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Félix Santolaria.

UB

Pérez de Herrera y el plan general de Amparo de Pobres.

En 1592, tan sólo cuatro años después del silencio de Giginta, comenzaba
Cristóbal Pérez de Herrera (1556-1620) a dar forma al mayor plan general de política de
pobres y reeducación social que se va a conocer en la España de los siglos XVI y XVII.
Era Bachiller en Medicina por Salamanca, pero tenía una amplia formación literaria y
científica, y pronto destacó con una brillante y rápida carrera profesional, que le llevó
en 1580, a sus veinticuatro años, a ser nombrado Protomédico de las Galeras de España,
cargo importante en el mundo de la medicina de la época. Era el responsable de los
servicios sanitarios de las naves de la Armada, y él mismo actuaba como médico,
consejero militar y jefe ocasional de tripulación y tropa. Desde 1580 a 1592 llevará una
vida castrense participando, con las armas en la mano, en batallas navales, desembarcos
y misiones difíciles. Todos sus contemporáneos reconocieron sus repetidas muestras de
valor y su capacidad táctica y estratégica. La primera nota que destacaban de su milicia
era un "agudo sentido práctico", algo que se pondrá de manifiesto en la sencillez y la
amplitud de su proyecto social. Sus años de protomedicato le llevaron al contacto
cotidiano con la misera condición de los galeotes -un "infierno flotante", dirá Marañón-,
a quienes llegó a conocer de cerca y con quienes tuvo numerosos gestos humanitarios.
Y todavía en esos años se vió envuelto en momentos confusos entre las iras populares
de motines y alborotos por las crisis de abastecimientos, el alza de los precios y los
afanes de acaparamiento de unos pocos, unas radicales experiencias que lo marcaron e
influirían en sus proyectos de reforma (Cfr. Cavillac, 1975). En 1592, es nombrado médico
de la Casa y Corte de Felipe II, y llegará a Madrid cargado con toda esa experiencia
humana y social.

Comienza a escribir sobre el "amparo de pobres" en el mismo 1592, tras haber


tratado sus reflexiones con amigos que tienen sus mismas preocupaciones sociales
(entre ellos Mateo Alemán, el autor del Guzmán de Alfarache, que publicará su novela
en 1599). Quería aprovechar la celebración de las Cortes que empezaban en 1592 para
proponer un plan de reforma de la política de pobres. En 1595 termina la primera parte
y la somete a las Cortes, tiene una acogida favorable y los procuradores elevan un
memorial al rey ponderando los beneficios que se podrían obtener de las medidas
propuestas por Pérez de Herrera, quien publicará a su costa el tratado y lo repartirá para
difundirlo y ganar adeptos. La difusión debió funcionar, pues, tan sólo un año más
tarde, en 1596, en un nuevo memorial de los procuradores a Felipe II a favor de la
aplicación del plan general de Herrera, reconocen que es "muy conocido en estos
reinos" (A.C., 1596, 63-65).
El Plan General de Pérez de Herrera

¿En qué consiste ese plan general de Pérez de Herrera? En primer lugar, los
Discursos del Amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos, publicados
en su edición más completa, con objeciones y respuestas, en 1598, se inician con una
recopilación de todos los argumentos clásicos contra los pobres fingidos y los
vagabundos, ampliados con los "inconvenientes" que suponen todos esos mendigos
ilegítimos para el bien de los pobres verdaderos. Toda la tradición de la imagen
negativa del mendigo vuelve a encontrar vida en las páginas de los discursos, ilustrada
además con ejemplos anecdóticos. Se trata, una vez más, de justificar y legitimar la
intervención de los poderes publicos en ese "desordenado mundo" de la pobretería y la
marginación. ¿Qué medidas proponer para que no fracasen como lo han hecho las
propuestas anteriores? La actitud de Herrera va a tener dos caras complementarias. Por
una parte va a ser enormemente práctica y ecléctica. Lejos de proponer "novedades", va
a reactualizar los elementos básicos de los proyectos anteriores, y va a tomar de la
realidad de las respuestas sociales ya existentes -tanto caritativas como legislativas- lo
eficaz y lo positivo, aquello que es realizable porque ya se está realizando de hecho, tal
vez a nivel local y privado, en tono menor, pero con sentido común. Una sencilla
capacidad de adaptación a lo que hay, pero volviéndolo a poner en vigor por la simple
vuelta a los "usos" establecidos. Por otra parte, hay "novedades" sustantivas,
fundamentalmente en el campo de la reeducación femenina e infantil, que avanzan las
tesis mercantilistas del siglo XVII y XVIII. El plan, amén de una buena dosis de
optimismo arbitrista, padece, no obstante, de una dolencia casí común a todos los
proyectistas sociales modernos (Soto y Giginta fueron excepciones), el recurso a la
llamada "utopía del trabajo", uno de los axiomas del "nuevo orden", la confianza
injustificada de que para trabajar basta con buscar trabajo, que éste se encuentra
enseguida porque "hacen falta brazos", y que el salario será digno y permitirá llevar una
vida honrada. En este supuesto descansaba la "sociedad". Y en él se apoyaba el plan de
Pérez de Herrera, organizado en tres partes fundamentales y diferenciadas: la política de
pobres, la asistencia y reeducación infantil y la represión y reeducación femeninas.

La Política de Pobres: Mendigos verdaderos, Vergonzantes y Fingidos

La política de pobres distinguía entre los verdaderos y fingidos.Y entre los


verdaderos diferenciaba los mendigos y los vergonzantes. Para los mendigos verdaderos
la propuesta asistencial consistía en la creación de Albergues de pobres y en el Control
de la mendicidad, que no se prohibía, pero que quedaba controlada de forma muy
semejante a como se proponía en las leyes de 1540 y 1565 (examen de pobres e insignia
o cédula que permitía mendigar, desaparecía el contencioso de remitir a los pobres a sus
"naturalezas" o lugares de origen). El albergue, teniendo en cuenta las propuestas de
Giginta y queriendo cubrir las necesidades de numerosos mendigos que no tenían techo
donde recogerse, era un nuevo modelo institucional que consistía en ser solamente un
"refugio nocturno", en el que descansarían, oirían misa cada mañana,

Plan General de Amparo de Pobres de C. Pérez de Herrera

A lb ergue s (n octurno s)
Me ndi go s
Control me ndi ci da d
V erdad eros
P obres Hosp ital i zaci ón e nfermos
V erdad eros
A si stenc ia P arroqu ia l
P ol íti ca de P ob re s Li bro y li sta de reg is tro de lo s
P obres V ergon zantes po bres y sus n ece si dad es
Ve rd ade ro s Cre aci ón d e He rma nda de s y Cofradías
A si stenc ia Domi ci l ia ri a y S ani taria
-Pa dre de po bres
Control s oci al -Pa dre de mozo s
y l abo ra l -Pa dre de T ra baj ad ores

P obres fíngi do s E vitar la


y V ag abu ndo s Oci osi da d
P la n Ge neral
Control P ol i ci al -Al gu aci l d e Va gab und os
de A mpa ro d e
P ob re s

-Re fo rma y amp li ac ió n de l os Col eg io s de Doctrin os


A si stenc ia y
Reed uca ci ón Meno re s Col oca ci ón en fami l ia s
Infan ti l de 7 a ños
Hosp ital es y A lb ergue s
Niñ os y Ni ña s P ro te ctor d e (a cargo d e la s muj eres)
P obres y Hu érfa nos
Desa mparad os (muni ci pi o)
Contratos de A pren di zaj e
Mayores y de S ervic io Domé stic o
de 7 a ños (a cargo d e lo s Jus ti ci as )

-Crea ci ón de s emi nari os e spe ci al es (ofic io s útil es a l a


De Repú bl ic a: ma te mátic os, ci ruj ano s, ma qui ni stas , artil l eros,
10 a 1 4 pi l otos, re lo je ro s, c artó grafos , i nge ni eros)
a ños -In greso e n la A rmada ; Fá bri cas d e ta pi ces .

Ree duc aci ón y Casa s de T ra baj o y Lab or


Repres ió n fe meni na s (E nci erro de muj eres
vag abu nda s y d el in cue ntes )
tendrían doctrina cristiana y quedarían libres todo el día para, con sus insignias visibles,
mendigar y ganar de ese modo su comida, recogiéndose de nuevo al anochecer en
departamentos separados por sexos. Todos los elementos materiales serían sencillos y
habría lámparas encendidas toda la noche para evitar inconvenientes. La propuesta no
suponía ningún tipo de encierro ni manutención de pobres, por lo que se evitaban todos
los problemas económicos, de personal y de régimen interno que habían hecho fracasar
a otros proyectos.

Pérez de Herrera, había planeado que el "examen de pobres" y


recogimiento en los albergues se hiciera en todas las ciudades importantes a la vez, en
una misma fecha, de forma que los mendigos no pudieran trasladarse a otra ciudad
huyendo del control, ya que éste sería de aplicación general en los grandes centros
urbanos, que eran los únicos lugares en los que los fingidos y vagabundos podían
mantener su estilo de vida. Una vez examinados, a los fíngidos se les daría tres días para
cambiar de vida o abandonar la ciudad, y a los verdaderos se les empadronaba en la
ciudad y albergue y se les daba las licencias, mientras que los enfermos serían
conducidos a los hospitales.

Los pobres verdaderos vergonzantes serían atendidos en sus propias casas y en


sus parroquias. La Parroquia se convertía en la "demarcación asistencial" por
excelencia. En cada una de ellas se organizaría una Hermandad de la Misericordia, con
un mayordomo anual (Padre de Pobres) y mayorales para cada barrio o vecindad en que
se dividirían las calles de la demarcación, con el fin de informarse de las necesidades,
recaudar limosnas y fondos, repartir periódicamente, y siempre que fuese necesario, las
ayudas y vigilar las buenas costumbres de los asistidos, condición ésta imprescindible
para poder ser atendido. Llevarían un completo libro y lista de registro de los pobres y
de todas sus necesidades. La Hermandad procuraría también conseguir la asistencia
sanitaria gratuita a domicilio de médicos y boticarios. En realidad, no hay nada
novedoso en la propuesta. Era lo que ya se estaba haciendo en algunas parroquias de
Madrid (San Martín, por ejemplo, en la que vivía el autor, pero también en las de San
Ginés y Santa Cruz). Respondía perfectamente, casi calcado, al modo de
funcionamiento de las reformas urbanas de la beneficencia llevadas a cabo en 1542, por
ejemplo en Zamora, cambiando el ámbito de aplicación, que entonces era la ciudad
entera, y en Herrera es la parroquía. Un espacio más reducido, donde funcionan mejor
las relaciones de conocimiento mutuo y de control social, simplificándose todas las
gestiones, además de que se podían aprovechar las numerosas cofradías y hermandades
de ámbito parroquial ya existentes, orientando sus actividades caritativas a la propia
demarcación territorial. De algún modo era reconocer la eficacia de los modelos
tradicionales de caridad parroquial, gremial y de las numerosas asociaciones caritativas
y benéficas que de un modo secular venían actuando a ese nivel comunitario

Los pobres fingidos y los vagabundos, en el esquema de Herrera, quedarían


obligados a buscar trabajo, puesto que la mendicidad quedaba controlada y sólo
permitida para los legítimos con cédula o insignia recibida tras el examen de pobreza e
inutilidad para el trabajo. Para favorecer su reforma y dificultar la ociosidad, la única
medida que tiene en cuenta es el establecimiento en todas las ciudades y lugares de
amplio vecindario de unos oficiales que ya habían sido creados por ley hacía años, pero
que apenas habían tenido una aplicación práctica. Recupera de este modo la figura del
Padre de Mozos, un oficial que llevaba un registro de todos los jornaleros y mozos que
acudían a la ciudad en busca de trabajo, evitando de ese modo, al registrarse, que
pudieran ser considerados vagabundos en vez de jornaleros en paro. Y al mismo tiempo
que se ejercía un control social, se favorecía el funcionamiento del mercado laboral a
través de las ofertas de la bolsa de trabajo que este oficial tenía y por las que cobraba un
derecho de corretaje. El cargo había funcionado ya desde 1549 en Valladolid (Curiel,
1946), se había solicitado en Cortes en 1579 y había sido promulgado por Felipe II en
1584 (A.C., VI, 876).Y pone de nuevo en vigor la figura del Padre de Trabajadores, un
oficial mediador, que cada mañana en la plaza del pueblo, ayudaría a acomodar y
alquilar los jornaleros, concertando los salarios y evitando que fueran quedando ociosos.
Una figura que ya se había pedido en las Cortes de 1555, bajo el nombre de padre de
pobres (A.C., V, 695-696). Y junto a estos cargos, la generalización del Alguacil de
Vagabundos, un oficial municipal para inquirir en la vida de los desocupados, prender a
los vagos y sancionarlos con las penas en vigor. Las Cortes habían solicitado su
creación en 1570 y 1571, siendo promulgada por Felipe II en 1573 ( A.C., III, 418; Curiel,
1946).

La asistencia y reeducación infantil

En primer lugar, admite en el plan la existencia de los Colegios de Doctrinos,


pero reformándolos, de modo que cumplan con su finalidad y coloquen pronto en
oficios a sus acogidos. Para los demás niños y niñas pobres y desamparados, cree que lo
ideal sería nombrar en los municipios a un Protector de Huérfanos (adaptación del
famoso Padre de Huérfanos que venía funcionando en Valencia y en la Corona de
Aragón y Cataluña desde el siglo XIV), con la función de acomodar y distribuirlos -a
los menores de 7 años- en las familias medias y notables, para que los criaran y los
pusieran a su debido tiempo en oficios. Cuando no fuere posible los depositaría en los
hospitales y en la sección de mujeres del Albergue de Pobres, quedando al cargo de
éstas y que pidieren con ellas, para colocarlos a partir de esa edad en oficios o servicio.
Los mayores de 7 años, deberían ser puestos por los justicias de cada lugar con
contratos de aprendizaje o domésticos. Nada nuevo pues, sólo adaptaciones de
funciones e instituciones ya existentes (Doctrinos y algunas funciones del Padre de
Huérfanos). La novedad llega cuando propone para los mayores (de 10 a 14 años) un
aparente abanico de posibilidades al servicio de los intereses de país y de puro sabor
mercantilista: a unos, los más robustos, los destinaría a la Armada, lo cual ya se estaba
haciendo en Galicia (Amparo, 105). Otros podrían aprender oficios convenientes a la
República, manejo de telares y de fabricación de tapicerías..."para revivir las
manufacturas textiles" (Amparo, 106), algo que también se estaba ya probando desde
1595 con los telares de Pedro Gutierrez, instalados frente al Seminario de Santa Isabel
en Madrid, que recogía niños y niñas huérfanos de la villa y de funcionarios reales. Una
experiencia que fracasaría muy pronto y que no habría de resurgir hasta el siglo XVIII.
La propuesta llega a su quimérica cumbre cuando proyecta el escoger a los niños más
hábiles y crear algunos seminarios especiales de matemáticas y otras disciplinas
utilísimas a la República, básicas para producir ingenieros, arquitectos, niveladores,
maquinistas, pilotos, artilleros, relojeros, cartógrafos, fabricar artificios de navegación,
etcétera. Todo un conjunto de especializaciones urgentes de las que estaba necesitado, a
juicio de Herrera, el reino y el ejército. Todo envuelto en un profuso discurso
mercantilista, que hace de la propuesta una ficción literaria del más puro y legendario
estilo arbitrista.

Represión y Reeducación femenina

Entre los muchos vagabundos y mendigos fingidos que tendrán que buscar
medios de vida o serán sancionados por los alguaciles, tendrá que haber también
numerosas mujeres vagabundas y perdidas, y para ellas las dificultades son mayores
para encontrar otro orden de vida y no hay sanciones adecuadas, ya que las que se usan
(azotes y verguenza pública) no producen ninguna enmienda ni las apartan de la
sociedad. El remedio podría ser la creación de unas Casas de Trabajo y Labor, erigidas
en las ciudades más pobladas, donde se encerrarían a las vagabundas ociosas,
hechiceras, ladronas, etcétera, con penas de uno a diez años, o de por vida, según el
delito. Llevarían un vestido basto "de jerga", pelo corto por limpieza y mortificación,
comida moderada y "de poca costa", y todo el mobiliario muy pobre. Y el trabajo
obligatorio: hilados de algodón, lino, estopa y otros que pueden aprender, con el fin de
que ganen lo que gastan y un poco más. Tendría que haber un alcaide casado y de edad,
con autoridad, y unas mujeres honradas y de prendas que vivieran con ellas, de las
cuales una haría de cabeza o madre. Para el doctor Herrera, sólo con esto sería
suficiente para su enmienda. El encierro, que es ya un gran castigo para la mujer
ordinaria, la actividad diaria y el trabajo, comida breve y cadenas y cepo para las
rebeldes, favorecerían la sujeción y la resignación para cumplir su pena. "Y al fin serán
tratadas en todo como mujeres, que son de más delicada naturaleza". En el tema de la
reeducación femenina incluye Pérez de Herrera una importante crítica a los llamados
"padres" y "madres" de mozas, que actuaban como agencias de colocación de las
muchachas de servicio, y a quienes acudían las que llegaban de otras poblaciones o
zonas rurales para ofrecer sus servicios (una institución paralela al Padre de Mozos),
pero que, en realidad, eran agencias de malos usos y abusos, incluyendo prostitución y
conductas delictivas. El tema volverá a reavivarse con Felipe III y Felipe IV en su
ofensiva contra el desorden social femenino.

Aplicación e influencias de los proyectos de Pérez de Herrera

El plan, especialmente la "política de pobres", fue muy bien aceptado en las


Cortes, y aunque hubo también detractores, contentaba a casi todos los procuradores por
la facilidad de su aplicación, porque no suponía apenas gastos y porque aprovechaba y
vigorizaba cargos y funciones que ya estaban legisladas e incluso funcionaban en
algunas ciudades. En 1597, el Presidente del Consejo Real mandaba a las ciudades y
villas del Reino una "Instrucción" de catorce puntos para llevar a cabo el recogimiento y
examen de pobres. Madrid, Sevilla y Valladolid hicieron el "examen" en 1597, pero no
en la mismas fechas como hubiera deseado Herrera, y en 1598 se aplicó también en
Toledo. Pero sólo en Madrid logró abrirse un Albergue o Hospitium Pauperum, gracias
al apoyo de poderosos valedores e importantes ayudas del propio Felipe II (24.000
ducados en abril de 1598 y 30.000 más en junio, dos meses más tarde). Ese mismo año
moría el monarca, y con él perdía Pérez de Herrera su principal apoyo para llevar
adelante la reforma. A pesar de que todo había quedado casi acordado para ser
promulgado en leyes y pragmáticas, todo quedó detenido. El nuevo reinado de Felipe III
supuso un cambio en los hombres de gobierno y los protectores y amigos de Herrera
fueron desapareciendo de la vida política. Todavía en dos ocasiones volverá a ser
defendido el proyecto en las Cortes: en 1607 y en 1618 aprovechando las coyunturas
críticas de aquellos años y la convocatoria de la famosa Junta de Reformación del
Reino, sin que se consiga otra cosa más que algunos decretos represivos del
vagabundaje.

Apenas nada se consiguió a nivel oficial. Sin embargo, tal vez por la amplia
difusión que se realizó de la obra de Pérez de Herrera, como quizás por el continuismo
de la tradición legislativa y los usos establecidos en el tratamiento de los mendigos a lo
largo del siglo XVI, lo cierto es que numerosos municipios a lo largo de la centuria
siguiente, cuando se ven obligados a responder a un aumento circunstancial de
pauperes, aplican siempre con carácter ocasional las medidas diseñadas en la política
social del famoso Amparo de Pobres (examen, licencias y expulsión de vagabundos).
Incluso, cuando llegue, a mediados del siglo XVIII, ciento cincuenta años más tarde, el
Catastro del Marqués de la Ensenada, diferentes ciudades y villas declararán tener
"hospicios o albergues" de pobres, que quedan descritos como pequeños refugios para
pernoctar mendigos y pobres sin techo ni hogar. El tema de la reeducación femenina fue
quizás el más atendido en la centuria siguiente, viniendo la obra de Magdalena de San
Jerónimo y la creación y expansión de las Casas-Galera a dar un cierto cumplimiento a
las propuestas de Herrera. Los planes de reeducación infantil y juvenil quedarían sin
ningún desarrollo. Habrá que esperar todavía a la segunda mitad del XVIII y
especialmente al XIX y XX para que surjan iniciativas en este campo.

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