doctrina jurídica amparaba este argumento,
pues como se señalaba en las Partidas los comportamientos deshonestos e infames
de las esposas ocasionaban “grand pesar que ha dela dessonrra”. La praxis judicial
incidiría en estos argumentos, como se puede comprobar en los siguientes tres
ejemplos.
En 1449 Diego del Poyo, vecino de Murcia, cometió uxoricidio honoris causa
ante el comportamiento adúltero de su mujer. Como no había sido guardada nin-
guna de las posibilidades que el ordenamiento jurídico toleraba para ello, decidió
huir. Al poco tiempo retornaba a Murcia y se sometía al veredicto de los tribu-
nales, quienes le eximieron de la culpa con el argumento de que “según la fama
de aquella mala mujer lo que aquel hizo tuvo mucha razón para ello”. Además, el
tribunal consideró que la acción de Diego del Poyo debía ser ejemplarizante y un
aviso para otras mujeres que pudieran tener la tentación de cometer semejante de-
lito: “porque sea de otras mujeres ejemplo y se guarden de semejantes errores”120.
Con la muerte de la adúltera se apartaba de la comunidad a quienes habían ad-
quirido la condición de impuras y que podían convertirse en “un peligroso foco
de contagio”121.
En 1477 Juan Sánchez de Medina, vecino de Sevilla y vaquero, consiguió el
perdón real por haber dado muerte a Marina Vélez, tras conseguir primero el per-
dón de su suegro. Según consta en la carta de perdón, Juan, en compañía de sus
hermanos Diego y Fernando, acabó con la vida de Marina. En la referida carta se
construye el discurso justificador y comprensivo del homicidio. Se señala que Juan
y Marina estaban “casados legítimamente segund orden de la Santa Madre Ygle-
sia” y que a pesar de ello Marina le fue infiel con Diego de las Cumbres, “echán-
dose con él carnalmente”. Rompe la fe matrimonial y Diego se apropia de un bien
de Juan Sánchez de Medina, el cuerpo y la sexualidad de Marina. Además, Marina
abandona el hogar conyugal, fugándose con Diego y apropiándose de los bienes
del matrimonio. Este daño ocasionado por Marina fue suficiente argumento pa-
ra que su padre, Esteban García, perdonara a su yerno su proceder justiciero, pues
según su criterio había procedido de forma justificada: “con quand justa cabsa fue
la dicha muerte”. La Corona, atendiendo a todas estas razones atenuantes y, a pe-
sar de que el homicidio se había realizado contraviniendo las normas establecidas
por el derecho al efecto, concedieron el perdón: “pues la dicha muerte fue con tan
120
L. RUBIO, Vida licenciosa en la Murcia…, pp. 26 y 234-235.
121
P. FERNÁNDEZ-VIAGAS ESCUDERO, “La honra del marido como bien jurídico protegido…”, p. 60.
45
Iñaki Bazán Díaz
justísima cabsa e el dicho Juan Sánchez mouido con justo dolor e por la permisión
de las dichas leyes de nuestros reynos a ello le dan lo fizo”122.
En 1477 el también sevillano Alfonso González de Paules incurrió en el uxori-
cidio de su mujer Catalina Rodríguez. Inicialmente la había encerrado en el mo-
nasterio de Santa María la Real de Sevilla, haciendo una gestión privada del casti-
go de la infidelidad y allí debía permanecer realizando penitencia. Catalina decidió
poner fin a su encierro y se fugó, pero para poder sobrevivir, seguramente, se vio
obligada a ejercer la prostitución. Sin embargo, su marido vio en ello un argumen-
to más de su carácter depravado: “se puso a la mancebía a ganar dinero e se dava e
echava a quantos la querían”. Con este proceder, según consta en la carta de per-
dón real, Alfonso recibió “grand deshonrra e Vergüença de la gente, e que porque
su Adulterio era Notorio e muy público”. Finalmente, Catalina fue puesta a dispo-
sición judicial. Como la resolución de la causa se dilataba también se prolongaba
la infamia pública recibida por Alfonso por el comportamiento deshonesto de su
mujer. Así, un día que Catalina era conducida desde la cárcel pública hasta el tri-
bunal fue acuchillada por Alfonso. El resultado fue especialmente trágico, ya que
Alfonso no sólo acabó con la vida de su mujer, sino también con la de “una criatura
que ella avya conçebido andando adulterando” y que él desconocía ese embarazo.
Ese acto homicida lo ejecutó “con el grande e justo dolor que tenyades e con la
Vergüença de la gente”. De esta forma lavaba en público la “Vergüença de la gente”
que le había ocasionado Catalina con su comportamiento infiel e inmoral. Había
vengado su honor mancillado, aunque sin mandato judicial. Consciente de ello,
Alfonso se entregó a la justicia del arzobispo de Sevilla, alegando su condición de
“clérigo de corona”. La sentencia no fue especialmente rigurosa por las circunstan-
cias que concurrían en el caso: “visto vuestra provança e el justo dolor que vos dyó,
a la menor causa vos condenó a pena de destierro por tienpo de un año e en çierta
pecunya para Redençion de un cautivo que estava en tierra de moros por el Anyma
de la dicha vuestra muger”, además de las costas procesales. Con objeto de evitarse
problemas a futuro, solicitó que la sentencia fuera confirmada por la Corona y des-
pués pudiera ser perdonado, puesto que ya había entregado la cuantía establecida
para la redención del cautivo. La petición de Alfonso fue aceptada y justificada en
los siguientes términos: “por causa e Rasón de la dicha muerte de la dicha vuestra
muger vos non maten nyn fieran nyn lisyen nyn prendan nyn tomen nyn embar-
guen ningunos nyn algunos de vuestros bienes” 123.
En consecuencia, estos homicidios eran considerados justos (“justa causa”,
“justo dolor”…) porque eran consumados por unos maridos ofendidos que se
122
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Adulterio…”, p. 181.
123
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Segunda parte. Documen-
tos…”, doc. nº 11, pp. 545-548.
46
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
encontraban dominados por la ira (furore et rabie) que provocaba la gravísima ofen-
sa e injuria sufrida: “non podiendo sofrir tan grande infamia e desonrra”124. Esa
causa justa, el dolor insufrible por la afrenta, debía ser tenida en cuenta por las au-
toridades judiciales para imponer una condena atenuada; o para conceder el per-
dón, incluido el de la familia de la difunta.
Ahora bien, no siempre se conseguía que la familia de aquella diera por buena
esa muerte. En 1492 la tía materna de Beatriz Fernández reclamaba a la Corona
que se ejecutara la sentencia de muerte dada en ausencia y rebeldía contra el sevi-
llano Rodrigo Álvarez, quien la había matado estando embarazada por sospechas
infundadas: “syn cabsa nyn Rasón alguna legítima e syn tener sospecha que la di-
cha su mujer le ovyese ofendido”125. La madre de Marina Sánchez, vecina de Úbe-
da, solicitaba que también fuera ejecutada la sentencia de pena de muerte pronun-
ciada en ausencia y rebeldía contra su yerno Alfonso de Carmona por el intento
de homicidio de su hija126. Lo interesante de este caso es que Alfonso de Carmona
había sido manipulado por Catalina de Valdivia, quien le fue con el cuento de que
su mujer le era infiel por la malquerencia que había entre ellas.
Otra opción para conseguir el perdón real sin apelar al argumento del “justo do-
lor”, fue recurrir, al igual que otros condenados, a prestar servicios a la Corona en
sus empresas militares, como por ejemplo en la toma del reino nazarí de Granada,
y ganar de esa forma el privilegio de homiciano127. Es el caso del perdón otorgado al
malagueño Diego Muñoz en 1492 tras haber servido durante doce meses en la for-
taleza de Salobreña, acogiéndose al correspondiente privilegio de homiciano. María
de Acuña, estando casada con Diego Muñoz “a ley et bendición segund manda la
santa iglesia”, mantuvo una relación adúltera con Francisco Roldán, que tuvo eco
social: “ovo fama pública en la dicha çibdad de málaga et en otras partes”. Además,
para poder llevar con libertad esa relación trató de envenenar a su marido. En es-
tas circunstancias Diego no concibió otra salida que la de acabar con la vida de su
mujer: “sentiéndose de su injuria et de la fama tan pública la ovo de matar et mató”.
Pero era consciente de que ese proceder era ajeno al previsto en el ordenamiento
124
Así se justificaba el logroñés Juan Cabezudo en 1496 ante la justicia en el caso ya recogido más arriba; ÁL-
VAREZ BEZOS, Violencia contra las mujeres…, documento nº 13 del apéndice. El coruñés García Fernández
también señalaba en 1480 que el adulterio de su mujer Inés de Leiva le había ocasionado una “grand injuria
y mengua suya”; documento nº 12 del referido apéndice.
125
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía…”, pp. 664-666.
126
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, Op. cit., pp. 659-660.
127
Sobre el perdón real en general se puede consultar R. GONZÁLEZ ZALACAÍN, El perdón real en Castilla a fines
de la Edad Media. El ejemplo de la cornisa Cantábrica, Bilbao, 2013. Y sobre el perdón ligado al privilegio de
homiciano, F. R. ALIJO, “Antequera en el siglo xv. El privilegio de homicianos”, Baética. Estudios de Arte, Geo-
grafía e Historia, 1 (1978), pp. 279-292; R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “Fortalezas con privilegio de homiciano
en época de los Reyes Católicos”, Población y poblamiento. Homenaje al prof. Manuel González Jiménez, Jaén,
2006, pp. 193-207.
47
Iñaki Bazán Díaz
jurídico y por eso huyó a la fortaleza de Salobreña para ganar el perdón por acoger-
se al privilegio de homiciano: “por non aver guardado en la dicha muerte la forma
et horden que las Leyes de nuestros Reynos en tal caso quieren et mandan, fue a la
dicha Villa et fortaleça de salobreña por ganar el dicho previllejo”128.
4.2. Discordantium entre el discurso de la moral (pecado) y el del derecho (delito)
en el caso de adulterio
128
R. CÓRDOBA DE LA LLAVE, “El homicidio en Andalucía…”, doc. 51, pp. 650-652.
129
J. A. BRUNDAGE, La ley, el sexo y la sociedad cristiana…, pp. 212, 257, 367.
130
Citado por A. MORÍN, Pecado y delito en la Edad Media…, p. 124.
131
J. A. BRUNDAGE, Op. cit., pp. 366 y 445.
132
J. A. BRUNDAGE, Op. cit., p. 296.
48
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
133
A. MORÍN, “Matar a la adúltera: el homicidio legítimo en la legislación castellana medieval”, Cahiers de lin-
guistique et de civilisation hispaniques médiévales, 24 (2001), pp. 353-377. Sobre esta cuestión profundizaría en
el capítulo 2 de su tesis doctoral: Pecado delito en la Edad Media… y que se titula: “Un legítimo pecado mortal.
El homicidio legal de la adúltera en el derecho castellano medieval y moderno”, pp. 91-134.
134
Sobre el particular puede consultarse N. BLÁZQUEZ, “La pena de muerte según Santo Tomás y el abolicionismo
moderno”, Revista Chilena de Derecho, vol. 10, nº 2 (1983), pp. 277-316; H. R. MORA CALVO, “Santo Tomás
de Aquino: la pena de muerte. Implicaciones éticas”, Revista de Filosofía, XXXVI, 88/89 (1998), pp. 359-370.
49
Iñaki Bazán Díaz
135
A. MORÍN, “Matar a la adúltera…”, pp. 367 y ss.; y Pecado delito en la Edad Media…, pp. 121-129.
136
A. MORÍN, Op. cit., p. 130.
137
Ibidem.
138
J. A. BRUNDAGE, La ley, el sexo y la sociedad cristiana…, p. 23.
50
El pecado y el delito de adulterio en la Castilla medieval. Transgresión del modelo de sexualidad…
a presentar querellas ante los tribunales de justicia para obtener la reparación por
el daño sufrido. Tránsito en el que trataron de incidir las leyes de Toro para el caso
concreto del adulterio. De este modo el Estado remplazaría a la justicia vindicativa
en la labor de reparar el honor mancillado139.
En definitiva, se puede compartir la conclusión de Paloma Aguilar cuando in-
dica que “el adulterio medieval fue un instrumento para la protección jurídica de
los intereses de las condiciones materiales de vida, establecidas en el seno de una
sociedad patriarcalista”140. Se primaría salvaguardar, como apunta Enrique Gacto,
el “orden social externo”141. Un orden basado en el honor, la paternidad, el linaje y
el patrimonio, y en el que se consideraba lícito la gestión privada del problema (ius
occidendi en contexto de crimen flagrante) de tradición germana y romana, pero
que a comienzos del siglo XVI iniciaría su declive.
139
Sobre la violencia homicida en la Edad Media, R. MUCHEMBLED, La violence au villa. Sociabilité et comporte-
ments populaires en Artois de 15e au 17e siècle, Turnhout, 1989; Una historia de la violencia. Del final de la Edad
Media a la actualidad, Barcelona, 2010 (2008).
140
El adulterio: discurso jurídico…, p. 381.
141
E. GACTO, “La filiación no legítima…”, p. 908.
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