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No
podemos
menos
que
afirmar,
con
la
mayor
responsabilidad
que
hoy
enfrentamos
en
Venezuela
una
crisis
estructural
grave
que
merece
ser
considerada
como
tal
y
solucionada
por
medio
de
los
mecanismos
apropiados
que
garanticen
el
paso
hacia
un
estadio
superior
de
entendimiento
entre
los
venezolanos.
No
estamos
ante
un
conflicto
armado,
en
el
sentido
estricto
de
la
expresión,
y
acá
debemos
diferenciar
nuestra
situación
con
otras;
pues
son
precisamente
esas
especificidades
y
las
del
medio
en
el
que
se
desarrolla
la
situación,
las
que
van
a
determinar
los
mecanismos
o
procedimientos
de
solución.
Hay
conflictos
armados
y
crisis
internas,
dentro
de
los
primeros,
algunos
de
carácter
internacional,
otros
de
carácter
exclusivamente
nacional.
Hay,
por
otra
parte,
crisis
internas
que,
aunque
distintas
al
conflicto
armado,
tienen
efectos
igualmente
devastadores
en
la
sociedad
afectada.
En
Venezuela
estamos
ante
una
crisis
muy
particular
que
se
desarrolla
dentro
de
un
aparente
Estado
de
Derecho.
Tenemos
un
régimen
con
evidentes
rasgos
totalitarios
que,
al
margen
del
orden
constitucional,
se
impone
en
clara
contradicción
con
el
respeto
pleno
de
los
derechos
humanos.
El
abandono
por
parte
del
Gobierno
del
Estado
de
Derecho,
de
la
democracia
como
sistema
político
garante
del
pleno
ejercicio
de
los
derechos
humanos,
no
es
un
problema
que
incumbe
solamente
a
las
sociedades
afectadas.
Su
solución
no
depende
exclusivamente
de
ellos.
Por
el
contrario,
la
violación
del
derecho
a
la
democracia
nos
compete
a
todos,
dentro
y
fuera,
a
los
Estados
y
a
la
comunidad
internacional.
En
Venezuela
estamos
frente
a
una
crisis
que
va
mucho
más
allá
de
lo
político.
No
se
trata,
en
efecto,
de
la
sola
violación
de
los
derechos
civiles
y
políticos,
lo
que
en
sí
misma
es
sumamente
grave,
sino
de
la
vulneración
de
los
derechos
económicos,
sociales
y
culturales
de
los
venezolanos,
lo
que
ha
llevado
al
país,
como
lo
hemos
afirmado
con
la
mayor
responsabilidad
en
varios
escenarios,
incluso
en
el
Consejo
de
Derechos
Humanos
de
las
Naciones
Unidas
en
Ginebra,
a
una
auténtica
crisis
humanitaria
que
exige
su
consideración
por
la
comunidad
internacional.
El
Derecho
Internacional
y
la
política
ofrecen
mecanismos
idóneos
para
superar
estas
situaciones.
El
estudio
de
la
práctica
nos
muestra
que
ante
conflictos
y
crisis
que
ha
padecido
una
sociedad,
las
partes
involucradas
han
recurrido
a
la
negociación
o
a
las
conversaciones
directas
o
a
los
buenos
oficios
o
la
mediación
de
terceros.
En
América
Latina,
la
historia
de
los
últimas
décadas
del
siglo
pasado
nos
muestran
procesos
de
paz
y
de
reconciliación
con
la
participación
directa
de
las
partes
y
la
asistencia
y
la
observación
de
la
comunidad
internacional,
un
ejemplo
que
nos
enorgullece,
el
rol
determinante
que
desempeñara
el
Grupo
de
Contadora
en
el
proceso
de
reconciliación
y
paz
en
la
región
centroamericana
que
facilitó
los
Acuerdos
de
Esquipulas
que
dieron
paso
al
fin
de
las
hostilidades
y
a
la
reconciliación
y
la
paz
en
la
región.
Para
que
estos
procesos
puedan
ser
exitosos
deben,
además,
contar
con
el
respaldo
de
todos.
El
rol
de
la
sociedad
civil
es
definitivamente
determinante.
No
puede
haber
procesos
de
diálogo
impuestos,
ni
entre
las
partes
mismas,
ni
en
relación
con
la
sociedad
civil.
El
diálogo
debe
ser
incluyente,
nunca
excluyente,
lo
que
lamentablemente
no
se
ha
podido
construir
en
nuestro
proceso
que
apenas
comienza.
En
ese
momento
de
ruptura
se
activan
las
normas
y
los
mecanismos
de
protección
de
ese
derecho
que
los
mismos
estados
se
han
dado,
ejemplos
de
ello,
la
Carta
Democrática
Interamericana
y
el
Protocolo
de
Ushuaia
en
el
ámbito
regional
que,
lejos
de
constituir
medios
sancionatorios
buscan
por
la
vía
de
la
cooperación
que
los
gobiernos
que
irrespetan
el
orden
democrático
retomen
el
camino
de
la
legalidad.
Estos
mecanismos
buscan
el
restablecimiento
del
orden,
del
estado
de
derecho,
pero
dejan
a
las
sociedades
la
responsabilidad
de
encontrar
ellas
mismas
el
mejor
camino
hacia
la
reconciliación
y
la
paz.
No
podemos
negar
hoy
que
en
estamos
en
una
etapa
importante
de
transición
en
la
cual
con
inteligencia
y
sabiduría
la
sociedad
civil
debe
encontrar
el
camino
hacia
el
restablecimiento
del
orden
y
del
Estado
de
derecho.
Nadie
la
ha
decretado,
pero
allí
está,
entre
altos
y
bajos.
Desde
una
perspectiva
socio-‐política
hemos
escuchado
en
este
Simposio
valiosas
sugerencias
y
recomendaciones
para
recuperar
la
convivencia
en
la
sociedad,
mediante
el
reconocimiento
de
los
venezolanos
entre
sí,
a
través
de
la
promoción
de
la
despolarización
y
la
eliminación
de
los
potenciales
de
violencia
que
se
generan
en
la
exclusión
social
y
la
discriminación
política
que
hoy
sacude
al
país.
Desde
una
perspectiva
jurídica
abordamos
el
proceso
de
reconciliación
y
de
paz
en
consideración
de
elementos
distintos,
de
mecanismos
diversos,
que
a
nuestro
juicio
pueden
permitir
el
reencuentro
de
los
venezolanos,
sin
exclusión.
Una
reconciliación
que
nos
permita
a
todos
participar
en
la
vida
nacional
en
igualdad
de
condiciones.
Al
mismo
tiempo
hablamos
de
paz,
de
una
paz
aceptable
también
por
todos
que
refleje
no
la
victoria
de
unos
sobre
otros,
sino
la
paz
de
todos
y
para
todos,
una
paz
basada
en
el
reconocimiento,
en
la
verdad,
en
la
memoria
histórica,
en
la
dignidad
de
las
víctimas.
Hablamos
de
una
paz
basada
en
la
lucha
contra
la
impunidad
por
la
violación
grave
de
los
derechos
humanos
y
la
realización
de
crímenes
internacionales;
en
el
castigo
de
los
principales
responsables
de
las
atrocidades
y
violaciones
graves
de
los
derechos
humanos.
Una
paz
basada
en
la
justicia,
en
la
justicia
sana
que
permita
sin
ánimo
de
venganza
y
de
retaliación
el
procesamiento
y
el
castigo
de
los
responsables
de
las
atrocidades
cometidas
durante
un
cierto
periodo,
de
los
responsables
de
las
violaciones
de
los
derechos
humanos.
Las
experiencias
de
los
últimos
años
en
el
mundo
nos
muestran
que
los
mecanismos
para
superar
las
crisis
son
muchos
y
distintos.
En
todo
caso,
se
trata
de
procedimientos
que
se
constituyen
en
función
de
las
características
y
las
especificidades
de
cada
crisis
y
de
cada
sociedad.
No
hay
fórmulas
comunes.
Por
el
contrario,
y
acá
recurrimos
a
la
capacidad
creativa
de
la
sociedad,
al
desarrollo
de
la
inteligencia
en
momentos
de
crisis
y
dificultades,
debemos
delinear
mecanismos
propios,
válidos,
que
nos
permitan
enfrentar
y
superar
la
crisis
de
la
manera
menos
traumática.
Hablamos
entonces
de
mecanismos
que
la
misma
sociedad
se
procura
para
hacer
frente
a
una
crisis.
Aquí
entramos
a
considerar
un
concepto
nuevo
definido
por
las
Naciones
Unidas,
enriquecido
y
desarrollado
por
la
doctrina
y
por
la
jurisprudencia
de
tribunales
nacionales:
la
justicia
transicional,
un
concepto
que
ha
resultado
efectivo
en
relación
con
otras
situaciones,
a
la
que
la
comunidad
internacional
y
las
Naciones
Unidas
en
particular
ha
otorgado
un
importante
reconocimiento
al
relacionarlo
con
la
democracia,
el
Estado
de
Derecho,
los
derechos
humanos
y
la
paz
y
la
estabilidad
de
las
sociedades
que
en
algún
momento
sufrieron
abusos
y
arbitrariedades.
La
noción
de
justicia
de
transición
“abarca
una
variedad
de
procesos
y
mecanismos
asociados
con
los
intentos
de
una
sociedad
por
resolver
los
problemas
derivados
de
un
pasado
de
abusos
a
gran
escala,
a
fin
de
que
los
responsables
rindan
cuentas
de
sus
actos,
servir
a
la
justicia
y
lograr
la
reconciliación.
Tales
mecanismos
pueden
ser
judiciales
o
extrajudiciales
y
tener
distintos
niveles
de
participación
internacional
(o
carecer
por
completo
de
ella)
así
como
abarcar
el
enjuiciamiento
de
personas,
el
resarcimiento,
la
búsqueda
de
la
verdad,
la
reforma
institucional,
la
investigación
de
antecedentes,
la
remoción
del
cargo
o
combinaciones
de
todos
ellos.”
No
es
un
tipo
especial
de
justicia.
Es
la
justicia
restaurativa
o
reparadora
en
la
que
el
encuentro
entre
la
víctima
y
el
victimario
es
fundamental.
Es
un
proceso
en
el
cual
los
involucrados
resuelven
en
forma
conjunta
la
forma
de
enfrentar
la
realidad.
La
justicia
transicional
es
una
forma
de
abordar
una
crisis
en
épocas
de
transición.
Ella
facilita
el
tránsito
de
un
periodo
caracterizado
por
violaciones
de
derechos
humanos
y
crímenes
internacionales,
por
abusos
y
arbitrariedades,
hacia
la
estabilidad
que
no
será
posible
sin
la
reconciliación
y
el
reencuentro
de
la
sociedad
para
que
de
manera
solidaria,
en
franca
cooperación
entre
sus
integrantes
enfrenten
los
problemas
comunes
y
logren
el
progreso
y
un
crecimiento
armónico
incluyente.
Al
hablar
de
la
justicia
transicional
no
se
pretende
crear
algún
sistema
que
sustituya
los
sistemas
nacionales.
No.
De
lo
que
se
trata
es
de
crear
las
mejores
condiciones,
apoyadas
en
las
realidades
nacionales
y
con
el
esfuerzo
fundamentalmente
nacional,
para
superar
la
crisis.
No
ignora,
sin
embargo,
la
puesta
en
práctica
del
concepto,
el
funcionamiento
de
disciplinas
internacionales,
principalmente,
el
Derecho
Internacional
Público
en
general,
el
Derecho
Internacional
de
los
Derechos
Humanos,
el
Derecho
Internacional
Humanitario,
el
Derecho
Internacional
Penal,
el
Derecho
Internacional
de
los
Refugiados.
Es
en
esas
normativas,
consolidadas
en
los
últimos
tiempos,
que
reposa
la
concepción
y
la
aplicación
de
la
noción
de
justicia
transicional.
Desde
luego,
no
se
trata
de
una
lista
exhaustiva.
Por
el
contrario,
cada
crisis
y
cada
sociedad,
como
dijimos,
tiene
sus
propias
características
y
en
la
medida
en
que
se
adelantan
los
procesos
de
reconciliación
se
incluyen
o
se
pueden
incluir
otras
modalidades
para
perfeccionar
el
proceso
de
transición.
Si
bien
hay,
como
dijimos
antes,
diferencias
sustanciales
entre
conflictos
armados
y
crisis
estructurales
como
la
que
afecta
a
Venezuela
hoy,
podemos
extraer
de
la
práctica
y
de
las
realidades
principios
comunes
aplicables
que
debemos
considerar
al
momento
de
intentar
buscar
la
reconciliación
y
la
paz.
Ante
todo,
el
reconocimiento.
Es
fundamental
que
las
partes
en
la
controversia
y
en
Venezuela
es
absolutamente
imprescindible,
que
las
partes
reconozcan
o
acepten
la
realidad,
es
decir,
que
estamos
ante
una
crisis
estructural
que
va
más
allá
de
lo
político
y
que
afecta
y
de
manera
igualmente
grave
los
otros
derechos
humanos
económicos,
sociales
y
culturales
de
los
venezolanos.
Además,
las
partes,
el
oficialísimo
y
la
oposición,
deben
reconocerse
mutuamente.
No
es
posible
iniciar
un
proceso
de
negociación
o
un
diálogo
constructivo
para
superar
una
crisis
sin
que
las
partes
involucradas
se
reconozcan
y
se
respeten
mutuamente.
Qué proponemos:
Tenemos
una
realidad
y
para
responder
a
ella
debemos
hacer
propuestas,
al
menos
generales,
perfectibles,
que
puedan
ser
ampliadas
y
precisadas,
para
resolver
nuestra
crisis.
1.
En
primer
lugar,
debemos
hacer
un
llamado
al
reconocimiento:
al
gobierno,
particularmente,
para
que
reconozca
la
gravedad
de
la
crisis
y
para
que
reconozca
a
la
oposición
y
a
su
dirigencia
como
fuerza
nacional
que
debe
ser
considerada
al
momento
de
establecer
el
rumbo
del
país.
2.
En
segundo
lugar,
debemos
establecer
la
verdad
para
avanzar
con
firmeza
y
seguridad
en
el
proceso
de
reconciliación.
No
puede
haber,
de
ninguna
manera,
un
reencuentro
en
una
sociedad
afectada
por
una
crisis
que
como
en
nuestro
caso
se
caracteriza
por
diferencias
sociales
enormes
y
una
polarización
política
sin
precedentes,
sin
que
se
establezca
la
verdad,
una
verdad
que
no
se
limita
a
los
años
de
violaciones
graves
de
derechos
humanos,
de
crímenes
internacionales
y
de
arbitrariedades
de
todo
tipo
de
los
últimos
años,
sino
a
los
periodos
anteriores.
Los
venezolanos
queremos
saber
que
pasó
durante
estos
últimos
18
años,
pero
también
por
qué
sucedió
lo
que
sucedió,
es
decir,
cuáles
fueron
las
causas
que
nos
llevaron
a
la
crisis,
a
este
periodo
de
arbitrariedades
y
de
violaciones
de
los
derechos
humanos.
Debemos
remontarnos
al
momento
en
que
se
originó
la
crisis,
en
el
caso
nuestro,
al
momento
en
que
perdimos
el
rumbo,
al
momento
en
que
abandonamos
el
ejercicio
de
principios
fundamentales
reguladores
de
las
relaciones
entre
nosotros,
cuando
abandonamos
la
aplicación
del
principio
de
la
solidaridad
y
de
la
cooperación
social.
Y
no
hablamos
nada
mas
de
derechos
civiles
y
políticos,
aunque
por
lo
general
estos
procesos
se
centran
en
estos
aspectos,
sino
de
los
demás
derechos
humanos:
los
derechos
económicos,
sociales
y
culturales.
3.
Debemos
también
y
esa
es
otra
propuesta
crear
una
Comisión
de
Reconciliación
y
Justicia.
Una
comisión
distinta
a
las
comisiones
de
la
verdad
que
en
distintas
oportunidades
han
sido
constituidas
en
el
país.
Una
Comisión
que
esté
integrada
por
personalidades
independientes
e
imparciales,
con
un
mandato
preciso,
claro,
acordado
por
todos,
siempre
de
conformidad
con
los
estándares
internacionales.
No
estamos
ante
conceptos
ni
mecanismos
nuevos.
La
práctica
es
rica
y
el
estudio
comparado
de
las
situaciones
en
el
mundo,
en
nuestra
región,
en
donde
se
establecieron
en
procesos
de
reconciliación
y
paz,
en
especial
en
El
Salvador,
Argentina,
Chile,
sin
dejar
de
considerar
otras
experiencias
en
África
y
Asia,
en
situaciones
igualmente
diversas
traducidas
en
guerras
odiosas
guerras
étnicas
y
sociales.
Un
proceso
de
reconciliación,
al
que
apostamos
todos,
no
puede
sino
basarse
en
el
derecho
de
los
víctimas
que
se
resumen
en:
El
derecho
a
la
verdad
y
a
la
memoria,
al
que
nos
hemos
ya
referido;
en
el
derecho
al
castigo
de
los
autores
de
las
violaciones
y
de
los
crímenes
internacionales
y
en
el
derecho
a
la
reparación
de
las
víctimas.
Avanzar
en
un
proceso
de
reconciliación
obliga
a
considerar
como
dijimos
antes,
la
aplicación
de
la
justicia.
Las
víctimas,
sus
familiares
y
la
sociedad
en
general
exigen
el
castigo
de
los
violadores
de
los
derechos
humanos,
de
los
criminales
internacionales
aquellos
que
amparados
en
el
poder
estatal
cometieron
arbitrariedades
y
atrocidades
en
perjuicio
de
individuos
por
el
solo
hecho
de
pensar
diferente,
de
disentir,
de
protestar.
Es
sin
duda
alguna
un
punto
difícil
en
cualquier
negociación
de
paz
y
de
reconciliación.
Así
lo
muestra
la
práctica,
pero
es
un
tema
ineludible
que
debemos
enfrentar
en
nuestra
realidad.
En
el
caso
venezolano
y
ello
es
fundamental
para
generar
confianza,
indispensable
para
evitar
que
estos
hechos
se
repitan
en
el
futuro,
se
requiere
una
reforma
urgente
del
Poder
Judicial
que
debe
estar
constituido
de
manera
profesional,
sin
sesgos
políticos
ni
ideológicos
y
con
una
incuestionable
capacidad
moral.
La
reforma
del
Poder
Judicial
y
de
los
órganos
de
justicia
debe
ir
acompañada
de
una
reforma
legal
que
permita
la
aplicación
y
el
respeto
pleno
del
principio
de
la
legalidad.
Es
indispensable
que
se
incorporen
por
ello
a
la
legislación
nacional,
los
crímenes
internacionales,
aun
no
contemplados
e
el
Código
penal
venezolano.
Es
necesario,
y
es
ésta
otra
propuesta
que
podría
considerar
la
sociedad
civil
más
adelante,
la
elaboración
de
un
Código
de
Derecho
Internacional
Penal
en
el
que
se
incorporen
los
crímenes
internacionales
objeto
de
la
competencia
de
la
Corte
Penal
Internacional,
recogidos
en
el
estatuto
de
Roma
de
1998:
el
genocidio,
los
crímenes
de
guerra
y
de
lesa
humanidad
y
la
agresión
y,
más
allá,
crímenes
de
igual
trascendencia
internacional
y
de
la
misma
gravedad,
como
el
terrorismo
y
el
narcotráfico,
entre
otros.
En
el
tratamiento
de
otras
situaciones,
en
otros
países,
las
partes
consideraron
que
era
más
conveniente
y
menos
traumático
en
los
momentos
de
cambio
que
el
procesamiento
de
los
presuntos
autores
se
llevara
a
cabo
en
órganos
jurisdiccionales
penales
no
nacionales.
Para
ello
se
remitieron
casos
a
la
Corte
Penal
Internacional,
a
tribunales
internacionales
ad
hoc
e
incluso,
lo
que
es
una
práctica
que
sustituye
en
gran
medida
la
aplicación
del
principio
de
legalidad,
la
constitución
de
tribunales
internacionalizados
o
híbridos,
como
se
planteó
en
el
Líbano,
en
Sierra
Leona,
en
Timor
Oriental.
Tribunales
constituidos
con
el
apoyo
de
las
Naciones
Unidas,
de
composición
mixta,
con
jueces
nacionales
y
extranjeros,
que
aplican,
en
base
a
la
legislación
interna,
el
Derecho
Internacional.
Una
experiencia
sin
duda
que
debería
considerarse
al
momento
de
examinar
todo
lo
relativo
a
la
aplicación
de
la
justicia
por
las
violaciones
de
derechos
humanos
y
la
realización
de
crímenes
de
lesa
humanidad.
En
todo
caso,
y
con
esta
afirmación
quisiera
concluir,
el
éxito
de
un
proceso
de
transición,
de
reconciliación
y
paz,
exige
el
mayor
equilibrio
entre
las
exigencias
jurídicas
y
las
exigencias
políticas,
es
decir,
entre
la
necesidad
de
procesar
y
castigar
a
los
responsables
de
las
violaciones
de
derechos
humanos
y
el
logro
de
la
paz.
Entre
quizás
las
aspiraciones
individuales
y
las
aspiraciones
colectivas.
El
punto
intermedio
para
satisfacer
a
las
víctimas,
a
sus
familiares
y
a
la
sociedad
y
lograr
una
paz
estable
y
duradera
es
quizás
el
mayor
reto
de
estos
procesos.
En
esta
oportunidad
nos
hemos
limitado
a
presentar
algunas
conclusiones
de
carácter
general
que
tendríamos
que
perfeccionar
en
el
futuro
para
elaborar
propuestas
más
concretas
que
provengan
de
la
misma
sociedad
civil
para
que
la
clase
dirigente,
al
momento
de
sentarse
en
una
mesa
de
reconciliación
y
diálogo
las
considere
debidamente.