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iii. Cualidades del que acompaña sin mirar la paja en el ojo del hermano
- Ver:
o Tenemos que tener el coraje, la valentía, de mirar nuestras propias “vigas”.
Todo esto nos quita la limpieza de la mirada.
Mis mandatos: la sociedad, la cultura, nuestros padres
(“introyectos”): nos criamos escuchando estos mandatos. A veces
llevan a buscar ser fuerte a toda costa sin ser capaz de reconocerse
vulnerable.
Mis automáticos: generalización (siempre, nunca, etc.).
Mis dagas personales: una voz interna que me dice “tú no puedes”,
“tú no eres nadie”, etc.
Mis expectativas: a veces no nos relacionamos con el otro, sino con
el otro que debería ser, pero no es. Qué soledad para el que sufre: que
yo me relacione con el que yo quiero que seas, no con el que eres.
Mis competencias y habilidades: “yo soy el experto”, etc.
- Detenerse
o Y revisarse: ¿tengo una guerra interior dentro de mí?; ¿soy indiferente, miro
a los que tienen y a los que no tienen con diferencia?; ¿me preocupo mucho
de lo que los demás piensen de mí?
o No solo quedarse juzgando los problemas de fuera, sino mirar cómo todos
esos problemas están reflejados en nuestro interior.
- Saber cuidar.
- Ser lámpara.
- Ser piedra: te puedes asentar cuando me necesites.
- Ser semilla: puede crecer un bello árbol que luego dé muchos frutos. Saber qué
decir, en qué momento decir, cómo decir.
- Ser brisa (a veces hace falta una caricia que consuele), viento (remover un poco) y
vendaval (sacudir, confrontar, totalmente amparados en la inteligencia del amor).
- Cuidado con tus prejuicios, con tus “lentes”. Si estoy sumido con las imágenes, me
alejo del sufriente al que pretendo acompañar. Debemos huir de una aproximación
asimétrica, en que yo me sienta mejor y le hago sentir al otro inferior. Esta es una
lógica anticristiana.
- ¿Me gusta ejercer poder? ¿Creo que sé más que el otro? ¿Me siento mejor que el
otro? (Chequear los mandatos. Dejemos de juzgar al mundo solo afuera, sin
mirarnos adentro).
- Si yo no he hecho las paces con mi vida, si intento y estoy atento a esas fracturas
interiores, puedo caer en proyectar en el otro lo que no he hecho en mí mismo.
- Cuidar: lámpara, piedra, semilla y viento.
o Inteligencia de la inocencia: pregunta inocente, en la que no tenemos la
respuesta. No pretender manipular por medio de las preguntas. Acercarnos
con inocencia al otro: no tengo el deseo de escuchar lo que yo quiero. No te
quiero adoctrinar, te quiero conocer, que te sientas escuchado. No me siento
mejor ni peor que el otro. Desde esa sensación de semejanza entramos en un
genuino interés y diálogo.
o El arte del diálogo.
- Las claves para la aceptación incondicional:
o Somos caminantes del mismo camino: no somos especiales.
o Tú eres el experto en ti mismo: ¿cómo podría saber yo más de ti mismo?
o Estoy disponible para comprenderte (tus códigos, no mis prejuicios y
condicionamientos: dispuesto a recibir lo que quieras darme): como el
samaritano.
o Miro sin recelo, pero reconozco mis límites (para trabajarlos).
o Te define tu posibilidad no tus errores: aceptar al otro implica no condenarlo
a ser identificado con sus errores.
o La vergüenza necesita un ‘avergonzador’: si el otro siente vergüenza es
porque siente que uno puede estar engendrando esta vergüenza.
o El condenado necesita un juez: si no me comporto como un juez el otro no
se sentirá condenado.
o El hecho contiene un mensaje que cada uno debe descubrir: vamos a
descubrirlo juntos (Dios no te ha dado esta ocasión para hacerte daño).
o La mente es limitada: las personas de fe sabemos que la mente tiene una
limitación. Tenemos que concentrarnos más en la inteligencia del amor, que
trasciende la mente.
o La vida es amplitud y expansión: para aceptar a otro hay que aceptar su
naturaleza expansiva aunque parezca que se está contrayendo.
- Reglas de oro:
o Acompañamos a una persona concreta, no a una generalidad (“a la
humanidad”).
o Te veo como persona, capaz de confiar desde su propia vulnerabilidad.
o No sirve el juicio y la condena: tengamos cuidado con el juicio (“Es que tú
deberías…”).
El juicio provoca:
Defensas
Ataques
Resignación
Desvalorización
Individualismo exacerbado
Rigidez: ‘mejor no digo nada’
i. El diálogo socrático