El absolutismo fue una ideología y un régimen político propios del llamado
Antiguo Régimen (Ancien régime en francés), es decir, del estado de las cosas en la Europa monárquica, antes de la Revolución Francesa de 1789. El nombre absolutismo proviene de la existencia de un gobierno absoluto, que controla la totalidad de la sociedad sin rendirle cuentas a nadie, y que en ese entonces descansaba en la figura de los reyes. El modelo político de la monarquía absoluta tiene como rasgo central la concentración de todo el poder en el rey sin control o límites de cualquier tipo. No deberían de subsistir poderes ni «cuerpos intermedios» que obstaculizaran la relación directa entre el rey y cada uno de sus súbditos. El absolutismo fue el modelo político imperante entre los siglos XVI y XIX, cuando fue o bien derrocado violentamente por revoluciones, como en el caso de Francia, o gradualmente convertido en un sistema monárquico liberal, como ocurrió en Inglaterra. A esos gobiernos totales de la aristocracia se los conoció como monarquías absolutistas y en ellos no había ningún tipo de instituciones (o poderes públicos) que mediaran entre el pueblo y la autoridad, o entre las cuales el poder se distribuyera. Por el contrario, el rey era el Estado y su palabra era ley. Esta relación se puede expresar en términos jurídicos como que la autoridad (en este caso el monarca) poseía respecto de sus súbditos solamente derechos, y ningún tipo de deber; lo cual significa que se encuentra más allá de las propias leyes que formula. Es decir, un rey no podía juzgarse por violar las propias leyes que él ha formulado, pues se encuentra en otro plano, el de la autoridad absoluta. Tampoco se podían cuestionar sus decisiones, ni contravenir su voluntad, ni protestar a nadie: el Rey era el magistrado supremo en todos los ámbitos posibles. Paradójicamente, el absolutismo convivió durante parte del siglo XVIII con la Ilustración y sus propuestas liberales y emancipadoras, dando origen así al despotismo ilustrado, esto es, a una forma de monarquía autoritaria que promovía las ideas del progreso y la educación entre sus súbditos. Recién a mediados del siglo XIX la llamada Primavera de los Pueblos le puso fin en el continente europeo. En otras palabras, para este tipo de régimen, los monarcas, que en esta época eran los gobernantes, son la máxima autoridad a todos los efectos para los tres poderes, que son el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Por lo tanto, será el rey el que tome las máximas decisiones acerca de qué leyes crear, cómo llevarlas a cabo y juzgar a aquellos que las quebranten. Observamos, por lo tanto, que no existe una separación de poderes, ya que las tres fuerzas están concentradas en una única figura, la del monarca, como gobernante supremo de todos sus ciudadanos, sin estar sujeto a ningún tipo de ley superior, más allá de la divina que, como países cristianos, era la que estaba por encima de las terrenales. De hecho, la idea de que el poder absoluto que ostentan estos monarcas es una derivación del poder supremo de Dios, que otorga a esas personas en concreto el deber y la capacidad de gobernar y extender la palabra sagrada. Alejándonos de Europa, en algunos países asiáticos se practicaba el despotismo oriental que iba un paso más allá, equiparando personificando en sus reyes a los propios dioses. A grandes rasgos, el absolutismo presentó las siguientes características:
No existía propiamente un Estado, o en todo caso el Estado se reducía a la
figura del rey. No había poderes públicos, ni Estado de derecho. La voluntad del monarca era ley, y en tanto ley, era incuestionable. El derecho del monarca a la autoridad era de origen divino, o sea, había sido puesto por Dios mismo para gobernar. Por esa razón, se esperaba de él que también fuera el jefe temporal de la iglesia en su dominio. La voluntad del rey no tenía límites, y debía regir en materia económica, religiosa, legal, diplomática, burocrática y militar. La autoridad del rey era vitalicia y hereditaria. El modelo de sociedad absolutista continuaba siendo feudal, a pesar de que pronto la aparición del capital y de la burguesía llevó a concentrar la economía en las ciudades.