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Material provisional. José Manuel Rodríguez Canales.

2019

relación con el orden del cosmos, y se llama económica por esta razón, la referencia al oikos nomos, el
orden de la casa en relación al mundo creado. Por la Trinidad económica conocemos a la Trinidad
inmanente.

a. Propiedades de la Trinidad inmanente.

Como todo lenguaje analógico cuando hablamos sobre Dios debemos tener en claro que al
referirnos a propiedades en Él estamos usando un lenguaje que, si bien deja en claro a qué nos
referimos al mencionar las características que llamamos así, también expresa la imposibilidad de
abarcar o reducir la realidad de Dios según nuestra limitada capacidad de comprender. En la
Trinidad inmanente encontramos tres propiedades fundamentales:

 Las relaciones

Son las formas en las que se identifican, se relacionan y a la vez se distinguen las Personas
en la Trinidad. Así el Hijo se relaciona con el Padre por la filiación y el Espíritu Santo se
relaciona con el Padre y el Hijo por la espiración. La relación entre el Padre y el Hijo es a su
vez el mismísimo Espíritu Santo que es Persona Divina con la misma dignidad y gloria que el
Padre y el Hijo.

 Las procesiones

Es una forma de relación que indica procedencias en el interior de la Trinidad inmanente. El


Hijo procede del Padre y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. La doctrina de las
procesiones en la Trinidad indica también un aspecto de la forma de las relaciones entre las
Personas Divinas.

 La perijoresis

También se la conoce como circumincessio y se refiere a la inhabitación de las Personas


entre sí. Así, el Padre y el Hijo inhabitan enteros en el Espíritu Santo; el Hijo y el Espíritu
Santo inhabitan enteros en el Padre; el Padre y el Espíritu Santo inhabitan enteros en el
Hijo. Cada Persona Divina participa de los atributos de Dios, los entitativos y los operativos,
así, al ser cada Persona simple con la simplicidad de Dios, no tiene límites y eso es
justamente lo que permite la perijoresis. Lo mismo podemos decir de todos los atributos en
relación a esta propiedad de la Trinidad inmanente.

b. Propiedades de la Trinidad económica

Como ya dijimos la expresión “Trinidad económica” se refiere a la relación entre Dios y el cosmos
creado por Él. La doctrina de la presencia de Dios en la creación se aleja tanto de la identificación
con lo creado (panteísmo) como de la absoluta distancia o indiferencia (deísmo). No es un punto
medio entre ambas afirmaciones sino la única posibilidad de afirmar la existencia real de Dios que
estas dos posiciones niegan radicalmente: si Dios es lo mismo que su creación, no existe realmente;
si Dios es absolutamente indiferente a su creación tampoco se puede afirmar su existencia.

 La doctrina de las atribuciones o apropiaciones

Se llama así porque se atribuye o se predica propiamente de cada Persona de la Trinidad


una determinada acción sin prescindir de las otras dos Personas. Por la perijoresis las Tres
Personas son inseparables y por la doctrina de las atribuciones se atribuye al Padre la
Creación; al Hijo, la Redención y al Espíritu Santo, la Santificación. Tanto la Creación, como
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Redención y la Santificación son obra de la Santísima Trinidad, pero el Padre es el Creador,


el Hijo es el Redentor y el Espíritu Santo es el Santificador.

 Las misiones

En relación con la Creación, el Padre envía al Hijo y, el Padre y el Hijo envían al Espíritu
Santo. La lógica del envío responde a la misma dinámica de las procesiones. En los
evangelios Jesucristo hace varias referencias al envío y siempre en relación a su absoluta
obediencia al Padre.

3. La creación

El dogma de la Creación responde desde la fe a la pregunta por el origen del universo. También en esta
afirmación de fe se destaca la diferencia de cosmovisión entre el judeo-cristianismo y las demás
concepciones del mundo. Dos son las ideas que se dejan de lado al afirmar la Creación: la de una materia
eterna y la de un doble origen de la realidad propia del dualismo. En el mundo extra cristiano, salvo algunas
aproximaciones provenientes de la filosofía, han primado ambas concepciones a pesar de las innumerables
diferencias religiosas. Politeísmos, animismos, ritualismos mágicos, teosofías, etc., participan de una u otra
forma de uno de los dos esquemas.

3.1. La revelación de la creación como obra de Dios

La gran diferencia que mencionamos en el párrafo anterior consiste básicamente en dos cosas:
reconocer la Creación como un dato revelado y, al asumirlo, afirmar que ésta no tiene consistencia en sí
misma sino que depende absolutamente de Dios para existir.

3.2. Características de la Creación

Al reconocer que la Creación es obra de Dios y distinta a Él, afirmamos tres características
fundamentales que se desprenden del dogma.

a. De la nada. Afirmar que Dios crea de la nada supone la inexistencia de una materia previa
(si así fuera Dios no sería Creador sino un organizador de la materia), la negación de la
eternidad de la materia (si la materia fuera eterna sería Dios mismo y no habría distinción
entre el Creador y lo creado), la gratuidad de la Creación (si Dios tuviera necesidad de
crear, no sería Dios sino una especie de principio no libre que, al final, coincidiría con la
materia en sí) y, sobre todo se afirma a Dios como el Ser por esencia del cual todo ser
participa.

Una objeción que suele hacerse a la afirmación de la Creación de la nada es la imposibilidad


de la existencia de la nada. Ciertamente la nada, nada es, no existe pero lo su inexistencia
es negación del ser. La experiencia humana de la nada nunca es de algo positivo sino de la
negación de un ser previo al que se le quita algo. Cuando en el dogma de la creación se
afirma que esta surge de la nada no se entiende esta palabra como una especie de lugar o
materia previa (que ya vimos no es posible si se afirma la creación como algo distinto del
creador) sino que se destaca la dependencia que todo lo creado tiene de Dios, se afirma su
participación del ser que proviene del Ser de Dios. En otras palabras: fuera del Ser de Dios
no hay nada pero no todo ser es Dios sino que recibe el ser de Él.

b. Continua. Esta afirmación se sigue de la anterior. La Creación no es solo el inicio del tiempo
sino un proceso continuo porque el mismo tiempo es creado. Se trata de algo dinámico, un
ejercicio permanente, siempre presente por el cual Dios da el ser a todas sus creaturas.

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c. Por amor. Esta tercera característica le da sentido a las dos anteriores. El motivo y la razón
de ser de la creación es el Amor que Dios mismo es. Cualquier otra hipótesis propone una
mirada desconfiada y cínica de la realidad. La creación es de la nada porque es gratuita y es
gratuita porque es expresión del amor. La creación es continua porque el amor de Dios no
se agota ni se interrumpe. La creación es buena porque el amor siempre quiere el bien. La
creación tiene un sentido último porque el amor, al ser un acto del intelecto de Dios busca
siempre la Verdad y la expresa.

3.3. La Creación, obra de la Trinidad

Si, como hemos visto, el motivo que da origen de la Creación es el amor, se sigue que se trata del amor
trinitario, es decir, el amor es básicamente Dios mismo que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por lo tanto
es lógico deducir que de una u otra forma todo lo creado expresa este origen trinitario. Lo primero que
se puede destacar es que somos personas y como tales tenemos en la relación con nuestros
semejantes un componente esencial de nuestra naturaleza. Este aspecto es el primero que podemos
reconocer como un signo de la Trinidad de nuestras vidas. En ese mismo contexto, la generación misma
es un signo del amor trinitario. Toda persona humana viene a este mundo de una relación sexual
formando con sus progenitores una trinidad humana que es la familia cuyo núcleo es padre, madre e
hijo.

3.4. Las negaciones del dogma de la creación

La noción cristiana de creación propone una lectura de toda la realidad que discrepa de manera radical
con otras posibles lecturas de la misma que se han dado a lo largo de la historia. No son muchas las
variantes que niegan el dogma de la Creación y que al mismo tiempo son negadas si se afirma como
cierta la Revelación de Dios sobre la Creación.
Una primera posibilidad es el materialismo que supone la imposibilidad de un origen o de un fin de la
materia. La afirmación de su eternidad es el punto de partida: “la materia (o energía) no se crean ni se
destruyen, sólo se transforman”. La afirmación está totalmente fundamentada en la experiencia de la
materia. Es imposible discutir que esto sea cierto mirando un experimento químico o físico.
Ciertamente todo lo que experimentamos en cuanto a la materia nos da esa impresión: si quemamos
un papel se transforma en gases y ceniza, podemos transformar la energía térmica en energía cinética,
etc.

El problema que enfrenta la perspectiva materialista siempre será que la materia no puede explicarse a
sí misma y mucho menos las realidades más complejas que parecen elevarse sobre ella. Los seres
humanos experimentamos también que además de todo lo material somos espíritu. El materialismo
dirá básicamente que el espíritu no es más que alguna forma de energía evolucionada. Ante la pregunta
por el origen, el materialismo responde con una negación simple: no hay tal cosa, todo lo material ha
existido siempre y nada de lo material dejará de existir nunca. Partiendo de esta posibilidad todo lo que
no sea material, palpable y medible, es, o interpretado como evolución de la materia o, simplemente,
como algo irrelevante o indigno de ser considerado. Pero el problema no desaparece con negarlo. El
mismo lenguaje es un problema imposible de abordar desde el materialismo. Lo mismo podemos decir
del arte, la religión y la ciencia misma.

Una segunda posibilidad es pensar en una especie de doble origen de lo creado, de una doble creación.
Por un lado estaría el bien (que crea, sostiene y defiendo lo bueno) que se enfrenta eternamente a algo
llamado mal (que crea, sostiene y defiende lo malo). Se trata del dualismo. Usualmente se propone que
lo material es lo malo y lo espiritual, lo bueno.

El siguiente texto de C. S. Lewis explica con bastante claridad de qué se trata y cuáles son las objeciones
que el sentido común plantea al dualismo:

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“El dualismo es la creencia de que existen dos poderes iguales e independientes detrás de todas las
cosas, uno bueno y otro malo, y que este universo es el campo de batalla en el cual están empeñados

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en una guerra interminable. Personalmente, creo que aparte del cristianismo, el dualismo es el
credo más humano y más sensato que se consigue. Pero tiene una gran falla.

Los dos poderes, espíritus o dioses –los buenos y los malos- se supone son muy independientes entre
sí. Han existido desde toda la eternidad. Ninguno de ellos hizo al otro, y ninguno de ellos tiene
mayor derecho que el otro para llamarse dios. Cada uno presumiblemente piensa que es bueno y el
otro malo. Uno de ellos ama el odio y la crueldad y el otro ama el amor y la misericordia; y cada uno
de ellos respalda su propio punto de vista. Más, ¿qué es lo que queremos decir cuando a uno de
ellos lo llamamos el poder bueno y al otro el poder malo?...” (C. S. Lewis, “Cristianismo… ¡y nada
más!”, editorial Caribe, 1977, p. 53)

El autor hace una lógica disquisición. Si suponemos que uno es malo y el otro bueno, suponemos que el
mal es algo paralelo y con el mismo valor que el bien, lo cual hace indiferentes a las dos opciones. Si
decimos que uno es bueno y el otro malo sólo porque nos gusta o lo preferimos por una razón
personal, en realidad no afirmamos ni el bien ni el mal, si no nuestros gustos o preferencias. Otra
consideración es que llamamos bien o mal a algo de acuerdo a un tercer punto que es el que juzga. Si
así fuera habría un Dios superior a ambos poderes que es el que determina que el dios bueno está más
cerca de Él que el dios malo. Un ejemplo bastante incompleto es la caricatura de la mitología nórdica
que uno puede ver en el Thor de los avengers: Odín sería el Dios primero, Thor, el dios bueno y Loki, el
dios malo. Bien mirado esto se acerca bastante a la idea cristiana de que el mal es el fruto de la decisión
de una creatura que contradice a su creador. Vale la pena seguir con el texto de Lewis:

“Pongamos esto de forma todavía más sencilla. Para ser malo debe existir y tener inteligencia y
voluntad. Pero la existencia, la inteligencia y la voluntad son en sí cosas buenas. Por lo tanto debe
haberlas adquirido del Poder Bueno. Aun para ser malo debe de tomar prestado o robar algo de su
oponente ¿No empezamos a ver ahora por qué el cristianismo siempre ha dicho que el diablo es un
ángel caído? Esto no es un cuento para niños. Es un reconocimiento real del hecho de que el mal es
un parásito, no algo original. Los poderes que capacitan al mal para hacer su obra son poderes
suministrados por el bien.” (C. S. Lewis, “Cristianismo… ¡y nada más!”, editorial Caribe, 1977, p. 55)

Una tercera posibilidad sería la del deísmo. Se trata de la idea de un creador absolutamente
desconocido que habría creado este mundo y se desentendió totalmente de él. Desde esta posición se
respeta, por así decir, el principio de un dios creador y trascendente que no se revela a la persona
humana porque es tan grande y tan otro que haría absurda la pretensión de que se preocupe por
creaturas tan insignificantes como somos nosotros los seres humanos. Paradójicamente el deísmo,
queriendo salvaguardar la grandeza y omnipotencia de Dios, la limita a lo inmenso dejando de lado la
posibilidad de lo infinitesimal y pequeño. Esta postura frente al tema creación, es más una lectura de
Dios mismo que termina por difuminarlo como posibilidad.

3.5. El hombre, Señor de la Creación

Vamos ahora al relato de la Creación contenido en el libro del Génesis. Son dos relatos
complementarios. Uno más bien cosmológico o cosmogónico (origen del cosmos) y el otro
antropológico o antropogónico (origen del hombre).

Antes de entrar a analizarlos, un dato muy importante es la comprensión de la naturaleza de ambos


relatos ¿Se trata de mitos o tienen la pretensión de ser históricos? Afirmar lo primero es tan
problemático como afirmar, sin más, lo segundo. Si los relatos que estamos estudiando son mitos,
entonces se trataría de representaciones metafóricas o alegóricas sin sustento histórico de verdades a
interpretar como se pueda según el contexto en el que el lector se encuentra. No se estaría tratando de
contar el origen real del mundo y la historia como los conocemos sino simplemente sugerir, como
cualquier otra cosmogonía mítica que un núcleo de verdad hay en esta narración. Para la teología
cristiana lo más complicado sería la mitificación de la Revelación. Si todo lo revelado sobre la Creación

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es un mito, es decir, una especie de

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narración folklórica o de clásica sabiduría ancestral, todo lo demás tendría la misma naturaleza. Para
encontrar la verdad en estos mitos habría que desmitificar, es decir, quitar lo que no parece ser
racional y creíble para quedarnos con lo verdadero y creíble. El problema surge cuando preguntamos
según qué doctrina, según qué pensador o con qué instrumentos vamos a discernir una cosa de la otra.
Lo que termina ocurriendo con la desmitificación es la desaparición del dato revelado.

Si nuestro punto de partida es lo que hoy se conoce como científico, es más o menos evidente que
tendremos como Revelación a la ciencia y no a la Revelación, es decir, la verdad de lo revelado estaría
en lo que científicamente se puede probar. A lo largo de los siglos, sobre todo en el siglo XIX, con el
positivismo, existieron intentos de concordar el relato bíblico con las hipótesis evolucionistas, es decir,
se intentaba hacer, por ejemplo, un paralelo entre cada era geológica y los días de la Creación. El
camino es complicado y a la larga infructuoso por una razón: son dos relatos que tienen naturalezas y
finalidades muy distintas. El relato bíblico intenta poner nuestra atención sobre el origen, el relato
evolucionista, sobre el proceso por el cual las cosas llegaron a ser como son hoy. Se pueden ver como
complementarios pero no oponerlos porque hablan de cosas distintas.

Afirmar, lo segundo, es decir, que los relatos de los inicios de lo creado son históricos nos pone ante
otros tantos problemas a cada cual más complejo e intrincado. Pensar, por ejemplo, en los tiempos, ver
a Dios antropomorfizado trabajando con sus manos, cansándose y soplando en una escultura de barro
a la que le da vida, es algo que históricamente es imposible de probar, sobre todo porque es obvio que
el lenguaje de los relatos es alegórico. De lo contrario nos ahogaríamos en un sinfín de contradicciones
que lo hacen parecer falso por incongruente. Ejemplos sobran. Para ilustrarlo pongamos antes nuestros
ojos algunas de las preguntas usuales que evidencian el absurdo de pretender que los relatos del
Génesis son estrictamente históricos y pretenden narrar los hechos tal cual los leemos.

Si Dios creó todo en siete días ¿Cada día fue de veinticuatro horas? Si así fue ¿Cómo distinguimos el día
primero del segundo si no había sol y luna todavía? ¿De qué barro exactamente fue creado el hombre?
¿No le falta al hombre una costilla después de que Dios creó a Eva? Si “Dios vio que era bueno” ¿No lo
sabía de antemano? Si el Espíritu de Dios estaba aleteando sobre el caos ¿Dios no es omnipresente? Si
Dios creó primero los cielos con todo lo que contienen ¿Cómo así creó las estrellas después? ¿Hay
realmente agua encima del firmamento y agua debajo del firmamento? ¿Realmente existe una bóveda
celesta que recubre la tierra plana que está sobre cuatro pilares?

Parece ser que Dios se expresa en una forma que es imposible de agotar o escudriñar de forma
exhaustiva con los mecanismos racionales que los seres humanos hemos desarrollado. Y tiene lógica: su
Inteligencia es infinita y la nuestra no. Justamente por esto, un principio clave para entender ambos
relatos (y al final la Biblia entera) es reconocer la finalidad religiosa del texto. Ninguna de estas
narraciones pretende ser una explicación física, ni matemática ni científica en el sentido moderno.
Podemos decir que se trata de un relato alegórico de hechos reales, es decir históricos. Lo que queda
en claro es que se trata de un proceso por el cual Dios da origen al universo y pone al ser humano como
centro de esa Creación. Y, en ese contexto, el sentido antropocéntrico en relación a todo lo creado es
muy difícil de discutir.

Lo lógico desde la perspectiva religiosa del texto es comprender que si bien todo el texto es inspirado,
no todo lo que contiene es revelado, es decir, lo que es esencial para la salvación. Así, muchos de los
condicionamientos culturales de los autores del Génesis son parte del proceso de inspiración pero no
necesariamente expresan lo que Dios mismo quiere decir al hombre. Por ello la manera de acercarse a
estos textos no puede ser sino religiosa, buscando lo esencial para la salvación ¿Qué es lo esencial?
Comprender que Dios crea por amor y en un proceso cuyo misterio se expresa alegóricamente como
relato. La interpretación literalista del texto conduce a caminos sin salida y al abandono de la verdad
que contienen.

Dicho esto podemos ver que el primer relato se puede dividir en tres partes según el proceso. Los días

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primero segundo, tercero, cuarto y quinto corresponden a la creación del cosmos material, vegetal,

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animales voladores y acuáticos; el día sexto corresponde a animales terrestres y un párrafo dedicado a
la creación del hombre; el séptimo día es el día del descanso de Dios. En la primera parte, según el
estilo repetitivo de la narración, cada creación comienza con un “hágase”, continúa con la ejecución del
mismo y termina con un “vio Dios que era bueno”. Dos cosas se destacan precisamente: que todo brota
de la voluntad de Dios expresada en el “hágase” y que todo lo creado es bueno. Con estas dos primeras
indicaciones del relato tenemos dos aspectos fundamentales que se recogen en el dogma de la
Creación: que el origen de todo es el amor de Dios, es decir, que todo depende de Él y que sin Él no hay
nada; y que no hay mal alguno en nada de lo creado. Lo primero contradice el materialismo (la
eternidad de la materia y la ausencia de un principio) y lo segundo el maniqueísmo (la doctrina del
doble origen o de las dos creaciones).

En la segunda parte tenemos la creación del mundo terrestre, en el sexto día. La narración del sexto día
se divide a su vez en dos partes: la creación de los animales terrestres y la creación el hombre. La
creación de los animales terrestres sigue el mismo patrón de la creación en los primeros cinco días: el
hágase como origen y la afirmación de la bondad de lo creado.

El sexto día merece un párrafo aparte por la importancia que tiene la creación del hombre como centro
del primer relato. Hay dos detalles muy significativos en esta narración. El primero es el cambio de la
expresión impersonal hágase por el plural hagamos que indica una decisión personal y dialogada. El
segundo es que, a diferencia de los cinco días anteriores y la creación de los animales terrestres, el
texto dice que Dios vio que era muy bueno o bueno en grado sumo.

La Iglesia siempre vio en el hagamos un preludio de la doctrina trinitaria y una expresión de la vocación
humana fundamental de crear cultura, es decir de humanizar el mundo según el mismo dinamismo de
amor que inspira la Creación entera. Este plural no podría referirse a los ángeles, creados para servir al
hombre, sino que parece expresar el diálogo entre las Personas de la Santísima Trinidad. Denota
además un trato del todo especial para con el hombre que no tiene Dios con ninguna otra creatura ya
que inmediatamente después dice a imagen y semejanza nuestra y determina el dominio del hombre
sobre todas las creaturas de la tierra. Inmediatamente después de narrar esto, el texto cambia de
tiempos, del presente se pasa al pasado para indicar el cumplimiento de lo primero. El versículo 26
expresa la orden, el 27 el cumplimiento de la misma. Se repite la expresión creado a semejanza de Dios
seguida inmediatamente de la diferenciación de los sexos: macho y hembra lo creó. La expresión
hombre en esta parte del texto es colectiva, es decir, se refiere al género humano que solo existe en
dos sexos determinados por naturaleza, recíprocos y complementarios.

En líneas generales se relata un proceso. Se ve cómo, de manera progresiva, Dios va estructurando la


Creación para ponerla al servicio del hombre y, al mismo tiempo, poniendo al hombre al servicio de
Dios elevando toda la Creación.

3.6. La Providencia

La Providencia es la intervención de Dios en su Creación. Podemos decir que la afirmación de la


presencia de Dios en el mundo creado se desprende lógicamente de la posibilidad de conocer su
existencia. Pensar en un dios que no interviene para nada en su creación es sostener la premisa del
deísmo. Suena sensato pensar que Dios es tan grande que no se ocupa de sus creaturas sino que tiene
cosas más importantes que hacer. Aboga en favor de esta postura la crítica a cierto
providencialismo más parecido a la superstición que a la fe cristiana. Sin embargo hay un grave
problema lógico con el deísmo: si de Dios no podemos saber nada tampoco podríamos saber de su
existencia, por lo tanto afirmar la realidad de un gran arquitecto del universo sería un simple deseo o
hipótesis humana muy parecida a la afirmación de que Dios es un invento del hombre que sostiene el
ateísmo.

Al creer en la doctrina de la Providencia divina es necesario reconocer la dificultad de determinar qué

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es una manifestación divina, qué es la manifestación de algo que encuentra su explicación en


causas

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