Podemos delimitar o definir jurídicamente el tributo como una
obligación de dar una suma de dinero establecida por Ley, conforme al principio de capacidad, a favor de un ente público para sostener sus gastos. A explicar esta definición, capital como es obvio en nuestra disciplina, se dedican las páginas que siguen.
1.. El tributo es una obligación.
Existe una acepción vulgar o, si se quiere, usual (ya que se emplea frecuentemente en otras ciencias no jurídicas como la economía financiera) de tributo que entiende por tal, sin más, y lo define como una prestación pecuniaria de carácter coactivo impuesta por el Estado o, lo que viene a ser lo mismo, como una prestación pecuniaria que el Estado exige en el ejercicio de su poder para la satisfacción de sus necesidades. Esta acepción vulgar o usual del término tributo no puede aceptarse como definición «jurídica» del término o de la institución a la que, dentro de un determinado ordenamiento jurídico, se alude con esta palabra. En efecto, la nota de coactividad se predica por la generalidad de los juristas tanto del ordenamiento en su conjunto como de las normas que forman parte de él. «En este sentido», señala KELSEN, «el Derecho es un orden coactivo». La palabra derecho, continúa, se refiere a «la técnica social que consiste en provocar la conducta socialmente deseada a través de la amenaza de una medida coercitiva que debe aplicarse en caso de un comportamiento contrario». Y en este sentido, añadimos nosotros, parece evidente que la coactividad puede predicarse tanto de la norma que establece el tributo, es decir, la obligación a cargo de una persona de pagar una cantidad al Estado, como de la norma que establece o regula la obligación a cargo de una persona de pagar una cantidad de dinero a cualquier ciudadano particular. Nada aporta, pues, la nota de coactividad que se predica usualmente del tributo a una definición jurídica del mismo. Por el contrario, induce a pensar en un hilo directo y vertical, físico, entre el poder y el obligado a pagar el tributo, que prescinde del ordenamiento jurídico al que el propio poder está también sometido en su ejercicio. Se desconoce así en esta acepción vulgar —por oposición a la jurídica — y, por ende, jurídicamente grosera de tributo, que en nuestro ordenamiento jurídico, como en todo ordenamiento jurídico de un estado de Derecho, no es el Estado, sin más, el que obliga a pagar el tributo, sino que es el Estado legislador, o más precisamente la Ley, la que hace nacer de la realización de ciertos hechos la obligación de pagarlo. Induciendo así a confundir y mezclar el poder de emanar leyes con el ejercicio por los órganos del Estado de poderes jurídicos concretos que se desarrollan en el mismo plano, en idéntico plano jurídico que aquel en que se desarrollan en el ámbito del Derecho privado los poderes concretos de un acreedor. Poderes jurídicos concretos que, en nuestro Estado democrático de Derecho se desarrollan siempre y cualquiera que sea su titular en aplicación de la Ley; en un plano igual situado por debajo e inferior a la Ley; en un plano igual de sumisión completa y total a la Ley y al Derecho. La acepción vulgar del tributo como prestación coactiva impuesta por el Estado refleja, sin embargo, los ecos de una primera explicación jurídica del tributo, en el marco temporal del siglo XX, como relación.