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Al llegar a la clínica, el personal administrativo la recibió detrás de una ventanilla. Luego
de pedirle su carnet y cobrarle el copago, le preguntaron el motivo de la consulta. Le
indicaron que tomara asiento en la sala de espera en la que también había otras personas
para ser atendidas. Pasaron unos 30 minutos que para Melisa significaron una eternidad.
Mientras esperaba observaba, aunque sin prestar mucha atención, las paredes llenas de
afiches informativos, voces de fondo, ruidos de puertas, olor a desinfectante. En su
imaginación aparecieron imágenes relacionadas a la situación de internación: intubada,
con cables y monitores. Su amigo intentaba tranquilizarla, pero no lo conseguía, sentía
que se iba a morir.
Cuando llegó su turno, el médico de guardia la llama por su número de consulta y la hace
pasar al consultorio. Sentado en su escritorio y sin levantar la vista de la computadora le
preguntó por qué consultaba. Melisa le contó de su falta de aire y del dolor en el pecho. El
profesional parecía cansado, le comentó que estaba terminando su turno. Rápidamente
preguntó sus datos personales y tomó nota. Melisa comenzó a relatarle sus síntomas, el
médico miró varias veces su celular que se encontraba en el escritorio. Cuando ella estaba
contándole en qué momento se sintió mal, él la interrumpió y le indicó que se sentara en
la camilla para hacer el examen de rutina. La auscultó. Tomó la frecuencia cardíaca: 130
latidos por minuto. Y la Tensión arterial: 150/90 mm Hg.
Sin levantar la vista del tensiómetro, el profesional con notoria impaciencia comenzó a
interrogarla.
“¿Alguna vez estuviste con taquicardia?, ¿Tuviste hipertensión? ¿Tomás alguna
medicación o droga? ¿En tu familia hay antecedentes de enfermedades cardiovasculares?
Melisa confundida, respondió a todo que no, que no sabía.
El médico, le dijo que tenía un aumento de la presión arterial y que tenía que ver a un
cardiólogo para que la examinara en profundidad. Le dijo que podía ser el inicio de un
problema cardiovascular, y que no se dejara estar, porque podría ponerse peor. Le recetó
un anti-hipertensivo en dosis bajas y le indicó que lo tomara hasta que viera al cardiólogo.
Melisa notó que el médico estaba apurado por lo cual no se atrevió a preguntarle nada
más. Salió de la consulta confundida y asustada.
Antes de irse pidió turno para Cardiología.
A los dos días, consultó a una médica cardióloga. La médica le realizó una breve
anamnesis, indagó sobre sus antecedentes familiares y personales, la examinó y le realizó
un electro-cardiograma (ECG). Los resultados fueron normales. La médica descartó un
problema cardíaco.
Melisa seguía teniendo palpitaciones, y cada vez se sentía más angustiada.
Su amigo le insistió para que consulte a otro profesional; una médica generalista que le
recomendaron.
Concurrió a la nueva consulta con los resultados del ECG.
La médica la recibió en su consultorio. Con un tono amable la invitó a tomar asiento, le
preguntó cómo estaba y cuál era el motivo de la consulta. Mientras Melisa relataba su
sintomatología, la médica la observaba con interés, la escuchaba atentamente, y a veces
asentía con la cabeza. En ocasiones le pedía más precisiones de las características de cada
síntoma y también que los ordenara cronológicamente.
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Melisa le contó que no había tomado el anti-hipertensivo que le habían indicado, que en
su familia no había antecedentes de enfermedades cardio-vasculares, que no fumaba, ni
consumía ninguna droga, que no era la primera vez que le pasaba de sentir el corazón
acelerado, pero ahora era más intenso.
Melisa le manifestó que le costaba mucho levantarse por las mañanas, que estaba
desanimada y no estaba asistiendo regularmente a clases en la facultad. Se sentía muy
exigida y dudaba de su vocación. Le preocupaba cómo decirle a sus padres.
La médica comprendió que necesitaba dedicarle mayor tiempo a la paciente. Continuó
escuchándola con paciencia y atención. Melisa se sintió en confianza. Le contó que
descansa poco ya que le preocupa que el ataque pueda volver y a veces se despierta a la
noche y se queda pensando en cómo a contarle a sus padres lo que le pasa. Que se saltea
comidas, prefiere tomar solo mate porque siente un nudo en la garganta que le impide
comer.
La médica buscó tranquilizarla: “entiendo cómo te sientes” le dijo, y le explicó que
muchas veces el estrés y las situaciones difíciles de la vida impactan en el cuerpo. Que es
probable que el cuadro que presentó no se deba a una causa orgánica sino que se
relacione con el estrés y la ansiedad que viene viviendo en estos últimos tiempos. Tal vez
fuera un ataque de pánico o crisis de ansiedad, y que sería oportuno iniciar un
tratamiento psicológico.
Le realizó el examen físico y constató que tanto la frecuencia cardíaca como la presión
arterial estaban en parámetros normales. Le pidió unos análisis de sangre de rutina, ya
que hacía mucho tiempo que no se hacía ese tipo de controles.
Antes finalizar la entrevista, la médica dio un tiempo para que Melisa realice preguntas y
comentarios, procurando que pueda aclarar antes de retirarse todas las dudas. Melisa,
con sus palabras recapituló lo hablado “estoy sorprendida por las maneras en que la
mente se las rebusca para llamarnos la atención”.
Melisa nunca había hecho una consulta psicológica, pero sentía que necesitaba hacer un
cambio en su vida. Salió de la consulta aliviada, comprendida y con esperanza.
GLOSARIO
Ataques de pánico o crisis de ansiedad: son períodos en los que se padece, de una manera
súbita, temporal y aislada; un miedo, temor o malestar intensos, con una duración
variable que suele oscilar entre 10 y 30 minutos, si bien en algunos casos se han reportado
ataques de una hora. Generalmente aparecen de manera inesperada, y pueden alcanzar
su máxima intensidad en unos 10 minutos. No obstante, pueden continuar durante más
tiempo si se desencadenan debido a una situación en que la persona no es, o no se siente,
capaz de escapar; lo que puede generar desesperación.
La persona que sufre episodios de pánico se siente súbitamente aterrorizada sin una razón
evidente para sí misma o para los demás. Durante el ataque de pánico se producen
síntomas físicos muy intensos: taquicardia, hipertensión, dificultad para respirar,
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hiperventilación pulmonar, temblores o mareos. Los ataques de pánico pueden ocurrir en
cualquier momento o lugar sin previo aviso.
Tensión arterial: La tensión arterial es la presión de la sangre que circula por las arterias.
Palpitaciones: Latido cardiaco que, bien por su intensidad o rapidez o por ser
extrasistólico, se hace consciente. En muchas ocasiones, las palpitaciones no tienen
significación patológica, como las que aparecen tras un intenso ejercicio físico; otras
veces, en cambio, pueden ser síntoma de una cardiopatía.
CONSIGNAS TP Nº 4: COMUNICACIÓN