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Gabriel Marcel se incorpo-

5 tardíamente a la'fe cristiana,


RE GABRIEL
,MARCEL

LIDAD
espués de un sinuoso y com­
plicado viaje intelectual. De
ahí, nos confiesa él mismo, su
simpatía hacia aquellos que ca­
minan penosamente por sende­ GUADARRAMA
ros análogos. Lo mismo que su
filosofía, estas que pudiéra­
mos llamar consideraciones de
antropología religiosa están
marcadas por la impronta iti­
nerante: el hombre, viajero en­
tre dos destinos, haciéndose y
conquistándose, en fe precaria,
continuamente amenazada. El
Dios de este hombre no podrá
ser un Dios objetivo, frío y
distante, sino el Dios encarna­
do que se confirió a sí mismo
la existencia en el umbral de
un tiempo nuevo.

PUNTO
OMEGA

INCREDULIDAD
Y FE

COLECCION UNIVERSITARIA DE BOLSILLO

PUNTO OMEGA

124
GABRIEL MARCEL

INCREDULIDAD
Y FE

EDICIONES G U AD ARRAM A
Lope de Rueda, 13
MADRID
Los tres primeros ensayos de este libro
fueron publicados por
A U B IE R, ED ITIO N S M O N TA IG N E, 1968 CONTENIDO

con el título
ETRE ET AVOIR. II R E F L E X IO N S SUR

L ’ IRRELIGION ET LA FO I

Los tres últimos capítulos pertenecen a la obra


PO U R UNE S A G E SSE TRAG IQU E

publicada en el año 1968 por


l ib r a ir ie plon , París

* * *
Tradujo el libro al castellano
FABIAN G ARC IA -PR IE TO BUENDIA

* * *
Portada de
JESUS ALBARRAN

© Copyright by
ED ICIO N E S G U ADARRAM A, S . A.

Madrid, 1971

Depósito legal: M. 21107.-1971

Printed in Spain by

Eosgraf, S. A. - Dolores, 9. - M a d r id
I. Consideraciones sobre la incredulidad con­
temporánea ................................................ 11
II. Reflexiones sobre la f e ............................ 43
La idea que el incrédulo se forma de
la f e ..................................................... 45
La fe, modo de la credulidad ......... 47
La fe evasión....................................... 49
La incredulidad es básicamente pasio­
nal ......................................................... 50
El escepticismo................................... 51
Las contradicciones del escepticismo. 52
La incredulidad es una negación ... 55
El heroísmo ¿tiene un valor en sí
mismo? ............. .................................. 57
Degradación de la idea de testimonio. 58
Fe y testim onio.................................. 60
III. La piedad según Peter Wust ................ 63
IV. La vida y lo sagrado ............................. 97
Observaciones complementarias......... 118
V. El ateísmo filosó fico .................................. 127
VI. Filosofía, teología negativa, ateísm o 151
I

CONSIDERACIONES SOBRE LA INCREDULIDAD


CONTEMPORANEA 1

La actitud de espíritu que me propongo definir


tan exactamente como me sea posible es aquella que
consiste en mirar la cuestión religiosa como algo ya
superado.
Pero es necesario previamente hacer algunas pre­
cisiones. Decir que la cuestión religiosa está superada
no supone necesariamente negar la persistencia de cier­
tos datos o testimonios religiosos, si bien estos datos
pertenecen al orden del sentimiento. Pero, por su pro­
pia definición, un dato de tal naturaleza no puede
considerarse como periclitado. Lo que sí puede con­
siderarse como gastado es o bien un uso, o bien una
idea o una creencia, en la medida en que esta creen­
cia está asimilada a una idea. Y no se trata tampoco
lo que sería totalmente absurdo— de poner en duda
que la religión en cuanto hecho, en cuanto conjunto
de instituciones, de ritos etc., requiera explicaciones;
hay que poner también de manifiesto que cuanto
mas extraña sea una determinada persona a toda vida
religiosa tanta más curiosidad sentirá por saber cómo

1 Conferencia pronunciada el 4 de diciembre de 1930 en la


Fédération des Associations d’Etudiants Chrétiens.
12 Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea

un conjunto de fenómenos tan extraños, tan aberran­ doctrinal de la persona de B. Russell, sino el credo
tes, han podido surgir y ocupar un puesto, evidente­ negativo que envuelve la actitud que intento analizar.
mente tan importante, en la historia del ser humano. Y aun no faltará quien afirme la posibilidad de edi­
Decir que «la cuestión religiosa está superada» su­ ficar una religión sobre esta desesperanza cósmica. Por
pone que ya no hay lugar para preguntarse si las mi parte, opino que no se puede sostener este credo
afirmaciones religiosas se corresponden con algo en sin cometer el más grave abuso de lenguaje. Pero en
la realidad, si existe un ser que posea los atributos otra ocasión desarrollaré este punto.
tradicionalmente unidos al vocablo Dios, y también Para aclarar por adelantado el camino un tanto si­
si eso que los creyentes llaman la salvación no es otra nuoso por el que vamos a transitar, empezaré por de­
cosa que una cierta experiencia subjetiva burdamente cir que cuento con adoptar sucesivamente tres centros
interpretada en función de algunas nociones míticas. de perspectiva distintos o jerarquizados: el primero
La cuestión, se dirá, es conocida. Citaré aquí un será el del racionalismo puro en cuanto filosofía
texto de Bertrand Russell que me parece significati­ de las luces; el segundo es el de la técnica, y el ter­
vo: «Que el hombre sea el producto de causas ciegas, cero, el de una filosofía que plantea la primacía de la
que su origen, su desarrollo, sus esperanzas y sus te­ vida o de lo vital.
mores, que sus amores y sus creencias no sean más Lo que primeramente hay que señalar es la no­
que el resultado de accidentales estructuras de átomos; ción muy particular de la actualidad, en cuyo clima
que ninguna llama, ningún heroísmo, ninguna inten­ flota una posición racionalista que nosotros vamos a
sidad de pensamiento y de sentimiento puedan pro­ definir. «En la actualidad ya no es posible — se dirá
longar una vida individual más allá de la tumba, que comúnmente— creer en los milagros o en la encar­
toda la obra de los siglos, la abnegación, la inspira­ nación. Un hombre de 1930 ya no puede admitir el
ción, la aparición y el cénit del género humano estén dogma de la resurrección de la carne.» He tomado es­
destinados a la extinción en la muerte global del sis­ tos ejemplos al azar. Pero lo que me interesa es po­
tema solar, y que el edificio entero de las realizacio­ ner el acento sobre la fecha, que en el fondo presu­
nes humanas deba ser inevitablemente sepultado bajo pone un punto de vista, casi una posición privilegia­
los escombros de un universo en ruinas, todas estas da en el espacio, algo así como un observatorio. El
cosas, si bien no están fuera de toda discusión, rozan tiempo o la historia aparecen aquí como un espacio
tan de cerca la certidumbre que ninguna filosofía que cualificado y a ellos corresponde el empleo de epí­
se niegue a admitirlas puede aspirar a mantenerse» 2. tetos, tales como «avanzado» o «retrógrado», con su
Poco importa aquí, entiéndase bien, la posición correspondiente carga cualitativa, y cuyo papel es
tan considerable en la psicología política de nuestro
2 Philosophical Essays, p. 53. país. Se admitirá fácilmente que, de hecho, la etapa
14 Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea 15

cronológicamente ulterior pueda significar un retro­ facilidad a muy graves objeciones. Tan es así, que
ceso con relación a la etapa precedente. Esto es com­ siempre habrá derecho para preguntarse si no existen
prensible teniendo en cuenta que en un momento dado valores ligados a la infancia — una cierta feliz con­
siempre aparecen mezclados espíritus esclarecidos jun­ fianza, una cierta ingenuidad, por ejemplo— que el
to a individuos retardatarios. Entre unos y otros se hombre debe intentar salvar a todo precio si no quie­
plantea un problema de supremacía, y los espíritus re ir a parar a una suerte de dogmatismo de la ex­
retrógrados pueden imperar momentáneamente. Esto periencia, cuyo inevitable resultado es un reseco ci­
explicaría el aparente retroceso. Pero tarde o tem­ nismo. Hay en esto un conjunto de verdades profun­
prano, se asegura, el espíritu humano reemprenderá das que Péguy ha esclarecido maravillosamente.
su marcha victoriosa hacia la luz. La luz. Una pala­ Aún es más importante el segundo punto: se ad­
bra, un concepto, en el sentido más vago del término, mite regularmente y sin crítica previa que el pro­
cuya importancia, sin duda, ya no se puede exagerar. greso de las luces está ligado a una eliminación pro­
Sería necesario meditar sobre esto. Quizá así podría­ gresiva del antropocentrismo, para lo cual se invo­
mos descubrir que se trata de la expresión laicizada y can las conquistas de la astronomía moderna. «Era
empobrecida hasta el límite de una cierta noción me­ natural — se dirá— , antes de Copérnico o Galileo,
tafísica elaborada por los griegos y especialmente por el admitir que la tierra era el centro del mundo y que
los padres de la Iglesia. Pero no hay tiempo de insistir el hombre ocupaba un lugar privilegiado en lo que
sobre este punto. La idea del progreso como luz se hasta entonces se llamaba la creación. Pero la astro­
presenta de hecho bajo dos caras: una ético-política nomía ha permitido volver a colocar a la tierra y al
( ¡cuán significativo resulta a este respecto el término hombre en su verdadero lugar, demostrando que éstos
oscurantismo!) y otra técnico-científica. Por lo de­ no ocupan más que un rango prácticamente despre­
más, estos dos aspectos son íntimamente solidarios. ciable dentro de la inmensidad del universo visible.»
Dos cosas es necesario hacer notar aquí: la primera Con todo esto se pretende fustigar el orgullo ingenuo,
es que, casi inevitablemente, una filosofía de las lu­ infantil, risible de una humanidad que se toma a sí
ces tomará en cuenta el paralelo corriente entre la misma por la expresión suprema y quizá por el fin
humanidad considerada en el conjunto de su historia del cosmos.
y el proceso individual de la infancia a la adolescen­ Pero hagamos notar inmediatamente que sólo en
cia, de la adolescencia a la edad viril, etc. El espíritu apariencia esta filosofía sólidamente establecida so­
ilustrado se considerará como un hombre ya hecho, bre una cosmología positiva acaba ridiculizando el
que no puede permitirse el seguir creyendo en los orgullo humano; en realidad, lo exalta. De hecho, se
cuentos que hacían feliz su infancia. Pero esta repre­ produce aquí una especie de desplazamiento infini­
sentación simplista se halla expuesta con demasiada tamente curioso. Sin duda el hombre en cuanto ob­
Sobre la incredulidad contemporánea 17
Incredulidad y fe

jeto de la ciencia entra, por así decir, en el rango de la conscience— un Dios que no tiene ningún punto
de ésta; no es ya más que un objeto entre una infi­ de contacto con ninguna determinación privilegiada del
nidad de otros objetos. Pero existe, por oposición al tiempo o del espacio, un Dios que no ha tomado ini­
hombre, algo que, por el contrario, se afirma por en­ ciativa ni ha asumido responsabilidad en el aspecto
cima de este mundo material en el cual el hombre es físico del universo, que no ha querido el frío de los
reabsorbido, y esto es precisamente la ciencia; no di­ polos ni el calor de los trópicos, que no es sensible ni
gamos la ciencia humana, porque estos filósofos hi­ a la magnitud del elefante ni a la pequeñez de la hor­
cieron todo lo posible por deshumanizar la ciencia, miga, ni a la acción nociva de un microbio ni a la
por cortar sus raíces, por considerarla en sí misma en reacción salutífera de un glóbulo, un Dios que no
su progreso interno; se nos hablará, pues, del Espí­ piensa más que en incriminar nuestros pecados o los
ritu o del Pensamiento, pero con mayúsculas, y no de nuestros antepasados, que no conoce más que hom­
haríamos bien en reírnos de estas mayúsculas, puesto bres infieles y ángeles rebeldes, que no hace triunfar
que son ellas las que traducen precisamente el es­ ni la predicción del poeta ni el milagro del mago, un
fuerzo por despersonalizar el Espíritu y el Pensamien­ Dios que no tiene su morada ni en el cielo ni en la
to, que no serán ya el espíritu y el pensamiento de al­ tierra, que no se le percibe en ningún momento par­
guien, que ya no serán presencias, sino una especie de ticular de la historia, que no habla ninguna lengua
organización ideal, que se aplicará, por otra parte, a y no se puede traducir a ningún lenguaje, este Dios
evidenciar la flexibilidad, la libre movilidad. Un filó­ es, desde el punto de vista de la mentalidad primi­
sofo como Brunschvicg, que ha contribuido más que tiva, para el burdo supranaturalismo de que ha hecho
nadie en nuestros días a dar por concluso este racio­ claramente profesión W . James, lo que él llama un
nalismo que él llama, equivocadamente en mi opi­ ideal abstracto. A los ojos de un pensamiento más
nión, un espiritualismo, no piensa de ningún modo alejado de los orígenes, mejor ejercitado y afinado,
que este desenvolvimiento del espíritu o de la ciencia es un Dios que no se abstrae de nada y para quien
sea el despliegue en el tiempo de un principio abso­ nada es abstracto, puesto que la realidad concreta no
luto que existiría para sí desde toda la eternidad a la es tal más que por su valor intrínseco de verdad».
manera del vooC aristotélico o del Espíritu absoluto Texto capital sobre el cual nunca se reflexionará
de Hegel. Para Brunschvicg, este voü? 0 este Espíritu bastante. Se aprecia en él ese orgullo infinitamente
absoluto no representan más que ficciones metafísicas. más temible del hombre que, gracias a Dios, se juzga
En cuanto al espíritu que él mismo celebra le llama liberado de la mentalidad primitiva y goza sin reser­
todavía Dios, aunque destituyéndole de todos los ca­ vas del hecho de ser un adulto. Recuerdo las fórmu­
racteres que dan a esta palabra su significación. «Sin las tantas veces repetidas: no se puede ya en nuestros
duda — concede al final de su libro sobre el Progrés días..., un hombre de 1930 no podría admitir..., etc.
18 Incredulidad y fe 19
Sobre la incredulidad contemporánea
Consideremos esto simplemente: si para un filó­ respondería que es, o que puede ser, el espíritu de
sofo cristiano, pongamos por caso San Buenaventura, todo el mundo; y sabemos desde Platón qué parte
el hombre aparecía como centro del cosmos, era úni­ concede a la lisonja esa democracia de la cual este
camente en cuanto imagen de Dios, y aun llega a idealismo no es, después de todo, más que la trans­
escribir: Esse imaginem Dei non est homini accidens, posición. Pero esto no es todo: de hecho, el idealis­
sed potius substantiale, sicut esse vestigium nulli acci- ta se pone inevitablemente en el lugar del Espíritu, y
dit creaturae (ser imagen de Dios no es un accidente en esta ocasión no se trata del espíritu de cualquiera.
para el hombre, sino que le es más bien esencial, del Coloquémoslo en presencia del escándalo que cons­
mismo modo que ser un vestigio no puede ser un tituye a sus ojos la siguiente anomalía: un astrónomo
accidente en ninguna criatura). De suerte que este an- cristiano. ¿Cómo es posible que un astrónomo crea
tropocentrismo que nos hace sonreír no constituye en en la encarnación o asista a la misa? No le quedará
realidad sino un teocentrismo aplicado. Para San otro recurso que oponernos un distingo: en cuanto
Agustín, Santo Tomás y San Buenaventura, es Dios, astrónomo, este monstruo, este anfibio por decirlo
y solamente Dios, quien está en el centro. Pero en con más exactitud, es un hombre del siglo xx a quien
estos momentos es este espíritu humano deshumani­
el idealista saluda como a su contemporáneo. Pero
zado, destituido de todo poder, de toda presencia y de
en la medida en que cree en la encarnación y va a misa,
toda existencia, el que se coloca en lugar de Dios y le
se conduce como un hombre del siglo x m , como un
sustituye.
niño. ¡Es una verdadera pena! Si preguntáis al filó­
Evidentemente, una filosofía de este tipo es muy
sofo con qué derecho practica esta extraña escisión, se
difícil de pensar; tiene pocos adeptos. Es muy cierto
esforzará vanamente por invocar la razón o el espíritu.
que la mayor parte de los que juzgan la cuestión re­
Por nuestra parte, quedaremos descontentos, puesto
ligiosa como superada se negarían a suscribirla y se
que, mientras que él no se inhibe en absoluto de re­
adscribirían preferentemente a un agnosticismo a lo currir a consideraciones psicológicas o incluso socio­
Spencer o a un materialismo al estilo de Le Dantec.
lógicas sobre estas supervivencias en el astrónomo,
Desde el punto de vista especulativo, esto es cierta­
nos prohíbe formalmente el que nosotros recurramos
mente mucho peor, pero las perspectivas son más
en lo que a él se refiere a análisis o reducciones del
numerosas y más seguras. ¿De qué perspectivas dis­
mismo orden. El es de los pies a la cabeza un hombre
pone una doctrina como el idealismo de Brunschvicg?
de 1930, y al propio tiempo se declara investido de
En primer lugar, del orgullo, no vacilo en decirlo. Se
un espíritu eterno, pero que, sin embargo, tiene naci­
me objetará haciéndome observar que este orgullo no
miento y cuyos avatares no puede prever. Digámoslo
tiene un carácter personal, ya que el Espíritu de que
claramente, todo esto es una peregrina incoherencia.
nos habla no es el espíritu de nadie. En principio, yo
Es innegable que si este idealista se encontrase frente
20 Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea 21

a un marxista, por ejemplo, que le declarase abierta­ apreciable sobre el desarrollo del pensamiento huma­
mente que su espíritu es un producto puramente bur­ no si no hubiese encontrado en la técnica, bajo todas
gués, hijo de la holgura económica, se vería obliga­ sus formas, un formidable aliado. En realidad, es en
do a refugiarse en la esfera de las abstracciones más el propio espíritu de la tecnicidad donde residen, a mi
exangües. Por mi parte, creo que un idealismo de esta parecer, las dificultades más graves con las cuales
especie se halla inevitablemente atascado entre una choca hoy día, en muchas conciencias perfectamente
filosofía religiosa concreta, por una parte, y el mate­ honestas, la idea de vida o, más exactamente, de ver­
rialismo histórico por otra. Y es que, en realidad, dad religiosa.
frente a la historia, frente a una historia real cual­ Abordo aquí un orden de consideraciones bastante
quiera, se encuentra completamente desarmado, ya delicadas y me excuso por tener que proceder a un
que su vida evoluciona al margen, como si su destino análisis de nociones que quizá puedan parecer un poco
fuese algo independiente. Le falta todo sentido de lo sutiles. Creo que nos encontramos en el mismo nudo
trágico y también, añadiría yo, todo sentido de lo del problema.
carnal. En mi opinión, la sustitución de la noción De una manera general, entendería por técnica toda
confusa y rica de la carne que está implicada en toda disciplina que tiende a asegurar al hombre el dominio
la filosofía cristiana por el concepto cartesiano de mate- de un objeto determinado; y es evidente que toda
teria no constituye ni mucho menos un progreso desde técnica puede ser considerada como una manipulación,
el punto de vista metafísico. Existe aquí un problema como un medio de fabricar o trabajar alguna materia
casi inexplorado sobre el cual, en mi opinión, debería que, por otra parte, puede ser puramente ideal (téc­
concentrarse la atención de los metafísicos puros: me nica de la historia o de la psicología).
refiero a la evolución y al oscurecimiento progresivo Hay que considerar aquí varios puntos: en primer
de las nociones de carne y encarnación en la historia lugar, una técnica se define por relación a ciertas
de las doctrinas filosóficas. perspectivas que el objeto le ofrece; pero, inversa­
En el fondo, este idealismo constituye una doctrina mente, este objeto no es tal más que gracias a las pers­
puramente universitaria que cae directamente bajo pectivas que podemos apreciar en él, y esto es ya ver­
las críticas que Schopenhauer dirigía, no sin injusti­ dad en el plano más elemental, que es el de la per­
cia, a los filósofos académicos de su tiempo. No sin cepción exterior. Se da un paralelismo entre el pro­
injusticia, ya que existe en Schelling y en Hegel un greso de las técnicas y el progreso en la objetividad.
sentimiento intenso de lo concreto y del drama hu­ Un objeto es tanto más objeto, está, si puede decirse,
mano. tanto más expuesto cuanto más sirve de materia a
Pero, en realidad, el idealismo filosófico estaría técnicas más numerosas y más perfeccionadas.
verdaderamente periclitado y no tendría influencia En segundo lugar, una técnica es, por esencia, per-
22 23
Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea

«rtible; es algo susceptible de un perfeccionamiento cipación. El mito del Prometeo cobra aquí la pleni­
cada vez mas preciso, más ajustado. Pero yo diría que tud de su sentido. Sin duda muchos técnicos se
inversamente, no se puede hablar de perfectibilidad o cogerán de hombros si ven que selles atribuye¡es
de progreso en un sentido enteramente estricto más extraña mitología; pero ¿cual sera entonce:
que en el orden de la técnica. Existe aquí, en efecto, curso en cuanto técnicos y nada mas que técnicos?
una medida posible y que corresponde al propio ren­ Encerrarse en su especialidad, negarse de h ech oJin
dimiento. de derecho, a plantearse el problema de la unida
Por último, y esto puede ser el punto capital, cada del mundo o de la realidad. Y si bien se v e r a a *
vez nos damos más cuenta de que toda potencia, en gir tentativas de síntesis, porque la necesidad1 de
el sentido humano del término, implica la utilización tesis es incoercible y constituye quizá el fondo mismo
de una técnica. El optimismo ingenuo de las masas de la inteligencia, estas síntesis apareceran siempre
reposa en el momento actual sobre este conjunto de como algo relativamente gratuito en comparación con
comprobaciones; es absolutamente cierto que la exis­ las técnicas; diríamos que quedan <<en el aire» y es
tencia de la aviación o de la telegrafía sin hilos apa­ expresión trivial manifiesta maravillosamente la ausen
rece a los ojos de la inmensa mayoría de nuestros con­ cia de perspectiva que caracteriza la síntesis pura po
temporáneos como una prueba, como un testimonio oposición a la técnica particular. Desde este momen­
tangible del progreso.
to es como si una sombra cada vez mas
Sin embargo, es importante subrayar la contrapar- tendiese sobre la realidad, donde ya no es posible mas
ida o el tributo de estas conquistas. Desde este pun­ que recortar zonas que, aunque iluminadas, quedan
to de vista, el mundo tiende a presentarse bien como sin comunicación las unas con las otras. Pero esto no
simple cantera de explotación, bien como un esclavo es todo. No debemos ser víctimas de las palabras.^Esta
sojuzgado. No se puede leer un artículo de periódico potencia técnica, ¿pertenece a alguien? ¿Quien a
con ocasion de una catástrofe cualquiera sin compro- ejerce? ¿Quién es ese «sujeto»? También aquí va­
ar que esta esta tratada como una especie de revan­ mos a chocar con las mismas verificaciones: este^ su­
cha de la bestia que se creía dominada. Y es en esto jeto se nos presentará como objeto de posibles técni­
en lo que vemos la intersección con el idealismo. El cas Técnicas distintas, múltiples, entre las cuales no
om re, no ya como espíritu, sino como potencia téc­ existen más que conexiones difícilmente definibles.
nica, aparece aquí de nuevo como único foco de or­ Pero ni qué decir tiene — y la experiencia lo demues­
den o de organización en un mundo que no le valora tra ampliamente— que estas técnicas, en cuanto téc­
que no le ha merecido y que, según todas las aparien­ nicas, se revelarán tanto menos eficaces cuanto mas
cias, le ha producido por azar, o, más bien, un mundo recaigan sobre un campo donde estos seccionamien-
del cual se ha separado por un acto de violenta eman­ tos, estas especializaciones resulten manifiestamente
24
Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea 25
impracticables. De aquí que una técnica psicológica o feccionamiento de las técnicas está ligado a un empo­
psiquiátrica presente actualmente todavía un aspecto brecimiento máximo de la vida interior. La despro­
decepcionante.
porción entre el instrumental puesto a disposición del
Mas ahora se nos plantea un problema angustioso y ser humano y los fines que éste está llamado a reali­
que no podemos eludir. Al ser el sujeto a su vez ob­ zar parece cada vez más flagrante. Se me objetará
jeto, si puede decirse así, de las técnicas, lejos de pro­
que el individuo, en un régimen de este orden, tiende
ducirse una fuente de claridad, un principio de ilumi­
a subordinarse a fines sociales que le sobrepasan in­
nación, ya no podrá ser esclarecido más que por re­
finitamente; pero ¿no hay en ello una ilusión?
flexión; no podrá beneficiarse más que de una luz
Se conoce desde hace bastante tiempo el sofisma de
tomada de los objetos, ya que inevitablemente las téc­ los sociólogos, según el cual hay más en el todo que
nicas que intentarán aplicársele estarán construidas en la suma de las partes; la verdad es sin duda muy
sobre el modelo de las técnicas orientadas hacia el distinta, pero según todas las apariencias la diferencia
mundo exterior; serán las mismas, pero transpuestas se salda por un debe, se traduce por un signo menos.
y como reflejadas. Me basta aquí con remitir al lector No se comprende por qué razón una sociedad de ig­
a la admirable crítica bergsoniana, la parte verdadera­ norantes, cuyo ideal individual consiste en trepidar en
mente imperecedera de su doctrina, sin que sea ne­ las salas de fiesta y en vibrar con las películas senti­
cesario entrar en el detalle. Hay que hacer notar, sin
mentales o policíacas, no ha de ser también una so­
embargo, que allí donde las técnicas prevalecen en ciedad ignorante. Evidentemente, estos individuos se
todos los sentidos, sólo permanece inexpugnable en el aglomeran por lo que tienen de inferior y de rudi­
sujeto — se entiende, en la realidad concreta— el mentario; y ahí estriba, dicho sea de paso, la dife­
sentimiento inmediato de placer y de pena. Y es com­ rencia entre una sociedad y una comunidad, como, por
pletamente natural que con este extraordinario perfec­ ejemplo, una iglesia, donde los sujetos, sin aglomerarse
cionamiento de las técnicas coincida una especie de mecánicamente, forman, por el contrario, un todo
exasperación de lo que puede haber de más inmedia­ que les sobrepasa. Ahora bien, esta comunidad sólo
to, y yo diría de más elemental al mismo tiempo, en es posible porque estos individuos han logrado pre­
la afectividad; el having a good time de los anglosa­ servar en sí mismos esa especie de paladium contra el
jones, si se prefiere. No quiero decir que haya nada cual se dirige toda técnica como tal y al que llamamos
absolutamente fatal y que esta conexión se verifique alma. A mi modo de ver, este tipo de objeciones es el
en todos los casos. Pero prácticamente existe una so- más grave a que puede dar lugar una doctrina como
ídaridad que podemos comprobar de la manera más el marxismo. Esta doctrina no se defiende más que
común y que se justifica fácilmente por la reflexión. cuando lucha por su propio triunfo; y se anonadará
hecho- se aPrecia bien cómo el extraordinario per­ en este mismo triunfo para dar lugar únicamente a un
26
Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea 27
vulgar hedonismo. Esta es la razón, sin duda, de que como el funcionamiento de una máquina, de la cual,
se vean actualmente tantos jóvenes que se declaran en el fondo, nuestro cuerpo sería el resorte o incluso
comunistas, pero que inmediatamente se colocarían el modelo. La idea antigua, recogida y profundizada
en la oposición si el comunismo llegase a triunfar. por los padres de las Iglesia, según la cual la contem­
Así, indirectamente, vemos definirse un orden que plación es la actividad más elevada, es una idea ya
contrasta en todos los sentidos con el mundo en que completamente perdida; y valdría la pena preguntar­
reman las técnicas. La religión en su pureza, es decir, se el porqué. Creo que el moralismo, bajo todas sus
en cuanto que se distingue de la magia y se opone á formas, con su creencia en el valor exclusivo de las
ella es exactamente lo contrario de una técnica. Ella obras, ha contribuido ciertamente en gran medida a
unda, en efecto, un orden en que el sujeto se encuen­ desacreditar las virtudes contemplativas. A su vez, el
tra colocado en presencia de algo en donde todo asi­ kantismo, al introducir la idea de una actividad cons­
dero le es negado. Si la palabra transcendencia tiene tructiva como principio formal del conocimiento, ten­
alguna significación es, sin duda, ésta. Designa exacta­ dió sin duda alguna — exactamente en el mismo sen­
mente esa especie de intervalo absoluto, infranquea­ tido— a negar a estas virtudes toda realidad positiva,
ble, que se abre entre el alma y el ser, en cuanto que aunque no fuese más que por la separación radical que
este se oculta a su percepción. Nada más característico instauraba entre razón teórica y razón práctica. No hay
que el gesto del creyente que, juntando las manos, contemplación posible sino en el seno de una meta­
atestigua por este mismo gesto que no hay nada que física realista, dicho esto sin especificar la naturaleza
hacer, nada que cambiar, sino simplemente que acaba del realismo de que se trata y que sin duda no es ne­
de entregarse. Gesto de dedicación o de adoración. cesariamente el de Santo Tomás.
Podemos añadir aún que se trata del sentimiento de No tiene, pues, sentido negar que la adoración
lo sagrado, sentimiento en el que entran a la vez el
pueda ser un acto; pero este acto no consiste en
respeto, el temor y el amor. Subrayemos que no se
una aprehensión. En realidad, es extremadamente di­
trata en absoluto de un estado pasivo; pretenderlo
fícil de definir, precisamente porque no se trata de
asi supondría sobrentender que toda actividad digna una aprehensión. Podría decirse que consiste a la vez
de este nombre es una actividad técnica, que consiste
en abrirse y en ofrecerse. Por supuesto que esto se
en coger, modificar, elaborar.
aceptará desde el punto de vista psicológico. Pero nos
Por otra parte, hay que reconocer que sobre este preguntaremos, abrirse y ofrecerse ¿a quién? Y aquí
punto, como sobre muchos otros, nos encontramos es todo el subjetivismo moderno el que se opone. Vol­
actualmente en plena confusión. Nos es casi imposi- vemos a encontrar el enunciado inicial. Estoy abso­
le no forjarnos de la actividad una imagen que no lutamente seguro de que si el subjetivismo puro ha de
sea en cierto modo física, no representárnosla sino ser considerado como una adquisición definitiva del
28 Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea
espíritu moderno, la cuestión religiosa debería ser
cia a una realidad. Y es posible, creo, si se prosigue
considerada como conclusa. Un ejemplo contempo­
en esta dirección, es decir, a condición de remontar
ráneo nos resulta especialmente instructivo: es evi­
resueltamente la larga pendiente por la que resbala
dente que en un universo como el de Proust ninguna
el pensamiento moderno desde hace ya más de dos
religión es posible; y si aquí o allá se introduce algo
siglos, alcanzar la idea fundamental de un conocimien­
que pertenece al orden religioso es en la medida en
to sagrado, que es el único que permite restituir un
que este universo presenta fisuras.
contenido a la contemplación.
Pero no creo que sea posible ni por un segundo Experimento cierta confusión al bosquejar de este
considerar este subjetivismo como definitivamente
modo tan rápido y tan superficial ideas cuya impor­
aceptado; y naturalmente c.on respecto a esto no
tancia y dificultad son muy grandes. Sin embargo, no
puedo más que indicar un camino en el cual me es
puedo albergar la pretensión de hacer otra cosa en
imposible adentrarme esta noche. Mi posición perso­
este momento que llevar a cabo un reconocimiento en
nal sobre este punto coincidiría casi por completo con
un campo tan amplio. «Cuando se considera escribe
la de Jacques Maritain y rozaría, por otra parte, con
el metafísico alemán Peter Wust— la evolucion de la
la de los teóricos alemanes de la intencionalidad, o sea
teoría del conocimiento desde Platón y San Agustín,
los actuales fenomenólogos. Creo que el realismo ha
pasando por la Edad Media, hasta nuestro tiempo, se
sido combatido por Descartes y sus sucesores única­
experimenta el sentimiento de estar en presencia de
mente porque se formaron de él una noción en cierto
una secularización cada vez más victoriosa de esa zona
modo materialista. «Pretendiendo tratar del sentido y
sagrada del alma humana que se puede llamar el inti-
de la inteligencia — dice Jacques Maritain— Descartes
mum mentís.» Y añade que a nosotros, los modernos,
y Kant se quedaron en los umbrales, puesto que ha­
nos es necesario reconquistar lenta y penosamente, bajo
blaron de ellos como si se tratase de cualquier otra
la forma de una metafísica del conocimiento, lo que
cosa, sin llegar a conocer el orden del espíritu...» En
poseía la Edad Media bajo la forma de una mística
un sentido muy análogo diría, por mi parte, que no se
rodeada de misterio y de respeto. Explicaré esto más
ha subrayado lo bastante el papel representado aquí
sencillamente diciendo que parece haberse perdido el
por cierta transposición viciosa de la óptica del pro­
contacto con esta verdad fundamental: que el conoci­
blema. Una vez más, ha sido el haber partido de la
miento implica una ascesis previa — es decir, una pu­
técnica lo que ha conducido a obliterar la realidad
rificación— y, para decirlo todo, que no se entrega en
espiritual.
su plenitud más que al que previamente se ha mos­
En mi opinion, pues, solo a condición de apoyarse
trado digno de él. Y a este respecto pienso también
en postulados gratuitos es posible considerar la adora­
que los progresos de la técnica, la costumbre de con­
ción, por ejemplo, como una pura actitud, sin adheren­
siderar el conocimiento como una técnica que no afecta
30 Sobre la incredulidad contemporánea 31
Incredulidad y fe

para nada al que la ejerce, han contribuido poderosa­ el pecado en cuanto pecado. Y aquí aparece de
mente a cegarnos. Esta ascesis, esta purificación, debe nuevo la inteligencia técnica. El mundo es tratado
consistir ante todo y sin ninguna duda en liberarse como una máquina cuya disposición dejase mucho que
progresivamente de la reflexión en cuanto que ésta es desear; felizmente el hombre está aquí para rectificar
pura crítica y, si así puede decirse, facultad de obje­ ciertos errores, pero por desgracia el conjunto escapa
ción. «La verdad puede ser triste» — decía Renán— , por el momento a su control. Hay que añadir que
Claudel se indigna ante esta frase porque resume, con estos defectos de disposición, estos errores, no son
una especie de concisión, lo que yo llamaría la filoso­ imputables a nadie; porque del otro lado no hay nada.
fía del pero. Cuando Barres habla en sus Cahiers de El hombre se encuentra frente a una máquina imper­
la «sombría tristeza de la verdad» se sitúa precisamen­ sonal. Por otra parte, estará preparado, mediante esta
te en el foco de esta filosofía. Filosofía que está en inversión o esta interiorización de la cual ya he hab a-
la misma raíz del pesimismo bajo todas sus formas do, a tratarse a sí mismo de esta manera, a resolverse
y de la cual lo que yo designaba con el nombre de eneste cosmos despersonalizado; es decir, a reconocer
conocimiento sagrado es precisamente la negación, no en sí mismo ciertos vicios de funcionamiento, los cua­
necesariamente previa, pero quizá la más corriente y, les deben poder remediarse por dispositivos de orde­
en Claudel, incluso heroicamente obtenida. nes variados, por una terapéutica individual o social.
A mi modo de ver, tocamos aquí uno de los puntos Aún nos encontramos en presencia de una conexion
mas sensibles y como uno de los centros nerviosos de reveladora, esto es, la que une la adoración, por una
nuestro tema. Decir que el problema religioso ha ca­ parte, y la conciencia del pecado, por otra, en cuanto
ducado es para la mayoría de las personas declarar que éste no es responsable de ninguna técnica, pero si
que la incurable imperfección del mundo está ya esta­ de una acción sobrenatural, que es la gracia. Y quiero
blecida. Y nunca subrayaremos lo bastante la impor­ llamar vuestra atención sobre el hecho de que la rela­
tancia práctica de esa especie de apologética negativa ción implicada en la técnica se encuentra aquí inver­
que emplea el ateísmo, explotando todas las ocasiones tida Si la realidad envuelta en la adoracion excluye
posibles para demostrar que el universo está por de­ toda captación posible del sujeto, inversamente, éste
bajo de nuestras exigencias, que es incapaz de satis­ nos aparece de hecho captado por una elección incom­
facerlas y que esa especie de espera metafísica que prensible que emana precisamente del trasfondo mis­
permanece en nosotros a título de herencia o supervi­ terioso del ser.
vencia no puede ser colmada por lo real. Por relación a este conjunto y sólo a él la nocion
Cosa extraña, por otra parte: esta insistencia sobre de salvación puede cobrar sentido, al propio tiempo
las imperfecciones del mundo está unida a la incapa­ que se encuentra enteramente privada de él en un mun­
cidad radical de aprehender el mal en cuanto mal, do espiritual donde reina la idea de un orden natural
Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea 33

que pertenece a la técnica restaurar dondequiera que noción y me limitaré a recordar que fue Nietzsche
haya sido accidentalmente perturbado. quien encontró su expresión más rigurosa. Sin em­
Mediante esta idea de un orden o de un curso natu­ bargo, esta noción de la vida resbala en él hacia la de
ral de la vida que se trata de restablecer por medios voluntad de poder, que puede parecer a primera vista
apropiados, accedemos al tercer plano, el más central más precisa. En otros esta noción conservará su rica
quizá, sobre el cual recae la cuestión. La noción fun­ indeterminación y, por ello mismo, añadiría yo, su
damental no será ya la del progreso de las luces, ni genuina ambigüedad. Solamente quiero retener el he­
la de la técnica; será en realidad la de la vida, pero cho de que para muchos, algunos de los cuales y
no diría yo como valor, sino como fuente de valores esto es digno de meditar— se consideran como cre­
o como base de evaluación. yentes, es la vida la que aparece como único criterio o
A este respecto recordaba yo hace algún tiempo es­ referencia de valores. Tomemos, por ejemplo, la dis­
tas palabras tan características de una de las personali­ tinción elemental entre el bien y el mal. A sus ojos,
dades más intensamente entregadas a la acción social una acción será buena si contribuye a favorecer la
internacional: «En principio, no tengo ninguna obje­ vida, y mala si la contraría.
ción decía— contra los misterios; admito que pue­ Desde este punto de vista, señalémoslo de inmedia­
da haber misterios; pero, para mí, el dogma de la to, la vida aparece como algo que ya no es necesario,
Trinidad, por ejemplo, no tiene interés, no veo a qué ni siquiera posible, juzgar. No tiene sentido el interro­
puede corresponder, de qué me puede servir.» Hay garse sobre el valor de la vida, puesto que es precisa­
aquí, creo yo, una disposición muy significativa. Este mente la propia vida la que es el principio de todo
hombre excelente habría sido capaz de apasionarse en valor. Sólo que aquí vemos surgir inmediatamente un
una discusión sobre la justicia fiscal o sobre el prin­ equívoco, y un equívoco de inextricables dificultades:
cipio de los seguros sociales; hubiese reconocido su ¿de qué vida se trata? ¿Es de la mía o de la vida en
carácter vital. Sin embargo, la Trinidad le parecía un general?
objeto de vanas especulaciones. Sobre este término de En primer lugar está claro que esta afirmación — que
lo vital tomado al pie de la letra es sobre lo que debe­ racionalmente parece gratuita— de la primacía de la
mos detenernos ahora. Advirtamos que la relación en­ vida sólo puede justificarse mediante una evidencia in­
tre la idea de vida, o de la primacía de lo vital, y lo mediata. Ahora bien, ¿a qué se refiere esta evidencia
que acabamos de decir sobre el espíritu de tecnicidad inmediata si no al sentimiento que yo tengo de mi
es evidente. Porque, después de todo, el dominio del propia vida, a esa especie de calor que emana de ella?
objeto continúa siendo relativo a la vida, considerada ¿No está ligada a este dato irreductible que es el amor
como algo con valor en sí mismo y que en sí tiene que yo me tengo a mi mismo?
su justificación. No insistiré sobre los orígenes de esta D e s g r a c ia d a m e n te , no es menos manifiesto que aque-
34 Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea 35

líos que pretenden utilizar la vida como criterio de especie de traslación atrevida, pero también gratuita,
valores, en particular allí donde surgen conflictos, se dejará de considerar la vida como fenómeno o como
refieren no ya a mi vida en cuanto mía, sino, por conjunto de fenómenos biológicos observables, para ver
el contrario, a la vida en general. Cierto preceptor en ella un cierto élan o corriente espiritual. Pero inme­
suizo, amigo mío, que defiende la primacía de la vida, diatamente pierde su base experimental; y por mi parte
pero sin interpretarla en absoluto a la manera nietzs- creo que existe cierta deshonestidad en una doctrina
cheana, se aplicará, por ejemplo, a demostrar a sus que se sirve de dos dimensiones diferentes para tratar
alumnos que la práctica de la castidad o, en un orden la vida y presenta como datos empíricos lo que no es
totalmente distinto, la de la solidaridad, están ligadas más que una libre elección del espíritu.
a la misma vida y que al contravenir estos altos de­ Si penetramos más aún en lo concreto, podremos
beres se traiciona a la vida, etc. Dos cosas saltan aquí ver espesarse todavía más esta oscuridad.
a la vista: la primera es que mi amigo comienza por A mi modo de ver, si existe un axioma implicado
dar de la vida una definición ciertamente tendenciosa en esa especie de filosofía informulada y difusa, que
y coloreada por ciertas exigencias espirituales que sub- colorea y penetra la mayor parte de nuestra literatura
yacen en él, pero de las cuales no es directamente contemporánea, es éste: «Y o coincido con mi vida;
consciente; la segunda, que cuanto más sea tomado el yo soy mi vida; decir que un día mi vida será gastada
hecho de la vida en su generalidad, a la vez masiva quiere decir que ese día yo estaré consumido por com­
y vaga, tanto menos será posible hacer participar a la pleto.» Y se admite que únicamente un conjunto de
doctrina que se pretende elaborar del beneficio de esta ficciones, en el que sólo hay que ver simples supervi­
evidencia inmediata, aunque restringida, que se refiere vencias, se interpone entre mí y esta identidad funda­
exclusivamente a mi vida en cuanto que yo la experi­ mental. No nos preguntemos cómo este error o esta
mento directamente. aberración es metafísicamente posible, ya que se trata
Una filosofía de la vida está, pues, por su esencia de algo que nos llevaría demasiado lejos. Se afirma
misma, abocada a la ambigüedad. O bien pretenderá simplemente que la vida segrega una especie de vene­
simplemente traducir y generalizar ciertas verificacio­ nos espirituales que a cada momento amenazan con
nes biológicas, y entonces, al ser inmenso el campo de bloquearla de alguna manera, y que el papel de la con­
las verificaciones, podra ser empleada para la justifi­ ciencia es disolver estos venenos de manera que coin­
cación de las tesis mas contradictorias; a este respecto cida de un modo tan continuo como sea posible con
quizá sea superfluo recordar las singulares prácticas ese flujo así liberado.
que uno de los escritores más notorios de nuestro Se trata con toda seguridad de metáforas, cuyo ori­
tiempo pretende justificar mediante la consideración gen reside en esa especie de filosofía de la técnica de
de lo que ocurre en el reino animal. O bien, por una la que he hablado antes. Pero poco importa. Lo impor­
36 Sobre la incredulidad contemporánea 37
Incredulidad y fe

tante es ver adonde conduce esta manera de entender precisamente saboreada más que en función de un
la relación entre mi vida y yo, o más exactamente pasado que no se explica, y por oposición a él; y que
todavía, de entender la sinceridad. Tocamos aquí el hay, cosa extraña, una saciedad que está ligada a la
problema más grave que plantea la literatura de estos novedad, a la sucesión de lo nuevo en cuanto tal.
últimos tiempos, y en particular la obra de Gide. Pero Y por esta dirección nos encontramos con un hecho
no puedo abordar mas que uno de sus aspectos. que es indispensable señalar, aunque sea difícil insistir
Hagamos notar que esta preocupación por la since­ en ello sin causar la impresión de que se trata de los
ridad absoluta responde incontestablemente y de un viejos sermones escuchados y vueltos a escuchar; pero
modo por lo demás explícito a un deseo de liberación. ¡ay!, experiencias recientes dan a esta antigua verdad
Remito aquí a un libro como Les nourritures terres­ un relieve terrible. Y es que nada está más cerca de
tres, que constituye un testimonio extraordinariamente la desesperación, es decir, de la negación del ser y del
significativo. Pero ¿a qué precio se obtiene esta libe­ suicidio, que una cierta manera de exaltar la vida en
ración? Supone, adviértase bien, que yo abdique radi­ cuanto instante puro. Y no se trata en absoluto de
calmente de toda pretensión de dominar mi vida. Do­ declarar con un joven y fogoso polemista católico, Jean
minar mi vida significa de hecho subordinarla a un Maxence, que «Kant llama a Gide, Gide llama a André
cierto principio; suponiendo incluso que este principio Bretón, y éste inspira a Jacques Vaché en el suici­
no sea una herencia pasivamente recogida, traduce al dio» 3, lo cual es una manera excesivamente sumaria
menos, pero bajo una forma anquilosada, una fase de de representarse las filiaciones espirituales; en particu­
mi pasado. Esta fase de mi pasado no tiene ninguna lar, en lo que concierne a la relación Kant-Gide,
capacidad para gobernar mi presente. Sacudirse este Maxence defiende verdaderamente lo indefendible. Y o
yugo del pasado supone únicamente entregarse al ins­ no creo que la desesperación sea necesariamente la con­
tante, prohibirse bajo cualquier forma todo compromi­ secuencia del instantaneísmo gideano, y esto porque el
so, todo proyecto sea el que sea. Pero ¿no se ve que alma, pese a todo, posee recursos, medios de defensa
esta libertad en nombre de la cual me reservo así per­ que a menudo ella misma ignora; la historia de Gide
petuamente está vacia de todo contenido, que es la y de su obra son suficientes para probarlo. Este ins­
negación de cualquier contenido? Y sé muy bien que tantaneísmo no es sólo una posición límite, sino ade­
el señor Gide — no el actual, que es racionalista y más una posición literaria, y literariamente ventajosa,
quiza volteriano, sino el de Les nourritures terres­ lo cual así es reconocido implícitamente. Pero el que
tres me opondrá la plenitud del instante puro, sabo­ en verdad la tomase por una posicion vital estaría, esta
reado en su novedad. Sólo que aquí corresponde evi­ y estará expuesto a las peores catástrofes espirituales.
dentemente a la dialéctica el decir la última palabra,
porque ella nos enseña que esta novedad no es ? Positions, p.. 218.
Sobre la incredulidad contemporánea 39
^ Incredulidad y fe

De este conjunto de consideraciones yo extraería a la vista la misma idea que yo intento expresar; idea
únicamente esta conclusión: que no hay salvación para que en su lenguaje cobra un brillo y una frescura in­
la inteligencia ni para el alma más que a condición comparables. Y aquí abordo un ultimo punto.
de distinguir entre mi ser y mi vida; y que si bien Comprendo perfectamente que para algunos de en­
esta distinción puede resultar misteriosa en algunos tre vosotros una sensación casi empachosa de lo ya
aspectos, este mismo misterio puede convertirse en una visto, de lo ya oído se asocie con todas estas no­
fuente de claridad. Decir mi ser no se confunde con ciones de gracia, de salvación; la sensación de una
mi vida supone decir esencialmente dos cosas. La pri­ atmósfera demasiado respirada y por lo mismo irres­
mera es que, puesto que yo no soy mi vida, mi pirable. Y aquí está la explicación de esas aventuras
vida me ha sido dada y yo soy en cierto senti­ que en nuestros días sedujeron a los surrealistas. Ne­
cesidad de evasión, deseo de lo inaudito. No creo que
do humanamente impenetrable, anterior a ella, soy
antes de vivir. La segunda es que mi ser está ame­ en ello haya nada que no se pueda justificar de alguna
nazado desde el momento en que empiezo a vivir, y manera, a condición de que se desvíe la mirada de
que hay que salvarlo, que mi ser está en juego y el esa especie de odio de sí y, diría yo, de perversión
demoníaca que ese deseo recobra con demasiada fre­
sentido de la vida quizá resida allí; y desde este se­
gundo punto de vista me encuentro no en el lado cuencia.
Dos observaciones se imponen aquí. Sin duda la
de acá, sino más allá de mi vida. No hay otro modo
gracia, la salvación son, si se quiere, tópicos, como lo
de interpretar la prueba humana, y no entiendo lo
son el nacimiento, el amor y la muerte, y lo son en
que pueda ser nuestra existencia si no es una prueba.
el mismo plano. Nada absolutamente de todo esto
No quisiera que el significado de estas palabras des­
puede recordarse de nuevo, porque todo ello es único.
pertase en nosotros el recuerdo de frases estereoti­
El hombre que ama por primera vez, el hombre que
padas y fuesen escuchadas con la somnolencia que
sabe que va a ser padre o que se va a morir no puede
demasiado a menudo suscitan los sermones dominica­
tener la impresión de repetición. Le parecerá que es
les. Cuando un Keats, al que no se puede considerar
la primera vez que alguien ama, que alguien va a na­
cristiano en la acepción estricta del término, ve el
cer o que alguien va a morir. Igual ocurre con res­
mundo como el valle donde se fraguan las almas (vale
pecto a la auténtica vida religiosa. El pecado, la gracia,
of soul-making), cuando declara en la misma carta del
la salvación son antiguallas únicamente en cuanto
28 de abril de 1819 (p. 256 de la edición Colvin) que
palabras, pero no en cuanto cosas, ya que son el co­
«tan variadas como son las vidas de los hombres, tan
variadas devienen sus almas, y es así como Dios hace razón de nuestro destino.
Pero ésta no es mi única respuesta. Existe otra.
a los seres individuales, a las almas, almas dotadas de
Creo firmemente que incluso en este campo la nece
identidad, de destellos ele su propia gsencia», tiene
40 Incredulidad y fe Sobre la incredulidad contemporánea 41

sidad de renovación es hasta cierto punto legítima debatiéndose dolorosamente, y que tienen miedo de
justamente en su aspecto expresivo— . Y es con esto ceder a una tentación abandonándose a esta fe, a esta
con lo que concluiré. Cuanto más pienso que un cierto esperanza que oscuramente sienten elevarse en ellos.
prestigio de las ideas modernas y un respeto humano Sería locura creer que este trabajo especulativo cons­
ligado a este prestigio — y que constituye su contra­ tituye un lujo; es una necesidad, lo repito. Y esto no
partida — se revelan como nefastos para el desarrollo sólo desde el punto de vista de la inteligencia, sino
espiritual, tanto mas creo peligroso admitir que las desde el punto de vista de la caridad. Creo que aque­
formulas filosofico-teologicas (no hablo del dogma, lo llos que candorosamente estiman que el cristianismo
cual es completamente diferente), las que nos encon­ debe ser en primer lugar y ante todo social, que es
tramos, por ejemplo, en un Santo Tomás de Aquino, antes que nada una doctrina de ayuda recíproca, una
puedan ser universalmente utilizadas sin modificacio­ especie de filantropía sublimada, cometen un grave y
nes en nuestros días. Me siento inclinado a creer que peligroso error. Y también aquí la palabra vida se re­
esto es verdad para ciertos espíritus, pero no para to­ vela completamente cargada de ambigüedad. Decir:
dos, y que las intuiciones fundamentales verdaderas «Poco importa lo que penséis desde el momento en
que estas formulas traducen ganarían en fuerza comu­ que viváis cristianamente», supone hacerse culpable de
nicativa, en valor de propulsión, al ser presentadas en la peor ofensa hacia el que ha dicho: «Y o soy el Ca­
otro lenguaje, más nuevo, más directo, más punzante, mino, la Verdad y la Vida.» La verdad. El combate
mas exactamente adaptado a nuestra experiencia y, religioso debe ser proseguido en primer término sobre
añadiría, a la prueba a que estamos sometidos. Pero el terreno de la verdad; y es en este terreno solamente
esto supone una re-creación, una re-creación que debe­ donde será ganado o perdido. Entiendo con esto que el
ría ir precedida por un inmenso trabajo, a la vez crí­ hombre podrá ver si ha traicionado su destino, su mi­
tico y reconstructivo. Actualmente nos encontramos sión, y si la fidelidad continúa siendo el patrimonio de
casi enterrados bajo escombros, y mientras esos es­ un pequeño número de elegidos, de santos, llamados
combros no hayan sido apartados, esperaremos en vano sin duda al martirio y que ruegan sin desfallecer por
la reconstrucción. Este trabajo es ingrato, terrible­ todos aquellos que han elegido las tinieblas.
mente ingrato. Pero yo creo que es indispensable,
tanto para la vida religiosa misma como para su pro­
greso. Este trabajo esta dirigido a aquellos que creen
ya y que de otro modo corren el riesgo de entume­
cerse en un dogmatismo desvitalizado; pero sobre
todo a aquellos que no creen todavía, que buscan, que
en realidad querrían creer y dudan en confesárselo,
I
II

REFLEXIONES SOBRE LA FE 1

Quiero empezar por precisar, no exactamente el pun­


to de vista en que pienso situarme, ya que tal cosa
me parece superflua, sino la actitud interior que me
propongo adoptar y la naturaleza de la adhesión que
me gustaría conseguir de mis oyentes.
En realidad, no quisiera expresarme pura y simple­
mente como católico, sino más bien como filósofo cris­
tiano. Precisemos más aún: sucede que yo he llegado
a la fe cristiana tardíamente y tras una especie de
viaje sinuoso y complicado. Ahora bien, no lamento
este viaje, y ello por muchas razones, pero sobre todo
porque guardo de él un recuerdo lo suficientemente
fresco como para sentir una particular simpatía por
aquellos que lo están realizando en este momento y
avanzan, a veces penosamente, sobre pistas análogas
a las que yo he seguido.
He de añadir que hay aquí una metáfora inevitable,
pero ciertamente burda e incluso escandalosa para al­
gunos. En ningún sentido puedo yo considerarme como
llegado. Solamente tengo la convicción de ver más
claro, y aun este término, convicción, resulta demasia-

1 Conferencia pronunciada el 28 de febrero de 1934 en la.


Fédération. des Associations d’Etudiants Chrétiens.,
44 Incredulidad y fe Reflexiones sobre la fe 45

do débil, demasiado intelectual. Eso es todo. Más exac­ sino con la muerte, en una extinción total en la que
tamente diría que ciertas zonas de mí mismo, las se consuma o consagra la ininteligible inanidad.
menos comprometidas, las más liberadas, han desem­ Quisiera, pues, colocarme en primer lugar en el pun­
bocado en la luz, pero hay otras que no han sido to de vista de esos paseantes extraviados que han per­
todavía esclarecidas por ese sol casi horizontal del alba dido hasta la creencia en un fin — no me refiero a un
o, para emplear la expresión de Claudel, que no han fin social, sino a un fin metafísico— , que han perdido
sido aún evangelizadas. Y son estas zonas las que son hasta la creencia en la posibilidad de conferir un sen­
capaces de fraternizar con las almas viajeras o titubean­ tido a la palabra destino.
tes. Pero es preciso ir más lejos: yo creo que, en rea­ Tales extraviados son innumerables, y no podemos
lidad, ningún hombre, ni aun el más iluminado, el ciertamente hacernos la ilusión de volver a captarlos
más santificado, llegará jamás hasta que los demás, mediante explicaciones o exhortaciones. Yo creo, sin
todos los demás, se hayan puesto en camino detrás de embargo, en la virtud parenética de una cierta re­
él. Es ésta una verdad fundamental, que no es sola­ flexión. En la situación trágica en que el mundo se
mente de orden religioso, sino que pertenece también debate hoy día pienso que, más que el arte o el liris­
al orden filosófico, pese a que en general los filósofos mo, es una metafísica concreta y como ajustada a lo
la hayan desconocido, por razones que no voy a dete­ más íntimo de la experiencia personal la que puede
nerme a examinar. desempeñar para muchas almas un papel decisivo; y
Todo esto me permite precisar la orientación de lo quisiera, durante el corto tiempo de que dispongo, es­
que intento formular. Lo que voy a hacer es reflexio­ forzarme por trazar varios caminos por los que acaso
nar ante los que me siguen. Quizá así pueda echar una algunos no se negarán en adelante a avanzar.
mano a algunos de ellos en esa especie de ascensión
nocturna que representa para nosotros nuestro destino
y en la cual, a pesar de las apariencias, no estamos LA IDEA QUE EL INCREDULO SE FORMA DE LA FE
solos. La creencia en la soledad es la primera ilusión
que tenemos que disipar, el primer obstáculo que he­ Intentaré ahora delimitar la idea más o menos im­
mos de vencer, la primera tentación que hemos de supe­ plícita que se forma de la fe aquel que sinceramente
rar. Se sobrentiende que deseo dirigirme particularmen­ cree estar seguro de no poseerla. Por necesidades del
te a los menos favorecidos, a aquellos que desesperan análisis, me parece indispensable distinguir varios ca­
de alcanzar jamás ninguna cima, aún más, que han aca­ sos, a los cuales, en mi opinión, puede reducirse más
bado por persuadirse de que no existe esa cima, que o menos directamente la incredulidad, tal como suele
no existe ascensión, y que esta aventura se reduce a presentarse. Dejaré a un lado voluntariamente los ca­
una especie de pataleo sobre el barro que no acabará sos, muy raros por otra parte, de aquellos que, si les
46 Incredulidad y fe Reflexiones sobre la fe 47

interrogásemos, nos responderían: «La palabra ‘fe’ c) Se da, por último, el caso, más frecuente de lo
carece para mí de sentido. Ni siquiera comprendo lo que se cree en general, del incrédulo que admite que
que puede significar». Porque si insistimos, nuestro la fe es verdaderamente para el que la posee una
interlocutor se verá forzado a adoptar una de las pos­ comunicación con una realidad superior, pero reconoce
turas siguientes: o bien se situará al lado de los que que por desdicha esta realidad no le ha sido revelada.
consideran la fe como una simple debilidad, como una Este incrédulo habla poco más o menos de la fe como
forma de credulidad de la que se felicitan de verse podría hacerlo un ciego de la visión.
libres; o bien, lejos de despreciar la fe, reconocerá que Este último caso resulta para mí tanto más fácil de
supone una verdadera suerte para el que la posee, definir cuanto que ha sido el mío durante años. Llegué
pero que ésa es una suerte que le ha sido negada. entonces a escribir que creía en la fe de los demás sin
Este segundo caso es, a su vez, ambiguo. Hay que poseerla yo mismo. Pero desde entonces he compren­
distinguir en él tres posibilidades: dido que había en ello una actitud contradictoria, que,
a) Puede significar: «Cierto, es muy cómodo de­ en todo caso, suponía una profunda ilusión el imagi­
jarse engañar; desgraciadamente, no está en mi mano narse como posible el creer en la fe de los demás sin
el conseguirlo.» En el fondo, el sujeto se enorgullece tenerla uno mismo. En realidad, cuando el sujeto se
de una cierta superioridad, a reserva de reconocer su halla en una situación semejante, está ya en un estado
dolorosa contrapartida. Mas en realidad desprecia lo de apertura o de espera que implica, que es incluso,
que aparenta o finge envidiar. En consecuencia, su la fe. Por lo demás, en esta misma época escribí:
caso se confunde con el del incrédulo que mira la fe «La verdad es que no sé si creo o no, no sé lo que
como una simple debilidad. creo.»
b) Se puede también considerar la fe como una Ahora bien, en la actualidad me inclino a pensar
particularidad agradable que podría compararse, por que el estado que se expresa por esta confesión de
ejemplo, con el hecho dé ser sensible a la música. incertidumbre es el mismo en que se encuentra, sin
Pero esta segunda alternativa es asimismo ambigua. ningún género de dudas, el que cree poder declarar
En efecto, el que posee la fe expresa ciertas afirmacio­ expresamente que no tiene fe.
nes que recaen sobre la realidad, lo cual no hace en
absoluto el aficionado a la música. Estas afirmaciones
¿son valederas o no? En el caso que nos ocupa, se LA FE, MODO DE LA CREDULIDAD
nos responderá sin duda: «Sí, son valederas para el
que las enuncia.» Mas esto viene a querer decir que Volvamos, en efecto, a las primeras formas que de­
son falsas, porque precisamente el que las enuncia finí, en particular a la idea de la fe como modo de la
pretende hacerlo no sólo para sí, sino para todos. credulidad. Esta idea ¿corresponde, o puede corres­
48 Incredulidad y fe

ponder, a la que el creyente se forma de la fe o a la LA FE EVASION


experiencia que tiene de ella?
Inmediatamente tropezamos con una dificultad, con Nos encontramos aquí en el corazón del problema;
una paradoja. La fe es una virtud. ¿Es esto compati­ acabamos, creo, de esbozar la idea que el no creyente
ble con la interpretación de la fe como una credu­ se forja de la fe cuando su incredulidad es verdadera­
lidad? mente radical, cuando toma la forma del repudio, casi
A primera vista, ciertamente no lo parece: una vir­ de la agresión. Sólo nos falta preguntarnos a qué si­
tud es una fuerza; la credulidad es una debilidad, una tuación se refiere un juicio semejante.
relajación del entendimiento. En apariencia, pues, el Observaré en primer lugar que la interpretación de
incrédulo y el creyente designan con el mismo término la fe como evasión es una pura construcción que en
dos cosas que no tienen ninguna relación entre sí. la mayoría de los casos no responde a los hechos.
Preveo que el incrédulo nos contestará poco más o En lo que personalmente me concierne, puedo afirmar,
menos así: «El creyente considera la fe como una por ejemplo, que la fe nació en mí en un momento en
virtud porque ella implica una forma de humildad; que me encontraba en un estado de equilibrio moral
pero es precisamente esa humildad lo que nos parece excepcional, en que incluso me sentía también excep­
despreciable, ya que recae sobre una parte de nosotros cionalmente feliz. Si hubiera ocurrido de otro modo
mismos a la que no reconocemos el derecho de humi­ quizá a mí mismo me hubiera parecido sospechosa.
llarse: el entendimiento. ¿Y a qué obedece esa nece­ ¿A qué responde, pues, esta construcción del incré­
sidad de humillar el entendimiento? A una profunda dulo?
cobardía. La vida, el mundo, nos ofrecen un espec­ Sería conveniente poner de relieve las concepciones
táculo horrible; el verdadero sabio, aquel en quien tan profundas que Scheler expuso en su obra El hombre
la sabiduría es al mismo tiempo heroísmo, mira a este del resentimiento. El incrédulo, observa, admite a títu­
mundo cara a cara; sabe que no puede esperar encon­ lo de postulado que los verdaderos valores tienen que
trar fuera de sí mismo, de su razón, ningún recurso ser universales, que han de poder ser reconocidos como
contra el desorden del que este mundo es el teatro. tales por cualquiera; declara que lo que no es demos­
El creyente, por el contrario, imagina más allá de este trable o comunicable, lo que no es susceptible de im­
mundo un recurso último en el que pone su confianza, ponerse a cualquier ser racional no presenta mas que
al que dirige sus plegarias. Imagina que el Dios al que una significación puramente subjetiva y, en consecuen­
invoca le está agradecido por su adoración, y así, de cia, puede ser legítimamente despreciado. ¿A qué se
rechazo, viene a considerar como una virtud lo que debe esta preocupación de universalidad extensiva, este
nosotros, los no creyentes, sabemos bien que no es recurso al arbitraje de una persona cualquiera, no im­
sino una evasión, una ceguera voluntaria.» porta quién? Scheler se inclina a pensar que se explica
4
50 Incredulidad y je Reflexiones sobre la fe 51

por un rencor demasiado profundo para tomar con­ la vida de uno solo de nuestros semejantes, de juzgar
ciencia de sí mismo, un rencor que el que no tiene si esta vida vale la pena de ser vivida, de manera
tiende a experimentar siempre que se halla en presen­ que la pretensión del pesimismo de consignar el resul­
cia del que tiene. Ahora bien, diga lo que diga, sea tado de una investigación objetiva es engañosa. Nos
cual sea la interpretación que se esfuerce por dar de hallamos en presencia de una impostura inconsciente.
una carencia que se empeña en tomar por una eman­ «El pesimismo — escribí no hace mucho, cuando no
cipación, es preciso reconocer que hay momentos en sabía aún si creía o no— sólo puede ser una filosofía
que el no creyente aparece ante sus propios ojos con de la decepción. Es una doctrina puramente polémica,
respecto al creyente como alguien que no tiene frente en la que el pesimista entra, por lo demás, en guerra
al que tiene o cree tener. consigo mismo o con un contradictor exterior a él. Es
la filosofía del pues bien, ¡no!» No tiene sentido, por
lo tanto, que el no creyente, que en el límite se con­
LA INCREDULIDAD ES BASICAMENTE funde con el pesimista absoluto, se erija en defensor
PASIONAL de la verdad objetiva, porque no existe, en realidad,
actitud más subjetiva, más insidiosamente subjetiva
Existe, pues, un elemento pasional disimulado en el que la suya.
fondo de la afirmación o de la pretensión en aparien­
cia absolutamente objetiva, absolutamente racional del EL ESCEPTICISMO
incrédulo; y si se reflexiona profundamente sobre ello,
se verá que no puede ser de otro modo. Pero ¿no iremos a parar entonces a una especie de
Volvamos sobre la afirmación del incrédulo militan­ escepticismo desesperante? ¿No venimos a decir sim­
te a fin de profundizar más en ella. Esta viene a decir: plemente que algunos seres poseen la facultad de creer,
«Y o sé que no hay nada. Si pretendéis persuadiros a como un cuerpo posee una determinada propiedad,
vosotros mismos de lo contrario, es porque no sois lo mientras que otros no la poseen? ¿Que esta facultad
suficientemente valientes para mirar de frente esta te­ puede ser, en efecto, envidiable, pero que, después
rrible verdad.» «Y o sé que no hay nada.» Intentemos de todo, no nos conduce a nada, no nos permite nin­
tomar conciencia de la enormidad de esta afirmación, guna conclusión, y que no podemos saber si la ilusión
que se presenta, o al menos debería presentarse nor­ está del lado de los que creen o de los que no creen?
malmente, como la consecuencia de una indagación Me parece imposible sostenerse en esta posición e
exhaustiva. De hecho esta investigación es imposible. intentaré explicar claramente por qué.
Nuestra situación en el universo ni siquiera nos permite ¿Qué implica, en realidad, este escepticismo?
abordarla. Ni siquiera estamos en situación de apreciar En definitiva, viene a decir al creyente: «Puede ser
52 Reflexiones sobre la fe 53
Incredulidad y fe
pío, yo puedo muy bien decir a alguien que tenga
que tu veas algo que a mí se me escapa, pero también
mejor vista que yo: «Ven a ponerte en mi lugar y
puede ser que estés engañado. Entre nosotros no es
dime si ves tal o cual cosa.» A alguien que tenga un
concebible ningún arbitraje. Sin embargo, es posible
gusto más refinado: «¿Quieres probar esto y decirme
que creas ver a alguien que realmente no existe.»
tu impresión?» Incluso, para situaciones más comple­
jas, pero que no pongan en juego más que ciertos ele­
mentos de la personalidad, lo que yo llamaría los ele­
LAS CONTRADICCIONES DEL ESCEPTICISMO
mentos organizables, puedo decirle a alguien: «Puesto
en mi lugar, ¿qué harías tú?» Pero en situaciones que
Toda la cuestión reside en saber si, al emitir esta
comprometen a toda la persona esto no es^ posible;
duda, no se sustituye sin advertirlo la realidad de la
nadie puede ponerse en mi lugar. Ahora bien, la fe
fe por una idea enteramente ficticia, que en nada coin­
es tanto más ella misma (naturalmente, hay que dejar
cide con la experiencia íntima e irrecusable del cre­
yente. de lado las expresiones degradadas, es decir, mecani­
zadas) cuanto más emana del ser total y cuanto mas le
Cuando digo a mi interlocutor: «Has creído ver a
alguien, pero yo creo que estás engañado y que no compromete.
Pero esto no es todo. Es preciso tener cuidado de
hay nadie», tanto él como yo nos encontramos en el
que el objeto de la fe no se presente en absoluto con
plano de la experiencia objetiva, que, por definición,
los caracteres que distinguen a una persona empírica
comporta precisiones, verificaciones, un control im­
cualquiera. No puede figurar en la experiencia, puesto
personal^ o, más exactamente, despersonalizado. Mi
que la preside y la sobrepasa. Si bajo ciertos ^aspectos
afirmación sólo tiene sentido a condición de que exis­
me veo inducido a mirarlo como exterior a mi, se pre
tan medios para asegurar que esa creencia del otro
senta más esencialmente todavía a mi conciencia como
no corresponde a la realidad. En otros términos, a
interior a mí mismo, como más interior de lo que yo
condición de que un observador X , supuesto normal,
mismo puedo serme, yo que lo invoco y lo afirmo.
dotado de un equipo sensorial normal y de un juicio’
Esto viene a decir que esta distinción entre lo exte­
sano, pueda sustituirnos y arbitrarnos. Pero es fácil
rior y lo interior, estas categorías de fuera y dentro
darse cuenta de que esta sustitución es enteramente
quedan abolidas desde el momento en que la fe apa­
inconcebible; ni siquiera podemos imaginarla.
rece. Es éste un punto esencial que, por definición,
En efecto, la reflexión muestra que tal sustitución
desconoce todo psicólogo de la religión, por cuanto
no es pensable más que en un plano, a un nivel espi­
él asimila la fe a un simple estado del alma, a un
ritual donde la individualidad se especializa, se reduce
puro acontecimiento interior. Esto requeriría largos
momentáneamente, para ciertos fines prácticos, a una
desarrollos, en los que no puedo entrar. Pero si fuese
expresión parcial, parcializada, de sí misma. Por ejem-
54
Incredulidad y fe

absolutamente necesario recurrir a una metáfora, diría


LA INCREDULIDAD ES UNA NEGACION
que el creyente se aparece a sí mismo como interior
una realidad que le envuelve y le penetra a la vez
Pero aún hay otra cosa, no menos importante: cuan­
ti e ,estej luevo Punt0 de vista, la actitud escép­ to más accede el alma a la fe y cuanto más se da
tica pierde toda significación. En efecto, decir- «Pue­
cuenta de la trascendencia de su objeto, tanto más
de ser que no haya nadie allí donde tú crees que hay
comprende que es completamente incapaz de produ­
alguien» supone referirse, idealmente al menos, a una
cirla, de extraerla de su interior. Por lo mismo que
experiencia rectificadora que, por definición, dejaría
se conoce, que se convence cada vez más a sí misma
uera e si lo que está en cuestión, puesto que el
de que es débil e impotente, de que está enferma, se
jeto de la fe se plantea precisamente como trascen-
ve arrastrada a hacer un descubrimiento: esta fe no
ente con relación a las condiciones que toda experien-
puede ser más que una adhesión o, en términos más
ia implica. Habrá, pues, que reconocer que cuanto
precisos, una respuesta. Pero ¿adhesión a qué? ¿Res­
as se libera la fe en su pureza, tanto más triunfa de
puesta a qué? A algo difícil de expresar: a una oscura,
un escepticismo que no puede poner en duda su
a una silenciosa invitación que la colma; dicho de
va or si no es porque comienza por formarse de ella
una idea que la desnaturaliza. otro modo, que la presiona, pero sin constreñirla. No,
esta presión no es irresistible. Si lo fuese, la fe dejaría
f un Se p0cIna anadir que el escepticismo intenta de ser la fe. Porque la fe no es posible más que en
tratar creencia e incredulidad como actitudes que se
una criatura libre, en una criatura a la que ha si­
excluyen pero entre las cuales subsiste la correlación
do concedido el misterioso y terrible poder de ne­
que une dos quizá, y que por ello desconoce la íncon-
garse.
mensurabihdad esencial de las mismas. No basta con
Después de esto, el problema que planteaba al prin­
dea . el universo del creyente no es el mismo que
cipio nos presenta una nueva faceta: desde el punto
el del no creyente; es preciso comprender que el pri­
de vista de la fe, del creyente, la incredulidad tiende a
mero desborda e integra en todos los sentidos al se­
aparecer, dondequiera que se manifieste, como una ne­
gundo, como el mundo del vidente desborda e integra
en todos sentidos al del ciego. g gación, susceptible, por lo demás, de adoptar aspectos
muy diversos. Me limitaré a subrayar que muy a me­
nudo — acaso las más de las veces— esta negación
toma la forma de la falta de atención. Es una incapa­
cidad de prestar oídos a una voz interior, a una llama­
da dirigida a lo más hondo de nuestro ser. Hay que
señalar que la vida moderna propende a intensificar
esta falta de atención, casi a imponerla, en la medida
56 Incredulidad y fe Reflexiones sobre la fe 57

en que deshumaniza al hombre, en que le desarraiga como un «no puedo creer» y tenderá a transformarse
de su centro al reducirlo a un conjunto de funciones en un «no quiero creer».
que no se comunican entre sí. Y añadiré que aun en
los casos en que la fe aparenta subsistir en el hombre
hasta ese punto funcionalizado, esa fe tiende a degra­ EL HEROISMO ¿TIENE UN VALOR EN SI MISMO?
darse y a aparecer ante los ojos de los extraños como
una rutina, lo cual, de rechazo, proporciona a la incre­ Desde este último punto de vista, la situación es­
dulidad un rudimento de justificación que se basa, una piritual de un hombre como André Malraux puede
vez más, en un malentendido. considerarse como particularmente significativa, casi
En realidad, esta falta de atención, esta distracción diría que como ejemplar. Su pesimismo absoluto con
es como un sueño del que el sujeto puede despertar respecto al mundo se duplica a causa de la idea, de
en cualquier momento. A veces basta para ello que se indudable origen nietzscheano, de que no es el resig­
vea frente a un ser en el que irradia la verdadera fe, narse a no tener ningún recurso, el pasarse sin él, sino
esa fe que es como una luz y que ilumina al que la el no quererlo, lo que constituye la grandeza del hom­
alberga. Yo soy de los que conceden a los encuentros bre, más que su miseria. Para Malraux el hombre no
un valor inestimable. En verdad que ésta es una idea se eleva hasta sí mismo, no se desarrolla en toda su
espiritual esencial que la filosofía tradicional no ha sa­ estatura, hasta que no ha adquirido plena conciencia
bido reconocer, por razones para mí muy claras, aun­ de esta situación trágica que, a los ojos del autor de
que no es éste el momento oportuno para insistir sobre La condition humaine, sólo permite el heroísmo. Y es­
ellas. La virtud de semejantes encuentros consiste en tamos aquí sobre el filo de la escarpada arista que
suscitar en el distraído una reflexión, un retorno a sí distingue a algunos de los espíritus más valerosos de
mismo: «Pero, en el fondo, ¿estoy seguro de no nuestra época. Sólo que de pronto surge una observa­
creer?» Basta que el alma se formule a sí misma esta ción que nos inquieta. ¿Qué se pretende decir real­
pregunta con toda sinceridad, es decir, rechazando to­ mente cuando se atribuye al heroísmo un valor en si
dos los prejuicios irritantes, todas las imágenes parási­ mismo? Me parece evidente que este valor se refiere
tas, para que se vea obligada a reconocer, no que cree, a una cierta exaltación y al sentimiento absolutamente
claro esta, sino que no puede asegurar que no crea. subjetivo que experimenta el que la busca. Pero no
Más exactamente, si en ese momento se produce una hay ninguna razón valedera u objetiva para colocar la
afirmación de incredulidad, estará casi inevitablemente exaltación heroica por encima de cualquier otra exal­
empañada por el orgullo, por un orgullo que una re­ tación, la exaltación erótica, por ejemplo. Esta jerar­
flexión pura y escrupulosa tiene por fuerza que reve­ quía no puede justificarse más que haciendo intervenir
lar. El «no creo» dejará de aparecer ante sus ojos un orden de consideraciones completamente distinto y
58 Incredulidad y fe Reflexiones sobre la fe 59

que no tiene nada que ver ni con el heroísmo ni con testificación. La testificación es aquí lo esencial. Pero
la exaltación, un utilitarismo social, por ejemplo. Pero ¿qué hay que atestiguar? No se trata solamente de
tan pronto como nos situamos en ese terreno esta­ verificar, ni tampoco solamente de afirmar. En la tes­
mos en contradicción con la idea nietzscheana de la tificación quedo atado a mí mismo, pero con toda li­
que hemos partido. Para un nietzscheano consecuente bertad, puesto que una testificación bajo el imperio de
la utilidad social es un ídolo y, añadiría, un ídolo de una coerción carecería de valor, se negaría a sí misma.
escasa categoría. Reconozco de buen grado que la ca­ Bajo este aspecto, se realiza aquí la más íntima y la
ridad resplandece en dos o tres pasajes de un libro más misteriosa unión entre necesidad y libertad. No
como La condition humaine, pero esa caridad es como hay acto más esencialmente humano que éste. En su
una voz que llegase de otro mundo. Tan sólo por un base existe el reconocimiento de un cierto dato; pero
acto de prestidigitación parece que se ha conseguido al mismo tiempo hay otra cosa. Cuando atestiguo de­
conjuntar el heroísmo y el amor. Estos conceptos son claro, en efecto, ipso facto, que me negaría a mí mis­
irreductibles salvo en un solo caso: el heroísmo del mo, sí, que me anularía si negase este hecho, esta
mártir. Y empleo este término en su más estricto senti­ realidad de la cual he sido testigo. Por otra parte, esta
do, es decir, el de testigo. Ahora bien, en una filosofía negación es posible, como el error, como la contradic­
centrada en la negación no hay lugar para el testimo- ción, como la traición. Justamente, sería una traición.
nio, ya que éste se refiere a una realidad superior, re­ Es muy importante mostrar cómo es posible un pro­
conocida en la adoración. greso dentro de la testificación. En efecto, su valor
espiritual se despliega cada vez con mayor claridad
cuando recae sobre realidades invisibles que están muy
DEGRADACION DE LA IDEA DE TESTIMONIO lejos de imponerse con una evidencia inmediata, brutal,
imperiosa, como ocurre con los datos de la experien­
Como tantas otras nociones importantes, la noción cia sensible. Nos encontramos en presencia de la pa­
de testimonio ha sufrido una verdadera degradación. radoja, sobre la cual no estará de más llamar la aten­
Cuando pronunciamos esta palabra, la idea que inme­ ción, de que las realidades trascendentes hacia las
diatamente se nos viene a la mente es la de testifica­ cuales se dirige la testificación religiosa se presentan
ción, la que se nos puede pedir cuando hemos asistido en cierto sentido como si tuviesen absoluta necesidad
a tal o cual acontecimiento. Al mismo tiempo, tende­ de un testigo tan humilde, tan endeble como viene
mos a imaginarnos como si fuésemos aparatos regis­ a ser el creyente que las atestigua. Nada parece poner
tradores y a considerar el testimonio como un informe mejor de relieve esa especie de polaridad incompren­
proporcionado por este aparato. Pero al obrar así nos sible, o más bien suprainteligible, que se realiza en el
olvidamos de que lo esencial del testimonio reside en la corazón de la fe,
Reflexiones sobre la fe 61

FE Y TESTIMONIO
ese disgusto secreto que cada uno de nosotros ha po­
dido experimentar en algún momento y que resulta
En efecto, el lazo íntimo entre fe y testimonio apa­
ser una de las formas de corrupción espiritual más
rece a plena luz a poco que se haga intervenir la idea
sutiles que existen.
intermediaria de fidelidad. No existe fe sin fidelidad.
Naturalmente, esto no quiere decir que una filoso­
La fe no es por sí misma un movimiento del alma, un
fía del testimonio y de la fe constituya por sí misma
transporte, un éxtasis; es ante todo un testimonio
un dolorismo * moral. Hay algo que dista mucho de
perpetuo.
la satisfacción y que no es la angustia, sino la alegría.
Sin embargo, es necesario volver una vez más hacia Las críticas paganizantes del cristianismo ni siquiera
los no creyentes. ¿No se sentirán irresistiblemente lo han sospechado; han desconocido el íntimo paren­
arrastrados a interrumpirnos con una pregunta que tesco que une la alegría a la fe y la esperanza, y tam­
siempre es la misma y que no deja de suscitarse en bién la gratitud del alma que testimonia y glorifica.
el curso de este eterno debate? «¿Qué hacéis — di­
Sería necesario traer de nuevo aquí, si bien renovada,
rán— con aquellos que únicamente pueden testimoniar la distinción que Bergson tuvo el mérito de instaurar
injusticias, con los que han sido víctimas de sufri­ entre lo cerrado y lo abierto. La satisfacción no se
mientos de todo orden, con los que han sido especta­
realiza más que entre cuatro paredes, dentro de lo que
dores de toda clase de abusos? ¿Cómo pueden ellos está cerrado. Por el contrario, la alegría sólo se des­
testimoniar a favor de una realidad superior?» De
pliega a cielo abierto. Es por su esencia misma irra­
nuevo, el escollo es el problema del mal. A esta cues­
diación, lo más parecido a la luz. Pero no seamos víc­
tión ya he respondido en parte, pero quisiera subrayar
timas de una metáfora espacial: la distinción entre
sobre todo que los grandes testigos no se reclutan
abierto y cerrado no cobra su sentido mas que con
ciertamente entre los más dichosos de este mundo, sino
relación a la fe; más profundamente todavía, con re­
más bien entre los que sufren y son perseguidos. Si
lación al acto libre mediante el cual el alma acepta
hay una conclusión que se desprenda irresistiblemente
o no reconocer el principio superior que en cada ins­
de la experiencia espiritual de la humanidad es que
tante la crea, la hace ser, mediante el cual ella se hace
el mayor obstáculo que se opone al desenvolvimiento
o no permeable a una acción a la vez íntima y tras­
de la fe no es la desgracia, sino la satisfacción. Existe
cendente, fuera de la cual el alma no es nada.
una íntima afinidad entre satisfacción y muerte. En
cualquier campo, y especialmente en el campo espi­
ritual, un ser satisfecho, un ser que declara que tiene
todo lo que necesita se encuentra ya en vías de des­
* Doctrina de la utilidad y del valor (moral) del dolor. To­
composición. De la satisfacción nace ese taedium vitae,
mado del diccionario Le Petit Robert. (N. del T.)
III

LA PIEDAD SEGUN PETER WUST

«Es en esa emoción primitiva (Uraffekt) denomi­


nada asombro ■ — escribe Peter Wust— donde debe
situarse el verdadero comienzo de la filosofía»*. Cier­
to que el pensamiento moderno en sus principios cre­
yó poder sustituir el asombro por la duda metódica
y ver en ésta un momento a priori de toda especu­
lación racional. Pero precisamente nada muestra me­
jor que esta creencia hasta qué punto se había lle­
gado en esta época en la subversión de las relaciones
metafísicas fundamentales. En efecto, puede decirse
que la duda no es sino un a priori segundo del pen­
samiento filosófico. Es un fenómeno de reacción, una
especie de efecto de rechazo que no puede producirse
más que allí donde nuestro ser más íntimo ha sido
en cierta manera hendido por una desconfianza onto-
lógica que se ha convertido en un habitus del alma.
Desconfianza o confianza en presencia del ser: tales
son para Wust las direcciones fundamentales entre
las que puede elegir desde un principio cualquier es­
píritu orientado hacia la especulación. Y aún esto no
es decir bastante, porque se trata de una oposición
que no solamente afecta a las soluciones aportadas

1 Dialektik des Geistes, p. 212.


La piedad según Peter Wust 65
Incredulidad y fe

por el metafísico al problema teórico de la realidad, mi propia contingencia y — más implícitamente to­
sino que recae también sobre la cultura considerada davía— la gravitación secreta de mi ser más íntimo
en el conjunto de sus manifestaciones 2. con relación a un centro o a un medio absoluto del ser,
La idea de una filosofía científica, es decir, sin no aprehendido ciertamente, sino presentido, y en el
presupuestos, familiar a los pensadores a partir de que la inseguridad metafísica de la criatura encontra­
Descartes, implica por la misma razón un desplaza­ ría al fin su reposo. Esta inseguridad, esta inestabi­
miento monstruoso (ungeheuerlich) del equilibrio es­ lidad, que contrasta tan extrañamente con el reposo
peculativo3. Filosofar «científicamente», ¿no signifi­ eterno o el orden imperturbable de la naturaleza, cons­
ca, en efecto, imponerse el esfuerzo verdaderamente tituye el misterio central del que se puede decir que la
inhumano de negar de modo radical y en las profun­ filosofía de Wust no es más que la profundización.
didades del alma toda preponderancia o toda hegemo­ A mi entender, en ninguna parte se encontrará hoy
nía positiva de los valores? El filósofo pretenderá ig­ día un esfuerzo más perseverante por definir y de­
norar desde el origen mismo de su investigación si terminar la situación metafísica del ser humano con
existe un orden o es posible el caos. Testimonia — o, relación a un orden que él interrumpe y trasciende,
mas exactamente, se supone que testimonia— una pero también con relación a una Realidad soberana
indiferencia absoluta por el Sí y por el No, y es esta que, si bien nos rodea por todas partes, no atenta, sin
indiferencia la que le consagra como filósofo a sus embargo, jamás a la independencia relativa que es
propios ojos. su atributo de criatura. Porque esta Realidad es libre
Pero hemos de preguntarnos si esta indiferencia es y siembra libremente libertades.
real, incluso si es posible; según Wust, un análisis Es en el seno del asombro, tal como lo percibimos,
mas profundo que el de Descartes permitiría recono­ por ejemplo, en la mirada de un niño, donde se des­
cer que en el fondo de la duda subyace el asombro garran las tinieblas absolutas del sueño natural al
ante el propio yo. que vive entregado todo el que esta sometido sin
Mi duda deja entrever la conciencia que tengo de restricciones a la ley. Con el asombro asciende «el
sol del espíritu que brilla en el horizonte de nuestro
ser, y un júbilo supravital se apodera del hombre en­
2 A primera vista podríamos sentimos tentados a alegar con­
tero cuando brillan sus primeros rayos y éstos per­
tra Wust el puesto preeminente que concede Descartes a la
admiración dentro de su teoría de las pasiones. Pero ¿acaso miten discernir los contornos admirables de todas
pensó jamas ver en ella un punto de inserción metafísica, ni las cosas y el orden eterno que las rige»4.
siquiera lo que se podría llamar una zona de dominio del ser, ¿Cómo no reconocer aquí la inspiración que anima
aclamado como tal, sobre la criatura a la que conmueve?
Sería demasiado temerario el pretenderlo.
3 Loe. cit., p. 213. 4 Loe. cit., p. 206.
5
66 Incredulidad y fe La piedad según Peter Wust 67

toda la obra de Claudel y que acaso deba guiar toda Pero no podemos contentarnos con decir que el
doctrina del conocimiento auténticamente católico? conocimiento es un misterio. Es preciso añadir que es
«¿Triste? ¿Cómo decir sin impiedad que la verdad un don y, en cierto modo, quizá una gracia. Y esto
de estas cosas que son la obra de un Dios excelente es es lo que verdaderamente pretende decir Wust cuan­
triste? do le atribuye un carácter «naturalmente carismáti-
¿Y cómo decir sin caer en el absurdo que el mundo, c o » 6, que, por otra parte, irá siendo borrado por la
hecho a su imagen y semejanza, es más pequeño que conciencia a medida que este proceso del conocer vaya
nosotros mismos y deja la mayor parte de lo que ima­ secularizándose más y más. Ahora bien, al término
ginamos sin soporte?» 5. de esta secularización, que continúa todo a lo largo
Y Claudel subraya aquí esa hibris, ese orgullo im­ de la Edad Moderna, surgen necesariamente todos los
pío que subyace en la raíz de una duda semejante y excesos de una razón ebria de sí misma — separada a
que el mismo Wust no olvida nunca denunciar. Reanu­ la vez de la creencia y del ser— y abocada a apare­
dando con los grandes doctores una tradición brutal­ cer a sus propios ojos como un poder de explotación
mente rota por toda la filosofía «científica» surgida que no ha de rendir cuentas más que a sí mismo;
del cogito, nos recuerda esa gran verdad que, entre y el mundo en que actúa esta facultad «prometeica»
nosotros y en nuestros días, ha subrayado con tanta es él mismo despojado de todos los atributos origi­
fuerza Jacques Maritain: que el conocimiento es en nales que le confería una conciencia ingenua, para la
sí mismo un misterio. Quizá el error capital del idea­ cual el conocimiento no se distinguía aún de la ado­
lismo estribe en haber sentado como principio que el ración.
acto de conocer es transparente a sí mismo, siendo así Por otra parte, es preciso dejar sentado de modo
que no lo es en absoluto. El conocimiento es incapaz categórico que el pensamiento de Wust no debe ser
de dar razón de sí mismo; cuando intenta pensarse, interpretado en un sentido fideísta. Wust se ha ma­
se ve irremisiblemente conducido, bien a satisfacerse nifestado sobre este punto con toda la claridad desea­
con expresiones metafóricas y materiales que lo desna­ ble en Dialéctica del espíritu1. «El fideísta, dice,
turalizan, bien a considerarse como un dato absoluto se halla en los antípodas de la fe ingenua del niño;
autosuficiente y que goza incluso sobre su objeto de porque, en realidad, es un desesperado» 8. Pero ¿de
una prioridad hasta tal punto abrumadora que resulta qué desespera si no es de su pobre razón humana?
imposible comprender cómo es, al menos en aparien­ Y esto porque comienza por presumir demasiado de
cia, tan incapaz de engendrarlo en su imprevisible
riqueza. 6 Naivitat und Vietat, p. 184.
7 Cf., sobre todo, pp. 620 y ss.
8 «El fideísta — dice— da un salto desesperado en la noche
5 Le soulier de satín, jornada 1.a, escena VI. eterna de la divinidad.»
68 Incredulidad y fe ha piedad según Peter Wust 69

ella, de tal modo que podría decirse sin paradoja la literatura freudiana. Por muy precoz que sea en el
que el fideísta es un «gnóstico caído», teniendo en niño la aparición del espíritu de desconfianza, de as­
cuenta que el término gnóstico designa aquí a cual­ tucia y de perversidad, esta idea conserva una validez
quiera que eleve hasta el absoluto las exigencias o las infrangibie, puesto que es una idea-testigo, una idea-
pretensiones del conocer. Igualmente, fiel a su pre­ juez, si así puede decirse. Quizá sería todavía mejor
dilección por las oposiciones y las reconciliaciones llamarle un a priori absoluto de la sensibilidad huma­
dialécticas, heredada sin duda de Fichte, observa Wust na. Podríamos citar aquí la página admirable en que
que es el mismo momento «luciferino» de la concien­ Wust se pregunta qué es lo que falta al sabio estoico,
cia el que fundamenta la íntima unidad de estas dos al sabio según Spinoza, incluso al sabio según Scho-
actitudes, por inversos que sean los signos que les penhauer, el cual participa, no obstante, de la san­
asigne una reflexión superficial. tidad. Lo que les falta a todos ellos, responde Wust,
Sin embargo, el verdadero cristiano se mantiene es la suprema e inocente alegría de existir (Daseins-
a la misma distancia de ambos abismos: no hay que freude), el idealismo y el optimismo no trágicos; a
interpretar la confianza que testimonia en el orden despecho de toda su grandeza y de su dignidad he­
universal como un simple y superficial optimismo, sino roica, pese a la serena sonrisa que ilota en sus labios
reconocer en ella el fruto de la veneración que le (y ésta es, reconozcámoslo, de una delicadeza inexpre­
inspira la Realidad en su conjunto. Esta muy bien sable, como la sonrisa de los monjes budistas de Ling
puede aparecer a nuestros ojos, al menos en amplia Yang-si), les falta esa seguridad última en la existencia
medida, como irracional, pero nada nos autoriza a que no se deja empañar por nada, esa ingenuidad de
atribuir a esta irracionalidad una existencia en sí. los niños que es todo inocencia y feliz confianza. Esos
«El espíritu que se abandona a la Realidad a la ma­ sabios que ocupan un lugar en la historia no son en
nera de un niño sabe bien que todo ser personal está absoluto niños inocentes en el sentido tan extraña­
salvado desde el momento en que se entrega sin res­ mente profundo de la parábola evangélica: «En ver­
tricción y también sin desesperación a las solicitacio­ dad os digo: quien no reciba el reino de Dios como
nes profundas del Amor que brotan sin cesar de los un niño, no entrará en él» (Marcos, 10, 13). «En
trasfondos de su alma»9. efecto, solamente con esta condición el sabio se ele­
No creo que se pueda exagerar el papel que en vará hasta la sabiduría suprema, y esto aunque haya
el pensamiento de Wust desempeña esta idea platónica abrumado su espíritu con la experiencia más amarga
de la infancia, a la cual sería evidentemente absurdo del mundo» 10.
oponer las alarmantes «comprobaciones» que llenan Pero ¿por qué en el fondo, nos preguntaremos

9 Loe. cit., p. 622. >° JSIaivitat und Pietat, p. 110,


70 Incredulidad y je 71
La piedad según Peter Wust

quizá, estos sabios estoicos o budistas, por ejemplo, mente en el fondo de nuestro ser, de tal modo que es
no podrían recuperar un alma infantil? Wust res­ metafísicamente imposible que el yo llegue a romper
ponde que lo que se lo impide es el hecho de haber jamás por completo los lazos que le atan a sus raíces
dejado de mantener con el Espíritu soberano esos ontológicas. Gracias a eso, si es que yo he captado
lazos filiales que permiten al hombre comportarse bien su pensamiento, sigue siendo posible hasta el
como un niño ante el último secreto de las cosas. Por final esa conversión decisiva mediante la cual el yo,
otra parte, esta relación filial se rompe por sí misma abjurando del orgullo «prometeico» que no conduce
desde el momento en que triunfa un pensamiento na­ más que a la muerte, y sin caer por ello en los exce­
turalista que despersonaliza el principio supremo del sos de un pesimismo agnóstico y ruinoso, confiesa al
universo; efectivamente, desde este punto de vista, fin esa docta ignorantia cuya noción precisó Nicolás
la necesidad no puede aparecer más que como destino de Cusa en el umbral de la Edad Moderna. Una vez
o como ciego azar; y el que la siente pesar sobre sí más, no hemos de entender por tal el acto de suici­
no está en situación de recobrar jamás la confianza dio espiritual a que lleva un cierto fideísmo, sino la
pura y la alegría desvanecidas. Y no le es posible aceptación alegre — consentida en un espíritu de pia­
adherirse al optimismo metafísico básico en que coin­ dosa humildad— de los límites asignados por la Su­
ciden la ingenuidad primera del ser en sus comienzos prema Sabiduría al modo de conocimiento que ella ha
y la del sabio — mejor sería decir del santo— que, concedido a la inteligencia humana.
tras haber traspasado la experiencia, retorna, al tér­ Quizá sea éste el momento oportuno para recordar
mino de su periplo, a ese estado de infancia feliz que que las teorías de lo incognoscible que florecieron en
es como el paraíso perdido de la conciencia humana 11. Occidente durante la segunda mitad del siglo xix, y
Y, sin duda, podemos preguntarnos también si a las cuales muchos pensadores «formados en contac­
este paraíso puede ser verdaderamente reconquistado. to con las ciencias positivas» prestan aún su asenti­
¿Cómo concebir esta recuperación de un estado que miento, no son más que caricaturas indigentes de esa
parece, a pesar de todo, ligado a la no-experiencia noción tan cuerda, tan justamente fundamentada so­
como tal? La respuesta de Wust a esta cuestión es bre la naturaleza intermediaria del hombre, cuyo des­
ante todo, y como ya hemos visto, que existe un prin­ conocimiento ha llevado a las peligrosas aventuras de
cipio activo de orden y de amor (un esto, un es, por una metafísica jactanciosa. Apenas si — fuera de un
oposición al yo, al Ich) que actúa ininterrumpida­ círculo restringido que se ha mantenido constante­
mente en contacto con las fuentes eternas del conoci­
11 Es obvio que Wust admite expresamente el hecho de la
miento y de la espiritualidad— , apenas si empezamos
caída (cf., por ejemplo, Dial, des Geistes, p. 311), pero esto
es absolutamente compatible con el fundamental optimismo de a discernir las consecuencias irreparables que la ca­
que aquí se trata. rencia ontológica del pensamiento occidental ha en­
72 Incredulidad y fe 73
La piedad según Peter Wust

gendrado, en el transcurso de dos siglos y medio, en espiritual que le corresponde, y también una rela­
las esferas en apariencia mas extrañas a la especula­ ción consigo misma. Por este rodeo puede ser reco­
ción pura. Peter Wust acierta sin ninguna duda al brado el sentido fundamental, tan frecuentemente per­
achacarla a un orgullo, hasta tal punto inveterado, que dido, de la religión como lazo.
se respira y, sin embargo, no se advierte. Por mi par­ Según Wust, existe una estricta correspondencia
te creo que insistiría sobre la negativa radical opues­ entre la ingenuidad y la piedad como habitus, por
ta por los «modernos» a todo intento de establecer un lado, y la sorpresa y la veneración en cuanto
una conexión, cualquiera que ella sea, entre el ser y emociones o afectos fundamentales, por otro; éstas
el valor; no existe un camino que conduzca de un son poco más o menos a aquéllas lo que el acto es a
modo mas seguro a la negación de la realidad como la potencia en la metafísica de Aristóteles. Dicho más
tal, porque esta «desvalorización» del ser viene a simplemente, el sentimiento de veneración que se
transformarse en un caput mortuum, en un residuo apodera del alma en presencia de la armonía univer­
abstracto que la critica idealista no tendrá dificultad sal supone que esa alma haya sido previamente sin­
en señalar como una ficción de la imaginación concep­ cronizada a esta armonía; y Wust recuerda al respecto
tual, que puede, en fin, ser tachada de un plumazo un texto de Goethe en que éste habla de la piedad
sin que cambie nada en absoluto. como de una virtud original (Lrbtugend), que ten­
Sin duda es mediante este sesgo como mejor se drá consecuentemente su lugar en una zona a la que
puede poner de manifiesto la crítica eminentemente no alcanza la conciencia inmediata que tenemos de
constructiva a que Peter Wust ha sometido la no­ nosotros mismos. Entre lo que Wust denomina Naivi-
ción de piedad. Noción viva, ciertamente, e incluso fát — el término similar francés, naivete, no puede
infinitamente elaborada por todos los «espirituales» considerarse como su equivalente perfectamente exac­
que han reflexionado sobre su propia experiencia ín­ to— y la piedad hay, por otra parte, según Wust
tima, pero que, para los filósofos contemporáneos advierte justamente, una diferencia en cuanto al gra­
sobre todo en Francia, a excepción de dos o tres— , do de actualización. La piedad viene a prolongar y a
parece no referirse mas que a una cierta «actitud» enriquecer en la dirección del querer esta especie de
suceptible de interesar todo lo más a los especialistas candor del espíritu que Wust designa, al igual que
del «comportamiento». Wust, que en este punto como muchos de sus predecesores a partir de Schiller, con
en muchos otros es en gran medida deudor de Scheler, el nombre de Naivitat.
ha comprendido admirablemente que se corre el más Mas todavía hay que distinguir, en el interior mismo
grave peligro al considerar la piedad como una acti­ de la piedad, ciertos aspectos o, más bien, ciertas
tud o un estado y que conviene ver en ella, por el orientaciones complementarias. Pese a ser propiamen­
contrario, una relación real del alma con el ambiente te hablando relación, la piedad traspone a un plano
74 la piedad según Peter Wust 75
Incredulidad y fe

superior ese principio universal de cohesión que rige poner ninguna resistencia a esa sorda llamada que sube
la naturaleza y que corresponde a lo que Claudel llama de las profundidades de nuestro ser.»
el co-nacimiento de todas las cosas. Pero esta cohesión También aquí me da la impresión de que el filó­
implica en los términos que une o que aglomera una sofo de Colonia subraya una verdad fundamental que
cierta afirmación de sí, a falta de la cual se anula y es obstinadamente descuidada por la gran mayoría de
desaparece. La cohesión no se limita, pues, a relacio­ los pensadores profanos. Distingue, en efecto, entre
nar, sino que mantiene, además, las distancias. Y esto un cierto amor de sí mismo — que si nos atreviéramos
mismo vuelve a encontrarse en el orden que nos llamaríamos místico y es en todo caso espiritual— y
ocupa: «Existe una piedad que la personalidad se el egoísmo, que no es más que una prolongación de
testimonia a sí misma y en la que ese elemento de la voluntad de vivir o del instinto de conservación.
la distancia aparece con su carácter esencial; hay, La piedad hacia sí mismo supone, claro está, este
además, una piedad que se dirige a los seres de la instinto. Pero la piedad tiene como objeto específico
misma naturaleza que nosotros, con los que soste­ proteger al yo contra el peligro de orgullo implicado
nemos relaciones espirituales» 12. Hay incluso una en el acto por el cual se afirma espontáneamente a
piedad que se aplica a los seres que pertenecen al sí mismo. «Tiene como fin particular — dice Wust de
orden infrahumano. Pero la piedad alcanza su grado manera admirable— mantener en el yo un respeto
más alto cuando se dirige al Espíritu creador (Ur- religioso ante las profundidades metafísicas de su
geist), porque éste es como el centro absoluto donde propia realidad, de esa realidad absolutamente mis­
convergen todos los hilos que se tejen entre los seres teriosa que le ha sido conferida por Dios. Porque
particulares. nuestro ser es un templo santo del Espíritu, edificado
Wust subraya con gran fuerza la especialísima im­ por el mismo Dios, un maravilloso cosmos interior
portancia que es preciso conceder a la piedad hacia sí donde rige un principio de gravitación mas admirable
mismo: «La gran ley del amor — dice 13— consiste todavía que el que se manifiesta en el cosmos exterior,
en aprehendernos en el fondo de nuestra naturaleza, considerado en su vitalidad, en su infinitud mecanica.
pese a que somos tal ser que ha recibido tal forma Es un santuario, un sanctasanctórum donde nosotros,
y que ha ocupado tal lugar en el orden de la creación; pese a que nos pertenece, no podemos ni debemos pe­
desde el momento en que lo hemos aprehendido, he­ netrar sin un secreto escalofrío religioso. No debemos,
mos de afirmar esta ley con todas nuestras fuerzas. Y la he dicho. Pero es que, además, en ese sanctasanctórum
felicidad de nuestra alma consiste precisamente en no no podemos llegar hasta el altar ante el que arde la
lámpara eterna de los más sagrados misterios. Cierto
12 Naivitat und Pietat, p. 128. que hay un sentido en el que somos entregados a nos­
13 Loe. cit., p. 129, otros mismos, y esto es lo que significa esa aseidad
76 Incredulidad y fe La piedad según Peter Wust 77

relativa que nos corresponde; pero no somos confia­ orígenes son fáciles de situar en el seno de una cierta
dos a nosotros mismos más que a la manera de una filosofía biológica que floreció en el siglo xix, está
obra de arte salida del taller de un maestro eterno. claro que el amor de sí mismo — o la caridad hacia
No somos nosotros los autores de esa obra maestra, sí mismo— debe ser considerada como una simple
y por ello no somos entregados a nosotros mismos más prolongación del instinto vital.
que como un legado infinitamente precioso del que de­ Pero precisamente, y en mi opinión, no se puede
bemos usar como si fuera el tesoro de nuestra feli­ aceptarlo sin despreciar algunas de las exigencias más
cidad» 14. estrictas implicadas en una vida espiritual auténtica,
No nos desilusionemos ante esa ligera grandilocuen­ todas esas exigencias que Wust engloba en el ajus­
cia que presentan tales metáforas. La idea en sí misma tado, pero difícilmente traducible término de Distan-
me parece esencial; y solamente porque los filósofos zierung, término que subraya perfectamente el hecho
profanos la pierden de vista pueden declarar culpable, de que yo no me hallo en un plano de igualdad con­
por ejemplo, el «egoísmo» de que dan prueba los migo mismo, por la razón de que la parte más pro­
creyentes al procurar su salvación. No ven que el funda de mí mismo no me pertenece. «La piedad de
amor a sí mismo que la religión cristiana, bien lejos sí mismo — dice también Wust— rodea al yo como
de limitarse a tolerarlo, prescribe está precisamente una delicada membrana contra la cual no se puede
ligado a ese sentimiento de una dualidad íntima en­ atentar, so pena de que el alma se vea expuesta a
tre lo que yo soy en cuanto viviente y esa realidad los más graves peligros» 15. A esta necesidad están
secreta a la que llamamos comúnmente alma, alma ligados ciertos hechos interiores, como la discreción, el
que me ha sido entregada y de la que rendiré cuentas tacto, y también un respeto de sí mismo que puede
en el último día. ¿No se podría decir, en un lenguaje alcanzar la forma más elevada de la dignidad espiri­
que no se acomoda exactamente al de Wust, que el tual. Pero entre este sentimiento y el peligroso or­
filósofo no cristiano de hoy día parte, sin quizá dudar gullo que procede de una conciencia demasiado acen­
jamás de él, del postulado, tan dudoso en sus conse­ tuada de mi independencia personal hay que reconocer
cuencias, de que yo me confundo con mi propia vida? que no existe sino una línea de demarcación bastante
Es preciso entonces admitir que el alma no es sino difícil de trazar. La distinción subsiste, sin embargo,
una expresión más elaborada, una especie de eflores­ porque el respeto de sí mismo recae en el fondo «so­
cencia de esta vida, de la que no se puede decir con bre los valores que guardamos como un depósito ce­
rigor que me ha sido dada, puesto que es verdadera­ leste y que cuidamos de defender cada vez que una
mente yo. Si se acepta este ruinoso postulado, cuyos potencia adversa amenaza con profanarlos».

14 Loe. cit., pp. 132-13?,


15 Loe. cit., p. 133.
Incredulidad y fe La piedad según Peter Wust 79

Como se ve, Wust repudia del modo más explícito incluso de la vida. El poder absolutamente espiritual,
la tesis según la cual el respeto de sí mismo se define el poder del alma a que se refiere un texto como el
en función de un formalismo, de un egocentrismo me que acabo de citar, no puede manifiestamente justifi­
atrevería a decir, que erige en absoluto un principio carse sino es por esta noción de la individualidad
de libertad radical disociado de todos los contenidos como depositaría de sí misma que desborda todas las
espirituales en que es susceptible de encarnarse. Y en categorías que el pensamiento moderno nos ha ense­
nombre de estos mismos valores, de los que es en ñado a emplear y con las cuales nos satisfacemos.
cierto modo depositario y garantizador, el yo procura Y contra este pudor es contra el que se coaligan las
defenderse a sí mismo contra las intrusiones y los potencias más activas y más opuestas de nuestra
avances que podrían intentar en su detrimento las época. Valdría la pena meditar un poco sobre esta
personalidades extrañas que carecen de ese sentido singular convergencia.
de la piedad . No sólo existe un imperativo de origen social que
Si es así, es preciso aceptar que las concepciones nos impele a compartir nuestras riquezas espirituales
monadistas contemporáneas olvidan una importante de manera que todos y cada uno podamos disponer
verdad. En la actualidad se admite comúnmente y sin de ellas a nuestro gusto — aquí vuelve a aparecer la
crítica previa que no somos capaces de sumergirnos en representación absolutamente material de los bienes
el ser espiritual de otro a causa de una carencia, de invisibles que la gente se forma normalmente—-, y una
una deficiencia. En realidad, hay que confesar que especie de sabiduría difusa que tiende a identificar lo
esta incapacidad es el precio de nuestra dignidad espi­ espiritual con lo comunicable, sino que existe tam­
ritual de seres libres. «En su última profundidad, bién, surgida del otro lado del horizonte, una paré­
nuestra alma es un secreto, y es esta intimidad del nesis de la sinceridad cuyas más interesantes formu­
alma la que hasta cierto punto intentamos defender laciones provienen sin duda de Nietzsche y que nos
santamente. El respeto de nosotros mismos nos prohí­ impide dejar subsistir entre nosotros y nuestra «alma»
be desvelar de manera indiscreta e impía el santuario los velos bajo los cuales madura la hipocresía.
de nuestra alma, pues tal acto implica una verdadera Hay que reconocer que se plantea aquí un proble­
profanación y una imperdonable falta de pudor» 16. ma cuya extrema gravedad no estoy completamente
Quizá sea ésta la ocasión de señalar, más claramen­ seguro de que Peter Wust haya sido capaz de discer­
te aún que el propio Wust, hasta qué punto fallan nir; el término alma que acabo de emplear, y que
todas las interpretaciones naturalistas del pudor, fun­ posee una sonoridad tan básicamente antinietzscheana,
dadas sobre una determinada idea de la sociedad e no conserva a mi entender la plenitud de su sentido
más que en el caso de que la intimidad consigo mismo
16 Loe. cit., p. 136. haya podido ser salvaguardada. De buena gana diría
80 Incredulidad y fe ha piedad según Peter Wust 81

que dicho término está ligado, si no a la noción, por sigue siendo muy grave, porque no existe nada más
lo menos a la conciencia, en cierto modo musical, de peligroso de utilizar que esta idea de una jerarquía
un diálogo vibrante y entrecortado sostenido entre personal valedera exclusivamente para el individuo,
las «partes» más activas, entre las «partes» mas cri­ el cual está obligado a mantenerla en sí mismo. Yo
ticas de la orquesta interior, por un lado, y un tras- creo que sólo puede hallarse la solución en la profui>
fondo, por otro, cuyo valor se vería alterado hasta dización de los conceptos de transparencia y pureza.
anularse si alguna vez llegase a aflorar por completo. No obstante, se impone una distinción previa: sin
Por otra parte, llevaríamos todas las de perder si tra­ duda alguna nunca como hoy en día se habían visto
tásemos de introducir aquí la noción de un incons­ los hombres tan tentados a identificar un cierto ejer­
ciente; ni el inconsciente ni tampoco el subconsciente cicio de depuración exclusivamente formal — que pue­
tienen nada que ver con este campo. Y por lo demás, de proseguirse en la superficie del alma, puesto que
sabemos muy bien a qué desastres espirituales con­ no la afecta en su estructura y en su vida— con una
dujo a ciertos discípulos de W . James el uso impru­ manera de ser que, por el contrario, condiciona la
dente que de ellos pretendieron hacer. Lo que intento actividad y que se pone de manifiesto tan rápidamente
subrayar aquí es simplemente, en primer lugar, que como la afinación de un instrumento, por ejemplo.
no se puede hablar de alma más que si se mantiene el Creo que siguiendo este camino se reconocerá que
sentido de lo que debería llamarse sin duda el con­ este problema de la pureza, tomada en su acepción
certante en el orden espiritual; en segundo lugar, que humana y no en la simplemente formal, no puede ser
la sinceridad, entendida en la acepción más agresiva planteada más que precisamente con la ayuda de esas
del término, se dirige inevitablemente contra la exis­ mismas categorías ontológicas de las cuales pensába­
tencia de las jerarquías que un tal concierto supone, mos habernos desembarazado para siempre. La noción
puesto que dichas jerarquías le parecen regidas por la de pureza actualmente en vigor en cierta filosofía del
terquedad, por la complacencia, ya que no son ca­ arte, e incluso en cierta filosofía de la vida, se basa
paces de subsistir «a la luz de la verdad». Pero el en la separación radical entre la forma y el contenido-
quid está en averiguar si esta crítica no supone la con­ pero basta con remitirnos a la idea-testigo de Wust
fusión de dos órdenes realmente irreductibles. Al pro­ para darnos cuenta de que cuando recurrimos como
ceder a esta especie de ostentación de la vida interior, referencia a la «pureza» del niño nos negamos pre­
¿no se la niega en lo que tiene de específico, es cisamente a admitir esta separación. A partir de ese
decir, precisamente en su interioridad, del mismo momento no nos quedará otro recurso que apelar al
modo que al desplegar una corola, al yuxtaponer los carácter mítico de esa pretendida pureza, y una vez
órganos de una flor, se destruye esa flor y esa corola? más los «descubrimientos» de los psicoanalistas ven­
No hay que ocultar, sin embargo, que la dificultad drán a apoyar el mentís opuesto al optimismo vulgar.
G
82 Incredulidad y fe La piedad según Peter Wust 83

No obstante, no podemos evitar el preguntarnos si cesidad más incoercible de justificación negativa. Si


estas investigaciones pretendidamente objetivas no es­ es así, nunca sospecharemos demasiado de las alian­
tarán desde el principio al servicio de una cierta dog­ zas precarias y, desde un punto de vista al menos,
mática seudoschopenhaueriana, y con toda seguridad tan imprudentes que parecen haberse firmado en nues­
atea, que las dirige y las orienta con objeto de apro­ tros días entre sinceridad y pureza. Allí donde la
vechar sus resultados. Aun suponiendo — y esto no sinceridad conduce a esta indiscreción con respecto a
es de nuevo más que un simplismo a contrapelo— que sí mismo que Wust condena razonablemente se vuel­
admitamos que esta «pureza» del espíritu corresponde ve de manera expresa contra la única pureza que
a una terquedad del adulto, bastante necia y en cierto presenta un valor espiritual auténtico, lo cual no sig­
modo sospechosa de poetización, seguiremos pregun­ nifica en absoluto, hay que repetirlo una vez más,
tándonos si una crítica semejante puede aplicarse tam­ que esta pureza florezca en una penumbra cuidado­
bién al alma santa que, gracias a la prueba, ha con­ samente mantenida. Justamente lo cierto es todo lo
seguido salvaguardar o incluso conquistar, si no la contrario; en efecto, no se debe ciertamente al azar
pureza, acaso inaccesible, del sentir, al menos la del el que de los seres muy puros parezca desprenderse
querer o la más preciosa todavía de la mirada. Y aquí una luz que los envuelve, y este dato transparente al
tropezamos sin ningún género de duda con la noción espíritu que se llama aureola pertenece a la catego­
de ascesis y perfeccionamiento, con la que el crítico ría de los que encierran para el metafísico digno de
se sentirá tentado a emprenderla, como si todo trabajo este nombre la enseñanza quizá más inagotable. Pero
llevado a cabo sobre uno mismo, como si toda obra de esta luz que los pintores más eximios — mucho más,
reforma interior implicase una mentira, fuese una men­ a mi entender, que los literatos17— han sabido re­
tira encarnada. Condenación tanto más extraña, si se flejar misteriosamente alrededor de los «espirituales»
reflexiona bien, cuanto que la sinceridad que se pre­ propiamente dichos, situándola en la parte más des­
coniza requiere a su vez una ascesis, puesto que se tacada de su obra, esta luz que es vida porque es
halla totalmente dirigida contra una cierta ceguera Amor, nunca será demasiado rigurosamente distingui­
espontánea que acaso corresponda en nosotros a nues­ da de una lucidez a veces demoníaca, que puede recaer
tro estado natural. sobre las peores aberraciones sin despertar en aquel
Lo que a mi entender priva de todo valor autén­ que la ejerce ningún deseo de ponerle término, que
tico a esa idea de sinceridad que ha causado estragos,
sobre todo entre nosotros, desde hace diez años es el 17 A veces resulta difícil no preguntarse si la actividad lite­
raria en cuanto tal no se dirige siempre en cierto grado — ex­
hecho de que sea esencialmente un arma que se niega
cepto cuando es puro lirismo— contra una cierta pureza radical
en absoluto a reconocerse como tal y el hecho de que del alma, lo cual no ocurre en absoluto en lo que respecta a la
el aparente desinterés que ella consagra oculta la ne­ música ni a las artes plásticas.
84 Incredulidad, y fe La piedad según Peter Wust 85

puede, en una palabra, esclarecer las más espesas ti­ mica de amor que actúa al mismo tiempo dentro y
nieblas sin que esas tinieblas pierdan un ápice de su fuera de él. La piedad hacia sí mismo, como sabemos,
sofocante opacidad. no puede permanecer aislada un solo instante de la
Y es que en esto todo depende, supongo, de la piedad hacia el otro; y esto es lo que nos permite
intención que anima la mirada que el alma proyecta reconocer en la piedad tomada en su esencia univer­
sobre sí misma. Lucidez demoníaca, he dicho; sí, por­ sal el lazo que une indisolublemente al hombre con
que en ocasiones es el odio hacia sí mismo y no hacia el conjunto de la naturaleza y con el conjunto del
el pecado lo que actúa en ella, y la «necesidad de mundo de los espíritus. Principio de cohesión abso­
justificación» negativa tiende a borrar toda diferen­ lutamente espiritual, puesto que es un principio de
cia, toda delimitación, tiende a establecer que no hay amor, se opone al encadenamiento de necesidad pu­
pecado puesto que ese pecado se confunde con el ra que fundamenta la unidad de los fenómenos ex­
yo, ya que abarca hasta sus confines todo el territorio clusivamente naturales. Y Wust llega incluso a hablar
de mi ser. de la piedad, muy poco meditadamente en mi opinión,
Existe, pues, una concupiscencia de la sinceridad como del principio sintético de una química de un
que no es sino la exaltación de todas las fuerzas de orden distinto, en el cual se basaría la atracción mu­
negación que hay en mí y que quizá sea la forma más tua entre las almas y su medio. En este caso como
satánica del suicidio: por una perversión desmedida, en otros muchos, se deja arrastrar por un lenguaje que
el extremo orgullo simula la extrema humildad. Al toma prestado demasiado directamente del idealismo
abandonarse así al «demonio del conocimiento» sin alemán de principios del siglo pasado, y ciertamente
haberse sometido previamente a una ascesis, a una avanza con exceso por el camino que conduce a ún
purificación de la voluntad, el alma, sin tener por otra panteísmo que, sin embargo, no quiere a ningún
parte plena conciencia de ello, instaura una idolatría precio.
de sí misma cuyos efectos no pueden ser más que rui­ No obstante, por muy sospechosas que sean las
nosos, desde el momento en que favorecen y mantie­ metáforas de las que no puede evitar el servirse, se
nen esa especie de satisfacción en la desesperación de encuentra en él un sentido, quizá bastante justo des­
la que hemos visto a nuestro alrededor tan inquietan­ de el punto de vista histórico, de la relación que en
tes ejemplos. la antigüedad romana, e incluso en la Edad Media,
Concupiscencia de la sinceridad, idolatría del cono­ unía la vida pública considerada en su coherente uni­
cimiento íntimo, exaltación perversa provocada por el dad con la piedad del hombre en presencia de la na­
análisis despreciativo de sí mismo... He aquí una serie turaleza. ¿Acaso no acierta en amplia medida al sos­
de expresiones sinónimas que designan un mal único: tener que los lazos sociales propenden a relajarse a
la ceguera que permite al yo ignorar la voluntad cós­ partir del momento en que el campesino y el artesano
86 Incredulidad, y fe La piedad según Peter Wust 87

dejan paso al comerciante (y al obrero) y que cuando que han perdido toda piedad con respecto al mundo
el hombre pierde el contacto con el suelo y con las exterior.
cosas tiende a quedar aislado de las raíces mismas de No resulta demasiado fácil determinar exactamente
su existencia, de suerte que es su misma cultura la el valor que conviene conceder a esta especie de re­
que se halla en peligro 18? El campesino, por el hecho quisitoria, animada, a mi entender, por un sentimen­
de depender de la naturaleza, está obligado a mostrar­ talismo un tanto anticuado; las consideraciones de
se paciente con ella. Y gracias a que sus particulari­ este orden corren el riesgo en todo caso de parecer
dades se le han hecho familiares, amasa insensible­ singularmente vanas, puesto que no se ve de ninguna
mente un tesoro de experiencias objetivas, y así acaba manera cómo podría ser «remontada» esta pendiente.
poco a poco por acoger los dones de la tierra como si Entre las objeciones que se oponen a la crítica de
fueran el salario de su trabajo y de su paciencia. Nun­ Wust, hay una cuya fuerza no es más que aparente.
ca se tratará para él de esa «crucifixión de la natu­ ¿Cómo podemos esperar, nos preguntaremos, estable­
raleza», que es la consecuencia de los progresos de cer entre el hombre y la naturaleza unas relaciones
una técnica en la que no entran en juego más que que se basan en una interpretación antropomórfica pe­
la inteligencia y el puro egoísmo y en la que hay que riclitada?
ver como el «estigma» de las ciencias fisicomatemáti­ Pero precisamente hay que responder que el pensa­
cas tal como se han desarrollado en los tiempos mo­ miento moderno da por aceptados sobre este punto
dernos. los postulados metafísicos más discutibles. Además,
Con razón o sin ella, Wust atribuye al kantis­ los espíritus que se creen más totalmente liberados de
mo, en cuanto doctrina filosófica, la responsabili­ una cierta ideología nacida de Auguste Comte admiten
dad inicial de la actitud que estas ciencias implican a pesar de todo como una evidencia que el hombre
y de la especie de fractura de que la naturaleza es progresa desde un estadio infantil del conocimiento
objeto por parte del hombre a partir del momento en hacia un estadio propiamente adulto, y que la ca­
que éste deja de sostener con ella una relación del racterística de un estadio superior al que ha llegado
tipo de las que ligan entre sí a los seres suceptibles hoy día la «élite intelectual» es precisamente la eli­
de respetarse y de comportarse bien los unos con los minación del antropomorfismo. El más extraño rea­
otros. A los ojos de Wust la ciencia mecánica de la lismo del tiempo, y quizá sobre todo la representación
naturaleza es como una técnica de la violación; el más sumaria, más simplista, del crecimiento interior
hombre moderno, dice, está marcado por el signo de están aquí presupuestos; no solamente se glorían de
Caín; un índice «luciferino» marca la cultura de los desconocer todo lo que puede haber de positivo e
incluso de irreemplazable en un cierto candor original
18 Naivitat uni Viet'át, p. 133. del alma, no sólo practican una idolatría de la ex­
88 Incredulidad y fe La piedad según Peier Wust 89

periencia considerada como la única vía de consa­ puesta en duda por la filosofía moderna? Especial­
gración espiritual, sino que también admiten al pie de mente a partir de Kant, el universo no parece com­
la letra que los espíritus no marcan la misma hora portar nada que pueda ser tratado como un centro,
unos y otros, ya que los hay que son «más avanza­ al menos en la acepción teórica del término. Sin em­
dos», es decir — se convenga en ello o no— , más bargo, el pensamiento moderno se ha visto forzado a
próximos a un terminus al que, por paradoja y me­ sustituir ese centro real, a partir de ese instante incon­
diante la más singular contradicción, está prohibido cebible, por un foco imaginario situado en el espíritu.
llegar incluso con el pensamiento. De manera que el Y se podría sostener sin paradoja que la «revolución
progreso no consiste ya en aproximarse a un fin, sino copernicana» tuvo como consecuencia la instauración
que se define por una cualidad absolutamente intrín­ de un nuevo antropocentrismo, absolutamente distin­
seca, cuyas contrapartidas de sombra, de envejeci­ to del antiguo, puesto que ya no considera al hom­
miento, de esclerosis, se niegan a considerar, sin duda bre en cuanto ser, sino como conjunto de funcio­
porque creen moverse en una zona de pensamiento nes epistemológicas. Este antropocentrismo excluye
despersonalizado, de la cual quedarían excluidas por también toda tentativa de «figurarse» las cosas a se­
esencia esas vicisitudes inseparables de la carne. mejanza del hombre, y aún quizá de figurárselas de
Ahora bien, desde el momento en que se admite ningún modo. El sentido de la analogía se anula al
con la teología cristiana que el hombre es en cierto mismo tiempo que se anula el de la forma y, con ellos,
grado una imagen de Dios, no sólo no se puede pro­ lo concreto es absorbido por lo que podríamos llamar
nunciar un veredicto negativo contra el antropomor­ el abismo activo, esto es, activamente devorador, de
fismo, sino que tal condenación parece entrañar un la ciencia. Y se diría que actualmente se está preci­
peligro espiritual indudable. «El punto de vista que sando una nueva alternativa entre el antropocentrismo
prevaleció entre los filósofos modernos — dice Peter deshumanizado, hacia el que tienden las teorías idea­
Wust— resultó radicalmente falso tan pronto como listas del conocimiento, y un teocentrismo que, si bien
su mirada se fijó en la infinidad del universo mecánico toma plena conciencia de sí mismo en los herederos
y tan pronto como se abrió paso la opinión de que el del pensamiento medieval, no parece haber sido aún
hombre debía ser expulsado de su puesto central en el más que indistintamente entrevisto por los filósofos
cosmos, ya que no es más que un punto insignificante profanos que, rompiendo con toda la especulación
en la infinita extensión de esta totalidad cósmica» 19. surgida de Kant, se niegan no obstante a reconocer en
Cierto. Pero ¿no sería más exacto decir que es la su plenitud esa exigencia ontológica que ocupa el
idea misma de «centro del mundo» la que ha sido centro de la vida y que acaso sea el último secreto del
que la vida no es más que el oscuro, el laborioso alum­
19 Naivitat und Viet'át, p. 161. bramiento.
90 Incredulidad y fe La piedad según Peter Wust 91

Es este teocentrismo el que conviene a todas luces ma cada vez más intensa en torno al Tú universal del
subrayar si se quiere determinar el lugar que corres­ ser y de toda comunidad ontológica» 21.
ponde a la piedad en el conjunto de la economía es­ Desde luego, conviene hacer abstracción de una
piritual. «La piedad — decía ya Fichte— nos obliga terminología demasiado directamente inspirada en esta
a respetar a cualquiera que nos presente un rostro ocasión en la doctrina de Fichte. Así podremos recono­
humano.» «Pero así — añade Wust— se convierte en cer la significación íntima y concreta de la idea que
el lazo que transforma a la sociedad universal de los expresa.
espíritus en una unidad terrestre y supraterrestre con­ A los ojos de Wust, es una ilusión engendrada por
sagrada por entero y al unísono, en una civitas Dei, en el orgullo la que nos lleva a imaginarnos que entra­
el sentido agustiniano del término, o también en una remos tanto más inmediatamente en posesión de nos­
Iglesia cuyos miembros, sufrientes, militantes y triun­ otros mismos y de nuestra realidad cuanto mejor ha­
fantes, están ligados por la relación filial que les une yamos sabido emanciparnos de las comunidades particu­
a su Padre celestial, invitados todos ellos, sin excep­ lares, a las cuales pertenecemos en principio. Al disipar,
ción, a ocupar un lugar en la Cena eterna del Es­ siguiendo a Tónnies, la confusión, tan preñada de
píritu» 20. consecuencias, establecida en nuestros días por la es­
Aunque la expresión deja todavía algo que desear cuela sociológica, Wust nos recuerda que es preciso
en cuanto al rigor de los términos, pienso que no se mantener una distinción estricta entre comunidad y
puede por menos de alabar el universalismo del que sociedad.
han sido extraídas estas declaraciones que resuenan Tónnies entendía por comunidad una unión basada
con un tono tan puro y tan amplio. Tales declaracio­ en la consanguinidad y en el amor, una unión tal que
nes subrayan sobre todo de manera maravillosa la sus miembros se entrelazan en cierto modo orgánica­
prioridad absoluta que corresponde en este orden a mente. El término sociedad designa, por el contrario,
la piedad hacia lo que Wust denomina el Tú univer­ un tipo de unión fundado en el puro entendimiento,
sal. «La paradoja del espíritu perfecto — escribe— ra­ dejando aparte todo amor, y sobre un cálculo exclu­
dica en el hecho de que permanece sometido a la sivamente egoísta. Pero la filosofía pesimista de la
polaridad perpetua que ejercen sobre él el yo y el tú. cultura que caracteriza a Tónnies no le permitió dis­
Cierto que trata de sobrepasarla, puesto que le es cernir por completo las consecuencias de esta distin­
preciso convertirse en un yo puro, pero no puede ción, ni siquiera interpretarlas con perfecta exactitud.
convertirse en ese yo puro más que gravitando de for­ Y quizá suponga una cierta imprudencia por su parte
el haber concedido semejante valor a los «lazos de

20 Ibid., p, 151, 2* Ibid., p. 139.


52 Incredulidad, y fe
La piedad según Peter Wust 93
sangre». Existe una verdadera comunidad allí donde el
actividad que se ejerce según el modelo del principio
hombre salvaguarda lo que podríamos llamar las liga­
ciego, el puro esto que rige la naturaleza. En otros
duras fundamentales de su ser, allí donde afirma y
términos, la ontología de Spinoza ¿debe ser conside­
confirma «esa inclinación natural al amor que es por
rada como valedera? Pero es que esta ontología, afir­
sí misma amor y que penetra la infraestructura de su
ma Wust en unos términos que nos hacen pensar en
alma», a la manera de una atmósfera, pero una at­
Renouvier, supone siempre el desconocimiento de la
mósfera que sería al mismo tiempo una presencia.
prioridad necesaria del principio de la persona con res­
Wust, utilizando una atrevida metáfora, la compara a
pecto al principio de la cosa. Es imposible concebir en
un acumulador que no se descargase jamás o incluso
Dios la existencia de una zona, por limitada que sea,
a una bomba que hiciese subir desde las profundida­
que permanezca opaca a esta luz, no solamente cen­
des las «potencias de eternidad del espíritu en el or­
tral, sino única, que es personalidad absoluta. El Logos
ganismo autónomo que constituye nuestra propia per­
no es extraño -—ni aun en la mínima medida que se
sona». No obstante, y a pesar de ciertas apariencias,
pueda serlo— a la espiritualidad de la persona divina.
Wust no sacrifica nada a los abusos de esta metafísica
Se confunde con ella en una identidad íntima e in-
del es, es decir, del espíritu impersonal. Muy al con­
disociable para siempre.
trario, señala incesantemente sus peligros. Se niega
Pero el abismo de amor ( Liebesabgrund) que existe
incluso — en una página que mucho me agradaría
en Dios y en el cual se anega nuestra mirada no puede
citar en su totalidad— a admitir la existencia de esa
ya ser tratado como una naturaleza (irracional en esta
naturaleza en Dios que se mantiene en ciertas doctri­
ocasión) que estaría en él como un principio segun­
nas teístas — quizá se pueda incluir entre ellas la del
do e irreductible: «Solamente para nosotros este amor
Schelling del último período— como una superviven­
eterno del Creador, que le ha obligado a salir de su
cia de los mismos errores con que pretendían acabar
bienaventurada autosuficiencia, se muestra como un
para siempre. Evidentemente, el término naturaleza
principio irracional que parece manifestarse bajo una
no debe ser tomado aquí en la acepción de esencia.
forma impersonal y aparte de la divinidad; pero en
«En ese sentido, es claro que existe una naturaleza en
realidad nos da solamente un aspecto nuevo de su
Dios, puesto que todo lo que es posee y debe poseer
esencia puramente personal, un aspecto susceptible de
una esencia.» El problema estriba en saber si existe
revelarnos la espiritualidad de la persona absoluta de
en la realidad del espíritu absoluto una zona transper­
Dios, y ello según las dimensiones de su libre acti­
sonal y, por ello, «impersonal»22, de la cual proce­
vidad» 23. Ahora bien, si es así, está claro que una ac­
dería de modo natural la actividad de la persona,
tividad espiritual perfecta, cualquiera que sea, desde

22 Ibid., p. 34.
23 Ibid., p. 163.
La piedad según Peter Wust 95
^ Incredulidad y fe

el momento en que se orienta en un sentido positivo, su Dialéctica del espíritu, no se trata de un sacrifi-
es decir, hacia el orden, no puede basarse más que en cium intellectus, es decir, de una abdicación del es­
el amor. A decir verdad, se trata menos de un eco que píritu, lo cual no sena mas que un acto de desespera­
de una respuesta, a la vez confusa e ininteligible, que ción. Lo que nos pide, a mi entender, es que aban­
el Amor eterno de Dios se suscita a sí mismo. Al donemos de una vez para siempre cierto tipo de exi­
afirmar de manera igualmente categórica la prioridad gencias — incluso aquella mediante la cual se define
del amor sobre el orden, Wust descarta incluso la po­ lo que él denomina agnosticismo absoluto— , que re­
sibilidad de esa idolatría del intelecto o, lo que viene nunciemos, en consecuencia, a la idea de un saber
a ser lo mismo, de las verdades eternas, la cual último, susceptible de desplegarse en un todo orgá­
limita de tal modo la afirmación teísta que quizá le nico que se revela incompatible con los caracteres fun­
arrebate su valor mas positivo. Hay que subrayar, damentales del Ser. Es en esto, en esta noción o, más
además, que en toda esta parte de su doctrina Wust exactamente, en este presentimiento del valor metafí-
se apoya en la teoría agustiniana y hace suya la famo­ sico que posee por derecho propio la humildad, don­
sa fórmula omnia amare in Deo, fórmula que se en­ de reside, por lo menos en mi opinión, la aportación
cuentra manifiestamente en el punto de convergencia quizá más original de Wust a la especulación con­
de todas sus opiniones sobre la piedad; y, en particu­ temporánea.
lar, queda perfectamente claro el hecho central de Y sin duda la idea conexa, según la cual el orgullo
que la piedad hacia sí mismo no es en el fondo más es un principio de ceguera, forma parte de lo que se
que una modalidad del temor de Dios, y sólo degene­ podría llamar la biblioteca básica de la sabiduría hu­
ra en egoísmo y en principio universal de error cuan­ mana; es una de esas perogrulladas sepultadas bajo el
do se aparta indebidamente de esta piedad superior y polvo de los siglos que ya no nos molestamos en
cuando desvia su actividad hacia la «zona de inma­ exhumar, seguramente porque su fecundidad espiritual
nencia»; es decir, hacia la más falaz autonomía. parece agotada para siempre. Y, sin embargo, si nos
Es fácil comprender que Wust nos invita a operar tomásemos el trabajo de aplicar en el campo del pen­
un «restablecimiento» espiritual completo— esto es, samiento despersonalizado, o pretendidamente tal, este
de la persona entera, tanto de su inteligencia co­ lugar común de la moral individual, acaso quedáse­
mo de su voluntad— . Y yo creo que se puede mos sorprendidos de los horizontes que se desple­
afirmar sin cometer con ello ninguna indiscreción que garían de repente ante nuestra mirada interior.
es un restablecimiento semejante el que Wust ha lle­ Hemos de decir todavía que a este respecto se im­
vado a cabo en sí mismo, con una especie de heroísmo pone una inmensa labor crítica: es preciso llevar a
ingenuo, en el curso de estos últimos años. Por lo cabo el más profundo y el mas exhaustivo examen de
demás, y así lo ha dicho expresamente al final de todos los postulados que sobrentiende, con una desen-
Incredulidad y fe

voltura verdaderamente sorprendente, un pensamiento


que, tras haber despojado al espíritu de sus atributos
y de su capacidad ontológica, no deja de conferirle en
el mismo grado algunas de las más terribles prerrogati­
vas de Aquel a quien tal pensamiento se imagina haber IV
destronado.
LA VIDA Y LO SAGRADO

Quisiera precisar, ante todo, el sentido de las refle­


xiones que van a exponerse a continuación. Es eviden­
te que el gran problema de las relaciones entre la
vida y lo sagrado podría dar lugar a una extensa en­
cuesta sociológica, cuyo interés intrínseco sería con­
siderable. Pero aparte de que yo no estoy cualificado
para dirigirla, tampoco estoy convencido de que una
investigación de este orden sea capaz de aclarar de
alguna manera el problema que me ocupa.
El estudio cuyo esbozo pretendo presentar aquí
será de orden puramente fenomenológico. Y entien­
do por ello que se tratará de buscar en qué medida
para nosotros, hombres de 1968, sigue siendo posible
entender la frase de Blake «todo lo que vive es sa­
grado», o al menos retener algo de esta afirmación
muy general que inmediatamente suscita en nosotros
mil objeciones. Cuando digo hombres de 1968, me
refiero al hecho de que sin duda estamos implicados
en una especie de mutación prodigiosa. Y digo bien,
implicados. Porque no basta con decir que asistimos
a ella. Este cambio nos concierne, querámoslo o no,
y únicamente una tentativa no sólo artificial, sino
también absurda, nos permitiría intentar refugiarnos
en no sé qué especie de ciudadela vitalicia en la que
7
98 Incredulidad y fe la vida y lo sagrado 99

permaneciésemos al abrigo de una transformación ra­ sentido? Mejor será buscar o aclarar su significación.
dical que parece afectar más o menos directamente a Pronto descubrimos que hablar así de la vida es
todo aquello que ha constituido para nosotros la exis­ precisamente evocar algo que se sitúa fuera de los que
tencia hasta el presente. Pero decir que nos hallamos podrían llamarse los cuadros estereotipados del pen­
inmersos en esta mutación no significa pura y simple­ samiento discursivo, en el sentido de que no se trata
mente el que tengamos que someternos a un proceso ni de algo particular ni, propiamente hablando, de una
fatal, y a fortiori justificarlo. Esto sería demasiado idea general. En rigor, se podría llegar a pensar en
simple, y el interés principal de una investigación los trascendentales aristotélicos, pero me guardaría de
como ésta consiste precisamente en discernir, de una afirmar que esta aproximación sea capaz de resistir un
parte, lo que es inevitable, y de otra, lo que debe análisis profundo. Lo que está perfectamente claro, en
impedirse. cambio, es que si digo que amo la vida no me refiero
De todos modos este capítulo tratará de lo que, de con ello al hecho puro y simple de existir biológi­
una manera muy general, podría llamarse la actitud camente. Me refiero, por el contrario, a todo un con­
del hombre contemporáneo ante la vida. A este res­ junto especificable de objetos o experiencias en rela­
pecto apenas puede dejar de surgir una objeción pre­ ción con los cuales esta existencia cobra una determi­
via; pienso, por ejemplo, en lo que un neopositivista nada disposición. Voy a referirme en este momento
anglosajón, como los que me he encontrado en mi ca­ a una observación que encontré en un estudio del pro­
mino por los Estados Unidos, no habría dejado de fesor Tanaki Fujui, del Instituto de Zoología de
observar a este respecto: no tiene ningún sentido el Tokio, y que tengo ante mis ojos. Fujui observa, en
hablar de actitud ante la vida, porque la vida es una efecto, con mucha razón, que cuando hablamos de la
abstracción. Ahora bien, no se puede adoptar una vida nunca nos limitamos a considerar al ser viviente
actitud, en el sentido concreto de esta palabra, sino de una forma exclusiva, sino que, al mismo tiempo,
tenemos en cuenta a todo lo que le rodea, es decir,
en presencia de tal o cual realidad concreta y especí­
fica: tal ser humano, tal animal o incluso, en rigor, todos aquellos objetos a los cuales se halla ligada su
actividad. Por lo demás, cae de su peso que esta ac­
tal objeto inanimado. Pero hemos de responder que
tividad en cuanto tal implica estos objetos y que
justamente se trata de saber si la vida es una abs­
sin ellos no existiría, no sería posible. Esta observa­
tracción. Aquí, como en otras ocasiones, vamos a pro­
ción puede parecer a primera vista evidente, hasta el
ceder partiendo de una experiencia concreta. Todo
punto de antojársenos como una perogrullada. Sin
el mundo ha dicho en alguna ocasión o ha oído
embargo, creo que es más importante de lo que pa­
decir frases espontáneas como ésta: «Cuánto me
rece y que debemos tenerla muy en cuenta cuando
gusta la vida», o: «Ya no me interesa la vida.»
consideremos la relación entre la vida y lo sagrado.
¿Dirá alguien que estas palabras no tienen ningún
100 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 101

Es manifiesto desde este momento que ello se aplica Pero esta referencia a mi vida viene de alguna ma­
directamente a las dos afirmaciones de sentido con­ nera a conferir su timbre individual, su fisonomía a
trario que he sentado hace un instante. Decir amo to­ una afirmación que parece referirse a la vida en su
davía la vida significa, ante todo, que continúo intere­ generalidad. Por lo demás, creo que tenemos dere­
sándome por todo lo que se presenta. Hay que la­ cho a prescindir aquí de las opiniones sostenidas más
mentar que el término occurrence (ocurrencia) no pue­ o menos explícitamente acerca del «principio» desig­
da tomarse en francés en el mismo sentido que tiene nado por estas dos palabras: la vida. Sin embargo,
en inglés (acontecimiento). Este interés se asemeja en habrá que volver más tarde sobre este punto.
cierta manera al apetito, si se toma esta palabra en Antes de ir más lejos, preguntémonos cuál es exac­
su sentido corriente y no filosófico. Por el contrario, tamente el lugar de la biología, en cuanto tal, den­
el que dice no amar ya la vida entiende por ello que tro del marco de las reflexiones que intentamos des­
lo que se presenta le es ahora indiferente. Por supues­ arrollar. La cuestión es delicada, porque la palabra bio­
to que uno puede preguntarse si no se tratará de una logía puede tomarse en acepciones muy diferentes.
ilusión, y si el mero hecho de vivir no entraña ya, aun­ Cuando, por ejemplo, Bergson decía (equivocadamente
que sea en mínimo grado, un interés o un apetito. en mi opinión) «toda moral es biológica», tomaba
Sin embargo, todavía debemos prever una objeción esta palabra en una acepción extraordinariamente am­
sobre la que sin duda merece la pena que nos deten­ plia. Para evitar confusiones enojosas, me parece pre­
gamos. Introducir en la noción misma de vida estos ferible tomar el término «biológico» en un sentido
objetos o estas ocurrencias, ¿no supone de alguna ma­ limitado, designando como tal todo aquello que tiene
nera romper la unidad que parecía implicada en el relación con un determinado funcionamiento suscepti­
propio hecho de hablar de la vida, no significa sus­ ble de ser estudiado de manera estrictamente objetiva.
tituir ésta por una especie de multiplicidad inconsis­ Nuestro estudio, precisamente para ser objetivo, in­
tente y como pulverulenta? tentará abstraerse de toda consideración axiológica,
Para responder tal pregunta conviene referirse a la es decir, dejar abierta la cuestión de saber no sólo si
experiencia que subyace en cierto modo en la afir­ la vida es buena o mala, sino también la más pro­
mación. Esta experiencia inarticulada es la de mi funda de si esta cuestión tiene algún sentido. A la luz
vida, que apenas puedo dejar de experimentar, o de lo que se ha dicho más arriba, hay que preguntar,
al menos de considerar como una unidad, la de sin embargo, si una eliminación semejante del ele­
una determinada trayectoria que tengo que efectuar, mento axiológico no resulta de alguna manera arbitra­
por ejemplo. Es esta unidad de alguna manera pre­ ria o incluso absurda, puesto que sucede, como he
supuesta la que, sin darme cuenta, proyecto en mi indicado de pasada, que el hecho de vivir implica un
afirmación referida a la vida. rudimento de interés o apetito y que este interés o
102 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 103

apetito comporta en realidad algo como una apre­ se halla como en suspensión dentro de su atmósfera
ciación en estado naciente. Sin embargo, parece acon­ mental. Supongamos, por ejemplo, que un sabio consi­
tecer que, dentro de la lógica de una ciencia como gue «fabricar vida» — por supuesto que tal invención
ésta, en la medida en que concede un puesto cada vez sería algo inmediatamente celebrado por la prensa sen-
más amplio a las investigaciones de orden fisicoquí- sacionalista— . Lo más probable es que al profano no
mico, minimiza, hasta el punto de anularlo práctica­ le causaría apenas ningún asombro: al oír hablar conti­
mente, este elemento que, por el contrario, se les an­ nuamente del «cerebro electrónico» (sin que, por lo
toja de alguna manera a los filósofos como un reducto demás, pueda comprender exactamente qué significa),
axiológico. Si por biólogo puro se entiende quien se el hombre de la calle se ha habituado a admitir que
concreta lo más que puede a este camino, habrá que la técnica tiene ya más o menos descubierto el secreto
reconocer, en mi opinión, que para el biólogo la frase de la vida, que a partir de ese momento sufre una es­
de Blake que he citado al comienzo de este estudio pecie de devaluación general. ¿Y en beneficio de qué
no tiene, rigurosamente hablando, ningún sentido. se produce esta devaluación? Sin duda hay que respon­
Pero, por otra parte, parece bastante claro que no der que en beneficio del hombre, de la inteligencia
es, de ninguna manera, sobre el terreno de la biología del hombre, del ingenium humano, que se traduce por
donde debemos colocarnos para dilucidar el sentido el desarrollo de la técnica. Por supuesto que se guar­
de las actitudes que nos vemos precisados a adoptar, dará uno de interrogarse sobre las condiciones de po­
en cuanto seres humanos, frente a «nuestra» vida sibilidad o de enraizamiento de esta inteligencia o de
y frente a esa especie de prolongación indeterminada este ingenium, considerado fuera de toda relación con
que añadimos cuando hablamos de «la» vida. A decir la vida, con lo individual, con lo afectivo. Es curioso
verdad, queda por preguntarse si esta idea de una bio­ hacer notar de pasada que un espíritu esclarecido
logía pura, es decir, enteramente seccionada de toda como el de Paul Valéry, en la medida en que su pen­
referencia a nuestra vida y al mismo tiempo de una samiento es susceptible de ser vulgarizado, habrá con­
axiología, cualquiera que sea, no es sino una ficción o, tribuido desde un plano superior a acreditar una no­
al menos, una expresión bastante arbitrariamente em­ ción como ésta, cuya naturaleza tiende, por lo demás,
pobrecida de una ciencia mucho más amplia en su pro­ a entusiasmar a las inteligencias primarias. Pero en
yecto fundamental. En realidad, es a la propia biolo­ la medida en que se imponga este primado de la inte­
gía a la que toca decidirlo. Lo que sí hay que decir ligencia técnica, la vida, de cualquier manera que se
y lo que importa sobremanera es que la idea de una pretenda definirla, aparecerá cada vez más como un
biología que no tiene ninguna relación con el valor, cierto tipo de energía, que no diferirá esencialmente
ni siquiera con la finalidad, es ya algo que pesa sobre de otras fuerzas naturales. Recordemos, por ejemplo,
la conciencia del hombre contemporáneo, en el que que un Bernard Shaw, en los prefacios de sus obras,
104 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 105

se sirve continuamente de la expresión Life-Force. nológica no puede dejar de discutir una situación
Si se admite que, en suma, no hay diferencia de na­ como ésta, así como el dualismo sin duda absurdo
turaleza entre la vida y las fuerzas o manifestaciones que implica. Dualismo, repitámoslo para aclararlo
que estudian las ciencias fisicoquímicas, habrá que mejor, entre una experiencia del yo viviente, del
aceptar que de ello se deducen necesariamente conse­ yo que ha vivido y que tiene que vivir, de una parte,
cuencias de extrema gravedad; y me refiero, ante todo, y de otra parte, lo que en el hombre de la calle no
a la idea de una regulación racional, si no de la vida, es sino un saber pretendido, extraído de algún artícu­
al menos de sus manifestaciones. Por otra parte, que­ lo de un Digest, y que no tiene en sí más que una
da abierta la cuestión de saber si esta distinción entre lejana relación con la ciencia auténtica actualizada en
la vida y sus manifestaciones no es una trasposición la investigación. (Sin embargo, convendría pregun­
de la oposición tradicional, y sin duda filosóficamente tarse si el investigador, si el mismo biólogo, no se ve
periclitada, entre la sustancia y los accidentes. Mas impulsado a establecer algo así como un muro in­
está claro que la idea de eso que se llama corriente­ franqueable entre esta ciencia, que es la suya, y su
mente el control de la natalidad procede de un pensa­ propia experiencia como ser viviente, que, en cuan­
miento regulador y técnico como el que acabo de citar. to tal, se encuentra después de todo al mismo nivel
Conviene no olvidar la observación general que que el hombre de la calle.) De lo que el fenome-
hice de pasada sobre el hecho de que, cuando hablo nólogo se librará a buen seguro es de devaluar a priori
de la vida, mi discurso implica una referencia básica esta experiencia de mi vida, que está en realidad, y
y como inarticulada a mi vida. Expresaré bastante seguirá estando, en el comienzo de todo saber consi­
exactamente lo que quiero manifestar diciendo que la derado concretamente, es decir, en tanto que no se
experiencia de mi vida, tan difícil de pensar, por lo deja reducir a un conjunto de proposiciones formu­
demás, irriga secretamente de alguna manera la no­ ladas de manera que ya no puedan ser asimiladas por
ción confusa que tiendo a formarme de la vida aparte cualquiera, sino por todo ser humano que haya reci­
de todo saber biológico. Todo parece suceder como bido una formación previa adecuada; en otros tér­
si el biólogo, en cuanto tal, estimase no tener nada minos, esa experiencia es anterior a todo saber escolari-
que ver con esta comunicación o esta articulación. zado. Y me pregunto al escribir estas líneas si no se
Y en la medida en que, como hemos visto, el hom­ deja entrever aquí una distinción, de la mayor impor­
bre de la calle está en cierto modo impresionado por tancia, entre lo escolarizado y lo no escolarizable. Pero
esta actitud del científico, tiende, cuando habla, o cree justamente la experiencia de mi vida, en cuanto tal,
hablar, sobre la vida, a obturar la comunicación en repugna fundamentalmente toda posible escolariza-
cuestión y olvidar su condición de ser vivo. ción. Quizá sea por esto por lo que puede de alguna
Ahora bien, es evidente que la reflexión fenome- manera abrirse hacia lo sagrado.
106 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 107

Desembocamos así al término de este largo trayecto ciones reveladas. Mas éste es un terreno sobre el cual
en el problema fundamental. Pero quizá hayamos pre­ no es cuestión de aventurarse ahora.
sentido ya en el curso de esta trayectoria hasta qué Sin duda que se podrá objetar que la distinción
punto el desarrollo de lo que se podría llamar, para aquí establecida o presupuesta entre esta realidad mis­
simplificar, una biología sin alma tiende a disipar todo teriosa, de una parte, y sus expresiones juzgadas como
significado de la frase de Blake citada al comienzo: contingentes, de otra, resulta arbitraria y artificial.
«Todo lo que vive es sagrado.» Lo que en mi opinión la justifica es el hecho de que
Los datos de este problema son, no obstante, toda­ cierto sentido de lo sagrado, cuya naturaleza queda
vía mucho más complejos y desconcertantes de lo que sin precisar, puede subsistir para una serie de perso­
puede parecer en el punto en que nos encontramos. nas que rechazan todo ritualismo y no se adhieren a
A buen seguro sería completamente falso decir que la ninguna confesión. Habrá quien responda que, en un
desacralización de la vida ■ — también habría que pre­ caso semejante, la afirmación de lo sagrado no es más
cisar más lo que estas palabras significan— se opera que una especie de supervivencia, llamada probable­
exclusivamente bajo la presión del docto o del técnico mente a desaparecer con bastante rapidez. Ahora bien,
y de las expresiones vulgarizadas a que su trabajo da en éste, como en otros casos, las consideraciones de or­
lugar. Hasta el momento, la palabra sagrado no ha den genético no permiten decidir el valor o la signifi­
sido empleada aquí sino de un modo alusivo. No es­ cación esencial de un juicio (para precisar el valor de
tará de más precisar la significación que comporta la moral de Kant, por ejemplo, no basta con decir que
cuando un hombre trata de aplicarla en referencia a ésta es la expresión laicizada de un cierto pietismo).
su vida, incluso aunque sea en forma negativa. A pri­ Frente al caso que nos ocupa, los argumentos y discu­
mera vista puede parecer que esta palabra designa una siones de este tipo nos exponen a ocultar el problema
red de ritos en los cuales mi vida — entiéndase por esencial, que consiste, ante todo, en descubrir si la
ello lo que un ser humano llama su vida— se encon­ desacralización radical de la vida — y habría que pre­
traría como encerrada. Pero no dudaré en decir que, guntarse qué significan estas palabras con exactitud—
en mi opinión, estos ritos, en cuanto tales, proce­ no contribuye a deshumanizarla. Y aquí también nos
den (en cierto modo) de la sociología. Nosotros sólo encontramos ante una palabra cuyo sentido debe ser
vamos a tomar en consideración aquellos que se refie­ claramente determinado.
ran a una cierta realidad misteriosa. El problema que­ Para aclarar lo que quiero decir citaré algunas líneas
da, pues, abierto. Nos gustaría saber si estos ritos, de una conferencia titulada Consideraciones sobre la
en una religión dada, significan algo más que expre­ incredulidad contemporánea.
siones transitorias y necesariamente inadecuadas o si, «La religión en su pureza... funda, en efecto, un or­
por el contrario, es necesario mirarlos como institu­ den en que el sujeto se encuentra colocado en presen-
108 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 109
cia de algo en donde todo asidero le es negado. Si la de ser tan concreto como se pueda, me referiré, por
palabra trascendencia tiene alguna significación es, sin ejemplo, a lo que pude experimentar personalmente
duda, ésta. Designa exactamente esa especie de inter­ en ciertos jardines o bosques sagrados del Japón, o
valo absoluto, infranqueable, que se abre entre el alma mucho más recientemente, en los alrededores de San
y el ser, en cuanto que éste se oculta a su percepción. Francisco.
Nada más característico que el gesto del creyente que, También aquí tengo que prever una posible obje­
juntando las manos, atestigua por este mismo gesto ción, que podría expresarse en los siguientes térmi­
que no hay nada que hacer, nada que cambiar, sino nos: «Cuando habla usted de bosques sagrados — pen­
simplemente que acaba de entregarse. Gesto de dedi­ semos, por ejemplo, en el que rodea el templo de
cación o de adoración. Podemos añadir aún que se trata Isé— , no le está permitido no hacer referencia al
del sentimiento de lo sagrado, sentimiento en el que sintoísmo, lo que viene a decir que tampoco en este
entran a la vez el respeto, el temor y el amor. Subra­ caso lo sagrado puede separarse de sus contactos con
yemos que no se trata en absoluto de un estado pasi­ una determinada realidad sociológica.»
vo; pretenderlo así supondría sobreentender que toda Pero yo diría, hablando también aquí como feno-
actividad digna de este nombre es una actividad téc­ menólogo, que al expresarse así se invierte el orden
nica, que consiste en coger, modificar, elaborar» real de los términos: fue partiendo de esta experien­
Para comprender hasta qué punto sería inexacto el cia de lo sagrado que me fue dado llevar a cabo
pretender que esta actitud de adoración implica una en las inmediaciones de Isé como he creído — qui­
religión confesional, basta con evocar la adoración de zá equivocadamente— entrever lo que puede ser el
una madre ante su hijo. Una experiencia a la vez tan sintoísmo captado desde dentro. En cambio sería con­
simple y tan original parece ponernos en presencia de trario a toda verdad el decir que las muy vagas no­
algo sagrado, que sería de algún modo inmanente, no ciones que yo pudiese tener sobre el sintoísmo hayan
respecto a la vida, sino al viviente. Y si empleo la pa­ contribuido en algún grado a permitirme experimentar
labra original es precisamente para señalar hasta qué este sentimiento. Por lo demás, no es necesario hacer
punto toda tentativa de reducción genética resultaría diez o quince mil kilómetros para encontrar lo sagra­
si no impracticable al menos inoperante. do; hablo una vez más de lo sagrado que aquí nos
Por lo demás, se podría citar en el mismo sentido interesa dentro de la perspectiva adoptada; es decir,
toda clase de experiencias referidas a la naturaleza de un sentido de lo sagrado directamente ligado a la
viviente cuando ésta se manifiesta como objeto de vida. Haré notar solamente • — porque me parece im­
contemplación. Sin embargo, como es preciso tratar portante para toda nuestra indagación— que los ja­
poneses parecen haber ido por este camino mucho más
J Cf. I, p. 26. lejos que nosotros, los occidentales.
110 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 111

Estas indicaciones o trazos, en su misma disconti­ de obligarnos a precisar con mayor cuidado lo que he
nuidad, tienen por objeto atraer la atención tan con­ querido decir al hablar de una misteriosa realidad. Sin
cretamente como sea posible sobre ese nexus impli­ duda hay que reconocer que, si las reacciones evoca­
cado en la afirmación de Blake. Creo que cada cual das son de orden exclusivamente afectivo, no pueden
reconocerá, si es sincero, que hay puntos en su vida considerarse como dignas de ser retenidas en un con­
en que esta experiencia aflora. Pero al mismo tiempo texto como el presente. Pero lo cierto es que, de
es completamente cierto que todas las fuerzas actuan­ hecho, nos encontramos más allá de la simple afecti­
tes en el mundo que vemos tomar cuerpo a nuestro vidad, y que lo sagrado no es tal más que si deter­
alrededor parecen coaligarse para favorecer un modo mina un comportamiento. Lo que hemos creído ver
de pensamiento que viene a tachar de nulas estas ex­ de pasada es que este comportamiento es de naturaleza
periencias, con preferencia declarándolas tributarias opuesta a todo lo que se asemeje a la puesta en prác­
de una sociología genética que propende a su deva­ tica de una técnica, o más concretamente todavía, a
luación. todo lo que pueda pertenecer al orden de la destreza
También en este punto quedo expuesto a una obje­ o de la manipulación. No obstante, esta determinación
ción cuyo valor, al menos aparente, no se puede subes­ negativa no es suficiente y conviene en particular
timar: «¿Cómo no ve — se me dirá— que si, única­ ceñirse cuidadosamente a la tarea de definir el sentido
mente a partir de experiencias como las citadas y que jerarquizado de un verbo tal como respetar. Es evi­
tienen un carácter esporádico y como inarticulado, dente que este verbo, como tantos otros, como servir,
espera conferir un contenido a la palabra sagrado en por ejemplo, se halla sujeto a una verdadera devalua­
referencia a lo que cada uno de nosotros llama su ción. Pensemos, por ejemplo, en lo que significa res­
vida, camina usted hacia un fracaso seguro? Interro­ petar una consigna: quiere decir simplemente confor­
garse como usted ha pretendido hacerlo sobre las re­ marse, quizá automáticamente, para evitar las conse­
laciones entre la vida y lo sagrado es dar por sentado, cuencias enojosas a las que uno se vería expuesto en
de manera más o menos hipotética, que lo sagrado caso de trasgresión. Tal manera de respetar no com­
existe, que tiene una consistencia (de otro modo uno porta en realidad nada que se parezca a lo que nos­
se contentaría con buscar si por algunos de sus as­ otros llamamos de una manera muy general el res­
pectos — quizá los más contingentes— la vida tiende peto. Pero no habrá ningún problema en imaginar
a despertar en tal o cual persona reacciones afectivas, casos concretos en que el respeto propiamente dicho
de las que siempre se podrá pensar que no son sino pueda tomarse en consideración. Tomemos el caso de
supervivencias debilitadas de creencias abatidas, ve­ una conversación con un ser víctima de un gran dolor
nerables o no).» moral. Aquí respetar será algo muy distinto a confor­
Como toda objeción honrada, ésta tiene el mérito marse con una consigna; porque este respeto, que se
112 Incredulidad y fe ta vida y lo sagrado 113

traducirá quizá por una cierta cualidad del silencio, principio absoluto. Y al orientar nuestra mirada en esa
implicará el reconocimiento de una especie de digni­ dirección descubriremos como la lejana posibilidad de
dad. Sin necesidad de profundizar en la esencia de enlazar esta especie de virginidad con lo que, en otra
esta dignidad observaremos que nos encontramos en dimensión, sería propiamente hablando santidad,
las inmediaciones de lo sagrado. Otro ejemplo resulta­ sanctitas.
rá todavía más significativo: se trata también de una En lo que a mí concierne, y tras haber reflexionado
relación interpersonal, pero con un ser muy joven, largamente sobre ello, es aquí, es exclusivamente aquí,
muy inocente, en el que tendremos que respetar preci­ donde creo poder distinguir como una articulación
samente su inocencia, absteniéndonos, intencionada­ entre la vida y lo sagrado. Por lo demás, no hay por
mente incluso, hasta de alusiones que amenazarían qué disimular que semejante posición resulta extrema­
con corromperla o contaminarla. Lo que hay que sub­ damente difícil de mantener, y ello por la razón pro­
rayar y que sin duda es importante para nuestro pro­ funda de que eso que nosotros llamamos vida, en su
pósito es que precisamente esta inocencia — esta ino­ propio desarrollo y por la fatalidad de envejecimiento
cencia que un cierto psicoanálisis muy sospechoso pa­ y desgaste que parece serle inmanente, se presenta a
rece dedicarse a descuartizar— se nos presenta como la observación como algo de alguna forma desviado
original; más profundamente todavía parece que este o dirigido contra esta integridad que posee al comien­
su carácter original sea el signo de la integridad. Tam­ zo. Parece muy difícil negar que se encuentre, si
bién aquí, por supuesto, hemos de tener cuidado con no en su principio, del cual ignoramos todo, al menos
el valor exacto de las palabras. El término integridad en sus manifestaciones, como gravada por esta contra­
no está tomado en el sentido que habitualmente se dicción, y ello aclara la dificultad en que caemos cuan­
le da cuando se habla de un hombre íntegro, sino en do intentamos dilucidar las relaciones entre la vida y
una acepción ontológica. Dicho de otro modo, tene­ lo sagrado. Al pareecr, todo sucede como si una es­
mos conciencia, aunque quizá de una manera muy con­ pecie de seguridad inicial y como invencible fuese
fusa, de encontrarnos en presencia de un estado pri­ combatida en nosotros sin descanso por el juicio crí­
mero y revelador. ¿Revelador de qué? Reconozcamos tico fundado sobre la observación de lo que la vida
que es muy difícil, e incluso en cierto modo impo­ es de hecho, con todo lo que ella comporta no sólo de
sible, el responder a esta pregunta. Las palabras de desgaste, sino de despilfarro, de destrucción sin pie­
las que podemos servirnos y que serán tomadas de dad. Desde este momento es comprensible que se ins­
algunos de los campos de experiencia particulares, ya tale en nosotros un pesimismo tan radical como el de
se utilice eclosión o brote, no lograrán más que apun­ Schopenhauer y que éste ceda su puesto, al menos
tar de alguna manera en la dirección en la que se per­ superficialmente, no digamos a una esperanza, pero sí
cibe como un frescor intacto, como la esencia de un a una ambición: la misma que se ha evocado en la
8
114 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 115

primera pátte de está comunicación y que es de natu­ ñora que Schopenhauer era precisamente todo lo con­
raleza puramente tecnocrática. Pero al mismo tiempo, trario. «Pero — se me hará notar con una severidad que
y por una suerte de paradoja que los tecnócratas harán puede parecer justificada— ¿acaso no está usted sacri­
muy mal en despreciar, a medida que esta empresa ficando el rigor que parecía querer salvaguardar en
toma cuerpo, que desarrolla sus consecuencias racio­ favor de un odioso sentimentalismo?» Sin duda así
nalizantes, una inquietud se despierta y se acrece en parece ser. Pero quizá se deba a que uno no se toma
nosotros, una protesta se articula, protesta que sería el esfuerzo de precisar este término, amor, el cual no
incomprensible si no procediese en su comienzo de la puede reducirse a una vaga efusión. Se trata de algo
seguridad primigenia de la que he hablado. muy distinto. Recuerdo que un psiquíatra de Tubinga,
que había asistido a una de mis conferencias en Fri-
La palabra integridad, tomada en su sentido más burgo, me dijo, abundando en las ideas que acabo de
fuerte y asociada al epíteto original, ¿es capaz de pro­ exponer, que un bebé, incluso rodeado por los mejores
veernos de algo que pueda parecerse a la llave de un cuidados de un establecimiento modelo, sufre en su
ámbito que se muestra, al ser examinado, extraña­ desarrollo, en su ser, por el hecho de estar privado
mente defendido, si es que no se oculta por completo del amor y de la solicitud maternales. ¿Cómo no ver
ante quien intenta, aunque sólo sea acercarse a él? Pa­ precisamente en esta frustración un atentado contra la
rece que al menos estas palabras atraen la atención me­ integridad original? Es digno de mención que podrían
ditativa del filósofo. Porque su intervención nos ayuda hacerse observaciones análogas con respecto a la cría de
a comprender que el espectáculo de la vida sólo puede los animales o al cultivo de las flores. Da toda la im­
desviarnos de todo lo que permitiría sacralizarla. Es presión de que en ambos casos se requiere un arte
importante que la vida sea sorprendida como en cuyo principio reside justamente en el corazón y que
su centro. ¿Y no habrá que decir que éste no se re­ sin duda no se deja reducir a una técnica, es decir,
vela sino al amor? Es ésta una palabra olvidada, a una destreza cuyos elementos es posible encontrar
pero que uno no duda en utilizar pese a estar cargada en algún manual. Este arte implica un don de sí o
de equívocos que la entorpecen y amenazan con des­ quizá, más exactamente, la actitud reverencial que de­
naturalizar su sentido. He hablado hace poco, en Homo signa el término piedad. Veamos claramente lo que
Viator, si no me equivoco, de la denuncia de un cierto esta actitud excluye: la pretensión de dominar para
pacto nupcial entre el hombre y la vida. Estas pala­ explotar. Creo que la palabra alemana Gelassenheit,
bras, que han encontrado eco en muchos lectores, no palabra casi intraducibie y que da su título a un es­
cobran significación a menos de ser evocadas dentro crito tardío de Heidegger, da cuenta precisamente de
de una aceptación de la vida, de una bienvenida que esta disposición tan contraria a la que anima al técnico.
no puede darse sino en un corazón amante. No se ig- Ni que decir tiene que es en el poeta en quien mejor
La vida y lo sagrado 117
116 Incredulidad y fe
mostrado suficientemente su impotencia debido a sus
encuentra su perfecta expresión. Y no pensamos sola­
presupuestos idealistas, sobre los cuales la crítica ha
mente en Blake, sino^ mucho más cerca de nosotros,
hecho ahora justicia. Es el enraizamiento de los valo­
en Rilke. Por otra parte, hay lugar para pensar que,
res en lo concreto, y digámoslo, en la vida lo que
en una época ya bastante lejana, el poeta y el natura­
vamos a afirmar, y esta afirmación no debe tener un
lista han podido a veces ser confundidos. El racio­
carácter puramente teórico, sino que, por el contra­
nalismo, especialmente el cartesiano, contribuyó por
rio, debe especificarse al máximum a la luz de los casos
supuesto a provocar a este respecto una disocia­
concretos, cuyo carácter trágico e incluso angustioso
ción que era indispensable para el progreso de la
no deja de mostrarnos la experiencia. No se debe cier­
ciencia. Pero no por ello se ha de negar que esta diso­
tamente al azar el que el profesor Marois — a quien
ciación ha sido en algunos aspectos lamentable. No
desde aquí expreso mi gratitud— , cuando, hace algu­
carece de interés el anotar que parece que asisti­
nos años, fundó el Instituto de la Vida, encontrase
mos, por parte de algunos sabios y pensadores del
por todas partes una respuesta tan inmediata y tan en­
otro lado del Rhin — pienso, por ejemplo, en el botá­
tusiasta, especialmente, por supuesto, entre la juven­
nico Hans André— , a un esfuerzo por restablecer, den­
tud. Insisto en ello porque en ese campo conviene, y
tro de una perspectiva que se encuentra ya en otros,
lo digo con pena, desconfiar de los hombres de mi
esta unidad perdida. Creo que es aquí y exclusivamen­
edad. La inercia que comprobamos demasiado a me­
te aquí, en esta zona de tan difícil delimitación, donde
nudo en ellos está secretamente impulsada, sí, sin que
la afirmación de Blake de la que hemos partido puede
ellos se den cuenta, por el hecho de que desaparece­
tener una significación. Y como casi siempre ocurre
rán antes de que haya habido tiempo de que las peores
en tales dominios, es por la vía negativa por donde
consecuencias de su ceguera puedan manifestarse. Esta
se puede hacer, si no la demostración, sí el trabajo
esperanza inconfesada puede ser desmentida, por lo de­
preliminar para un pensamiento recuperador. Podemos
más, ya que en nuestros días los acontecimientos ca­
ver actualmente, pese a que esta conexión no parezca
minan tan de prisa que en ningún sitio mejor que aquí
a primera vista justificable, que son las mismas fuer­
se pone de manifiesto lo que Daniel Halévy ha lla­
zas las que actúan en favor de la desacralización o
mado la aceleración de la historia. Se comprenderá
incluso, simplemente de la devaluación de la vida y
que la consecuencia angustiosa de esta aceleración se
las que tienden a deshumanizar al hombre, a humillarle
encuentra en el origen y en el corazón de todo lo que
ante los productos de su propia técnica.
he intentado decir aquí.
Como he tenido ocasión de decir en otro lugar, el
problema fundamental es aquí axiológico. Pero no se
trata de volver a sacar a relucir la polvorienta filosofía
de los valores que, sobre todo en Alemania, ha de­
La vida y lo sagrado 119

OBSERVACIONES COMPLEMENTARIAS dose con un teilhardismo más o menos deformado.


Ahora bien, el gran y profundo cristiano que fue
Recibí hace algunos días los tres gruesos volúmenes Massignon nos recuerda «que Dios está en la raíz de
en que han sido reunidos, bajo la dirección del Centro nuestros actos y de ninguna manera como un ocupante
de Estudios Dar es-Salam, los Ecrits Mineurs de mi externo que requiriese colaboración por parte de su
amigo Louis Massignon, que fue sin duda alguna uno criatura. Hemos sentido la llamada de Dios, y senti­
de los más grandes espíritus y una de las más grandes mos amargamente la burla de este ofrecimiento con­
almas de nuestro tiempo. Al recorrer estos Escritos, descendiente del artificio técnico para perfeccionar la
que cubren un campo extraordinariamente extenso, obra del Creador, a la cual sólo nos une la conciencia
que alcanza desde la arqueología a la sociología y a la de nuestro abandono» 2. Es absurdo por definición ha­
mística, es imposible no quedar sorprendido del lugar blar de un nuevo sacral: «Lo sacral verdadero explí­
que ocupa para él, más próximo incluso que la de la cita los paisajes naturales comunes a todos los tiempos
santidad, la idea de lo sagrado. Pienso, por ejemplo, y a todos los lugares cuyo simbolismo prepara en to­
en un escrito publicado inicialmente en 1948 en el dos los hombres el simple sentido común. Tomarlo en
cuaderno X de Dieu Vivant y que se titula «Un consideración no es dar prueba de un tradicionalismo
nouveau sacral» — estas palabras figuran entre comi­ periclitado, porque el símbolo no tiene valor si no
llas— . Massignon se opone categóricamente a la idea se le explícita; y esta asimilación litúrgica constructiva
formulada por un corresponsal según la cual conven­ de los símbolos de una colectividad inspirada en una
dría elevarse a una perspectiva sacral amplia, en que Iglesia resume en la unidad todas las edades de la his­
quedaran integradas la ciencia y la técnica y que sería toria humana.»
construida por el hombre haciéndose a sí mismo el Advirtimos bien, porque es esencial, que además
colaborador más inmediato de Dios. La discusión que en un trabajo sobre la Signification du dernier péleri-
sigue me parece referirse muy directamente al difícil nage de Gandhi3, Massignon, sin referirse a datos pro­
problema que he intentado tratar aquí. Puede cons­ piamente cristianos, nos dirá que «lo sagrado se revela
tituir una tentación para quien rehúsa renegar pura a nosotros en este horroroso mundo de pecado, donde
y simplemente de lo sagrado, pero que al mismo tiem­ todo ha sido poco a poco desacralizado bajo los con­
po permanece prisionero de las categorías inmanentes sejos de una inteligencia angélicamente perversa, sepa­
de la ciencia, refugiarse en la idea de una colabora­ rando el dolor del otro, que nosotros le hemos in­
ción de esta especie. Por otra parte, es muy probable fligido, del instinto de lo sagrado que nos advierte
que la idea bastante vaga de un perfeccionamiento de de la visita divina que se atestigua por ‘la humanidad,
la obra de Dios por el hombre flote de alguna manera 4 Ecrits Mineurs, tomo III, p. 798.
en la atmósfera mental de nuestro tiempo, enlazán­ 3 Loe. cit., tomo III, p. 349.
120 Incredulidad y fe La vida y lo sagrado 121

la pobreza, la enfermedad, el sueño y la muerte’». Esta sona, y la sobrepasa por tratarse de una perspectiva
enumeración figura en una sentencia del Shi-ite Kaasi- centrada en la encarnación.
bi. «A falta de osadía metafísica — añade Massignon— , Pero lo que puede no aparecer con claridad es su
la UNESCO no ha tenido el valor de definir la na­ posible aplicación a la vida propiamente dicha. ¿Habría
turaleza humana, por que se le antojaba contradic­ que decir a la vida en general? Desde el comienzo de
toria, al testimoniar una pluralidad histórica de cul­ este estudio he puesto en guardia a mis lectores contra
turas irreconciliables, mientras que si esta naturaleza el empleo de este término: general. Creo ver con cla­
humana es reducida a su pobreza esencial, puede con­ ridad que si ponemos el acento sobre esta generalidad,
vertirse en el espejo mismo de la naturaleza divina.» desembocaremos casi inevitablemente en la idea de la
Y un poco más adelante4: «Mediante la hospitalidad fuerza vital; y a partir de ahí ya no conseguiremos
encontramos lo sagrado en el centro del misterio de explicarnos de ningún modo por qué esta fuerza ha de
nuestros destinos, como si se tratase de una limosna ser más sagrada que otra energía cualquiera, la electri­
furtiva y divina de la que ninguna seguridad social cidad, por ejemplo. No es por tanto sobre la vida,
o de otro tipo nos dispensará nunca. Protegiendo sino sobre el ser viviente donde la atención debe cen­
y cuidando el alma a través del cuerpo se atestigua trarse. Y quizá haya que pensar que aquí la palabra
el valor inmortal de la más humilde de las vidas huma­ ser es tan importante como el término viviente. Mas
nas, de ese cuerpo infinitamente venerable, dentro de quizá nos dejemos por resolver una difícil cuestión,
su ropa usada de trabajador (simiente de gloria) de la la que consistiría en saber cuál es la relación exacta
que no hay derecho a despojarle, como hicieron los entre los dos términos de la expresión «ser viviente».
carabineros de la India en 1947, arrancando a las Porque yo no creo que la palabra viviente pueda con­
mujeres deportadas sus vestidos, sus pendientes y siderarse simplemente como un predicado de la pala­
sus ajorcas; y como hicieron también los policías en bra ser, como querría un lógico del tipo clásico. Me
el Líbano en 1943, que llegaron al pintoresco extremo parece que el adjetivo viviente viene más bien a acla­
de privar de su dentadura postiza a uno de los minis­ rar lo que en la palabra ser permanece como una os­
tros encarcelados.» Esto nos recuerda, para terminar, cura y sorda virtualidad.
la frase del maestro Eckhard: «Cada alma no se sal­ Si insisto en ello, es para mejor subrayar que la
vará sino en el cuerpo que le ha sido asignado.» cuestión planteada no se refiere solamente a una axio-
La profundidad de esta perspectiva no escapará a logía, sino también y más esencialmente todavía a una
nadie. Se comprende también que supera la idea racio­ ontología; si bien axiología y ontología se revelan
nalista nacida de Kant en cuanto al respeto por la per­ aquí como inseparables.
Una objeción puede presentarse en este momento a
4 Loe. cit., tomo III, p. 350. los lectores: «Usted ha hablado — dirá alguno— de
122 Incredulidad y fe ha vida y lo sagrado 123

un ser viviente, pero, en el fondo, se aprecia con cla­ de ser que excluye la separación corriente entre el
ridad que es al hombre a quien se está refiriendo du­ hombre y la naturaleza. Por lo demás, el ejemplo de
rante todo el tiempo. ¿Qué significan dentro de esta los santos no cristianos resulta tan instructivo como el
perspectiva los seres vivientes que parecen situarse de los santos que figuran en el calendario. Recuerdo,
en los antípodas del hombre, tales como el insecto por ejemplo, lo que vi, escuché y sentí en el Japón.
o el molusco?» El paisaje era de tal modo apropiado al contemplador
Tengamos mucho cuidado con esto: lo que se inter­ que entre ambos se establecía una relación vivaz. No
pone entre el hombre ordinario y unos seres como los dejemos pasar por alto la importancia de la palabra
que se acaban de citar son las reacciones que experi­ contemplación, porque es preciso reconocer que sólo a
mentamos espontáneamente frente a estos animales nivel de la contemplación — incluyendo también la del
que, o bien nos parecen insignificantes, o bien despier­ poeta— la frase de Blake citada al comienzo cobra
tan en nosotros algo parecido a la aversión. Pero es sentido. No hay que decir que es también en este pla­
importante recordar que para el naturalista la palabra no donde se sitúa el artista, al menos tal como se le ha
insignificante no tiene ningún sentido porque, dentro venido concibiendo en las grandes épocas. Creo que
del estudio apasionado al cual se entrega sobre deter­ las aberraciones actuales se deben ante todo al hecho
minada especie, ha superado totalmente estas reaccio­ de que el artista, en su necesidad de ser él mismo
nes que yo he evocado. Desde ese momento, el ser y de manifestarse como tal, ha roto esta unidad que
viviente que considera se le presenta dentro de una nos sorprende en los más grandes y que es particu­
dimensión de ser a la que nosotros, profanos, difícil­ larmente sensible en el gran arte del Extremo Oriente.
mente tendremos acceso. Incluso antes de toda creen­ Todavía hemos de prever, si no una objeción, al
cia en un Dios creador, el naturalista experimenta una menos una pregunta: «¿Qué relación puede haber — se
admiración ante la finura y la complejidad de la es­ me preguntará— entre tales valores ligados a la con­
tructura que observa. Y me siento tentado a decir que, templación y aquellos que se encarnan en la hospita­
de un modo muy inesperado, se realiza en él, quizá lidad, tal como la evocaba Massignon en el texto ci­
más allá del mundo profano que es el nuestro — el tado anteriormente?»
mundo del ignorante— , como una unión entre el sabio No me parece imposible responder a esta pregunta,
y el santo. Sin embargo, hay que precisar lo que en y lo haré recurriendo para ello a un recuerdo de viaje.
este caso significa la palabra santo. No se trata de Visitaba yo hace algunos años por segunda vez Me­
una cualidad o de una disposición moral en el sentido dina de Fez y observaba que cada transeúnte, por mi­
puramente racional de la palabra. Es necesario colocar­ serable que fuese, parecía verdaderamente un per­
nos en el plano ontológico, y una vez en él, el santo sonaje, marcado con una suerte de dignidad, que
puede definirse como el que ha accedido a un modo despertaba en mí un asombro admirativo. Tenía el
124 Incredulidad, y fe
La vida y lo sagrado 125
sentimiento de moverme como en el seno de un mi-
convergentes, sean capaces de desconcertar a aquellos
rabile y, por supuesto, evocaba por contraste lo que
que esperan una investigación científica o filosófica se­
puede ser el caminar por una gran ciudad moderna,
gún un diseño tradicional. Sin embargo, creo que de
donde uno se encuentra continuamente entre indivi­
lo que se trata precisamente es de romper los cuadros
duos que, salvo rarísimas excepciones, se presentan
usuales del pensamiento si se quiere alcanzar, bajo
como si no fuesen nadie en particular. En ese mundo
unas estructuras a menudo demasiado carcomidas, la
despersonalizado en el que los mismos animales sólo
fuente viva. Me atrevería a decir sin sombra de duda
pueden verse encerrados en jaulas, o sea, fuera de su
que la ontología misma no es nada si no representa
contexto natural, está claro que la frase de Blake:
un retorno a las fuentes y, por lo mismo, a lo sagra­
«Todo lo que vive es sagrado» no tiene ya rigurosa­
do. Pero cuidado: el retorno a las fuentes no significa
mente ningún sentido. Mi amigo Max Picard, que es­
el retorno a los orígenes cronológicamente concebidos.
cribió dos profundos libros sobre Le visage humain,
Y pienso que es necesario denunciar de una vez para
pensaba que los rostros han sufrido a causa de las
siempre una cierta ilusión evolucionista. No quiero de­
condiciones sociales, y sin duda mucho más íntima­
cir que la idea de evolución, sin más, deba rechazarse,
mente todavía a causa del proceso de lo que yo lla­
lo cual sería absurdo, sino más bien que se engañan
maría la descreencia o el descreimiento, una especie
sin la menor duda aquellos que se imaginan que los
de fatal erosión. Pero en esta Medina de Fez, como
orígenes son por sí mismos esclarecedores. Por el con­
por lo demás me había ocurrido ya hacía bastantes
trario, son siempre oscuros, escondidos, y quizá no se
años en Damasco, me veía como trasladado a una épo­
dejen penetrar más que en determinadas condiciones.
ca anterior a esta evolución desacralizante. Los seres
¿A partir de qué pueden ser aclarados? Este es el pro­
humanos se ofrecían a mí como seres, como mirabilia.
blema. Los más grandes espíritus, de Aristóteles a
Hay que comprender que si la hospitalidad tiene un
Bergson, pasando por Hegel, han estado de acuerdo
sentido es justamente porque el huésped desconocido
en pensar que es lo superior lo que permite darse
que viene a pedirnos asilo participa también de esta
cuenta de lo inferior, y no a la inversa.
cualidad que me siento tentado a llamar inmarcesi­
Estos puntos de vista demasiado generales pueden
ble; y es evidente que volvemos a encontrar aquí, pero
parecer a primera vista sin relación con el problema
de una manera, que me parece mucho más accesible
que nos ha ocupado durante el curso de este estudio.
a la vez a la imaginación y a la afectividad, esa inte­
Pero creo que no se trata más que de una ilusión y
gridad original de la que hablaba en la primera parte
que basta con reflexionar sobre lo que significa la pa­
de este estudio.
labra superior para darse cuenta de ello. Me gustaría
Comprendo muy bien que este conjunto de obser­ expresarlo diciendo que lo superior, o lo que es digno
vaciones, en apariencia discontinuas, pero en realidad de ser expresado con esta palabra, no adquiere sig-
126 Incredulidad y fe

niñeado sino para aquel que ha entrado en un cierto


santuario, al abrigo del recogimiento. Y, en definitiva,
¿acaso no podría decirse que el recogimiento tiene
por sí mismo un valor sacralizante? En esta perspec­
tiva se podría volver a aducir casi todo lo que he V
dicho y mostrar que, si la vida tiende a ser desacra-
lizada, es justamente porque de alguna manera se en­ EL ATEISMO FILOSOFICO
cuentra encarrilada en el desorden en el que desem­
boca la existencia humana desde el momento en que La primera cuestión que se plantea al que intenta
queda entregada a potencias que, si bien emanan de reflexionar sobre el ateísmo filosófico consiste en in­
la vida, no son realmente más que una especie de me­ terrogarse sobre cuáles son las características que debe
tástasis. tener para merecer tal nombre. Conviene, en efecto,
En lo que a mí concierne, podría decir que el sen­ descartar el agnosticismo de tendencias negativas o
tido de mi obra, especialmente el de mi obra dramá­ ateas que floreció en la segunda mitad del siglo xix.
tica, que de ningún modo puede separarse de mis es­ El ateísmo filosófico comporta una negación formal y
critos filosóficos, consiste justamente y ante todo en explícita de Dios (no digo solamente de la existencia
intentar llevar a las gentes hacia su centro vivo, hacia de Dios, porque se puede concebir una teología que,
ese corazón del hombre y del mundo en que todo se sin negar a Dios, se prohíba a sí misma el enunciarlo
vuelve a poner misteriosamente en orden y en el que como existente).
la palabra sagrado sube a nuestros labios como una Pero hay que añadir que un ateísmo no es filosófico
alabanza y una bendición. más que cuando comporta asimismo una cierta preten­
sión, palabra a la que, al menos en principio, nos
guardaremos de aplicar un tono peyorativo. Un filósofo
ateo como Sartre (al que voy a referirme particu­
larmente en lo que sigue) se aferra a mostrar o esta­
blecer no sólo que no hay Dios, sino que no puede
haberlo, y que afirmar que lo hay supone caer en con­
tradicción.
Mas ni siquiera esto es suficiente para que se pueda
hablar de ateísmo filosófico. El filósofo ateo tendrá
además que proceder a desmontar las ilusiones a las
que han sucumbido, y sucumben aún, los que no sólo
128 Incredulidad y je El ateísmo filosófico 129

afirman que hay Dios, sino que además pretenden estar gado a adoptar con respecto a lo que él llama las ilu­
ligados a él en lo que miran o fingen mirar como una siones de la conciencia religiosa una posición compa­
experiencia irrecusable. rable a la del astrónomo con respecto a la conciencia
Por lo tanto, un ateísmo digno de tal nombre parece ingenua y geocéntrica.
que debe presentarse como una empresa de desmitifi- Y, sin embargo, hemos de hacer una observación
cación. Esto resulta perfectamente claro en el caso del de la cual resulta que este enfoque de la cuestión es
marxismo, pero también es verdad en lo que respecta absolutamente falaz.
a modos de pensamiento orientados en un sentido Está bien claro que el astrónomo copernicano susti­
distinto, por ejemplo los que proceden de Nietzsche. tuye lo que no es en realidad más que la hipótesis
El filósofo ateo, para presentarse como tal, debe geocéntrica por otra hipótesis, susceptible de explicar
pues juzgarse capaz de decir al que cree en Dios o al un número ilimitado de hechos que en la hipótesis
que, en la forma que sea, afirma su realidad: «Puedo geocéntrica resultan inexplicados e incluso inexplica­
ponerme en su lugar, es decir, soy capaz de reconstruir bles. Pero hay que saber si la afirmación de la realidad
lo que usted llama su experiencia, cualquiera que sea la divina puede asimilarse de algún modo a una hipótesis.
forma en que se le haya presentado. Pero además tengo En caso de que no se pueda, como hay razones para
el poder, que al parecer usted no posee, de interpre­ pensar, el enfoque indicado resulta sofístico e imprac­
tar correctamente esa experiencia real o pretendida.» ticable. Sin embargo, no voy a ocuparme todavía de
Parece, por tanto, que el filósofo ateo cree proceder este punto, a pesar de que su importancia en seme­
a una operación rectificadora asimilable a la que efec­ jante contexto es muy grande...
túa el astrónomo copernicano con respecto al juicio Un nuevo interrogante se le plantea ahora de modo
ingenuo formulado por quien se haya mantenido en inevitable a todo aquel que medite sobre estas pre­
una concepción geocéntrica. «A l decir que el sol gira tensiones fundamentales sin las cuales el ateo filosó­
alrededor de la tierra — afirmará el astrónomo— inter­ fico no puede considerarse como tal: ¿sobre qué bases
preta usted falsamente una apariencia que, como tal se asientan estas pretensiones? O para hablar con ma­
apariencia, no puede ser puesta en duda. Es verdad yor precisión, ¿qué naturaleza tiene esa seguridad que
que usted cree ver al sol moverse en torno a la tierra. permite al filósofo ateo emitirlas?
Pero yo, como astrónomo que soy, estoy en situación No habría ninguna complicación si se tratase en
de explicar esa apariencia. Si se contentase con decir principio de ciertos hechos que hubieran llegado a
que ve o cree ver al sol moverse en torno a la tierra conocimiento del filósofo ateo y poseyeran un valor
no merecería ningún reproche. Su error radica en la discriminatorio. El filósofo ateo, al hallarse en pose­
deducción que extrae de este acto en sí mismo inne­ sión de estos hechos, se juzgaría autorizado para decir
gable.» Parece como si el filósofo ateo se viese obli­ al creyente: «Usted sólo puede imaginar que hay Dios
130 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 131

porque ignora estos hechos decisivos. Pero yo me pro­ más nos daremos cuenta de que un hecho, cualquiera
pongo revelárselos. A partir de ese momento no tiene que sea, de que una estructura objetiva no puede
usted más que una alternativa: o bien acepta mirarlos situarse jamás al nivel de esta realidad y, en conse­
cara a cara, con lo cual se verá obligado a proclamar cuencia, excluirla. Además, recordemos que existen sa­
la no realidad de Dios, o bien tendrá que refugiarse bios de todas las especialidades que son al mismo
en la mala fe, tanto si niega esos hechos arbitraria­ tiempo creyentes. Y es evidente que el discriminante
mente como si rehúsa extraer todas sus consecuen­ entre estos sabios, ya sean astrónomos, físicos o bió­
cias.» logos, y aquellos de sus colegas que no lo son no
Ahora bien, esta interpretación, que en definitiva puede ser de orden objetivo. En otras palabras, el
consiste para el filósofo ateo en dar una justificación biólogo ateo que se presenta como ateo filosófico, en
absolutamente objetiva de su posición, ¿es admisible el sentido que he tratado de definir, no podrá nunca
o no? ¿Es posible que haya aquí un discriminante pretender que se halla en posesión de hechos igno­
en el orden de los hechos? O profundizando más to­ rados por el físico creyente. Se verá forzado a decir
davía, ¿es concebible que pueda existir tal discrimi­ que «el físico creyente lo es en cierto modo de mala
nante? fe, que hay ciertos factores irracionales, que pueden
Claro que no se puede negar que cierto cientificismo ser del orden de la tradición, del hábito, del sentimien­
materialista y evolucionista condujo en el siglo xix a to, etc., que me atrevo a decir que obstruyen su razo­
un ateísmo de este tipo y que, si nos remontamos más namiento y le impiden extraer las consecuencias de
todavía, hasta Gassendi e incluso hasta Epicuro, nos esos hechos que conoce tan bien como yo».
encontraríamos en presencia de hombres que preten­ Está claro que me refiero al caso del sabio no sólo
dieron establecer la existencia de una estructura obje­ ateo, sino que ha adoptado una postura filosófica
tiva de las cosas y de una incompatibilidad entre esta (como, por ejemplo, Félix Le Dantec). Pero también
estructura y una afirmación de tipo tradicional sobre puede ocurrir que el sabio ateo se coloque en una pos­
la realidad de Dios. Es más, me inclino a pensar que tura distinta y mucho más confusa, una postura que
incluso hoy en día el ateo dogmático continúa obse­ podría resumirse en estos términos: para mí la pala­
sionado por la idea de una incompatibilidad de esta bra Dios no tiene ninguna correspondencia en la rea­
clase. Sin embargo, es muy fácil demostrar que una lidad. Sin embargo, compruebo que no le ocurre lo
posición de este tipo es filosóficamente insostenible. mismo a ese colega mío con el que me entiendo sin
En efecto, cuanto mayor conciencia tengamos del ca­ ninguna dificultad en el plano científico. No sé qué
rácter específico que presenta la afirmación de Dios pensar de esta discrepancia, pero, dado que no soy
— y hemos de entender con ello, ante todo, que tal filósofo, me abstendré de calificarla. No obstante, lo
afirmación se refiere a una realidad trascendente—■ normal en un filósofo sería no contentarse con esta
132 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 133

simple comprobación e introducir en lo que hasta cia definiremos la lucidez no ya como una visión
ahora no es más que un vacío juicios de valor o de penetrante, sino como un pensamiento correcto y ri­
verdad. guroso.
Por lo tanto, en esta perspectiva, es patente el he­ Pero he aquí que nuevas dificultades se yerguen
cho de que el filósofo ateo se verá invariablemente bajo los pies del filósofo ateo: porque al fin y al
arrastrado a denunciar en sus rivales eso que él juz­ cabo, la corrección y el rigor sólo pueden definirse
gará como mala fe y cuya naturaleza puede variar siguiendo criterios específicos, por ejemplo, los que co­
según los casos. rresponden al razonamiento matemático, a la experi­
Esto nos lleva a reconocer que la seguridad de que mentación, al razonamiento inductivo, etc. Ahora bien,
hablábamos anteriormente no consiste en realidad en de cualquier modo que se conciba la afirmación de la
declararse en posesión de ciertos datos objetivos que realidad de Dios o el acto de fe fundamental, es bien
actúan como discriminante, sino que reside en mucho patente que ambos se sitúan en dimensiones absoluta­
mayor grado en el hecho de atribuirse a sí mismo una mente distintas y que en este contexto las nociones de
lucidez de la que, en su opinión, demuestra estar falto exactitud y de rigor tienen que ser reinterpretadas
el creyente. A mi entender se puede plantear como o traspuestas.
principio que el filósofo ateo en cuanto tal se preten­ Y esto no es todo: no se puede hablar de lucidez
de y se cree perfectamente lúcido. Detengámonos un sin hacer referencia al mismo tiempo a ciertas condi­
momento en esta palabra. ¿Qué significa exactamente? ciones óptimas que podrían, y deberían, ser realizadas
¿Es posible interpretarla en un sentido estrictamente por el espíritu lúcido. Sin duda alguna, la más impor­
óptico? Dicho en otros términos, ¿es que el filósofo tante de estas condiciones es la de hacer abstracción
ateo cree verdaderamente ver lo que su adversario no ve de los deseos, de las aspiraciones, incluso de los pre­
o no quiere ver? Parece casi imposible sostener una in­ juicios que sólo servirán para turbar el ejercicio de su
terpretación tan simplista. Máxime teniendo en cuenta pensamiento.
que el creyente, empleando la palabra en un sentido Mas reflexionando sobre ello descubriremos que nos
amplio, o incluso simplemente el filósofo que afir­ encontramos no sólo ante una dificultad, sino ante una
ma a Dios no se sitúa precisamente en el plano de la verdadera aporía: el adversario, es decir, en este caso
visión. Por lo demás, no debemos olvidar que el ateís­ el creyente, se negará a considerar como normal, o
mo filosófico consiste en plantear una ausencia, una a fortiori como óptimo, el clima que pretende instau­
privación, una negación. Y es obvio que una privación rar el filósofo ateo. Incluso es probable que acuse
o una negación no pueden ser vistas, sólo pueden ser a este último de hacerse culpable de una métabasis eis
pensadas o inferidas. Nos vemos obligados, pues, a alio genos, esto es, el sofisma por excelencia. «Con-
abandonar el terreno de la óptica. Y en consecuen­ Cedo — observará el creyente— que cuando realizo una
134 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 135

experiencia sobre un proceso químico o biológico, por para el metafísico como para el creyente. Pero resulta
ejemplo, observado desde fuera, estoy obligado a hacer muy dudosa la posibilidad de pensar la fe sin hacer
abstracción de todas mis reservas mentales. Puede ocu­ intervenir un aspecto volitivo de la subjetividad. In­
rrir que espere de mi experiencia la confirmación de cluso todo induce a pensar que en la fe se lleva a cabo
una teoría que deseo semtar. Pero la más elemental una síntesis paradójica de lo que solemos designar con
honestidad me prohíbe permitir que mi deseo interfiera los nombres, en este caso inadecuados, de inteligencia
en el resultado de mi experiencia, cuyos datos debo y voluntad.
registrar tal como se presientan. Con respecto a este Por lo tanto, si no desea sostener un diálogo de sor­
resultado debo comportarme en cierto modo como dos con el creyente, el filósofo ateo se verá irremisible­
una tabla rasa. Sin embargo, en el tema que nos ocupa, mente forzado a seguirle en el plano existencial y, por
la situación es muy diferente, porque la afirmación a ello mismo, a sobrepasar esa noción de lucidez radical
que nos referimos se presenta como trascendente a en que pretendía encerrarse. Creo que podría expresar­
toda experiencia objetiva dada o susceptible de se esto de manera más sencilla diciendo que el filósofo
serlo.» ateo se verá obligado a reconocer que su negación no
En realidad volvemos a enfrentarnos con lo que puede reducirse en absoluto a una demostración, ni
ya había indicado precedentemente. La afirmación que a nada que se le parezca, y que en último término
recae sobre Dios es irreductible a una hipótesis, sea tiene una base de tipo pasional.
cual sea tal hipótesis. Uno puede pensar, siguiendo la El padre De Lubac, en su libro Chemins vers Dieu,
teología existencial, que tal afirmación es inseparable afirma: «Se ha intentado con mayor o menor éxito
de un interés apasionado o de lo que Paul Tillich psicoanalizar las mitologías. Cada vez se hará más ne­
llama con fortuna el ultímate concern. Y se puede cesario hacer el psicoanálisis del ateísmo. Pero la pre­
pensar que cuando falta este interés apasionado la tensión de psicoanalizar la fe fracasará siempre.»
afirmación se desdibuja hasta el punto de perder su Cierto es que un filósofo ateo no podrá por menos
alcance y su significación. de alegar contra esta última afirmación. ¿Puede admi­
Esto significa que el filósofo ateo, al recalcar lo que tir acaso que su ateísmo sea psicoanalizable? Tengo
él denomina la lucidez, tiende a situarse en un terre­ la impresión de que tal cuestión no dejará de susci­
no que no tiene nada que ver con aquel en que la tarle un cierto malestar en la medida en que, a pesar
afirmación que combate puede enraizar. de todo, conserva, como no puede por menos de su-
Cierto que la expresión «voluntad de creer», em­ cederle, la convicción de ser el único que se halla en
pleada por William James, puede considerarse criti­ posesión de la verdad y, en consecuencia, le sigue re­
cable, puesto que corre el peligro de que se la inter­ sultando difícil realizar con conocimiento de causa el
prete en un sentido pragmatista, inaceptable tanto paso de lo objetivo a lo existencial. Sin embargo, es
136 Incredulidad, y fe El ateísmo filosófico 137

cierto que la filosofía atea, a partir de Nietzsche, ha Pero en esta nueva perspectiva convendría sin
efectuado esta especie de migración, aunque quizá no duda reconsiderar la cuestión fundamental que planteé
haya logrado liberarse de una cierta ambigüedad funda­ al comienzo de esta meditación: ¿de qué naturaleza
mental. Esto se podrá comprender claramente al inte­ es la seguridad sobre la que se funda la pretensión
rrogarse sobre el sentido profundo del «Dios ha muer­ en torno a la cual se constituye el ateísmo filosófico?
to», de Nietzsche. Por una parte, parece imposible pre­ Para un ateísmo que se reconoce como existencial, esta
tender que esta afirmación se reduzca a un simple testi­ seguridad no puede concebirse más que como pasión.
monio, ya que es evidente que implica una voluntad Pero tenemos que preguntarnos si esta pasión no será
apasionada de superación. Pero, por otra parte, parece ambigua, ya que toda la cuestión radica en saber si
difícil eliminar por completo de esta afirmación el ele­ tal ateísmo existencial es o no nihilista.
mento de testimonio que encierra a pesar de todo, El término nihilismo es, sin duda alguna, uno de los
aunque deje entrever como un balance de la evolución que más confusamente se emplean en el habla filosó­
humana. Y no creo equivocarme al decir que esta es­ fica. Yo acostumbro a citar con cierta frecuencia las
pecie de fluctuación, con frecuencia apenas percepti­ palabras de Besme en La Ville, de Paul Claudel, pa­
ble, es una característica esencial del ateísmo contem­ labras que, a mi entender, traducen con una fuerza ex­
poráneo. Quizá se pueda afirmar que el ateísmo no presiva no sobrepasada lo que puede significar el nihi­
tiene fuerza más que al nivel del pensamiento inge­ lismo para un hombre de nuestro tiempo.
nuo, y en este caso hay que entender sobre todo por
fuerza la simplicidad. Ahora bien, el ateísmo filosófico «Besme: El mal de la muerte. El conocimiento de
pierde inevitablemente esa simplicidad cuando llega al la muerte.
nivel del pensamiento reflejo. Entonces se hace a la Fue mientras trabajaba, mientras tranquilamente iba
vez mucho más virulento y mucho más precario, e desgranando unos números sobre el papel, cuando este
incluso me inclino a creer que virulencia y precarie­ pensamiento me inundó por primera vez como un re­
dad se encuentran aquí extrañamente ligadas. En efec­ lámpago sombrío.
to, ¿cómo podría el ateísmo filosófico tomar la aparien­ Ahora hago esto, y dentro de poco haré tal otra
cia de un antiteísmo, es decir, proclamarse como cosa;
odio a Dios, sin sobreentender algo semejante al ver­ dentro de poco estaré alegre o estaré triste, seré
gonzoso reconocimiento de lo mismo que pretendía bueno o malo, avaro o pródigo, paciente o irritable;
negar? Y así se entabla una especie de dialéctica deses­ y estoy vivo, hasta que ya no lo esté.
perada, muy claramente perceptible en Sartre, aunque Pero como cada uno de estos adjetivos reposa sobre
mucho menos quizá en El ser y la nada que en Las esa palabra permanente, ¿en qué consiste mi conti­
moscas y en El Diablo y el buen Dios, nuidad?
138 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 139

Me invade como un marasmo, la disolución separa exactamente quizá, que se conciba a sí mismo como
mis dedos de la pluma. nihilista. Hay que decir también que, de manera ge­
El deseo y la razón del trabajo me han abandonado neral, pretende estar animado por una voluntad posi­
y permanezco inmóvil. tiva y prometeica. Para los marxistas en particular,
Subsisto, pienso. aunque no solamente para ellos, el ateísmo filosófico
¡Si pudiera no pensar! » constituye la contrapartida negativa y necesaria de
un humanismo, incluso podríamos decir el único hu­
Y un poco más adelante añade: manismo constructivo. Si ataca a Dios, lo hace como
al obstáculo que el hombre encuentra en su camino
«Nada es. He visto y he tocado el horror de la in­ y que debe liquidar para llegar al pleno señorío de
utilidad, lo que no es, añadiendo la prueba de mis sí mismo.
manos. No obstante, podemos preguntarnos si el pensamien­
A la nada no le hace falta una boca que pueda pro­ to, al definir así el ateísmo, no se precipita inevitable­
clamar: ‘Yo soy.’ mente en una dialéctica que lo lleva más allá de ese
He aquí mi botín, tal es el descubrimiento que he ateísmo. Porque, en efecto, hemos de reconocer de
hecho.» inmediato que este humanismo ateo exalta mucho me­
nos al hombre tal como es que al hombre tal como
El nihilismo se presenta aquí como un testimonio, debería llegar a ser. Y por ello corre el grave riesgo
el testimonio que presta el sabio que ha visto disipar­ de desembocar en una concepción como la que se ex­
se todo o, más bien, reducirse todo a una especie de presa en ciertas partes del Stundenbuch, de Rilke.
vana contabilidad.
Mas hay que añadir que este testimonio no se pue­ Y una vez más aquí, aquí más que en ninguna otra
de separar de un cierto consentimiento y que, por parte, encontramos de nuevo la ambigüedad de la
otra parte, dicho consentimiento, a través de un pro­ que parece que no hemos conseguido liberarnos al
ceso cuyo secreto está aún por penetrar, puede con­ abordar el ateísmo filosófico en su aspecto existencial.
vertirse en pasión, en pasión destructora. En estas Y está bien patente que esta ambigüedad se da sobre
condiciones el nihilismo dejará de ser simple fascina­ todo en Nietzsche. Apenas cabe dudar de que el filó­
ción producida por la consideración de la nada y se sofo ateo en general no se opone resueltamente a
transformará en voluntad de aniquilamiento. la idea de que él procede a un acto de diviniza­
Esto, sin embargo, no es más que una posibilidad, ción del hombre. A este respecto hay que prestar
y parece difícil sostener que el ateísmo filosófico pre­ una especial atención a la posición adoptada por Sar-
sente inevitablemente este aspecto nihilista o, más tre en El ser y la nada, especialmente en la conclu-
140 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 141

sión. Precisamente porque nos situamos en el punto pesar del ateísmo que profesa, les parece capaz de
de vista de ese ser ideal que sería el «en sí» funda­ convertirse en el resorte de una renovación sin la cual
mentado por el «para sí», es decir, el ens causa sui, creen que la religión corre el peligro de anquilosarse
para juzgar al ser real al que llamamos holán, «hemos mortalmente.
de hacer constar que lo real es un esfuerzo abortado Conviene, no obstante, reconocer la pureza de inten­
por alcanzar la dignidad de causa de sí. Todo ocurre ciones que testimonian estos cristianos de la izquierda.
como si el mundo, el hombre y el hombre en el mun­ Pero como acabo de señalar, no es menos necesario
do no alcanzaran a realizar más que un Dios frustrado. recordar que esta actitud supone una grave impruden­
Todo sucede, pues, como si el en sí y el para sí cia. Y en este punto de nuestra meditación nos vemos
se presentasen en estado de desintegración con respecto obligados a intentar orientarnos en la situación extre­
a una síntesis ideal. Y no es que la desintegración madamente confusa en que se encuentra la conciencia
haya tenido lugar nunca, sino todo lo contrario, porque cristiana de nuestro tiempo.
está siempre esbozada y sigue siendo siempre impo­ Hace unos años hice una visita al Canadá, durante
sible» l. la cual pude comprobar, al menos en Montreal, que
Entre paréntesis, sería interesante saber si el autor algunas personas (ciertamente ni las menos lúcidas ni
continúa manteniendo en la actualidad sus conclusio­ las menos generosas) reaccionaban con violencia con­
nes, porque tales conclusiones parecen difícilmente tra un clericalismo realmente indefendible. Dichas per­
compatibles con el optimismo básico de la ideología sonas se mostraban muy propensas a adoptar una ac­
comunista. titud casi progresista, de modo que me parecían siem­
Pero, por otra parte, convendría someter a una crí­ pre a punto de saltar cada vez que me expresaba en
tica rigurosa la idea de ese Dios obstáculo del que el un sentido anticomunista. Pero ante semejante posi­
humanismo ateo tiene la pretensión de liberar al hom­ ción, ¿cómo no recordar que en cualquier situación
bre. Y la reflexión ¿no nos conduciría acaso a la con­ debemos guardarnos de lo que he llamado con frecuen­
clusión de que, en último término, el filósofo ateo cia virajes fraudulentos? No debemos cargar sobre el
pretende acabar con un Dios que no es más que una comunismo, o sobre un pensamiento comunistizante, lo
traba o un peso muerto por fidelidad a algo más au­ que podemos anotar legítimamente en el debe de un
ténticamente divino, a un algo del que ni siquiera se clericalismo obtuso, que no duda en comprometerse
forma un concepto claro? En esta perspectiva ve­ con el peor reaccionarismo. Hay que reconocer, sin
mos hoy día a los cristianos tomar posición, no dema­ embargo, que dichos virajes se llevan a cabo diaria­
siado prudentemente, a favor de una filosofía que, a mente, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda,
y que tales operaciones dan lugar a una confusión que
1 b ’étre et le néant, p. 717. contribuye a agravarse a sí misma.
142 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 143

Quizá se piense que me estoy extraviando por el luta. Sin duda aquel que «sondea los riñones y los
terreno político y que, por lo tanto, tiendo a perder corazones» descubrirá alguna partícula de oro puro,
de vista el aspecto esencial de mi tema. La acusación alguna partícula de fe y caridad, incluso entre aquellos
no me parece fundada. Porque en nuestra concreta que han firmado con los poderes de este mundo com­
situación resulta de todo punto imposible disociar los promisos escandalosos. Ahondando en ello, tropezaría­
aspectos social y religioso de un problema en realidad mos con la ambigüedad, tan preñada de consecuencias,
único. Tenemos que tomar en consideración un hecho que comporta la idea de orden social. Sabemos dema­
esencial. El ateo filosófico encuentra un argumento siado bien a qué clase de abusos, a qué clase de ini­
— que no hay que tomar a la ligera— en la existencia quidades se ven inducidos los que se nombran sus de­
de los compromisos, en sí mismos deplorables, que fensores; pero, por otra parte, sería de una ligereza
los que se juzgan como representantes de Dios en la y de una imprudencia sin nombre desconocer lo que
tierra concluyen tan a menudo ante nuestros ojos con tal idea, a pesar de todo y en cierta medida, encierra
los poderes temporales. Claro está que se podría res­ en sí de valioso. Sin la menor vacilación se puede
ponder con toda legitimidad que, por este mismo he­ concebir la existencia de un auténtico hombre de Dios,
cho, tales representantes testimonian su indignidad. poquísimo informado de las cosas de este mundo, que
Pero ¿ante quién? En este punto el problema se vuelve se crea obligado de buena fe a colaborar con aquellos
verdaderamente trágico. En efecto, ¿cómo evitar el que aparecen a sus ojos como los representantes del
pensar en los fieles que esos representantes pretenden orden.
guiar? ¿No corren el riesgo de falsear su espíritu, de Pero, a la inversa, también hay que comprender
corromperlos o escandalizarlos, incluso de apartarlos de que debemos mirar con desconfianza a quienes decla­
la religión? Y en ese caso, los humildes, en los que ran que no creen en Dios, pero que, en caso de creer,
hay que pensar en primer término, ¿no quedan inca­ jamás tolerarían el menor compromiso. Hay que pro­
pacitados para distinguir en absoluto entre Dios y clamar muy alto que tal purismo condicionado está
esos indignos representantes suyos, lo que tiende a absolutamente desprovisto de toda significación es­
crear una situación verdaderamente intolerable para piritual.
la fe? Estas observaciones están encaminadas a poner de
Añadiré que hay aún una manera excesivamente manifiesto hasta qué punto resulta difícil en un cam­
simplista, y por lo tanto injusta, de apreciar un estado po como éste formular juicios absolutos: aquí, como
de cosas que es en realidad extremadamente complejo. en otras cuestiones, más que en otras cuestiones ver­
La confusión de que acabo de hablar se da también daderamente, hay que rechazar todo juicio global.
entre casi todos esos representantes indignos. Lo cual Ahora bien, si meditamos con atención sobre la si­
significa que probablemente su indignidad no es abso­ tuación extraordinariamente confusa en que se debate
144 Incredulidad, y fe Et ateísmo filosófico 145

hoy día la humanidad, creo que nos veremos forzados dicionamiento. En tal perspectiva, toda inquietud, y
a hacer la distinción siguiente, que acaso nos permita con mucha mayor razón toda angustia, será mirada
esclarecer hasta cierto punto esa situación: como síntoma de la existencia de un desorden psico-
Hay que decir que existe un ateísmo filosófico que somático. Y se recurrirá al psicoanálisis y a una serie
no es en realidad más que una filosofía del ateísmo de técnicas relacionadas con él para remediar esta per­
vivido, y que es este ateísmo vivido el que habría turbación, que se considera en suma perfectamente
que definir. En primer lugar, y a grandes rasgos, diré comparable con las que afectan al aparato digestivo
que uno se siente tentado a preguntarse si no serán, o al buen funcionamiento de los riñones. A decir ver­
en mucho mayor grado que Rusia, los Estados Unidos dad se puede concebir muy bien que esa especie de
y algunos países europeos, como Suecia, por ejemplo, building mental así edificado cuente con un departa­
los que tienden a convertirse en el foco de este ateís­ mento destinado a lo religioso — una capilla provista
mo vivido, pese a todo cuanto puedan decirnos las de cómodos asientos y equipada con un buen micró­
estadísticas, que en este campo resultan mucho más fono— , puesto que quizá haya quien considere la
falaces que en cualquier otro. Tal ateísmo, en efecto, conveniencia de afirmar que una práctica religiosa
se basa en la satisfacción y el embotamiento que se razonable presenta ciertas ventajas en el plano bioso­
experimenta en un mundo cada vez más dominado por ciológico. Pero hay que decir rotundamente que esto
unas técnicas que terminan por actuar para sí mismas. representa una degradación de la creencia, reducida así
¿Y cómo no pensar que ese embotamiento tiende a a un comportamiento, lo cual debe resultar infinita­
una verdadera muerte espiritual? Concedo, claro está, mente más ofensivo para la conciencia religiosa que lo
que sobre esta cuestión no se puede emitir un juicio que podría serlo un ateísmo radical o declarado. Y ello
de tipo global sin caer, no ya en la injusticia, sino por la sencilla razón de que este adaptar a la moda la
incluso en el absurdo. Sin embargo, creo que tengo creencia implica la negación de toda trascendencia y
derecho a decir que una manera como ésa de existir es un sacrilegio en el más riguroso sentido del término.
y de concebir la vida implica el ateísmo como un A este ateísmo basado en la satisfacción hay que
corolario, y esto aunque los mismos que lo han adop­ oponer un ateísmo basado en la rebelión. Como hemos
tado, y que además se enorgullecen de ello, se afilien visto, tal ateísmo puede, claro está, ser propiamente
por otra parte a una Iglesia o a una secta cual­ nihilista, pero no lo es de modo inevitable, sino que
quiera. Por lo demás, no costará mucho trabajo deli­ puede constituir el resorte negativo de un pensamiento
mitar los caracteres que tiende normalmente a presen­ capaz de orientarse en último término hacia Dios. En
tar esta filosofía del ateísmo vivido: se trata de un este sentido la rebelión, tal como la ve Albert Camus
pragmatismo mitigado, de carácter biosociológico, fun­ (pese a no hallarse dotado de la fuerza de espíritu
damentado sobre una psicología y una ética del con­ necesaria para discernir su trayectoria filosófica), pue-
lo
146 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 147

de llegar a ser no sólo fundamental sino propiamente masiado importante para que el mundo (sí se le con­
religiosa. La rebelión puede llegar a constituir el acto sidera haciendo abstracción del hombre y de su irrup­
inicial de una dialéctica purificadora. Pero aún hay ción en el curso del proceso cósmico) no dé más bien
que determinar los límites a que puede llevarse sin lugar a lo que me atrevería a llamar un testimonio
caer en el absurdo. Ya indiqué de pasada cómo puede negativo. Volvemos a tropezar aquí con esa oposición
plantearse la cuestión a propósito del orden social, al entre lo objetivo y lo existencial que el pensamiento
que, como es lógico, no se puede ni canonizar ni negar contemporáneo no ha llegado todavía a resolver ni a
sin más2. Es importante demostrar que la cuestión trascender, aunque quizá el esfuerzo de Heidegger,
puede, y debe, plantearse a propósito de lo que llama­ en sus últimos escritos, esté orientado en este sentido.
mos, o más bien ni siquiera llamamos ya, el orden de A decir verdad, encuentro muy dudoso que esta ten­
la naturaleza. tativa, por grandiosa que sea, pueda llegar a ser co­
Resulta curioso observar que la consideración del ronada por el éxito, porque, a pesar de todo, corre el
orden cósmico no parece apenas susceptible de con­ peligro de conducir más bien a una regresión que a
ducir al hombre de hoy a nada que recuerde al pan­ una superación.
teísmo de otros tiempos, por ejemplo, al panteísmo Lo que me parece percibir, aunque confieso que en
de Spinoza: ello se debe a muchas razones que unas condiciones que están muy lejos de satisfacerme,
deberían, a mi entender, investigarse más detallada­ es que la conciencia rebelde — la cual, en último
mente. Por otra parte, me plantearé a mí mismo la término, es el punto de partida del único ateísmo
objeción que Einstein parece haber suscitado contra filosófico digno de ser tomado en consideración— debe
las concepciones de tipo panteísta. Pero en términos ser examinada, también y sobre todo desde la más
generales parece más bien como si ese orden, dada su auténtica perspectiva religiosa, como el punto a par­
desproporción con todas las medidas humanas, se pre­ tir del cual debe iniciarse el paso decisivo, y es la na­
sentase a la conciencia de los hombres actuales más turaleza de ese paso lo que el teólogo debe empeñarse
como un objeto de escándalo que de adoración. Si el en dilucidar. Ahora bien, su responsabilidad es la más
creyente alcanza a encontrar en él a pesar de todo pesada que existe. Porque la seriedad, digamos incluso
una expresión de la gloria divina tiene que hacerlo, de manera más profunda la caridad de que dé pruebas
según parece, introduciendo la referencia a una caída en su confrontación con el sufrimiento y el mal decidirá
que hubiese afectado no sólo al hombre, sino a toda en último término sobre el valor y aun el destino de
la naturaleza. Nos equivocaríamos al decir que, en el su teología.
plano religioso, la referencia a la encarnación es de- En efecto, no hay que vacilar en decir que, si esta
2 Estas consideraciones encuentran un sorprendente ejemplo teología escamotea de cualquier modo que sea lo
en los sucesos de mayo de 1968. trágico, si sustituye la realidad del sufrimiento y el
148 Incredulidad y fe El ateísmo filosófico 149

mal por lo que no es sino una imagen ficticia, una con los del ateísmo filosófico. O para decirlo con ma­
efigie abstracta, prestándose a todas las manipulacio­ yor exactitud, a los ojos de un pensamiento teológico
nes lógicas, esa teología, tenga lo que tenga de tal, de tipo tradicional, que se atiene a la doctrina asimismo
aporta al ateísmo un refuerzo decisivo. Porque está tradicional de los atributos divinos, esta confusión
bien claro — aunque sin duda yo no lo he señalado debe resultar manifiesta. Esto permite comprender la
bastante explícitamente— que, a despecho de todas severidad con que la jerarquía de la Iglesia católica
las argumentaciones a que han recurrido desde el romana tiende a considerar a los culpables de tal
principio filósofos y teólogos, es en la existencia del confusión.
mal y del sufrimiento de los inocentes donde el ateís­ Desde un punto de vista como el mío habrá que
mo encuentra su fuente permanente. Podría ocurrir, decir más bien que el ateísmo doctrinal se muestra
por lo demás, que nos encontrásemos en vísperas de como una máquina bélica al servicio de ciertas pasio­
cambios importantes. Personalmente no experimenta­ nes incorporadas a las ideologías. Cuando se analiza
ría la menor sorpresa si tuviese que asistir, incluso en un modo de pensamiento como éste se acaba por des­
Occidente, a una resurrección del maniqueísmo, que velar su ambigüedad: la precariedad filosófica de un
sigue siendo después de todo la tentación más fuerte tal ateísmo es evidente. Incluso se puede decir que
para el herético y que, a fin de cuentas, presenta una se desintegra ante la reflexión, porque, por un lado,
dignidad filosófica superior al ateísmo. puede señalar el límite más bajo hacia el que corre
Pero no avanzaré más por este terreno para no el peligro de tender una humanidad prisionera de sus
salirme de los límites que yo mismo me he trazado. propias conquistas y, por otro, en contraposición,
Me limitaré a sugerir que hoy en día, lo mismo que atestigua ese espíritu de inquietud, esa voluntad de
en la época de San Agustín, el teólogo está obligado a superación que, desde la perspectiva de la fe, de la
especificarse a sí mismo — y esto en los términos del esperanza y de la caridad, puede presentarse como el
pensamiento contemporáneo— no sólo las razones evi­ símbolo mismo de nuestra elección. Añadamos que,
dentes por las que rechaza el maniqueísmo, sino tam­ incluso así entendido, el ateísmo filosófico, muy lejos
bién el modo en que le es posible conferir a este re­ de complacerse y encerrarse en sí mismo, tendrá que
chazo un carácter racional. aparecer como un simple momento de una dialéctica
Para terminar, recordaré que una teología de ins­ purificadora. No obstante, todavía tenemos que pre­
piración existencial, en la misma medida en que pone cavernos contra la temible celada que el hegelianismo
en duda, si no la posibilidad de atribuir a Dios la ha tendido a la conciencia cristiana. Entiendo por tal la
existencia, sí al menos la de interpretar esta existen­ idea de que la religión encuentra su más alta y más
cia de modo objetivista, puede verse llevada a con­ auténtica expresión en el pensamiento del filósofo.
fundir en apariencia algunos de sus pasos iniciales Todo verdadero cristiano se mostrará de acuerdo en
150 Incredulidad y fe

ver en ello una simplificación, incluso una temi­


ble reducción de la relación que debe establecerse
entre la fe y la reflexión. Por otra parte, la historia
del hegelianismo después de Hegel parece demostrar
claramente que este camino, como otros muchos, con­ VI
duce al ateísmo.
Pero actuemos una vez más de modo que lo que FILOSOFIA, TEOLOGIA NEGATIVA,
se presenta como un obstáculo se transforme en el re­ ATEISMO
sorte de una dinámica espiritual renovada.
La crisis espiritual que amenaza con hacer tam­
balearse no sólo las instituciones, sino incluso a los
mismos creyentes, y con ellos, sin duda alguna, toda
la civilización, constituye el punto de partida de esta
reflexión. Como en tantos otros escritos acumulados
después de la segunda guerra mundial, me siento obli­
gado menos a la solución de problemas determinados
que al estudio de una situación cuya complejidad pa­
rece desafiar al análisis.
Pensé que debía dispensarme de analizar en detalle
el pensamiento de tal teólogo o «contra-teólogo»
contemporáneo, ya que eso me daría materia suficien­
te para un curso de uno o varios años. Lo que voy a
intentar es precisar mi postura personal, lo cual no
deja de presentar sus dificultades. Si quiero lograrlo
en cierta medida tendrá que ser, como en otros casos,
mediante una serie de rodeos convergentes o aun por
medio de un movimiento en espiral de mi reflexión,
con lo que quizá corra el riesgo de desconcertar a los
lectores habituados a un desarrollo más rectilíneo.
Empezaré por la siguiente observación: nos en­
contramos hoy muy lejos de aquellos tiempos en que
un Fichte se veía obligado a tratar de librarse por
152 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 153

todos los medios del reproche de ateísmo como de trófico. Es muchísimo más fácil destruir que construir,
una acusación infamante. A mi modo de ver, sería sobre todo en una edad en la que hace estragos el
arbitrario e injusto pensar que Fichte pretendía con espíritu de contradicción. Las tentativas de suicidio
ello simplemente mantenerse en buenas relaciones con que se siguen en algunas ocasiones demuestran clara­
las autoridades. Por poco satisfactorio o aun acepta­ mente el riesgo que corre quien practica una jardine­
ble que pudo o puede resultar su pensamiento perso­ ría tan peligrosa. La idea de un ateísmo provisional
nal sobre este punto para la inmensa mayoría de los — que nos sentimos irresistiblemente llevados a com­
teólogos, el ateísmo que se le atribuía le parecía in­ parar con la duda metódica de Descartes— conservará
compatible con el honor de la filosofía o, al menos, siempre para el creyente ingenuo un aura de inquietud
con el de una filosofía digna de tal nombre. e incluso de rebelión. Aunque, en realidad, ¿no es
Actualmente, en cambio, encontramos, incluso en precisamente la idea de una fe ingenua la que se pre­
el seno de la Iglesia romana, hombres que tienden tende atacar, colocando así lo que se llama todavía,
a conceder al ateísmo el valor de una prueba necesa­ quizá erróneamente, la creencia al término de un
ria, más aún, de un purgatorio de la fe, admitiendo desarrollo reflexivo? Pero ¿es que lo que se puede
con ello que una creencia que no ha pasado por el justificar al nivel de la filosofía se deja trasponer a la
ateísmo corre el peligro de no hallarse en guardia vida de las conciencias, donde faltan las referencias
contra los escollos de un cierto dogmatismo teológico propiamente filosóficas? Nada hay que sea menos
hoy ya periclitado. seguro.
En cierto sentido, diría que se trata de una actitud Dada la perspectiva que he adoptado, quizá sea lo
comprensible y hasta justificable, pero falta saber si, más primordial definir la posición del filósofo con
al nivel de la existencia, no puede llegar a resultar respecto a la fe ingenua. Y me refiero concretamente
fatal. Recuerdo a este respecto a un profesor francés al filósofo existencial que, por el hecho de serlo, se
de filosofía que tenía por norma dedicarse al principio ha mantenido alejado de la dialéctica propiamente
de sus cursos a demoler las creencias de sus alumnos, dicha.
con la pretensión de reedificarlas posteriormente so­ Sin embargo, quisiera reflexionar en primer tér­
bre bases sólidas o, para hablar con más exactitud mino sobre el ateísmo porque, al fin y al cabo, pa­
— dado que dicho profesor no era creyente— , preparar rece que estamos condenados a respirar más y más
así el terreno sobre el que pensaba que podía desarro­ ese ateísmo, salvo en ciertos lugares privilegiados de
llarse una religión aceptable. Pero ¿aceptable para los que se puede decir que no han pasado todavía
quién?, se preguntará. Aceptable para él mismo, es la prueba crucial.
decir, para el no creyente. El resultado fue las más Voy a interrogarme en primer lugar por lo que re­
de las veces el que se podía esperar, esto es, catas­ cibe el nombre de ateísmo vivido, y me preguntaré
154 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 155

después si el ateísmo filosófico puede ser considerado dinoso. En todos los casos nos hallamos en presencia
como una filosofía del ateísmo vivido. de lo que puede aparecer como una asfixia de la con­
El término ateísmo vivido designa así no ya unas ciencia.
opiniones profesadas, sino una cierta manera de vivir ¿Y qué sería una filosofía de este ateísmo? Advir­
y aun de sentir, más que de pensar, que no comporta tamos por de pronto que el término filosofía no está
ninguna referencia aparente a lo que se evoca más o libre en este caso de una cierta ambigüedad. No pa­
menos distintamente cuando se habla del ateísmo como rece encaminado a representar una simple fenomeno­
de una doctrina. Incluso me siento tentado a decir logía consistente en describir dicho ateísmo, sino que
que ese ateísmo vivido es un modo de existencia en comporta una cualificación cuya naturaleza habría que
que todo está subordinado bien sea al interés per­ precisar. Si se trata de una justificación, ésta es nece­
sonal, bien a la satisfacción de tal o cual apetito. Está sariamente de carácter cínico; se inscribe en la pro­
claro que se trata de un paso límite, debiendo consi­ longación de las opiniones extremas de La Rochefou-
derarse el interés personal en lo que tiene de más es­ cauld y acaso también de las del Nietzsche del perío­
trictamente posesivo, como, por ejemplo, la preocu­ do de transición, el de Humano, demasiado humano.
pación de amasar para sí mismo bienes y obtener ho­ Pretende demostrar que, de hecho, el ser humano está
nores. En este caso lo que hay que subrayar con ma­ estructurado de tal forma que se encuentra prisionero
yor fuerza es el término para sí, el cual deja ver per­ de sí mismo, de sus tendencias, y que toda tentativa
fectamente que falta el menor atisbo de generosidad. de imaginar que sea posible una generosidad o un des­
No sería éste el caso del padre que trabaja encar­ interés auténticos debe ser denunciada como una en­
nizadamente con el fin de legar a sus descendientes gañifa o, más exactamente, como un camuflaje, propio
el fruto de su trabajo. Claro que se podría alegar que para asegurar una especie de confort moral engañoso
al fin y al cabo sus descendientes son una prolonga­ al que se vanagloria de ellos. Por lo demás, aquí se nos
ción de sí mismo, pero a esto responderemos que una presenta una dificultad: la de comprender cómo es
vida de trabajo así orientada implica ya un cierto tipo posible la voluntad de lucidez, heroica en suma, que
de trascendencia. permite al individuo desenmascarar sus propias men­
Hay que señalar, además, que el ateísmo vivido su­ tiras y curarse de una ceguera que le resulta prove­
pone la ausencia total de escrúpulos, un encarniza­ chosa.
miento sin piedad en la lucha por la posesión de los Pero, en realidad, es más que dudoso que aquellos
bienes materiales o de la reputación. Incluso diremos que hablan de ateísmo vivido estén en general dispues­
que se define por esta especie de oclusión moral sis­ tos a aceptar absolutamente esta interpretación. No
temática, y que lo que es cierto respecto al avaro o al obstante, hay que señalar, para no caer en la injusticia,
codicioso lo es también respecto al libertino o al libi­ que en los medios ateos se dan numerosísimos ejem-
156 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 157

píos de generosidad y solidaridad efectivas, cuyo de algo que no se vive auténticamente, por ejemplo, a
equivalente estamos muy lejos de encontrar entre favor de lo que se califica de ideas, pero que se reduce
aquellos que se jactan de ser cristianos y que incluso en realidad a palabras con las cuales el sujeto se exalta.
creen practicar lo que ellos llaman su religión. Pero se objetará con toda razón, uno sólo se exalta
Particularmente, aunque no de manera exclusiva, con palabras cuando éstas son portadoras de una cierta
los marxistas afirmarán sin la menor vacilación que carga pasional. ¿Acaso el ateísmo no se presenta como
ellos no han abandonado ninguno de los valores que una pasión? Desde luego que sí. Sin embargo, hay que
gravitan en torno a la preocupación por el otro o, examinar en detalle lo que puede significar en este
mejor aún, por la colectividad. Pero en cambio se ne­ contexto la palabra pasión. Esa pasión sólo puede
garán a admitir que tales valores dependan en cierto ser odio, indignación o desprecio. ¿Y cuál será su
modo de un principio trascendente o divino. Decla­ objeto? ¿No produce todo la impresión de que el
rarán que en esta escala de valores Dios es, todo lo ateo concede a ese Dios que niega la suficiente en­
más, una hipótesis que no sólo es posible dejar atrás, tidad para poder odiarlo, rebelarse contra él e inclu­
sino que toda sana doctrina obliga a rechazar. so, en determinadas ocasiones, despreciarlo? Tales
Todo esto, si uno se atiene a la vida de los hombres reacciones contra lo que se declara como no existente
tal como se muestra, tal como ellos la interpretan, pa­ son manifiestamente absurdas, a menos que se tratase
rece irrecusable. Pero ¿se trata aquí de lo que puede de un antiteísmo y no de ateísmo. Recuerdo ahora
definirse legítimamente como ateísmo vivido? Pare­ que fue a un francés, el padre De Lubac, en su her­
ce más bien que nos encontramos ante un ateísmo pro­ moso libro El drama del humanismo ateo, al que co­
fesado, cuya significación o cuyo alcance es exclusiva­ rrespondió precisamente el mérito de establecer esta
mente negativo, puesto que es el rechazo de lo que se importantísima distinción.
juzga como una hipótesis. ¿Es posible vivir un re­ Cabe en lo posible que alguien alegue que esta
chazo que sólo recae sobre una idea considerada como pasión se desencadena no ya contra un Dios al que se
ficticia? sabe irreal, sino contra los seres, contra los hombres
Ciertamente, una negación puede dar lugar a un que mantienen y procuran propagar esta creencia
proselitismo tan negador en sí mismo como ese cuya ilusoria.
expresión materializada se exhibe en las exposiciones Pero si esto es así, hay que mostrarse más ex­
organizadas de los países comunistas. Nos encontra­ plícito. ¿Qué juicio oculta esta animosidad? ¿Re­
mos aquí con un ateísmo militante, pero se trata procha acaso el ateo a sus adversarios el hacerse cul­
de saber si cabe identificar ateísmo militante y ateís­ pables de un fraude o una estafa, un fraude o una
mo vivido. La experiencia demuestra que es facti­ estafa que sería consciente, intencional? Si así fuese, el
ble entregarse a una propaganda intensiva a favor ateísmo se reduciría a un anticlericalismo extremada­
158 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 159

mente grosero. Los que se proclaman sus campeones Ahora bien, si el ateísmo filosófico no puede ve­
distinguirían probablemente entre los verdaderos pi­ rosímilmente considerarse como una filosofía del ateís­
caros que sacan de sus mentiras un provecho personal mo vivido, ¿cómo debe definirse? Resulta tanto más
y los pobres engañados, los «alelados», que son las importante el interrogarse sobre esta cuestión cuanto
víctimas, poco interesantes por lo demás, de unos es­ que tal definición parece formar parte integrante de
tafadores que son simples granujas. su esencia. El filósofo ateo, tal y como lo conocemos,
Sin embargo, no puedo evitar el pensamiento de hace profesión de ateísmo. Pero por fuerza hemos de
que a un ateo inteligente (y me refiero en particular sacar a colación ciertas diferencias que, a pesar de
al marxista) le costará mucho trabajo suscribir un todo, corresponden al orden existencial. El ateísmo
punto de vista tan sumario, por mucha dificultad que profesado puede presentarse como un desafío lanzado
encuentre en concebir el hecho de que un creyente contra lo que se mira como unas creencias ya pericli­
pueda ser a la vez sincero e inteligente. De todos mo­ tadas o como supervivencias que no interesan más que
dos sigue siendo cierto que lo que es vivido en un caso al sociólogo. Pero el ateísmo profesado puede tam­
semejante es el anticlericalismo, y no el ateísmo, y que bién, aunque esta vez en una tonalidad menor y no
este se presenta como algo puramente abstracto y mayor como anteriormente, ser un testimonio lucido
residual. y a veces desolado que excluye todo lo que se asemeje
Este conjunto de reflexiones parece conducirnos a a una provocación.
reconocer que la noción de ateísmo vivido es una Sin embargo, hay que reconocer que hoy en día los
seudonoción. Pero en una perspectiva conexa no es­ filósofos ateos, Sartre, por ejemplo (aunque cierto
tará de más observar que los hombres y las mujeres pasaje de Les mots quizá pueda interpretarse en sen­
que se consideran cristianos porque mantienen una tido contrario), parecen no sentir nada que se ase­
cierta práctica religiosa pueden de hecho comportarse meje a una nostalgia de lo que a los ojos de otros
como ateos, lo cual significa que se conducen en su se presenta como un paraíso perdido. Siempre, aun en
existencia como si Dios no existiera. No obstante, lo el caso de que experimenten a despecho de todo algo
más probable es que se quedaran muy extrañados si parecido al pesar, se sienten en suma obligados a recha­
se les tildara de ateos. zarlo, a negarlo y a achacarlo a un infantilismo per­
Estas diferentes observaciones convergen hacia una sistente que es preciso exorcizar en la medida de lo
idea que desarrollé ya hace varios años: la idea de posible. Lo más frecuente entonces es que recurran
que la creencia o la no creencia no son necesariamente al psicoanálisis, intentando encontrar la explicación
conscientes de sí mismas y que hay en ello una dife­ de la creencia en Dios en lo que llamarán una fijación
rencia esencial con lo que de ordinario denominamos en el padre.
el pensamiento. De todos modos, parece verdad que el ateísmo filo­
160 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 161

sófico implica una cierta filosofía de la historia, cuyo mana, que existe en principio como carencia. La pa­
primer esquema se encuentra sin duda alguna en labra Dios, dirá, se refiere a la vez a un ser que
Condorcet o, todo lo más, en Auguste Comte, pero es lo que es en cuanto que es todo positividad y el
que después de ellos ha adoptado formas muy dife­ fundamento mismo del mundo, y que no es lo que es
rentes. Mas siempre parece admitir que el hombre que y que es lo que no es conciencia de sí y funda­
ha llegado a un cierto estadio de emancipación no mento necesario de sí mismo. «La realidad huma­
puede ya seguir creyendo en Dios. El ateísmo corres­ na es sufriente, sufriente en su ser, al surgir como
ponde a la época del inevitable destete espiritual. perpetuamente obsesionada por una totalidad que
Resulta superfluo tratar de demostrar que esta es sin poder ser, puesto que no puede en modo
idea de un destete necesario, y además inevitable, se alguno esperar el ‘en sí’ sin perderse como ‘para sí’ .
encuentra también tanto en los continuadores de la Por lo tanto, es por naturaleza conciencia desdichada
izquierda hegeliana — en primer lugar, claro está, en sin que le sea posible sobrepasar el estado de des­
Marx—■ como entre pensadores orientados en muy dicha.»
diferente sentido, como Nietzsche, por ejemplo, e Cuando se estudia la evolución posterior de Sartre,
incluso, en último término, en la línea del psicoaná­ resulta bastante difícil tomarse absolutamente en serio
lisis freudiano. este texto, a menos de admitir, lo cual parece casi de
En todos estos casos el ateísmo se presenta como todo punto insostenible, que la aventura política en
ligado a una cierta madurez del espíritu, y el hablar de que se ha embarcado desde entonces deba ser con­
madurez implica crecimiento previo, es decir, historia. siderada como una pura diversión, en el sentido que
Por lo demás, no se discutirá que el ateísmo filosó­ Pascal da al término. Pero la verdad sea dicha, no
fico puede desarrollarse en determinados espíritus sin creo que Sartre se deje «pascalizar». Y, además, dada
necesidad de ninguna mediación histórica, como la la perspectiva que he adoptado, esta cuestión resulta
expresión de un pensamiento que se juzga a sí mismo secundaria.
pagano por principio y cree poder enlazar con Epicu-
ro, por ejemplo, salvando de un salto atrás dos mile­ Muy al contrario, y con ello entramos en la segunda
nios de cristianismo. parte de este estudio, es interesante determinar si al
En mi opinión conviene mirar como un hecho interrogarse (como ya hizo Leibniz) por la posibilidad
aislado de la filosofía contemporánea la tentativa de o imposibilidad de Dios no se sitúa uno ipso facto
Sartre cuando se esfuerza por demostrar -—en El ser fuera de la esfera en que la palabra Dios conserva su
y la nada— la imposibilidad de Dios y el carácter sentido. ¿Conserva su sentido para quién?, se me
puramente imaginario de la totalidad en dirección a la preguntará. Y responderé: guarda su sentido para un
cual intenta sobrepasarse a sí misma la realidad hu­ creyente o para un pensamiento que se sitúe en la
11
162 Incredulidad y fe Filosofia, teología negativa, ateísmo 163

línea de una filosofía existencial de la fe. Quiero decir tudio y según la cual el ateísmo podría muy bien no
con ello que proceder como se haría, por ejemplo, ser otra cosa que una transición en último término
con una figura matemática sobre la que se quisiera sa­ valiosa.
ber si implica o no contradicción, ¿no supondrá trans­ De hecho, se dirá, lo que se niega o se rechaza siem­
formar a Dios en objeto y con ello sustituirlo por pre no es a Dios mismo, sino una determinada idea o,.
algo que es en cierto modo su opuesto? más exactamente, una determinada imagen que se ha
A decir verdad, tal cuestión supone una posición forjado de él, por ejemplo, la imagen de un déspota.
previa, que consiste en tratar a Dios como sujeto o, Pero si se la rechaza es en nombre de una idea, que
para emplear una terminología barthiana, como Pa­ no se explícita, pero que recae sobre lo que Dios de­
labra que interpela a la criatura que somos cada uno bería ser para que se pudiese reconocerlo verdadera­
de nosotros. mente como tal. Ahora bien, se me dirá, ¿sostener
Claro está que, dentro de cierto teísmo tradicio­ esta idea, esta idea-referencia, no es una cierta forma
nal, se me responderá que Dios, al crear a un ser de creer en Dios?
libre, se ha desasido en cierto modo de este ser, hasta Yo creo que ésta es una interpretación puramente
el punto de permitirle disponer de él mismo. teórica, que entraña el grave defecto de situarse fuera
Tal concepción puede resultar hasta cierto punto de la existencia o, si se quiere, fuera de la vida con­
satisfactoria para una filosofía tradicional; pero es creta de las personas. Cuando se hace referencia a ésta,
muy dudoso que lo sea para un creyente o para un se descubre que el resorte del ateísmo es, como ya he
pensador existencial. En mi opinión lo que interviene indicado, la rebelión. Y a este respecto recuerdo la
aquí es la idea fundamental de lo sagrado. Desde este primera conversación que sostuve con Albert Camus
punto de vista el pensamiento idealista o dialéctico hace una quincena de años. Como tantos otros, Ca­
se presenta como profanador. Y esto quiere decir que mus tropezaba con el hecho del sufrimiento de los
no se reconoce a sí mismo el derecho a proceder inocentes, particularmente el de los niños. Al teólogo
a una tal manipulación, e incluso que esta especie de que hubiese pretendido explicarle que este sufrimiento
prohibición ante la que se inclina aparece a sus ojos no es querido por Dios, sino tan sólo permitido — y
como la contrapartida de lo venerable en cuanto tal. ya sabemos hasta qué punto se ha usado inmodera­
Quisiera ahora confrontar esta observación con una damente de esta distinción— , le habría contestado
idea que se encuentra con bastante frecuencia entre que rechazaba a un Dios de esa especie. Se colocaba así,
los apologetas, esto es, la que consiste en pretender si no en la línea personal de Dostoievski, sí en la de
que, a fin de cuentas, no existe el ateísmo en la rea­ algunas de las figuras bajo las cuales se nos presenta,
lidad. Tal idea se halla sin duda en la base de la con­ en particular la de Iván Karamazov. ¿Podría él admi­
cepción a que hice referencia al principio de este es­ tir el argumento a que hice referencia anteriormente
164 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 165

y conceder que su protesta o su misma rebelión im­ Kierkegaard) o bien, a despecho de todo, suponer una
plicaban una especie de adhesión previa a un Dios de cierta generalidad. Apenas es necesario hacer observar
justicia y de misericordia? Estoy seguro de que ha­ que el problema afecta aquí al sujeto mismo que in­
bría visto en ello una especie de jugarreta que hu­ tenta pensar la fe y, al mismo tiempo, a las relacio­
biese repugnado a su probidad. El rechazaría siempre nes que median entre el sujeto de la búsqueda y el
la idea de que fuese posible hipostasiar el sentimiento
sujeto creyente.
de compasión indignada que experimentaba a la vista Creo que una meditación sobre el carácter, por así
de tantas víctimas inocentes. Y creo que, si bien se decirlo intermediario, del poeta e incluso, generali­
piensa, habría que darle la razón. zando más, del artista, debería permitirnos, si no re­
En mi opinión, es propio del pensamiento existen­ solver la dificultad, al menos reducirla hasta cierto
cial rechazar parecidas seudosoluciones.
punto.
Y aquí surge una grave dificultad, de la que nos El poeta — y no me refiero al versificador, sino al
ocuparemos sin demora. Dejemos de lado los pro­ poeta auténtico— es al fin y al cabo un existente con
blemas que sugiere el término el creyente para ate­ tanto derecho como pueda serlo el filósofo existen­
nernos a los que plantea el término el filósofo existen­ cial. Cierto que apenas si resulta razonable hablar del
cial. En este caso el nudo de la dificultad radica en poeta en general, o al menos, si uno se ve forzado a
el artículo definido.
hacerlo, convendría guardarse cuidadosamente de con­
Cuando hablo de un pensador existencial, tal como siderarlo como el representante o el portador de una
Kierkegaard, pongo el acento sobre su singularidad, idea de la que se podría decir que es la poesía en
sobre el hecho de que es ése determinado y no otro general. Porque la realidad es que la poesía en ge­
cualquiera. Pero el uso del artículo definido, ¿no im­ neral no existe. Mas bien se sentiría uno tentado a
plica justamente que se puede hacer abstracción de hablar de una órbita poética, de la cual sólo le es dado
esta singularidad? Cuando hablo del filósofo existen­ a cada uno recorrer un sector. Pero también hay que
cial, ¿es que no le concedo el índice que corresponde poner de relieve hasta qué punto resulta inadecuada
a la palabra überhaupt (en general)? Pero ¿acaso este una expresión como ésta en la medida en que ha sido
índice, que se aplica al filósofo de tipo clásico, o al tomada del lenguaje espacial. Sin embargo, contribuye
menos a la idea que él tiende a hacerse de la filoso­ a encaminarnos hacia una realidad que se encuentra
fía, no es rigurosamente inaplicable en la esfera de lo más allá de los modos de representación a través de
existencial? Y lo que presta a la dificultad su carác­ los cuales nos sentimos impulsados a abordarla. En
ter agudo e inquietante es precisamente que, en una este caso, como en otros muchos, se trata de tras­
meditación como la que nos ocupa, parece necesario cender la idea de totalidad que corresponde a una
delimitar o bien de quién se trata (por ejemplo, de tentación del espíritu. Esto resulta quizá más cía-
166 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 167

ro aplicado al caso de la música. Hay un mundo ticable. En el fondo, es esto lo que yo pretendía decir
mozartiano, como hay un mundo de Beethoven, de cuando escribía hace ya mucho tiempo: «Cuando ha­
Chopin, de Debussy. Pero qué iluso sería pensar que blamos de Dios, no es de Dios de lo que hablamos K
estos mundos pueden sumarse unos a otros para for­ Hablar de entraña una designación. Pero hay que se­
mar un conjunto al que podría denominarse el uni­ ñalar que la palabra designar es ambigua. Me liberaré
verso musical... de esta ambigüedad distinguiendo entre bezeichnen y
Precisamente creo que lo propio de la filosofía exis­ hindeuten. Y aquí excluyo la Bezeichnung reteniendo
tencial, al menos como yo la concibo, es apelar contra el Hindeuten2. Se puede decir, en efecto, que una
las pretensiones del pensamiento totalizante. Lo cual catequesis es precisamente ein Hindeuten. Sin em­
viene a significar que no creo en absoluto en la posi­ bargo, quizá sea preciso aclararlo más. La Bezeichnung
bilidad de una reconciliación entre este pensamiento y implica inevitablemente una delimitación. Y ésta es
el marxismo que en principio se mantiene hegeliano o justamente la operación que no puede practicarse
hegelianizante. sobre lo que llamamos Dios. Lo cual viene a signifi­
Creo que estas consideraciones revisten una gran car en suma que Dios no puede ser tratado como ob­
importancia en relación con el problema del que me jeto o como objetividad.
estoy ocupando, pese a que es muy posible que al­ Ahora bien, lo que acabamos de decir constituye
guien temiese que corría el riesgo de apartarme de él. el punto central de lo que se denomina ordinariamente
Cuanto más nos preocupemos de abordar a Dios exis- la teología negativa. Y es fácil ver el parentesco que no
tencialmente, es decir, desde la dimensión de la fe, puede por menos de establecerse entre la teología
tanto más cuidado pondremos en precavernos contra negativa y el ateísmo. De modo general el pensamien­
toda tentación de afirmarlo como una totalidad. to del ateo, en especial cuando apela a la ciencia, evo­
A mi entender, lo que hay que tomar sobre todo en luciona entre los objetos y se propone establecer entre
consideración es la relación única que une a la criatu­ ellos relaciones definidas. Es decir, a sus ojos o bien
ra con el creador. Además, hay que pensar que en este Dios es un objeto o bien no existe en absoluto.
contexto la palabra relación es totalmente impropia, Y aquí tropiezo de nuevo, después de más de me­
en razón precisamente de esta Einzigartigkeit. Sólo dio siglo, con el problema que abordó inicialmente
cabría hablar de relación si Dios pudiese ser tratado mi pensamiento antes de la primera guerra mundial.
como un término. Pero esto supondría, como ocurre ¿Qué queremos significar cuando afirmamos o cuando
siempre con respecto a las relaciones, un pensamiento negamos que Dios existe? Siguiendo los pasos de Jules
que se elevase por encima de los términos relacio­
nados, un pensamiento englobante. Ahora bien, es 1 Journal métaphysique, p. 158.
precisamente este englobamiento lo que resulta imprac­ 2 Hindeuten, referencia a,
168 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 169

Lagneau, me preguntaba entonces si negar la existen­ reducir a las que determina el pensamiento científico.
cia a Dios suponía retirarle toda realidad. Sin que me diese cuenta de ello de una manera pre­
Y así llegamos, a través de una serie de meandros, cisa, al menos al principio, esta investigación se orien­
hasta el problema central. Pero cuando me refiero a taba hacia el Dios encarnado, hacia el Dios que se
toda aquella búsqueda, a la vez ardorosa y titubeante, confirió a sí mismo la existencia al hacerse hombre
en una época en que me encontraba en una soledad como yo.
casi completa, me veo obligado a reconocer que sin Pero es obvio que aunque el pensamiento filosó­
duda no me hubiese atrevido a decir que creía en ese fico podía encaminarse así hacia el Dios encarnado,
Dios respecto al que me empeñaba en demostrar que, a esto no bastaba para hacerme creer en él. Era preciso
pesar de negarle la existencia, no podía, no obstante, que me fuese atestiguado y que ese testimonio se me
negar también su realidad. impusiese. Creí en la fe de los demas antes de atre­
Pero de hecho creo que la investigación existencial verme a decir que esa fe era la mía. Primero tenía que
propiamente dicha se me presentó de pronto como el franquear un umbral, y ese umbral es lo que llama­
camino que era preciso seguir si quería escapar, si no mos conversión.
exactamente a la contradicción, sí al menos a la so­ «Pero — se me preguntará— ¿qué interés puede
bretensión casi insoportable para el espíritu que en­ tener en la actualidad una evocación semejante? ¿Aca­
traña la idea de un Dios real, pero no existente, aun­ so no se refiere a un pasado ya cumplido, a una evo­
que seguramente sería mejor decir no objetivo. ¿No lución que ya sólo puede interesar al historiador?»
nos encaminaríamos acaso a una solución al encontrar Responderé que no se trata en absoluto de una di­
un medio de distinguir estrictamente entre existencia gresión, que en cuanto tal resultaría en efecto inex­
y objetividad? Creo que en aquel entonces no pensé cusable. Porque sucede que el obstáculo que tenemos
ni por un momento en que seguía las huellas de que remontar sigue siendo hoy en día el mismo que
Kierkegaard, que en aquella época no era para mí en mis primeras investigaciones. Incluso es posible que
más que un nombre. Aún no se había traducido ningu­ se haya hecho más formidable todavía por el hecho
na de sus obras al francés y yo no había tenido la me­ de que el desarrollo de las ciencias y de la técnicas
nor ocasion de echar una ojeada a la traducción ale­ ha continuado a lo largo de este medio siglo a una
mana de las mismas. Me permito recordar que fue la velocidad vertiginosa. Hace poco recordaba la de­
reflexión sobre el cuerpo propio y sobre la sensación claración de un reputado científico que proclamaba
lo que me condujo a pensar que si yo, ser humano, que el hombre es una máquina electrónica. ¿Se puede
existo es en la medida en que tengo un cuerpo y en manifestar una incomprensión mas radical de lo que
que sostengo por intermedio de ese cuerpo unas rela­ es la existencia o, hablando en otro lenguaje, de lo que
ciones con el mundo que no se dejan de ningún modo es la subjetividad?
170 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 171

Convendría, sin embargo, volver sobre el término en cuanto tal, supone justamente la negativa a acep­
testimonio, que he utilizado hace un momento, y res­ tar semejante disyunción. ¿Es justificable y puede
ponder a la objeción que puede despertar su empleo tomar cuerpo esta negativa? ¿Cuál es el estatuto del
en el registro filosófico. pensamiento que la enuncia?
Efectivamente, ¿no se sitúa el testimonio fuera de Recordemos lo que decíamos más arriba acerca del
la zona en que se ejerce el pensamiento del filósofo? poeta: el filósofo existencial, tampoco él no es no
¿O bien habrá que admitir que pueden existir dos importa quién; se define también por una vocación, y
tipos de testimonio, uno de los cuales podría ser re­ esta vocación a mi modo de ver es la comprensión
conocido como válido por el filósofo, mientras que fraternal. Es esta comprensión la que constituye el
el otro se situaría más allá del umbral del que he punto central del testimonio y en función de ella pue­
hablado, el umbral de la conversión efectiva? de ser reconocido tal testimonio. Pero dicho recono­
Está claro que si nos atenemos a la concepción clá­ cimiento implica un oído comparable al del músico,
sica del filósofo, la que prevaleció no sólo durante un oído que no es solamente una facultad, sino que
el siglo xvm , sino incluso en Kant y en la mayoría es también un don. No vayamos a imaginar que es
de sus seguidores — aunque a este respecto habría que posible en ningún caso regatear el don, lo mismo que
introducir sin duda ciertos matices— , la respuesta no no se puede regatear la vocación, y ambos, don y vo­
puede ser más que negativa: al filósofo como tal no cación, son inseparables. Pero tanto en el caso de la
le corresponde atestiguar. ¿Ocurre lo mismo con res­ comprensión fraternal como en el caso del oído no se
pecto al pensador existencial? La cuestión es verdade­ trata de una simple particularidad psicológica, sino de
ramente crucial. Me apresuraré a decir que el recurso un poder ordenado hacia un valor. Por lo demas re­
a la expresión existencialista cristiano, contra la que curro con disgusto al término valor, que resulta siem­
no he dejado de sublevarme desde hace quince años, pre ambiguo. En realidad nos hallamos en la juntura
sólo puede acarrear las peores confusiones. entre el valor y el ser.
Miremos las cosas mas de cerca. El testimonio im­ Guárdemonos, no obstante, de sobrepasar esta
plica un compromiso. Pero ¿quién es aquí el sujeto? fórmula, que no es capaz de satisfacernos plenamente,
¿Quién es aquí el yo? Cuando se trata de un hecho y procuremos comprender lo que puede ser la pu­
observado es el yo empírico el que puede y debe afir­ reza del testimonio, preguntándonos cómo se deter­
mar su identidad. Ahora bien, ¿no nos vemos así mina tal pureza. Me parece ver que la pureza com­
literalmente arrinconados entre el campo racional, en porta en este caso la reabsorción de la relación ex­
el que el filosofo pretende al menos escapar a las tra­ terna que traduce la preposición de, relación externa
bas del estado egoico, y el campo empírico propia­ que se encuentra siempre presente, por el contrario,
mente dicho? Sin embargo, el pensamiento existencial, cuando el testimonio recae sobre un hecho compro­
272 Incredulidad, y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 173

bado. ¿No habría que decir que el testimonio entraña «Y , sin embargo — se me preguntará todavía— , ¿no
lo que llamaré — excusándome por el neologismo— la es de manera inevitable este Dios históricamente de­
transparición de lo atestiguado? Pero inmediatamente finido el que se atestigua? Y esta especificación his­
se nos plantea la cuestión del discernimiento. ¿Cómo tórica — incluso aunque permanezca implícita— , ¿no
se podría reconocer esta transparición? El único modo basta para quitar al testimonio ese carácter de pure­
posible parece ser la reverberación de esta luz. Mas za, y aun se podría decir de incondicionalidad, sobre el
no nos dejemos extraviar por una metáfora tomada que usted ha insistido? Y — se añadirá— si hace usted
del campo de la óptica. Creo que hay que referirse abstracción total de toda referencia histórica o socio­
siempre a lo que he intentado expresar anteriormente lógica, admitiendo que sea todavía de Dios de lo que
al hablar de una luz que sería al mismo tiempo con­ habla, ¿no es de ese Dios de los filósofos (digamos,
ciencia de iluminación y asimismo alegría de ser luz. por ejemplo, el de Spinoza), del que apenas si tiene
La virtud propia del testimonio consiste precisamente el menor sentido decir que es atestiguado, puesto que
en transmitir esta luz-alegría, de la que es como su se sitúa usted en una esfera anterior a la propiamente
portador. existencial?»
En este punto, sin embargo, no podemos soslayar La objeción es grave y merece sin duda alguna que
las objeciones de la reflexión crítica, la que se afana nos detengamos en ella. Creo que respondería a ella
sobre todo por descubrir las posibles ilusiones. El diciendo que, en mi opinión, lo que he llamado la
testigo puede estar engañado y puede engañar. Por pureza del testimonio se halla en correspondencia con
lo demás, poco importa la línea que siga o en que se la afirmación del Dios santo, del Deus Sanctus, que
desarrolle esta labor de desenmascaramiento, poco debe ser aquí puesto a plena luz. Advertiré que es
importa el enfoque que presida esta tarea, ya sea el muy posible que esta afirmación no se deje reducir a
enfoque psicoanalítico o el enfoque marxista, por un juicio de predicación, que procedería a conceder
ejemplo. El testigo será acusado siempre de fraude, a Dios un atributo: la sanctitas. Se trata más bien de
aunque sin duda involuntario. una alabanza o de una exaltación brotada de esa zona
Pero si al frente de todas estas últimas reflexiones central en que el pensamiento y el corazón se confun­
he colocado la noción de pureza y la de una reabsor­ den. Pero ¿cómo no ver que la alabanza es testimonio
ción de la relación externa ha sido precisamente para por excelencia y, dado que es arrebato, rechaza o re­
subrayar que todas estas tentativas de desenmascara­ prime la reflexión crítica y desenmascaradora de que
miento, cuyo valor no hay por qué negar, se desarro­ he hablado anteriormente?
llan sin salirse de un cierto límite, del punto en que «Sin embargo — se me insistirá todavía— , ¿no sub­
el testimonio se presenta como trascendente a todo siste acaso una oscuridad, una confusión? ¿Es el filó­
intento de reducción y de descalificación. sofo el yo de la alabanza? Y si entre el uno y la otra
174 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 175

se mantiene una distinción, ¿habrá que decir que esta debe ser tomado en consideración? ¿Y no he inten­
alabanza es comprobada por el filósofo?» tado demostrar que este tercero se define por una
Admitirlo significaría retroceder con respecto a lo cierta vocación y que esta vocación consiste en ser
que; dije precedentemente. Está bien patente que una voz que habla en nombre de los que... ? Interrum­
cuando hablé de comprensión fraternal no. podía ha­ po aquí la frase porque conviene reflexionar sobre ella
cerlo en el sentido de una comprobación, como la que antes de terminarla. Podríamos quizá continuarla así:
se realiza sobre un fenómeno cualquiera. La alabanza de aquellos cuyo pensamiento orante se eleva hacia el
que se afirma en el Deus Sanetus no se deja fenome- Dios santo, y ya he subrayado lo suficiente que se
ualizar, sino que es reconocida por el filósofo como trata de una oración de alabanza más que de petición,
trascendente a toda fenomenalización posible. por lo mismo que la petición corre el riesgo de aten­
No faltará aún quien me señale lo siguiente: «¿Es­ tar en cierto modo contra la santidad de lo invocado.
tá usted en su derecho al decir aquí el filósofo? ¿Es Ese tercero que me esfuerzo por ser se presenta, por
justificable el empleo del artículo definido? ¿No pen- tanto, como un locum tenens. No basta con decir
sar^ usted acaso en un determinado filósofo o en un que se encuentra unido a una comunidad fraternal.
tipo de filósofo o incluso, en el fondo, en usted mis­ Una relación semejante podría parecer demasiado te­
mo? ¿No cabe en lo posible que todo lo que acaba de nue. El es la voz de esta comunidad, de la cual
decir se reduzca a la aseveración totalmente subjetiva quizá haya que decir que no comporta ninguna fron­
de que a sus ojos la afirmación del Dios santo es me- tera que pueda ser trazada.
tafenoménica?» Mas también en este punto tenemos que prevenir
También en este caso creo que se trata de una un nuevo ataque: «¿Hasta qué punto — se me pre­
objeción importante, que se presenta como una fuerza guntará— esta voz puede considerarse todavía como
propulsora en la medida en que nos obliga a intentar filosófica? ¿Acaso no se ha salido usted del dominio
deshacer el equívoco. Por lo tanto, me interrogaré y de la filosofía para penetrar en el de la religión?»
procederé al indispensable examen de conciencia a que En realidad, este reconocimiento del testimonio
tal objeción tiene la virtud de obligarme. ¿Se puede •
— que, por lo demás, termina por convertirse en co-
decir verdaderamente que soy yo, yo solo, en el sen­ testimonio— es el punto extremo de una meditación
tido rnás limitado del término, el que habla? En efec­ que, en cuanto tal meditación, no puede ser más
to, el que habla no es un filósofo cualquiera, no es que filosófica. Dicha meditación está encaminada a
un filósofo en general. Ahora bien, ¿no he dado ya a determinar las condiciones en que se puede hacer
entender que entre «yo solo» y ese «filósofo en ge­ intervenir la afirmación de Dios sin franquear el um­
neral» — que, por lo demás, quizá no sea más que bral de la conversión propiamente dicha, es decir, man­
una ficción— existe un tercer término, el único que teniéndose apartado de la adhesión a un credo deter-
176 Incredulidad y fe Filosofía, teología negativa, ateísmo 177

minado dentro de un contexto eclesial específico. bajo el título Dialogisches Leben presentan a sus ojos
En este punto de mi meditación se me viene a la un carácter propiamente filosófico.
memoria un texto de Ferdinand Ebner. Creo opor­ Es, sin duda alguna, la reflexión, en cuanto tal,
tuno el citarlo porque puede servir para demostrar la que discierne los límites de un pensamiento que
hasta qué punto me opongo en esto a un pensador recae exclusivamente sobre la tercera persona, y es
existencial del que, en otros muchos aspectos, me en­ este discernimiento el que otorga su plena significa­
cuentro, no obstante, muy próximo. Dicho texto se ción a la idea de intersubjetividad. Hay que recono­
encuentra incluido en el tomo II de la nueva edición cer, sin embargo, como creo que hemos tenido ocasión
de sus obras. Se trata de una nota de su diario que de hacerlo precedentemente, que la teoría, y aun po­
parece datar del 16 de julio de 1918: demos decir que el razonamiento en cuanto tal, corre
siempre el peligro de causar detrimento a la intersub­
«También el pensamiento de los filósofos está em­ jetividad, es decir, de convertirla en una relación es­
peñado en la búsqueda de Dios, pero no consigue en­ tablecida entre seres considerados como terceras per­
contrarlo. El filósofo piensa en la tercera persona, sonas. Está fuera de duda, en lo que a mí concierne,
cuando Dios debe ser encontrado en la segunda. El que la exigencia dramatúrgica que subyace en una gran
pensamiento que quiera encontrar a Dios tiene que parte de mi obra traduce justamente la conciencia de
convertirse en plegaria..., plegaria no ya simplemente esta especie de antinomia: en el drama el sujeto tras­
ideal o formal, sino verdaderamente real. Y aunque ciende la objetivación, dado que está tratado como
fuese filosófico antes de hacerse plegaria, después ha primera persona y dado que el otro se convierte para
dejado de serlo» 3. él en un tú.
Volviendo, pues, a lo que dije anteriormente a pro­
Creo que mis lectores se habrán dado cuenta de que pósito de la afirmación de Dios, creo que dicha afir­
mi opinión a este respecto difiere de la de Ebner. Yo mación presenta un carácter tangencial, surge en el
prefiero decir que el paso de la tercera a la segunda punto extremo de la investigación filosófica y, para
persona, en la medida en que debe estar fundamenta­ el filósofo, recae sobre el Dios santo considerado
do o justificado filosóficamente, se sitúa aún en un en su santidad, más allá de toda representación que
plano anterior a lo religioso propiamente dicho. Por amenazara con desdivinizarlo (y les ruego que me
el contrario, creo estar de acuerdo con Martin Buber, excusen por utilizar este término un tanto bárbaro,
porque estoy seguro de que los escritos que ha reunido pero que expresa muy bien lo que estoy intentado
decir). Lo que interesa saber es si esta afirmación si­
gue correspondiendo o no a la teología negativa. Pero
3 Journal métapbysique, p. 48. éste es un punto sobre el que no quiero pronunciarme
12
178 Incredulidad y fe

de manera categórica. Por lo demás, tengo que decir


que a mi entender sólo se trata de un problema de
definición. No se me oculta en absoluto lo expuesta
que resulta una tal posición y de ahí su vulnerabili­
dad. Pero pienso que si permanecemos al margen, si,
COLECCION UNIVERSITARIA DE BOLSILLO
al igual que hace Ebner, negamos que el orden del tú
pertenezca al ámbito de la filosofía propiamente dicha, PUNTO OMEGA
nos veremos probablemente obligados a dejar la fi­
losofía en un plano anterior al pensamiento existen­ 1. Jacques Rueff: La época ¿te la inflación.
cial tal como se ha desarrollado desde hace medio 2. Mircea Eliade: Lo sagrado y lo profano.
3. Jean Charon: D e la física al hombre.
siglo y cuya fecundidad me parece absolutamente fue­ 4. M. Garcla-Viñó: Novela española actual.
ra de duda. 5. E. Mounier: Introducción a los existencialismos.
6. J. Bloch-Michel: La « nueva novela».
7. J. Maritain: ... Y Dios permite el mal.
8. N. Sarraute: La era del recelo.
9. G. A. Wetter: Filosofía y ciencia de la Unión Soviética.
10. H. Urs von Balthasar: iQuién es un cristiano?
11. K. Papaioannou: El marxismo, ideología fría.
12. M. Lamy: Nosotros y la medicina.
13. Charles-Olivier Carbonell: El gran octubre ruso.
14. C. G. Jung: Consideraciones sobre la historia actual.
15. R. Evans: Conversaciones con Jung.
16. J. Monnerot: Dialéctica del marxismo.
17. M. García-Viñó: Pintura española neofigurativa.
18. E. Altavilla: Hoy con los espías.
19. A. Hauser: Historia social de la literatura y el Arte.
Tomo I.
20. A. Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
Tomo II.
21. A. Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
Tomo III.
22. Los cuatro Evangelios.
23. Julián Marías: Análisis de los Estados Unidos.
24. Kurz-Beaujour-Rojas: La nueva novela europea.
25. Mircea Eliade: Mito y realidad.
26. Janne-Laloup-Fourastié: La civilización del ocio.
27. Pasternak: Cartas a Renata.
28. A. Bretón: Manifiestos del surrealismo.
29. G. Abetti: Exploración del Universo.
30. A. Latreille: La Segunda Guerra Mundial (2 tomos).
31. Jacques Rueff: Visión quántica del Universo. Ensayo so­
bre el poder creador.
32. Carlos Rojas: Auto de fe (novela).
33. Yintila Horia: Una mujer para el Apocalipsis (novela). 73. C. Castro Cubells: Crisis en la conciencia cristiana.
34. Alfonso Albalá: El secuestro (novela). 74. A. de Tocqueville: La democracia en América.
35. S. Lupasco: Nuevos aspectos del arte y de la ciencia. 75. G. Blócker: Líneas y perfiles de la literatura moderna,
36. Theo Stammen: Sistemas políticos actuales. 76. S. Radhakrishnan: La religión y el futuro del hombre.
37. Lecomte du Noüy: D e la ciencia a la fe. 77. L. Marcuse: Filosofía americana.
38. G. Uscatescu: Teatro occidental contemporáneo. 78. K. Jaspers: Entre el destino y la voluntad.
39. A. Hauser: Literatura y manierismo. 79. M. Eliade: Mefistófeles y el andrógino.
40. H. Clouard: Breve historia de la literatura francesa. 80. H. Renckens: Creación, Paraíso y Pecado Original.
41. H. von Ssachno: Literatura soviética posterior a Stalin. 81. A. de Tocqueville: El Antiguo Régimen y la Revolución.
42. Literatura clandestina soviética. 82. L. Cernuda: Estudios sobre poesía española contempo­
43. L. Pirandello: Teatro. ránea.
44. L. Pirandello: Ensayos. 83. G. Marcel: Diario metafísico.
45. Guillermo de Torre: Ultraísmo, existencialismo y objeti­ 84. G. Pullini: La novela italiana de la posguerra.
vismo en literatura. 85. Leo Hamon: Estrategia contra la guerra.
46. Guillermo de Torre: Vigencia de Rubén Darío y otras 86. José María Valverde: Breve historia de la literatura es­
páginas. pañola.
47. S. Yilas: El humor y la novela española contemporánea. 87. José Luis Cano: La poesía de la Generación del 27.
48. H. Jürgen Badén: Literatura y conversión. 88. Enrique Salgado: Radiografía del odio.
49. G. Uscatescu: Proceso al humanismo. 89. M. Sáenz-Alonso: Don Juan y el Donjuanismo.
50. J. Luis L. Aranguren: Etica y política. 90. Diderot-DAlembert: La Enciclopedia. Selección.
51. Platón: El banquete, Fedón, Fedro. Trad. de Luis Gil. 91. L. Strauss: (Q ué es Filosofía Política?
52. Sófocles: Antígona, Edipo Rey, Electra. Trad. de Luis Gil. 92. Z. Brzezinski-S. Huntington: Poder político USA-URSS,
53. A. Hauser: Introducción a la historia del arte. tomo I.
54. Carleton S. Coon: Las razas humanas actuales. 93. 2 . Brzezinski-S. Huntington: Poder político USA-URSS,
55. A. L. Kroeber: El estilo y la evolución de la cultura. tomo II.
56. J. Castillo: Introducción a la sociología. 94. J. M. Goulemot-M. Launay: El siglo de las Luces.
57. Ionesco: Diario, I. 95. A. Montagu: La mujer, sexo fuerte.
58. Ionesco: Diario, II. 96. A. Garrigó: La rebeldía universitaria.
59. Calderón de la Barca: El Gran Duque de Gandía (come­ 97. T. Marco: Música española de vanguardia.
dia inédita). Presentación de Guillermo Díaz-Plaja. 98. J. Jahn: Muntu: Las culturas de la negritud.
60. G. M iró: Figuras de la Pasión del Señor. 99. L. Pirandello: Uno, ninguno y cien mil.
61. G. Miró: Libro de Sigüenza. 100. L. Pirandello: Teatro, II.
62. Pierre de Boisdeffre: Metamorfosis de la Literatura, 101. A. Albalá: Introducción al periodismo.
I : Barrés-Gide-Mauriac-Bernanos. 102. G. Uscatescu: Maquiavelo y la pasión del poder.
63. Pierre de Boisdeffre: Metamorfosis de la Literatura, 103. P. Naville: La psicología del comportamiento.
II : Montherlant-Malraux-Proust-Valéry. 104. E. Jünger: fuegos africanos.
64. Pierre de Boisdeffre: Metamorfosis de la Literatura, 105. A. Gallego Morell: En torno a Garcilaso y otros ensayos,
III: Cocteau-Anouilh-Sartre-Camus. 106. R. Sédillot: Europa, esa utopía.
65. R. Gutiérrez-Girardot: Poesía y prosa en Antonio Ma­ 107. J. Jahn: Lar literaturas neoafricanas.
chado. 108. A. Cublier: ludirá Gandhi.
66. Heimendahl - Weizsacker - Gerlach - Wieland - Max 109. M. Kidron: El capitalismo occidental de la posguerra,
Born - Günther - Weisskopf: Física y Filosofía. Diálogo 110. R. Ciudad: La resistencia palestina.
de Occidente. 111. J. Marías: Visto y no visto, I.
67. A. Delaunay: La aparición de la vida y del hombre. 112. J. Marías: Visto y no visto, II.
68. Andrés Bosch: La Revuelta (novela). 113 . J- Coll: Variaciones sobre el jazz.
69. Alfonso Albalá: Los días del odio (novela). 114. E. Ruiz García: América Latina hoy, I.
70. M. García Y iñó: El escorpión (novela). 115. E. Ruiz García: América Latina hoy, II.
71. J. Soustelle: Los Cuatro Soles. Origen y ocaso de las cul­ 116. J. Vogt: F.l concepto de la historia de Ranke a Toynbee.
turas. 117. G. de Torre: Historia de las literaturas de vanguardia, I.
72. A. Balakian: El Movimiento Simbolista. 118. G. de Torre: Historia de las literaturas de vanguardia, II.
119. G . de T orre: Historia de las literaturas de vanguardia, III.
120. P. L. M ignon: Historia del teatro contemporáneo.
121. A. Berge: La sexualidad hoy.
122. J. Salvador y Conde: El libro de la peregrinación a San­
tiago de Compostela.
123. E. J. Hobsbawm: Las revoluciones burguesas.
124. Gabriel Marcel: Incredulidad y je.
125. A. Arias Ruiz: El mundo de la televisión.
126. L. F. Vivanco: Introducción a la poesía española contem­
poránea, I.
127. L. F. Vivanco: Introducción a la poesía española contem­
poránea, II.
128. A. Timm: Pequeña historia de la tecnología.
129. L. von Bertalanffy: Robots, hombres y mentes.
130. A. Hauser: El manierismo, crisis del Renacimiento.
131. A. Hauser: Pintura y manierismo.
132. G. Gómez de la Serna: Ensayos sobre literatura social.
133. J. López Rubio. Al jilo de lo imposible.
134. J. Charon: D e la materia a la vida.
135. M. Mantero: La poesía del yo al nosotros.
136. G. Marcel: Filosofía para un tiempo de crisis.

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