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sociología y política

S BRE VI LEN 1
R LUCI N RI
memorias y olvidos

hugo vezzetti

~ siglo veintiuno
~ editores
siglo xxi editores, méxico siglo Jod editores, argentina
CERRO DEL AGUA 2 48, ROl'1ERO DE TERREROS GUATH,IALA 4824, c1425BUP
04310 MÉXICO, O.F BUENOS AIRFS, ARGEN1lN/\
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Vezzetti, Hugo
Sobre la violencia revolucionaria: Memorias y olvidos.- 1 ª ed.
1 ª reimpr.-Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2013.
280 p.; 21x14 cm.- (Sociología y política)

1. Historia Argentina I. Título


CDDA982

© 2009, Siglo Veintiuno Editores S.A.

Diseño de colección: tholon kunst

Diseño de cubierta: Peter Tjebbes

Impreso en Gráfica Del Valle / / Las Heras 504 7, Villa Martelli


en el mes de junio de 2013

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina / / Made in Argentina
Presentación 9

l. La memoria justa: política e historia 13


La experiencia argentina (1): verdad y justicia 15
Políticas del pasado y del presente 19
Usos y abusos de la reconciliación 26
Olvido, identidad, esperanza 28
¿Deber de olvido? 34
La experiencia argentina (2): los derechos
humanos en las políticas de la memoria 37
Usos de la memoria pública 44
La memoria justa 53

2. La política y la violencia 61
La crítica de las armas: 1973-1976 69
La izquierda frente a la guerrilla 70
Perón y el peronismo 71
"La Opinión" 74
El exilio: visiones de la violencia 80
"::=ontroversia" 84
l'eronismo crítico y autocrítico 90
Fracturas del tiempo histórico 96
Vidas revolucionarias 104
"La noche de los lápices" 111
El crepúsculo de los "dos demonios" 115
La Asamblea Permanente por los Derechos
Humanos (APDH) y la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)
8 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

La Secretaría de Derechos Humanos contra los


demonios 120

3. "Le vimos la cara a Dios" 131


Los héroes y los muertos 136
El sacrificio 142
Morales de la guerra 151
Las muertes insignificantes 157
La revolución y sus mitos 165

4. El hombre nuevo 173


La tradiciónjacobina 175
Variaciones sobre el humanismo marxista 180
Fascismo y revolución 184
El culto a los muertos y el culto a los jefes 191
"Desdasarse" 196

APÉNDICE. ESPACIOS, MONUMENTOS, MEMORIALES 203


La ESMA y el Monumento las Víctimas del
Terrorismo de Estado: balance de una década 205
Políticas de la memoria: el Museo
en la ESMA [2004] 217
Memoriales del terrorismo de Estado en
Buenos Aires: el Parque de la Memoria [2005] 231
Memoria histórica y memoria política:
las propuestas para la ESMA [2006] 245

Notas 259
Este libro se sitúa en una relación de continuidad y de
discusión con mi obra anterior, terminada a mediados de 2001. 1
Como entonces, encuentro mi materia en el pasado, pero busco
indagar e intervenir sobre esa relación viva que los grupos y las so-
ciedades construyen entre el pasado y el presente, en especial allí
donde se trata de experiencias cruciales en la vida de una comu-
nidad. En este caso, entre un ensayo histórico sobre la configura-
ción revolucionaria capturada por los mitos de la violencia y un
estudio de la memoria de grupos e instituciones (incluyendo el
Estado) que pugnan por dar sentido a ese pasado vivo y conflic-
tivo. Si en mi libro anterior ponía un foco en el Juicio a las Juntas
y el Nunca más como base de un primer consenso sobre el pasado
reciente, centrado en las víctimas, ahora me he desplazado para
revisar esa historia a partir de otras preguntas, alrededor de la vio-
lencia revolucionaria y las figuras combatientes.
Me pasa que mis textos escapan a los planes iniciales y cobran
una vida propia. En el proyecto original mi intención era reunir tra-
bajos previos y desarrollarlos en torno de dos núcleos, tentativa-
mente ordenados en las cuestiones de la violencia y la revolución,
por un lado, y los trabajos de la representación material (memoria-
les y museos), por otro. Los interrogantes y los desafíos de una me-
moria justa (que no son independientes del avance en el conoci-
miento histórico) iban a ser abordados de modo sucesivo en esos
dos ámbitos de problemas. Finalmente, el primero de ellos terminó
imponiéndose, a pesar de que en mis artículos y presentaciones de
los últimos años el tema que más había trabajado era el otro. Como
un resto del compromiso con los propósitos iniciales he optado por
incluir en el Apéndice los trabajos ya publicados sobre la Escuela
10 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Superior de Mecánica de la Armada (ESJVIA), el Parque de la Me-


moria y el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado,
con un breve ensayo introductorio que trata de ubicarlos en una si-
tuación presente que ofrece más incertidumbres que certezas.
En el primer capítulo doy cuenta de algunos de los autores y las
lecturas que me han acompañado en estos años. He tratado de ex-
poner ciertos enfoques y conceptos que han alimentado el tra-
bajo, más histórico si se quiere, desplegado en los capítulos si-
guientes. En los demás, pese a mis esfuerzos en contrario,
prevalece cierta disparidad de registros y de escrituras, entre un
ensayo histórico y político más libre y, en algunos temas, el in-
tento de restituir las fuentes olvidadas allí donde la investigación
histórica disponible es escasa. La violencia insurgente en los se-
tenta es el tema principal, diversamente abordado en los distintos
capítulos, que van del pasado al presente, de las fuentes a las me-
morias y las apropiaciones, de las coyunturas olvidadas a las escri-
turas retrospectivas.

Como toda obra humana ésta también tiene sus deudas. Mucho
de lo que he trabajado en este libro ha sido posible por el estí-
mulo y el apoyo de otros. En 2003, invitado por Anne Pérotin-Du-
mon, presenté un trabajo sobre conflictos de memoria en la Ar-
gentina en un taller realizado en el Institute of Latín Anierican
Studies de la Universidad de Londres. Buena parte de mis prime-
ros textos para este libro,fue realizada en el Instituto Iberoameri-
cano de Berlín, donde participé de un simposio en 2005; al año si-
guiente tuve el privilegio de una estadía de investigación gracias
a una beca del Servicio Alemán de Intercambio Académico
(DAAD), en el marco del convenio con la UBA. Las autoridades
de la Facultad de Psicología me apoyaron en esa solicitud y me li-
beraron de mis obligaciones docentes en ese período. De mi esta-
día en Berlín, agradezco la ayuda y los comentarios de Peter Birle
y Sandra Carreras, del Instituto Iberoamericano, de Elke
Gryglewski, de la Casa de la Conferencia de Wannsee, y de Estela
Schindel.
Algunas cuestiones fueron elaboradas en cursos y presentacio-
nes. Especialmente quiero destacar el seminario de doctorado so-
PRESENTACIÓN 11

bre memoria social, dictado en la Universidad de Rosario en


2007, que me permitió discutir con detenimiento y ante un grupo
calificado algunas de las hipótesis de este libro. Sobre memoriales
y lugares de memoria expuse en el Instituto Iberoamericano de
Berlín, en 2006; ese mismo año, por invitación de Daniel Brauer,
presenté una ponencia en el II Congreso Internacional de Filoso-
fía de la Historia, en Buenos Aires, y participé en un panel en la
Universidad Diego Portales de Chile. En 2007, invitado por María
Inés Mudrovcic, pude hablar acerca de la violencia revolucionaria
en unas jornadas sobre memoria y trauma. La cuestión de la "me-
moria justa" fue discutida en un coloquio internacional organi-
zado por las universidades nacionales de General San Martín y de
General Sarmiento. Gracias aJuan Fariña pude presentar parte
de mi trabajo en una mesa de las XV Jornadas de Investigación de
la Facultad de Psicología de la UBA, en 2008. Ese mismo año, por
invitación de Marisa Germain, dicté una conferencia sobre el tó-
pico del "hombre nuevo" en la Universidad de Rosario, en las V
Jornadas Nacionales "Espacio, Memoria e Identidad". Finalmente,
agradezco la invitación de María Isabel Toledo y los comentarios
recibidos en mi conferencia sobre la memoria y la esperanza dic-
tada en el marco de un coloquio organizado por las universidades
Diego Portales y Academia de Humanismo Cristiano, en Santiago
de Chile, a fines de 2008.
Un texto preliminar sobre la cultura revolucionaria y el hombre
nuevo fue discutido en una reunión del grupo de investigación
que dirijo en la Facultad de Psicología de la UBA, en la que parti-
ciparon Hernán Scholten, Mauro Vallejo, Alejandro Dagfal, Flo-
rencia Macchioli y Marcela Borinsky. Mi agradecimiento a Virgi-
nia Vecchioli y Marina Franco, que me hicieron conocer y me
permitieron usar sus trabajos inéditos. En el tramo final de la es-
critura,; Emilio Crenzel y Vera Carnovale me ayudaron a conseguir
algunas fuentes que parecían inhallables.
Héctor Schmucler y Sergio Bufano desgranaron para mí, con
entera generosidad, algunos recuerdos de esa empresa formida-
ble que fue la revista Controversia en el exilio mexicano. Un pri-
mer borrador de este libro fue leído y comentado por Jorge Be-
linsky, interlocutor permanente más allá del océano; Hilda Sabato
12 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

y Adrián Gorelik hicieron observaciones críticas y sugerencias.


Como resultado de esas lecturas introduje cambios y ampliaciones
respecto de una primera versión del libro.
Finalmente, muchas de las cuestiones exploradas estuvieron
presentes en conversaciones con Osear Terán, en 2007 y comien-
zos de 2008. Siempre pensé en él, antes y después de su muerte,
incluso cuando nada hacía prever el rápido final, como uno de los
destinatarios de estos textos, que se comunican con problemas en
los que también Osear estaba trabajando. Nada hay que pueda lle-
nar el vacío que deja su ausencia. Ya que no puedo entregarle este
libro ni recibir el esclarecimiento y el estímulo de sus ideas, lo de-
dico a la memoria de su obra y de su ejemplo.
1. La memoria justa:
política e historia

Memoria, verdad, justicia son términos que en la Argen-


tina integran una serie establecida y repetida. Exponen una
agenda de los problemas abiertos en torno del pasado reciente y,
a la vez, se proponen como una constelación de valores y espe-
ranzas en la reparación de las heridas que se reactivan en el pre-
sente. En verdad, cada uno de esos términos arrastra una densi-
dad particular que se acrecienta con su combinación y
superposición. ¿Qué es una verdad para la memoria y cuáles son
las diferencias respecto de una verdad para la historia?, ¿cómo
pensar las relaciones entre verdad y justicia, entre memoria y jus-
ticia? Desde hace veinticinco años en nuestro país se eligió, de di-
versas formas, recordar. Los variados proyectos de olvido y amnis-
tía terminaron cediendo frente a una voluntad de rememorar
una experiencia focalizada en el terrorismo de Estado. Osear Te-
rán lo señalaba y exponía un ideal de memoria: "lo que sutura
aquel hilo de sentido brutalmente cortado". Pero también pun-
tualizaba las condiciones de una crisis presente que ha impedido
una fácil restauración de las seguridades perdidas: la "demanda
de memoria" ha coincidido con tiempos de incertidumbre, con
creencias fracturadas, en fin, con el derrumbe de las utopías.
Ofrecía así una imagen elocuente de los problemas de una me-
moria ética y política que debe curar las heridas en un tiempo
que ha trastocado el horizonte de representaciones e ideales ca-
paces de reactivar las esperanzas del pasado. Donde ya no queda
el reaseguro de aquellas utopías, decía Terán, la certidumbre que
nos convoca reside en el rescate de las víctimas; la memoria se re-
úne con el duelo: es el deber de reintegrar a los muertos insepul-
tos, los desaparecidos, y los niños "des-identificados", el "reclamo
14 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

de Antígona" que coloca el trabajo de la memoria bajo el sino de


la tragedia. 2
Quiero partir de esa indicación problematizadora de la memo-
ria, concebida en una relación inherente de responsabilidad ha-
cia el pasado y, sobre todo, hacia las víctimas. No hay memoria
plena ni efusiones combativas que puedan suprimir el peso de lo
irreparable. El trabajo que busca tramitar la pérdida de tantos
cuerpos asesinados, torturados, exiliados, apropiados, debe ha-
cerse cargo, también, de renovar las ideas y las pasiones, y de re-
cuperar y revisar las promesas fracasadas de un tiempo dominado
por la furia de los combates y lo irreversible de la muerte. Ni
pura repetición ni presente fracturado respecto del pasado; la
memoria está a la vez en el pasado y en el presente, y es ese doble
horizonte el que habilita diversas transacciones frente a las he-
rencias recibidas, entre las formas compactas de un pasado que
se impone como un velo que cubre el presente y las expresiones,
igualmente ilusorias, que buscan alinear y borrar el pasado frac-
turado desde la perspectiva de un presente reconciliado. Las
apuestas se desplazan al presente, pero en un tiempo en movi-
miento en el que los cambios en la memoria replican y revelan la
radical historicidad de la democracia, un régimen falto de funda-
mento y a la vez condenado a construir las bases de una vida en
común que reconozca las diferencias y admita la alteridad. Una
condición del horizonte de la justicia, que no se agota en los pro-
cedimientos del derecho, reside en la voluntad colectiva, en el
presente, de mantener abiertos espacios y prácticas de delibera-
ción sobre el pasado. Si se puede hablar de memoria social, el fun-
damento social de la memoria (es la primera enseñanza de Mau-
rice Halbwachs) es lo que se construye como pasado compartido.
Esto no excluye las divergencias pero, si las disputas se ahondan
y rompen ciertos marcos, las diferentes formaciones del pasado
se hacen incomunicables y las memorias sociales estallan: ése es
el problema mayor en la dimensión política de la memoria. 3
Siempre hay conflictos y también hay criterios o soportes (narra-
ciones, imágenes, símbolos) que habilitan un suelo común. La
dinámica de la memoria política depende, entonces, de la estruc-
tura básica del lazo social que Freud ilustraba con la parábola de
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 15

los puercoespines en una noche de frío: un movimiento de reu-


nión/ separación en busca de la distanciajusta. 4

LA EXPERIENCIA ARGENTINA (1): VERDAD Y JUSTICIA

Hay una dialéctica del pasado y el presente que hoy, a más de


treinta años del golpe de Estado de 1976, se reactualiza en diver-
sos terrenos y pone en evidencia que el pasado no permanece in-
alterado. Las cuestiones planteadas por la memoria social, en la
investigación o en la conversación pública, y sobre todo en lo que
se llama "políticas de la memoria", se enfrentan inevitablemente
con esa radical historicidad de las construcciones del pasado.
Pero si el presente transforma el pasado, hay que contar con que
siempre, en un momento histórico, existen diversas formaciones
e impulsos, incluso, para emplear una proposición de Koselleck,
una "simultaneidad de lo anacrónico". 5
En nuestro país, cierto estado de la memoria se expresa a través
de las repercusiones de la escena judicial, con la continuidad de
las causas y la anulación de los indultos. No se trata sólo de los
procesos y las condenas eventuales, sino del impacto sobre la con-
ciencia social, de acuerdo con un molde, un paradigma de im-
plantación de memoria en la sociedad, que fue el Juicio a las Jun-
tas. En ese plano, los testigos, que han sido agentes necesarios de
los procesos criminales, vuelven a situarse en el foco de la aten-
ción pública y requieren el apoyo y la solidaridad de la ciudada-
nía tanto como la debida protección del estado de derecho. El re-
torno de prácticas siniestras, afincadas en el aparato estatal, con
el secuestro y desaparición de un testigo, Jorge Julio López, en
2006, es de una inusitada gravedad institucional y política. Basta
recordar que las intimidaciones y las presiones no llegaron a
tanto durante el juicio de 1984, que se desarrolló bajo condicio-
nes de debilidad estatal y desobediencia militar que hoy parecen
muy lejanas en el tiempo. Esa escena judicial sigue siendo el tea-
tro mayor de las luchas de memoria, incluso en las decisiones y
las proyecciones que involucran los debates y los consensos públi-
cos sobre ese pasado. Esos procesos instalan en el presente lama-
16 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

yor apuesta institucional y pública: el retorno del pasado y el tra-


bajo sobre él quedan focalizados en los crímenes y en los fantas-
mas siniestros que emergen ::n lo real, reforzados por las expresio-
nes públicas de los jefes militares que se muestran inconmovibles y
aferrados a las mismas certezas y justificaciones que impulsaron el
terrorismo de Estado. 6
Aunque parezca innecesar.o afirmarlo, una condición básica de
ese trabajo sobre el pasado es que la justicia actúe con autonomía
y eficacia, en tanto que por mucho tiempo seguirá a prueba la ca-
pacidad del Estado no sólo para asegurar que esos procesos se
cumplan en plazos y formas razonables sino para favorecer una
apropiación del conocimiento y una participación en la realiza-
ción de la justicia por parte de la sociedad. También la sociedad
civil, las dirigencias, las instituciones, el sistema político, están so-
metidos a una prueba decisiva, que reactualiza un núcleo político
y simbólico que fue fundamental en el origen de la democracia
cuando, en 1983, una de las primeras decisiones que buscó im-
plantar un corte con el pasado dictatorial estableció para la nueva
etapa un fundamento en la justicia retroactiva sobre los crímenes
de la dictadura, así como la investigación judicial de los crímenes
cometidos por la guerrilla contra el gobierno constitucional ini-
ciado en 1973. Como es sabido, esos procesos quedaron limitados
en sus alcances y fueron luego interrumpidos, no obstante lo cual
instalaron a la justicia como un cimiento decisivo de las promesas
de la democracia. Hoy se produce un extraño retorno de ese otro
pasado reciente, el nacimiento de la democracia; una segunda
oportunidad para la justicia, que encuentra al Estado y la sociedad
en otras condiciones. Los fantasmas de la rebelión militar, que
arrancaron las leyes de exculpación, se han disipado, pero tam-
bién se ha enfriado el entusiasmo social que acompañó el renacer
político de la democracia. En el presente, en particular en el
plano de la recomposición del sistema político y de la edificación
de la ciudadanía social, la democracia muestra sobre todo sus fra-
casos y sus deudas. Sea como fuere, igual que ayer, lo que está en
juego es la capacidad de una comunidad política para juzgar los
crímenes que fue incapaz de evitar, la capacidad de reparar retros-
pectivamente a las víctimas que no pudo proteger.
LA MEMORIAJUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 17

Los procedimientos del derecho no agotan la realización de la


justicia en un sentido integral, es decir, ético y político. Mientras
en el derecho se pone siempre en juego un elemento de cálculo
y la aplicación de una regla general, la justicia se abre a una di-
mensión incalculable: la decisión entre lo que es justo e injusto no
. está asegurada por ninguna regla. El problema, entonces, es
cómo conciliar el acto de justicia, que se refiere a una singulari-
dad (individuos, grupos, comunidades), a la situación única del
otro, con la norma de la justicia que necesariamente tiene una
forma general. Para Derrida es ése el fondo de la experiencia apo-
rética de la justicia: exige calcular lo incalculable. 7 La relación entre
memoria y justicia retroactiva ha sido implantada en la Argentina
a partir de la demanda de las víctimas y en nombre de sus dere-
chos. Los organismos de familiares y afectados han cumplido un
papel fundamental frente a un Estado desarticulado y corrom-
pido, y a organizaciones políticas (comenzando por los partidos
mayoritarios) en las que ha prevalecido una posición táctica, por
no decir oportunista, frente a las políticas aplicadas a los crímenes
del pasado. Esa marca de origen, que anteponía la evocación, in-
cluso la reparación, de las víctimas, quedaba plasmada en la figura
del desaparecido: la víctima rasa, igualada en el destino común de
un exterminio rutinario y de una muerte insignificante. Ahora
bien, una memoria fundada en la justicia y en el homenaje a las
víctimas se distancia de una memoria inspirada en la gloria de las
guerras y los combates. Ante todo porque desplaza el punto de
mira, respecto de las narrativas gloriosas, para rescatar a los muer-
tos comunes. Una memoria fundada en la justicia es igualadora
en el sentido de que busca su fundamento en la suerte de los más
desfavorecidos. Este principio, que vale como principio general
de una teoría de la justicia, implica destacar que la realización de
un orden justo se mide por el destino de los más desposeídos en
términos de libertades y derechos. O sea, el objetivo de una me-
moria justa no puede separarse del camino que busca edificar una
sociedad más justa.
¿Qué lugar queda para este horizonte de justicia, abierto al por-
venir, en su aplicación retroactiva sobre crímenes que han agra-
viado libertades y derechos básicos en el pasado? La acciónjurí-
18 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

dica hacia el pasado, hecha en nombre de las víctimas (no por las
víctimas mismas), se complementa con el proyecto de edificación
de un porvenir diferente. Si la primera obligación del Estado ra-
dica en la vigencia del derecho, en el largo plazo comprende tam-
bién objetivos de reparación y protección que desbordan los pro-
cedimientos judiciales. Y esto supone que todas las víctimas
pasadas, incluso las que por diversos motivos tuvieron o tienen ve-
dado el acceso al aparato de la justicia, puedan ser reconocidas, y
que sus memorias diversas y aun concurrentes sean admitidas en
un espacio público de deliberación y apropiación de ese pasado.
Esa ampliación pública, de las normas del derecho a ~ valores
de la justicia, se cumple hoy en las repercusiones de los procesos
penales por los crímenes del terrorismo de Estado y en los deba-
tes sobre la violencia y los crímenes de las organizaciones guerri-
lleras. Por buenas y por malas razones, en ese escenario no hay
neutralidad política. La impregnación de la vía judicial por lapo-
lítica está instalada, no en el ámbito de los procedimientos mis-
mos, sino en una extensa implicación de sectores y organizaciones
de la sociedad que convierte (o debería hacerlo) eljuzgamiento
de los crímenes y el debate de las responsabilidades en un tópico
central de la discusión ciudadana. En efecto, más allá del resul-
tado de los procesos en curso, de la eficacia y el cumplimiento de
las reglas del derecho, del número de condenados, con indepen-
dencia incluso del reconocimiento de las otras víctimas, las de la
guerrilla, y del debate jurídico sobre la calificación de esos otros
crímenes, la materia y los problemas que allí emergen revelan un
núcleo esencial del conocimiento y el reconocimiento de las he-
rencias y las responsabilidades de la socieJad. Pensar y conocer lo
que pasó obliga a enfrentar una problemática compleja, densa, di-
ficil de cernir y de establecer; impulsa cuestiones hacia el pasado
más lejano y hacia el presente: preguntas sobre el Estado, sobre el
sistema político, las dirigencias, las organizaciones y las institucio-
nes de la sociedad. Y todo eso se sitúa más allá de la investigación
judicial en la medida en que hay un horizonte de verdad histórica
que no queda librado a la sola competencia de los especialistas,
sean jueces o historiadores.
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 19

POLÍTICAS DEL PASADO Y DEL PRESENTE

La significación política de la memoria ha sido abordada por Er-


nest Renan en su célebre ensayo sobre la nación. 8 En general, se
recuerda de ese texto la proposición acerca de la importancia del
olvido, incluso del "error histórico", en la edificación de una na-
ción: "La esencia de una nación es que todos los individuos ten-
gan muchas cosas en común, pero también que hayan olvidado
muchas cosas". Recientemente lo recordaba el ex presidente uru-
guayo Julio Maria Sanguinetti:

Siempre difícil es la relación con el pasado. "Los muer-


tos gobiernan a los vivos", decía Comte en su conocida
sentencia. Y así se vive, tratando de construir futuros
desde el presente, sometidos al peso de un pasado que
está allí, y frente· al que sentimos deberes, deberes de
memoria, pero también los deberes de olvido de que nos
hablaba Renan, para no seguir instalados en el odio de
"las noches" de San Bartolomé.9

Pero Renan decía algo más importante y planteaba una relación


más compleja entre memoria y política: hay un fundamento do-
ble de la nación que residiría, a la vez, en el pasado y en el pre-
sente. En el presente, decía, es una voluntad común, el consenti-
miento, "el deseo de vivir juntos"; en el pasado es el culto de los
ancestros, los "grandes hombres" y las "glorias comunes". Pero lo
más -~-~---,,~ es "haber sufrido juntos"; "los duelos valen más
que los triunfos" porque imponen deberes en el presente. El pa-
sado, en ese régimen de memoria ( tomo el término de Pierre
Nora), refuerza un orden de soberanía que requiere la sacraliza-
ción de la nación. Y los muertos, ciertos muertos en común, se-
rian el sostén de una gloria que recae sobre los vivos como un rea-
seguro de identidad y un mandato que sanciona un culto. Esa
compleja operación sobre el pasado no se reduce a un borra-
miento o alguna forma de amnesia. En verdad, Renan postulaba,
positivamente, un sostén conmemorativo de la nación a través de
la exaltación de los muertos compartidos, que vendrían a opacar
20 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

o relegar otras muertes capaces de dividir esa memoria sacrali-


zada. En un trabajo extraordinario sobre los monumentos a los
muertos, Koselleck ha mostrado el papel de esa construcción sim-
bólica e iconográfica de la nación y de las identidades políticas
edificada sobre ciertos muertos, siempre muertos en combate,
nunca víctimas civiles sin gloria. 10 Se lee muy mal a Renan, enton-
ces, cuando se extrae de ese texto un simple mandato de olvido.
Lo que queda en evidencia en su planteo es que las formas y fun-
ciones del olvido no pueden ser pensadas por fuera de un régi-
men de memoria que, en su caso, se integraba al sostén simbólico
y subjetivo de la nación.
Ese régimen político de la memoria, que se subordinaba a los
deberes frente a la nación, parece haber caducado. Pierre Nora
propuso el último tributo a esa tradición con su monumental in-
vestigación sobre los "lugares de memoria", un concepto que ha
sido muy difundido y que destaca la dimensión material y social
de diversos soportes o instituciones de la memoria en sus relacio-
nes con la conciencia histórica: fiestas, conmemoraciones, emble-
mas, monumentos, museos, escritos y obras de arte, pero también
sitios, edificios, calles y espacios materiales. 11 El propio Nora ad-
vierte que el relieve contemporáneo que adquieren los lugares y
la pluralidad de las memorias se correlaciona con la crisis de esa
ficción de una memoria política unificada y sacralizada en torno
de un sujeto colectivo permanente. En las nuevas formas de la ac-
ción del pasado sobre el presente queda poco lugar para una fun-
ción política del tiempo fundada en un orden de soberanfa. 12 Es
conocido el papel que han cumplido las narraciones míticas y las
leyendas nacionales en la consolidación simbólica y política de los
Estados modernos. Nora destaca el papel de la escuela en la im-
plantación de una historia concebida como una memoria unifi-
cada de la patria: no hay memoria nacional espontánea, por el
contrario, la naturalización de la patria como entidad preexis-
tente es en gran medida un resultado de los dispositivos que la na-
rran y la conmemoran. Esa voluntad de nación se ejerció, en la
Argentina, sobre una sociedad de base inmigratoria, a través de
ceremonias, rituales y símbolos. 13 Además, el caso argentino
n1uestra muy bien que esa voluntad unificadora siempre ha cho-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORJA 21

cado con una pluralidad de tradiciones, lenguajes, memorias afin-


cadas en una sociedad compleja y heterogénea; es en contra de
esa dinámica potencialmente disgregadora, presente en la socie-
dad, que el Estado debía desplegar formas materiales y simbólicas
de imposición de un relato nacional.
Lo anterior viene a cuento porque en el punto de partida de la
exploración de los "lugares de memoria" subyace la aspiración, la
nostalgia incluso, de un lugar y un sujeto de la memoria nacio-
nal. En verdad, vuelve a plantearse un viejo dilema, que estaba
presente en los comienzos de la disciplina sociológica: ¿qué es lo
que mantiene unida a una sociedad? En el origen de la pregunta
por la memoria colectiva estaba la cuestión de la cohesión social
y el papel que el pasado podría cumplir en la construcción del
lazo social. El problema nacía, en la primera posguerra, a partir
de una posición reactiva, defensiva, frente a las amenazas de dis-
gregación de la experiencia compartida, cuando la historia euro-
pea, desde la guerra franco-prusiana y la Comuna de París hasta
la Gran Guerra, ponía en entredicho la entera tradición de la
modernidad ilustrada. Esa crisis coincidía con una etapa en la
que se produjeron las grandes obras sobre la memoria: Bergson,
Freud, Halbwachs. 14 En ese sentido, entre las condiciones históri-
cas de la obra clásica de M. Halbwachs sobre la memoria social se
destacaba la preocupación por la construcción de formas com-
partidas de actualizar el pasado, lo que implicaba la transmisión
de memorias de una generación a otra. En ese paradigma, la pro-
pia dinámica social tendería a excluir y separar las memorias ais-
ladas, pero siempre sobre ese trasfondo en el que acecha la diver-
sidad y la fragmentación. De allí la importancia atribuida a las
prácticas, ceremonias y conmemoraciones, las formas de la repe-
tición y de fijación que establecían los soportes para un recordar
en común. U na de las tesis más innovadoras de Halbwachs
afirma que esa memoria común es una práctica social que no
conserva el pasado sino que lo construye a través de sus huellas,
ritos y tradiciones, desde marcos proporcionados por el presente.
A fines del siglo XX, Pierre Nora propone que hay un nuevo ré-
gimen de memoria en el que la sociedad reemplaza a la nación; la
pluralidad y la heterogeneidad de grupos, identidades, experien-
22 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

cias, socava la función unificadora del mito. Pero en verdad esa


pluralidad de memorias que corroen la ficción unificada del pa-
sado no viene después sino que estaba antes de las operaciones y
los artefactos destinados a construir las memorias nacionales. De-
bilitada cierta función "inhibitoria" de la disgregación, a cargo
de los dispositivos centrales localizados en el Estado, emerge, in-
crementada y justificada por un clima de época que rechaza las
tradiciones fuertes y los grandes relatos, una diversidad que siem-
pre estuvo allí. 15
El retorno de Auschwitz y de los crímenes masivos del siglo XX
sobre la conciencia occidental impuso una torsión y una reconfi-
guración de la problemática de la memoria y del recordar en co-
mún. La expansión de la:; "culturas de la memoria" (para usar una
expresión de Andreas Huyssen) coincide con la instauración,
desde la década de 1980, del Holocausto como el "tropos universal
del trauma histórico". Pero en la "globalización de la memoria" se
encierra una dificultad: el genocidio perpetrado por el régimen
nazi "pierde su calidad de índice del acontecimiento histórico es-
pecífico y comienza a funcionar como una metáfora de otras his-
torias traumáticas". Y en las formas instituidas de las memorias na-
cionales, después de Auschwitz, dice Enzo Traverso, hay otro
régimen de memoria: centrado en crímenes (no en batallas y victo-
rias), en testigos (no en combatientes) y en víctimas (no en hé-
roes).16 Primo Levi es el autor fundamental de esta nueva posi-
ción de la memoria política centrada en las víctimas y en el lugar
imposible del testigo. Sin embargo, no desaparece el problema se-
ñalado por Renan sobre la función de los muertos comunes, que
unen y refuerzan una memoria colectiva, y la separación respecto
de otros muertos y otras víctimas que reavivan los viejos combates.
Por supuesto, cuando Renan se refería a los odios que debían ol-
vidarse ubicaba esa memoria nacional en un tiempo largo: la ma-
sacre de San Bartolomé había sucedido trescientos años antes. Si-
tuar las divisiones engendradas por los muertos que pesan en la
conciencia de los argentinos, en cambio, supone tomar contacto
con una acción muy diferente de un pasado que permanece vivo.
También se mantiene, o incluso se acrecienta, el problema del
consentimiento, lo que Renan llamaba el "plebiscito de todos los
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 23

días" y que necesariamente hace intervenir una flexión institu-


yente en un presente proyectado al porvenir.

Tzvetan Todorov parece retomar, un siglo después, en 1992, esas


indicaciones de Renan sobre la memoria común, el olvido necesa-
rio de los crímenes recíprocos y la voluntad de vivir juntos. 17 Es im-
portante restituir el contexto de su intervención, porque se trata
de una presentación en un congreso dedicado a la historia y la me-
moria de los crímenes del nazismo. En un primer abordaje, el pro-
blema es la memoria amenazada en la experiencia de los regímenes
totalitarios del siglo XX, que resultaba de la voluntad estatal debo-
rrar los crímenes masivos y reescribir el pasado. Himmler exponía
esa voluntad, llevada al límite, en su conocida referencia al exter-
minio de la población judía como una "página gloriosa" que
"nunca ha sido mencionada y nunca lo será". 18 Con la era de los
genocidios y las "masacres administrativas" ( como los llama Han-
nah Arendt) 19 se abre otra dimensión de las relaciones entre me-
moria, olvido y conciencia histórica, que destaca el papel de los
testigos, portadores de una memoria que resiste el olvido que
busca borrar las huellas. Cuando la memoria, como registro y evo-
cación de los crímenes, se convierte en objeto de un deber, cambia
completamente la naturaleza de la construcción del pasado res-
pecto del proyecto de la unificación nacional. Entre Renan y
Primo Levi están los campos de exterminio. Y en este nuevo régi-
men de memoria social, separado de toda entonación exaltante so-
bre la nación, la clase o el grupo, el deber de memoria adopta ne-
cesariamente un carácter reactivo, defensivo, dominado por los
crímenes extremos que enfrenta y por la voluntad de resistencia
en acto contra el totalitarismo o contra la amenaza de su retorno.
Otra, dice Todorov, es la situación de la memoria en las demo-
cracias: frente al tiempo rápido de la información, el consumo de
memorias heterogéneas y fragmentarias, la amenaza no es la su-
presión de las huellas y los testigos, sino una forma de olvido que
depende de la sobreabundancia de representaciones e imágenes
del pasado. 20 Aquí se hace necesaria una indagación más atenta a
las funciones y formas del olvido. Lo primero es distinguir, a par-
tir de los análisis de Paul Ricoeur, entre dos formas de olvido. 21
24 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Hay un olvido que se produce por el borramiento de las huellas de


los acontecimientos, es decir, en el nivel de la frjación y el registro
del pasado. Hay otro, que coincide con la problemática de los usos
y abusos de la memoria, que no se sitúa en el nivel de las huellas
mismas sino de la "adecuación" de la imagen presente con las hue-
llas del pasado; allí, las funciones de la memoria y el olvido se con-
centran en el momento de la interpretación y el reconocimiento,
que constituían, para Bergson, la esencia de la memoria. Es claro
que al diferenciar la conservación (la preservación y el testimonio
de aquello que remite a crímenes excepcionales, en contra del en-
cubrimiento y la supresión) y los u.sos de la memoria, el acento se
desplaza a las luchas presentes. Todorov da un paso más respecto
de la articulación necesaria entre memoria y consentimiento que
proponía Renan. En la construcción política moderna, dice, domi-
nada por la acción de sujetos autónomos, el medio principal de le-
gitimidad no es la memoria y la tradición, es el contrato. El abuso de
la memoria puede oponerse, no al olvido, sino a la "voluntad gene-
ral". ¿Hay que concluir en el inevitable enfrentamiento entre el
acuerdo y el consentimiento en el presente y el peso de un pasado
que impone sus divisiones, sus heridas y sus deudas? En verdad, To-
dorov no propone enterrar el pasado sino incluir los poderes de la
memoria en un juego con otros "principios directores", como el
consentimiento, la creación y la libertad. 22
Pero su preocupación por los usos y abusos de la memoria se si-
túa en un contexto histórico preciso: la guerra de Kosovo, que in-
fligía una herida profunda a las promesas de la unidad europea.
Eso explica su insistencia en conjurar los fantasmas de la guerra,
alimentados por la memoria de los odios y los combates. Todorov
presentaba un ejemplo de una política del presente capaz de dis-
tanciarse de las divisiones del pasado: Lech Walesa había invitado
tanto a las autoridades alemanas como a las rusas para la conme-
moración del cincuentenario del levantamiento del gueto de Var-
sovia (1943-1993) .23 La paz se erigía en el valor supremo a tutelar
en la gestión política, estatal incluso, de un pasado de guerra y de
masacres recíprocas. Con ese ejemplo, quedaba clara la prioridad
del contrato y el consenso, i:n este caso, la decisión de construir
una comunidad europea aliviada de los lastres de la guerra. No
1A MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 25

obstante, frente a esa voluntad y esos sueños irrumpía la guerra


de Kosovo como un acontecimiento traumático en el que ese pa-
sado rechazado se volvía real. Todorov no se limitaba a destacar
esa dimensión estatal, institucional y simbólica, de un programa
de acción sobre el pasado orientado a la reconciliación .. Recurría
a la experiencia del psicoanálisis, sobre todo al concepto de dudo,
para ilustrar un proceso necesario de distanciamiento respecto de
agravios pasados y la "aceptación de la pérdida", es decir, la supe-
ración de los obstáculos mayores para los objetivos políticos de
paz y entendimiento. En esa línea encontraba en el concepto
freudiano de "elaboración" (Durcharbeit), que se opone a la com-
pulsión repetitiva de la memoria traumática, las bases para la dis-
tinción entre una memoria "literal" y otra "ejemplar". La primera
es un "hecho intransitivo", que somete el presente al pasado. La se-
gunda permite extraer enseñanzas y puede ser un principio de ac-
ción en la medida en que usa el pasado en función del presente. 24
Y puede ser aproximada a la función de la justicia en tanto busca
encarnarse en una ley impersonal, a condición de que la justicia
no sea aplicada por los que han sufrido los crímenes.
En verdad, Todorov fuerza un poco la significación de los meca-
nismos y los alcances del trabajo subjetivo del duelo y parece pro-
poner una teoría de la justicia que prescinde de la autoridad del
juez. Pero me interesa subrayar otra cuestión: lo más importante
de su planteo reside en las consecuencias éticas y políticas del va-
lor de la ejemplaridad de la memoria, que se alcanza cuando se
aplica no a los agravios sufridos sino a los que involucran alguna
responsabilidad, complicidad o consentimiento del sujeto o el
grupo de pertenencia. No era la memoria directa de los sufri-
mientos propios, ni la fidelidad a la causa o la ideología, lo que
llevaba a David Rousset, un ex prisionero comunista de Buchen-
wald, a denunciar el Gulag, en contra de sus propios camaradas; o
a Paul Teitgen, un funcionario francés destacado en Argelia que
había estado en Dachau, a impugnar las torturas y asesinatos co-
metidos por sus compatriotas en la empresa colonial. 25 En esos ca-
sos se evidencia la relación compleja entre justicia y conciencia
histórica: la memoria fijada a un pasado y a una identidad de víc-
timas ( en este caso del terrorismo nazi) sólo sirve a la justicia si se
26 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

incluye, en el presente, la exigencia de una acción destinada a res-


catar a las nuevas víctimas, en el límite, a todas las víctimas.

USOS Y ABUSOS DE LA RECONCILIACIÓN

Al presentar el ejemplo 'polaco de la reconciliación entre Estados,


Todorov descuidaba una mirada más atenta sobre la sociedad y so-
bre el papel y las demandas de las víctimas o de quienes buscaban,
desde el lugar de las víctimas, exhumar un pasado de sufrimiento
y humillación. Sin duda, hay malas causas y abusos de la memoria,
pero también hay malas formas y abusos de la reconciliación, so-
bre todo cuando esa idea del contrato y el consenso es buscada en
una operación de las dirigencias que descuida la persistencia de
las huellas de crímenes que no pueden ser dejados atrás. Hay una
dinámica de fuerzas, en las constelaciones de lo que Ricoeur
llama "memorias heridas", que resiste las operaciones programa-
das de gestión del pasado. 26 Para seguir con el ejemplo propuesto
por Todorov, en esa ceremonia de reconciliación propuesta por
Lech Walesa, el Estado se sostenía y se legitimaba en un relato de
la nación polaca, unificada en la religión católica y en una posi-
ción de pura víctima de los crímenes del nazismo. Unos años des-
pués, en 2000, retorna lo reprimido a partir de la investigación de
Gross, un historiador residente en los Estados Unidos.
Es un ejemplo poco usual de la intervención de un académico
que terminó conmoviendo la narrativa instituida sobre el genoci-
dio judío en Polonia, y una ilustración de que la fuerza de las me-
morias de los crímenes rompe la ilusión de que haber olvi-
dos impuestos que sean definitivos. Gross publica, en Polonia y en
los Estados Unidos, Neighbors, una investigación que da cuenta de
una masacre de judíos en un pequeño pueblo polaco,Jedwabne,
en 1941. 27 En un solo día fueron asesinados brutalmente casi to-
dos los judíos del pueblo: 1600 personas entre hombres, mujeres
y niños fueron golpeados, estrangulados, acuchillados; muchos de
ellos fueron encerrados en un galpón y quemados vivos. Aunque
la masacre era conocida, siempre había sido atribuida a las tropas
ocupantes y hasta había un memorial en el pueblo que la recor-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 27

daba de ese modo. La investigación de Cross revelaba que había


sido cometida por los propios vecinos polacos y que el ejército ale-
mán sólo la había instigado. La reacción, en Polonia, fue inme-
diata: muchos (políticos, académicos, :religiosos) condenaron el li-
bro, en la medida en que se enfrentaba con uno de los mayores
fundamentos del mito polaco que siempre ha sostenido que, a di-
ferencia de Francia, no había habido ninguna colaboración con
los nazis. Un año después el presidente polaco pidió perdón por
el crimen; luego se demostró que episodios parecidos habían su-
cedido en docenas de otros pueblos. El caso puede ser tomado
como un ejemplo exitoso de la globalización de la memoria del
Holocausto, por cuanto ese reconocimiento dependió de las con-
diciones externas creadas por el ingreso de Polonia al bloque oc-
cidental. Y permite una última enseñanza sobre las vías y los agen-
tes de esas memorias rebeldes: el historiador llegó después que
una cineasta, Agnieszka A:rnold, que ya había filmado un docu-
mental con testimonios de los sobrevivientes.
En este caso excepcional se encuentran casi todos los ingredien-
tes de los problemas de la memoria y de su acción sobre el pre-
sente. ¿Qué es el pasado en esa experiencia? Está el peso material
de las huellas y los testimonios, pero también la distancia entre el
acontecimiento y los relatos. El olvido no residía en el vacío de las
huellas, dado que el episodio era conocido, sino en lo que podía
ser restituido o proyectado en ellas. Por otra estaba la
ción y el papel de las victimas. Pero lo importante es que ese acon-
tecimiento pudo volver a contarse no tanto por la lucha de las vic-
timas directas, los judíos, que habían sido casi totalmente
aniquilados, sino por la acción convergente del intelectual y los ve-
cinos que sin haber sido víctimas testimoniaron en nombre de los
que no podían hacerlo. Lo ejemplar de esa memoria, para usar
una categoría de Todorov, se fundaba en la difícil posición de esos
testigos que revelaban el crimen en contra de la conciencia ftjada
de su propia comunidad. El deber de memoria se ponía a prueba
y alcanzaba una dimensión ética eminente justamente porque po-
día separarse de lo que Todorov llama "los privilegios de las vícti-
mas", que se imponen cuando son sólo los afectados los que se
apropian de la denuncia y el reclamo por las ofensas sufridas. 28
28 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Sin duda, la memoria de los crímenes impone el deber de una


lucha por la justicia que casi siempre ha nacido de las víctimas di-
rectas. Pero una memoria sólo afincada en el protagonismo de los
afectados se ha revelado como un límite, en la medida en que des-
carga a la sociedad de sus propias responsabilidades por el pa-
sado. Y la delegación de la memoria de los crímenes en la acción
de las víctimas y sus representantes a menudo corre pareja con
una competencia de victimización entre distintos grupos que car-
gan con sus propias heridas.
Aquí cabe retomar las proposiciones clásicas de Halbwachs so-
bre los marcos sociales: nadie recuerda solo. Los recuerdos de unos
descansan y se penetran con los recuerdos de otros, las narracio-
nes individuales se inscriben en relatos colectivos y se sostienen en
prácticas conmemorativas. Sin embargo, frente a una concepción
demasiado organicista de esos marcos colectivos, un ejemplo
como el de los testigos de Jedwabne muestra que se puede recor-
dar en contra del espíritu público. En el límite, ¿puede haber un
único testigo? 29 Si la respuesta es afirmativa, ¿cuál es el soporte de
un recordar solo, o en minoría, que pueda ser a la vez un puente
hacia un horizonte del recordar juntos? Ésta es la cuestión mayor,
para la que no hay una respuesta unívoca. Y los problemas de lo
que puede ser compartido en la dimensión social de la memoria
son particularmente relevantes cuando el peso del pasado recae
sobre acontecimientos que han marcado profundamente a un
grupo o una comunidad: huellas, escenas, acciones que impactan
ciertos núcleos de su identidad, entendida, al margen de cual-
quier fundamento esencialista, como la trama imaginaria y simbó-
lica que permite una vida en común. Éste es el punto en el que
una "pragmática de la memoria", como la que propone Ricoeur,
enfrenta necesariamente la complejidad del olvido.

OLVIDO, IDENTIDAD, ESPERANZA

Hay, dice Ricoeur, un plano "ontológico" del olvido que es inhe-


rente a la historicidad del sujeto. Somos en el tiempo o, mejor, so-
mos tiempo; y en la dinámica del existir en el tiempo hay muchas
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 29

cosas que se destruyen: quedan restos, huellas, ruinas. La memo-


ria y la historia están siempre amenazadas por esa dimensión des-
tructora del tiempo; las huellas indican lo que fue y ya no es, ~10
que estuvo y ya no está, lo desaparecido y las dificultades para res-
tituirlo. Al mismo tiempo,justamente porque el tiempo borra el
pasado y deja huellas, existe esa pulsión profunda de conservarlas
y recuperarlas que funda una dialéctica inherente al tiempo, pre-
via a toda política de la memoria, entre borramiento y restitución
o entre pérdida y reparación del pasado. En ese plano, hay olvido
porque hay historia: no hay olvido en la naturaleza. 30
Pero Ricoeur analiza distintas dimensiones y formas del olvido,
en la dinámica de una memoria que recrea el pasado, entre el ol-
vido derivado del borramiento de las huellas y el que se pone en
juego en las operaciones de evocación y reconocimiento de lo que
está implicado en esas huellas. Una fenomenología del olvido im-
pone ciertas distinciones necesarias. Hay un olvido que depende
de la pérdida de las energías que sostienen y conservan una me-
moria histórica. Es contra ese fondo de inercia que se instalan los
tiempos y las instituciones de la conmemoración en común. Ese
olvido residual es la consecuencia de aquello que deja de ser resal-
tado cuando la experiencia histórica da forma, esculpe, puede de-
cirse, al acontecimiento. Hay un olvido de lo que va quedando
atrás, residuo de una retención que opera por la vía de sacar, de
sustraer intensidad, valor, significación, según esa modalidad que
Miguel Ángel asignaba a la escultura: per via di levare. Freud usó la
misma figura para ilustrar el trabajo psicoanalítico. 31
Pero hay también olvidos memoriosos que en su persistencia
son la base de un recuerdo intensificado. Se lee mal a Freud y se
abusa del psicoanálisis cuando se señalan patologías del olvido
que serian la expresión de un déficit simple en oposición a los de-
beres de la memoria. En principio, no hay memoria total, salvo en
la figura monstruosa de Funes. No se trata, por lo tanto, de esta-
blecer una exigenci« de transparencia y completud en las prácti-
cas de recuperación y acción sobre el pasado: el olvido no es sim-
plemente el fracaso de la memoria. La tópica freudiana (que
permite plantear que hay p;rmaciones de la memoria, así como re-
presión y retorno de lo reprimido) sitúa el olvido en un lugar cen-
30 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

tral: no hay trabajo de memoria que no sea al mismo tiempo tra-


bajo de olvido. Es la paradoja inherente al concepto freudiano de
represión: en la dinámica de lo reprimido, lo que se manifiesta
como olvido (nunca definitivo) en la conciencia permanece
como recuerdo, incluso intensificado, en el inconsciente. Por otra
parte, si se recurre a la psicopatología clásica, la semiología psi-
quiátrica distinguía diversas formas de amnesia, correlativas a dis-
tintas operaciones de la memoria: ftjación, conservación, evoca-
ción, reconocimiento. Sólo la primera, la amnesia de fijación, se
correspondería con un vacío completo de huellas o registros del
pasado. Los problemas de la memoria como acción y movimiento,
en cambio, se sitúan, sobre todo, en el orden del reconocimiento,
que era para Bergson "el acto concreto por el cual reasumimos el
pasado en el presente". 32 La dimensión del reconocimiento per-
mite recuperar una forma positiva del olvido: no es la desapari-
ción de las huellas sino algo en el pasado que se conserva rele-
gado y a la vez "en espera" de ser reconocido. Ricoeur reúne a
Bergson con Freud en una pragmática de la memoria que necesa-
riamente construye recuerdos, cadenas asociativas, sentidos, al
mismo tiempo que instala olvidos reversibles. Hay, entonces, un
olvido que no es destructor sino que preserva y conserva, en la-
tencia, y que es la condición y el fundamento que en verdad hace
posible la rememoración. El concepto freudiano de la memoria y
el trauma, entonces, ofrece una vía para pensar una función posi-
tiva del olvido: lo reprimido es, en un sentido, inaccesible, y sólo
emerge por los síntomas y las formaciones sustitutivas, pero es, a
la vez, el núcleo de lo que perdura y puede retornar bajo diversas
formas. 33
Interesa destacar esa idea, en una dirección que Ricoeur no si-
gue, para recuperar lo productivo del concepto de trauma de un
modo distinto al que habitualmente se aplica cuando se trata de
acontecimientos que golpean la conciencia colectiva. En el uso
habitual, el trauma vale como la representación de una irrupción
violenta e inesperada que se impone por su propia fuerza a un su-
jeto, o a un grupo, que lo sufre en condiciones de pasividad e in-
defensión. Así entendido, se ha convertido en un lugar común
aplicado a las formaciones de la memoria y la conciencia histórica
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 31

de la experiencia argentina. En la figura de la víctima y en la ex-


posición de los agravios se condensan los sentidos de un pasado
"traumático", focalizado en los crímenes del terrorismo estatal.
Pero ese pasado ofrece aristas más complejas e ingredientes me-
nos tolerables para la conciencia de la sociedad, ya que no hubo
sólo víctimas, y los usos retrospectivos de una figura simplificada
del trauma, cuando se extiende hasta abarcar la entera sociedad,
terminan sirviendo a una estrategia general de victimización. Esa fi-
gura ampliada de la víctima se define por una posición de ajeni-
dad y exterioridad respecto de aquello que le acontece, de modo
que en esos modos del reconocimiento social de un pasado atroz
( que no son exclusivos de la experiencia argentina) la extensión
con que la comunidad asume para sí la posición de víctima pasiva
de los acontecimientos es correlativa a una operación no menos
amplia de rechazo de la responsabilidad por el pasado. Muy dis-
tinta es la intelección que, admitiendo que en los crímenes masi-
vos hay una extensa producción de víctimas, está dispuesta a reco-
nocer que en materia de posiciones y de responsabilidades, como
lo señalaba Primo Levi para el campo de concentración, no existe
una nítida separación entre el blanco de las víctimas y el negro de
los victimarios, sino, más bien, una zona gris. 34
Es mucho más productiva e incitadora, en la idea freudiana del
trauma, la relación inherente a la acción de la memoria: el
trauma es lo inolvidable, es decir, lo que retorna y queda a la vez
impedido de una completa rememoración. Pero aun como un
fragmento separado, en la medida en que retorna está disponible
para imponer nuevos reconocimientos, significados y olvidos. No
es fácil encontrar en Freud el sustento para una noción que se ha
impuesto en los "estudios de memoria", una suerte de sacraliza-
ción del trauma como acontecimiento compacto y cerrado, un
bloque separado, imposibilitado para siempre de una tramitación
por la palabra. Es la idea prefreudiana de la histeria traumática la
que parece proporcionar el modelo para una suerte de hiperrea-
lismo de la memoria, que se expone en el nuevo vocabulario del
postrauma y la posmemoria, incluso en una suerte de metafísica
de la historia que, a partir del Holocausto, postula que hemos en-
trado en una era "postapocalíptica". 35 En Freud, el primer con-
32 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

cepto de trauma encuentra su fórmula en el estatuto de lo repri-


mido y no se focaliza en un acontecimiento único. Justamente lo
que separaba su idea de "histeria corriente" respecto de la histeria
traumática de Charcot es que hay muchos traumas, siempre incor-
porados en una trama interrumpida que sin embargo no está ex-
cluida de la posibilidad de ser recuperada por la palabra y la his-
toria. 36
La cuestión más relevante que se plantea, en relación con las
significaciones del pasado como trauma, es la condición activa o
pasiva de la memoria: hay, en cierto modo, una oposición entre la
figura del trauma (sufrido pasivamente) y la idea de un trabajo de
la memoria. Cuanto más se destaca la figura del pasado traumá-
tico menos recursos quedan para las formas de rememoración
que impliquen una renovación del pasado. Éste es el punto en el
que debe reconocerse una dinámica, una tensión permanente en-
tre lo que se impone del pasado y los modos de elaborarlo y darle
sentido. Las huellas de la violencia y las heridas irrumpen; pero, al
mismo tiempo, si puede hablarse de un trabajo de la memoria, si
puede haber responsabilidades por el pasado, es porque hay ac-
ciones posibles sobre esas huellas. Ése es el sentido del retorno: su
fuerza está tanto en el acontecimiento como en la formación que
lo admite y lo reconoce desde el presente. Es claro que en esa for-
mación, y en esa distancia intrínseca con el acontecimiento, hay
siempre algo de olvido; ante todo, por la forma narrativa de la
memoria, que construye tramas diversas. Pero, además, si se trata
de la memoria y el olvido públicos, sobre esa cualidad selectiva, in-
herente a la memoria, se agregan diversas operaciones de los ac-
tores que buscan apropiarse del pasado significativo para un
grupo o una comunidad: allí nacen los usos y abusos de la memo-
ria histórica, incluso diversas formas de manipulación ideológica
o política. Ricoeur introduce allí la dimensión de la identidad: no
como una verdad esencial, a nivel personal o colectivo ( clase, par-
tido), sino como efecto de esa trama que sostiene la pregunta
"¿quién soy?" y, sobre todo, "¿qué puedo hacer?". 37
Las luchas de memoria son también luchas de identidad, y los
problemas planteados por las funciones de la identidad, en el or-
den público, político y moral, no son menos complejos que los
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 33

que arrastran las acciones de la memoria. La identidad puede ser


concebida como un baluarte compacto, cerrado a la incertidum-
bre y la interrogación, o bien puede constituirse como un espacio
de reconocimiento y descubrimiento, una construcción capaz de
sostener una acción más lúcida y renovadora del pasado. Como ya
se dijo, el modelo tradicional de una identidad nacional o de par-
tido, unificada bajo el peso de las glorias y los muertos del pasado,
ha cedido tanto como el régimen de memoria correspondiente.
Sin embargo, a nivel de los grupos y las organ_izaciones, el sostén
de las identidades suele adoptar modalidades repetitivas que se
imponen como un molde en la experiencia. 38 Pero las identida-
des son siempre relacionales y se incluyen en una trama de dife-
rencias y oposiciones. Vuelvo al ejemplo de la masacre investigada
por Jan Gross. La rememoración del crimen, primero a cargo de
los testigos y luego como un ejercicio colectivo, sólo pudo reali-
zarse en contra de una imagen congelada de la identidad polaca,
que impedía reconocer el antisemitismo como un rasgo compar-
tido con los ocupantes nazis. Y si hay allí un efecto de innovación
sobre el pasado, el descubrimiento de una verdad rechazada, en
la práctica de una memoria que transforma aquello que recupera,
el impulso viene del exterior, desde la posición del extranjero o
de quien se separa de las seguridades familiares. Ese mismo papel,
el del innovador externo, ha sido postulado como un rasgo básico
en el análisis freudiano de la dinámica de la cultura. 39 Lo que re-
torna puede ser admitido y reconocido, discutido en su significa-
ción y sus alcances,justamente porque no se repite como trauma
y porque encuentra condiciones intelectuales y éticas que sacu-
den las certezas de una identidad clausurada. Transformar el pasado
es la condición del conocido apotegma que dice que hay que re-
cordar para no repetir.
El rescate que modifica el pasado depende menos de la memo-
ria que de la esperanza, incluso de la utopía, en la medida en que
se admita que, en un sentido fundamental (lo dice Ricoeur reto-
mando una idea de Raymond Aron), las utopías vienen del pasado.
Lo que retorna, es decir lo modificable del pasado, no es sólo lo
que sucedió sino también lo que no tuvo lugar, las promesas in-
cumplidas, lo sueños destruidos y los proyectos naufragados. 40 Lo
34 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

perdido del pasado alimenta y vuelca la experiencia histórica ha-


cia la esperanza o la ilusión. Remo Bodei busca recuperar el lugar
de la esperanza en un tiempo marcado por el "ocaso de las espe-
ranzas", ahogadas por la memoria de los crímenes, cuando han
caído o cambiado de sentido los valores y deseos que impulsaban
una significación redencional del tiempo. Cuando se cierra el ho-
rizonte de la esperanza el pasado queda ftjado y retorna como
una alucinación, las tradiciones tienden a fosilizarse, la experien-
cia se privatiza y se cierra sobre el propio grupo, se imponen las
memorias de las facciones. 41 Lo que otras generaciones quisieron
y no pudieron realizar persiste como un legado tan potente como
lo que efectivamente hicieron. Es ése el núcleo que sostiene una
relación de "deuda" con el pasado. Pero, ¿qué porvenir puede
reactivar los proyectos inconclusos y los sueños fracasados de una
razón volcada a la esperanza? Por otra parte, en esa acción de y so-
bre el pasado no hay legados unívocos: los mandatos del pasado
pueden ser atroces. Es decir, no hay relación asegurada, inhe-
rente, entre utopía y proyecto emancipador. El proyecto racial del
nazismo demuestra que los sueños irrealizados pueden ser de do-
minación y de exterminio. Debe pensarse entonces la correlación
entre memoria y utopía como un dominio intrincado de realiza-
ción de deseos colectivos postergados, a condición de restituir al
pasado su compleja pluralidad, esto es, de abrir los sentidos que
lo habitan y que persisten disponibles para el porvenir. Liberarse
de la memoria ftjada puede significar algo muy distinto de la am-
nesia si se plasma en una acción que reduce las ftjaciones y sacude
un ejercicio de "rumiación" (el término es de Nietzsche) que con-
gela el recuerdo; es decir, puede no ser simplemente un modo de
olvidar sino de recordar mejor. 42

¿DEBER DE OLVIDO?

No hay condiciones, en el estado actual de la memoria social y po-


lítica nacional, para postular, como en la época de Renan, alguna
fórmula integral de la memoria o el olvido. Sin embargo, como se
vio en la intervención de Julio M. Sanguinetti, la idea de un "de-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 35

ber de olvido" no deja de emerger, en una suerte de posición si-


métrica y compensatoria respecto del deber de memoria. Andreas
Huyssen retoma la cuestión, en otras condiciones, en su ensayo
sobre las funciones del "olvido público". Ya no hay apelación a la
nación como el sujeto unificado y trascendente de una memoria
común, pero persiste el problema del consentimiento trasladado
a los consensos públicos. ¿Puede haber una ética del olvido? Entre
los abusos de la "memoria manipulada" y el "olvido impuesto o
comandado", que tiene su forma institucional en la amnistía (son
los términos de Ricoeur para abrir la cuestión de la memoria
justa), ¿es posible un ejercicio de "olvido público" que responda a
un valor de justicia? Huyssen analiza en paralelo ciertas formas de
olvido en la experiencia alemana de la guerra y el nazismo, y en la
Argentina del terrorismo de Estado. En Alemania, la memoria de
los bombardeos sobre las ciudades alemanas, que causaron cente-
nares de miles de víctimas civiles, debió ser relegada para impo-
ner una constelación rememorativa centrada en el Holocausto y
los crímenes del nazismo. En la Argentina, los crímenes de la gue-
rrilla debieron ser "olvidados" para alcanzar un consenso de me-
moria en torno de la figura trágica del desaparecido. En la visión
de Huyssen, ambas serían formas de olvido "necesarias" y "políti-
camente progresivas". 43
Dejo de lado la interpretación que ofrece del trámite judicial y
político de esa etapa argentina para focalizar el análisis en la cues-
tión del olvido. Huyssen no se refiere a formas institucionales del
olvido, del tipo de la amnistía. En verdad, los ejemplos que aporta
pueden servir para destacar el olvido tanto como la memoria, si se
la entiende como una formación y un trabajo móvil de reconoci-
miento sobre el pasado. La materia narrativa de la memoria su-
pone recuerdos y olvidos selectivos; pero, en el plano de la con-
ciencia social e histórica, los acontecimientos o los sentidos
relegados son siempre revisables. Esos olvidos son significativos so-
bre todo porque son reversibles: es lo que Ricoeur llama memo-
rias "en espera"; 44 no son olvidos en la instancia de las huellas, de
la preservación, sino en la instancia del reconocimiento. Son,
como tales, olvidos memoriosos, la condición que permite, a pos-
teriori, recuperar lo que retorna en síntomas diversos. Por ejem-
36 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

plo, Huyssen puede destacar el silencio pasado sobre los bombar-


deos porque no hay vacío de huellas y, además, porque ese acon-
tecimiento es hoy evocado y reconocido, en la historiografía, el
ensayo, la literatura. Sobre los crímenes de la guerrilla en la Ar-
gentina no faltaron huellas y reconocimientos, incluso públicos y
estatales. Lo relegado retorna de un modo imprevisto e inquie-
tante, ya no en los alegatos previsibles de los defensores de la dic-
tadura, sino en el testimonio de quienes participaron de la expe-
riencia guerrillera: en la conciencia pública de la experiencia
pasada se abre el reconocimiento de que hubo otras víctimas, co-
menzando con las que la guerrilla produjo en sus propias filas. 45 Y
es posible (nadie puede asegurarlo) que a partir de esas otras víc-
timas se abra una serie que incluya también el reconocimiento de
otros muertos, civiles, policiales y militares, producidos por el te-
rrorismo insurgente, una responsabilidad ético-política que es au-
tónoma respecto de la escena judicial y las responsabilidades cri-
minales. Si jurídicamente los crímenes de la guerrilla no son
equiparables a los del terrorismo de Estado, eso no significa que
sean insignificantes o prescindibles para la conciencia histórica y
la búsqueda de reparación de un pasado de violencia despiadada
entre argentinos.
El olvido, entonces, en la experiencia social, no sería objeto di-
recto de un deber sino una condición de la memoria. En la dia-
léctica necesaria entre el recuerdo y el olvido, la memoria atenúa
el impacto de ciertos acontecimientos, los revisa y les otorga nue-
vos sentidos, produce incluso un efecto de esfumado o, directa-
mente, los borra de la experiencia significativa. Allí, si hay olvido
relativo, es como resultado del propio trabajo de la rememora-
ción. Pero lo que así se configura no es la amnesia sino parte de
un recuerdo distanciado y revaluado. El deber, si se lo piensa en
la dimensión de construcción democrática y las responsabilidades
ciudadanas, es, en todo caso, el que impone el reconocimiento
de herencias, deudas y obligaciones que cimientan una vida social
en común.
Enfocado desde esa dimensión del reconocimiento y la delibe-
ración, el "pasado que no pasa" (para usar una expresión de
Henry Rousso) 46 es justamente el que encierra una "densidad de
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 37

significados" que "no entregan su senti.do de una sola vez". Lo in-


olvidable, lejos de la escena coagulada del trauma como alucina-
ción, puede ser la condición de un pasado que cambia porque
mantiene la capacidad de permanecer en sus efectos. Por su-
puesto, hay rectificaciones del pasado que emanan directamente
del ejercicio de un poder victorioso: el cristianismo Hiunfante
construía sus iglesias sobre los viejos templos paganos. 47 El "olvido
vertical" (Bodei), las "memorias manipuladas" (Ricoeur), el ol-
vido administrativo, son las formas que adopta la tentación autori-
taria por establecer un monopolio de la memoria y el olvido. Pero
la condición básica que permite afirmar la memoria como deber
y como derecho es que el pasado significativo permar,~z:::;,_ dispo-
nible y abierto a la deliberación sobre sus efectos, en un presente
que queda, así, transformado. Ésa es la actualidad del pasado, la
capacidad para engendrar preguntas nuevas, para movilizar un
ejercicio de revisión y de autoindagación en la comunidad. En ese
sentido, la dimensión de la memoria en una sociedad puede pen-
sarse no como la simple continuidad de una experiencia, la per-
manencia de una tradici.ón o de una pertenencia, sino como uno
de los planos a través de los cuales una sociedad se interroga so-
bre sus diferencias y sus límites. Sin embargo, en esa extensión ya
no se trata sólo de la memoria sino de la historia, como proyecto
colectivo de un conocimiento que revi.erta sobre el sentido y los
destinos de una comunidad.

LA EXPERIENCIA ARGENTINA (2): LOS DERECHOS HUMANOS


EN LAS POLÍTICAS DE LA MEMORIA

Vuelvo sobre la situación de las políticas de la memoria en la Ar-


gentina.
El pasado reciente, el del terrorismo de Estado y el de la violen-
cia revolucionaria que lo precedió, permanece vivo en sus efectos
y en las obligaciones que plantea con miras a la creación del por-
venir. Y si, como se dijo, la justicia encuentra su justificación úl-
tima en la protección de los más débiles, la intervención que
busca reparar a las víctimas de crímenes atroces se hace más nece-
38 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

saria cuando se trata de muertes oscuras, insignificantes desde el


punto de vista de las glorias de la nación o del partido. En verdad,
el sustento ético que refuerza el vínculo entre la memoria y la jus-
ticia, como se vio en el caso de la masacre polaca estudiada por
Jan Cross, está presente sobre todo cuando las víctimas son ajenas,
cuando la voluntad de reparación se independiza respecto del re-
clamo por el agravio sufrido por el propio grupo y encuentra su
realización ejemplar cuando está a cargo de representantes de la
sociedad. Además, en esta exploración del universo de las víctimas
no pueden faltar los hundidos del presente, un puente necesario
con el pasado. En la medida en que se trate de implantar y exten-
der una sensibilidad por el orden de los derechos y la solidaridad
social, de defensa de los excluidos y relegados, el discurso y las po-
líticas de la justicia necesariamente ponen en relación los críme-
nes del pasado con otras dimensiones de realización de la equi-
dad, que involucran la integración, la igualdad y la ciudadanía.
No hay movimiento ni acción de justicia retrospectiva que pueda
afirmarse y producir sus efectos hacia el porvenir en un horizonte
de fractura social y de indiferencia ciudadana por las formas ac-
tuales de la desigualdad y la iajusticia. No se trata de igualar las
víctimas del pasado a las del presente ni de postular que conti-
núan la misma dominación y la impunidad: esa figuración com-
pacta de la continuidad del poder desde la dictadura hasta las
condiciones políticas abiertas a partir de 1983 ha sido un obstá-
culo, un relato que aplasta el pasado sobre el presente y reúne sin
mayores miramientos la memoria del terrorismo de Estado con la
denuncia de la miseria y la exclusión social. Me ocupé del tema en
un artículo sobre el 25º aniversario del 24 de marzo. 48 Pero, dada
la estrecha asociación del discurso de la memoria y la justicia re-
trospectiva con el universo de los derechos humanos, cabe inda-
gar sobre los resultados, tanto en términos de las políticas públi-
cas como de la implantación del tópico de los derechos en la
sociedad.
En la experiencia argentina, la causa de la justicia, en la esfera
ciudadana, ha dependido sobre todo de la acción reivindicativa
de las víctimas, de lo que se denomina "los afectados". Por un
lado, los familiares han impulsado la investigación judicial y el cas-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 39

tigo a los responsables del terrorismo de Estado y, además, han


contribuido a instalar en la sociedad una identificación con los
vínculos primarios agraviados. Por otro, ex militantes y nuevos mi-
litantes han edificado una memoria sostenida en los lazos de soli-
daridad respecto de sus compañeros asesinados. La reivindicación
ideológica de los caídos como combatientes y no como víctimas,
que había quedado en los primeros años de la democracia redu-
cida a expresiones minoritarias, tiende a ampliarse hacia media-
dos de los noventa. El horizonte de esa memoria no es el de los
derechos sino el de las luchas políticas, el de la continuidad de
una identidad militante, lo que Vicente Palermo ha llamado una
rememoración en la clave del "orgullo de los vencidos". Cierta-
mente, la acción de los representantes de las víctimas no ha sido
muy diferente de la que se ha dado en coyunturas de crímenes de
Estado en otras partes del mundo, pero en la Argentina coincide
con la debilidad de una trama política mayor, pública y ciuda-
dana. Y se ha consolidado en la sociedad una memoria fijada en
dos formaciones polarizadas de memoria y olvido. Una, minorita-
ria y nostálgica de la dictadura, repite el relato de la "guerra anti-
subversiva" y agrega una justificación retrospectiva: esa guerra ha-
bría "salvado" la democracia. La otra focaliza todo los males en los
ejecutores del terrorismo de Estado y desconoce las responsabili-
dades de la sociedad y de las organizaciones guerrilleras. 49 Lo que
se extraña es una acción estatal autónoma, capaz de favorecer una
recuperación menos congelada de ese pasado y de sus efectos so-
bre el presente. Si bien las iniciativas estatales en el período del
presidente Néstor Kirchner han sido determinantes en la reaper-
tura de los juicios, en el terreno de las políticas de la memoria lo
que ha dominado es una suerte de delegación de la cuestión en
los representantes de los afectados. Por otra parte, se ha acen-
tuado un uso político del pasado, a veces crudamente instrumen-
tal, en contiendas electorales o crisis coyunturales. Figuras y orga-
nismos del movimiento de los derechos humanos han terminado
agregándose al aparato oficial, junto con sindicalistas, empresa-
rios o dirigentes sociales. Si se trata de juzgar los efectos de esa
convergencia de la justicia con una política de los derechos huma-
nos, y si se admite que éstos no pueden limitarse a la revisión del
40 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

pasado dictatorial, contrariamente a lo que se alega, no hay ni ha


habido en la Argentina una política de Estado en la materia. Ante
todo, porque el Estado defecciona en sus funciones de protección
de los excluidos, en medio de una indiferencia bastante generali-
zada.
No me propongo hacer un balance de la actuación de los orga-
nismos de derechos humanos; no desconozco las dificultades que
enfrentaron a lo largo de más veinte años de democracia para am-
pliar el alcance de sus luchas, en especial, a partir de la negación
de la justicia sobre los crímenes de la dictadura. Pero lo cierto es
que, en la cuestión de los derechos humanos, en la posdictadura
ha prevalecido una orientación retrospectiva más que prospectiva,
y un carácter defensivo y reactivo. Esta situación, la ausencia de
políticas activas, involucra sobre todo al Estado y exigiría un exa-
men más atento de los procesos estatales en sus relaciones con ac-
ciones, demandas y necesidades en la sociedad. La contraposición
de las políticas hacia el pasado y las acciones en el presente emer-
gió en el discurso político, en los comienzos del gobierno de Nés-
tor Kirchner, a través de una oposición ( terrible en sus implicacio-
nes) expresada por el ex presidente Eduardo Duhalde cuando
enfrentaba los "derechos de los muertos" y los "derechos de los
pobres". 5 º Cinco años después, la contraposición entre una justi-
cia aplicada a los crímenes del pasado y una justicia guardiana de
los derechos básicos, relegados en el presente, aparece expuesta,
de modo mucho menos brutal, en el Informe de 2008 del Centro
de Estudios Legales y Sociales. 51 El documento, emanado de un
organismo confiable y que no es opositor al gobierno, ofrece un
cuadro del deterioro de derechos sociales y jurídicos.
Aun en el terreno que se presenta como más exitoso, los juicios
a los responsables del terrorismo de Estado, el informe expone las
fallas de la Secretaría de Derechos Humanos: "su gestión ha es-
tado más enfocada a administrar la relación con los organismos
de derechos humanos que a la ejecución de una política eficiente
para remover los serios obstáculos en el proceso de justicia". Pero
el cuestionamiento mayor se dirige a una política de gobierno
que ha sido incapaz de renovar "la posibilidad de pensar y actuar
sobre situaciones de violación de derechos en democracia". 52
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 41

"Más deudas que logros" es el balance del CELS sobre los proce-
sos por delitos de lesa humanidad durante 2007. Señala tanto la
"ausencia de una estrategia eficiente de persecución penal" como
la omisión de políticas destinadas a "generar tejido institucional",
es decir, a transformar procedimientos, hábitos y valores en las
fuerzas de seguridad, militares, y en el aparato de la justicia. De-
nuncia responsabilidades compartidas de los organismos judicia-
les y del poder ejecutivo en la fragmentación de las causas, lo que
lleva a una "exposición desmesurada de los testigos", obligados a
repetir sus testimonios una y otra vez. La Secretaria de Derechos
Humanos, dice el informe, es un "espacio vacío", pese al "ostensi-
ble crecimiento de su estructura": la creación de un Archivo Na-
cional de la Memoria ha aportado poco o nada a los procesos; a
ello se agregan "desmanejos económicos" y fallas operativas de-
nunciados por la Sindicatura General de la Nación (SIGEN). 53
Las deficiencias en el cumplimiento de funciones esenciales (pro-
tección de testigos, organización y digitalización de archivos, ba-
ses de datos, soluciones tecnológicas, formación de personal idó-
neo, etc.) coexisten con una exposición en los medios que
acompaña, sin mayor eficacia en las acciones, la repercusión pú-
blica de los procesos contra los responsables del terrorismo de Es-
tado.
El balance es peor en cuanto a la realización de la justicia como
equidad social ciudadana: crecimiento de la pobreza, aumento
exponencial de la población carcelaria, en muchos casos en situa-
ciones de real suplicio, incremento de la miseria y segregación en
las condiciones de vivienda, problemas agravados de riesgo am-
biental asociado a la pobreza, deterioro de la provisión de agua y
de servicios esenciales, etc. Las expresiones más crudas de esa si-
tuación saltan cada tanto a la tapa de los diarios como si fueran si-
tuaciones catastróficas y no expresiones más o menos perma-
nentes de una inequidad estructural. Fracasa, entonces, la
construcción efectiva de un Estado "de derechos" que debe co-
menzar por garantizar lo básico. Visto desde esa perspectiva, el
primer derecho es el derecho al Estado, sobre todo para los que me-
nos tienen, los que no pueden procurarse privadamente esos
bienes sociales. Una política en la materia se sostiene en una co-
42 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

munidad de ciudadanos y en instituciones que los encarnen prác-


ticamente, es decir, depende de una construcción y de una ges-
tión estatal. Y no puede separarse de otros objetivos que apunten
a edificar una cultura de los derechos en la sociedad: exige hábi-
tos, valores arraigados, prácticas sociales, asociaciones y organiza-
ciones civiles activas, tendientes a proponer y formar una comuni-
dad de derechos y obligaciones. Tomados en este sentido integral,
no se puede decir que en la Argentina exista, o se esté constru-
yendo, una cultura de los derechos humanos, ni en el Estado ni
en la sociedad. Hay una implantación muy importante del re-
clamo de esclarecimiento y justicia arrojado sobre los crímenes de
la dictadura. Pero esa focalización convive con la ausencia de una
concepción integral de los derechos y de la justicia que se eviden-
cia tanto en las instituciones y hábitos de la sociedad civil como en
la fragilidad de las políticas de Estado. Y esas carencias no se
reemplazan con una ideologización combativa arrojada sobre los
fantasmas del pasado. En medio de las fluctuaciones y los cambios
del humor político, ¿quién puede prever el estado de la cuestión
en los próximos veinte o cincuenta años?
El problema toca también a la situación del movimiento de los
derechos humanos. Tal como se ha configurado en los últimos
años, prevalece una trama ideológica que combina el tópico de los
derechos y las libertades con una recuperación de los motivos y los
mitos de la militancia revolucionaria de los setenta. La leyenda in-
corporada al Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado,
recientemente inaugurado en el Parque de la Memoria, muestra
esa condensación de significados, entre la honra a las victimas (la
denuncia de un crimen contra la humanidad) y la celebración de
los combates del pasado. 54 Esa amalgama exhibe una dificil forma-
ción de compromiso entre el ideal de los derechos y una figura ab-
soluta de las luchas, la voluntad revolucionaria, que siempre se ha
situado por encima de la ley y del interés general.
En los años de la dictadura, sobre todo en el exilio, al calor de
la resistencia, de la solidaridad con las víctimas y de las nuevas ex-
periencias en los países de acogida, se produjo, para muchos, una
reconfiguración de la cultura revolucionaria, sustituida por ( o
desplazada a) una militancia por los derechos humanos. 55 Ya en-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 43

tonces aparecía, en una trama diversa de discursos y acciones, el


problema de separar el motivo de la transformación social, y aun
la idea de revolución, de las figuras de la guerra, incompatible
con un paradigma estricto de los derechos humanos. Pero no de-
saparecía el uso instrumental y táctico del discurso de los dere-
chos, que les otorgaba un carácter subsidiario y subordinado a los
objetivos de la lucha política. Algo de eso ha reaparecido a través
de la reivindicación de los viejos combates y los héroes revolucio-
narios, en un proceso que invierte el aprendizaje realizado en la
resistencia a la dictadura, que no se hizo con esas banderas. Una
historia del movimiento de los derechos humanos en la Argentina
sigue siendo una tarea pendiente. En ella habrá que estudiar no
sólo las condiciones del descubrimiento de un discurso y una mo-
ral de los derechos, sino el desplazamiento que viene a reponer el
imaginario de la revolución y de la guerra; también las continui-
dades y las transformaciones de una militancia a otra y el modo
en que esa configuración ideológica pudo penetrar en las organi-
zaciones de familiares, que tuvieron otro origen. Muchas cuestio-
nes permanecen abiertas, pero un problema central en esta ex-
ploración inicial es el cruce, lleno de equívocos y contradicciones,
del discurso de los derechos humanos con la cultura de izquierda
en la Argentina. Sobre todo porque el pasado de la violencia in-
surgente y los mitos y leyendas de la guerra revolucionaria persis-
ten como un núcleo duro, intocado, en la recuperación que
buena parte de la izquierda hace de esa experiencia. Es cada vez
más notoria la insuficiente deliberación sobre la violencia de las
organizaciones armadas y sobre las responsabilidades del conglo-
merado revolucionario en las condiciones que favorecieron la
irrupción del terrorismo de Estado. Con escasas excepciones, no
ha habido una elaboración política del fracaso de ese proyecto ni
de las condiciones del nacimiento de la cuestión democrática,
que emerge como el problema de los ochenta.
Es evidente que los consensos públicos (como el cristalizado en
torno al Nunca más) no borran las posiciones conflictivas, más aún
si se trata de la acción sobre un pasado controvertido, en el que se
impuso la representación de una fractura fundamental, un des-
acuerdo básico que tenía a la guerra civil como horizonte. Ese es-
44 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

cenario fue construido sobre todo por el frente ideológicamente


reaccionario que terminó encarnado en el bloque militar y civil
de la dictadura, pe:ro incluía asimismo sectores muy significativos
del peronismo. Y el motivo de las "dos Argentinas", que era muy
anterior, gestado en el pensamiento nacionalista de los treinta, ac-
tivado y exaltado por el imaginario guevarista de las organizacio-
nes insurgentes, terminaba integrado a la visión militarizada y
combatiente de la revolución. 56 Enfrentada a esa carga, un primer
resultado de la edificación democrática, hasta hoy, ha residido en
la entronización de la justicia y la reafirmación de una esfera pú-
blica de discusión como factores de apaciguamiento en ese espa-
cio de confrontación. Es sintomático que el lugar mayor de expre-
sión de las perspectivas y las demandas sobre el pasado se sitúe en
las movilizaciones públicas que rodean la escena judicial. Las re-
glas del derecho, lo que se llama la administración de la justicia,
generan efectos hacia la sociedad; ante todo, interponen una fun-
ción mediadora que rompe con esa construcción agonal, bélica,
del enfrentamiento. Pero ese pasado de luchas sigue vivo para
muchos y los juicios no hacen más que recordarlo. La política, las
pasiones y las luchas ideológicas retornan; en verdad, nunca han
dejado de estar ahí y han cumplido un papel insoslayable en la ac-
ción sobre el pasado.

USOS DE LA MEMORIA PÚBLICA

Las conmemoraciones públicas de los aniversarios de la dicta-


dura, cada 24 de marzo, pueden tomarse como un signo del es-
tado de la memoria pública sobre una etapa y una experiencia
que han marcado profundamente a la sociedad. El régimen mili-
tar había inaugurado la costumbre de celebrarse a sí mismo en
esa fecha, de modo que un examen de los cambios y los desplaza-
mientos hace posible una historia de las memorias construidas como
ceremonias públicas para rescatar o conjurar diversos pasados. 57
También entonces, desde 1976, vale la pena recordarlo, en las ce-
remonias y paradas militares, se llamaba a recordar. Trazado el
cuadro de caos y desgobierno, de la corrupción de los gobernan-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 45

tes y la subversión en alza, que habría justificado la intervención


militar, ya en la proclama inicial, el ritual de la celebración incluía
una apelación a la memoria de esa etapa que, en la visión de los
cruzados de uniforme, condensaba todos los males de la nación:
"Si los argentinos tenemos memoria tendremos futuro" era el ti-
tulo de una solicitada de adhesión a la dictadura, con firmas civi-
les, publicada en Clarín el 24 de marzo de 1981. No existía, toda-
vía, ninguna disputa pública de sentidos acerca de una fecha que,
para la mayoría, quedaba asociada sobre todo a una intervención
que había impuesto el orden frente al caos. En ese momento, las
expresiones de protesta provenientes de las organizaciones de fa-
miliares, que también recurrían a solicitadas, ponían el acento en
una cuestión bien presente: "¿dónde están los detenidos-desapa-
recidos?".58 Era también en el presente, y en el espacio de la ciu-
dad, donde se producían las confrontaciones públicas, en especial
durante las Marchas de la Resistencia organizadas por las Madres
de Plaza de Mayo y otros organismos cada diciembre, desde 1981.
La asociación entre memoria y demanda de justicia pasó a ocu-
par un lugar central en las luchas políticas y simbólicas a partir
de 1983, frente al intento del régimen de decretar una autoam-
nistía. La rememoración de los crímenes y de las víctimas se cons-
tituía en un motivo poderoso y suficiente que unificaba el sen-
tido de la conmemoración del 24 de marzo. Establecido el
gobierno democrático, los primeros actos mantuvieron ese carác-
ter unitario y focalizado sobre la condena de la dictadura; por
ejemplo, el de 1984, que se hizo bajo la consigna "Decir nunca
más a una dictadura militar". 59 Radicales, peronistas, socialistas,
la izquierda política y el progresismo, sectores medios indepen-
dientes, un abanico de edades y tradiciones confluían en una ce-
lebración que, sin disputas, convocaban los organismos de dere-
chos humanos. El año 1986 marcó el comienzo de las divisiones;
la fractura de las Madres condensaba las diferencias, sobre todo
en la actitud frente al gobierno y algunas de sus iniciativas, como
la reparación económica a los familiares de desaparecidos y las
inhumaciones destinadas a identificar los restos. Las rupturas, la
facciosidad incluso, no hicieron más que acrecentarse. ¿Por qué
esa conmemoración uniiaria y pluralista de los primeros años no
46 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

pudo sostenerse en el tiempo? No hay una respuesta única, pero


una de las razones puede buscarse en la ausencia de los partidos
mayoritarios en el debate, incapaces de elaborar una agenda bá-
sica en materia de derechos humanos y justicia retrospectiva. Lo
cierto es que la tendencia ha sido la sectorización y la dispersión
de las convocatorias, de las ceremonias y las demandas diversas,
que han ido agregándose al significado original de la fecha. Esa
incapacidad de mantener y consolidar un consenso que se expre-
sara públicamente en un ritual focalizado en la condena de los
crímenes y la solidaridad con las víctimas es reveladora de un es-
tado de discordia y desencuentro que se erige corno uno de los
principales obstáculos en el trabajo de elaboración y reparación
del pasado.
Los cambios en la celebración han ido en el sentido de una cre-
ciente radicalización discursiva que comienza por desplazar la sig-
nificación del homenaje a los desaparecidos: ya no los evoca en
tanto víctimas sino que celebra sus luchas. En un polo, que re-
torna sin más la vieja retórica radicalizada, se los recuerda directa-
mente corno revolucionarios, incluso corno combatientes (Hebe
de Bonafini lo condensaba en la imagen de los fusiles que debe-
rían ser exhibidos en un futuro Museo de la Memoria); en el otro,
mayoritario (pero también más ambiguo), esa evocación destaca
a los luchadores de un modo que elude la cuestión de los méto-
dos y los crímenes. 60 Paralelamente, se ha dado un proceso de
creciente expulsión (y autoexclusión) de los partidos políticos
mayoritarios, algo que contrasta con las modalidades de celebra-
ciones públicas de acontecimientos similares en otros países.
Junto a los organismos de afectados, los protagonistas han sido
cada vez más las organizaciones minoritarias de izquierda y un
mosaico de asociaciones, centros y entidades; no obstante, la fe-
cha conserva su fuerza simbólica y convoca, en el caso de las reu-
niones más exitosas, a una mayoría de asistentes que no están en-
cuadrados en ninguna organización. Ha habido también un
desplazamiento de la significación del aniversario hacia las crisis
presentes, en particular durante el menemismo y el derrumbe
posterior. Se borraba la distancia entre pasado y presente a partir
de la representación de la continuidad de una lucha contra un
LA MEMORIAJUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 47

"modelo" que seria una consecuencia directa de los planes de la


dictadura. El agravamiento de los indicadores económicos de la
miseria y la desocupación, las evidencias de la injusticia social y la
desigualdad han contribuido al achatamiento de la memoria de
los crímenes sobre el paisaje de la miseria y la exclusión. Esto es
algo que se hacía visible ya en la extensa declaración que acom-
pañó la conmemoración de los veinte años, en 1996. 61
Por último, se advierte un amplio agregado de demandas y rei-
vindicaciones que es correlativo a la participación de pequeños
agrupamientos focalizados en sus propias exigencias: contra las
privatizaciones, la discriminación sexual, la violencia policial, la
desocupación, etc. Estalla y se dispersa el foco único y potente de
la rememoración de los crímenes y las víctimas: a la imposibilidad
de un gran acto único se suma ese fracaso en la institución de una
representación concentrada sobre el acontecimiento pasado. A lo
que se agrega (desde 1996) el tono de fiesta popular, sobre todo
juvenil, y la carnavalización a cargo de las murgas: el ruido y el
movimiento terminan suprimiendo la inclinación al duelo por la
catástrofe sufrida. Si la multiplicación de actos, de espacios en la
ciudad, de contenidos, expanden los ejes de la convocatoria y lo-
gran diversas adhesiones, al mismo tiempo consolidan un escena-
rio de dispersión y privatización de demandas: la causa de la me-
mmia opera como un catalizador que suma reivindicaciones,
agravios y proyecciones transformadoras. Un movimiento similar
de agregación fragmentadora se advierte en el fracaso (hasta
ahora al menos) del proyecto de un Museo Nacional de la Memo-
ria en los terrenos de la ESMA. 62

Memorias diversas, conflictivas, promueven y extraen diferentes


lecciones del pasado; y hasta es posible que generen enseñanzas
opuestas. Cito un ejemplo referido a las significaciones del Holo-
causto, un tópico de la memoria social contemporánea que es
parte de las grandes formaciones de la conciencia de Occidente y
que ha sido elaborado y reescrito en relación con valores, escenas
y mitos diferentes, en contextos nacionales o a partir de tradicio-
nes intelectuales e ideológicas enfrentadas: mientras la retórica
nacionalista de Menahem Begin acudía a la memoria del Holo-
48 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

causto para justificar la invasión al Líbano en 1982 ("o la guerra


o Treblinka"), quienes defendían un camino opuesto a la guerra
sacaban otras lecciones, un versales, incluyendo las de un sobrevi-
viente de los campos que ev ::,cabala barbarie nazi en la acción mi-
litar israelí y afirmaba: "Veo Beirut y recuerdo Varsovia" .63
¿Qué horizonte queda P"ra una idea de la memoria pública
que no se resigne a la fragmentación, la facdosidad o la insignifi-
cancia? El uso público del pasado y la historia ha quedado plante-
ado por Jürgen Habermas a prnpósito de los crímenes del na-
zismo. El motivo kantiano del "uso público de la razón" sostiene
un modelo de sociedad concebida como una asociación racional
de deliberación y autocomprensión. Aun sin seguirlo en ese ideal
exigente, hay algunas cuestiones relevantes que destacar, para ilu-
minar lo que está en juego en las iniciativas de memorias políticas,
sobre todo en el concepto de lo público en tanto espacio o suelo
común de pertenencia. 64 Ya que d debate se refiere al Holo-
causto, un acontecimiento singular y a la vez un molde de críme-
nes fundamentales que se actualizan en sus efectos, lo más impor-
tante en la reflexión de Habermas es cómo transmitir esa
herencia a las nuevas generaciones de un modo que les permita
apropiarse de ese pasado. De su visión se desprende que no se
trata de la transmisión de un acontecimiento sagrado: ése es el
punto de vista que suele predominar en las víctimas y sus repre-
sentantes y da lugar a que se sientan portadores de una verdad
que sólo ellos pueden administrar. Tampoco se trata de respaldar
la denuncia moral que las jóvenes generaciones podrían dirigir a
sus mayores. El núcleo del problema radica en la posibilidad, diri-
gida a los que no fueron protagonistas, de una recuperación crí-
tica, reflexiva, de los hilos que unen su percepción y sus juicios a
las herencias de aquel pasado. Así encarado, el peso no recae sólo
sobre los que sufrieron y vivieron el acontecimiento, ya no de-
pende centralmente de la perspectiva de las víctimas y sus luchas
reivindicativas, sino que se desplaza a las generaciones siguientes
y a la reparación o la prevención de las violencias, los crímenes y
las víctimas futuras. Lo que se transmite, finalmente, es la "con-
ciencia de una responsabilidad colectiva" que no se termina con
los protagonistas y se traslada a quienes, en tanto ciudadanos, asu-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 49

men un interés público por un pasado que les pertenece como he-
rencia o legado. 65 Ése debería ser el objetivo mayor en una inicia-
tiva como la del Museo Nacional de la Memoria: el traspaso a las
nuevas generaciones, y la participación de la sociedad en una ac-
ción que busca reparar un pasado de crímenes que pudieron co-
meterse porque contaron con el consentimiento, por lo menos, de
una parte considerable de esa sociedad. La eficacia de una acción
sobre el pasado, entonces, depende de que no se limite al círculo
de las víctimas y sus representantes; la cuestión de las responsabili-
dades sólo se plantea con vistas a las consecuencias hacia el porve-
nir y el papel relevante de los protagonistas y los testigos descansa
en la asociación posible con cierta activación de la sociedad civil.

En la Argentina, un tópico problemático ha emergido desde el


pasado a propósito de la violencia revolucionaria. Hacia el fin de
la dictadura, la memoria de los crímenes quedaba incorporada a
un régimen de verdad focalizado en el terrorismo de Estado.
También se implantaban ciertas omisiones y olvidos relativos. Por
una parte, las responsabilidades de la sociedad civil; por otra, la
acción de las organizaciones de la insurgencia armada y las condi-
ciones de un escenario agudizado por un conflicto que muchos
asimilaban a una guerra. Desde hace unos años se ha buscado re-
cuperar para esas víctimas un nombre, una trayectoria y una posi-
ción militante, en fin, un sentido que arroje otra luz sobre esas vi-
das y esas muertes. Inevitablemente, al abrir la cuestión de las
2-cciones y las luchas del contingente revolucionario ha surgido el
debate acerca de las responsabilidades de la guerrilla, sobre todo
en tomo a dos problemas. El primero se refiere al papel cumplido
por las operaciones guerrilleras en el período que va de 1973 a
1976, ante un gobierno civil elegido. Sobre este punto no faltaban
huellas: registros, testimonios, pruebas judiciales, autocríticas y re-
latos diversos desde 1983. El segundo tópico, que ha irrumpido
más recientemente (y sobre el cual ha sido mucho más débil la
base testimonial), se refiere al reconocimiento de otras víctimas,
producidas por la acción de las organizaciones guerrilleras.
Hubo, entonces, otros crímenes y otras víctimas. Algo retorna y
busca ser reconocido: por un lado, lo eludido en las evocaciones
50 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

autocomplacientes de la militancia en clave juvenilista, que con-


tornean y suprimen el núcleo duro de las prácticas de la violencia
guerrillera; luego, eso mismo retorna e irrumpe como reconoci-
miento nuevo de los crímenes de la primera guerrilla guevarista,
el EGP, a la que ya hice referencia; por otro lado, algo vuelve en
las recientes investigaciones sobre los crímenes de la Triple A que
impulsan a discutir y revisar el peronismo en los setenta y la pro-
pia figura del general Perón.
Sobre ese pasado están las huellas, el archivo posible rebosa de
relatos y pruebas, pero ¿qué se reconoce en ellas y, sobre todo,
qué se puede hacer con eso que retorna? Las preguntas permane-
cen y se renuevan. Si bien no hay respuestas suficientes, al menos
hay algunos disés que exigen ser revisados. Por ejemplo, el guión
establecido, en las visiones de la violencia desde la izquierda, so-
bre todo peronista, que sólo ve un carácter reactivo a violencias
mayores: el bombardeo a Plaza de Mayo, los fusilamientos de
1956, la dictadura de Onganía, etc. Sin duda, ese cuadro muestra
la corrupción del Estado y explica que hayan surgido iniciativas
de resistencia. Sin embargo, no da cuenta ni de las formas domi-
nantes (la guerrilla foquista) ni de la profundización de una me-
todología centrada en los asesinatos justicieros que se incrementa
después de 1973. El derrumbe de la política hacia las formas de
una guerra total encontraba una primera expresión en la degra-
dación de las funciones estatales; la descomposición de la esfera
pública, que va a encontrar su eclosión en 1976, arrastra también
a las iniciativas nacidas de los grupos armados. Entre la "Opera-
ción Masacre" y el asesinato de Aramburu hay algo más que ac-
ción y reacción: la evidencia de un colapso en la relación entre los
fines y los medios, y en los límites morales de la política que arras-
traba a los contendientes e impregnaba extensamente la socie-
dad. Una condición fundamental de ese derrumbe de las cos-
tumbres políticas está en el Estado, en el envilecimiento de su
accionar. En principio, porque los primeros asesinatos (bastante
antes de la Triple A) se produjeron desde el Estado. Si se toma
como límite inicial de la última escalada de violencia la amnistía
decretada el 25 de mayo de 1973, que abarcaba tanto las fuerzas
militares y de seguridad como las de la guerrilla, por distintas res-
LA MEMORIAJUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 51

ponsabilidades (que involucran a las dirigencias del peronismo y


a Perón mismo), no hubo actores significativos comprometidos
con el avance hacia un estado de derecho. El Ejército Revolucio-
nario del Pueblo (ERP) continuó con sus acciones de provoca-
ción contra militares y policías y Montoneros mantuvo la práctica
de los asesinatos selectivos, buscando ganar posiciones y subordi-
nar al anciano general. La respuesta del Estado fue el terror ga-
rantizado por la impunidad, asegurado, finalmente, con la toma
total del poder por parte de las Fuerzas Armadas.
Allí radica la diferencia esencial entre las responsabilidades de
las organizaciones estatales y las de los grupos insurgentes. No
sólo porque el poder de las armas y los recursos no era equipara-
ble, y eso determinaba desde el comienzo el resultado de la con-
tienda. El terrorismo desde el Estado es más grave en sus funda-
mentos, ante todo, porque se ejerce como un poder sin límites
que hace desaparecer el sistema de garantías y derechos al que
las víctimas podrían acudir. En eso se marca también una dife-
rencia de peso en la posición de las víctimas: las producidas por
la guerrilla han podido acudir a alguna instancia estatal de res-
guardo y protección mientras que las otras, ya desde la época de
la Triple Ay mucho más después de la implantación del régimen
dictatorial, quedaron en situación de completo desamparo. Por
otra parte, el derrumbe moral y la desmesura ejercida en la em-
presa de exterminio fueron también mucho más crueles y despia-
dadas del lado de las fuerzas que impusieron el terrorismo de Es-
tado. La corrupción política y ética es tanto mayor cuanto más
absoluto es un poder que carece de controles y contrapesos. La
total impunidad, además de la creencia omnipotente de que
nunca deberían rendir cuentas, hizo posible que los jefes milita-
res implantaran la generalización de prácticas tales como la desa-
parición forzosa de detenidos y el robo y apropiación de niños, y
que autorizaran modalidades extremas de tortura y degradación
de las condiciones de vida de los prisioneros. En el marco, enton-
ces, del derrumbe moral, de la escalada de la violencia y la dispo-
sición a traspasar todo límite, las Fuerzas Armadas, cuando con-
centraron la suma del poder, fueron capaces de las mayores
atrocidades.
52 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Dicho esto, la historia y las condiciones de ese ciclo siniestro re-


claman una mirada nueva sobre la violencia, que no puede que-
dar reducida a una modalidad secundaria, subordinada a la lógica
de un sistema de poder o de la dominación económica y social.
Una consigna como "matar o morir" no es una simple reacción ni
puede ser tomada como una voluntad subsidiaria, derivada de
otra violencia estructural afincada en un régimen de dominación.
Del mismo modo, la empresa sistemática de exterminio llevada a
cabo por las Fuerzas Armadas, infinitamente peor, no es la simple
continuación de esa dominación económica y social. Tampoco
cabe una visión simplificada de una barbarie que se habría aba-
tido sobre la política. Esto ha sido señalado respecto de las formas
clandestinas de la represión estatal: coexisten en ella expresiones
desmesuradas de crueldad inhumana con formas burocráticas de
organización, propias de una racionalidad instrumental. Pero
también respecto de las organizaciones insurgen.tes los asesinatos
quedaban integrados en una rutina disciplinada, y justificados por
un arsenal enteramente discursivo: las armas, en verdad, se soste-
nían en las ideas y en una imaginación desbordada. Osear Terán
ha iluminado ese poder de las ideas y las proyecciones desmesura-
das, que creaban un futuro absoluto al alcance de la mano: la fi-
gura totalizadora de una Revolución que vendría a borrar a la vez
las lacras del pasado y los crímenes de la sangre derramada en ese
camino sin retorno. Todos los conflictos se ordenaban en el
marco binario de una confrontación absoluta, una guerra total y
sagrada, dispuesta a superar todos los límites, que requería solda-
dos excepcionales. De ese modo, el motivo de la revolución termi-
naba fijado en la figura terrible y fascinante del guerrero. 66
El presente es el tiempo del reconocimiento y, en cierto modo,
de la rectificación del pasado, una dimensión siempre problemá-
tica, tironeada entre la repetición y la renovación proyectada por
la acción de nuevos sujetos colectivos, Koselleck ha propuesto
pensar el acontecer histórico según un modelo que conjuga el es-
pacio de experiencia y el horizonte de expectativa. La temporalidad
moderna nace justamente cuando el pasado deja de ser una
fuente segura u obligada de aprendizaje y los agentes enfrentan la
incertidumbre y el riesgo del devenir. Es lo que se destaca en la
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 53

expresión "hacer la historia", el peso de la intención y de la acción


humanas en el proceso histórico; es la fünción del proyecto y la
promesa que introduce la dimensión de la responsabilidad, no
sólo por los crímenes o las derrotas, sino por la distancia entre las
intenciones y los resultados. 67 ¿Qué es posible indagar y recono-
cer, en ese sentido, en el precipitado de la experiencia argentina,
sobre todo en el tópico de las violencias y las muertes? En princi-
pio, el término "experiencia", en ese enlace con las expectativas,
arrastra dos sentidos diversos. Uno, que viene de la antigüedad,
destaca una operación activa: "experimentar" equivale a investigar
y conocer; otra idea, moderna, siguiendo el modelo empirista de
las impresiones, la asimila a algo sufrido o recibido pasivamente.
Ese doble sentido se traslada al dominio de la historia, que puede
referirse al acontecer sufrido tanto como a la voluntad de investi-
gar y conocer. 68 Esa misma disyuntiva queda planteada para una
memoria pública que no renuncie a conocer y juzgar, que bus-
que reunir, en el retorno del pasado y en los legados pendientes,
una acción de la experiencia que sea al mismo tiempo activa y re-
ceptiva.

LA MEMORIA JUSTA

Entre la amnesia, entendida como un olvido patológico que se


distingue del olvido normal, y una memoria capturada por los
fantasmas del pasado, entre los déficit y los excesos de memoria,
queda situado un espacio móvil, incierto, conflictivo. En la expe-
riencia argentina, el pasado reciente irrumpe por la vfa de los crí--
menes y los muertos, en particular los desaparecidos, muertos sin
r:epultura, que se han convertido en un símbolo doloroso del ca-
rácter a la vez trágico e imperioso de la acción sobre el pasado.
Desde el lugar de las víctimas y la demanda de justicia, a partir del
movimiento social de resistencia a la impunidad y de algunas ac-
ciones del Estado, se h:ci. edificado una causa de la memoria, un
baluarte tanto más defendido y preservado cuanto que sostiene fi-
liaciones y rituales de los que depende una identidad amenazada,
familiar (madres, abuelas, hijos) o política (ex militantes)º Esa
54 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

causa, que impone una apropiación ética y política, no es un blo-


que compacto, cerrado al pluralismo de las interpretaciones.
Los usos y abusos de la memoria emergen en la dimensión ac-
tiva de la experiencia, lo que Ricoeur llama la memoria "ejercida",
e involucran una relación de responsabilidad con los fracasos y los
crímenes del pasado. Freud proporcionó algunas categorias bási-
cas que han sido usadas para pensar ese ámbito de problemas; so-
bre todo, la función de la repetición en las formaciones de la me-
moria. En general, se admite el papel de la compulsión repetitiva
en el acting out, allí donde el acontecimiento pasado irrumpe en
bruto, en lugar del recuerdo. Pero Ricoeur, que tiene el mérito de
proponer una lectura innovadora de los textos freudianos, señala
que la memoria-repetición está igualmente detrás de las insufi-
ciencias y de ciertas formas de amnesia social que,justamente, tra-
tan de borrar aquella invasión cruda del pasado. 69 La dinámica de
una "memoria herida" puede deslizarse a las formas de la "memo-
ria manipulada" cuando un grupo o una comunidad se ven ame-
nazados por la pérdida de un anclaje identitario afincado en el
pasado: como se dijo, las luchas por el pasado son a la vez luchas
de identidad. Los riesgos son conocidos: el repliegue en las posi-
ciones establecidas y las modalidades de un recordar que se cierra
al porvenir. La voluntad reivindicativa fuerza las expresiones de
memorias de facción e impone una función dominante de la de-
nuncia (siempre de la acción o la ideología de los otros) que
opaca la implicación del propio grupo. La fragilidad de la identi-
dad es la ocasión de la manipulación del pasado, incluso de su
"ideologización". 7º Esa dinámica puede ser pensada, como lo
hace Ricoeur, bajo la forma del trauma, pero no es un puro auto-
matismo de la repetición en la medida en que en ella persiste lo
inolvidable. Hay que precaverse, entonces, de un esquema dicotó-
mico: la repetición no se opone simplemente a la rememoración,
sino que es en verdad su condición.
La pulsión memoriosa insiste siempre del lado de las víctimas:
se ha mostrado en la experiencia argentina como un componente
necesario en la trabajosa y conflictiva formación de una concien-
cia pública y política sobre el pasado. Pero, abandonada a la dia-
léctica del grupo de los afectados, tiende a cristalizarse en un de-
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 55

her de memoria que se ejerce como una causa compacta. Es por


la inclusión de un horizonte de rememoración en común (que no
suprime ni las diferencias ni los conflictos) que se abre la posición
de un deber de memoria asociado a la justicia en un sentido inte-
gral. La memoria justa, entonces, se arraiga en un fundamento
ético-político, un horizonte de deberes y trabajos que busca elabo-
rar los obstáculos que una comunidad enfrenta para rememorar
las divergencias, los conflictos, incluso los crímenes, de una ma-
nera relativamente apaciguada. Lo justo se refiere a un equilibro
dificil entre el abuso y el déficit, pero, a la vez, plantea necesaria-
mente la relación entre la memoria y la realización de la justicia; y
desborda el procedimiento judicial para comprometer una impli-
cación y una edificación moral y cultural. Allí anida la verdadera
potencialidad de una acción sobre el pasado. La justicia retroac-
tiva, en el caso de los crímenes masivos, tiene siempre sus límites
y sus equívocos. Los límites son conocidos: no se puede castigar a
todos, sea porque las pruebas no alcanzan, sea por razones de
oportunidad, dada cierta correlación política en el presente. Los
equívocos se afincan en una imposibilidad: la justicia en verdad
no puede reparar daños que por su magnitud no tienen equiva-
lencia posible con las penas que puedan imponerse a los respon-
sables. 71 Queda sobre todo la promesa de una realización de la
justicia abierta al porvenir. Y la condición de una buena política
de memoria, de una relación eficaz entre política y memoria, en-
tre acción sobre el pasado y acción sobre el presente, es que el pa-
sado sea recuperado en el punto en que incorpora un compro-
miso de responsabilidad y de deuda.
En la Argentina, la investigación y la sanción judicial de críme-
nes fundamentales, que afrentan la conciencia colectiva, constru-
yen una base necesaria para la reconfiguración democrática de la
sociedad y, en la medida en que la ley y las funciones estatales ga-
ranticen la justicia para todos, operan como un factor de pacifi-
cación. Pero los procedimientos del derecho, aun los más logra-
dos, no eximen a la sociedad de un horizonte de realización de la
justicia que depende de un trabajo intelectivo y moral sobre la
violencia y sobre todas las víctimas que pesan en la conciencia de
los argentinos. La discusión pública en torno a los asesinatos de
56 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

la guerrilla, que recién comienza, ha planteado una nueva encru-


cijada en la elaboración del pasado y sus proyecciones hacia la re-
construcción política y moral, en la medida en que contribuye a
una ampliación del universo de las víctimas, a reconocer otras
muertes que no debieron ocurrir. La indagación y la discusión
sobre esos crímenes son independientes del criterio, que es jurí-
dico y no político o moral, de la prescripción. El debate sobre la
violencia debe abrirse a un ciclo histórico ampliado respecto de
los años de la dictadura. Un trabajo de la memoria y la concien-
cia históricas, relativamente autónomo respecto de los procesos
judiciales, depende de la más amplia discusión de las diversas
interpretaciones acerca de ese pasado. Lo contrario, el intento
de imponer una operación unificadora de la memoria pública
profundiza el abismo de las memorias concurrentes y alimenta
los enconos. Equivale a reintroducir un mandato de olvido, ya no
con miras a la edificación de una visión unificada de la nación
(como quería Renan), sino a la implantación de una visión ideo-
lógica que sacraliza una memoria de los combatientes e impone
que sus acciones queden sustraídas del juicio de la opinión pú-
blica.
Es el trabajo de la deliberación pública, su profundización y su
ampliación, lo que debe ser defendido de cualquier pretensión
hegemónica. En la dimensión de la sociedad, las formas de la re-
cuperación del pasado en el presente sostienen los lazos que per-
miten una vida en común y las diferencias de sentido que consti-
tuyen a una comunidad como un colectivo plural. Ya no es posible
(en verdad nunca fue deseable) pensar la memoria sólo como el
cemento de la nación. Ni "deber de olvido", ni memoria impuesta
celebrada y sacralizada como resorte fundamental de la unidad
nacional: el trabajo sobre el pasado cobra otra significación
cuando ya no hay una memoria esencial, sino relatos, lugares y
consensos siempre revisables. En cuanto la dinámica temporal se
desplaza a las promesas de la justicia realizada, es decir, se pro-
yecta al porvenir, el pasado deja de ser un bloque cerrado e inmo-
dificable. Sin duda, como se repite a menudo, hay que compren-
der el pasado para no repetirlo; pero también hay que tener un
porvenir, como comunidad política y moral, para que sea posible
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 57

reparar ese pasado en sus aristas fracturadas. En el ejercicio de las


prácticas rememorativas, las intervenciones, apuestas y refutacio-
nes se juegan en un espacio de interacciones, de conflictos y de
compromisos, en fin, de superposiciones, en el que diversos agen-
tes usan (y abusan) de los resortes de la memoria. Ciertamente, la
idea de un trabajo de la memoria evoca un espacio ideal de deli-
beración pública capaz de abrir y renovar los sentidos del pasado,
una revisión que destaca el valor de las preguntas, la incertidum-
bre, incluso el silencio, frente a las expresiones demasiado com-
pactas, hechas de certezas inconmovibles y saturadas por el ruido
de las consignas. Pero ese motivo ideal no debe opacar el recono-
cimiento de las formas repetitivas y los santuarios de memoria,
que revelan el peso real de lo que no se deja reducir. En el camino
trabajoso de una memoria histórica, ese retorno de las heridas se
intcrpenetra con otras dimensiones de la experiencia social: siem-
pre se trata de formaciones de compromiso entre recuerdos, de-
seos, tradiciones, valores e ideologías.
Por otra parte, el ideal de una memoria justa lleva necesaria-
mente a imaginar una trama de memorias que hayan dejado atrás
el escenario simbólico de la guerra, al asumir, como punto de par-
tida, la responsabilidad común por un pasado de combates y frac-
turas. Y aquí cabe la problemática, que no está cerrada, de la re-
conciliación, un término que, en la Argentina, ha quedado
demasiado asociado a una estrategia de amnesia arrojada sobre el
pasado. Quizá sería preferible hablar de conciliación, si se piensa
en una pacificación de los espíritus y las posiciones, de base polí-
tica, un producto de la inteligencia y de un proyecto lanzado al
porvenir. En todo caso, la idea de una reconciliación adquiere
otro sentido si se la encara no como el abrazo que reúne y con-
funde a víctimas y victimarios (y que retoma, a su modo, el dogma
de la unidad de la nación en la visión de una sociedad sin conflic-
tos) sino como reconciliación con el pasado: la distancia necesaria
respecto de conflictos que no se borran pero tampoco se vuelven
a poner en acto en el presente. La alternativa al olvido que pre-
tende inútilmente borrar lo imborrable, que prefiere la utilidad a
la verdad, es una "reapropiación lúcida" de los conflictos y las he-
ridas del pasado, la acción de una rememoración que admita una
58 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

narración colectiva y apaciguada de los males. 72 Desde luego, esa


distancia concierne en principio a las víctimas y sus representan-
tes, pero también incumbe a la sociedad, en la medida en que
puede hacer posible que una herencia desgarrada y dolorosa sea
acogida y, sobre todo, reconocida. Finalmente, la memoria justa
integraría esa disposición critica con la propia tradición: si el re-
lato permite transformar el pasado, renovar sus términos, es por-
que impulsa una dimensión narrativa entrecruzada y discutible
que pone en juego las certezas e identidades del propio grupo en
un reconocimiento abierto a las lecturas de otros grupos y tradi-
ciones. No hay imposición que pueda asegurarlo ya que depende
de un movimiento colectivo e interactivo. Mientras tanto, es pre-
ferible admitir el conflicto y el debate: si no hay consensos, es me-
jor discutir el pasado que tratar de imponer una narración que,
de todos modos, terminará por quedar debilitada en la dinámica
de una memoria que, en la Argentina, está lejos de perder vitali-
dad.
Frente a la unificación normativa (que corresponde a los proce-
dimientos de la justicia), el movimiento de una conciencia histó-
rica articula las lecturas sobre el pasado con las proyecciones ha-
cia el porvenir: en ese terreno no hay lugar para las voces únicas
ni los consensos forzados. Las evocaciones conflictivas del pasado
pueden ser mejor admitidas en el marco de un gran relato del
porvenir: ése es el gran fracaso del ciclo democrático abierto en
1983. Es con miras a un porvenir que resulta posible retomar las
promesas incumplidas que proyectaban una nueva sociedad. El
punto destacable es la relación de la memoria con la política, que
encierra más de una ambigüedad, en particular, del lado del tér-
mino mayor: política.
Con el nacimiento del régimen democrático se activó la pro-
mesa de una acción fundante de la política, que apuntaba a reha-
cer una comunidad ética y se encarnaba en la acción reparatoria
sobre las víctimas. Hoy domina otro rostro de la política: el uso del
pasado en las disputas del poder y una politización mezquina del
tópico de los derechos humanos. Otras son las condiciones que
permitirían reabrir una dimensión política eminente de la memo-
ria en la construcción democrática, en la medida en que se admita
LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E HISTORIA 59

que la memoria edifica, en el disenso más que en la homogenei-


dad, un suelo de pertenencia para una vida pública en común: la
acción y el "vivir juntos" van de la mano. Un pronunciamiento de
Michelle Bachelet, cuando ya era presidenta electa de Chile, sirve
para ilustrar el fermento de la acción política por una ética de la
memoria, y permite advertir la distancia con la escena política ar-
gentina. Se le preguntó si perdonaría a los que habían matado a su
padre: "Nunca habrá conciliación, pero con ellos hay que convivir,
forman parte de Chile", respondió. 73 La orientación hacia lo que
no es todavía (o existe sólo como promesa), hacia lo nuevo, lo
inesperado incluso, sería el reaseguro contra una memoria captu-
rada por las escenas y las fracturas del pasado. No se trata de decre-
tar una reconciliación imposible ni de anular las diferencias y los
conflictos, sino de abrir un tiempo, que puede ser largo, de elabo-
ración, que coloque los marcos posibles para los consensos y disen-
sos en las interpretaciones del pasado. Ésos serían los criterios bá-
sicos en la formación, simbólica y política, de una conciencia
histórica y de los valores que pueden alimentarla.
2. La política y la violencia

El tópico de la violencia revolucionaria retorn;:i_ de diver-


sas formas, Aparecen otros actores, otras memorias y relatos: tes-
timonios e investigaciones, criticas y autocríticas. Las condiciones
de revisión y discusión no son las que se impusieron en los co-
mienzos del ciclo democrático, cuando la representación del pa-
sado reciente atendía casi exclusivamente al terrorismo de Estado
y los derechos de las víctimas. Esos retornos conflictivos han co-
menzado, en los últimos diez años, a dar cuenta de una experien-
cia de la militancia que ha quedado fijada en la lucha armada;
con ellos surge la incitación a un juicio histórico sobre las condi-
ciones y las consecuencias de una voluntad dispuesta a matar o
morir por la revolución. La experiencia montonera, sobre todo,
ha sido objeto de una extendida interrogación. 74
En la producción reciente se destaca el ensayo de Pilar Cal-
veiro, una exploración política de la violencia revolucionaria a
partir del derrotero de la guerrilla peronista. En su análisis busca
distanciarse de una consideración complaciente e intenta dar
cuenta de las responsabilidades de la guerrilla en la catástrofe que
sobrevino en 1976. 75 ¿Dónde situar el comienzo de la violencia en
la Argentina reciente? Una narrativa histórica implantada en la
tradición peronista ha afirmado un origen básicamente reactivo
de las organizaciones armadas: la violencia estaba presente en la
sociedad argentina desde, por lo menos, el bombardeo a Plaza de
Mayo y el derrocamiento de Perón en 1955, y oistalizó en el
golpe reaccionario de 1966. En ese relato, un hilo continuo hil-
vana el desarrollo de las luchas, desde la Resistencia peronista
hasta la guerrilla montonera. Calveiro reconoce en esta última
una impronta guevarista y foquista, es decir, la voluntad de impo-
62 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

ner un curso revolucionario por las armas, pero se afirma igual-


mente en la tesis de la violencia reactiva a la situación creada por
el golpe de Onganía. Es claro que en ese esquema no encaja el
surgimiento previo del EGP, de Ricardo Masetti, la primera aven-
tura guerrillera impulsada por el Che en 1963. Sin la dictadura de
Onganía y sin la movilización social y política en su contra, posi-
blemente no habrían existido condiciones para la expansión de
iniciativas guerrilleras con apoyo social. Pero el escenario, las figu-
ras y cierto utilaje imaginario estaban preformados antes de la era
Onganía. Había ingredientes de la configuración guerrillera que
dibujaban, a partir de la revolución cubana, un camino de radica-
lización armada, una decisión que no era sólo la reacción a even-
tos decididos por otros, sino que se proponía forjar un mundo a
su medida. Sobre esta constelación ideológica y política impac-
taba la dictadura de 1966: para algunos venía a confirmar inme-
diatamente que no había otro camino que las armas. En la socie-
dad, en el período que va desde la crisis política y militar de 1969
hasta 1973, crece la aceptación de las acciones de la guerrilla. El
testimonio de Osear Terán es representativo del itinerario de mu-
chos: el compromiso era, antes que con una organización defi-
nida, con el "partido cubano", a partir de la convicción de una vía
revolucionaria incuestionable para América Latina, expuesta en la
práctica de Fidel Castro y en los escritos del Che, "canónicamente
simplificados" por Régis Debray. 76 En el discurso al menos, la op-
ción por la lucha armada estaba bien implantada en la izquierda
política desde antes de 1966; estaban el método (el foco) y la es-
cena anticipada de una guerra inevitable. El pasaje al acto depen-
dió de factores históricos conocidos: el golpe militar de 1966, so-
bre todo después del Cordobazo, y la convergencia con el
peronismo radicalizado que arrastraba las expresiones juveniles.
Las condiciones del desencadenamiento de la violencia insur-
gente, entonces, no se dejan reducir a un esquema simple, y en el
prüpio análisis de Calveiro se destacan rasgos inherentes a esa em-
presa, capturada bajo las formas de la guerra revolucionaria. 77
No puede decirse, como lo hace Calveiro, que los grupos gue-
rrilleros terminaron adoptando el universo de valores y mitos de
la organización militar que combatían. Si hubo una suerte de in-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 63

fluencia en espejo en el curso de la confrontación, esa coinciden-


cia no puede ofrecerse como una clave explicativa del desastre y,
por el contrario, llama a algún intento de explicación. En princi-
pio, la captura de todas las luchas en un imaginario de guerra to-
tal tenía sus condiciones en la configuración guevarista de la ac-
ción política. En la guerra, decía el Che, "el pueblo irá formando
sus combatientes y sus conductores". Lo dice en el texto, tantas ve-
ces citado, que destacaba el odio de clase como el factor que "im-
pulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo
convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de ma-
tar". La idea de una "guerra total", de destrucción y aniquilación
del enemigo, encajaba perfectamente con esa figura del guerri-
llero como un combatiente igualmente total y consagrado a su
causa:

Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve:


a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay
que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un mi-
nuto de sosiego fuera de sus cuarteles y aun dentro de
los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre; [ ... ]
Entonces su moral irá decayendo. Se hará más bestial to-
davía, pero se notarán los signos del decaimiento que
asoma. 78

Es claro que esa voluntad de guerra no era defensiva en el plano


militar; una guerra defensiva no es total sino limitada en cuanto
a los medios y los objetivos. Es más, en el paradigma guevarista la
guerra revolucionaria debía ser desencadenada antes que el ene-
migo actuara y se presentara militarmente como tal; uno de los
núcleos de la doctrina foquista afirmaba que había que provo-
carla para obligar al enemigo de clase a exhibir su costado más
sanguinario:

La dictadura trata constantemente de ejercerse sin el uso


aparatoso de la fuerza; el obligar a presentarse sin dis-
fraz, es decir en su aspecto verdadero de dictadura vio-
lenta de las clases reaccionarias, contribuirá a su desen-
64 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

mascaramiento, lo que profundizará la lucha hz.st2, extre-


mos tales que ya no se puede regresa:r. 79

La experiencia guerrillera se hace pensable a partir de esa escena


relegada, la guerra, que no es cualquier violencia; es una violencia
sistemática, m-ganizada, conducida por una estructura jerarqui-
zada y sometida a la unidad de mando. Y desde el momento en
que los conflictos quedaban reducidos al esquema de la guerra,
los procedimientos de la milicia armada terminaban imponién-
dose sobre el conjunto de la formación política. Son superfluas
las autocríticas que insisten en las "desviaciones militaristas": si el
escenario de los conflictos es concebido como una guerra, es el
ejército (o un remedo de él) lo que necesariamente va a prevale-
cer, Las consecuencias, en la Argentina, son bien conocidas. Por
una parte, se consolidaba un proceso de militarización de la ac-
ción social en barrios y fábricas, subordinada a la doctrina y los
procedimientos de los guerreros_ Por otra, una buena proporción
de los esfuerzos de la dirección revolucionaria debían aplicarse a
disciplinar a la propia tropa. En ese sentido, la guerra sepultaba a
la política, si por política se entiende la acción destinada a mover,
ganar y orientar la voluntad colectiva.
No digo que donde hay violencia no hay política. Pero no hay
nada más alejado de la política que la terrible consigna que rezaba
"el poder nace del fusil", que podía servir igualmente a una milicia
revolucionaria o a una banda de gánsteres. El poder (sigo a Han-
nah Arendt) no está en las armas sino en el consentimiento, es de-
cir, fi,cialmente, en el pueblo, si se quiere recuperar esa vieja cate-
goría a la que es imposible renunciar. Hay no sólo diferencia sino
verdadera oposición entre el poder político y la violencia sistemá-
tica y organizada. El poder, dice Arendt, requiere del "número",
algo de lo cual puede prescindir la violencia, que depende sobre
todo de los "instrumentos"_ Siempre, en términos políticos, la ten-
tación de recurrir a la violencia nace de la pérdida de poder; como
consecuencia, una violencia que ya no se apoya ni se sujeta al po-
der termina invirtiendo la estimación de los medios y los finesº 80 Es
justamente la derrota política y la pérdida de poder, en el sentido
invocado, lo que permite entender, en la guerrilla montonera, el
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 65

vuelco a una violencia que se hace cada vez más indiscriminada, es


decir, terrorista,justamente cuando se hace claro que el consenti-
miento está con Perón y el peronismo "clásico", una variopinta co-
alición política y social que no era (y nunca fue) revolucionaria.
Una pregunta queda flotando y sin respuesta en el análisis de
Calveiro: ¿por qué en la organización guerrillera peronista ter-
minó prevaleciendo el núcleo que era, según la visión bien fun-
dada de la autora, políticamente más rudimentario? El núcleo na-
cionalista católico, con incrustaciones fascistas, sostenido en el
culto al coraje y la eficacia primaria de la violencia, impuso su línea
y su ejemplo sobre el grupo que parecía políticamente mejor for-
mado, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). En la historia
de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), muy bien documentada
en el libro de Eduardo L. Duhalde y Eduardo M. Pérez, puede
verse una trayectoria que va en la misma dirección. 81 En 1968 ya
hablaban de guerra revolucionaria, en línea con la doctrina cu-
bana. Después del fracaso de Taco Ralo hicieron una autocritica
de las tendencias foquistas que los habían llevado a esa acción. En
la misma época, 1970, criticaban las circunstancias del asesinato de
Aramburu: aprobaban la ejecución como un acto de justicia revo-
lucionaria, pero afirmaban que era una acción para culminar un
proceso y no para iniciarlo. Fueron mucho más críticos con el ase-
sinato del gremialistajosé Alonso, porque sostenían que la lucha
contra la burocracia sindical debía estar a cargo del movimiento
obrero en el enfrentamiento antipatronal. Todo cambió en un par
de años (después de la fractura que sufrió la organización hacia fi-
nes de 1971): en abril de 1972 las FAP asesinaban al jefe de perso-
nal de FIAT Córdoba. Para entonces, la "burocracia integracio-
nista" quedaba ubicada definitivamente en el campo de las clases
dominantes y se convertía en un blanco justificado. Ese curso se
profundizó con la oposición a la salida electoral. El 22 de mayo de
1973 (tres días antes de la asunción de Cámpora) asesinaban a
Dirk Kloosterman, secretario general del Sindicato de Mecánicos y
Afines del Transporte Automotor (SMATA). Desde entonces se de-
dicaron a ampliar las acciones terroristas contra burócratas sindi-
cales y personal directivo de fábricas y empresas. Más que una des-
viación, ese curso muestra la implantación de ese escenario de
66 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

guerra total que debía llevarse a todos los frentes, y una fe ciega en
la eficacia del asesinato político para profundizar la confrontación
y ampliar los contingentes volcados a la acción militar. Con la im-
potencia crece el intento desesperado de sustituir con las armas y
el coraje lo que no podían edificar en un terreno político domi-
nado por Perón y el movimiento. Finalmente, en el fracaso de
Montoneros, puede decirse, se expone el fracaso general de la es-
trategia guerrillera en la Argentina y en América Latina. Jorge Cas-
tañeda aporta una visión externa y provocativa; Montoneros, el
"ala derecha de la izquierda", seria una expresión exagerada, casi
una caricatura, de la configuración revolucionaria latinoamericana
nacida con la revolución cubana. 82
¿Habría podido tomar otro camino la experiencia montonera?
En cuanto se admiten los factores internos en ese movimiento y
su desarrollo, incluida, sobre todo, la relación imposible con Pe-
rón, no se puede seguir el razonamiento de Calveiro cuando pos-
tula que un "peronismo de ra:íz nacional-popular con influencia
de sectores radicalizados" habría sido posible de no mediar la in-
tervención de los Estados Unidos. 83 Las "claves decisivas" del fra-
caso montonero habrían dependido finalmente de la Guerra Fría
y de la lógica del poder imperialista, una tesis que aparece des-
mentida por muchos de los análisis que el libro exhibe convincen-
temente. En efecto, los factores políticos, militares, organizativos,
que llevaron a la derrota política y militar de la guerrilla, estaban
presentes desde antes de la irrupción de la última dictadura y
quedaban expuestos en el enfrentamiento irreversible con Perón.
Del lado de Montoneros, hay que señalar la variada gama de ene-
migos que eran blanco de su guerra, que incluía a sectores bur-
gueses ampliamente representados en el peronismo, el creciente
aislamiento, la extrema tosquedad de sus definiciones políticas y
la decisión de enfrentar a Perón en una escalada de violencia, de-
mostrada con el asesinato de Rucci. El libro ofrece una muestra
destilada de esa política: en 1974, cuando se abre una negocia-
ción posible con el sector sindical, la concesión que ofrece Firme-
nich para el acuerdo es no asesinar a Lorenzo Miguel. 84 Del lado
de Perón, el curso es bien conocido: respaldo a Osinde en la ma-
sacre de Ezeiza, defenestración de Cámpora, apoyo a López Rega,
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 67

Navarrazo, destitución de Bidegain, consentimiento (como mí-


nimo) ante las primeras acciones de la Triple A. El enfrenta-
miento era inevitable y no tenía otra salida que alguna forma de
"aniquilación", término empleado por Perón, según recuerda la
autora, en enero de 1974, contra el ERP, poco después de su in-
tento de copamiento de la guarnición de Azul. 85
En la expulsión de la Plaza, se recuerda generalmente el califica-
tivo de imberbes y menos el de "infiltrados que trabajan adentro y
que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan de
afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios que tra-
bajan al servicio del dinero extranjero". 86 O sea que también Pe-
rón tenía en mente la fórmula del complot imperialista, aunque
de otro signo. Todo esto está en el libro y, a partir de ello, no se
ven las bases que permitan pensar en una intervención norteame-
ricana en la fractura del peronismo. Parece más prudente atenerse
a los rasgos bien definidos de un proceso de enfrentamiento que
sólo podía conducir al incremento de la represión estatal y cuyo
desenlace no podía ser otro que la derrota de la guerrilla, con o
sin golpe de Estado. Pudo haber sido distinta la metodología re-
presiva y, desde luego, el número de víctimas; pero hay que recor-
dar que el Ejército estuvo a cargo de la represión desde 1975 y que
el general Harguindeguy, antes de ser ministro de Interior de la
dictadura, fue jefe de la Policía Federal del gobierno de Isabel Pe-
rón. En esas condiciones pudo haber habido un "Operativo Inde-
pendencia" de alcance nacional, sin un quiebre institucional mani-
fiesto y con modalidades represivas ilegales que habían sido
admitidas sin mayor conflicto por el peronismo y buena parte de la
oposición. No se entiende por qué los Estados Unidos habrían de
rechazar un proceso con esas características. Lo que está docu-
mentado sobre la intervención norteamericana no muestra que
hayan indicado a los militares argentinos qué debían hacer. 87

Lucas Lanusse ofrece otro punto de vista, centrado en el naci-


miento de la guerrilla peronista y en sus relatos fundadores; sinte-
tiza en la narrativa montonera dos formaciones míticas que sur-
gen de una raíz común. 88 Ante todo, el motivo del combate entre
dos bandos inconciliables y la consagración a una causa que no
68 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

admitía transacciones o negociaciones: una acción política reem-


plazada por una guerra de religión. Esa primera formación, plas-
mada en la "leyenda heroica", sólo admitía combatientes para fi-
nes elevados, encarnación de un campo popular que mantendría
su continuidad a lo largo del tiempo. Su correlato y referente era
un peronismo esencial, situado más allá de un movimiento histó-
rico que lo mostraba mezclado con causas menos nobles. La otra,
la "teoría del desvío", admitía las impurezas y los errores, pero
únicamente como alteraciones de un rumbo fijado y sacralizado
por esa causa final. En verdad, un gigantesco malentendido, más
que una desviación, marcaba ese camino en el origen. La popula-
ridad de Montoneros, desde el asesinato de Aramburu hasta 1973,
dependía de que enfrentaba una dictadura y acompañaba la lu-
cha por el retorno del Líder. No muchos de los que voceaban con-
signas revolucionarias estaban dispuestos a los costos terribles de
continuar una guerra, sobre todo si terminaba siendo contra Pe-
rón. Enfrentarlo con el cadáver de Rucci fue un error grosero y
sin retorno; pero también era una consecuencia del curso ante-
rior, de las definiciones sobre la guerra y de la creencia de que ve-
nían a encabezar una revolución que sólo requerirla coraje y san-
gre. A partir de ese proyecto desbordado, no cabía la posibilidad
de que se resituaran en el interior del movimiento para buscar una
acción política más terrenal. Kojeve, en su notable elucidación de
la cuestión de la autoridad, proporciona un marco conceptual que
puede servir para pensar ese trágico malentendido entre Perón y
los Montoneros. 89 Si la lucha del núcleo combatiente en el interior
del peronismo aparecía impulsada por la autoridad del Amo (en
todo caso de un Amo a construir), que es quien apuesta al futuro y
arriesga la propia vida, en el inevitable enfrentamiento con Perón
chocaba con otro principio y otra figura de autoridad: el Padre,
que remite al pasado y la filiación. Allí radicaba el desencuentro
fundamental: en una formación política como la del peronismo,
determinada por la tradición y la subordinación al Líder, no había
espacio para un liderazgo revolucionario, salvo como derroca-
miento y reemplazo del Padre por un Amo. El malentendido ad-
quiere la forma de una leyenda mistificadora cuando se pretende
que en la Resistencia anidaba ya el germen de esa reorientación re-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 69

volucionaria. El horizonte de las luchas peronistas posteriores al


derrocamiento de Perón era el retorno al pasado, a la edad del Pa-
dre, una orientación contraria a la ruptura de un orden lanzada a
construir una Edad de Oro en el porvenir.

LA CRÍTICA DE LAS ARMAS: 1973-1976

Hay una historia previa de debates y de juicios políticos y morales


sobre la guerrilla, que nace junto con el bautismo de fuego de las
organizaciones y crece en el período constitucional abierto en
1973. En ese terreno, como en otros, no existen recuerdos puros:
los ejercicios de memoria no se separan de las cosmovisiones ideo-
lógicas, las filiaciones o las desafi.liaciones, las fidelidades, las rup-
turas o las reevaluaciones. Las representaciones y los juicios sobre
la violencia y el terrorismo revolucionarios, los análisis críticos o
las formas de rememoración se han ordenado en diversos mo-
mentos salientes de la experiencia histórica de estos últimos
treinta y cinco años.
Brevemente, en un primer momento, hacia 1973, hubo un ex-
tenso tratamiento político e intelectual público sobre la guerrilla,
en la izquierda y los partidos populares. Una segunda etapa se
abrió en el exilio, en los primeros años de la dictadura; en parte
recogía las posiciones anteriores pero agregaba una reflexión en
caliente sobre la derrota y el fracaso de la vía armada en la Argen-
tina y en América Latina. Con el ocaso de la dictadura, un perío-
do más transitado por los estudios históricos y los testimonios, se
inaugura una nueva constelación de sentidos dominada por el
acontecimiento mayor, el terrorismo de Estado: la presencia de
las víctimas relega al olvido las estampas combatientes. Toda con-
figuración de memorias produce sus propias zonas de olvido. En
1983, un momento dominado por el impacto del Nunca más y el
Juicio a las Juntas, por las escenas del "chupadero" y las prácticas
de exterminio, no cabían los relatos heroicos ni (casi) los juicios
críticos sobre la guerrilla.
En verdad, el rechazo de la aventura miliciana se había edifi-
cado antes, sobre todo durante la experiencia del exilio. Es lo que
70 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

muestra la investigación disponible sobre esa etapa cumplida en


el exterior, que fue central en la reconfiguración de las represen-
taciones sobre el ciclo revolucionario y sus relaciones con el terro-
rismo impuesto por la dictadura: en cuanto predominaba la soli-
daridad con las víctimas y el nuevo discurso sobre los derechos
humanos, se opacaba o directamente se impugnaba la narrativa
de los combates por la revolución. En el exilio, después de la de-
rrota, las revisiones personales y políticas llevaron a la mayor parte
de los militantes y los simpatizantes de la causa revolucionaria a
distanciarse de la fe en el poder supremo de las armas. La única
organización que subsistía y mantenía la opción guerrillera, Mon-
toneros, sufrió un creciente aislamiento entre quienes sostenían
esa opinión, que se convirtió en abierto rechazo, incluso en frac-
turas internas, en ocasión de la insensata "contraofensiva" de
1979. 90 Allí donde hubo condiciones culturales y sociales favora-
bles, y actores intelectuales dispuestos a revisar el pasado, se des-
plegó una primera :renovación del pensamiento de la izquierda
marxista y peronista. Luego, en el pico de la reconfiguración de-
mocrática, el foco potente que denunciaba los crímenes de Es-
tado terminó difuminando, hacia el pasado, esa extensa critica a
una acción guerrillera que, en el discurso de la izquierda no g·ue-
rrillera y de la opinión progresista, se calificaba como terrorista.

LA IZQUIERDA FRENTE A LA GUERRILLA

En 1973, en la izquierda política que impugnaba la estrategia gue-


rrillera coincidían organizaciones que mantenían posiciones muy
diferentes frente a la coyuntura electoral y frente al peronismo.
Un trabajo de Daniel Campione ha investigado las actitudes de
tres partidos: Comunista (PC), Socialista de los Trabajadores
(PST, trotskista) y Comunista Revolucionario (PCR, maoísta).
Frente a las elecciones que consagraron a Cámpora, el PC había
integrado una alianza de centroizquierda con el Partido Intransi-
gente (PI) y otros grupos menores; en el turno siguiente, cuando
el candidato fue Perón, llamaron a votarlo. El PST se presentó
con una fórmula ¡_;ropia, integrada por Juan Carlos Coral y Nora
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 71

Ciapponi. El PCR llamó a votar en blanco con la consigna "Ni


golpe ni elección, revolución". Los tres rechazaban la forma del
"ejército revolucionario" y coincidían en considerar que las accio-
nes guerrilleras no sólo estaban disociadas de la práctica efectiva
de los sectores obreros y populares sino que favorecían los objeti-
vos del bloque reaccionario que buscaba profundizar un curso re-
presivo sobre el movimiento social. 91 Las críticas se profundizaron
con el creciente aislamiento social de la guerrilla y el vuelco al te-
rrorismo. En septiembre de 1975, el PST se refería a los asesinatos
cruzados entre la Triple A y la guerrilla: "La abundancia de cadá-
veres produce un acostumbramiento [ ... ] una confusa orgía de
sangre, más parecida a las 'vendettas' sicilianas que a una lucha
política". 92 En diciembre de ese año, frente al intento de copa-
miento del cuartel de Monte Chingolo por parte del ERP, el PC
manifestaba públicamente su repudio por "el crimen de llevar a la
masacre a tantos jóvenes argentinos, civiles y militares", y denun-
ciaba que esa acción "objetivamente facilita las condiciones para
un nuevo y sangriento golpe de la CIA y sus agentes". 93 El PCR,
por su parte, usaba desde bastante antes la expresión "formas te-
rroristas pequeño-burguesas" para referirse a las acciones de la
guerrilla. 94

PERÓN Y EL PERONISMO

El discurso político más influyente en la nueva representación de


la guerrilla, que pasó de ser una ''.juventud maravillosa" a una or-
ganización criminal financiada y dirigida desde el exterior, nació
en el seno del peronismo y, sobre todo, en las palabras y las accio-
nes de su Líder. En enero de 1974, a pocos días de la acción del
ERP contra una unidad militar en Azul, Perón defendía ante los
diputados de la Juventud Peronista la reforma del Código Penal.
Finalmente sancionada la Ley 20.642, la modificación repuso los
tipos penales que habían estado vigentes durante la dictadura de
Onganía y que habían sido derogados pocos meses antes, durante
el gobierno de Cámpora; endureció las penas y tipificó la figura
de la asociación ilícita para las organizaciones consideradas "sub-
72 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

versivas". En una intervención tensa, destinada a provocar a los di-


putados de filiación montonera (que renunciaron a sus bancas
dos días después), Perón trazaba una apreciación sobre la violen-
cia que, más allá de algunas pintorescas anécdotas personales, se
inscribía en la ideología de la seguridad nacional que dominaba
el discurso de los ejércitos americanos. Consolidaba con su autori-
dad política y su liderazgo en la sociedad el cambio en la repre-
sentación de lo que ahora llamaba "organizaciones terroristas",
"una banda de asaltantes que invoca cuestiones ideológicas o po-
líticas para cometer un crimen". Perón hacía más que respaldar a
la derecha de su movimiento, sobre todo a las dirigencias sindica-
les, y tomarse revancha por el asesinato de Rucci: imponía un
nuevo relato sobre la violencia revolucionaria. Ya no había cir-
cunstancias históricas ni violencias estructurales emanadas desde
los poderes dominantes que pudieran ser esgrimidas como justi-
ficación, ni siquiera como atenuantes; no había tampoco espacio
para la explicación por el error o la "desviación", que era un argu-
mento presente en algunos sectores de la izquierda progresista
que criticaban los métodos de la guerrilla. Todo quedaba redu-
cido a una pura acción criminal que, además, respondía a un
complot internacional: un movimiento subversivo que se dirigía
desde el exterior (más precisamente desde Francia), que estaba
presente en Europa (Francia, Alemania, España) y que se expan-
día en América Latina: Uruguay, Bolivia, Chile. También exponía
ambiguamente las ventajas de una acción represiva no sujetada a
las formas jurídicas:

Ustedes ven que lo que se produce aquí, se produce en


todas partes. Está en Alemania, en Francia. En este mo-
mento Francia tiene un problema gravísimo de ese or-
den. Y ellos lo dejaron funcionar allí, no tuvieron la re-
presión suficiente. En estos momentos, el gobierno
francés está por tomar medidas drásticas y violentas para
reprimir eso que ellos mismos dejaron funcionar. [ ... ]
Está en todas partes: en Uruguay, en Chile, con distintos
nombres. Y ellos son los responsables de lo que le ha pa-
sado a Allende. Son ellos y están aquí en la República Ar-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 73

gentina, también. Porque ésta es una Cuarta Internacio-


nal que se funda con una finalidad totalmente diferente
de la Tercera Internacional que fue comunista, pero co-
munista ortodoxa. Aquí no hay nada de comunismo, es
un movimiento marxista deformado que pretende impo-
nerse en todas partes por la lucha. A la lucha, yo soy téc-
nico en eso, no hay nada que hacerle, más que impo-
nerle y enfrentarle con la lucha. [ ... ] Porque nosotros
desgraciadamente tenemos que actuar dentro de la ley,
porque si en este momento no tuviéramos que actuar
dentro de la ley ya le habríamos terminado en una se-
mana. [ ... ] Estamos afrontando esa responsabilidad que
nos ha dado plebiscitariamente el pueblo argentino.
Nosotros no somos dictadores de golpes de Estado. No
nos han pegado con saliva. Nosotros vamos a proceder de
acuerdo con la necesidad, cualquiera sean los medios. Si
no hay ley, fuera de la ley también vamos a hacer y lo va-
mos a hacer violentamente. Porque [a] la violencia no se
le puede oponer otra cosa que la propia violencia. 95

Cinco años antes, en una carta a Juan García Elorrio, Perón había
ofrecido una visión opuesta del movimiento internacional: "se ini-
cia la primera revolución mundial", decía, y afirmaba que sería
más importante que la soviética, que no fue mundial sino sólo
rusa. Enlazaba directamente el mayo francés con el Cordobazo,
como una serie que iba a continuarse, y se entusiasmaba con las
consignas del año 68 que anunciaban que "la sociedad enajenada
debe desaparecer de la historia". Terminaba preguntándose:
"¿Cómo puedo yo estar en desacuerdo con la actual revolución, si
es lo que :vengo pensando y tratando de hacer, hace más de veinti-
cinco años de lucha?". 96
En el discurso de 1974 Perón daba crédito a una geopolítica de la
subversión que no era nueva; ya integrada a la doctrina de la segu-
ridad continental, esa geopolítica sostendrá las iniciativas de cola-
boración de los ejércitos latinoamericanos que culminaron con el
"Plan Cóndor". Perón no estuvo entre quienes la formularon ni
promovió una política exterior, en el ámbito latinoamericano,
74 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

acorde con esas premisas. Puede pensarse que ese giro que reto-
maba fórmulas de una derecha reaccionaria era una respuesta co-
yuntural en el enfrentamiento con la convicción revolucionaria
montonera, pero contribuyó a consolidar y a dar legitimidad a esa
nueva visión de la guerrilla como una actividad criminal que res-
pondía a intereses externos. Mucho más cuando, pocos meses
después, en mayo de 1974, Perón fue el primer presidente consti-
tucional de un país americano, incluyendo los Estados Unidos,
que recibió al dictador Augusto Pinochet. 97
La dictadura instalada en 1976 puso en práctica una metodolo-
gía represiva y de exterminio que no tenía antecedente en la Ar-
gentina. Pero no necesitó crear nuevas imágenes o visiones sobre
la violencia revolucionaria o el fantasma de la subversión. Todo
estaba ya dicho en una construcción discursiva que retomaba y
ampliaba los motivos de la seguridad nacional, nacidos en las
Fuerzas Armadas, instalados en el discurso de la derecha, en el
Partido Justicialista (PJ) y el sindicalismo y, finalmente, consagra-
dos con caracteres propios por el gran enunciador de la política
que fue Perón: la criminalidad, el carácter "apátrida" y el com-
plot internacional, la idea ampliada de la subversión, la apela-
ción nacionalista, incluso el argumento sobre las debilidades de
la ley para reprimir las nuevas formas de la insurgencia. Dos nú-
cleos centrales del discurso con el que la dictadura buscó justifi-
car su empresa de represión y exterminio estaban ya acuñados
hacia 1974: primero, la violencia guerrillera fue la que inició el
conflicto y obligó a las fuerzas del orden a responder a una pro-
vocación no buscada; segundo, la subversión había nacido de un
impulso ajeno, extraño a la sociedad argentina.

"LA OPINIÓN"

Marina Franco, en el texto ya citado, ha explorado inicialmente el


discurso público sobre la violencia guerrillera en La opinión (LO),
en el período 1973-1976. Su investigación restituye algo de lo olvi-
dado en las evocaciones posteriores sobre los setenta: la violencia
política era parte de un proceso de radicalización y de ascenso de
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 75

los extremos, pero era también un problema profundamente ins-


talado en el debate público, en una movilización de la opinión
que no coincidía con el simple llamado a la represión. Durante
un tiempo, antes de la aparición de la Triple A, la discusión y la
condena estaban restringidas a lo que se llamaba "terrorismo de
izquierda". El modelo explicativo sobre la violencia política inver-
tía el relato vigente en los años del Cordobazo: ya no era la violen-
cia insurgente, "de abajo", la que respondía a la del régimen, "de
arriba", sino que, en un espacio equiparable de enfrentamientos,
las acciones de la milicia insurgente desencadenaban la respuesta
represiva. Es el mismo esquema que los voceros de la dictadura
usaron después para defenderse de sus crímenes en lo que llama-
ban una "guerra" que no habían iniciado. Ya antes del golpe,
junto con esa inversión del esquema acción/reacción respecto del
comienzo de la violencia, nacía esa representación de una guerra
en la que estaban justificados métodos represivos excepcionales.
La reversión en la representación de la guerrilla se instalaba más
allá del peronismo en una opinión pública política que se había
mostrado ampliamente movilizada desde, por lo menos, fines de
los sesenta. Para calibrar qué cambiaba en las representaciones so-
bre la guerrilla vale la pena explorar qué pasaba antes de 1973, en
el período que desembocó en las elecciones que llevaron a Cám-
pora, en mayo, y a Perón, en octubre, al gobierno. También para
ese ciclo LO es una fuente inapreciable a la hora de abordar los
cambios y los conflictos en una configuración ideológica y cultu-
ral genéricamente de izquierda, que comunicaba tradiciones co-
munistas y socialistas con el sector progresista de la Unión Cívica
Radical (UCR) y las expresiones del peronismo revolucionario.
LO nació en 1971 en un tiempo marcado por los cambios en el
programa de la llamada Revolución Argentina, ahora comandada
por Lanusse, que se orientaban hacia una salida electoral y alguna
forma de acuerdo con Perón. Creada por Jacobo Timerman, he-
redero de la revista Primera Plana, era un diario de ideas y de inter-
pretación, sobre todo a través de notas firmadas y columnistas in-
vitados: renunció a la fotografía, casi no cubría la actualidad
deportiva y borró de su agenda las noticias policiales. Su universo
era la política, el mundo social, la economía y la cultura, con un
76 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

foco muy destacado sobre la situación internacional. En síntesis,


era el diario de los políticos, los universitarios, el mundo intelec-
tual y los empresarios; comunicaba, como ningún otro, el campo
político y el campo intelectual, con una fuerte vocación de im-
pacto en la esfera pública. El elenco de periodistas, a pesar de los
cambios y fracturas, representaba una configuración intelectual
crítica, que era dominante en esos años; incluía peronistas, sobre
todo de la "tendencia revolucionaria", socialistas y periodistas de
izquierda, incluso algunos liberales: H. Verbitsky, P. Urondo, M.
Bonasso, J. Gelman, quien dirigía el suplemento cultural, O.
Tcherkaski, J. M. Pasquini Durán, P. Giussani, T. E. Martínez, R.
Terragno, M. Gron.dona. 98 Con diferencias, coincidían en una vi-
sión de la época dominada por una sensibilidad, una convicción
incluso, del tránsito hacia una nueva sociedad. "Cambio" o "revo-
lución" eran los términos habituales aplicables a la economía, la
política o la cultura, aunque los sentidos podían variar: para Ti-
merman el horizonte era la modernización; para Verbitsky y Gel-
man, la revolución socialista; paraJauretche o José M. Rosa, cola-
boradores ocasionales, la revolución peronista interrumpida en
1955. La universidad, los sindicatos y la Iglesia se ofrecían como
espacios determinantes para indagar y promover esa mirada favo-
rable a lo nuevo que nada en la sociedad. 99
Ese espacio que iba del centro político a la izquierda (e incluía
a menudo opiniones políticas externas a su elenco periodístico)
puede ser tomado como representativo de una opinión extendida
en sectores medios ilustrados, progresistas, incluyendo muchos
que habían apoyado las acciones de la insurgencia armada antes
de 1973. Es cierto que el diario se volcó al apoyo de la interven-
ción militar en marcha en los meses previos al derrocamiento de
Isabel Perón, pero la extensa condena de la violencia insurgente,
en los textos firmados y en las notas que daban cuenta de las opi-
niones de políticos e intelectuales, comenzó antes, con el nuevo
ciclo constitucional abierto en 1973. Hasta ese momento, las ac-
ciones armadas, tomadas como respuesta a una dictadura ilegí-
tima, parecían justificadas para un amplio espectro político que
incluía buena parte del peronismo y del radicalismo, la izquierda
y la centroizquierda intransigente.
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 77

El tema de la violencia política y las actividades de la guerrilla


habían ocupado un lugar destacado, en el ámbito nacional y lati-
noamericano, en los comienzos del diario. Los cambios en el tra-
tamiento de la cuestión pueden tomarse como una expresión re-
presentativa de los cambios en las opiniones que ese medio no
sólo reflejaba sino que contribuía a formar. Por otra parte, la vi-
sión de la guerrilla se integraba a una trama de relaciones en un
campo complejo que incorporaba a partidos, Fuerzas Armadas,
sindicatos, Iglesia, empresariado y universidad. 100 Inicialmente,
predominaba en el diario la desconfianza frente a la salida electo-
ral y, en general, a las instituciones y los "viejos políticos"; su
apuesta apuntaba a un desenlace genéricamente democrático,
con participación de las Fuerzas Armadas y una mayor articula-
ción de los partidos, que debían renovarse, con las organizaciones
sociales. Pero el respeto de la Constitución no estaba entre los ob-
jetivos prioritarios: el régimen nacionalista de izquierda del gene-
ral Velasco Alvarado en Perú aparecía como un modelo deseable.
De allí la reticencia inicial frente al Gran Acuerdo Nacional
(GAN) propuesto por Lanusse. Para casi todos, la opción del cam-
bio pasaba por el peronismo; sea porque sin él "no existe solución
política" (posición de Timerman), sea porque en él residiría el
"elemento revolucionario" del sistema, que era la posición del
grupo que comenzaba a encuadrarse en la "tendencia revolucio-
naria". LO promovía al mismo tiempo el desarrollo de las expre-
siones de izquierda: en el radicalismo (Alfonsín frente a Balbín)
y en el Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA), entre el PC,
PI y otros partidos. Era muy claro, por contraste, su permanente
impugnación, en las ideas económicas y las expresiones políticas,
de la tradición conservadora liberal. 1º1
Respecto de la guerrilla, en los primeros dos años, hasta fines
de 1972, LO se distinguió por ofrecer mayor información y una vi-
sión más favorable que la de los grandes diarios de Buenos Aires,
Más aún, puede decirse que colaboró con ella en un aspecto que
resultaba fundamental en los comienzos de las organizaciones ar-
madas: difundir sus acciones, sus objetivos y su programa político.
Por supuesto, esa asociación dependía de que hubiera contactos
permanentes y fluidos; muchos de sus periodistas militaban en or-
78 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

ganizaciones armadas, sobre todo en las FAR y Montoneros, aun-


que también había algunos en el ERP. 1º2 La guerrilla aparecía ex-
plicada, y en cierto sentido legitimada, por la crisis política, la vio-
lencia del régimen y la ausencia de canales de participación. Esa
opinión coincidía con el parecer de un amplio espectro político,
de Perón a Frondizi y Alfonsín, que sólo dejaba fuera las expresio-
nes de la derecha conservadora. Todavía en mayo de 1973, Ro-
dolfo Terragno, columnista político habitual, exponía sintética-
mente sus tesis acerca de "las condiciones para la pacificación del
país" y con ello señalaba, por ausencia, los problemas que habrían
dado origen a la violencia: "la reincorporación de las mayorías al
gobierno, la democratización de la economía y una distribución
más equitativa de los beneficios". 103 En el tratamiento de las accio-
nes guerrilleras, podía incluirse cada tanto alguna critica referida
siempre a cuestiones de oportunidad o a las modalidades elegi-
das. Pero, en este primer período, el diario no adoptó nunca el
lenguaje de las Fuerzas Armadas: no los llamaba "terroristas" ni
"delincuentes subversivos", ni definía su lucha como "sedición".
Hacia 1972 se incrementó el tono crítico (sobre todo en rela-
ción con el ERP) y aparecieron otros adjetivos: "extremista", para
referirse a los sujetos, y "terrorista", a veces, para calificar las accio-
nes.104 LO era también el órgano periodístico que más espacio y
tratamiento ofrecía a las denuncias de la actividad represiva, que
ya entonces incluía procedimientos ilegales; el diario se ocupó ex-
tensamente del secuestro y desaparición de Luis Pujals ( en sep-
tiembre de 1971) y de la muerte de Juan Pablo Maestre y la des-
aparición de su mujer, Mirta Misetich. En enero de 1972 publicó
una larga denuncia de torturas contra guerrilleros presos reali-
zada por Mario Roberto Santucho, entonces detenido, y difun-
dida por el Foro por los Derechos Humanos, que nudeaba a abo-
gados defensores de presos políticos; en esa oportunidad estuvo
cerca de ser dausurado. 105 Esas posiciones del diario terminaron
marcando para siempre 1a relación con los círculos militares. Aun
cuando en 1976 se indinó a favor del golpe, en apoyo del sector
videlista, el respaldo inicial a la guerrilla estuvo entre las justifica-
ciones dadas por el entonces coronel Ramón Camps para la de-
tención deJacobo Timerman en 1977. 106
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 79

Lo anterior sirve para enmarcar la significación de los cambios


en el tratamiento de la guerrilla que se hacen patentes en el diario
y en las opiniones que transcribe de actores políticos y sociales re-
presentativos. Afirmado el GAN y la propuesta electoral, LO insta-
laba un discurso de critica sistemática a lo que ahora empezaba a
llamar "salvajismo terrorista", en nombre de una opinión pública
democrática: la guerrilla violaba los derechos humanos, sustituía el
debate por las balas y revelaba su "esencia antipopular" cuando se
enfrentaba a la voluntad de una sociedad que quería votar. 107 La
guerrilla pasaba a integrar, junto con los sectores ultrarreaccipna-
rios de las Fuerzas Armadas, el bando de los enemigos del cambio
democrático que se anunciaba. El lenguaje cambia: ahora se habla
de "lucha contra la subversión" y de "actividades criminales". 1º8 Ese
cuestionamiento se intensificó después del triunfo del peronismo,
sobre todo con la presidencia de Perón. Definitivamente, la guerri-
lla dejaba de estar situada entre las fuerzas del cambio y pasaba a
integrar el campo de la reacción y de los obstáculos a la "revolu-
ción pacífica" (el término es bastante recurrente) que caracteriza-
ria el programa del general Perón. El diario apoyó al anciano líder
en su combate contra la guerrilla y dio a conocer el "Documento
reservado" emitido después del asesinato de Rucci, en octubre de
1973, con instrucciones para depurar el movimiento de la infiltra-
ción de lo que llamaba la "ultraizquierda", un antecedente directo
del nacimiento de la Triple A 1º9 LO acompañó el endurecimiento
del discurso de Perón tras el ataque al cuartel de i\zul y, aunque no
dejó de cuestionar las actividades criminales de la Triple A, siem-
pre disimuló la responsabilidad del Presidente.
La investigación de Marina Franco sobre el período 1973-1976
analiza sobre todo las declaraciones de diversos actores políticos
recogidas por el diario y da cuenta de la implantación de un "es-
quema bipolar" de condena del "terrorismo de cualquier signo";
es más, advierte que las denuncias se dedican sobre todo a la vio-
lencia de izquierda. A partir del gobierno de Perón, "la violencia
es caracterizada como terrorista o extremista de manera amplia,
pero mientras la de izquierda era considerada 'subversiva', la de
derecha era 'represiva'", y era presentada como reactiva, incluso
como "contraguerrilla". 11 º
80 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Por otra parte, en esa condena a todo terrorismo coincidían ex-


presiones de un pensamiento progresista extendido en la iz-
quierda tradicional, que inc 1uía sectores del radicalismo. Desde la
oposición se cuestionaba e: curso represivo del gobierno pero
también se condenaba el tercorismo guerrillero:

Denunciamos: a las minorías citadas, repudiadas masiva-


mente por la ciudadanía, que desencadenaron una bar-
barie terrorista y represiva en nuestro país, con la inten-
ción de paralizar al pueblo y cercenar sus defensas, lo
que ahondaría los lazos de nuestro sometimiento, y al te-
rrorismo de ultraizquierda que contribuye al mismo re-
sultado.

Firmaban Ernesto Sabato, Risieri Frondizi, Raúl Aragón, Carlos


Gramuglia, Federico Storani, Gregorio Selser, Héctor Agosti, Al-
fredo Bravo, etc. Varios de ellos van a integrar la Asamblea Perma-
nente por los Derechos Humanos (APDH) en diciembre de ese
año. 111 En los años de Isabel Perón, la expresión política progre-
sista, en la que coincidían los sectores intransigentes de Osear
Alende, el PC, Renovación y Cambio de la UCR, de Raúl Alfonsín,
y figuras independientes, denunciaba los procedimientos represi-
vos ilegales que se desarrollaban en el marco del estado de sitio y
exigía controles institucionales y comisiones de investigación,
pero al mismo tiempo no dejaba de plantear que la provocación
guerrillera debía cesar, por medios políticos o por una acción di-
suasiva y represiva enmarcada en la legalidad. Ésa fue, más o me-
nos, la fórmula incluida en el Prólogo del Nunca más ( 1984), atri-
buido a Ernesto Sabato: como se verá, una genealogía de la figura
de los "dos demonios" exige volver sobre esas fuentes.

EL EXILIO: VISIONES DE LA VIOLENCIA

Al investigar el discurso y las posiciones políticas sobre el ciclo de


la violencia guerrillera en el pasado reciente saltan a la vista los
cambios producidos en el lapso que va de 1973 a 1976. Esto no es
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 81

novedoso y está presente en la mayor parte de los testimonios y los


estudios históricos. Sin embargo, el despliegue de la critica a la lu-
cha armada, a cargo de quienes la habían protagonizado o apo-
yado, tuvo sus propios tiempos que coinciden con la creciente
conciencia de los costos terribles del fracaso y la derrota del pro-
yecto revolucionario. Eso no se sabía en 1976. La primera crítica
progresista y de izquierda, que había sido contemporánea a las
prácticas de la guerrilla, encontraba otras expresiones y otras vo-
ces, bastante diversas, en el exilio. Sin duda, la primera preocupa-
ción y el eje de los pronunciamientos de los emigrados, frente a la
información sobre secuestros y desapariciones, fueron la denun-
cia de los crímenes y la solidaridad con las víctimas. Al mismo
tiempo, el exilio configuraba un espacio político que reunía diver-
sas militancias y experiencias, fidelidades y rupturas, nuevos
aprendizajes en el contacto con la vida política y las tradiciones
culturales de los países de recepción. 112 En esa comunidad de
ideas y de experiencias, se desplegaron debates, consensos y desa-
cuerdos, incluso fracturas; tomaron cuerpo intervenciones y dis-
cusiones sobre el país lejano y el tiempo político que quedaba
atrás, sobre la derrota de los programas y los sueños, en fin, sobre
los métodos y las responsabilidades de las organizaciones revolu-
cionarias en la catástrofe sufrida. Y, por supuesto, la cuestión del
foquismo y los procedimientos terroristas de la guerrilla ocupa-
ron un lugar central en esas primeras prácticas de revisión del pa-
sado inmediato.
En la historia reciente de la memoria y el juicio sobre el pasado,
ha faltado una recuperación de las iniciativas nacidas en el exilio,
cuando las condiciones en la Argentina no permitían esos deba-
tes, al menos públicamente. En los últimos años, el debate retros-
pectivo sobre la violencia y la revolución ha descuidado esa histo-
ria previa. Transcurridos veinticinco años desde el fin de la
dictadura, se han sucedido y acumulado representaciones (per-
cepciones, memorias, juicios) sobre ese pasado, desde diversos
horizontes de expectativa, como capas no siempre comunicadas
ni disponibles. Mucho de lo que se ha escrito (incluyo mi propio
libro, publicado en 2002) 113 ha partido de dos cortes históricos to-
mados como absolutos y contrapuestos: 1976 y 1983. Esos cortes,
82 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

en lo atinente a las ideas y las representaciones, hoy deben ser re-


visados para reconocer las transiciones, interacciones y resonan-
cias en el terreno de las visiones y, sobre todo, de las intervencio-
nes, que no se ordenan según el esquema fijado por las rupturas
políticas. La serie de las fechas emblemáticas se ordena desde el
presente hacia el pasado. En 1983, la democracia imponía la cer-
teza de un corte y, consecuentemente, establecía hacia atrás una
:ruptura nítida anterior en 1976. Y sin embargo, como se vio, la
irrupción de la dictadura arrastraba una edificación discursiva de
la figura de la subversión y de la voluntad de reprimirla a cual-
quier costo que había comenzado antes, dentro de una constela-
ción ideológica y retórica más amplia, que indufa a Perón y al pe-
ronismo. A1 mismo tiempo, en 1983, una sensibilidad de quiebre
con el tiempo anterior instalaba la vivencia de un nacimiento en
el que nada podía reconocerse de la experiencia social bajo la dic-
tadura. Se vivía el fin de una época y todo lo que emergía parecía
revestido de los atributos de lo nuevo, incluso de un descubri-
miento instantáneo: la democracia, los derechos humanos, el re-
chazo de la violencia y el imperativo de justicia. Es sabido que casi
no surgieron trabajos sobre la militancia :revolucionaria en los pri-
meros años de la democracia. 114 En un segundo momento, avan-
zados los noventa, han aflorado testimonios, autocríticas y algunas
investigaciones. Invariablemente, toda nueva formación o revisión
del pasado genera sus propios olvidos. Sobre la militancia en los
setenta y la violencia hay una nutrida producción: testimonios
(Martín Caparrós y Eduardo Anguita, Marta Diana), ensayos his-
tóricos autocriticos (P. Calveiro, Luis Mattini), exploraciones de la
moral combatiente (Ana Longoni), relatos novelados de la épica
guerrillera (Marcelo Larraquy, Gustavo Plis-Sterenberg), incluso
reconstrucciones que buscan recuperar y revisar los ideales y los
sujetos desde la tradición de una izquierda renovada (Roberto Pit-
taluga y Alejandra Oberti). 115
En ese manojo de miradas arrojadas sobre la militancia ha ha-
bido poco espacio para admitir las impugnaciones nacidas de la
propia experiencia revolucionaria en las condiciones del exilio. Es
importante recuperar esos debates, lanzados cuando nada estaba
asegurado, cuando era difícil prever el fin de la dictadura y mu-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 83

cho menos el peso que la democracia y los derechos humanos


iban a tener en un cambio de régimen que, antes del fracaso de
Malvinas, nadie anticipaba. Esas intervenciones estaban a cargo
de militantes y ex militantes que revisaban de modo nada compla-
ciente su propia experiencia, los programas, los medios y los fines,
las condiciones de la derrota y las responsabilidades de las organi-
zaciones; todas esas cuestiones han quedado opacadas, por lo me-
nos, en el sentido común de muchas de las intervenciones de lo;,
últimos años. 116 Una forma notoria del olvido de ese legado crí-
tico es el tabú nominalista que evita usar el término "terrorismo"
(que tiene una larga tradición en la izquierda política e intelec-
tual, desde Lenin y Trotsky a Merleau-Ponty) para dar cuenta de
las prácticas armadas de los setenta. Frente al peso, entonces, de
una formación de memorias y olvidos que es hegemónica en el
discurso de la izquierda y en las expresiones residuales del pero-
nismo revolucionario, y que ha penetrado el movimiento de los
derechos humanos; frente a las visiones maniqueas, las autocríti-
cas complacientes, los eufemismos y las reticencias a enfrentar los
costos terribles de la muerte y la sangre detrás de las estampas del
heroísmo o la coartada de las buenas intenciones, hay lecciones
que aprender de la combinación de compromiso intelectual y pa-
sión con que algunos, en el exilio, colectiva o individualmente,
fueron capaces de plantear preguntas e impugnaciones vokad2,.s
sobre ese pasado trágico. Para ello hay que desconfiar de la me-
moria y remitirse a las fuentes. No hay duda, la memoria testimonial,
aun con sus límites y sus amnesias parciales, es una gran herra-
mienta de conocimiento y comprensión, pero si se la controla es
mejor. Y en este caso, la lectura de las fuentes proporciona una
buena base para renovar y relanzar los debates sobre la violencia
revolucionaria.
Ante todo, contrariamente a una opinión que se reitera entra-
bajos recientes, fueron cuestiones que se discutieron abierta-
mente durante el exilio y en textos que se gestaron en esos años
aunque se publicaron después. La guerrilla mereció un trata-
miento bastante extendido y diferenciado. Si el Nunca más im-
puso, en los comienzos de la democracia, un molde narrativo so-
bre los setenta que vino a opacar, en un primer momento, las
84 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

prácticas y las responsabilidades de los partidos armados, esa res-


tricción no estuvo presente en las discusiones desplegadas antes y,
sobre todo, después de 1976. Un ejemplo del relegamiento de esa
producción sobre la militancia, producida durante la dictadura,
puede verse en el libro de R. Pittaluga y A. Oberti, que ofrece una
revisión notable y exhaustiva de la bibliografia significativa publi-
cada después de 1983. La omisión de los trabajos anteriores, en
una obra que se funda en la voluntad de levantar un supuesto ol-
vido sobre la experiencia revolucionaria, no deja de tener conse-
cuencias. Menciono solamente una: la cuestión democrática, que
había sido central en la reflexión que el peronismo y la izquierda
revolucionarios hicieron, en el exilio, sobre las condiciones de la
catástrofe, queda ahora reducida a una "estrategia" fechada, en el
marco de la reconstitución institucional producida en 1983, y casi
limitada a las "versiones de la academia". 117

"CONTROVERSIA"

La revista se publicó en México entre octubre de 1979 y agosto de


1981, a cargo de un consejo de redacción colegiado en el que
convivían exiliados provenientes de la izquierda marxista y el pe-
ronismo revolucionario. Su título, decía el editorial, destacaba el
propósito mayor: "iniciar una controversia para el examen de la reali-
dad argentina". 118 El debate sobre la violencia guerrillera y las res-
ponsabilidades de la militancia estaba planteado desde el primer
número en artículos de Héctor Schmuder, Sergio Bufano y Ru-
bén S. Caletti; en los números siguientes se sumaron otros. Sólo
puedo destacar algunas de esas intervenciones. Desde ángulos dis-
tintos, Schmuder y Caletti desplegaban una impugnación radical
y sin concesiones de la guerrilla, en contra de las certezas y las
complicidades con el propio grupo. Schmucler interrogaba el
nuevo paradigma de los derechos humanos de un modo que se
volvía contra las prácticas terroristas de la insurgencia: recordaba
a las "otras víctimas", policías, militares, dirigentes obreros, polí-
ticos "muertos a mansalva", y se preguntaba: "¿Los derechos hu-
manos son válidos para unos y no para otros?". 119 El problema
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 85

que planteaba, muy tempranamente, era el del fundamento de


una política de derechos humanos: ¿debían ser concebidos como
un fin o como un medio subordinado y prescindible en la lucha
política? El problema se extendía al valor de la democracia en el
horizonte de una oposición encaminada a terminar con la dicta-
dura. La guerrilla, decía Schmuder (sólo podía referirse a la mon-
tonera, la única que persistía en esos años), no estaba en condi-
ciones de invocar derechos humanos que había transgredido
sistemáticamente. Pero la discusión era más amplia, ya que la con-
cepción de los derechos civiles como una herramienta táctica era
un lastre mucho más extendido en el universo de la izquierda. En
la misma revista se encontraba una muestra: la democracia, decía
David Tieffenberg (un viejo dirigente de la izquierda socialista
que entonces dirigía la Casa Argentina de Barcelona), "es un ins-
trumento, nunca es un fin [ ... ]. A lo más que podemos aspirar,
por ahora, es a reinstaurar en lo inmediato la democracia bur-
guesa, la democracia formal, la democracia adocenada, que va a
estar controlada. Y eso es lo que no quiero". 120
Schmuder centraba su critica en una denuncia moral de la gue-
rrilla:

ha cultivado la muerte con la misma mentalidad [con]


que el fascismo privilegia la fuerza. [ .. ] ha edificado es-
tructuras c!e terror y de culto a la violencia ciega. Ha
reemplazado la voluntad de las masas por la verdad de
un grupo iluminado. 121

Finalmente, abordaba un problema que aún hoy permanece sin


una respuesta cierta: ¿cuántos son los desaparecidos? Y se ani-
maba a contradecir la cifra de 30.000 que desde entonces y contra
toda evidencia repiten los organismos de derechos humanos y las
dependencias oficiales. Emilio Mignone, unos años después y con
más experiencia acumulada, también calculaba una cifra menor,
alrededor de 20.000, y agregaba unos 10.000 casos de secuestra-
dos que luego fueron liberados hasta alcanzar esa cantidad de
30.000 que aparecía como irrenunciable para el conjunto de los
organismos de derechos humanos. 122
86 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

El tema merece un mínimo desarrollo. La Comisión Interame-


ricana de Derechos Humanos (CIDH), en el informe sobre la -vi-
sita realizada en 1979, decía que no estaba en condiciones de de-
terminar el número de desaparecidos; mencionaba la cifra de
5.818 casos, que correspondían a los denunciados ante laAPDH y
otros organismos, entre el 7 de enero de 1975 y el 30 de mayo de
1979; también decía que había recibido 5.580 denuncias. En
1984, el Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas (Conadep) consigna 8.960. La nómina del Monumento
a las Víctimas del Terrorismo de Estado (que incluye muertos en
enfrentamientos y abarca un período anterior, desde 1969), en
2007, comprende 8. 718 nombres. 123 A partir de los datos disponi-
bles, transcurridos casi tre:nta años desde las primeras listas y con
todas las posibilidades dadas para la ampliación de las denuncias,
no hay bases para seguir manteniendo la cifra de 30.000. El nú-
mero más probable oscilaría entre 10.000 o 12.000 casos, que son
igualmente muchos y no alteran la gravedad de los crímenes pro-
ducidos por la dictadura militar. Schmuder tenía razón: "No es
necesario inflar las cifras para señalar el horror". 124
Las intervenciones de Schmucler tocaron otros tópicos igual-
mente polémicos y a la vez imprescindibles en el intento de revi-
sar en profundidad lo que había sucedido en los años transcurri-
dos de la dictadura, hasta 1979, que fueron los de la mayor
n,asacre de detenidos-desaparecidos. A partir del relato de los so-.
brevivientes, que empezaban a conocerse en esos años, arriesgaba
la opinión de que la mayoría de ellos estaban muertos. Ésa era la
condus.ión a la que había llegado la CIDH en su informe, dado a
conocer en abril de 1980:

Tales circunstancias, unidas a las informaciones recibi-


das por la Comisión, llevan a ésta a la dolorosa conclu-
sión de que la gran mayoría de los desaparecidos fueron
muertos por causas que no está en condiciones de preci-
sar, pero que, en todo caso, envuelven una grave responº
sabilidad para quienes los capturaron o los tuvieron de-
tenidos.
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 87

También era la opinión de Mignone, quien, dice después, debía


mantenerla en reserva porque resultaba inaceptable para los or-
ganismos de los afectados: "No podíamos, sin embargo, difundir
demasiado la convicción del genocidio porque chocaba con otras
posiciones en el microdima de los derechos humanos". 125
No es posible ampliar aquí este estudio inicial sobre las cuestio-
nes y debates abiertos en Controversia. Sobre la violencia guerri-
llera, la critica más demoledora provenía de Sergio Caletti, un in-
telectual que pertenecía al grupo peronista conocido corno los
"reflexivos". 126 Caletti focalizaba su extensa critica al foquismo en
la organización Montoneros, expresión máxima del "vanguar-
dismo guerrillero", pero la ampliaba y profundizaba al considerar
que su derrota no sólo arrastraba al conjunto de la insurgencia ar-
mada sino al resto de lo que llamaba la "izquierda radical". Recha-
zaba, entonces, la autocrítica fácil que sólo veía desviaciones. En
la derrota de la organización de Firmenich, y en el colapso de la
estrategia guerrillera en América Latina, veía un fracaso mucho
más básico del núcleo duro del foquismo, un condensado de
ideologías (una "ensalada ideológica"), una matriz de formas de
pensamiento y de acción compartidas por el coajunto de la iz-
quierda revolucionaria. Llamaba "focos desarmados" a las organi-
zaciones que no habían optado por la forma ejército pero mante-
nían la misma idea de una vanguardia como destacamento
avanzado y, sobre todo, exterior al movimiento de masas. El blanco
mayor de su crítica, expuesta extensamente en dos largos artícu-
los, eran las aplicaciones del leninismo nacidas de la generaliza-
ción abusiva de la experiencia revolucionaria cubana. Más allá de
los fundamentos doctrinarios, que se sostenían en una exégesis
ortodoxa del canon marxista, interesa destacar, en su análisis, las
consecuencias políticas, en particular respecto de la visión del Es-
tado, de los poderes dominantes y de las formas de la militancia
revolucionaria. Caletti cuestionaba la concepción estrecha del Es-
tado corno puro aparato de represión; el foquismo vanguardista
desconocía una trama política e institucional que proporcionaba
un marco posible para una acción política más amplia, ejercida
sobre esa red de relaciones entre el orden estatal y la sociedad. En
la concepción cuestionada, los errores se acumulaban en cascada:
88 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

se creía que el Estado era sólo un aparato, y en consecuencia, la


política se reducía a un problema de aparatos; se lo focalizaba en
la fuerza militar y, para peor, se confundía a un ejército nacional
con una fuerza de ocupación en un país colonizado. Concluía Ca-
letti: "el único que demostró ser, en último término, un mero apa-
rato, fue el de la llamada vanguardia", que, además, reemplazaba
la construcción de una hegemonía social y política por un trabajo
de "sectas".
En un segundo artículo iba más lejos en el intento por enten-
der el pasaje de la violencia revolucionaria al "terrorismo". 127 Re-
pasaba históricamente la emergencia y la implantación del fo-
quismo en las organizaciones políticas latinoamericanas a partir
de la revolución cubana y sus p.ropagandistas más exitosos; veía en
las simplificaciones de R. Debray (que "reclamaba focos militares
y no políticos") una representación condensada de la anulación
de la política. Finalmente, sintetizaba su impugnación a la van-
guardia en una serie de fracasos que eran anteriores a su inevita-
ble derrota militar:

Donde no había una teoría revolucionaria implantó un


puñado de valientes. Donde no había un ejército colo-
nial francés decretó la existencia de un ejército nacional
de ocupación. Donde no había un partido que dirigiese
las armas, prometió su fundación. Donde el ejemplo cu-
bano no podría repetirse, el Che lo lograría. 128

La guerrilla creyó que el ejemplo del sacrificio de los combatien-


tes arrastraría a las masas. Pero al operar desde una "exteriori-
dad", dice, cuando se proclaman portadores de la teoría y repre-
sentantes de los intereses de la clase obrera, en verdad "liquidan
lo político" y "sustituyen al sujeto social por una idea, un pro-
grama o una bala". La "fenomenología del fusil" buscaba dar
cuenta no sólo del papel "sobredeterminante" de las armas sino
del lugar que terminaban ocupando como garantía del proceso
revolucionario: el "compromiso de la sangre" tapaba toda otra
consideración sobre las condiciones y los actores, y las armas asu-
mían "las características del fetiche, un símbolo ideológico-práctico
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 89

de los valores que oculta". 129 Finalmente, detrás del "fetiche del
fusil", decía Caletti, se ocultaban el "héroe, la fuerza y la tecnolo-
gía", con lo que se invertía el curso de la construcción política,
que ahora iría del héroe a las masas; pero sin el trabajo de la con-
ciencia, "la figura del héroe revolucionario a los ojos de las masas
no podrá diferir demasiado del héroe de película policial o de es-
pionaje: sagaz, fuerte, tecnológico y paternal". 130
La atención brindada a los artículos de Caletti se justifica por-
que dan cuenta de una critica sin concesiones a la guerrilla, que
no provenía del exterior de la experiencia revolucionaria; ade-
más, es anterior a los reacomodamientos surgidos en la coyuntura
electoral de 1983, que todavía no figuraba en los cálculos de na-
die. La profundidad del cuestionamiento contrasta con las auto-
críticas blandas que han dominado en muchas de las revisiones de
la lucha armada. Un foco de la impugación estaba puesto en la
empecinada resistencia de la cúpula montonera a admitir la de-
rrota en la supuesta guerra revolucionaria. Era el tiempo de la lla-
mada "contraofensiva" montonera, pero también de la ruptura
producida por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman, quienes ha-
bían dado a conocer un documento muy critico contra la direc-
ción en febrero de 1979. En ese documento, que proponía es-
cindir una nueva organización, el "Peronismo Montonero
Auténtico", se enumeraban muchos de los cuestionamientos que
ya eran moneda corriente en los núcleos del exilio peronista y
que se repetirán en las autocríticas posteriores: militarización de
la política, autoritarismo, aislamiento de las masas, verticalismo de
los cuadros profesionales; finalmente, decían los montoneros "au-
ténticos", "la OPM [organización político-militar] resulta tan au-
toritaria como la Junta Militar a la que dice oponerse". En ese
contexto, en febrero de 1980, Controversia publicó las cartas de Ro-
dolfo Walsh a la conducción de Montoneros, redactadas y envia-
das durante 1976 y comienzos de 1977. 131 Walsh era, en el mo-
mento de las cartas, oficial de inteligencia de Montoneros,
volcado con disciplina y dedicación a las responsabilidades de esa
guerra a la que no había planteado objeciones conocidas hasta
entonces. Pero en 1976 consideraba que la guerra estaba perdida;
cuestionaba el curso de un enfrentamiento que, anticipaba, iba a
90 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

llevar al aniquilamiento de la organización. Las cartas son conoci-


das y han sido muy comentadas: en síntesis, proponía reconocer
la derrota, procurar un repliegue dentro del peronismo (que, de-
cía, no estaba agotado, como pretendían Firmenich y los jefes má-
ximos) y recuperar, en esas bases, la experiencia histórica de la
Resistencia. Planteaba, en consecuencia, retomar la política y
abandonar la acción militar, pero también denunciaba el esque-
matismo ideológico y la falta de formación histórica de los diri-
gentes, el desconocimiento de la situación nacional y el desprecio
por las bases del movimiento. Nicolás Casullo extraía las conclu-
siones en una dirección que enfrentaba claramente los propósitos
de recuperar la experiencia montonera o reconstruir la organiza-
ción. Consideraba que las cartas eran "partes de una radiografía
del fracaso del montonerismo en el proceso nacional" y "un juicio
lapidario sobre la concepción foquista en la Argentina"; demos-
traban, decía, que antes del desenlace militar, hubo "una derrota
previa y mucho más decisiva, de carácter político". 132

PERONISMO CRÍTICO Y AUTOCRÍTICO

En el exilio argentino en España hubo también pronunciamien-


tos muy críticos sobre la guerrilla, provenientes de quienes ha-
bían integrado el peronismo revolucionario. Me detengo sólo en
algunos de ellos. Néstor Scipioni, que había sido decano de la Fa-
cultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba, en
1973, fue más lejos que nadie en la caracterización de la guerrilla
como terrorismo. 133 La idea de los dos terrorismos no era nueva;
como se vio, había estado presente en la critica peronista y de iz-
quierda antes de la dictadura. Pero era sobre todo la interpreta-
ción más afincada en el peronismo clásico y había sido la posición
del PJ en el documento firmado por Deolindo Bittel ante la Co-
misión Interamericana de Derechos Humanos en 1979: "No po-
demos aceptar que a la lucha contra una minoría terrorista -de la
que también hemos sido víctimas- se la quiera transformar en
una excusa para implantar el terrorismo de Estado". 134 Pero Sci-
pioni buscaba un fundamento más sólido, no sólo político sino
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 91

conceptual e histórico. En principio, procuraba situar histórica-


mente el surgimiento del terrorismo de Estado; pero no se limi-
taba a recorrer los tópicos acostumbrados (la experiencia nazi, la
ocupación colonial, Vietnam, etc.) sino que se dedicaba a inven-
tariar las formas del terrorismo en el Estado soviético y las dicta-
duras comunistas. En Checoslovaquia, señalaba, los disidentes
eran acusados de realizar "actividades subversivas", igual que en la
dictadura argentina. Esa crítica a lo que llamaba el "terrorismo
socialista" encontraba un ejemplo "aberrante" en el régimen de
Pol Pot en Camboya, pero también abarcaba la dictadura estatal
en la China comunista. El cuadro global se ordenaba finalmente
en una "geopolítica del terrorismo estatal" que denunciaba tanto
al capitalismo como al comunismo. 135 En ese sentido, su análisis
del terrorismo dictatorial se distinguía de los enfoques habituales
en el universo de la militancia: se justificaba en la tercera posi-
ción, no mostraba ninguna simpatía por la China comunista ni
ahorraba críticas a la dictadura y el vuelco prosoviético de Cuba
que, para Scipioni, se habría producido sólo después de la
muerte del Che.
Las tesis más importantes del libro, resaltadas en las conclusio-
nes, buscaban fundar su estudio de las "dos caras" del terrorismo
en el marco global: "son epifenómenos de las políticas mundiales
de dominación de las grandes y medianas potencias" .136 Y lo destaca-
ble, para la opinión de izquierda, es que apuntaba particular-
mente a la responsabilidad del bloque soviético, Cuba incluida.
Por ejemplo, en la coyuntura argentina previa a 1976, la Unión
Soviética habría jugado una política "dual": por una parte, a tra-
vés del PC trabajaba en la legalidad y establecía alianzas con sec-
tores dominantes, que iban a continuarse en el apoyo a Videla,
mientras que, por otra, apoyaba a través de Cuba la desestabiliza-
ción, y procuraba mantener algún control sobre los movimientos
insurgentes. 137 Hay otro núcleo, político, de su argumentación
que se pone en evidencia en su definición del terrorismo como
un movimiento elitista, separado del consentimiento popular. No
es la violencia misma, que puede ser legítima y necesaria, ni la
metodología, lo que definiría al terrorismo en la visión de Sci-
pioni: se trata de "actos de violencia (secuestros, torturas, críme-
92 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

nes, bombardeos, etc.) cometidos desde el Estado o fuera de


éste, con la finalidad de imponer por la fuerza el pensamiento
político de una elite". Ese enfoque le permitía igualar a las Briga-
das Rojas, que asesinaron a Aldo Moro, con los grupos de tareas
de la dictadura argentina. 138 Esa misma comparación, despojada
del sustento "geopolítico", va a ser empleada en el prólogo del
Nunca más.
En este abordaje, la equiparación de las "dos caras" del terro-
rismo ya no dependía del mundo bipolar sino de las condiciones
políticas de la sociedad y de la legitimación popular de la opción
por la lucha armada. Sostiene que la revolución cubana "no fue
foquista" (a partir de su experiencia en la isla), pero lo fue la des-
graciada aventura del Che en Bolivia, en la que el pueblo estaba
ausente. Con el foquismo Cuba habría generado la "exportación
de una ideología equivocada", y la consecuencia más negativa fue
que, aislado de las mayorias, "el foquista se vuelve terrorista" .139 El te-
rrorismo insurgente terminaba enfrentado a los intereses popula-
res que decía servir. Scipioni encontraba un ejemplo en la expe-
riencia de los Tupamaros: "cavaron la fosa del Uruguay liberal",
dice, citando a R. Debray, pero los resultados no merecen ser ce-
lebrados porque llevaron a una mayor restricción de las liberta-
des. El "terrorismo preventivo" ( es decir, "la introducción prema-
tura y artificial de la violencia") venía a servir a quienes buscaban
suprimir las garantías del estado de derecho, ya que "nunca un
pueblo se aprovechó de una restricción de sus libertades demo-
cráticas".14º Su juicio sobre la guerrilla argentina iba en esa misma
dirección e indicaba la convergencia del ERP y Montoneros en un
camino que, a partir de 1973, entraba "en contradicción con el
movimiento de masas". En el caso de la guerrilla peronista, seña-
laba un doble proceso que la separaba de sus bases: por un lado,
la decisión de enfrentar a Perón; por otra, una "marxistización"
(una "forma vergonzante de marxismo") que conducía a una mu-
tación ideológica. Además, arriesgaba una hipótesis sobre los
cambios en la composición de clase de la organización, a partir de
la incorporación masiva de sectores universitarios de izquierda;
con ello, una "nueva clientela política marxista" reemplazaba a la
peronista. Scipioni, entonces, no se limitaba a una denuncia que
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 93

proyectara toda la responsabilidad en los dirigentes, sino que bus-


caba una explicación del foquismo y el terrorismo en los cambios
sufridos en el conjunto de la agrupación, a partir de esa metamor-
fosis en el nivel de la ideología que interactuaba con una base so-
cial transformada. 141
Finalmente, Scipioni, sostenido en fuentes diversas -filosóficas,
políticas y jurídicas-, intentaba un ejercicio de distinciones justi-
ficadas. Y así como procuraba diferenciar el "terrorismo de oposi-
ción" de la violencia legítima en las luchas de liberación, igual-
mente separaba la represión estatal terrorista e ilegítima de la
"represión legal", ejercida en el marco de un estado de derecho
que debía ser resguardado, admitiendo sus limitaciones, con vistas
al interés de las mayorías. No es mi intención discutir sus tesis his-
tóricas, sus planteos geopolíticos o su teoría del terrorismo; sólo
quiero señalar el esfuerzo en la elaboración de un estudio que
procuraba ser integral y distanciado respecto de su experiencia di-
recta. Recurría a fuentes académicas (W. Laqueur), políticas y fi-
losóficas (de Lenin a Merleau-Ponty, pasando por K S. Karol y De-
bray), del derecho internacional, históricas y periodísticas.
El trabajo de Scipioni debe ser incluido en una investigación,
aún pendiente, sobre las representaciones dualistas del terro-
rismo en la Argentina. Pero hay que precaverse de las simplifica-
ciones y los esquematismos: las "dos caras" no son un antecedente
homologable a los "dos demonios". Es bien clara la diferencia con
las visiones que sólo denunciaban la similitud en los métodos o la
dinámica de acción y reacción entre el terrorismo insurgente y la
represión ilegal del Estado. Señalar anticipaciones (eso que Can-
guilhem, en la historia del pensamiento, llamaba el "virus del pre-
cursor") suele ser sobre todo la expresión de una insuficiencia
analítica.
Hubo, en los setenta y después, más de una forma de concebir
la relación y la distinción entre metodologías de la violencia polí-
tica en los extremos del arco ideológico, aunque nadie dejara de
incluir esos procedimientos en la categoría del terrorismo. El tra-
bajo de Scipioni no es una anticipación de la llamada "teoría de
los dos demonios": primero, porque procuraba situar al terro-
rismo como un problema de la sociedad global, es decir, en la es-
94 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

cala de un estudio de la violencia en el ámbito mundial; luego,


porque trataba de mantenerse fiel a un enfoque antiimperialista
(nacionalista y no marxista) y destacaba que el terrorismo de los
Estados de dominación oligárquica (y esto se aplicaba particular-
mente a la situación argentina) era muy anterior a lo que llamaba
"terrorismo de oposición": no había, entonces, lugar para el es-
quema de una acción de provocación insurgente que desatara la
reacción represiva ilegal. La idea de una equiparación de dos te-
rrorismos tenía otras bases; ante todo, ese cuadro de la acción a
distancia de las superpotencias, a lo que se agregaba su común ca-
rácter elitista y antipopular.
Un peronista clásico, Fe:rmín Chávez, elogiaba el libro de Sd-
pioni en el prólogo de otro libro, en el que dos peronistas, Envar
El Kadri y Jorge Rulli, dialogaban sobre la política, la guerrilla y el
exilio. 142 El libro reproducía una serie de conv~rsaciones manteni-
das entre julio y octubre de 1983, es decir, hacia el fin de la dicta-
dura, después de Malvinas y cuando estaba abierto el camino a las
elecciones. Sus autores habían participado de la fundación de las
FAP y de la experiencia del peronismo de base, y habían mante-
nido tempranamente una postura critica con respecto al foquismo
y particularmente a Montoneros. En su presentación, Chávez des-
tacaba que se trataba de un libro "ortodoxamente peronista" y que
permitía ver que "los terroristas no hacen la revolución" sino que
"conducen al desastre" ya que socavan el estado de derecho y pro-
vocan una represión indiscriminada. En verdad, el conjunto de tó-
picos abordados en esas conversaciones era mucho más amplio.
Por un lado, los testimonios recuperaban una visión clásica del pe-
ronismo, que consagraba las ideas y las acciones del líder: en el re-
lato que ofrecen, Perón nunca se equivocó y quedaba salvado de
cualquier responsabilidad en la catástrofe. Pero en tensión con ese
humor restaurador, que abrevaba en la tradición nacionalista po-
pular (por ejemplo, cuando criticaban el tópico del "hombre
nuevo" como un producto de la "colonización cultural" y le opo-
nían un "hombre argentino" ya formado por la historia y la cultura
peronistas), emergía una voluntad de renovación que encontraba
inspiración en la experiencia de la transición española y los pactos
de La Moncloa. 143
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 95

La crítica a la violencia guerrillera, que admitía la propia cuota


de responsabilidad, combinaba la lectura política con la impugna-
ción moraL Políticamente, se denunciaba la idea misma de van-
guardia, atribuyéndola a la izquierda marxista, como una defor-
mación elitista, alejada de las mayorías, en fin, "ajena" a la
tradición peronista: Perón, recordaba El Kadri, habfa elegido
siempre el tiempo y no la sangre. 144 El crecimiento de la tenden-
cia revolucionaria se habría producido en desmedro de una iden-
tidad ideológica y social, afectada por el ingreso de militantes for-
mados en el marxismo y provenientes de las clases medias. El
resultado habfa sido una política en la que las "ideas empresaria-
les" reemplazaban la experiencia del trabajo político en la socie-
dad. Muchos de los nuevos militantes no habían conocido otra ac-
ción que las operaciones guerrilleras y confundían práctica
militar y práctica política; por otra parte, la forma "ejército'; se
convertía en "aparato", promovía la lucha armada como un fin en
sí mismo y una "práctica racionalizada de la violencia", dominada
por el valor de la "eficiencia". El cuestionamiento abarcaba las
consecuencias sobre el militante, un término que, para los autores,
quedaba asociado a "soldado" y que ahora era rechazado y reem-
plazado por una denominación más tradicional: "dirigentes polí-
ticos".145 Rulli llegaba al extremo de incluir en la conversación los
análisis de Frantz Fanon sobre la violencia, pero para seíialar no
las consecuencias sobre los oprimidos sino sobre los opresores, en
la figura de un torturador ( que quedaba así asimilado al soldado
revolucionario), alterado y mutilado en sus relaciones cotidianas.
Ese sesgo moral fundaba un juicio distintivo sobre la violencia
como medio de acción política: no es lo mismo asumirla como
una "terrible carga del revolucionario", que impone una respon-
sabilidad sobre los límites y las consecuencias, que creerse "dioses
revolucionarios" que podían determinar "quién era eljusto, quién
el pecador, quién el corrompido, quién el infiltrado", en fin,
quién moría y quién vivía. 146 Finalmente, los autores asumían su
responsabilidad en esa historia trágica, que en la enumeración de
El Kadri i.nduía "vanguardismo, elitismo, mesianismo[ ... ] empleo de la
violencia sin necesidad[ ... ] prácticas de patoterismo, de gansterismo, de
terrorismo". 147 Y desde un nuevo paradigma político y moral, que
96 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

habían elaborado en el exilio -el "respeto global de todos los de-


rechos humanos"-, llegaban a una conclusión lapidaria: si esa
constelación político-militar, es decir, Montoneros, hubiera lle-
gado a tomar el poder, ellos mismos, Rulli y El Kadri, habrían sido
perseguidos. 148

FRACTURAS DEL TIEMPO HISTÓRICO

Lo expuesto está lejos de constituir un estudio suficiente de la ela-


boración crítica desplegada en el exilio sobre la empresa revolu-
cionaria. Por otra parte, sobre el tópico de la militancia y la vio-
lencia me he limitado a revisar textos anteriores a 1984 y he
dejado de lado otra producción que es también resultado del exi-
lio y que merece un trabajo mucho más exhaustivo que el que
puedo ofrecer aquí, sobre todo los libros de Carlos Brocato y Pa-
blo Giussani. 149 Hay otras cuestiones, que merecerían un estudio
aparte, de las que no me voy a ocupar. Por ejemplo, la irrupción
de la democracia como idea de la sociedad y la política, como re-
sultado de la experiencia en el exilio, pero también como un mo-
tivo y un valor, proyectados al juicio sobre el pasado. Ciertamente,
el problema quedó instalado c:,n más fuerza en el momento de la
reconfiguración alfonsinista, desde finales de 1983, pero no nació
allí. Si hay algo que se impone con fuerza en los debates del exi-
lio, cuando nadie pensaba en una salida electoral y mucho menos
en la derrota electoral del peronismo, es que la discusión sobre la
democracia (en la sociedad, el Estado, las organizaciones) atra-
viesa de diversos modos todas las intervenciones, en el socialismo
que vira al reformismo, en los diversos peronismos y aun en la iz-
quierda que busca mantener y a la vez renovar el ideal revolucio-
nario. En ese sentido, Juan Carlos Portantíero expresaba una en-
señanza, extraída de la experiencia terrible de la dictadura, que
abarcaba más que su propio grupo político e intelectual: después
de 1976, "la democracia formal ya no aparece como un puro re-
clamo liberal" .150
No hubo, entonces, olvidos ni disimulos en los juicios diversos,
surgidos en el exilio, que buscaban revisar la experiencia revolu-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 97

cionaria de los setenta. Las trampas de la memoria edifican vacíos


y reescriben la historia hacia atrás. ¿Cómo entender que Nicolás
Casullo afirme, en 1996, que para hablar públicamente de Ro-
dolfo Walsh, e)'! 1979, había que disimular su condición de oficial
montonero, cuando él mismo había hablado en Controversia sobre
las cartas de Walsh escritas en esa condición? La dinámica del ol-
vido no se reduce a suprimir, también reescribe incesantemente
el pasado. Y en la historia de la militancia revolucionaria las pági-
nas perdidas o tachadas se reemplazan, o se reciclan, con nuevas
ilustraciones. En principio, ha habido un giro hacia la reconstruc-
ción romántica y la epopeya subjetiva, una evocación de las luchas
que destaca la vida intensa y los ideales, y relega las responsabili-
dades morales y políticas. Esas narraciones, ejemplarmente ex-
puestas en una obra coral como La voluntad, parecen proyectar
hacia atrás, en espejo invertido, esa sospecha de olvido de un
tiempo pleno, que es en verdad el resultado de una imaginación
retrospectiva. 151 Pero esa expresión nostálgica de una militancia
sublimada se ha edificado a costa de otro olvido mayor, el de los
costos terribles de la aventura revolucionaria, y en ella ha que-
dado relegado un juicio que, en el exilio, no se alimentaba de las
evocaciones satisfechas sino de las sombras de la tragedia.
Ya se dijo, la formación de memorias y olvidos en el comienzo
de la democracia relegaba un tratamiento de la militancia de los
setenta. Esa omisión ha sido señalada por Sergio Bufano, un ex
combatiente que admite la reticencia y la escasa penetración crí-
tica de las revisiones a cargo de los que fueron protagonistas de
esa empresa. El relato del pasado desde la posición de víctimas ha
opacado y soslayado que también fueron protagonistas de esas lu-
chas.152 En el primer tiempo de la democracia se eludía el re-
cuerdo de las muertes y las víctimas producidas por las organiza-
ciones insurgentes: bastaba la condena general de ese otro
"demonio". El juicio a las cúpulas guerrilleras no despertó mayor
interés público y las denuncias de FAMUS (Familiares y Amigos
de los Muertos por la Subversión) quedaban desautorizadas en
tanto mezclaban en el mismo discurso la reivindicación de sus víc-
timas con la defensa de los jerarcas militares que estaban siendo
juzgados y que eran objeto del repudio público. 153 La versión con-
98 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

sensuada de la tragedia argentina, el Nunca más, que investigaba


los crímenes de Estado, sólo ofrecía una imagen global de la vio-
lencia insurgente. Todo el peso de la experiencia del pasado es-
taba congelado en la :revelación del horror, en las escenas terri-
bles de la tortura y la muerte, el descubrimiento de algunos restos
y los testimonios de los camposº No podía ser de otro modo, dada
la magnitud de los crímenes que se arrojaban sobre la conciencia
pública. Hubo algunas intervenciones excepcionales que enfoca-
ban esa otra escena, la violencia guerrillera, como los libros ya ci-
tados de Brocato y Giussani, escritos en el exilioº También un artí-
culo de Beatriz Sarlo, que en parte dialogaba con el pensamiento
del exilio e indagaba en las narraciones de la muerte de comba-
tientes montoneros. En el conocido texto en el que Rodolfo
Walsh imaginaba la muerte heroica de su hija Vicky y en la evoca-
ción de la muerte de Paco U rondo por Juan Gelman encontraba
una operación estética que plasmaba un "arte de morir', la expre-
sión sublime de la "muerte bella": "totalizante, estética, moral, la
violencia política se ha convertido en una religión"º Al mismo
tiempo, tangencialmente, emergía en ese análisis la práctica gue-
rrillera del asesinato, la muerte oscura y banal; la otra cara de esa
estética de la muerte propia, plasmada en las representaciones
trascendentes del martirio, era la pregunta, ya referida, sobre los
derechos de RuccL 154
Esos otros muertos, los producidos por la guerrilla, que estuvie-
ron menos relegados en las revisiones criticas del exilio, han re-
tornado. No alcanza con decir que los crímenes de la dictadura
son incomparablemente más gravesº En principio, se trata de pen-
sar los modos en que esas víctimas han sido evocadas, apropiadas
o denegadas en el presente. En la nueva discusión sobre los oríge-
nes de la violencia se trastoca una visión, corriente en la opinión
progresista, que ha descargado completamente las responsabilida-
des en el sistema de poder que terminó sosteniendo la última dic-
tadura. Además, la discusión toca un núcleo muy sensible de la
política y la memoria: la relación con la muerte. No se trata de una
discusión general sobre la violencia y la política, sino del pro-
blema ético y político planteado por una visión instrumental de la
muerte, la decisión de matar o morir, aun la justificación del ase-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 99

sinato, como una práctica común, incluso rutinaria. 155 Puede ob-
jetarse que es abusivo incluir a toda la militancia revolucionaria
en ese debate sobre la muerte. Es sabido que no toda fue comba-
tiente y armada; incluso, como se vio, hubo criticas muy severas a
la guerrilla desde la izquierda revolucionaria. Sin embargo, en el
programa de la revolución, tarde o temprano, llegaba el mo-
mento de la guerra; en ese sentido, los partidos armados resu-
mían y anticipaban ese núcleo duro, ese límite de la acción, el ob-
jetivo último de dar la muerte o de ofrendar la propia vida.

¿Por qué esa discusión no pudo abrirse a la salida de la dictadura?


En 1984 se vivía el cierre de un ciclo histórico y la apertura de
otro dominado por la figura, el mito si se quiere, de la democra-
cia como promesa y como futuro: el pasado, en bloque, era lo que
debía quedar atrás. Allí se constituyó una suerte de pacto frente al
horror que se revelaba ante la sociedad, plasmado en el informe
de la Conadep. Con él se rechazaba cualquier representación vio-
lenta de la política. También cambiaba la representación del Es-
tado: ya no aparato de dominación sino garantía de derechos y
polo de demanda de justicia. A la vez, se profundizaban ciertas
fracturas de la conciencia histórica, es decir, de la relación del
presente y el pasado significativo. ¿Qué podía retomarse de la ex-
periencia revolucionaria? Dos relatos se han sucedido, sin susti-
tuirse, en una versión purificada del período. El primero, estable-
cido en el Nunca más, hablaba de víctimas y, sobre todo, exhibía
aquellas que ofrecían un perfil más inocente: sacerdotes, adoles-
centes, monjas, embarazadas. S. Bufano, en el articulo citado, re-
cordaba que en el Juicio a las Juntas, frente a los interrogatorios
de los defensores, ninguno de los testigos admitió haber sido gue-
rrillero: notorios ex combatientes se presentaban sólo en el papel
de víctimas. 156 Obviamente, era parte de la estrategia del ministe-
rio público en el proceso de acusación; pero también respondía a
una sensibilidad social que se mostraba contraria a la aventura de
la lucha armada.
El otro relato, desde la década del noventa, ha buscado resti-
tuir la dimensión de la militancia y ha puesto de relieve las metas,
las virtudes personales, la abnegación y la entrega, o los estilos de
100 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

vida (eljuvenilismo) mucho más que las prácticas y las acciones.


El 30º aniversario de la dictadura, en marzo de 2006, mostró, en
general, esa mirada autocomplaciente, a cargo de la izquierda y
el progresismo, que destacaba tanto más los crímenes del Estado
dictatorial cuanto menos proclive se mostraba a admitir alguna
responsabilidad en la tragedia. Así es corno se han podido edifi-
car dos motivos mayores sobre la movilización y la acción política
de los setenta: la juventud de los protagonistas y los derechos de
las víctimas (desaparecidos, presos, exiliados). Se implantaba una
narrativa sobre esos años, según la cual hubo una generación de
jóvenes y de ella podían recuperarse los ideales, las expresiones
de una solidaridad generosa y el deseo de un mundo mejor. En
cambio, quedaba relegada o directamente suprimida la fe mili-
ciana, las prácticas de la muerte como medios habituales de la ac-
ción política y el mito (en el sentido soreliano) de la guerra revo-
lucionaria. A la salida de la dictadura, la experiencia de una
sociedad que se creía finalmente reconciliada se trasladaba a esa
visión pacificada de una militancia que no habría tenido otras ar-
mas que sus valores personales. Y, sobre todo, eludía el motivo
mayor de aquel mito: la certeza de una fractura irreversible en la
sociedad, que sólo podía resolverse mediante una violencia re-
dentora.
Firmenich y ~tros líderes montoneros buscaron acomodarse al
nuevo dima de la celebración democrática y quisieron presentar
las luchas guerrilleras como destinadas a alcanzar ese presente.
Habrían contribuido a la retirada de la dictadura, decían, y por lo
tanto querían ser reconocidos entre los promotores del nuevo ci-
clo. Pero nadie los tornó en serio. Alienados de la nueva sensibili-
dad política, a diferencia de otras expresiones de la izquierda
latinoamericana, como los Tupamaros en Uruguay, fueron inca-
paces de crear y mantener alguna corriente que pudiera inser-
tarse en el campo político. Sólo como figuras aisladas pudieron,
muchos, incorporarse al conglomerado heteróclito del pero-
nismo. Es muy claro que una democracia parlamentaria no era el
objetivo de las luchas revolucionarias. Así lo admite Luis Mattini,
en el caso del ERP, cuando cuenta el pasado de su organización y
extrae la conclusión correspondiente: ese proyecto fue derrotado,
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 101

política y militarmente, y la derrota política fue previa y además la


condición de la inevitable derrota militar:

En tal sentido, la instauración de la democracia, sin pe:r-


juicio del partido que gobierne y de las obvias ventajas
de este sistema institucional a las dictaduras, no tiene
para el pueblo nada que ver con aquel sueño de un so-
ciedad mejor sino con la resignación del mal menorº 157

Sólo a partir del reconocimiento de una fractura entre el pasado


y el presente se puede reabrir la discusión sobre las condiciones,
las ideas y las pasiones que se conjugaban en la militancia revolu-
cionaria. Hoy, los sentidos y las memorias mezcladas de ese pa-
sado ya no se presentan en bloque: hubo diversos pasados, recu-
perados desde diversos horizontes y proyectos, en un presente
que cambia. Las memorias de la militancia que se abrieron en los
noventa establecieron el molde de una recuperación personal, a
menudo idealizada, que hablaba de aventuras e ilusiones juveni-
les. Una extensa literatura testimonial buscaba restituir el sentido
de una experiencia que desbordaba la acción política y en la que
se ha evocado, a menudo con inocultable nostalgia, un modo de
vida, los afectos, las amistades y las costumbres. La militancia pa-
recía reducida a las virtudes privadas, de un modo que destacaba
la vida y eludía las prácticas, sobre todo el peso de la organiza-
ción. Mejor dicho, en ese género narrativo la organización podía
ser cuestionada porque sólo incluía a los dirigentes, desvaneci-
dos en la semblanza que entretejía una suerte de memoria de las
bases. Es el humor que predomina en el documental CazadMes de
utopías, que reconstruye la experiencia montonera sin mencio-
nar a los jefes ni las muertes producidas. 158 En la película, Capa-
rrós ofrece uno de los pocos testimonios que introducen una dis-
tancia, cierto extrañamiento, respecto de ese pasado que relata:
se compara con su abuelo republicano español e introduce la
cues.tión de la guerra. El abuelo había perdido una guerra, pero
lo que había defendido era algo que había seguido vigente y que
le permitía relatar esas luchas y justificar su participación en
ellas. En cambio, para Caparrós no había quedado nada: junto
102 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

con la derrota habían desaparecido el espacio y la opción por la


que luchaban. ¿Desde dónde revisar, incluso rehabilitar, esa ex-
periencia?159 El mismo Caparrós, en otra entrevista publicada en
esos años, argumentaba, en contra de lo que llamaba la "teologi-
zadón" de la revolución, que lo predominante en un movi-
miento colectivo de transformación es "un deseo, una voluntad
sin certezas"; y denunciaba la "degradación de las organizaciones
político-militares de los años setenta" para concluir que no le ha-
bría gustado vivir en un país donde hubiesen ganado los Monto-
neros.160
Sergio Caletti vuelve sobre la experiencia revolucionaria de los
setenta, casi treinta años después de sus intervenciones en Contro-
versia. Aunque hay muchos relatos, esa experiencia se ha hecho,
dice, "inenarrable" porque "lo que está roto es el sentido". Com-
para las diferencias, en el exilio, entre argentinos y chilenos, y en-
cuentra un contraste similar al que señalaba Caparrós con su
abuelo republicano: los chilenos podían seguir hablando, tal
como lo habían hecho en su patria; los revolucionarios argenti-
nos, en cambio, antes de la derrota, y como un fracaso mayor, "no
teníamos más horizonte". Encuentra en esa pérdida la razón no
sólo de la despolitización de la historia sino de la predilección, en
el recuerdo, de "la demencia, el horror, la perversión, lo absoluta-
mente extra-ordinario". 161
En efecto, lo eludido es la política como mundo y como prác-
tica, aunque no siempre se recuerde lo extraordinario. En el gé-
nero de la militancia como estilo de vida también aparecen los de-
talles cotidianos, incluso pintorescos. Lo que en todo caso está
ausente es la justificación de un derrotero, de las decisiones y las
responsabilidades, los programas y las consecuencias. A la pre-
gunta que plantea desde dónde pensar esa empresa, sus apuestas
y sus terribles costos, sólo se ha podido responder con la invoca-
ción de la "utopía", un término que con su radical vaguedad es la
encarnación misma de esa evocación sin contenidos. Los dirigen-
tes sobrevivientes (M. Firmenich, R Perdía, L. Mattini) han pro-
puesto sus evaluaciones políticas, autocríticas o justificatorias; han
edificado memorias recortadas, pragmáticas, determinadas en
gran medida por la posición política adoptada en el presente. Pa-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 103

rece que sólo los que fueron dirigentes han podido hablar de las
ideas, de la política y, a su modo, de la historia. Allí se revelaba
otra fractura, entre la política y la vida, entre la historia y la expe-
riencia; una escisión de memorias, entre el proyecto (los méto-
dos, los objetivos) y el recuerdo de la vida militante contada como
aventura personal de un grupo o una generación. La evocación
de la vida borraba la guerra. Por abajo, en el recuerdo acondicio-
nado a los nuevos tiempos, casi no queda nada del prestigio de los
guerreros. Las muertes simplemente sucedían y en todo caso reca-
ían sobre los errores de la conducción. Sin duda, la distancia en-
tre la conducción y las bases no era una pura construcción retros-
pectiva. Hay suficientes evidencias que muestran que había jefes
que decidían y mandaban y bases que obedecían. Pero era el aca-
tamiento de la moral de guerra: la obligación de la obediencia y la
subordinación eran decisiones elegidas. Que esa subordinación se
reforzara por el aura de los jefes, por las formas propias del culto
del coraje y de los muertos en combate, no hace sino mostrar la
común pertenencia de los jefes y los subordinados a una estruc-
tura de sensibilidad, a una cultura de grupo y una comunidad de
creencias. De modo que en esas operaciones de memoria que elu-
den el peso y la deuda de la guerra y la sangre derramada para
proyectar las responsabilidades en las dirigencias hay algo de la
posición del alma bella que denuncia el desorden pero rehúsa ver
su papel en éL
Algo está cambiando en ese régimen de memoria cuando los
muertos reaparecen en testimonios que van a contrapelo del hu-
mor reconciliado de la epopeya subjetiva. Es palpable el contraste
con el testimonio citado de Héctor Jouvé, que relata dos asesina-
tos, innecesarios y crueles, ejecutados por el EGP contra sus pro-
pios integrantes. El libro muy reciente de Ceferino Reato sobre el
asesinato de Rucci da cuenta de un cambio equivalente en la in-
vestigación periodística sobre los años setenta.1 62 Por el momento,
basta destacar que surge algo nuevo con el testimonio de Jouvé:
rompe con la autocomplacencia, incorpora una dimensión de
deuda por ese pasado y contribuye a conmemorar a esas otras víc-
timas, invisibles para las memorias militantes.
104 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

VIDAS REVOLUCIONARIAS

"Poner a la política en el puesto de mando" era una consigna


maoísta que todos repetían, pero que era aplicada de muy diver-
sas formas; en general, el sujeto pleno de ese mandato era la orga-
nización más que el individuo. El sentido, el alcance, de las prác-
ticas milicianas, en el marco de un enfrentamiento definido como
una guerra, no se desprende de una descripción de la vida coti-
diana de los jóvenes radicalizados. La profundidad de la fractura
que crecía y se manifestaba en esa contienda impiadosa no se de-
duce del anecdotario de los afectos, las pasiones y los vínculos que
pueblan las evocaciones del período. No se trata de desecharlas
sin más, sino de desconfiar de las continuidades y las suturas que
terminan englobando todo bajo una categoría engañosa: la mili-
tancia o, peor, el "setentismo". Ése es el problema con la mayor
parte de lo que se ha incluido en el rubro "memorias de la mili-
tancia": la autobiografía y una razón política casi exclusivamente
volcada al pasado aplasta el trabajo de la conciencia histórica y en-
ajena un horizonte abierto al porvenir. Las historias de vida pue-
den decir mucho sobre la cultura encarnada en prácticas sociales
y corporales, pueden incluso contribuir a una etnografía de la
vida política o juvenil, pero dicen poco sobre la metodología, los
procedimientos, las prácticas organizadas e instituidas en ese esce-
nario de guerra. En verdad, un análisis de la cultura combatiente
es otra cosa y no se resume en el fresco de la vida cotidiana, así
como las modalidades de las prácticas represivas, de interrogato-
rio y de exterminio, desarrolladas por los jóvenes oficiales que
combatían a la guerrilla, no se revelan en una relación de conti-
nuidad con su vida afectiva cotidiana, ni siquiera con la etnografía
de la vida del cuartel. Queda mucho por investigar, si se trata de
un análisis histórico de un dispositivo práctico, de una organiza-
ción de mando y de combate, de las ideas, los proyectos y los mé-
todos, de los objetivos, los efectos (incluso los no deseados) y las
consecuencias. En una narrativa que busca el sentido de esas prác-
ticas en las correlaciones entre pasiones públicas y vida privada se
corre el riesgo, para decirlo en términos de Hannah Arendt, de
que el "mundo de la vida" (dominado por las formas familiares)
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 105

oculte y deforme, en lugar de revelar, la dimensión eminente-


mente política de la acción. 163
Es lo que se advierte en un libro de testimonios, Mujeres guerri-
fleras, en el que, a pesar de lo que el título promete, casi no apa-
recen las armas. 164 El mundo de la vida sepulta la política y el yo
pleno de la narración testimonial ofrece un sustento débil o direc-
tamente engañoso acerca de las razones históricas y doctrinarias
de la acción. En esos relatos, que exploran la militancia femenina
desde una perspectiva de género, los choques conciernen casi
siempre al ámbito personal: los afectos, la sexualidad, el complejo
de los vínculos maternos, los hijos, solían ser la ocasión de resis-
tencias y desviaciones respecto de la disciplina militar que, con un
éxito relativo, buscaba imponer la organización. En efecto, eran
las expresiones de una vida normal y corriente, alejadas de la esta-
tura heroica del combatiente esencial que era, por definición, ex-
cepcional. No había, no podía haber, heroicidad en la vida común
y corriente, en la que todos los jóvenes, las madres o las parejas se
parecen, más allá de la política y la ideología. Lo que se revela en
esas historias es un doble escenario, conflictivo, incluso escindido,
entre la vida privada y cotidiana y las exigencias de una militancia
que imponía deberes, tareas, una moral y hasta una visión del
mundo.
Llegados a este punto, cabe preguntar: ¿qué es un militante?, o
mejor, ¿qué es un soldado? Sobre todo, ¿cuándo y en qué circuns-
tancias se es un militante o un soldado?, ¿qué actos, conductas,
decisiones, pasiones, deben ser legítimamente incluidos en el ru-
bro de una obra o de una acción militante revolucionaria? El gé-
nero de las historias de la militancia suele ahorrarse una mayor
precisión sobre este punto. En la vida militar, alguien es un sol-
dado sólo en el marco de la organización, de las tareas y las ruti-
nas, del sistema de controles y mandos; se deja de ser soldado
fuera del ejército, en la vida cotidiana de padre, esposo o vecino.
¿Es diferente el caso del soldado de la revolución? La respuesta no
es simple. Es diferente en tanto la doctrina y los mandatos de la
militancia, en la senda del guevarismo, insistían en una conver-
sión personal más radical que las apelaciones castrenses a la moral
integral del soldado. La idea de un renacimiento subjetivo parecía
106 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

no dejar nada por fuera de las obligaciones que definían una


identidad y un objetivo revolucionario. Pero, al mismo tiempo,
dado que, nuevos o viejos, eran hombres y mujeres de carne y
hueso, esa figura heroica resultaba incompatible con la vida. El
hombre nuevo era finalmente el héroe, y el héroe era sobre todo
(allí está el ejemplo insuperable del Che) el que dio su vida por la
revolución. El nuevo hombre, al menos hasta la victoria, se encar-
naba en el héroe muerto, porque sólo una muerte heroica termi-
naba de completar y suturar el sentido de esa militancia en una
imago compacta, sin defectos. Volveré sobre esta cuestión, pero
me interesa resaltar que los mandatos últimos de la organización
eran de cumplimiento casi imposible para los vivos y sólo encon-
traban su realización plena en el culto a los caídos. 165
Las historias de vida muestran que esa visión integrista de lapo-
lítica y la militancia imponía la detección, amplificada incluso, de
las fisuras y los pequeños conflictos en las situaciones corrientes.
En el proyecto de una formación humana total, los objetivos ra-
cionales, los programas y formas de la organización, los criterios
administrativos, es decir, la institución, se llevaban mal con las as-
piraciones y las experiencias de transformación personal, la pleni-
tud emocional, en fin, el peso de un orden de afectos y pasiones.
En el límite, en el grupo político-militar se conjugaba la reunión
casi imposible de una organización instrumental (Partido o Ejér-
cito) y una familia sustituta. En el nivel de la doctrina o los enun-
ciados explícitos, parecía que no había forma de separar las obli-
gaciones derivadas de la pertenencia a la organización y las tramas
y decisiones de la vida privada. Sin embargo, si algo se pone en
evidencia en las producciones testimoniales es que había un am-
plio espacio para la expresión de una vida personal que no estaba
directamente regida por el sistema de mandos de la organización.
Que surgieran allí conflictos, resistencias, desviaciones, muestra
justamente que había una escisión posible entre la subordinación
militante y el juego de las libertades, incluso de las rebeldías. En
las evocacione-~ ya citadas, incluidas en La voluntad, se revela esa
duplicidad en la relación con la organización y con los jefes, que
llegaba hasta el disimulo y la impostura, y casi nunca se exponía
como una discrepancia franca. 166 No digo que no haya habido di-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA l 07

sidencias y rupturas, sólo que esa dimensión de la experiencia mi-


litante no ha sido casi explorada, ni en clave historiográfica ni en
la literatura testimonial. Por ejemplo, no ha habido indagaciones
enfocadas a las condiciones y los debates que llevaron a la fractura
de la tendencia revolucionaria y el nacimiento de laJP "Lealtad",
luego del asesinato de Rucci. 167
Las paradojas, o las indecisiones, en las formas de recuperar y,
sobre todo, valorar esa experiencia se asientan en esa composición
mezclada, que disuelve las obligaciones respecto de la organiza-
ción en las escenas intensas de la vida privada. Pero la militancia
era una tarea que dependía de un grupo profesional, previamente
entrenado, sostenida en normas y rutinas. Los manuales, los pro-
gramas de formación, los códigos normativos dicen más sobre las
prácticas militantes que los relatos y las novelas personales. 168 Hay
un tema soslayado en los relatos, el proceso de profesionalización
del militante, que llevaba a la conformación de una organización
de cuadros cada vez más separada de sus raíces sociales y de su
propio grupo de base. Sergio Bufano describe la lógica perversa
de un crecimiento de militantes profesionales (elegidos sobre
todo por su coraje y su gusto por las armas) que dependían econó-
micamente del partido; para sostenerlos se requería que la organi-
zación dedicara cada vez más tiempo y recursos a operativos desti-
nados a capturar los fondos necesarios. Eso no solamente creaba
jerarquías y privilegios, también determinaba, en los cuadros, una
subordinación estricta que dependía no sólo de la adhesión a la lí-
nea y del encierro progresivo en un sistema total de obligaciones y
de rutinas, sino de la necesidad de resguardar esa renta. Conver-
tidos en "marginales", cada vez menos capaces de ganarse la vida
de otra manera, el dinero (y la amenaza de perderlo) se convertía
en un elemento central del sistema de disciplinamiento que preve-
nía las disidencias. 169 Por otra parte, en la medida en que se pro-
fundizaba el encierro en una actividad de tiempo completo, ais-
lada de influencias externas al grupo e impedida de la interacción
potencialmente correctora con otras ideas, se consolidaba una
modalidad de acción ciega a la realidad e impermeable a la crí-
tica. En su análisis del frustrado asalto guerrillero al cuartel de La
Tablada, en 1989, Claudia Hilb muestra bien a qué extremos de
l 08 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

alienación puede conducir un "microdima conspirativo", fundado


en la dinámica de una secta, cuando se agrega la fascinación por
las armas y la sangre. 170 La dinámica de la secta política como una
"forma de organización específica", caracterizada por una "pervi-
vencia de lo sagrado", ha sido desentrañada por Horado Tarcus
en un análisis exhaustivo y convincente. 171 Sin embargo, esa confi-
guración social y subjetiva, que ha sustentado diversos ernprendi-
mientos políticos, religiosos o estéticos, no alcanza a explicar la
captura de la acción por los mitos de la violencia y la muerte puri-
ficadora. En mi libro anterior retorné las tesis del derrumbe civiliza-
torio, que Norbet Elias aplicó al estudio del nazismo, no tanto
como una dave explicativa sino para señalar una dimensión no ex-
plorada de la barbarización y degradación moral de la política. 172
Pero hay que admitir que el pasaje al acto y las formas despiadadas
de la guerra y la venganza ( en las modalidades de la represión de
la insurgencia y en las rutinas guerrilleras) dejan muchas pregun-
tas abiertas para al análisis histórico.
El programa, la metodología y las rutinas de las organizaciones
guerrilleras no se resumían en la consigna de cambiar la vida,
sino que se proponían tomar el poder en una escalada de guerra
que incluía recursos del arsenal del terrorismo, sobre todo el ase-
sinato político como una práctica incorporada a la acción revolu-
cionaria. Cuando el juicio sobre el pasado pone su mira en las ac-
ciones y sus consecuencias, se altera la significación de esa misma
vida que era evocada bajo las formas de la abnegación, la entrega
y la generosidad. La insistencia en los tópicos de la vida intensa
tiende a encubrir una práctica de la muerte: "vivir peligrosa-
mente", hay que recordarlo, también era parte de las herencias
del fascismo. Es cierto que sólo una minoría de cuadros profesio-
nales entrenados llevaba a cabo las acciones armadas, pero si se
pone el foco analítico en la organización, en la sensibilidad, en la
imaginación incluso, se revela una configuración común que co-
munica, más que separa, la cúpula y las bases. El asesinato de José
Rucci, que fue el detonante de la creación de la Triple A, pudo
haber sido decidido por dirigentes que no consultaron a sus ba-
ses, pero lo cierto es que había sido anticipado en consignas core-
adas por miles de voces . 173 Ni ese asesinato ni el de Arturo Mor
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 109

Roig, que fueron una sorpresa para muchos militantes, generaron


disidencias públicas en la organización. Como una muestra de la
mencionada duplicidad, militantes montoneros en la ur:_iversi-
dad, que mostraron internamente su desacuerdo con la ejecución
del dirigente radical, no sólo terminaron acatando la decisión
sino que, por exigencia de sus jefes, extremaron su capacidad y su
inventiva en la creación del cantito innoble que después corearon
cientos de jóvenes: "Oy, oy, oy, oy, qué contento estoy./ Oy, oy, oy,
oy, qué contento estoy./ Vivan los Montoneros/ que mataron a
Mor Roig". 174 Los ejemplos podrían continuar. La entronización
de los métodos de acción directa y la sacralización de la violencia
y las armas como fundamento y herramienta de la política eran
un suelo común de creencias compartido por la dirigencia y los
militantes rasos.
Finalmente, el único escenario de victoria en la lucha revolucio-
naria ha quedado situado en la pasión y la epopeya moral subje-
tiva. Es lo que resalta en las reescrituras sucesivas con que Mattini
ha narrado y a la vez juzgado su trayectoria y la de su grupo revo-
lucionario, el PRT-ERP.175 Testigo privilegiado y muy lúcido, pu-
blicó su obra en 1988 y ha incluido, hasta hoy, dos agregados: un
nuevo prólogo, en 1995, y un prólogo-epílogo en 2003. En el pri-
mer prólogo (1988) se trataba de un pasado "no acabado", con
vistas a un presente en el que continuaba vigente "el proyecto de
liberación nacional y social". En el segundo prólogo (1995), Mat-
tini ha tomado nota de los cambios históricos, sobre todo en el
mundo socialista. Incluye una crítica de la visión determinista de
la historia, dominada por dos núcleos que ahora ha abandonado:
primero, la idea de vivir en el tiempo de un "tránsito del capita-
lismo al socialismo", y, segundo, la función de "un sujeto histórico
'sustancial' determinado por su papel en la producción material",
es decir, el proletariado industriaL ¿Qué es lo que habría que-
dado, dicho en. sus propios términos, después de la derrota polí-
tica y militar del proyecto emancipador? Reponía entonces, no sin
nostalgia, un "paradigma" de esos años, que ya no estaría vigente,
en el que resaltaba la idea de la acción, o más bien la correspon-
dencia entre el pensamiento y la acción, la "fidelidad al compro-
miso" (que supone arriesgar la vida) y el "espíritu del Che": todo
11 O SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

se reduce ahora a la rebeldía como "modelo ético-político". La he-


rencia de esa experiencia terrible y costosa tiene poco que ofrecer
a una acción política concertada: se sitúa en el plano de los suje-
tos, de los valores y las virtudes privadas que habrían fundado una
elite moral. Finalmente, en 2003, vuelve sobre su escrito desde
una posición que acentúa aún más el giro subjetivo; rompe defini-
tivamente con las premisas básicas que habían dominado tanto su
actuación en la organización revolucionaria como la propia escri-
tura del libro que viene a prologar. Ahora reniega de la idea del
"asalto al poder" y por lo tanto del aparato para la torna del poder,
es decir, el partido leninista. Y es claro que ya no queda espacio en
esa reconstrucción para la estrategia de la organización armada.
En términos foucaultianos, el poder se separa del aparato coerci-
tivo y es concebido como una "relación social", un "entretejido
que atraviesa toda la sociedad". Por consiguiente, el sujeto ya no
está predeterminado en la historia por su ubicación en el proceso
social material: adiós al proletariado. Lo que no cambia es la
exaltación de la subjetividad y el rescate de la pasión y el deseo
corno "motores del hacer". La idea de la revolución ha cambiado
hasta hacerse irreconocible para el humor de los setenta: cada lu-
cha es una rebelión contra la injusticia en concreto; el comu-
nismo es "libertario" en el punto de partida y no de llegada; la ca-
tegoría revolucionaria no es una identidad adquirida sino que se
plantea "en acto", etc. 176 Las sucesivas reescrituras del relato re-
volucionario convierten al libro de Mattini en un ejemplo revela-
dor y excepcional de la historicidad de las memorias de la mili-
tancia y del modo en que se transforma la significación del
pasado a medida que cambia, en el presente, el horizonte de ex-
pectativas. Probablemente, la radicalidad de esos cambios de posi-
ción respecto de la tradición revolucionaria no sea representativa
del camino adoptado por otros protagonistas de la aventura gue-
rrillera. Sin embargo, muestra ese retorno sobre el sujeto, sus po-
deres y sus pasiones, aunque lo haga de un modo que busca, a
partir de nuevas premisas, relanzar el proyecto de una política
emancipa to ria.
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA l l l

"LA NOCHE DE LOS LÁPICES"

Un ejemplo, en la primera formación de una memoria política en


democracia, de la denegación de las armas en la militancia revo-
lucionaria se revela en la narración establecida de "la noche de
los lápices", emblema de las víctimas inocentes, es decir, despega-
das de cualquier asociación con el terrorismo. Todavía hoy ese
episodio es presentado y conmemorado como un ataque brutal
contra un grupo de adolescentes que luchaban por el boleto estu-
diantil, cuando, en verdad, fue un operativo contra un grupo
montonero. 177 Las dirigentes de la Unión de Estudiantes Secun-
darios (UES) más conocidas, María Clara Ciochini y María Clau-
dia Falcone, secuestradas y asesinadas, estaban armadas; en el de-
partamento en el que fueron capturadas había armas y explosivos,
de acuerdo con el testimonio de Jorge Falcone: "no fuimos pere-
jiles, como dice la película de Héctor Olivera; en el departamento
donde cayó mi hermana guardábamos el arsenal de la UES de La
Plata". 178 Con él coincide Emilce Moler, otra de las sobrevivientes:
"No creo que a mí me detuvieran por el boleto secundario, en
esas marchas yo estaba en la última fila. Esa lucha fue en el año 75
[ ... ] Todos los chicos que están desaparecidos pertenecían a la
UES".179
No hay atenuantes para los crímenes del secuestro, la tortura y
el asesinato, pero reconocer los verdaderos objetivos del opera-
tivo aporta otra luz sobre lo sucedido. Fueron masacradas por su
pertenencia a una organización política combatiente, en una ac-
ción represiva ilegal que buscaba desmantelar todos los frentes
de lucha de la organización, incluido el de los estudiantes secun-
darios.
En los comienzos de la democracia, la narración oficial, ex-
puesta en el libro de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez, y en la
película de Héctor Olivera, encontraba en los jóvenes asesinados
un emblema para exhibir el terror.1 80 Aplicada a los adolescentes,
mantenía algo del clisé de una existencia juvenil escindida res-
pecto del mundo de los adultos. El discurso reaccionario de la dic-
tadura ya había establecido ese rasgo diferencial: ponía el acento
en la inmadurez y la condición manipulable de los jóvenes para
112 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

impulsar un programa de control a cargo de los padres. "¿Usted


sabe dónde está su hijo ahora?" era una fórmula que condensaba
ese objetivo de vigilancia. 1 n la recuperación juvenilista de lamo-
vilización estudiantil, esa m.sma separación adquiría un matiz po-
sitivo, la inocencia equivaldáa a la falta de cálculo, la ausencia de
una posición establecida en el orden social, el desinterés y la ge-
nerosidad. Retrospectivame. ite se ha establecido una significación
que ha convertido a las victimas en figuras de identificación; in-
duso han ingresado a los rituales escolares con la celebración
anual del "Día del secundario" en la fecha en que fueron secues-
trados.181
Los primeros cuestionamientos a ese relato idealizado han pro-
venido de quienes, como Jorge Falcone, se han propuesto recor-
dar el carácter combatiente del grupo o al menos de sus figuras
más conocidas. En 1996, en un homenaje a los estudiantes asesi-
nados, realizado en el Colegio Nacional Buenos Aires, se ofrecía
otra narración:

Durante mucho tiempo, parec10 más conveniente -o


más presentable, si se quiere- decir que los estudiantes
desaparecidos luchaban por el boleto estudiantil y diluir
sus anhelos revolucionarios en pequeñas demandas gre-
miales. Era como si reivindicar su militancia los hiciera
menos inocentes, menos defendibles. 182

En los tiempos que corren la versión oficial ya no satisface a na-


die. ]\Jo satisface la aspiración de quienes proponen homenajear a
los caídos como combatientes revolucionarios ni la de quienes
quieren investigar y pensar las condiciones de la masacre desenca-
denada por el terrorismo de Estado. En verdad, ilustra un régi-
men de verdad disociado: hubo un crimen inexcusable en la ac-
ción de las Fuerzas Armadas que usurpaban las funciones
estatales; pero ese contenido de verdad no puede articularse o
coexistir con otro (la militancia revolucionaria y la violencia gue-
rrillera) que ilumina el contexto y el sentido de esa acción: una
operación represiva ilegal, que formaba parte de un plan sistemá-
tico de aniquilación, no de adolescentes rebeldes, sino de la gue-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 113

rrilla peronista; una continuación desmesurada y criminal de una


decisión que había nacido en el círculo del general Perón.
Esa narración, además, ha sido utilizada con fines pedagógicos
en colegios secundarios, en los que la película de Olivera es pro-
yectada para ilustrar qué y cómo fue la dictadura. Sin duda, el epi-
sodio puede servir para plantear preguntas e indagar el papel del
Estado, de las fuerzas de seguridad, el aparato de la justicia, in-
cluso las condiciones del sistema educativo; y desde luego, las con-
diciones previas, los conflictos y formas de la lucha política, inclu-
yendo las posiciones de los grupos juveniles. Pero un objetivo
pedagógico crítico, que promueva la posibilidad de pensar esa ex-
periencia, no es compatible con esa versión novelada que sólo ve
los crímenes como expresión del mal absoluto, separados de un
marco histórico. Explorar las condiciones del episodio significa
mostrar que pudo haberse evitado de haber mediado otras res-
puestas por parte del Estado, de las dirigencias políticas y sociales
y de la sociedad, incluidos los jóvenes. En efecto, las preguntas
más acuciantes, capaces de intervenir sobre la conciencia histó-
rica, son las que se orientan a indagar en los desempeños, no de
esas figuras que encarnan el Mal, sino de los otros más cercanos:
políticos,jueces, docentes, funcionarios estatales. ¿Qué podría ha-
berse hecho y no se hizo para evitar lo sucedido? Ése es el enfo-
que que domina en la pedagogía del Holocausto. 183 Una exigen-
cia de las bases documentales o los relatos aportados es que sean
capaces de sostener las preguntas y estimulen la indagación, que
promuevan una práctica de saber para pensar ese pasado. Las pre-
guntas deberían incluir la cuestión de las responsabilidades y las
deudas, los objetivos y los métodos de las luchas de un modo que
no termine imponiendo otra versión de la leyenda de la inocen-
cia. El sentido de esas luchas no se reduce al clisé de los jóvenes
que buscaban un mundo mejor. Las preguntas pertinentes abar-
can además las armas y los explosivos que formaban parte de esa
historia e incluyen también las formas, las prácticas y las decisio-
nes de la organización Montoneros, de la que eran miembros los
asesinados. ¿Cómo y por qué esos adolescentes disponían de un
arsenal? ¿Por qué y para qué la UES, una organización de estu-
diantes secundarios, debía tener armas? Ya no alcanza con los mi-
114 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

tos tranquilizadores y reafirmadores de las propias certezas si se


trata de incluir el trabajo de la historia en una perspectiva crítica
y esclarecedora que incluya una dimensión de autoindagación.

Creo que asistimos a un cambio en el régimen de memoria de la ex-


periencia de los setenta. Y en la nueva formación se hace más difí-
cil mantener una evocación que apele a la figura de la juventud y
a los tópicos del idealismo de los fines. En la declinación de la le-
yenda de los adolescentes que murieron por el boleto estudiantil
se advierte algo similar a la polémica, ya mencionada, desatada
por la intervención de Osear del Barco sobre los asesinatos come-
tidos por la primera guerrilla guevarista: se termina cierta edad de
la inocencia y emergen, de diversas maneras, del lado de las prác-
ticas revolucionarias, las cuestiones de la responsabilidad, la rela-
ción con el terror y con la muerte, la imposibilidad de separar los
medios de los fines. Ya no es posible silenciar ese debate con el ar-
gumento de que puede ser usado para reivindicar la masacre cri-
minal desatada por las Fuerzas Armadas, ni vale agitar el espan-
tajo de los "dos demonios". Hay una nueva producción de la
memoria escrita, de la investigación y el ensayo históricos que in-
cluye construcciones variadas. Hay recuperaciones reivindicativas
de una fidelidad compacta: historias de héroes y homenajes a los
militantes caídos, autocríticas políticas que buscan analizar las
condiciones de una derrota, trabajos académicos y rememoracio-
nes familiares, memorias de grupos,justificaciones y tomas de po-
sición que, en muchos casos, tienden a la autorreferencialidad y la
autocomplacencia. También han surgido narraciones que buscan
el costado romántico o épico y mezclan la fascinación por la ac-
ción y el coraje con una sensibilidad propia de estos años: un inte-
rés casi etnográfico por la vida cotidiana de los militantes. Lo des-
tacable es que la violencia política ejercida por las formaciones
insurgentes ya no es, como en el nacimiento de la democracia,
sólo un pasado rechazado en bloque ( que era lo que hacía equi-
parables el terrorismo de Estado y el terrorismo guerrillero), y los
muertos no son sólo víctimas que deben ser honradas como tales.
En el régimen del Nunca más -y en las promesas de la democra-
cia-, tensionado hacia el futuro, los muertos no tenían casi nada
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA l 15

que enseñar. Lo que cambia en los nuevos sentidos que afloran en


la polémica desatada por del Barco o en las revisiones de "la no-
che de los lápices" es la distinta posición de los muertos. De un
lado, en las memorias combatientes, ya no están sólo las víctimas,
sino los héroes o los mártires, sobre los que se puede fundar una
memoria identitaria o edificar diversos mitos políticos. Del otro,
en la indagación sobre las responsabilidades de la guerrilla, ya no
están sólo los muertos por la dictadura sino la sangre derramada
por las armas que se esgrimían en nombre de la justicia y de un
mundo nuevo.

EL CREPÚSCULO DE LOS "DOS DEMONIOS"

La llamada "teoría de los dos demonios" condensa diversos senti-


dos que no se han mantenido invariables desde 1983. En lo que
me interesa destacar aquí, como representación de la violencia
política, la figura de los dos terrorismos ha nacido, como se vio, bas-
tante antes de las circunstancias del Juicio a las Juntas y la difusión
del Nunca más. Sólo a costa de un enorme vaciamiento de la expe-
riencia y la memoria políticas ha podido imputarse a Ernesto Sa-
bato y la Conadep la creación de una visión bipolar de la violencia
que estaba ampliamente instalada en el discurso político y en la
opinión pública desde, por lo menos, 1974. Esa figura duplicada
e interactiva fue acuñada y extensamente reiterada en pronuncia-
mientos diversos: de Perón y el peronismo, los partidos políticos
(la UCR y el PC), la izquierda ( comunista, maoísta y trotskista), la
Iglesia, etc. 184 La condena al terrorismo "de ambos signos" era
una fórmula habitual en los años previos a 1976, a partir de la
aparición de la Triple A. A veces se extremaba la equiparación,
co:no en la expresión de Jorge Abelardo Ramos, en 1974: "asesi-
nos de ambos bandos"; en otras se admitía que era más grave el de
las bandas paraestatales y con frecuencia se acusaba a la guerrilla
de ser la iniciadora de una escalada imparable. 185 En general, for-
maba parte de un discurso político que no nacía en la derecha
sino en la izquierda progresista y el centro liberal, desde el radica-
lismo a la izquierda reformista, incluyendo el PC. Partía de una
l 16 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

condena general al terrorismo, pero a menudo el peso recaía so-


bre las acciones de la guerrilla, no porque se las considerara más
graves sino porque se pensaba que venían a reforzar y justificar la
estrategia de quienes pugnaban por la intervención directa de las
Fuerzas Armadas. Ése era el saldo que se extraía de la reciente ex-
periencia chilena: el acoso de la ultraizquierda sobre el programa
del presidente Allende había finalmente contribuido a crear las
condiciones para el golpe de Pinochet. Eric Hobsbawm ha reto-
mado, años después, el motivo de esa dialéctica perversa para ca-
racterizar las consecuencias catastróficas de la estrategia insur-
gen te: la "escalada mutua del terror y el contra-terror" no
conduce a que las masas se incorporen a la lucha revolucionaria
sino a la profundización de la represión. 186 Una primera repre-
sentación bifronte del terrorismo, como se vio, había sido expre-
sada por Perón en su visión del golpe militar en Chile, para justi-
ficar las medidas represivas que, a su juicio, no había tomado
Salvador Allende. En 1974, se presentaba como un espectador
ajeno a la violencia que denunciaba en la sociedad, y frente a una
pregunta de Ana Guzzetti, de El Mundo ( órgano del PRT-ERP),
que lo interrogaba sobre los grupos parapoliciales, respondía:

Esos son asuntos policiales que están provocados por la


ultraizquierda y por la ultraderecha; la ultraizquierda
que son ustedes (señalando a los periodistas) y la ultra-
derecha que son los otros. De manera que arréglense en-
tre ustedes. 187

Es cierto que algunos jefes militares emplearon la misma fórmula,


antes y después de 1976, como justificación de una intervención
que devolviera al Estado el monopolio de la violencia, bajo la con-
signa del orden; pero no la crearon. Era un tópico de la crítica
progresista a la violencia política que se consolidaría en el movi-
miento de los derechos humanos. Emilio Mignone recordaba que
la expresión se usó durante años en la APDH. 188 Importa restituir
algo de lo suprimido en la conciencia histórica del movimiento
humanista: la fórmula de los dos terrorismos encontró arraigo y
difusión en esa tradición discursiva y desde allí llegó al prólogo
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 117

del Nunca más, a través, probablemente, de Ernesto Sabato, una fi-


gura intelectual que había acompañado públicamente los pro-
nunciamientos inspirados en la defensa de los derechos humanos
desde los años setenta.

LA ASAMBLEA PERMANENTE POR LOS DERECHOS HUMANOS (APDH)


Y LA COMISIÓN INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS (CIDH)

.Antes que respaldar o rechazar la interpretación histórica, simpli-


ficadora y básicamente errónea, del ciclo de la violencia política
por la figura de los "dos demonios", es preciso situarla en sus con-
diciones de surgimiento. Sobre todo, para prevenirse del error
tan extendido de presentar a E. Sabato ( o a Raúl Alfonsín o a An-
tonio Tróccoli) como el/los inventor/ es solitario/s y exclusivo/s
de una ocurrencia sin raíces. Vale la pena una breve incursión so-
bre las fuentes, en este caso de la APDH, que era la entidad de de-
rechos humanos más importante en los comienzos de la dictadura
y de la que surgieron varios de los integrantes de la Conadep.
Creada en diciembre de 1975, los objetivos de la Asamblea propo-
nían un compromiso universal con los derechos humanos y ex-
presaban una condena general del terrorismo. En el "Acta de
Fundación" los redamos se referían sobre todo al Estado ( deteni-
dos sin causa judicial) y a los crímenes que involucraban a secto-
res paraestatales; pero la condena al "terrorismo de todo signo" ya
estaba en la carta pública dirigida al presidente de facto, general
Jorge Videla, en mayo de 1978. 189 El Informe de la Mesa Ejecutiva
de diciembre de 1979 se dedicaba centralmente a la situación de
los desaparecidos, los presos sin proceso y los "apremios ilegales",
pero agregaba: "hemos sido fieles en el repudio de todo terro-
rismo, provenga de donde proviniera y sean quienes fueran sus
víctimas". E insistía en reclamar "una acción decidida para erradi-
car toda forma de terrorismo y encauzar por los canales que co-
rresponden todo proceso de represión y orden", Finalmente, en
el mismo folleto se incluía una "Declaración de la APDH" que al
tiempo que destacaba el carácter "pluralista en lo político e ideo-
lógico, ecuménico y multisectorial", y el "ideario humanista y de-
118 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

mocrático" de la entidad, expresaba el "inequívoco repudio que la


Asamblea ha manifestado siempre frente al terrorismo de todo
signo, actitud que se ha expresado públicamente sin ninguna dis-
criminación en la condenación de los actos terroristas que han
ocurrido en nuestro país". 19 º
Por otra parte, la figura de una violencia de dos caras era cen-
tral en el Informe de la CIDH, que la Asamblea dio a conocer par-
cialmente a través de varios folletos. 191 Dice el Informe:

El origen del fenómeno de los desaparecidos, la forma


en que se produjeron las desapariciones y el impresio-
nante número de víctimas alcanzadas están íntimamente
ligados al proceso histórico vivido por la Argentina en
los últimos años, en especial a la lucha organizada en
contra de la subversión. La violencia ejercida por los gru-
pos terroristas encontró una similar y aún más enérgica
respuesta por parte de los aparatos de seguridad del Es-
tado que ocasionó graves abusos al intentarse suprimir la
subversión prescindiendo de toda consideración moral y
legaJ.192

Si la "teoría de los dos demonios" es la interpretación histórica


que explica el terrorismo de Estado por la acción previa de los
grupos insurgentes, hay que reconocer que está ya expuesta en
esa caracterización. Es fácil advertir la similitud con los primeros
párrafos del "Prólogo" del Nunca más: "Durante la década de los
setenta la Argentina fue convulsionada por un terror que prove-
nía tanto desde la extrema derecha como de la extrema iz-
quierda". Sigue la mención a Italia, que combatió a las Brigadas
Rojas sin afectar el estado de derecho, y agrega:

No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de


los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un
terrorismo infinitamente peor que el combatido [ ... ] .193

La "situación provocada por el terrorismo y la subversión" era


mencionada en el Informe de la CIDH para referirse a las circuns-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 119

tandas invocadas por los jefes de las Fuerzas Armadas para justifi-
car su desempeño. Pero también decía:

[La CIDH] tuvo oportunidad de discutir este tema du-


rante su observación in loco con las diversas entidades
políticas, sociales, religiosas, de defensa de los derechos
humanos, sindicales, empresariales, con las que se entre-
vistó. Si bien entre tales entidades pudo advertir una dis-
crepancia en cuanto a su interpretación de la legitimi-
dad de los métodos empleados para reprimir el
terrorismo y la subversión, a la vez, pudo constatar una
amplia coincidencia en cuanto a la existencia del fenó-
meno terrorista y a los daños causados por sus acciones.

Destacaba que la investigación de delitos cometidos por particula-


res no era de su competencia, y que sólo "le corresponde proteger
a las personas cuyos derechos han sido lesionados por los agentes
u órganos del Estado". Pero también incluía un pronunciamiento
sobre una cuestión muy importante, reiterada en el citado "Pró-
logo" de 1984, la prerrogativa, más aún, la obligación estatal de
reprimir los delitos del terrorismo insurgente por medios legales:

La Comisión reiteradamente ha subrayado la obligación


que tienen los gobiernos de mantener el orden público y
la seguridad personal de los habitantes del país. Con tal
objeto, los gobiernos deben prevenir y reprimir, aun enér-
gicamente, los actos de violencia, ya sea que quienes los
cometan sean funcionarios públicos o personas privadas,
ya sea que sus motivaciones sean de orden político o no.

Incluso se permitía aconsejar acerca de la mejor manera de actuar


frente a esa violencia:

Cada gobierno que enfrenta una amenaza subversiva


debe, pues, escoger entre, por una parte, el camino del
respeto al imperio del derecho, o por otra parte, caer en
el terrorismo estatal. Cuando un gobierno goza de un
120 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

amplio apoyo popular, la escogencia del primer método


será siempre exitosa, como lo han demostrado varios
países, tanto en el pasado distante como en el más re-
ciente.194

Esa posición (que la guerrilla debía ser reprimida por medios le-
gales) había sido mayoritaria en las fuerzas políticas y en la opi-
nión pública en el período previo y posterior al golpe de 1976: fue
expuesta por Perón (que en los hechos se mostró tolerante con
formas menos legales de represión), por el PC y sectores de la lla-
mada "izquierda nacional", el radicalismo y la propia APDH. Fue
la posición del Partido Justicialista, expuesta por Bittel ante la
CIDH. En fin, nadie, en conocimiento de estos antecedentes, po-
dría sorprenderse de la decisión de Alfonsín de enjuiciar a las cú-
pulas guerrilleras por los crímenes cometidos a partir de 1973,
durante un gobierno constitucional, ni de la mención explícita,
incluida en el "Prólogo" citado, a la represión legal de la guerrilla,
cuando se contrastaba el ejemplo italiano con el terrorismo de Es-
tado impuesto por los militares argentinos.

LA SECRETARÍA DE DERECHOS HUMANOS CONTRA LOS DEMONIOS

Queda mucho por investigar acerca del primer círculo de elabo-


ración de un discurso público sobre los derechos humanos, sus
desplazamientos y torsiones posteriores. Me he limitado a los pro-
nunciamientos sobre la violencia insurgente para señalar los evi-
dentes paralelos con las proposiciones incluidas en el "Prólogo",
de noviembre 1984, sobre el "terror de ultraizquierda" y la repre-
sión ilegal. Volver sobre ese documento, como lo hizo la Secreta-
ría de Derechos Humanos en 2006, más de veinte años después,
hubiera exigido algún trabajo de intelección, de ubicación histó-
rica de las condiciones del texto, de la trayectoria de sus autores o
incluso de las polémicas que no había dejado de producir desde
su difusión pública. 195
Creo que la significación de ese primer "Prólogo" se esclarece
en el surco de la historia brevemente expuesta hasta aquí. La pro-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 12 l

posición inicial reproduce expresiones casi calcadas de las decla-


raciones de la APDH y del Informe de la CIDH, que a su vez fue-
ron precedidas de otras equivalentes en la primera mitad de los
setenta, en medio de la escalada de violencia política previa a la
irrupción de la dictadura. Ése había sido el ámbito de formación
de muchos de los que integraron la Conadep. La excelente inves-
tigación de Emilio Crenzel sobre el Nunca más demuestra la estre-
cha relación que la mayor parte de los organismos de derechos
humanos (con la notable excepción del sector liderado por Hebe
de Bonafini) tuvieron en la composición, en la investigación
misma, en la difusión e incluso en la apropiación y los usos poste-
riores del Informe. 196
Ciertamente, hay un problema en el cuadro histórico que ofre-
cía el prólogo original, cuando se deslizaba desde una caracteriza-
ción de la violencia en la sociedad, que parece referirse a los pri-
meros setenta (los dos terrorismos enfrentados), hada unjuicio
sobre el terrorismo de Estado a cargo de las Fuerzas Armadas.
Allí, hacía aparecer al terrorismo de Estado como una respuesta a
la violencia insurgente, siguiendo la fórmula de la CIDH. Todo
esto ha sido suficientemente discutido y esclarecido: ni la doctrina
ni los métodos fueron una reacción, ya que habían sido decididos
con anterioridad; por otra parte, en 1976, la guerrilla había sido
prácticamente derrotada. Lo que puede contarse en cambio
como una reacción provocada por los asesinatos indiscriminados
de oficiales (generalmente jóvenes) por parte de la guerrilla es la
adhesión prácticamente unánime de los integrantes de las Fuer-
zas Armadas, que asumieron esa metodología criminal como una
venganza corporativa, más allá de las diferencias profundas, fac-
ciosas incluso, que las dividían.
En uno de los escasos debates públicos sobre la llamada "teoria
de los dos demonios", en 1985, Carlos Brocato impugnaba lo que
llamaba "dos maniqueísmos", de derecha y de izquierda. 197 El
problema, decía, no reside en reconocer que hubo dos terroris-
mos, porque en verdad hubo un terrorismo de Estado y un "terro-
rismo foquista"; la "falacia" consiste en postular que el primero,
de Estado, es consecuencia del otro, foquista. Descartar esa relación
simple, de causa-efecto, haria posible pensar una trama de pro ble-
122 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

mas y relaciones múltiples, históricas, políticas y éticas. El mani-


queísmo de izquierda, dice Brocato, ha sido menos criticado que
el otro, aunque es simétrico a él, y dado que considera que sólo
puede haber una relación, al rechazar la conexión causa-efecto,
rechaza toda relación y denuncia que el solo hecho de proponer
alguna equivale a igualar los dos terrorismos. Si hay un pensa-
miento simplificador, concluye Brocato, es ése, que iguala "la rea-
lidad, la política y la ética". 198 Vale la pena recuperar esas ideas
frente a la intervención que el poder oficial ha descargado sobre
el debate acerca de la violencia y los terrorismos en la sociedad.
El nuevo "Prólogo", agregado por la Secretaría de Derechos
Humanos de la Nación en marzo de 2006, se propone conjurar la
"teoría de los dos demonios" y ha sido apoyado por la mayor parte
de los organismos de derechos humanos:

[ ... ] es inaceptable pretender justificar el terrorismo de


Estado como una suerte de juego de violencias contra-
puestas, como si fuera posible buscar una simetría justifi-
cato ria en la acción de particulares frente al aparta-
miento de los fines propios de la Nación y del Estado
que son irrenunciables. 199

En verdad, basta saber leer para advertir que no hay en el primer


prólogo ninguna justificación del terrorismo de Estado. Por el
contrario, no sólo dice que fue un terrorismo "infinitamente
peor" sino que, cuando las Fuerzas Armadas se vieron enfrentadas
a la exigencia institucional de reprimir a la guerrilla, en las condi-
ciones previas al golpe de 1976, deberían haber procedido, como
las fuerzas de seguridad italianas, en el marco de la legalidad. Es
obvio decirlo, la condición era que se mantuvieran subordinadas
a los poderes constitucionales. Por otra parte, transcurridos más
de veinte años, está a la vista cuál ha sido la recepción del texto: el
prólogo de 1984 no ha sido leído como un cuerpo de enunciados
separado del resto de un documento que es contundente en la
condena de la dictadura. Quienes habían protagonizado o apo-
yado la represión estatal o paraestatal no empleaban el esquema
de los dos demonios: hablaban de guerra o, en todo caso, de una
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 123

única figura diabólica, amplia e indiscriminada, la subversión. La


figura del terror de dos cabezas estaba extendida, como se vio, no
tanto en el discurso de la derecha como en la izquierda progre-
sista, el PC y el centro liberal. Por otra parte, un trabajo de semán-
tica histórica ( que no voy a hacer aquí) podría mostrar que el jui-
cio condenatorio del terrorismo de pequeños grupos radicales
estaba bien arraigado en la tradición marxista, en la crítica de la
"enfermedad infantil" del izquierdismo. No digo que en la denun-
cia de los terrorismos enfrentados todos se inspiraran en esa tradi-
ción, porque en ella coincidían sectores provenientes del cristia-
nismo humanista y del liberalismo. Sólo pretendo destacar dos
cosas: en primer lugar, la figura de los "dos demonios" tiene una
historia bastante más larga, en la Argentina y fuera de ella; en se-
gundo lugar, esa figura no surge en el marco de un argumento
justificatorio de la intervención militar (aunque algunos jefes mi-
litares y voceros civiles se hayan apropiado de ella) sino que
arraiga como un cuestionamiento critico de la metodología de la
guerrilla por parte de sectores ( del centro a la izquierda) que bus-
caban una salida político institucional para evitar el golpe de Es-
tado. --
La representación bipolar de la violencia política se implantó
en la sociedad después de 1.973, a partir del rechazo de los atenta-
dos y los asesinatos que golpeaban a la opinión pública. A los crí-
menes de laTriple A resppndía la táctica terrorista cada vez más
indiscriminada ad~tada por la guerrilla, que no sólo le hacía
perder el apoyo de sectores que no estaban dispuestos a seguirla
en su enfrentamiento con Perón, sino que promovía la represen-
tación de una guerra de aparatos que comenzó con la masacre de
Ezeiza. En esa oposición de la sociedad, que había empezado en
esos años, hay que buscar otra de las vías del nacimiento de esa re-
presentación de los demonios del terrorismo. Ese rechazo, incre-
mentado por la acción de los medios que ofrecían una escena
permanente de caos social, terminó abriendo, para muchos, una
expectativa esperanzada en el orden que podría provenir, como
en el pasado, de una intervención militar. Allí nacía una posición
de supuesta ajenidad frente a la represión y la masacre ulterior, en
la que va a permanecer buena parte de la sociedad. A la salida de
124 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

la dictadura, la revelación de los crímenes del terrorismo comen-


zaba a implantar la escena de una violencia mayor plasmada en el
nuevo paradigma de los derechos humanos pero, a la vez, confir-
maba la posición de inocencia de una mayoría que se concebía
como víctima de crímenes en los que no habría tenido parte. En-
tonces, los "dos demonios" condensaban, por lo menos, dos nú-
cleos de sentido: por una parte, estaba el rechazo básico de la vio-
lencia, asociada a un pasado que buscaba dejarse atrás, y la
aspiración a un escenario político pacificado; por otra, en un sen-
tido encubridor, se habilitaba la proyección de los males sobre los
demonios del terrorismo (aun cuando se reconociera que hubo
un demonio mayor, la dictadura), lo que exculpaba a la sociedad
de cualquier responsabilidad en el consentimiento de la violencia
y de la masacre cometida desde el Estado.
La decisión institucional de Raúl Alfonsín de enjuiciar simultá-
neamente a las cúpulas militares y a las cabezas de la guerrilla de
Montoneros y el ERP recuperaba una posición, casi un mandato
pendiente, de una historia anterior. La guerrilla, en 1984, era
parte del pasado y estaba aniquilada; ya no había lugar para la so-
lución "policial" a la que se refería Perón diez años antes. Pero
retornaba algo de esa intención fallida, someter a los cabecillas
sobrevivientes, responsables de delitos contra el Estado y la socie-
dad, al imperio de la ley. En todo caso, si algo del Perón enfren-
tado a la guerrilla volvía en la decisión de Alfonsín, los anteceden-
tes del nuevo presidente permitieron a muchos ilusionarse con las
garantías de un estado de derecho que podía prometer el ejerci-
cio de la ley en mejores condiciones. Los decretos no se referían a
terrorismos polarizados, sino a crímenes y responsabilidades pe-
nales; y el peso de esa decisión no estaba en la interpretación del
pasado, sino en la edificación hacia el futuro de un nuevo Estado
y una sociedad reconstruida. No decía que los delitos fueran com-
parables o equivalentes (más allá de que para los procedimientos
del derecho todos los delitos se hacen comparables); pero, si no
se admitía una nueva amnistía general ( como la que ya había fra-
casado en 1973) la vía penal no podía dejar afuera los delitos de la
guerrilla. Esa decisión sintonizaba con el nuevo humor en la so-
ciedad y en las fuerzas políticas con expresión parhmentaria. Nin-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 125

guna figura significativa del campo político o el movimiento de


los derechos humanos objetó ese doble procesamiento, que sólo
fue resistido por los defensores de la dictadura y por algunas ex-
presiones residuales de los viejos grupos guerrilleros. Esa deci-
sión, a la vez política y jurídica, se plasmaba en un argumento, ya
planteado en el Informe de la CIDH, que fue central en el Juicio
a las Juntas. El alegato del fiscal Strassera enjuiciaba el carácter
criminal e ilegal de la represión ejercida desde el Estado, pero no
dejaba de calificar a los actos de la guerrilla como terroristas. 200
Explícitamente decía que debían haber sido reprimidos por un
Estado legítimo y por medios legales. En fin, en el nuevo con-
senso, las promesas de la democracia parecían fundarse sobre
todo en una base (si se quiere una ficción) jurídica, en el orden
de los derechos elementales, en un todo de acuerdo con lo suce-
dido en el fin de la dictadura, ya que el eje de la resistencia y la
oposición no habían estado en la lucha militante ni en la recupe-
ración de ideales revolucionarios, sino en las formas, enteramente
novedosas en la cultura política argentina, de los derechos huma-
nos y la demanda institucional de justicia.
El nuevo prólogo oficial, de 2006, firmado por la Secretaría de
Derechos Humanos de la Nación, fuera de esa insólita impugna-
ción al texto que viene a presentar, carece de cualquier propósito
de ilustración o estudio del Informe como un documento histó-
rico. No es objetable que se incluya un texto de presentación; por
el contrario, era incluso recomendable y necesario, pero un estu-
dio preliminar, incluso crítico, es algo muy diferente de una con-
dena sólo respaldada por una posición oficial de poder. El único
funcionario que apareció justificando el texto fue el entonces sub-
secretario de Derechos Humanos, Rodolfo Mattarollo, a quien las
fuentes indican como uno de los autores del agregado. 201 En una
entrevista, el funcionario expuso algunos de los argumentos omi-
tidos en el agregado oficial. Por una parte, mencionó una fuente
(que debería haberse incluido en la nueva presentación si la in-
tención era hacer un aporte a la lectura y discusión del Informe),
de 1981, sobre la debilidad de las guerrillas en el momento del
golpe, un dato conocido y extensamente difundido desde hacía
veinte años. Ninguna idea o trabajo posterior es expuesto para
126 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

justificar la intervención. Pero lo insólito viene después. No sólo


reiteró que "en el prólogo histórico de la Conadep había un in-
tento de justificación del terrorismo de Estado" sino que:

Nos pareció que equivalía en la Argentina a lo que se


llama el negacionismo en Europa respecto de los críme-
nes de los nazis. Así como en Europa hay una frontera
que parece que no se debería sobrepasar por cuestiones
éticas, nos parecía que en la Argentina ésa era la fron-
tera. Se discute mucho sobre si hay una memoria oficial.
Nosotros no creemos que haya una versión oficial de la
memoria, creemos en la pluralidad de voces, testimo-
nios. Pero creemos que hay una frontera ética de la no
aceptación en forma alguna del terrorismo de Estado. 202

El colmo de la operación denegatoria sobre el Informe se alcanza


con la acusación de "negacionismo" del terrorismo de Estado al
mismo prólogo que no sólo denuncia e investiga ese terrorismo
sino que define los hechos como "crímenes de lesa humani-
dad". 2º3 El Nunca más, incluyendo su "Prólogo", ha sido reto-
mado, a lo largo de veinticinco años, como una bandera y un sím-
bolo de la lucha democrática, sobre todo por el discurso de los
derechos humanos; fue usado, ampliado y discutido, ¿hay que
concluir que hasta la intervención correctora no se lo sabía leer o
usar?
Si no se trata ni de simetrías ni de justificación del golpe, ni mu-
cho menos de "negacionismo" del terrorismo de Estado, ¿cuál ha
sido el problema con las fórmulas que propone el prólogo origi-
nal para el conglomerado oficialista, que hoy incluye a gran parte
de los organismos de los afectados? Para responder esa pregunta
hay que recuperar lo que ha cambiado respecto de ese primer
consenso de una memoria de la dictadura focalizada en los críme-
nes y en las promesas de la reconstrucción democrática por el
solo imperio de la ley. El núcleo minoritario de los que siempre
rechazaron las fórmulas del Nunca más, incluido el juicio histórico
sobre la guerrilla, se ha ampliado y ha encontrado cobijo en la ad-
ministración de gobierno. Como se vio, algo ha cambiado en las
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 127

significaciones de la política y de la violencia de los años setenta


cuando se ha vuelto a narrar el papel de las víctimas como actores
deliberados y conscientes, es decir, militantes. Es posible pensar
que el f\ª~so de las promesas nacidas en esa primera experien-
cia de la democracia ha abierto condiciones más receptivas a una
recuperación de la tradición revolucionaria. Lo que anunciaba Al-
fonsín (y en lo que muchos creyeron) podía parecer una revolu-
ción democrática, encarnada en el Juicio y el derrocamiento polí-
tico y simbólico de las Juntas ante un tribunal: no era el paredón
que poblaba los sueños pasados, pero parecía mostrar que era po-
sible lograr el mismo resultado sin los costos terribles de los muer-
tos y la sangre. Hay que recordar que no era simplemente un dis-
curso de restauración o una apelación a la normalidad de las
leyes; anunciaba una ruptura, una nueva era. Por eso podía, a la
vez, relegar el imaginario de las luchas y reemplazarlo, en un
nuevo horizonte de transformación social y política. ¿Hubo algo
así como un (transitorio) mito democrático? En todo caso, fue una
efervescencia que, mientras duró, encontró arraigo en la socie-
dad y demostró su capacidad para movilizarla. El relativo cierre de
ese horizonte futuro ha desplazado el fiel de la balanza en la con-
ciencia temporal hacia el pasado: bajo la forma de la alucinación
(son las mismas luchas), de la nostalgia o de la idealización he-
roica ( que puede llegar hasta la banalización mediática), de la in-
certidumbre autocritica o la manipulación política. Pero también
se han abierto nuevas posibilidades de interrogar las condiciones,
las responsabilidades y las consecuencias de la opción estratégica
por la guerra revolucionaria.
La intervención oficial que busca corregir el Nunca más se ins-
cribe, tardíamente, en esa revisión. En la nueva situación, en la
que comienza a abrirse una discusión que abarca las responsabili-
dades y los crímenes de la guerrilla en el período constitucional
previo a 1976, viene a agitarse el cuco de los "dos demonios"
como un límite o un corset orientado a clausurar esa revisión. En
verdad, en las nuevas formas de reivindicación del mito revolucio-
nario, implantadas en el bloque que hegemoniza el discurso de
los derechos humanos, molesta la mención del "terrorismo de ul-
traizquierda", una fórmula corriente que, como se vio, estuvo muy
128 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

presente en el discurso humanista desde los años p,evios a 1976.


En esta recuperación maquillada de la militancia revolucionaria
no hay espacio para admitir que hubo formas que la enfrentaban
a un régimen constitucional y a la voluntad mayoritaria de la so-
ciedad. Lo que se objeta, finalmente, es menos el prólogo del
Nunca más que el corazón de la argumentación del ministerio fis-
cal en el proceso penal contra los jefes militares. Ése es el sentido
común (hoy expresado por el Secretario de Derechos Humanos
de la Nación, Eduardo Luis Duhalde) que relega o directamente
desprecia la significación y los efectos de la investigación desple-
gada en el Nunca más y, sobre todo, el Juicio a las Juntas. En el ca-
mino, buena parte del movimiento de los derechos humanos ha
terminado renegando de su propia participación en esa primera
etapa de realización integral, en sentido universal, de los objetivos
humanistas de justicia. En esa intervención del poder administra-
tivo, que nadie firma, se expone una intención asimilable a lo que
Ricoeur llama la "memoria impuesta". A la manipulación de la
verdad histórica se agrega un efecto aún más pernicioso en el
plano de la conciencia pública: las imposiciones de sentido, por
parte del Estado o de poderes fácticos, despojan a los actores so-
ciales de la potestad de relatarse a sí mismos. 204 Como consecuen-
cia, el debate público, que no ha faltado, sobre ese documento y
sobre los acontecimientos de los que trata, termina aplastado en
una disyuntiva menor entre el apoyo y el rechazo de una gestión
de gobierno.

Para terminar, creo que asistimos al ocaso de esa figura, la de los


"dos demonios", al menos como una representación compacta o
un mito explicativo que ha operado como un obstáculo, un punto
ciego para una distusión más lúcida y comprometida del ciclo de
la violencia y el terrorismo de Estado en la Argentina. En los deba-
tes, que exceden lo jurídico, sobre la aplicación de la categoría de
crímenes de lesa humanidad a los asesinatos cometidos por la
guerrilla pervive la idea de un tratamiento equivalente y compen-
satorio con los crímenes del Estado. Pero fuera de ello, de los "dos
demonios" sólo han quedado significaciones parciales y residua-
les. Por ejemplo, cuando las recuperaciones testimoniales de quie-
LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA 129

nes han sido parte de la militancia contestataria hablaban de los


ideales, las pasiones o la vida en desmedro de las prácticas arma-
das; en esa visión pacificada, en la que ya no había combatientes
decididos a matar y morir sino jóvenes abnegados y bien intencio-
nados, se exponía implícitamente el mismo distanciamiento que
se implantaba en la sociedad respecto del "demonio" del terro-
rismo. Al mismo tiempo, en ese repudio tácito de la lucha armada
se hacía posible una proyección que rectificaba el pasado para
destacar las promesas incumplidas de una experiencia de amplia
participación y protagonismo popular, iniciada en la década de
1960. También las autocríticas al "militarismo" de las cúpulas, que
parecen creer que las bases de la militancia eran ajenas a la retó-
rica de la guerra revolucionaria, alimentan una de las aristas del
pequeño mito de los dos demonios. Pero esos restos ya no expli-
can nada, salvo la buena conciencia de una identidad militante
que reproduce la inocencia asumida por la sociedad. En ese sen-
tido, la intervención de la Secretaría de Derechos Humanos
puede ser vista como el cierre de un ciclo. Además de tardía, pa-
rece inútil, y confirma que las decisiones de ese tipo, que preten-
den imponerse sobre la experiencia social, siempre llegan tarde.
A pesar de las reticencias de un bloque ideológico cerrado a toda
revisión de las responsabilidades de la guerrilla, hay un debate
abierto que se amplía: no sólo han salido las víctimas de la guerri-
lla a plantear sus propias reivindicaciones de memoria, sino que
se han sumado testimonios que ventilan públicamente los críme-
nes cometidos en nombre de la revolución. El esquema, o mejor,
el eslogan, de los "dos demonios" es un clisé vacío que no satisface
a nadie. No satisface a los que, han buscado justificar la masacre
cometida desde el Estado; y tampoco sirve a los que quieren dis-
cutir ese pasado, los que, aun rechazando esa equiparación de dos
terrorismos o la explicación de la dictadura como reacción a la
provocación guerrillera, reclaman revisar, discutir y juzgar las con-
diciones y responsabilidades de los partidos armados en la catás-
trofe social y política de esos años.
3. "Le vimos la cara a Dios"

En el comienzo de este estudio sobre la violencia y lapa-


sión revolucionarias estuvo el propósito de interrogar una propo-
sición sorprendente, atribuida a un dirigente montonero:

[ .. ] en la clase política argentina existe una suerte de res-


peto o de envidia hacia los militantes de los 70 porque
nosotros le vimos la cara a Dios.

La metáfora erótica, se dice en ese testimonio, no se refiere al po-


der sino a la pasión: "una forma de entregarse a la política como al
sexo". Queda como una marca, se dice, ya no se quiere otra cosa:
la utopía, es decir, "perseguir un objetivo desmesurado". 2º5 Dios,
de algún modo, entra en esa ecuación y con ello la fórmula saca
a la luz una extraordinaria condensación de política, pulsión eró-
tica y religión que ofrece un punto de partida posible para una ex-
ploración del complejo de la violencia revolucionaria concebida
como una acción humana que toca "lo intocable". 2º6 Durkheim
ha descrito en la religión primitiva "un estado de efervescencia"
surgido del contacto con lo sagrado:"[ ... ] las energías vitales están
sobreexcitadas, las pasiones son más vivas, las sensaciones más
fuertes". El sujeto queda transformado y, por consiguiente, trans-
forma las cosas con las que se relaciona, a las que otorga poderes
excepcionales. Durkheim admite que esa exaltación general
puede surgir en épocas en las que no se vive normalmente, en pe-
ríodos revolucionarios o creadores, en los que se produce una "es-
timulación general de las fuerzas individuales" y en los que el su-
jeto "deviene otro", capaz de actos de "heroísmo sobrehumano o
de barbarie sanguinaria". 2º7
132 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

En la guerra, las experiencias de combate han sido referidas a esa


misma sacralidad exaltante; la relación con una experiencia reli-
giosa no es nueva: "en los campos de batalla Dios está cerca". 2º8 En
la acción militar, el grupo, ciertos grupos, encuentran una fortaleza
especial y un estado de excitación en el que está presente el miedo,
pero también un sentimiento de vitalidad que hace desvanecer las
inhibiciones. En una obra ya clásica sobre los "guerreros" y las refle-
xiones en la batalla, presentada por Hannah Arendt, se describe ex-
tensamente la configuración subjetiva y moral que funda una co-
munidad de guerreros: la "confraternidad del peligro", la
experiencia de un éxtasis en el que se pierde el yo en la unión con
los camaradas, los lazos primarios de lealtad, en fin, la capacidad
del sacrificio personal que vence la muerte individual en la dona-
ción a la vida del grupo. 209 En una organización en tiempos de paz,
dice el autor, cuando falta el peligro y las pasiones del guerrero (la
camaradería, pero también el poder de destruir), no hay nada se-
mejante. Ciertamente, en la misma evocación, que recoge las expe-
riencias del autor en la Segunda Guerra Mundial, se admite que no
todos los caídos alcanzaron esa cima de exaltación pasional: mu-
chos (¿miles, cientos de miles?) encontraron su fin en condiciones
miserables, solos, amargados, sufriendo una muerte sin sentido y
sin la menor convicción de estar ofrendando su vida en el altar de
una causa sagrada. Sólo para aquellos "capturados por la pasión del
sacrificio personal" la realidad de la muerte se desvanece. 210
También la guerra revolucionaria ha construido sus narracio-
nes ejemplares, variaciones de la apologia de los guerreros, que se
integran a las más antiguas tradiciones de Occidente. De modo
que el vértigo del "objetivo desmesurado", en el testimonio mon-
tonero, puede ser referido menos al orden de los fines (resumi-
dos en un término vago: "utopía") que a una exaltación primaria
afincada en las pasiones de un yo, o un nosotros, que se afirma en
su propia plenitud en la acción que enfrenta la muerte. Es la fi-
gura de una "vida plena", evocada a la distancia por Sergio Bu-
fano en la existencia del revolucionario combatiente. Pero no hay
experiencia sin relato; y en este caso, el motivo del sacrificio y el
coraje, el ''.jugarse la vida" que construye una "hermandad de san-
gre", viene directamente de las palabras del Che Guevara. 211 "Sen-
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 133

timiento oceánico" es un término que Freud retomaba de Ro-


main Rolland para indicar un sentimiento de eternidad, infinitud
y unión con el universo que estaria en la base de la experiencia re-
ligiosa. 212 Como es sabido, lo refería a sus fundamentos infantiles,
y aunque no es éste el camino que quiero tomar, lo señalo para in-
dicar los diversos problemas que se abren a partir de esta conjun-
ción entre la experiencia de lo sagrado y la intensidad de las pul-
siones en la experiencia subjetiva de la acción revolucionaria.
Una somera exploración de los núcleos presentes en las evoca-
ciones de esa acción reencuentra enseguida el motivo de la her-
mandad de los guerreros y la amalgama de las pasiones de la vio-
lencia con las efusiones del erotismo. Rodolfo Galimberti, ex
dirigente montonero y figura de identificación para la generación
revolucionaria en los setenta, remata su autorretrato con una de-
claración exaltada: la guerra es como un acto de amor.

La guerra es lo más fuerte que existe. Lo que construye


los lazos más serios entre los seres humanos. [La guerra]
no es sólo la miseria, el sufrimiento físico, la impiedad,
la crueldad [ ... ]. También es la solidaridad, el afecto, el
amor a los que están con vos [ ... ]. La guerra es el acto
de amor más grande que existe. ¿Qué tipo acepta sacri-
ficar su vida, la de su familia, la de sus seres queridos,
por una idea? 213

Comienzo por lo más obvio: en las expresiones de Galimberti


(que combatió bajo diversos signos ideológicos) esa exaltación
vale para cualquier guerra. Testimonia un espíritu aventurero y
una apuesta límite en la que el cuerpo y la vida se juegan en la
confrontación con un enemigo que a menudo reproduce, en es-
pejo, la misma apuesta por la muerte, propia o ajena. No hay que
insistir demasiado sobre un punto que ya ha sido señalado: mu-
chos que combatieron y masacraron a los combatientes revolucio-
narios fácilmente coincidían en esa exaltación de la vida del gue-
rrero. Cuando ya es un exitoso hombre de negocios, Galimberti
exhibe con suficiencia ese acuerdo que ha logrado con algunos
militares que lo habían enfrentado y con quienes comparte una
134 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

reunión social. Alguien, ajeno a la cofradía, cuestiona que puedan


estar juntos los que antes quisieron exterminarse; el que responde
es un mayor en actividad: "Vos no entendés una mierda, nosotros nos
matamos porque teníamos una idea de la Patria". 214 El personaje, que
todos llamaban el "loco" Galimberti, no hacía sino expresar, de
un modo desmesurado si se quiere, una configuración subjetiva
que está lejos de constituir una desviación psicológica o moral en
la tradición de las organizaciones guerrilleras.
Un testimonio inusual, de un oficial de baja graduación que fue
miembro de un equipo de tareas de la ESMA, ofrece un autorre-
trato de un represor militar que introduce otra escena subjetiva. Se
presenta como un soldado disciplinado que se subordinaba a un
deber impuesto en la guerra contra un enemigo poderoso. Define
a Montoneros como "la organización terrorista más poderosa del
mundo", que imponía la dedicación a una causa: "todos vivíamos
ahí [se refiere a la ESMA] veinticuatro horas al día. Era como na-
vegar por cuatro meses". Significaba cortar vínculos familiares y
afectivos y sumergirse en una lucha no querida: "los guerrilleros te-
nían que ser fanáticos: vivían para la guerra; nosotros tuvimos que
hacer lo mismo". El uso de la tortura es justificado como una he-
rramienta racional dentro de esa causa, una exigencia planteada
por la forma de organización celular del enemigo y los sistemas de
control que obligaban a obtener la información sobre el resto de
la célula en un tiempo perentorio; y la electricidad era preferible
porque no dejaba daños permanentes. Hay algo en el cuadro que
impulsa el deber hasta el extremo de un sacrificio: debían torturar,
pero, dice, "éramos oficiales navales, no salvajes", "era horrible
[ ... ] me sentía destrozado"; "la última cosa que queríamos hacer
era interrogar". Al mismo tiempo, aun en esa posición tan alejada
de los prestigios del soldado, se afirma la pertenencia militar y se
destaca el sentimiento de integrar un grupo humano superior, di-
ferente de la policía, que interrogaba de un modo más brutal por-
que, agrega, "tienen un nivel intelectual y humano más bajo". A
partir de esa autopercepción de elite puede establecer una rela-
ción de mutuo reconocimiento con los combatientes de la guerri-
lla, algo impensable en el caso de la policía. El oficial represor, que
omite toda mención de los asesinatos y del procedimiento de la
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 135

desaparición de los secuestrados, confiesa que tiene amigos entre


losex prisioneros. Que esa estima puede ser recíproca lo muestra
Galimberti cuando dice que Jorge Rádice (represor y torturador
de la ESMA) era su amigo y que no tendría ningún inconveniente
en sentarse a tomar un café con Alfredo Astiz. Y en ese reconoci-
miento mutuo, la tortura es una "anécdota": "Cualquiera es capaz
de torturar en una situación extrema [ ... ] . Lo que no tiene perdón
es asesinar a prisioneros inermes". 215
Héctor Simeoni, un periodista identificado con los oficiales de
las Fuerzas Armadas que combatieron la guerrilla, ha reunido un
conjunto de testimonios de militares que actuaron en Tucumán
contra el ERP a partir de 1975. 216 Se trata de jóvenes oficiales que,
en su mayoría, eran tenientes en el momento de los hechos y
prácticamente iniciaban su carrera profesional. No hay jefes supe-
riores ni consideraciones políticas en esos relatos (salvo la denun-
cia de las responsabilidades de los dueños de los ingenios en las
condiciones de extrema miseria de la población rural); sólo la in-
tensidad de los combates, el "espíritu de guerra", el lazo sagrado
con el camarada muerto, la disposición al sacrificio. Seguramente
esas acciones no sucedieron siempre así: en el aniquilamiento del
grupo guerrillero hubo recursos menos heroicos, como la tortura
y el asesinato. Pero en el lenguaje y la retórica exaltada de la gue-
rra, contada por los soldados, emergen casi los mismos motivos
que en los comunicados guerrilleros. "Vencer o morir", que era la
consigna del ERP, es también la disyuntiva extrema que ordenaba
el sentido de ese enfrentamiento impiadoso para los comandos de
uniforme. En esas evocaciones, la guerra es un ethos, es más que
un conjunto de hábitos y se impone como un modo de existencia
y una segunda naturaleza. Mario Firmenich recae en el mismo
motivo cuando busca justificar la insensata "contraofensiva" mon-
tonera, decidida en 1979, cuando la organización ya estaba derro-
tada. En su justificación se esgrimen dos argumentos que se re-
fuerzan mutuamente: el mandato combatiente ("vencer o morir")
y la decisión colectiva, una especie de hermandad militar sin jefes,
en la que todos son igualmente responsables. 217
Las memorias montoneras suelen destacar los gestos de recono-
cimiento entre combatientes. Miguel Bonasso evoca la muerte de
136 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Julio Iván Roqué ("Lino"), ocurrida en 1977, en un enfrenta-


miento con un grupo de tareas de la ESMA, y las palabras que ha-
bría pronunciado el jefe del operativo,Jorge Perrén, frente a los
festejos de un ex montonero que colaboraba con las fuerzas repre-
sivas: "Yo no festejo la muerte de un enemigo que combate de esa
manera". 218 El topos es conocido en las narraciones épicas: la
"muerte bella" es la victoria final del héroe sobre sus enemigos mo-
ralmente inferiores. 219 Morir combatiendo es la culminación de la
moral del guerrero, que es la del amo que pone en juego su propia
vida, es decir, que admite a la muerte como la apuesta última y de-
cisiva, y en ese riesgo llevado al límite demuestra su superioridad
respecto del esclavo dedicado a cuidar su propia vida. La condi-
ción que hace aceptable su decisión de matar es que ha ofrendado
su propia vida por anticipado: "Ustedes están todos muertos", es la
única promesa que el Che Guevara hacía a los integrantes de la
guerrilla implantada en Salta, el EGP, de acuerdo con el testimo-
nio de Ciro Bustos. 22 º En la visión heroica del combatiente se ha
insistido en un cortejo de virtudes: coraje, audacia, disposición al
sacrificio. Pero querria destacar un rasgo que es inherente a esa
posición de amo: el rechazo del miedo, emoción del pueblo llano.
La genealogía del guerrero encuentra sus raíces en una larga tra-
dición elitista que se remonta, en Occidente, a la nobleza gue-
rrera: aristócratas del combate, hacían gala explícita, incluso osten-
tosa, de aquello que los separaba de las capas inferiores de la
sociedad; no temían al combate ni a la muerte: a la valentía indivi-
dual de los nobles se oponía el miedo colectivo de los pobres. 221

LOS HÉROES Y LOS MUERTOS

No me propongo reescribir la historia de la guerrilla argentina


sino explorar una formación política y moral combatiente, una
cultura revolucionaria de la violencia que llevó sus prácticas a un
límite extremo. Trato de indagar los esquemas de percepción, de
sensibilidad y de acción que la hicieron posible, en una dimen-
sión que es menos visible y menos legible en la conciencia de sus
actores. En ese terreno, la guerrilla montonera y sus peripecias
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 137

ofrecen costados reveladores de un conjunto más amplio. Si,


como ha sido dicho, el peronismo, a lo largo de más de medio si-
glo, ha revelado un núcleo general de las formas de la política ar-
gentina, creo que puede decirse lo mismo de su expresión guerri-
llera. Montoneros muestra, de un modo exagerado, rasgos básicos
de una constelación de ideas, creencias y pasiones que dominó el
humor revolucionario de los setenta. A costa de omitir un análisis
más detallado de las diferencias con la otra vertiente argentina del
foquismo, el ERP, mi indagación se centrará mayormente sobre
fuentes montoneras.
El libro de Jorge Fakone, ya citado, es un testimonio de esa cul-
tura; centrado en los combatientes, ofrece una elegía de los caí-
dos y de las conductas consagradas a la causa de la revolución. Es
la expresión de una idea de la acción política en la que los "fie-
rros", el coraje y la audacia para la acción valen mucho más que
un programa de largo plazo. También en esta evocación, como en
las ya señaladas, se resalta el lazo de identificación, exaltante y sin
fisuras, creado por la solidaridad viril de los milicianos. La obra es
una sucesión de pequeños retratos heroicos (la mayoría corres-
ponde a asesinados o desaparecidos) que se alterna con relatos de
experiencias colectivas en las que domina el peso de la identidad
y la fidelidad a una causa fundada, sobre todo, en la memoria de
los compañeros caídos. La referencia al mito revolucionario (que
por definición no puede ser interrogado) y la fijación autorrefe-
rencial en el pasado aplastan cualquier distancia analítica res-
pecto del presente. Todavía en 2001, cuando Fakone publica esas
memorias, el relato se proyecta al presente, abierto a "capitalizar
como experiencia" la "contraofensiva" de 1979. 222 Lo más impor-
tante, en esta memoria mítica de la sangre y la guerra, es la afir-
mación de que el valor supremo del combatiente es la ofrenda de
la propia vida. Los caídos en combate, los que finalmente cum-
plieron con el juramento de "vencer o morir", los que habrían evi-
tado la derrota al buscar su propia muerte, son los que, en un
juego de miradas y evaluaciones imaginarias, pueden juzgar la
conducta y la fidelidad de los sobrevivientes.
De ese estado de ánimo nace una operación habitual en las me-
morias militantes: comparar a los muertos con los que sobrevivie-
l 38 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

ron. Gonzalo Chaves y Jorge Lewinger oponen la conducta de los


caídos a la de los cabecillas montoneros (Firmenich, Vaca Nar-
vaja, Perdía), quienes terminaron apoyando al menemismo que
los indultó. 223 La lista es larga y constituye en verdad un home-
naje a los miembros de la conducción de Montoneros muertos en
combate o secuestrados y asesinados. Es evidente que no hay
forma de saber qué habría hecho cada uno de ellos si hubieran se-
guido con vida en el nuevo ciclo abierto en 1983. Para presupo-
ner que la heroicidad revolucionaria de aquellos años habría im-
pedido algún compromiso con la política en la nueva situación,
hay que mantener esa imagen fijada en la sacralidad de la muerte.
Sólo los vivos cambian, para bien o para mal. Lo cierto es que, en
la nueva etapa, los ex militantes (no sólo montoneros) no se han
comportado ni mejor ni peor que el resto de su generación. En la
Argentina, como en otras experiencias parecidas, la consagración
integral a los objetivos de la guerra revolucionaria ha durado lo
que duraron las organizaciones y la cultura, el sistema de creen-
cias, que sostenían esa estrategia. Desmantelada esa configura-
ción política y subjetiva a partir de su fracaso político y militar,
alienada respecto de posiciones arraigadas en la sociedad, la pro-
puesta de una organización que se planteara como la continui-
dad de Montoneros ha fracasado sin atenuantes. Los sobrevivien-
tes se reinsertaron como pudieron en las nuevas coordenadas, tal
como lo hicieron otros miembros de las er;ac1,or1es que sostu-
vieron las luchas políticas de los setenta. No hay razones para
pensar que habría pasado algo distinto con los militantes que no
sobrevivieron.
Sólo en el mito la muerte es una decisión elegida. El azar jugó
un papel no desdeñable en la separación entre los sobrevivientes
y los caídos. Un personaje destacado en la narración de Marcelo
Larraquy sobre los últimos combatientes montoneros, el dirigente
Horado Mendizábal, podría haber sobrevivido, junto con sus
compañeros de la conducción, de no haber sido por una sanción
disciplinaria que lo envió, castigado, a combatir. 224 Ningún rasgo
personal lo distinguía: Perdía o Vaca Narvaja podrían haber
muerto en su lugar, de haber sido enviados. No sabemos qué hu-
biera hecho un Mendizábal sobreviviente, pero no hay razones
"LE VIMOS LA CARA Amos" 139

para pensar en un comportamiento político demasiado diferente


al de sus pares en la organización. Tampoco en sus rasgos perso-
nales había nada que lo destacara. Larraquy arroja una mirada en-
ternecida a la intimidad del personaje y revela que le gustaba dor-
mir la siesta con su hijo pequeño. 225 Pero eso tampoco lo
distingue de otros, líderes montoneros, oficiales de las fuerzas re-
presivas o sujetos comunes y corrientes, que comparten el amor a
sus hijos. Finalmente, ninguna diferencia esencial separa, en las
circunstancias de la muerte, a los caídos de los salvados. Estos mis-
mos sobrevivientes, que han defeccionado según la óptica que los
mide por el ejemplo de los caídos, podrían haber estado en la
lista de los muertos y, así, se habrían librado de la ignominia. De
lo que resulta que, en esa visión, sólo la muerte garantiza la pu-
reza y la integridad del compromiso revolucionario: únicamente
los héroes y los mártires pueden ofrecer un ejemplo sin tacha. Esa
recuperación legendaria, cuanto más mide las conductas y las
prácticas pasadas a la luz de las cualidades que vuelven sobre la fi-
gura del sujeto pleno, más se muestra incapaz de analizar y pensar
lo que estaba en juego en esas luchas.
El malentendido queda expresado de un modo revelador en la
identificación con el Che Guevara y su ejemplo revolucionario, en
el que sólo se toman las cualidades personales y no los resultados
de su desastrosa aventura en Bolivia. Es la leyenda del "guerrillero
esencial", en la que el ejemplo personal y la moral del sacrificio
absoluto arrasan con la razón política. En el análisis de Ricardo Pi-
glia, el Che es el "no-político" (la contrafigura de Gramsci), el hé-
roe que sólo puede estar solo y que edifica su fisonomía y su ac-
ción no con los demás sino con fragmentos de aventuras
literarias. 226 Ciertamente, encarna y lleva al límite una tipología
moral, ftjada y reconocible en la tradición épica; el régimen del
heroísmo reclama el sacrificio de la propia vida y culmina en la
muerte bella. Ningún mito podría haberse edificado sobre una
gestión exitosa de Ernesto Guevara como ministro de Industrias
del régimen cubano. Fallido funcionario estatal, incapaz de some-
terse a las obligaciones y las rutinas corrientes, como un personaje
de la gesta homérica va al encuentro de una muerte que es la con-
dición de la inmortalidad.
140 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Pero la gesta guevarista y su extensa prolongación en los com-


bates del foquismo latinoamericano no estuvo hecha sólo de her-
mosos sueños; también se cubrió de sangre y de cadáveres. Esa re-
conversión de la idea revolucionaria en una aventura del sujeto
pleno tenía poco que ver con las tradiciones nacidas de la obra de
Marx. Sólo a posteriori han aparecido quienes se esforzaron por
consagrar a Ernesto Guevara como un teórico innovador del mar-
xismo. Nadie lo consideraba así en el período de su entronización
como modelo de líder revolucionario, desde mediados de los se-
senta y, sobre todo, después de su asesinato en Bolivia. En esos
años el impacto del guevarismo sostenía la retórica de la revolu-
ción a toda costa, la voluntad de ser un revolucionario a contra-
mano de las evidencias que mostraban que faltaban las condicio-
nes para haceruna revolución. Lo que quedaba era la bandera del
hombre nuevo y el motivo de la guerra total que conducía a impo-
ner una posición de mando de los combatientes respecto de las
propias bases desarmadas.
Las memorias militantes también consagran a los caídos como
un ejemplo imposible de seguir para los sobrevivientes cuando se
expresa que murieron los mejores, como si la muerte, sobre todo
la muerte en combate, fuera el criterio último para juzgar el valor
de una conducta política. Carlos Brocato, un pensador conse-
cuente de la izquierda que casi no ha tenido lectores en los años
de la posdictadura, ha llamado "hipocresía necrológica" a esta
consagración. Se refería al "peso de los muertos" en la tradición
revolucionaria argentina y distinguía entre el respeto moral que
merecen y el recurso de exhibir la "camiseta ensangrentada" para
tapar toda crítica. 227 Ese procedimiento, por otra parte, era el
mismo que se aplicaba en las organizaciones cuando las discusio-
nes se zanjaban por la prepotencia de los mandos que eran los
más audaces, o se presentaban como tales. Ese régimen de memo-
ria reproduce finalmente el molde de las narraciones patrióticas
que han elevado a las figuras militares, y a sus combates, como
custodios de la nación. En el final del relato de Larraquy, un ex
combatiente, que sobrevivió a su mujer muerta en 1979, expresa
una esperanza: alguna vez se reivindicará a esos luchadores y les
llegará el mismo reconocimiento que a los primeros montoneros,
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 141

los de las luchas de la independencia. 228 En esa aspiración perma-


nece implícita una condición no reconocida, una reconfiguración
del relato de la patria y de las liturgias que sigue pensando al ejér-
cito argentino como sujeto central de la construcción de la na-
ción. Una familia de generales (Mitre, Roca, Perón) han sido los
arquitectos y dirigentes de esa edificación. Al poner la memoria
de los mártires montoneros en línea con el panteón militar de la
nación, la honra mayor sigue correspondiendo a los guerreros,
ahora institucionalizados y admitidos en la tradición del ejército
argentino que los aniquiló. En el eslogan del sacrificio de los me-
jores se transparenta algo del culto a los mártires, que ha demos-
trado ser (sobre todo en el ejemplo del fascismo italiano) un basa-
mento de creencias de gran eficacia en la consolidación de las
religiones políticas. Lo que no puede entrar en esa construcción
imaginaria es la idea de una muerte innecesaria y, sobre todo,
contraria a los fines de una transformación histórica, para la cual
el heroísmo individual puede ser más bien un obstáculo y una
pérdida de rumbo. Brevemente, hay dos cosas que pueden seña-
larse en la expresión que afirma que murieron los mejores: o
bien, en el interior del mito revolucionario, expresa el culto de la
heroicidad y el molde de los guerreros, amos de su propia vida y
su propia muerte; o bien, en la recuperación social más amplia,
nace de una culpa difusa en los sobrevivientes y en la sociedad
que no fue capaz de proteger tantas vidas exterminadas en una
masacre rutinaria. En verdad, murieron los peores y los mejores,
sobrevivieron los mejores y los peores.

La muerte es consustancial a esa imaginación revolucionaria en


la exacta medida en que la política quedaba reemplazada por la
religión, incluso capturada por el imaginario cristiano que con-
densaba en el martirio la ofrenda máxima y la entrada en la in-
mortalidad. Esa celebración de la muerte en la religión revolu-
cionaria, la exaltación de la sangre y la pasión por el combate, no
encontraba sus raíces en la tradición de la izquierda marxista.
Más bien, integra ingredientes morales extensamente implanta-
dos en las culturas milicianas, que han constituido un núcleo
fundamental de la religión fascista, tal como muestran los análi-
142 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

sis de Emilio Gentile, sobre los que volveré. 229 En el mismo sen-
tido, un trabajo innovador y bien documentado sobre las guerri-
llas latinoamericanas encuentra u~ núcleo duro de esa configura-
ción política y moral en la muerte, convertida en la "coordenada
cultural que signa los procesos de construcción político-milita-
res".230
Alguna vez habrá que hacer una historia de las representacio-
nes de la violencia y la guerra en el universo de las izquierdas. En
esa tradición, la figura del guerrero y la exaltación del coraje no
forman parte del repertorio de motivos destacados, al menos en
la primera mitad del siglo XX. No se aplica a Lenin o a Trotsky; y
aun en el caso de Mao, que condujo una guerra, la narrativa revo-
lucionaria ponía en primer lugar la inteligencia estratégica, el li-
derazgo y la relación con las masas y no el coraje personal. La fi-
gura del guerrillero como un condottiere de nuevo tipo se afirma, si
no nace, en la experiencia latinoamericana, con la figura del
nuevo modelo de líder revolucionario. Cualquier balance razo-
nado de las consecuencias del guevarismo no puede dejar de ver
que produjo efectos contrarios a los objetivos deseados. Brocato
lo dice en su libro: la violencia foquista movilizó no a las masas
sino a las fuerzas destinadas a reprimirlas a cualquier costo. Mu-
cho mejor pertrechadas, encontraron en la violencia terrorista
desplegada por la guerrilla un marco favorable para lograr un ma-
yor consentimiento en la sociedad.

EL SACRIFICIO

Un rasgo característico de los héroes, que los diferencia de los


hombres comunes y corrientes, es que la muerte no les sobre-
viene sino que la buscan y la eligen. En la gesta revolucionaria, si
la consigna "vencer o morir" es tomada como una disyuntiva abso-
luta, ¿qué queda para los que ni vencieron ni murieron? La ence-
rrona trágica de la heroicidad guerrera se plasma en un mandato
que, como se vio, sitúa a la muerte en el lugar de garante de la fi-
delidad a la causa. En ese sistema de creencias e identidades el
ejemplo siempre proviene de los mártires y los caídos en combate;
"LE VIMOS LA CARA Amos" 143

y los sobrevivientes, convocados a dar su testimonio, deben co-


mem:ar por disipar cierto estado de sospecha.
Los análisis de Ana Longoni acerca de la figura del traidor, el
"mandato sacrificial" y la posición de los sobrevivientes de las or-
ganizaciones combatientes deben ser remitidos a ese círculo de
creencias sobre la superioridad moral y política de los héroes
muertos. 231 La figura del traidor es un componente necesario del
régimen de los mandatos heroicos, es la contrafigura del héroe y
su complemento. Piglia señala la reconfiguración guevarista de la
oposición amigo/ enemigo: siempre hay enemigos potenciales en-
tre los amigos, es decir, traidores, y la única garantía contra la trai-
ción es "el sacrificio absoluto y la muerte". 232 La acción se vuelca
sobre el propio grupo: vigilancia desconfiada, controles discipli-
narios, castigos; casi todos los grupos guerrilleros cargan con sus
disidentes (débiles, quebrados) fusilados. Las memorias militan-
tes, que buscan hacer perdurar ese régimen de heroísmo, transfie-
ren la figura del traidor al que sobrevivió a la derrota. Longoni
destaca lo que no se pudo escuchar en el sobreviviente; pero al
concentrar su análisis sobre el círculo residual de la militancia, en
el régimen de memoria que busca héroes y no admite a las vícti-
mas como tales, pierde de vista lo que sí se pudo escuchar, y mu-
cho, en la sociedad: los sobrevivientes fueron los testigos privilegia-
dos de los crímenes del terrorismo de Estado y gracias a ellos el
relato de la guerra contra la subversión (que dominaba el sentido
impuesto por la dictadura) quedó sepultado frente al paradigma
que destacaba los derechos de las víctimas. Como se vio, mientras
dominaba esa matriz, afincada en la escena judicial, no era posi-
ble contar esa historia con una narrativa de guerra. Lo que Lon-
goni no incluye en su análisis es el cambio en las ideas y los valo-
res con que se juzgó esa lucha: si no hubo guerra (que fue la tesis
central del paradigma jurídico aplicado a los crímenes de la dicta-
dura) se hace difícil mantener esa memoria ritualizada de los hé-
roes que ofrendaron su vida en el combate.
Longoni encuentra esa figura del traidor, no en los testimonios
de ex militantes, ni en las prácticas de memoria y conmemora-
ción, sino en algunos ejemplos de la literatura, donde es un tó-
pico que tiene su propia historia y condiciones, lo que lo vuelve
144 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

poco específico como representación implantada de ese pasado.


En verdad, el libro no puede mostrar que haya sido un tópico im-
portante en la recuperación pública de esa etapa. El problema
mayor es que la intervención de Longoni parece una operación
interna a ese universo de sentido, el de las memorias de los venci-
dos que buscan en sus héroes el reaseguro de una victoria moral
última. Discute, en esas e"0caciones residuales de la militancia, la
pervivencia del rigorismo moral (y la ceguera psicológica) con
que, en el pasado, las propias organizaciones milicianas conce-
bían el comportamiento esperable de un combatiente cuando era
tomado prisionero. En todo caso, el traidor, más que una figura
de la memoria, es un rótulo de los códigos y rituales de la guerra
.revolucionaria: así lo demuestra el caso ejemplar, tomado por la
autora, de Roberto Quieto, condenado a muerte por su propia or-
ganización cuando, probablemente, ya había sido asesinado por
las fuerzas represivas. 233 En el presente, cuando ya no hay guerra,
esta figura sólo puede ser un motivo que retorna desde un régi-
men de memoria basado en la gloria de los héroes combatientes y
en la disyuntiva trágica que planteaba el "vencer o morir", y puede
ser tomada como una evidencia más de una torsión o un desplaza-
miento respecto del paradigma que sostuvo la .resistencia más efi-
caz contra la dictadura, que no se hizo en nombre de la .revolu-
ción, sino de la democracia, los derechos y la justicia.
Hay otras figuras de traidor, en las memorias contemporáneas,
de las que no se ocupa Longoni. Por un lado, en la visión heroica
que juzga a los sobrevivientes a la luz de la gloria de los muertos,
traidores han sido los que a posteriori transaron con el enemigo:
el menemismo, en el caso de la narración montonera. De un
modo completamente distinto, desde otra configuración moral y
estética, el motivo puede aparecer en los relatos épicos de la aven-
tura guerrillera. M. Larraquy, en el libro ya citado, se propone
contar una historia de combatientes que habrían sido olvidados o,
peor, deliberadamente ignorados: "hubo soldados que fue.ron
mucho más valiosos que otros que ni siquiera fueron soldados,
pero que luego se ocuparon de reconstruir la épica de una gene-
ración desde su propio ombligo". 234 Aquí la traición se asimila a la
cobardía y se desplaza a las cúpulas: son los cabecillas que no vi-
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 145

nieron a luchar con sus soldados, como correspondería a los ide-


ales de una comunidad de guerreros.
El núcleo mayor del libro de Longoni trata sobre lo que llama el
mandato sruTI.ru:uu El problema alude no sólo al culto del heroísmo
y a la retórica del sacrificio ( que es un ingrediente que no falta en
las organizaciones milicianas, de izquierda y de derecha), sino a la
persistencia en un curso de acción que conducía a la derrota
cuando ya existía cierta "conciencia" del desenlace inevitable: la
pregunta, dice la autora, es "¿por qué persistieron?". 235 Descarta
una vía de explicación fundada en los efectos de un "grupo jura-
mentado". 236 No obstante, incluye la dimensión psicosocial, las
interacciones, las creencias y las identificaciones, sobre todo en los
análisis que propone de la secta (religiosa y política) y los estudios
de Karl Mannheim sobre la "excitación orgiástica" o el milena-
rismo. Quizás, un análisis más atento a la dinámica de grupo po-
dría haber detectado la incidencia creciente de ciertos rasgos la-
tentes, intensificados por el encierro y el repliegue propios de la
vida militante: la dependencia y la fusión. 237 No me interesa des-
plegar esa línea de análisis, pero al menos proporciona un con-
cepto (no una clave explicativa) para algunos comportamientos.
Permite pensar, por ejemplo, la situación de algunos miembros de
la guerrilla que, al ser capturados, reproducen un esquema
sobre todo basado en la dependencia, respecto de un nuevo lide-
razgo establecido por sus captores, que también configuran, en los
casos conocidos de la ESMA, una organización grupal cerrada.
Existía, dice Longoni, "cierta conciencia[ ... ] de que se
irremediablemente a una derrota militar aplastante y a la propia
muerte". 238 ¿Qué significaba una derrota para la moral guerri-
llera? No lo era la muerte en sí una condición de la
ción revolucionaria, como se vio en la promesa del Che: "Ustedes
ya están muertos". Algo parecido dice Santucho, según el testimo-
nio de Helios Prieto que reproduce la autora: aunque estuvieran
seguros de que todos iban a encontrar la muerte, debían empezar
la lucha armada. 239 En el límite, el problema que plantea el sacri-
ficio no reside en la apuesta de la propia vida, porque eso estaba
en la base de la acción miliciana, incluso militar: en un combate,
cualquiera sea su naturaleza, no es el número de muertos lo que
146 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

determina la derrota, sino la pérdida del objetivo. La muerte, in-


cluso la propia, puede no significar una derrota, si el objetivo, la
guerra o la revolución, puede ganarse. Todos los panteones nacio-
nales honran a sus caídos como contingentes incorporados a la
celebración de algún resultado final victorioso: la independencia,
la conquista de un territorio, la derrota de un enemigo. Renan,
en el texto ya citado, consagraba a los muertos cubiertos de gloria
como un sostén de la nación. 240 La muerte equivale a una derrota
sólo cuando ya no queda una causa, un objetivo final, por el cual
seguir luchando: si hablamos, como lo hacían los milicianos insur-
gentes, de guerra revolucionaria, no habría derrota mientras esas
muertes pudieran ser incorporadas en un curso de combates to-
davía abierto. Y es obvio que tampoco la retirada y la preservación
de las fuerzas constituían una derrota mientras permaneciera esa
posibilidad de continuar la guerra. El problema cambia cuando la
muerte es, a la vez, la derrota y la liquidación de ese objetivo. "Re-
volución o muerte" se convierte en una disyuntiva trágica para los
sobrevivientes sólo y en la medida en que estén todavía sostenidos
en esa fe y, al mismo tiempo, no haya ni organización ni horizonte
revolucionario.
La conocida proposición de Fucik, recordada por Longoni,
brinda la fórmula de una disposición al sacrificio en la que la
muerte anuncia la vida y la victoria final: "Por la alegria hemos ido
al combate y por la alegría morimos. Que la tristeza no sea unida
nunca a nuestro nombre". 241 Quieto, que parecía derrotado antes
de ser apresado por las fuerzas enemigas (según los testimonios
que recoge la autora), es la contrafigura de esa confianza en el
curso de la revolución. Tampoco habría allí una ofrenda sacrificial
personal: si se admite que ya no creía en la victoria, que la revolu-
ción no operaba como mito movilizador, más que un sacrificio
ofrendado habría una muerte anunciada y absurda para quien la
sufría. La mayor tragedia personal es creer que se muere por nada.
Diversos testimonios muestran que muchos militantes cayeron en
esas condiciones: ya estaban quebrados en su fe antes de ser apre-
sados. Pero, entonces, para situar un problema histórico que es
sensible e intrincado, habría que distinguir dos sentidos del sacri-
ficio, que pueden ser a veces indiscernible,, en las muertes de los
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 147

combatientes aniquilados. Por un lado, el caso del que ofrenda su


vida unificado y afirmado en el mito y en la creencia en la victoria
final: es el ejemplo del Che, y vale la comparación con los mártires
cristianos o los milicianos de diversas creencias. Por otro, el de
quien cae prisionero cuando ya no cree, el que por razones diver-
sas no pudo o no quiso desertar pero ya no se sostiene en la pervi-
vencia de una causa. No se puede estrictamente hablar aquí de sa-
crificio o, en todo caso, se trata de un sacrificio de otra naturaleza.

De este excurso, sostenido en una lectura de algunas cuestiones


presentes en el libro de Longoni, interesa destacar que el tópico
del sacrificio de la vida como prueba máxima del heroísmo revo-
lucionario no puede separarse de la exaltación de la guerra y la
moral del combatiente. Y entre los sentidos diversos incorporados
al culto de los héroes y los muertos y, sobre todo, a la celebración
de la muerte que es ofrendada al objetivo revolucionario, debe
contarse la euforia de "verle la cara a Dios". Sólo con la reduc-
ción, o la derrota, de esa dimensión "oceánica", para retomar el
término ya citado de Freud, puede rescatarse el valor de otras di-
mensiones más modestas de la realización individual o grupal.
Puede encontrársela en la familia, los amigos, la vida personal,
como se vio en los testimonios de las mujeres militantes; incluso
algunos, sin renunciar al horizonte posible de una revolución po-
lítica ni a los valores de una nueva sociedad, pudieron redimen-
sionar ese objetivo en proyectos menos absolutos, en los marcos
de la democracia. El complejo sacrificial, entonces, allí donde se
cumple plenamente, no es sino el reverso de esa estructura fantas-
mática de exaltación y omnipotencia. Cabe señalar una expresión
máxima, a la vez siniestra y neta en su eficacia, en la pastilla de cia-
nuro incorporada al equipamiento de los combatientes montone-
ros. Firmenich defiende su generalización con un argumento de-
mocrático: inicialmente, después de la caída de Quieto, el uso de
la pastilla había sido decidido como una medida de seguridad,
destinada a evitar la delación bajo tortura, sólo para los dirigentes;
pero esa restricción generó muchas críticas en el resto de la orga-
nización, que la cuestionó como un privilegio de los jefes y, por
eso, se extendió a todos. 242
148 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

La pastilla venía a corregir una inicial sobrevaloración de la ca-


pacidad de resistencia de los combatientes apresados. Hasta ese
momento se daba por sentado que los miembros de la organiza-
ción podrían resistir cualquier medio de tortura sin brindar in-
formación al enemigo. El "Código de Justicia Penal Revoluciona-
rio" de Montoneros lo tipificaba como delito de "confesión", y
preveía penas que llegaban al fusilamiento. 243 La misma convic-
ción, que veía a un héroe y un mártir en cada militante, estaba
presente en la dirección del ERP. Según el testimonio de Mattini,
cuando comenzaron los golpes de las fuerzas represivas contra la
organización, se negaron a creer que se debieran a la informa-
ción proporcionada por los capturados. 244 La representación de
una comunidad de guerreros dispuestos al heroísmo se plasmaba
en esa imagen de extrema fortaleza, determinación y resistencia:
podían vencer no sólo el miedo sino también el dolor, y enfren-
tar la muerte con ánimo imperturbable. La introducción de la
pastilla no modificaba esa representación, en la medida en que el
suicidio quedaba situado, ordenado incluso, como un acto de
combate; en el límite, eliminarse como posible delator signifi-
caba producir una baja al enemigo. En ese caso, la muerte bus-
cada cumplía con la función del sacrificio en el destino del com-
batiente heroico; en verdad, lo hacía desde una posición que
denegaba la muerte: en el motivo heroico, el individuo cuenta
menos que la causa, o la certeza en la victoria final, que se
adueña de la vida ofrendada.
Distinta es la figura desesperada de un combatiente que en-
frenta su propia muerte reducido a una pura individualidad, al-
guien que, desconectado del mito y de la fe, no tiene otra vida
que esa que va a perder. En un sentido, es la situación de todos,
en la medida en que el tránsito a la muerte, en lo real, es un acto
de absoluta soledad. Pero, si se trata del problema del sacrificio
como deber y como moral, lo que interesa indagar en ese límite
es el sentido de la pastilla en el acto final de un sujeto en la posi-
ción imposible de decidir entre la vida y la muerte. Para un sujeto
configurado por la moral del heroísmo, la decisión parece estar ya
tomada. Pero más allá de los relatos fabulosos y las apropiaciones
a posteriori, de las leyendas ejemplares y las hagiografías revolu-
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 149

cionarias, los que mueren son hombres de carne y hueso y en ver-


dad nadie sabe cómo asumieron su propia muerte.

La literatura se ha internado en ese terreno mucho mejor que la


historia o el ensayo político.JuanJosé Saer se ha animado a na-
rrar esa experiencia límite, entre la vida y la muerte, entre lavo-
luntad de luchar y la decisión de abandonar el combate para
siempre. Y lo que resalta es una situación de extrema soledad, de
repliegue sobre un yo que se ha hecho invulnerable y, en ese
tránsito absoluto, es dueño de sí y del mundo. Leto es un oficial
montonero que muere ingiriendo la pastilla, y nada hay en esa
muerte que pueda ser incluido en las funciones del sacrificio:
"Espacio, tiempo, historia y materia sumida en sí misma, él
aprenderá a mantenerlos a raya y como en suspenso con su di-
chosa pastilla". 245 Cuando va a ser capturado, la pastilla cobra el
sentido de un talismán, capaz de irrealizar la muerte, la derrota y
el combate:

Ustedes dos, como los que están atrás de los autos y de


los árboles, como los que esperan en las esquinas, como
los que ya deben estar en la puerta de entrada, en el te-
cho a lo mejor, en el fondo del patio, carecen de reali-
dad, son como fantasmas o como nubes de humo, por-
que yo tengo la pastilla, la acabo de tocar con la yema de
los dedos, la pastilla que anula de un solo clac el big-
bang, la expansión insensata y ciega de sus chafalonías y
su pseudoeternidad irrisoria. 246

Saer no disimula que ese reaseguro, afincado a la vez en la certeza


de la propia muerte y en el dominio sobre ella, depende de un or-
den aberrante que ha perdido todo anclaje en la realidad:

no irá quedando, después de la cólera, la fe, la duda, el


arrojo, más que la obstinación sardónica, ni siquiera au-
tocompasiva, de quien, enceguecido por una lluvia to-
rrencial, como se dice, o por una serie ininterrumpida
de explosiones, corre en línea recta, sin importarle, y tal
150 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

vez sin siquiera plantearse el problema, si en la dirección


en que corre lo espera un reparo o un precipicio. 247

Finalmente, en ese derrumbe ciego no hay sacrificio, porque no


hay nada ni nadie a quien ofrendar esa vida:

y habiendo llegado demasiado lejos como para dar mar-


cha atrás, empezará a confiar, no en estrategias, ni en or-
ganizaciones, ni en sacudimientos históricos, como los
llaman, ni siquiera en su propia ametralladora, sino úni-
camente en la pastilla. 248

La muerte de Leto, imaginada por Saer, se opone punto por


punto a las escenas de la muerte bella narradas por RodolfoWalsh
y por Juan Gelman, a las que ya se hizo referencia. 249 Nadie es so-
berano de su propia muerte; aun el suicidio es un desenlace final
determinado por situaciones y decisiones que escapan al arbitrio
de quien cree elegir. Durkheim distinguía entre suicidios egoístas,
en los que el yo individual se afirma por encima del yo social ("in-
dividualización excesiva"), y suicidios altruistas, que se producen
por una "individuación insuficiente". Constataba que en la vida
militar la tasa de suicidios es muy superior a la de la vida civil (más
en los oficiales que en los suboficiales; el índice crece con la anti-
güedad en el servicio) y lo atribuye al "conjunto de hábitos y esta-
dos propios del espíritu militar, comenzando por la impersonali-
dad": el militar se ejercita en "prestar poca atención a la propia
persona, puesto que debe estar listo a sacrificarla". 250 Pero Dur-
kheim sólo veía el suicidio corno un hecho social y no como un
acto subjetivo: ¿cómo calificar el suicidio de Leto?, ¿quién puede
saber cuánto egoísmo puede encerrar una muerte que parece ele-
gida con miras a fines que trascienden al sujeto? La muerte pro-
pia es siempre algo que acaece y por eso, dice Freud, es irrepre-
sentable para el sujeto. Sin embargo, no dejan de constituirse
legados que son materia disponible para diversas producciones
míticas o simbólicas. La muerte puede ser "bella" sólo para los
otros, cuando refuerza los mitos del héroe, y es un tópico tranqui-
lizador para los que sobreviven con la incertidumbre de no saber
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 151

qué les espera en ese tránsito último. Un sentimiento de exalta-


ción suele acompañar al que sobrevive después de haber pasado
por una situación de extremo riesgo: un sentimiento de invulne-
rabilidad que es común entre quienes salen vivos de un accidente
grave, un combate o un episodio con riesgo de muerte. Cuando
se alude a la escena de "ver la cara de Dios" para exponer el hu-
mor de los revolucionarios, no se piensa en los muertos sino en la
vivencia de los que sobrevivieron. Saer replica y corrige esa fic-
ción. Si se trata de incluir la muerte en la aventura revolucionaria,
cabe abrir, tentativamente, el problema de los modos en que
puede ser, en el límite, vivida por los combatientes. Y lo primero
que debe reconocerse es que hay muchas formas, en el plano sub-
jetivo, de enfrentarla. Leto, un personaje literario, revela una de
ellas y lo que ve en ese tránsito no es un Dios (la Causa o la Revo-
lución) que trascienda esa muerte sórdida, sino su propio rostro
obstinado y la pastilla, capaz de hacer desaparecer a la vez a los
enemigos y a su infinito desamparo.

MORALES DE LA GUERRA

Hay una moral del honor que es típica de las asociaciones de


casta, un legado de las prerrogativas de la vieja aristocracia caba-
lleresca. Norbert Elias ha proporcionado un retrato convincente
de la declinación del ethos guerrero, derrotado en el terreno mili-
tar y político por una forma de racionalidad calculable, negocia-
dora, distanciada de automatismos impulsivos y efusiones de bra-
vura. 251 Los ejércitos modernos ofrecen diversas transacciones
entre la vieja moral aristocrática y las formas racionales de la orga-
nización. En todos se jura dar la vida y se honra el coraje y la dis-
posición a matar y morir, pero lo primero que se ha desarrollado
técnicamente es el aparato jerárquico administrativo,junto con la
maquinaria disciplinaria descripta por Michel Foucault. En el ofi-
cio militar ya nadie es entrenado para que luche hasta la muerte,
y, con la estricta separación entre oficiales y tropa, lo que se im-
pone es una distinción equivalente entre rutinas de mando y ru-
tinas de obediencia. Con la incorporación de la psicología y las
152 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

ciencias humanas a la tecnología de la guerra, sobre todo después


de la Primera Guerra Mundial, se ha aprendido que la aptitud
combativa no depende de las apelaciones al valor y el coraje. Mu-
cho más importante es la administración de los relevos: lo que an-
hela en la batalla un soldado común y corriente no es la gloria
sino llegar al próximo periodo de descanso.
¿Qué diferencia hay con los combatientes guerrilleros? No trato
de señalar deficiencias técnicas en la formación o en la gestión
propiamente militar de las fuerzas milicianas; sólo plantear que se
trataba de soldados que se consideraban excepcionales (algunos
sin duda lo eran) y que en el fundamento ético y los valores que
los formaban para el combate predominaba una visión del honor
y una psicología moral clásica, fundada en el poder definitivo de
la voluntad. Esa certeza irreal en la soberanía de un yo invulnera-
ble, que se impone sobre el dolor y nunca deja de combatir, es la
que subyacía en la imposibilidad inicial de concebir que un revo-
lucionario pudiera ser forzado a hablar. Según el testimonio de
Mattini, fue en el contacto con funcionarios entrenados por los
servicios soviéticos (cubanos seguramente) que recibieron una in-
dicación cínica y siniestra: "Oiga, compañero, los soviéticos nos
enseñaron que todo el que tiene lengua habla, es cuestión de
tiempo y de método". 25 2
En el lugar de la muerte y en la asociación de la muerte con la
moral del honor se advierte un núcleo arcaico del habitus comba-
tiente. La celebración de la muerte, que es siempre la muerte del
héroe en combate ( tanto más si se marcha con conciencia hacia
ella), tiene una larga tradición en Occidente, desde los relatos ho-
méricos. En la configuración legendaria de la memoria, la muerte
heroica es una garantía de acceso a una suerte de inmortalidad
social: en los relatos que honran a los héroes, en los rituales que
les son destinados, una comunidad o un grupo conjuga su identi-
dad. Pero lo bello no está, no puede estar, en la muerte misma.
Para el guerrero que, como Héctor en la Ilíada, arriesga su vida en
el combate, la búsqueda de la gloria depende de la seguridad de
que esa muerte será embellecida, relatada por otros, recibida y
honrada en las generaciones por venir. 253 Esa gloria no está al al-
cance de cualquiera ya que se integra a un régimen de memoria
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 153

que depende de un ideal aristocrático: la muerte heroica es la


confirmación de que el guerrero, por sus dotes personales, forma
parte de un círculo de elegidos. Finalmente, el motivo de la
muerte en combate no es el único que asegura una inmortalidad
en el seno de una comunidad sostenida en un corpus de creen-
cias comunes. Con el martirio, el cristianismo ha edificado otra fi-
gura del sacrificio que depende menos de las virtudes personales
y de la búsqueda de la gloria futura del héroe, en la medida en
que es una forma suprema del testimonio de una verdad y una fe
que se imponen sobre el destino mortal.
El culto a los caídos en las ceremonias de la nación instituidas
en la modernidad (desde la Revolución Francesa) recoge algo de
esas dos figuras. Proliferan, sobre todo después de la Primera
Guerra Mundial, los monumentos a los muertos en combate;
pero siempre se trata de una heroicidad convertida en garantía de
una perduración que trasciende al individuo: "La Alemania debe
vivir, aunque nosotros debamos morir". 254 La inscripción, dedi-
cada a los caídos de un regimiento durante la Gran Guerra, re-
sume un régimen de conmemoración y de identificación en el
que los muertos valen menos por su coraje personal que por su
posición de guardianes de la patria, o de alguna causa trascen-
dente. En ese sentido, condensan ciertos rasgos del héroe con la
función de los mártires en la edificación de las religiones naciona-
listas modernas. Lo determinante de esa función es la obligación
que imponen a los sobrevivientes. Ciertamente, los monumentos
funerarios son tan antiguos como la historia humana y esa rela-
ción moral con los muertos es constitutiva de la cultura. Pero, en
el caso de los memoriales a los combatientes, es decir, a los muer-
tos causados por otros hombres, que nacen en el mundo mo-
derno, el problema mayor es la justificación de la muerte sufrida y
de la muerte causada. Y es claro que los sentidos del "morir por"
(o matar por) se fundan ex post, esto es, pertenecen a los sobrevi-
vientes. 255 Finalmente, la identificación con la causa que justifica
esa muerte, su perduración, incluso la determinación de que es la
misma que celebran los que siguen vivos, son un resorte y una de-
cisión que ya no están en manos de los caídos. Ésa es la mayor res-
ponsabilidad de los sobrevivientes, allí donde la memoria de esos
154 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

muertos se presta a todo tipo de apropiaciones y manipulaciones,


tal como lo muestran las formas típicas, estereotipadas incluso, de
las memorias nacionales o de facciones. En última instancia, es la
responsabilidad de los testigos, situados en la posición de tomar la
por los que ya no pueden hacerlo. Pero esas prácticas de
conmemoración, el culto a los muertos en combate, tienen la am-
y los límites de la comunidad qu,e las sostiene y se reconoce
en ellas. Socavada la eficacia de los mitos nacionales e instalado el
Holocausto como un molde diferente de identificación con los
muertos, la memoria de las víctimas ha desplazado a la de los hé-
roes, salvo para algunas expresiones residuales y ritualizadas en
los grupos radicales de la izquierda y la derecha. Al mismo
tiempo, la cultura de masas ha erosionado y embellecido las figu-
ras combatientes: el Che Guevara, convertido en un ícono de to-
dos los inconformismos, ha perdido el relieve del guerrero para
convertirse en el joven idealista de los Diarios de motocicleta.

En el clima de radicalización política abierto hacia fines de los se-


senta, la muerte violenta fue adquiriendo diversos sentidos. Los
ingredientes principales de esa configuración política y moral es-
taban presentes desde comienzos de la década en las luchas de Ar-
gelia, Vietnam y, sobre todo, la revolución cubana. Las primeras
acciones en esa guerra fueron actos discursivos en los que se im-
la certeza en el irreversible rumbo revolucionario, que de-
bía triunfar primero en los países periféricos. En el origen, la im-
plantación de las representaciones de la guerra revolucionaria
requería la presencia exaltada de los héroes muertos en combate,
un rasgo calcado de los rituales patrióticos que se reforzaba con el
vuelco del cristianismo revolucionario a la lucha armada. Un con-
tingente importante del guevarismo latinoamericano provino de
quienes tomaron el fusil en nombre de Cristo: Camilo Torres,
muerto antes que el Che, aportaba la imagen del mártir, indicaba
el camino y obligaba con su ejemplo. Pero un rasgo notable de la
tragedia argentina es que Cristo, o sus insignias, también forma-
ron parte del sustento de creencias de una buena parte de los sol-
dados que exterminaron a la guerrilla. Cristianismo y Revolución,
fundada por Juan García Elorrio en 1966, después del golpe mili-
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 155

tar del general Onganía, nacía como la expresión de una radica-


lización que combinaba exponencialmente el nacionalismo an-
tiimperialista afincado en el peronismo, el guevarismo y un nuevo
mesianismo cristiano. 256 No sólo afirmaba el mito mayor, la Revo-
lución, "el nuevo signo de nuestro tiempo", no sólo anunciaba
que el Tercer Mundo era "el mundo de los revolucionarios", sino,
lo que fue más· decisivo, proclamaba que tomar las armas, si-
guiendo el ejemplo de Camilo Torres, era "la única manera eficaz
y amplia de realizar el amor por todos". 257
Tres años antes, como se vio, nacía el EGP, el primer intento
de crear un foco en el norte argentino impulsado directamente
por el Che Guevara. Formado por un grupo de menos de veinte
guerrilleros y conducido por Ricardo Masetti, no llegó a realizar
ningún operativo. En unos seis meses fue desarticulado: su jefe
desapareció en el monte y el resto fue apresado por la policía.
Para entonces, las muertes que había producido eran dos miem-
bros del propio grupo, ajusticiados por decisión del "Coman-
dante Segundo", así llamado en referencia al Primero, el Che,
que planeaba ponerse a la cabeza del contingente más adelante.
En 2004, el testimonio de Héctor Jouvé, que fue parte de ese pri-
mer círculo y cayó preso, contaba su experiencia y agregaba algu-
nas reflexiones muy criticas acerca de la estrategia de la lucha ar-
mada en la Argentina y en América Latina. 258 La primera
iniciativa guerrillera en la Argentina no procedía de la resistencia
peronista (que utilizaba otros métodos de lucha) ni era una res-
puesta al golpe de Onganía. Nació durante el gobierno de Illia,
cuando las posibilidades de la acción política, incluso legal, de
toda la izquierda se habían ampliado. Tampoco respondía a un
empeoramiento de las condiciones económicas. Frente a las in-
terpretaciones que minimizan la decisión de la implantación fo-
quista, esfumada en la idea general del curso de la violencia y la
política, que supone un pasaje natural a la acción militar, lo que
se destaca en esa empresa extrema es el elemento de la más pura
voluntad. 259 Un grupo minúsculo decidía empezar una guerra,
sostenido en el mito de la revolución implantado con fuerza en
el imaginario de la izquierda por la experiencia cubana y el man-
dato del Che.
156 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA
\

No han faltado entonces y, lo que es peor, ahora, quienes argu-


mentan que no hay mayor diferencia entre la política y la guerra;
más aún, que la guerra es la cruda verdad de la política. Pero esa
visión, siempre dispuesta a exaltar las virtudes de la sangre derra-
mada, se refiere a una guerra abstracta. Carece de precisiones so-
bre los medios, las condiciones (¿cuándo es justificado asesinar?),
los enemigos. Lo ha señalado Horacio Tarcus: ¿a quién es lícito
matar: a todos los militares o sólo a algunos, a todos los policías y
los burgueses o sólo a algunos? 260 La metafísica de la violencia y la
sangre se lleva mal con el polvo de la historia. Vale la pena recor-
dar que cuestiones morales y de evaluación sobre los efectos polí-
ticos, que no eran abstractas, estuvieron presentes en el comienzo
de la experiencia de las organizaciones revolucionarias. Ya se vio
el ejemplo de las FAP, que comenzaron criticando los asesinatos
de burócratas sindicales y ejecutivos de empresas. Durante los se-
tenta se impuso un olvido acelerado de esas precauciones en des-
medro de una creencia cada vez más ciega en la eficacia pura de
la violencia. En ese proceso de degradación política y moral el nú-
cleo políticamente más tosco, cultor del coraje y la acción directa,
terminó imponiendo sus esquemas de percepción, sus prácticas y
el encierro en las rutinas de los guerreros. No fue así sólo en
Montoneros. Helios Prieto, que participó de los comienzos del
PRT-ERP, da cuenta de un proceso análogo; recuerda y respalda
las afirmaciones de Witold Gombrowicz sobre Roberto Santucho:
"soldado nato", "hecho para el fusil, la trinchera, el caballo", "una
mano dispuesta a matar en nombre de una niñería", en fin (ahora
en términos de Prieto), una "forma nacional, nuestra, de hitle-
rismo". 261
La recuperación de la primera historia del guevarismo permite
ver que ese núcleo ciego de la guerra, provocada a cualquier
costo, resistente a la experiencia, estaba presente en el mandato
mortífero del Che. En efecto, su figura había dejado una marca
indeleble en ese origen, un primer experimento de la voluntad
revolucionaria en tierra argentina. Larraquy sitúa la "contraofen-
siva" montonera de 1979, que terminó en una masacre, en ese
surco, como la última batalla de la guerrilla; pero introduce un to-
que de revisionismo romántico, representativo de un tono pre-
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 157

sente en muchas evocaciones de las nuevas generaciones sobre la


violencia; habría sido, dice, el desenlace de los Diarios de motoci-
cleta. 262 En la serie histórica así establecida se borran los efectos de
esa lógica de la guerra que convertía a la muerte, incluyendo las
ejecuciones punitivas contra los propios militantes, en un recurso
habitual. Una primera precisión histórica obliga, entonces, a res-
tituir lo omitido: entre la aventura romántica del Che y ese desen-
lace de muerte y derrota hay que contar, en la Argentina al me-
nos, con esa otra aventura desvariada que comenzó con una
promesa de muerte lamentablemente cumplida para muchos. En
el final trágico del Che en Bolivia quedaba plasmado el destino de
la empresa de los ejércitos guerrilleros. En el ascenso de los extre-
mos y la sustitución de la acción política y social por las formas de
la guerra terminarán prevaleciendo los verdaderos señores de la
guerra, las Fuerzas Armadas erigidas en una milicia irregular dis-
puesta al exterminio de una amplia gama de enemigos. Final-
mente (lo dice Héctor Jouvé), en las condiciones argentinas la es-
trategia del foco era la que mejor encajaba con los proyectos de la
represión generalizada afincados en los núcleos más reaccionarios
de las Fuerzas Armadas.

LAS MUERTES INSIGNIFICANTES

Al lado de las muertes recordadas, celebradas como un objeto de


culto, que van a converger en la imagen del martirio del Che,
hubo otras muertes, oscuras, relegadas. No se celebraban (salvo
en algunas manifestaciones juveniles) las muertes de enemigos
poco significativos, como policías, oficiales anónimos o ejecutivos
de empresas. Pero sin duda las más ocultadas fueron las produci-
das en el propio contingente revolucionario por motivos de disci- -
plina o seguridad. De alli la significación del debate surgido a par-
tir de los asesinatos de dos miembros de la primera guerrilla
guevarista. El viejo clisé de la revolución que se devora a sus pro-
pios hijos, acuñado contra el terror jacobino, encontraba una in-
sólita confirmación en el norte argentino, pero esta vez sin revo-
lución, ni tribunales, ni aparato punitivo, ni división de tareas: los
158 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

jueces fueron también los verdugos. Héctor Jouvé abria el debate


al narrar los fusilamientos: "Creo que de algún modo somos todos
responsables, porque todos estábamos en eso, en hacer la revolu-
ción". 263 A partir de allí, la carta de Osear del Barco recuperaba
los nombres sepultados, Adolfo Rotblat y Bernardo Groswald, y
reintegraba esos asesinatos a la luz de un escrutinio público sobre
las condiciones, los fines y los medios, las responsabilidades. El
episodio era conocido; sin embargo, del Barco imponía una discu-
sión sobre los fundamentos, sobre la justificación de esos crimenes
y, lo más importante, rescataba esas muertes de la insignificancia.
No hay muertes banales, y recuperarlas simbólica y moralmente
suponía un modo de interrogarse sobre lo sucedido que ya no po-
día remitirse a los designios del enemigo.
Interesa repasar el proceso que vuelve insignificante la muerte
y a ciertos muertos. Que la guerrilla produjo muertos, incluso ni-
ños o personas inocentes, no era algo desconocido, pero siempre
había formado parte del arsenaljustificatorio de los que aproba-
ron la masacre producida por la dictadura. Como se vio, las res-
ponsabilidades de la guerrilla y de las tácticas terroristas en esa
masacre ya habían sido admitidas, sobre todo en el exilio, desde
diversas posiciones de la izquierda y el peronismo. 264 Lo nuevo,
en el debate abierto por Jouvé y del Barco, era la presencia tangi-
ble de los crímenes, la escena, el relato, los nombres y las circuns-
tancias. Por el revuelo que causaron en el círculo del progre-
sismo, esas escenas parecen haber impactado de un modo similar
al descubrimiento de las tumbas anónimas de los desaparecidos a
la salida de la dictadura. No voy a entrar en el detalle de una dis-
cusión farragosa e intrincada. Sólo me interesa señalar que mu-
chas de las respuestas eludieron el problema de las responsabili-
dades y mostraron un reflejo defensivo en dos direcciones: atacar
al mensajero que perturbaba la buena conciencia de la izquierda
o encontrar diversas justificaciones relativas al clima y las certezas
de la época.
El aura de heroicidad que rodea la muerte propia, cuando es
buscada con valor y determinación, se borra cuando es despla-
zada a la muerte de los otros, particularmente si se trata de ejecu-
ciones. Allí, la moral del guerrero y la ética del combate quedan
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 159

trastocadas en la posición siempre siniestra del verdugo. La


muerte heroica es única, la muerte ejercida como ejemplo o
como instrumento del terror es siempre banal, incluso adminis-
trativa. Éste es el punto en el que me interesa volver sobre el de-
bate y la intervención de del Barco. Algo ha cambiado respecto
de las configuraciones anteriores de la conciencia histórica: ya no
se trata ni de esfumar la voluntad militante detrás de la figura de
la víctima ni de la versión idealizada y pacificada que hablaba sólo
de los afectos y del propósito de cambiar la vida. En el grito de
del Barco se han querido ver demasiadas cosas, mayormente pro-
yecciones de los puntos ciegos de la izquierda: la autocomplacen-
da y la autorreferencialidad, ligadas a la incapacidad de incluir
las consecuencias de las propias acciones en la reflexión sobre la
historia. Y no han faltado las abrumadoras exposiciones en pri-
mera persona que han buscado salvar la propia alma. Lo que casi
no se vio es lo que ese alegato proponía en la reparación de esas
víctimas olvidadas: un silencio reflexivo habría sido una mejor
respuesta que la proliferación discursiva que finalmente venía a
tapar otra vez esa tragedia bajo el manto de la misma indiferen-
cia. Quizá en el futuro se descubra en ese grito un vuelco capaz
de ampliar el reconocimiento de las víctimas de la tragedia argen-
tina.
Así como el Nunca más produjo un reordenamiento del pasado
e implantó una revelación que buscaba recuperar una memoria
justa para las víctimas, en las que podía reconocerse, con dificulta-
des, la sociedad, cabe pensar que en el futuro la intervención de
del Barco puede llegar a ser el punto de partida para un recono-
cimiento de esas otras víctimas igualmente innecesarias, las muer-
tes producidas por la guerrilla. Y quizá el camino para la rememo-
ración de esas otras víctimas deba comenzar por las que la
guerrilla sacrificó de su propia sangre para abrir una brecha que
incorpore a las demás: de Rucd a Mor Roig, de Sallustro a Larra-
bure, y tantos otros, civiles o pertenecientes a fuerzas policiales o
militares, que no eran peores ni mejores que quienes hoy ocupan
sus lugares y que cayeron asesinados en un tiempo impiadoso en
el que la muerte fue aceptada por muchos como un instrumento
de lucha legítimo y común.
160 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Lo que no se ha destacado en la extensa y nutrida polémica es


que el testimonio de Jouvé ya impugnaba la sacralización de la
violencia y la guerra, en la medida en que condenaba la reduc-
ción de la asociación política a una milicia implacable, ciega a un
análisis de valores y objetivos. Sobre todo, rescataba la memoria
de esas primeras víctimas, surgidas de un impulso generoso hacia
el cambio social y finalmente sacrificadas en el altar de la Revolu-
ción. La memoria pública de esas victimas en el presente no res-
pondía sólo a un deber moral, exigía además una evaluación polí-
tica a la luz de sus consecuencias. El episodio del EGP se
adelantaba a la universalización de la teoría del foco, proclamada
con la creación de la Organización Latinoamericana de Solidari-
dad (OLAS), enjulio y agosto de 1967. Como es sabido, pocos
meses después ( en octubre de ese año) caía el Che en Bolivia. Fi-
del Castro sintetizaba una explicación groseramente negadora de
ese fracaso, y atribuía su muerte a un golpe de suerte del ene-
migo: "Su capacidad como jefe y su experiencia en vano tratan de
negarlas quienes se aferran al golpe de fortuna". 265 Ni el fracaso
del EGP ni la muerte del Che dejaron enseñanza alguna o modifi-
caron la fe ciega en la lucha armada. Por el contrario, las FAP ini-
ciaron su acción casi inmediatamente después. La historia es co-
nocida: el ejemplo y el mandato del líder muerto pesaban más
que cuando estaba vivo y se convertían en una bandera indiscuti-
ble y sagrada para los contingentes que se sumaban a los partidos
armados, en la izquierda y en el peronismo.

¿Cómo volver sobre esas creencias y esas pasiones? Reducido el


peso del mesianismo revolucionario y la exaltación del foco corno
forma universal de la acción ernancipatoria, lo que queda es una
empresa humana; borrada la esperanza escatológica que conver-
tía a los muertos, propios y ajenos, en un puro medio ofrendado
a la victoria final, lo que queda es el hecho desnudo de la muerte
y la necesidad de afrontar las incertidumbres de una justificación
que nunca es satisfactoria. Dios, de algún modo, se ha metido en
el relato de la tragedia: la intervención de del Barco, que también
se refiere a Dios, discute sin saberlo sobre la naturaleza de ese
otro Dios invocado en la proposición que da título a este capítulo.
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 161

Al Dios de la guerra y la venganza, que sacraliza la muerte del


combatiente, o a las figuras orgiásticas de la muerte que sirven a
la moral del guerrero, que sólo puede arrepentirse de no haber
combatido y matado lo suficiente, del Barco opone otro Dios: el
de la culpabilidad y la moralidad intrínseca de los actos humanos.
Vale la pena recordar el planteo moral sobre la lucha armada que
se exponía en el diálogo de J. Rulli y E. El Kadri, cuando oponían
la violencia como una "terrible carga del revolucionario" a la om-
nipotencia de los "dioses revolucionarios" dispuestos a decidir quién
debe morir y quién debe vivir. 266
Frente a las lecturas que eligen trabajar sobre las tesis de Benja-
mín de la redención y la revolución (y que no incluyen entre los
vencidos de la historia a las víctimas del furor revolucionario), del
Barco recuerda a las víctimas más olvidadas, a las más profunda-
mente sepultadas. Y, con ello, lanza el desafio para una polémica
que pone a prueba (por ahora, sólo en una zona del campo inte-
lectual) un rasgo esencial de eso que Todorov llamó memoria
"ejemplar". En efecto, en la distinción conocida entre memoria
"literal" y "ejemplar", a menudo no se reconoce 'que lo que está
en juego es el valor de la justicia y de las funciones del duelo
cuando se trasladan al debate público. La prueba de la ejemplari-
dad de la memoria se alcanza finalmente cuando puede ser apli-
cada no a los crímenes sufridos (es lo más fácil) sino a los que in-
volucran la responsabilidad de quien interviene públicamente
sobre ellos: no es la causa de la memoria sino un compromiso que
involucra una relación entre ética, política e ideología lo que lleva
a los ex prisioneros comunistas de los campos nazis a denunciar
los crímenes del Gulag en contra de sus propios camaradas de mi-
litancia. 267 Osear del Barco realiza un acto de reparación equiva-
lente al devolver esas muertes insignificantes a una discusión so-
bre los valores y los fines, en contra de la inercia de las filiaciones
y las identidades.

Otras muertes eran exaltadas en el humor predominante de los


jóvenes radicalizados de los setenta y, por extensión, en una parte
de la sociedad. La celebración de los asesinatos producidos por la
guerrilla no hacía sino expresar una creciente insignificancia: ya
lfü! SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

no eran las muertes gloriosas de los combatientes caídos sino las


ejecuciones públicas o las amenazas de muerte incorporadas al
universo de las consignas de la época. 268 A José Rucci lo mataron
primero in effigie los miles de jóvenes que coreaban "Rucci, trai-
dor/ a vos te va a pasar/ lo que le pasó a Vandor". La euforia vin-
dicativa prosiguió después del asesinato con esta otra: "Rucci, trai-
dor/ saludos a Vandor", e incluía una de inusual crudeza,
reveladora de las inclinaciones necrófilas del imaginario monto-
nero ( expuestas en el episodio del secuestro del cadáver de Aram-
buru): "Rucci, carajo/ contame como crecen/ rabanitos desde
abajo". El imaginario miliciano estaba presente tempranamente
en las que César Tcach llama "consignas de identidad"; por ejem-
plo, hacia 1970: "FAR y Montoneros/ son nuestros compañeros" y
"Aquí están, éstos son/ los soldados de Perón". En 1973, cuando
crece el enfrentamiento con el General: "No somos putos/ no so-
mos faloperos/ somos soldados de FAR y Montoneros" y "Monto-
neros, FAR y ERP / con las armas al poder". Finalmente, en ese
mismo año, bajo una forma grosera, que incorporaba el lenguaje
de lúmpenes y marginales, la amenaza de muerte banalizada se di-
rigía a los propios peronistas, de los que se sospechaba que po-
dían flaquear frente a la derecha del movimiento ( es decir, frente
a Perón): "Que cumpla el diputado/ que cumpla el concejal/ si
no los Montoneros/ los vamo' a reventar". Hacia septiembre de
1974, con el pase a la clandestinidad se refuerza el mito de la vio-
lencia primera, que sueña con el golpe de efecto del primer ase-
sinato: "Duro, duro, duro/ vivan los Montoneros/ que mataron a
Aramburu".
Pablo Giussani, que había vivido bajo el régimen de Mussolini,
no podía dejar de evocar al fascismo en esta exhibición obscena
de la muerte de los otros. Rescata algunas consignas que escapa-
ron al análisis de Tcach: "Con el cráneo de Aramburu/ vamo' a
hacer un cenicero / para que apaguen sus puchos/ los comandos
montoneros". Y evoca de inmediato las que había oído treinta
años antes: "Con la barba di Ciccotti / noi faremo spazzolini / per
pulire gli stivali/ di Benito Mussolini".2 69
Seguramente la inmensa mayoría de los jóvenes que coreaban
exaltados esas amenazas de violencia y muerte no querían tomar
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 163

las armas y hubieran sido incapaces de llevarlas a la práctica. Mu-


chos formaron parte del contingente de "perejiles" (ante todo
para la propia organización) que terminaron en los campos de
exterminio, de los quebrados, los torturados, los asesinados en
muertes mucho más miserables que las del heroísmo venerado en
las liturgias militantes. Por otra parte, la futilidad de la muerte y el
fetichismo de las armas corrían parejos con el lenguaje del apriete
y la cultura de los "fierros" que se extendía en los frentes políticos,
sindicales, estudiantiles o barriales. Los asesinatos se convirtieron
en una presencia cotidiana y cada vez más insignificante. Es cierto
que en esa escalada de barbarie los grupos de ultraderecha y las
redes parapoliciales, sobre todo después de la masacre de Ezeiza y
el nacimiento de la Triple A, aportaban la parte más desmesu-
rada. Pero también en la heterogénea configuración revoluciona-
ria (peronista y marxista) predominaban la disposición a la ac-
ción y el gusto por una violencia cada vez más indiscriminada, vía
para la generalización de los métodos del terrorismo. La imagina-
ción guerrera se extendía y construía "fabulosas teologías de la
violencia". 270
Las nuevas condiciones de inserción y acción política en la lega-
lidad que abría el gobierno de Héctor Cámpora fueron la prueba
de fuego del dispositivo montonero. Una insatisfacción profunda
corroía todo curso de acción que amenazara con diluir las certe-
zas sobre la eficacia última de la lucha armada. Para la autoima-
gen miliciana no bastaban el trabajo político en el movimiento pe-
ronista, las alianzas posibles con sectores del radicalismo o la
centroizquierda, el desarrollo de los frentes de acción social. Paco
Urondo, según el testimonio de Giussani, ofrece una muestra de
esa cosmovisión que despreciaba la política por la fe en la acción
directamente eficaz de la violencia: después de un operativo ar-
mado de un grupo montonero, realizado en agosto de 1973, ma-
nifestaba su satisfacción porque demostraba que no se estaban
"achanchando" en la legalidad. 271 Más recientemente, Sergio Bu-
fano recuerda las dificultades para abandonar la "vida plena" del
combatiente: "la vida se tornó incolora, desapareció la embria-
guez del combate, la fascinación de la clandestinidad ... "; llega a
proponer que la añoranza de las pasiones de la guerra pudo estar
164 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

entre los motivos de algunos de los que retornaron en la contrao-


fensiva montonera de 1979. 272
Giussani había sido fundador y director de la revista Che, en los
años sesenta, y secretario de redacción del diario Noticias, de Mon-
toneros, dirigido por Miguel Bonasso. Su libro, publicado en 1984
(casi al mismo tiempo que los de Carlos Brocato), daba cuenta de
una discusión, desde la izquierda, que había comenzado en el
curso mismo del derrumbe montonero hada el terrorismo. Que
su ensayo sobre las consecuencias de la entronización de la violen-
cia en la cultura guerrillera no haya sido recuperado, veinte años
después, en el debate desencadenado por las intervenciones de
Jouvé y del Barco, es un signo notable de los olvidos defensivos de
la izquierda intelectual. Un punto de mira privilegiado en el libro
de Giussani radicaba en las consecuencias de la configuración
combatiente en la relación con las bases de la militancia. Una or-
ganización dominada por esa lógica, dice, sólo puede mantener
con sus miles de adherentes un vínculo que oscila "entre el pater-
nalismo y la instrumentación". Pero cuando denunciaba la "con-
ciencia estamental" de un grupo que sólo podía combatir, lo ha-
da desde la convicción de que esa organización, con la que había
simpatizado y colaborado, pudo haber cambiado en 1973, algo
que hoy se revela como muy improbable. 273 En esa critica, con-
temporánea a los acontecimientos, se expone otra tradición de iz-
quierda, una expresión de la conciencia racional y moral que re-
chaza las mitologías guerreras como un veneno de la acción
política.
Un visitante inglés, cuenta Giussani, percibía inmediatamente
en las movilizaciones montoneras el parecido de familia con las
del fascismo. 274 La visión externa abre una brecha en los puntos
ciegos de la conciencia miliciana y en sus prolongaciones hacia el
presente. Restituye lo que no puede entrar como problema, ni
puede ser incluido en esos relatos de héroes: la profundidad de la
barbarización y la degradación moral de la política que traía apa-
rejada esa concepción administrativa de la muerte de los otros en
la escena de las luchas. Las consecuencias en el campo político ex-
cedían el ámbito de la guerrilla. Otra mirada externa, durante la
dictadura, era recuperada por James Neilson en una de sus co-
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 165

lumnas dominicales del Buenos Aires Herald. Daba cuenta de un


encuentro entre políticos argentinos y varios diputados alemanes
arribados a la Argentina en 1979. Claramente, los visitantes se reu-
nían con un grupo de peronistas, radicales, intransigentes y algún
socialista con el propósito de dar su apoyo a lo que veían como la
oposición política a una dictadura. El intercambio de ideas in-
cluyó la cuestión de la violencia guerrillera. Un peronista pre-
sente afinnó: "el terrorismo, considerado psicológicamente, es
una respuesta a la injusticia social y económica"; y agregaba que
para terminar con él era necesaria "la instauración de un sistema
de justicia social y plena participación política con la paulatina
destrucción de las instituciones propias del capitalismo liberal e
individualista". Los alemanes trataron de discutir lo que conside-
raban una gruesa simplificación del problema de la violencia. Fi-
nalmente, dice Neilson, la sugerencia de que el terrorismo podría
considerarse una consecuencia del "deterioro de los valores mora-
les" no convenció a ninguno de los argentinos presentes.275

LA REVOLUCIÓN Y SUS MITOS

Cuando se habla de militancia revolucionaria a menudo se mez-


clan y confunden humores, posiciones y prácticas. C. Tcach se re-
fiere a un "caleidoscopio" que combinaba la música de Viglietti y
los cronopios de Cortázar con la bomba y el revólver. 276 De esa
mezcla terminó predominando, en general, lo peor. Existía un
amplio movimiento social que exponía y actuaba una voluntad de
cambios profundos: lo nuevo era entonces el adjetivo más reite-
rado, que se aplicaba al sindicalismo, el movimiento estudiantil, la
cultura intelectual, el cristianismo y la izquierda. La sensibilidad
del cambio que dominaba en la sociedad desde comienzos de los
sesenta impulsaba sus iniciativas en parroquias y barrios, sindica-
tos, universidades, hospitales, escuelas. Pero ese impulso podía
plasmarse en formas muy diferentes de intervención; programas
de reforma de lo existente (incluso de cambios radicales) coexis-
tían con las proyecciones apocalípticas de las expresiones guerri-
lleras. De modo que bajo la apelación revolucionaria se cobijaban
166 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

ideas y prácticas muy diferentes, incluso opuestas: las luchas ape-


gadas a experiencias insertas en el movimiento social y político,
pero también proyecciones que alucinaban una situación revolu-
cionaria y soñaban con una captura del poder conc7I>ida como
un acontecimiento que clausuraba la historia pasad,i) Norman
Cohn ha proporcionado algunas ideas esclarecedoras sobre el
trasfondo y las condiciones subjetivas de lo que llama "milena-
rismo revolucionario": en condiciones de movilización, de con-
tienda y agitación, propias de un movimiento radical contestata-
rio, coexisten luchas limitadas y por objetivos específicos con un
combate de otra naturaleza, sagrado y esencial, desmedido en sus
proyecciones, lanzado a la profecía de un cataclismo del que sur-
girá un mundo y un hombre nuevos. 277 Ese sentido de la inminen-
cia de un acontecimiento, que se revelaría en diversos signos, edi-
fica una verdadera escatología revolucionaria.
Todavía en 1979, durante la "contraofensiva" montonera, La-
zarte, un oficial montonero de rango medio, imaginaba una cer-
cana situación revolucionaria a partir de una anciana que en su
casa modesta mantenía la devoción a Evita y guardaba su carnet
del partido. No sólo creía en una resistencia peronista que sería
directamente revolucionaria sino que esperaba que pudiera ser
rápidamente reactivada e impulsada contra la dictadura en una
movilización victqriosa conducida por la vanguardia armada.
Mendizábal, un miembro de la cúpula montonera caído en des-
gracia y muerto en esa acción, llevó a su hijo de ocho años para
que viviera la experiencia de una toma del poder que estimaba in-
minente. 278 Contrariamente a la opinión que pretende separar a
los jefes de las bases, se muestra allí un fondo de creencias y per-
cepciones compartidas. Esa constelación de ideas y pasiones, que
renegaba de los indicios que la desmentían en la realidad, había
sido impugnada, desde la izquierda y en el peronismo (incluso en
el peronismo revolucionario), desde comienzos de los setenta.
Muchos de los compañeros y amigos de los que volvieron en 1979
pensaban que esa operación era una locura. El propio :relato del
libro de Larraquy muestra que los peronistas comunes y corrien-
tes, que se regocijaban cuando escuchaban la Marcha, :rechazaban
la violencia que proponían los soldados montoneros. No faltaron
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 167

juicios críticos sobre la aventura guerrillera; más bien sobraron, y


abarcaron todos los colores del arco ideológico. El problema, que
persiste como una incógnita mayor para la exploración sobre la
violencia en esa época, es por qué se mostraron incapaces de pro-
ducir efectos importantes sobre el curso que terminó tomando el
movimiento de la contestación social y política.
En la erupción escatológica, dice N. Cohn, el político es susti-
tuido por el profeta, que extrae su autoridad sobre todo de una
mayor familiaridad con la constelación de las ideas y las imágenes
de ese universo globalmente otro respecto del orden existente. 279
Se establece allí el privilegio del letrado (o el intelectual en sen-
tido amplio) en el desencadenamiento del movimiento de la re-
beldía radical, un rasgo que no parece limitado a las guerras reli-
giosas y estuvo igualmente presente allí donde los conflictos
políticos quedaron capturados por las formas y las latencias de los
combates por la fe. Es un hecho que en los partidos que se procla-
maban obreros o populares las dirigencias eran siempre de origen
intelectual o profesional. Y un análisis somero de las relaciones,
de clase si se quiere, en el interior de esas organizaciones, mues-
tra estratos y jerarquías que mantenían la posición subordinada
de quienes provenían de los sectores subalternos de la sociedad.
La dimensión profética se reforzaba con los dogmas de la infa-
libilidad del dirigente y la ceguera frente a los diversos signos que
podían desautorizarlo. Pero, además, cobraban formas específi-
cas, no contempladas en los análisis de Cohn, allí donde empeza-
ban a jugar las rutinas milicianas. En el fallido intento de copa-
miento de Monte Chingolo, relatado por Gustavo Plis-Sterenberg,
resalta el dima de fe y devoción en el encuentro de Santucho con
quienes van a participar del operativo. 280 Había elementos sufi-
cientes como para anticipar que iban a una catástrofe, incluso al-
gunos de los responsables proponían suspender la acción, pero fi-
nalmente, cuando el jefe se pronunció por marchar al combate,
nadie pudo contradecirlo. Y no se trata sólo de un reflejo de obe-
diencia sino de la estructura de adhesión propia de una comuni-
dad regida por una moral de guerreros. Vale la pena recordar el
ejemplo que Norbert Elias introduce sobre el ethos de la nobleza
caballeresca y su inevitable fracaso cuando se enfrenta con una
168 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

tecnología militar superior: el "furor guerrero" no puede prevale-


cer sobre las armas de fuego, pero el honor obliga a todos, aun a
los que anticipaban el desastre, a morir con sujefe. 281 Frente a la
experiencia guerrillera en su dimensión grupal (lazos, adhesio-
nes, liderazgos), hay una visión que destaca el profetismo en las
cabezas y una suerte de fe y adhesión ciega inculcada en los segui-
dores; parece la aplicación del paradigma de la psicología de las
masas (Le Bon, más que Freud), que concibe la relación del lide-
razgo calcada sobre la del hipnotizador con el hipnotizado. Esto,
como se vio, ha servido para desplazar completamente las respon-
sabilidades hacia arriba. Pero la complejidad de esa adhesión sub-
jetiva no se deja reducir fácilmente al esquema simple de una ma-
nipulación desde las cúpulas: los soldados montoneros no eran
los conscriptos adolescentes enviados a la guerra de las Malvinas;
en la constelación de ideas de la segunda línea de la organización
estaban presentes las mismas imágenes y proyecciones proféticas
que en la cúpula. Del lado de esas dirigencias, el problema era
otro; reforzados en su posición plena y soberana, sólo podían
acentuar el repliegue sobre el propio grupo ''.juramentado", para
retomar la vieja categoría sartreana. Autoafirmados en esa con-
ciencia de elite y en lazos primarios propios de las asociaciones de
sangre, el lenguaje y los rituales de pertenencia los separaban de
la masa más o menos anónima de los dirigidos.
En el término revolución y en las luchas que inspiraba en el mo-
vimiento social coexistían distintas luchas en el mismo suelo y con
la misma base humana. Las implicaciones y las consecuencias no
eran las mismas en la base que en la cúpula de las organizaciones
aunque, en gran medida, las acciones terminaban capturadas ( o
sepultadas) por el fantasma de ese otro combate mítico, lanzado a
lo absoluto del Acontecimiento único e irrepetible: tocarlo, anti-
ciparlo en una acción desbordada hacia objetivos ilimitados era el
suelo de la violencia redencional y fundaba la exaltación subjetiva
de una experiencia de lo sublime, lo que traspasa los límites co-
rrientes. Como se dijo, cuando se pasaba de la idea de revolución,
que es polivalente, abierta al análisis y el debate, a la de guerra re-
volucionaria, acontecía un cambio mayor en la genealogía de la
violencia política insurgente. Giussani señala otro desplazamiento
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 169

significativo: de hacer la revolución a ser un revolucionario. 232 La


reducción de la complejidad inherente a la idea revolucionaria al
esquema de la guerra se duplicaba en ese repliegue sobre la vo-
luntad y el coraje subjetivos. El curso de la transformación se in-
dependizaba de la tarea de conocer, analizar, incluso prever el de-
venir de los cambios presentes en la sociedad, en el campo
político, en el Estado.
En un sentido muy determinante, las revoluciones acontecen y
dependen no tanto de los niveles de violencia como de las fisuras
en la estabilidad y la estructura del poder. Sigo el razonamiento de
H. Arendt: el poder no se identifica con la violencia, ni mucho
menos con las virtudes intensificadas del coraje y la voluntad de
acción. La concepción que hacía descansar el poder sobre la
fuerza de las armas encajaba con el pensamiento tosco de la
nueva configuración revolucionaria, que repetía a Fanon mien-
tras se mostraba incapaz de ver las diferencias entre la Argentina
y Argelia en cuanto a la naturaleza de los conflictos, las condicio-
nes de las fuerzas en pugna y las vías posibles de acción. El poder
no descansa en, ni se iguala a, la violencia, no puede ser compren-
dido como "mando" o pura relación forzada de obediencia, aun-
que así pueda haberse entendido en cierta tradición que se re-
monta a las fuentes judeocristianas. 283 Paradójicamente, en un
discurso que invocaba a los pobres y los desheredados, en una
consigna como "el poder nace del fusil", lo que quedaba exaltado
era el instrumento y no el origen popular. En la tradición revolu-
cionaria, no es extraño que en una concepción que permanece
apegada a los fantasmas del soberano, a veces encarnado en el
partido y otras directamente en el cuerpo pleno del líder, en sus
realizaciones históricas, termine por cambiar el elenco de los que
mandan sin alterar la estructura del despotismo. En el concepto
de Arendt, el poder siempre pertenece a un grupo y responde a la
capacidad para "actuar concertadamente", de modo que tener po-
der sólo puede significar que se puede actuar por un gran número
de personas. Mientras que la forma extrema del poder se mostra-
ría en la acción de todos contra uno, la forma extrema de la violen-
cia se ejemplifica en la acción de uno contra todos, caso en el que
el máximo de violencia coincide con la mayor carencia de poder.
l 70 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

La violencia es instrumental, requiere siempre alguna justifica-


ción y, por lo tanto, no puede ser un fin en sí mismo; el poder, en
cambio, no requiere justificación ya que es un fin, más aún, es la
condición que permite establecer la relación entre medios y fines.
En la medida en que el poder es inherente a la existencia de una
comunidad política, no necesita justificación sino legi,timidad. Es
claro que el poder y la violencia aparecen juntos, pero no por eso
se confunden: el factor primario, dominante, es el poder. La vio-
lencia puede destruir el poder e imponer un régimen de obedien-
cia, pero con ello no construye poder. Cuanto más se domina por
la pura violencia menos poder se tiene. Políticamente, la tenta-
ción de recurrir a la violencia nace de la pérdida de poder; y una
violencia que ya no se apoya en el poder ni se sujeta a él termina
invirtiendo la estimación de los medios y los fines. Finalmente, lo
opuesto de la violencia no es la no violencia sino el poder, allí
donde nace de la adhesión de miles o millones. ¿Qué sucede en
una revolución? Si se la concibe como una pura confrontación de
violencias, es claro que la superioridad es total mientras el poder
dominante mantenga intacta su estructura, es decir, el consenti-
miento y sobre todo la adhesión de las fuerzas del orden, como la
policía y el ejército. Cuando no sucede así, las armas cambian de
mano y recién allí, con la desintegración del poder de gobierno,
las revoluciones se hacen posibles, aunque nunca necesaria-
mente.
El planteo de Arendt permite despejar, en el debate sobre la
violencia, tanto las posiciones de un pacifismo ilusorio como las
que insisten en cuestionar la violencia como un comportamiento
"irracional": bajo ciertas circunstancias puede ser "el único medio
de restablecer el equilibrio de la justicia". Sin embargo, en la me-
dida en que es un instrumento, la violencia puede ser racional si
resulta efectiva para alcanzar el fin que la justifica. Como nunca se
conocen con certeza las consecuencias eventuales, la racionalidad
depende directamente de la mayor posibilidad de control sobre
sus efectos; es decir que, en principio, depende de que se pro-
ponga fines de corto plazo. "La violencia no promueve causas, ni
la historia, ni la revolución, ni el progreso", pero puede servir
"para dramatizar agravios y llevarlos a la atención pública"; puede
"LE VIMOS LA CARA A DIOS" 171

ser un camino para lograr una audiencia. Y, muy frecuentemente,


"es una causa de reforma más que de revolución". 284 Es lo que
puede verse en la larga lucha de la resistencia peronista: el obje-
tivo del retorno de Perón buscaba alcanzar una reforma del sis-
tema político que hiciera posible la reincorporación del Líder y su
movimiento. La memoria montonera ha reivindicado el papel que
la guerrilla cumplió en la reinstalación del peronismo en el poder,
aunque tiende a exagerar su papel. Pero la eficacia de esa partici-
pación dependía justamente del objetivo reformista, que era el
que la mayoría que votaba a Perón estaba dispuesta a respaldar.
Brevemente, en el gran motivo de la violencia revolucionaria se
conjugan un mito político (la violencia agudiza contradicciones),
un mito epistemológi,co (es reveladora de la verdadera naturaleza de
las relaciones de poder) y un mito moral (activa a los sujetos y saca
lo mejor de ellos: coraje, sacrificio y heroísmo). ¿Qué queda y que
ha caducado de esa configuración revolucionaria? Ahora se puede
entender mejor por qué en la salida de la dictadura, caído el sis-
tema de creencias que sostenía el imaginario de la guerra revolu-
cionaria, se arraiga una nueva percepción que rechaza la figura del
combate a muerte como caracterización del conflicto político. El
orgullo por la sangre derramada pierde un fundamento, antes sos-
tenido en la causa final y sagrada que purificaba el terrorismo de
los medios. Suprimida esa fe, sólo ha quedado la recuperación del
mito romántico del coraje y la entrega: es la figura del Che conver-
tido en un ingrediente del imaginario moral de la rebeldía indivi-
dual en un horizonte cerrado a las esperanzas colectivas.
4. El hombre nuevo

En la configuración revolucionaria, la transformación


del mundo y la del sujeto se implican mutuamente y se justifican
en el horizonte de una mutación absoluta. El mesianismo revolu-
cionario, que en su faz objetiva alentaba la redención por la san-
gre derramada, en el plano subjetivo reforzaba (y revisaba) untó-
pico ampliamente invocado en el discurso revolucionario de la
época: la liberación dependía de la creación del hombre nuevo.
En verdad, el sueño de una nueva sociedad se ha articulado siem-
pre con el nacimiento de un nuevo sujeto. Esto es muy explícito
en la experiencia de la Revolución Francesa, que de algún modo
plasma un molde (de los conceptos, de la imaginación y la sensi-
bilidad) para las revoluciones del siglo XX. Pero en el motivo del
hombre nuevo se activan resortes imaginarios y míticos que son
bien anteriores, en el cruce entre experiencia religiosa y moviliza-
ción política. En los análisis de N. Cohn sobre los movimientos
milenaristas se destaca que el "reino" (milenio) era, para la fe di-
sidente, a la vez un acontecimiento, que tendría lugar en un
tiempo y un espacio determinados, y una "escatología del alma in-
dividual", es decir, una conversión, un vuelco, que debía cum-
plirse en la subjetividad de los creyentes. 285
En el guevarismo se condensaba igualmente una flexión subje-
tiva: la edificación moral prevalecía sobre la formación política y se
afirmaba en una identidad antes que en un programa. 286 Una obra
que resumía ese nuevo humor revolucionario en el peronismo, La
hora de los hornos (1968), de Fernando Solanas y Octavio Getino, in-
cluía un largo plano del cadáver yacente del Che, en una imagen
que, como es sabido, ha sido asociada a la extensa iconografía del
martirio de Cristo. 287 Sería abusivo ver en esa imagen de muerte y
174 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

redención la clave del guevarismo. En verdad, la figura de Ernesto


Guevara encarnaba una constelación de sentidos, una formación
compleja, ideológica y moral, que incluía programas, mandatos,
visiones del mundo y la historia, representaciones del sujeto, de
los resortes de la acción, incluso una filosofía práctica de la vida y
de la muerte. Sin duda, era un collage que mezclaba y reunía diver-
sos componentes. Mucho más cuando debía implantarse en con-
diciones bien diferentes, como las de la Argentina. Por un lado, el
escenario argentino arrastraba sus propias escenas y mitos del pa-
sado (sobre todo en la combinación entre guevarismo y pero-
nismo revolucionario); por otro, suponía trasplantar una expe-
riencia guerrillera de base rural, como la que desplegó el Che en
Cuba, en el Congo o en Bolivia, a una estrategia armada que de-
bía realizarse sobre todo en medios urbanos. Dejo de lado la di-
mensión miliciana de sus enseñanzas para destacar lo que en el
lenguaje de la izquierda revolucionaria se llamaban los factores
"subjetivos", la conciencia, la moral, en fin, lo que quedaba com-
prendido en la utopía del hombre nuevo. Creo que proporciona
un punto de anclaje y ciertos núcleos de sentido para adentrarse
en la configuración revolucionaria de los setenta, sobre la cual
(no hace falta decirlo) no hay una clave única ni central.
El mito del hombre nuevo no nace con las experiencias revolu-
cionarias latinoamericanas. Una semántica histórica de más larga
duración muestra los orígenes cristianos, paulinos en particular,
en el tópico del reemplazo del hombre viejo (Adán, el de la Caída
y la inclinación al pecado) por el hombre nuevo, unido a Cristo
por el bautismo: es el hombre regenerado, renacido en la fe. Hay
dos rasgos destacables en esa significación inaugural. En primer
lugar, el nuevo nacimiento se cumple en un acto definitivo pero
que encierra una potencialidad que se abre al futuro y la salva-
ción; en segundo lugar, opera a la vez en un sentido individual y
en la dimensión de un cuerpo colectivo, "místico", unificado en
Cristo, que anuncia una humanidad nueva. 288
EL HOMBRE NUEVO l 75

LA TRADICIÓN JACOBINA

Paso, rápidamente, de esa escatología de base cristiana radical a


las formas laicas modernas. Me alcanza con señalar, en la densi-
dad de sentidos que se arrastran en las nuevas versiones, un giro
fundamental: la creencia de que el hombre puede cambiar al hombre.
El motivo de la autocreación moral, política y cultural del sujeto,
propio de la modernidad, encontraba un espacio y un tiempo his-
tóricos para desplegarse en la experiencia de la Revolución Fran-
cesa, que implantaba el "sueño central" de una regeneración hu-
mana radical, nacida de la política. 289 Al igual que en los orígenes
ci:jstianos, en la versión moderna había una modulación temporal
del mito que se cumplía en forma instantánea y total con la :rup-
tura de 1789 y la constitución parlamentaria de la nación fran-
cesa: "un pueblo de esclavos se convierte en un pueblo de hé-
roes".290 También había una disposición a "suprimir el tiempo", a
salirse de la historia: toda la historia anterior no era sino una larga
cadena de corrupción y degeneración. 291 AJlí nace, puede de-
cirse, la sensibilidad revolucionaria que se sitúa en otro tiempo, un
"tiempo de ruptura" que condena y rechaza en bloque todo el pa-
sado. Una visión pesimista y decadentista de la historia se proyecta
fuera del presente, sea hacia una Edad de Oro o hacia esa culmi-
nación de la historia proyectada en el porvenir. Las facultades hu-
manas destacadas son la voluntad y la imaginación: la historia
queda sepultada por la utopía. En esta acepción radical, que des-
borda las expresiones jacobinas, la :revolución no es concebida
como una tarea sino como una fuerza, una energía creadora lan-
zada a un futuro prodigioso.
Pero había otra idea de la :revolución y de los cambios subjeti-
vos, que debía hacerse cargo de ese pasado que la ruptura mila-
grosa pensaba haber dejado definitivamente atrás: permanecían
los obstáculos internos al propio contingente revolucionario. La
revolución debía realizarse como un proceso incierto, incompleto
y amenazado por enemigos que a menudo se disimulaban en su
interior; la regeneración, entonces, se abría como una tarea hacia
el futuro. La Declaración de los Derechos del Hombre dibujaba la
promesa y el horizonte de ese cambio. Pero el proyecto de una
l 76 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

transformación humana requería de instituciones y de prácticas


pedagógicas y políticas, de símbolos y de liturgias patrióticas. La
regeneración se proponía l1.acer tabla rasa con el pasado, pero en-
frentaba una aporía (ya e::c 1:mesta por Rousseau): ¿cómo los hom-
bres pueden llegar a ser n'úevos, antes de las leyes o las institucio-
nes que deben regenen,.rlos? 292 En ese horizonte nacía la
impaciencia jacobina: no a. canzaba con la educación y la reforma
a largo plazo; el pueblo debía recuperar su fuerza perdida o ale-
targada por siglos de servidumbre mediante una ruptura violenta
de sus cadenas. La práctica del terror, entonces, se justificaba
como un dispositivo que excedía el objetivo de la guerra contra
los enemigos de la revolución e imponía el programa de una pe-
dagogía del miedo.
En esos orígenes se hace necesario pensar conjuntamente la ge-
nealogía del hombre nuevo y la del terror, en sus efectos y proyec-
ciones hada las revoluciones del siglo XX. Los jacobinos dejaron
un legado perdurable, casi un paradigma para las revoluciones fu-
turas. Imponían un modelo de acción política que reunía miedo
y virtud, despotismo y libertad, fuerza y razón, lo que constituía
una torsión del modelo republicano clásico. Para Mo:ntesquieu, el
miedo era el resorte sustantivo de un gobierno despótico, mien-
tras que la virtud (política más que moral) era la base de un go-
bierno republicano, que exigía "transparencia absoluta de las re-
laciones entre ciudadanos" y "amor a la igualdad de derechos y de
bienes". La república debía fundar un orden caracterizado por la
ausencia del miedo: la razón tenía que separarse de las pasiones
para tender a la universalidad. 293 En la innovación jacobina, en
cambio, nacía una insólita alianza de la razón con las pasiones im-
pulsivas que se descargan en la acción. Y, consecuentemente, un
:rechazo de las pasiones "frías", de la indiferencia frente a un bien
común que debía ser impuesto tanto po:r medios pedagógicos
como punitivos. En términos de Saintjust, se trataba de sacudir,
por medio de las pasiones, las costumbres que han "depravado y
entorpecido a los individuos, que los muestran incapaces [ ... ] de
realizar el bien". 294 La fe en el futuro, en el reino de una humani-
dad emancipada, en un orden de igualdad y fraternidad en el que
la esperanza ya no requiriera del miedo, terminó imponiendo sus
EL HOMBRE NUEVO 177

terribles costos sobre un presente en el que se justificaba una pe-


dagogía del terror, ejercida no sólo contra los enemigos declara-
dos sino contra las complicidades, las cegueras o las desviaciones
surgidas en el mismo conglomerado humano movilizado por la
tempestad revolucionaria.
El terror convertido en método inauguraba para la política mo-
derna una nueva racionalidad y establecía las premisas para la pla-
nificación, incluso la "serialización de la muerte": la Revolución
Francesa produjo más muertes entre sus allegados que entre sus
enemigos. 295 Por otra parte, su lógica no deja lugar para la ino-
cencia y puede ser más eficaz justamente cuando se aplica a los
culpables que no saben que lo son. Allí nace la figura trágica del
revolucionario que se acusa a sí mismo de crímenes que no sabía
que estaba cometiendo. En este punto Maurice Merleau-Ponty en-
cuentra el motivo para situar un desgarramiento en el centro de
la acción política revolucionaria, incluso de la acción política
como tal. 296 Pero esa lógica se ha enfrentado igualmente con el
riesgo de quedar reducida a esos mismos instrumentos despóticos
que pretendía usar con un objetivo emancipatorio. No alcanza
con denunciar en la operación jacobina, como hace Bodei, una
"teratología conceptual y práctica" respecto del paradigma clásico
que oponía el miedo y la virtud. 297 ¿No hay que reconocer tam-
bién en esa irrupción práctica de la violencia, aun en sus conse-
cuencias desmesuradas, un problema fundamental para cualquier
política que se proponga transformar los poderes establecidos?
Eliminada la esperanza en un soberano justo o en la providencia
divina, queda en los hombres la responsabilidad por una acción
que está siempre en tensión entre lo que sucede en el nivel del
acontecimiento, incluso lo imprevisto, y la voluntad de produ-
cirlo. Éste es el problema mayor que permanece para las empre-
sas revolucionarias del siglo XX: las condiciones de excepción que
justifican el empleo del terror y del miedo.
Por otra parte, los líderes jacobinos no responden a la figura
unilateral del hombre de acción: eran ante todo luchadores de la
palabra, el terror completaba la filosofía. Por eso escribían mucho
y rechazaban una acción que no pudiera justificarse con ideas.
Junto con el dispositivo práctico terrible han legado un pensa-
178 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

miento político y filosófico de la revolución. Es necesaria mucha


precaución para invocar esa herencia en las configuraciones de la
violencia y el terror en las nuevas empresas revolucionarias que se
despliegan en el siglo XX latinoamericano. Ante todo, las condi-
ciones de excepción, en la situación francesa, estaban dadas por
un escenario de combates internos y externos y, sobre todo, por-
que habían sido los pobres y los excluidos quienes, con su suble-
vación, incluso con sus terribles masacres, habían abierto el ca-
mino al acontecimiento en tanto expresión de una voluntad
general en acto. Por otra parte, la eficacia de la muerte, como ins-
trumento central en esa pedagogía del miedo, dependía de un
procedimiento público, de una acusación formal, de una amplia
participación de las secciones y de la plaza y, finalmente, de un tri-
bunal. Cualquiera sea el juicio sobre los desbordes y las conse-
cuencias de esa maquinaria punitiva, debe reconocerse la inten-
ción de encauzar lo que se consideraba una justificada pasión
vengativa de las masas mediante procedimientos institucionales
que no podían ser secretos y que debían sostenerse en una delibe-
ración que tuviera en la mira el interés general. No faltaba la con-
ciencia de las tensiones y contradicciones que se enfrentaban al
pasar de los postulados doctrinarios al suelo resistente de la prác-
tica; eso que Merleau Ponty llamaba la "maldición de la política",
que "debe traducir los valores en el orden de los hechos". 298
El mito del nuevo hombre encuentra diversas encarnaciones y
herencias hacia el siglo XX, pero se despliega a partir de un con-
junto limitado de sentidos. Frente a la idea conservadora que
concibe una naturaleza humana (y por consiguiente un orden de
jerarquías sociales) que no cambia demasiado, están las visiones
que afirman la viabilidad de una transformación emancipatoria
que debe cumplirse en el propio sujeto histórico. Todas las ex-
presiones de ese proyecto, progresista o radicalizado, han debido
enfrentar un problema que era central para los revolucionarios
del siglo XVIII: el balance entre la violencia y el tiempo, o, para
decirlo en el lenguaje de las pasiones políticas, entre la espe-
ranza, el miedo y la virtud. A lo que se añade la atinada observa-
ción de H. Arendt en su extraordinaria investigación sobre los to-
talitarismos del siglo XX: el papel de la impostura y la hipocresía
EL HOMBRE NUEVO 179

en dirigencias que muchas veces distaban de ofrecer ningún


rasgo nuevo en su fisonomía moral y política. 299 A partir de esa
mirada histórica de más largo alcance sobre las pasiones jacobi-
nas, no cabe una asimilación rápida con la voluntad revoluciona-
ria que venimos indagando. Queda el sueño central de una revo-
lución que debe cumplirse en la mente y el corazón de los
sujetos, queda la paradoja terrible de una promesa de libertad
que debe sostenerse en el despotismo (en las diversas dictaduras
de clase, del pueblo y, finalmente, de los dirigentes), queda la pe-
dagogía del miedo y la rutina de la muerte serializada. Pero hay
una diferencia: Robespierre y Saint:Just buscaron siempre estar
en organismos acusadores; en ese nuevo orden era la representa-
ción efectiva del pueblo la que pronunciaba la sentencia y un ver-
dugo el que la ejecutaba. Hay un abismo entre esa concepción de
la violencia instituida y la antifilosofia que alaba el poder des-
nudo de las armas según un modelo que ya no es el del legislador
sino el del guerrero.
Lo primero que desaparece en el paradigma del foquismo es la
precaución sobre las condiciones de excepción, el tiempo corto
en el que cabía justificar esa violencia ejercida en nombre de los
excluidos y aplicar la lógica disyuntiva que hacía posible ver en la
divergencia una traición. En la configuración revolucionaria gue-
rrillera, cuando se implanta el patrón de una guerra decidida por
la voluntad de un círculo que se arroga la facultad de dirigir los
tiempos de esa ruptura lanzada a un futuro indefinido, el terror
tiende a separarse definitivamente de la razón, y la violencia
queda exaltada como un instrumento que por sí mismo es capaz
de engendrar un mundo y un sujeto. La fórmula marxista ter-
mina en verdad alterada en esa visión que reserva a la violencia el
papel de progenitora, más que de "partera", del devenir. Borrada
la preocupación por la diferencia y la relación entre los fines y los
medios, la muerte se convierte en un remedio rutinario. La razón
desgarrada y la dimensión trágica del revolucionario capaz de ac-
tuar contra sí mismo ( como Robespierre, cuando anticipaba que
el terror también iba a alcanzarlo) quedan reemplazadas por la fi-
gura llana del guerrero y sus pasiones. La subordinación al movi-
miento histórico se relaja en desmedro de la voluntad de la ac-
180 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

ción; y el contenido de la revolución se subjetiviza en una suerte


de ascesis o conversión que retoma algunos de los motivos de la
edificación cristiana del nuevo hombre renacido en la fe. Puede
haber algo sublime en el revolucionario capaz de elevarse por en-
cima del común apego a los propios intereses. Pero en la visión ja-
cobina sublime era, ante todo, el pueblo, el "soberano colectivo".
Justamente la acusación de Robespierre contra Danton y Desmou-
lins se basaba en que se habrían hecho pasar por "ídolos", situa-
dos por encima del pueblo. 300 Algo cambia cuando el sueño de
una humanidad regenerada se condensa en una acción sobre el
propio sujeto: la cualidad de lo sublime se traslada a los jefes o a
la aristocracia combatiente.

VARIACIONES SOBRE EL HUMANISMO MARXISTA

Otra tradición que alimenta el motivo de la revolución antropoló-


gica moderna se encuentra en el humanismo marxista. El hori-
zonte de la revolución, para Marx, es la entera humanidad; ante
todo, porque el hombre no es una esencia sino lo que la sociedad
y la historia hacen de él.3° 1 No voy a insistir sobre las tesis del jo-
ven Marx, expuestas en los Manuscritos de 1844, que postulan la
creación del hombre por el hombre en condiciones que anuncian
una nueva sociedad. Toda la historia pasada (la "prehistoria", dice
Marx) ha sido la historia natural del hombre; en las nuevas condi-
ciones, esa creación puede ser deliberada y consciente: el hori-
zonte es la realización universal del "hombre total". Es sabido que
los Manuscritos fueron rescatados cien años después y se difundie-
ron en español en los años sesenta. 302 Antes, en 1935, Aníbal
Ponce había dictado sus lecciones sobre el humanismo, publica-
das luego de su muerte como Humanismo burgués y humanismo pra-
l.etario. 303 Las clases de Ponce, en defensa de la revolución sovié-
tica, postulaban un paradigma pedagógico-social de creación de
nuevos sujetos: el referente eran las masas (no los individuos) y la
realización de lo nuevo sólo se hacía plenamente posible con la
incorporación a la revolución como tarea colectiva. Recupero ese
texto de Ponce porque es visible su impacto en el célebre escrito
EL HOMBRE NUEVO 181

de Ernesto Guevara sobre el socialismo y el hombre, en 1965. 304


En el texto de Guevara, el motivo del nuevo hombre quedaba ex-
plícitamente referido al humanismo marxista, pero en las condi-
ciones de un país que ya había realizado la revolución. En ese
marco, el fundamento de la transformación del hombre no era la
guerra sino el trabajo como base de la "conciencia de su ser so-
cial". Aunque incluía otras cuestiones, hay un núcleo que glosaba
las proposiciones del joven Marx sobre la "enajenación" que im-
pediría, en las relaciones capitalistas de producción, una plena re-
alización del hombre en su obra; y en esa línea reencontraba las
proposiciones de Aníbal Ponce sobre el "humanismo proletario"
en la experiencia soviética. La construcción del comunismo debía
realizarse a la vez en la base material y en la creación del sujeto
emancipado, y la segunda dimensión, descuidada por quienes
sólo atendían a la estructura económica, debía emplear estímulos
morales que apuntaban a una nueva conciencia y nuevos valores.
Guevara era capaz de ver que el problema, la construcción de una
nueva moral que debía ser al mismo tiempo individual y colectiva,
no había sido distinto en las primeras fases del capitalismo. Se tra-
taba, ahora, de reemplazar una "conciencia capitalista" mediante
la educación, no sólo "directa" (que descansa en las instituciones
educativas) sino, más importante, "indirecta", es decir, plena-
mente social.
Para esta empresa se contaba con una herramienta fundamen-
tal: el partido. A partir de esa afirmación sobre el papel del par-
tido, quedaba planteada otra condición del proyecto del hombre
nuevo, que desembocaba en el papel de los dirigentes y del líder
excepcional, Fidel Castro. Hay otros temas enunciados en el en-
sayo, en particular, el de la función del individuo en la edificación
del socialismo. En ese marco, la experiencia guerrillera servía so-
bre todo para dos cosas, Por un lado, destacaba que en la gesta re-
volucionaria el individuo (y el elemento subjetivo) había sido un
factor fundamental; aquí, podría decirse, quedaba preparada la
base para la teoría del foco y la vanguardia. Por otro, más impor-
tante (dado que el texto debía referirse a las condiciones de la re-
volución antropológica en la Cuba socialista), destacaba en ese pa-
sado glorioso el fundamento de legitimidad que consagraba el
182 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

lugar de la vanguardia dirigente y de su líder, Fidel Castro. Esa lí-


nea conducía al reconocimiento de que si hay un papel para el in-
dividuo, incluso para la "personalidad", su importancia crece a
medida que se asciende en la pirámide de la organización: en la
cúspide estaba Fidel Castro, el jefe máximo, algo por debajo el
grupo de revolucionarios que formaban la elite dirigente y final-
mente las masas que los seguían porque tenían "fe" ( el término es
de Guevara) en ellos. El trabajo se proponía, en ese sentido, fun-
damentar el papel del partido como "organización de vanguar-
dia" frente a la juventud (curiosamente separada, en ese análisis,
de la organización), caracterizada no por el empuje o la creativi-
dad, como podría esperarse, sino por su condición de "arcilla ma-
leable" en manos de esa elite de la que no formaba parte. Ese es-
quema jerárquico y muy tradicional descargaba la mayor
responsabilidad sobre las cúpulas, tanto más cuanto que no se tra-
taba de un partido de masas: prometía serlo "cuando las masas es-
tén educadas para el comunismo". 3º5 No faltaban críticas a los
errores de la dirigencia, pero lo destacable es que se partía de esa
separación social y política en dos grupos y se concentraban en el
partido las funciones y las responsabilidades de la educación co-
munista tanto como la de ejercer la dictadura del proletariado no
sólo sobre la "clase derrotada" sino, "individualmente", sobre la
propia "clase vencedora". 3º6 Es notable que no se haya registrado,
en los años en que circuló profusamente entre los jóvenes radica-
lizados, que el texto no dejaba espacio para exaltar el papel de la
juventud en ese tránsito a lo nuevo, sino que buscaba reforzar el
papel y las responsabilidades de los dirigentes legitimados por su
pasado revolucionario.
En esa exposición de Guevara, en las condiciones de un país
que ya habría realizado la revolución, las leyendas combatientes se
integraban a la celebración de un pasado glorioso que había for-
jado esa elite dirigente. Tampoco hay un privilegio de la guerra (o
de la exportación de la revolución) en una disertación dedicada a
los jóvenes, en octubre de 1962, donde apenas se incluye una
mención del fusil, después del estudio y el trabajo, como los "sím-
bolos" de la Unión de Jóvenes Comunistas. 307 La exaltación de la
figura del guerrillero como encarnación del nuevo hombre, que
EL HOMBRE NUEVO 183

va ser el núcleo de sentido prevaleciente en la expansión del gue-


varismo latinoamericano, no aparece en estos textos. En el mani-
fiesto de Guevara de 1965, tan citado, las proyecciones de esa
construcción imaginada del nuevo sujeto se refieren, o bien a la
inmersión transformadora del individuo en la vida social (sobre
todo, el trabajo, la participación, la "conciencia"), o bien a la pre-
figuración de lo nuevo naciente en la vanguardia. Queda un pro-
blema perdurable en la tradición revolucionaria, especialmente
en las formas milicianas: la fisonomía del hombre nuevo no es la
misma en la elite dirigente que en las bases. Y puede servir para
establecer un orden de jerarquías que refuerza la posición de los
jefes, que son los educadores instituidos de las bases y de las masas
que los siguen.
En la Argentina, Antonio Caparrós retoma las proposiciones
humanistas del joven Marx sobre la alienación en un artículo so-
bre los "estímulos morales y materiales", publicado en La Rosa
Blindada, en 1965. 3º8 Caparrós era un médico psiquiatra que per-
tenecía al círculo de Jorge Thénon y el grupo de psiquiatras del
Partido Comunista. Aunque ya había abandonado el viejo par-
tido, el escrito llevaba todavía esas marcas, visibles en el modo en
que buscaba autorizarse en Garaudy y, sobre todo, porque daba
por cierto que en la Unión Soviética "ya han construido el socia-
lismo" y están en "las primeras etapas de construcción del comu-
nismo". 3º9 La cuestión que abordaba se refería al trabajo en el or-
den socialista ( en la vía hacia el comunismo): ¿eran aceptables los
incentivos materiales, es decir, la búsqueda del beneficio indivi-
dual en el trabajo, sin renunciar a los principios del marxismo en
la edificación de un "hombre comunista"? También aquí, el fun-
damento de esa construcción del nuevo hombre radicaba en el
trabajo y la moral comunista. El argumento es conocido: para su-
perar la alienación capitalista no alcanza con la transformación de
las relaciones de producción; el objetivo de la revolución debe in-
cluir el modelado de un "hombre total", capaz de apropiarse de
su "ser universal": la referencia es clara y remite a los JYianuscritos
ya citados. En esa línea, el ideal humanista ponía el acento en el
trabajo de la conciencia. La vía mayor de esa edif:cación era el mo-
delo de la "praxis" como autorrealización del hombre, que debía
184 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

incluir dos ingredientes: el trabajo no alienado y la vida social to-


tal, que superara la división entre mundo del trabajo y vida pri-
vada, en línea con la idea marxista sobre la "esencia humana" fun-
dada en el "conjunto de sus relaciones sociales". 310 La cuestión no
era, entonces, tanto el coraje o el sacrificio como la efectiva parti-
cipación en un orden de "responsabilidad social", en el que Capa-
rrós destacaba el papel de las masas y alertaba sobre el riesgo de
una separación entre los dirigentes (los que "dan órdenes") y las
bases. Acerca del papel de la dirigencia, Caparrós parecía ver el
riesgo contrario al planteado por Guevara: el despotismo de los je-
fes podía anular el camino hacia esa realización de un nuevo su-
jeto comunista concebido como una síntesis total, transparente al
conjunto de las relaciones sociales, lo que exigía la "politización y
participación efectiva de las masas en lo general y en lo particu-
lar". 311
Es sabido que el artículo gustó al Che, que lo hizo publicar en
Cuba y además invitó a Caparrós a viajar a la isla para trabajar so-
bre esos problemas e intervenir directamente en las condiciones y
la organización del mundo del trabajo. Pero cuando Caparrós
llegó a La Habana, el Che ya había partido y el pedido cambió:
ahora debía preparar, desde Buenos Aires, un grupo de apoyo a la
guerrilla que se estaba organizando en Salta, el EGP. 312 En ese
desplazamiento se condensa un trastrocamiento de sentidos sobre
la fisonomía del hombre nuevo.

FASCISMO Y REVOLUCIÓN

La mitología heroica de la guerra revolucionaria y de la figura ex-


cepcional del guerrillero está expuesta en otros textos de E. Gue-
vara. En "Guerra de guerrillas: un método" plantea la estrategia
del foco como vía para una revolución inevitable; en ese camino,
el atributo mayor del sujeto que prefigura esa transformación ra-
dica en su conciencia, en la certeza sobre el curso revolucionario, y
"la gran maestra" es la propia lucha. La idea fuerte del gueva-
rismo, que tuvo un impacto decisivo en las estrategias guerrilleras
en la Argentina y en _América Latina, es la de una guerra provo-
EL HOMBRE NUEVO 185

cada para obligar a que el poder se presente "sin disfraz", "en su


aspecto verdadero de dictadura violenta de las clases reacciona-
rias"; con ello se logrará "su desenmascaramiento, lo que profun-
dizará la lucha hasta extremos tales de los que ya no se puede re-
gresar". 313 Lo que sigue es conocido. Allí nace el carácter sublime
del valor y el sacrificio: los guerrilleros eran presentados en ese
texto como un grupo excepcional: castigados, divididos, martiri-
zados, "perseguidos como animales", rodeados de enemigos, des-
confiados, "sin otra alternativa que la muerte o la victoria, en mo-
mentos en que la muerte es un concepto mil veces presente y la
victoria el mito que sólo un revolucionario puede soñar". 314 Un
revolucionario es aquel que puede soñar y que puede proyectar
más lejos sus sueños en la acción; pero además es el que puede in-
cluir en su proyecto el destino posible de su propia muerte. El
motivo del nuevo hombre reabsorbe esa fisonomía, ya explorada,
del guerrero, y se reúne con el topos clásico de la muerte bella, la
victoria final del héroe sobre sus enemigos moralmente inferio-
res.315 Por supuesto, esta versión que acentúa la conversión épica
del guerrillero como una figura sobrehumana cobra una fuerza
mayor, casi excluyente, allí donde la revolución no se ha reali-
zado, incluso donde aparece como una empresa imposible.
El habitus combatiente confía ciegamente en la eficacia de la ac-
ción. No coincide con una ideología, aunque pueda estar pene-
trado por motivos o topos ideológicos, por ejemplo, el que legitima
una violencia sacralizada en nombre de los pobres y los excluidos.
En ese punto, en el que un dispositivo de la vida práctica des-
borda, e incluso desmiente, el plano de las ideas, se impone bus-
car apoyo en las exploraciones que han buceado en un sustento
cultural para pensar la correlación entre militancia, moral y vio-
lencia. En esa configuración que concibe el combate como expre-
sión suprema de la acción transformadora sobre la realidad y
como el camino necesario del cambio subjetivo, el mito del nuevo
hombre reencuentra fórmulas y motivos que han tenido un fuerte
arraigo en las expresiones políticas radicales en el siglo XX: la
exaltación de la guerra y el guerrero, la obsesión con la muerte re-
dentora, han sido tópicos desplegados al máximo en la experien-
cia del fascismo. Vivir peligrosamente era una consigna de Nietzsche
186 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

que Mussolini convirtió en una de sus máximas. 316 La estrecha aso-


ciación entre el "culto de la acción por la acción" y el irraciona-
lismo, que llega hasta el desprecio por la cultura intelectual, es
una de las caracteristicas de lo que Umberto Eco ha llamado Ur-
Fascismo (algo así como "fascismo primordial") que, en su visión,
no es tanto una ideología acabada como "un collage de diferentes
ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones". 317 El
"rechazo del pensamiento crítico" es otro rasgo señalado por Eco,
estrechamente asociado con el sincretismo de las nociones y las re-
presentaciones. Por último, en esa configuración política y moral
no se pueden admitir distinciones y análisis que contradigan el es-
tereotipo y cualquier desacuerdo equivale a una traición.

Quiero reintegrar ese capítulo, que no se ha reconocido suficien-


temente, en las encarnaciones y legados del hombre nuevo en la
configuración guerrillera: el peso de una tradición radicalizada
presente en el fascismo. Esa tradición también era, a su modo, he-
redera de la exaltación jacobina, y se encarnó de un modo fuerte,
incluso desmesurado, en el ciclo cumplido por Benito Mussolini.
Ha estado presente sobre todo en el ala izquierda del movimiento
fascista: el espíritu antiburgués y anticapitalista, la idea de la polí-
tica como revolución, el objetivo de una democracia popular tota-
litaria de raíz rousseauniana, etc. Sus orígenes están en el sindica-
lismo revolucionario de entreguerras y en organizaciones
juveniles universitarias. 318 ¿Es admisible explorar algún paren-
tesco de las organizaciones revolucionarias con la tradición de los
fascismos? En primer lugar, contrariamente a la opinión que lo
asimila a la defensa de la tradición y a la reacción pura y simple, el
fascismo, en casi todas sus variantes, nunca dejó de hablar de re-
volución; sobre todo allí donde se definía como un movimiento,
antes de convertirse en un régimen. Su objetivo apuntaba a una
fractura radical del régimen político, en particular de las formas y
las organizaciones de la democracia liberal. En el caso de Monto-
neros, es sabido que varios de sus líderes venían de la extrema de-
recha: el caso de Galimberti ha sido exhibido muy convincente-
mente en la biografía realizada por Larraquy y Caballero. 319 No
hubo en él y en otros líderes una ruptura o una conversión, sino
EL HOMBRE NUEVO l 87

más bien un deslizamiento que mantenía un núcleo firme de con-


vicciones sobre las formas y los procedimientos, siempre a partir
del molde nacionalista antiliberal. Desde la marca de origen de
Montoneros, el asesinato de Aramburu, el culto de la acción ad-
quiria una modalidad definida; el golpe de efecto, finalmente des-
tinado a impactar en la opinión y en los medios. Ferozmente re-
primidos y prácticamente derrotados después de la catástrofe en
Formosa, todavía el ejército montonero se proponía lograr un
gran golpe, el asesinato de alguna figura notable ( el propio Vi-
dela estuvo entre los blancos), en busca de repetir el aconteci-
miento originario y cambiar el curso de la confrontación. 320 Sólo
la fascinación ciega por los efectos de un asesinato político podía
sostener un proyecto que se había mostrado contrario a la expe-
riencia: los atentados a oficiales militares no sólo no habían con-
seguido desmoralizados sino que, por el contrario, los unificaron
firmemente, más allá de otras diferencias, en la decisión de aplas-
tar a la guerrilla. Los efectos fueron contrarios a lo esperado tam-
bién en relación con las propias fuerzas. El axioma propuesto por
Brocato tiene dos caras: la violencia sistemática moviliza las fuer-
zas represivas tanto como desmoviliza los apoyos políticos y socia-
les del contingente de adherentes, pero también arroja a los inde-
cisos a la causa del restablecimiento del orden.
No se ve la ventaja de aplicar la categoría "fascismo de iz-
quierda", que Adorno inventó para la ultraizquierda alemana en
las revueltas de 1968, a esa configuración política y subjetiva en la
experiencia revolucionaria argentina y latinoamericana, puesto
que tiene el inconveniente de unificar y homogeneizar situacio-
nes, períodos, condiciones. 321 Lo que atrae, en cambio, en el
breve ensayo de Eco, es que coloca ese fundamento en una di-
mensión más básica, previa a toda ideología, un ethos dominado
por el sincretismo de las ideas y la exaltación de la voluntad. Ade-
más ofrece otra entrada posible a este análisis exploratorio del fas-
cismo que concuerda con lo analizado hasta aquí: la exaltación
del heroísmo y el culto de la muerte. Ya no se trata sólo del privi-
legio de la acción sino del "principio de la guerra permanente": la
reducción de toda acción a las figuras de la guerra y la proyección
de todos los conflictos en alguna forma de "batalla final". Y en la
188 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

medida en que domina la moral de los guerreros aparecen las ex-


presiones de elitismo y desprecio por los débiles, los que no están
a la altura de la suprema prueba de la heroicidad que es la muerte
en combate.
En las raíces de la constelación fascista había dos ingredientes
nuevos respecto de los revolucionarios del siglo XVIII: la sacraliza-
ción de la guerra y la búsqueda de un pasado glorioso. El fascismo
impulsaba una empresa de radicalización política y movilización so-
cial que se proclamaba revolucionaria y, sobre todo, miliciana. Si se
atiende a la importancia de las dimensiones política y moral, pocos
movimientos llegaron tan lejos en el intento de transformar radical-
mente una sociedad. Y ninguno de ellos en el siglo XX (ni el bol-
chevismo ni el nazismo) planteó de modo tan decidido que el sus-
tento fundamental del camino revolucionario residía en un cambio
radical localizado en la mente y el corazón de los hombres, lo que
Emilio Gentile llama una revolución antropológica. 322 El discurso y las
liturgias del hombre nuevo cumplieron un papel fundamental en
el fascismo como religión política, primero en la formación del mo-
vimiento y, después del acceso al poder, en el proyecto de construc-
ción de un nuevo orden político y social. En los propios términos
del Duce, el fascismo era una moral más que una ideología. 323 Sus '
expresiones radicalizadas contenían un compuesto inseparable, po-
deroso por su impacto, de nacionalismo,jacobinismo y futurismo;
la mitología del pasado más remoto (la romanidad, el mandato
para la edificación de un nuevo imperio) se combinaba con lavo-
luntad de crear una nueva civilización. Ese impulso desbordaba el
marco nacional italiano y, después de la conmoción de 1929, mu-
chos se ilusionaron con lo que se presentaba como una solución a
la crisis global de Occidente. El fascismo se proyectaba como una
fractura civilizatoria y la figura del hombre nuevo anticipaba el de-
finitivo sepultamiento del sujeto moderno, burgués e individua-
lista.324 Su impacto trastocó las fronteras previas de las ideologías,
por lo menos hasta la guerra. Umberto Eco, en el trabajo ya citado,
ha insistido sobre el sincretismo como un rasgo del "fascismo pri-
mordial". Más allá o más acá de las ideologías, ese polimorfismo de
los fascismos terminó moldeando un dispositivo político-moral de
creencias y automatismos disponible para diversas empresas, plas-
EL HOMBRE NUEVO 189

mado sobre todo en una tipología humana, un carácter, que se im-


pone sobre las ideas o los programas: decisión, dureza, voluntad, le-
altad, espíritu de combate.
En el despliegue histórico del mito, en el movimiento encabe-
zado por Mussolini, habrá lugar para el individuo excepcional, al
menos para Uno, el Líder. El Duce encarnaba al hombre nuevo y
se ofrecía a un culto. Es lo más específico de la configuración fas-
cista y es diferente de los motivos presentes en el nazismo: no ha-
bía ninguna prefiguración del hombre nuevo en el personaje de
Hitler, que se presentaba como un mediador y un líder de excep-
ción. 325 Pqr otra parte, en la configuración nazi, el racismo aplas-
taba el futuro sobre las doctrinas del pasado, la naturaleza y los
poderes de la vida. No podía haber hombre nuevo en esa conste-
lación de ideas y creencias fijadas sobre la raza, que imponían las
leyes de lo viviente sobre la voluntad humana. En cambio, es po-
sible señalar una filiación común, centrada en la metamorfosis de
lo humano, en el linaje que se transfiere del motivo cristiano a las
tradiciones políticas de la modernidad, como el liberalismo, el so-
-.::-dalismo y el comunismo. No han faltado quienes, a partir de los
estudios sobre el totalitarismo, han buscado las vías de compara-
ción con el dispositivo comunista. Pero en cuanto al tema del
hombre nuevo, en el marxismo pervive una orientación ilumi-
nista, racionalista si se quiere, que no permite tan fácilmente el
aplastamiento de la razón política por los temas vitalistas del ins-
tinto, el coraje y el impulso, que han sido los rasgos mayores de la
reconfiguración miliciana del sujeto revolucionario. Como sea, en
la experiencia histórica no ha faltado toda clase de combinacio-
nes, sobre todo a partir de las luchas nacionalistas de liberación y
el surgimiento de la ideología del Tercer Mundo. Y ese espacio de
mezclas, de ambigüedades y tensiones, ha encerrado mandatos
paradojales, sobre todo a partir del doble horizonte, pasado y fu-
turo, de la transformación: entre el retorno a alguna edad de oro
de la comunidad realizada y la pura voluntad de una invención
política y antropológica que debía imponerse por la pedagogía, la
disciplina o el terror.
La figura combatiente del hombre nuevo y la mentalidad "es-
cuadrista", como esquema movilizador de identidades y prácticas
190 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

políticas, no sobrevivieron a la derrota en la experiencia italiana.


Y, sin embargo, nadie ha llegado tan lejos como el régimen de
Mussolini en la construcción de formas y prácticas, ni ha suscitado
un caudal tan amplio de adhesiones y pasiones, ni ha movilizado
recursos equivalentes (dela educación a la arquitectura, el arte, la
ciencia, el deporte) en pos del sueño de la revolución antropoló-
gica. Con el agregado, además, de que nadie ha dejado testimonio
más elocuente de la respuesta de una fe revolucionaria que se
mantiene incólume frente al fracaso. Mussolini se concebía a sí
mismo como un artista único y eminente, capaz de crear una obra
perdurable a partir de una materia dada, las masas. Las reacciones
al fracaso de ese proyecto grandioso, reveladoras de la distancia, el
desprecio induso, que lo separaba de esas masas, sacan a la luz el
complejo del Jefe supremo, la figura del WJermensch que anidaba
detrá5 de una posición de liderazgo que no se conformaba con go-
bernar a los hombres sino que buscaba recrearlos. Amargado y
desilusionado,juzgaba el fracaso de su proyecto como un dios des-
cendido sobre la tierra que no descreía de sus sueños sino del pue-
blo italiano que se había mostrado incapaz de llevarlos adelante:
"Un pueblo que durante dieciséis siglos ha sido yunque no puede
convertirse en martillo". Y desde su posición de artista supremo
distinguía entre Italia (su sueño) y los italianos que se habían mos-
trado indignos de ella: "Es la materia lo que me ha fallado. Incluso
Miguel Ángel necesitaba el mármol para hacer sus estatuas. Si sólo
hubiera tenido arcilla, habría sido un ceramista". 326

Si se trata, entonces, de bucear en la genealogía de la figura del


combatiente, no hay en la izquierda de la primera mitad del siglo
XX nada comparable con lo que el fascismo propuso y edificó en
términos de una verdadera fusión sacralizadora del motivo de la
revolución con el mito de la guerra regeneradora, uno de los legados
más influyentes que la Gran Guerra implantó en el siglo XX. 327
En la Argentina, en los años de la primera posguerra, hasta el
auge del guevarismo, la exaltación de la guerra era ajena a una iz-
quierda política e intelectual que se consideraba parte de un mo-
vimiento histórico civilizatorio. Es fácil ver la distancia, y la decli-
nación en los valores, que va de la condena de una empresa de
EL HOMBRE NUEVO 191

bárbaros ( en la denuncia de José Ingenieros sobre la guerra euro-


pea) a la indiscriminada celebración del combatiente y de la
muerte que abrumó el humor revolucionario de los setenta. 328
Un componente decisivo en esa transmutación del juicio sobre el
carácter de las luchas estuvo en las consecuencias del nuevo hu-
mor nacionalista y populista que se extendió en la izquierda lati-
noamericana. La fe patriótica, que en los orígenes revolucionarios
franceses se sostenía en el proyecto de una tábula rasa con el pa-
sado, ahora impulsaba a la búsqueda, o a la invención, del pasado
glorioso, casi siempre sostenido en los combates militares y en la
santificación de la sangre derramada. La combinación del cristia-
nismo radicalizado (galvanizado en torno de una figura de mártir,
Camilo Torres) con el guevarismo primitivo y el combustible de la
resistencia peronista produjo el giro mayor de la escena política
argentina, muy tosco en el plano de las ideas pero explosivo en el
terreno de la acción.
La cuestión compleja de la nación y las luchas emancipatorias
(los conflictos sociales, el escenario político, el marco internacio-
nal y latinoamericano) quedaba aplastada en una visión épica sim-
plificada que igualaba soberanía nacional y guerra revolucionaria.
Nacionalismo y cultura miliciana, dos rasgos esenciales en el con-
junto doctrinario y organizativo del fascismo, fueron también in-
gredientes medulares de la reconfiguración política y militante
del foquismo. A lo que se agregaba la creencia en una ofensiva de
los pueblos que se encarnaba en el espíritu combativo de los gue-
rrilleros y el mito de la regeneración por la sangre y los mártires.
Los muertos eran convertidos en emblemas de un combate que
no admitía transacciones y que despreciaba, o directamente ex-
pulsaba, a los que propiciaban una vía política más pacificada.
¿Hay que volver sobre la vieja fórmula según la cual los muertos
(algunos, en este caso) gobiernan a los vivos?

EL CULTO A LOS MUERTOS Y EL CULTO A LOS JEFES

"Viva la muerte" es una consigna extraña, paradójica, imposible:


¿cómo puede vivir algo en la muerte, de qué modo la muerte
l 92 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

puede ser vivida? Como es sabido, cobró celebriaad en el exa-


brupto de un oficial falangista. 329 Pero también tiene anteceden-
tes jacobinos, de acuerdo con el testimonio de Nicolás Restif de la
Bretonne que la escuchó al menos una vez en el París de sus "no-
ches revolucionarias". 330 El fascismo llevaba a un punto máximo
el culto, incluso la obsesión, de la muerte. Puede entenderse sim-
plemente como la celebración de la muerte de los enemigos. En
ese caso, el paradigma de la revolución, aH:í donde el fantasma del
asalto al cielo como realización de un poder colectivo queda redu-
cido a la sustitución de un soberano por otro, reproduce las viejas
formas del poder soberano. Define relaciones de exclusión (en el
límite, de aniquilación) con enemigos y disidentes, y encuentra su
demostración mayor en la potestad de dar la muerte, tal como se-
ñala Michel Foucault respecto de las formas del "sodalracismo".
Ésa es la vía que lleva a la transformación del guerrero en ver-
dugo, ejecutor necesario de un orden basado en la punición, "di-
vina y terrible prerrogativa de los soberanos", según la impecable
definición del reaccionario Joseph de Maistre. 331 El furor revolu-
cionario puede terminar unido al elogio del verdugo que era,
para de Maistre, no sólo el complemento necesario de la natura-
lidad de la guerra y el refuerzo de los poderes del soberano sino
también, muy especialmente, la expresión de un desprecio por las
clases medias, blanco mayor de las estrategias punitivas.
Lo menos fácil de admitir es la celebración de la muerte pro-
pia: el culto de los mártires y la exposición de la muerte como
ejemplo eminente de entrega y sacrificio, una flexión moral que
sólo adquiere sentido en la transfiguración religiosa, sacralíza-
dora, de la política y, sobre todo, de la violencia. Si se aborda el
ejemplo que esos muertos ofrecían a los vivos, es muy destacable
el refuerzo del estereotipo de una virilidad esencial: "soldado" es
un sustantivo que no admite una desinencia femenina, mucho
menos la permite en la acepción del combatiente que exhibe la
audacia y el coraje, el desborde en la acción, la ausencia de
miedo, rasgos (reales o imaginarios) que revisten a esa aristocra-
cia guerrera de los atributos del poder interno en la organización.
Como se vio, todos los testimonios de mujeres militantes señalan
esa discriminación de género; a lo que cabria agregar el desprecio
EL HOMBRE NUEVO 193

consiguiente por los militantes que desempeñaban funciones sub-


ordinadas, desprovistas del aura de los combatientes, como los
abogados o los profesionales en general.
1

El culto a los caídos, incluso los ritos que convocan a los muer-
tos para consagrar y sacralizar la causa de los vivos, no fue un in-
vento del fascismo. Desde sus orígenes en los cultos revoluciona-
rios franceses pasó a las ceremonias estatales de la nación. Pero el
fascismo llevó más lejos esa santificación del grupo, el partido o la
nación por la unción de la sangre combatiente. El rito del "llama-
miento" de los mártires se convirtió en una parte esencial de las
manifestaciones del movimiento y, luego del triunfo, en una prác-
tica recurrente en las ceremonias del Estado. En él se nombraba
solemnemente uno a uno a los caídos y la comunidad que había
asistido gritaba ante cada nombre "Presente". La religiosidad de
un lazo que llevaba a afrontar la muerte como un mandamiento
sostenido en una misión trascendente al individuo quedaba resal-
tada por la categoría de mártires que se aplicaba comúnmente a
los caídos. El Dizionario Fascista lo definía así:

El rito del llamamiento ingresa en ese reconocimiento


de fuerzas espirituales más allá de la vida física que en las
religiones se manifiesta en el culto a los santos y entre los
pueblos durante las distintas etapas de la civilización, en
distintas formas, con el culto a los hé:roes. 332

No era el lamento por los muertos y no hay, en ese sentido, tra-


bajo de duelo, si se entiende por tal, freudianamente, un proceso
de memoria que es al mismo tiempo de separación y reconoci-
miento de la pérdida. Es más bien un ritual de purificación y rege-
neración por la sangre: hay algo de cierto en la afirmación mili-
tante que lo concibe como un rito de vida; en todo caso, de una
vida que depende de un fantasma de resurrección. Su condición
es el trasfondo de creencias que colocan en la sangre derramada
un fundamento mayor de la fe política. Horadadas esas creencias,
como se ha visto en Leto, el personaje de Glosa, sólo queda la
muerte y, eventualmente, la defensa alienada que busca renegar
de ella.
194 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Como es sabido, ese mismo ritual que llama a los muertos se ha


incorporado a las prácticas conmemorativas y las profesiones de la
fe revolucionaria en la Argentina y en Latinoamérica, sin que se
reconociera todo lo que se arrastraba en ese traspaso. Los rituales
no son secuencias aisladas del comportamiento colectivo: se arti-
culan con creencias, esquemas de pensamiento y de acción, dan
cuenta de una configuración que es a la vez un dispositivo prác-
tico y una constelación subjetiva. Llevado hasta sus últimas conse-
cuencias, el mito de la guerra regeneradora y la liturgia de los
muertos y los héroes consagraban al combatiente como modelo
ideal del militante y reforzaban la legitimidad de una aristocracia
guerrera, o un grupo dirigente que cargaba con esos emblemas.
Las consecuencias son conocidas. Allí donde se imponía el apa-
rato militar se establecía una nítidajerarquización dentro de la
·organización entre los jefes y los soldados rasos o, peor, los adhe-
rentes de base. En ese sentido, el culto a los muertos sostenía y ali-
mentaba el culto a los jefes, que habitualmente se encarnaba ex;i.
un líder máximo que integraba en su cuerpo y en su alma la tota-
lidad de la organización y sus fines. La desmesura grotesca de la
celebración y el culto a Mussolini ( el hombre nuevo por excelen-
cia) ilumina las latencias de ciertas modalidades de liderazgo que
se convirtieron en un componente señalado en todas las culturas
milicianas. 333 Cuando la figura del nuevo hombre se aplica al Jefe,
emerge una encarnación del superhombre, que se afinca en las
dirigencias tanto como en el aparato de creencias; refuerza las je-
rarquías y termina operando como un cemento en el engranaje
de los poderes y las formas de dominación internas de la organi-
zaciónº Si había una función ideológica general, extendida, en las
modalidades del culto que remachaba la posición relativa de los
jefes y los subordinados, hay que advertir, entonces, que lo nue-uo
en cuestión no era lo mismo para los dirigentes que para las ma-
sas. Instalado un orden verticalizado (y el Partido lo prefiguraba),
por arriba, dominan los jefes (guerreros o revestidos de sus atri-
butos) y, por abajo, cobran plena vigencia las consignas del espí-
ritu del fascio: "creer, obedecer, combatir".
Una exploración somera de lo que ese mito pudo generar en
esas condiciones excepcionales se justifica en la medida en que re-
EL HOMBRE NUEVO 195

vela un núcleo latente en las visiones milicianas, allí donde la gue-


rra es presentada como la vía principal de la transformación sub-
jetiva. En los desvaríos del programa del fascismo se encierran
esos núcleos de verdad que Freud reconocía en todo delirio; a la
vez, permiten pensar los resortes menos visibles de la moral y de
la acción guerrillera. Algo de ese programa quedó plasmado en
un régimen y un conjunto práctico y doctrinario que incluía una
doble vertiente. De un lado, el Líder en tanto encarnación del su-
perhombre que recuperaba los poderes del cuerpo del rey, lapo-
tencia del Uno irrepetible que sostenía los cultos de la soberanía.
Consiste en un ideal que se puede tratar de imitar, pero nunca reem-
plazar. Del otro, el "hombre colectivo organizado", el resultado
proyectado de una pedagogía totalitaria, que encontraba su ex-
presión máxima en el funcionamiento integral del Estado fascista,
pero que se anunciaba en las formas organizativas de los partidos
milicianos cuando buscaban organizarse como protoinstituciones
totales. 334 Allí se revela, y se lleva a un extremo sin parangón, una
paradoja que se traslada a los regímenes (y se anticipa en los par-
tidos) implantados en nombre de la revolución. La máxima indi-
vidualidad se destaca en la cúspide y consagra a los jefes, sobre
todo alJefe: un liderazgo disuelto en el anonimato de la asocia-
ción sería impensable.
Las jerarquías se trasladan a los muertos, como puede verse en
diversos ejemplos de la memoria guerrillera: en el límite sólo las
muertes heroicas, en combate, merecen ser celebradas. Las con-
memoraciones militantes que en los últimos años han buscado re-
saltar la figura del combatiente en desmedro de la simple víctima,
aunque no se lo propongan, también alimentan esta invisibilidad
de los muertos rasos, el equivalente de las víctimas civiles o los sol-
dados anónimos. En el recuento de los jefes todas son bajas, cos-
tos calculables para un fin definido en términos de una guerra
prolongada. Pero la consecuencia más grave de esa visión de los
muertos se expone en una recuperación de las luchas que, bajo la
figura del combatiente, aplasta la riqueza de las formas de la mili-
tancia política, cultural, sindical, de agrupaciones y tendencias
que no mantenían una definición miliciana de los conflictos y que
fueron igualmente víctimas de la represión dictatorial. Muchas de
196 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

las historias de la guerrilla alimentan el estereotipo del coraje y la


entrega como virtudes en el combate, separadas de los conflictos
de la vida civil En la clave de una narración épica de nuevo tipo,
permanecen, en el círculo del sentido que se abre con la significa-
ción mayor de la militancia de los setenta, como una empresa de
guerreros.

"DESCLASARSE"

Hay otra vertiente en la constelación de sentidos del nuevo hom-


bre, que impacta uniformemente en la militancia revolucionaria:
la consigna de "desdasarse". Es un mandato de conversión: "darse
vuelta como un guante" (es una expresión de Ismael Viñas). 335
Aquello viejo que debía quedar a.trás en esta suerte de segundo
nacimiento era una condición sobrellevada como una falla esen-
cial, una subjetividad de clase, condensada en la figura del pequeño-
burgués. El objetivo doctrinario era la conversión hacia una nueva
identidad de clase, proletaria; pero desdasarse era algo más que
un tránsito, en la medida en que conducía a una posición impo-
sible: ni burgués ni proletario. En esta búsqueda de una metamor-
fosis subjetiva querría situar la atracción que ejercía, como objeto
de identificación para ese sujeto en tránsito, una figura máxima
del oprimido: el colonizado en la versión, muy impactante y difun-
dida en los setenta, de Los condenados de la tierra. Frantz Fanon era
la referencia mayor en los textos y las imágenes de la película ya
mencionada de Fernando Solanas y Octavio Getino, La hora de los
hornos. Es un documento elocuente de la nueva sensibilidad que
acogía y exaltaba el horizonte de la violencia como fundamento
de la lucha revolucionaria. Interesa destacar dos cuestiones en esa
recepción de Fanon destinada a un público amplio.
Por un lado, sentaba una verdadera visión ontológica de la vio-
lencia como fundamento de la lucha revolucionaria. El giro ma-
yor residía en que dejaba de ser un medio contingente; la guerra
ya no era sólo una lucha circunstancial contra enemigos podero-
sos sino la vía fundamental que transformaba al sometido en un
sujeto que sólo podía edificar su libertad con las armas. Ese man-
EL HOMBRE NUEVO 197

dato venía directamente de las consignas de Fanon, profusamente


citadas en la película de Solanas y Getino. El film buscaba sacudir
la conciencia de la audiencia con imágenes superpuestas de niños
pobres del campo argentino y niños africanos al borde de la
muerte; postulaba, con la fuerza de las imágenes, lo que resultaba
bastante más dificil de justificar conceptualmente: que no había
mayores diferencias entre la Argentina y el África colonial. En lo
concerniente a la posición de los sujetos de esa lucha, para Fanon
el agente de las revoluciones coloniales era el "colonizado", una fi-
gura que se abría en una serie: indígena, hambriento, explotado,
desdasado y, finalmente, campesino: "sólo el campesino es revolu-
cionario" .336 En el contingente de los oprimidos no había trabaja-
dores: éstos sólo entraban en el cuadro colonial del lado de los
partidos nacionales reformistas, que eran un lastre para la guerra
de liberación. Tampoco había (casi) obreros en la película de So-
lanas y Getino.
Una clave resaltada en ese manifiesto por la violencia es la fic-
ción hegeliana: el colonizado es el "esclavo" moderno que vive
una confrontación absoluta con el colono. 337 No tiene otra cosa
que perder o que apostar más que su propia vida y la sola existen-
cia del amo lo condena a una condición subhumana. En esa re-
presentación de un mundo escindido en dos clases inconciliables,
el motivo del nuevo hombre se reducía a una esquematización
dicotómica de la lucha del amo y el esclavo ( en la que ha desapa-
recido la dialéctica y el reconocimiento), una confrontación abso-
luta en la que sólo cabria matar o morir. La conquista de una hu-
manidad suprimida por la existencia misma del colono no tendría
otro camino que una violencia destinada a suprimir al opresor. El
colonizado "se libera en y por la violencia", que es para él "la pra-
xis absoluta", la "mediación real"; la violencia "reviste caracteres
positivos, formativos", es "totalizadora"; finalmente, "moviliza al
pueblo". 338 El lenguaje hegeliano, adaptado para un público am-
plio, proporcionaba fórmulas fáciles de repetir, y entusiasmó a
Sartre, que se sintió convocado a un prólogo que desplegaba, sin
mayores reparos conceptuales, esa ficción filosófica, tan europea
por otra parte. La indignación moral,justificada por la barbarie
francesa en Argelia, culminaba en una generalización desmesu-
198 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

rada que convertía a cualquier europeo en un amo despiadado y


blanco de una violencia sin límites. La proposición ha sido citada
muchas veces: "matar a un europeo es matar dos pájaros de un
tiro, suprimir a la vez a un opresor y un oprimido: quedan un
hombre muerto y un hombre libre". 339
¿Cómo podía justificarse la aplicación mecánica de esas catego-
rías ( esclavo moderno, colonizado) a las masas populares argen-
tinas? ¿Por qué un esquema tan tosco de justificación de la violen-
cia pudo penetrar y alimentar el imaginario revolucionario en
una sociedad como Ia argentina, que podía pasar por opulenta
para los estándares africanos? Son preguntas abiertas para un aná-
lisis de Ia violencia revolucionaria que casi no ha comenzado en-
tre nosotros. Una cuestión pendiente es tratar de entender cómo
pudo trasladarse esa narración de una gesta de base campesina,
que cuando se refería al mundo urbano sólo exaltaba el potencial
de violencia de lúmpenes y desclasados ( en desmedro de partidos
y organizaciones de trabajadores), a las luchas populares en la Ar-
gentina, a la resistencia peronista, a la experiencia de una clase
obrera con un pasado, con organizaciones y un aprendizaje de
confrontación pero también de alianzas y negociaciones. El único
puente que podía unir el relato africano y las formas de Ia revolu-
ción soñada por la guerrilla era el rechazo radical de cualquier vía
reformista.
Aquí entra Ia otra cuestión: si se trataba de encontrar, en la Ar-
gentina urbana, a los sectores que podrían corresponderse con
esas huestes socialmente desarraigadas, ese lugar disponible apa-
rece ocupado, mayormente, por esa pequeña burguesía que aspi-
raba a desclasarse, universitaria en muchos casos, que incluía a los
grupos cristianos que se sintieron convocados a ocupar el lugar de
los pobres. "Obrerismo de estudiantes", lo llama Helios Prieto,
que vivió el fenómeno. Desdasarse era sobre todo una conversión
moral. 340 Significaba, por un lado, un rechazo que formaba parte
del tópico antiburgués, que es un rasgo infaltable en las mitolo-
gías de la violencia: el primer atributo que se repudia en el peque-
ñoburgués es la debilidad y el pacifismo. Como tal, ha sido un nú-
cleo ideológico recurrente en la configuración imaginaria que
destaca la fuerza (una categoría prepolítica, calcada de la natura-
EL HOMBRE NUEVO 199

leza) como motor del combate político, y es un componente infal-


table en la constelación antiliberal del fascismo y de muchas ex-
presiones de la configuración revolucionaria. 341 Por otra parte, en
el humor combatiente, el "pequeñoburgués" era el enemigo pró-
ximo. Carlos Altamirano ha trazado una genealogía convincente
del conjunto de tópicos políticos y morales que confluyeron en la
cultura de izquierda y, desde 1955, en el proceso de impugnación
de las clases medias urbanas. Una verdadera "literatura de morti-
ficación y expiación", que desbordaba los análisis clásicos del mar-
xismo, cargaba las tintas sobre los peligros del moralismo, la in-
constancia y la debilidad de la pequeña burguesía. 342
Implantado el paradigma de la guerra revolucionaria, incluso
antes de la eclosión guerrillera, la vacilación, que estigmatizaba
sobre todo a los intelectuales, era ya un signo de traición. En
1969, un documento de la "Tendencia Revolucionaria" del pero-
nismo rechazaba la crítica al "foquismo" que, decía, sólo "sirve
para encubrir la decisión de no participar en la lucha armada"; y
exponía la fe en "la hora de la acción", en la que "no puede haber
espectadores. Los espectadores merecen el título de cobardes y
traidores". 343 La misma figura del enemigo burgués como el débil
que encubre al traidor estaba presente en el fascismo como una
"categoría de carácter político-moral" (la expresión es de Musso-
lini): "pacifista", "humanitario e infecundo" eran, decía el Duce,
"los que permanecen siempre detrás de las persianas". 344 Pero en
la medida en que los revolucionarios de carne y hueso, en espe-
cial los dirigentes, casi invariablemente provenían de la pequeña
burguesía, el combate debía darse, ante todo, en el propio sujeto.
La política de las armas veía un enemigo interno permanente en
lo que llamaba el "reformismo" y los "vicios democráticos". El fan-
tasma del liberalismo pequeñoburgués acechaba a la organiza-
ción revolucionaria, que debía extremar sus recursos de vigilancia
y disciplina sobre quienes participaban del proyecto: las bases no
combativas, los intelectuales, las mujeres comunes y corrientes y
aun los soldados que podían flaquear en la entrega. Modelar los
sujetos terminaba siendo el determinante casi único del objetivo
revolucionario y, a la vez, enfrentaba obstáculos insuperables: la
educación, el adoctrinamiento, la presión por el ejemplo, el con-
200 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

trol de las conductas no alcanzaban para eliminar ese espíritu pe-


queñoburgués que aparecía por todos lados. La organización re-
volucionaria ha sido pensada como una "institución total" que
mezclaba y confundía relaciones de parentesco, amistad e ideolo-
gía; en ese sentido, el motivo del hombre nuevo pudo servir de
base a un programa de disciplinamiento de los militantes. 345

Inserta en las ilusiones y las pesadillas de la modernidad, una ge-


nealogía del hombre nuevo no puede separarse de las formas
drásticas, necesariamente violentas, con que una minoría autoeri-
gida ha buscado modelar una mayoría considerada débil o inma-
dura, en cualquier caso rebajada. Siempre hay jerarquías en las re-
des de poder que sostienen un proyecto de palingenesia o
renacimiento de los sujetos. La pregunta sigue siendo la del viejo
Marx: ¿quién regenera ( o elige) a los regeneradores? Y la historia
da una respuesta bastante inequívoca: el lugar soberano de poder
es más importante que la doctrina o las cualidades personales.
El nuevo hombre ha sido un emblema cargado de sentidos,
desde las raíces cristianas a las formas de la religión política y mi-
liciana que encontraron una expresión desmesurada y sistemática
en el fascismo. Apenas se han explorado las marcas que ese le-
gado dejó en las modalidades adoptadas por la radicalización re-
volucionaria, allí donde la política se convertía en guerra y violen-
cia contra enemigos externos e internos. Pero no hay una única
versión de la utopía revolucionaria trasladada a una escala antro-
pológica. El socialismo, incluso el liberalismo político, ha arras-
trado con frecuencia esa voluntad de reconstrucción humana, en
la que los temas del progreso o la emancipación establecían dife-
rentes transacciones con los dispositivos de dominación y go-
bierno de los sujetos. Si se piensa en las herencias y los préstamos,
en la constelación de sentidos del sujeto en las revoluciones mo-
dernas, que se han propuesto avanzar a la vez en la moral y lapo-
lítica, se revela una complejidad que no puede reducirse a la exal-
tación de la guerra purificadora y a la asociación con el terror. En
un sentido general, el mi.to del hombre nuevo encierra latencias
semánticas análogas a la del significante mayor, revolución, e inte-
gra dos componentes, Por una parte, un ideal regulativo, que se
EL HOMBRE NUEVO 201

ha ajustado a lo que la izquierda clásica definía como la dimen-


sión subjetiva de los procesos de cambio social y político: ha sido
inevitablemente una figura móvil y en construcción, un horizonte
en movimiento. Por otra, está el componente mesiánico que se ha
sostenido en el motivo religioso de la conversión, una figura
plena, transmutada en cuerpo y alma, que encarnaría una escato-
logía realizada.
Hombre nuevo en una nueva sociedad: cuando el sentido se
desplaza a la sociedad, aun con el lastre unificador y totalizan te, se
debe admitir una construcción colectiva e histórica, una forma-
ción económica, política y cultural que debe tramitar diferencias
(de clase, de posiciones y lugares sociales, de formación y de incli-
naciones) y depende de condiciones dadas o que deben ser pre-
viamente construidas; en fin, necesariamente debe destacar un
proyecto y un proceso que no descansan en la pura voluntad de
los agentes. Cuando se desplaza al componente subjetivo indivi-
dual, en cambio, se ofrece según el modelo de una autoconfigura-
ción que dependería de la decisión y la voluntad de un sujeto con-
cebido como pleno, soberano de su alma y su conciencia. Y
cuando esa formación incorpora el componente redencional de
la violencia, la fórmula de la revolución construye una figura fas-
cinante y al mismo tiempo siniestra que condensa y proyecta el
nuevo orden transformado: en el combatiente no hay lugar para
el conflicto ni la disidencia. Allí, lo nuevo, situado en el lugar de
una causa final,justificaba todos los sacrificios y purificaba la san-
gre derramada, comenzando por la ofrenda de la propia vida, ex-
presión extrema de esa moral de la muerte. Las gestas revolucio-
narias también están llenas de ejecuciones sumarias de disidentes,
quebrados, rebeldes, indisciplinados, siempre traidores.
En la disposición a matar o morir hay algo que trasciende la di-
mensión militar de la empresa guerrillera, un fondo religioso de
la política, una escatología que, en el límite, sitúa sus objetivos
fuera de la historia y los encarna en figuras de héroes inalcanza-
bles para los seres humanos de carne y huesoº Hay un compo-
nente teológico que ha sido señalado en las tradiciones políticas
modernas, en estudios ya clásicos, 346 aunque no necesariamente
ha desembocado en la exaltación de la guerra y la muerte. Para
202 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

que esto suceda es preciso que se implante un complejo de valo-


res y actitudes en torno de la figura del guerrero, el culto de la ac-
ción por la acción, la prepotencia del coraje, la fascinación por las
armas, los mitos de la guerra que aplastan la lógica política.
Finalmente, en la esperanza revolucionaria se conjugaban cosas
bien distintas, entre la aventura personal, la acción política y so-
cial en espacios colectivos y el dispositivo militar profesionalizado,
sujeto a normas y diagramas de mando. El motivo de lo nuevo cu-
bría esas y otras diferencias bajo un manto que promovía la ilu-
sión de un proyecto unificador. Implantado el ideal mayor de la
guerra revolucionaria y la moral del combatiente, trasladada la
causa final, la revolución, a un futuro indeterminado, investido el
guerrillero con los emblemas del hombre nuevo, ya se vieron los
efectos elitistas, sobre todo el desprecio por los débiles y la certeza
de que el resultado final, la revolución, dependía sólo de que hu-
biera revolucionarios heroicos y decididos. Definida la guerra
como forma mayor y dirección inevitable de los conflictos, la or-
ganización y las prácticas dominantes debían ser milicianas. Ése
fue el corazón del foquismo, que tenía como condición la acción
de hombres y mujeres excepcionales, con estatura de héroes. Uno
de los resultados fue que la lucha más permanente terminó diri-
gida contra las desviaciones y las disidencias en la propia organiza-
ción. Pero también actuaba como un mandato despótico sobre el
propio sujeto. El cumplimiento más cercano al ideal anunciado
era la ofrenda de la propia vida y, en ese punto, el mito del hom-
bre nuevo se tocaba con una religión de la muerte. Las conse-
cuencias y los legados llegan hasta nosotros: la figura del héroe
muerto, excepcional, que seria la máxima realización de una cul-
tura revolucionaria, perdura como un motivo en las evocaciones
que movilizan el presenfe.
APÉNDICE
Espacios, monumentos, memoriales
202 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

que esto suceda es preciso que se implante un complejo de valo-


res y actitudes en torno de la figura del guerrero, el culto de la ac-
ción por la acción, la prepotencia del coraje, la fascinación por las
armas, los mitos de la guerra que aplastan la lógica política.
Finalmente, en la esperanza revolucionaria se conjugaban cosas
bien distintas, entre la aventura personal, la acción política y so-
cial en espacios colectivos y el dispositivo militar profesionalizado,
sujeto a normas y diagramas de mando. El motivo de lo nuevo cu-
bría esas y otras diferencias bajo un manto que promovía la ilu-
sión de un proyecto unificador. Implantado el ideal mayor de la
guerra revolucionaria y la moral del combatiente, trasladada la
causa final, la revolución, a un futuro indeterminado, investido el
guerrillero con los emblemas del hombre nuevo, ya se vieron los
efectos elitistas, sobre todo el desprecio por los débiles y la certeza
de que el resultado final, la revolución, dependía sólo de que hu-
biera revolucionarios heroicos y decididos. Definida la guerra
como forma mayor y dirección inevitable de los conflictos, la or-
ganización y las prácticas dominantes debían ser milicianas. Ése
fue el corazón del foquismo, que tenía como condición la acción
de hombres y mujeres excepcionales, con estatura de héroes. Uno
de los resultados fue que la lucha más permanente terminó diri-
gida contra las desviaciones y las disidencias en la propia organiza-
ción. Pero también actuaba como un mandato despótico sobre el
propio sujeto. El cumplimiento más cercano al ideal anunciado
era la ofrenda de la propia vida y, en ese punto, el mito del hom-
bre nuevo se tocaba con una religión de la muerte. Las conse-
cuencias y los legados llegan hasta nosotros: la figura del héroe
muerto, excepcional, que sería la máxima realización de una cul-
tura revolucionaria, perdura como un motivo en las evocaciones
que movilizan el presente.
APÉNDICE
Espacios, monumentos, memoriales
La ESMA y el Monumento a las
Víctimas del Terrorismo de Estado:
balance de una década

El proyecto de erigir un museo en el predio de la ESMA


y el Parque de la Memoria (que alberga el Monumento a las Vícti-
mas del Terrorismo de Estado) han sido los mayores emprendi-
mientos en materia de memoriales públicos en la ciudad de Bue-
nos Aires. En este apéndice he incluido tres trabajos sobre el
tema, escritos entre 2004 y 2006. Transcurridos diez años, consi-
dero necesario presentarlos con una información somera sobre lo
sucedido con esos dos focos potentes de las políticas estatales de
la memoria.
Esas iniciativas ofrecían la oportunidad de un debate sobre las
formas políticas y simbólicas capaces de plasmar una recupera-
ción ejemplar del pasado, y planteaban la relación del Estado (na-
cional y de la ciudad) con las demandas surgidas de la sociedad,
sobre todo, del movimiento de derechos humanos. En las discu-
siones previas aparecía el objetivo ético y político de una elabora-
ción responsable y plural, abierta a las nuevas generaciones. En la
edificación material de una memoria pública necesariamente se
pone en juego el movimiento de la conciencia histórica: la diná-
mica, la tensión incluso, entre el peso del pasado (identidades, fi-
liaciones, tradiciones) y los consensos (acuerdos, negociaciones)
en el horizonte presente, abierto al porvenir. Si se admite un régi-
men de temporalidad, propio de las democracias, que acepta su
propia historicidad, los memoriales o los museos pueden, en el lí-
mite, repetir el pasado o construir un futuro: esas deberían ser las
cuestiones relevantes de un debate hoy abortado. Para desarro-
llarlo hubiera sido necesaria una gestión estatal capaz de incluir y
generalizar, traducir y ampliar, el punto de vista de los represen-
tantes de las víctimas, con miras a un trabajo sobre la conciencia
206 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

colectiva. La presente situación en el predio de la ESMA muestra


que se ha frustrado ese objetivo e ilustra el fracaso en plasmar una
deliberación pública que comprometa a los partidos y a otras ex-
presiones de la sociedad en una iniciativa que prometía ser la
creación de un artefacto material, de alcance nacional, de memo-
ria y conocimiento del pasado.

LaESMA. El proyecto del museo surgió, hacia 1999, casi inmedia-


tamente después de la decisión de la Legislatura de la Ciudad de
Buenos Aires de construir el Monumento a las Víctimas del Terro-
rismo de Estado. La Ley 392/2000 de la Legislatura de la Ciudad
de Buenos Aires, durante la gestión de Aníbal !barra, determi-
naba que se construiría en la ESMA un "Museo de la Memoria",
sin ninguna especificación. En 2002 (Ley 961), se creaba el Insti-
tuto Espacio para la Memoria (IEM) y se establecía que la entidad
tendría su sede en ese lugar. En marzo de 2004, la iniciativa fue
asumida por el gobierno nacional a partir de un convenio con la
ciudad, y se anunció la creación de un Museo de la Memoria; la
Secretaria de Derechos Humanos abrió la recepción de propues-
tas: hubo una docena, presentadas por diversas entidades ( el
CELS, la Fundación Servicio Paz y Justicia [Serpaj], la Asociación
de Ex Detenidos Desaparecidos, la Secretaría de Cultura del Go-
bierno de Buenos Aires, entre otras), que nunca fueron discutidas
en ámbitos oficiales, aunque estuvieron disponibles en la página
web de la Secretaría de Derechos Humanos hasta 2007 aproxima-
damente. La iniciativa del museo fue asumida con mucha más
convicción por la organización Memoria Abierta, que realizó va-
rias jornadas, desde 1999. 347
Lo anterior constituye el marco de los artículos que se incluyen
más adelante. Las mayores novedades se produjeron en noviem-
bre de 2007: un mes después del desalojo total del predio por
parte de la Armada y de otras entidades civiles se creó el Ente
para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos
Humanos, que maneja el predio. Su órgano ejecutivo está confor-
mado por un representante del Poder Ejecutivo Nacional, un re-
presentante de la ciudad, a través del IEM, y un tercero designado
por el directorio, compuesto por catorce organismos de clerechos
LA ESMA Y EL MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO 207

humanos y, además, un sobreviviente de la ESMA que no parti-


cipe de ninguno de ellos. Inmediatamente, sin intervención legis-
lativa, sin concurso público y sin discusión de propuestas, se deci-
dió una primera asignación de edificios. Se conservará como
museo-sitio el espacio que fue utilizado como centro de detención
y tortura, un criterio que ha sido compartido por todas las pro-
puestas y los especialistas consultados. Pero la idea de un museo
histórico, destinado a la educación y la reflexión sobre el pasado,
ha quedado relegada, sepultada, por ese reparto discrecional en-
tre agrupaciones que mantienen diferencias notorias respecto de
lo que allí debe hacerse. La manifestación pública más impor-
tante ha sido la visita de la presidenta Cristina Fernández y de
Néstor Kirchner en noviembre de 2007,junto con Estela Carlotto
y Hebe de Bonafini. "La ESMA ha sido recuperada", dijo el ex pre-
sidente, con lo cual, a falta de un proyecto definido para el pre-
dio, el desalojo de la Armada aparecía como un fin en sí mismo.
El Archivo Nacional de la Memoria funcionará en lo que fue la Es-
cuela de Guerra Naval y en el anexo conocido como La Panadería
Vieja. La Unesco tendrá un edificio detrás de la Plaza de Armas,
para la creación de un instituto internacional de formación sobre
derechos humanos. También habrá un lugar para el Instituto de
Políticas Públicas en Derechos Humanos del Mercosur, que está
en proceso de institucionalización. Abuelas de Plaza de Mayo se
hará cargo de una Casa por la Identidad en lo que fue la Escuela
Superior de Náutica; Familiares de Desaparecidos y Madres de
Plaza de Mayo (Línea Fundadora) realizarán actividades en el Pa-
bellón Alfa, e Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido
y el Silencio (H.IJ.O.S.) en el Pabellón Delta. 348
El espíritu de esta nueva etapa ha quedado expresado por el lu-
gar de enunciación destacado que ha adquirido Hebe de Bona-
fini, quien siempre se opuso a la idea del Museo y no había tenido
ninguna participación en las iniciativas anteriores sobre la ESMA.
La ausencia de ideas y aun de la voluntad de buscar algún con-
senso quedó gráficamente expuesta en sus declaraciones:

Hay muchos lugares, cada uno puede pedir y hacer lo


que se le canta en cada lugar. [ ... ] Nosotros no damos
208 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

por muertos a nuestros hijos, no firmamos la muerte, no


estamos de acuerdo con los cementerios, no estamos de
acuerdo con ese mor umento que se hizo al borde del
río, nos parece de ten xª [ª ª .] Nosotros tenemos nuestra
forma de ver la vida y esa forma de ver la vida la quere-
mos poner ahí. Por e,o va a haber un centro cultural,
maravilloso y espectacular...

El Centro Cultural Nuestros Hijos fue inaugurado luego, dirigido


por Ter~sa Parodi. 349 Lo que parece relegado es el propósito de
un espacio y un tiempo de conocimiento, pensamiento y ense-
ñanza asociado a la historia del sitioª Pero en ese espacio (que
comprende 17 hectáreas y 32 edificios) hay lugar para otros gTu-
pos y figuras, entre quienes adhieran a las concesiones del Poder
Ejecutivo. 350 El espacio va a contener, hasta ahora, no uno sino
dos centros culturales: en otro edificio (anexo de la ex escuela Na-
val) funcionará el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti,
con la dirección de Eduardo Jozami, que se propone albergar una
biblioteca, una cinernateca y un espacio de arte, referidos a los de-
rechos humanos. 351
No se ha hecho público ningún proyecto, ni siquiera un es-
bozo, que contemple la totalidad del predio. Las decisiones han
sido delegadas en los organismos de derechos humanos que par-
ticipan del Ente interjurisdiccional que está a cargo del predio.
Las jurisdicciones se superponen: el Ente tiene un Órgano Ejecu-
tivo tripartito que comprende al IEM, de la ciudad, el Archivo Na-
cional de la Memoria, nacional, y un miembro del Directorio, in-
tegrado por representantes de los organismos de derechos
humanosª En la práctica, las mismas entidades (a menudo las mis-
mas personas) integran a la vez el ente tripartito, el IEM de la ciu-
dad y la Comisión Pro-Monumento, en el Parque de la Memoria,
creada con anterioridad. Varias de ellas también reciben edificios:
la fragmentación en la representación se plasma materialmente
en la dispersión de las iniciativas en el predio. La superposición
en la inclusión de los organismos revela que los intereses y afilia-
ciones se dispersan y se ahondan las dificultades para establecer
acuerdos que permitan integrarlos sin reiterar siglas y nombres.
LA ESMA Y EL MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO 209

El resultado es un proceso de agregación de organismos: había


nueve en la Comisión Pro-Monumento, creada por la Legislatura
de la ciudad en 1998, luego fueron 10; esos mismos organismos
estaban en el Consejo Directivo del IEM, que también fue am-
pliado con posterioridad; finalmente, suman 13 o 14 (incluidos
todos los anteriores) los que conforman el Directorio del Ente tri-
partito. 352
En el Informe citado, el CELS, que no tiene edificio en el pre-
dio (integra el Directorio del Ente pero renunció al IEM de la ciu-
dad en agosto de 2007), expone una posición crítica. Postula que
una política de la memoria debe convocar a "múltiples sectores
sociales", sumar "distintas voces" y favorecer "debates complejos y
abiertos". Ve el riesgo de que la iniciativa quede limitada a "un go-
bierno y a un grupo de instituciones" y propone "generar accio-
nes en el corto plazo para que ese espacio de memoria trascienda
a las víctimas directas, sus familiares y las organizaciones de dere-
chos humanos". No abandona su propuesta de 2004 sobre un mu-
seo que "articule una pluralidad de voces, se enriquezca con nue-
vas miradas y nuevas preguntas", y advierte que se debe "evitar
ocupar un lugar hegemónico que obstaculice la construcción de
los espacios destinados a la memoria como lugares plurales". Esa
misma preocupación está expuesta en la carta de renuncia al
IEM, en la que señala, especialmente, dos motivos de discrepan-
cia: por un lado, el riesgo de un "lugar hegemónico" de los orga-
nismos, que atente contra el propósito de una memoria plural;
por otro, el de la subordinación a "una política de gobierno" que
debilite la legitimidad y el alcance de las iniciativas por la ausencia
de consensos y por la fragilidad de los emprendimientos frente a
las cambiantes coyunturas políticas. 353

El Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado. En noviembre


de 2007 se inauguró parcialmente el Monumento en el Parque de
la Memoria, en jurisdicción de la ciudad. Se trata de la iniciativa
más importante de memoria pública de los desaparecidos en Bue-
nos Aires. 354 En el parque, todavía no terminado, se destaca una
escultura de Roberto Aizenberg que retoma el motivo de la silueta
de los cuerpos: son tres torsos vaciados ( evocan a los tres hijos de
210 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

su mujer, desaparecidos), recortados sobre el cielo, una forma de


señalar la ausencia y a la vez proyectarla como una presencia so-
bre el presente y el futuro. El Monumento, para describirlo muy
brevemente, fue diseñado como una estructura quebrada, un
corte en el terreno; está compuesto por cuatro gigantescos muros
grises que sostienen las placas con los nombres, a lo largo de 400
metros, y termina en el Río de la Plata, donde han sido arrojadas
muchas de las víctimas. 355 Posee 8.718 nombres, pero el monu-
mento contiene 30.000 placas porque está previsto agregar otros
en la medida en que la nómina se amplíe. Como ya dijimos, ése es
el número que ha quedado fijado en el discurso de los organis-
mos de derechos humanos y nadie, comenzando por las instan-
cias estatales responsables de ampliar y depurar las listas de la Co-
nadep, parece dispuesto a revisarlo o a justificarlo. Resulta
evidente, transcurridos veinticinco años, que no hubo 30.000 des-
aparecidos; el número no va a variar demasiado respecto de la nó-
mina actual y el monumento quedará con más de 20.000 placas
en blanco.
La inauguración del monumento debería haber sido una oca-
sión mayor para la deliberación pública sobre las formas de la re-
cuperación de ese pasado y sobre las políticas estatales, en la ciu-
dad y en la nación. Sin embargo, el tema no ha entrado en la
agenda pública: poco es lo que se sabe (y menos lo que se discute)
acerca de las decisiones, los objetivos y los destinatarios del em-
prendimiento. La responsabilidad principal recae sobre la Legis-
latura y los partidos, representados en la Comisión Pro-Monu-
mento. Como un síntoma del estado de la memoria social en la
Argentina, la falta de políticas y de consensos de largo plazo con-
duce finalmente a delegar la cuestión en los organismos, repre-
sentantes de las víctimas, ex detenidos, familiares y militantes. Ese
protagonismo de los afectados depende de que ese pasado sinies-
tro siga vivo y actuante, lo que sucederá por mucho tiempo mien-
tras sigan activas las demandas de justicia y los responsables del te-
rrorismo de Estado estén sometidos a los procesos penales. Pero
encierra una limitación con vistas a los sentidos que el homenaje
puede y debe adquirir para los que no son afectados directos o
para las generaciones futuras.
LA ESMA Y EL MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO 211

El proyecto de ley fue discutido en la Legislatura y en una au-


diencia pública; allí se debatieron los criterios y la justificación del
homenaje. ¿Debía ser un homenaje a las víctimas o una reivindica-
ción de los militantes? La ley sólo habla de víctimas, pero la evoca-
ción de los militantes no dejó de aparecer en las discusiones. Por
ejemplo, una legisladora, Alicia Pierini, afirmaba que el Monu-
mento iba a constituir el

anhelado homenaje a quienes ofrendaron sus vidas en


búsqueda de un país mejor y reivindicaba "las utopías in-
conclusas".

Por su parte,Juliana Marino, otra legisladora, declaraba:

Lo que nosotros estamos diciendo con este monumento


es que estamos en contra del terrorismo de Estado que
mató, violó e hizo desaparecer a tales y cuales personas,
acerca de las cuales no estamos opinando ni juzgando
qué hicieron.

Ese punto fundamental quedó como un problema indefinido,


una ambigüedad que en los hechos fue transferida a la Comisión
Pro-Monumento. La investigación de Virginia Vecchioli es el
único trabajo que permite seguir esta cuestión en las discusiones
previas y en el trabajo de la Comisión, hasta mediados de 2000. 356
Un tópico medular de su trabajo se focaliza en las condiciones,
atributos y límites de la categoría de víctima. La ley establecía la
creación del monumento y de un grupo de esculturas, "en home-
naje a los detenidos-desaparecidos y asesinados por el Terrorismo
de Estado durante los años setenta e inicios de los ochenta, hasta
la recuperación del estado de derecho"; encomendaba a la Comi-
sión la tarea de confeccionar la nómina a partir de las listas del in-
forme de la Conadep, depuradas y ampliadas con nuevas denun-
cias, y preveía espacios libres para los casos que se determinaran
en el futuro. 357
Inmediatamente se hicieron públicas las diferencias. Hubo or-
ganismos (sobre todo, Madres de Plaza de Mayo, de la línea Bona-
212 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

fini, la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos e H.IJ.O.S.)


que repudiaron la iniciativa y se negaron a formar parte de ella:
rechazaban la figura de la víctima y lo que consideraban un mo-
numento destinado a "enterrar" a los militantes revolucionarios.
La ceremonia de colocación de la piedra fundamental, en marzo
de 1999, mostró que también había disidencias entre quienes im-
pulsaban el proyecto. La placa prevista ( que decía "Aquí se cons-
truirá el Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado
como reivindicación de sus luchas y sus ideales") no pudo empla-
zarse por la oposición de algunos legisladores que preferían evitar
esa reivindicación de las luchas. Finalmente, fue aprobado con
posterioridad un texto que enfatizaba los "ideales" y no las luchas:
"Aquí se emplazará el monumento en homenaje a las víctimas del
terrorismo de Estado y a los ideales de libertad, solidaridad y jus-
ticia por los que vivieron y lucharon". 358
Como se dijo, la investigación de V. Vecchioli se cierra a media-
dos de 2000 y está basada en las discusiones de la Comisión, a las
que asistió regularmente. Para el período posterior, las fuentes
disponibles son las actas de las reuniones (no todas), que no son
versiones taquigráficas. Creo, sin embargo, que ese material es su-
ficiente para señalar algunos problemas, teniendo en cuenta el re-
sultado de las decisiones adoptadas, es decir, el monumento inau-
gurado hacia fines de 2007. Me interesa detenerme en el
problema de la nómina y en b leyenda incluida en él.
Hacia 2000, parecía resuelto que la lista de nombres comenza-
ría en 1970. Las diferencias giraban en torno de dos cuestiones:
¿debían incluirse conjuntamente, o separarse, los asesinados y los
desaparecidos?, ¿qué hacer con los muertos en enfrentamientos,
en el período previo a la dictadura y, sobre todo, durante la vigen-
cia de un régimen constitucional entre 19'73 y 1976? Diversas
cuestiones quedaban sin definir; ¿en qué sentido podía hablarse
de "víctimas del terrorismo de Estado" para muertos anteriores al
golpe militar o, en todo caso, para los asesinados en acciones de la
Triple A? En las discusiones reaparecía la ambigüedad y la super-
posición entre la figura de la víctima y la del militante: para algu-
nos, que buscaban recuperar el compromiso de los revoluciona-
rios caídos, no era importante la distinción entre asesinados,
LA ESMA Y EL MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO 213

desaparecidos o muertos en enfrentamientos; tampoco importaba


mucho cuándo habían caído, ya que se trataba de la misma lucha,
para la que no contaba la diferencia entre gobiernos constitucio-
nales y dictaduras militares. Otros alegaban que no se trataba de
un homenaje a los militantes revolucionarios sino a las víctimas,
sin discriminación, y buscaban establecer criterios más precisos
para la inclusión de los nombres: el consenso era total para el pe-
ríodo de la dictadura (allí operaba el modelo de la Conadep)
pero fracasaba para el anterior. 359
Esto da cuenta de los desacuerdos en la Comisión en el período
investigado por Vecchioli. Para lo sucedido posteriormente, las ac-
tas consultadas permiten fechar las decisiones pero no registran
los debates. Enjulio de 2000 se decidió una lista única de asesina-
dos y desaparecidos, a partir de la propuesta de los organismos
(con la discrepancia de Familiares de Detenidos y Desaparecidos
por Razones Políticas); no hay en las actas constancia de las posi-
ciones de los legisladores o sus representantes. 360 Ya se advierte
una modalidad de funcionamiento de la Comisión que se ahonda
con el tiempo: asisten regularmente los representantes de los orga-
nismos, pocos diputados o ninguno y algunos pocos delegados de
los legisladores. En la práctica, son los organismos los que deciden.
La información disponible salta a 2006: en febrero se propone el
texto de la leyenda que se incluirá en el monumento. Nuevamente
la propuesta está a cargo de una representante de los organismos y
las alternativas que se discuten provienen de otros organismos, sin
ninguna participación de legisladores, ni de representantes del
Ejecutivo ni de la UBA 361 Del mismo modo se resuelven los crite-
rios de inclusión y exclusión en la nómina. Después de algunas dis-
cusiones, de las que participan solamente los representantes de los
organismos, se decide incluir a los "asesinados en enfrentamientos
o copamientos militares" y todos los casos "en que hubo interven-
ción del Estado en la muerte de un individuo". 362
Queda pendiente una investigación más completa, que incluya
la opinión de los miembros de la Comisión. Las actas dan cuenta
de una enorme dedicación de los representantes de los organis-
mos en la resolución de los muchos problemas que debieron su-
perarse. Me he concentrado sólo en algunos de ellos. Lo cierto es
214 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

que el proceso que comenzó hace diez años, decidido por la ciu-
dad a través de sus representantes, terminó delegando en los re-
presentantes de los afectados decisiones que son fundamentales
para el sentido y el destino del emprendimiento.
Finalmente, la leyenda incluida en el monumento inaugurado
en 2007 reza:

La nómina de este monumento comprende a las vícti-


mas del terrorismo de Estado, detenidos-desaparecidos y
asesinados y a los que murieron combatiendo por los
mismos ideales de justicia y equidad.

La ambigüedad ha quedado plasmada en la piedra: se superponen


dos criterios y dos ideas del homenaje, a las víctimas del terrorismo
estatal y a los combatientes revolucionarios. Los dos criterios no se
combinan bien. Entre los nombres hay víctimas que no eran mili-
tantes, ni mucho menos combatientes, como Héctor Hidalgo Solá
(que era embajador del general Videla cuando fue secuestrado),
Edgardo Sajón (periodista, que fue vocero de Lanusse), Osear
Smith ( dirigente sindical) y otros. Y puesto que la nómina co-
mienza en 1969, hay nombres que no pueden ser considerados víc-
timas del terrorismo de Estado. Difícilmente pueda igualarse a Fer-
nando Abal Medina o Gustavo Ramus ( que casi encabezan la
nómina, en 1970), fundadores de Montoneros, muertos en enfren-
tamiento con fuerzas de seguridad, cuyos restos mortales fueron
entregados y pueden ser honrados por familiares y compañeros,
con la figura trágica de los desaparecidos, exterminados en una
empresa sistemática que agregaba una segunda muerte, simbólica,
al aniquilar los cuerpos y las huellas. ¿Con qué criterio se puede
considerar "víctima del terrorismo de Estado" a Julio Provenzano,
que murió en marzo de 1973, pocos días después del triunfo elec-
toral de Héctor Cámpora, a consecuencia del estallido de una
bomba que estaba poniendo en el Edificio Libertad?
La lista de nombres comienza en 1969, no en 1970, como apare-
cía en las primeras discusiones. No encontré en las actas las razones
del cambio; una hipótesis es que se evitó comenzar por 1970 por-
que, en ese caso, el primer nombre habría sido el de Fernando
LA ESMA Y EL MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO 215

Abal Medina y el monumento podía sesgar demasiado su home-


naje a la militancia hacia la organización Montoneros. El primer
nombre, en 1969, es el de Adolfo Bello, un estudiante muerto du-
rante el "Rosariazo", acompañado de otros asesinados en las movi-
lizaciones populares de ese año: Máximo Mena, Emilio Jáuregui,
Luis Blanco,JuanJ. CabraL La reivindicación de la militancia evita
comenzar por la guerrilla. Para el período constitucional, entre
1973 y 1976, se muestra el mismo criterio extensivo; allí está toda
la militancia, las víctimas de la Triple A, los guerrilleros muertos
en enfrentamientos y los caídos en Formosa y en Monte Chingolo.
El monumento materializa un motivo muy fuerte en la inscrip-
ción de los 1:1iles;4e nombres, sobre todo entre 1976 y 1978. El re-
corrido a 1~ lar&° de los muros y el encuentro con el río son un
soporte material poderoso para la evocación y la conmemoración
de tantas vidas exterminadas en una masacre que no debió ocu-
rrir. Pero, al incluir y destacar de ese modo a los que combatie-
ron, se introduce una categorización de los muertos; implícita-
mente se recupera la visión miliciana de esas luchas. El sentido se
desliza hacia un monumento a los caídos, que ha definido una ti-
pología muy establecida de memoriales desde la Primera Guerra
Mundial, una construcción simbólica de la nación y de las identi-
dades políticas edificada sobre ciertos muertos, que son siempre
muertos en combate, nunca víctimas civiles sin gloria. 363 Así,
queda relegado el crimen mayor, fundamental, el exterminio y la
desaparición, que debería ser el objetivo central del monumento.
Exaltar la figura plena del combatiente es muy distinto de nombrar
a las víctimas, recuperar las fechas y las edades para conjurar una
ausencia radical. Frente a esas muertes, que por la voluntad de
una acción criminal del Estado iban a permanecer sin huellas ni
inscripciones, asimiladas a una vida sin valor, el objetivo del mo-
numento público tenía que apuntar a reparar ese agravio funda-
mental: un propósito moral básico debería ser preservado de las
luchas y las banderías ideológicas. Eso es lo que hasta ahora ha
fracasado. La conmemoración ha perdido el horizonte de una
memoria histórica común, capaz de recuperar y reintegrar ese pa-
sado, con diferencias y debates, con miras a un futuro diferente.
Ésa es la dimensión más profunda de la deuda con las víctimas.
Políticas de la memoria:
el Museo en la ESMA [2004] 364

Las primeras decisiones del gobierno en materia de de-


rechos humanos y renovación de la justicia (la iniciativa para la
anulación de las leyes de exculpación y el proceso de cambios en
la Corte) han contribuido a plantear la cuestión en términos de
una política de largo plazo. Se puede señalar que el presidente
Kirchner no buscó acuerdos con la oposición ni con su propio
partido pero, en las condiciones siempre precarias de las institu-
ciones de gobierno, anunciaba lo más parecido a una política de
Estado. Después de la catástrofe final del gobierno de De la Rúa,
se trataba de reunir la política con la sociedad y reafirmar el es-
tado de derecho; y el presidente [Kirchner] no eligió mal, en la
medida en que la reapertura de los juicios ha operado sobre un
símbolo mayor de la reconstrucción democrática en la Argentina.
A lo que se agrega la renovación de la Corte, realizada con una in-
édita participación de las instituciones de la sociedad, que hace
más transparentes las decisiones y pone límites a las atribuciones
presidenciales. Sin duda, esas medidas estuvieron entre lo mejor
que podía hacerse con el objetivo de reparar la autoridad del Es-
tado y la propia función presidencial. Esa política se instala en el
tiempo largo de la acción institucional. En el caso de los juicios,
no hay efectos inmediatos: está pendiente una decisión definitiva
de la nueva Corte, que tiene sus propios tiempos. Aun con una re-
solución favorable a la anulación de las leyes, los procesos se pro-
longarán y seguramente no todos los acusados serán condenados.
Nuestra generación y la que viene, por lo menos, van a convivir
con ese tiempo largo de la acción institucional de la justicia. Se
abre un curso que necesariamente va a abarcar varios períodos
presidenciales y que retoma algunos de los cambios iniciados y
2 18 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

prometidos en 1983: una acción independiente de la Justicia


como cesura con el pasado y un principio de renovación a través
de una Corte razonablemente equilibrada y prestigiosa.
Si hay algo que debería unir al gobierno, al Partido Justicialista,
a la oposición y a toda la sociedad, es que esa operación mayor so-
bre la justicia y el Estado no quede librada a los tiempos cortos de
una gestión presidencial, o a la vigencia de mayorías parlamenta-
rias y de estados de la opinión que se han mostrado tan cambian-
tes en veinte años de democracia. En este terreno, que compro-
mete la vida y la seguridad (en el sentido republicano, de
garantías y derechos) de las generaciones presentes y futuras, la
peor pesadilla imaginable seria otro cambio brusco de rumbo en
una nueva administración que, en cuatro u ocho años, se dedique
a desarmar y destruir lo que hoy debería constituir un acuerdo bá-
sico sobre un tópico que reúne justicia, democracia y derechos huma-
nos, y que ha sido fundamental en las bases simbólicas, éticas y po-
líticas del ciclo abierto en 1983.

¿Cómo situar el proyecto de un Museo de la Memoria en ese marco?


La primera dificultad nace del propio término, memoria, una con-
densación que hoy incluye demasiadas demandas y contradicto-
rias atribuciones de sentido. Todos hablan de memoria como va-
lor y objetivo, aun quienes hablan de "reconciliación". Memoria
¿de qué? En una escena todavía dominada por la acción de la jus-
ticia, lo primero que aparece es una memoria de los crímenes. Si
se puede hablar de un "régimen de memoria" (como Foucault ha-
blaba de "regímenes de verdad"), en la memoria de los crímenes
y de los criminales prevalece un régimen en el que la "verdad" en
juego depende de los hechos, las pruebas y los testimonios singu-
lares. Pero en el estado presente de la memoria hay otros núcleos
y "formaciones". Existe una memoria familiar, de vínculos afecta-
dos por esa ofensa moral que se agrega a los asesinatos, la desapa-
rición de los restos mortales de las víctimas; esa memoria, aso-
ciada a los procesos de duelo, se pone en acto en la búsqueda de
los niños apropiados. Están las memorias ideológicas, facciosas in-
cluso, de grupos que reafirman identidades y afiliaciones del pa-
sado, sea en el relato de la "guerra antisubversiva", sea, con varian-
POLÍTICAS DE LA MEMORIA: EL MUSEO EN LA ESMA 219

tes, en el .relato combatiente de la aventura revolucionaria. Están


los trabajos de una m~oria intelectual asociada a los saberes y la
investigación histórica. , finalmente, la memoria pública, polí-
tica, que discute ese p ado desde tradiciones, valores y afiliacio-
nes diversas, y que co ina o traduce motivos de todas las demás.
En el presente emerg1 un estado de activación, una temperatura
alta de las memorias, 1que se demostró en las repercusiones del
acto del 24 de marzo, bn el partido de gobierno, en la oposición y
en la opinión pública.
Una iniciativa como la del Museo ( que el convenio firmado el
24 de marzo incluye en un Espacio para la Memoria y para la promo-
ción y defensa de los Der{chos Humanos) en el predio de la ESMA en-
frenta un problema mayor: por dónde empezar a plantear, a pen-
sar y discutir los criterios y los lineamientos más generales de esa
construcción. No voy a hablar, centralmente, del acto en la ESMA,
sobre el cual ya se dijo mucho; quiero ver qué se puede saber y
qué se puede pensar ahora, ~on la distancia de los tres meses
transcurridos.

La "voluntad de memoria" que emerge en la esfera pública es la


de los crímenes y los testimonios más cercanos en el tiempo. Me
anticipo a decir que es enteramente esperable, si se habla de en-
trara la ESMA. Es lo que muestra, por ejemplo, la visita a cargo de
las victimas sobrevivientes que vuelven al lugar donde estuvieron
secuestradas, donde fueron torturadas, donde vieron por última
vez a sus compañeros. 365 Es comprensible que esa experiencia so-
bre el pasado esté dominada por un retorno casi real de lo que
allí se sufrió, busca dónde estaba cada uno, las cosas, los espacios
y los detalles, y aspira a preservar todo, cada objeto y cada rincón.
Esos testimonios son necesarios para reconstruir un espacio que
puede formar parte del Museo proyectado, pero no puede verse
allí el fundamento de una memoria "ampliada", inspirada en la
defensa y la promoción de los derechos humanos, que debería ser
la base de un espacio nacional de rememoración de una tragedia.
La visita de los que estuvieron ahí y el sentido de ese retorno no
pueden constituirse ~n el modelo del tipo de experi<;mcia que el
!/''
Museo se propone ofrecer a sus visitantes futuros. Esa memoria
220 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

inmediata es, como tal, intransferible y exige ser traducida, na-


rrada, si se quiere construir algo para los que no estuvieron ahí,
que son los miles, o millones, a los que se quiere comunicar algo
que no vivieron. Finalmente, lo central es la relación de los obje-
tos y las vivencias con las ideas y los relatos que les den sentido.
Eso es lo más dificil y no se desprende de la experiencia del cau-
tiverio y la tortura. Es lo que dice Primo Levi: la experiencia vivida
en el campo no ofrece ninguna clave para el conocimiento y la in-
terpretación.
El problema mayor, entonces, es el de las condiciones de un
consenso básico, que abarque, por lo menos, las preguntas capa-
ces de reunir, de asociar, grupos, tradiciones, experiencias, in-
cluso generaciones. Y esto es precisamente lo que parece alejado
del estado presente de la iniciativa. Lo que hoy debería estar en
juego es el porvenir de la memoria, que reúna esa construcción
con un horizonte que en parte el Museo debe contribuir a abrir.
La memoria no es un registro espontáneo del pasado, eso es sa-
bido. Requiere de un marco de recuperación y de sentido en el
presente y un horizonte de expectativa. En la experiencia argen-
tina, la democracia ha constituido este horizonte, a la vez como un
valor y como un nuevo marco institucional. De modo que esta
proyección de la memoria y su relación con la justicia y los dere-
chos es inseparable del debate sobre la experiencia de la demo-
cracia argentina. En verdad, su realización pone a prueba las ca-
pacidades del Estado, de los partidos y de la sociedad; de modo tal
que es imposible pensar que una realización de esos objetivos
pueda ser independiente de un curso político que contribuya a
afianzar valores, prácticas e instituciones democráticas.
La mejor memoria es la que encarna en la cultura y en la vida
social y política de una comunidad. En ese sentido, si no es la en-
carnación de un consenso vivo y actuante en la sociedad puede
significar muy poco. Por ejemplo, si en la sociedad se instalara esa
fórmula terrible acuñada por el ex presidente Duhalde, que dice
que esa memoria trata de los derechos de los muertos y se opone a los
de los pobres, si eso formara un sentido común en la sociedad, el
mejor Museo va a valer tanto como un monumento en medio de
un cementerio. Tampoco significaría mucho si terminara en un
POLÍTICAS DE LA MEMORIA: EL MUSEO EN LA ESMA 221

espacio destinado a conmemorar la militancia de los setenta, que


sólo convoque a un espectro variado, minoritario, de la izquierda
política e ideológica. El Museo propone un símbolo y a la vez
debe ser tomado como un síntoma mayor del estado de la demo-
cracia. Es da:ro que abre, debe abrir, un debate político, y que hay
necesariamente conflictos de memoria; pero, en todo caso, los al-
cances y los límites de lo que puede y debe ser debatido, la signifi-
cación, los objetivos, los relatos que lo organicen, deberían ser
pensados a partir del marco de consensos y diferencias que son
constitutivos de una comunidad democrática.
La dimensión de verdad que se pone en juego en esa construc-
ción no puede ser la continuación o la ampliación de la verdad
material de los crímenes y las pruebas reunidas en los juicios, que
por otra parte están muy lejos de haber concluido. La dimensión
de verdad en un museo ( que no sea solamente de la ESMA sino
de lo que la ESMA simboliza) es más compleja y tiene ot:ros cami-
nos y ot:ros protagonistas. Es una verdad histórica y social, en un
sentido muy acentuado; no se desprende de los hechos y las prue-
bas, tampoco corresponde que sea determinada por jueces, así
sean los más calificados; ni los juristas, ni las víctimas, pero tam-
poco los historiadores, los políticos o las asociaciones de derechos
humanos podrían apropiarse del trabajo de construcción de esa
verdad. Todos han dicho, han actuado, tienen mucho que decir;
hoy, la deliberación amplia y pública debe prevalecer sobre cual-
quier intención de apurar decisiones que comprometan el des-
tino de ese proyecto. De lo contrario, quedará un espacio de al-
cance reducido, replegado sobre una experiencia estrecha,
destinado a un sector de la sociedad, que sólo convocará a los ya
convencidos. Lamentablemente, ése es un riesgo cierto, si lo que
predomina es el espíritu que animó el acto del 24 de marzo. Por
otra parte, la edificación de una memoria que se involucra con la
cuestión de la verdad no puede eludir la pregunta por los sujetos,
los agentes de esa memoria; es decir, quiénes están en situación
de llevar adelante las iniciativas necesarias a esta etapa de delibe-
ración y debate sobre el proyecto. Y recae, finalmente, sobre el
problema de la temporalidad: ¿cómo plantear los tiempos de la me-
moria en relación con los tiempos de la justicia y los de la polític1?
222 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Es importante reconocer que esa memoria herida, de los críme-


nes y las afrentas, apegada a los lugares y los hechos, sigue ahí por-
que esos hechos, los protagonistas, los lugares siguen ahí. Se des-
cubren todavía centros de detención y exterminio, los juicios
siguen, la fuerza de la memoria reivindicativa de las víctimas exige
justicia. El término luchas de la memoria encuentra su justificación
en una escena todavía dominada por las denuncias de lo que
queda y pervive en el aparato estatal. Y si es entendible que ese es-
tado de la memoria esté dominado por la acción de los afectados
directos, no es admisible que esa posición, la lucha y el tiempo de
la demanda de justicia deban dominar la compleja construcción
de memoria que se plantea con el Museo.
Las experiencias más conocidas de la edificación de museos
como encarnación de una "formación de memoria" ética e inte-
lectual sobre acontecimientos límites de una sociedad se han des-
plegado cuando el acontecimiento había diluido o atenuado sus
efectos. Pienso en el Museo del Holocausto en Washington. No
digo que trate sobre episodios cerrados, pero están alejados de un
horizonte que los actualiza, los hace presentes, como sucede con
la memoria inmediata en el caso argentino. Un requisito de una
construcción es cierta "pacificación" de los espíritus (no uso recon-
ciliación; en todo caso, "conciliación", con el sentido de acuerdo,
negociación, sería preferible). No hay memoria de largo plazo en
medio de los combates. Lo cual plantea el problema de la "distan-
cia" y la mediación: el papel de los partidos políticos y el de los es-
pecialistas: historiadores, museólogos, pedagogos, junto con los
testigos directos y las víctimas.
El Museo del Holocausto fue creado por una decisión del presi-
dente Carter, en 1978, e inaugurado, quince años después, por el
presidente Clinton. No faltaron los conflictos sobre la composi-
ción de la comisión encargada del proyecto y sobre el museo
mismo y su contenido; los debates todavía continúan. Pero, con
vatj.as recomposiciones, esa comisión y su presidente fueron res-
paldados por el ejecutivo nacional, sin mayores fracturas por el
cambio de la administración demócrata a las dos republicanas, en-
'
tre qarter y Clinton. Desde luego, hay muchas diferencias con las
con~ciones del proyecto argentino, pero en cuanto al tema de
1
POLÍTICAS DE LA MEMORIA: EL MUSEO EN LA ESMA 223

los tiempos de una política de la memoria, lo destacable es que el


proyecto mismo no se separa de las garantías de una acción esta-
tal capaz de prolongarse en esa duración.
Por otra parte, ampliar la perspectiva no se refiere sólo al
tiempo de proyección y construcción del Museo sino a la duración
del acontecimiento que se propone rememorar, condensado, al me-
nos inicialmente, en el terrorismo de Estado. ¿Dónde empezar? Pa-
rece evidente que no se pueden borrar las condiciones previas
(políticas, sociales, institucionales, incluido el ascenso de la vio-
lencia política y los partidos armados) pero tampoco se puede de-
jar de incluir las acciones y consecuencias posteriores, desde el
Nunca mó,5y el Juicio, las causas abiertas en tribunales internacio-
nales, los nuevos testimonios surgidos de las fuerzas armadas ( o
los que puedan surgir de ellas o de otros actores de la violencia
política), hasta las propias decisiones que se están tomando ahora
sobre la continuidad de los procesos judiciales. ¿Puede descono-
cerse que el terrorismo desde el Estado comenzó durante el go-
bierno peronista, desde 1973, con procedimientos y ejecutores
que estaban muy cerca del general Perón? 366 Y si parece inevitable
incluir a Ezeiza y las Tres A, ¿es posible excluir las acciones del te-
rrorismo insurgente, contra Perón y el Estado, desde 1973? Estas
y otras preguntas (que ya han surgido) no pueden ser rechazadas
con el argumento gastado de la "teoría de los dos demonios", una
fórmula hecha que hoy sólo sirve a la desmemoria y el rechazo del
pensamiento.
El tiempo de la memoria no se mide en años, se mide en gene-
raciones; y las políticas correspondientes deberían pensarse en
términos semejantes. ¿Quién y qué puede garantizar que una ini-
ciativa de largo alcance, como un Museo de la memoria, un sím-
bolo y un espacio nacional destinado a conmemorar y a educar
para el provenir, no quede sometido a los tiempos cortos de las
decisiones y los dimas políticos? En ese sentido, la ausencia de go-
bernadores, de legisladores, de jueces, de autoridades civiles y mi-
litares en al acto del 24 de marzo, la falta de toda puesta en escena
de ese acto corno una ceremonia de Estado (lo que ha sido conside-
rado como un triunfo por las "memorias militantes", ideológicas),
es un rasgo preocupante, un signo de debilidad del proyecto, si se
224 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

admite esa temporalidad larga y la necesidad de un compromiso


estatal sólido.

Es cierto que una intervención sobre la memoria social como la


proyectada no puede prescindir de quienes han sido sujetos y
agentes destacados del trabajo de rescate y reparación del pasado
que se pretende conjurar: los organismos de derechos humanos
y, sobre todo, de lo que se llama los "afectados": familiares y víc-
timas. Ese protagonismo de los organismos ha estado presente en
el origen del proyecto del Museo, en las diversas gestiones ante el
gobierno de la ciudad de Buenos Aires ( que promulga una ley a
tal efecto en diciembre de 2002), en el anuncio del presidente
Kirchner en febrero de este año, después de un encuentro con
dirigentes de los organismos y, finalmente, en el acto de la
ESMA
Ante todo, es evidente que en el conjunto de las entidades de
derechos humanos hay ideas diferentes sobre lo que debe hacerse
allí. En la conferencia de prensa de febrero, las exposiciones del
secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y de al-
gunos de los representantes de los organismos, destacan objetivos
diversos: la conmemoración de los militantes, la ocupación de un
espacio en el que convivan el Museo y el Archivo con instituciones
educativas, el acento en el conocimiento y la formación para las
generaciones futuras, la asociación con un símbolo mayor de los
crímenes de Estado, el "Auschwitz argentino" (planteada por el
secretario Duhalde); a lo que se añade el objetivo de desalojar a
quienes hoy ocupan el predio, quienes, según la representante de
ex detenidos-desaparecidos, "usaron esa escuela, ese terreno que
se les concedió y ese predio, no para enseñar como se planteó
sino para aniquilar a gran parte de una generación". 367 Esa con-
frontación con la Armada de hoy y sus institutos de enseñanza, y
la idea de una acción que captura un espacio que todavía hoy es-
taría usurpado por quienes cometieron los crímenes, terminó por
darle el sentido más fuerte al acto del 24 de marzo. Por otra parte,
la idea de una reconquista, que supone la imposibilidad de admi-
tir una relación de cercanía física con alguna dependencia de la
Armada, ha dominado la discusión sobre la ocupación total o par-
POLÍTICAS DE LA MEMORIA: EL MUSEO EN LA ESMA 225

dal del predio, algo que no queda definido en el Convenio fir-


mado entre la Nación y la Ciudad de Buenos Aires.
Por lo tanto, aun sin incluir las posiciones contrarias extremas
de Hebe de Bonafini, los criterios y objetivos del Museo muestran
indefiniciones; como tales no son preocupantes, si se piensa en
un proceso de elaboración y debate que recién comienza. Pero
deben ser señaladas para una primera demarcación de los puntos
pendientes de deliberación pública acerca de qué debe recordarse
y cómo. De los organismos de derechos humanos, el q11e aporta
más precisiones es el CELS, en un documento del 23 de marzo pa-
sado, en el que plantea el papel del Estado y el de los organismos
en el proceso de elaboración, en las decisiones del proyecto, y en
la gestión y la autoridad sobre ese espacio, y destaca que "debe ser
expresión de una política de Estado que trascienda las coyunturas
y los gobiernos". Finalmente, propugna un debate amplio y pú-
blico que "debe desarrollarse por personas e instituciones de los
más diversos sectores de la sociedad". 368
La demanda de una política de Estado debe ser destacada como
una cuestión clave. Por un lado, porque los conflictos sobre los
criterios, los objetivos y los contenidos ( que se reflejaron en el
acto del 24 de marzo con un conjunto de vetos, exclusiones y au-
toexclusiones) de las luchas de memoria y de sentido exigen un
marco que busque el mayor consenso posible de una sociedad
que no es homogénea. En ese sentido, la acción estatal que pro-
mueva y garantice la deliberación pública es el primer problema,
el fundamento mismo de un proyecto como el que se plantea. Na-
die puede esperar un consenso unánime. No hay políticas de me-
moria, no hay museos o monumentos del tipo del que aquí se
plantea que lo alcancen. Para hablar de los varios museos sobre el
Holocausto, las polémicas son interminables, sobre los conteni-
dos, el uso, los destinatarios, la gestión, incluso sobre la importan-
cia y el valor mismo del museo como marco y herramienta de una
memoria ética y social. Y se trata de un acontecimiento ocurrido
hace sesenta años y prácticamente cerrado desde el punto de vista
de sus efectos políticos o jurídicos. Es esperable que el debate
(que empezó en 1a Argentina hace veinte años y volvió a estallar
ahora) sea bastante más largo y más enconado. Además, el papel
226 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

del Estado es fundamental porque garantiza la voluntad política


de asignar los medios, aportar las herramientas de gestión, y, so-
bre todo, asegurar la continuidad de un proyecto y de una institu-
ción destinada a perdurar.
Ahora bien, en las declaraciones de apoyo a la iniciativa y al
acto de la ESMA, surgidas de sectores políticos, se expone la idea
de un espacio cedido a los organismos de derechos humanos. Por
ejemplo, la CTA dice en su declaración del 24 de marzo pasado:
"la entrega de la ESMA a los organismos de Derechos Humanos
para transformarla en Museo de la Memoria es un hito histórico
que se inscribe en este avance de la lucha por la memoria y la jus-
ticia". El tema no merece ninguna consideración especial y queda
agregado a una lista variada de demandas que incluye el rechazo
al ALCA y al pago de la deuda externa y el reclamo de libertad y
democracia sindical. En un sentido similar, Marcela Rodríguez, di-
putada del ARI, interrogada sobre el acto de la ESMA, todo lo que
dice es: "Fue correcto. Respondía a un reclamo de los organis-
mos". 369 El convenio firmado entre la Nación y la Ciudad de Bue-
nos Aires no precisa casi nada sobre el proyecto ni sobre la juris-
dicción y deja abierta la cuestión de la ocupación total o parcial
de predio; crea una Comisión Bipartita sin más objetivos que la
desocupación del predio y la delimitación física del Espacio. Es,
sin embargo, específico en un solo punto:

concederá la más amplia y efectiva participación para el


cumplimiento de su finalidad a los organismos no guber-
namentales de derechos humanos, representantes de los
familiares e hijos de las víctimas y de las personas que ha-
yan sufrido detención-desaparición en el predio objeto
del presente Acuerdo y otras organizaciones representa-
tivas de la sociedad civil.

Es cierto que el convenio no dice nada sobre la gestión futura del


Museo ni se excluye que entre lo mucho que queda por definir
esté la formación de una comisión con una composición que in-
cluya, por lo menos, a los partidos políticos, a especialistas y a ins-
tituciones académicas. Pero esa insistencia sobre los organismos y
POLÍTICAS DE LA MEMORIA: EL MUSEO EN LA ESMA 227

sobre los que sufrieron allí cautiverio puede constituirse en un lí-


mite para el objetivo de esa "memoria ampliada", capaz de supe-
rar una visión de grupos o sectores, por muy representativos que
sean. En verdad, la participación aludida en el convenio se con-
vierte en una delegación de responsabilidades. Es lo que se eviden-
cia, por ejemplo, en un aspecto tan básico como la información dis-
ponible sobre la iniciativa del Museo. Si se busca en la página web
de la Presidencia y de la Secretaria de Derechos Humanos (que es
muy completa en otras áreas), después del aoo del 24 de marzo
no hay nada: no hay información sobre proyectos, documentos de
trabajos, apuntes o comisiones; el tema "Museo de la Memoria"
está ausente. Ni siquiera el convenio firmado se encuentra allí. La
información más completa, que incluye una declaración de prin-
cipios sobre el museo, las leyes aprobadas en las Legislatura y el
convenio, está disponible en la página de Memoria Abierta, una or-
ganización civil independiente sostenida por las principales enti-
dades de derechos humanos.
No minimizo la importancia de los organismos en esta inicia-
tiva, pero sin la traducción de esas demandas en políticas públicas
y compromisos de Estado, lo que queda, en la perspectiva de
largo plazo, es un tema devaluado y sometido a los vaivenes de la
política de corto plazo. Lo más preocupante es que eso ya ha suce-
dido en el pasado. Si se mira la historia reciente, la estrategia de
los partidos, e incluyo no sólo los partidos mayoritarios sino todo
el arco del "progresismo", ha sido descargarse del problema de
definir y construir una política de derechos humanos y de ges-
tión y reparación de los crímenes de Estado, arrojándolo sobre
los organismos. En verdad eso empezó antes, cuando los partidos
claudicaron y fueron incapaces de organizar una resistencia a la
dictadura sobre la base de una defensa de los derechos, y esa re-
sistencia quedó encabezada por las entidades de derechos huma-
nos. El riesgo mayor es que se reitere, más allá de las declaracio-
nes y los enunciados para la prensa, esa defección de la
organización y la decisión política, que termina arrojando sobre
las entidades responsabilidades indelegables del Estado o, en
todo caso, del sistema político de mediación y decisión concen-
trado en el Estado.
228 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Lo más sorprendente es que la oposición de una izquierda re-


publicana pueda creer que ese tema, con esos antecedentes histó-
ricos y con la actual composición del poder estatal y de los comba-
tes de memoria en el partido de gobierno, pueda ser dejado en
manos de un sector, por muy importante que sea, de la sociedad.
Nadie, ni en el gobierno ni en la oposición, insinúa que un pro-
blema como la renovación de la Corte y la política para la justicia
deban cederse a las organizaciones de abogados, de magistrados y
de damnificados; nadie plantearía que la política económica y la
deuda pública puedan quedar en manos de organizaciones socia-
les. Ahora bien, ¿por qué lo que razonablemente es considerado
casi unánimemente como apropiado para esos asuntos de Estado
no lo es para la cuestión de la memoria y los derechos humanos?
Sin duda, hay razones históricas que lo explican, pero más allá de
las intenciones, que no están al alcance de un juicio que sólo
puede referirse a las acciones y sus consecuencias, cabe pensar
que en verdad es un signo del rebajamiento de una cuestión que,
así planteada, es difícil que pueda convertirse en fundamental y
estratégica en la agenda política de la democracia.
No les corresponde a los organismos definir políticas de Estado
ni construir los consensos, dado que representan a un sector de la
sociedad. La propia pluralidad de los organismos, sus diferencias
y debates muestran que esa representación no está unificada. No
es un problema de los organismos traducir otras demandas, por
ejemplo de sectores de las Fuerzas Armadas que quieren cortar la-
zos con ese pasado y producen gestos de autocritica o se subordi-
nan a la justicia y a las leyes. Tampoco tienen que incluir (no digo
que no lo hagan alguna vez) a víctimas del terrorismo de Estado
que no eran militantes, como Edgardo Sajón o Elena Holmberg;
tampoco a las víctimas del terrorismo insurgente, como José
Rucd o Arturo Mor Roig. Pero esas demandas de memoria aflo-
ran, y seguramente van a crecer;justamente porque se sitúan en
el límite de lo que el discurso y la acción del movimiento de los
derechos humanos han sido capaces de construir, requieren de la
acción mediadora y pacificadora del Estado.
Por otra parte, ¿cómo separar, desde el Estado, la cuestión del
Museo, su emplazamiento y su contenido, de una política para las
POLÍTICAS DE LA MEMORIA: EL MUSEO EN LA ESMA 229

Fuerzas Armadas? No es función de los organismos definir esas


políticas, aunque sí juzgar y exigir la democratización de las Fuer-
zas Armadas. La representante de ex detenidos puede pensar que
la recuperación del predio exige excluir las dependencias de la
Armada porque representan la continuidad de los crímenes que
allí se cometieron. Pero el Presidente no puede pensar eso y man-
tener funcionando esos establecimientos. Si efectivamente no han
cortado sus lazos con el pasado, si los retiros, los procesos judicia-
les. la autocrítica, no han edificado los cimientos, por lo menos,
de una fuerza incorporada a la democracia, entonces lo que hay
que hacer no es trasladarlos sino suprimirlos y reemplazarlos. Se
puede admitir en un particular, representativo de un grupo, esa
expresión que parece pensar que lo que está lejos, o lo que no
está al alcance de la visión, no afecta a las políticas públicas. Pero
sería inadmisible que el Presidente como cabeza del Estado
piense eso y no actúe en consecuencia.
Y no digo que esas dependencias de la Armada deban seguir
ahí; sólo que ése no puede ser un argumento válido para decidir
su exclusión. Aun partiendo de la idea de que la decisión que se
está tomando establece un corte, una ruptura simbólica e institu-
cional con el pasado de ese predio, se pueden entender los argu-
mentos en contra pero también a favor de que haya estableci-
mientos de formación de militares y de civiles en el mismo
espacio. En todo caso, no puede resolverse por anticipado y de-
pende del proyecto que se elabore para el predio. Cuando Estela
Carlotto propone instalar junto al Museo escuelas de artes y ofi-
cios, cabe preguntar por qué hay que excluir las escuelas navales
u otras. Y éstas, como las demandas de las otras víctimas, y el con-
flicto admisible, necesario incluso, de memorias y valoraciones de
esa experiencia, son las preguntas verdaderamente difíciles de en-
carar y gestionar, que requieren de la acción del Estado.

Hoy, cuando casi todo es incierto, lo peor sería que el apresura-


miento o la política de los hechos consumados hagan fracasar lo
valioso de una iniciativa que debe incorporarse al mejor legado
de la democracia argentina. Si termina en un fracaso ya no se po-
drá echarlo en la cuenta de los seguidores de la dictadura. Lo pri-
2 30 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

mero, entonces, es garantizar un debate público sobre las políti-


cas estatales de la memoria, que es el problema central. Al mismo
tiempo, están a la vista las dificultades para iniciar un debate civi-
lizado sobre el pasado en el partido de gobierno. Ese debate, más
incierto aún que el destino del Museo, exigiría traer a la discusión
los temas hasta ahora relegados: la significación política y ética de
la verdad y de la conciencia históricas, la acción reparadora sobre
el pasado, la transmisión de una experiencia a las generaciones
que no la vivieron, las responsabilidades del Estado, en fin, el pa-
pel de la memoria y los derechos humanos en el porvenir de la
democracia.
Memoriales del terrorismo de
Estado en Buenos Aires:
el Parque de la Memoria [2005] 370

El término "memoria social" se ha convertido en una ca-


tegoría demasiado amplia, más repetida que pensada y disponible
para empresas de diverso signo. Una indagación critica de los pro-
blemas planteados por las producciones instituidas en nombre de
la memoria debe admitir que no existe expediente de memoria
que no sea a la vez una práctica de olvido. Y este punto de mira es
necesario sobre todo cuando se trata de operaciones en las que el
Estado interviene en la construcción material de artefactos con-
memorativos.
En la situación argentina, "memoria" es un término que se usa
hace no más de veinte años, en la recuperación de la experiencia
del terrorismo de Estado. Es usado en una correlación significa-
tiva con otros dos términos: ''.justicia" y "derechos humanos", y ha
acompañado un proceso de implantación en la conciencia pú-
blica que tuvo su vía principal en el escenario judicial: como
prueba y construcción de una verdad de los crímenes que sacaba
a la luz las responsabilidades e impulsaba el castigo consiguiente.
¿Es ésa toda la memoria que hay que edificar en el presente y ha-
cia el futuro? Lo cierto es que, en la medida en que las acciones
en la justicia están vigentes (y lo estarán por muchos años) ésa es
la formación dominante en la sociedad, impulsada por quienes
han desplegado la lucha más eficaz en la asociación de la memo-
ria a la realización de la justicia, los organismos de derecho huma-
nos. El proyecto de un memorial plantea problemas de otra natura-
leza, en la medida en que se admita que son otros los objetivos y
otros los destinatarios del impacto rememorativo.
En la constelación presente entran diversas relaciones con el
pasado: el conocimiento y el autoesclarecimiento, la enseñanza
232 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

moral y política, la búsqueda, siempre incompleta, de reparación


del pasado; pero también diversas formas de la desmemoria, la re-
petición y la autorreferencia, la reducción del pasado a los clisés y
a los alineamientos y las disputas ideológicas. Además, están las
formas de la insignificancia: un consumo de memorias dominado
por las modalidades contemporáneas de la cultura de masas. Lo
que se opone a una operación esclarecedora y responsable sobre
el pasado, entonces, no es mayormente la amnesia sino la triviali-
zación o la indiferencia, que puede coexistir sin mayores contra-
tiempos con islotes de agitación del pasado en los conflictos del
presente. Esto es lo que debe discutirse en relación con la produc-
ción de monumentos, museos y memoriales.

ESPACIOS Y NOMINACIONES

El "Proyecto Parque de la Memoria" nace de un convenio de la


Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Gobierno de la Ciudad
para la zona de la costa del Río de la Plata adyacente a la Ciudad
Universitaria. En esa propuesta inicial iba a llamarse "Parque de la
Paz". En las bases del concurso de ideas (en marzo de 1998) se es-
pecificaba que contendría tres monumentos. El primero, dedi-
cado a la Paz y la Convivencia, tenía como referencia mayor la pre-
sencia en el sitio de los restos de la AMIA (Asociación Mutual
Israelita Argentina); el segundo estaba destinado a las Victimas del
Terrorismo de Estado y debía incluir los nombres de las víctimas y el
agregado de un conjunto poliescultural; finalmente, se agregaba
un monumento a la concordia "Monseñor Ernesto Segura", desarro-
llado por una asociación católica, la "Casa Argentina en Israel Tie-
rra Santa". Paralelamente, la Legislatura de la Ciudad aprobaba
ese mismo año la ley número 46, que creaba en ese espacio un pa-
seo-monumento y un complejo escultural "en homenaje a los de-
tenidos-desaparecidos y asesinados por el terrorismo de Estado
durante los años 70 e inicios de los 80".
Desde 1998 hasta hoy no hay un organismo que coordine o ar-
ticule esos tres monumentos. Ni la ley y sus anexos ni el debate
parlamentario se refieren al Parque ni mencionan los otros dos
MEMORIALES DEL TERRORISMO DE ESTADO EN BUENOS AIRES ... 233

monumentos. Se establece una Comisión Pro-Monumento inte-


grada por legisladores, representantes del Gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires, un representante de la Universidad de Buenos
Aires y diez representantes de organismos de derechos humanos.
Esa Comisión es la que ha convocado el concurso de esculturas en
lo que ahora se empieza a llamar Parque de la Memoria. En ade-
lante, todo lo que se conoce sobre la marcha del Proyecto se re-
fiere al monumento a las víctimas de la dictadura y, sobre todo, a
las esculturas. Los otros dos memoriales han cambiado sus nom-
bres por Monumento a las Víctimas del Atentado a la sede de la AMIA
y Monumento a los Justos de las Naciones. Estos dos monumentos
mantienen una situación ambigua en el conjunto ya que tienen
sus áreas respectivas establecidas para su emplazamiento en el
Parque proyectado, que comprenderá catorce hectáreas, pero no
aparecen incorporados al Proyecto; no hay justificación sobre
ellos en la presentación, ni en el documento público sobre el Par-
que.371 La información disponible no permite un seguimiento de-
tallado del proceso que llevó a la coexistencia de los tres memo-
riales ni de las razones de los cambios en las denominaciones del
Parque y los monumentos, que se desplazan de la Paz a la lviemo-
ria. En todo caso, es la acción de un sector mayoritario de los or-
ganismos de los derechos humanos, no de todos, la que impulsó
la propuesta del monumento a los desaparecidos y asesinados por
la dictadura y logró la sanción de la ley. Los otros dos memoriales
venían del proyecto de la UBA con el Gobierno de la Ciudad: la
iniciativa sobre las víctimas de la AMIA encontraba un soporte en
la presencia en esos terrenos de los restos materiales del edificio
derrumbado; en cuanto al monumento a Monseñor Segura,
luego a "los Justos", no hay información sobre el origen de la ini-
ciativa ni sobre las razones del cambio de nombre.
Hasta aquí, analizado el espacio completo y restablecidos algu-
nos lazos de sentido entre esos segmentos dislocados, ese agre-
gado de memorias deja ver, del lado del Estado y de la Universi-
dad, un juego de compensaciones y atenuaciones. El centro
potente y único de un memorial dedicado a los desaparecidos,
que apela a un pasado político controvertido, aparece neutrali-
zado por el homenaje a las víctimas de a la AMIA; pero a la vez esa
231 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

presencia demasiado judía se compensa con un homenaje de con-


tenido cristiano. En un espacio de condensaciones y disociacio-
nes, la conmemoración de los desaparecidos se reúne con motivos
asociados a los lugares comunes del antisemitismo, el genocidio
nazi y la figura bíblica de los ''.justos". Puede señalarse allí una pri-
mera flexión globalizadora de la memoria, indicada por Andreas
Huyssen; se impone una modalidad de apropiación del pasado
que se separa de un trabajo singular sobre la experiencia nacional
que se trata de recuperar y transmitir. 372
En el proyecto se irtcluye la creación de un centro de informa-
ción sobre las víctimas de la dictadura y una sala para actividades
públicas, lo que apunta a la promoción de prácticas intelectuales
y sociales de la memoria. ¿Habrá también un centro equivalente
para las víctimas de la AMIA y los ''.justos" gentiles? La informa-
ción disponible no permite saberlo. Lo cierto es que en el estado
actual del proyecto, sin una gestión a cargo del conjunto, lo que
existe depende de la Comisión y, sobre todo, de la iniciativa de los
representantes de los organismos de derechos humanos incorpo-
rados a la Comisión. Y en ausencia de todo debate y ante la indife-
rencia generalizada por el destino de un territorio que perma-
nece como marginal al espacio de la ciudad, ese agregado de
monumentos y esculturas parece favorecer sobre todo las asocia-
ciones por analogía. Por otra parte, en esa dinámica de la deci-
sión estatal, nadie puede asegurar que en el futuro no haya otros
memoriales en la zona, contando con la ventaja de los terrenos
que siguen ganándose al río.
En verdad, los deslizamientos semánticos y los conflictos de nomi-
nación, que desnudan la ausencia de políticas en la materia, no em-
pezaron allí. En 1997, en el marco del proyecto global de recupera-
ción del río, el Gobierno de la Ciudad había llamado a un concurso
para crear un parque público en la costa, en el límite de la ciudad
con la provincia y junto al predio de la ESMA Aunque las bases del
concurso omitían toda referencia histórica al sitio, el proyecto ele-
gido (por un jurado de especialistas) asumía las características del
parque de uso público pero incluía algunas marcas de la memoria li-
gada a la asociación entre la ESMA y el río, en el que fueron arroja-
dos muchos desaparecidos. Entre otros signos, proponía que el ca-
MEMORIALES DEL TERRORISMO DE ESTADO EN BUENOS AIRES ... 235

mino de acceso se llamara Avenida de la Memoria. Por entonces el


presidente Menem impulsaba un monumento nacional a la reconci-
liación en el predio de la ESMA. Respaldadas por el Ejecutivo nacio-
nal, las autoridades navales, que debían ceder parte de los terrenos
para el acceso, pusieron como condición que llevara el nombre de
un militar. Finalmente, el espacio proyectado se convirtió en el ac-
tual Parque de ws niños y el acceso (que pasa frente al Campo de De-
portes de la Armada) se llama "Tambor de Tacuarf'. 373

En los orígenes del Parque, entonces, en la acción del Estado de


la Ciudad sobre la memoria y el espacio urbano, aparece una mo-
dalidad fluctuante que responde a un juego de concesiones y re-
tribuciones. La acción de la desmemoria en el primer paseo cos-
tero, que cede ante la presión de la ESMA, es compensada por la
decisión favorable al monumento a los desaparecidos, propuesta
por los organismos de derechos humanos, en parte neutralizado,
a su vez, en ese espacio de superposiciones que incluye los otros
dos memoriales. Finalmente, la gestión consiguiente del Proyecto
por la Comisión se delega de hecho en los representantes de los
organismos de derechos humanos. En el proyecto no hay especia-
listas autónomos, académicos o investigadores en cuestiones histó-
ricas, de memoria social, de representación estética, monumentos
y memoriales, planeamiento urbano, etc.
En el otro gran proyecto de implantación de memoria en la ciu-
dad, el Museo Nacional de la Memoria en el predio de la ESMA, la si-
tuación es parecida. Con el agravante de que los organismos de de-
rechos humanos que tienen un papel protagónico en el Museo no
son los mismos que intervienen en la Comisión del Parque, con lo
que se corre el riesgo de tener dos grandes espacios memorativos en
la ciudad, muy cercanos entre sí, con criterios y objetivos diferentes.

RECORRIDOS Y VOLUNTADES

Muy cerca del espacio destinado al Parque de la Memoria, frente


al Río de la Plata, se ha construido un paseo temático que apela a
la memoria bíblica cristiana: Tierra Santa, presentado como la re-
236 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

producción de la vieja Jerusalén en Buenos Aires. Mal comuni-


cado con la ciudad por el transporte público, los que arriban son
mayormente contingentes de peregrinos llevados en ómnibus de
excursión. El recorrido propuesto se desplaza por un mundo de
plástico en tamaño natural: burritos y camellos, palmeras y hasta
un Gólgota emplazado en lo alto de una colina artificial. En este
parque temático, que promete una experiencia vívida a los visitan-
tes que se desplazan hasta los pies del Crucificado, no faltan los
detalles realistas: los guías se visten como se supone lo hacían los
contemporáneos de Cristo, hay animales vivos y olor a establo.
Esta expresión kitsch, un gueto si se quiere, de la memoria, pro-
porciona un espejo, deformado y a la vez aleccionador, del peor
destino de la memoria socialmente construida. ¿Hace falta decir
que ya hay anuncios turísticos (sobre todo para el turismo in-
terno, de las provincias y los países limítrofes) que proponen un
recorrido del área de la Costanera Norte que abarca "Tierra
Santa", el "Parque de la Memoria" y el "Parque de los Niños"?

En el Parque de la Memoria, separado de una topografía histórica


capaz de reconstruir las marcas históricas de la dictadura en la
ciudad, el río es el único referente que puede proporcionar un so-
porte a una memoria de los desaparecidos. El primer problema
que enfrenta la creación allí de un lugar de memoria es que se trata
de un espacio prácticamente invisible para la vida de los habitan-
tes de la ciudad. No es que el lugar esté mal elegido, sino que no
se ha hecho nada para favorecer su integración a la percepción y
la experiencia urbana. Ese espacio es muy diferente, en ese sen-
tido, del predio de la ESMA, ubicado en un sitio conectado a la
ciudad, profundamente marcado por la masacre dictatorial exten-
samente expuesta en el Nunca más y en los testimonios. La Ley es-
tablece algunas indicaciones sobre el emplazamiento del monu-
mento: "en directo contacto con el río, o sea sin interposición de
instalaciones prescindibles de cualquier índole entre el monu-
mento y el curso del agua". No fija, en cambio, criterios para el
complejo escultórico que fue definido por la Comisión Pro-Monu-
mento. Por otra parte, ese espacio se integra en el programa glo-
bal de la recuperación del río, en el que conviven sentidos diver-
MEMORIALES DEL TERRORISMO DE ESTADO EN BUENOS AIRES ... 237

sos. En principio, se contrapone la vieja visión reconciliada, ama-


ble, de una ciudad que recupera en el río el tranquilo disfrute de
la naturaleza con el sentido trágico que hoy anida sobre todo en
la memoria activa de los derechos humanos: la tumba colectiva de
los muertos sin nombre. Pero este sentido está lejos de ser igual-
mente firme en la conciencia colectiva. Si todo memorial supone
una voluntad de implantación, incluso una violencia simbólica,
sobre el espacio y la representación, la elección del sitio, que no
ha sido discutida, intensifica las exigencias de una verdadera in-
vención de un lugar y un recorrido.
La marcha del proyecto revela un cierto estado de la memoria
social, dominado por la acción de los representantes de las vícti-
mas a la que se incorpora, en este último período, la gestión pú-
blica de la Ciudad. Esa formación de memoria queda sobre todo
apegada a la experiencia de lo que se llama los "afectados" y el uso
del monumento destaca a los familiares y allegados: se trata de
"crear un lugar donde las familias pudiesen ejercer su derecho al
dolor y a la memoria". La dimensión del ritual reparatorio de una
ausencia, multiplicada por la desaparición de los restos, está pre-
sente en el testimonio de una Madre de Plaza de Mayo: "Quiero
tocar el nombre de mi hijo. Lo quiero tocar... Va a estar a una al-
tura para que todas los podamos tocar". 374 Nadie podría objetar
ese propósito destinado a los afectados directos. Pero era espera-
ble una función estatal que ampliara ese núcleo inicial, una fun-
ción gestora de debates y promotora de una deliberación que in-
cluyera otros actores y otras proyecciones en esa apropiación del
pasado. No hay, en ese punto, casi nada para rescatar, dado que
no ha habido debates públicos sobre el proyecto, salvo algunas in-
tervenciones en las revistas Punto de Vista y P.amona. Existe un sitio
en Internet con los detalles del proyecto y los medios de prensa
dieron cuenta de la inauguración de la obra en agosto de 2001,
pero el emprendimiento es mayormente desconocido por los ciu-
dadanos de Buenos Aires y no parece figurar como un tópico sig-
nificativo en las agendas de los bloques parlamentarios o de otras
organizaciones no gubernamentales.
Los organismos de derechos humanos, ampliamente represen-
tados en la Comisión, están presentes, y van a seguir estándolo, en
238 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

la escena pública. No se discute, entonces, el lugar que les corres-


ponde en la consulta y la participación en el proyecto. Está claro
su papel necesario como agentes de la iniciativa, pero, en ausen-
cia de otros actores y otras visiones, y dada la debilidad del funcio-
namiento estatal, el resultado es que los agentes impulsores termi-
nen siendo también los destinatarios casi únicos de las acciones
de memoria. Es lo que se advierte en la gestión estatal (nacional,
en este caso) del proyecto del museo de la ESMA. Desarticulada la
dirección estatal y aislada de la deliberación pública, el proyecto
puede convertirse en una compensación a los representantes de
las víctimas o en un homenaje a la militancia, finalmente, en una
fijación autorreferencial por parte de tradiciones y organizaciones
que se conmemoran a sí mismas.

REPRESENTACIONES: MEMORIA E HISTORIA

Hacia el futuro, un análisis sobre la dimensión del trabajo de la


memoria que el proyecto puede suscitar debe partir de un mar-
gen de incertidumbre sobre sus efectos, que dependerán de con-
diciones políticas y culturales que no son fáciles de anticipar. El
monumento propone una forma simbólica poderosa en su estruc-
tura quebrada y convoca a un recorrido, de probada eficacia en
otros memoriales, a lo largo de las paredes con los miles de nom-
bres de las víctimas, muchos en blanco para indicar a las no iden-
tificadas, que termina en la orilla del río. Al ritual de la memoria
de los muertos y la honra de cada una de las víctimas se agrega esa
peregrinación que encuentra en el río la marca ominosa de un
crimen, una falta que interpela a toda la sociedad. En el monu-
mento se encarna una operación lanzada sobre la conciencia pú-
blica en la que se trataría menos de revivir que de implantar una
recuperación responsable del pasado. Desde esa óptica, si en toda
obra hay una apuesta incierta en cuanto a los modos de la recep-
ción y apropiación por sus destinatarios, la propuesta busca una
relación de uso, un dispositivo espacial y un rito que convoca al
recogimiento y, eventualmente, a la reflexión. Llama al silencio,
reclama un trabajo y una duración: una interpenetración de los
MEMORIALES DEL TERRORISMO DE ESTADO EN BUENOS AIRES ... 239

tiempos, del pasado y el presente; a la vez, establece una distancia


con el pasado en la medida en que algo de ese pasado está defini-
tivamente separado, inaccesible e irrecuperable. Lo que está en
juego es la inevitable pulsión evocativa de una ausencia, la repre-
sentación de la muerte masiva, que busca inscribirse en la piedra
y en el río inmenso y que es a la vez imposible en el límite de la
propia experiencia. El recorrido será eficaz en la medida en que
el trabajo del ver tanto como del recordar encuentre un hori-
zonte en esos soportes materiales; pero ese trabajo depende de un
proceso y un tiempo propios, una duración necesaria en el movi-
miento de comprender.
Recibido y transmitido como un legado, una herencia en la con-
memoración de las víctimas, la fuerza del mensaje radica en la
presentación material y condensada de un crimen moral y polí-
tico. En el centro de esa herencia hay algo irreparable, un agujero
ético que se busca colmar en la referencia a los valores de justicia
y solidaridad que permiten honrar a las víctimas. Desde luego,
puede haber muy diversas evocaciones personales por parte de
quienes recuperen allí fragmentos de vida, afectos, relatos, filia-
ciones; cada nombre encierra un mundo para las memorias per-
sonales, familiares o grupales. Pero la idea misma del memorial
tiene sentido en la medida en que alberga el propósito de que en
el símbolo y en el ritual converjan, idealmente, el uso privado y la
práctica cívica, el recogimiento personal y la autoimplicación de
una comunidad interpelada moralmente por una afrenta que
toca sus fundamentos.
Ese efecto sobre la conciencia colectiva no está asegurado ya
que requiere de las acciones de sus destinatarios, de una relación
de apropiación colectiva, plural y durable, que enfrente la indife-
rencia y los humores cambiantes de la sociedad. Y casi nada se ha
hecho en dirección a implantar el tópico en la opinión pública. El
parque se construye en un espacio geográfica y simbólicamente
incomunicado respecto de la vida de la ciudad, de modo que
queda pendiente una constnu:ción ciudadana, que incluya un de-
bate de ideas y de experiencias y el compromiso de otros actores
políticos y sociales. Abrir ese proyecto a la opinión, por supuesto,
supone admitir diferencias, cuestionamientos, visiones y usos que
240 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

pueden no coincidir con las ideas que elabora la Comisión. Pero


es claro que si se trata de implantar, inventar, un lugar de memoria,
el riesgo mayor no es la d:,cusión sino la indiferencia.
Finalmente, un memor, aJ no es un dispositivo que puede plas-
mar, mucho menos cerrar. un debate histórico sobre ese pasado
que casi no ha comenzadc y que permanecerá abierto por déca-
das. Tampoco excluye (más bien lo exige) otros memoriales y so-
portes en la elaboración de un pasado todavía vivo en sus efectos.
Y los objetivos que apuntan al esclarecimiento del marco histórico
y a las condiciones intelectuales, incluso pedagógicas, de elabora-
ción de ese pasado deberán formar parte del proyecto de cons-
trucción del Museo nacional de la Memoria.

En ese cuadro de situación, la iniciativa más importante de la Co-


misión ha sido el concurso de arte que incorpora diecisiete escul-
turas y cincuenta y nueve señales. ¿Qué soportes proporciona el
arte, superpuesto al espacio del parque-monumento? En princi-
pio, el recurso del arte público, que estaba concebido como un
complemento del memorial constituido por el monumento y los
miles de nombres, ha pasado a tener un lugar central: hoy la ex-
posición de arte tiende a prevalecer en el espacio del memorial.
El documento de la Comisión incluye una muy breve caracteriza-
ción del monumento y, en cambio, exhibe extensamente, con
ilustraciones y textos, las obras del conjunto escultórico; en ver-
dad, se refiere casi en su totalidad al concurso y las esculturas, pre-
sentados como "uno de los proyectos más importantes que se ha-
yan concebido en Latinoamérica en los últimos tiempos"; en el
mismo sentido se dice que "constituirá el conjunto escultórico
contemporáneo más importante construido en la región en un es-
pacio público y servirá para reafirmar el sentido del arte como
una de las formas de evitar el silencio". 375 No hay una sola línea
de los autores del monumento, lo que contrasta con la fuerte im-
pronta autoral y testimonial que exponen cada uno de los artistas
seleccionados para la exhibición, además de los textos de especia-
listas en arte contemporáneo sobre las obras. Seguramente, ese
resultado obedece a más de una razón. Por una parte, no puede
separarse del lugar destacado que en la gestión del Proyecto han
MEMORIALES DEL TERRORISMO DE ESTADO EN BUENOS AIRES ... 241

cumplido gestores provenientes del campo artístico en desmedro


de otros especialistas. Puede haber otras razones, pero lo cierto es
que la relación del monumento con esa reunión de esculturas, se-
ñales, instalaciones, presenta más de un problema y es el aspecto
que ha motivado algunas intervenciones críticas sobre el Par-
que.376
Lo menos que puede decirse es que las esculturas han sido
agregadas con una idea algo simplificada, no problematizada, de
la conjunción de percepciones, rituales y experiencias. Se supone
que pueden cumplir una función intensificadora de memoria en
direcciones que estarían indicadas en los motivos expuestos por
los artistas. En contraste con el monumento, en el que aparecen
borradas las marcas de autor, las esculturas afirman enfáticamente
la función de autor en un doble sentido, por la ficción de una rela-
ción directa y transparente de las intenciones del artista con su
obra y por una segunda intervención autora! de cada artista, que
escribe los textos explicativos que acompañan su obra para un pú-
blico que se supone algo desprevenido. Si todo memorial, pese a
todo, no excluye los riesgos de la autocelebración, puede decirse
que, en el caso del arte, el destino de celebrarse a sí mismo parece
una condición casi estructural de la organización internacional,
que está tan destacada en la presentación oficial del proyecto.
El conjunto escultural parece responder, por una parte, a un es-
tado de la disciplina, marcado por patrones de valor y prestigio
impuestos por la lógica propia del campo artístico. A ello se agre-
gan las razones políticas en la elección de algunas obras, aten-
diendo sobre todo a la dimensión testimonial del contenido o a
las intenciones del artista. En cualquier caso, es difícil mantener,
en el actual estado del arte, la convicción en la soberanía autosu-
ficiente del artista en la expresión de su compromiso personal
con una causa. Por una parte, la tendencia globalizadora queda
confirmada en la variedad del arte que agrega memorias: en el
conjunto se reúnen, por ejemplo, la memoria de los pueblos ori-
ginarios latinoamericanos (en "Huaca" de Germán Botero), el
motivo religioso renacentista ("Pieta de Argentina", de Rini Hurk-
mans) o los ideales de la generación norteamericana de los ~ños
de Vietnam ("Victory" de William Tucker), para citar sólo algu-
242 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

nos. Por otra, al lado de esas asociación globales, aparece el reco-


nocimiento de imágenes muy conocidas: calabozos, instrumentos
de tortura, cuerpos mutilados, denuncias explícitas, víctimas con-
notadas; son las representaciones de un relato en el que casi todo
está dicho. Los sentidos proliferan y a la vez se suturan, en una ca-
dena indefinida, y en esa función tranquilizadora los artistas re-
presentan, lo sepan o no, un ánimo y un sentido común de la so-
ciedad.

POLÍTICAS PÚBLICAS

Un debate sobre el monumento, que irrumpió de entrada, sacaba


a la luz un conflicto en el interior del movimiento de los derechos
humanos; y a la vez revelaba la conflictividad inherente a la di-
mensión política de la memoria en su configuración presente. Un
primer efecto del monumento proyectado fue el rechazo total por
parte del sector más radicalizado de los militantes de los derechos
humanos. Dos son las razones de la impugnación política del pro-
yecto. Ante todo, el rechazo a cualquier iniciativa aprobada por
partidos políticos, el radicalismo y el peronismo, a quienes se
acusa de ser cómplices en la exculpación y la amnistía c!e los prin-
cipales responsables. En ese sentido, lo que apare..:e, bajo esa
forma extrema, es el problema de evocar un acom:ecimiento que
sigue abierto en sus efectos, sobre todo en el terreno de las de-
mandas dejusticia. 377 En segundo lugar, sobre todo en el grupo li-
derado por Hebe de Bonafini, se expresa el repudio de la evoca-
ción de las víctimas nombradas individualmente. 378 Lo que se
rechaza, en verdad, es que se los honre como víctimas y no como
combatientes. Es la memoria épica de las luchas revolucionarias
(que de Bonafini condensa en la exaltación de los fusiles pero
que ofrece versiones menos crudas), la que choca con la idea de
un monumento a las víctimas que introduce necesariamente la di-
mensión de un duelo por lo que ha muerto, no sólo en las vícti-
mas sino en la política y en la sociedad. Enfrentarse con la repre-
sentación, en el límite imposible, de la muerte, no se combina
bien con el imaginario de los combates; el duelo llama a una repa-
MEMORIALES DEL TERRORISMO DE ESTADO EN BUENOS AIRES ... 243

ración siempre incompleta, siempre frágil e insegura. Y no digo


que clausure las luchas, pero lo que impone es la diferencia: son
otras luchas en la medida en que somos otros.
Finalmente, si el monumento condensa la conmemoración de
la masacre en su dimensión más trágica, el recurso de los miles de
nombres trabaja sobre una significación básica, una matriz de ese
pasado, establecida, por una parte, en el Nunca más, que también
se propuso poner nombres a los desaparecidos y, por otra, reacti-
vada mediante los avisos con que los allegados conmemoran a las
víctimas en el aniversario de su desaparición. El núcleo de esa for-
mación radicaría en la enormidad de los derechos agraviados y es
lo que habilita una memoria que, desde los directamente afecta-
dos, se prolongue en una palabra de ciudadanos. Ese primer con-
senso abarca más que la posición de los allegados, los ex militan-
tes y los representantes de los organismos y, sobre todo, es distinto
de la aspiración de quienes buscan que en ese memorial se con-
memoren también las luchas y los ideales que impulsaron aque-
llas luchas. No estoy diciendo que no pueda plantearse un monu-
mento a las luchas o los ideales, en todo caso, cabe plantear que
ése es otro monumento.

Para terminar, no es fácil saber cómo va a ser usado y apropiado


ese espacio en el futuro, pero el proyecto se ofrece hoy como un
síntoma de la situación de la memoria social, de sus actores, de
sus lógicas y sus limites. Es revelador de la persistencia de la ac-
ción del movimiento social de los derechos humanos, pero tam-
bién de las dificultades de la coalición con el Estado. En efecto, lo
novedoso es la concertación entre el movimiento social y la ins-
tancia estatal, pero en los dilemas presentes se combinan las difi-
cultades de las asociaciones civiles de los derechos humanos para
incorporar más ampliamente la opinión de la sociedad y una ló-
gica de la acción estatal que no puede cumplir un papel rector del
proyecto. Las condiciones, del lado de la sociedad, no son las más
favorables para el trabajo de una rememoración operante en la
edificación de una cultura de los derechos humanos. Está a la
vista un proceso, desde hace años, de devastación del espacio pú-
blico y fragmentación social en el escenario metropolitano. Del
244 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

lado del Estado en la ciudad, es notoria la fragilidad de una fun-


ción deslegitimada, que en general ha acompañado y profundi-
zado el deterioro de la vida pública. Y la fragmentación de memo-
rias y la superposición de iniciativas no son ajenas a ese proceso
general de quebranto institucional y político. Un plan de go-
bierno en materia de derechos humanos, concentrado en la pro-
ducción de memoria, no podría ignorar esas condiciones. Lamo-
vilización de un sector de la sociedad civil, por muy legítimo que
sea, no alcanza a reemplazar una acción institucional capaz de
mediar, encauzar las diferencias, incorporar y representar otras vi-
siones e intereses, de cara a una sociedad que mantiene relacio-
nes encontradas con ese pasado.
Memoria histórica y memoria
política: las pro¡uestas para la
ESMA [2006]3 7

¿Cómo debe recordar una ciudad o una nación los acon-


tecimientos que han marcado su historia presente y perduran
como núcleos duros en la elaboración del pasado? ¿Cómo tratar
ese pasado y quiénes deberían ser sus agentes y sus destinatarios?
¿Cómo proyectar la duración de esa memoria hacia el futuro? És-
tas son las cuestiones básicas, si se trata de impulsar una memoria
histórica y una deliberación pública sobre el terrorismo de Es-
tado. En el impacto sobre la opinión, la escena judicial sigue
siendo el espacio fundamental en la edificación de una concien-
cia histórica sobre ese ciclo y sus efectos. Lo demuestran las reper-
cusiones de las recientes condenas recaídas sobre criminales co-
nocidos de esa etapa. Pero a diferencia de esa presencia de la
cuestión en la sede judicial, otras escenas, como los memoriales
(en el Parque de la Memoria) y la construcción de un museo na-
cional, en la ESMA, permanecen en una suerte de invisibilidad
para la esfera pública. Aunque en verdad hay una d0ble realidad
de la ESMA: por un lado, el sitio reaparece periódicamente en los
medios a través de la visita de algunos elegidos, ya que está ce-
rrado para los simples ciudadanos; por otro, en un tiempo en que
se multiplican las invocaciones de la memoria social, se mantiene
una cierta opacidad alrededor de los proyectos para el museo:
desde hace meses hay un conjunto de propuestas, difundidas en
las páginas oficiales, que hasta hoy no han provocado ninguna dis-
cusión pública.
Pero algo de lo sepultado retorna de la peor manera en las ren-
cillas que terminaron con la renuncia forzada de la secretaria del
área en la ciudad, Gabriela Alegre, alineada con Aníbal Ibarra en
la disputa por el control político del distrito. Fueron las luchas in-
246 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

testinas las que expusieron fugaz y sesgadamente el tópico ante la


opinión, asociado al manejo de la causa de Cromañon. ¿No hu-
biera sido oportuno, antes o después del incidente, una evalua-
ción pública de las políticas desarrolladas en el área (que incluyen
la construcción del Parque de la Memoria, que se prolonga por
más de seis años, y la participación en el Museo de la ESMA), una
rendición de cuentas, un programa mínimo, algún debate en la
Legislatura?
Nada de eso se ha hecho antes, durante la gestión de !barra, ni
ahora con el recambio conducido por Telerman. El tema perte-
nece, más que al Estado porte.ño, al conjunto de agrupaciones de
derechos humanos, que son no sólo los agentes mayores sino los
protagonistas efectivos de ambas iniciativas. Es lo que pudo verse
el 1 º de abril pasado, en la ceremonia que inauguraba los prime-
ros nombres en el monumento a los desaparecidos en el Parque
de la Memoria. La nueva gestión de Telerman prácticamente se
estrenaba en ese acto que se realizó sin convocatoria pública; en
él no participó ni la Legislatura ni el poder judicial de la ciudad,
ninguna autoridad nacional y ningún representante de otras fuer-
zas u organizaciones sociales, ni de la Universidad de Buenos Ai-
res, que ha cedido partes de los terrenos para el parque. Los orga-
nismos de derechos humanos eran en verdad los organizadores
de ese acto destinado a pocos; las autoridades de la ciudad, el Jefe
de Gobierno y su Ministra de Acción Social y Derechos Humanos
estaban allí sobre todo para dar examen ante un público mayor-
mente volcado al apoyo del ex jefe !barra y la continuidad de Ga-
briela Alegre. La funcionaria ahora renunciante, más que un
agente estatal responsable ante la sociedad, era la representante
de una parte de los organismos aliada al ibarrismo; y el desenlace
que finalmente la excluyó revela que las luchas políticas profundi-
zan fracturas ya existentes en el movimiento de los derechos hu-
manos. Lo que no ha cambiado es el vacío de una función estatal
capaz de promover la deliberación pública, incluir otras voces y
otras constelaciones de ideas, incluyendo las de los especialistas,
en la fijación material del pasado. Entiéndase bien, el problema
no es el protagonismo de los representantes de las víctimas (fami-
liares y ex detenidos), porque esa presencia fuerte de los afecta-
MEMORIA HISTÓRICA Y MEMORIA POLÍTICA ... 24 7

dos directos es una constante y ha sido igualmente decisiva en los


memoriales europeos; tampoco la diversidad de propuestas y ali-
neamientos en el movimiento de los derechos humanos. El pro-
blema es que en un proyecto que lo involucra necesariamente el
Estado porteño resigna la representación del interés general y re-
siente su autonomía en la búsqueda de otros actores y en el tra-
bajo sobre los destinatarios en la sociedad.

Q,UÉ HACER CON LA ESMA

En el otro gran proyecto institucional de memoria, el proyectado


museo de la ESMA, no ha habido escándalos públicos, pero la si-
tuación es semejante. La convergencia se da aquí con otros agru-
pamientos de los derechos humanos, que no participan de la ini-
ciativa del Parque de la Memoria; pero la modalidad revela la
misma gestión estatal debilitada. 380 Ausente un marco político de
deliberación, que no puede limitarse a la denuncia de los críme-
nes, ni mucho menos a la manipulación cruda del pasado para los
fines de una política coyuntural, lo que se extraña es una base plu-
ral de debates capaz de discutir ese pasado, admitir la herencia
que impone, procurar entenderlo en el tratamiento de los temas
del presente. Es obvio que ese horizonte político incluye, sobre
todo, una tensión hacia el futuro, a las esperanzas o los temores
sobre la edificación democrática, un horizonte oscurecido en las
formas dominantes de la política argentina. Esa apertura hacia el
futuro es el fundamento de una política de la memoria, sin el cual
las acciones sobre el pasado quedan reducidas a la expresión de
grupos, a una fragmentación replegada y autorreferencial, rode-
ada de cierta indiferencia conformista que se sostiene en repre-
sentaciones establecidas. Los límites de una memoria testimonial
y reivindicativa de grupos y tradiciones, entonces, exponen cierto
fracaso en la edificación pública de otras formas, y de otras prácti-
cas culturales y políticas.

Las propuestas para la ESMA, disponibles en Internet, pueden ser


tomadas como una muestra reveladora del estado de la delibera-
248 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

ción, o más bien de sus debilidades. 381 Algunas son una expresión
bastante clara de una reivindicación de grupos. Por ejemplo, CO-
EPRA, una entidad que agrupa ex exiliados, propone instituir una
"memoria del exilio" separada en un pabellón específico y se
ofrece para construirlo y gestionarlo: "nadie mejor que nosotros
mismos, los que sufrimos en carne propia el dolor del destierro
forzoso al que se nos condenó, para hacernos cargo de la tarea de
organizar ese sector". Otras ocurrencias sectoriales proponen sus
propias memorias reivindicativas de un modo que difumina la
idea potente de un espacio concentrado sobre el terrorismo de
Estado: hay un proyecto de un ''.Jardín de plantas nativas" que
debe reunir y preservar plantas y animales de la región de Buenos
Aires, y el Comité de Seguimiento de la Convención sobre los De-
rechos del Niño propone un recorrido histórico sobre la violación
de los derechos humanos de los niños.
Ese espacio todavía virtual que, además, para la mayoría de las
propuestas debe llenarse en su totalidad (17 hectáreas), funciona
en la intención de esos proyectos como el mercado en la visión
utópica de los liberales clásicos: la acumulación de demandas e in-
tereses particulares llevaría, por sí sola, a plasmar una expresión
del interés general. La propuesta del Serpaj se orienta en una di-
rección a la vez similar y diferente. Similar, porque exaspera lavo-
luntad de acumular memorias heterogéneas en un espacio multi-
focal, Diferente, porque la acumulación se produce en una única
propuesta que buscaría responder a diferentes "olvidos" del Estado
y la sociedad. El organismo parece haber recogido diferentes de-
mandas y propone incluirlas a todas. Además del espacio dedicado
a la ESMA, propone otros núcleos para el resto del predio: la
deuda externa y el poder económico; los centros clandestinos de
detención de todo el país; la historia de las violaciones a los dere-
chos humanos en la Argentina; los pueblos originarios; la niñez y
la adolescencia. Además, decidido a llenar todo el lugar, propone
un centro de aprendizaje de oficios para jóvenes y un centro de es-
tudios, de carácter continental, de investigación y formación para
la paz y los derechos humanos, que sería a la vez una Universidad
de la Paz, con convenios con la Unesco y la ONU, y una entidad ca-
paz de trabajar en la resolución de conflictos regionales.
MEMORIA HISTÓRICA Y MEMORIA POLÍTICA ... 249

Sobre el motivo central de la convocatoria, el terrorismo de Es-


tado, las propuestas significativas contemplan, en general, crite-
rios similares para ser aplicados al museo-sitio, donde funcionó el
centro de detención y tortura (el casino de oficiales); todos con-
cuerdan en que debería ser preservado y eventualmente recons-
truido para dar cuenta de lo que allí sucedía del modo más di-
recto y testimonial. Pero algunos insisten en distinguir otro
espacio ( el edificio de las columnas) que completaría el "Espacio
para la Memoria y para la promoción y defensa de los derechos
humanos" creado por el gobierno nacional y de la ciudad. 382 Es
en relación a ese espacio mayor que surge el problema del relato
o los relatos capaces de señalar nudos problemáticos de la historia
recientes, presentar interpretaciones alternativas y favorecer los
debates. A lo que se añade la cuestión sobre los agentes y los des-
tinatarios de ese trabajo de memoria y conciencia sobre el pasado.
En ese sentido, las propuestas de la Asociación de Ex Detenidos
Desaparecidos (AEDO) y la del Centro de Estudios Legales y So-
ciales ( CELS) revelan el contrapunto de dos conceptos daros y di-
ferentes sobre el destino del sitio. La propuesta impulsada por la
AEDD, con el apoyo de otras entidades, apunta sobre todo a pre-
servarlo como "testimonio material" de un "genocidio". Debe ser
la "representación histórica de su funcionamiento [ del genoci-
dio] y de la identidad de los detenidos desaparecidos qüe estuvie-
ron secuestrados allí". En sus fundamentos apela a los conceptos
de "patrimonio cultural" y "conservación" y pone como ejemplo
la preservación del campo de concentración de Auschwitz. 383 Esa
voluntad de fijación del sitio en el pasado se refuerza por la idea
de que los crímenes continúan, "porque no se han esclarecido la
situación y el destino de todos los desaparecidos".
Ese testimonio material en verdad debe ser preservado dos ve-
ces. Primero, como prueba judicial, ya que los crímenes que allí se
cometieron están bajo proceso; pero, además debe ser preservado
como el fundamento mayor de la construcción de memoria. El ar-
gumento mayor alega que la ESMA debe ser preservada en su to-
talidad ( es decir las 17 hectáreas del predio con todos sus edificios
y su campo de deportes) porque así operó para implementar la
acción terrorista de la Armada. La propuesta incluye que no se re-
250 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

alice ninguna modificación de los edificios hasta tanto la justicia


haya llevado a cabo diversas acciones de relevamiento, y que,
luego de asegurado el mantenimiento de la prueba, se recons-
truya (especialmente el casino de oficiales) tal como funcionó
como centro clandestino de detención y exterminio. Todo el pre-
dio debe quedar tal como estaba en el periodo de la represión
clandestina y la operación de ftjación comienza con la denomina-
ción propuesta: "Centro Clandestino de Desaparición y Extermi-
nio-ESMA"; no se deberían admitir otras funciones o dependen-
cias: ni instituciones educativas ni oficinas públicas, aun las
relacionadas con los derechos humanos. En ese sentido, la pro-
puesta rechaza "un movimiento rutinario cotidiano de alumnos,
profesores, funcionarios, empleados [que] vaciarían de conte-
nido" el sitio: no se admite que allí pueda instalarse el Espacio de
la Memoria incluido en el convenio del Estado nacional y la ciu-
dad de Buenos Aires. En el límite, el ideal de preservación busca
un objetivo imposible: el retorno integral del pasado en un sitio
sacralizado e intangible, que sólo puede representarse y expli-
carse a sí mismo: "Donde hubo muerte debe señalarse, recor-
darse, mostrarse, saberse que hubo muerte, quiénes fueron los
que murieron, por qué murieron y quiénes los mataron. No debe
pretenderse que ahora haya vida". Finalmente, se propone que el
terreno con todos sus edificios, incluyendo el campo de deportes,
sea declarado Monumento Histórico Nacional y Área de Protec-
ción histórica, así como impulsar ante la Unesco que el predio sea
declarado Patrimonio de la Humanidad.
El proyecto de la AEDD define taxativamente todos los puntos
que han estado sometidos a la discusión en el movimiento de los
derechos humanos y que se expusieron sobre todo en la revista
Puentes, de la Comisión Provincial de la Memoria. Los debates que
se insinuaron, pero que no alcanzaron mayor repercusión pú-
blica, se referían sobre todo a tres cuestiones:
a) si debfa usarse para el memorial-museo la totalidad o parte
del predio;
b) si el contenido y las tareas en el sitio debían focalizarse en la
experiencia de la ESMA o si debían abrirse a una dimensión na-
cional e incluir otras dependencias y otros recursos ( como ar-
MEMORIA HISTÓRICA Y MEMORIA POLÍTICA ... 251

chivo, dependencias estatales o incluso instituciones educativas o


artísticas, etc.);
c) si debía habilitarse al público por etapas, sobre todo te-
niendo en cuenta que el casino de oficiales ( que es el espacio que
se usó centralmente como centro de detención y tortura) está en
condiciones de ser reconstruido y habilitado en un plazo cercano.
La propuesta de la Asociación toma una posición clara: hay que
ocupar todo el predio y sólo para evocar el centro en la ESl'vlA. En
cuanto a la apertura pública del lugar, postula que no deberá
abrirse al público hasta que el predio se encuentre "totalmente
desalojado de presencia naval abierta o encubierta".

Una propuesta que puede considerarse alternativa es la del CELS,


que retoma para el sitio la denominación definida en el convenio:
Espacio para la memoria y la defensa de los derechos humanos. El CELS
fue fundado por dos familiares de desaparecidos, Emilio Mignone
y Augusto Conte, pero reúne ciudadanos comprometidos con los
derechos humanos en un sentido amplio, que no se focaliza sólo
sobre el terrorismo de Estado. En su página web informa que "tra-
baja en la detección de las violaciones a los derechos humanos
que se producen en el marco del sistema democrático". Además
de la acción por la justicia retrospectiva aplicada a los crímenes de
la dictadura, enuncia algunas cuestiones prioritarias: "la violencia
institucional, el acceso a la justicia, las condiciones de detención,
el acceso a la información y la libertad de expresión, la discrimi-
nación, la situación de los inmigrantes y la exigibilidad de los de-
rechos económicos, sociales y culturales". 384
La propuesta del CELS comienza por plantear la cuestión del
consenso necesario en el desarrollo del proyecto; seguidamente,
amplía el objetivo: si bien el foco del espacio debe estar en el te-
rrorismo de Estado, también incluye "sus antecedentes y conse-
cuencias" con el objetivo de promover "una cultura política de-
mocrática y el afianzamiento de los derechos fundamentales de
las personas". En cuanto a los destinatarios, dice que "debe trascen-
der a las víctimas directas, los familiares de las víctimas y las orga-
nizaciones de derechos humanos, sustentándose en toda la socie-
dad". El ámbito de proyección del museo debe ser nacional;
252 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

propone la inclusión de las instituciones educativas y la universi-


dad en el desarrollo del proyecto, es decir, la incorporación de los
especialistas; también señala la necesidad de construir políticas de
Estado que perduren. Y se ocupa de la cuestión de las autoridades
y la gestión (algo que en general queda indefinido en los otros
proyectos): se requiere de una instancia institucional que res-
guarde el emprendimiento de las coyunturas políticas, transpa-
rencia en la gestión, rendición de cuentas y concursos públicos
para cubrir la mayoría de los cargos de dirección.
En ese punto y en su postura sobre la ocupación del predio se
distancia de la idea del sitio intangible y la referencia única al cen-
tro clandestino: propone que el espacio comprenda sólo el pabe-
llón central y el casino de oficiales. Correspondería a los Estados
(nacional y de la ciudad) decidir sobre el resto del predio, siempre
con destino a emprendimientos públicos. La propuesta incluye
otro argumento para justificar ese uso del predio: el proyecto debe
ser austero porque "los proyectos desmesurados resultan invia-
bles". El núcleo de mayor disidencia se plantea con una opinión
que parece prevalecer en los organismos (y en los funcionarios res-
ponsables) que respaldan la ocupación total, sin mayores precisio-
nes sobre su uso. En verdad, la afirmación del papel estatal y la ges-
tión a cargo de agentes públicos designados por concurso parece
ir, hasta hoy, contra la idea instalada en la coalición de los dere-
chos humanos y en el gobierno de que el predio ha sido "cedido"
a los organismos. El CELS había avanzado más allá en algunas
ideas previas sobre el destino del sitio: ha planteado (y lo mantiene
como un tópico que debe discutirse) la conveniencia de mantener
allí algunas de las instituciones educativas de la Armada.

En efecto, hay una discusión que es central para el futuro del mu-
seo. Plantear la expulsión de toda presencia naval, sobre todo de
los jóvenes en proceso de formación, como un a priori ideológico,
previo a la discusión sobre el destino del sitio, implica desenten-
derse de una cuestión central: la educación democrática de quie-
nes ingresan a la fuerza armada debe incluir el conocimiento y la
reflexión sobre ese pasado. No se trata de sostener que los estable-
cimientos educativos de la Armada deban indefectiblemente per-
MEMORIA HISTÓRICA Y MEMORIA POLÍTICA ... 253

rnanecer allí; pero parece razonable que la decisión dependa de


una voluntad estatal autónoma, luego de una consulta amplia y
pluralista. Lo que es seguro es que una decisión de Estado debe
incluir objetivos que no surgen, ni están entre las responsabilida-
des, de los gTUpos que representan a las víctimas; por ejemplo,
debe incorporar a las nuevas fuerzas armadas y de seguridad entre
los destinatarios de ese espacio. La posición que de entrada las
margina del predio parece expresar una exclusión más básica y ra-
dical respecto del proyecto mismo de una formación política ciu-
dadana que debería dirigirse a la sociedad y a los funcionarios es-
tatales. Con la exclusión se produce un encierro doble: se
refuerza el gueto en que viven y se forman las fuerzas armadas,
desconectadas de la discusión necesaria de su historia y sus res-
ponsabilidades; y se edifica en la ESMA un reducto cerrado, de los
organismos y para los organismos. El riesgo, a la vista, es confun-
dir la reivindicación de un gTUpo con la construcción de un espa-
cio de conocimiento y reflexión colectivos.
Lo que está en juego es justamente la capacidad de edificar allí
un artefacto de formación ciudadana, que recupere algunos mar-
cos básicos de acuerdo respecto de lo que debe ser evocado y dis-
cutido y cómo debe hacerse. La propuesta del CELS postula algu-
nas ideas básicas sobre las funciones educativas del lugar. Se
propone "que no se convierta en un museo del horror" y que la
recuperación testimonial del centro clandestino y los métodos
empleados debe privilegiar "la perspectiva de la reflexión y trans-
misión sobre qué sucedió, cómo sucedió y por qué pudo suce-
der". Es decir, que la presentación de los crímenes debe servir
para pensar sus condiciones a partir de ciertos criterios: la plurali-
dad de voces, la incorporación de la reflexión académica y el reco-
nocimiento de la complejidad de un debate que debe ocuparse
no sólo del terrorismo estatal sino de la experiencia de la lucha
armada. Finalmente, sobre la autoridad y la gestión, propone que
sea un ente público dirigido por un Consejo de Administración
compuesto por un representante del Gobierno Nacional, uno por
el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y cinco personas desig-
nadas por concurso de antecedentes.
254 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Ahora bien, la distinción entre el lugar testimonial y un espacio


de reflexión y conocimiento lleva necesariamente a plantear cues-
tiones relativas a los objetivos, a la idea de representación y de
"verdad" en juego, y a los agentes del emprendimiento. En princi-
pio la idea misma del "testimonio material", que supondría que
basta con exhibir el lugar y los objetos, sin relato, supone una no-
ción simplificada del testimonio. Los lugares no dicen nada si al-
guien no cuenta o ha contado sobre ellos. Se puede y se debe pre-
servar la base material del testimonio, pero no es posible borrar
los testigos ni los relatos y las ideas. Sería deseable que pudiera
abrirse una discusión sobre ese fundamento real y sobre los lími-
tes de la representación de un acontecimiento radicalmente
único. Pero, por ahora 21 menos, se ven lejanas las condiciones
para un debate sobre los cáterios de una "verdad histórica" o so-
bre los riesgos de una "normalización" de ese pasado. En todo
caso el problema reside en plantear y promover lo pensable de un
acontecimiento límite. Por otra parte, la discusión sobre el papel
del testimonio en el lugar no es simplemente teórica; tiene conse-
cuencias directas, prácticas y políticas, sobre quienes tendrán res-
ponsabilidades mayores en las decisiones y la gestión de ese espa-
cio. Cuanto más se afirma la idea del sitio, es decir del centro
clandestino, y de la función testimonial, más queda consagrada la
posición dominante de quienes están en posición de testigos obli-
gados, los sobrevivientes y en general las víctimas. Y si todo el sitio
es definido como un "testimonio material", son los ex detenidos
desaparecidos (que realizan la propuesta) los q1;le pueden Henar
mejor esa función.
Al afirmar, en cambio, la idea del museo "histórico" o el espacio
de conocimiento, enseñanza e investigación, queda destacado el
trabajo de los especialistas, historiadores y museólogos, tal como
sucede en los espacios semejantes en el mundo. El problema
queda situado de otro modo si se piensa en conjunto la exhibi-
ción y el museo como un espacio de enseñanza, un artefacto para
pensar el pasado en un sentido "ejemplar", es decir, que tenga
efectos duraderos en el presente. La función de enseñanza des-
taca ya no las imágenes crudas sino las bases: documentos, hipóte-
sis históricas, debates, interrogantes abiertos. No hay banalización
MEMORIA HISTÓRICA Y MEMORIA POLÍTICA ... 255

en ese trabajo intelectual de la memoria; por el contrario, es el tó-


pico de la reiterada exhibición del horror y el recurso que toca las
fibras primarias de la sensibilidad lo que se ha demostrado una vía
segura hacia la banalización de las imágenes de la tortura y la
muerte. Así corno la evocación idealizada y autocomplaciente de
la violencia revolucionaria en los mitos de la heroicidad, despro-
vista de toda reflexión sobre sus condiciones y sus métodos, cons-
truye estereotipos para el consumo antes que tópicos para la inte-
lección y la responsabilización.
Hasta aquí, someramente, un cierto estado implícito de la dis-
cusión que aflora en las propuestas más elaboradas. Pero existen
debates más alejados de lo expuesto por los actores, que saltan a
la luz cuando se proyectan ideas sobre lo que debe comprender
ese espacio de educación ciudadana. El problema mayor es cómo
incluir en el cuadro histórico la escalada de la violencia política
sin afectar la imagen idealizada de los revolucionarios de los años
setenta. Es evidente que no se trata de cargar al museo con la res-
ponsabilidad de proporcionar una interpretación de un ciclo his-
tórico que desemboca en el terrorismo de Estado; pero en la me-
dida en que se admita que el museo debe ser un artefacto de
formación, comunicado con la investigación intelectual y acadé-
mica, no puede eludir ofrecer al menos un marco, una agenda de
los temas y las cuestiones abiertas al debate público. Por lo menos,
debería ofrecer una información descriptiva de los acontecimien-
tos de violencia de ese mundo heterogéneo y conflictivo, y alguna
presentación de los debates actuales en la investigación y en el
pensamiento. Y no hay que partir de la meta de una exposición
definitiva: hay muchos ejemplos en el mundo de museos y memo-
riales que han revisado sus narrativas o que las amplían con mues-
tras temporarias.
La exhibición del sitio, entonces, no debe ser pensada como
un objetivo en sí mismo, a costa de oscurecer una función forma-
tiva en el plano intelectual y moral. Un problema análogo se plan-
teó en el Museo-sitio en la Casa de Wannsee, en los alrededores
de Berlín, sede de la conferencia para la "Solución Final", en 1942.
La renovación de ese espacio, que fue reabierto este año, ha privi-
legiado las funciones pedagógicas con un criterio claro: no basta
256 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

con mostrar a los crímenes y los criminales ni mucho menos las


imágenes del genocidio, sino que el propósito del lugar apunta a
las condiciones y al papel de las instituciones y la sociedad. En los
seminarios que se organizan con grupos homogéneos (maestros,
alumnos, periodistas, académicos, funcionarios) y muy particular-
mente con agentes estatales (jueces, policías, militares o peniten-
ciarios), una tarea central es estudiar y discutir cómo el respectivo
grupo profesional actuó durante el período nacionalsocialista; a
partir de ello el trabajo se focaliza sobre la significación y las con-
secuencias de ese pasado en el tiempo presente. En los cursos
para docentes se incluye una discusión del propio programa edu-
cativo, en relación con una cuestión central: cómo encarar ese pa-
sado. No hay un programa fijo o una línea armada y se procura
partir de los intereses y del conocimiento previo de los participan-
tes. En todos los casos el material de la exhibición se comple-
menta con el trabajo de los participantes en el archivo documen-
tal, a partir de los temas elegidos. Tampoco hay guías establecidas
para las visitas de los grupos que se preparan previamente a partir
de una discusión de los objetivos y los contenidos. 385
En fin, es sólo un ejemplo de los cambios que se introducen
cuando, a la densidad material del sitio y al punto de vista de las
víctimas, se incorporan las perspectivas de lo que debe edificarse
en la sociedad y las instituciones. Una foto ilustra un caso ejem-
plar: se ve a un grupo de jóvenes soldados del ejército alemán de
hoy, de uniforme, sentados en lo que fue la sala de la Conferen-
cia; en las paredes están las fotos de los jerarcas nazis que estuvie-
ron sentados en ese mismo lugar en 1942. Nada puede borrar la
enormidad de los crímenes que allí se decidieron ni la responsa-
bilidad de aquellos agentes estatales. Pero el trabajo de estos nuevos
agentes, implicados en su propia formación y dispuestos a admitir
y transformar esa herencia siniestra, abre un horizonte diferente.
Para terminar, proyectar la ESMA como un "lugar de memo-
ria", aun en una perspectiva que hoy parece lejana, exige tomar
en cuenta una condición doble. Por una parte, no se puede bo-
rrar el peso de lo que allí sucedió, la carga tenebrosa de un pa-
sado que convirtió a la tortura y la muerte masivas en una rutina
cotidiana; allí nace el primer mandato de reparación que exige
MEMORIA HISTÓRICA Y MEMORIA POLÍTICA ... 257

honrar a las víctimas y reconocer en ellas los derechos agraviados


de todos. Pero ese núcleo duro del acontecimiento no impone un
destino a la representación; ninguna condena obliga a la pura re-
producción del señorío compacto de la muerte sobre la vida y las
libertades. La compulsión a la repetición no es el trabajo de la re-
memoración sino su fracaso; y el trabajo de memoria en la proyec-
ción del sitio reside, entonces, en las promesas que lo sostienen
como un fundamento necesario: el deber cívico, político en el
sentido más eminente, de transformar el pasado.
PRESENTACIÓN

1 H. Vezzetti, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina,


Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

l. LA MEMORIA JUSTA: POLÍTICA E IDSTORXA

2 Osear Terán, "Cambios epocales, derechos humanos y memoria"


(2003), en De utopías, catástrofes y esperanzas, Buenos Aires, Siglo XXI,
2006, pp. 184-189. Una primera versión de la cuestión de la memoria
justa fue presentada en el Coloquio Internacional "Problemas de his-
toria reciente en el Cono Sur", Universidad Nacional de Gral. San
Martín y Universidad Nacional de Gral. Sarmiento, Los Polvorines,
24-26 de octubre de 2007.
3 Paul Connerton, How Societies Remember, Cambridge University Press,
1989, pp. 2-3.
4 Sigmund Freud, "Otros problemas y orientaciones", Psicología de las
masas y análisis del yo, Vl, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu,
tomo 18, p. 96. La parábola está tomada de A. Schopenhauer, Parerga
und Paralipomena, 2ª parte, XXXI, "Gleichnisse und Parabeln".
5 Reinhart Koselleck, Futuro pasado (1979), Barcelona, Paidós, 1993, pp.
122-123.
6 Con una diferencia de pocos días los ex generales Luciano B. Menén-
dez y Antonio D. Bussi declararon en el mismo sentido, en los juicios
respectivos. Véanse los diarios del 24 de julio de 2008, para Menén-
dez, y del 9 de agosto del mismo año, para Bussi.
7 Jacques Derrida, "Del derecho a !ajusticia", en Fuerza de ley. El funda-
mento místico de la autoridad, Madrid, Tecnos, 1997.
8 Emest Renan, Qy.'est-ce qu'une nation?, conferencia dictada en La Sorbona,
París, 11 de marzo de 1882, en: http://www.bmlisieux.com/archives/
nation04.htm. [Ed. cast.: ¿Qyé es una nación? Cartas a Strauss, Madrid,
Alianza, 1987.]
9 Julio María Sanguinetti, "Memoria y política", La Nación, 22 de
diciembre de 2006.
10 Reinhart Koselleck, "Les monuments aux morts, lieux de fondation
de J'identité des survivants", L'experience de l'histoíre, París, Seuil/ Galli-
mard, 1997.
11 Pierre Nora, Li.eux de mémoire, París, Gallimard, 1997, 3 tomos. Véase en
especial "Entre mémoire et histoire. La problematique des lieux", tomo l.
260 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

12 Sobre el tiempo en los dispositivos de soberanía, en particular las


formas iniciáticas de :referencia al pasado y la importancia de los
rituales de origen, véase Michel Foucault, El poder psiquiátrico, Buenos
Aires, FCE, 2005, clase del 21 de noviembre de 1973.
13 Sobre la imagen de la Argentina y los relatos de la nacionalidad en los
textos escolares, véase Luis A Romero (coo:rd.), La Argentina en la
escuela, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.
14 Véase Gérard Namer, "Postface", en Maurice Halbwachs, Les cadres
sociaux de la mémoire (1925), París, Albín Michel, 1994. [Ed. cast.: Los
marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthropos, 2004.]
15 Me permito aplicar una idea de la inhibición tomada de la historia de
la ciencia neurólogica; sobre la expansión de las ficciones neurológi-
cas a la representación de fenómenos históricos y sociales véase Roger
Smith, Inhibition: History and Meaning in the Sciences ofMind and Brain,
University of California P:ress, 1992.
16 A. Huyssen, En busca del futuro perdido, México, FCE, 2002, pp. 17-18.
E. Traverso, "Historia y memoria. Notas sobre un debate", en M.
Franco y F. Levin (comps.), Historia reciente. Perspectivas y desafios de un
campo en construcción, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 70.
17 T. Todorov, Les abus de la mémoire, París, Arléa, 1998. [Ed. cast.: Los
abusos de la memoria, Barcelona, Paidós, 2000.]
18 Heinrich Himmler, discurso del 4 de octubre de 1943 pronunciado
en Poznan, Polonia, en un encuentro secreto con oficiales del SS, en:
http:/ /www.holocaust-history.org/himmler-poznan/speech-
text.shtml. Ese discurso ha sido trabajado en un notable documental
de Romuald Karmakar, Das Himmler Projekt, 2000.
19 Véase H. Arendt, "Postscript", en Eichmann in]erusa/em (1963), Penguin
Books, 1994. [Ed. cast: Eichmann en Jerusalén, Barcelona, Lumen, 2003.]
20 T. Todorov, ob. cit., pp. 12-13.
21 P. Ricoeur, "L'oubli", en La mémoire, l'histoire, l'oubli, París, Seuil, 2000,
tercera parte, 3. [Ed. cast.: La memoria, la historia, el olvido, Madrid,
Trotta, 2003.J Volveré sobre ello más adelante.
22 T. Todorov, ob. cit., pp. 18-19 y 22.
23 Íd., p. 29.
24 Íd., pp. 30-31.
25 Íd., pp. 43-47.
26 P. Ricoeur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, Madrid, Uni-
versidad Autónoma de Madrid/Arrecife, 1999, 5.
27 J. T. Gross, Neighbors, Penguin Books, 2002, con un nuevo pos-
facio. [Ed. cast.: Vecinos: el exterminio de la comunidad judía de Jedwabne
(Polonia), Barcelona, Critica, 2002.] Una entrevista al autor puede
leerse en: http:/ /www.princeton.edu/history/people/ display_
person.xml?netid=jtgross&interview=yes. Véase también Maria Inés
Mudrovcic, "La contribución de la historia a una memoria justa", en
Historia, narración y memoria, Madrid, Akal, 2005.
28 T. Todorov, ob. cit., pp. 54-57.
29 Cario Ginzburg se plantea ese problema, aunque su argumentación va
en otra dirección, en ''.Just One Witness", en Saul Friedlander (comp.),
Probing the Limits ofRepresentation, Harvard University Press, 1992.
30 P. Ricoeur, "Políticas de la memoria", entrevista, en La lectura del
tiempo pasado ... , ob. cit., pp. 103-105.
NOTAS DEL CAPÍTULO l 261

31 S. Freud, "Sobre psicoterapia" (1905), en Obras Completas, Buenos


Aires, Amorronu, tomo 7, p. 250. Véase también Remo Bodei, Libro de
la memoria y de la esperanza, Buenos Aires, Losada, 1998, pp. 42-43.
32 Citado en P. Ricoeur, La mémoire, l'histoire, l'oubli, ob. cit., p. 561.
33 Íd., pp. 562-574.
34 P. Levi, Los hundidos y los salvados, Barcelona, Muchnik, 1995, p. 37.
35 Véase, por ejemplo, Cecilia Macón, "Introducción. Apocalipsis, esfera
pública y dictadura", en C. Macón (coord.), Trabajos de la memoria.
Arte y ciudad en la postdictadura argentina, Buenos Aires, Ladosur, 2006.
36 S. Freud, Estudios sobre la histeria (1893-95), en Oln-as Completas, Buenos
Aires, Amo:rrortu, tomo 2, pp. 31-32.
37 P. Ricoeur, "Políticas de la memoria", ob. cit., p. 107.
38 Remo Bodei, Liln-o de la memoria y de la esperanza, ob. cit., pp. 48-53.
39 Sobre el papel del extranjero en la cultura, véase Jorge Belinsky,
"Freud y Moisés: aproximación al lugar de la subjetividad en la cul-
tura", Punto de Vista, núm. 26, abril de 1986.
40 Véase P. Ricoeur, "Políticas de la memoria", ob. cit., p. 108.
41 R Bodei, Libro de la memoria y de la esperanza, ob. cit., pp. 14-16.
42 Véase Friedrich Nietzsche, Segunda consideración intempestiva. Sobre la
utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida (1873), Buenos
Aires, Libros del Zorzal, 2006, pp. 16-17.
43 Andreas Huyssen, "Resistencia a la memoria: los usos y abusos del
olvido público", Conferencia, Porto Alegre, 2004, en:
http:/ /www.intercom.org.br/ memoria/ congresso2004/ conferencia
_andreas_ huyssen.pdf.
44 P. Ricoeur, La mémoire, l'histoire, l'oubli, ob. cit., p. 542.
45 Me refiero al debate que se desató con el testimonio de Héctor Jouvé
sobre los asesinatos producidos por el Ejército Guerrillero del Pueblo
(EGP) entre sus propios miembros. El debate, suscitado sobre todo por
la intervención ulterior de Osear del Barco, se inició en La Intemperie,
de Córdoba, se mantuvo desde octubre de 2004 hasta mayo o junio de
2005, y luego continuó con diversas intervenciones en El ojo mocho, Con-
fines, Políticas de la memoria y Conjetural Puede verse el dossier "No
matarás" en: http:/ /www.elinterpretador.blogspot.com/search?q=
numero15-junio2005. Vuelvo sobre el tema en el capítulo 3, "Le vimos
la cara a Dios".
46 Éric Conan y Henry Rousso, Vichy, un passé qui ne passe pos, París,
Gallimard, 1996.
47 R Bodei, Libro á.e la memoria y de la esperanza, ob. cit., p. 46.
48 H. Vezzetti, "Lecciones de la memoria. A los 25 años de la implantación
del terrorismo de estado", Punto de Vista, núm. 70, agosto de 2001.
49 Vicente Palermo, "Entre la memoria y el olvido: represión, guerra y
democracia en la Argentina", en M. Novaro yV. Palermo (comps.),
La historia reciente. Argentina en democracia, Buenos Aires, Edhasa, 2004,
pp. 181-187.
50 Véase H. Vezzetti, "Políticas de la memoria: el Museo en la ESMA",
Punto de Vista, núm. 79, agosto de 2004, incluido en el apéndice de
este libro, "Espacios, monumentos, memoriales".
51 CELS, Derechos humanos en Argentina. Informe 2008, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2008, en: http://www.cels.org.ar/documentos/?info= detalle-
Doc&ids=3&lang=es&ss=l26&idc=723.
262 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

52 Íd., pp. 28-29.


53 Íd., pp. 32-33, 35, 42--44.
54 Retomo el análisis en el apéndice "Espacios, monumentos, memoriales".
55 Sobre el exilio político véanse Marina Franco, El exilio: argentinos en
Francia durante la dictadura, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; Pablo Yan-
kelevich (comp.), &presión y destierro. Itinerarios del exilio argentino, La
Plata, Ediciones al Margen, 2004, y Pablo Yankelevich y SilvinaJensen,
Exilios. Destinos y experiencias bajo la dictadura militar, Buenos Aires,
Libros del Zorzal, 2007.
56 Sobre el tópico de las "dos Argentinas", retomado en los sesenta y los
setenta, véase O. Terán, "Ideas e intelectuales en la Argentina", en
Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, pp. 54--56 y 71--81.
57 Federico Lorenz, "¿De quién es el 24 de marzo? Las luchas por la
memoria del golpe de 1976", en ElizabethJelin (comp.), Las conmemo-
raciones: las disputas en las fechas "infelices", Madrid, Siglo XXI, 2002.
58 Íd., p. 65.
59 Íd., p. 70.
60 Sobre las declaraciones de Hebe de Bonafini véase Clarín, 3 de abril
de 2004.
61 F. Lorenz, ob. cit., pp. 86-90.
62 Vuelvo sobre el tema en el apéndice, "Espacios, monumentos, memo-
riales".
63 Tim Cole, Selling the Holocaust, Nueva York, Routledge, 2000,
pp. 138-139.
64 Véase Jürgen Habermas, "Goldhagen y el uso público de la historia",
en Federico Finchelstein (comp.), Los alemanes, el Holocausto y la culpa
colectiva. El debate Goldhagen, Buenos Aires, Eudeba, 1999.
65 Íd., pp. 208 y 210.
66 Véase O. Terán, "La década del 70: la violencia de las ideas" (2005),
en De utopías, catástrofes y esperanzas. Un camino intelectua~ Buenos
Aires, Siglo XXI, 2006. Retomo el problema en el capítulo 3, "Le
vimos la cara a Dios".
67 Véase E. Palti, "Introducción", en R. Koselleck, Los estratos del tiempo:
estudios sobre la historia, Barcelona, Paidós, 2001, p. 23. Véase también
R. Koselleck, Futuro pasado, ob. cit., pp. 265--266.
68 R. Koselleck, Los estratos del tiempo ... , ob. cit., pp. 43--45.
69 P. Ricoeur, La mémoire, l'histoire, l'oubli, ob. cit., pp. 96-97.
70 Sobre la "memoria herida" véase P. Ricoeur, La lectura del tiempo
pasado, ob. cit., pp. 31-36; la "memoria manipulada" aparece en P.
Ricoeur, La mémoire, l'histoire, l'oubli, ob. cit., pp. 579-581.
71 Véase Carlos S. Nino, "Introducción", enjuicio al mal absoluto, Buenos
Aires, Emecé, 1997.
72 P. Ricoeur, La mémoire, l'histoire, l'oubli, ob. cit., p. 589. Héctor Leis se
ha animado a plantear, en contra del ánimo dominante, la cuestión
de la reconciliación y el perdón, como una base, hoy ausente, de la
reconstrucción de una comunidad política en la Argentina. Véase H.
Leis, "Los límites de la política: acerca de la carta de Osear del
Barco", Lucha armada, núm. 5, febrero-abril de 2006. Véanse también
S. Bufano, "Acerca de la reconciliación", y Mario Beteo, "Los límites
de la polémica", en Lucha armada, núm. 6, mayo-julio de 2006, y H.
NOTAS DEL CAPÍTULO 2 263

Leis, "Respuesta a Sergio Bufano y Mario Betteo", Lucha armada,


núm. 7, 2006.
73 Sobre la acción política y el "vivir juntos", véase Hannah Arendt, ¿Qué
es la política?, Barcelona, Paidós, 1997. Las palabras de Bachelet son
recogidas por Carlos Kreimer en "Polémica II" (que discute con el
artículo citado de S. Bufano, "Acerca de la reconciliación"), Lucha
armada, núm. 7, ob. cit., p. 78.

2, LA POLÍTICA Y LA VIOLENCIA

74 Para un tratamiento exhaustivo de la investigación sobre política y


violencia, hasta 2003, véase Luis A. Romero, "La violencia en la histo-
ria argentina reciente: un estado de la cuestión", en Historizar el
pasado vivo en América Latina, 2003, en: http:/ /www.historizarelpasa-
dovivo.cl/ es_contenido.php.
75 Pilar Calveiro, Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los
años 70, Buenos Aires, Norma, 2005.
76 O. Terán, "Entre la filosofía y la historia: un recorrido" (1994), entre-
vista realizada por Javier Trímboli y Roy Hora, en O. Terán, De utopías,
catástrofes y esperanzas, ob. cit., pp. 17-18.
77 La reducción de todos los conflictos a la idea de un guerra integral ha
sido señalada hace años en una investigación que sigue manteniendo
plena vigencia: María Matilde O!lier, El fenómeno insurreccional y la cul-
tura política (1969-1973), Buenos Aires, CEAL, 1986.
78 Ernesto Guevara, "Crear dos, tres ... , muchos Vietnam es la consigna"
(1967), en Obras Completas, BuenosAires,Andrómeda, 2002, pp. 351-352.
79 E. Guevara, "Guerra de guerrillas: un método" (1963), en Obras Com-
pletas, ob. cit, p. 362.
80 Véase Hannah Arendt, Sobre la violencia (1969), Madrid, Alianza, 2005,
p. 57. Retomo la oposición entre poder y violencia más adelante.
81 Véase E. L. Duhalde y E.M. Pérez, De Taco Ralo a la alternativa indepen-
diente. Historia documental de las Fuerzas Armadas Peronistas y del
Peronismo de Base, tomo I, Buenos Aires, de la Campana, s/f, pp. 152,
172-173, 267, 281, 300 y 327.
82 Jorge G. Castañeda, La utopía desarmada. Intrigas, dilemas y promesas de
la izquierda en América Latina, Buenos Aires, Ariel, 1993, pp. 18-19.
83 P. Calveiro, ob. cit., p. 188. Un análisis más consistente del peronismo
revolucionario y las relaciones con el Líder puede verse en el cap. II
del libro citado de María M. Ollier.
84 Calveiro, ob. cit., p. 129.
85 p. 55.
86 Íd., pp. 117-118.
87 Véase A. Amato, M. Seoane y V. Muleiro, "Los papeles secretos de la
embajada. Anatomía de un golpe", Clarín, 22 de marzo de 1998, en:
http:/ /mafaldita.com/manuel/golpe.html.
88 Lucas Lanusse, Montoneros: el mito de los 12 fundadores, Buenos Aires,
Vergara, 2005.
89 Alexandre Kojeve, La noción de autoridad, Buenos Aires, Nueva Visión,
2005.
90 Sobre el fracaso y el aislamiento creciente de la organización de Mon-
SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

toneros en México, véase Pablo Yankelevich, "México: un exilio frac-


turado", en P. Yankelevich (comp.), Represión y destierro. Itinerarios del
exilio argentino, ob. cit.
91 D. Campione, "La izquierda no armada en los años setenta: tres casos,
1973-1976", en Clara E. Lida, Horacio Crespo, Pablo Yankelevich
(comps.), Argentina, 1976. Estudios en torno al golpe de Estado, México,
FCE, 2007, p. 86.
92 Avanzada Socialista, IV, 162, p. 2, 13 de septiembre de 1975, en D.
Campione, ob. cit., p. 100.
93 Declaración de Comité Ejecutivo del 24 de diciembre de 1975, en D.
Campione, ob. cit., p. 99. Me atengo a los pronunciamientos públicos
del PC. Gabriel Rot muestra que la relación de los comunistas con la
guerrilla es más compleja y ambigua: véase G. Rot, "El Partido Comu-
nista y la lucha armada", Lucha armada, núm. 7, 2006.
94 p. 100.
95 J. D. Perón, La Opinión, 23 de enero de 1974, citado en Marina
Franco, "Afinidades electivas: observaciones en torno a algunos dis-
cursos sobre la violencia en la Argentina de los años 70", 2008.
Agradezco a la autora por haberme hecho conocer este trabajo. Refe-
rencia electrónica: "Notas para una historia de la violencia en la
Argentina: una mirada desde los discursos del periodo 1973-1976",
Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2008, en: http:/ /nuevo-
mundo.revues.org/index43062.html. La versión de esa exposición de
Perón, publicada por el diario Noticias, puede verse en:
http:/ /www.elortiba.org/notapas10.html.
96 "Carta de Perón a García Elorrio", Cristianismo y Revolución, núm. 19,
primera quincena de 1969, contratapa. Véase también M. M. Ollier,
ob. cit., pp. 61-62.
97 Sergio Bufano, "Perón y la Triple A", Lucha Armada, núm. 2,junio-
agosto de 2005, p. 25. Sobre las relaciones del gobierno justicialista y
de Perón en con la dictadura de Pinochet véase Andrés Cis-
neros y Carlos (comps.), "Las relaciones con Chile", en
Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas, tomo XIV, en:
http://www.cema.edu.ar/ceieg/arg-rree/l4/l4-037.htm.
98 Véase Femando Ruiz, Las palam-as son acciones. Historia política y profe-
sional de La Opinión dejacobo Timerman (1971-1977), Buenos Aires,
Perfil Libros, 2001.
99 pp. 60-61 y 79-83.
100 Íd., pp. 51 y 83-97.
101 Íd., pp. 70 y 73-78.
102 Para una nómina de los periodistas del diario que militaban en la
guerrilla hacia 1971 véase íd., pp. 84-85.
103 Id., p. 88.
104 Íd., pp. 90-91.
105 Íd., pp. 110-111. Maria Seoane, Todo o nada, Buenos Aires, Planeta,
1991, p. 153.
106 Véase R Camps, Caso Timerman: punto final, Buenos Aires, Tribuna
Abierta, 1982, p. 83.
107 LO, 16 de enero de 1972, citado en F. Ruiz, ob. cit., p. 114. El título de la
nota es explícito: "No sólo violan los derechos humanos. Las consecuencias
de su acción muestran la esencia antipopular de los métodos terroristas".
NOTAS DEL CAPÍTULO 2 265

108 Íd., p. 117.


109 Íd., p. 190. Véase también Juan B. Yofre, Nadie fue, Buenos Aires, Su-
damericana, 2008, pp. 42-44.
110 M. Franco, ob. cit.
111 Solicitada: "Unión nacional y liberación o dictadura y dependencia",
LO, 29 de agosto de 1975, p. 10, citado en M. Franco, ob. cit. Para una
breve presentación histórica de la APDH véase Diego Díaz, "Historia
de los organismos de derechos humanos: Asamblea Permanente por
los Derechos Humanos" , Puentes, Comisión Provincial por la Memo-
ria, La Plata, año 3, núm. 10, agosto de 2003, 71-79.
112 La investigación sobre el exilio argentino se ampliado y enrique-
cido con una importante producción en los últimos años. Señalo,
dentro de un corpus mayor, los trabajos que me parecen más impor-
tantes: P. Yankelevich (comp.), R,presión y destierro ... , ob. cit.; P.
Yankelevich y SilvinaJensen, Exilios. Destinos y experiencias bajo la dicta-
dura militar, ob. cit.; Marina Franco, El exilio: argentinos en Francia
durante la dictadura, ob. cit., y S. Jensen, "Identidad, derrotero y deba-
tes del exilio peronista en Cataluña (1976-1983)", Hispania Nova,
núm. 5, 2005, en: http:/ /hispanianova.rediris.es/
5 / articulos/5a004.htrn.
113 H. Vezzetti, Pasado y presente... , ob. cit.
114 Con algunas excepciones: ya mencioné la investigación de Maria
Matilde Ollier, El fenómeno insurrecciona[ y la cultura política (1969-1973 ),
ob. cit. A ella se agrega el trabajo de Claudia Hilb y Daniel Lutzky, La
nueva izquierda argentina: 1960-1980 (Política y violencia), Buenos Aires,
CEAL, 1984. También Carlos A Brocato, La Argentina que quisieron,
Buenos Aires, Sudamericana/Planeta, 1985, y El exilio es nuestro,
Buenos Aires, Sudamericana/Planeta, 1986. Pablo Giussani, Montone-
ros. La soberbia armada, Buenos Aires, Sudamericana/ Planeta, 1984.
115 Destaco sólo algunas obras representativas: M. Caparrós y E. Anguita,
La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina,
Buenos Aires, Planeta, 1997-1998, tres tomos; M. Diana, Mujeres guerri-
lleras, Buenos Aires, Planeta, 2006; P. Calveiro, violencia, ob.
cit.; Luis Mattini, Hombres y mujeres del PRT-ERP. De Tucumán a La
Tablada, La Plata, De la Campana, 2003; A. Longoni, Traiciones,
Buenos Aires, Norma, 2007; M. Larraquy, Fuimos soldados. Historia
secreta de la contraofensiva montonera, Buenos Aires, Aguilar, 2006; G.
Plis-Sterenberg, Monte Chingo/o, Buenos Aires, Planeta, 2003; R. Pitta-
luga y A. Oberti, Memorias en montaje. Escrituras de la militancia y
pensamientos sobre la historia, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2006.
116 Una excepción es la intervención de Horacio Tarcus a propósito del
debate sobre la violencia, en la que retoma algunos de estos trabajos
críticos producidos en el exilio; véase H. Tarcus, "Notas para una crí-
tica de la razón instrumental. A propósito del debate en tomo a la
carta de Osear del Barco", Políticas de la memoria, CEDINCI, núm. 6/7,
verano 2006/2007.
117 Véase R. Pittaluga y A. Oberti, "Versiones de la academia", en Memo-
rias en montaje... , ob. cit., IV.
118 "Editorial", Controversia, México, núm. 1, octubre de 1979, p. 2 (las
bastardillas son del original). Para un estudio inicial sobre la revista
véase Inés Rojkind, "La revista Controversia: reflexión y polémica entre
266 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

los argentinos exiliados en México", en Pablo Yankelevich (comp.),


Represión y destierro. Itinerarios del exilio argentino, ob. cit.
119 H. Schmuc!er, "Actualidad de los derechos humanos", Controversia,
núm. 1, ob. cit., p. 3. Unos años después, Beatriz Sarlo destaca el
impacto de esa pregunta en quienes, desde Buenos Aires, buscába-
mos pensar ese pasado. Pero reproduce una versión cambiada:
"¿acaso Rucci no tenía también derechos humanos?"; véase B. Sarlo,
"Una alucinación dispersa en agonía", Punto de Vista, núm. 21, agosto
de 1984, p. 3. La pregunta ha sido repetida por otros y siempre atri-
buida a Schmucler; yo mismo estuve convencido hasta ahora de que
era así, pero la mención de Rucci no está en el original.
120 Mempo Giardinelli (entrevistador), "David Tieffenberg: el socialismo
que está solo y espera", Controversia, México, núm. 4, febrero de 1980,
pp. 10-11.
121 H. Schmucler, "Actualidad de los derechos humanos", ob. cit., p. 3.
122 E. Mignone, Derechos humanos y sociedad. El caso argentino, Buenos
Aires, CELS y EPN, 1991, p. 70.
123 Sobre el Informe de la CIDH véase http:/ /www.cidh.oas.org/country-
rep/Argentina80sp/ indice.htm, y E. Crenzel, La historia política del
Nunca más, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, p. 41. Para las cifras de
1984 véase Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desapari-
ción de personas, Buenos Aires, Eudeba, 1984, p. 16. Sobre el
monumento a las víctimas véase "El monumento a las víctimas del
terrorismo de Estado", Página/12, 31 de agosto de 2007.
124 H. Schmucler, "Actualidad de los derechos humanos", ob. cit., p. 3.
Veinticuatro años después, en 2003,Jorge L. Bernetti y Mempo Giar-
dinelli vuelven sobre la intervención de Schmucler, con la que habían
polemizado, para afirmar que en ese punto, como en otros, tenían
razón. Mantienen la cifra de 30.000 sin aportar ninguna evidencia
nueva ya que sólo pueden repetir la posición conocida de los organis-
mos de los afectados. Jorge L. Bemetti y Mempo Giardinelli, México: el
exilio que hemos vivido, Berna!, UNQ, 2003, 59.
125 Informe de la CIDH, ob. cit. La opinión de Mignone puede verse
en Derechos humanos y sociedad... , ob. cit., p. 95. H. Schmucler, "Testi-
monios de los sobrevivientes", Controversia, núm. 9/10, diciembre de
1980, p. 4. En verdad, ya en un artículo anterior se daba a entender
que los desaparecidos estaban muertos. Véase H. Schmucler, "La
Argentina de adentro y la Argentina de afuera", Controversia, núm. 4,
febrero de 1980, p. 4, y la respuesta de Osvaldo Pedrozo, "El inacepta-
ble blanqueo que propone !ajunta", Controversia, núm. 7,julio de
1980, p. 14.J. L. Bemetti y M. Giardinelli se refieren a la polémica e
incluyen en su apéndice documental un artículo del segundo de ellos,
véase México: el exilio que hemos vivido, ob. cit., pp. 61-63 y 194-200.
126 S. Caletti, "Los marxismos que supimos conseguir", Controversia, núm.
l, ob. cit., pp. 18-20. Sobre los grupos en el exilio, las divisiones del
peronismo y !a justificación del apelativo "reflexivos", véase J. L. Ber-
netti y M. Giardinelli, México: el exilio que hemos vivido, ob. cit., pp.
65-70. H. Schmucler no era peronista, aunque había apoyado a Mon-
toneros (comunicación personal, e-mail del 12 de enero de 2009).
127 S. Caletti, "La revolución del voluntarismo", Controversia, núm. 2-3,
diciembre de 1979, pp. 7-9.
NOTAS DEL CAPÍTULO 2 267

128 Íd., p. 8.
129 Íd., las bastardillas son del original.
130 Íd., p. 9.
131 Véase ''Textos políticos de Rodolfo Walsh", Cantroversia, núm. 4, febrero
de 1980, pp. 16-18; se incluye también un testimonio de Lilia Walsh,
"Rigor e inteligencia en la vida de Rodolfo Walsh", y otro de Nicolás
Casullo, "Walsh y su pensamiento político en 1976". Sobre la ruptura y el
documento de R Galimberti yJ. Gelman, véase Bemetti y Giardinelli, ob.
cit., pp. 71-72 y 75-76. Los documentos de R Walsh pueden consultarse
también en Lucha armada, núm. 5, febrero-abril de 2006, pp. 132-144.
132 N. Casu!lo, "Walsh y su pensamiento político en 1976", ob. cit., p. 19.
133 N. Scipioni, Las dos caras del terrorismo, Barcelona, Círculo de Estudios
Latinoamericanos, 1983. El libro fue escrito en 1980. Su autor había
sido dirigente universitario, trabajó como médico en La Habana a
principios de los años sesenta y se incorporó al peronismo monto-
nero. Murió en Barcelona en 1981. Para un cuadro general del exilio
peronista en España y las polémicas suscitadas por el libro, véase Sil-
vína Jensen, "Identidad, derrotero y debates del exilio peronista en
Cataluña (1976-1983)", ob. cit.
134 D. Bittel, Controversia, núm. 1, México, octubre de 1979, p. 4.
135 N. Scipioni, ob. cit., pp. 53, 65 y 70.
136 Íd., p. 111, las bastardillas son del original.
137 Íd., pp. 90-91.
138 Íd., pp. 27-28.
139 Íd., pp. 39-42, las bastardillas son del original.
140 Íd., pp. 42-44.
141 Íd., pp. 83-89.
142 F. Chávez, "A modo de presentación", en E. El Kadri y J. Rulli, Diálogos
en el exilio, Buenos Aires, Foro Sur, 1984. Véase también Silvina
Jensen, "Identidad, derrotero y debates del exilio peronista en Cata-
luña (1976-1983)", ob. cit.
143 E. El Kadri y J. Rulli, Diálogos en el exilio, ob. cit. La referencia critica al
hombre nuevo es de El Kadri, p. 193; sobre la democracia española y
La Moncloa, véase J. Rulli, pp. 83 y 91.
144 Íd., pp. 29 y 40.
145 Íd., pp. 31-32, 41-44y 60-61.
146 La referencia a Fanon está en íd., p. 48; sobre las responsabilidades
del revolucionario, véase íd., p. 22, las bastardillas son del original.
147 Íd., p. 82, las bastardillas son del original.
148 Íd., pp.117-118.
149 C. Brocato, La Argentina que quisieron, ob. cit., y El exilio es nuestro, ob.
cit. También P. Giussani, ob. cit. Retomo algunas lecturas parciales de
esas obras en el capítulo 3, "Le vimos la cara a Dios".
150 J. C. Portantiero, "Proyecto democrático y movimiento popular", Can-
troversia, núm. 1, ob. cit., p. 7.
151 La referencia a la afirmación de N. Casul!o está en R. Pittaluga y A.
Oberti, Memorias en montaje, ob. cit., p. 67. Véase también M. Caparrós
y E. Anguita, La voluntad... , ob. cit.
152 S. Bufano, "La guerrilla argentina. El final de una épica impura",
Lucha armada, núm. 8, 2007.
153 Para un análisis del papel de los voceros de las "otras víctimas" en ese
268 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

período, véase H. Vezzetti, "Conflictos de la memoria en la Argen-


tina,1969-2000: un estudio histórico de la memoria social", Workshop
Historicizing Recent Troubles: Memory in Argentina, Chile and Perú, lnsti-
tute of Latin American Studies (ILAS), Universidad de Londres,16-17
de octubre de 2003, en: http://www.historizarelpasadovivo.cl/es_con-
tenido.php. Una versión de ese trabajo fue publicada en Lucha
Armada, núm. 1, diciembre de 2004-febrero de 2005.
154 B. Sarlo, "Una alucinación dispersa en agonía", ob. cit., pp. 2-3, las
bastardillas son del original. Es el mismo artículo en el que retomaba
y completaba una cita de H. Schmucler.
155 Véase H. Tarcus, "Notas para una crítica de la razón instrumental", ob. cit.
156 S. Bufano, "La guerrilla argentina", ob. cit., p. 43.
157 Luis Mattini, Hombres y mujeres del PRT-ERP. De Tucumán a La Tablada,
ob. cit., p. 15.
158 Cazadores de utopías, 1995, dirección de David Blaustein y guión de
Ernesto Jauretche.
159 Ese testimonio de Caparrós ha sido resaltado por A Oberti y R. Pitta-
luga, en su análisis del film, en Memorias en montaje... , ob. cit., p. 127.
160 M. Caparrós, entrevista incluida en Javier Trímbolí (comp.), La
izquierda en la Argentina, Buenos Aires, Manantial, 1998, pp. 54 y 58.
161 S. Caletti, "Puentes rotos", Lucha armada, núm. 6, mayo-julio 2006, pp.
74-77.
162 C. Reato, operación Traviata, Buenos Aires, Sudamericana, 2008.
163 Véase H. Arendt, La condición humana (1958), Buenos Aires, Paidós,
1993, especialmente caps. I y II.
164 Marta Diana, Mujeres guerrilleras, ob. cit., pp. 20-21.
165 Vuelvo sobre este punto en el capítulo 3, "Le vimos la cara a Dios".
166 Una excepción es el relato de la discusión y la sanción que culmina
con la separación de Montoneros de Nicolás Casullo y otros, a fines
de 1974. Véase La voluntad ... , ob. cit., tomo II, pp. 450-453.
167 C. Reato incluye brevemente el tema en operación Traviata, ob. cit.,
pp. 260, 273 y 276-277.
168 Véase, por ejemplo, el "Código de Justicia Penal Revolucionario" y el
"Curso de formación de cuadros", ambos de Montoneros, en Lucha
armada, núm. 8, 2007, y núms. 10 y 11, 2008.
169 S. Bufano, "La guerrilla argentina", ob. cit., p. 43.
170 C. Hilb, "La Tablada: el último acto de la guerrilla setentista", Lucha
armada, núm. 9, 2007.
171 H. Tarcus, "La secta política. Ensayo acerca de la pervivencia de lo
sagrado en la modernidad", El Rodaballo, núm. 9, verano de
1998/1999.
172 H. Vezzetti, Pasado y presente... , ob. cit., pp. 13-14.
173 Sobre la sorpresa de los militantes montoneros que pensaron inicial-
mente que había sido un atentado de la ultraderecha, véase M.
Caparrós y E. Anguita, La voluntad ... , ob. cit., tomo U, pp. 184-185.
También C. Reato, Operación Traviata, ob. cit., pp. 187-189. Sobre las
consignas, véase César Tcach (comp.), La política en consignas. Memo-
rias de los setenta, Rosario, Horno Sapiens, 2003.
174 Véase M. Caparrós y E. Anguita, La voluntad... , ob. cit., tomo II, p. 371.
175 Luis Mattini, Hombres y mujeres del PRT-ERP. De Tucumán a la Tablada,
ob. cit.
NOTAS DEL CAPÍTULO 2 269

176 L. Mattini, "Presentación", pp. 9-10, "Prólogo a la segunda edición",


pp. 13-23, y "Prólogo-epílogo a la cuarta edición", pp. 501-508, ob. cit.
177 Véase Jorge Falcone, Memorial de guerralarga. Un pibe entre cientos de
miles, La Plata, De la Campana, 2001. Federico Lorenz, '"Tomala vos,
dámela a mí'. La noche de los lápices: el deber de memoria y las
escuelas", en E.Jelin yF. G. Lorenz (comps.), Educación y memoria. La
escuela elabüra el pasado, Madrid, Siglo XXI, 2004.
178 Viviana Gorbato, Montoneros, soldados de Menem. ¿Soldados de Duhalde?,
Buenos Aires, Sudamericana, 1999, pp. 97-98. Véase también J. Fal-
cone, ob. cit., p. 84.
179 Victoria Ginzberg, "Lo más importante es que mis hijos no me vean
derrotada", Página/12, 15 de septiembre de 1998.
180 M. Seoane y H. Ruiz Núñez, La noche de los lápices, Buenos Aires, Con-
trapunto, 1986. La película dirigida por H. Olivera es del mismo año
y lleva el mismo título.
181 F. Lorenz, ob. cit., pp. 114-115.
182 Citado en Gonzalo L. Chaves y Jorge O. Lewinger, Los del 73. Memoria
montonera, La Plata, De la Campana, 1998, p. 245.
183 Véase Elke Gryglewski, "Memoria y transmisión", Simposio "Culturas
Urbanas Buenos Aires- Berlín", Buenos Aires 27-28 de abril de 2006,
mimeo. Sobre la experiencia alemana en Wannsee, véanse Casa de la
Conferencia de Wannsee, La conferencia de Wannsee y el genocidio de los
judíos europeos, Berlín, 2004, y el sirio http:/ /www.ghwk.de/ engl/kop--
fengl.htm.
184 Véase Marina Franco, "La 'teoría de los dos demonios': consideracio-
nes en torno a un imaginario histórico y a las memorias de la
violencia en la sociedad argentina actual", en prensa. Agradezco a la
autora por darme a conocer este trabajo.
185 La expresión de J. A. Ramos aparece en ¿ Qué es el FIP?, citado en
Néstor Kohan, De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y
latinoamericano, Buenos Aires, Biblos, 2000, p. 239.
186 Eric Hobsbawm, "Barbarie, una guía para el usuario", Entr,pasados,
núm. 7, fines de 1994, p. 126.
187 La nota es del 8 de febrero de 1974. En Ernesto Jauretche, Violencia y
política en los 70, ob. cit. p. 216.
188 E. Mignone, Derechos humanos y sociedad... , ob. cit., p. 57.
189 APDH, "Acta de fundación, temas de seminarios, estatutos, normas
para delegaciones", Buenos Aires, s/f. "Carta remitida al Excmo. Sr.
Presidente de la Nación sobre ciudadanos 'desaparecidos'", en La
Prensa [ espacio de publicidad], 17 de mayo de 1978. Archivo
CEDINCI [SJMP/CMS Cl/5-7]. Dado que mi objetivo no es hacer
una investigación específica sobre la APDH, para el propósito de mi
estudio me he limitado a las fuentes disponibles en este archivo. Para
una historia de la APDH véase Virginia Vecchioli, "A !uta pelo direito.
Engajamento militante e profissionalizai;ao dos advogados na causa
pelos direitos humanos na Argentina", Tesis, Museo Nacional, Univer-
sidad Federal de Río deJaneiro, 2006, pp. 274--286.
190 Sesión del Consejo de Presidencia de la APDH, Buenos Aires, diciem-
bre de 1979, pp. 3, 4-5 y 25. Archivo CEDINCI [SJMP/CMS Cl/5-7]
191 Los folletos de la APDH, sobre el Informe de la CIDH, disponibles en
el Archivo del CEDINCI, son: "Algunos testimonios de personas libe-
270 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

radas que estuvieron desaparecidas", del informe de la CIDH, s/L [c.


1979]. "Situación de las entidades de derechos humanos. Derechos
humanos, subversión y terrorismo" y "El derecho a la vida", del
informe de la CIDH, Buenos Aires, s/f. [c. 1979]. "Conclusiones" y
"Recomendaciones al gobierno argentino" del informe de la CIDH,
Buenos Aires, s/f. [c. 1979]. [SJMP /CMS Cl/5-7]. El Informe com-
pleto de la CIDH puede consultarse en:
http:/ /www.cidh.oas.org/ countryrep/Argentina80sp/indice.hnn.
192 CIDH, Informe sobre la situación de los Derechos Humanos en Argentina,
cap. III, "El problema de los desaparecidos", punto G, "Magnitud y
secuelas del problema de los desaparecidos". Incluido en APDH,
Algunos testimonios de personas liberadas que estuvieron desaparecidas, del
informe de la CIDH, ob. cit., p. 23.
193 Nunca más, ob. cit., p. 7.
194 CIDH, cap. I, "El sistema político y normativo argentino", punto E,
"Derechos humanos, subversión y terrorismo", reproducido en el
folleto de la APDH, Situación d,e las entidades de derechos humanos. Dere-
chos humanos, subversión y terrorismo, ob. cit., pp. 14, 19-20 y 22.
195 "Prólogo", Nunca más [1984], ob. cit., p. 7. "Prólogo", Nunca más, edi-
ción del 30º Aniversario del Golpe de Estado, Buenos Aires, Eudeba,
2006, en: http:/ /www.derhumanjus.gov.ar/anm/pdfs/Pro-
logo_2006.pdf.
196 E. Crenzel, La historia política de/Nunca Más, ob. cit.
197 C. Brocato, "Sí, hay dos maniqueísmos", Nueva Presencia, núm. 433, 18 de
octubre de 1985, en P. Cazes Camarero (comp.), ¿Hubo dos terrorismos?,
Buenos Aires, Ediciones Reencuentro, 1986. El debate se desarrolló en el
semanario Nueva Presencia, entre septiembre de 1985 y enero de 1986;
además de Brocato participaron, entre otros, Herman Schiller, Pedro
Cazes Camarero, Maria Seoane, Ismael V mas y Hemán Invernizzi. Agra-
dezco a Emilio Crenzel por haberme facilitado este material.
198 C. Brocato, íd., pp. 37-39, las bastardillas son del original.
199 "Prólogo", Nunca más, edición del 30º Aniversario del Golpe de
Estado, ob. cit.
200 J. Camarasa, R. Felice y D. González, El juicio. Proceso al horror, Buenos
Aires, Sudamericana/Planeta, 1985, p. 186. Véase también H. Vez-
zetti, Pasado y presente... , ob. cit., cap. III.
201 Véase Victoria Ginzberg, "De los dos demonios al terrorismo de
Estado", Pági,na/12, 15 de mayo de 2006. Incluye un entrevista al fun-
cionario. La mención de Mattarollo como uno de los autores aparece
en E. Crenzel, ob. cit., nota 325, p. 264.
202 V. Ginzberg, "De los dos demonios al terrorismo de Estado", ob. cit.
203 "Prólogo", Nunca más [1984], ob. cit., p. 7.
204 P. Ricoeur, La mémoíre, l'histoire, l'oubli, ob. cit., p. 580.

3. "LE VIMOS LA CARA A DIOS"

205 Ernesto Jauretche, Violencia y política en los 70. No dejés que te la cuenten,
Buenos Aires, Colihue, 1997, p. 29, las bastardillas son del original. La
frase habría sido pronunciada por Ignacio Vélez.
206 Véase Osear Terán, "Argentina: tocar lo intocable", Punto de Vzsta, núm. 28,
noviembre de 1986. Reproducido en De utopías, catástrofes y esperanzas, ob. cit
NOTAS DEL CAPÍTULO 3 271

207 Émile Durkheim (1912), Les Formes Élémentaires de la Vie Religieuse. Le


Systbn, Totér¡¡ique en Australie, Libro U, "Les Croyances Élémentaires".
Edición electrónica: http:/ / dassiques.uqacca/ classiques/Dur-
kheim_emile/formes_vie_religíeuse/formes_vie_religieuse.html, p.
112. [Ed. cast.: Las formas elementales de la vida religiosa: el sistema toté-
mico en Australia, Madrid, Akal, 1992.]
208 Citado por Emilio Gentile, El culto del Littorio. La sacralización de la polí-
tica m la Italia fascista, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007, p. 38.
209 Véase J Glenn Gray, The Warrior. Reflections on Men in Battle ( 1959),
University ofNebraska Press, 1998, pp. 14-15, 27, 30-33, 40 y 46-47.
[Ed. cast.: Guerreros: refiexionts del hombre m la batalla, Barcelona,
Inédita Ediciones, 2004.)
210 Íd., p. 47.
211 S. Bufa.no, "La vida plena", Lucha armada, núm. l, diciembre 2004-
febrero 2005, p. 22.
212 Véase S. Freud, "El malestar en la cultura", primera parte, en Obras
Compútas, Buenos .Aires, Amonrortu, 1979, tomo XXI.
213 Citado en Marcelo Lanaquy y Roberto Caballero, Galimbertí, de Perón
a Susana, de Montoneros a la ClA, Buenos Aires, Norma, 2000. Véase
también de Galimberti "El insomnio del guerrero", en:
http:/ /www.libreopinion.com/members/jose_marmol/ El_insom-
nio_del_guerrero.htm.
214 Íd.
215 El testimonio del marino está incluido en el libro de la periodista nor-
teamericana Tina Rosenberg, Children of Cain. Violence and the Violent
in Latin Ammca, Nueva York, William Morrow and Co., 1991, pp. 127-
131. Las declaraciones de Galimberti aparecieron en La Nación, 19 de
enero de 1998, y en "El insomnio del guerrero-, ob. cit.
216 Héctor Simeoni, Aniquilen alERP, Buenos Aires, Ediciones Cosmos,
1985. Agradezco a Vera Camovale, quien me indicó la existencia de
esta fuente y me la facilitó.
21'7 Véase Cristina Zuker, El tunde la victoria, Buenos Aires, Sudameri-
cana, 2003, pp. 227-240, en: http:/ /wv;w.elortiba.org/firme.html.
218 ]VI. Bonasso, "Estremecedor informe de inteligencia militar durante la
dictadura. Lo que sabía el 601 ", en: http:/ /www.galeon.com/ elo:r-
tiba/ docmon82.html#Montoneros: _El_llanto_para_el_enemigo_. La
misma escena es contada en el documental de María Inés Roqué,
Papá lván, 2000.
219 Como vimos, B. Sarlo lo retoma en su análisis de las narraciones de
las muertes de Victoria Walsh y Paco U rondo hechas po:r R. Walsh yJ.
Gelman, respectivamente. Véase B. Sa:rlo, "Una alucinación dispersa
en agonía", ob. cit., p. 3.
220 Véase "La guerrilla del Che en Salta, 40 años después", testimonio de
Héctor Jouvé, La Intemperie, Córdoba, núm. 15, octubre de 2004, y
Luciano Monteagudo, "Entrevista exclusiva con el argentino Ciro
Bustos: Yo fui e! chivo expiatorio", Página/12, 15 de abril de 2001, en:
http://www.pagínal2.eom.ar/2001/01-04/0l-04-l5/pag31.htm.
221 Véase Jean Delumeau, El miedo en Occidente, l'vfadrid, Taurns, 1989, p, 14.
222 J. Falcone, Memorial de g;uerralarga .. . , ob. cit., p. 152.
223 Gonzalo L. Chaves y Jorge O. Lewinger, Los del 73. Memoria montonera,
La Plata, De la Campana, 1998, pp. 178-182.
272 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

224 M. Larraquy, Fuimos soldados ... , ob. cit., pp. 131-154.


225 Íd., p. 105.
226 R. Piglia, "Ernesto Guevara, el último lector", Políticas de la memoria,
CEDINCI, núm. 4, verano 2003/2004.
227 Carlos Alberto Brncato, La Argentina que quisieron, ob. cit., p. 21.
228 M. Larraquy, ob. cit., p. 238.
229 Véase E. Gentile, El ,;ulto del Littorio. La sacralización de la política en la
Italia fascista, ob. cit.
230 Véase Ricardo Melg .Lr Bao, "La dialéctica cultural del combate: morir,
matar y renacer en la cultura guerrillera latinoamericana", Lucha
armada, núm. 4, septiembre-noviembre de 2005.
231 Ana Longoni, Traicionl!S, ob. cit.
232 R. Piglia, ob. cit., p. 31.
233 Sobre la historia de la caída de Quieto y el juicio revolucionario al que
fue sometido véase Lila Pastoriza, "La 'traición' de Roberto Quieto:
treinta años de silencio", Lucha armada, núm. 6, mayO:iulio de 2006.
234 M. La:rraquy, ob. cit., p. 233.
235 A. Longoni, ob. cit., p. 160.
236 El término corresponde a los análisis de Jean-P. Sartre en ürítica de la razón
dialéctica, Buenos Aires, Losada, 1963, libro 11, "Del grupo ala historia".
237 Menciono solamente las tesis de W. R. Bion sobre los "supuestos bási-
cos" del funcionamiento inconsciente del grnpo. Según el primero, la
dependencia, los miembros de una organización cargan sobre sí
mismos una incompetencia de la que sólo pueden ser salvados por la
subordinación a un líder poderoso. El otro supuesto, la fusión, iguala
a los miembros de un grupo: se niegan los conflictos y las diferencias,
bajo la premisa de que todos actúan de acuerdo, que saben lo que
deben hacer y cómo hacerlo. Véase W, R Bíon, Experiencias en grupos
(1961), Buenos Aires, Paidós, 1963, "Dinámica de grupo", Véase tam-
bién Stan de Loach, "El modelo Tavistock de la organización: los
conceptos de la tarea principal y las fronteras", en: http:/ /www.hfains-
tein.eom.ar/ articul/ ed_220401.htm.
238 A. Longoni, ob. cit., p. 160,
239 Íd., p. 162.
240 Véase Emest Renan, Q!,.'l!St-a qu'une nation?, ob. cit. Véase también el
cap. 1 de este libro, "La memoria justa".
241 A. Longoni, ob, cit., p. 178.
242 Felipe Pigna, "Entrevista a Mario Firmenich", en: http:/ /www.elhisto-
riador.com.ar/ entrevistas/f/firmenich. php.
243 Véase "Código de Justicia Penal Revolucionario", Lucha armada, núm.
8, 2007, pp. 124-125.
244 L. Mattini, ob. cit., p. 479.
245 JuanJosé Saer, Glosa, Buenos Aires, Alianza, 1986, p. 269.
246 Íd., pp. 277-278.
247 Íd., p. 266.
248 Íd., p. 267.
249 Véase el capítulo 2, "La política y la violencia".
250 Emile Durkheim, El suicidio (1897), Buenos Aires, Bitácora, 2000, pp.
165, 173 y 189.
251 N. Elías, El proceso de civilización, México, FCE, 1989, especialmente "El
'acortesamiento' de los guerreros", pp. 472-482.
NOTAS DEL CAPÍTULO 3 273

252 L. Mattini, "La Ordalia en el siglo XXI. Hebe de Bonafini y los de-
saparecidos 'dudosos"', La Fogata, 6 de octubre de 2006, en:
http://www.lafogata.org/recopilacion/luis_06-l.htm.
253 Véase Emmanuel Kattan, Penser le devoir de mémoire, París, PUF, 2002,
pp. 22y25.
254 Reinhart Koselleck, "Les monuments aux morts, lieux de fondation
de J'identité des survivants", ob. cit., p. 135.
255 Íd., p. 137.
256 Véase Esteban Campos, "Mártires, profetas y héroes. Los arquetipos
del compromiso militante en Cristianismo y Revolución (1966-1967)",
Lucha armada, núm. 9, 2007.
257 Cristianismo y Revolución, núm. l, septiembre de 1966.
258 Véase H.Jouvé, en La Intemperie, núms. 15 y 16, octubre y noviembre de
2004, ob. cit. El episodio era conocido; Gabriel Rot ya había investigado
y analizado esos asesinatos. Véase G. Rot, Los orígenes perdidos de la guerri-
lla en la A,gmtina. La historia de Jorge Ricardo Masetti y el Ejercito Guerrillero
delPueblo, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2000, pp. 119-124.
259 Sobre el papel cumplido por el golpe de Onganía véase el testimonio
de un protagonista de la aventura gue¡criJlera: "En 1966 el dictador
Juan Carlos Onganía apretó el botón que prendía la luz verde. Nos--
otros estábamos esperando ansiosos que lo hiciera", en S. Bufano, "La
guerrilla argentina", ob. cit., p. 52.
260 H. Tarcus, "Notas para una crítica de la razón instrumental. A propó-
sito del debate en torno a la carta de Osear del Barco", ob. cit., p. 22.
261 H. Prieto, "Memorias volterianas con final maquiavélico", El Rodaballo,
núms. 11/12, primavera/verano de 2000, p. 62.
262 M. Larraquy, ob. cit., p. 233.
263 H. Jouvé, en La Intmipme, Córdoba, núm. 15, ob. cit.
264 Véase cap. 2, "La política y la violencia".
265 Discurso del 18 de octubre de 1967, en:
http:/ /www.cuba.cu/ gobierno/ discursos/1967/ esp/f181067e.html.
266 E. El Kadri y J. Rulli, Diálogos en el exilio, ob, cit., p. 22, las bastardillas son
del original. Véase el cap. 2, "La política y la violencia", de este libro.
267 Véanse Tzvetan Todorov, Les abus de la mémoire, ob. cit., pp. 34-35 y 43-
44, y el cap. 1, "La memoria justa", de este libro.
268 Tomo los ejemplos siguientes del excelente libro de César Tcach
(comp.), La política en consignas ... , ob. cit.
269 P. Giussani, Montoneros ... , ob. cit., p. 78. "Con la barba de Ciccotti
[parlamentario socialista]/ vamos a hacer unos cepillos/ para lus-
trarle las botas/ a Benito Mussolini".
270 Íd., p. 38.
271 Íd., p. 41.
27i S. Bufano, "La vida plena", Lucha armada, ob. cit., p. 23.
273 Véase íd., pp. 50 y 56.
274 Íd., pp. 77-78.
275 James Neilson, En tiempos de oscuridad. 1976/1983, Buenos Aires, Emecé,
2001, p. 131. Corresponde a la columna del 5 de agosto de 1979.
276 C. Tcach, ob. cit., p. 11.
277 N. Cohn, The Pursuit ofthe Millenium, Nueva York, Oxford University
Press, 1977, p. 281. [Ed. cast.: En pos del milenio: revolucionarios milena-
ristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Madrid, Alianza, 1997.]
274 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

278 M. Larraquy, ob. cit., pp. 87-88 y 104.


279 N. Cohn, ob. cit., p. 284.
280 G. Plis-Sterenberg, Monte Chingo/o, ob. cit., pp. 148-151.
281 Véase N. Elias, ob. cit., pp. 490-491.
282 P. Giussani, ob. cit., p. 36.
283 Véase H. Arendt, Sobre la violencia, ob. cit., pp. 48-78.
284 Íd., pp. 85 y 107.

4• EL HOMBRE NUEVO

285 N. Cohn, ob. cit., p. 29.


286 Véanse los testimonios recogidos entre ex militantes del ERP, en Vera
Carnovale, "'.Jugarse al Cristo': mandatos y construcción identitaria
en el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucio-
nario del Pueblo (PRT-ERP)", Entrepasados, año XlV, núm. 28, fines
de 2005.
287 Se trata de una de las fotos que sacó Freddy Alborta, que fue asociada
posteriormente a La lamentación sobre Cristo Muerto, de Andrea Mantegna
(1490), y a La lección de anatomía del doctar Nicolás Tulp, de Rembrandt
(1632), y ha alimentado una iconografía de martirio. Véase J. Aulicino,
"La Pasión del Che Guevara", Clarín, 29 de septiembre de 2007, en:
http:/ /www.clarin.com/ suplementos/ cultura/2007/09 /29 /u-
00811.htm.
288 Sophie-Anne Leterrier, "L'homme nouveau, de l' exégese a la propa-
gande", en Marie-Anne Matard-Bonucci y Pierre Mi1za (comps.) L 'Hom=
nouveau dans l'Europe fascista (1922-1945), Paris, Fayard, 2004, pp. 24-25.
289 Véase Mona Ozouf, "La Révolution frarn;;aise et la formation de
l 'homme nouveau", en M. Ozuf, L'homme régénéré. Essasi sur la Révolu-
tion franr;aise, París, Gallimard, 1989.
290 Sophie-Anne Leterrier, ob. cit., pp. 30-31.
291 Véase Mona Ozouf, ob. cit., pp. 119-120.
292 Íd., pp. 31-32.
293 Citado en Remo Bodei, La geometría de las pasiones, México, FCE, 1995,
pp. 355-358.
294 Citado en íd., p. 366.
295 Íd., p. 406.
296 M. Merleau-Ponty, Humanismo y terrar (1947), Buenos Aires, Leviatán,
1956, pp. 25-32.
297 R. Botlei, ob. cit., p. 361.
298 M. Merleau-Ponty, ob. cit., p. 27.
299 Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (1951), Madrid, Taums,
1974, pp. 30-31.
300 R. Bodei, ob. cit., pp. 377-378.
301 Véase Francisco Rubio Llorente, "Introducción", en Carlos Marx,
Manuscritos: econornía y filosofía (1844), Madrid, Alianza, 1968.
302 La primera edición italiana es de 1949, la inglesa de 1959 y la francesa
de 1962. Hubo una primera en castellano, en Chile, en 1960, y otra,
hecha por Wenceslao Roces en México, en 1962.
303 México, Editorial América, 1938. Primera edición argentina: Buenos
Aires, El Ateneo, 1939.
NOTAS DEL CAPÍTULO 4 275

304 E. Guevara, "El socialismo y el hombre en Cuba", en O&ras Com:pletas, ob.


cit, p. 191; publicado originalmente en Marcha, Montevideo, núm. 1246,
mano de 1965. El libro con las lecciones de Ponce se había publicado en
La Habana en 1962. Sobre el pensamiento humanista de Guevara y la
influencia de Ponce véase Néstor Kohan, De Ingenieros al Che. Ensayos so&re
el marxismo argentino y latinoamericano, ob. cit., pp. 200-202.
305 Íd., p. 196.
306 Íd., p. 90.
307 E. Guevara, "Qué debe ser un joven comunista", en O&ras Com:pletas,
ob. cit., pp. 88-100.
308 A. Caparrós, "Incentivos morales y materiales en el trabajo", La Rosa
Blindada, año I, núm. 6, octubre de 1965, pp. 30-37, y núm. 7, diciem-
bre de 1965, pp. 25-31. Tomo los textos de la compilación de Néstor
Kohan, La Rnsa Blindada, una pasión de los 60, Buenos Aires, Ediciones
La Rosa Blindada, 1999.
309 A. Caparrós, ob. cit., p. 195.
310 Íd., pp. 183 y 191.
311 Íd., p. 208.
312 M. Caparrós y E. Anguita, La voluntad... , ob. cit., tomo 1, p. 56.
313 E. Guevara, "Guerra de guerrillas: un método" (1963), ob. cit., pp.
358-362. La figura del guerrillero como prefiguración del hombre
nuevo ha sido explorada en Gabriel Rot, "Lanzando semillas con de-
sesperación", Lucha armada, núm. 9, 2007, pp. 28-30.
314 E. Guevara, "Guerra de guerrillas: un método", ob. cit., pp. 366-367.
315 Véase el cap. 3, "Le vimos la cara a Dios", en este libro.
316 "Puesto que, ¡podéis creerme!, el secreto para cosechar la máxima
riqueza y el máximo gozo de la existencia es ¡vive peligrosamente!", F.
Nietzsche, El gay saber (1882), Madrid, Espasa-Calpe, 1986, aforismo
núm. 283, p. 196. En el mismo aforismo celebra los signos de una
época "más viril", en la que emerjan la valentía y el heroísmo y en la
que "se hagan guerras a causa de los pensamientos y sus consecuen-
cias" (las bastardillas son del original).
317 Umberto Eco, "Il fascismo eterno", en Cinque scritti morali, Milano,
Bompiani, 1997. Conferencia pronunciada en el Congreso de Filolo-
gía italiana y francesa para conmemorar la insurrección italiana y la
liberación de Europa del nazismo, celebrado en abril de 1995. [Ed.
cast.: Cinco escritos morales, Barcelona, Lumen, 1997.]
318 Giuseppe Parlato, La sinistm fascista. Stmia di un progetto mancato, Bolo-
nia, 11 Mulino, 2000.
319 M. LanaquyyR. Caballero, Galimberti... , ob. cit.
320 M. Larraquy, Fuimos soldados, ob. cit., p. 123.
321 Para un análisis denso y polémico de la categoría "fascismo de
izquierda", histórico y teórico, y su aplicación al peronismo en gene-
ral y a Montoneros en particular, véase Juan José Sebreli, Los deseos
imaginarios dtl peronismo, Buenos Aires, Legasa, 1983, cap. VI.
322 E. Gentile, "L'homme nouveau' du fascisme. Réflexions sur une expé-
rience de révolution anthropologique", en Marie-Anne
Matard-Bonucci y Pierre Milza, L'Homm, nouveau dans l'Europefascista
(1922-1945), ob. cit. Sobre las diferencias con el tipo de liderazgo de
Hitler y las razones por las que es mucho más limitado el motivo del
hombre nuevo en el nazismo, véase M.-A. Matard-Bonucci, "L'homme
276 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

nouveau entre dictature et totalitarisme", ob. cit., p. 14, y Philippe


Bun:in, "Nazisme et homme nouveau", ob. cit., pp. 65-74.
323 E. Gentile, El culto delLittmio ... , ob. cit., p. 116.
324 E. Gentile, "L"homme nouveau' du fascisme ... ", ob. cit., pp. 57-60.
325 P. Burrin, ob. cit., p. 65.
326 Citado en E. Gcntile, "L"homme nouveau' du rascisme ... ", ob. cit, p. 62.
327 E. Gentil e, El culto del Littmio .. . , ob. cit., p. 37.
328 Véase J. Ingenieros, "El suicidio de los bárbaros" (1914), enJ. Inge-
nieros, Antiimperi.alismo y nación, introducción de O. Terán, México,
Siglo XXI, 1979.
329 Véase "Incidente en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca
entre el general Millán Astray y su rector don Miguel de Unamuno y
Ujo, el 12 de octubre de 1936", en: http:/ /www.cervantesvirtual.com/
servlet/MuestraForo?auto1=2968&comentari0=l822.
330 Véase R. Bodei, ob. cit., p. 416.
331 Sobre el poder soberano, véanse los análisis de Michel Foucault en Le
pouvoirpsychiatrique. Cours au Corlege de France (1973-1974), París, Galli-
mard-Seuil, 2003, clase del 21 de noviembre de 1973, y en llJaut
défendre la societé. Cours au College de France (1975-1976), París, Galli-
mard-Seuil, 1997, clase del 17 de marzo de 1976. Sobre el elogio del
verdugo, véase Joseph de Maistre, Les Soirées de Saint-Pétersbourg (1821),
ou Entretiens sur le gouvernnnent temporel de la Providence, "Premier entre-
tien", en:http://cage.ugent.be/-dc/Literature/JMSP/JMSPl.html.
332 Íd., p. 54.
333 Sobre Mussolini, véase P. Milza, "Mussolini, figure emblématique de
l"homme nouveau'", en M.-A. Matard-Bonucci y P. Milza, ob. cit.
334 Sobre la noción de institución total véase Erv:ing Goffman, Internados,
Buenos Aires, Amorrortu, 1970. Sobre el hombre colectivo organi-
zado véase E. Gentile, "L"homme nouveau' du fascisme ... ", ob. cit.,
pp. 59-60.
335 Citado en N. Kohan, ob. cit., p. 285.
336 F. Fanon, Los condenados de la tierra, México, FCE, 1963, pp. 45 y 54.
337 Íd., p. 66.
338 Íd., pp. 77 y 85.
339 J.-P. Sartre, "Prefacio", en F. Fanon, ob. cit., p. 20.
340 H. Prieto, "Memorias volterianas con final maquiavélico", ob. cit., p.
66. Sobre la moral de la proletarización véase A. Oberti, "La moral de
los revolucionarios", y el documento de Luis Ortolani, "Moral y prole-
tarización" (1972), en Políticas de la memmia, CEDINCI, núm. 5,
verano de 2004/2005.
341 Sobre el motivo antiburgués en el fascismo véase E. Gentile,
"L"homme nouveau' du fascisme ... ", ob. cit., pp. 46-47.
342 C. Altamirano, "La pequeña burguesía, una clase en el purgatorio",
Prismas, Universidad Nacional de Quilmes, núm. 1, 1997, p. 110.
343 En Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la Resistencia peronista,
1955-1970, La Plata, De la Campana, 1997, p. 591.
344 Véase M.-A. Matard-Bonucci, "Profil racial de l'homme nouveau sous le
fascisme italien", en M.-A. Matard-Bonucci y Pierre Milza, ob. cit., p. 158.
345 Ana Guglielmucci, "Dar la vida y la muerte por la revolución. Moral y
política en la praxis militante", Lucha armada, núm. 5, febrero-abril de
2006, pp. 77 y 82.
NOTAS DEL APÉNDICE 277

346 Por ejemplo, el de Kad Lowit, Historia del mundo y salvación (1949),
Buenos Aires, Katz, 2007.

APÉNDICE: ESPACIOS, MONUMENTOS, MEMORIALES

347 Para un análisis de las propuestas véase H. Vezzetti, "Memoria histórica


y memoria política: las propuestas para la ESMA", Punto de Vzsta, núm.
86, diciembre de 2006, incluido en el apéndice de este libro. Sobre las
discusiones promovidas por Memoria Abierta, véase Colección Memo-
ria Abierta, Buenos Aires, marzo de 2000, en:
http:/ /www.memoriaabierta.org.ar/pdf/ museo_de_la_memoria.pdf.
La serie de reuniones y debates pueden consultarse en "Camino al
Museo" en la página web de Memoria Abierta. Esta institución realizó
varias jornadas en septiembre y octubre de 1999, julio y octubre de
2004; también organizó un taller sobre "uso público de los sitios", en
junio de 2006, y un coloquio internacional, "El Museo que queremos'',
enjulio de 2007. Véase
http://www.memoriaabierta.org.ar/camino_al_museo_jomad~.php.
Memoria Abierta es una entidad sostenida por los organismos de dere-
chos humanos. En su origen, estaba integrada por ocho: Abuelas de
Plaza de Mayo, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos,
Centro de Estudios Legales y Sociales, Familiares de Desaparecidos y
Detenidos por Razones Políticas, Madres de Plaza de Mayo (Línea Fun-
dadora), Servicio Paz y Justicia, Fundación Memoria Histórica y Social
Argentina y Asociación Buena Memoria. En las primeras jornadas sobre
el museo participaron también la Liga Argentina por los Derechos del
Hombre y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Hoy,
según puede verse en su página web, quedan cinco: APDH, CELS,
Madre~ de Plaza de Mayo (Línea Fundadora), SERPAJ y Fundación
Memoria Histórica y Social Argentina. Abuelas fue el primer organis-
mos renunciante, en 2004; Familiares y Buena Memoria, lo hicieron a
mediados de 2005 (agradezco a Patricia Valdez esta información).
348 La Nación, 21 de noviembre de 2007. También CEI.S, Derechos humanos en
Argrntina. Infon,u 2008, ob. cit, p. 48, y Página/12, 23 de marzo de 2008.
349 Página/12, 27 de enero y lº de febrero de 2008. Sobre las ideas pre-
vias de Hebe de Bonafini, véase Clarín, 3 de abril de 2004. En ese
momento, luego de cuestionar el proyecto porque "en el futuro
museo no se exhibirán las armas usadas por los grupos guerrilleros",
ya proponía crear en la ESMA "una escuela de arte popular que tenga
que ver con nuestra cultura".
350 En principio, la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos se negó a
participar en el reparto de lugares. Véase CELS, Derechos humanos en
Arg=tina. Informe 2008, ob. cit., p. 49. Uno de los miembros de la .Aso-
ciación denunció que se trataba de "un loteo por espacios entre
organismos". Véase Página/12, 23 de marzo de 2008.
351 Revista Zoom, 6 de junio de 2008, en: http:/ /revista-zoom.com.ar/articu-
lo2310.html.
352 La sen.encía de agregaciones es como sigue. En 1998, en la Comisión
Pro-Mc,numento de la ciudad se incluyeron nueve organismos (Abue-
las de P:aza de Mayo, Asamblea Permanente por los Derechos
278 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

Humanos, Centro de Estudios Legales y Sociales, Familiares de Desa-


parecidos y Detenidos por Razones Políticas, Fundación Memoria
Histórica y Social Argentina, Liga Argentina por los Derechos del
Hombre, Madres de Plaza de Mayo [Línea Fundadora], Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos, Servicio Paz y Justicia); luego
se incorpora Buena Memoria. En 2002, esos diez organismos constitu-
yen la Comisión Directiva del IEM (que incluía cinco legisladores,
cinco representantes del Ejecutivo, además de seis "personalidades",
elegidas por la propia comisión), pero luego se agregan dos:
H.IJ-O.S. y Herman@s de Desaparecidos por Verdad y Justicia, de
modo que totalizan doce. El mosaico de los organismos prevalece
sobre los delegados del Legislativo y el Ejecutivo de la ciudad. En
2007, en el Ente interjurisdicdonal, se agrega la Asociación Madres
de Plaza de Mayo (línea Bonafini) y estaba prevista la inclusión de la
Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, que rechazó participar.
Véase leyes 46/98 y 961/02 de la Legislatura de la Ciudad de Buenos
Aires, y CELS, Derechos humanos en Argmtina, ob. cit., p. 49.
353 CELS, ob. cit., pp. 50-51. Patricia ValC:ez, Laura Conte, Horaciv, Ver-
bitskyy otros, "Carta de renuncia al IEM", 27 de agosto de 2007,
archivo personal. En noviembre de ese año, Hilda Sabato también
renunció al Consejo Directivo que integraba, con argumentos simila-
res: el Instituto desatiende su relación con la sociedad y se ha
convertido "en un lugar de defensa de posturas y posiciones previas".
354 Sobre el proceso de decisiones en la creación del parque y del monu-
mento, aprobado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos i\Jres, en
julio de 1998, véanse H. Vezzetti, "Memoriales del terrorismo de
Estado en Buenos Aires: el Parque de la Memoria", Espacios, Facultad
de Filosofía y Letras, UBA, núm. 33, noviembre-diciembre de 2005,
incluido en el apéndice de este libro, y CELS, ob. cit., p. 52.
355 Véase http:/ /www.parquedelamemoria.org.ar/parque/index.htm.
356 V. Vecchioli, Os Traba/has pela Memória •. Um Esbo,;o do Campo dos Dimtos
Hurnanos na Argentina Através da Constru,;iio Social da Categmia Vítima do
Termrisrno d.eEstado, tesis de maestria, UFRJ/Museu Nacional/PPGAS,
Rio deJaneiro, 2000; director: Federico Neiburg; cap. 4. Una versión de
la tesis puece consultarse en V. Vecchioli, "Políticas de la memoria y
formas de clasificación sociaL ¿Quiénes son las 'Víctimas del Terrorismo
de Estado' en la .Axgentina?", en Bruno Groppo y Patricia Flier
(comps.), La imposibilidad del olvido. R.ewrridos de la memoria en Argentina,
Chile y Uruguay, La Plata, Ediciones al Margen, 2001. Sobre las expresio-
nes de las legisladoras, véanse úgislatura de la Ciudad de Buenos Aim,
Acta de la 2ª Sesión Especial, 18 de marzo de 1998, pp. 4-5; Audiencia
Pública, 22 de mayo de 1998, p. 50; V. Vecchioli, tesis, ob. cit, pp. 11 y 19.
357 Ley 46/98 de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. La Comi-
sión Pro-Monumento estaba constituida por el vicepresidente de la
Legislatura, once diputados, nueve representantes de los organismos
(luego diez, ya mencionados), cuatro funcionarios del Ejecutivo y un
representante de la Universidad de Buenos Aires; en los hechos, los
protagonistas mayores han sido los representantes de los organismos.
358 Véanse "Hay heridas que no pueden cenarse", Página/12, 25 de
marzo de 1999, y Marta Dillon, "La piedra fundamental", Página /12,
31 de marzo de 1999. Para una exposición detallada de esos debates
NOTAS DEL APÉNDICE 279

véase V. Vecchioli, ob. cit., cap. 3. Para el texto definitivo véase Comi-
sión Pro-Monumento, Acta-Informe del 27 de octubre de 1999.
Agradezco a Florencia Battiti, cordinadora de la Comisión, y a Clara
Barrio, quienes me brindaron su amable asistencia en la consulta de
las actas disponibles, en noviembre de 2008.
359 V. Vecchioli, ob. cit., pp. 51 y 53-55.
360 Comisión Pro-Monumento, Actas de las reuniones del 12 y 26 de julio
de 2000.
361 Véanse Actas del 15 de febrero de 2006 y del 12 de mayo de 2006, y
"Frases propuestas para el Monumento", s/f.
362 Minuta del 21 de febrero de 2006 y, sobre todo, reunión plenaria del
12 de mayo de 2006.
363 Véase Reinhan Koselleck, "Les monuments aux morts, Jieux de fon-
dation de J'identité des survivams", ob. cit.
364 Artículo publicado en Punto de Vista, núm. 79, agosto de 2004.
365 Página/12, 6 de junio de 2004. Se trata de una visita con funcionarios
y profesionales, guiada por ex secuestrados, "para ver qué quedó y
deberá ser conservado en el museo".
366 S. Bufano, "Peronismo: víctima o victimario", La ciudad futura, núm.
55, otoño de 2004.
367 Véase la conferencia de prensa del secretario de Derechos Humanos,
Eduardo L. Duhalde y de los representantes de los organismos de
derechos humanos, Estela Carlotto, Miguel Monserrat, Lila Pastoriza
y Marta Vázquez, 9 de febrero de 2004, en:
http:/ /www.presidencia.gov.ar/prensaoficial/txt.
368 Véase http:/ /www.cels.org.ar/Site_cels/index.html.
369 Véase http:/ /www.cta.org.ar/NewsPub/Archives/3/3-2004.shtml. La en!:re-
vista a la diputada del ARl apareció en Página/12, 30 de mayo de 2004.
370 Versión corregida del trabajo leído en el Simposio L-1temacional "Cul-
turas ur0¡,nas de la memoria: Berlín y Buenos Aires", Berlín, 21-23 de
junio de 2005. Ponencia: "Memoriales del terrorismo de Estado en
Buenos Aires: representación y política", Instituto Ibero-americano y
Academia Europea de Berlín, Alemania. Publicado en Espacios, Fac.
Filosofía y Letras, UBA, núm. 33, nov./ dic. 2005.
371 La información disponible está en: http:/ /www.parquedelamemo-
ria.org.ar/parque/index.htm, y en Comisión Pro-Monumento a las
Víctimas del Terrorismo de Estado, Prrry,cto Parqut de la Memcrria,
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2003. Agradezco a los arqui-
tectos Gonzalo Conte, ex asesor de la Comisión;y Evedia Gabin,
participante por la UBA, la información que me proporcionaron. La
ley fue debatida y aprobada sobre tablas en la sesión especial del 18
de marzo de 1998. En cuanto a los otros memoriales, la información
más completa sobre el monumento a los Justos "gentiles", es decir, no
judíos, se encuentra en el sitio web de la Fundación Raoul Wallen-
berg, http:/ /www.raoulwallenberg.net; sobre el de la A.v!IA no hay
ninguna información ni en la Comisión ni en la propia AMIA.
372 A. Huyssen, "El Parque de la Memoria. Una glosa desde lejos", Punto
de Vista, núm. 68, diciembre de 2000.
373 Para una exposición ampliada véase Graciela Silvestri, "Memoria y
monumento", Punto de Vista, núm. 64, agosto de 1999.
374 La primera cita corresponde a Marcelo Brodsky, "Génesis y evolución
280 SOBRE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA

de una idea", &mona, 9-10, diciembre de 2000/marzo de 2001, p. 6.


La segunda es de "Conversación con Taty de Almeida de Madres de
Plaza de Mayo", Ramona, íd. p. 12.
375 Llilian Llanes, "Quienes cierran los ojos al pasado se convierten en
ciegos para el futuro", Comisión Pro-Monumento a las Víctimas del
Terrorismo de Estado, Proyecto Parque de la Memoria, ob. cit., pp. 14y 16.
376 En e~pecial, G. Silvestri, "El arte en los límites de la representación",
Punto de Vista, núm. 68, diciembre de 2000, y Lux Lindner, "Bocetos
en una servilleta", &mona, ob. cit., p. 16.
377 Inés Vasquez, "¿Parque Justicia?", Ramona, ob. cit., p. 8, expone la
posición de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos.
378 En una carta pública, Hebe de Bonafini, en nombre de su agrupación
de Madres de Plaza de Mayo, rechaza que "los nombres de nuestros
hijos estén en el monumento que quieren levantar[ ... ] los mismos
que perdonaron a los asesinos y que en muchos casos se aliaron con
ellos. Si fuera necesario usaremos pico, martillos y cortafierros para
borrar los nombres grabados en ese monumento que, para nosotras,
ofende a nuestros queridos revolucionarios". Citado en Patricia
Valdez, "El Parque de la Memoria en Buenos Aires", en E. Jelin y V.
Langland ( comps.), Monumentos, memoriales y marcas territoriales,
Madrid, Siglo XXI, 2003, p. 107.
379 Artículo publicado en Punto de Vista, núm. 86, diciembre de 2006.
380 En la Ley 46 (1998) de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, que
crea el monumento en el Parque costero, se incluyen representantes de
diez organismos, entre los más conocidos: las Abuelas, las Madres línea
Fundadora, el CELS y el SERPAJ. El Convenio 8/2004 entre el Estado
nacional y el gobierno porteño, para la construcción del Espacio en la
ESMA, si bien menciona la participación de los organismos, no especi-
fica cuáles. Sin embargo, en una de las pocas exposiciones públicas (casi
la única), :realizada por el secretario de Derechos Humanos de la
Nación, Eduardo L. Duhalde (8 de marzo de 2004), el funcionario men-
cionó siete organismos, la mayoría de los cuales no participa del otro
proyecto; por ejemplo, la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos,
que acompaña a Duhalde y habla por los organismos en esa ocasión, no
integra el grupo que apoya el emprendimiento de la ciudad. Véase
http://www.derhumanjus.gov.ar/disc-conf/08-03-04.html.
381 Pueden consultarse en: http:/ /www.derhumanjus.gov.ar/ espaciopa-
ralamemoria/
382 El Espacio fue creado por el Convenio 8/04 entre el Estado nacional
y la ciudad de Buenos Aires, el 24 de marzo de 2604.
383 Un análisis de la comparación entre la ESMA y Auschwitz, un lugar
común de los discursos militantes de memoria, excede los límites de
este artículo. En principio, si se toma en cuenta el análisis de James
Young, que es de 1993, en Auschwitz no hubo ni conservación ni
reconstrucción sino una enconada disputa entre memorias, a partir
de la imposición de una memoria polaca y católica. Véase J. E. Young,
The Textures ofMemory. Holocaust lvlemorials and Meaning, New Haven y
Londres, Yale University Press, 1993.
384 Véase http://www.cels.org.ar/Site_cels/index.html.
385 Una información detallada puede encontrarse en:
http:/ /www.ghwk.de/ engl/kopfengl.htm.

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