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Las COMPILADORES

JAIME AROCHA

v10 enc1as:
.,
FERNANDO CUBIDES

1nc us1on
MYRIAM JIMENO


creciente
Facultad de Ciencias Humanas UN
Colección CES
© 1998. CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES, CES
Facultad de Ciencias Humanas
Universidad Nacional de Colombia
Carrera 50 No. 27-70
Unidad Camilo Torres Bloques 5 y 6
Correo electrónico: ces@bacatausc.unal.edu.co

Esta publicación contó con el apoyo de Coldcncias, Programa.Implantación de Proyec-


tos de Inversión en Ciencia y Tecnología, Snct, Subproyecto de Apoyo a Centros y Gru-
pos de Excelencia 29/90.

Primera edición:
Santafé de Bogotá, mayo de 1998

Portada
Paula Iriarte

Coordinación editorial
Daniel Ramos, Utópica Ediciones
www.utopica.com

Printed and made in Colombia


Impreso y hecho en Colombia
Contenido

Presentación
Marco Palacios .............. .
··································9
Introducción
Los editores ..,.
··············································26

Primera parte
Los PROTAGONISTAS

Evolución reciente del conflicto armado en


Colombia: la guerrilla
Camilo Echandía Castilla ......................................................................... 35

De lo privado y de lo público en la violencia


colombiana: los paramilitares
Fernando Cubides C ..........................................;.. ·.:....·:·.·............................. 66

El ejército colombiano:
un actor más de la violencia
Andrés Dávila Ladrón de Guevara ....
··································· 92

Segunda parte
LÍMITES BORROSOS

Rebeldes y criminales
Mauricio Rubio ........... . ······ 121

7
La violencia política y las dificultades de la , ,, ,
construcción de lo público en Colombia: una
mirada de larga duracion
Fernán E. González ............................... "···············/'·········:··;· ..,.,.,;-.·.-............ 163

¿Ciudadanos en armas? ,/'


Francisco Gutiérrez Sanín ......................................';·: ....(: ........................ 186

Tercera parte
GUERRA Y CASTIGO

Etnia y guerra: relación ausente en los estudios


sobre las violencias colombianas
Jaime Arocha Rodríguez ......................................................................... 205

Víctimas y sobrevivientes de la guerra: tres


miradas de género
Donny Meertens .................................................................................... 236

Diario de una militancia


María Eugenia Vásquez P. ,. ............... 266

El castigo a través de los ojos de los niños


Ximena Tabares ...................................................................................... 286

Corrección y respeto, amor y miedo en las


experiencias de violencia
Myriam Ji meno ....................................................................................... 311

8
Presentación
Marco Palacios

VITALIDAD Y MALESTAR

Las investigaciones de la actual violencia colombiana dan buena


cuenta de la vitalidad de las ciencias sociales en el país. Para la
muestra este volumen en que los profesores de la Universidad Na-
cional Myriam Jimeno, Jaime Arocha y Femando Cubides reunie-
ron diestramente un grupo de investigadores y temas. El vigor de
estos trabajos que prolongan una línea de muchos años, se alimen-
ta del apoyo en la investigación empírica, del esfuerzo multidisci-
plinario, de la sospecha en los grandes rendimientos de la teoría ge-
neral. Del rico tapiz de hipótesis, hallazgos y conclusiones de este
libro, muchas de las cuales escapan completamente a mi capacidad
profesional (ignoro por ejemplo a Bateson, central según veo en las
hipótesis de Jimeno y Vásquez), quisiera destacar algunas que re-
suelven o dejan abiertos problemas que tienen un claro interés
~académico y, acaso, público.
En esta hora de la pospolítica o de la antipolítica, casi todos sus
autores mantienen los pies firmes aunqlle el pulso agitado en un
terreno que todavía pertenece al gran proyecto de la modernidad.
Este libro deja en claro el malestar de los investigadores frente a
las violencias, explicable por su conciencia cívica.
En casos encontramos una manifiesta tensión existencial, co1no
en la exposición de María Eugenia Vásquez, sobre los trances de
narrar su propia vida en términos etnográficos, después de haber
pasado 18 años de militancia clandestina en el M-19.

9
Marco Pa,lacios

LOS CONTEXTOS

Desde ahora quisiéramos proponer que las trayectorias de la pro-


ducción académica sobre la violencia colombiana se entienden me-
jor dando centralidad a la atmósfera cultural y moral predominan-
te en cada momento. Ésta da contexto a los marcos institucionales
en que se realiza la investigación, así como a los orígenes sociales
de los investigadores, afiliaciones ideológicas, ethos profesional y
aún a las técnicas que emplean.
El punto de partida de esta considerable producción es, como
se sabe, el libro clásico La Violencia en Colombia, (1962) de Guzmán,
Fals y Umaña, y, el punto de llegada, el torrente de producciones
posteriores a Colombia: violencia y democracia, ( 198 7) que marca el
otro hito.

LA DÉCADA DE 1960

Por los años sesenta el malestar de los académicos engagés se des-


cargaba sobre el sistema político y social y sus clases gobernantes
que no bien salían del túnel dictatorial entraban al oligárquico, y
no sobre los actores armados de las violencias, como parece ser el
caso de nuestros días. De ahí, quizás, la amplia gama de reacciones
partidarias y periodísticas que nuestro clásico de la violencia susci-
tara en el segundo semestre de 1962.
En algún lugar sugerimos que la interpretación adelantada por
Camilo Torres Restrepo del lihro de sus entrañables colegas del
Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, sobre lo
que ahora,Ilamamos la violencia clásica, encajaba en una visión exis-
tencialista politizada. 1 La lectura que de él hiciera Camilo -él mis-
mo uno de los pioneros de la moderna sociología colombiana y ca-
pellán universitario-, lindaba en una exaltación de la violencia con-
tra las élites reaccionarias y egoístas que hloqueaban los canales de
ascenso económico, social, cultural y de repre·sentación política de
las mayorías, en particular del campesinado, y que habían trans-
formado a los políticos del régimen en gentes de manos suC1as,
como habría sentenciado Sartre.

1
Marco Palacios, Interpreting La Violencia in Colombia. University of Oxford,
St. Anthony's College. Oxford: 26 de Mayo de 1992 (inédito).

10
Presentación

En la década de los sesenta, la violencia genérica aparecía como


un ejercicio de purificación colectiva, en una clave que habría so-
nado familiar a los anarquistas y narodniki rusos del siglo XIX. La
atmósfera de aquellos años estaba cargada de huracanes sobre el azú-
car; de condenados de la tierra empuñando los fusiles de la liberación
nacional; de la rebeldía de los estudiantes norteamericanos contra
el servicio militar obligatorio y la guerra en Vietnam; de la lucha
por los derechos civiles y los motines negros en las grandes ciuda-
des de Estados Unidos; de la gran revolución cultural proletaria
maoísta de los guardias rojos con su consigna de un absolutismo
adolescente: La rebelión se justifica; del París de mayo del 68. Ése
año, los Buendía de Macando entraron a la literatura universal con
el grito atávico del jefe del clan ante un pelotón de fusilamiento:
!Viva el partido liberal, cabrones!

LOS USOS LEGITIMADORES DE LA HISTORIA

Debe ser imposible documentarlo, pero es válido conjeturar que la


lectura de Los grandes conflictos socioeconómicos de nuestra historia de
Indalecio Liévano Aguirre alimentó la imagi,nación sociológi,ca de
Camilo Torres. Aparte de sus valores intrínsecos, esta obra obtuvo
inmensa acogida en las clases medias lectoras que, por esos años,
intentaban inventarse una personalidad propia. El mercadeo fue
esencial en la difusión del trabajo de Liévano. Recordemos que fue
publicado inicialmente por capítulos en dos revistas bogotanas de
gran prestigio social dirigidas por Alberto Zalamea quien, además,
estuvo al frente de uno de los experimentos de divulgación edito-
rial más importantes de la historia cultural del país: los Festivales del
Libro con sus dos colecciones de diez ejemplares cada uno y cuya
posesión daba señas de identidad a las clases medias. El primer ca-
pítulo de Los grandes conflictos... apareció en Semana, (No. 662, del
lº de Septiembre de 1959) y el último en La Nueva Prensa, (No. 75,
del 6-12 octubre de 1962). En formato de libro (4 vols.), y sin modi-
ficaciones y sin fecha salió con un tiraje de 10.000 ejemplares con
el sello de La Nueva Prensa. En 1964 apareció en un volumen en
Ediciones Tercer Mundo. De entonces a la fecha, ha tenido varias
reimpresiones, y junto con sus biografías de Bolívar y Nuñez, acre-
ditó a Liévano como la pluma más poderosa de la historiografía co-
lombiana en las décadas de 1940 a 1960.
En las luchas ideológicas por la legitimación del Frente Nacional
que, en sus inicios, coincidió con las celebraciones del sesquicente-

11
Marco Pa 1acios

nario de la Independencia, los historiadores se emplearon a fondo.


Argumentando implícitamente contra el pacto oligárquico de 1957-
58, legatario de las frondas coloniales, actuantes en 1810, Liévano
Aguirre, miembro del círculo íntimo del compañero jefe del MRL,
Alfonso López Michelsen, propuS<> una reinterpretación del pasa'
do histórico mediante un paradigma dicotómico Austria-Barbón.
La contraposición de las dos dinastías que mandaron en los tres si-
glos de Imperio español en América, no se agotaba en los meros
modos y formas de gobierno. Debía remitirse a los profundos y
prolongados efectos que arrojaron aquellos dos modelos básicos
de gobernar en los valores políticos y en la débil conformación del
pacto social de los colombianos. Sin vacilar, Liévano condenó el
esquema barbón aduciendo que, detrás de un racionalismo m o-
dernizador que hacía tabula rasa de la heterogeneida<;I social
(implícitamente étnica), había promovido la injusticia. En una veta
muy peculiar de interpretación jesuítica, optó por los Austria. La
piedra angular de este discurso descansaba en la noción de justicia,
conforme a los grandes teólogos jesuitas de Salamanca de los siglos
XVI y XVII. Noción que no está demasiado lejos de las proposicio-
nes más recientes de la economía moral (E.P. Thompson, J.C. Scott)
y que tienen uno de sus pioneros, no siempre reconocido, en Bar-
rington Moore.
La imagen de una oligarquía injusta y manipuladora que hundía
raíces en los conquistadores-encomenderos, fue tomada al vuelo
por Camilo en su estudio de sociología positiva, 2 presentado al Pri-
mer Congreso Nacional de Sociología (Bogotá, 8-10 de marzo de
1963): «La violencia ha constituido para Colombia el cambio socio-
cultural más importante en las áreas campesinas desde la conquista
efectuada por los españoles». 3 Lo específico de este cambio, que
no dudó en calificar de modernizador, fue que la violencia sacudió
la inmovilidad social en las zonas rurales y «simultáneamente prod u-
jo una conciencia de clase y dio instrumentos anormales de aseen-
so social... [que] cambiaron las actitudes del campesino colombi a-
no, transformándolo en un grupo mayoritario de presión». 4
2
Camilo Torres, "La violencia y los cambios socio-culturales en las áreas rura-
les colombianas", en Cristianismo y revolución, Prólogo, selección y notas de
Óscar Maldonado, Guitemie Oliviéri y Germán Zabala, México, D.F., 1970, p.
227.
3
!bid., p. 268.
4
!bid., p. 262.

12
Presentación

En este punto quizás deberíamos subrayar la ausencia del ele-


1nento nacional en el argumento de Torres. Tomando en conside-
ración el punto de vista de Jaime Arocha expuesto en este libro,
deberíamos refe1irnos también a la ausencia del elemento étnico.
Y, sabemos que etnicidad y nación han sido inseparables, así sea en
esa versión oficial y quimérica de la nación mestiza. El tema nos lle-
va al aspecto Maniqueo, con mayúsculas, de nuestra cultura políti-
ca. Maniqueísmo que, por den1ás, hallamos en los movimientos an-
ticoloniales del siglo XX en cuanto interiorizan y responden a la
matriz cultural de todo colonialismo. La visión maniquea de la so-
ciedad provendría, si empleamos los términos de Lynch en el aná-
lisis del periodo borbónico hispanoamericano, de la escisión fun-
damental entre el superblanco peninsular (gachupín, chapetón ... )
que circunscribió un campo de dominación excluyente de los otros,
indistintamente fuesen blancos criollos, mestizos, mulatos, indios,
negros. Si en este punto interpeláramos a Benedict Anderson so-
bre la originalidad y calidad anticipatoria del proyecto nacional de
Simón Bolívar podríamos decir que su famoso decreto de guerra a
muerte fue, además de eficaz respuesta coyuntural, piedra miliar de
la vida política colombiana que mantendrá latente el maniqueísmo.
Las condiciones sociales e internacionales de nuestros movimien-
tos emancipadores llevaron, sin embargo, a vaciar el maniqueísmo
anticolonial en la lucha faccional interna, en el pernicioso secta-
rismo siempre al acecho y proyectado en la saga de las grandes fa-
milias: bolivarianos y santanderistas. Al menos bajo estas premisas
me parece que adquieren mayor relevancia trabajos de una nueva
generación de investigadores, como los de Fabio López de la Ro-
che y Carlos Mario Perea.
Aunque Camilo cayó en febrero de 1966, combatiendo como
guerrillero del ELN, queda en el corazón de esa década de teología
de la liberación, curas rebeldes y Golconda. En suma, un libro de
fragmentos desgarradores y espeluznantes como el de Monseñor
Guzmán et. al., pudo ser leído y comentado en una clave moral jus-
tificativa de la vía armada castrista a la que ya se había asignado un
origen bolivariano.

LA PRIMAVERA DEL ANÁLISIS SOCIAL

Hasta aquí una referencia al punto de partida. El punto de llegada,


necesariamente más provisional, deja correr un cuarto de siglo. En
este lapso se dispararon las tasas de escolaridad universitaria y la

13
1vfarco Pa!acios

bibliografía sobre la Violencia y las violencias profundizó el campo


teórico y metodológico y amplió los horizontes de la sensibilidad
de los lectores. Recordemos algunos de los más eminentes acadé-
micos extranjeros empeñados en esta siembra: Hobsbawm,
Hirschmann, Gilhodes, Oquist, Pécaut. Y tras ellos o con ellos,
empezó a cosechar y resembrar una pléyade de colombianos, nor-
teamericanos y europeos que es difícil enumerar por temor a ex-
cluir algunos. Pero sería absurdo no mencionar a Gonzalo Sán-
chez, Fernán González o Álvaro Camacho. Además de sus aporta-
ciones individuales, o como coautores, han alentado investigacio-
nes de largo aliento en la Universidad Nacional, el Cinep y la Uni-
versidad del Valle.
Quizás del mismo modo que hacia 1960 había investigadores
preparados para emprender esa expedición que resultó eniLa Vio-
lencia en Colombia, a mediados de la década de 1980, una comuni-
dad ampliada, mejor entrenada y especializada, estaba lista a en-
tregar al gobierno y a la opinión aquel ya célebre Colombia: violen-
cia y democracia. Sin embargo, ni una historia anecdótica de los orí-
genes de estos trabajos (ambos realizados en el marco de contratos
de los académicos con los gobiernos) ni una historia política, social
e intelectual de sus efectos inmediatos serán inteligibles sin hacer
mención a los cambios en sus respectivas atmósferas espirituales.

HACIA LA ÉPOCA SOFT

Dejamos sentado que una perspectiva de largo plazo debe respon-


der al tiempo mundial. Así se comprende mejor en qué forma el
posmodernismo, la cultura mediática y la caída del Muro de Berlín
pusieron fin a la gran tradición política que anunció la Ilustración y
puso en vigencia el ciclo de revoluciones sociales que abrió la Re-
volución francesa. Los sesenta fueron la última explosión del ethos
revolucionario con sus ideologías racionalistas y sus propuestas du-
ras. No obstante, en el festival contestatario del París o el Berkeley
de 1968 ya se advertían síntomas de blandura posindustrial, de ines-
tabilidad de los campos simbólicos, de apelación a lo efímero y
fragmentario. Era la mirada irónica y sin metafísicas puesta sobre
la eficacia instrumental de la técnica del siglo XX, aunque uno de
sus productos, la píldora, daba sustento y sustancia a eso de hacer el
amor y no la guerra.
Cuando salió a la calle el libro de Guzmán et. al., la clase domi-
nante colombiana, identificable por nombres y apellidos y por una

14
Presentación

responsabilidad pública asumida, se podía reducir al hardware: fá-


b1icas, bancos, ingenios de azúcar, latifundios ganaderos, propie-
dad de finca raíz urbana. Si el Estado era débil y la política atomi-
zada, no era por su culpa. El sustituto de emergencia era la repre-
sión y la violencia. Lo que se llamaba la alternativa de izquierda
(cuyos intelectuales estaban en la lista negra de la Mano Negra) so-
ñaba con instaurar un nuevo orden directamente delivado de los
paradigmas de la revolución industrial: el hardware del fordismo
(admirado por Lenin, Mussolini y Stalin) pero bajo el modo de
producción socialista y bajo un poder burocrático fuerte, centrali-
zado y vertical, todo en nombre del proletariado y de la nación
proletaria, esto es, de obreros y campesinos, a la que algunas versiones
adosaban una burguesía nacional.
Hoy en día la clase dominante colombiana (si semejante den o-
minación no hace fruncir el ceño a más de uno) se ha transnacio-
nalizado, actúa corporativamente, y su capital está en el software: te-
lecomunicaciones, medios de comunicación de masas, intermedia-
ción mercantil y financiera a la velocidad de los baudios del siste-
ma teleinformático. El hardware quedó, para decirlo metafórica-
mente, en refajo: pola & colombiana. En el caso del Grupo Santo-
domingo y Ardila Lulle, no en el del Sindicato Antioqueño o del
grupo Carvajal, prefiere cierta invisibilidad política, es clara su
proclividad a aparecer más privada que pública, y mantener un
suave control de los medios de comunicación de masas. Esto le ha
permitido incrementar su poder. Por lo pronto ha dejado la respon-
sabilidad en manos de una clase política clientelista, que mal admi-
nistra un Estado descentralizado, mal constituido y que no sabe
cómo desplegar sus velas a los vientos neoliberales.
Añadamos a esto que los paradigmas organizacionales soft fue-
ron asimilados, con eficiencia pasmosa por el nuevo empresariado
del narcotráfico. Sin embargo su tradicionalismo lo llevó no sólo a
ablir zoológicos exóticos sino a comprar tierras al por mayor. Ahí
se encontró con las guerrillas izquierdistas que, en cambio, siguen
soñando el sueño fordista dentro de los marcos de un Estado-
nación autoritario y literalmente independiente.

GOBERNABILIDAD
DEMOCRÁTICA Y RETROCESO ESTATAL

Una clave del cambio de atmósfera acaecido entre La Violencia en


Colombia y Colombia: violencia y democracia, podría estar en el térmi-

15
J'vlarco Palacios

no democracia. La corriente acadé1nica principal de nuestros días


acepta que la democracia constitucional debe ser el contexto gen e-
ral para captar algún sentido a la abigarrada fenomenología de la
violencia colon1biana de los últimos diez años. Es el contraste que,
Vásquez establece entre cultura clandestina y civilidad. Premisa
abiertamente normativa, cargada de valores y fines: qué medios son
aconsejables para superar el cuadro de violencias y consolidar si-
multáneainente la gobernabilidad democrática. Esto, sin renunciar
a lo positivo, a la formalización. teórico-metodológica que construye
tales violencias en objeto específico de investigación social y poder
descubrir sus regularidades y lógicas internas.
Ahora bien, la tensión de lo normativo y lo positivo es un tópico
en las ciencias sociales. Los autores de este libro, como en general
todos los científicos sociales, viven sometidos a su gravitación. Pero
hay un campo de fuerzas mayor que tiene que ver con la tendencia
universal de nuestros días que adquiere velocidad con el fin de la
Guerra Fría: el retroceso estatal, o sea, el declinar de la autoridad
de los Estados nacionales ante el poderío de los grupos que man e-
jan las telecomunicaciones, el crimen organizado, el proteccionismo
privado de las grandes corporaciones transnacionales (por encima
del viejo proteccionismo estatal), y así sucesivamente. De modo que
no puede ser lo mismo la propuesta normativa a los responsables
políticos de un Estado que opera con el paradigma de intervención
(como en 1962) que a quienes aceptan la racionalidad del mercado
mundial como un a priori incuestionable; sujeto y verbo, ante la
cual el Estado queda de complemento circunstancial.
Si los investigadores colombia11os han adherido casi unánima-
mente a la gobernabilidad democrática, no es seguro que sean pi e-
namente conscientes de las implicaciones que pueda acarrear a su
orientación investigativa el retraimiento del Estado.
En el libro que nos ocupa, pareceda que algunos autores inten-
tan resolver la tensión entre lo positivo y lo normativo acudiendo a
la pertinencia de las metodologías. Por esta vía redefinen el campo
de investigación y esbozan rupturas creativas, aunque nunca tota-
les, con la producción previa. A nuestro juicio es el caso de los tra-
bajos de Gutiérrez, Jimeno, Rubio, y Tabares. Del otro lado, los es-
tudios de Arncha, Cubides, Dávila, González, y Merteens prefieren
seguir explorando el universo empírico dentro de los paradigmas
más o menos establecidos. Unos y otros nos ofrecen resultados
pertinentes y esclarecedores. Pero, a fin de cuentas, esta es una

16
Presentación

cuestión de óptica y matiz. Por lo pronto nos sinre para formular


algunas cuestiones que suscitan en una primera aproximación.

POR LA GEOGRAFÍA

Si bien este libro no tiene ningún propósito enciclopédico, ni se


ofrece como una antología de investigaciones sobre la violencia co-
lombiana, pone en evidencia el vacío del análisis geográfico. En ese
sentido refleja una situación más general de estos estudios. Aun-
que es notorio el interés en acotar municipalmente la violencia y
de trazar cartografías, como las que de años atrás viene producien-
do Alejandro Reyes Posada, o las más recientes de Camilo Echan-
día o C,;bides, Olaya y Ortíz, 5 lo cierto es que la especificidad geo-
gráfica (tanto en el sentido convencional como en términos del
imaginario geográfico y los lugares de la memoria) es el eslabón per-
dido de estas violencias. Es paradójico entonces que la mayoría de
trabajos monográficos producidos en el Cinep y la Universidad
Nacional ofrezca un marco temporal y regional adecuado, como
los estudios sobre las colonizaciones del Sumapaz y del Magdalena
Medio, las guerras de esmeralderos, las repúblicas independientes o
las masacres.
Jaime Arocha se vio sorprendido en la noche del 2 de febrero
de 1998 ante un noticiero de televisión por la obvia ausencia de
«las dimensiones étnicas y sociorraciales de los conflictos políticos
y territo1iales que se extienden de manera acelerada por todo el
país,,. Yo también fui sorprendido por el cubrimiento informativo
de una matanza de campesinos por paramilitares en parajes de To-
caima y Viotá a fines del año pasado. El silencio fue absoluto sobre
Viotá la Roja, un lugar central de la memoria colectiva comunista
desde los años treinta. ¿viotá, había quedado sepultada por esa
avalancha de Marquetalia, el Pato, Guayabera, Riochiquito y más re-
cientemente de Casa Verde? /Cuándo y por qué quedó sepultada?
Como investigador del café anduve en 1974-75 por esos rumbos
de Viotá, un lugar central en la historia cafetera de Colombia. En-
tonces me parecía que tenían sentido las diversas tácticas desple-
gadas por el movimiento campesino comunista de los años cuaren-
,
0
El profesor Palacios se refiere al libro de Fernando Cubides, Carlos Miguel
Ortíz y Ana Cecilia Olaya La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997, que
se encuentra en esta misma colección editorial del CES [N. del E. J.

17
J.\1arco Palacios

ta y cincuenta, entablando alianzas temporales y pragmáticas con


los enemigos de clase, los hacendados que aún quedaban. Así pu-
dieron redefinir mejor el enemigo en un plano eminentemente po-
lítico: el gobierno conservador.
¿Desde cuándo y por qué, los autoproclamados herederos de
esas luchas por la tie1Ta, es decir, las Farc, dejaron de comprender
el matiz social, de plantear posibles alianzas o rupturas, según el
caso, con los enemigos de clase? ¿Desde cuándo éstos se convirtie-
ron de clase antagónica, objeto de lucha ideológica y política, en
material individual secuestrable?
¿Cómo se proyectaba este cambio de fines y medios en el ima-
ginario geográfico? Es decir, ¿podía explicar el eclipse de una mito-
logía nacional de la izquierda ( Viotá la Roja) en una leyenda de
aparatos militares, de Casas verdes que hoy busca ser leyenda inter-
nacional?
Circunscrito al Alto Baudó, Arocha replantea el tema de la for-
mación histórica del territorio y critica, válidamente a nuestro ju i-
cio, «el ocultamiento de identidad [étnica] de ésos pueblos», «el ve-
lo que [algunos informes de colegas académicos] tienden sobre his-
torias de construcción territorial protagonizadas por los afrodes-
cendientes ... los mecanismos de coexistencia no violenta que des a-
rrollaron en su interacción con los indígenas y las franjas territori a-
les bioétnicas que como consecuencia de esa interacción pacífica
habían construido». Todo un programa que Arocha y otros han
desarrollado en su disciplina, pero que es una llamada de atención
a historiadores, politólogos, economistas, sociólogos, lingüistas. El
acotamiento de la dimensión geográfica le permite entender la te-
rritorialidad étnica y criticamos por velar la etnicidad en el análisis
del conflicto.
Por estos caminos de la geografía también trasiega el sociólogo
Femando Cubides quien ya había mostrado la complejidad de la
trama de coca y guerrilla en la colonización del oriente amazónico.
Al enfocar ahora la trayectoria paramilitar, encuentra una lógica
económica desembozada que parte de esta hipótesis sobre la guerrilla
de Alejandro Reyes: «En Colombia los conflictos sociales por la ti e-
rra han sido sustituidos por las luchas por el dominio territmial».
Según Cubides el principio también puede aplicarse a los paramili-
tares. Dejando de lado la pertinencia de la hipótesis de Reyes (que
deja sin explicar el porqué, y separa lucha por la tierra de control te-
rritorial de un modo arbitrario), Cubides encuentra en la expan-

18
Presentación

sión de los paramilitares una racionalidad económica que, a dife-


rencia de la atribuida a las guerrillas, parecería estribar en su fun-
cionalidad con la reconstitución del orden social jerárquico de la
sociedad agraria, así la economía agraria se modernice sobre líneas
capitalistas. Esta funcionalidad paramilitar sería eliminar el riesgo
que la guerrilla introduce en los mercados de tierras y, añadiría-
mos, de mano de obra. En ése sentido y pese a su camuflaje mo-
derno, para el nuevo terrateniente los paras serían lo que fueron
los pájaros para los nuevos cafeteros del Quindío geográfico hace
cuarenta años.
Reconozcamos que en este caso, como en la especulación que
acabamos de esbozar sobre el imaginario geográfico, el mapa co g-
nitivo nd está bien levantado del todo y que, pasado el asombro de
constatar el carácter telúrico del guerrillero, como propuso Car!
Schmitt, debemos afinar los instrumentos para ver las líneas cruza-
das entre luchas por la tierra y control territorial. En el Viotá de la
época de la violencia clásica, hacendados y comunistas negociaron
la mutua protección de un cordón de seguridad de las incursiones
del Ejército y la policía chulavita, a cambio de paz social y oferta
adecuada de mano de obra para las haciendas.

PÚBLICO-PRIVADO

Uno de los planteamientos más sugestivos de Cubides es que «la


propia eficacia de un tipo de violencia ... ha conducido el ciclo de lo
privado a lo público en el caso de los paramilitares». Si arriba men-
cionamos las tensiones entre lo normativo y lo positivo, es el mo-
mento de señalar las que median entre lo público y lo privado. P a-
ra entenderlas, al menos desde el punto de vista de un historiador,
tenemos los trabajos de Herbert Braun. Lo que muestran, ya sea
en el caso del bogotazo o en el más íntimo, (para Braun) de negociar
la liberación de su cuñado, secuestrado por una guerrilla, es la m a-
leabilidad_ de los campos público y privado, el correr y descorrer de
las cortinas que separan uno de otro. Como el de las lealtades e
identidades (de clase, étnicas, religiosas, clientelares, de género,
ideológicas, nacionales), el terreno de lo público y lo privado es
movedizo. Aquí estamos, como dice Merteens, ante una cambiante
simbología, aunque es evidente el achicamiento del espacio público
en los últimos años y la vuelta a lo que el Papa llama capitalismo
salvaje.

19
lviarco Palacios

Los finos análisis de Merteens, a través de esas tres miradas de


género (las cambiantes representaciones simbólicas desde la violen-
cia clásica a la actual, las mujeres como actores y víctimas de la vi o-
lencia y los sobrevivientes de la guerra) enriquece nuestro conoci-
miento de los patrones de cambio social y del papel de la mujer,
más adaptable a la adversidad que el hombre y, en un plano más
general, al peso de la pobreza y por ende de la necesidad de luchar
por la subsistencia con todos los medios, incluido el propio cuer-
po, que las viudas desplazadas con hijos deben enfrentar. Por esa
vía dolorosa del desplazamiento, concluye Merteens, «se presenta
repetidamente la disyuntiva entre la criminalidad y la solidaridad,
pero también se abren posibilidades de nuevos proyectos de vida
de hombres y mujeres que impliquen una transformación de las
tradicionales relaciones de género~>.
La lucha por sobrevivir con los hijos no da tregua ni tiempo a
entregarse a las emociones y contribuye a obliterar el dolor, como
en el caso de la monja budista que introduce el trabajo de Jimeno.
Este trabajo, basado en un estudio multidisciplinario de 264 adul-
tos, en su mayada mujeres de bajos ingresos y con más de cinco
años de residencia en Bogotá (cuyos resultados se recogen en M.
Jimeno e l. Roldán, Las sombras arbitrarias. Violencia y autoridad en
Colombia, Bogotá, 1997) lleva a reflexionar sobre el tema central de
la construcción de ciudadanía que aquí aborda Francisco Guti é-
rrez.
Podemos hacer girar el trabajo de Jimeno alrededor de la auto-
ridad como socialización (aspecto tratado detenidamente en el ar-_
tículo de Ximena Tabares, El castigo a través de los ojos de los niños) y
como representación: «Todo el conjunto familiar -dice Jimeno-
indica que se entiende la vida familiar como una entidad vulnera-
ble, amenazada por el desorden y el desacato a la autoridad». Los
traumas de la socialización de la autoridad no superados y acaso
agravados en el cambio generacional por esa ,ambivalencia de arnor
y corrección, llevan entonces a que la autoridad sea «aprehendida
como una entidad impredecible, contradictoria, rígida ... ». Al me-
nos en estos grupos de bajos ingresos, «convierten la noción de au-
toridad en el sustrato cultural y emocional para las interacciones
violentas». De este modo, el miedo y la desconfianza dominan las
descripciones del vecindario, la ciudad y ciertas instituciones. El re-
sultado es la pasividad ciudadana, la apatía política.
Esta forma de representarse la autoridad, familiar o estatal, hu-
biera aterrado a Hobbes; pero también a Hegel, a Napoleón y a la

20
Presentación

Reina Victoria y, muchos siglos atrás, a Confucio, todos ellos em-


peñados en honrarla pública y privadamente como fuente de con-
vivencia. En la Colombia de fines del siglo XX, los efectos de esta
representaci_ó.~ en la formación ciudadana moderna no podrían ser
más negativos, como advierte Jimeno apelando a la autoridad de
Arendt y Giddens.

HOBBES EN LOS TRÓPICOS I

Estamos entonces en el reino de la ilegitimidad profunda, para re-


formular una frase de Jimeno. Atravesamos un campo minado por
la incertidumbre que empieza en el hogar. Aquí entraría a jugar
Hobbes :mejor que nadie, como recuerda irónicamente Francisco
Gutiérrez. Su ensayo quiere señalar algunos atajos que la violencia
ofrece a la construcción ciudadana. Atajos en los que criminalidad y
solidaridad no son disyuntiva, como en Merteens, sino complemen-
tarios.
Gutiérrez no estudia madres -con hijos, sino varones creciditos,
victimarios citadinos y no víctimas rurales, adolescentes y jóvenes
en su mayoría.
Sin que haya una filiación intelectual directa con el análisis de
Camilo Torres mencionado arriba, Gutiérrez intenta mostrar cómo
la violencia contemporánea también es un canal anormal de movi-
lidad, aunque, a diferencia de la campesina que estudió Camilo, la
actual está más institucionalizada de lo que se supone usualmente,
al grado que no es ni hobbesiana ni simple anarquía. Además, a di-
ferencia de Camilo, que creyó tratar con la violencia· como una
fuerza modernizadora, Gutiérrez se encuentra con una doble im-
postura: del lado social y estatal y del lado de los actores armados.
Se apoya en «entrevistas a profundidad a milicianos y guerrilleros
de Bogotá, Medellín y Cali y en el registro de juicios, debates y
conciliaciones protagonizados por tales actores». Este material le
da para proponer la variante colombiana de un tipo de ciudadanía
armada, de buen pedigree como nos lo recuerda. Es un tipo de ciu-
dadanía «que se parece a la ciudadanía; habla el lenguaje de los de-
rechos, de las virtudes y de la pedagogía». Se trata de una amplia-
ción de la ciudadanía a lo Marshall pero mediante el chantaje de
hacerse peligroso que obliga a los chantajistas a estar en el juego
con.i;umaz de rotar entre el adentro gregario y plasmado de recipro-
cidad de sus bandas o grupos, y el afuera que es el mundo social en
general, y particularmente, un territorio. Mundo amoral en que «la

21
lvlarco Palacios

ley es el gobierno con licencia para 1natar». Mundo incierto por la


presencia de un Estado faltón. En estas condiciones operar adentro,
con metodologías acaso premodernas (mafiosas) permite disfrazar
la violencia de pedagogía movilizadora, que comienza como una
forma de autocontrol (la disciplina de la banda) para proyectarla
en el control sobre el territorio, cuya población habría sido desp o-
seída de las normas de la economía moral por el Estadofaltón. «Por
eso, en un giro perverso ... la violencia se articula en un lenguaje de
derechos e incorporaciones; simula por tanto el lenguaje de los
ciudadanos. Ofrece un repertorio intelectual muy potente para le-
gitimarse».
Ahora bien, si Gutiérrez es convincente mostrando cómo la vio-
lencia es cohesiva para el grupo de adentro, y acaso de abajo, no se
interesa tanto por saber si cohesiona o disgrega el mundo,del afue-
ra, es decir, el tejido social e institucional normal. Supongo que la
hipótesis subyacente es que no hay tal normalidad en Colombia.
Habrá que esperar los desarrollos de este ágil e inteligente ar-
gumento, del que sólo quisiera tomar un tema que se ha vuelto
crucial en los estudios más recientes de las violencias: el del indivi-
dualismo que nos lleva al artículo de Mauricio Rubio.

HOBBES EN LOS TRÓPICOS U

De todos los trabajos de este libro el único que trae prescripciones


explícitas de política es el de Mauricio Rubio y, por eso, amerita al-
gunos comentarios generales previos. De tiempo acá los economis-
tas vienen colonizando territorios abandonados por los criminó! o-
gos, los sociólogos y los penalistas. Sería un error suponer que la
principal explicación de este fenómeno (que ya se conoció en la
economía educativa) deba buscarse en la evidente superioridad de
los economistas en el manejo técnico de la estadística. ¿Acaso no se
desarrolló la criminología moderna (Lombroso y Ferri) a partir de
minuciosos análisis de la estadística social francesa?
La colonización de que hablarnos no tiene por contexto un im-
perialismo disciplinar. Por el contrario, tiene como Uno de sus re-
ferentes implícitos la economía del costo de transacción y su im-
pacto en la organización económica e institucional. Disciplinaria-
mente hablando estamos ante el entrecruce de economía, derecho
y teoría de las organizaciones. El contexto real quizás tenga mucho
más que ver con las consecuencias del retroceso del Estado, el si g-

22
Presentación

no de nuestros tiempos. De allí se derivan el descubrimiento de las


políticas públicas y su papel en la reforma del Estado, ideología pres-
crita específicamente por el Banco Mundial hace más de 10 años. A
nuestro juicio, un aspecto bastante positivo de la reforma del Esta-
do tiene que ver con el papel que se le concede a las dimensiones
in.stitucionales y, por ende, a la idoneidad atribuida a teorías que
emigraron de la sociología, como el análisis de las organizacio-
nes.,Éstas, junto con los avances de la teoría legal y algunos con-
ceptos centrales de la economía neoclásica, han mostrado un gran
poder explicativo, y en el campo profesional en que me muevo, el
del historiador, ha refinado de una manera extraordinaria la capa-
cidad de predecir el pasado, como lo demuestran Douglas North y
sus seguidores. Más acotadamente, los enfoques de Robert Bates
sobre la historia cafetera colombiana han develado esquinas que
apenas sospechábamos.
Con esta breve digresión expresamos la importancia del trabajo
de Mauricio Rubio que viene con este bagaje. Puede leerse como
una racionalización sobre las líneas de la reforma del Estado. Su
«crítica a la tradicional distinción entre el delito político y el delito
común» desarrollada con economía de palabras y precisión con-
ceptual obliga a preguntarse por lo tradicional de la distinción entre
estos dos tipos de delito que Rubio localiza en pensadores del siglo
pasado.
No deja de ser irónico que los progresistas estén siendo aninco-
nados corno tradicionalistas. Pero quizás el problema sea más de va-
lores políticos y del peso de la tradición intelectual en las ciencias
sociales que de hallazgos científicos, como los que se manejan
acumulativamente en las ciencias naturales. A diferencia de un físi-
co moderno, por ejemplo, un científico social moderno sí tiene que
darle autoridad a Hobbes, a los moralistas escoceses (con Adam
Smith a la cabeza), a los utilitaristas ingleses, para comprender sus
modernos seguidores (economistas y politólogos) la teoría de la
elección racional. Un físico no tiene por qué estudiar la física de Co-
pérnico, o la de Newton en la misma forma. En otras palabras, en
la ciencia social el peso de la tradición cuenta; los campos de incer-
tidu~bre son más amplios, o dicho de otra manera, los campos
modelizables matemáticamente son muy estrechos y no siempre sig-
nificativos, ni con capacidad de predicción.
Con esas premisas entiendo la impaciencia de Rubio por el ape-
go del pensamiento jurídico colombiano a pensadores del siglo pasa-
do. Quizás más que Radbruch, entre nosotros influyó en estos

23
Marco Palacios

asuntos Víctor Hugo y la épica de Jean Valjean. Aún en un autor


de izquierda liberal y muy influyente como Luis Carlos Pérez, ( Los
delitos políticos. Interpretación jurídica del 9 de abril, Bogotá, 1948, y
La guerrilla ante los jueces militares, Bogotá, 1987) encontramos el
peso de las teorias del padre Mariana sobre el tiranicidio, por
ejemplo.
Lo que una sociedad considere desviación, contravención, delito
depende de cómo sienta que afectan su moralidad, fuerza cohesiva
que antecede y procede al individuo y sus elecciones, racionales o
no. En la medida en que el delito esté definido por el Estado (y no
por una noción subjetiva de justicia) estamos ante una definición
política.
En condiciones de baja legitimidad de la autoridad, acatarla o
atacarla suele ser, desde el punto de vista de la moralidad social,
un dilema muy difícil de resolver. En nuestro caso, la Constitución
establece las posibilidades de amnistía e indulto, potestades que no
recaen en el poder judicial, sino en el ejecutivo y el Congreso. Es
decir, potestades eminentemente políticas.
Si a fines del siglo XX pensamos con categorías del siglo XVI y
XVII es otro problema, que no se resuelve quizás con los enuncia-
dos convencionales de delito político o delito común, pues estos son
apenas la transcripción de convicciones más profundas, nacidas
por ejemplo de las experiencias de la violencia de los años cuarenta
y cincuenta, aún no superadas.
Esto no invalida preguntarse -como hace Rubio- sobre la vali-
dez de motivos, naturaleza del altruismo, conexión de conductas
abiertamente criminales para obtener fines políticos y así suces i-
vamente. También son válidas las preocupaciones sobre la impuni-
dad en el sistema judicial como costo cero para cualquier tipo de
delincuente.
Esto queda ilustrado elocuentemente en el estudio del impacto
de los agentes armados sobre la administración de justicia local. La
secuencia es, más o menos, así: la presencia de actores armados en
un municipio causa el mal desempeño de la administración de jus-
ticia, aumentan los índices de impunidad y de este modo aume n-
tan las tasas de criminalidad:

La presencia de dos agentes armados en un municipio colom-


biano tiene sobre las prioridades de investigación de la justicia un
efecto similar al que tendría el paso de una sociedad pacífica a una
situación de guerra civil.

24
Presentación

Tenemos más problemas con el aparte testimonial y el análisis


de guerrilla y delincuencia, salvando el asunto de que el guerrillero
del ELN o las Farc no cabría en las definiciones de Hobsbawm del
bandido social -prepolítico y actor en un medio en que el Estado
centralizado moderno apenas se constituye-, el guerrillero de
nq.estros días sí responde a un patrón que investigadores como
Andrés Peñate han llamado clientelismo armado. Una manifestación
de la precarie..-lad del Estado moderno en Colombia, pues, como se
sabe, la guerrilla de alguna manera tiene que reflejar a su adversa-
rio. En cuanto a la base empírica de esta sección habría que am-
pliar el foco, puesto que de 59 notas de pie de página, 25 son de
las entrevistas de Medina Gallego con Cabina, sobre una fase supe-
rada del ELN, o sea, antes de Anorí, así como las dos citas de Me-
dardo Correa. En cuanto a las Farc habría que hacer más trabajo
de campo, al estilo de Merteens o Gutiérrez.
Si la desinstitucionalización de la justicia es tan grave y apre-
miante, algo sin1ilar pasaría con el Ejército colombiano, tal como lo
presenta Andrés Dávila. Su argumento es que «el Ejército no tiene
la centralidad y el peso específico que, por tamaño, recursos y nivel
de institucionalización y profesionalización, le deberían dar una
ventaja comparativa clara en el desarrollo y definición de la lucha
armada". La proposición se ilustra siguiendo la evolución del lide-
razgo y el pensamiento militar colombianos en los años del conflic-
to armado, circa 1962 hasta la fecha. Allí se traza una parábola que
va de la complejidad y activismo militares bajo el liderazgo de Ruiz
Novoa a fases del aislamiento, empobrecimiento conceptual y debi-
litamiento. La cima se alcanza hacia 1964 y el punto más bajo de ca-
lidad de liderazgo y visión bajo el comando de Bedoya.
Interesa destacar de qué modo Dávila encuentra una racionali-
dad al repliegue militar del conflicto. Parte de dos grandes supues-
tos: a) La ausencia de liderazgo civil, «de bandazos más que de ci-
clos,, en las políticas de represión negociación, y de múltiples acto-
res (narcos, paras, y guerrillas); y b. De una organización militar
napoleónica, o sea, una «organización basada en los esquemas de
la guerra regular,, que ha mantenido a pesar de que «su principal
enemigo histórico es la guerrilla».

***
No voy a comentar el ensayo de mi colega y amigo Femán Gonzá-
lez. Aquí resume sus aportes a la historiografía y a la comprensión
de las violencias recientes en un ágil y claro comentario que reco-

25
Marco Palacios

mendamos debe leerse primero (para el lector que se ha tomado el


trabajo de inspeccionar estas notas).
González resume con autoridad el estado del debate.

Este libro tienta a comparar el cuadro de las violencias colombi a-


nas con el cuadro de La casa grande, la novela de Alvaro Cepeda
Samudio. Por ejemplo, los estudios de Jimeno, Merteens y Tabares
nos ponen en frente del drama que se despliega en torno a La
Hermana, El Padre, El Hermano y los Hijos; Dávila nos habla de
Los Soldados y El Decreto; Gutiérrez, de El Pueblo. Irrevocable-
mente un Jueves, un Viernes, un Sábado todos los personajes en-
trecruzan sus caminos y acaso compartan un destino común. En-
tonces se desvanecen los muros reales e imaginados de cada familia
frente a un drama colectivo, así sea percibido en la intimidad. En la
novela el drama es la masacre de las bananeraS.
Su equivalente en este libro es el desplazamiento forzado que
Merteens divide en dos momentos de resonancia bíblica: «El de la
destrucción de vidas, de bienes y de lazos sociales; (el mundo del
barco sin bahía) y el de la supervivencia y la reconstrucción del pro-
yecto de vida y del tejido social en la ciudad». Destrucción y re-
construcción es quizás lo que estamos atravesando en todos los ór-
denes de la vida social en este país nuestro que ya no es del sagra-
do Corazón.
México, D.F., febrero de 1998

26
Introducción

Al imaginar la publicación que hoy lanzamos, nos preguntábamos


si persistencia e inclusión creciente reflejaban las tendencias fun-
damentales de las violencias en Colombia. A fin de resolver ese in-
terrogante, le propusimos a autores de muy diversas afiliaciones
disciplinarias y teóricas que desarrollaran contribuciones para este
volumen. Obtenidas ellas, es evidente que nuestro pálpito era acer-
tado. El llegar a este tipo de predicciones resulta infortunado ante
un panorama frente al cual todos los colombianos manifiestan has-
tío. Empero, es preferible sugerir que, en nuestra calidad doble de
ciudadanos y académicos, nos hagamos a una paciencia que serene
nuestros análisis y los saque del coyunturalismo que parece.ría ha-
ber militado contra la predicción. Para esta compilación no sólo
nos propusimos superar este componente inmediatista que carac-
teriza a buena parte de la sabiduría convencional sobre la violencia
en Colombia, sino que variaran los énfasis explicativos. El lector no
se encontrará con las antiguas panaceas explicativas de la ausencia
del estado, la lucha de clases o la debilidad de los partidos políti-
cos, sino con ll~inados de atención sobre las enormes diferencias
en la forma como actores en conflicto pueden medir el tiempo de
sus estrategias o los límites imprecisos que caracterizan hoy a la so-
ciedad y al delito político.

***

Nos ha parecido útil hacer explícitos los criterios anteriores al lec-


tor, pues quien dice compilación, se refiere a un resumen posible
del estado del conocimiento de un problema sin la pretensión de la
exhaustividad, y en eso se diferencia de los compendios, de las ex-
posiciones enciclopédicas o de los libros de texto. En ese sentido el

27
Los editores

principal criterio con que solicitamos las colaboraciones de los en-


sayistas fue, claro, el de la diversidad; como quien procura recom-
poner el todo sumando las partes, acudiendo a enfoques poco te-
nidos en cuenta en las compilaciones existentes hasta ahora, sin
excluir por ello a los más frecuentes, bus);;amos en todo caso, ofre-
cer al lector, aquello que los anglosajones denominan an overview,
un panorama, el más completo a la fecha, pero sin la idea de abar-
car todos los componentes del problemas o la totalidad de las eta-
pas del proceso. Con todo una visión panorámica no es, por fuer-
za, una visión superficial.
En momentos en que la proliferación de hechos violentos ha
ido afectando la sensibilidad colectiva, y en que hay indicios de que
junto con la intensificación y el incremento en sus diversas man i-
festaciones se presenta una percepción rutinizada de los ~ismos·, la
investigación social debe hacer lo suyo. Así lo suyo pueda ser visto
como un conjunto de consideraciones intempestivas. Nótese que la
mayoría de los ensayistas coinciden en afirmar que se ha vuelto un
imperativo contrarrestar la tendencia a que los hechos de violencia
sean tolerados como si se trataran de un mal necesario. Observe-
mos además cómo, en la actualidad -en la presentación periodísti-
ca por ejemplo, particularmente en prensa escrita-, los hechos de
violencia se han ido desplazando hacia sitios cada vez más secunda-
rios, m.inimizados y banalizados, y para los hechos de la violencia
política, cuando no revisten de la espectacularidad de las primeras
páginas, ha renacido una suerte de crónica judicial; es decir, el
mismo tratamiento que hace medio siglo se le daba a los hechos
puramente delictivos e individuales, lo que en sí mismo da cuenta
del nivel de saturación al que se ha llegado.
Con trayectorias, enfoques y énfasis disímiles, para los compila-
dores el pertenecer a un m.ismo Centro de Investigación, el CES, el
compartirlo como ambiente de trabajo, ha conllevado una dinámi-
ca y unas posibilidades de intercambio que están en el origen de la
idea de la compilación que hoy presentamos_ Fueron varias las se-
siones en las cuales escuchamos recíprocamente, asistimos a la ges-
tación de un proyecto de investigación, intercambiamos notas e
impresiones de lecturas de autores de cuya pertinencia estuvimos
persuadidos, o en las cuales se hizo patente nuestra mutua perple-
jidad a la hora de responder los consabidos interrogantes institu-
cionales acerca de las prioridades de investigación en el marco de
nuestras disciplinas, o de ofrecer los inevitables balances sobre lo
ya investigado y lo que resta por investigar de un problema tan

28
Introcluccián

complejo como es el de la intensidad y diversidad de las violencias


colombianas. La frecuencia de los intercambios pero ta1nbién la
recurrencia de los interrogantes y presiones externas nos fueron
convenciendo de la validez y de la necesidad de un esfuerzo como
el que tiene en sus 1nanos el lector o la lectora. No encontramos en
la ]iteratura explorada, como tampoco en las realidades sociales de
los países más afines al nuestro, paradig1nas de validez incontrasta-
ble, o analogías con capacidad explicativa cierta y aplicable a nues-
tro caso. Así es que, como una suerte de exorcismo contra la incer-
tidumbre, el libro se gestó a partir de un inventario compartido
acerca de los ángulos y temáticas derivadas en los que el vacío de
conocimiento fuera más notorio, en donde, luego, la sumatoria de
dimensiones parciales cond~jese de modo paulatino a una visión
de conjunto menos arbitraria.

***

También hemos tratado de ir más allá de la victimización del hecho


violento, pues estereotipa las condiciones y los sujetos. Supone que
paz y violencia, conflicto y armo rúa, son tan sólo categorías mor a-
les y se encuentran como opuestos en la vida social. En efecto, toda
sociedad delimita, con mayor o menor ambigüedad, lo que cons i-
d era agresión inaceptable o antisocial y al hacerlo traza límites mo-
rales y diseña sistemas de sanción y de castigo para los infractores.
Pero el analista no puede mirar tan sólo a través de ellos, so pena
de diluir la especificidad social y psicológica de los hechos violen-
tos y caer en la bipolaridad simplista. Por otro lado, el conflicto y la
agresión hacen parte de la vida social y no son necesariamente las
contrapartes de la convivencia. Por el contrario, Georges Balandier
ha mostrado cómo orden y desorden no son contrarios, sino posi-
ciones cambiantes en un siempre precaiio e inestable sistema de
acciones y representaciones.
La separación víctima-victimario no da cuenta del acto violento
como una interacción social mediada por los aprendizajes cultura-
les y oculta sus complejas asociaciones emocionales, irreductibles a
la patologización de la violencia o al socorrido esquema de malos
contra buenos. Como es conocido, buena parte de la atracción que
tiene para las personas el empleo de la violencia es su alta eficacia
instrumental y su capacidad expresiva. Este libro sugiere que cuan-
do la imposición del dolor se hace confusa, y no se corresponde

29
Los editores

con la infracción, cae en la injusticia, y el castigo se vuelve ilegítimo


y violento para quien lo sufre.
Pero ¿es tan tajante la separación entre lo que acontece entre
las personas en un acto violento ocurrido en la familia y la manera
como las personas aprenden la forma de relacionarse con otros y
de enfrentar los conflictos? Las implicaciones emocionales y cogni-
tivas de las experiencias de violencia están firmemente entrelazadas
con implicaciones de gran intensidad, pe.ro también de gran ambi-
güedad. Las experiencias son estructuradas por ciertos elementos
culturales, en especial por las nociones de autoridad, corrección y
respeto.

***

Pensábamos que éste sería un texto sobre aproximaciones desde la


teoría de la práctica o teoría de lo agencia!. Empero, al final, nos
hallamos ante enfoques sobre las fuerzas estructurales y también
sobre los agentes sociales; la publicación resalta el modelaje de la
cultura, o la acción y la emoción individuales. Con mesurada amb i-
ción, este libro ofrece una perspectiva integral sobre la violencia
presente en la sociedad colombiana en la cual estructura y agencia
están presentes y muestran distintas facetas y vínculos. La violencia
es diseccionada en perspectivas, protagonistas, y temas específicos,
pero al mismo tiempo se trata de hacer evidente su imbricación
con aspectos centrales de la sociedad y la cultura.
Este logro en el contexto de lo relacional explica el que varios
de los auto.res incluidos hagan referencia a la ecología mental de
Gregory Bateson, epistemólogo británico quien jamás estudió vio-
lencias rurales o urbanas, tribales o metropolitanas. En cambio sí
señaló la forma como -dentro de los procesos mentales- la eco-
nomía de pensamiento desemboca en la inconcientización de los
mecanismos de aprendizaje y de lo aprendido, has ta convertirlos a
ambos en patrones en el tiempo o hábitos. Segundos instintos, en pa-
labras de don Agustín Nieto Caballero, no sólo por el automatismo
del comportamiento que puede depender de ellos, sino por la
enorme dificultad de desaprenderlos.
Sumando mecanicismo e inaccesibilidad con impunidad, se ha
despolitizado la explicación de uno de los fenómenos que más
preocupó a la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colom-
bia: la creciente eliminación de los procesos de arbitraje del con-

30
Introducción

flicto social y político. Nuevas investigaciones han hallado que los


violentólogos no vislumbraban el arbitraje del conflicto por fuera
de la gestíón estatal y que, al margen del Estado, las comunidades
locales habían desarrollado mecanismos muy creativos para supe-
rar sus desavenencias territo1iales, económicas, sociales y políticas.
Por otra parte, la forma como Bateson ilumina las funciones
evolutivas del discurso de la comunicación no verbal fue funda-
mental para comenzar a enfocar rasgos que tampoco le habían in-
cumbido a la violentología: gestos y muecas -responsables de la
expresión de emociones y sentimientos, por lo tanto, de la calidad
de las relaciones entre personas-, rituales y ceremonias que sirven
a la cat~sis o a la disuasión de la agresión armada. En fin, patrones
de coexistencia dialogante cuya inclusión tendrá que alcanzarse
con el fin de perfeccionar los catálogos de las formas de negocia-
ción y de enriquecer los rasgos de una civilidad que no debe seguir
siendo _opacada por el excesivo énfasis en las conductas violentas.
Su visibilización promete que contribuciones como esta delimiten
alternativas más optimistas que las de la persistencia y la inclusión
crecientes.

Los compiladores

31
PRIMERA PARTE

Los protagonistas
Evolución reciente del conflicto
armado en Colombia: la guerrilla
Camilo Echandía Castilla*

INTRODUCCIÓN

Las guerrillas colombianas han dejado de ser organizaciones con


influencia exclusiva en zonas de colonización y en clara defensa del
campesinado y las luchas agrarias para convertirse en una fuerza
armada que en la actualidad se encuentra empeñada en la consoli-
dación de amplios territorios. La lógica que se impone en la con-
quista de nuevos territorios se encuentra en relación directa con el
potencial estratégico que representan.
La evidencia que se presenta en este trabajo -que reconoce éste
y otros cambios en la naturaleza del conflicto armado-, permitirá
también entrar a discutir las interpretaciones corrientes que hacen
énfasis, por una parte, en el carácter esencialmente bandoleril de la
guerrilla colombiana y, por otra, en las condiciones objetivas como
explicación de sü presencia. De acuerdo con esta última interpreta-
ción, el vacío que deja el Estado en la represión del delito y en la
mediación de los conflictos es llenado por la guerrilla que actúa
como juez, conciliador y policía, haciendo que la población recla-
me su presencia en cuanto considera que garantiza el orden.
,
Profesor Titular de la Universidad Externado de Colombia e investigador de
Paz Pública de la Universidad de los Andes. En los últimos diez años el autor
se ha desempeñado como asesor de la oficina de paz de la Presidencia de la
República. El presente trabajo resume algunas de los trabajos realizados
durante este tiempo, que han sido presentados en diversos seminarios y
artículos.

35
Camilo Echandía

Por último, se llamará la atención sobre cómo la dimensión y el


alcance que ha adquirido la presencia territorial de la guerrilla
permite prever que las manifestaciones del conflicto armado ten-
derán a ser más intensas en las áreas vitales para el desempeño
global de la economía y, en la medida en que las condiciones socia-
les y políticas lo permitan, afectarán en forma creciente el área ur-
bana. En este sentido la insurgencia estaria transitando hacia una
guerra de desgaste y no de posiciones y movimientos, como se ha
anunciado recientemente.

Mapa 1. Localización de los bloques de los frentes de las Farc en 1995

Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la.Paz, 1995.

CRECIMIENTO DE LA GUERRILLA

Como se puede observar en los mapas y el gráfico que se presentan


a lo largo de este artículo (que dan cuenta en primer término de la
localización actual de las organizaciones insurgentes y en segundo
lugar de los momentos en que su crecimiento se ha acelerado), no
cabría mayor duda sobre la manera deliberada en que las guerrillas
han puesto en marcha una estrategia donde se conjugan al menos
tres propósitos: l. lograr una alta dispersión de los frentes; 2. Di-
versificar las finanzas; y 3. Aumentar la influencia a nivel local.

36
Evolución reciente del conflicto armado ...

La localización actual de las Fuerzas Armadas Revolucionarias


de Colombia, Farc, que se presenta en el mapa 1, da cuenta de la
existencia de sesenta y dos frentes distribuidos en siete bloques:
Oriental (22), Sur (10), Magdalena Medio (8), Noroccidental (8),
Central (5), Norte (5) y Occidental (4). 1
Por su parte el Ejército de Liberación Nacional, ELN, contaba ya
en 1996 con cinco frentes de guerra: Nororiental, Norte, Norocci-
dental, Suroccidental y Central. Como se observa en el mapa 2, los
cinco frentes de guerra reúnen 41 "frentes" y ocho regionales que
en general corresponden a los núcleos urbanos. 2
De la comparación de los dos mapas adjuntos, se concluye que
las zonas donde la presencia de los bloques de frentes de las Farc
es fuer'te y activa (en el oriente, sur, suroccidente y Urabá), el desa-
rrollo de los frentes de guerra del ELN es incipiente y su accionar
armado ostensiblemente bajo. Lo mismo ocurre donde existe ma-
yor desarrollo de los frentes de guerra del ELN (en el norte, noroc-
cidente y nororiente), la presencia y acción de las Farc son bajas.
En este sentido se podría afirmar que sin desconocer la coinciden-
cia de las Farc y el ELN en muchas regiones, existe una división del
espacio que se expresa en los énfasis diferentes en la presencia y la
intensidad del accionar de cada una de las organizaciones a través
de sus estructuras de frentes.
En el caso de las Farc, a partir de la Séptima Conferencia en
1982, se adoptó una estrategia de crecimiento basada en el desdo-
blamiento de los frentes existentes; se determinó entonces que ca-
da frente sería ampliado a dos hasta conseguir la creación de un
frente por departamento y para ello se prioriza la diversificación de
las finanzas. En cuanto a los determinantes financieros que hicie-
ron posible el aumento de frentes, en la primera mitad de la déca-
da de los ochenta la coca juega un papel decisivo. Los recursos de-
rivados de la coca hacen posible el numero creciente de frentes
que se consolidan en los departamentos de Meta, Guaviare y Ca-
quetá. Así mismo, las Farc se vinculan a esta actividad en los depar-

1
Se tienen en cuenta 62 frentes de los cuales se conoce su ubicación y activi-
dad iirmada, a pesar de que se habla de que en 1996 existían ya 66. La ubica-
ción y el nivel de acción de los otros frentes (62,63,64 y 65) se desconoce.
2
Es de anotar que los nombres que reciben los frentes están asociados con la
historia y los nombres de los comandantes y fundadores de la organización,
sin que tengan mayor significado para el común de los colombianos.

37
Camilo Echandía

tamentos de Putumayo, Cauca, Santander y en la Sierra Nevada de


Santa Marta.

Mapa 2. localización de los frentes de guerra del ELN en 1995.

Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1995.

En cumplimiento de las decisiones adoptadas en la Séptima


Conferencia, las Farc, cuyos núcleos iniciales ·de expansión nacie-
ron en zonas de colonización, experimentan en los años ochenta
modificaciones importantes. Es así corno comienzan a quedar ins-
critas en zonas que experimentaron transformaciones hacia la ga-
nadería (Meta, Caquetá, Magdalena Medio, Córdoba), o hacia la
agricultura comercial (zona bananera de Urabá, partes de Santan-
der y sur del Cesar), e incluso en zonas de explotación petrolera
(Magdalena Medio, Sarare, Putumayo) y aurífera (Bajo Cauca An-
tioqueño y sur de Bolívar). Así mismo, se fueron situando en áreas
fronterizas (Sarare, Norte de Santander, Putumayo, Urabá) y en
zonas costeras (Sierra Nevada, Urabá, occidente del Valle), explica-
ble esto por su vinculación con actividades de contrabando.
En el caso del ELN, es también hacia comienzos de la década de
los años ochenta cuando resurge y comienza a registrar un creci-
miento significativo de sus frentes luego de la derrota que sufrie-
ran las Fuerzas Militares, FF.MM., en la Operación Anori en 1973.

38
Evolución reciente del conflicto armado ...

Gráfico 1. Evolución del número de frentes de las guerrillas


( 1978-1996)

80

60

40

20

o
78798081 82 83 84 85 86 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96
1 EPL ELN FARC 1

Fuente: Observatorio de violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz

Como en el caso de las Farc, su crecimiento se deriva del fortale-


cimiento económico que logró mediante la aplicación de la extor-
sión a las compañías extranjeras encargadas de la construcción del
Oleoducto Caño Lirnón-Coveñas, práctica que a su vez se constitu-
ye en su principal fuente de financiamiento. Luego, cuando la pro-
ducción petrolera de Arauca comenzó, el "frente" Domingo Laín
desarrolló hábiles esquemas clientelistas para desviar recursos del
erario público de esta región y ganar amigos.3
Coincidiendo con estas circunstancias favorables al desarrollo
del ELN, en 1983 tuvo lugar la denominada Reunión Nacional de
Héroes y Mártires de Anorí en la que se decidió desdoblar los
"frentes" existentes.4 En ese entonces existían los hoy denominados
frentes de guerra nororiental y noroccidental. El primero contaba

3
Andrés PEÑATE. Arauca: Politics and oil in a C~lombian Province. University of
Oxford, St. Anthony's College. Oxford: 1991.
4
Un frente guerrillero es«[ ... ] una instancia político-militar y de masas». Va-
rios frentes guerrilleros y regionales ( estructuras urbanas) «conforman un
frente de guerra, cuyas características están dadas por la actividad socioeco-
nómica de la región. [... ] Un frente de guerra es el conjunto de estructuras
urbanas y rurales que desarrollan la política de la organización en una gran
región del país y que por sus características exige un diseño estratégico espe-
cífico>). En: Marta HARNECKER. Unidad que multiplica. Quito: Ediciones Quime-
ra, 1988.

39
Camilo Echandía

con los "frentes" 5 Domingo Laín en la región del Sarare y Camilo


Torres en la parte del Magdalena Medio de los departamentos de
Santander y Cesar. El segundo correspondía al "frente" José '\nto-
nio Galán.
Se puede afirmar entonces que la expansión del ELN es espe-
cialmente significativa entre 1984 y 1986, coincidiendo con el ha-
llazgo del pozo de petróleo Caño Limón, la construcción del oleo-
ducto hasta Coveñas y el inicio del bombeo de crudo. Indudable-
mente este proceso le permitió formar una base financiera que ex-
plica su muy rápido crecimiento. Posteriormente el ELN continuó
ubicándose en áreas de extracción del crudo y siguiendo el reco-
rrido del oleoducto.
El Ejército Popular de Liberación, EPL, por su parte, se concen-
tró en la década del ochenta principalmente en las zonas,de desa-
rrollo agroindustrial, con énfasis en Urabá; en zonas con· capas de
campesinos y colonos y de expansión de nuevos grupos de terrate-
nientes (Urabá y Córdoba), y en la región del Viejo Caldas. Amplió
también su influencia en Antioquia y en zonas de Putumayo y Nor-
te de Santander, donde coexisten explotaciones petroleras y zonas
de colonización. En los centros urbanos tuvo alguna tradición des-
de la década del setenta en las ciudades, especialmente en Mede-
llín. El EPL firmó con el Gobierno de Belisario Betancur un acuer-
do de cese al fuego en 1984 que, como las Farc, utilizó para expan-
dirse a nuevas zonas y aumentar el numero de combatientes apro-
vechando la ausencia de iniciativa de la Fuerza Pública en su con-
tra. El accionar militar del EPL se reanudó a partir de la segunda
mitad de 1985, después de la toma del Palacio de Justicia por parte
del M-19 y del asesinato de Óscar William Calvo.
La guerrilla ha crecido en Colombia en forma vertiginosa en los
últimos años. Al comparar la presencia de las organizaciones ar-
madas en 1985 con la presencia más reciente, se descubre que 173
municipios registraban en el pasado presencia guerrillera, mien~ras
que en 1991 esta suma llega a 437 y en 1995 se registra en 622. 6

' La expresión "frente" es en este caso un sinónimo de cuadrilla que no se


::i

debe confundir con el frente ( sin comillas) que hace referencia a un co~junto
de cuad1illas o "frentes" que operan en una región determinada.
6
La presencia de la guerrilla ha sido determinada en el monitoreo que a nivel
municipal realiza la oficina de Paz de la Presidencia de la República. Esta pre-
sencia no revela control territorial, sino que da cuenta de los municipios don-
(continúa en la página siguiente)

40
Evolución reciente del conflicto armado ..

Gráfico 2. Evolución de la presencia municipal de la guerrilla en la


última década, según estructuras y tipos de desarrollo
Estructura urbana
u
-
Capitales de departamento

Ciudades secundarias

Estructura agricultura comercia


'
Con pre.dominio de población urbana

Con predominio de población rura

Estructura de campesinado acomodado


' --

Campesinado cafetera

Campesinado no cafetero

Estructura de colonización
-
Colonización Interna

Colonización de frontera

--·- -
Estructura rural atrasada

Periferia rural marginada

Latifundio ganadero y agrlcola litoral Caribe

=
Minifundio litoral Caribe

Minifundio andino

O 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100 ¡c.11995 1111985

Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz

Los conjuntos municipales según actividad agropecuaria donde


las organizaciones guerrilleras han incursionado en proporción
mayor, como se observa en el gráfico 2, corresponden a los muni-
cipios de campesinado medio cafetero donde la presencia de estas
organizaciones en 1985 se registraba en el 2% de los municipios,
mientras que en 1995 llega al 53%; al latifundio ganadero y agrícola
del Litoral Caribe donde la presencia guerrillera en 1985 se encon-
traba en el 8% de los municipios y en 1995 alcanza el 59%; a la
agricultura comercial de tipo empresarial y de alta población rural
donde la presencia guerrillera se registraba en el 13% de los mum-
cipios y en 1995 se extiende al 71 %.

de la guerrilla ha registrado algún tipo de actividad armada. Esta información


tiende a coincidir con los resultados del Censo Nacional de Personerías reali-
zado por la Procuraduría General de la Nación en el último semestre de 1993,
donde la mitad de los municipios colombianos registran presencia guerrillera.
Por otra parte, el censo revela que 138 municipios cuentan con presencia de
grupos paramilitares o de autodefensa.

41
Camilo Echandía

Así mismo, los municipios andinos de minifundio deprimido y


estable han experimentado un ostensible incremento en la presen-
cia de las organizaciones gnerrilleras que en 1985 llegaba al 13% en
ambos casos, mientras que en 199.5 se registra en el 56% y 53% en
cada caso. En la estructura rural de campesinado medio no cafete-
ro, la presencia gnerrillera afectaba en 1985 el 15% de los munici-
pios, mientras que en 1995 llega al 58%.
Como se observa en el gráfico 2, en los municipios que pertene-
cen a la estructura urbana también se ha incrementado la presencia
de organizaciones guerrilleras, aunque dadas las características de
los centros urbanos, la guerrilla ~jerce una presión sobre la pobla-
ción muchísimo menor que en las zonas rurales y apartadas.
La presencia de la gnerrilla se ha incrementado a partir de 1985
-aunque en una proporción menor que en los casos meUcionados
anteriormente- en los siguientes conjuntos: en el minifundio de la
Costa Atlántica, con el 6.5% de los municipios afectados en 1985,
se pasó en 1995 al 26%; en la periferia rural marginal con 15% de
los municipios afectados en 1985, la gnerrilla se extendió al 49% en
1995; en la agricultura comercial de tipo empresarial con una alta
población urbana, en 1985 el 25% de los municipios tenía presen-
cia de grupos gnerrilleros y, una década más tarde, dicha presencia
alcanza el 56%.
En los municipios de colonización interna y de frontera, donde
tradicionalmente la guerrilla ha tenido una fuerte presencia, se re-
gistra también el proceso de expansión aunqu~ proporcionalmente
menor que en todos los casos mencionados anteriormente. De he-
cho, en las zonas de colonización la guerrilla ejerce gran influencia
y es así como la presencia gnerrillera que en 1985 se registraba en
62% de los municipios de colonización interna y en 44% de los de
colonización de frontera, se extiende en 1995 al 93% de los muni-
cipios de colonización interna y al 81 % de los de colonización de
frontera.
La presentación de estas tendencias en la expansión guerrillera
7
en la última década ha suscitado interpretaciones muy diversas

7
Camilo ECHANDÍA. Violencia y desarrollo en el municipio colombiano. Bogotá:
Dane, Boletín Estadístico No. 476, noviembre de 1992; Principales tendencias en
la expansión territorial de la guerrilla colombiana, (1985-1994). Bogotá: documen-
to presentado al Seminario Análisis de los Factores de Violencia en Colombia,
DNP, 1994; Evolución de la presencia municipal de la guerrilla en la última década,
(continúa en la página siguiente)

42
Evolución reciente del con:flicto armado ...

por parte de los estudiosos del tema. Para algunos, contrastar las
categorías de desarrollo municipal con la presencia guerrillera en
poco contribuye a explicar la razón de dicha presencia:

El cuadro nos dice que la guerrilla crece y se asienta en cual-


quiera de las categorías. Su presencia y tasa de cambio no están
asociadas a las categorías municipales. En el primer período pesan
más aquí que allá y entre los períodos crecen más en unos que en
otros, pero lo esencial es que la guerrilla crece para todos lados
(naturalmente las tasas más altas de crecimiento corresponden a las
categorías con menor presencia previa). Los elementos de enlace
que permiten o estimulan que la guerrilla se multiplique no están
asociados con ningpn tipo de estructura productiva y grado de de-
8
sarr9llo municipal.

Para otros, el ejercicio de contrastar es más esclarecedor, pues


el hecho de que la guerrilla haya incrementado su presencia en
municipios con mayor grado de desarrollo y el énfasis puesto en
los municipios con predominio de agricultura comercial, estaría
indicando todo un propósito estratégico. Lo anterior no significa
que haya disminuido su presencia en áreas tradicionales de asen-
tamiento, en los municipios con predominio de colonización, sino
que la ha diversificado. 9 Los municipios en cuyo tenitorio la gue-
rrilla se implantó inicialmente vienen siendo áreas de refugio; los
municipios en donde adquirió una presencia significativa antes de
1985, aproximadamente, áreas para la captación de recursos -
aprovisionamiento logístico-; y los municipios donde busca ex-
pandirse y consolidar su influencia, áreas preferentes para la confron-
tación armada. 10

según estructuras y tipos de desarrollo. En: INFORMES DE PAZ. Bogotá: publicación


de la Oficina del AJto Comisionado para la Paz, octubre de 1996, número 2.
8
Femando GAID\N al referirse a las tendencias de expansión guerrillera entre
1985 y 1991. En: "Una indagación sobre las causas de violencia en Colombia",
en: Malcom DE.AS y Fernando GAITAN. Dos ensayos especulativos sobre la violencia
en Colombia. Bogotá: Fonade-DNP, 1995. P. 247.
9
Fernando CUBIDES, Ana Cecilia ÜL\YA y Carlos Miguel ÜRTIZ, Violencia y de-
sarrollo municipal. Bogotá: Universidad Nacional, Centro de Estudios Sociales,
mayo de 1995. Una nueva versión de este trabajo, actualizada por los propios
autores, se encuentra en esta misma colección editorial del CES bajo el título
La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997 [N. del E.].
IO Santiago ESCOBAR. Algunos elementos para el análisis de la estructuración del
movimiento guerrillero en Colombia. Bogotá: Presidencia de la República, Conse-
(continúa en la página siguíente)

43
Camilo Echa':tdía

Por otra parte, el crecimiento de la guerrilla en el nivel urbano


a un ritmo mucho mayor de lo que crece a nivel global, como se ha
visto, estaría evidenciando la existencia de un plan de crecimiento
y de consolidación de la influencia política. Dicho plan sobreviene
cuando se han consolidado suficientes zonas de contención como pa-
ra hacer imperativa la construcción y consolidación de zonas de ex-
pansión. Este análisis se basa en el desarrollo de la guerrilla salva-
doreña, donde, primero, el avance hacia lo urbano coincidió con la
especialización del aparato clandestino y, segundo, donde las acti-
vidades económicas predadoras e intermitentes que caracterizaron
a la guerrilla de la primera etapa dieron lugar a una actividad eco-
nómica continuada: la extorsión, el secuestro y el cobro de un im-
. . 11
puesto reva luczonarw.

El crecimiento sostenido y acelerado de la guerrilla ht tenido


como elementos propulsores esenciales unas definiciones" estraté-
gicas en lo militar, lo político y lo económico, cuya implementación
y articulación ha orientado sus líneas de expansión y sin duda, ha
contribuido fundamentalmente a lograr los impresionantes avances
de la última década. Es así como en lo militar tenemos la definición
de áreas de despliegue estratégico y el desarrollo de campañas con
objetivos específicos; en lo económico, la estructuración de planes
de finanzas, de metas por frentes y, sobre todo, la explotación de
las actividades económicas y las áreas de mayor potencial por me-
dio de una gran creatividad y flexibilidad para sustraer parte del
excedente económico; y finalmente, en lo político, la apelaciónme-
tódica y sistemática al recurso del terror com?inada con un cabal
aprovechamiento de las inequidades sociales, de los desequilibrios
regionales, del desempleo juvenil rural y de la precariedad del Es-
tado, sobre todo en su potencial coercitivo y de justicia, para ganar
12
apoyos forzados y vohmtarios.

jería para la Paz, marzo de 1995.


11
El tipo de racionalidad económica, las formas de financiación características
de las diferentes organizaciones guerrilleras según su estrategia y grado de
organización, son analizadas por R.T. NAYLOR. The Insurgent Economy: Black
Market Operation oJGuerrilla Organizations. En: CRIME, LAw ANDSOCIAL
CHANGE 20, 1993.
12
Alfredo RANGEL. El poder local: objetivo actual de la guerrilla. Ponencia pre-
sentada al Seminario Descentralización y Orden Público. Bogotá: Fescol-
Milenio, julio de 1996.

44
Evolución reciente del conflicto armado ..

Gráfico 3. Comparación de la actividad armada entre las


guerrillas (1985-1990 y 1991-1996)

CNG
M-19

CGSB

EPL
ELN

Farc

o 1000 2000 3000 4000

l 1!191-96 ¡;;J 85-90 1

Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz

Lo dicho hasta aquí permite concluir que la localización de las


organizaciones guerrilleras evidencia la existencia de propósitos es-
tratégicos en el avance de la insurgencia, que a su vez dejan con
poco piso las explicaciones fundamentadas en las condiciones objeti-
vas que de acuerdo con esta visión, propiciaron su origen y poste-
rior desarrollo en las zonas rurales donde el Estado no está presen-
te. Si se considera la evolución de la insurgencia desde sus oríge-
nes, tiende cada vez más a existir mayor claridad en cuanto a que
las guerrillas de los años sesenta en Colombia y América Latina
surgieron, ante todo, como resultado de una decisión subjetiva en
un contexto histórico y cultural apropiado. Como afirma el soció-
logo Eduardo Pizarro al realizar un análisis convincente sobre esta
materia: «Las interpretaciones esquemáticas que hacen énfasis en
la pobreza generalizada, el cerramiento del sistema político o la au-
sencia del Estado, como causas de la emergencia de polos guerri-
13
lleros, simplemente no tienen ninguna pertinencia explicativa».
Como se ha visto, no hay un patrón único que explique la ubi-
cación de las guerrillas, éstas han transformado su condición de
guerrillas rurales con influencia exclusiva en zonas periféricas a or-
ganizaciones que pretenden consolidar su influencia en amplias
zonas del territorio nacional -incluso urbanas- y, para ello, han
aplicado una estrategia que articula circunstancias económicas, po-

13
Eduardo PIZARRO, Insurgencia sin revolución (la g;uerrilla colombiana en una
perspectiva comparada). Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1996.

45
Camilo Echandía

líticas y militares. La guerrilla de hoy ha camhiado su mauera de


buscar el poder, sus formas de acción militar, de movilización de
sectores sociales y de consecución de finanzas para subsistir como
organizaciones armadas. La estrategia que ha puesto en práctica -
que consiste en haber transformando buena parte del territorio
nacional en teatro de la confrontación armada-, le permite disper-
sar y disminuir la contundencia en la acción contrainsurgente de
las Fuerzas Armadas, FF.AA. La nueva geografía del conflicto ar-
mado refleja con claridad cómo la guerrilla se extiende de manera
cada vez más evidente hacia las zonas que le representan ventajas
estratégicas en la confrontación.

INTENSIDAD DEL CONFLICTO ARMADO Y LAS


MANIFESTACIONES DE VIOLENCIA

La información estadística que se presenta en los gráficos 3 y 4


permite apreciar cambios muy significativos en el accionar de la in-
surgencia a partir de la presente década y que ponen al descuhierto
la enorme capacidad ofensiva con que cuenta en el presente.
Las acciones propias de la confrontación y las víctimas que en
ella se producen, así como los sabotajes a la infraestructura eco-
nómica aumentan ostensiblemente su participación en el conjunto
de acciones armadas, mientras que las acciones típicas de finan-
ciamiento (asaltos a poblaciones, entidades y vehículos de transpor-
te) disminuyen la suya. Estos cambios expresan la mayor capacidad
militar con que cuentan hoy los grupos guerrilleros, en buena me-
dida por haber logrado diversificar las prácticas de financiamiento
que hoy dependen en alto grado del secuestro, la extorsión y las
actividades relacionadas con la producción de drogas.
En términos cuantitativos, las acciones típicas de la confronta-
ción armada: contactos, emboscadas, hostigamientos y ataques a
instalaciones militares, representan el 62% de las acciones registra-
das entre 1985 y 1996. Se observa tamhién que el 26% de las accio-
nes guerrilleras corresponden a sabotajes contra la infraestructura
petrolera, eléctrica y de comunicaciones, y contra la propiedad pri-
vada (fincas, maquinaria y equipo, vehículos, etc.). El 12% restante,
se distribuye entre los asaltos a entidades públicas y privadas
(bancos, comercio, etc.); las acciones de piratería ten-estre contra el
transporte de carga y de pasajeros y finalmente los ataques a pe-
queñas poblaciones.

46
Evolución reciente del conflicto armado ...

Gráfico 4. Comparación de la intensidad de las acciones más


recurrentes en el conflicto armado (1985-1990 y 1991-1996)

Secuestros de civiles

Asesinatos de civiles

Miembros FF.AA. muertos

Guerrilleros muertos

Contactos FF.AA. Guerrilla

Actos de sabotaje

Hostigamientos

Emboscadas

Piratería terrestre

Ataques a instalaciones

Asaltos a entidades

Asa/tos a poblaciones'

o 1000 2000 3000 4000 5000

Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz

La distribución de las acciones armadas a nivel departamental


permite determinar la concentración de hechos de este tipo en las
diferentes circunscripciones. Durante los últimos doce años un po-
co más del 70% de las acciones armadas se registran en nueve de-
partamentos: Antioquia, 20%; Santander, 14%; Norte de Santan-
der, 7%; Cesar, 7%; Arauca, 6%; Meta, 5%; Cundinamarca, 5%;
Cauca, 4%; y Bolívar, 4%. Por otra parte, Córdoba, Caldas y Risa-
ralda experimentaron importantes reducciones en la intensidad del
conflicto armado en 1992 como consecuencia de la desmovilización
del EPL. A partir de 1993, la disminución en la actividad de la gue-
rrilla se mantiene únicamente en Córdoba. Risaralda y Caldas. No
obstante esta mejoría, en el presente estos departamentos se en-
cuentran afectados por la presencia activa de tres frentes de las
Farc y un reducto disidente del EPL.

47
Camilo Echandía

En el resto del país se produce un aumento sostenido en la in-


tensidad del conflicto armado. Los departamentos donde se obser-
va un elevado incremento, son: Guajira, Nariño, Guaviare, Quin-
dío, Cundinamarca, Meta y Casanare. En todos estos departamen-
tos, excepto en el caso de Guaviare, se ha observado un fuerte
avance de los grupos guerrilleros en los últimos cuatro años. En
efecto, las Farc y el ELN han incrementado en forma ostensible su

Mapa 3. Municipios con elevada actividad armada de la guerrilla ( 1993-1995).

Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para !a Paz, l 993-1995.

48
Evolución reciente del conflicto armado ..

presencia en La Guajira, Nariño, Quindío y Casanare. Así mismo,


las Farc registraron -luego de las operaciones de las FF.AA. contra
los camp-amentos del secretariado en La Uribe (Meta)- un fuerte
desplazamiento de su fuerza armada hacia Cundinamarca.
La intensidad del conflicto armado también ha aumentado de ma-
nera preocupante en los últimos años en los departamentos de:
Magdalena, Atlántico, Antioquia, Boyacá, Cesar, Tolima, Caquetá,
Santander, Bolívar, Norte de Santander, Huila y Arauca. Se obser-
va un leve incremento en la intensidad del conflicto en: Cauca, Va-
lle, Sucre y Putumayo.
En el nivel municipal, el mapa 3 muestra cómo las localidades
más afectadas por los altos niveles de actividad armada de la guerri-
lla corresponden a los municipios donde prima la colonización de
frontera, agricultura comercial con énfasis en los que concentran la
población en centros urbanos, y los de latifundio ganadero y agrí-
cola en la región caribe. Estos conjuntos de municipios han sido
afectados en mayor proporción por la elevada actividad armada de
la guerrilla y se localizan primordialmente en las zonas donde tra-
dicionalmente han operado los frentes guerrilleros. ·
Se observa en los últimos años cómo otros tipos de municipios
también han sido afectados: minifundio deprimido de la región
andina, campesinado medio no cafetero, agricultura comercial y
colonización interna:.
En la estructura urbana se aprecia la presencia activa de la gue-
rrilla en las cinco ciudades mas importantes del país. Aproxima-
damente la mitad de las capitales de departamento han registrado
un elevado número de acciones de la guerrilla entre 1985 y 1996.
Las ciudades secundarias se han visto afectadas por el accionar
guerrillero. Los conjuntos municipales donde se registran las varia-
ciones más fuertes coinciden con el patrón de expansión de la in-
surgencia de los últimos diez años. Existe en el país una corres-
pondencia muy significativa entre los altos niveles de violencia y la
presencia de organizaciones armadas ilegales. Si se analizan los 342
municipios que entre 1993 y 1995 registraron elevada intensidad
del conflicto armado (mapa 3), las mayores tasas de secuestro
(mapa 4) o de asesinato (mapa 5 ), se descubre que en 284, es decir,
en el 83% de estos municipios, se encuentra presente la guerrilla.
Es importante precisar que en 99 de los municipios críticos con
presencia guerrillera, la violencia se manifiesta de manera exclusiva
en la elevada intensidad del conflicto armado, mientras que 93
municipios, además de encontrarse afectados por la intensa activi-

49
Camilo Echandía

dad guerrillera, también presentan elevado índice de secuestros o


asesinatos. En los restantes 92 municipios con presencia guerrille-
ra, se registran altas tasas de secuestro o asesinato sin que las ac-
ciones propias del conflicto armado sean significativas. 58 munici-
pios sin presencia guerrillera se vieron afectados por los elevadüs
indicadores de secuestro o asesinato entre 1993 y 1995.
De acuerdo con la información disponible, las organizaciones
paramilitares, de justicia privada y al servicio del narcotráfico, se

Mapa 4. Municipios con elevado índice de secuestro ( 1993-1995).

Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.

50
Evolución reciente del conflicto armado ..

encuentran presentes en 152 de los 342 municipios que entre 1993


y 1995 registraron altos índices de violencia e inseguridad.
La relación más fuerte se establece con los municipios afectados
por la elevada intensidad del conflicto armado guerrillero, de los
cuales 112, es decir el 58%, registran presencia paramilitar. En se-
gundo lugar, 77 de los municipios con elevada tasa de secuestro -
que representan el 50%- cuentan con la presencia de estos actores
de violencia. Los municipios críticos por tener elevado índice de

Mapa 5. Municipios con elevado índice de homicidios cometidos por actores orga-
nizados (1993-1995).

Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.

51
Camilo Echandía

asesinatos y presencia de organizaciones armadas no guerrilleras


son 54, los cuales representan el 40%.
Se podría inferir que la elevada correspondencia entre munici-
pios con altos índices de violencia y presencia de actores armados
ilegales parece ser suficiente para desencadenar y exacerbar proce-
sos violentos. Por otra parte, existe en el país una relación muy es-
trecha entre la expansión de los grupos insurgentes hacia nuevas
regiones, el surgimiento de organizaciones armadas ilegales que se
les oponen y el incremento de la violencia, que deja con poco piso
las consideraciones corrientes acerca de la irrelevancia de la violen-
cia asociada al conflicto arruado. En esta línea de análisis ya se co-
mienzan a producir los primeros estudios; uno de los más recientes
logró determinar que en el ámbito rural la guerrilla es el principal
agente de violencia con el 34.5%; le siguen la delincuenc_ia común
con el 32.6%, los paramilitares con el 13. 7%, y el narcotráfico con
el 11.6%. 14
La relación entre la presencia de la guerrilla y los elevados índi-
ces de secuestro es muy estrecha, como se infiere al comparar los
mapas 3 y 4. En efecto, en departamentos como Arauca, Caquetá,
Casanare, Cesar, Córdoba, Bolívar, Norte de Santander y Antio-
quia, las zonas afectadas por la actividad armada de la guerrilla
coinciden con los municipios cuya tasa de secuestro por cada cien
mil habitantes se encuentra por encima de la tasa promedio nacio-
nal y en algunos casos corresponde a las más elevadas a nivel na-
cional. Por otra parte, en los departamentos donde la insurgencia
ha incrementado de manera ostensible su presencia entre 1987 y
1995, los índices de secuestro también han aumentado. Es así como
la tasa de secuestro ha sufrido incrementos considerables a partir
de 1987 y se coloca en 1995 por encima del promedio nacional en
la Guajira, Cesar, Magdalena, Norte de Santander, Nariño, Cauca,
Tolima, Huila, Casanare y Antioquia.
En todos estos casos, el incremento del secuestro se produce de
manera paralela con el avance de la guerrilla, aportando una prue-
ba más de cómo la incursión de la insurgencia ell nuevos territo-
rios va acompañada del deterioro de la seguridad.

14
"Incidencia de la violencia en el ámbito rural (1990-1994)". En: INFORMES DE
PAZ, No. 6. Bogotá; marzo de 1997.

52
Evolución reciente del conflicto armado ...

En los últimos años, corno se puede observar en el gráfico 3, la


guerriJJa incrementó los secuestros. Las principales víctimas son
ganaderos y agricultores seguidos por los comerciantes. La guerri-
lla recurre al secuestro en procura del fortalecimiento de sus finan-

Mapa 6. Municipios con elevado índice de homicidio ( l 993~ 1995)

Fuente:, Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.

zas. En efecto, los ingresos de las guerrilla por concepto de secues-


tro en 1995 representan alrededor del 35% de todas sus finanzas,
constituyéndose así en la segunda fuente de recursos después del
narcotráfico -que representa el 54% en el caso de las Farc- y de la

53
Camilo Echandía

extorsión al sector minero con una participación del 53% en las fi-
nanzas del ELN. El secuestro, fuera de constituir una de las princi-
pales fuentes de financiamiento a la que acude la guerrilla, también
se utiliza para atemorizar y de esta forma abrir paso al cobro regu-
lar de la extorsión a ganaderos, agricultores, comerciantes, empre-
sarios y contratistas en las regiones donde incursiona por vez pri-
mera.
El avance de la guerrilla y el incremento inherente de las mani-
festaciones de violencia se tornan aún más graves con la prolifera-
ción de grupos armados ilegales de variada naturaleza y origen que
al actuar para neutralizar la acción de los primeros contribuyen de
manera significativa a intensificar la violencia. 15 Como se observa
en el mapa 5, las muertes violentas atribuidas a paramilitares, or-
ganizaciones de justicia privada y la guerrilla registran l9s índices
más elevados en los municipios de Casanare, Cesar, .Antioquia,
Guajira y Norte de Santander; en todos estos departamentos la
guerrilla ha incursionado con fuerza. En Caquetá, Meta, Arauca y
Santander, donde la presencia guerrillera tradicionalmente ha sido
elevada, las tasas de asesinato superan el promedio nacional. La
importancia estratégica que zonas corno el Urabá, el Magdalena
Medio o el Piedemontc casanareño representan para los diferentes
actores armados en competencia, ha hecho que en el afán por con-
solidar su dominio territorial, la población civil haya sido converti-
da en objetivo militar, dando una clara muestra del nivel de degra-
dación que alcanza el· conflicto interno en la actualidad.
Por otra parte, cuando se comparan los -municipios afectados
por el homicidio en general con los municipios críticos por el alto
índice de muertes causadas por los actores organizados, se descu-
bre una alta correspondencia en la geografía de ambos fenómenos,
lo que a su vez permite insistir en que los altos niveles de violencia
tienen una relación muy fuerte con la presencia de dichos actores.
Esta interpretación se basa en la comparación del mapa 5, donde
se presentan los municipios que registraron durante los mismos
periodos tasas de muertes cometidas por actores organizados que
superaron también en más del doble el promedio nacional, con el

15
La vigencia de estructuras armadas no guerrilleras con coberturamultirre-
gional, con un alto grado de coordinación y un mando aparentemente unifi-
cado, con una doctrina común de operaciones y con ambición de poder, es
cada vez más un hecho constatable en Colombia.

54
Evolución reciente del coriflicto armado ..

mapa 6, donde se presentan los municipios que en el periodo 1993-


1995 registraron tasas de homicidio que superan en más del doble
la tasa promedio nacional. Si bien no coinciden necesariamente
uno a uno los municipios, sí lo hacen en buena medida las regio-
nes. Se encuentran en ambos casos municipios con tasas que supe-
ran en el doble o más la nacional en: el norte del Valle, el Eje Cafe-
tero, el Urabá, Medellín y los municipios vecinos, el sur del Cesar,
la región del Río Minero en el occidente de Boyacá, y el piedemon-
te de la Cordillera Oriental (municipios dispersos de Casanare,
Arauca, Meta, Caquetá y algo de Putumayo ).
La evidencia presentada permite controvertir la afirmación co-
rriente en el sentido de que alrededor del ochenta por ciento de
los homicidios en Colombia responde a la violencia cotidiana."
Una interpretación también diferente se desprende del análisis de
las cifras que viene produciendo el Instituto de Medicina Legal y
Ciencias Forenses. Se observa que en las regiones más violentas,
donde se registran la mitad de los homicidios que ocurren en el pa-
ís, la principal causa reconocida es el ajuste de cuentas, mientras que
en los departamentos más pacíficos, donde ocurre tan sólo el 20%
de los homicidios, la causa que sobresale son las riñas producidas
por el consumo de alcohol, y los problemas de la convivencia y la
intolerancia. Estas tendencias sugieren que la violencia intencional
tiene un peso mayor dentro de los homicidios de lo que tradicio-
nalmente se había considerado. 17
No obstante, el enorme desconocimiento sobre los autores de
las muertes en el país, se ha aceptado por parte de las autoridades
y de los estudiosos, que las violencias que están cobrando el mayor
número de víctimas sobrepasan a las que se generan en los actores
organizados: guerrilla, paramilitares, grupos de justicia privada y
organizaciones armadas al servicio del narcotráfico. Como se ha
visto en las loc,;¡idades urbanas y rurales, la presencia de los acto-
res organizados se asocia estrechamente con las altas tasas de ho-
micidios indiscriminados, a la vez que también son altos los homi-
16
El porcentaje se deduce de las víctimas que según las autoridades fueron
asesinadas por las guerrillas y otros grupos organizados (total homicidios me-
nos víctimas de grupos organizados).
17
Ver el análisis de las cifras de Medicina Legal para 1996, en: PAZ Púm.JCA-
Universidad de los Andes, carta No. l. Bogotá: publicación del Programa de
Estudios sobre Seguridad, Justicia y Violencia de la Universidad de los Andes,
julio de 1997.

55
Camilo Echandía

cidios selectivos. Adicionalmente como lo señala un estudio recien-


te, 18 en las zonas rurales de colonización y los barrios periféricos de
las ciudades en acelerada expansión, se observa como factor co-
mún una sociedad débil aunque dinámica, con un Estado incapaz
de constituirse en mediador de los conflictos, funciones que termi-
nan desempeñando las organizaciones armadas ilegales que se im-
ponen a través de la violencia.

INTIMIDACIÓN Y
PODER LOCAL DE LA GUERRILLA

Por otra parte, resulta bastante alta la convergencia entre las áreas
de influencia histórica de la guerrilla y las poblaciones que en el
presente manifiestan simpatía por los grupos alzados en armas. De
esta forma se estaría evidenciando que la fuerte expansión territo-
rial de la guerrilla registrada en los últimos años, no guarda rela-
ción con su potencial político ni electoral, y que incluso ha decaído
de manera ostensible en la zonas tradicionalmente bajo su influen-
na.
La expansión territorial de la guerrilla no se traduce en un ma-
yor poder de convocatoria, sino más bien en el incremento de su
capacidad de intimidación para así aumentar su influencia a nivel
local.
A través de la intimidación la guerrilla elige alcaldes y conceja-
les, determina a quiénes deben favorecer los, nombramientos, los
contratos, las inversiones físicas, los programas sociales, etc. La
presión de la guerrilla se manifiesta en asesinatos, secuestros y
amenazas que recaen en dirigentes políticos, candidatos, alcaldes,
concejales y funcionarios. Los municipios donde la guerrilla busca
ampliar su poder a través de la intimídación pertenecen a las zonas
donde la incursión guerrillera se ha producido en forma relativa-
mente reciente (de 1985 en adelante), y en su mayoría coinciden
con los patrones de expansión ya identificados.
Se vislumbra en este sentido la salvadorización del conflicto co-
lombiano, especialmente con la transformación creciente de los al-
caldes en objetivos militares como forma de consolidar el poder en
las zonas estratégicas, procedimiento que empezó en El Salvador a

1S CUBIDES, ÜLAYA y ÜRTIZ, op. cit.

56
Evolución reciente del conflicto armado ...

Mapa 7. Municipios donde la intimidación de la guerrilla llevó a que se presentaran


renuncias de candidatos a las alcaldías y concejos en los comicios de octubre de
1997.

lmil Renunciaron algunos candidatos


11!1 Renunciaron todos los candidatos
al concejo o a las alcaldías
1!1111 Renunciaron todos los candidatos
al concejo y a las alcaldías
Fuente: Registraduría de la Nación,
octubre de 1997.
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.

mediados de los ochenta y que escaló y degradó de manera terrible


el conflicto. 19
El número de municipios intimidados por la guerrilla, los gru-
pos paramilitares y el narcotráfico, pasa de doscientos. La aterra-
dora estadística se desprende de los reportes de asesinato, secues-
tro y amenazas puestas en conocimiento de las autoridades y las
denuncias diarias que recibe la Federación Colombiana de Munici-
pios. Esta información muestra que el mayor número de localida-
des afectadas se encuentra en las zor:ias que han registrado en los
últimos diez años una fuerte expansión de la guerrilla así como el
surgimiento de los grupos que se le oponen. A nivel local, estas or-

19
Jesús A. BEJARANO. Inseguridad y violencia: sus efectos en el sector agropecuario.
REVISTA NACIONAL DE AGRICULTURA de la SAC No. 914-915, 1996.

57
Camilo Echandía

ganizaciones actúan como redes de poder que manejan instrumen-


tos de fuerza y que son capaces de imponer su control sobre lapo-
blación a través de la intimidación, reemplazando así los lazos de
solidaridad colectiva por la desconfianza mutua que se manifiesta
en la ley del silencio y en la incomunicación. Y con estas caracterís-
ticas es imposible construir comunidad y propiciar el desarrollo. 20
A la vista de la evidencia más reciente -que se presenta en el
mapa 7-, se pueden tener varias hipótesis que expliquen por qué
la guerrilla presionó la renuncia de un conjunto importante de
candidatos a los concejos y alcaldías en 162 municipios en los me-
ses previos a la realización de comicios electorales del 26 de octu-
bre de 1997:
a. La guerrilla saboteó las elecciones en Nariño y algunos muni-
cipios de la montaña antioqueña -donde comienza a in,cllrsionar-
con el propósito de ampliar su influencia a nivel local.
b. En el sur de Bolívar, Bajo Cauca y Magdalena Medio de An-
tioquia y Meta, las amenazas de la guerrilla contra los candidatos se
producen en las localidades donde los paramilitares están dispu-
tándole el poder. Al presionar la renuncia de los candidatos, la
guerrilla procuró neutralizar el avance paramilitar e impedir que
controlen los gobiernos locales.
c. En las zonas donde las Farc cuentan con una presencia histó-
rica (suroriente del país: Caquetá, Guaviare, Putumayo, Huila y
Cauca), el sabotaje a las elecciones tuvo como fin hacer una demos-
tración de poderío. En el pasado, la presión de la guerrilla en estas
zonas fue mucho menor, en cuanto el propósito de la intimidación
no apuntaba a impedir que se realizara la elección de las autorida-
des locales. Se observa también que en regiones donde el ELN
ejerce control territorial (Arauca) o donde se ha ido afianzando
con fuerza (Casanare), no se presentaron amenazas contra los can-
didatos.
De otra parte, el rápido avance paramilitar en los últimos dos
años, se expresa en el hecho de que en zonas presionadas en el pa-
sado por la guerrilla (Urabá, Córdoba, Magdalena y sur del Cesar),

20
La conceptualización de las organizaciones armadas como redes de poder que
imponen su control a través de la intimidación, fue expuesta por Daniel
Pécaut en el conversatorio El estado de las investigaciones sobre violencia en Co-
lombia org-.cmizado por el Cinep los días 15 y 16 de noviembre de 1996 en
Sasaima-Cundinamarca.

58
Evolución reciente del conflicto armado ...

las elecciones del pasado 26 de octubre de 1997 se celebraron sin


que los candidatos fueran intimidados por los alzados en armas. En
estas zonas. la intimidación corrió por cuenta de los paramilitares
que, como en el caso de Urabá, impidieron que se presentaran
candidatos de partidos o movimientos de izquierda.
. En definitiva, es preciso reconocer que no obstante el mayor al-
cance que la guerrilla parece haber ganado en el propósito de am-
pliar su poder a nivel local, el avance de los paramilitares se tradu-
ce, por una parte, en que los grupos alzados en armas hayan per-
dido terreno en el norte del país, y por otra, en que hayan tenido
que concentrar mayores esfuerzos en neutralizar el avance de los
grupos irregulares que se les oponen en el Magdalena Medio y
otras zonas donde le disputan el control de las administraciones lo-
cales. Ante esta nueva situación, la guerrilla no ha tenido alternati-
va distinta a la de demostrar poderío en las zonas de vieja presen-
cia, quedando sin posibilidad de continuar acumulando poder polí-
tico para lograr sus objetivos estratégicos.

INCIDENCIA DEL CONFLICTO EN LA ECONOMÍA

Es un hecho que la violencia introduce expectativas negativas en la


econonúa y hace que la sociedad en general tenga que asumir ele-
vados costos debido a que padece la inseguridad, ve sacrificados
recursos humanos y materiales muy valiosos y pierde la oportuni-
dad de contar con una mayor acción del Estado en favor del desa-
rrollo material.
En el caso de la violencia, resulta claro que los mayores recursos
comprometidos en el control sobre los factores perturbadores del
orden implican también elevados costos sociales, en la medida en
que estos mismos recursos no pueden tener un uso alternativo que,
por ejemplo, contribuya a través del incremento del gasto público a
aumentar la capacidad social para elevar la producción de bienes
privados y públicos destinados al consumo presente y futuro.
De igual forma, la aplicación por parte del Estado de la solución
política al conflicto armado -que en el caso colombiano ha llevado
a la desmovilización de ocho organizaciones alzadas en armas y la
reincorporación de sus antiguos combatientes a la vida civil del pa-
ís-, ha comprometido además de una expresa voluntad de reconci-
liación y tolerancia, importantes recursos económicos. En todo ca-
so, los costos involucrados en la acción estatal encaminada a la su-
peración del conflicto armado, resultan socialmente menores que

59
Camilo Echandía

asumir de manera indefinida los costos que conlleva la violencia


desenfrenada.
El gráfico 5 muestra (como porcentaje del PIB) los montos eco-
nómicos comprometidos en los delitos que afectan el patrimonio
económico, las finanzas de las organizaciones armadas promotoras
de la violencia y lo que le cuesta al país las acciones de sabotaje
contra la infraestructura económica realizadas por. estas mismas
organizaciones, aproximándose a una estimación de los efectos di-
rectos de la violencia y de la inseguridad en el país que para el año
1995 fueron del orden de los US $ 1.328 millones.
La guerrilla a través del cobro de dinero a los productores y tra-
ficantes de coca, marihuana y amapola, la extorsión y el secuestro a
las compañías mineras y petroleras, a los ganaderos y agricultores
entre otros y el desvío de los dineros de las regalías, transfiere im-
portantes recursos económicos. Ha sido justamente en la obten-
ción de recursos económicos donde las prácticas de la guerrilla y
de la delincuencia común se han confundido. Es así como el robo
de ganado, que fuera combatido por la guerrilla en las zonas bajo
su influencia, ha aparecido recientemente como una de sus prácti-
cas más recurrentes para forzar el pago de las extorsiones por par-
te de los finqueros. Es sabido también cómo, por ejemplo, las ban-
das de delincuentes comunes se encargan de secuestrar a las per-
sonas en las ciudades a cambio de un porcentaje del rescate, mien-
tras la guerrilla se encarga del cautiverio en zonas rurales y de ne-

Gráfico 5. Costos económicos de la violencia y de la criminalidad


(como porcentaje del PIB en promedio por año 1991-1995)

1.8

1.6
1.4
1.2

0.8

0.6

0.4
0.2

Fuente: REVISTA CRIMINALIDAD de la Policía Nacional {1991- 1995); Consejería Presidencial para
la Defensa y Seguridad Nacional; Los costos económicos del conflicto armado {1990-1995), DNP.

60
Evolución reciente del conflicto armado ...

gociar el rescate. En algunos casos, las organizaciones guerrilleras


han logrado acceso a los recursos públicos de las administraciones
locales y departamentales, incluso en algunos casos mediante
acuerdos con funcionarios corruptos. Por otra parte, paralelamen-
te con el auge en la exploración de campos petroleros y mineros, la
guerrilla ha identificado como objetivo de sus extorsiones a las
compañías subcontratistas de este sector de la economía.21
Si bien las estimaciones económicas sobre las fuentes de finan-
ciamiento de la guerrilla constituyen sin lugar a dudas un costo di-
recto para la economía nacional, los costos económicos indirectos
del conflicto armado pueden ser mucho más elevados como lo
muestra un estudio reciente. 22 En efecto, el impacto de la inseguri-
dad y de la violencia en el sector agropecuario, que ha sido tradi-
cionalmente el más afectado por la guerrilla son, sobre todo, indi-
rectos y afectan negativamente la administración, la gestión, la in-
versión y el precio de la tierra en subsectores como la ganadería y
la agricultura comercial. El impacto sobre el conjunto del sector se
estima para 1995 en 32.69% del PIB agropecuario.
Como se observa, desde el punto de vista económico las mani-
festaciones de la violencia guerrillera recaen fundamentalmente en
el sector agropecuario y particularmente en lo que tiene que ver
con la asunción de costos por parte de los agentes privados, en la
forma de boleteo, extorsión, secuestros y toda suerte de interfe-
rencias en la actividad económica. Así se registra ese efecto entre
los agricultores y ganaderos; sin embargo en el conjunto de la so-
ciedad y pese a que es fácil inferir que los efectos económicos son
considerables, el hecho es que tales efectos no parecieran existir
como problema ;1i entre los violentólogos, ni entre los investigado-
res económicos. 23
En el gráfico 6, se presenta la evolución de las tendencias de la
violencia guerrillera, junto con su incidencia determinada por los
empresarios en las encuestas realizadas por el diario El Tiempo
desde el primer trimestre de 1992 hasta el tercer trimestre de 1996.

21
Presidencia de la República, Seguridad para la gente, Segunda fase de la Es-
trategüfNacional contra la Violencia. Bogotá: 1993.
22
Universidad Exten1ado de Colombia-Fonade. Colombia: inseguridad, violencia
y desempeño económico en las áreas rurales. Bogotá: Universidad Externado de
Colombia-Fonade, 1997.
23
lbíd.

61
Camilo Echandia

Gráfico 6. Comparación entre la Intensidad de la actividad económica


armada de la guerrilla y de la percepción sobre su incidencia en Ja
economía (1992-1996)

70 450

400
60
350
50
300
40 250

30 200
150
20
100
10
50
o o
N N
m
N

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N M M M
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C=:J Incidencia en la econom/a -+- Intensidad en la actividad guerrillera

Fuente: La serie con fas percepciones de los empresarios sobre la incidencia de la violencia en la
economía entre 1992-1996, se basa en la información presentada por el diario El Tiempo, en la
Encuesta de Opinión Económica, realizada con periodicidad trimestral; que como tal presenta
las tendencias, combinadas con indicadores cuantitativos y cualitativos. La intensidad de la acti-
vidad de la guerrilla corresponde al monitoreo que se realiza en e/ observatorio de violencia.

La observación del gráfico indica que la mayor incidencia de la vio-


lencia en la economía -según la percepción d.e los empresarios-,
se presentó en el cuarto trimestre de 1992, y la menor en el segun-
do trimestre de 1996. Dentro de estos dos extremos, se mueven las
percepciones; pudiéndose establecer algunas similitudes en algu-
nos subgrupos de trimestres, al efectuar su ubicación en el cuadro
general.

Es claro en el primer caso cómo la percepción sübre una mayor


incidencia de la violencia en la economía coincide con la escalada
de la guerrilla que cierra definitivamente la posibilidad de conti-
nuar los diálogos de paz entre la administración Gaviria y la CGSB.
La percepción negativa que se va incrementando a partir de la sus-
pensión de las conversaciones de paz en Tlaxcala, en el mes de ma-
yo a raíz de los graves hechos ocurridos en el primer trimestre de
1992 (la muerte del exministro Argelino Durán Quintero y el se-
cuestro del expresidente de la Cámara Norberto Morales), se pro-
longa con la declaratoria del Estado de Conmoción Interior el 8 de

62
l!.,Volución reciente del conflicto armado ...

noviembre, luego del ataque de las Farc a unas instalaciones petro-


leras en Orito-Putumayo, donde murieron 26 policías.
En el segundo caso, en el cual no existe para los empresarios in-
cidencia de la violencia en la economía, en el segundo trimestre de
1996, la percepción no tiene correspondencia con los altos niveles
de actividad armada de la guerrilla registrados en desarrollo del pa-
ro armado de abril de 1996. En este momento los empresarios atri-
buyen de manera exclusiva los problemas de la economía a la si-
tuación política, la marcha de los negocios y las relaciones con los
EE.UU. Los graves hechos de alteración del orden público registra-
dos durante el tercer trimestre del año, hacen que los empresarios
vuelvan a considerar la incidencia negativa de la violencia en la
econorrúa, que con 16% es la mayor de los últimos dos años y me-
dio. En efecto, la percepción sobre la incidencia perjudicial de la
violencia coincide con el momento en que las Farc acompañaron
las marúfestaciones de protesta en contra de la fumigación de cul-
tivos ilícitos en el sur del país, con acciones armadas que lograron
generar gran conmoción en buena parte del territorio nacional. El
hecho más grave, como se recuerda, se registró hacia finales de
agosto, cuando la base militar de Las Delicias fue atacada con un
saldo de veintisiete soldados muertos y alrededor de sesenta rete-
nidos.
La violencia, en general, registra continuidad en el contexto
económico, comportándose como una variable permanente que
afecta en distinto grado la economía. Cuando el accionar de la
guerrilla es alto, los agentes económicos estiman que esa clase de
violencia es la más perjudicial para la economía. De tal suerte, la
incidencia de la violencia en la economía se presenta en una escala
de intensidad; de manera que su efecto no ha llegado al máximo
nivel, sino que en .su gran mayoría la economía ha logrado avanzar
a pesar de este flagelo. En efecto, el país a través de su larga histo-
ria de violencia proporciona un buen ejemplo de cómo las situa-
ciones de conflicto resultan siendo compatibles con signos positi-
vos de la actividad económica, sin que el funcionamientO"global del
sistema llegue a verse afectado por estas situaciones, que en mu-
chos casos incluso se convierten en fuente de acumulación de capi-
tal y factor dinamizador de la economía. Esta aparente paradoja
permite entender la ausencia de compromiso en los sectores urba-
nos que en la medida en que perciben el conflicto armado como
una molestia lejana y no como una fuerza perturbadora que ame-

63
Camilo Echandía

nace sus intereses, permanecen indiferentes en la búsqueda de sa-


lidas que impliquen concesiones de su parte.
La evidente subestimación estratégica sobre las implicaciones
del conflicto tiene derivaciones de singular importancia cuando se
considera el margen de concesiones posibles en una solución polí-
tica negociada del conflicto armado colombiano. En cualquier caso
los efectos económicos circunscritos a un alcance sectorial rural y a
las actividades agropecuarias, a algunas regiones rurales con muy
pocos alcances globales y sobre todo sin consecuencias económicas
importantes ni para las actividades urbanas, ni para la seguridad en
las ciudades, no debiera llevar en todo caso a subestimar el poten-
cial de transformación y escalamiento del conflicto hacia las áreas
urbanas, en una trayectoria que, por lo demás, se ha experimenta-
do en otros conflictos en otras áreas del mundo.24

CONCLUSIONES

A la luz de todo lo dicho, se podría concluir que la dimensión y el


alcance que hoy tiene la geografía de la presencia guerrillera no se
puede explicar sólo por la existencia de condiciones objetivas que
se presentan en las zonas rurales y marginales. No son las condi-
ciones objetivas las que determinan necesariamente la presencia de
la guerrilla sobre el territorio, sino más bien las decisiones cons-
cientes que ha tomado con el propósito de continuar avanzando.
Como se ha visto, la presencia de los alzados en armas está asocia-
da en el presente con factores económicos, políticos y militares,
que sin duda coinciden también con profundos desequilibrios so-
ciales propios de regiones con economías dinámicas que atraen
migrantes y donde la distribución del ingreso es inequitativa.
También se ha visto que a pesar de haber diversificado su pre-
sencia -que ya no es exclusivamente rural y marginal-, las Farc y el
ELN mantienen un elevado grado de concentración de la actividad
armada en las zonas periféricas que les ha permitido contar con
una base de financiamiento estable. Las estructuras de frentes con
presencia en zonas de cultivos ilícitos, enclaves agrícolas y explota-
ción petrolera y minera, son las que cuentan con mayor capacidad
de acción armada. Así mismo, la elevada concentración del conflic-

24
Ibíd.

64
Evolución reciente del conflicto armado ..

to en estas zonas donde la presencia de la guerrilla es histórica, su~


giere que no existe consolidación del dominio de la guerrilla y por
tanto no se encuentra aún en condiciones de desarrollar activida-
des sostenidas en las áreas de incursión reciente. En estas últimas
áreas operan las estructuras de frentes menos desarrolladas y con
menor capacidad ofensiva, que en todo caso representan un riesgo
estratégico para las actividades económicas más dinámicas y para
los centros urbanos más importantes del país.
La proliferación de manifestaciones de violencia que acompaña
el avance de la guerrilla sugiere que en pleno proceso de expan-
sión la insurgencia no garantiza el orden, al contrario de lo que
plantean los enfoques tradicionales al describir el rol jugado por
los grupos alzados en armas en las zonas de vieja influencia. Lo ra-
zonable entonces es reconocer, como afirma el sociólogo Daniel
Pécaut, que en la violencia actual los fenómenos interactúan y se
relacionan de manera que resulta totalmente inapropiado conti-
nuar trazando límites claros entre la violencia política y aquella que
no lo es, y menos aún seguir insistiendo en la supuesta irrelevancia
de la violencia originada en los actores del conflicto armado.
Se sugiere finalmente que la fuerte expansión territorial de la
guerrilla registrada en los últimos años no guarda relación con su
potencial político, ni con el grado de articulación con la población
que incluso ha decaído de manera ostensible en las zonas tradicio-
nalmente bajo su influencia. En efecto, la guerrilla -que en la ac-
tualidad enfrenta la fuerte arremetida de los grupos paramilitares-
no ha tenido alternativa distinta a la de demostrar poderío en las
zonas de vieja presencia, quedando sin mayores posibilidades de
continuar avanzando en el logro de sus objetivos estratégicos.
En definitiva, las tendencias descritas sugieren que más que la
anunciada transformación cualitativa de la guerra de gu,errillas en
guerra de posiciones y de movimientos, donde más que un enorme po-
derío 1nilitar se requiere de un elevado grado de articulación con la
población y de legitimidad, la guerrilla está transitando hacia una
guerra de desgaste. En este escenario la insurgencia, sin importar
los elevados costos políticos que pueda generar para sectores más
amplios de la población -incluso en el área urbana- se propone
demostrar una enonne capacidad de desestabilización para susten-
tar su demanda de mayor participación en el poder.

65
De lo privado y de lo público en
la violencia colombiana: los
paramilitares
Fernando Cubides C.

Ellos son los señores de la noche propicia


los capitanes del desespero los ejecutores inso_:tnnes
los que van a matar como quien cumple uri rito necesa-
rio, una rutina consagrante amparada
por el humo nocturno de las celebraciones
El homicidio entonces forma parte
de una más ardua teoría de códigos
de una suma de mandamientos
a las que somos ajenos y de las que pocos sabemos
por estar marcados con una precaria señal de los inocen-
tes
por no haber alcanzado la gracia de ser los escogidos
por habitar los metálicos dominios
donde la noche no puede nombrarse
ampara y oculta sólo a los que han ejercido
durante largo tiempo
lo que dura una vida
el asedio incesante a los estrados del cadalso
a las pausadas procesiones del patíbulo.
Justo es hablar así sea por una sola vez
de la noche de los asesinos la noche cómplice
porque también ella entra en el orden de nuestros días
y de nada valdría pretender renegar de sus poderes.

Alvaro Mutis. Siete nocturnos.

'Profesor del Departamento de Sociología e investigador del Centro de Estu-


dios Sociales, CES, Universidad Nacional de Colombia.

66
De lo privado y de lo público..

LAS TRANSFORMACIONES

Pasaron algo más de diez años desde el día en que, a propósito de


los grupos de autodefensa que se estaban formando en varias re-
giones del país, el editorial del principal periódico colombiano citó
mal y aplicó peor aún a Konrad Lorenz para justificar su existen-
cia, hasta el día en que otro editorial del mismo diario condenó -y
aun considera execrables- a los paramilitares. 1
Aun cuando ese período coincida con la pérdida de importan-
cia del editorial en el conjunto del contenido del periódico
( tendencia universal, sobre la que por cierto han llamado la aten-
ción especialistas de la comunicación, entre ellos Umberto Eco) a
nuestrdjuicio y para nuestro caso el cambio en la postura editorial
de un diario como El Tiempo da cuenta, bastante aproximada, de
las transformaciones ocurridas en la dimensión real del fenómeno
paramilitar. Lo significativo del caso colombiano consiste, entre
otras, en que respecto de ninguna otra de las organizaciones prac-
ticantes de la violencia se puede constatar un cambio tan drástico y
una tal asimetría: en sus inicios, cuando carecían de cualquier efi-
cacia operativa, contaban con respaldo explícito en sectores de
opinión respetables y un grado de consenso social a su favor que
les hubiera permitido incluso ser socialmente constructivos, y aho-
ra, cuando dan muestras palpables de su eficacia operativa, son
condenados explícitamente, y más bien el consenso que se está
produciendo es acerca de su carácter socialmente destructivo. No
es un caso flagrante de doble moral generalizada, aun cuando se le

1
Ver respectivamente: EL TIEMPO, 30 de julio de 1987: «El libro El sentido de la
agresión de Konrad Laurens (sic), muestra cómo el ser viviente, sea racional de
o irracional, lleva eh lo más profundo de su sentimiento el instinto de la de-
fensa de su territorio. Nadie puede tocárselo. Por eso los animales, como el
hombre, fijan sus zonas para que el enemigo no las ocupe, y cuando lo hace
las defiende hasta la muerte. El bandolerismo está llegando a las zonas de los
campesinos, agricultores, hacendados de todas las categorías. Irrumpe en sus
terrenos. Lo que ha hecho el ejército es dotarlos de las armas necesarias para
detener esos abusos. No hacerlo sería ir contra los más elementales derechos
del individuo consagrados en las constituciones de todo el mundo», y EL
TIEMPO, 4 de diciembre de 1997: «Perversos cantos de sirena han escuchado
quienes, seducidos por la fortaleza de las organizaciones paramilitares y sus
ráfagas implacables, e indignados y adoloridos por la radicalización e intole-
rancia ciega de organizaciones subversivas, han creído que las masacres propi-
ciadas por los grupos paramilitares o de autodefensa son un camino apropia-
do para acabar el conflicto armado en Colombia».

67
Fernando Cubides

parezca mucho; en todo caso es una paradoja, un curso sinuoso de


los acontecimientos contemporáneos que vale la pena dilucidar,
hasta donde lo posibiliten las e,~dencias y la capacidad de análisis.
Pero las percepciones han cambiado siempre con rezago respec-
to de la evolución real del paramilitarismo. Entre uno y otro de los
momentos que indicábarnos antes, hemos asistido en verdad a una
compleja evolución de la que, sin embargo, poco ha logrado perci-
birse debido al tiempo y al esfuerzo que se dedicaron a la disquisi-
ción sen1ántica y a las definiciones normativas. En efecto, mientras
testimonios muy diversos y la documentación accesible hoy ubican
el surgimiento de los p1imeros grupos hacia 1982, todavía en 1990,
cuando se formulaba la llamada Estrategia nacional contra la violen-
cia no se los identificaba en lo que ya tenían de singulares como ac-
tores organizados de violencia. Con anterioridad, en el eStudio que
sirvió de insumo intelectual a dicha estrategia, condens·ado en el li-
bro Colombia: violencia y democracia (Bogotá, 1987) aparecen men-
cionados en varios pasajes, y hay una recomendación específica
que se dirige a desactivarlos, y no obstante, la modalidad de vio-
lencia que se les atribuye, el escenario en el que se los ubica, impli-
ca ya un error de perspectiva, una subestimación de sus alcances:
en la categorización de actores y modalidades de violencia que ese
grupo de investigadores enuncia, que suman 10, aquella en la que
podrían ubicarse los paramilitares es la que se define de la siguien-
te manera:

Violencia de particulares organizados que recurren a la elimina-


ción física tanto de presuntos auxiliadores de grupos alzados en
armas como de subversores del orden moral. Tiene especial significa-
ción en algunas ciudades del país y se dirige contra homosexuales, prostitu-
tas, exconvictos, expendedores de droga y otros ciudadanos que consideran
lacras de la sociedad. Opera sobre todo mediante los escuadrones de la
muerte. 2

No tenían evidencia suficiente para saberlo entonces, pero a la


luz de información y datos obtenidos con posterio1idad lo que se
estaba incubando desde hacía cinco años tenía unos alcances dis-
tintos, y un escenario principal que no corresponde al definido en
esa categoría. Hoy resulta claro qne a los paramilitares no se los

2
COMISIÓN DE ESTUDIOS SOllRE LA VIOLENCIA. Colombia: violencia y democracia.
Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1987. P. 20.

68
De lo privado y de lo público ..

puede asimilar sin más a los escuadrones de la muerte, y que como


actores de violencia se diferencian de modo considerable; que és-
tos han actuado de forma episódica y con las características que se
pretenden sintetizar en la categoría, es claro, pero más claro aún
resulta hoy que los primeros, por fin denominados de modo con-
sensual como paramilitares, tienen un origen y características dis-
tintas, y que en su accionar hay un método y una estrategia que
han sido definitivos para su crecimiento, y la consolidación del
enorme poder territorial que han adquirido.
De haberse tenido para entonces un conocimiento más nítido
de sus orígenes, de la racionalidad económica a la que debían su
existencia, y de su modo de accionar (elementos todos que ya se
estaban configurando pero que sólo han salido a la superficie con
el tiempo) se hubiesen hecho acreedores a una categoría propia a
una identificación de sus singularidades, de su peso específico en
el entramado de las violencias colombianas.
A raíz de la publicación del trabajo del historiador Carlos Me-
dina Gallego Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia,
(en 1990) centrado en el caso regional del Magdalena y que se basa
en un conjunto de observaciones y de documentación recogida so-
bre el terreno, es que en la investigación social colombiana se los
identifica y se aportan elementos empíricos consistentes para des-
pejar el claroscuro y la ambigüedad en las que se han movido para
zanjar -con una masa de evidencias- las disquisiciones semánticas,
que eran las que habían predominado en el análisis y que a los pa-
ramilitares los había beneficiado claramente.
El mismo año de 1990 ve aparecer otra obra en que hay diversas
consideraciones sobre el paramilitarismo (La irrupción del paraesta-
do; German Pal;,cio, compilador, Ilsa-Cerec Editores) y dentro de
los trabajos que lo componen uno en particular, el de Rodrigo
Uprimny que por sus propósitos analíticos y comparativos logra
captar los diversos matices, las diferencias organizativas y de con-
texto regional de los grupos que se venían comprendiendo bajo el
rótulo genérico de grupos de justicia privada en el lenguaje oficial, y
en el cual, tras el análisis, se ofrece una valiosa indicación de las in-
teracciones que se están estableciendo entre ellos, de las alianzas
funcionales que se han llegado a establecer gracias a la creciente po-

69
Fernando Cubides

larización, y a la consiguiente identificación de enemigos


comunes. 3
De la enunciación analítica que elabora Uprimny de los distin-
tos grupos identificados hasta ese momento, a saber: sicarios, ejér-
citos privados, grupos de autodefensa formados por el ejército y
hasta hacía poco cobijados por la ley (a los que se refería con tanta
vehemencia como imprecisión teórica el editorial de El Tiempo de
1987) y grupos paramilitares en sentido estricto, lo que se puede de-
ducir es que ya para entonces era perceptible que se está produ-
ciendo una amalgama de componentes disímiles, y aun cuando las
categorías formuladas no sean excluyentes, lo claro es que se avizo-
ra el predominio que irá a adquirir el componente más politizado:
aquellos cuya razón de ser es la lucha contra la guerrilla, que adop-
tan la mayor parte de sus métodos y técnicas organizativas y paula-
tinamente vau dando forma a una estrategia de contención. El de
paramilitares es, pues un, término genérico y comprensivo y es el
que más se adecua a la cosa misma, a la amalgama que se ha estado
produciendo en el período más reciente, y por eso, tras muchos ti-
tubeos es el que se ha abierto paso aunque desde luego a los pro-
pios protagonistas no les haga gracia.
Después de abril de 1989, cuando es abolida la norma legal que
permitía la existencia de las autodefensas, se van dirimiendo en la
práctica las diferencias en la manera en que los investigadores
abordan el problema; va perdiendo sentido la distinción entre el
carácter defensivo u ofensivo de las organizaciones, tiende a des-
plazarse el interés por la cuestión semántica y prueba de ello es
que la información periodística le da un tratamiento cada vez más
coloquial circunscribiéndose al preftjo Los paras. Por algún tiempo
las estadísticas sobre violencia computarán todavía por aparte los
hechos de violencia producidos por los grupos de autodefensa y
los paramilitares, pero se abre paso la denominación comprensiva,

3
En otro de los ensayos de la misma obra se formula una prognosis fallida:
«Hasta ahora ( el paramilitarismo) ha sido eficaz en sus objetivos neutralizado-
res de la guerrilla y la organizaciün-popular. Pero su.futuro, por lo pronto, ya de-
pende del carácter internacional que va adquiriendo el conflicto colombiano, y por lo
tanto de la injerencia de los Estados Unidos», op. cit., pp. 101-102. Tal vez la única
injerencia positiva en que han incurrido los Estados Unidos respecto del con-
flicto colombiano, ha sido precisamente en contra del paramilitarismo.
(Recordar las intervenciones de Frechette y McCafrey en noviembre de 1997.
La cursiva es del autor).

70
De lo privado y de lo público ...

que corresponde a la definición de su carácter: irregulares de esta-


do, organizaciones extralegales que han tomado la ley en sus pro-
pias manos y que en su lucha contra la guerrilla, replicando paso a
paso sus métodos, toman como blanco preferencial las redes de
apoyo, los auxiliadores o simpatizantes, en aquellas regiones en
donde la guerrilla se ha implantado en forma reciente, comenzan-
do por aquellas en donde lo abrupto de su implantación ha produ-
cido reacciones crecientes.
Sin pretender que sea axiomática, sobre la base de la evidencia
obtenible se puede llegar para ese año a la siguiente formulación:
si no todos los paramilitares en su origen fueron grupos de autode-
fensa, sí todos los grupos de autodefensa que persisten después de
abril de 1989, terminan siendo paramilitares. Se torna bizantina la
discusión acerca del carácter defensivo u ofensivo, y de los demás
matices que hasta el momento habían diferenciado grupos de justi-
cia privada y habían permitido elaborar estadísticas diferenciándo-
los. No es que en realidad hayan desaparecido, es que han sido
subsumidos por aquella modalidad organizativa que mejores divi-
dendos reporta, que termina imponiéndose.
Aquellas alianzas funcionales episódicas de que hablaba uno de
los investigadores mencionados arriba, se vuelven un p1incipio de
cooptación; se pue~en documentar suficientemen_te los esfuerzos
de incorporar a los grupos de autodefensa que no se disolvieron
con posterioridad a la abolición de aquellos artículos de la Ley 48
de 1968 que posibilitaban la existencia legal de grupos armados
privados, así como informes y testimonios que muestran cómo los
hermanos Castaño se proponen incorporar grupos de sicarios y an-
tiguos milicianos de la comuna nororiental de Medellín en un ru-
dimento de aparato urbano que cumpla las mismas funciones del
equivalente de la guerrilla (Logística, inteligencia, propaganda y
acciones de guerra psicológica con impacto en la población urba-
na). Para rubricar la tendencia anterior mediante la cual se produ-
ce la metamorfosis de autodefensas en paramilitares (una meta-
morfosis inconclusa) basta mencionar que a la altura de hoy nin-
guno de los actuales líderes de los paras reivindica para sí el apela-
tivo de paramilitar, y el núcleo más importante de esa federación
de grupos regionales que a la fecha se rige por un principio de co-
ordinación nacional, persiste en ostentar la denon1inación de au-
todefensas: Autodefensas de Córdoba y Urabá.

71
Fernando Cubides

DE LA CONSOLIDACIÓN A
LA EXPANSIÓN. LA RACIONALIDAD ECONÓMICA

Tal vez no se ha hecho suficiente énfasis en un rasgo significativo:


el crecimiento acelerado de los grupos paramilitares coincide con
el período posterior a la declaratoria de ilegalidad de las autode-
fensas y de todos los grupos de justicia privada. Si en sus orígenes
se beneficiaron de la ambigüedad, una vez consolidados el desem-
barazarse de cualquier mampara legal, conformándose como un
aparato clandestino, imitando de manera más metódica, como si se
tratara de una técnica comprobada, la trashumancia y movilidad de
la guerrilla, así corno el conocimiento palmo a palmo del terreno
en el que actúan, entran en una etapa de rápida expansión.
En cuanto a sus orígenes, se ha acudido a varias analpgías: con
miras a dar forma a un principio explicativo que dé cuenta de va-
rios casos históricos, varios autores han hecho referencia a las gue-
rrillas limpias, las guerrillas de paz y a los chulavitas como anteceden-
tes directos de los paramilitares. Nadie ha pretendido, sin embar-
go, que pudiera haber existido un nexo orgánico entre ellos, con-
tinuidades básicas como las que se pueden encontrar en efecto en-
tre las guerrillas liberales y los núcleos iniciales de las guerrillas an-
ti-sistema. Desde la publicación del Dossier Paramilitar del DAS en
Abril de 1989, los medios de comunicación, con cierta intermiten-
cia fijan su atención en los principales líderes de los grupos para-
militares, y estos a su vez comienzan a publicitar sus acciones, pre-
tendiendo desligarse de aquellas que les puedan enajenar el apoyo
con el que ya cuentan (Declaración de Caño Alegre 12. Vl/89. Boletín
004 de las Autodefensas del Magdalena medio por el cual conde-
nan el atentado a Miguel Maza, y deslindan campos con el narcote-
rrorismo, etc.), y simultáneamente buscan proyectarse a través de
intermediarios en la política legal (Ante la Asamblea Constituyente,
en la que tiene presencia a través de un movimiento como More-
na) y en las siguientes elecciones. A partir de allí se hacen frecuen-
tes las entrevistas con sus líderes (Henry Pérez, Ramón Isaza, Fidel
y Carlos Castaño) y, de manera subsidiaria, la serie de conatos de
negociación, la recurrente exigencia por su parte de partid par en
los procesos de paz enunciados con vocería propia.
Subyace a todo ello una lógica económica desembozada. Sin
que se pretenda explicar unívocamente el crecimiento del número
de grupos de paramilitares por el del latifundio producto de la in-
versión en tierras del capital del narcotráfico, la correlación es con-

72
De lo privado y de lo público ..

tundente, tal como lo ha expuesto en varios de sus artículos Ale-


jandro Reyes. Sólo podría añadirse que la tendencia es a adquirir
autonomía respecto del carácter meramente instrumental que pu-
dieran haber tenido en sus orígenes, y que el propio mecanismo se
reproduce de manera cíclica. Parafraseando una fórmula que acu-
ñara el propio Alejandro Reyes para mostrar el punto de inflexión
de la guerrilla, el momento en que las tesis agraristas iniciales, la
lucha por la tierra se convierte en una demanda de control territo-
rial:

En Colombia los conflictos sociales por la tierra han sido susti-


4
tuidos por las luchas por el dominio territorial.

Puede decirse que con los paramilitares ha ocurrido algo análo-


go, de defensores de un patrimonio agrario adquirido y amenaza-
do, han pasado a ser controladores de un territorio y han hecho el
aprendizaje de que la violencia, además de retaliatoria, es un efi-
ciente mecanismo de control social.

Racionalidad desde
el punto de vista de los ingresos

La desvalorización de la vida humana que queda patente en el des,


parpajo con el que describen sus acciones contra personas desar-
madas, tiene como contrapartida la explícita descripción de la ra-
cionalidad económica que les permitiera consolidarse, encontrar
apoyos regionales y una base social para su acción bélica (por seg-
mentaría que sea) presentándose como los restauradores del orden
social perdido al arribar la guerrilla.
Es notable que al describir el mecanismo económico coincidan
a plenitud, -en cada punto y pieza del mecanismo- el protagonista
con el analista, veainos:

Una tercera parte de los 800.000 desplazados por la violencia


perdieron su tierra a manos de grupos paramilitares, que se apro-
piaron de ella como botín de guerra, para recomponer una base
social sumisa a la gran hacienda. Comprar barato donde hay guerrilla,
aportar la seguridad privada y valorizar la propiedad se volvió un gigan-

4
Ver: Varios Autores, "Conflicto y Territorio en Colombia" en: Colonización
del bosque húmedo tropical. Bogotá: Corporacion Araracuara, 1989.

73
Fernando Cubides

tesco negocio que combina el poder económico y el uso privado de la fuerza,


los dos recursos privilegiados al alcance de mafias y grandes hacendados. 5

Y por su parte, el protagonista lo había expuesto con nitidez:

Venimos de regalar dieciséis mil hectáreas en el Sinú. Esas las


compramos regaladas porque estaba la guerrilla allí. Es que, mire:
se compran cuando está la guerrilla, que no valen nada porque ya
los ganaderos se fueron todos y ahí compramos barato, erradica-
mos luego la guerrilla y, cuando la zona está liberada, regalamos las
. 6
tierras.

La última parte de este testimonio debe tomarse sin duda con


beneficio de inventario como suele decirse, aún así la racionalidad
implícita en la desvalorización-revalorización de las tier~as está cla-
ra, pudiendo discutirse todavía si el producido es la base económi-
ca que luego se aplica al esfuerzo bélico o si tan sólo se persiguen
dividendos políticos ocasionales. En todo caso una de las peculiari-
dades de la lucha guerrillera es que mientras no haya consolidado
su influencia y adquirido el control pleno de un territorio (lo cual
sólo han hecho las guerrillas t1iunfantes ), tiende a hacer insegura
toda una región, y en esa situación de inseguridad generalizada,
particularmente en aquellas donde su arribo es reciente, es que
medra el paramilitar como una suerte de capitalista de la inseguri-
dad.
Una valiosa monografía regional -que hace parte de un libro
publicado recientemente- puede arrojar pistas más consistentes
pues fue uno de los interrogantes centrales que se propuso el in-
vestigador: cómo afecta la presencia guerrillera el mercado de tie-
rras y qué efectos económicos surte a su vez el posterior arribo de
los paramilitares. Para ello se adelantó una encuesta a empresarios
agrícolas y voceros gremiales (Procurando abarcar las áreas más
conflictivas del Departamento del Cesar, del Magdalena medio y de
Urabá), con todas las salvedades por la suspicacia que generan esta
clase de interrogantes en regiones de tal polarización, las conclu-
siones son consistentes y reiteradas:

5
Alejandro Reyes en su columna "El problema de la tierra y el dominio del
territorio" en: EL ESPECTADOR del 16 de Febrero de 1997.
6
Carlos Castaño en entrevista que le hiciera Germán Castro Cayccdo, publi-
cada en su libro En secreto. Santafé de Bogotá: Editorial Planeta, 1996, p. 201.

74
De lo privado y de lo público ...

[Los paramilitares] Paradójicamente se constituyen en factores


de seguridad en actividades como la ganadería, la palma de aceite y
el banano. Indudablemente sus incursiones han disminuido la pre-
sión de las guerrillas en zonas corno el Urabá, el Magdalena medio
santandereano y el sur del Cesar[ ... ] Sin embargo el costo de vidas
humanas es muy grande y se producen importantes desplazamien-
tos de población.7

En ninguna de las regiones encontraron que el mercado de tie-


rras se hubiese distorsionado sensiblemente, o se presentaran ven-
tas masivas aun cuando invariablemente todos los entrevistados se
referían a la disminución del precio de la tierra como uno de los
efectos,, con una notable excepción:

Los entrevistados destacan que en el departamento de Córdoba


y en zonas aledañas a La Dorada, Caldas, el precio de la tierra se ha
recuperado notablemente como resultado del dominio que ejercen
1os param1·¡·1tares. 8

Si bien los autores de esta indagación monográfica se cuidan de


señalar que en su conjunto los efectos de la presencia de paramili-
tares son negativos para el comportamiento económico regional y
determinan un ambiente de incertidumbre y riesgo, las constata-
ciones que obtienen sobre el terreno son importantes para enten-
der la persistencia del fenómeno en sí. Si aceptamos la explicación
acerca de sus orígenes puramente instrumentales (simples arietes
del proceso de expansión de la gran propiedad), sobre la base de
esta clase de evidencias más recientes, tendremos que aceptar tam-
bién que los éxitos iniciales en la contención o del desplazamiento
de la guerrilla determinan efectos no esperados de mayor durabili-
dad que a mediano plazo obran a su favor, sobrepasan sus fines
iniciales y les confieren unas posibilidades no previstas.
Aun cuando abundan los testimonios acerca de cómo se esta-
bleció el cobro de un tributo o colaboración en calidad de actividad
continuada, no es posible a partir de ellos inferir diferencias signi-
ficativas con la vacuna guerrillera. Con datos aún más fragmenta-
rios de los que se disponen para estudiar las finanzas de la insur-
7
Jesús Antonio Bejarano, Camilo Echandía, Rodolfo Escobedo, Enrique León
Qucruz. Colombia inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales.
Bogotá:Fonade-Universidad Externado de Colombia, 1997, p. 241.
8
!bid, p.244.

75
Fernando Cubides

gencia, el riego de incurrir en especulaciones no fundadas acerca


del manejo del excedente es inevitable. De atenemos a las declara-
ciones de aquellos líderes que han sido interrogados al respecto
(Henry Pérez, Ramón Isaza, Fidel y Carlos Castaño) las respuestas
son elusivas tanto acerca de la financiación por narcos como acerca
del carácter coactivo del tributo que recaudan en sus territorios.
En todo caso, hay un rasgo de verosimilitud en sus respuestas: el
de que por razones tácticas, buscando no enajenarse el apoyo con-
seguido, procuran marcar un contaste perceptible con la guerrilla,
evitando tributos confiscatorios, y asumiendo la función de garan-
tes del derecho de propiedad. Procuran, en todo caso, mantener
un precario equilibrio exigiendo aportes voluntarios, ampliando la
base de la tributación y cuidando que el excedente obtenido se re-
invierta en tierras, como la manera más segura de conservar el
apoyo obtenido, de ampliarlo y usufructuar dividendos políticos.
A la vista tienen como ejemplo lo ocurrido en Puerto Boyacá, y
la exasperación que produjo la campaña de secuestros y de exac-
ciones indiscriminadas por parte de las Farc (El Teletón del Magda-
lena medio) que está en el origen y el arraigo adquirido por los
primeros grupos, un ejemplo que invocan una y otra vez en sus tes-
timonios, cualquiera que sea la región en la que estén actuando.

Racionalidad desde
el punto de vista del gasto

Lo que en su momento se filtró a los medios como el Dossier Para-


militar que había conformado el DAS y que se afirmaba que conte-
nía nada menos ~ue «los orígenes, el desarrollo y la estructura ac-
tual de los paras,, da cuenta para el caso del Magdalena medio, de
la existencia de un aparato administrativo rudimentario, así como
los nexos con entes gremiales (Acdegam) y con entes municipales.
El modelo de Puerto Boyacá tiende a ser imitado, pero sobre la
marcha (de nuevo ateniéndonos a los testimonios de los protago-
nistas) se comprende la necesidad de un aparato urbano indepen-
diente, de carácter clandestino, de un cierto grado de profesionali-
zación de sus cuadros, y de una división del trabajo que siga pautas
de eficiencia también en la recaudación y en el control del gasto.
Disponemos tan solo de datos fragmentarios, indicios, y al igual
9
SEMANA, 11 de abril de 1989.

76
De lo privado y de lo público...

que sobre la financiación de la actividad guerrillera cualquier gene-


ralización sería especulativa; es, pues, un terreno deslizante. En to-
do caso, -Castaño reconoce sin ambages que cada uno de sus com~
batientes «está también por un sueldo, pero más allá de la plata
tiene una causa» 10 con todo el grado de racionalización y los costos
que eso implica, y la necesidad consiguiente de rendir cuentas. En
los fragmentarios recuentos de gastos que se traslucen de las en-
trevistas, invariablemente se computa el costo de una red de co-
municación que funciona las 24 horas del día.
Combatientes a sueldo que además tienen que ser abastecidos, y
mediante líneas de abastecimiento cada vez más complejas. Tanto
en su ~mamento como en su vestuario y en su dotación de inten-
dencia, se observa una estandarización, y en cuanto a calidad de
armamento presumen estar a la par con la guerrilla y con el ejérci~
to. Las diferencias con la guerrilla en cuanto al grado de convic-
ción de sus integrantes tratan de ser cubiertas haciendo hincapié
en el entrenamiento y la capacitación bélica, como se puede dedu-
cir de la forma en que los distintos jefes coinciden en identificarla
como una necesidad permanente, costosa, a la que se aplican parte
de los ingresos sin escatimar gastos, reconociendo la participación
de mercenarios extranjeros en algún momento, pues la práctica les
ha indicado que el mejor combatiente es el mejor entrenado, el
profesional del asunto. De creerle a los Castaño, los síntomas tem-
pranos de descomposición que se manifestaron en las Autodefen-
sas del Magdalena medio ( cuando fueron comandadas por Ariel
Otero y se presentaron luchas implacables por el control de la or-
ganización, y estuvieron a punto de desaparecer) el volumen de in-
gresos exentos de todo control y la corrupción consiguiente de las
estructuras de mando son lecciones adquiridas.
Rechazando una y otra vez el cargo de mercenarios (en el caso
de los hermanos Castaño con la vehemencia y el grado de convic-
ción que les confiere el haber iniciado su e1npresa como una ven-
detta personal) en conjunto su comportamiento es el del capitalista
aventurero, equiparable en más de un rasgo a los que en la tradi-
ción norteamericana se denominan typical frontier entrepreneurs y
que a su vez fueron los principales promotores de las organizacio-
nes de justicia privada. 11

10
En la entrevista de Castro Caycedo En Secreto, op. cit., p. 162.
11
Ver: The history of Violence in America, A reporl to the national Comrnision on the
(continúa en la página siguiente)

77
Fernando Cvbides

Si hay algo común en las entrevistas a Henry Pérez, Ramón Isa-


za, Fidel y Carlos Castaño, es que junto a las referencias históricas
al proceso de colonización de sus territorios de origen y con la
misma frecuencia que emplean los tecnicismos del lenguaje de la
guerra (logística, intendencia, cordón de seguridad y, en el caso de Cas-
taño, la significativa gradación: control de zona, control de área, control
de territorio) son recurrentes los tecnicismos del mundo de la gana-
dería y las referencias expertas al oficio de ganadero, a los ciclos
por los que ha pasado la actividad ganadera en las últimas décadas
y a sus avatares. 12
Convertidos por fuerza de las circunstancias en un nuevo tipo
de empresarios, la oferta de seguridad en que se empeñan procu-
ran ilustrarla con datos que demuestran que en efecto se vive 1ne-
jor en las áreas que controlan, que hay más posibilidadés de obte-
ner obras y auxilios gubernamentales para infraestructura, y que
una vez se ha consolidado el dominio del territorio y se ha expul-
sado a la guerrilla, la seguridad se incrementa pues hay la tácita ga-
rantía adicional de que no se presentarán operativos del ejército.

,ACTORES ARMADOS DEL CONFLICTO,

Se trata, claro está de una expresión sofisticada, con la impronta de


una reciente escuela francesa de la teoría de la acción social, que
ha estado muy en boga últimamente en el lenguaje periodístico, y
que conlleva la noción de que a las organizaciones o a los movi-
mientos sociales a los que se aplica, es posible discernirles una pau-
ta racional en su acción, que sus estrategias son conscientes y

causes and prevention ofViolence. Bantam Books, 1969. Particularmente el capí-


tulo dedicado a los grupos de justicia privada: «They were the typical frontier
entrepreneurs. Their enterprise in commerce and land was often speculative,
and they frequcntly skated on economic thin ice» (p. 176 ).
12
Ver: Entrevista a Henry Pérez, en SE:M.ANA, abril de 1991; a Fidel Castaño en
SEM.Al"TA del 31 de mayo de 1994; a Ramón Isaza en SEMANA del 3 de diciembre
de 1996; y la ya citada de Carlos Castaño en el libro de Castro Caycedo. Fidel
Castaño afirma: «Mis negocios han girado siempre sobre la ganadería y el ar-
te», las nociones económicas de Carlos Castaño todas provienen de la ganade-
ría y la estimación de la tierra repartida está siempre en relación con su capa-
cidad de carga, y la raza del ganado a emplear. Además éste último cita in ex-
tenso (y es el único documento en que apoya su argumentación) una carta del
presidente de la Federación de Ganaderos de Córdoba que los defiende a él y
a su hermano Fidel.

78
De lo privado y de lo público ...

guardan alguna relación con sus intereses. Sin poder precisar en


qué momento se les aplicó a los paramilitares -de manera casi im-
perceptible- al hacerlo dejó de considerarse que sus fines fuesen
puramente egoístas o particulares, privados en suma; (no es que
conlleve un reconocimiento inmediato de su estatus político, pero
va en esa dirección).
En todo caso, independientemente de sus bondades analíticas,
lo interesante es ver cómo se han apropiado de la atribución, y la
han utilizado para darle forma a sus metas, a su argumentación.
Un seguimiento detallado al tratamiento periodístico que se les ha
dado deja entrever ese proceso de permeación, esa mimesis lin-
güística ,estimulada por el creciente interés de los medios en sus
declaraciones. Muy rápido se han puesto a hablar el lenguaje de los
actores, 13 quien quiera que coteje la entrevistas hechas por Germán
Castro Caycedo y María Cristina Caballero al mismo personaje,
ambas hechas en el terreno, pero entre las que median algo más de
dos años de diferencia, no dejará de notar el cambio del lenguaje.
En la teoría a la que nos referimos, la constitución como actores
implica un grado de conciencia y de elaboración acerca de sus me-
tas, y de las opciones a las que se ve enfrentado cada actor para su
consecución. Lo cual además se subraya en dicha teoría al suponer
que los actores cuentan con una estrategia. El voluntarismo que
implica la noción tal como se ha venido divulgando es, sin duda,
atractivo para quien se halla en guerra, es afín a lo que de manera
popular se considera épico o heroico y por ende, de buen recibo a
quien se le atribuya. En más de una ocasión se la usa en su conno-
tación de las artes escénicas, como si se tratase de una representa-
ción a escala de toda la sociedad. Su desventaja analítica puede
consistir en que se presta para ser tomada con unilateralidad, y pa-
ra hacer abstracción de los intereses que en principio le dieron
sentido. Uno de sus teorizadores precisamente advierte acerca de
su empleo unilateral, de que podría conducir a atribuirle un exceso
de autonomía a lo político respecto del sistema social. 14

13
«Una, cosa dice uno públicamente y otra cosa dentro de su organización.
Mientras estemos en guerra todos los actores manejamos un lenguaje diferen-
te al que queremos. Sobre todo la guerrilla[ ... },. Carlos Castaño en la entre-
vista que le hiciera María Cristina Caballero en CAMBI016 COLOMBIA, diciem-
bre 15 de 1997.
14
«Una concepción puramente estratégica del cambio conduce a reducir a la
sociedad a las relaciones entre los actores y en particular a las relaciones de
(continúa en la página siguiente)

79
Fernando Gubides

Lo que sí se puede corroborar, es que, al margen de sus balbu-


ceos ideológicos (a los que nos referiremos en detalle en el siguien-
te apartado) los hechos que protagonizan con posterioridad a 1989,
denotan una intención de ampliar su base de apoyo regional, de
diversificarse y de proyectarse en un plano más amplio y de poner-
se en sintonía con sectores de la sociedad que se hallen particular-
mente afectados por el conflicto armado. Además, revelan un pro-
pósito de desligarse de las acciones más brutales, aun al precio de
aportar pruebas que sirvan para adelantar procesos judiciales con-
tra antiguos compañeros. Cultivan de modo deliberado un tono
autocrítico hacia aquellas acciones que han recibido mayores con-
denas internacionales, y no únicamente porque existan procesos
judiciales en su contra, sino por que han ido descubrie~do los me-
canismos de la guerra psicológica y, también, porque.hay atisbos
de conciencia acerca de lo que la opinión internacional significa.
En otro artículo (para una compilación referida a cuestiones de
estrategia militar) nos hemos ocupado de lo que pudiera ser ese
componente en la expansión que han tenido los grupos paramilita-
res; en la teoría de la acción social, sin embargo la estrategia está
entendida en su sentido más general como el conjunto de disposi-
tivos y de acciones que se prevén en la consecución de las metas de
la organización o del movimiento social del que se trate. Es a esa
significación más amplia de estrategia a la que aquí nos referimos.
Desde el caso de Puerto Boyacá se han ido acumulando indicios
y evidencias sobre la participación de oficiales y de individuos de
tropa del ejército colombiano en la formación de varios de los
grupos paramilitares, aun cuando los procesos judiciales avancen
con lentitud y múltiples tropiezos. Si al cabo pudiera probarse di-
cha participación, incluso la existencia de un designio en esa direc~
ción por parte de la jerarquía militar al más alto nivel, aun así que-
daría por responder el interrogante acere~ de su consolidación, de
su expansión, y del grado de apoyo que han obtenido en aquellas
de sus metas más generales. Ni el designio más previsor, más ma-
quiavélico, hubiera podido contemplar un crecimiento tan rápido,
una tan rápida expansión y diversificación regional. Bastaria seña-
lar que todos los analistas que se aplicaron a investigarlos al mo-

poder, desligadas de toda referencia a un sistema social,,, Alain Touraine, en


el apartado: Les acteurs historiques, Mcteur ou systi!me? de su libro La voix et le
regard Éditions du Seuil, Paris. p. 78. (Traducción del autor).

80
De lo privado y de lo público...

mento en que aparecieron los primeros grupos equivocaron sus


prognosis, y una somera revisión de la literatura que se ha acumu-
lado sobre el tema así lo demuestra.
Habría entonces que replantear el problema. El crecimiento y la
diversificación posteriores a 1989, sobre las cuales son concluyentes
las cifras sólo podría explicarse si se acepta que existen más apoyos
de los que se expresan de manera abierta; que sus orientadores -
asesores en la sombra- han conseguido persuadirlos de que el te-
rreno está abonado. Una conducta omisiva de quienes tienen que
perseguirlos desde el momento en que fueron declarados ilegales,
una colusión, es parte de la explicación, pero no es suficiente.
En esa dirección resulta de gran importancia para el análisis que
se haya incrementado la capacidad de cooptar exguerilleros, que el
cambio de chaqueta se haga más frecuente. Si podría argüirse que
Vladimir (que hasta ahora no se ha negado que hubiese sido antes
comandante del IX frente de las Farc) o Marcelino Panesso (mano
derecha del Rodríguez Gacha en la formación de varios grupos)
eran desertores de las Farc, a esos dos casos circunscritos (de los
que, además, podría decirse que fueron cedidos tras haber sido cap-
turados por organismos militares) han de añadirse los mandos in-
termedios y los asesores especiales de Carlos Castaño que Castro
Caycedo encuentra sobre el terreno y que fueron guerrilleros, y se
les han seguido añadiendo muchos; tantos que resulta evidente que
es un empeño sistemático de la dirigencia paramilitar (y no solo
por que valoren su experticia) pero que además en las zonas en
donde se lleva a cabo hay predisposición para ello. La cantidad de
antiguos reinsertados del EPL (que fuera el blanco principal de la
organización de los Castaño hasta 1990), la escasa probabilidad de
hacer una auténtica reinserción dada la polarización existente -en
especial en Urabá y en el Valle del Sinú- junto con la ofensiva de
que fueron objeto por parte de las Farc que buscaba ocupar el va-
cío dejado, no parecían dejarles otra alternativa (Elocuentes son al
respecto diversas crónicas publicadas en Noviembre de 1996, del
ingreso a las filas de Accu de más de doscientos guerrilleros del
EPL, sin fórmula de transición).
Todo lo anterior en su conjunto nos habla de que en una situa-
ción de violencia generalizada, para aquellas regiones que en parti-
cular han vivido una guerra irregular de duración prolongada, la
vuelta a la normalidad requiere mucho más que planes específicos
de inversión social. No es ninguna casualidad que actúen aquí las
mismas fuerzas que desacreditan al soldado que conoce y aplica

81
Femando Cubides

todavía reglas de lucha, y opera con un capacidad de distinguir en-


tre guerreros e indefensos. 15 Así como en el momento en que por
fin se suscribió el Protocolo II de Ginebra hubo quienes -por una
suerte de fetichismo jurídico- consideraron que con su entrada en
vigor se había removido el escollo más importante que impedía la
desactivación del conflicto armado, para descubrir más tarde que
todos los contendientes lo invocan pero ninguno patece persuadi-
do de que sus normas sean íntegramente aplicables al caso colom-
biano, y se adapten al tipo de conflicto que se ha vivido aquí.
En cuanto a su capacidad de proyectarse en la política legal, dos
años después de quedar por fuera de la ley, en la Constituyente del
91, algunos de los constituyentes sirvieron como intermediarios de
sus intereses y abogaron por la negociación: el Movimiento de Res-
tauración Nacional, Morena, corroboraba las ventajas dé las alian-
zas funcionales entre un poder armado, un ente gremial (en este ca-
so Acdegam) y un movimiento político legal. Desde entonces no
han cesado los guiños y gestiones de acercamiento con miembros
del Parlamento, y si se quisiera un ejemplo del conocimiento de la
composición de fuerzas políticas y del grado de asesoría y de cono-
cimiento interno de los tejemanejes de la rutina parlamentaria, ha-
bría que examinar el video presentado en el Congreso en el mes de
abril de 1997, (en la misma sesión se presentaron videos que resu-
mían las posiciones del ELN y las Farc, más previsibles y doctrina-
rios) y la labor de cabildeo que mediante voceros oficiosos desarro-
llaron durante las sesiones de discusión de la Ley de Orden Públi-
co, y las delegaciones parlamentarias que se han desplazado a los

15
En la historia que sobre un capítulo de la cuestión militar hace el norteame-
ricano Russell W. RAMSEY (Guerrilleros y soldados. Bogotá: Tercer Mundo, abril
de 1981) se destaca al Coronel Gustavo Sierra Ochoa <<como uno de los prime-
ros Comandantes que tuvo el Batallón Vargas, y tuvo la oportunidad de reco-
nocer que las tácticas y ejércitos convencionales no derrotan a las guerrillas,,
(p. 196) aun cuando el historiador norteamericano no hace hincapié en que
este pionero, llevado de la lógica de la guerra irregular, incurrió en toda clase
de excesos, y para la contraparte, los guerrilleros del llano, era la ejemplifica-
ción de que el ejército había tomado partido definitivo en la lucha partidista, y
lo hacía mediante una guerra sin cuartel, con la mayor ferocidad. De sus libros
(Diálogos militares. Manizales: Imprenta Departamental, 1951; y Las guerrillas de
los Llanos Orientales. Manizales: 1954; el segundo aparece en la literatura espe-
cializada como el que por primera vez adopta la noción del enemigo interno.
Sobre la forma en que los guerrilleros recibieron esas acciones ver los capítu-
los XIV (Parte I) y I y VIII (Parte II) del libro de Eduardo Franco Isaza, Las gue-
rrillas del Llano.

82
De lo privado y de lo público..

territorios bajo su control (de la Comisión de Paz del Senado )1 6 así


como de los negociadores del gobierno. Todo lo anterior equivale
a un reconocimiento del poder de facto que detentan, aunque en la
retórica oficial se persista en negar cualquier principio de negocia-
bilidad, de tratarlos como delincuentes comunes: a lo máximo que
se ha llegado en ese plano es al ofrecimiento de subrogados penales.
Sin embargo las señales tácitas son más expresivas y el reconoci-
miento, la respetabilidad, que implica considerarlos actores socia-
les (aunque armados) les basta para sostenerse. Para decirlo en la
jerga diplomática: puestos a escoger los paramilitares prefieren el
poder defacto al poder de jure.
La actitud hacia el Derecho Internacional Humanitario, DIH
por su parte también ha estado sujeta a modificaciones graduales y
demuestra una percepción de las presiones y demandas en un con-
texto más amplio. Del desconocimiento y la suspicacia que les sus-
citaba, se ha ido transitando a una teórica y muy condicionada
aceptación, una especie de statu qua ante, de volver a barajar, que
conlleva la admisión genérica de que lo han transgredido, pero que
ha sido inevitable pues su enemigo lo ha hecho antes y es la única
forma de enfrentarlo; y, claro, la exigencia de reciprocidad para
acogerse a él.

,UNA IDEOLOGÍA CON PIE DE IMPRENTA ...

... mas no una ideología real»: tomamos prestada esa expresión del
historiador Marco Palacios en una de sus exposiciones recientes
sobre el problema, pues define adecuadamente el carácter artifi-
cioso y artificial de los comunicados y documentos que se le pue-
den atribuir a los pararuilitares, y a su recién formado organismo
de coordinación nacional. Aquí el analista no enfrenta ninguna di-
ficultad para distinguir entre textos canónicos y textos apócrifos, co-
mo ocurría en los primeros tiempos de la guerrilla en clandestini-
dad, pues los canales de distribución funcionan y, al igual que la

16
Ver EL TIEMPO, 19 de noviembre de 1997 bajo el título "Senadores visitan a
Carlos Castaño" se da cuenta del desplazamiento de la Comisión: «En la reu-
nión estuvieron, además de Castaño, los parlamentarios Julio César Guerra
Tulena, coordinador de esta comisión y Carlos Espinosa Faccio-Lince>>. En
cualquier otra latitud una visita de parlamentarios de ese nivel, quienes han
sido presidentes de sus respectivas corporaciones, es muestra fehaciente del
reconocimiento político. Aquí se llevó a cabo de modo casi subrepticio.

83
Femando Cubides

guerrilla, en la actualidad cultivan el acceso a los más tecnificados.


Tampoco el analista está atribulado por una masa documental que
le obligue a refinar su criterio y su selectividad: los documentos
con pretensiones programáticas han sido pocos y, por lo demás,
reiterativos. Las llamadas tres cumbres nacionales del movimiehto
han dejado otros tantos documentos, y además de lo que se traslu-
ce en las entrevistas sobre cuestiones de coyuntura, desde julio de
1997, publican un boletín de contenido variado (al igual que Resis-
tencia, el órgano de las Farc, éste cuenta con crucigrama, página
ecológica y sección pedagógica sobre el DIH) Nada de lo anterior
resuelve las dudas acerca de la autenticidad de esa documentación
en un sentido más sustancial.
A continuación procuraremos detallar nuestras apreciaciones
acerca de las ideas consignadas en tales documentos y,de su tras-
fondo interpretativo. El primero de los documentos digno de men-
ción es el que contiene la Declaración de la l' Cumbre de Autodefensas
de Colombia, a primera vista llevada a cabo en Cimitarra en diciem-
bre de 1994. En su primera parte el texto es profuso en tecnicismos
castrenses, sobre todo en mate1ia de inteligencia, con empleo de
siglas y de información que supera en mucho la accesible al profa-
no -aun tratándose del profano interesado-. Una primera sorpre-
sa para el lector que acude en busca de las mientaciones ideológi-
cas que guían al movimiento es que de las 57 páginas que lo com-
ponen, 23 están dedicadas a diagnosticar en detalle los problemas
de inteligencia de las Fuerzas Armadas, y a atribuirle a esas falen-
cias la ineficacia de la lucha antiguerrillera. La inexistencia de con-
trainteligencia, el carácter en exceso centralizado y desarticulado
de las regiones, de los organismos de inteligencia, aparece ilustra-
do con ejemplos de operaciones recientes. Por momentos, dada la
abundancia de siglas, el significado de las oraciones se hace indes-
cifrable para el profano:

La Br-20 sólo limita sus esfuerzos en el Departamento de Cun-


dinamarca y ocasionalmente colabora con otras brigadas y unidades
tácticas. Rara vez la Br-20 alimenta o capacita a los B-2 y S-2 y oca-
sionalmente comparte infonnaciones.

Luego, tras varias páginas dedicadas al rol del analista de inteli-


gencia, y a la importancia de la red correspondiente (pp.32-38) se
llega a la siguiente y críptica conclusión, que a ojos del no especia-
lista parece una reivindicación profesional:

84
De lo privado y de lo público ...

La sección de análisis es manejada por una o dos personas,


quienes no alcanzan a cubrir lo extenso de su jurisdicción y apenas
si pueden cumplir con el envío de un Resin (sic) a la brigada.

Si se aplicasen a este texto las herramientas desarrolladas para


d análisis de contenido de producciones lingüísticas del tipo de las
que se aplicaron a los textos políticos de Mayo del 68 (y se ha he-
cho con los discursos, panfletos y comunicados, graffitti, etc.) dis-
tingniendo entre formas funcionales y formas lexicales, en busca
de aquellas ideas-gnía (para lo cual se suelen establecer coeficientes
de redundancia lexical y otros indicadores semejantes) la sorpresa
del analista radicaría en que frente a un texto que se supone es una
declaraóón de principios, una reivindicación de su singularidad
como movimiento, el término y el concepto que mayor peso tiene
en el conjunto de significados, es uno perteneciente al vocabulario
más especializado del oficio de la gnerra: el de inteligencia.
En eso consiste su carácter artificioso: obra de un asesor (y no
precisamente de un asesor inspirado). Está hecho como para cum-
plir un requisito: unas pocas formalidades retóricas preceden a un
diagnóstico técnico sobre la cuestión del conflicto armado; la vio-
lencia aparece justificada como pura reacción, poco distante de la
ley del monte; se afirma que ante los atropellos de la gnerrilla y la
erosión de cualquier vestigio de autoridad en los territorios donde
actúan sólo cabe reaccionar en forma equivalente; El blanco de la
violencia que seleccionan es lo que juzgan el eslabón más débil del
enemigo: sus auxiliadores encubiertos, su red de apoyo clandesti-
na; Se asume que una confrontación directa con la guerrilla es po-
co probable, aunque se aluda a algnnos combates; se hace uso de la
clásica proporción: las Yio partes de la acción gnerrillera son encu-
biertas, y en esa. misma proporción lo es su aparato, un argumento
que, por cierto', volvemos a encontrar en la entrevista de Castro
Caycedo a Carlos Castaño:

En esta guerra cae mucha población civil y ¿ sabe por qué? Por-
que las dos terceras partes de la fuerza efectiva de la guerrilla no
17
tienen armas y están actuando como población civil.

La violencia empleada como reacción a la que los precede apa-


rece más elaborada en los párrafos finales, desligada de intereses
17
Castro Caycedo; op. cit. p. 177.

85
Femando Oltbides

inmediatos y como perteneciente al campo de las interacciones estra-


tégicas. En ese campo se reservan el papel de una actividad paralela
y complementaria -pero mucho más eficaz- en la defensa del or-
den estatuido. El hito histórico que mencionan -de modo recu-
rrente y coincidiendo con varias de las entrevistas- es el del perío-
do de la política de paz de la administración Betancur, a la que se
refieren como si se hubiese tratado de una rendición unilateral.
Más rico en contenido ideológico, en referencias históricas y en
definiciones de intereses (pero no menos problemático respecto de
su autenticidad, en el sentido de su correspondencia con los planes
e intereses reales del grupo y de los dirigentes) es el documento
que contiene la ponencia presentada por las Autodefensas del
Magdalena Medio a uno de los varios Encuentros Nacionales de la
Red de Iniciativas por la Paz, en este caso el que se llevó/a cabo en
mayo de 1995. De factura cuidadosa, el documento comienza por
enunciar el «ámbito territorial de la propuesta» y al hacerlo, aun
cuando con evidente intención propagandística magnifique su ra-
dio de influencia y se apersone de la vocería de «las comunidades
de trece municipios» (que procede a enumerar) ofrece una apro-
ximación al dato real del territorio en el que actúan los grupos di-
rigidos por Ramón Isaza. En este caso el lenguaje profesional del
asesor es, a todas luces, el del abogado: el conocimiento del régi-
men de contratación, de los vericuetos de la legislación petrolera
colombiana, y un cierto número de arcaísmos ligados al derecho
de propiedad y a sus variaciones, así permiten suponerlo. Se re-
monta un siglo atrás para hacer una caracterización histórica del
Territorio Vásquez e identifica ( con las mismas pautas explicativas
que lo había hecho el historiador Carlos Medina Gallego en su li-
bro sobre la región,1 8 pero variando los énfasis) los problemas de
límites territoriales entre Boyacá y Santander, y las indefiniciones
respecto de los derechos de propiedad, así como los abusos de las
primeras compañías petroleras que arribaron a la región, todo ello
como la fuente primordial del conflicto social y la propensión a la
violencia que, como lo establece la sabiduría convencional, ha sido
intermitente para el Magdalena Medio.
Corrobora la apreciación sobre la postura de abogado defensor
del principal autor del documento, el detallado conocimiento de

18
Carlos MEDINA GALLEGO. Autodefensa5,~ paramilitares y narcotráfico en Colom-
bia: el caso de Puerto Boyacá. Bogotá, Editorial Documentos Periodísticos, 1992.

86
De lo privado y de lo público ..

los expedientes judiciales que se están adelantado contra algunos


de los integrantes del grupo y la intención exculpatoria con la que
se incluyen declaraciones y pruebas documentales. A mayor abun-
damiento en ese esfuerzo por desligar la organización actual de al-
gunas de las acciones más criminales y condenadas que se le atri-
buyen a su homónima (como la masacre de funcionarios judiciales
en La Rochela) se incluyen datos y una buena cantidad de argu-
mentos de corte jurídico, y la detallada enumeración de
«equivocaciones y excesos, desviaciones de principios, yerros y re-
incidencia en los extravíos» cometidos por la organización de Hen-
ry Pérez y Ariel Otero. Incluso hay una enumeración cronológica y
detallada de las masacres cometidas. Evidencia la mixtificación en
la que se empeña el autor del documento el que, a la altura en que
se encuentra, 1995, persevera en distinguir autodefensas de para-
militares, como si ninguna confusión se hubiese presentado antes,
como si en ninguna ocasión se hubiese desvirtuado el propósito
puramente defensivo. Lo cual contrasta, desde luego, con la lista
de acciones violentas que se incluye, y cuya autoría se atribuye a las
otras autodefensas. Todo un alegato de defensa hecho sobre medi-
da.
La intención exculpat01ia llega al punto de omitir cualquier re-
ferencia al género de violencia que ellos mismos continúan practi-
cando. Si el lector careciera de la información básica, podría pen-
sar que de lo que se trata es de una asociación mutualista, humani-
taria, que por puro accidente lleva una denominación que es la
misma de otras que sí la practican. Hay pasajes de un tono nacio-
nalista (contra la «voraz extracción monopolística de la multinacio-
nal gringa», la Texas) y varios de reivindicación clasista, lo cual, a
todas luces, es sólo una impostura: está escrito para consumo in-
terno.
Del resto de la producción ideológica con pie de imprenta acce-
sible (Cumbres II y III, y los boletines Colombia Libre que se publi-
can desde julio de 1997) no conllevan variaciones en las ideas cen-
trales, sólo un perfeccionamiento formal del discurso, un esmero
en la diagramación e ilustración del discurso y la evidente asesoría
de especialistas en el campo. A medida que perfeccionan la forma,
procuran hacer corresponder su boletín y su estilo de comunica-
ción, parte por parte, a los equivalentes de las organizaciones gue-
rrilleras: se automagnifican presentando una muy especializada di-
visión del trabajo ( Comisión de Asuntos Políticos, Comisión para los
Derechos Humanos, Comisión de Asuntos Ecológicos, Comisión de Estudio

87
Fernando Cubides

y Trabajo). En 16 páginas de redacción uniforme -divididas en 11


artículos-, sin una sola variación estilística a lo largo de ellas, se re-
cogen los trabajos de dichas comisiones, y lo único que de allí se
infiere es la existencia de una labor de asesoría y de corrección de
estilo (Se han eliminado los errores de sintaxis y de ortografía que
menudeaban en los primeros comunicados).
Lo que podría ser su manifiesto, el núcleo doctrinario de sus
ideas, resulta poco convincente pues es fácil detectar el modelo
que sigue. Nos referimos al documento titulado Autodefensas Unidas
de Colombia: naturaleza politico-militar del movimiento. Menudean allí
las expresiones del lenguaje político al uso: poder político local, espa-
cio político, ausencia del Estado, subordinar lo militar a lo político
(imanes de Clausewitz!), evidencias sociológicas inocultables, salida po-
lítica negociada, y claro, actores del conflicto armado. A mayor grandi-
locuencia que procura menos convincente se muestra·, y eso vale
también para el apartado final que se dedica al DIH. De allí tal vez
el párrafo que guarda mayor coherencia con los hechos que prota-
gonizan es aquel en el que caracterizan a la guerra irregular, y a la
dificultad consiguiente que implica para distinguir entre comba-
tientes activos, combatientes simpatizantes activos, etc.
/Qué tienen en común materiales ideológicos tan diversos? La
tentación de desdeñarlos -dada la impostura y lo predominante-
mente artificioso del contenido- es grande y ha prevalecido entre
los analistas. Son balbuceos ideológicos ante los cuales la suspicacia
es la regla, ante una mixtificación de éste genero, un batiburrillo
de ideas contradictorias entre sí y contradictorias con los hechos
que protagonizan quienes las propalan (hechos que, por cierto,
también proclaman) la perplejidad de los que pretenden encontrar
un sentido, ha sido la tónica.
Aún así arriesgaremos algunos juicios de contenido, apreciacio-
nes que son el resultado de un esfuerzo por buscar sentido, signifi-
cación a las ideas que allí se contienen.
En primer lugar habría que señalar que se trata de uua ideolo-
gía a posteriori de los hechos, formulada para justificarlos tras ha-
berlos producido. Esto en contraste con las guerrillas de izquierda
para cuyo surgimiento existe un trasfondo ideológico, una prepa-
ración doctrinaria en el núcleo original, que es axiológica, y que es-
tá personificada en la figura del comisario o ideólogo. De ahí su
tono exculpatorio, su tendencia a seguir la lógica argumental del
alegato de la defensa en el curso de un proceso judicial.

88
De lo privado y de lo público ...

Si el historiador Hobsbawm formuló la noción de lo prepolítico


con el fin de designar cierto tipo de bandolero que, al final de los
años cincuenta, acude a la violencia como vindicta personal y al
aplicarla va descubriendo alcances más amplios, algo análogo se
puede encontrar en el paramilitarismo: en sus orígenes las acciones
cometidas son violencia de ámbito privado, pero la lógica de la
confrontación las coloca en una dimensión más amplia. El carácter
del enemigo contra el cual combaten los va involucrando con el
dominio de territorios y de población desafecta e intimidada y les
hace indispensable encontrar una causa, hacer explícitas motiva-
ciones extraindividuales, añadirle una finalidad pública a su meta
privada. Persiguiendo la eficacia en el combate, replican la orienta-
ción estratégica de la combinación de todas las formas de lucha, y el
remedo de aparato clandestino de encubrimiento que construyen
evidencia los dividendos que les puede reportar el mantenimiento
de nexos con la política legal y ser incluidos en una eventual nego-
ciación. Entretanto han descubierto que una organización es una
estructura de poder, y que la diversificación entraña múltiples ven-
tajas adicionales.
Puede parecer un contrasentido o, peor, una paradoja carente
de contenido, pero a nuestro juicio en estos documentos sobresale
una defensa de la Constitución vigente, de la cual, además, se sien-
ten en algún grado copartícipes. Por momentos se revisten del más
constitucionalista de los lenguajes, pero a nuestro juicio en su
vehemente defensa del orden estatuido no hay fingimiento, expre-
san un interés real. Una adhesión elemental, instintiva, si se quiere.
Pero no es impostura el que la mencionen con frecuencia, no es
una fórmula ritual, en verdad pueden estar convencidos de su vali-
dez intrínseca, a la vez que consideran que es el confiicto interno y
el poder que detenta la guerrilla el principal obstáculo para su vi-
gencia. Si se reconstruyen los hechos que precedieron y acompaña-
ron a la Constituyente del 91, podemos constatar que de muchos
sectores hubo una expectativas favorables a que el proceso resulta-
ra ser un tratado de paz. Luego, el efectismo con el que se adelanta-
ron acciones militares contra lo que se consideraba el cuartel gene-
ral de las Farc el mismo día que se instalaba la Asamblea, conven-
ció a muchos de que el Estado colombiano empleaba, de modo si-
multáneo, sus dos herramientas principales para conducir con se-
riedad a la guerrilla a la mesa de negociación.
Si se examinan los niveles de participación en la elección de
constituyentes se comprueba que fue bueno para las regiones en

89
Fernando Cubides

donde actuaban para entonces los paramilitares, y que el Movi-


miento que hacía las veces de brazo político consiguió una repre-
sentación inesperada gracias a algunas alianzas funcionales, entre
ellas con exguerrilleros. Como restauradores del orden preestable-
cido siguen considerando al texto constitucional congruente e in-
trínsecamente válido y se muestran inmunes a las críticas y pro-
puestas de reforma de la Carta del 91. Es un apego literal, y no se
explica porque cuenten con asesores formados en derecho, como
se pudiera presumir; si admiten que muchos de sus derechos y
buena parte de las instituciones que consagran no han tenido apli-
cación, la razón exclusiva está para ellos en el fracaso en la acción
militar contra la guerrilla y en la persistencia y ampliación del po-
der territorial de ésta. Hasta donde se puede inferir, por lo tanto,
para ellos la Constitución del 91 viene siendo la expresión más abs-
tracta posible del orden perdido y por recuperar. En consecuencia,
han tomado algunas ideas del texto constitucional y las han inte-
grado al reducido arsenal de sus consignas.
La dialéctica de la confrontación (para decirlo con una expre-
sión un tanto arcaica), el esfuerzo de asimilación y de adaptación a
las transformaciones que ha tenido la guerrilla, de replicar lo que
consideran sus métodos probados, les ha llevado, paso por paso, a
transformaciones correspondientes. 19 Tal vez no haya mejor ejem-
plo de ello que la cuestión del secuestro, algo que no se ha men-
cionado suficientemente. Si en sus orígenes el paramilitarismo lo-
gró justificarse como respuesta al grado de exasperación de varios
sectores contra la campaña sistemática de Secuestros por parte de
la guerrilla, cuando a su vez se deciden a secuestrar parientes de je-
fes guerrilleros consiguen por primera vez una negociación directa
con ella. Para acentuar la reciprocidad continúan denominando a
los secuestros que hicieron con el eufemismo de retenciones. Hoy,
mirando retrospectivamente, no cabe duda al observador, que se
dio una negociación directa aunque encubierta, y que la liberación
de los rehenes se produjo a consecuencia de ella, que significó por
cierto un grado de reconocimiento como enemigos entre la guerri-
lla y los paramilitares.

19
La admiración de Castaño se expresa con naturalidad y vehemencia en va-
rios pasajes de sus entrevistas: «No podernos desconocer que ellos llevan trein-
ta y un años en guerra y que son los superverracos de la guerra,;: en Castro
Caycedo, op. cit. p. 190.

90
De lo privado y de lo público...

A nuestro juicio, es la propia eficacia de un tipo de violencia lo


que ha conducido el ciclo de lo privado a lo público en en el caso
de los paramilitares. Quien recapitule los hechos ptincipales del
fe!lómeno paramilitar en los últimos quince años, no puede con-
cluir sino que llegaron para quedarse, que su existencia y su even-
t\.\al desaparición están en función de las de la guerrilla. El llamado
reciente por parte del ejecutivo de perseguirlos hasta el infierno ha
sido recibido con la misma incredulidad con la que en su momento
se recibiera la declaración de erradicación total de los cultivos ilícitos
en los próximos dos años: como una formulación maximalista para el
consumo internacional, que se hace a sabiendas de que no se cuen-
ta con los recursos, ni con el apoyo, ni con las condiciones internas
necesarias para conseguirla. Para decirlo con el texto poético que
empleamos como epígrafe, la realidad paramilitar «entra en el or-
den de nuestros días y de nada valdría pretender renegar de sus
poderes».

BIBLIOGRAFÍA

BEJARANO, Jesús Antonio; ECHANDÍA, Camilo; ESCOBEDO, Rodolfo; LEÓN


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VEUTHEY, Michel. "Inadaptation du Droit Humanitaire" en: Guérilla et Droit


Humanitaire. Editado por el Comité International de la Croix Rouge.
Ginebra: Institut Henry Dunant, 1983.

91
El ejército colombiano:
un actor más de la violencia
Andrés Dávila Ladrón de Guevara"

INTRODUCCIÓN

El presente artículo desarrolla un argumento bastante sencillo pero


importante para el análisis del papel desempeñado por el Ejército
colombiano en el conflicto que desde hace varias décadas acompa-
ña al país, Corno se indica en el título, se plantea que, dentro de la
violencia crónica y multipolar que afecta a Colombia especialmente
desde la década pasada, la institución militar más numerosa (cerca
de 120.000 hombres) e importante ha tendido a desempeñarse
simplemente corno un actor más del proceso. A lo largo del texto
se analizan las razones principales que han conducido a esta situa-
ción y se intenta explicar los rasgos y consecuencias de este hecho.
Más que un estudio a profundidad del papel del Ejército, soporta-
do por una cuidadosa y sistemática investigación empírica -
parcialmente desarrollada en otros trabajos-, este texto busca ante
todo elaborar ordenada y articuladamente algunas reflexiones que
ayuden a repensar y a preguntarse adecuadamente por el papel de
esta institución en el conflicto agravado que ':'ive el país.
Ahora bien, resulta importante profundizar un poco más en las
implicaciones de hablar de un actor más, Tal y como se concibe el
problema general de construcción de un orden político bajo la

' Politólogo, Doctor en Investigación en Ciencias Sociales de la Flacso, Méxi-


co, Director del Magister en Ciencia Política de la Universidad de los Andes
de Bogotá, Colombia.

92
El ejército colombiano ..

forma de un Estado~nación, uno de cuyos rasgos distintivos estriba


en el monopolio del uso de la fuerza, el papel de los ejércitos na-
cionales y, -en CO!)-junto, de las Fuerzas Armadas, adquiere un ca-
rácter central en tanto es a ellas a quienes se les entrega la respon-
sabilidad y el uso efectivo de este monopolio. Ciertamente, el desa-
rrollo institucional inicial dio lugar a una diferenciación básica: los
ejércitos, las armadas y más recientemente los cuerpos aéreos (es
decir, las Fuerzas Militares), se encargarian de la protección de la
soberanía nacional y del territorio frente a amenazas externas,
mientras la policía se responsabilizaba del control del orden inter-
no. Al desempeñar adecuadamente esta labor y bajo ciertos rasgos
de subordinación a las instancias civiles del Estado, el papel de las
instituciories armadas resultaba no sólo central en lo relativo al
monopolio del uso de la fuerza, sino básico para permitir la confi-
guración de ordenamientos democráticos. No era, sin embargo, un
papel protagónico. 1
En América Latina, la forma en que se adelantaron los difíciles
y complejos procesos de construcción de los Estados-nación condu-
jo, con variaciones nacionales muy claras, a redefinir varios de los
rasgos señalados. Ello, dentro del parámetro básico para cualquier
orden político de pretender hacer efectivo el monopolio legítimo
del uso de la fuerza.
El principal rasgo diferenciador se dio, entonces, en la partici-
pación protagónica y muchas veces sustantiva de las Fuerzas Ar-
madas, los ejércitos en particular, en la configuración de los orde-
namientos políticos. 2 Para los militares latinoamericanos la norma
fue el involucramiento en los asuntos de orden interno, bien fuera
bajo los militarismos tradicionales o bajo las figuras de las dictadu-
ras militares amparadas bajo los planteamientos de la Doctrina de
Seguridad Nacional en las décadas más recientes. En cualquier ca-
so, las Fuerzas Armadas o los ejércitos en particular cumplían un
rol central y protagónico, mucho más visible en la medida en que
tenían la responsabilid'ad de enfrentar, contener y eliminar amena-
1 En tal sentido se desarrollan textos clásicos sobre el tema como el de Samuel
P. HUNTINGTON, El soldado y el Estado, Buenos Aires, Círculo Militar, 1964.
2 Véase al respecto S.E. FINER, Los militares en la política mundial, Buenos Ai-
res, Editorial Suramericana, 1969; Alain ROUQUIÉ, El EStado militar en América
Latina, México, Siglo XXI Editores, 1984; Abraham LOWENTHAL y Samuel
F'ITCH (editores), Armies and politics in Latin America, New York, Holmes &
Meier Publishers Inc., 1976.

93
Andrés Dávila

zas contra los ordenamientos vigentes, casi todas provenientes del


comunismo y sus variopintas manifestaciones locales y nacionales.
Adicionalmente y como resultado del papel desempeñado, se cons-
tituían en obstáculos manifiestos para la construcción de ordena-
mientos democráticos. Aunque la retórica de sus intervenciones
pasara por una supuesta defensa de la democracia en Occidente,
en la práctica el carácter de sus actividades iba en contra de tal tipo
de regímenes políticos.
En los dos casos mencionados y en tanto instrumentos armados
de los Estados, las Fuerzas Armadas podían considerarse compo-
nentes centrales en la construcción y conservación del orden, pero
su pr?tagonismo dependía tanto del tipo de régimen como de la
vigencia de los conflictos externos o internos. Dificilmente podía
concebirse una situación en la cual, frente a una situac;i'Ón de con-
flicto latente, estas instituciones compartieran su protagonismo
con alguien más que sus enemigos declarados, fueran ellos ejérci-
tos de otros países o agrupaciones subversivas en busca de una in-
surrección revolucionaria.
En este marco, écómo puede caracterizarse el caso colombiano?
Tal y como se señaló, la principal caracterización es la de su con-
versión tendencia} en un actor más de la violencia. Esto significa
que si bien es partícipe del conflicto y juega circunstancialmente
roles protagónicos, comparte la escena con varios otros actores
armados sin que su condición institucional y su naturaleza como
depositario del monopolio del uso de la fuerza se vean reflejados.
No tiene el Ejército la centralidad y el peso específico que, por ta-
maño, recursos y nivel de institucionalización y profesionalización,
le deberían dar una ventaja comparativa clara en el desarrollo y de-
finición de la lucha armada.
No obstante, es necesario remitirse inicialmente y de manera
breve a su historia institucional y a su papel en la arena política co-
lombiana, para delimitar con mayor clarida:cj. el significado e impli-
caciones de este planteamiento. A continuación, vale la pena refle-
xionar acerca de los factores externcis e internos que han incidido
en el repliegue de la institución militar frente a una violencia des-
bordada, para precisar qué sería necesario hacer para redefinir la
situación. Luego de ello, resulta viable ejemplificar, a través de la
evolución del liderazgo y del pensamiento militar en el período
examinado, la situación descrita. Finalmente, es importante ade-
lantar algunas reflexiones que permitan recapitular los plantea-
mientos desarrollados e indagar por algunos posibles escenarios de

94
El ejército colombiano ...

füturo, pero también hacer explícita una necesaria y deseable


agenda de investigación sobre el actor militar, en tanto resulta des-
conocido en muchos aspectos de su conformación y dinámica insti-
tucional.

DE LA MILITARIZACIÓN DEL ESTADO A LA


SUSTRACCIÓN DEL CONFLICTO

Dentro de una tradicional precariedad y debilidad, históricamente


el Ejército no jugó un papel determinante en la construcción del
Estado-nación. Fue, eso sí, uno de los elementos incorporados den-
tro del proyecto de la Regeneración como parte de la búsqueda
por configurar un orden mínimo y un gobierno central con alguna
capacidad de gestión en el ejercicio del poder. Dentro de estos ras-
gos más simbólicos que reales, inició una tardía y lenta profesiona-
lización que durante la primera mitad de este siglo le permitiría al
menos cÜnstituirse como una institución relativamente estable. En
ese lapso tuvo una vinculación esporádica con el control del orden
público, especialmente en la represión de las movilizaciones sindi-
cales y campesinas de los años veinte y treinta. 3
En la década de los años cincuenta y como parte del período de
la Violencia, las Fuerzas Armadas y en particular el Ejército se
constituyeron en una instancia fundamental para la supervivencia
del Estado colombiano. Sin haber superado por completo su histó-
rica precariedad, aparecieron como las únicas instituciones capaces
de arbitrar el agudo conflicto entre liberales y conservadores, el
cual había permeado por completo a las organizaciones de policía.
Si bien fueron un árbitro algo cargado del lado conservador, este
carácter les permitió acceder al poder y ganar protagonismo, cen-
tralidad y presencia como instituciones del Estado. Un factor im-
portante dentro de estos rasgos fue su involucramiento estructural
y permanente en el control del orden público, aspecto que desde

3 Entre los trabajos que examinan históricamente la conformación y el papel


de las Fuerzas Armadas en Colombia hay que consultar a Francisco Leal, "Los
militares en el desarrollo del Estado: 1907-1969", en Estado y política en Colom"
bia, Bogotá, Cerec-Siglo XXI Editores, 1984; Eduardo Pizarro, "La profesiona-
lización militar en Colombia (I, II y III)", en ANÁLISIS PoúTICO, No. 1, 2 y 3,
Bogotá, 1987-1988; Atehórtua y Vélez, Estado y Fuerzas Armadas en Colombia,
Bogotá, Tercer Mundo Editores-UniversidadJaveriana seccional Cali, 1994; y
Patricia Pinzón, Ejército y elecciones, Bogotá, Tercer Mu:rido Editores, 1994.

95
Andrés Dávila

entonces caracterizaría al Ejército colombiano. Si bien en aquella


violencia había varios actores armados cómo guerrillas liberales,
p;tjaros, policía, ~jército, esta última institución alcanzó un papel
protagónico y distintivo en la delimitación y desarrollo del conflic-
to. En tanto actor partícipe del conflicto, consiguió cumplir un rol
que hizo que los demás actores giraran relativamente en torno a
sus decisiones y operaciones.
Al iniciarse el Frente Nacional y como parte del retorno de los
civiles al poder, hubo un intento por retornar a una situación en la
cual se pretendía que los militares volvieran a los cuarteles y se de0

dicaran a recuperar la profesionalización extraviada en el ejercicio


del gobierno. Si bien se había superado la precariedad en hombres
y recursos característica hasta entonces, el tamaño del ejército se-
guía siendo relativamente modesto, apenas superior a:· los 20.000
hombres. El esfuerzo de despolitización y profesionálización mo-
dernizante se vio rápidamente truncado por la permanencia de si-
tuaciones de alteración del orden público. Estas obligaron a los dis-
tintos gobiernos frentenacionalistas a recurrir sistemática y conti-
nuamente a las Fuerzas Armadas para, por vías represivas, asegurar
un mínimo control de la situación. Para comienzos de la década
del sesenta e imbuidos por la experiencias de la Guerra de Corea y
las doctrinas de contrainsurgencia en boga, la profesionalización
adquirió nuevos referentes y condujo a las propnestas de reforma y
modernización social lideradas y promovidas por las instituciones
armadas. El protagonismo y centralidad del Ejército se hizo mani-
fiesto no sólo en términos del combate a los rezagos de la Violen-
cia (el bandolerismo), sino en la lucha germinal contra las guerri-
llas antisistema.
Aunque el pmorama cambiaría poco después, tras el relevo del
general Ruiz Novoa, ministro de Guerra entre 1962 y 1964, el invo-
lucramiento permanente y redefinido en el control del orden pú-
blico haría del Ejército un actor central y protagónico del conflicto
larvado que caracterizó a Colombia en las décadas de los años se-
senta y setenta. Como bastión de la represión a la subversión co-
munista y, en general, a cualquier manifestación popular o campe-
sina de movilización y protesta, esta institución adelantó un proce-
so de fortalecimiento institucional y de conquista de espacios den-
tro del Estado colombiano cuya manifestación más evidente se dio
durante el gobierno de Turbay Ayala (1978-1982). Para entonces su
tamaño y recursos seguían siendo relativamente modestos, pero
tenía sin duda un lugar más visible y respetado dentro del entra-

96
El ejército colombiano...

mado institucional. Adicionalmente, había consolidado como parte


de su función principal la conducción autónoma del orden públi-
co, cedida inicialmente por los civiles. Es verdad que a diferencia
de sus congéneres en la región no amenazaba con la toma del po-
der y en diversas formas guardaba ámbitos de subordinación al
poder civil y a las instituciones democráticas. Pero es verdad, tam-
bién, que la concepción del conflicto y la criminalización reiterada
y creciente de cualquier manifestación en contra del establecimien-
to potenciaban los rasgos de mayor presencia, protagonismo y ca-
pacidad de veto en la arena política colombiana. En tal proceso,
subordinaron claramente a la policía nacional y a las otras fuerzas
militares, armada y fuerza aérea, de tamaño y presencia bastante
menos significativos.
4
Este proceso de militarización relativa del Estado comenzó a
variar en la década de los años ochenta. A causa inicialmente del
Proceso de Paz adelantado durante el gobierno de Belisario Betan-
cur (1982-1986). En este proceso se les excluyó y se les subordinó a
la fuerza, lo que produjo un marcado rechazo institucional y la
adopción de mecanismos y procedimientos para obstaculizarlo, va-
rios de ellos de carácter clandestino e irregular, los cuales final-
mente revertirían en lo que hemos denominado la conversión en
un actor más del conflicto. A ello se sumó la situación de violencia
agravada que se desarrolló desde entonces y en la cual la presencia
del narcotráfico, con sus intereses, dineros y capacidad de manipu-
lación y corrupción, dio lugar a un escalamiento del conflicto y una
violencia multipolar, descompuesta y crecientemente destructiva.
Por acción y omisión, y dentro de un proceso bastante complejo y
de múltiples circunstancias y factores, las instituciones armadas,
especialmente el Ejército, entraron simultáneamente en un proce-
so contradictorio en el cual es posible destacar al menos tres carac-
terísticas.
En primer lugar un crecimiento inusitado e históricamente no
experimentado en recursos y hombres. En segundo lugar, una ten-
dencia! pérdida de presencia y protagonismo en el conflicto cuyo
resultado final ha sido la mencionada conversión en un actor de
reparto, proceso recientemente agravado con la virtual sustracción

4Trabajado en detalle aunque con algo de exageración por Gustavo GALLÓN


en "La república de las armas", en Controversia, Nos. 108-109, Bogotá, Cinep,
1984.

97
Andrés Dávila

del conflicto en diversas zonas del territorio nacional, en las cuales


la lucha se está dando entre grupos paramilitares y guerrillas. En
tercer lugar, un creciente aislamiento y orfandad como resultado
de la terminación de la Guerra Fría y de la pérdida de vínculos con
aliados connaturales como la clase política y la clase dirigente. de la
ausencia de autocrítica que haga viable una reforma de fondo a la
institución, y del papel de obstáculo a esfuerzos reformistas, tal y
como se experimentó durante la Asamblea Nacional Constituyente
en 1991.
Vale la pena desarrollar en este punto con algo más de detalle
lo relativo a su conversión en actor de reparto y las implicaciones y
efectos de esta circunstancia no sólo para el conflicto, sino para la
propia evolución institucional del Ejército, especialmente si se le
pone en relación con las otras dos características ~éñaladas. En
efecto, a partir del gobierno Betancur es notoria la convergencia
de dos fenómenos: de una parte, la tendencia a una mayor dinámi-
ca y descomposición del conflicto armado; y, de la otra y como
reacción ante el carácter obligatorio de las determinaciones civiles
en cuanto a las negociaciones de paz con las guerrillas, un replie-
gue tendencia! del Ejército.
Inicialmente, esta fue la reacción obvia ante los acuerdos de ce-
se al fuego y la definición de algunas zonas del territorio a las cua-
les no deberían acceder estas instituciones para no abortar las ne-
gociaciones. No se debe olvidar que por cerca de tres años y pese a
las escaramuzas de lado y lado y a los enfr<cntamientos con el ELN
que nunca entró en tales negociaciones, se limitaron significativa-
mente las acciones ofensivas tanto del Ejército como de las guerri-
llas involucradas en el Proceso de Paz. Sin embargo y pese a la rup-
tura definitiva de las negociaciones y los acuerdos, el Ejército man-
tuvo una dinámica principalmente defensiva y reactiva, esporádi-
camente rota con operaciones ofensivas como la toma de Casa
Verde en diciembre de 1990 o la labor de, erradicación de la guerri-
lla en Córdoba por parte de la Brigada Móvil Número 1, específi-
camente creada y apoyada para tal efecto.
Algunas de las dinámicas defensivas y reactivas contaron con
una importante concentración de fuerzas y recursos y coparon
buena parte de la capacidad operativa de la institución. Este fue el
caso de la protección de la infraestructura vial, y energética, inclui-
do el cuidado del oleoducto, especialmente luego de la ofensiva de
las Farc a comienzos de 1991 y como respuesta a la toma de Casa
Verde.

98
El ejército colombiano...

No obstante, la característica más reciente y preocupante del


fenómeno estriba, como ya se mencionó, en que no sólo el Ejército
ha aceptado tácitamente su conversión en un actor más del conflic-
to que reacciona tardía, lenta e ineficientemente a sus nuevas y
agravadas manifestaciones, sino que parece acomodarse a una si-
tuación en la cual deja que fuerzas e intereses en conflicto definan
su correlación armada. Entre tanto, el supuesto depositario de la
fuerza legítima se debate entre una labor de espectador pasivo,
funcionario desinformado y voluntariamente ciego, y paciente ob-
servador de un conflicto tras el cual aspira (con una confianza bas-
tante ingenua) a retomar el control de la situación. Lo que se ha
denominado la virtual sustracción del conflicto se da, además, en la
circunsta:ó.cia histórica en la cual se cuenta con el presupuesto más
voluminoso y el número de hombres más grande que se ha tenido
a lo largo de la historia, razones que impiden que la institución se
convierta en un actor menos del conflicto, mientras se abre una gran
contradicción entre este aparente fortalecimiento y un repliegue
que empieza a tener características estructurales.
Adicionalmente, las escasas acciones ofensivas, obviamente pu-
blicitadas en la perspectiva de contrarrestar la percepción pública
de la situación descrita, ofrecen resultados decididamente preca-
rios, como acaba de suceder con las operaciones en el Yarí y corno
sucedió también con la toma de Casa Verde. Obligar a la moviliza-
ción de la cúpula de las Farc y recoger información en apariencia
útil para la inteligencia no parece un resultado especialmente signi-
ficativo tras un despliegue costoso y masivo. Sí, en cambio, poner
tras las rejas a líderes reconocidos, auncuando los privilegios y be-
neficios allí recibidos pongan en cuestión la efectividad de tales ac-
ciones, como ha sucedido con Alfonso Cano, Felipe Torres, Fran-
cisco Galán y Frap.cisco Caraballo, quienes fueron encarcelados en
la ofensiva integral del gobierno Gaviria contra estas agrupaciones.

FACTORES EXTERNOS E
INTERNOS DEL REPLIEGUE MILITAR

Detrás de esta tendencia al repliegue están varios factores que ex-


plican la dificultad para un cambio de dirección significativo. Al-
gunos de ellos se derivan de la dinámica y complejidad creciente
del conflicto, es decir, de factores externos a la institución como
tal. Otros provienen de la evolución institucional del Ejército en
particular y del conjunto de las Fuerzas Armadas.

99
Andrés Dávila

Son varios los factores externos que han incidido en el replie-


gue militar característico de los últimos quince años, el cual puede
verse en una mirada tendencia! de largo plazo, aunque en el lapso
considerado sea más difícil ver con toda claridad la direccionalidad
de la tendencia y se encuentren picos y caídas significativos. De
esos varios factores, el que tal vez ocupa un primer lugar es el cre-
cimiento y fortalecimiento de las guerrillas. El incremento en
hombres, presencia territorial, número de frentes y recursos para
su subsistencia puede ser difícil de establecer con precisión, pero
ha sido un fenómeno manifiesto durante el período. Si bien la
guerrilla no ha dado el paso a una etapa superior del conflicto y se
mantiene en las fases de la guerra irregular, ha conseguido sor-
prender con mayor capacidad destructiva y en términos de un de-
safio crecientemente significativo para las institucion7s armadas.
Bajo tales consideraciones y sin haber cambiado su estructura or-
ganizativa y operativa, resulta lógico el repliegue militar ante fuer-
zas capaces de emboscar, asaltar, asesinar y destruir contingentes
numerosos. Por ello, por ejemplo, los retenes de la guerrilla en vías
importantes se suceden por períodos prolongados de tiempo sin
que se haga efectiva una respuesta militar que por falta de prepa-
ración, información de inteligencia adecuada y capacidad de reac-
ción podría resultar desastrosa.
En el mismo sentido, la multipolaridad del conflicto, las cam-
biantes y confusas coaliciones y alianzas que se dan a nivel de los
poderes locales y regionales, se convierten en factores que poten-
cian la tendencia defensiva y reactiva señalada. Desde la perspecti-
va del Ejército lo que se tiene es una superposición de funciones
con la policía y una variedad de enemigos a enfrentar que implican
una dispersión de objetivos militares difíciles de diferenciar. Esto
impide establecer prioridades claras y adelantar estrategias delimi-
tadas temporalmente para evaluar resultados en el combate a uno
o varios de los enemigos identificados. La interacción con fuerzas
irregulares que, a nivel local y regional, pueden operar como alia-
dos fortalece la tendencia reactiva, pues parece más racional dejar
el trabajo sucio a estas organizaciones y sólo llegar después a con-
solidar territorios previamente pacificados.
A todo lo anterior se suma la ausencia de una conducción civil
clara y consistente en el tiempo. Frente al desinterés de los civiles
en los problemas de seguridad y defensa, de orden público y de las
distintas manifestaciones de la delincuencia, las Fuerzas Armadas
tendieron a copar los vacíos detectados y a fortalecer el manejo re-

100
El ejército colombiano ..

lativamente autónomo del orden público. En las condiciones que a


continuación se enuncian, el repliegue parece una opción racional
perfectamente comprensible: en un marco de violencia agravada y
de múltiples actores sujetos a los bandazos (más que a los ciclos) de
negociación-represión-negociación, debatiéndose entre las res-
ponsabilidades por la obstaculización de procesos de paz y reforma
política y la sensación de ser utilizados por las élites civiles, afecta-
dos por los controles de los organismos encargados de tales labo-
res (procuraduría y defensoría, principalmente), y con suficiente
capacidad de veto e injerencia como para condicionar políticas y
obtener mayores recursos y hombres. Sólo que la opción señalada
necesita, para sostenerse, un umbral mínimo de credibilidad en
términos'del control de la situación y la contención de la guerrilla.
Asunto éste que en algunos aspectos parecía verse cuestionado, al
menos hasta finales de 1996 y comienzos de 1997, y que ahora pa-
rece modificado pero no por los triunfos militares, sino paramilita-
res.
En cuanto a los factores internos, el problema fundamental se
puede resumir al hacer referencia a la estructura institucional del
Ejército. En varios sentidos el Ejército colombiano parece rezagado
respecto de este tipo de organizaciones en el contexto regional,
pero también en términos de los conflictos que debe enfrentar. Su
organización está basada en los esquemas de la guerra regular y se
ha mantenido así sin importar el carácter interno e irregular de su
principal enemigo histórico: la guerrilla, así como de los otros ac-
tores y enemigos que se han sumado paulatinamente al conflicto.
En tal sentido, la estructura cuartelaría y la distribución del pie de
fuerza en términos del personal en entrenamiento, en operaciones,
en descanso y recuperación, y en labores administrativas, nos ha-
blan de una máquina de guerra burocratizada, pesada, ineficiente
y, en muchos aspectos, centralmente preocupada por la parte cor-
porativa de sus intereses. 5 Si a estos rasgos sumamos el carácter
prevaleciente de la denominada sociología de la escasez en la defini-
ción de prio1idades y posibilidades de acción y desarrollo institu-
cional, resulta absolutamente claro el repliegue como ideología y

5 Como lo señalo en mi artículo "Ejército regular, conflictos irregulares: la ins-


titución militar en los últimos quince años", en Documento de Trabajo, No. 6,
Bogotá, PAZ PÚBLICA, Universidad de los Andes, septiembre de 1997, se consi-
dera que cerca del 30% del pie de fuerza se dedica a labores administrativas,
de guardia o está fuera del servicio por incapacidad médica, vacaciones, etc.

101
Andrés Dávila

discurso. En esta perspectiva, parece también perfectamente expli-


cable que tal sea la tónica de la operación cotidiana, administrativa
y militar de lo que ellos mismos llaman la empresa más grande del pa-
ís. El repliegue continuado ha terminado por desarrollar una acti-
tud defensiva que entronca perfectamente con la mencionada so-
ciología. Así las cosas, para los mandos militares la responsabilidad
de la institución frente al conflicto nunca pasa por sus propias limi-
taciones y errores, sino por la ausencia de apoyo, las carencias, las
cortapisas jurídicas e institucionales. Y de todos estos factores los
responsables nunca están dentro de la institución, sino en el go-
bierno, en la sociedad y, en general, en cualquier instancia externa.
Si se indaga un poco más en aspectos como la formación y la
profesionalización6 es factible constatar problemas y carencias que
con facilidad refuerzan la tendencia señalada. El confuso y poco
elaborado discurso anticomunista y antiguerrillero qué impregna al
menos al cuerpo de oficiales ha sido actualizado pobremente y con
dificultades a las condiciones de la posguerra fría y de la caída del
mundo comunista. El avance de mayor significación, más retórico
que operativo, se ha dado en términos de catalogar a las guerrillas
corno delincuentes comunes y narcotraficantes. Pero ésto, antes
que mejorar la comprensión del conflicto ócon las consecuencias
tácticas y estratégícas de importancia para su superación- ha agra-
vado las debilidades y los problemas. Entre otras razones porque
dentro de la confusión y ausencia de planteamientos adecuados a
la magnitud de los desafíos, han tenido cabida dos opciones que en
definitiva agravan la debilidad estructural de la institución y ahon-
dan la tendencia a convertirse en un actor más: Ellas son la afinidad
con las violaciones de derechos humanos y la permisividad y au-
sencia de políticas de fondo contra la actividad paramilitar.
Los problemas en la formación y profesionalización de los
miembros del Ejército se reflejan no sólo en la parte del discurso y
en la posición asumida frente a las complejidades del conflicto co-

6 Estos dos aspectos no han recibido la atención suficiente por parte de quie-
nes, desde la investigación académica, han trabajado el tema militar. Dentro
de los varios aspectos que con urgencia requieren ser incluidos en una amplia
agenda de investigación sobre las Fuerzas Armadas y, en particular, sobre el
Ejército, estos dos aspectos deben recibir la atención requerida. Sólo así se
podrá comenzar a superar la precariedad todavía existente en los estudios so-
bre las instituciones armadas en Colombia, especialmente en lo que atañe a
una cuidadosa y sistemática sociología militar.

102
El ejército colombiano ...

lombiano. Aunque íntimamente relacionadas con la mencionada


sociología de la escasez y con la tendencia a un desarrollo institucio~
na! guiado no por la planificación sino por las urgencias inmedia-
tas del orden público, la formación y profesionalización, pese a ser
un ámbito relativamente inexpugnable e incomprensible para los
civiles, tiende a mostrarse en sus resultados más visibles como un
lugar de aislamiento, desactualización y bajo nivel de capacitación.
Tal vez el único aspecto que parece todavía fuerte se relaciona
con el desarrollo de un espíritu de cuerpo que en alguna medida, y
no sin dificultades, ha logrado sobreponerse a las amenazas prove-
nientes de la corrupción o los vínculos individuales con grupos de
autodefensa o paramilitares. Aun dentro del agudo conflicto, tan
marcado por los elementos regionales y particulares, el Ejército ha
logrado superar desafíos a la urúdad institucional y a la disciplina
estricta. Pero el elemento aglutinador ha sido, crecientemente, ese
enemigo múltiple y difuso de la violencia y, cada vez menos, un
discurso articulado y coherente que redefina y actualice los vesti-
gios del discurso anticomunista que durante varias décadas cum-
plió la labor señalada. Y ello no parece suficiente para la conduc-
ción de un Ejército protagónico y capaz.

EL LIDERAZGO Y EL PENSAMIENTO MILITAR: DE


RUIZ NOVOA A BEDOYA, UN PANORAMA DEL
AISLAMIENTO-DEBILITAMIENTO DEL EJÉRCITO

Un ámbito relativamente poco explorado en los análisis sobre el


papel de los militares en la política colombiana se relaciona con un
doble componente que potencialmente puede servir para indagar
ordenadamente la evolución de esta institución, las continuidades y
cambios en su organización y presencia institucional. Ese doble
componente tiene que ver, por una parte, con el liderazgo militar
y, por la otra, con la producción y puesta en práctica de un pensa-
miento militar que sirva de articulador para el cumplimiento insti-
tucional de sus funciones. Dentro de los múltiples asuntos que ha-
bría que investigar cuidadosamente, resultaría de mucha utilidad
esta doble aproximación que puede servir para complementar el
panorama, la información y el conocimiento de los complejos fac-
tores que inciden en el desempeño institucional de las Fuerzas
Armadas y, en particular, del Ejército.
Resulta plausible plantear, como hipótesis, que en las combina-
ciones de liderazgo-pensamiento militar que se han dado en Co-

103
Andrés Dávila

lombia desde la instauración del Frente Nacional se encuentran


claves adicionales que permiten constatar la conversión del Ejército
en un actor más del conflicto. Es manifiesto que la definición del
conflicto y de las formas de resolverlo han sido desbordadas por la
multiplicidad de actores y factores de violencia y por la tendencia
al escalamiento y descomposición del conflicto. Adicionalmente, la
primacía de un discurso prioritariamente represivo y criminalizan-
te, unido a la caída del mundo comunista que soportaba tal carac-
terización, han hecho aflorar las carencias del discurso, vaciando
los liderazgos en la medida en que tiende a fortalecerse el aisla-
miento de la institución incluso respecto de aliados naturales y,
con ello, agravando la situación de debilitamiento a que se ha he-
cho mención.
Cabe señalar que lo que a continuación se plantea a . este respec-
to es apenas un ejercicio por mostrar la pertinencia y utilidad de
tener en cuenta las dos variables mencionadas. Como tal, apunta a
señalar aspectos que pueden resultar de interés en este ámbito: en
primer lugar, como objetos de investigación a ser examinados; y,
en segundo lugar, como fuente de preguntas cuya resolución ayu-
daria al conocimiento del Ejército como actor institucional de la
violencia crónica que ha afrontado el país.
Esquemáticamente, una primera aproximación en tal sentido
puede hacerse a través de un seguimiento al liderazgo y al discurso
o pensamiento político-militar expresado por los principales altos
mandos que en su momento marcaron los destinos de la institu-
ción dentro del complejo y ambiguo panorama político colombia-
no. Un breve análisis de lo que va del general Ruiz Novoa al gene-
ral Bedoya, permite desarrollar un análisis del proceso de aisla-
miento-debilitamiento del Ejército. De nuevo, visto en el largo pla-
zo esta es la tendencia global que se puede establecer, pero sin du-
da presenta variaciones al analizarse cuidadosamente el período
considerado.
Comparativamente con los ejércitos de la región, la producción
de pensamiento político-militar en Colombia ha sido relativamente
pobre y de escasa influencia en la sociedad colombiana y en los
ejércitos de la región. Ni en la corriente más represiva y dura, co-
mo puede ser la chilena, ni en la corriente más sensible a las re-
formas sociales, como fue el caso peruano, el pensamiento político-
militar colombiano tuvo desarrollos importantes e influyentes. El
aporte colombiano en tal sentido se deriva de la experiencia prác-
tica en el conflicto antiguerrillero, el cual no ha sido recogido insti-

104
El ejército colombiano ...

tucionalmente como una obra destacada que ftje posiciones y per-


mita un examen de la evolución de una lucha de casi medio siglo.
Después del general Rojas Pinilla, resulta plausible plantear que
fue el general Ruiz Novoa el oficial de mayor influencia dentro de
las instituciones militares y cuyas propuestas acerca del conflicto
colombiano y del papel de las Fuerzas Armadas tuvieron mayor eco
en la opinión pública. Sus concepciones acerca de la violencia co-
mo un problema estructural que sólo se solucionaria con profun-
das transformaciones sociales que dieran cabida a los procesos de
desarrollo que necesitaba el país, y el papel protagónico del Ejérci-
to en generar tales condiciones, marcaron época en lo que atañe a
la presencia institucional de esta institución dentro del conjunto
del Estado colombiano. 7 Su influencia se extendió a varios oficiales
que en años posteriores ocuparon cargos de importancia, como
fue el caso del general Álvaro Valencia Tovar. En ambos casos y
pese a la adhesión a la institución militar, a su disciplina y jerar-
quías, fue notorio el desarrollo de planteamientos algo diferentes a
los comúnmente existentes acerca de las causas y soluciones del
conflicto político. Ciertamente en sus concepciones permanecían
arraigadas nociones sobre el bandolerismo y el comunismo, pero
en la forma de interpretar el conflicto y de definir las políticas para
derrotar al enemigo se incorporaban centralmente consideraciones
sobre la pobreza, sobre la necesidad de la acción cívico-militar para
ganarse al campesinado y sobre opciones alternativas a la de la des-
trucción física del enemigo. El liderazgo -si bien dentro de los rí-
gidos parámetros de lo militar- hacía también algunas concesiones
y consideraciones no siempre bien vistas acerca del tratamiento de
las tropas y el respeto a ciertas situaciones especiales relacionadas
por ejemplo con la obediencia debida a las órdenes de los superio-
res.
Tales concepciones generaron rechazo dentro y fuera de la ins-
titución militar. Claramente, un general como Luis Carlos Cama-
cho Leyva nunca tuvo mayor afinidad por tales concepciones y,
dentro de un liderazgo muy diferente, alcanzó también gran in-
fluencia. Cabe señalar que tal vez la mayor injerencia se derivó de
su particular empatía con el entonces presidente, Julio César Tur-

7 Véase al respecto Francisco Leal, "Del Frente Nacional al gobierno de Vi.rgi-


lio Barco", en El oficio de la guerra: la seguridad nacional en Colombia, Bogotá,
TM Editores-Iepri, 1994.

105
Andrés Dávila

bay, en términos de la concepción del conflicto y la forma de ter-


minarlo a través de la versión más cercana a la aplicación de la
Doctrina de Seguridad Nacional en Colombia. Camacho Leyva no
tenía gran aceptación en la opinión y generaba un rechazo impor-
tante en vastos sectores de la sociedad. Sin embargo, dentro de las
altas esferas del gobierno y en algunos sectores importantes de la
clase política de aquel entonces su enfoque del problema y las so-
luciones tuvo plena aceptación y respaldo. Previa a la gestión de
Camacho Leyva, es viable afirmar que en una perspectiva semejan-
te, posiblemente menos influida por las concepciones de la seguri-
dad nacional, trabajaron generales como Revéiz Pizarra, Currea
Cubides y Varón Valencia, ministros de Defensa en los gobiernos
de Lleras Restrepo, Pastrana Borrero y López Michelsen, respecti-
vamente.
Los generales de mayor peso en la década de los años ochenta
continuaron con la concepción prevaleciente desde la época de
Camacho Leyva. Con la diferencia de que no tuvieron nunca la in-
fluencia y mucho menos la empatía existente entre Ministro de De-
fensa y Presidente de la República. Landazábal Reyes mostró ante
todo una llamativa y confusa mezcla entre la concepción de Ruiz
Novoa-Valencia Tovar y las soluciones de corte más represivo,
aunque durante su estancia en el ministerio reactivó de manera
significativa la acción civico-militar. Vega Uribe, en apariencia el
gran sucesor de Camacho Leyva, tuvo mucho menor influencia que
éste, en parte por el distanciamiento entre la institución militar y el
presidente Betancur. No obstante, en los hechos del Palacio de Jus-
ticia tuvo oportunidad de demostrar su talante represivo.
Con posterioridad a estos oficiales, los constantes cambios
muestran cierta crisis de liderazgo y reacomodamientos en la cúpu-
la militar y la virtual desaparición de la influencia desarrollista que
legó Ruiz Novoa, lo cual dejó una única corriente que tendió a an-
quilosarse. Adicionalmente, tuvieron injer~ncia procesos que se
explican en razón del agravamiento de la violencia, la irrupción de-
sestabilizadora del narcotráfico y las _dubitaciones del gobierno de
Barco, el cual sólo al final encontraría a un nuevo líder, el general
Botero. Este oficial, confirmado por el presidente Gaviria y quien
sólo pasó al retiro con el nombramiento de un civil como ministro
de Defensa en 1991, redefinió un liderazgo caracterizado por tres
rasgos relativamente novedosos: escasa figuración pública y pocas
declaraciones a la prensa como para generar escándalos políticos;
subordinación explícita a las directrices presidenciales y guberna-

106
El ejército colombiano...

mentales, incluso en los procesos de negociación con las guerrillas


que culminaron en su desmovilización; e intentos de profesionali-
zación y rechazo a procesos que apuntaban a la fragmentación y
pérdida de unidad de las fuerzas, en particular por la existencia de
vínculos crecientes y amenazantes de miembros aislados de las
Fuerzas Militares con grupos de justicia privada, varios de ellos al
servicio de los narcotraficantes.
Finalmente, cabría señalar el liderazgo más publicitado en los
últimos tiempos y que corresponde al del general Harold Bedoya.
Con su fama de duro, tropero y partidario de políticas exclusiva-
mente represivas para enfrentar el conflicto guerrillero, tuvo el
aval del presidente Samper y de su ministro Botero para llegar al
máximo ·cargo posible: el de comandante de las Fuerzas Militares.
Antes del Proceso 8.000 y como comandante del Ejército, fue pro-
tagonista del ruido de sables a raíz de la propuesta de desmilitariza-
ción del municipio de La Uribe para iniciar conversaciones de paz.
Durante el Proceso 8.000 se debatió entre cierta oposición soterra-
da al presidente Samper, a quien ahora considera un gobernante
corrupto y apoyado por el narcotráfico, y el apoyo institucional al
régimen, ofrecido a cambio de mayor presupuesto y ciertas medi-
das que tendían a favorecer el ejercicio autónomo de la represión.
Durante 1996 su principal labor fue la de revivir la idea de las Farc
como un cartel de las drogas y por esta vía conseguir de nuevo el
apoyo de los Estados Unidos. También se caracterizó por su recha-
zo a la labor de las organizaciones no gubernamentales, nacionales
y extranjeras, que trabajan en la defensa y denuncia de las viola-
ciones de los derechos humanos. No obstante su supuesta dureza y
afinidad con las opciones exclusivamente represivas, ante la captu-
ra de los sesenta soldados en Las Delicias tuvo que hacer concesio-
nes y aceptar las ,.negociaciones para su devolución. Pese a que con-
servó la retórica militarista y antinegociación, y a que fue incre-
mentando los cuestionamientos al gobierno que apoyó durante los
momentos más álgidos de la crisis, su liderazgo se vio bastante
cuestionado por el duro golpe militar y político en que se convirtió
el secuestro.
Al· pasar al retiro y pese al éxito temporal en las encuestas al
lanzar su candidatura a la presidencia, no dejan de sorprender dos
rasgos que muestran el señalado proceso de debilitamiento-
aislamiento de la institución militar. En primer lugar, el manifiesto
empobrecimiento del discurso sobre el conflicto que vive el país y
las posibles soluciones. Este empobrecimiento se hace notorio con

107
Andrés Divila

la insistencia en aquello de las Farc como un cattel, en su autismo


frente a los derechos humanos, en su elocuente silencio frente al
terna paramilitar y en la reiterada petición de recursos y hombres
para denotar al enemigo. Pero se hace dramáticamente manifiesto
cuando se quiere convertir en un discurso político que le dé vida a
su opción a la presidencia, al atacar sirnplistarnente al gobierno y a
los corruptos, y al no lograr hilvanar ninguna propuesta distinta a
la de una moralización indefinible de la política y el gobierno en
Colombia.
En segundo lugar, por el aislamiento creciente de tales posicio-
nes no sólo con respecto al gobierno, sino con respecto a sectores
anteriormente afines a sus propuestas corno eran algunos núcleos
importantes de la clase política y de los sectores empresariales. Ais-
lamiento agravado por las presiones norteamericanas pr'~cisamente
en aquellos ternas en los cuales el general Bedoya se mostró siem-
pre inamovible: derechos humanos y vínculos del Ejército con los
paramilitares. Y aislamiento cuestionador porque la aparente dure-
za de su liderazgo no concuerda para nada con el tendencia] retiro
del Ejército del conflicto abierto entre guenilla y autodefensas. Ais-
lamiento, finalmente, que cubre también a esos potenciales aliados
clandestinos e irregulares que encuentran en el Ejército un cuerpo
lento e ineficiente, limitado excesivamente por la ley, para adelan-
tar los trabajos requeridos por sus particulares y urgentes intereses
regionales y locales
Pese a lo señalado y en medio de un conflicto agravado marca-
do por la virtual sustracción del Ejército, los liderazgos cambian y
parece ser otra la tónica del general Bonnet y del actual comandan-
te del Ejército, general Galán. Pero es todavía pronto para estable-
cer si en verdad estos personajes llegan a modificar las tendencias
señaladas, y más luego de que pese a las contradicciones y proble-
mas indicados, el paso de Bedoya dejó algunas huellas.
Más allá de este recuento de liderazgos 'y acciones, lo que inte-
resa resaltar en este apartado es cómo el discurso y la comprensión
del conflicto que atraviesa Colombia ha sufrido una evolución que
apunta hacia el empobrecimiento-aislamiento. Dentro de las limi-
taciones en la producción de pensamiento político-militar y en la
ernpatía con las élites civiles de los sectores dirigentes, se ha pro-
ducido una involución. Mientras el discurso del general Ruiz No-
voa daba cuenta del conjunto de la situación y apuntaba a formular
soluciones relativamente novedosas con participación protagónica
del Ejército, los discursos posteriores limitaron la definición del

108
El ejército colombiano ..

conflicto a la amenaza comunista, aún con el reconocimiento de


los factores objetivos tal y como lo señalaba el general Landazábal.
Tal limitación fue útil mientras el conflicto tuvo rasgos bipolares y
la principal amenaza fue la guerrilla. Sin embargo, desde la década
de los ochenta al incrementarse y hacerse más compleja la violen-
ci;¡., y luego al caer el mundo comunista que soportaba toda la con-
cepción antiguerrillera, el pensamiento militar se dejó desbordar y
se ha mostrado incapaz (al igual que el conjunto de la sociedad y
del Estado), de plantear adecuadamente las dimensiones del con-
flicto y las fórmulas para su eventual solución. Ciertamente, parece
excesivo solicitar del Ejército una interpretación adecuada cuando
ni la sociedad ni el Estado, ni las élites civiles, ni la dirigencia polí-
tica han logrado una formulación convincente.
No obstante, el punto al cual se quiere hacer referencia tiene
que ver con una constatación innegable: en medio de la crisis y las
dificultades, el Ejército manifiesta los mismos o peores problemas
y limitaciones y su comprensión del conflicto y sus soluciones re-
sultan irrelevantes porque no ofrecen alternativas medianamente
viables. En tales condiciones, resultan más notorias las debilidades,
las carencias, la incapacidad de comprender cabalmente los resor-
tes básicos del conflicto y su complejidad creciente y, en conse-
cuencia, la irrelevancia de sus soluciones eminentemente represivas
y criminalizantes. De allí, precisamente, la tendencia a que el em-
pobrecimiento implique aislamiento y, por esa vía, deterioro y
pérdida de vigencia en una circunstancia de repliegue y virtual sus-
tracción, que contradice plenamente su tamaño y crecientes recur-
sos.

RECAPITULACIÓN Y PERSPECTIVAS

En definitiva, los planteamientos desarrollados permiten señalar


varias características centrales del que hemos denominado un actor
más del conflicto. Para ello y por medio de argumentos sucesivos y
complementarios, se han delineado los factores explicativos que
parecen sustentar adecuadamente la hipótesis propuesta. Esta
aproximación ha hecho necesaria una mirada de la institución des-
de diversos ángulos. Algunos de ellos se articulan debidamente a
los propósitos del texto y los otros sugieren asuntos para discutir
bajo esquemas y metodologías que permitan al1ondar en caracterís-
ticas y tendencias.

109
Andrés D.ivila

A grandes rasgos, en una primera parte y luego del plantea-


miento introductorio, se señaló cómo la conversión en un actor
más del conflicto obedecía, en términos generales, a un proceso en
el cual de una evidente militarización del Estado se había modifi-
cado la tendencia hacia una virtual sustracción del conflicto, proce-
so especialmente notorio en la última década. Precisamente, con el
ánimo de fijar ideas más claras y concisas al respecto, se indagó por
los factores externos e internos del debilitamiento-aislamiento de la
institución armada. Finalmente y en aras de formular u n ejercicio
potencialmente novedoso, se analizaron los discursos y el liderazgo
dentro de la institución en las últimas décadas, más con el ánimo
de llamar la atención sobre un objeto de estudio poco atendido y
que podría resultar útil en el conocimiento de la institución arma-
da. 1

El conjunto de aproximaciones parece reforzar la idea del ais-


lamiento-debilitamiento y de la virtual sustracción del conflicto
que, en principio, se contrapone a las perspectivas relativamente
dominantes en el mundo académico cuando de analizar las Fuerzas
Armadas se trata. Aunque detrás de los planteamientos y las refle-
xiones se encuentra alguna masa significativa de investigación so-
bre el Ejército, que soporta un intento por replantear algunas con-
cepciones en cuanto a su papel, capacidad y presencia en el Estado
y la sociedad, lo más importante del trabajo estriba en reconocer y
hacer un llamado hacia la necesidad de investigar con más cuidado
y rigor a una instancia sin duda central en los logros y problemas
de la construcción de un orden político democrático en Colombia.
En tal sentido, independientemente de la validez y plena compro-
bación de varios de los argumentos expuestos, el trabajo ha queri-
do llamar la atención acerca de puntos críticos en la comprensión y
conocimiento de la institución militar en Colombia, los cuáles
pueden servir para estructurar adecuadamente una agenda de in-
vestigación sobre el tema.
Así las cosas, resulta pertinente indagar por escenarios posibles
en torno a la organización y papel futuro del Ejército en una situa-
ción en la cual se hace más tensa la coexistencia entre un sistema
político crecientemente cuestionado en su capacidad para tramitar
las relaciones políticas por las vías legales e institucionales, for-
malmente democráticas, y un conflicto día a día más complejo,
descompuesto y destructivo. Evidentemente, el papel del Ejército y
su futura estructura organizativa dependen del rumbo que siga esa
tensión. Sin embargo, en lo que atañe a su función y sus responsa-

110
El ejército colombiano...

bilidades es viable pensar en varios escenarios dependientes de dos


grandes conjuntos de variables: los relacionados con el desenvol-
vimiento del conflicto y los referidos a la continuidad o el cambio
en la organización militar, es decir, la posibilidad o no de adelantar
una reforma militar.
Esquematizando esos posibles escenarios, resultarían cuatro op-
ciones. Una de continuación del conflicto en términos similares,
sin reforma militar. Como están las cosas, resulta la más probable
debido a la ausencia de voluntad política, de una fuerza política
capaz de liderar la solución del conflicto o la reforma militar, y del
peso indudable de la inercia que lleva a cuestas un conflicto de tan
larga duración. El gran interrogante en este escenario proviene de
la posición del Ejército frente a la cuestión paramilitar. La lógica
del repliegue y de la sustracción del conflicto haría suponer que se
apuesta a mantener cierto control básico del orden público a nivel
global y a retomar el control en las zonas supuestamente liberadas
por los paramilitares que, en principio, no son enemigos del Esta-
do. No obstante, parece obvio que en algún momento se hará ne-
cesaria la confrontación entre dos máquinas de guerra y ello pare-
ce inminente frente a las presiones de Estados Unidos y de la co-
munidad internacional por los vínculos con los paramilitares y por
la crónica violación de los derechos humanos.
La segunda hablaría de continuación del conflicto con reforma
militar. Aunque no resulta fácil de imaginar y llevar a cabo, está el
ejemplo de la policía como una muestra de capacidad de transfor-
mación institucional en circunstancias adversas y de requerimien-
tos de urgencia permanentes. Aunque en principio implicaría un
proceso de autocrítica y aceptación de las limitaciones y debilida-
des de la institución, en condiciones de conflicto vigente, su desa-
rrollo podría conducir a un viraje radical de la situación descrita.
Ello no necesariamente implicaría una futura solución del conflic-
to, pero sí un cambio significativo en el papel que actualmente de-
sempeña el Ejército. En estas circunstancias, la institución al menos
recuperaría algo de su protagonismo, su iniciativa y su presencia
institucional, a no ser que la reforma apunte a una exclusión del
conflicto que en verdad parece prácticamente imposible.
La tercera mostraría un escenario de solución del conflicto sin
reforma militar. Esta posibilidad podría ser el resultado de una
combinación paradójica en la cual habría una convergencia de la
debilidad de los actores institucionales y de la voluntad negociado-
ra de actores fortalecidos como la guerrilla y los paramilitares. Para

111
Andrés Dávila

el Ejército la insistencia en no reformarse ahondaría su debilidad y,


posiblemente, el protagonismo de la policía, aspectos no deseados
por la institución, pero que harían viable el desarrollo de las nego-
ciaciones. No obstante, en esta situación el Ejército tendría una
afinidad creciente con su rol de obstáculo de las negociaciones y
las reformas de índole democrático, posición que con gran facili-
dad puede conducir a un empantanamiento de cualquier salida
negociada al conflicto.
Y la cuarta posibilidad sería de solución del conflicto con re-
forma militar. Esta es, a primera vista, la opción virtuosa y deseable
si de configurar un régimen democrático y una sociedad en paz se
trata. Pero precisamente por esas características y en las condicio-
nes actuales, resulta la menos viable y para la cual si acaso se cuen-
ta con el hastío de la llamada sociedad civil, con la voluntad de or-
ganismos civiles todavía desarticulados políticamente, con las ten-
dencias recientes del conflicto entre guerrillas y paramilitares y con
la ya mencionada d ebilidad de los actores institucionales. Para que
ello confluyera en un mismo proceso se necesitaría una particular
convergencia de hechos y decisiones que en verdad están más cer-
ca del azar y la fortuna que de cualquier intento analítico derivado
de las ciencias sociales.
Este ejercicio de especulación reitera, fundamentalmente, que si
bien el desarrollo del conflicto y el contexto de la política colom-
biana ftjan condiciones y parámetros para la actividad militar, h ay
también procesos internos que pueden resultar definitivos no sólo
en lo relativo al futuro de la institución, sino a la continuidad o po-
tencial solución del conflicto. Y es frente a esos procesos internos
que resulta prioritario generar un conocimiento sistemático, rigu-
roso y útil para entender la dinámica de la evolución institucional y
su posición y participación en el conflicto.

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REVISTA DEL EJÉRCITO NACIONAL

,
I

118
SEGUNDA PARTE

Límites borrosos
/'
Rebeldes y criminales
Una crítica a la tradicional distinción
entre el delito político y el delito común
Mauricio Rubio*

LAS TEORÍAS Y SUS LIMITACIONES

Tradicionalmente, en el país se ha hecho un esfuerzo por diferen-


ciar a los levantados en armas - en particular a los grupos guerri-
lleros- de los delincuentes comunes. No son escasos quienes, en el
otro extremo, buscan criminalizar cualquier actuación de las orga-
nizaciones armadas, desconociendo por completo sus objetivos po-
líticos.
En términos de esta distinción entre el delito político y el co-
mún es conveniente referirse a dos niveles. Está en primer lugar la
instancia explicativa o positiva. A este nivel ha sido corriente postu-
lar que los delincuentes políticos se diferencian de los comunes, no
necesariamente en sus acciones, sino básicamente en sus intencio-
nes. Se considera que los segundos están motivados por la satisfac-
ción monetaria de intereses personales. A los segundos se les re-
conoce una motivación social y altruísta. 1 Otra tipificación del de-
lincuente político, más contrastable, es la del bandido social, sugeri-
da por Hobsbawm (1965, 1991). Se trata del individuo, de extrac-
ción popular, que se rebela contra el soberano injusto y que cuenta
con un amplio apoyo entr e las clases campesinas. 2 La tercera carac-

* Economista. Trabaja actualmente en el Centro de Estudios de Desarrollo


Económico, Cede, y el Programa de Estudios sobre Seguridad, Justicia y Vio-
lencia, Paz Pública, de la Universidad de los Andes. Sus áreas de in terés inclu-
yen el impacto de la violencia, el sistema p enal colombiano y la economía del
crimen.
1
Iván Orozco (1992) retoma la idea del penalista alemán d e principios de si-
glo Gustav Radruch, del delincuente por convicción, que se diferencia del delin-
cuente común en que, mientras este último «reconoce la norma que infringe,
el delincuente por convicción la combate en nombre de una norma superior».
Orozco (1992) p. 37.
2 Hobsbawm distingue tres subcategorías de bandidos sociales: el tipo Robin
(continúa en la página siguiente)

121
Mauricio Rubio

terización sería la del partisano, de Car\ Schmitt,3 que presenta cua-


tro rasgos distintivos: el ser un combatiente irregular, el responder
a una honda adhesión política, el tener una acentuada movilidad y,
de nuevo, el tener un carácter telúrico, o sea una «íntima relación
con una población y un territorio determinados».4
En un segundo nivel, el normativo o de recomendaciones de ac-
ción pública, la pertinencia de la distinción radica en la sugerencia
de que sólo el delincuente político debe ser penalizado y que al re-
belde se le debe dar un tratamiento privilegiado: con él se debe
buscar, ante todo, la n egociació n.5 Por distintas razones, se consi-
dera que la p enalización de las acciones de los rebeldes es, no sólo
6 .
.
moperante, smo que pue d e llegar a ser contraprod u cente.7
La recomendación de una salida n egociada con los delincuentes
políticos está por lo general basada en dos premisas. La primera es

Hood, al cual «se le atribuyen todos los valores morales positivos del pueblo y
todas sus modestas aspiraciones»; el Cangaceiro del Brasil, «que expresa sobre
todo la capacidad de la gente del pueblo, gente humilde, de atemorizar a los
más poderosos: es justiciero y vengador» y el tipoHaidukes de Turquía que
representa «un elemento permanente de resistencia campesina contra los se-
ñores y el Estado». Hobsbawm (1991) p . 63.
3
Ver Pizarro (1996).
4
Ibid, p. 42.
5
«Las formas dominantes de la violencia urbana en Colombia no son nego-
ciables, como sí lo es aquella generada por confrontaciones de aparatos ar-
mados en pugna por el control del Estado o el cambio del régimen político
vigente en Colombia». Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) p. 71.
«Lo que permite el diálogo es la consideració n de delincuentes políticos que
se les da a quienes se levantan en armas contra la nación en procura de obje-
tivos sociales y políticos. Eso establece un tipo de delincuente que es aquel
con e l cual, en determinadas circunstancias [... ] resulta viable conversar, nego-
ciar y llegar a acuerdos». Entrevista con Horacio Serpa, Consejero de Paz, LA
PRENSA, 16 de Febrero de 1992. Ver también Orozco (1992) p. 19.
6
En las Líneas del pensamiento de Radbruch, Orozco opina que «tanto la fun-
ción de castigar, como la de reeducar y aún la de amedrentar están fuera de
lugar respecto de un hombre que no tiene conciencia de culpa y que no es
susceptible, por ello, ni de arrependimiento ni de reeducación, y acaso de
amedrentamiento». Orozco (1992) p. 37.
7
«En lo que atañe a la función general preventiva dice el jurista alemán
[Radbruch] que tal función se deforma, en e l caso del delincuente por con vic-
ción, hasta el punto de que antes que amedrentamiento, produce mártires».
O rozco (1992) p. 37.

122
Rebeldes y criminales

que se trata, efectivamente, de bandidos sociales que cuentan con


unos objetivos altruistas, una amplia base popular y constituyen, en
últimas, una manifestación adicional de las protestas y las luchas
ciudadanas. 8 La segunda, más específica para el país, es que se ha
llegado a una situación de virtual empate entre las fuerzas regula-
res y los rebeldes que hace imposible el sometimiento de estos úl-
timos por la vía de la confrontación armada. 9
Una última consideración que abarca ambos niveles tiene que
10
ver con la naturaleza de actores colectivos de los rebeldes.
Son varios los comentarios que, en el plano conceptual, suscita
esta diferenciación que persiste en el país entre el rebelde y el de-
lincuente. Está en primer lugar la escasa importancia que en este
tipo de análisis se le da a la llamada criminalidad común. El trabajo
teórico más comprehensivo sobre el tema, el de Orozco (1992), se
concentra en la cuestión de si determinados actos de los rebeldes
deben ser criminalizados o no, pero evita la discusión, pertinente
para el país, de la participación de los alzados en armas en actos
puramente delictivos. 11 Así, no se considera en dicho análisis lapo-
sibilidad de un rebelde que, amparado en tal situación, cometa
12
otro tipo de crímenes. El problema de las interrelaciones entre

8
Este supuesto es crítico para la consideración de la ineficacia de la penaliza-
ción aplicada a los rebeldes: «Por lo menos en épocas de cambio, es decir, de
falta de consenso social en torno a los valores fundamentales que deben in-
formar el orden sociopolítico, el escalamiento de la criminalización del en e-
migo interior produce el efecto jurídicamente perverso de heroizarlo, de ele-
varlo en su dignidad y prestigio social». Ibid. pp. 37-38.
9
«La búsqueda en Colombia de cualquiera de [las] opciones fundadas en una
salida militar tendría tal costo nacional que son simplemente impensables».
Comisión de Estudios sobre la Violencia ( 1995) p. 51.
10
«La confrontacióu entre el Estado y las guerrillas [ ... ] no puede ser pensada
sensatamente sino como una lucha entre actores colectivos». Orozco (1992).
11
En forma tangencial en dicho trabajo apenas se menciona la d ificultad de
clasificar los asaltos a entidades y los actos de piratería terrestre. No aparece la
discusión, que uno esperaría, del problema del secuestro de civiles. Poco con-
vincente es la racionalización ofrecida de que actuaciones como la vacuna y el
boleteo podrían llegar a considerarse - baj o la lógica de la guerra en la que se
toman las bienes del en emigo- como impuestos. Ibid. p. 86.
12 U · ., tan ng1' 'da equ1va
. Idna,
, en otro p1ano, a no reconocer 1a
na aprox1mac1on
posibilidad de corrupción, o de violación de los derechos humanos, por parte
de los funcionarios de las agencias de seguridad del Estado. En uno y otro ca-
so, parece inadecuado no considerar en forma explícita el problema de los in-
dividuos que, respaldados por su situació n armada, con la autoridad y el po-
(continúa en la página siguiente)

123
Mauricio Rubio

los rebeldes y los delincuentes comunes, organizados o no, tampoco


13
ha recibido en estos trabajos la atención que amerita.
Un segundo aspecto - que dificulta una aproximación empírica
al problema- es el de la aceptación de las intenciones como elemen-
to clave de la diferenciación entre el delito político y el delito co-
mún. La convicción de un delincuente, las intenciones altruistas de
cierto individuo o el ánimo egoirta de otro pueden tener sentido en
el marco de un juicio para valorar una conducta individual, pero
son a nivel social cuestiones casi bizantinas.
El tercer punto que conviene comentar es el del supuesto, gene-
ralmente implícito, de que los organismos de seguridad del Estado
y el sistema penal de justicia funcionan, de manera represiva, al
servicio del establecimiento y en contra de las clases obreras
I
o
campesinas. Normalmente se descarta la posibilidad de que los po-
licías o los militares puedan estar del lado de los principios demo-
cráticos, o de las clases populares, o que, corruptos o atemoriza-
dos, favorezcan unos intereses distintos a los de la clase capitalista.
Por el contrario, los actos criminales de los miembros de las fuer-
zas armadas son no sólo concebibles sino que, además, parecen ser
inevitables y se señalan como una de las causas de la agudización
del conflicto. La noción de que la violencia oficial contra los secto-
res oprimidos es una condición inherente al capitalismo 14 y que los
ejecutores de esa violencia son los organismos de segurid ad del Es-
tado es tal vez uno de los principales prejuicios - supuestos que se
hacen sin ningún tipo de reserva o calificación- de los análisis de
corte marxista y una de las nociones que más ha dificultado la

der de intimidación que esto conlleva, puedan apartarse de los objetivos q ue


manifiestan tener las organizaciones a las q ue p ertenecen.
13
Un análisis muy completo de las complejas interrelaciones que en la época
de La Violencia se dieron entre las guerrillas liberales, las bandas armadas co-
mo los pájaros y los chulavitas al servicio de la clase política y del Estado, los
movimientos camp esinos de autodefensa y los llamados bandoleros se encuen-
tra en Sánchez y Meertens (1994). Para la época actual probablemente los me-
jores esfuerzos por describir ese continuo entre lo político y lo criminal en la5
actuaciones de los grupos armados son los trabajos realizados para Medellín
por la Corporación Región.
14
«Estan1os insertos en el sistema capitalista, por naturaleza violento, ya que
uno de sus fines inherentes consiste en impo ner y mantener la relación social
de dominación de unas naciones por otras y de unas clases sociales por otras».
Guzmán (1991) p. 59.

124
Rebeldes y criminales
15
adopción de políticas en materia de orden público en Colombia.
Es sorprendente el escaso esfuerzo investigativo que se le ha dedi-
cado en el país a la verificación de estos planteamientos.16 Algunas
encuestas recientes revelan que la realidad colombiana no encaja
17
muy bien dentro de los estereotipos de la violencia oficial.
Desde el punto de vista de lo que podría llamarse la filosofía de
la penalización, la sugerencia de la negociación como única alter-
nativa para enfrentar el delito político desconoce una función del
encarcelamiento que alguna literatura considera fundamental: la
de inhabilitar al infractor, o sea mantenerlo bajo supervisión de tal
manera que no pueda seguir atentando contra los derechos de ter-
ceros.18 Por otro lado, esa recomendación presupone una visión
15 Es por ejemplo un punto que, sin mayor discusión ni evidencia empírica, se
da por descontado en todas las discusione s sobre el otorgamiento de faculta-
des de policía j udicial al ejército.
16
Cuando la justicia penal aclara menos del 5% de los homicidios que se co-
meten uno se sorprende al enterarse que ciertas ONG manifiesten en sus in-
formes ser capaces de identificar a los autores de la violencia. (ver por ejem-
plo los trabajos citados en Nemogá [1996]). Parecería que para probar la auto-
ría de un incidente basta con que este encaj e en alguno de los guiones pre-
establecidos. Sorprende además la asimetría del argumento que tiende a con-
siderar como ilegítimas, o abiertamente criminales, las actuaciones de las or-
ganizaciones armadas que defienden unos intereses y simultáneamente tiende
a legitimar las de los grupos armados que defienden otros intereses. Lo que
este prejuicio refleja es la naturaleza esencialmente normativa de tales análisis
que parten de la premisa de que unos intereses son menos legítimos que
otros.
17
Sin desconocer la relevancia del problema de violación de los derechos·
humanos relevante para el país, algunos datos muestran que en Colombia no
es despreciable el porcentaje de hogares pobres que se sienten protegidos por
la Policía o por las Fuerzas Armadas. Además, parece ser mayor la desconfian-
za hacia los organismos de seguridad del Estado en los estratos de altos ingre-
sos. La incidencia ,d e ataques criminales con autoridades involucradas reporta-
dos por los hogares parece aumentar con el ingreso. Por otro lado, tanto los
guenilleros como los paramilitares se perciben como un factor de inseguri-
dad, aún en los estratos bajos. Tanto la consideració n de la guerrilla como la
principal amenaza como el acuerdo con las acciones revolucionarias, o con la
afirmación de que la principal prioi-idad del país en los próximos años es la
lucha antiguerrillera no parecen depender del nivel económico de los hogares.
Por el contra1io, el porcentaje de hogares que se manifiestan de acuerdo con el
statu-quo es casi 2.5 veces superior en el nivel con más bajos ingresos que en el
de mayores ingresos. Ver CUÉLLAR, María Mercedes (1997). Valores, institucio-
nes y capital social. Resultados preliminares publicados en la Revista ES-
TRATEGIA No. 268.
18
Ver por ejemplo T anry y Farrington (1995), p . 249.

125
Mauricio Rubio

del sistema penal preocupada exclusivamente por los derechos del


19
infractor. No hay una consideración de los derechos de las vícti-
mas ni de los costos económicos y sociales del delito político. 20
También se descarta la eventual función ejemplarizante sobre los
infractores potenciales, políticos o comunes. El argumento de la
ineficacia de la penalización con los alzados en armas podría ser vá-
lido para los individuos que ya tomaron la decisión de rebelarse 21
pero no tiene por qué generalizarse a quienes se encuentran en
una situación de riesgo, a los rebeldes o criminales en potencia.
Un aspecto teórico fundamental que subyace en el diagnóstico
corriente del conflicto armado colombiano, y en la discusión de sus
soluciones, es el de la relevancia de los actores colectivos versus la de
los agentes individuales. Aunque una discusión detallada de este
punto sobrepasa el alcance de este trabajo -puesto que está inmer-
sa en el profundo debate teórico entre dos concepciones alternati-
vas y rivales del comportamiento- vale la pena hacer algunas ano-
taciones. Las visiones colectivistas e individualistas de la sociedad
reflejan una diferencia esencial entre lo que podría denominarse la
perspectiva sociológica clásica y el individualismo metodológico,
cuyo modelo más representativo es el de la escogencia racional utili-
22
zado por la economía. Un punto crítico de esta tensión entre la
19
«Cuando Franz von Liszt, hacia finales del siglo pasado y dentro del marco
de su lucha por la reforma de la política criminal alemana, pudo decir del de-
recho penal que éste debía ser la carta magna del delincuente, resumió con esa
frase uno de los grandes logros de la cultura liberal en materia de derechos
humanos». Orozco (1992) p. 43.
20
El llamado enfoque de salud pública para el tratamiento de la violencia
considera que esta afecta la salud de una comunidad y no sólo el orden de di-
cha comunidad. Ver Mark Moore, "Public Health and Criminal Justice Ap-
proaches to Prevention" en Tanry y Farrington (1995).
21
Así lo sugiere un exmiembro del ELN en sus memorias cuando, haciendo
referencia a un grupo de integrantes del ELN detenidos en la cárcel Modelo
de Bucaramanga, comenta: «Todos estábamos compenetrados por un fervoro-
so espíritu solidario y la perspectiva de pasar muchos años en la cárcel no nos
arredraba». Correa (1997) p. 66.
22
La teoría de la escogencia racional -Rational Choice Theory- constituye la
columna vertebral de la economía anglosaj ona. Su principal postulado es la
idea de que los individuos buscan satisfacer sus preferencias individuales, o
maximizar su utilidad, y que de la interacción de tales individuos surgen situa-
ciones de equilibrio que constituyen los resultados sociales -social outcomes- . Es-
ta teoría del comportamiento ha sido extendida por los economistas a cues-
tiones tradicionalmente consideradas sociales, como la discriminación, el ma-
trimonio , la religión o el crimen. Ver al respecto Tommasi y lerulli (1995).
(continúa en la página siguiente)

126
Rebeldes y criminales

sociologia y la economía surge del énfasis que cada disciplina le


asigna, respectivamente, a las normas sociales y a la escogencia in-
dividual como determinantes del comportamiento. En últimas, la
propuesta de considerar el delito político y el delito común como
dos categorías analíticas diferentes tiene algo que ver con este de-
bate: por lo general, se supone que los rebeldes son actores colec-
tivos cuya dinámica está determinada por las condiciones sociales
mientras que para los delincuentes comunes se acepta la figura de
actores que, de manera individual, responden a sus intereses parti-
culares.
La consideración de los delincuentes políticos como un actor
23
colectivo, recurrente en la literatura colombiana, es uno de los
puntos más debatibles de esta aproximación. En primer lugar,
porque desconoce elementos básicos de varios cuerpos de teoría
según los cuales en las organizaciones se sugiere siempre una dis-
24
tinción mínima entre los líderes y los seguidores. Fuera d e la caren-
cia de esta distinción entre quién decide y quién recibe instruccio-
nes - fundamental para grupos armados con una estructura verti-
cal, jerárquica y militar- hay varios puntos oscuros en este plan-
teamiento. Tanto la definición del delincuente por convicción de /
Radbruch, como la del bandido social de Hobsbawm, hacen refe-/
rencia a las características individuales de un personaje . No queda /
claro cómo, analíticamente, se da la transformación de este perso-
naje individual en un actor colectivo, ni cuál es 1a relación del indi-
25
viduo rebelde con la organización subversiva. Es fácil argumentar

También ha sido adoptada por algunas vertientes de otras disciplinas como la


sociología, o la ciencia política. Ver por ejemplo Coleman (1990).
23
Ver Orozco (1992) o Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995).
24
O los principales y los agentes en la jerga económica. La economía le ha re-
conocido a la empresa una entidad propia pero se ha cuidado de distinguir
analíticamente a los empresarios de los trabajadores. Para el pensamiento mar-
xista esta distinción entre quien posee los medios de producción, el capitalista,
y quien trabaja para él, el proletario, es fundamental.
25
¿se trata de la clonación de un rebelde inicial que cumple los requisitos de la
convicción y de las intenciones altruistas? ¿Se trata de un rebelde con el poder
suficiente para reclutar individuos totalmente influenciables a los que transmi-
te sus convicciones, sus intenciones, sus antecedentes y sus relaciones con la
comunidad y que terminan agrupados en una organización totalmente homo-
génea? ¿se trata de un grupo con una mayoría de rebeldes? ¿se trata de un
rebelde que simplemente contrata subordinados que no tienen convicciones
ni intenciones propias sino que simplemente obedecen órdenes?

127
Mauricio Rubio

que cualquiera de las múltiples posibilidades concebibles para esta


relación tiene implicaciones distintas en términos del tratamiento
que se le debe dar a los miembros de dichas organizaciones. La de-
finición de delincuente político aplicada no a un individuo sino a
una organización se torna aún más frágil cuando se acepta la posi-
bilidad de que en dicha organización algunos individuos cometan
actos criminales. 26
Lo que resulta difícil de aceptar conceptualmente es la noción
de que las condiciones socioeconómicas y las instituciones de una
sociedad -las llamadas causas objetivas- determinan tanto las ac-
ciones de las organizaciones como las conductas de sus líderes, al
igual que las de los militantes de base.
Por último, tanto el supuesto de que la subversión es upa conti-
nuación natural de las luchas políticas de la población como el de
la imposibilidad de una victoria militar del Estado sobre la subver-
sión, son cuestiones empíricas que deberían poder contrastarse,
pero que no parece razonable adoptar como hipótesis de trabajo
inmodificables.27
En síntesis, las críticas a la tradicional categorización delito polí-
tico-delito común se pueden resumir en dos puntos. El primero se-
ría su excesivo apego a los rígidos esquemas de los pensadores del

26
¿se desvirtúa así el carácter político del individuo que aisladamente delin-
quió o queda comprometida toda la organización, como actor colectivo? ¿Cuál
es el conjunto de normas penales que restringe el comportamiento de los in-
dividuos que militan en una organización que rechaza el ordenamiento legal?
¿Es ese conjunto de normas aplicable tanto a los líderes como a los subordi-
nados de esas organizaciones? ¿Quién define, para un guerrillero, lo que es un
delito?
27
Peñate (1998) seüala cómo, por ejemplo, la derrota militar del ELN en Ano-
rí en 1974 desencadenó un número importante de deserciones que redujeron
el grupo, en menos de un año, a casi una cuarta parte. Una encuesta realizada
a mediados de 1997 muestra que la opinión sobre el empate entre la guerrilla
y las Fuerzas Armadas colombianas está lejos de ser unánime: 4 7% de los en-
cuestados piensan que la guerrilla sí puede ser derrotada militarmente. Por
otro lado es mayor el porcentaje (37%) de quienes piensan que se debe mini-
mizar la guerrilla antes de negociar que el de aquellos que piensan exclusiva-
mente en la negociación. Por último únicame nte el 9% de los encuestados
opinan que la guerrilla no se ha podido derrotar por ser muy fuerte. Es mayor
el porcentaje de quienes opinan que ha sido por falta de voluntad política del
gobierno (32%), porque las Fuerzas Armadas no tienen apoyo popular (16%) o por
la falta de voluntad militar de las FF.AA. (13%). Ver EL TIEMPO, 31 de agosto de
1997, p . 6A.

128
Rebeldes y criminales

siglo pasado, y el no incorporar buena parte de los desarrollos teó-


ricos que se han hecho en las ciencias sociales, sobre todo en lo re-
lacionado con el modelo de escogencia racional, la teoría de las or-
ganizaciones y el análisis institucional. El segundo punto, que re-
sulta paradójico tratándose de aproximaciones generalmente mar-
xistas, es el de su deficiente adaptación a las condiciones actuales
del país, 28 que muestran serias discrepancias con las tipologías
idealizadas, supuestamente universales, que se continúan utilizan-
29
do. Como se tratará de mostrar en las secciones siguientes son
numerosos y variados los síntomas que aparecen en la realidad co-
lombiana acerca de unas profundas interdependencias entre los
rebeldes y los criminales. Insistir en categorizarlos de manera in-
dependiente es una vía que parece agotada y poco promisoria, no
sólo en el plano explicativo sino, con mayor razón, a nivel de la
formulación de políticas. De manera alternativa, parece convenien-
te concentrar los esfuerzos en el análisis de las formas específicas
en que las organizaciones subversivas interactúan y se entrelazan
con el crimen en el país, y empezar a examinar cómo estas interre-
laciones evolucionan en el tiempo o cambian entre las regiones,
para de esta manera poderlas incorporar en nuevos esquemas teó-
ricos. A continuación se hace un esfuerzo en dichas líneas recu-
rriendo a dos tipos de evidencia, la testimonial y la estadística. Pos-
teriormente, y a manera de conclusión, se tratan de esbozar los
elementos generales para un marco conceptual que, teniendo en
cuenta el estado actual de ia teoría, no riña con la realidad del con-
flicto armado colombiano.

28
Una notable excepción en este sentido es el trabajo de Pizarro (1996) en
donde realmente se hace un esfuerzo por establecer, para la guerrilla, catego-
rías acordes con la realidad colombiana.
29
En el campo de la economía política, una de las ideas claves del pensamien-
to de Marx, frecuentemente ignorada por los análisis marxistas, es la de su es-
cepticismo, en contra de lo que proponían los economistas clásicos, sobre la
universalidad de las leyes económicas. Por el contrario, Marx señalaba la im-
portancia de la ideología en hacer aparecer ciertas relaciones económicas co-
rno naturales e inevitables.

129
Mauricio Rubio

GUERRILLA Y DELINCUENCIA EN COLOMBIA.


ALGUNOS TESTIMONIOS 3º

Ha sido tradicional en Colombia reconocerle el carácter de delin-


cuente político únicamente a los grupos guerrilleros y calificar de
criminales a los militantes de las otras organizaciones armadas que
operan en el país. Si el criterio para esta clasificación fuera la con-
vicción -o las intenciones altruistas- de los actores podría decirse
coloquialmente que, en la guerrilla, ni son todos los que están, ni están
todos los que son.
Sería necesario, en primer lugar, excluir de la categoría de de-
lincuentes políticos a todos aquellos combatientes rasos que se vin-
culan a la guerrilla por razones pecuniarias, por falta de oportuni-
dades de empleo, por lazos familiares, por el ánimo de vep.ganza, 31
y con escasa formación o conciencia política. 32 Hay dispónibles al-
gunos testimonios de guerrilleros de base que son devastadores
con los esquemas idealizados del rebelde como actor colectivo ho-
mogéneo y de gran compromiso político. 33

30
Esta sección se concentra en las relaciones entre la delincuencia y la guerri-
lla básicamente por tratarse del actor del conflicto para el cual se dispone de
un mayor volumen de testimonios. El énfasis en las etapas iniciales de los gru-
pos se hace para reforzar el punto que, aun en los tiempos en que se ha reco-
nocido un mayor papel a las motivaciones políticas de la guerrilla, había inter-
ferencias entre la esfera pública y la privada. Cabe aclarar que los testimonios
se ofrecen más a título de contraejemplo de ciertas situaciones descritas por
las teorías que como evidencia de las situaciones contrarias.
31
De acuerdo con Nicolás Rodríguez Bautista, Cabina, no es descartable la
idea de que detrás del interés de Fabio Vásquez por organizar el ELN estaría el
deseo de vengar la muerte de su padre. Medina (1996) p. 27.
32
En el relato que Cabina responsable militar del ELN le hace a Medina
(1996) son recurrentes las referencias a los campesinos que se vincularon a
una guerrilla generalmente dirigida por los intelectuales, sin tener «el nivel
para entender lo que era la plenitud de la vida política» y que simplemente
ingresaron a una estructura vertical de mando. De la lectura de este relato
queda la impresión de que la definición del rebelde sería aplicable, entre los
guerrilleros colombianos, básicamente a los que antes de vincularse eran uni-
versitarios, sacerdotes, líderes sindicales o dirigentes campesinos. En las con-
versaciones con mis alumnos de la Universidad de los Andes que han tenido
contacto directo con la guerrilla es frecuente la alusión a la motivación basada
en la posición de respeto que se gana con las armas.
33
Tal es el caso de Melisa, una joven de clase media que ingresa a la guerrilla
básicamente para continuar los juegos con armas en los que la había iniciado
su padre. «El entrenamiento resultó muy aburrido. Por lo menos para mí, que
(continúa en La página siguiente)

130
Rebeldes y criminales

También habría que excluir de la categoría de rebeldes a quie-


nes una vez vinculados a la guenilla sufren un cambio en sus con-
vicciones pero no pueden abandonar la organización temerosos de
que se les juzgue y condene por desertores. 34 Para algunos de ellos
la convicción política sólo vino posteriormente como resultado de
experiencias traumáticas en el interior de la organización. 35 En
forma concordante con lo anterior, estudios realizados con miem-
bros de grupos extremistas europeos muestran resultados que van
en contravía de la tipificación de individuos con unidad de criterio
e intenciones políticas y subrayan la importancia de las fuerzas psico-
lógicas como determinantes de la dinámica de tales grupos. 36 Se ha
planteado que el elemento fundamental de la toma de decisiones

esperaba algo que tuviera que ver con la guerra, con las armas, con el valor,
con el misterio. Se trataba de correr por la orilla del camino durante toda la
mañana y después, ya sudados, de discutir lo que llamaban la situación concreta
de la coyuntura [... ] Para mí ese cuento era como de marcianos: ni entendía ni
me importaba [... ] Si no nos poníamos de acuerdo en cómo hacer un caldo,
mucho menos en qué andábamos buscando juntos [ ... ] Me ayudaba mucho
dar conferencias, porque me obligaba a pensar y repensar por qué luchába-
mos. A veces caía en crisis al ver que los pobres y los ricos luchaban por lo
mismo, por el dinero». Molano (1996) pp. 128, 169 y 172.
34
En efecto, el hecho de que la deserción se considere el delito más grave del
Código Guerrillero hace en la práctica inaplicable el criterio de convicción a
un miembro subordinado de la guerrilla. En Medina (1996) aparecen varios
casos de fusilamientos y ajusticiamientos de quienes desertaron, lo intentaron,
o despertaron sospechas en sus jefes que lo harían.
35
Al respecto, hay un pasaje revelador en el relato de Correa, exeleno, que
cuenta cómo su verdadero espíritu revolucionario sólo surgió como resultado
de un extraño proceso psicológico que se dio en él luego de que trató de de-
sertar, de que por tal razón fue juzgado y sentenciado a muerte y de que su
condena no fue ejecutada, ni revocada, sino simplemente suspendida y sujeta
a la posterior demostración de su voluntad sincera de superación. Correa ( 1997)
pp. 135 y 136. En .el testimonio de Gabino, quien anota que su espíritu revolu-
cionario se fue fortaleciendo en la guerrilla, también se hace alusión a un jui-
cio que se le hizo por divisionismo y a una condena de muerte que inexplica-
blemente no se ejecutó. i,De todas maneras, para mi vida esa fue una de las
experiencias más traumáticas que he tenido». Medina (1996) p. 177.
36
En particular se ha encontrado que la mentalidad de grupo que emerge se
ve magnificada por el peligro externo, que la solidaridad de gn1po la impone
la situación de ilegalidad y que las extremas presiones para obedecer son una
característica de la atmósfera interna del grupo. Normalmente, las dudas con
respecto a la legitimidad de los o~jetivos son intolerables, el abandono del
gTUpo es inaceptable y «la manera de deshacerse de las dudas es deshacerse de
quienes dudan,,. Jerrold Post, "Terrorist p!,ycho-logic: Terrorist behavior as a prod-
uct of psychologicalforces" en Reich (1990).

131
Mauricio Rubio

de las organizaciones al margen de la ley no son las realidades so-


ciales y políticas externas al grupo sino el clima psicológico en el in-
37
terior del grupo. Las características del ambiente en el cual se
toman las decisiones - la ilusión de invulnerabilidad que lleva al
excesivo optimismo, la presunción de moralidad, la percepción del
enemigo como malvado, y la intolerancia interna hacia la crítica38-
parecen llevar dentro del grupo a crecientes presiones para perpe-
tuar la violencia y tomar decisiones cada vez más riesgosas. 39
En la definición de Schmitt del partisano, o la de Hobsbawm
(
' del bandido social, un aspecto fundamental es el de su aceptación
/} popular, que tiene dos componentes. El primero es que la decisión
de rebelarse surge como respuesta a una conducta considerada
d c1iminal por el soberano pero aceptada popularmente. Sus infrac-
ciones a la ley son aquellas que los sectores populares no,1conside- 0

ran criminales, puesto que no les hacen daño sino que se perciben
4
°
como de utilidad pública. Con este criterio sería necesario reco-
nocer que en el país no todos los delincuentes políticos militan en
41
los grupos guerrilleros. El segundo componente del arraigo po-
pular -en el cual se hace particular énfasis- es el de los suminis-
tros necesarios para la supervivencia del rebelde, que le son trans-
feridos en forma voluntaria por la población campesina. Así, el
bandido social es no sólo un resultado inevitable de la injusticia del
tirano sino que, además, no roba sino que recibe bienes y ayuda de
la comunidad en la cual actúa.

37
Post, op cit. El testimonio de Gabino tiende a corroborar esta idea: «Las re-
flexiones se reducían al tratamiento de los conflictos internos de la guerrilla,
rara vez se iba más allá a tratar los problemas sociales, políticos». Medina
(1996)p.183.
38
Janis, I. Victims of Groupthinking, citado por Post en Reich (1990).
39
Ibid.
40
Es tal vez en ese sentido que las relaciones reales y concretas de los rebeldes
con la sociedad colombiana se diferencian más de las míticas e ideológicas que
contemplan las teorías.
41
Entrarían en ese grupo varios narcotraficantes considerados como verdade-
ros benefactores por sus comunidades -para las cuales la venta de droga al
exterior está lejos de ser una conducta reprobable-, algunos grupos paramili-
tares y las milicias que en los centros urbanos ofrecen protección y otra serie
de servicios a la comunidad. Ver por ejemplo Corporación Región (1997).
También vale la pena recordar que a la fecha no se sabe en el país del sepelio
de algún rebelde que haya sido tan concurrido por el pueblo como lo fue el
de Pablo Escobar.

132
Rebeldes y criminales

De los dos principales grupos guerrilleros colombianos, las Farc


y el ELN, únicamente del primero de ellos se puede decir que sur-
gió como una respuesta a las injusticias del régimen político co-
lombiano. En sus i_nicios, las autodefensas campesinas lideradas
por Manuel Marulanda Vélez, de donde más tarde surgirían las
Farc, fueron en efecto una reacción casi de supervivencia a la vio-
42
lencia oficial. Las bases campesinas del ELN son más discutibles. 43
La falta de arraigo popular de los grupos guerrilleros colombianos
en sus etapas de emergencia y consolidación ha sido reconocida por
analistas de dichas organizaciones. 44 Con relación al segundo pun-
to del apoyo popular -el de las transferencias voluntarias y espon-
táneas hacia los rebeldes-, ninguno de estos dos grupos parece en-
cajar dentro de la tipología. Existen testimonios sobre cómo, en sus
orígenes, los rebeldes que acompañaban a Marulanda y que luego
constituirían las Farc robaban para su sustento.45 Hacia fines de los
setenta, al parecer seguía siendo escaso el apoyo campesino a las
46
Farc. Para el ELN, las historias de relaciones amigables con co-
munidades campesinas que los respaldan económicamente son tal
47
vez más escasas y hay reconocimiento explícito de que, en los
42
Ver al respecto Pizarro (1992).
43
Aunque según Meda.rdo Correa, exmilitante de este grupo, en sus orígenes
había un esfuerzo explícito por constituir un movimiento a favor de los cam-
pesinos, aparecen en su relato repetidas alusiones a la desconfianza que el lí-
der del grupo Fabio Vásquez les tenía a los campesinos. Por otro lado, y como
detalle revelador de la total desvinculación de este grupo con la población que
supuestamente defendían está la denominación que los integrantes del grupo
utilizaban, los ciudadanos, para diferenciarse de los campesinos. Correa (1997).
44
«Nunc_a la clase obrera ni el campesinado, en cuanto tales, se sintieron re-
presentados por el movimiento guerrillero». Pizarro (1991) p. 395.
45
Ejecutando acciones conjuntas con otros grupos, esos sí criminales, que no
tenían las intenciones correctas. «Hasta ese momento, los que andábamos con
Marulanda no teníamos quedadero y vivíamos de parte en parte. En cambio,
los Loaiza y los García vivían en las veredas y hasta en sus propias fincas, y só-
lo nos veíamos para hacer acciones conjuntas. Eso creó una diferencia grande,
porque ellos querían sacar partido de cada operación, hacer botín para llevar
a sus propias casas. Nosotros no teníamos para dónde cargar. Sí le echábamos
mano a una res era para comérnosla, no para echarla en el corral. Esta dife-
rencia se fue agravando porque eran maneras distintas de mirar la guerra y
sobre todo de hacerla». Molano (1996) p. 72.
46
«Dormíamos en el destapado porque era un peligro confiar en la población
civil; era poco amable y solidaria. Llegaba uno a las fincas y no le daban ni
aguadepanela». Ibid, p. 118.
47
De acuerdo con el testimonio de Gabino, solamente en la región del Opón,
(continúa en la página siguiente)

133
Mawicio Rubio

años sesenta, el básico de la subsistencia del grupo habría sido el


producto de asaltos y robos. 48 Se reportan, por el contrarío, desde
las épocas iniciales de la organización, incidentes que reflejan un
escenario muy diferente al del bandido social de la literatura. 49
Posteriormente se ha llegado a situaciones de verdadero enfrenta-
miento con las comunídades. 50
Con lo anterior no se pretende negar de plano el entronque que
puedan tener las organizaciones subversivas con ciertas comunida-
des. Se ha señalado cómo el resurgimiento del ELN luego de su de-
rrota militar en Anorí estuvo en buena medida facilitado por el re-
conocimiento dentro de la organización de que unos buenos víncu-
los con la población campesina eran vitales para la supervivencia
51
del grupo. Esta reorientacíón hizo indispensable un cambio en la
estrategia financiera, baj ando la presión económica que st;rrecono-
52
ce era forzada sobre los campesinos para trasladarla a los enemi-

después de la muerte de Camilo Torres, se dieron las bases para una buena re-
lación del grupo con las comunidades campesinas. Según el mismo, esta rela-
ción fue fugaz y llevó, como reacción extrema a unos operativos militares en la
zona, a una completa desvinculación y desconfianza en los campesinos. Ver
Medina (1996).
48
«[...] acciones como la de la Caja Agraria de Simacota y la expropiación de
una nómina de Bucaramanga». Medina (1996), p. 102.
49
Son reveladores, por ejemplo, algunos pasajes del relato de Gabino sobre la
toma de Sin1acota a principios de 1965. «En medio de la multitud que está-
bamos deteniendo, se nos fue una señora de las detenidas. Esa señora dio avi-
so al sargento de la policía[ ... ] Fabio y Rovira fueron los encargados de asaltar
la Caja Agraria, de recuperar el dinero [... ] Todo el mundo amontonado en
una casita. Les hablábamos de la lucha, pero la gente sin entender. Pasó a ser
mayor el número de campesinos retenidos que de guerrilleros, y empezó a
generarnos eso una primera situación difícil». Ibid. p . 53.
50
Uno de los casos más extremos es el del Carmen de Chucurí, municipio si-
tuado en la región donde nació el ELN. El pueblo es tristemente célebre por
las minas quiebrapatas que dejaron mutilados a cerca de 300 campesinos y
que, según algunas versiones, fueron puestas por el ELN como represalia por
la decisión de los pobladores de rebelarse contra la guerrilla. Este extraño esce-
nario se complementa con acusaciones según las cuales los campesinos, y al-
gunos periodistas, son paramilitares y unas insólitas diligencias j udiciales en
donde, según algunos habitantes del pueblo, había guerrille ros actuando co-
rno policías. Ver por ejemplo Peña (1997).
51
Peñate (1998).
52
«La forma vertical en que se trazaban las orientaciones o se hacían llamados
al campesinado para que colaborara con la guerrilla, muchas veces infundía
más temor que respeto». Carlos Medina, Violencia y lucha armada. Citado por
(continúa en la página siguiente)

134
Rebeldes y criminales

gos de clase, casi definidos como aquellas personas susceptibles de


ser secuestradas. Una segunda fuente de apoyo popular, también
bastante ajena al rebelde idealizado, fue la adopción por parte de
la guerrilla de una de las prácticas más reprobables y criticadas de
la clase política colombiana: el manejo de recursos públicos con fi-
53
nes privados. De todas maneras, el problema de las relaciones en-
tre los rebeldes colombianos y las comunidades es algo que está le-
jos de ser entendido a cabalidad y que requiere mucho más trabajo
,., · 54
emptnco.
La práctica del secuestro, reconocida y aceptada por la guerrilla
como una forma de financiar la guerra desde hace tres décadas, 55
es uno de los elementos de la realidad del conflicto colombiano
que resulta más difícil de encajar en las tipologías idealizadas del
rebelde, y que en mayor medida demuestra las estrechas interco-
nexiones que se dan en el país entre el delito político y el delito
común. Varios puntos llaman la atención sobre este fenómeno. Es-
tá en primer lugar lo fundamental que ha resultado esta actividad
para la consolidación y expansión de los grupos subversivos co-
lombianos. A diferencia del rebelde de texto, que vive de los cam-
pesinos con quienes comparte sus valores morales positivos, en la
realidad colombiana los rebeldes viven de uno de los crímenes que
más temor y daño personal pueden causar. Está en segundo térmi-
no la indiferencia de los teóricos de los rebeldes con relación a un
fenómeno tan característico de los grupos nacionales. Este desinte-
rés podría explicarse por dos aspectos. Primero, por las concesio-

Peñate (1998).
53
Es lo que Peñate ( 1998) denomina el clientelismo armado y Bejarano y otros
autores ( 1997) las «técnicas de la delincuencia de cuello blanco adoptadas por la
guerrilla».
54
Vásquez (1997) reporta, con sorpresa, el tratamiento radicalmente distinto
que, en el municipio de la Calera recibían por parte de las Farc, los habitantes
de las veredas y los del pueblo. Un indicador típicamente económico - pero
medible- de aceptación de la guerrilla podría ser la variación en el precio de
la tierra resultante de la en trada de un grupo a una zona. El mismo Vásquez
reporta cómo, en ciertas veredas de La Calera, los precios se reduj eron has ta
el 30% de lo observado anteriormente.
55
«Me parece importante reseñar que es a partir del 69 que la Organización
comienza a hacer retenciones con fines económicos [...] Esto ha sido muy
cuestionado sobre todo últimamente. Nosotros tenemos una argumentación
política que la hemos dado a conocer en varias ocasiones». Medina (1996) p .
103.

135
Mauricio Rubio

nes conceptuales que habría que hacer para tratar de distinguir


analíticamente, dentro de los secuestros extorsivos, un acto político
de un acto criminal. Segundo, por la imposibilidad de ignorar - si
se analiza con seriedad el secuestro- modelos de comportamiento
tan típicamente individualistas como la negociación de un rescate.
Los argumentos orientados a la recomendación de no penalizar
a los rebeldes a favor de la conveniencia de negociar con ellos per-
derían mucha fuerza con tan sólo aceptar la realidad de unos r e-
beldes cuya solidez financiera depende en buena medida de esta
práctica contra la cual tanto algunos teóricos56 como la experiencia
de las naciones civilizadas y aun el más elemental sentido común
aconsejan la adopción de severas medidas punitivas.
Los practicantes de esta actividad han sugerido -en perfecta
concordancia con el guión de las teorías- como diferencia1 entre el
secuestro y la retención con fines económicos el hecho de que en el
primero se busca satisfacer un interés personal mientras la segunda
.
respond e a mtereses co1ect1vos.
. 57

La carencia de un referente normativo exógen o, es decir, no su-


jeto a la voluntad de los actores, le quita mucho piso a cualquier
discusión sobre criminalización de la guerrilla. Los relatos de los
rebeldes colombianos revelan la extrema flexibilidad del marco
normativo al que han estado some tidos. En sus inicios el ELN, por
ejemplo, parecía haber adoptado un estricto Código Guerrillero,
que estaba escrito y que fue fundamental para la justificación de
los primeros fusilamientos. 58 Este Código se complementaba con

56
Ver por ejemplo Shavell, Steven. An Economic Analysis of Thre_ats and Their ll-
legality: Blackmai4 Extortion, and Robbery. University of Pennsylvania LAw
REVIEW, Vol 141, 1993.
57
«Existe una diferencia enu·e el secuestro y la retención que es preciso acla-
rar: el secuestro es un acto criminal realizado por la delincuencia común que
tiene por finalidad el interés personal de quienes cometen el delito; la reten-
ción fundamentalmente es una acción política, cuya finalidad está determina-
da por objetivos de bien estar colectivo, en el marco de un proyecto histórico
de transformación social liderado por una organización revolucionaria». Me-
dina (1996). p. 236. Esta cómoda definición no sólo es difícilmente verificable
sino que pone de presente, de nuevo, el gran componente normativo de tales
enfoques. En el fondo, el carácter político de los delitos está muy ligado a la
valoración de los objetivos del actor, bajo unos parámetros éticos que ese
mismo actor, o el analista, arbitrariamente define a su acomodo, a veces ex
post, y de acuerdo con su ideología.
58
«En el Código Guerrillero se contemplaba la deserción como una traición y,
(continúa en la página siguiente)

136
Rebeldes y criminales

una especie de derecho natural.59 Un marco normativo tan rígido


pronto sería superado. H ay un relato interesante sobre el impacto
que produjo en ese grupo primitivo de rebeldes el primer acto de
justicia, un fusilamiento que se apartaba de los procedimientos es-
tablecidos en el Código Guerrillero. 60 Posteriormente, empiezan a
aparecer conductas arbitrarias, y criminales, que se justifican a pos-
teriori, 6 1 reglas d e comportamiento interno adecuadas a la perso-
nalidad del líder y que se salen de la esfera militar,62 ajusticiamien-
tos por razones baladíes63 y unas normas penales para los campesi-

por lo tanto, quien desertara debía ser fusilado [...] Desertar es un delito y al
que cae en este tipo de infracción grave se le aplica la pena máxima. Eso esta-
ba establecido, legítimamente definido en las normas internas». !bid. pp. 68 y
p. 90.
59
Que también es peculiar puesto que lo correcto depende fundamen talmen-
te de la naturaleza del actor «había un grupo ... no se sabe hasta dónde tuvie-
ran un entronque directo con el bandolerismo de ese tiempo, pero la tenden-
cia que mostraba era la de estructurarse con ese carácter, incluso, por esos dí-
as hicieron un asalto a un bus interrnunicipal, lo desvalijaron y robaron a los
pasajeros; Fabio y los ou·os compañeros aprovechando esta situación le dicen
a la gente de las veredas: Vea hombre, eso no es correcto, eso no se puede hacer».
Ibid. p . 3 1.
60
«El caso de Heriberto no se trató en el grupo, nadie sabe qué fue lo que pa-
só realmente. Lo sabía la dirección: Medina, Fabio, y Manuel, pero no se dio
ningún debate interno, siendo una situación grave[ ...] La dirección determina
que hay que fusilar a Heriberto. No sé qué contradicciones habria, pero el
grupo queda con la idea de que Heriberto se va a la ciudad a curarse, pero en
realidad la comisión que lo debe acompaña1· le asignan la misión de fusilarlo,
iy se le fusila sin hacerle juicio! [... ] El fusilamineto de Espitia fue un hecho
muy grave, e independientemente de que h aya o no motivos, la forma, el mé-
todo, la manera como se produce es completamente lesiva a la formación, a la
educación y a los principios políticos de una Organización». !bid. p. 91.
61
«Un grupo de cinco guerrilleros, con la orientación de Juan de Dios Aguile-
ra, ha asesinado a José Ayala [... ] Le preguntamos que cómo habían ocurrido
los hechos [... ] Juan de Dios inmediatamente reunió el personal y les echó un
discurso en el que dice que José Ayala es un corrompido, un sinvergüenza, un
mujeriego, un irresponsable, un militarista, que es un asesino, ibueno! un po-
co de cargos». !bid. p. 94.
62
«Manuel va generando, a través de su práctica y en la definición de sus de-
cisiones, u·ansformaciones sustanciales de algunas costumbres guerrilleras,
por ejemplo, oficialmente estaba prohibido en la Organización los matrimo-
nios dentro de esa concepción de que uno debía ser un asceta para entregarse
por entero al servicio de la revolución». !bid. p. 120.
63
«Por ahí algún compañero en una ocasión me preguntaba que si era cierto
que en la guerrilla había llegado a fusilarse alguien por comerse un pedazo de
panela, yo le decía, no exactamente por comerse el pedazo de panela sino por
(continúa en la pági,na siguiente)

137
Mauricio Rubio

nos que resfonden simplemente a la situación coyuntural del gru-


4
po armado. Cuando el ELN decide adoptar el secuestro como
mecanismo de financiación recurre, para legitimar esa decisión, a
la idea de una tradición establecida en América Latina. 65 Al parecer,
tal decisión fue muy debatida en el interior del grupo. 66 Se sugiere
en el testimonio de uno de sus actuales líderes que aún ciertos
elementos esenciales del discurso político habrían aparecido para
justificar, a posteriori, actuaciones delictivas del grupo. 67 Algunos
68
analistas consideran que el derecho guerrillero ha evolucionado po-
sitivamente. En particular, que ha disminuido el rol determinante
que tuvieron los líderes entre 1964 y 1974, que durante los noventa
los fusilamientos han sido excepcionales y que tanto las bases gue-
rrilleras como la población civil han endurecido y fortalecido su
posición con relación al mando de la guerrilla. 69 Al au1;1entar la

todas las circunstancias que se vivían en ese momento y en el marco de una


concepción política específica, que en últimas el comerse el pedazo de panela
era el hecho que motivaba unos análisis que hacían a la persona merecedora
de la pena de muerte». lbid. p. 133.
64
«De ahí en adelante nosotros afianzamos la actividad clandestina, iniciarnos
un trabajo de relación individual con el campesino, donde era delito que un
campesino le dijera a su vecino que él era conocido de la guerrilla». Ibid. p .
89.
65
O por lo menos así lo relata uno de sus dirigentes en forma retrospectiva.
«Cuando los movimientos guerrilleros de América Latina, en Venezuela, Gua-
temala y Argentina, ven en la acción de retener personas un medio de conse-
guir finanzas para la lucha revolucionaria, entonces el ELN entra en esa diná-
mica». lbid. p. 103.
66
Ver Peñate (1998).
67
En efecto, parecería que el interés del ELN por la política de manejo del pe-
tróleo surgió, o por lo menos se fortaleció, a raíz de los impuestos que ya le
cobraban a las compañías petroleras. «En la Asamblea se abordó cómo mane-
j ar algunos recursos económicos adquiridos por impuestos a las petroleras [ ... ]
a partir de entonces le damos importancia a levantar propuestas de carácter
nacionalista en las que se ubiquen al centro de la discusión los in tereses de los
colombianos y el concepto de la soberanía. Allí nace nuestra propuesta sobre
política petrolera». Medina ( 1996). p. 215.
68
Molano (1997).
69
Un incidente que tiende a confirmar la visión de unos rebeldes menos pa-
ranoicos con los desertores y más tolerantes con las disidencias es el de la
aceptación, por parte del ELN, del abandono de la lucha armada por una
buena parte (730 de unos 2.000) de los miembros que, en el grupo Corriente
de Renovación Socialista, se reinsertaron para dedicarse a la actividad política.
Ver De la guerrilla al Senado, prólogo de Francisco Santos al libro de León Va-
lencia, publicado en las LECTURAS DOMINICALES de EL TIEMPO. l º de Febrero
(continúa en la página siguiente)

138
Rebeldes y criminales

presencia regional -y reconociendo el hecho que en muchos luga-


res son la autoridad- los guerrilleros se habrían visto en la necesi-
dad de avanzar en la elaboración de códigos y p rocedimientos.70
Una segunda vía de interrelación entre los rebeldes y el crimen
tiene que ver con las conductas que son acep tadas como inapro-
piadas, o delictivas, por ellos mismos. Entre estas conductas la más
pertinente para Colombia sería la participación de la guerrilla en
actividades relacionadas con el narcotráfico. 71 Con relación al se-
cuestro, se ha señalado qu e algunos frentes guerrilleros, conscien-
tes del desprestigio social que genera esta práctica, han optado por
«subcontratar la primera fase de los p lagios - bandas comunes se
encargan de secuestrar a las víctimas a cambio de un porcentaje del
rescate- mientras la guerrilla se encarga del cautiverio y la extor-
sión». 72 También entrarían en este grup o los incidentes delictivos
73
en el interior de los grupos. Algunos testimonios señalan cómo
las conductas de un líder pueden llevar a la lumpenización total de

de 1998.
70
Según el mismo Molano (1997), los guerrilleros estarían en plan de formu-
lar un código para la población civil. Teniendo en cuenta los criterios con que
ellos juzgan se ha ido constituyendo un derecho consuetudinario muy ligado a
la vida campesina. Parece tener gran importancia la figura del conciliador, por
lo general escogido entre los viejos campesinos reconocidos por su autoridad
moral.
71
El término narcoguerrilla, acuñado en la primera mitad de los ochenta pare-
ce ser algo más q ue un artificio de la propaganda oficial y tener algo de reali-
dad, y relevancia. Las implicaciones de este fenómeno tendrían que ver con el
impuesto que la guerrilla cobra, el gramaje, con la protección que le ofrece a
los cultivos y labmatorios y con el tráfico de armas. La prensa extranjera ofre-
ce como evidencia de esta alianza los numerosos ataques contra las aeronaves
encargadas de la erradicación de los cultivos. De acuerdo con Molano (1997)
los guerrilleros reconocen que el narcotráfico es un delito pero, dada su gene-
ralización, se niegan a ser los policías del sistema. Actualmente parece haber
acuerdo en que si bien las guerrillas colombianas no constituyen w1 cartel de la
droga propiamente dicho si h an tenido y tienen vínculos de distinto tipo con
tales actividades. Un corto resumen del estado actual del debate se encuentra
en CORRAL, Hemando "Narcoguerrilla, ¿mito o realidad?" en LECTURAS
DOMTNJCALES, El Tiempo, 1 º de Febrero de 1998.
72
Bejarano et. al. (1997) p. 50.
73
«[ ... ] hice una retención económica [ ...] logramos recibir por él un rescate
de dos millones de pesos, que en ese entonces [1974] era una bu ena cantidad
de dinero, pero que no pudimos utilizarlo porque dos desertores se lo roba-
ron». Medina (1996) p. 130.

139
Mauricio Rubio
74
un grupo. Un punto que vale la pena destacar es el del reconoci-
miento por parte de los mismos guerrilleros de los riesgos que pa-
ra el grupo representan las tentaciones económicas de los agentes
75
individuales. Así, el rebelde real reconoce algo que los teóricos de
los rebeldes pretenden ignorar.
Tanto los criterios sugeridos por Radruch y reportados por
Orozco (1992) como los propuestos por este último para la defini-
ción del rebelde dependen de manera crítica de información que
está sólo al alcance de los rebeldes y que puede ser fácilmente
ocultada, distorsionada o manipulada. 76 Es notoria la idealización
que en estas teorías se hace de los sistemas estatales de investiga-
ción criminal, sobre todo en lo relativo a su efectividad77 y a su in-
74
Tal sería el caso de Lara Parada, mujeriego empedernido que ,«para tapar
sus desviaciones comienza a impulsar a compañeros a que busquen compañe-
ras de otros, esto genera una situación muy difícil en el interior del grupo y
también con la base campesina» o el del grupo de René, que «cae en unas acti-
tudes muy similares a las del grupo de Ricardo Lara, las mismas cosas, maltra-
to a los campesinos, acostarse con sus mujeres, es decir prácticas cuatreras
que realizan aprovechando la situación de guerrilleros». Ibid. pp. 115 y 132.
75
Los recursos económicos adquiridos por impuestos a las petroleras «si bien
nos ayudaban a consolidarnos, eran un componente peligroso para la des-
composición si no se administraban bien». lbid. p. 215.
76
Un caso diciente sobre las variadas posibilidades de manipulación de in-
formación, reportado por Cabina, tiene que ver con el secuestro de Jaime Be-
tancur por parte del Grupo 16 de Marzo. «El grupo de compañeros, estaba
planteando retener a un dirigente político de reconocimiento nacional al que
la población le tuviese credibilidad y afecto, eliminar ese personaje y Juego ha-
cer aparecer ese hecho ante el pueblo como una acción realizada por la dere-
cha porque consideraba esa persona peligrosa por sus inclinaciones a favore-
cer a los sectores más desprotegidos». Medina (1996) p . 149. Es sensata y rea-
lista al respecto la reflexión de una guerrillera: «En la guerra la información
secreta sirve más para manejar a los amigos que para luchar contra los enemi-
gos, al punto que a la larga todo se confunde. La gana de mandar no es una
causa sino un modo». Molano (1996). p. 178.
77
Parece haber consenso en la actualidad en que la principal debilidad de la
justicia penal colombiana tiene que ver con su baja capacidad para aclarar los
delitos e identificar a los infractores. Ver Rubio (1996). El aumento en la ca-
pacidad estatal para recoger evidencia parece haber sido fundamental en el
desarrollo de los sistemas penales modernos. Contrariando postulados de
Foucault, en el sentido de que las exigencias políticas fueron la principal causa
de la transformación en los procedimientos penales, algunos historiadores
han sugerido recientemente que, por ejemplo, el abandono de la tortura fue
más el resultado del desarrollo de los sistemas de investigación criminal -que
la volvieron innecesaria- que el temor a los levantamientos, corno propone
Foucault. Ver Langbein, Torture and the law of Proof, citado por Garland
(continúa en la página siguiente)

140
Rebeldes y criminales

dependencia de las organizaciones rebeldes. También es en exceso


optimista, e irreal para Colombia, el supuesto implícito sobre la in-
finita capacidad que tiene el Estado para recopilar información so-
bre lo que realmente está ocurriendo. 78 La manipulación de la in-
formación por parte de los rebeldes puede hacerse con dos objeti-
vos: ocultar incidentes que ocurrieron y hacer aparecer como rea-
les hechos ficticios. El caso que puede considerarse de extrema in-
terferencia en los flujos de información se da cuando los rebeldes
pretenden, mediante amenazas, controlar la opinión de algunos
sectores. 79
La tercera vía de conexión entre los rebeldes y el crimen tiene
que ver con sus reacciones a las conductas o conflictos entre terce-
ros, o sea con su tarea de administrar justicia. En términos del de-
bate sobre si, en sus territorios, la guerrilla controla la llamada de-
lincuencia común o por el contrario la estimula, parece claro que
los rebeldes están más a favor del primer escenaiio. 80 El problema

(1990), p. 158.
78
Sería ingenuo desconocer que en algunas zonas del país la presencia de ac-
tores armados ha afectado incluso los mecanismos tradicionales de recolec-
ción de información oficial -registros, encuesLas, censos-. Lo más preocupan-
te es que la interferencia en los flujos de información es ya corriente aún en
asuntos que uno pensaría son ajenos al conflicto. Las firmas encuestadoras
con las q ue he discutido este tema dan por descontadas tres cosas: l. Que en
buena parte del territorio nacional hay que pedir permisos no oficiales para
realizar encuestas y que es necesario tener contactos para obtenerlos; 2. Que
hay ciertos temas que es mejor no tratar en las encuestas; y 3. Que en algunas
zonas sencillamente no se pueden emprender tales tareas. Un caso diciente de
la gran desinformación asociada con la presencia de los actores armados es el
de los tres ingenieros agrónomos que realizaban una encuesta para el Dane,
fueron retenidos por la guerrilla enjulio de 1997 y cuyos restos, al parecer, fue-
ron hallados varios meses después. El caso es diciente por tres razones: la en-
cuesta era para el Sistema de Información del Sector Agropecuario. cuando se
hallaron unos restos descompuestos los familiares aún no sabían si correspon-
dían a los ingenieros secuestrados y en un Foro de Derechos Humanos y el
lanzamiento del Mandato por la Paz en Montería se criticaba la negligencia y
falta de solidaridad del Dane. Ver EL TuMPO, 24 de septiembre de 1997, p.
6A.
79
Un comunicado del Estado Mayor de las Farc a los periodistas como res-
puesta a la difusión de las opiniones del comandante de la FF.AA. no deja mu-
chas dudas al respecto: «No creemos, ni queremos periodistas que ingenua-
mente sean apologistas del militarismo, necesariamente debemos advertirles
que declaramos objetivos militares a quienes así obren». LA PRENSA, 4 de abril
de 1993. P. 25.
80
Haciendo referencia a un cuatrero que, en la región de Guayabito a finales
(continúa en la página siguiente)

141
Mauricio Rubio

que surge aquí, adicional al de la disponibilidad o calidad de la in-


formación es, de nuevo, el de la falta de un marco normativo ex-
terno a la voluntad o arbitrariedad de quien aplica la justicia.
¿cómo se define lo que constituye un delito en un territorio en
donde no opera la justicia oficial? Parece claro en primer lugar
que, en la lógica de los enemigos, la condena de un delincuente
por parte de la justicia oficial equivale a su asimilación a la clase de
los oprimidos del sistema y le otorga legitimidad al acto de liberar-
lo de tal condición. 81 También aparece como una posibilidad real
el que un juez rebelde, de veras promiscuo, armado, omnipotente,
y restringido únicamente por él mismo, pueda excederse. 82
Un aspecto interesante de la evidencia testimonial disponible es
el de las múltiples interrelaciones entre la justicia guerrillera y la
justicia oficial. De acuerdo con Molano ( 1997) los guerriH~ros a ve-
ces apelan a los leguleyos locales, sobre todo para los problemas de
linderos y una posibilidad que se contempla como sanción es la de
remitir el caso a la otra j usticia. También, según el mismo autor, en
ocasiones los mismos miembros de la Policía acuden a la justicia
guerrillera.

de los sesenta abandona la zona cuando llegan las Farc, Gabino afirma que «la
guerrilla, donde llegaba, limpiaba la zona de delincuentes y creaba, de alguna
medida, una atmósfera de seguridad». Medina (1996) p. 102.
81
Al respecto es interesante el relato de Gabino sobre la toma de Sirnacota en
1965. «A la cárcel fue un comando con la intención de liberar a los presos; esa
era otra tarea. Tal vez desentonaba un poquito con el carácter de ese pueblo,
pero la idea era hacer justicia. Los compañeros van y los presos no quieren sa-
lir. De todas maneras los soltaron al otro día porque no había guardianes, ni
armas, ni nada.» Ibid. p. 54.
82
Tal como ocurre en las historias relatadas por seis guerrilleros amnistiados
del EPL que operaban en Dabeiba, lugar en donde aparecen miembros de las
Farc que hacen de jueces como una extraña mezcla de dictador, consultorio
jurídico y doctora corazón. «Los domingos se ven las oficinas que denominan
Casa del Pueblo llenas de campesinos citados verbalmente o por boletas para
dirimir pleitos entre vecinos o entre marido y mujer. Los servicios son pagos.
Muchos de los pobladores se preguntan por qué las autoridades permiten es-
to. Nos acordamos de un parcelero en la vereda Cadillal del municipio de
Uramita, que en 1989 tenía un problema de linderos con su vecino[... ] Oímos
cuando le decían que cuánto iba a dar para arreglar el problema. Y d que más
dio, ganó y al otro lo pelaron porque no quiso dar más plata ni salirse de la '
finca. En noviembre del año pasado se presentó allí [en San José de Urama]
otro caso que chocó mucho a la gente pero nadie pudo decir nada por la ley
del silencio: el asesinato de una señora porque era muy chismosa». LA PRENSA,
26 de mayo de 1992, p. 8.

142
Rebeldes y criminales

Aunque es probable que la influencia de los grupos guerrilleros


sobre el sistema judicial y el régimen penal colombiano haya sido
inferior a la ejercida por las organizaciones vinculadas al narcotrá-
fico, también es cierto que se trata de un fenómeno ~ue ha recibi-
do menor atención y está menos bien documentado. 3 A pesar de
lo anterior, n o parece prudente ignorar este canal, probablemente
el más nocivo, de interrelación entre el delito político y el delito
común en Colombia.84
La última vinculación que se puede señalar para Colombia en-
tre las actuaciones políticas y las delictivas sería el llamado cliente-
lismo armado, o sea la interferencia, mediante amenazas, en la asig-
nación de recursos públicos con fines electorales o como meca-
nismo para lograr el apoyo popular. 85 Una vertiente aún más sor-
prendente de estas conductas es la relacionada con el sabotaj e a la
infraestructura petrolera, que se presenta siempre como un acto
p uro de rebelión, pero que en ocasiones no pasa de ser un buen
arreglo económico entre los guerrilleros, los contratistas del sector
público, los políticos locales, y la población que recibe empleo en
las reparaciones. 86
83
Una recopilación de las coincidencias q ue se han observado en el país entre
las acciones de los grupos de narcotraficantes y las modificaciones al régimen
penal en la última década se encuentra en Saiz ( 1997).
84
Al respecto pueden citarse, a título de ejemplo, dos casos. Primero, el se-
cuestro de una Comisión de la Procuraduría por el frente 44 de las Farc en el
Guaviare en julio de 1997 cuando, paradójicamente, investigaban la m asacre
de Mapiripán, cometida por los grupos paramilitares. Ver El Tiempo, 2 de
agosto de 1997. El segundo sería el asesinato, reconocido por el ELN, e n no-
viembre de 1993, del senador Darío Londoño Cardona, po n ente del proyecto
de Ley de Orden Público y la carta conocida por el diario El Espectador en la
que se declaraba como objetivo militar al Congreso por su apoyo a la tramita-
ción de proyectos relacionados con dicha Ley.
85
Ver p or ejemplo el relato de Peñate (1998) sobre las amenazas de las Farc a
los funcionarios del Incora en la región del Sarare para favorecer ciertas vere-
das, sobre el manejo de la clientela electoral de colonos, por pan e del mism o
grupo, y el posterior enfrentamiento con el frente Domingo Laín del ELN
aliado con los caciques locales no aliados a las Farc.
86
Ver al respecto las referencias de Peñate (1998) a sus trabaj os anteriores y
Bejarano (1997) p. 50. Ver también , para corroborar estas imaginativas actua-
ciones rebelde-empresariales, las investigaciones adelantadas por la Fiscalía a
tres funcio narios de la empresa Tecnicontrol que, al parecer, negociaban con
el ELN los atentados al oleoducto p ara sacar provecho de los contratos de re-
paración. Ver "¿Atentados por con trato al oleoducto?" El Tiempo, 26 de no-
viembre de 1997.

143
Mauricio Rubio

En síntesis, los testimonios disponibles muestran para los rebel-


des colombianos una realidad muy alejada de las tipologías ideali-
zadas del actor colectivo que responde a la dinámica de la lucha de
clases y está totalmente aislado del crimen. Una de las paradojas
más interesantes de estas organizaciones, cuya ideología hace énfa-
sis en la opresión y la dominación del Estado por la vía de la auto-
ridad, es su estructura interna vertical, monolítica y autoritaria, en
donde se da en la práctica un enorme apego a la obediencia ciega e
incondicional. Fuera de las ya mencionadas presiones psicológicas
que llevarían a una dinámica perversa de escalamiento de la vio-
lencia y del enfrentamiento contra todo lo que no hace parte del
grupo, parecería que las decisiones claves en estas organizaciones
las toma un grupo reducido de individuos. En el pasado algunos de
estos individuos tomaron decisiones que resultaron ser criticas pa-
ra la evolución posterior del conflicto: participar o no en unas ne-
gociaciones de paz, independizarse de las fuentes internacionales
de financiación, aliarse con el narcotráfico, etc. El punto que se
quiere destacar aquí es que el análisis basado en la consideración
exclusiva de actores colectivos puede ser insuficiente, y hasta ina-
decuado, para entender o predecir el desarrollo del conflicto. Son
numerosos los testimonios de miembros y exmiembros de las or-
ganizaciones subversivas colombianas que revelan situaciones en
las que sus líderes -y detrás de ellos los combatientes rasos bajo su
mando- hacen, literalmente, lo que les place, en forma indepen-
diente de que se trate de un acto político o de un crimen. 87 En este
contexto, la separación tajante entre rebeldes políticos y delincuen-
tes comunes parece demasiado fuerte, inocua, e irreal: fuerte, por-
que equivale a suponer que los miembros de los grupos subversi-
vos son seres incorruptibles, que pertenecen a una casta superior a

87
Probablemente el caso más extremo de arbitrariedad y de comportamiento
criminal de un rebelde fue el de las matanzas de Tacueyó en donde cerca de
un centenar de guerrilleros fueron abatidos por su jefe, Delgado, que «en una
época fue el consentido de Jacobo. Le gustaba la plata y con ella lo compra-
ron: le gustaba el poder y con él lo conquistaron. Tan pronto vio la papaya de
tomarse el mando lo hizo. Plata y poder. Vendió a todos sus amigos y traicio-
nó al resto. Se envició a la sangre, que es la medio hermana del dinero y del
poder, y cuando vio que no le resultaban sus planes se enloqueció. Comenzó a
matar a sus enemigos y luego el círculo se le amplió hasta que abarcó a sus
amigos, uno por uno. Pero tanto muerto coge fuerza y para vencerla se nece-
sitan más muertos y más muertos. Así hasta que acabó con medio movimien-
to». Molano (1996) p. 188.

144
Rebeldes y criminales

la de los humanos -en el mundo de los no rebeldes- en la cual


surgen los criminales; inocua, porque en las zonas de influencia de
los rebeldes, y al interior de los grupos armados, los límites de la
criminalidad los definen las mismas organizaciones, o sus líderes, y
es difícil no pensar que esta definición se hace de acuerdo con in-
tereses pnva. d os o persona1es; 88 e irrea
. l, porque 1os vasos comum-.
cantes y de retroalimentación entre unas y otras conductas son pa-
ra Colombia numerosos y difíciles de ignorar. Lo que sí parece ser
una constante, es que esos mismos líderes rebeldes utilicen recu-
rrentemente la retórica del determinismo de los fenómenos socia-
les para justificar tanto sus actuaciones públicas como sus desafue-
ros privados.

AGENTES ARMADOS Y
89
DELINCUENCIA: LOS DATOS DISPONIBLES

El análisis estadístico de las relaciones entre la presencia de agentes


armados y la delincuencia en Colombia se enfrenta, de partida, con
un serio problema de información. En el país los datos sobre la
llamada criminalidad real se limitan a las once ciudades cubiertas
por la Encuesta Nacional de Hogares para las cuales se han reali-
zado cuatro módulos de victimización. Para el resto del país las ci-
fras sobre delincuencia se basan en los registros policiales, o del
sistema judicial, que presentan dos inconvenientes. El primero es
que dejan por fuera los incidentes criminales que no llegan a cono-
cimiento de las autoridades. Se sabe además, de acuerdo con las
encuestas de victimización, que la proporción de delitos que no se
denuncian -la llamada criminalidad oculta- no sólo es alta sino
que además varía significativamente por regiones, dependiendo de

88 Ad ·
quiere as1' p1ena VIgencia,
· . en termmos
' . d e este nuevo pod er, 1o que O roz-
co (1992) denomina el correlato necesario entre criminalidad y criminaliza-
ción, que convierte «la relación entre el hombre de bien y el hombre desvia-
do, en un verdadero juego de espejos». Orozco (1992), p. 45. Hay un relato
interesante de un consejo de guerra que se le siguió a una guerrillera y al jefe
de su grupo que trató de violarla y recibió un disparo de ella al defenderse.
«Lo que no podían aceptar, con o sin intención, era que yo o cualquiera de las
mujeres tratara de volver a repetirlo y a generalizarse. Si cada vez que alguien
se lo pide a una compañera ella saca el fierro, las cosas se ponen delicadas en
una guerrilla». Molano (1996) p . 148.
89 B uena parte d e 1os puntos tratad os en esta secc1on
. , se encuentran expuestos
en forma más detallada en Rubio (1997) y Rubio (1997a).

145
Mauricio Rubio

factores que aún no se conocen y que sólo recientemente se están


90
empezando a investigar. Algunos ejercicios estadísticos 91 sugieren
que uno de esos factores puede ser, precisamente, la influencia de
agentes armados. El segundo inconveniente de las cifras oficiales
de delincuencia es que presentan problemas de confiabilidad que
se podrían explicar o bien por las peculiaridades del sistema penal
92
colombiano, o bien por el hecho, incontrovertible, que dado que
estas cifras se utilizan para evaluar el desempeño de la organiza-
ción responsable de su manejo, es razonable pensar en la posibili-
dad de sesgos sistemáticos en el registro. Un temor similar se pue-
de expresar con respecto a la información disponible sobre pre-
sencia de agentes armados, información que no es independiente
de los intereses de la organización responsable de su recopilación y
divulgación. Una vez hechas estas salvedades vale la pena,,de todas
maneras, analizar lo que muestran las estadísticas, sobré todo las
relacionadas con la violencia homicida, que es claramente la con-
ducta criminal con menores problemas de registro.
Con las cifras judiciales agregadas a nivel nacional se puede
identificar una asociación entre la violencia, medida por la tasa de
homicidios, la presencia de grupos armados y varios de los indica-
dores de desempeño de la justicia penal. En las últimas dos déca-
das, la tasa de homicidios colombiana se multiplicó por más de
cuatro. En forma paralela, se incrementó la influencia de las prin-
cipales organizaciones armadas: guerrilla, narcotráfico y grupos pa-
ramilitares. En el mismo lapso, la capacidad del sistema penal para
investigar los homicidios se redujo considerablemente. 93

90
Ver un esfuerzo preliminar en estas líneas, realizado con los datos de la En-
cuesta de Hogares del 95, en Santís (1998).
91
Ver más adelante los resultados obtenidos con la información judicial por
municipios.
92
En particular, la información policial sobre delincuencia parece haberse
contaminado por uno de los grandes vicios del sistema judicial colombiano: el
desinterés por los incidentes sin sindicado conocido. Esta sería una de las po-
sibles explicaciones para la incompatibilidad que se observa entre las cifras
sobre denuncias de la Policía Nacional y lo reportado por los hogares en las
encuestas de 1985, 1991 y 1995. El descenso en la criminalidad que muestran
las primeras es no sólo inconsistente con la tendencia creciente que reflejan
las segundas sino que, además, está sospechosamente correlacionado con la
evolución de los aprehendidos que lleva la misma Policía. Ver un desarrollo
de este argumento en Rubio (1998).
93
La proporción de homicidios que se llevan a juicio, que en los sesentas al-
(continúa en la página siguiente)

146
Rebeldes y criminales

Estas asociacíones permiten dos lecturas. La tradicional de una


aproximación de escogencia racional sería que el mal desempeño de
la justicia ha incentivado en Colombia los comportamientos violen-
tos. En el otro sentido, se puede argumentar que uno de los facto-
res que contribuyeron a la parálisis de la justicia penal colombiana
fue, precisamente, la violencia y en particular la ejercida por los
grupos armados.
Una particularidad de la justicia penal colombiana - que ha sido
sugerida como explicación de su incapacidad actual para aclarar
los homicidios- es su tendencia a ocuparse de los delitos inocuos y
fáciles de resolver en detrimento de los más graves, los difíciles de
investigar y aclarar. La investigación de los incidentes penales en
Colombia, en la práctica, se limita a aquellos con sindicado conocido
o sea, a los delitos básicamente resueltos desde la denuncia por
, , 94
parte d e las victimas.
Por otro lado, los datos de las encuestas de victimización mues-
tran cómo las actitudes y respuestas de los ciudadanos están con-
taminadas tanto por las deficiencias de la justicia penal, como por
un ambiente de amenazas e intimidación. La sociedad colombiana
se caracteriza no sólo por los altos niveles de violencia, sino por el
hecho de que los ciudadanos no cuentan con sus autoridades para
buscar soluciones a los incidentes criminales. 95
Dentro de las razones aducidas por los hogares colombianos pa-
ra no denunciar los delitos vale la pena resaltar la importancia de
dos de ellas. La primera, peculiar y persistente en las tres encuestas
de victimización, es la de la falta de pruebas, que es sintomática de la
forma como el sistema penal colombiano ha ido delegando en los
ciudadanos la responsabilidad de aclarar los crímenes. La segunda
es la del temor a las represalias que en la última década duplicó su
participación en el conjunto de motivaciones de los hogares para
no denunciar.

canzó a superar el 35% es en la actualidad inferior al 6%. Mientras qu e en


1975 por cada cien homicidios el sistema penal capturaba más de 60 sindica-
dos, para 1994 ese porcentaje se había reducido al 20%. Las condenas por
homicidio, que en los sesenta alcanzaban el 11 % de los homicidios cometidos
no pasan del 4% en la actualidad. Rubio ( 1996 ).
94
Ibid.
95
Aun para un asunto tan grave como el homicidio más de la mitad de los
hogares víctimas manifiestan no haber hecho nada y únicamente el 38% re-
porta haber puesto la respectiva denuncia. Rubio (1996a).

147
Mauricio Rubio

Del análisis de la información mu nicipal para 1995, un primer


punto que vale la pena destacar es que la presencia de agentes ar-
mados en los m unicipios afecta negativamente la calidad de la in-
formación sobre violencia homicida. Un indicador elemental de ca-
lidad de las estadísticas sobre muertes violentas se puede construir
con base en las diferencias que se observan entre los datos de dis-
tintas fuentes. Para una fracción importante de los municipios co-
lombianos -más del 25%- se observa un faltante en las cifras judi-
ciales: los homicidios registrados por los médicos legistas, o por la
Policía Nacional, superan la cifra reportada por el sistema judicial.
La probabilidad de ocurrencia de este fenómeno de subregistro
judicial de la violencia se incrementa en forma significativa con la
presencia de guerrilla, narcotráfico o grupos paramilitares en los
· · · 96
mun1crp1os. 1

En los municipios donde se presenta este fenómeno de subre-


gistro de homicidios, por lo general lugares violentos, se observa
que las denuncias por habitante, en todas las categorías de delitos,
son en promedio inferiores a las de los municipios en donde las ci-
fras judiciales son consistentes con las de otras fuentes.
La asociación que se observa entre el subregistro de muertes
violentas, la presencia de agentes armados y los bajos niveles de
denuncias se puede explicar de varias maneras que reflejan, todas,
deficiencias en el funcionamiento de la justicia penal. Estas expli-
caciones son consistentes con un escenario b~jo el cual los agentes
armados venden servicios privados de protección ... o de justicia.
Este fenómeno de desjudicialización de la violencia afecta no sólo
los niveles de la criminalidad registrada en las denuncias sino que,
además, distorsiona la percepción que se tiene sobre el efecto de
los grupos armados sobre esa criminalidad. 97
96
Para hacer estas estimaciones se utilizaron modelos logit. Ver los detalles de
la estimación en Rubio ( 1997).
97
Sin hacer un control de calidad de las cifras juruciales, se podría inferir de los
datos que la llegada de la guerrilla, o de los grupos paramilitares, a un muni-
cipio no tiene mayor efecto sobre la criminalidad. Si se excluyen de la muestra
los mu nicipios en donde se presenta el subregistro de homicidios cambia esta
percepción: la llegada de los grupos armados afecta positivamente la crimina-
lidad que se denuncia, ver Rubio (1997). La combinación de los efectos que se
acaban de describir h ace que, por ejemplo, en el municipio típico colombiano
la presencia de algún agente armado redu zca entre un 15% y un 25% el nú-
mero de denuncias puestas ante la justicia. Los detalles de las estimaciones se
encuentran en Rubio La violencia en Colombia, dimensionamiento y políticas de
(continúa en la página siguiente)

148
Rebeldes y criminales

La influencia de los agentes armados sobre las cifras judiciales


no se limita a su impacto negativo sobre los delitos denunciados.
También se percibe en los datos un efecto sobre el número de in-
vestigaciones que emprende el sistema judicial y sobre las priori-
dades de la justicia penal, que pueden aproximarse por la compo-
sición por delitos de las investigaciones. Es precisamente en los
municipios menos violentos, o sin presencia de agentes armados,
en donde la participación de los atentados contra la vida de los ca-
sos en los cuales se ocupa la justicia es mayor.
Así, en forma consistente con el escenario de unas organizacio-
nes armadas poderosas que impiden que se investiguen los homi-
cidios, se encuentra una asociación negativa entre la violencia en
los municipios y el interés del sistema judicial por aclarar los aten-
tados contra la vida. También se encuentra que la presencia de más
de un agente armado en un municipio tiene un efecto demoledor
sobre las prioridades de la justicia, en contra de los delitos contra
la vida. 98
Para r esumir, el análisis de los datos sobre desempeño judicial,
violencia homicida y presencia de los grupos armados en los muni-
cipios colombianos sugiere una historia interesante. El efecto ini-
cial de los actores armados sobre el desempeño de la justicia penal
colombiana se estaría dando a través de la alteración, en ciertos
municipios violentos, en el conteo d e los homicidios por parte de
los fiscales y los jueces. La información disponible es bastan te reve-
ladora acerca de la génesis del misterio alrededor de las muertes
violentas en el país: el sistema judicial. Los muertos empiezan a de-
saparecer de las estadísticas en las cifras que remiten los juzgados. /
Difícil pensar que si existe desinformación en cuanto al número de
homicidios habrá alguna claridad acerca de las circunstancias en
que ocurrieron las muertes, o acerca de los autores de esos críme-
nes.
Este primer des balance entre lo que el sistema judicial registra y
lo que realmente está ocurriendo estaría afectando las percepcio-
nes de los ciudadanos acerca de la justicia oficial y su voluntad para

control. Informe final de investigación presentado al Bid y aún no publicado.


98
Para tener una idea de la magnitud de este impacto baste con señalar que la
presencia de dos agentes armados en un municipio colombiano tiene sobre las
prioridades de investigación de la justicia un efecto similar al que tendría el
paso de una sociedad pacífica a una situación de guerra civil. !bid.

149
Mauricio Rubio

recurrir a ella para denunciar otro tipo de incidentes. El fenómeno


de baja denuncia que se observa ante la presencia de agentes ar-
mados puede, en principio, darse en forma paralela con una re-
ducción o con un incremento en la delincuencia. Los datos no son
contundentes al respecto fgero sugieren más un escenario de au-
mento en la criminalidad. 9 La presencia de más de un agente ar-
mado en una localidad tiene ya un efecto devastador sobre la justi-
cia que parece convertirse entonces en una verdadera justicia de
guerra bajo la cual el mayor número de muertes violentas conduce
a un menor interés de la justicia por investigarlas, y mucho menos
por aclararlas. En síntesis, los datos muestran que es por la desin-
formación alrededor de la violencia por donde parece iniciarse la
influencia de los agentes armados sobre la justicia penal colombia-
na. A partir del momento en que la justicia -en sus est4dísticas y
seguramente en su desempeño- se empieza a alejar de la r ealidad,
se dan las condiciones para ese círculo vicioso de desinformación y
oferta de servicios privados de protección en el que, nos dice la
teoría, surgen y se consolidan las organizaciones armadas podero-
sas. 100

SUGERENCIAS PARA AVANZAR EN EL ANÁLISIS DE


LOS REBELDES COLOMBIANOS

Para cualquiera que viva en Colombia es evidente la diferencia que


existe entre un delincuente común y un guerrillero. La sabiduría
· en e¡ empaque, 101 o en los mo da!es. 102 p ero
popu1ar h ace e'nfas1s
cabe mencionar otras discrepancias. El primero de estos personajes
puede ser un infractor ocasional, actuar en forma independiente y
99
Las respuestas de los hogares acerca de los factores que se cree afectan la
delincuencia en sus regiones tiende a dar apoyo a la idea de que los agentes
armados contribuyen a la insegmidad. Testimonios disponibles en el país
permiten sin embargo sospechar que en algunas localidades los grupos arma-
dos entran a poner orden, reduciendo las tasas delictivas.
IOO Ver por ejemplo Gambetta (1993).
1º1 L d 1· · cornun
, no sue1e tener e1 tipo
. d e annas y vestimentas
.
« a e mcuenoa que
utiliza el grupo íguenillero] ni siquiera su apariencia personal[ ... ) su piel [la
del guerrillero] es la de una persona que ha estado expuesta por largo tiempo
a la intemperie». Testimonio de un habitante de La Calera en Vásquez (1997).
P. 12.
102
«Porque la delincuencia común saquea y destruye» pero los muchachos,
corno los llaman en la región, «no se comportan así». Ibid. p. 12.

150
Rebeldes y criminales

no tener dentro de sus planes la transformación de la sociedad. El


guerrillero claramente ha escogido un modo de vida, pertenece a
una organización y, como tal, responde a las directrices de un plan,
de un proyecto político, defendido por su grupo. Estas diferencias,
observables y concretas, no parecen ser suficientes para proponer
un modelo de comportamiento específico para cada uno de estos
personajes y muchísimo menos para sugerir que la ley les dé un
tratamiento diferencial. Discrepancias como estas o aun más mar-
cadas se pueden observar, por ejemplo, entre un microempresario
y un empleado de una multinacional. A nadie se le ocurriría por
esto sugerir un tratamiento analítico, o judicial, para el microem-
presario y otro para los asalariados de las grandes empresas sobre
la base de sus intenciones, de su convicción, o del hecho que ellos
sí hacen parte de un proyecto empresarial -y eventualmente polí-
tico- más ambicioso, mientras que los primeros enfrentan el desa-
fío más banal de ganarse el sustento.
El diagnóstico del conflicto armado colombiano se ha quedado
estancado en consideraciones idealistas, como la intención de los
actores, que pensadores lúcidos de hace dos siglos ya habían suge-
rido superar. 103 Parece conveniente sacar la discusión del área de
lo que cada uno, incluyendo los actores del conflicto, piensa sobre
cómo debería ser el mundo para llevarla al plano de entender el
mundo real y concreto que nos rodea. En este sentido, se pueden
hacer algunas sugerencias más con el propósito de suministrar
elementos para tratar de mejorar el entendimiento que se tiene
sobre los actores del conflicto colombiano, que con el de sugerir
salidas.
A nivel conceptual, la recomendación más general iría en las lí-
neas de extender los avances que en las últimas décadas se han lo-
grado en la comprensión de los comportamientos individuales y
colectivos en el análisis de quienes actúan al margen de la ley en
Colombia.

103
«La única y verdadera medida de los delitos es el daño hecho a la nación, y
por eso han errado los que creyeron que lo era la intención del que los come-
te. Esta depende de la impresión actual de los objetos y de la interior disposi-
ción de la mente, que varían en todos los hombres y en cada uno de ellos con
la velocísima sucesión de las ideas, de las pasiones y de las circunstancias. Se-
ría, pues, necesario formar, no solo un códice particular para cada ciudadano,
sino una nueva ley para cada delito». Beccaria (1994), p. 36.

151
Mauricio Rubio

Una sugerencia, típicamente económica, sería la de no seguir


desconociendo los fundamentos de la teoría de la escogencia racio-
nal que, a pesar de sus grandes limitaciones, ha mostrado ser una
herramienta útil para el análisis de un buen número de fenómenos
sociales. Del modelo económico del comportamiento se han deri-
vado unas pocas verdades básicas que parecen tener validez univer-
sal. Una de ellas es que los individuos escogen su ocupación bus-
cando la satisfaccion de sus intereses personales, por lo general un
ingreso monetario. Una consecuencia agregada de esta proposi-
ción es que las actividades económicamente rentables tienden a
persistir en una sociedad. Una segunda gran verdad de la econo-
mía es la llamada ley de la demanda: al incrementarse los precios,
disminuye la cantidad demandada. Si se le quita a esta ley su dis-
fraz monetario se puede reformular de manera más general: al
aumentar lo que los individuos perciben como un costo para una
conducta, disminuye la incidencia de esa conducta. Los testimo-
n ios disponibles sobre los rebeldes colombianos permiten conside-
rar razonable el supuesto de que ellos, como los delincuentes co-
munes, como el ciudadano del montón, también actúan con el
propósito de satisfacer intereses particulares. La realidad colom-
biana parece además corroborar la impresión de que una vez la
subversión, como cualquier otra organización armada, encuentra
una buena fuente de ingresos económicos -secuestro, gramaje,
impuestos a las petroleras, compra de tierras, venta de protección-
tiende a conservarla, y a defenderla. Además, trata de adaptar su
discurso político para hacer aparecer tal actividad como algo inevi-
table en su lucha por unos ideales superiores. También es sólida la
evidencia a favor de la idea de que los esfuerzos por controlar las
acciones de los rebeldes, cuando son efectivos, imponen mayores
costos a esas acciones y por esa vía reducen su incidencia. No pue-
de ser otra la lógica detrás de todas las formas de lucha que se han
dado en el país en contra de cualquier medida tendiente a impo-
ner un mayor control estatal sobre las actuaciones de los rebeldes.
Una segunda recomendación tiene que ver con la necesidad de
conciliar en un punto intermedio el modelo de escogencia racional
con la visión sociológica del mundo. En la vida real, los individuos
parecen estar en un punto intermedio entre el agente racional de
la economía y el actor que sigue reglas o normas típico de la socio-
logía. Recientemente han aparecido esfuerzos en las líneas de con-
ciliar estas visiones rivales extremas, proponiendo un modelo de
comportamiento basado en actores que, con cierta racionalidad,

152
Rebeldes y criminales

adoptan de manera cambiante reglas y normas para algunas de sus


4
conductas. Hl Esta literatura se insin úa particularmente útil para
entender los actores del conflicto colombiano. Resulta difícil de di-
gerir la visión económica simple y extrema de que rebelarse es algo
así como una serie cotidiana de decisiones racionales que se toman
luego de una evaluación exhaustiva de los costos y los beneficios de
cada situación. Los testimonios disponibles muestran que el acto
de rebelarse se ajusta más al guión de ciertas decisiones críticas,
que se toman una, o dos, pero no muchas veces en la vida, y que
implican la adopción de unas reglas o normas -de compromiso, de
obediencia- que determinan las conductas posteriores. Lo que
tampoco parece razonable es, en el otro extremo, el modelo de la
sociología clásica según el cual rebelarse no sería u na decisión in-
dividual sino el resultado inevitable de una situación social. Tal vi-
sión también riñe con la evidencia de innumerables obreros y
campesinos que han decidido aceptar el orden social sin rebelarse
o con la de los rebeldes que han decidido dej ar de serlo sin que se
haya presentado una modificación de las causas objetivas.
En el mundo de los rebeldes colombianos, y en el de otros gru-
pos armados, la decisión crítica a nivel individual parece ser la de
·
umrse o no a un grupo armad o .1º·5 Ademas,
, sien
. d o rea1·1stas, cab e
argumentar que el carácter político de una organización armada
depende más de su poder relativo dentro de la sociedad que de las
intenciones de sus miembros. Cualquier organización exitosa crece
y se consolida y en ese proceso sus objetivos in iciales cambian.
Existen empresas privadas, legales e ilegales, cuyo poder económi-
co se transforma a partir de un p unto en verdadero poder
106
político. Con cualquier organización armada suficientemente po-
derosa un Estado débil tendrá eventualmente que negociar. Así ha
ocmTido en Colombia. En este contexto, se podría plantear una di-
ferenciación de los delincuentes, pero no basada en las intenciones
o la convicción de los actores sino, primero, en su decisión de or-
ganizarse o actuar por cuenta propia y, segundo, en el poder real de
la organización. Parecería razonable reemplazar la dicotomía delito
104
Ver al respecto Vanberg (1994).
105
Tan crítica que son comunes los testimonios sobre los ritos de iniciación.
106 N
o sob ra 1-ecord ar aqu1, que un rrucroempresano
. . d e l d e1·1to comun,
, un pe-
queño ladrón de lápidas, Pablo Escobar, terminó afectando en forma signifi-
cativa la Constitución y el régimen penal colombianos. En buen romance, eso
es un actor político.

153
Mauricio Rubio

político-delito común por una, más observable, delito organizado-


delito individual y, obviamente, adecuar tanto el análisis como las
recomendaciones de acción pública a la realidad de cada organiza-
ción.
Una vez se reconoce la posibilidad de que los individuos res-
ponden a incentivos, y que en alguna medida sus decisiones son
racionales, parece conveniente profundizar en la comprensión de
los mecanismos que agregan, en resultados colectivos, estas esco-
gencias individuales. En otras palabras, se trata de reconocer que -
y empezar a investigar cómo- en el m undo al margen de la ley se
dan interrelaciones entre los individuos, las organizaciones y las
instituciones. 107 El estado del arte en tér minos de la comprensión
del funcionamiento interno de las organizaciones, o de por qué
ciertas actividades se realizan al inte1ior de una organización y
otras en mercados abiertos, es aún incipiente. 108 A pesar de lo an-
terior, aceptar que tanto en las organizaciones como en los merca-
dos algunos individuos tienen un mayor poder de decisión que
otros, parece ser un supuesto realista y ú til. Dentro de las organi-
zaciones, la distinción entre el principal, que toma las decisiones, y
el agente, que en principio sigue las instrucciones del principal, h a
permitido una mejor comprensión de su dinámica. 109 Parece cada

107
En la terminología de North (1990) las instituciones se asimilan a las reglas
del juego y las organizaciones a los jugadores. Uno de los planteamientos básicos
de North es el de la endogeneidad de las instituciones: en un proceso evoluti-
vo, las organizaciones más exitosas bajo ciertas reglas del juego las amoldan a
sus intereses, para ser así cada vez más poderosas.
108
Para las reflexiones de los economistas sobre estos temas ver, por ej emplo,
los trabajos de Ronald Coase, o de Oliver Williamson.
109
Es necesario reconocer que los modelos disponibles sobre los determinan-
tes del comportamiento de los agentes son más adecuados, y han recibido un
mayor respaldo empírico, que los que se tienen sobre los principales. Para es-
tos últimos se dispone de alguna teoría cuando ellos mismos son, a su vez,
agentes de instancias superiores o participan en un juego, económico o p olíti-
co, muy competido. El conocimiento -y la capacidad de predicción- que, por
ejemplo, la teoría económica tiene sobre la conducta de los empleados asala-
riados es mayor que aquel sobre la cond ucta de los empresarios, que a su vez
parece ser inversamente proporcional al tamaño y al poder de mercado de sus
empresas. Con relación a las burocracias estatales dos cosas parecen claras. La
primera es que el modelo de compor tamiento de los actores individuales es
más precario que en la esfera privada. Es claro que para el grueso de los fun-
cionarios públicos, aún en sociedades corruptas, los incentivos económicos
particulares constituyen tan sólo una parte de los determinantes de sus con-
ductas. No existen, por ejemplo, modelos razonables de comportamiento de
(continúa en la página siguiente)

154
Rebeldes y criminales

vez más claro que la estructura interna de las organizaciones está


muy ligada a la definición de los derechos de propiedad y a la ma-
nera como se protegen dichos derechos.
La evidencia colombiana indica que al interior de los grupos
.
sub vers1vos y d e Ias d emas
, orgamzanones
. . armad as llO existe
. 1a fi1gu-
ra del líder que juega un rol decisivo en la definición de las estra-
tegias del grupo pero también existe la figura del asalariado, buena
parte de cuyo comportamiento parecería fácil de explicar con he-
rramientas económicas tradicionales. 111 En forma análoga a lo que
ocurre en el ámbito empresarial, es poco lo que formalmente se
sabe sobre los determinantes de la estructura interna de las organi-
zaciones al margen de la ley. Habría un factor crítico relacionado
con la propiedad de las armas. 112 También parece haber elementos
114
familiares, de nepotismo, religiosos,113 de simpatías de clase, de
. ' o d e s1mp
. 1es go1pes d e suerte.115
grupos d e pres1on

los j ueces, o los policías, o los militares. El segundo aspecto es q ue, de nuevo,
la conducta de los funcionarios subalternos es más explicable y predecible que
la de sus superiores y que, entre estos últimos, la capacidad de comprender o
anticipar sus accion es es inversamente proporcional a su poder dentro del
aparato estatal.
l lO Ver por ejemplo las declaraciones de Carlos Castaño sob re las escalas sala-
riales en los grupos paramilitares en El T iempo, 28 de septiembre de 1997.
111
En el fondo, la llamada Teoría Económica del Crimen, no es más que la
extensión de los modelos de decisión ocupacional de la economía laboral apli-
cados a situaciones en donde no todas las variables son monetizables. Ver al
respecto los trabajos de Gary Becker, o de Isaac Ehrlich.
112
En los orígenes de las Farc, «Marulanda fue muy claro desde un principio
en advertir que nadie podía retirar ni una pistola ni un fusil ni una carabina
una vez que la pusiera a disposición del movimiento. Tampoco aceptaba que
las armas ganadas en combate fueran de quien les echaba mano ... Es más: las
armas tampoco eran del jefe de los alzados, porque así como había sido elegi-
do podía ser destituido cuando la tropa quisiera; la garantía era, de lógica, que
las armas fueran de todos». Molano (1996) p . 66.
113
El relato de Correa (1997) hace mucho énfasis en este punto.
114
En el testimonio de Cabina, en Medina (1996), son recurrentes las alusio-
nes a la posición privilegiada que dentro del grupo siempre tuvieron los inte-
lectuales, los ciudadanos, frente a los campesinos. También es claro que los
Vásquez Castaño, hermanos del líder, entraron a la guerrilla con posiciones
de liderazgo.
115
En Peñate (1998) se señala la influencia que tuvieron sobre la estructura
interna, y la definición de la estrategia, del ELN tanto los antiguos miembros
de Fecode que se vincularon en 1975 - grupo de presión- como el acierto
económico del frente Domingo Laín al ordeñar al sector petrolero - golpe de
(continúa en la página sigu.ienle)

155
Mauricio Rubio

Para la economía ha sido útil reconocer que las instituciones -


las reglas de juego- no son siempre exógenas, ni contractuales, ni
eficientes, ni orientadas por el bien público sino que, por el contra-
rio, son bastante sensibles a la dinámica de las organizaciones más
p oderosas - los jugadores exitosos bajo esas reglas de juego- que
116
buscan amoldarlas a sus intereses. Estas ideas parecen sugestivas
para entender las organizaciones armadas en Colombia, y su rela-
ción con las instituciones estatales -como los organismos de segu-
ridad, la justicia y el régimen penal- que prete nde n controlar sus
acciones. No se puede desconocer el hecho de que las reglas de
juego colombianas, en su sentido más general, son más favorables
hoy para las organizaciones subversivas que las de hace dos o tres
décadas, y que esta evolución institucional no ha sido independien-
te de los esfuerzos que, en diversos frentes, han hecho ,los grupos
alzados en armas para acomodarlas a sus intereses. El avance más
significativo d e estas organizaciones en términos de supeditar las
reglas del juego a sus objetivos, ha sido probablemente el virtual
bloqueo que han alcanzado para las acciones judiciales en su con-
tra. La evidencia tanto testimonial como estadística parece corro-
borar una nueva versión del viejo adagio colombiano la justicia es
para los de ruana. Parecería que la justicia no toca a los alzados en
armas o que por lo menos a los líderes los trata en forma un tanto
peeuliar. 1 17
En casi todas las esferas de la realidad social, los límites entre lo
privado y lo público se están redefiniendo. n s Así, el viejo paradig-

suerte- .
116
Ver en particular North (1990).
117
El mejor ejemplo en este sentido sería el de rebeldes que, como Galán del
ELN, parecen seguir despachando sus asuntos normales desde la cárcel, con
protección oficial, con gran despliegue de medios y con contacto permanente
con la clase dirigente.
118
En el área del suministro de bienes y servicios esta redcfinición ha llevado
a la privatización de actividades que hasta hace poco tiempo se consideraban
de resorte exclusivo del Estado. En la actualidad, es un hecho que empresarios
privados toman ciertas decisiones que es difícil no considerar como cuestiones
públicas. Por otro lado, la generalización del fenómeno de la corrupción de
los funcionarios del Estado h a puesto en evidencia la realidad d e unos actores
que, apartándose de los objetivos explícitos y manifiestos de las organizacio-
nes a las que pertenecen, actúan desd e el secto r público com o dice la teo1ia
económica que actúa cualquier empresario privado: buscando el lucro perso-
nal.

156
Rebeldes y criminales

ma que separaba en forma tajante la función pública de las activi-


dades privadas parece haber perdido vigencia. Hoy se acepta que
el Estado siempre juega un papel determinante en la forma como
se configuran y evolucionan los mercados, dinámica que a su vez
11 9
determina el perfil específico de cada Estado. Para las organiza-
ciones que actúan al margen de la ley no son convincentes los ar-
gumentos para postular que allí sí subsiste una línea nítida que se-
para lo público de lo privado. Por el contrario, la probabilidad de
que esta interferencia ocurra parece mayor puesto que tales orga-
nizaciones, al enfrentar menos restricciones legales, cuentan con
vías de acumulación de riqueza o de poder político más rápidas
que las disponibles para las organizaciones restringidas por un
marco legal. Además, en el ámbito interno, la estructura vertical y
autoritaria de las organizaciones subversivas, también reforzada
por la intimidación, y factores como la escasa rotación de los líde-
res, permiten sospechar la existencia de una gran simbiosis entre
los objetivos de las organizaciones y los intereses personales de
quienes las dirigen.
En síntesis, parece recomendable superar el paradigma basado
en la dicotomía delito político-delito común y por el contrario, re-
conocer que los grupos subversivos, al igual que cualquier otra or-
ganización armada con suficiente poder, siempre juegan un papel
decisivo en los niveles de delincuencia y violencia puesto que, por
un lado, definen dentro de su territorio una nueva legalidad -su
propia legalidad- , y por lo tanto determinan autónomamente los
límites entre el crimen y las conductas aceptadas. Por otro lado,
porque parece cada vez más claro que el delito común y el delito
político -que se financia con el primero- se complementan y r e-
120
fuerzan mutuamente.
A nivel metodológico, vale la pena hacer dos recomendaciones.
La primera sería la de darle prioridad en el análisis a lo que ocurre
y se observa sobre lo que debería ser. Para el diagnóstico del conflic-
to armado colombiano, y con mayor razón para la búsqueda de sus
soluciones, es indispensable avanzar en la línea de restarle impor-
tancia a lo que los individuos, o las organizaciones, dicen que ha-
cen, para concentrarse en averiguar qué es lo que hacen y por qué

119
Block (1994).
120
Ver Daniel Pécaut. Présent, passé et futur de la violence. Mimeo, 1996. Citado
por Bejarano et.al. ( 1997) pág. 44.

157
Mauricio Rubio

lo hacen. 121 La segunda recomendación metodológica tiene que


ver con la necesidad de abrirle campo a las teorías basadas no en
prejuicios y afirmaciones ideológicas, sino en hipótesis y proposi-
ciones empíricamente contrastables.
La manera más adecuada de buscar en las ciencias sociales esa
necesaria retroalimentación entre la teoría y la evidencia no es cla-
ra y requiere mucha imaginación. En términos de recomendacio-
nes la mejor salida para un novato en estas lides consiste en recu-
rrir a los consejos de un artesano que logró en ese sentido unos re-
sultados satisfactorios:

La verdad -observaba Karl Deutsch- reposa en la confluencia


de flujos independientes de evidencia. El científico social prudente,
como el inversionista inteligente, debe confiar en la diversifü;ación
para magnificar su fortaleza, y superar las limitaciones de cualquier
instrumento particular. .. Para entender como funciona una instilll-
ción -y con mayor razón, cómo distintas instituciones funcionan de
manera distinta- recurrimos a una variedad de técnicas. Del antm-
pólogo y el periodista serio tomamos la técnica de la observación
de campo disciplinada y del estudio de caso. Esta inmersión afila
nuestras intuiciones y provee innumerables pistas acerca de cómo
funciona la institución y cómo se adapta a su entorno. Las ciencias
sociales nos recuerdan, sin embargo, la diferencia entre intuición y
evidencia. Las impresiones, no importa qué tan agudas, deben ser
confirmadas, y nuestras especulaciones teóricas deben disciplinarse,
con un cuidadoso conteo. Las técnicas cuantitativas pueden dar una
señal de alerta cuando nuestras impresiones, basadas en uno o dos
casos muy llamativos, son engañosas o no representativas. El análi-
sis estadístico, también importante, al permitirnos comparar mu-
chos casos diferentes al tiempo, frecuentemente revela patrones
más sutiles, pero más importantes. Como con cualquier historia de
detectives, resolver el misterio del desempeño institucional nos exi-
ge explorar el pasado. No somos histoiiadores de o ficio, y nuestros
esfuerzos en esta dirección son rudimenta1;os, pero para cualquier
análisis institucional serio las herramientas del historiador son un

121
Un gran paso en esa dirección se daría, simplemente, si se aplicaran crite-
rios uniformes de rigurosidad, y escepticismo, a todos los actores del conflic-
to. De la misma manera que, en los últimos a11os, se ha avanzado en el reco-
nocimiento de que en los organismos de seguridad del Estado hay serias in-
consistencias entre las conductas de algunos individuos y los objetivos explíci-
tos de las organizaciones a las que pertenecen, parece inapropiado no aceptar
un escenario similar para las organizaciones que actúan al margen de la ley.

158
Rebeldes y criminales

complemento necesario de los m étodos antropológicos y compor-


tamentales.122

Por último, a nivel de las recomendaciones de acción pública, es


poco lo que puede decir alguien sin mayor experiencia en el cam-
po de la política del conflicto armado colombiano. Parece perti-
nen~e simplement~, trans~i:ir tl~unas su_g~~encias hec~as por un
anahsta con vocaoon emp1nca. - La dec1s10n de negooar con los
rebeldes es claramente una decisión política que depende no tanto
de consideraciones teóricas como de la evaluación de una situación
específica. Es claro que si el aparato represivo del Estado no reac-
ciona ante ninguna actuación de los rebeldes habrá una pérdida de
confianza en tal aparato y algunos segmentos de la población bus-
carán sustitutos privados que pueden agravar el conflicto. Al res-
pecto la evidencia colombiana es abrumadora. También es cierto
que si la respuesta represiva es exagerada se pueden presentar
problemas serios de pérdida de legitimidad. El balance negocia-
ción-represión adecuado es un problema práctico, no teórico. Es
una respuesta a unas condiciones específicas. En todo caso, resulta
indispensable evitar el ambiente de intimidación alrededor de las
eventuales negociaciones. En últimas, la lucha contra los rebeldes
pór parte del Estado, más que una guerra militar es una guerra de
inteligencia. Se debe tratar de evitar que crezca el número de sim-
patizantes que puedan ser reclutados. Se debe mostrar la conve-
niencia y la superioridad de los mecanismos democráticos tanto
para tomar decisiones al interior de un grupo como para trans-
formar la sociedad. Parece sensato mantener siempre procesos de
paz en marcha, tratar de atraer a las negociaciones a los modera-
dos con tendencias democráticas, pero aplicar sin titubeos la justi-
cia penal a los más radicales, a los guerreros.
Los historiadores del crimen 124 le han dado creciente importan-
cia a la idea de que el proceso de civilización europeo estuvo muy
122
Traducción no literal de un pasaje de Putnam, Robert. Making democracy
work. Civic trnditions in Modern ltaly. Princeton: Princeton University Press,
1993.
123
Las recomendaciones que se presentan están basadas en la conferencia de
Paul Wilkinson en el Seminario sobre Violencia, Secuestro y Terrorismo or-
ganizado en la Universidad de los Andes en marzo de 1997.
124
Retomando ideas de Norbert Elias - que, al ser expuestas hace cuatro dé-
cadas parecían un despropósito pues iban en contravía de las teorías socioló-
gicas predominantes- hay una relación entre el incremento de la violencia
(continúa en la página siguiente)

159
Mauricio Rubio

atado al desarrollo del control, por parte del Estado, de los impul-
sos individuales -que podían ser violentos-. Este proceso se facili-
tó por «la transformación de la nobleza de una clase de caballeros
armados (knights), en una clase de cortesanos» 125 y por el hecho de
que los comportamientos impulsivos y violentos lentamente fueron
controlados por los tribunales de los siglos XVI y XVII. Los señores
de la guerra no abandonaron voluntariamente las armas, fueron
sometidos por la justicia.

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125
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Rebeldes y criminales

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162
La violencia política y las
dificultades de la construcción de
lo público en Colombia: una
mirada de larga duracion1
Fernán E. González*

2
En una ponencia para el VI Congreso de Antropología que reco-
gía las líneas generales de una investigación interdisciplinaria reali-
3
zada por el equipo Conflicto social y violencia del Cinep, señalaba
cómo la tendencia a la solución privada y violenta de los conflictos
podía mirarse como la contrapartida de la inexistencia o precarie-
dad de un ámbito público de solución d e las tensiones sociales. Así,
se decía que las d iferentes violencias tenían siempre un referente
político común: la no aceptación del Estado como detentador del
monopolio de la fuerza, como tercero en discordia en medio de los
conflictos de la sociedad. Esto implicaba que los límites entre lo
privado y lo público se hacían muy difusos, pues acudir a formas

1
Una versión preliminar de este artículo se publicó en Carlos FICUEROA
! BARRA (compilador), América L atina. Violencia y miseria en el crepúsculo del siglo.
México: Universidad Autónoma de Puebla y Asociación Latinoamericana d e
Sociología, Alas, 1996 .
• H istoriador político y politólogo, subdirector del Cinep y profesor d e la
Universidad de los Andes.
2 "Espacio p úblico y violencias privadas", en MyriamJIMENO (comp), Conflicto
social y violencia. Notas para una discusión, Memorias del VI Congreso de An-
tropología. Bogotá: Ican-Ifea, 1993.
3
Colombia: conflicto social y violencia, 1980-1988. Temas para una investigación,
DOCUMENTOS OCASIONALES No. 48. Bogotá: Cinep, 1988.

163
Fernán E. González

de justicia privada u organizar grupos de guerrilla o de paramilita-


res supone asumir una función pública y desconocer el monopolio
estatal de la fuerza.
A partir de esa afirmación un tanto tautológica se emprendía
una reflexión de largo plazo sobre las relaciones entre la Sociedad
y el Estado en Colombia, a partir de los procesos de poblamiento,
de configuración de las distintos tipos de cohesión social y política,
relacionadas siempre con los procesos de construcción de las insti-
tuciones nacionales y expresadas en los imaginarios políticos, des-
de los cuales se perciben, juzgan y valoran los acontecimientos de
la vida política. En esa reflexión sobre las relaciones entre Estado y
Sociedad se decía que la llamada precariedad del Estado expresaba
cierta renuencia de la sociedad para verse y sentirse expresada en y
por el Estado y se traducía en la debilidad de las instituci.6nes esta-
tales de corte moderno, como aparece en la inoperancia de la justi-
cia y la dificultad de instaurar eficazmente una carrera administra-
tiva. La contraparte de esta inoperancia es una sociedad abando-
nada a sus propias fuerzas, que solo exige la presencia del Estado
como dispensador de servicios y creador de infraestructura, pero le
niega el carácter regulador de la convivencia ciudadana y de la vida
económica de la nación.
Por ello, hablar de la inexistencia del ámbito público y de la
precariedad del Estado nos obliga a una reflexión sobre el funcio-
namiento de la sociedad donde se genera ese Estado, que lo con-
forma de cierta manera y luego se niega a verse reflejada en él: el
Estado y el régimen político no son entidades autónomas e inde-
pendientes, sino que de alguna manera responden a la sociedad
que lo conforma. Para esta reflexión, conviene acercarnos a una
mirada comparativa de nuestro proceso con relación al desarrollo
político y social de Occidente.

HACIA LA SEPARACIÓN
PÚBLICO-PRIVADO Y EL AUTOCONTROL

Según Norbert Elias, 4 el proceso civilizatorio de Occidente y el sur-


gimiento de la autoconciencia individual supone que las funciones

4
Norbert ELIAS, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psico-
genéticas (México: Fondo de Cultura económico, 1987) y La sociedad de los indi-
viduos (Barcelona: Ed. Península, 1990).

164
La violencia política y las dificultades ...

de protección y control sobre los individuos pasan de grupos en-


dógenos (clanes familiares, comunidades rurales, latifundios, gre-
mios y grupos étnicos) a ser ejecutadas por agrupaciones estatales,
de carácter urbano y centralizado. En esta transición, los individuos
salen de grupos locales y reducidos de protección, empiezan a de-
pender más de sí mismos y aumentan su movilidad social y espa-
cial. Esto afecta su seguridad básica y la cohesión interna de sus
grupos e implica una creciente separación entre lo público y lo pri-
vado, lo mismo que una progresiva diferenciación del individuo
frente a sus grupos de control: familia, clan, vecindario, grupo ét-
nico, etc.
Así, para Elias, el proceso civilizatorio se da como aspecto subje-
tivo de este proceso global de diferenciación e integración, en el
que la sociedad va perfeccionando su control sobre las condiciones
necesarias para su supervivencia y su organización interna. En ese
proceso subjetivo, van surgiendo modelos de autocontrol y auto-
rregulación cada vez más estrictos, que cubren a un mayor número
de personas y penetran en la estructura psíquica de los individuos.
Esta autorregulación se expresa, por ejemplo, en el uso generaliza-
do del reloj, que permite sincronizar y coordinar las actividades de
individuos y grupos por medio de la aceptación de una medida
común de tiempo. Lo mismo ocurre con la dimensión espacial por
medio de la obediencia a las señales de tráfico, semáforos y normas
de regulación urbana. Y con la aceptación de la necesidad de obe-
decer a la ley, como norma impersonal y objetiva, que regula la in-
teracción de los individuos. Todas estas regulaciones introyectadas
simbolizan la pertenenencia a una sociedad mayor, donde se arti-
culan las actividades individuales.
El contraste de la realidad social colombiana con los ejemplos
señalados evidenda lo lejos que estamos de aceptar estas autorre-
gulaciones y el control estatal del espacio y tiempo en el que nos
1
movemos. La impuntualidad generalizada, la no observancia de las
normas de tráfico, la permisividad frente al contrabando y la eva-
sión fiscal, la desconfianza frente a los aparatos de justicia, la ma-
nera como se urbanizaron nuestras ciudades, expresan la no acep-
tación de un espacio público al cual se articulen nuestros espacios
privados.

165
Femán E. González

5
Obviamente, como señala Nora Rabonikof, la apelación a la
dimensión pública d ista mucho de ser unívoca: inicialmente, la es-
cisión entre la d imensión pública y privada aparece vinculada a la
construcción del Estado moderno y la aparición del mercado,
cuando el poder público se consolida como algo separado de la so-
ciedad, encarnado en el Estado. Luego, gradualmente se va p asan-
do a entender lo público como lo social entendido como el conj un-
to de los individuos, que se enfrenta a los Estados autocráticos. En
la actual coyuntura de América Latina, la invocación a la esfera pú-
blica parece estar asociada con el agotamiento del modelo estado-
céntrico y la conciencia de la ingenuidad de un llamado abstracto a
la sociedad civil para buscar la creación de una esfera autónoma, es-
cenario de la participación ciudadana: allí, algunos se refieren a la
integración societal frente a la atomización producida p?r la mo-
dernización, que expresaría la necesidad de afirmar una identidad
colectiva que integre las individualidades en un movimiento ciuda-
dano a través del reconocimiento recíproco de las diferencias.
Pero tanto estas precisiones sobre la apelación a lo público co-
mo sus expresiones en la vida cotidiana nos muestran la necesidad
de un análisis concreto de las relaciones entre sociedad colombiana
y Estado: una sociedad donde no se pasa a las solidaridades abs-
t ractas, basadas en la ciudadanía, ni se introyectan formas de auto-
control, ni se dan referencias a una normatividad impersonal, y
donde la solución de la mayoría de los problemas no pasa por el
Estado. Todo ello nos obliga a acercarnos a la particularidad del
proceso colombiano de construcción del Estado, más allá de los
modelos teóricos establecidos.

EL DOMINIO
INDIRECTO DEL ESTADO COLONIAL
6
En varias de sus obras, Charles Tilly ha venido planteando la nece-
sidad de un acercamiento diferenciado a los procesos de construc-

5 Nora R.\BONIKOF, "La noción de lo público y sus problemas: notas para una
reconsideración", en REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA POLÍTICA, No. 2,
noviembre de 1993.
6 Charles T ILLY, "Cambio social y Revolución en Eu ropa, 1492-1990", en
HISTORIA SOCIAL, No.15, 1993. Para una visión más amplia del pensamien to de
T illy, cfr., Coerción, capital y Estados europeos, 990-1990. Madrid: Alianza edito-
rial, 1992.

166
La violencia política y las dificultades...

ción del Estado al mostrar que los modelos teóricos del Estado su-
puestamente moderno no son sino una abstracción de algunos de-
sarrollos históricos concretos, en particular de Francia e Inglaterra.
El proceso de estos países dio lugar a lo que Tilly denomina un Es-
tado consolidado, muy distinto de los desarrollos h istóricos de Espa-
ña y Portugal, heredados de alguna manera por Iberoamérica. No
se trataría entonces, como decíamos entonces, de que Colombia
hubiera vivido un proceso incompleto de formación de Estado-
nación sino que su evolución refleja más bien un caso particular de
dicha formación.
En los Estados plenamente consolidados, de acuerdo con este
autor, el Estado posee un dominio directo de la sociedad, a la que
controla a través de un aparato burocrático de funcionarios direc-
tamente pagados por él, un aparato de justicia impersonal y un
ejército profesional con pleno monopolio de la fuerza. Esto implica
una separación entre Estado y sociedad civil, junto con una clara
delimitación entre los ámbitos público y privado de la existencia.
En cambio, el Estado español controlaba las sociedades coloniales
indirectamente a través de la estructura de poder local y regional:
cabildos de notables locales, de hacendados, mineros y comercian-
tes, ej ercían el poder local y administraban la justicia en primera
instancia, en nombre del poder de hecho que poseían de antema-
no. Solo en una segunda instancia, la administración de justicia pa-
saba a la Real Audiencia. Tampoco había un ejército colonial en
sentido estricto, fuera de las guarniciones de Cartagena y Panamá y
la pequeña guardia virreinal, sino que el poder militar era ejercido
principalmente por milicias ciudadanas, generalmente bajo el
mando de los notables locales.7
Pero, además, desde los tiempos coloniales, las ciudades, ha-
ciendas, encomiendas y resguardos, integradas a la sociedad mayor
y al Estado colonial, coexistieron con espacios vacíos, de tierras in-
salubres y aisladas, donde el imperio español y el clero católico te-
nían una escasa presencia. Algunas de estas zonas, como las selvas
del Darién o los desiertos de la Guajira, estaban pobladas por indí-
genas bastante reacios a la soberanía española y poco dispuestos a
7
_ Sobre estos aspectos, especialmente lo relativo al fracaso de las reformas mi-
litares del período borbónico en la Nueva Granada, cfr. Allan KUETHE, Military
Reform. and Society in New Granada, 1773-1808, University of Florida Press,
1978. Existe traducción española, publicada por el Banco de la República, Bo-
gotá, 1993.

167
Fernán E. González

integrarse en la economía colonial. Otros territorios, en zonas sel-


váticas y montañosas, sobre todo en las zonas de vertiente y en los
valles interandinos, eran de d ifícil acceso y de condiciones poco sa-
ludables: se convirtieron en zonas de refugio de indios indómitos,
de mestizos reacios al control de la sociedad mayor; de blancos po-
bres, que no habían tenido acceso a la propiedad de la tierra en las
zonas integradas; de negros y mulatos, libertos o cimarrones, fuga-
dos de las minas y haciendas.
Pero este modelo de sociedad empezó a modificarse, a media-
dos del siglo XVIII, por un proceso que sigue caracterizando hasta
el día de hoy la historia colombiana, el de la colonización campesi-
na casi permanente, donde no se da ninguna regulación ni acom-
pañamiento por parte de la sociedad mayor ni del Estado, sino que
la organización de la convivencia social y ciudadana queda aban-
donada al arbitrio y libre juego de la iniciativa de personas y gru-
pos.8 Esta colonización permanente es producto de tensiones es-
tructurales de carácter secular en el agro colombiano, que están
continuamente expulsando población campesina hacia la periferia
del país, donde pronto se reproduce la misma estructura de con-
centración de la propiedad rural que forzó a la migración campesi-
na, que coexiste con la colonización de terratenientes, de carácter
tradicional o empresarial. Esta coexistencia y competencia por la
9
tierra y la mano de obra será frecuentemente conflictiva.
Además, esta colonización permanente evidencia que no es tan
omnipotente el control que las haciendas, las estructuras de poder
de los pueblos rurales y el clero católico ejercen sobre la población
rural. 10 Muestra también que, desde la segunda mitad del siglo

8
Cfr. Fernán GONZÁLEZ, "Espacios vacíos y control social a fines de la Colo-
nia", en Análisis. Conflicto social y violencia en Colombia . No. 4, DOCUMENTOS
OCASIONALES# 60. Bogotá: Cinep, 1990.
9 Fabio ZAMBRANO, "Ocupación del territorio y conflictos sociales en Colom-
bia" y José Jairo GONZÁLEZ, "Caminos de Orienle: aspectos de la colonización
contemporánea del Oriente colombiano", en Un país en construcción. Pobla-
miento, problema agrario y conflicto social, CONTROVERSIA No. 151-152. Bogotá:
Cinep, 1989.
JO Cfr. Basilio DE ÜVIEDO, Cualidades y riquezas del Nuevo R eino de Granada. Bo-
gotá: Biblioteca de Historia Nacional, 1930, págs. 255-257, y Virginia Gu-
TIÉRREZ DE PINEDA, La fam ilia en Colombia. Trasfondo histórico, vol. I. Bogotá:
Universidad Nacional, 1963. Págs.340-343. Las consecuencias políticas de estas
tendencias han sido señaladas en mi artículo "Reflexiones sobre las relaciones
entre identidad nacional, bipartidismo e Iglesia católica", V Congreso de An-
(continúa en la pági,na siguiente)

168
La violencia política y las dificultades...

XVIII, se han roto los vínculos de control y de solidaridad internas


de las comunidades rurales, campesinas o indígenas, como lo evi-
dencian los informes de Moreno y Escandón, 11 lo mismo que otros
. e
m1ormes d e 1a epoca.
, 19
-

EL PAPEL DEL BIPARTIDISMO

A mi modo de ver, esta situación fue heredada por la república


neogranadina y colombiana, cuyo sistema político bipartidista
permitió articular a los poderes locales y regionales con la nación,
al ir vinculando las solidaridades y rupturas de la sociedad con la
pertenencia a una u otra de estas especies de subculturas políticas,
que se constituyeron en dos federaciones de grupos de poderes,
respaldados por sus respectivas dientelas. 13 Pero este tipo de pode-
res de hecho coexistía con estructuras formales semejantes a las de
los Estados modernos, que debían estar en negociación pennanen-
te con los primeros.
Por esto, las diferentes bases sociales de la vida política se van a
hacer evidentes en la contraposición, antes señalada, entre coloni-
zación campesina, espontánea y aluvional, y estructura latifundista,
tradicional o empresarial. Este contraste se va a reflejar en dos ti-
pos diferentes de adscripción política y de cohesión social, que van
a tener consecuencias para las opciones violentas. 14 Una va a ser la
cohesión y jerarquía sociales en las zonas donde predominó la ha-
cienda colonial con su estructura complementaria de minifundio y

tropología, 1990.
11
Francisco Antonio MORENO Y EsCANDÓN, Indios y mestizos de la Nueva Gra-
nada a finales del siglo XVIII. Bogotá: Banco Popular, 1985.
12
La existencia de si_tuaciones semajantes en otras zonas del país está corro-
borada por los informes de Mon y Velarde para Antioquia, De Mier para la
región del Bajo Magdalena y el franciscano Palacios de la Vega para las Saba-
nas de Sucre y Córdoba. Lo mismo que por estudios más recientes como los
de Osear Almario y Eduardo Mejía sobre los orígenes del campesinado valle-
caucano y los de Francisco Zuluaga sobre clientelismo, guerrilla y bandoleris-
mo social en el valle del Patía.
13
Femán GONZÁLEZ, Claves de aproximación a la historia política colombiana
(mecanografiado, inédito).
14
Cfr. Femando GUTLLÉN MARTÍN"EZ. El poder político en Colombia (Bogotá: Ed.
Punta de Lanza, 1979) y Femán GONZÁLEZ, "Poblamiento y conflicto social en
la historia colombiana", en Territorios, regiones, sociedades (Bogotá: Univalle-
Cerec, 1994).

169
Femán E. González

mano de obra dependiente (aparceros y peones de zonas donde


fueron antes muy importantes las encomiendas y los resguardos
indígenas) y los pueblos organizados jerárquicamente, desde los
primeros años de la Colonia, en torno a los notables locales y sus
respectivas clientelas.
Así, la población dependiente de la estructura hacendataria va a
alinearse políticamente con los dueños de las haciendas, sean éstos
del partido que sean. 15 Así, peones, arrendatarios y aparceros van a
seguir a sus hacendados como soldados en las guerras civiles y co-
mo votantes en la lucha electoral. Otros campesinos serán recluta-
dos forzosamente, pero la participación en la vida de campamento
militar y en las acciones bélicas van creando luego ulteriores lazos
de cohesión social entre ellos, basados en la camaradería de la lu-
cha común. Estos lazos serán luego reforzados por la llamada ven-
ganza de sangre, que hará más o menos hereditaria la adscripción
partidaria, puesto que cada guerra civil se convertirá en la ocasión
del desquite o venganza del camarada o pariente muerto en la con-
tienda anterior. Así, se va produciendo una cadena de odios hereda-
dos, que reproducen las violencias cuando se presenta una ocasión
propicia.
Otra muy distinta es la cohesión social que se va construyendo
en las zonas de colonización campesina aluvional, proveniente de
diversas regiones del país, con diversos componentes étnicos (los
pueblos revueltos), que ocupan las vertientes cordilleranas y los valles
interandinos. En estas áreas de colonización marginal, la población
estará más disponible a nuevos discursos y mensajes políticos, cul-
turales o religiosos. Hay que notar que en las regiones de la llama-
da colonización antioqueña, se dan formas de colonización que va-
rían en el espacio y el tiempo: en las primeras etapas y regiones, se
produce un transplante de las estructuras jerarquizadas y patriarca-
les de los pueblos de origen (casi siempre del Oriente antioqueño).
Pero, en las etapas posteriores, en regiones más marginales, se
produce otro estilo de colonización más espontáneo, más libertario
y casi anarquista. En estas zonas de colonización aluvional, la parti-
cipación en las guerras civiles y contiendas electorales es de carác-
ter más voluntario y anárquico: los campesinos se reúnen bajo el

15
Para las relaciones entre hacienda y adscripción bipartidista, se puede con-
sultar a Fernando GUlLLÉN MARTÍNEZ, El poder político en Colombia. Bogotá: Ed.
Planeta Colombiana,l 996.

170
La violencia política y las dificultades ...

mando de un caudillo salido de sus filas, al margen de la estructura


de poder de la hacienda y de los pueblos consolidados. Frecuente-
mente, los dos tipos de adscripción coexisten, pero los m iembros
de uno y otro suelen mirarse con d esconfian za m u tua. 16 Esta des-
confianza es producto del tipo de articulación que el b ipartidismo
introduce entre las estructuras locales y regionales del poder y la
organización central del Estado n acion al.
Estos dos tipos de poblamiento y cohesión social se reflejan en
movilizaciones p olíticas de diversa índole: en las guerras civiles del
siglo XIX, como la de los Mil Días ( 1899-190 l ), los ejércitos más re-
gulares se van a reclutar en los altiplanos, mientras que la guerra
de guerrillas va a hacer mayor presencia en las zonas de colo niza-
ció n de las vertientes cordilleranas. También las guerrillas de la
Violencia de los años cincuenta y las actuales van a encontrar su es-
cenario privilegiado en ese tipo de región.
Pero también aparecen grupos de reales voluntarios, que se vin-
culan a la lu cha civil por motivos más ideológicos y cuya adscrip-
ción política corresponde a lazos más modernos de sociabilidad.
Estos elemen tos de política moderna van a coexistir casi desde el
comienzo de nuestra historia política con los lazos de solidaridad
tradicional antes descritos. Como anota Fabio Zambrano, desde el
comienzo de la vida republicana se presentan intentos de moviliza-
ción p olítica de grupos distintos de las elites en un estilo más mo-
derno de socialización política: en 1822, el general Santander trata
de vincular a los artesanos a la Sociedad Popular, mientras que en-
tre 1848 y 1849 se crean 120 sociedades democráticas en todo el
país para movilizar a los artesanos urbanos en respaldo de las re-
formas liberales de mediados de siglo. Pero la experiencia de la
participación de estos gru pos en el golpe militar de Melo en 1854
condujo a los dirigentes del liber alismo radical a oponerse a la or-
17
ganización y movilización popular.
Además, la existencia de otros tip os de sociabilidad política más
moderna como la masonería, los clubes y organizaciones políticas
16
El caso qu e mejor ilustra esta coexistencia es el de la guerra de los m il d ías.
Para ello, se pueden consultar las obras de Carlos Eduar doJARAMILLO, L os
guerrilleros del novecientos (Bogotá: Ed. Cer ec, 1991) y Charles BERGQUIST, Café y
Conflicto en Colombia, 1886-1910 (Medellín, Faes, 198 1).
17
Fabio ZA1v!BRANO. "El m iedo al pueblo. Contradicciones del sistema político
colombiano", en Análisis 2. Conflicto social y violencia en Colombia, DOCUMENTO
OCASlONAL No. 53. Bogotá: Cinep, 1989.

171
Fernán E. González

nos llevaron a la necesidad de superar el enfoque excesivamente


dualista entre modernidad y tradición y buscar formas intermedias
entre los dos polos. Por ej emplo, rescatar el papel de in termedia-
ción de gamonales y caciques p olíticos, estudiados por Frarn;:ois-
18
Xavier Guerra. A la vez, hay que tener en cuenta el impacto de las
reformas modernizantes inducidas desde el Estado y las élites, q ue
logran ciertos avances selectivos en la búsqueda de un mayor con-
trol directo del Estado sobre la sociedad.

IDENTIDADES POLÍTICAS EXCLUYENTES

Estos procesos de migración y cohesión social, este estilo de cons-


trucción estatal y estas articulaciones de identid ades locales y r e-
gionales con la nació n, tienen su expresión simbólica en l9s senti-
dos de pertenencia que se van creando alrededor de ellÓs. Estos
marcos de referencia o imaginarios colectivos se constituyen en un
conjunto de preconcepciones, p reintelecciones y prevaloraciones
con los cuales la población se acerca al mundo de lo político, para
determinar a quién se incluye o excluye de su comunidad o colecti-
vidad política. En general, las adscripciones bipartidistas se caracte-
rizaban por un alto grado de intolerancia mutua, que reforzaba,
desde el nivel nacional, las exclusiones en que se basaban las iden-
tidades locales y regionales.
Además, el hecho de haberse tomado la relación con la institu-
ción eclesiástica como frontera divisoria entre los partidos reforzó
el elemento pasional que ya tenían las identidades previas de carác-
ter local. Además, estas identidades se fortalecen más con las expe-
riencias de luchas compartidas en las guerras civiles, con la vida
común de campamentos y batallas, junto con los correspon d ientes
odios heredados y las venganzas de sangre, pendientes de generación
en generación.
Pero todo este conjunto de adscripciones, modernas o tradicio-
nales, confluye en socializaciones políticas maniqueas y excluyen-
tes, que definen un nos- otros, los que están adentro de n uestr o gru-
po de referencia, frente a los otros, que están afuera de nuestro
marco. En estas configuraciones se juntan identidades y solidarida-
des primarias de tipo local y regional, fruto de los procesos de co-
18
Fram;:ois-Xavier GUERRA. México: del antiguo régimen a la revolución. México:
Fondo d e Cultu ra Económico, 1988.

172
La violencia política y las dificultades.. .

Ionización antes descritos, con adhesiones más abstractas y solida-


ridades secundarias. Pero el resultado es siempre la exclusión del
otro, del d iferente : el habitante del barrio vecino, de la vereda de
enfrente, del pueblo cercano, de la región vecina, queda por fuera
de mi universo simbólico, porque no pertenece a mi comunidad
homogénea. Esta exclusión del otro en el nivel primario se refuerza
con la exclusión del otro en el nivel nacional. Todo lo cual explica
el carácter maniqueo y sectario de nuestras luchas políticas: matar
liberales no era pecado para los curas conservadores, porque el li-
beral comecuras era el o tro, por fuera de la comunidad de fieles ca-
tólicos. Y viceversa, los curas godos (españolizantes, no-patriotas)
eran enemigos del progreso y de las ideas democráticas. Pero, estas
contraposiciones permitían articular la sociedad nacional con las
solidaridades locales y regionales.

EL NO MONOPOLIO ESTATAL DE LA FUERZA

Todos estos procesos de poblamiento, organización partidista y


creación de imaginarios de pertenencia subyacen al proceso d e
formación del Estado por la vía del poder indirecto. Este dominio
indirecto del Estado implica que el poder estatal no se ejerce a tra-
vés de instituciones modernas de carácter impersonal sino median-
te la estructura de poder previamente existente en la sociedad local
o regional, basados en los lazos de cohesión previamente existentes
19
en esos ámbitos. Pero este estilo de poder dificulta la consolida-
ción del Estado nacional como detentador del monopolio de la
fuerza legítima y como espacio público general de resolución de
conflictos, lo que se expresa en la pr oclividad a la solución privada
o grupal de los problemas, frecuentemente por la vía armada. Esto
se tradu ce en 1a poca presencia política y el escaso tamaño del
Ejército Nacional, que en otros países latinoamericanos vehiculó la
unidad nacional y sirvió de elemento cohesionador de la sociedad
nacional. Esto incide en el no monopolio de la fuerza en manos del
Estado nacional, cuyo aparato militar coexiste, durante el siglo
XIX, con cuerpos de milicias regionales y grupos armados de carác-
ter privado, al servicio de hacendados y personajes importantes en
la vida local.

19
Cfr. Fernán GONZÁLEZ. Claves de aproximación a la historia política (inédito).

173
Femán E. González

En ese sentido, estas carencias del Estado nacional fueron su-


plidas por los partidos políticos tradicionales, que se construyeron
sobre la base social de las jerarquías y cohesión social previamente
existentes en las sociedades locales y regionales. Esto produjo un
reforzamiento de las identidades locales y regionales desde el nivel
de las identidades políticas nacionales: así, la identificación básica
de la población con sus grupos primarios de referencia (parentesco
nuclear o extenso, vecindario, paisanaje) se hizo más fuerte por la
adscripción a las dos subculturas políticas del liberalismo y conser-
vatismo. Estas subculturas, como federaciones de grupos de nota-
bles y comunidades de sentido, canalizaban y expresaban toda
suerte de tensiones sociales y económicas.
El análisis de este proceso de formación del Estado colombiano
muestra que los aparatos estatales no se distancian suficierrtemente
de la sociedad ni logran penetrarla por medio de una administra-
ción directa y autónoma, sino que se hace presente en el territorio
de manera indirecta, a través de los mecanismos de poder ya exis-
tentes en la sociedad, dejando por fuera a las regiones y grupos pe-
riféricos de la sociedad. Este dominio indirecto del Estado sobre la
sociedad explica el papel que los partidos tradicionales, el libera-
lismo y el conservatismo, han venido jugando en la historia política
y social de Colombia lo mismo que las dificultades que afrontan ac-
tualmente. Estos dos partidos, como dos federaciones de grupos
locales y regionales de poder, sirvieron de articuladores de locali-
dades y regiones con la nación, lo mismo que de canalizadores de
las tensiones y rupturas que se daban en esos niveles: la pertenen-
cia a uno u otro de los partidos pasaba así por la identidad local y
regional. Así, las contradicciones entre regiones y localidades veci-
nas, los conflictos _étnicos, los enfrentamientos intra e interfamilia-
res, los conflictos entre grupos de interés, las luchas de cimarrones
contra sus antiguos amos, los conflictos de resguardos indígenas
contra los terratenientes vecinos, las luchas de nuevos grupos socia-
les y generacionales por el ascenso social, las confrontaciones entre
pueblos recién fundados y los pueblos dominantes en cada región,
fueron desembocando en las adscripciones políticas excluyentes y
hereditarias que antes hemos descrito.
Así se articulaban los vínculos de solidaridad primaria y tradi-
cional, basados en el parentesco, vecindario, compadrazgo, etc, con
los vínculos más abstractos de la ciudadanía y la nación. Pero este
estilo de articulación se muestra cada vez más incapaz de expresar
las tensiones y conflictos de nuevos grupos y regiones: en el pasa-

174
La violencia política y las dificultades...

do, fracciones del liberalismo lograron expresar esos intereses. Pe-


ro, a partir de los años veinte, empiezan a aparecer luchas sociales
y movimientos sociales, en las ciudades y los campos, al margen del
bipartidismo. Sin embargo, esta articulación, desde arriba hacia
abajo, funcionó, aunque con problemas, d urante todo el siglo XIX
20
y la primera mitad del siglo XX. Es más, donde persiste la cohe-
sión social interna de los poderes locales y regionales y su control
sobre la sociedad, no se producen altos niveles de violencia en los
años cincuenta, porque estos poderes suplen al Estado. La violen-
cia generalizada estalla cuando se combinan crisis en la estructura
nacional de poder con tensiones en las estructuras regionales y lo-
cales, a través de las cuales se presenta el dominio indirecto del Es-
tado sobre la sociedad.

LOS PROBLEMAS DEL


DOMINIO INDIRECTO DEL ESTADO

Este estilo de presencia indirecta permitía que este Estado fuera re-
lativamente barato, y que respondiera bastante bien a la escasez de
recursos fiscales del país, que nunca tuvo una gran articulación al
mercado mundial, ni grandes booms de exportaciones, que pudie-
ran configurarlo como un Estado rentista: nunca hubo demasiado
oro ni plata, ni guano, cobre, petróleo, trigo o carne de exporta-
ción, así que la debilidad del Estado respondía a su pobreza fiscal.
Por otra parte, el Estado colombiano tampoco tuvo que afrontar
las grandes movilizaciones de corte populista, ni grandes migracio-
nes europeas, ni poderosos movimientos sindicales de corte anar-
quista, ni la ampliación de las capas medias, que caracterizaron a
otros países.
Por ello, no se produce una masiva ampliación de la ciudadanía,
ni grandes presiones de las masas populares y de las clases medias
sobre el gasto público, lo que permite un manejo bastante ortodo-
xo de la economía, sin grandes presiones inflacionarias. Además, la
falta de un movimiento populista de carácter inclusionario hizo in-
necesarias las intervenciones militares en la vida política: la vida po-
lítica colombiana se caracteriza por la casi total ausencia de dicta-

20Cfr, Fernán G ONZÁLEZ. "Aproximación a la historia política colombiana", en


Un país en construcción, vol JI, Estado, instituciones y cultura política, CONTRO-
VERSIA No. 153-154. Bogotá: Cinep, 1989 (reproducido en Para leer la política.
Bogotá: Cinep, 1997).

175
Femán E. González

duras militares (excepto un corto período en el siglo XIX y la dic-


tadura del general Rojas Finilla entre 1953-1957, que fue, durante
la mayor parte de su período, instrumentalizada por sectores de los
partidos tradicionales).
Consiguientemente, tampoco se configura un Estado interven-
cionista e industrializador, ni tampoco un Estado de bienestar de
amplia cobertura: por lo tanto, tampoco hay una gran ampliación
de una burocracia estatal que produjera un aumento de las capas
medias. Por todo ello, la fragmentación existente del poder y de la
riqueza, que se da en la sociedad civil, la no aparición de un mer-
cado nacional que integrara las diversas economías regionales y la
escasez de recursos fiscales se refleja en la llamada precariedad del
Estado.
Tampoco se produce la aparición de una administración pública
por encima de los intereses particulares y partidistas, ni un aparato
de justicia, objetivo e impersonal, por encima de los grupos de po-
deres privados y grupales. El resultado de este proceso se expresa
en la imposibilidad de separar claramente los ámbitos público y
privado, y en la dificultad para estructurar instituciones estatales de
carácter moderno, lo mismo que para realizar las reformas necesa-
rias para responder adecuadamente a los cambios de la sociedad
colombiana.
El problema de este tipo de presencia del Estado en la sociedad
es que se basa, esencialmente, en la no distinción entre los ámbitos
privado y público, que se refleja en la proclividad de la sociedad co-
lombiana a la búsqueda de soluciones privadas a los conflictos. Por
ello, para autores como Daniel Pécaut, la violencia colombiana tie-
ne menos que ver con los abusos de un Estado omnipotente y om-
nipresente, y mucho más que ver con los espacios vacíos que deja
el Estado en la sociedad, que queda así abandonada a sus propias
fuerzas. En ese sentido, este autor señala que el Estado colombiano
sigue manteniendo rasgos del siglo XIX, al no estar suficientemen-
te emancipado de las redes de poder privado de la sociedad civil.2 1

21
Daniel Pécaut. Crónica de dos décadas de política colombiana, 1968-1 988. Bogo-
tá: Ed. Siglo XXI, 1988. Págs. 22-23.

176
La violencia política y las dificultades...

LA DIFICULTAD DE
EXPRESAR NUEVOS GRUPOS Y PODERES

Por esta carencia de la dimensión pública y esta presencia indirecta


del Estado, además del aspecto referente al poblamiento, las vio-
lencias colombianas tienen que ver con la dificultad esencial de es-
te modelo para integrar y articular los micropoderes y microsociedades -
en proceso de formación- de las regiones de colonización, con la sociedad
mayor y el Estado, dado que éstos hacen presencia en esas regiones
indirectamente, a través de las jerarquías sociales existentes, articu-
ladas en el bipartidismo. La misma dificultad existe para expresar
en el nivel simbólico, la pertenencia de estas microsociedades al
conjunto de la nación, puesto que se consolidan por Juera del sis-
tema bipartidista: lo que está afuera es criminalizado y reprimido.
El ·macartismo anticomunista refuerza el sectarismo excluyente,
propio de la cultura política bipartidista.
Así, el final de las violencias del año cincuenta y el tránsito a
otras formas más ideologizadas de lucha guerrillera muestra la cre-
ciente incapacidad del sistema político bipartidista para coexistir
con grupos locales de poder que escapan a su ámbito de poder.
Las políticas encaminadas a la reinserción de los guerrilleros y la
rehabilitación de las zonas de conflicto de los años cincuenta eran
22
de alcance muy limitado, como muestra Gonzalo Sánchez. Ade-
más, tendían a concentrarse en las zonas controladas por el bipar-
tidismo: incluso en ocasiones, como aparece en uno de los relatos
de Alfredo Molano, 23 beneficiaban más a los amigos de los jefes po-
líticos que a los propios exguerrilleros liberales. Por su parte, las
autodefensas influenciadas por el partido comunista empiezan a
evolucionar hacia formas de poder local por fuera del bipartidis-
mo, que son crirninalizadas como repúblicas independientes por polí-
ticos consen,adores y las fuerzas armadas. La incapacidad del ré-
gimen político para asimilar fuerzas políticas de carácter local, con
una base social de colonos campesinos de zonas periféricos, junto
con el trabajo ideológico de activistas del partido comunista, da lu-
gar al surgimiento de las Farc. 24

22
Gonzalo SANCHEZ. "Rehabilitación y Violencia bajo el Frente Nacional", e n
ANÁLISIS POLÍTICO, No. 4, mayo-agosto de 1988.
23
Alfredo MOLANO. "Vida del capitán Bernardo Giraldo" , en Siguiendo el Cor-
te. Relatos de guerras y tierras. Bogotá: El Áncora editores, 1989. Págs. 111-113.
24
José Jairo GONZÁLEZ. El estigma de las Repúblicas Independientes, 1955-1965.
(continúa en la página siguiente)

177
Femán E. Conzález

Por otra parte, los acelerados cambios de la sociedad colombia-


na producen un debilitamiento del monopolio que los partidos po-
líticos tradicionales y la Iglesia católica tenían sobre la vida cultural
del país. Para ello se combinan factores internos como la rápida
urbanización, la ampliación de las capas medias, el aumento de la
cobertura educativa, el cambio del rol de la mujer en la sociedad y
la acelerada secularización de la sociedad con factores externos
como el influjo de las revoluciones del Tercer Mundo
(especialmente la cubana), la mayor presencia de las masas popula-
res en la escena política, la mayor apertura del país a las corrientes
del pensamiento mundial, el influjo de las varias tendencias del
marxismo y los cambios internos de la Iglesia católica.
Todos estos cambios fueron haciendo obsoletos los marcos ins-
titucionales por medio de los cuales el país solía expres~ty canali-
zar los conflictos y tensiones de la sociedad.25 Según Daniel Pé-
caut26 y Jorge Orlando Melo,27 los cambios sociales, culturales y
económicos de estos años contribuyeron a debilitar las redes de so-
lidaridad tradicional y los correspondientes mecanismos de suje-
ción individual, pero sin construir nuevos mecanismos de convi-
vencia, ni tampoco nuevas formas de legitimidad social.
En este contexto de cambios profundos, se presenta la radicali-
zación de los movimientos obrero, estudiantil y campesino. El in-
flujo de la revolución cubana es muy fuerte en las capas medias ur-
banas y en la juventud estudiantil, cuyas perspectivas de integra-
ción al aparato productivo y al sistema político no son muy claras:
surge allí una nueva intelligentsia, influida por las varias líneas del
marxismo y de las ciencias sociales, lo que muestra la pérdida del

Espacios de exclusión (Bogotá: Cinep, 1992) y Eduardo PlZARRO LEONGÓMEZ, Las


Farc ( 1949-1966). De la autodefensa a ta combinación de todas las formas de lucha
(Bogotá, Ed. Tercer Mundo e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones In-
ternacionales, U.Nacional, 1991).
25
Fernán GONZÁLEZ. "Tradición y Modernidad en la política colombiana", en
Violencia en la Región Andina. El caso Colombia. Bogotá: Cinep y Apep, 1993.
26 Daniel PÉCAlIT. "Modernidad, modernización y cultura", en GACETA, Insti-
tuto Colombiano de Cultura, Colcultura, # 8, agosto-septiembre de 1990.
28
Jorge Orlando MELO. "Algunas consideraciones globales sobre modernidad y
modernización en el caso colombiano", en ANÁLlSIS POLÍTICO No. 10, mayo-
agosto 1990.

178
La violencia política y las dificultades...

monopolio que ejercían los partidos tradicionales y la Iglesia católi-


ca sobre la vida cultural e intelectual del país. 28
Por otra parte, los problemas sociales, tanto en las ciudades
como en el campo, seguían configurando un caldo de cultivo para
las opciones violentas. En ese sen tido, las limitaciones de la refor-
ma agraria oficial y la criminalización de la protesta campesina
acentuaron el divorcio entre movimientos sociales y partidos políti-
cos tradicionales. Además, este divorcio fue profundizado por la
presencia de variados movimientos de izquierda, interesados en la
radicalización del movimiento campesino. Así, la instrumentaliza-
ción de los movimientos sociales (sindicalismo, movimiento estu-
diantil, movimientos barriales, cívicos y populares), al servicio de la
opción armada, también influyó en la criminalización de la protesta
social y en la lectura complotista de la movilización social.
Esa instrumentalización de los movimientos sociales por la iz-
quierda armada, junto con problemas internos, impidió la consoli-
dación de una fuerza democrática de izquierda, que canalizara el
descontento creciente tanto de las masas populares de la ciudad y
del campo como de las capas medias urbanas y articulara a los sec-
tores descontentos con el bipartidismo, que comenzaron a prolife-
rar en los años sesenta entre intelectuales, sectores medios y gru-
pos populares. Por otra parte, la criminalización del descontento
social, leído desde el enfoque complotista, llevó a la respuesta me-
ramente represiva por parte de los organismos del Estado. Todo lo
cual hace que los grupos radicalizados perciban al sistema político
como cerrado y como agotadas las vías democráticas de reforma
del Estado, lo que condujo a muchos de estos disidentes a la op-
ción armada.
Esta opción se veía favorecida por la escasa presencia estatal en
vastos territorios del país (o, su estilo indirecto de presen cia, a tra-
vés de las estructuras locales de poder, todavía en formación) y por
la existencia de una tradición de lucha guerrillera, presente en
numerosos grupos sociales y antiguos j efes guerrilleros de los años
cincuenta, no plenamente insertos en el sistema bipartidista del
Frente Nacional. Esto era muy visible en las zonas de colonización,
adonde seguían llegando campesinos expulsados por las tensiones
del agro y la violencia anterior. Sobre todo, cuando desaparecen el

28
Fabio LóPEZ DE LA Rocm:. Izquierdas y cultura política. Wposición alternativa?
Bogotá: Cinep, 1994.

179
Fernán E. González

Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, y la Alianza Nacional


Popular, Anapo, movimientos de oposición, que de alguna manera
canalizaban y articulaban políticamente este descontento social.
Así surgen el ELN en 1965 y el EPL en 1967: en el ELN conflu-
yen nuevos actores sociales, salidos de los radicalizados movimien-
tos estudiantil y sindical, influidos por el foquismo castrista, con los
viejos protagonistas de los conflictos rurales del Magdalena medio
santandereano, resultantes de un proceso aluvional y heterogéneo
de colonización campesina, de diverso origen étnico o regional.29
El proceso de surgimiento del EPL muestra algunas similitudes,
con las naturales d iferencias regionales: surge en las regiones del
Alto Sinú y Alto San Jorge, como brazo armado del Partido Comu-
nista Marxista Leninista, de inspiración maoísta, cuyos ,cuadros
I
proceden de clases medias urbanas, muchos de ellos de origen an-
tioqueño.30 Estos cuadros urbanos se encuentra con núcleos de
exguerrilleros liberales de los años cincuenta, que habían sido lide-
rados por Julio Guerra. Estos exguerrilleros no habían logrado in-
sertarse plenamente en el sistema bipartidista y seguían motivados
por el sentimiento de retaliación producido por la violencia ante-
rior: venían huyendo de la represión de los gobiernos conservado-
res de entonces y llegaron a colonizar las selvas limítrofes entre los
departamentos de Córdoba y Antioquia. 31 Otros guerrilleros de es-
te grupo provenían de una movilización social más reciente, pues
habían sido líderes de las luchas campesinas de esas regiones, en
los primeros años de la Asociación Nacional de Usuarios Campesi-
nos, Anuc, entre 1969 y 1973.
La existencia de estas bases sociales de la guerrilla, tanto en es-
tas zonas como en las de colonización campesina donde las Farc
tienen presencia, hace que la violencia guerrillera no pueda redu-

29
Alejo VARGAS. Colonización y conflicto armado . El Magdalena Medio santande-
reano. Bogotá: Cinep, 1992.
3
° Claudia STElNER y Gerard Mt\RTIN. "El EPL: reinserción política y social" , en
CUADERNOS PARA LA DEMOCRACIA, No. 3 , julio de 1991, y María Victoria URIBE,
"Apuntes para una sociología del proceso de reinserción del EPL" en La paz:
más allá de la guerra, DOCUMENTOS OCASIONALES # 68. Bogotá: Cinep, septiem-
bre de 1991 y Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El regreso del EPL a la vida civil,
COLECCIÓN PAPELES DE PAZ, Cinep, 1994.
31
Mauricio ROMERO, Poblamiento, conflicto Social y violencia política en el Caribe
colombiano, 1950~1986. Estudio de caso sobre el departamento de Córdoba (inédito,
copia mecanografiada).

180
La violencia política y las dificultades...

cirse a una dimensión exclusivamente militar. Y, mucho menos, a


formas de delincuencia organizada, así muchas de sus actividades
de financiamiento (secuestros, apoyo a narcocultivos, robo de ga-
nado) manifiesten tendencias hacia ella. En muchas zonas, los gru-
pos guerrilleros suplen la ausencia manifiesta de las autoridades es-
tatales, delimitando linderos, protegiendo la posesión precaria de
los colonos campesinos, dirimiendo los conflictos familiares y veci-
nales, e imponiendo normas de convivencia social. 32 Por ello tienen
cierto ámbito de poder en el ámbito local, que compite con los
gamonales y caciques locales, pero el hecho de que su presencia
sea tan dispersa y periférica limita mucho su capacidad de expre-
sarse políticamente.
Pero, en estos años se producen cambios en el actuar y en la na-
turaleza de la lucha guerrillera: las guerrillas van dejando de mo-
verse solo en las zonas de colonización más o menos periférica y se
encaminan más al control de zonas con recursos económicos, 33
tanto mineros (petróleo, oro, carbón y ferroníquel) como ganadero
y agrario (zona bananera de Urabá, palma africana), llegando a ex-
pandir su presencia en zonas deprimidas del campesinado andino
e incluso en las zonas cafeteras, aprovechando la crisis del grano.
El acceso a los recursos del petróleo, a la vacuna y al secuestro de
ganaderos y empresarios agrícolas, la vinculación al negocio de la
cocaína y heroína, y otras fuentes de financiación, han ido permi-
tiendo un aumento progresivo de frentes y combatientes. Pero, al
mismo tiempo, han venido desdibujando la frontera entre la vio-
lencia política y la no política34 y cambiando la naturaleza de la re-
lación entre actores armados y población civil. La necesidad de
mantener el control territorial, frente a otros actores armados, se-
an militares o paramilitares, ha llevado a la guerrilla a adoptar me-
didas de coerción y retaliación sobre la población civil, que cada
vez más la distancian de ella. 35

32
Cfr. los diversos libros sobre zonas de colonización de Alfredo MOLANO.
33
_Daniel PF.CAUT, Present, passé, futur de la violence (mecanografiado).
34
Daniel PF.CAUT, "De la Vio lencia banalizada al terrorismo", en prensa
(próximo a aparecer en la revista CONTROVERSIA).
35
Cfr. los testimonios de los desplazados en Urabá, recogidos por Carlos Al-
berto G !RALDO, Urabá, acaban de sentenciar tu destierro. Conflicto armado y despla-
zados en Colombia. Bogotá: Cinep, 1997.

181
Femán E. González

Todos estos procesos rurales se dan en un contexto de éxodo


masivo del campo a la ciudad, que se inician en los años veinte del
presente siglo y se profundizan con los procesos de la Violencia de
los años cincuenta. Incluso, los procesos de la segunda ola del mo-
vimento guerrillero inciden no poco en la aceleración de los proce-
sos migratorios hacia las ciudades y la consiguiente metropoliza-
ción de las principales ciudades del país. Esto va a incidir en las
modificaciones de los marcos de referencia de los pobladores y en
la descomposición y recomposición del llamado tejido social de las
ciudades grandes e intermedias, donde se va creando un clima
proclive a otro tipo de violencia.

LA MIGRACIÓN
ALUVIONAL A LAS CIUDADES I '

Un conjunto similar de problemas se presenta, cuando las mismas


condiciones estructurales del agro colombiano, reforzadas por las
violencias rurales de los años cincuenta y de las décadas recientes,
producen un aceleramiento de la migración campesina a las ciuda-
des grandes e intermedias, cuya capacidad de infrastructura y ser-
vicios públicos queda rebasada por la población creciente.
Inicialmente, esta población migrante reproduce los sistemas in-
ternos de cohesión social y de relación clientelista con los partidos
tradicionales y la burocracia del Estado. Pero las siguientes genera-
ciones, más socializadas en la vida urbana y más debilitados sus
vínculos de cohesión interna y de relación con el sistema clientelis-
ta de los partidos, se encuentran más disponibles a nuevos discur-
sos, políticos o religiosos.36 Sobre todo, cuando la población de los
barrios no tiene homogeneidad social o regional, sino que es pro-
ducto de olas diferentes de migración. Y, cuando las transforma-
ciones de las ciudades y la crisis económica de algunos sectores
produce un deterioro constante de las condiciones de vida de sus
barrios y un debilitamiento de los lazos tradicionales o modernos,
que constituían el llamado tejido social.
En estos barrios, donde el tejido social se está apenas constru-
yendo o se está ya debilitando, los diversos grupos o pandillas ju-
veniles (que expresan los primeros pasos de una socialización inci-

36
Alfonso TORRES. La ciudad en la sombra. Barrios y luchas populares en Bogotá,
1950-1977. Bogotá: Cinep, 1993.

182
La violencia política y las dificultades ...

piente) pueden servir de espacios de reclutamiento para las guerri-


37
llas, rural o urbana, y para las bandas armadas del narcotráfico.
O , para formas de delincuencia común, pequeña o mediana, y, de
manera correspondiente, para el reclutamiento de grupos de vigi-
lantes o milicianos populares, que responden, desde la sociedad civil
en formación, a los grupos anteriores. O, más simplemente, las
nuevas formas sociales y culturales de estos grupos pueden resultar
incomprendid,:1s para las generaciones más viejas.
Por todo esto, los grupos juveniles son fácilmente criminaliza-
dos y señalados como los otros, distintos de y ajenos a la sociedad
mayor, lo que los hace las víctimas principales de formas de limpie-
za social, por parte de la policía o de grupos privados de autodefen-
sa barrial, muchas veces con la complicidad o apoyo de los grupos
dominantes de los mismos barrios. También son frecuentemente
víctimas de los enfrentamientos entre grupos de delincuencia co-
mún y de éstos con la policía.38 Estos problemas se agravan en el
caso de la migración de campesinos y pobladores desplazados por
las actuales violencias: estos pobladores se refugian en ciudades in-
termedias, cuyas condiciones no les permiten asimilarlos en térmi-
nos de oportunidades de trabajo ni de prestación de servicios.
Estos factores y tendencias a la violencia se profundizan recien-
temente con la presencia del narcotráfico: la precariedad del Estado
y la crisis de los marcos institucionales que suplían a éste, eviden-
cian una fragmentación y difusión del poder en la sociedad, cuyo
tejido social es un amasijo contradictorio de poderes privados.
Ambas, la fragmentación del poder y la precariedad de la presencia
estatal, van a facilitar la inserción social y política de poderes pri-
vados de nuevo cuño, como los carteles de la droga y los paramili-
tares de derecha, que distan mucho de ser grupos internamente
homogéneos, pero que se mueven en la misma dinámica de pode-
res privados fragmentarios. La competencia por el poder local en
zonas periféricas explica muchos enfrentamientos de estos grupos
con las guerrillas, lo mismo que la guerra sucia contra las supuestas
o reales bases sociales de la guerrilla. En estos enfrentamientos in-

37
El caso de Medellín ha sido estudiado e n varios trabajos por Alonso
SALAZAR y Ana MaríajARAMILLO, d e la corporación Región. El Cinep ha publi-
cado el libro de ambos, Las subculturas del narcotráfico. Medellín y Bogotá: Ci-
n ep, 1992.
38
Carlos ROJAS. La violencia llamada limpieza social. Bogotá: Cinep, 1994 .

183
Fernán E. González

tervienen también autoridades del orden local, formales o informa-


les, lo mismo que algunos de los mandos de la fuerzas de seguridad
del mismo ámbito. En este espacio de poder local, aparece también
la acción de las guerrillas sobre las autoridades locales de sus zonas
de influencia, donde tratan de ejercer una especie de veeduría so-
bre la administración pública y el gasto social.
39
Según Francisco Thoumi, la principal ventaja comparativa de
Colombia para la inserción económica, social y política del narco-
tráfico tiene que ver con el debilitamiento del Estado, la creciente
ilegitimidad del régimen político y la precariedad del control esta-
tal sobre varias zonas del país, junto con los altos niveles de violen-
cia, que redujeron implícitamente el valor de la vida humana y pro-
fundizaron la proclividad de los colombianos para recurrir a la vio-
lencia para resolver sus conflictos. Además, opina Thoumi, él efec-
to más importante del narcotráfico en la economía colombiana fue
su efecto catalizador que condujo a un mayor desprecio por la ley y
las normas sociales y produjo un clima de rápido enriquecimiento,
lo que lleva a aumentar el clima proclive a la violencia de todo gé-
nero.
Este clima se hizo visible en los barrios periféricos de las ciuda-
des, como las comunas nororientales de Medellín, donde el narco-
tráfico reclutaba sicarios y agentes, lo que producía un auge de la
delincuencia común, la consiguiente formación de grupos de auto-
defensa barrial y la corrupción de los cuerpos policiales, que eran
percibidos como otro grupo involucrado en esos conflictos, nunca
como una fuerza legítima por encima de ellos.
El resultado de esta combinación de conflictos de tan diversa
índole, donde se combinan nuevos y viejos actores, es la crecienle
autonomía y difusión de las formas violentas: la guerra pierde la racio-
nalidad de medio político para convertirse en un a mezcla inextri-
cable de protagonistas declarados y ejecutantes oficiosos, que com-
binan objetivos políticos y militares con fines económicos y socia-
les, lo mismo que iniciativas individuales con acciones colectivas y
luchas en el ámbito nacional con enfrentamientos de carácter re-
gional y local.40

39
Francisco Thoumi, Economía política y narcotráfico. Bogotá: Tercer Mundo
editores, 1994, especialmente las pp. 177-179 y 259-260.
40
Daniel Pécaut, Crónica de dos décadas..., op. cit., págs. 32-33.

18 4
La violencia política y las dificultades...

Además, en una etapa ulterior, estas apelaciones a la violencia


por motivos políticos, económicos y sociales se difunden por todo
el tejido de la sociedad colombiana: la violencia se convierte así en
el mecanismo de solución de conflictos privados y grupales. Pro-
blemas de notas escolares, enfrentamientos en el tráfico vehicular,
problemas entre vecinos, peleas entre borrachos, tienden a resol-
verse por la vía armada, porque no existe la referencia común al
Estado como espacio público de resolución de los conflictos.

185
¿Ciudadanos en armas?
Francisco Gutiérrez Sanín •

Llevo el hierro en las manos,


porque en el cuello me pesa
f '
Epifanio Mejía

Difícilmente se podrá encontrar un período de la historia de Co-


lombia en el que la figura del ciudadano haya adquirido mayor re-
levancia que en el inmediatamente anterior y posterior a la Consti-
tución de 1991. La ciudadanía se presentó entonces como una
construcción social asociada a dos motivos fundamentales (y fun-
dacionales): como dique de contención a la expansión de la violen-
cia, y como emancipación de la vieja política ( o de la política tout
court).
La vitalidad de uno y otro motivo tuvo seguramente que ver con
la plasticidad semántica de lo civil ( o, alternativarnente, de lo cívico
o lo ciudadano). Se trata de una palabra que, por ejemplo, pasa
por antónimo de lo militar (sociedad civil como aquella no involu-
crada en el conflicto armado). Pero también representa, como en
la tradición gramsciana, un espacio diferenciado de la política
(sociedad civil como la contraparte de la sociedad política). Por
ello, se pudo preservar la connotación de lo ciudadano como reno-

Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de


la Universidad Nacional. El artículo presenta algunos resultados de investiga-
ción del proyecto 'Justicia, ciudadanía y oligopolio de las armas", cofinancia-
do por Colciencias. Agradezco a César Rocha, a José Joaquín Bayona de la
Universidad del Valle y a Hemando Roldán y demás colegas del IPC de Mede-
llín, sin cuyo invaluable aporte no hubiera sido posible adelantar la investiga-
ción. Naturalmente, las ideas expresadas aquí sólo me comprometen a mí.

186
¿Ciudadanos en armas?

vador, a la vez no clientelista y no violento (Gutiérrez, 1996; Fals


Borda, 1996).
El diseño, con todo su valor, no estaba exento de riesgos. Si
después de Rousseau y de la revolución americana las constitucio-
nes han pasado de ser pactos de paz a manifiestos de la voluntad gene-
ral (Holmes, 1988), la colombiana es una compleja combinación de
ambos aspectos. El puente que unía uno y otro y subsanaba sus po-
sibles incompatibilidades era la imagen de una sociedad civil, o de
ciudadanos, linealmente separable de los actores violentos; se tra-
1
taba de dos mundos, para usar la expresión dickensiana. Sólo en esa
medida el pacto de paz coincidía precisamente con la voluntad -o
el clamor- general (dar fin a la guerra). Pero la separabilidad lineal
entre lo cívico y lo violento constituye un supuesto eminentemente
discutible (como lo subraya, entre otras cosas, el creciente desen-
canto de una porción de la intelectualidad con categorías como so-
ciedad civil). Por cierto, tradiciones muy largas - tanto en el sentido
temporal como en el espacial- privilegian la figura del ciudadano
armado (Maquiavelo, 1991; Bookchin, 1995 ), cuya función militar
no sólo es el cimiento sobre el que reposa la república sino la fuen-
te principal de virtudes cívicas, comenzando por aquella central e
imprescindible del amor a la libertad.2 A la república, para Ma-
quiavelo, la defienden ciudadanos en armas; al despotismo, mer-
cenarios. La vinculación lógica voluntariado militar de los ciudada-
nos-solidez de la república obliga en las dos direcciones. Sólo hom-
bres libres, educados en la soberbia independencia de la autono-
mía, son capaces de comprender el valor fundacional de la libertad
como bien público que supone a todos los demás. Y sólo la repú-
blica puede delegar la fuerza sin temores. El pueblo en armas es la
síntesis republicana de deber y derecho, de resultado y prerrequisi-
to de la educación cívica. La frugalidad del campamento no es una
negación de la república y de la libertad; antes la supone. No sobra
recordar que estas tradiciones anidaron con particular fuerza en
nuestro país. La expansión de la ciudadanía en sus dos procesos

1
María Eugenia Querubín lo plantea en estos términos: «Si entendemos ciu-
dadanía como la capacidad que tiene una persona de construir, con otros, el
orden social que él mismo quiere vivir, cumplir y proteger parn la dignidad de
todos, es claro que ni el proyecto de nación, ni el de productividad ni el de
ciudadanía pueden desligarse del proyecto de convivencia social» (en Sanín,
Díaz y Borda, 1997, p. 159).
2
Y a esto hace alusión el epígrafe de don Epifanio Mejía.

187
.Francisco Gutiérrez

constitutivos -la sucesiva incorporación de más y más capas socia-


les a nuevos derechos y titularidades (Marshall, 1965) y la forma-
ción en un conjunto de virtudes y responsabilidades (Bookchin,
1995; Jaeger, 1994)- estuvo íntimamente vinculada a instituciones
corno las guardias nacionales y a eventos como las guerras civiles. 3
De hecho, la cultura material de la guerra estuvo durante largos
períodos asociada a una poderosa imaginería cívica, en donde ob-
jetos como el sable simbolizaban el honor y la valentía; el cuchillo,
el disimulo y la traición (impropios de un ciudadano,); 4 y el látigo,
la emancipación o el desorden social (Gutiérrez, 1995). Como he-
rencia en tono menor de esta sobrecarga de sentido, hoy miles de
colombianos salen el 20 de julio a las calles a presenciar el desfile
de las armas de la república, sacralizadas como patrimonio de la
democracia (y no como instrumentos de destrucción y muerh,).
Si la separación lineal entre lo violento y lo cívico es imposible,
corno acabo de sugerir, entonces no sólo tenemos una clave de ex-
plicación para entender algunas de las dificultades de los diseños
constitucionales del 91, sino que aden1ás aparecen diversos argu-
mentos para polemizar con interpretaciones tales como las de la
existencia de una cultura del terror que en Colombia se articularía
lógicamente con una versión lropical del mundo hobbesiano
(Taussig, citado en Suárez Orozco, 1992). Por el contrario, una par-
te muy significativa de nuestra violencia contemporánea, tanto en
su factualidad como en su génesis, está asociada a configuraciones
sociales que muestran claras regularidades e importantes niveles de
institucionalización (Uribe, 1997), y que por consiguiente ni se
pueden reducir a la simple anarquía ni se pueden caracterizar co-
3
Un buen ejemplo son las promesas de emancipación a los esclavos negros
que participaran en uno u otro bando. Por eso es que nuestras guerras deci-
monónicas, aunque carentes en su mayoría de propósitos y discursos sociales,
tuvieron en cambio grandes efectos sociales.
4
Por eso tuvo tanta resonancia el célebre voto de Mariano Ospina Rodríguez
por José Hilario López en 1849. Al decir que se inclinaba por el candidato li-
beral para que no lo acuchillaran, retrataba una chusma cercana al mundo de
lo natural y carente de las virtudes mínimas (responsabilidad, respeto a lama-
jestad de las instituciones republicanas) para acceder a la condición de ciuda-
dano, tema en el que después insistiría el periódico "La Civilización". Lapo-
tencia evocadora de la metáfora moral del cuchillo queda resaltada por el he-
cho de que los artesanos también la pusieran en primer lugar en su repertorio
argumental en contra del mismo Ospina: aprovechando la condición de cons-
pirador septembrino de éste, lo pintaron como un siniestro parricida armado
de un cuchillo.

188
¿ciudadanos en armas?

mo estrictamente hobbesianas. En particular, algunos actores violen-


tos cifran su apuesta sobre valores (pro to )cívicos, en el crucial do-
ble sentido al que me referí en el párrafo anterior. Por una parte,
la violencia y el terror aparecen como recursos que permiten suce~
sivas y rápidas incorporaciones, como un atajo eficaz para obtener
reconocimiento y bienestar que de otra forma serían inalcanzables.
Es decir, la expansión de titularidades y derechos a través del chan-
taje, una modalidad que sin duda hubiera sorprendido a Marshall.
Típicamente, el chantaje permite -en realidad obliga a- estar al
mismo tiempo adentro y afuera. Por otro lado, la violencia se pone
al servicio de una pedagogía moralizadora:

[ ... ] de un tiempo para acá que entré a trabajar con la organiza-


ción me gustaron mucho los festivales, hermano, por ejemplo
cuando hubo un feliz fin de semana cultural, ahí con papayeras, en
todo el día concursos de los niños en bicicletas, en costales con un
juego por aquí engrasando un plástico y los niños todo el que lle-
gue al que no se caiga, todos entusiasmados, todo es hermano es lo
más rico, ahí es donde uno pilla la sonrisa de toda la gente, por
ejemplo los viejitos jugando por allá dominó y cartas, tomando
guarito por allá, las vi~jitas molestando y haciendo el sancocho. Si
me entiende hermano, eso para mi qué nota[ ... ]

Quien crea que tales discursos implican una buena dosis de ci-
nismo, e1 silenciamiento de la voz de las víctimas o una pastoraliza-
ción de las prácticas violentas, con seguridad tiene razón. Pero, a
menos de que esté cegado por el horror (sentimiento legítimo, si lo
hay) no dejará de notar esta inflexión de (f,roto)ciudadanos y pedago-
gos en armas, que quisiera mirarse a sí misma parcial o principal-
mente como una policía cívica. «Nos otros vinimos en plan de segu-
ridad y trabajo social)), afirma un miliciano de Cali, y éste enuncia-
do es un excelente resumen de múltiples prácticas armadas dentro
del Estado (los frentes de seguridad propiciados por la policía en
las grandes ciudades, por ejemplo) y fuera de él.
En este artículo, exploraré brevemente -apoyándome ante todo
en entrevistas a profundidad a milicianos y guerrilleros de Bogotá,
Medellín y Cali, y en el registro de eventos como juicios, debates y
conciliaciones protagonizados por tales actores- algunos de los
perfiles de esta eventual (proto)ciudadanía en armas. No pretendo
que las prácticas y discursos descritos aquí sean únicos ni que estén
generalizados, a pesar de que parece haber evidencias de que sí lo
están; me basta con mostrar que la violencia extra y paraestatal

189
Francisco Gutiérrez

puede afirmarse en discursos afines a los de una policía cívica, y


que esto habla elocuentemente acerca del carácter de la construc-
ción y la naturaleza de cualquier forma de ciudadanía posible en
nuestro país. En la primera parte discuto algunas nociones de vir-
tud y territorio que están íntimamente relacionadas con las funcio-
nes de policía cívica. Los entrevistados, con pocas excepciones, ha-
cen hincapié en que su dominio territorial actúa como la instaura-
ción de un orden específico, que se ancla en las nociones de reci-
procidad, educación cívica, defensa de valores tradicionales (como
cierta moral sexual, por ejemplo) y estados de ánimo (tranquilidad)
perturbados desde afuera. En la segunda parte discuto las diferen-
tes acepciones de estar adentro y estar afuera, las diversas topologías
de inclusión y exclusión, asociadas a estas prácticas armadas. Se
muestra que la fragmentación territorial es la otra cara de wi pro-
yecto integrador y - a menudo- explícitamente incorporador, en el
que la voz de la víctima se silencia, o se pone en sordina, al conver-
tírsela sea en recursos para obtener la integración, sea en sacrificio
necesario para los objetivos del bien común (entendido en clave
tanto macro como micro).
Quede claro que describir y analizar la racionalización de la vio-
lencia ni la justifica ni la redime. Al contrario de lo que establece el
aforismo francés para la vida privada, en este tema entenderlo to-
do no es perdonarlo todo (Suárez Orozco, 1992). En cambio, en-
tender constituye una tarea política y académica de la mayor im-
portancia; permite, entre otras cosas, poner de relieve las opacida-
des y líneas de fractura de nuestro adentro cívico que se ven refleja-
das en ese espejo tan deforme como el afuera armado.

GOBIERNO, VIRTUD Y TERRITORIO

Los discursos sobre el dominio territorial que analizamos coinci-


den en tres aspectos. En primer lugar, dichas fronteras permiten
delimitar diversas nociones de un nosotros depositario de ciertas ca-
racterísticas, en contraste con un otros desprovisto de ellas. Nótese
que esta paleta de nosotros está construida sobre un mundo de mu-
ch as dimensiones; nosotros los de la cuadra, los del barrio, los de
la ciudad (o de una parte de ella; en Bogotá nosotros, los del Sur), los
del país, pero también los del pueblo en contraste con, por ejem-
plo, los delincuentes o la oligarquía.
En segundo lugar, en el coajunto de derechos y de atribuciones
que el dominio territorial establece. El nosotros queda bajo un

190
¿Ciudadanos en armas?

manto de protección frente al cual el habitante debe responder


con reciprocidad, por ejemplo no dando información al enemigo
o, en el extremo, participando de las acciones armadas. «Nosotros
hemos establecido una relación con los civiles que es muy buena -
reprocha un guerrillero a un poblador al que se le está haciendo
un juicio en una localidad de Bogotá-. Nosotros los protegemos.
Nada les falta. Yo no sé por qué algunos se la pasan soltando la
lengua. Nosotros les aseguramos una vida tranquila y en paz. Nun-
ca hemos querido meterlos en la lucha. Algunos se nos han inte-
grado, pero nosotros no se los hemos pedido, con los que somos
basta... Nadie puede poner en peligro a la organización. Eso es
además una deslealtad. Uno no puede hacer eso con quien lo está
protegiendo». Aceptar la acotación territorial establecida por el ac-
tor armado da a los miembros del nosotros un coajunto de dere-
chos y títulos que antes no poseían. Por ejemplo, la tranquilidad y
la seguridad. En el caso de las milicias de Medellín, aquellas fueron
el resultado de la expulsión a sangre y fuego de las bandas y su ar-
bitrariedad («las bandas eran la ley», dice un miliciano; en cambio
ellos establecen reglas de juego públicas, conocidas por todos). En
otros casos, nos encontramos con que la tranquilidad dependía de
la dificultad (imposibilidad) de que las autoridades del Estado pe-
netraran el territorio. De todas formas, la lucha armada se ve como
un proceso de crecimiento personal para el miembro del aparato;
aquí tiene un peso indudable el factor etareo (los promedios de
edad de quienes participan en estas organizaciones es bastante ba-
jo), pero también ejerce su influencia una clara asociación entre
práctica de la guerra, superioridad moral y adquisición de dere-
chos. El actor armado sabe más y tiene más virtudes que el pobla-
dor, a quien instruye y enseña (volveremos sobre esto más adelan-
te).
En tercer lugar, en un conjunto de teorías sobre el nosotros in-
mediato, sobre sus perfiles morales. Tales teorías Jolk acerca de la
comunidad, el barrio, la comuna y la gente hacen énfasis sobre todo
en dos imágenes: el violento y el egoísta involuntarios, producto
por tanto de ciertas condiciones. Varios milicianos de Medellín,
por ejemplo, sostienen que «el pueblo está cansado de la violen-
cia ... pero es violento». Se forman vecindarios de dezplazados con
particular proclividad a la violencia. Esto se traduce en - y se rela-
ciona con- , la descomposición tanto de la familia y la comunidad
solidaria como de los valores que las sustentan, lo que da origen a
más violencia. «Hay hogares, hermano, que no han tenido estos

191
Francisco Gutiérrez

problemas que han tenido los demás, que de pronto el papá sí se


toma unos tragos pero no le pega [al hijo] ni se le pasa a la cama a
la hermana, y de pronto tienen con qué darle estudio y saben có-
mo enseñarle a su hijo los valores éticos y morales de una familia,
de un hogar, y de pronto es gente con una mentalidad más abierta.
En estos barrios, hermano, se caracteriza much o el bruto, usted
sabe qu e el ignorante es una persona que no sabe las cosas pero
con la mente abierta, pero no es sino enseñarle las cosas y él
aprende, en cambio el bruto por mucho que usted le enseñe no
aprende, ahí se queda. En estos barrios por la mala alimentación,
hermano, por no tener recreación...». Otra versión: «Esta comuna,
hermano, es producto de la violencia; o sea, los cuches todos, ha-
ble que el 99% son desplazados de la violencia liberal conservadora,
así de sencillo ... o sea, esto hermano es producto de la viole,ncia».
Vale la pena señalar que una exposición a la que asistí de un oficial
de la policía de Bogotá en un vecindario de estratos 1 y 2 transcu-
rrió, casi textualmente, sobre las mismas líneas de argumen tación:
el vecindario estaba constituido por desplazados (también de los
años 40 y 50), proclives por tanto a la violencia. El problema se
agravaba con la descomposición familiar y la pérdida de valores. La
solución ofrecida en ambos casos, tanto del miliciano como del po-
licial, era someterse a la pedagogía armada; es decir, la organiza-
ción armada se reivindicaba como educador cívico en condiciones
particularmente difíciles. Algo similar ocurre con argumentos teji-
dos alrededor de la necesidad de superar el egoísmo y los rezagos y de
formar "verdaderos lideres" emancipados de la politiquería e, in-
cluso, de la política. De hecho, en las sociologías Jolk de los actores
armados (incluyendo cada vez más a las fuerzas armadas oficiales),5
la política aparece como una desgracia fundacional o, en el mejor
de los casos, como una modalidad estorbosa de autismo.
Estas tres dimensiones de sentido plantean varios problemas: la
relación entre individualismo y pertenencia territorial, los posibles

5
Un punto de inflexión en el "registro público" (Scott, 1985) colombiano ha
sido el creciente espíritu crítico de altos oficiales del Ejército con respecto del
bipartidismo tradicional, apenas velado en generales como Bonnet y Bedoya.
Un buen ejemplo se encuentra en Lara y Morales, 1997. De manera más capi-
lar, en las campañas de seguridad local de la policía en Bogotá la política (éste
no es necesariamente un efecto consciente) se convierte en el fundador de to-
dos los males, al haber provocado la migración, la contaminación violenta y el
maleamiento (por ejemplo, a través de la corrupción) de los poblado1-es.

192
¿ciudadanos en armas?

contenidos anticiudadanos de la acción armada (por ejemplo, foo


es la reciprocidad simplemente mafiosa?), y la tensión dinámica en-
tre el nosotros territorialmente delimitado como referente moral y
las teorías folk sobre la violencia y el egoísmo generalizados pero
involuntarios.
Comencemos con el primero. Varios autores hacen hincapié, a
mi juicio erróneamente, en que la generalización de un individua-
lismo desconsiderado (Waldman, 1997) haría las veces de causa o al
menos de catalizador de la violencia. Por el contrario, nos encon-
tramos conque el individualismo se encuentra atenuado por una
verdadera pulsión gregaria entre los actores armados que, además
de constituir una visión más o menos articuladora, tiene un claro
correlato en actores civiles. 6 Puede ocurrir frecuentemente que la
pulsión gregaria se presente como una dinámica radicalmente
fragmentadora: los míos son de esta cuadra, mis enemigos están en
la siguiente. Pero el reverso de la medalla es que la roturación del
territorio se construye desde un proyecto intensamente unificador
y homogeneizador, que busca «que haya justicia en los barrios y
que donde no hay orden lo haya». Un proyecto, pues, basado en
una ideología de armonía social,7 en donde los particularismos se
construyen como visiones diferenciadas de cómo construir totali-
dades morales. Dicho de otro modo, si la economía de consumo
unifica a los ciudadanos a través de la aspiración común a ser dife-
rentes, algunas de nuestras violencias parcelan a los ciudadanos a
través de formas diferentes de aspirar a ser iguales. De aquí se
puede inferir que la fragmentación armada del territorio no signi-
fica la anulación de cualquier noción posible de la ciudadanía, no
sólo por la constatación histórica de que una y otra (fragmentación

6
Como he tenido ocasión de establecer escuchando decenas de reuniones y
entrevistas estructuradas y abiertas de líderes comunita1ios y políticos de Bo-
gotá. El egoísmo es uno de los valores más severamente castigados y despre-
ciados, al menos en amplios sectores sociales de las grandes ciudades del país.
Tengo la impresión de que Waldman ha confundido individualismo con inca-
pacidad de resolver adecuadamente dilemas sociales a través de la mutua coo-
peración, dos cosas que no necesariamente tienen que verse como equivalen-
tes. Nótese, a propósito, la similaridad de los esquemas interpretativos del
"individualismo desconsiderado" y el "hobbesianismo tropical".
7
Nuestros entrevistados estuvieron expuestos en su gran mayoría al marxismo
de manual, del que recordaban más bien poco, pero a medida que se desideo-
logizaban muchos bascularon hacia autores como Kalil Gibran y Deepak Cho-
pra, cuyos libros describían como un descubrimiento espiritual.

193
Francisco Gutiérrez

y ciudadanía) han convivido bajo diversas modalidades, 8 sino por el


hecho empúico de que los particularismos territoriales se conside-
ran sobre todo como un activo para poderse incorporar en mejo-
res condiciones a unidades mayores (ciudad, región, nación). El
gregarismo tiene no sólo una ideología sino una metodología, no
sólo una gramática sino una dramática, en las que se ponen en es-
cena los espacios en común a través de diversas modalidades de
fiesta e integración. «Resulta que, por ejemplo, digamos montába-
mos un operativo a las seis de la mañana, y a las dos de la tarde es-
tábamos organizando la acción comunal». Trabajo social y seguridad,
como ya vimos. Tales servicios son imitables por parte de los ad-
versarios armados, que compiten por tanto entre sí en ambos te-
rrenos. Las actividades de integración (partidos de fútbol, fiestas,
reuniones sociales, juegos, talleres), han sido (re)descubiertas pau-
latinamente por muchos de los actores en conflicto, y está demos-
trado que pueden convivir con las espirales de violencia.
Pero esto nos lleva directamente al segundo problema. iHasta
qué punto valores como la reciprocidad, la armonía, el gregarismo
y la moralidad pertenecen al mundo ciudadano y hasta qué punto
hacen parte de nostalgias premodernas? 9 La reciprocidad, por
ejemplo, constituye un operador típicamente mafioso o clientelista
(Gambetta, 1996), pero también ciudadano (como lo demuestra
8
En varias ciudades-estado italianas, la columna vertebral de la república esta-
ba constituida por milicias barriales que vigilaban celosamente su autonomía.
Algunas de ellas tenían incluso sus propios dialectos, y "los propietarios urba-
nos estaban tenazmente aferrados no sólo a una ciudad sino a una calle, a una
cuadra, a un ambiente - con un radio de quizás 150 metros" (Martines, 1980,
p. 39). En muchas naciones contemporáneas, la fragmentación cultural es
ciertamente mucho mayor que la nuestra; por ejemplo, en la India en una
misma ciudad pueden convivir decenas de religiones tradicionales, lenguas,
sentidos de identidad de nacional; "una provincia particular puede contener
varias naciones o partes de ellas" (Oomen 1997, p. 149). Tales constataciones
contrastan con la convicción generalizada de muchos intelectuales y tomado-
res de decisiones de que la palabra "fragmentación" sirve de explicación ruti-
naria a todas nuestras violencias, y de que "somos marcadamente diferentes
unos de otros" (Carta de Civilidad, 1997, p. 11). En realidad, en muchos sen-
tidos Colombia seguramente sea un país comparativamente muy poco fragmen-
tado y regionalizado.
9
Un interesantísimo debate público sobre la relación entre ciudadanía, virtud
y república se ha llevado a cabo alrededor de la lealtad, motivado por la cons-
tancia con la que Horacio Serpa defendió a Ernesto Samper. Para algunos, la
lealtad es un valor de corte mafioso, más o menos sinónimo de complicidad.
Para otros, es el símbolo de los valores que se deben recuperar en el país.

194
¿Ciudadanos en armas?

elocuentemente Riesenberg, 1992)rn Si tomáramos de patrón de


diferenciación (weberiano), entre una y otra modalidad la desper-
1
sonalización de la ley y en general de las reglas de juego,1 nos en-
contraríamos con que la mayoría de las personas con las que dialo-
gamos se encuentran en un punto intermedio entre los dos extre-
mos del espectro. Por un lado, está la personalización absoluta de
la ley, que se resuelve en formas de arbitrariedad también absolu-
tas. Es contra esta modalidad de dominación, encarnada no sola-
mente en delincuentes sino también en representantes de los
cuerpos armados del Estado, que se crea la organización armada y
su correlativo dominio territorial. Por otro lado, está el Estado de
derecho, al cual ni guerrillas ni milicias aspiran, ni siquiera discur-
sivamente. Seguramente pesen razones ideológicas para que ello
sea así, aunque las evidencias no son claras. En cambio, una razón
profunda para que se produzca un bloqueo tan intenso como el
que se nota frente al Estado de derecho es que la información es
uno de los grandes recursos de guerra en ciudades militarmente
parceladas; en un contexto semejante, es imposible acceder a nive-
les mínimos de garantismo y de libertad de expresión. La logística
se superpone a la noción de derecho. La escala misma de lo delic-
tivo queda por tanto asociada a la información: «En el marco de
eso, son amigos los que están al lado tuyo, tus aliados, los que te
dan información; son neutros los que no te dan información, pero
pasan desapercibidos, ni van, ni vienen; y hay otro tipo de personas
que es el enemigo, que es el que atenta contra tu organización,
contra tu trabajo y que le pasa información al oponente o contra-
rio, eso es catalogado como enemigo. Ese tipo de enemigos puede
desarrollar tareas e informaciones que pueden atentar contra toda
una organización, contra toda una comunidad. Dentro de esa cues-
tión miras qué solución le vas dando: llamada de atención, persua-
sión, desalojo de la zona, destierro, y en última instancia, la muer-
te». Posiblemente lo que estemos presenciando sea la construcción
10
Y no sólo en el teffeno de la reciprocidad, sino también en el de la protec-
ción. << Un ciudadano es alguien que disfruta de la libertad común y de la pro-
tección de las autoridades» afirmaba Bodin (citado en Riesenberg, 1992, p.
220), y tras él muchos otros pensadores. Por supuesto, la protección también
se puede leer en clave mafiosa.
11
Es decir, si aceptáramos que una reciprocidad concreta sobre bienes públi-
cos, mediada por lo personal y resuelta en el mundo de lo privado es esen-
cialmente premoderna, mientras que una abstracta mediada por las nociones de
responsabilidad, compromiso cívico y respeto a la ley es moderna.

195
Francisco Gutiérrez

de una forma específica de SS de comunicación, del marxismo de


manual y de la Nueva Era, de la religión y de la economía de mer-
cado, de los thrillers norteamericanos y de los manuales de opera-
12
ciones del Ejército, para forjar su identidad y orientarse en el
mundo.
Esto se revela claramente en los m eandros del discurso moral
de los particularismos territoriales (tercer problema). La moralidad
que de alguna manera pretende ser representativa de lo que quiere
la comunidad, pone un gran énfasis en valores tradicionales como la
defensa de la familia, la lucha contra los delitos sexuales - que
constituyen el epítome de la perversión- y la integración de la co-
munidad. Hay cierta obsesión de corte tradicionalista con estos
motivos. Pero esto es apenas parte de la historia. Por ejemplo, la
integración de mujeres a la actividad armada, la restri¿ción a las
posibilidades del uso de la fuerza bruta dentro de la familia y el
aconductamiento de los jóvenes frente a sus mayores («los j óvenes ya
están más aplacados, ya saben qué hacer y qué no hacer», dice un
miliciano) pueden haber cambiado de manera irreversible e impre-
visible las relaciones entre los géneros, sobre todo ahí donde los
particularismos han tenido un dominio más intenso.
El discurso que venimos describiendo tiene tres grandes cimien-
tos. Primero que todo, los valores morales como columna vertebral
del orden social. La asociación permanente entre moral y seguri-
dad adquiere una connotación logística pero también otra franca-
mente tradicionalista. Las narrativas acerca de la imposición de la
pena de muerte van asociadas con bastante regularidad a crímenes
sexuales en donde se patenta la posibilidad de la disolución comu-
13
nitaria. Segundo, y en directa relación con lo anterior, un discur-
so centrado en el autocontrol y en lo que Foucault (1991) llamó la
gubermentalidad (autogobierno), la capacidad de manejar y ordenar
las pasiones. Así, pues, Cicerón en el trópico en lugar de Hobbes en el

12
La lectura preferida de Tiroftjo, según la biografía que hace de él Alape
(1989).
13
Matar violadores y delincuentes sexuales se presenta como un acto legitima-
dor por excelencia. «Hasta el cura nos apoyó», dice un miliciano. Un caso ex-
tremo: una persona que migró de Medellín a Cali y que se reconoce malo, de-
lincuente y no presenta ninguna motivación política, sin embargo expli ca que
se granjeó un amplio apoyo en el barrio de Cali donde operaba porque
«empezamos a matar incluso gratis a los violadores del barrio».

196
¿Ciudadanos en armas?

trópico. Las teorías folk sobre la comunidad o la gente, enfatizan el


doble aspecto de su carácter fundador (todo se hace para la gente y
con la gente) y su falta de educación, autocontrol y civilización que
les impiden ser verdaderamente ellos. La participación en la lucha
armada también se representa como la adquisición de destrezas
superiores de autocontrol. Por eso, el término limpieza, tan común
en la jerga del terror en América Latina, adquiere aquí una infle-
xión pedagógica. Se limpia, y se enseña, no a alguien externo, sino
14
a la propia base social que aún no sabe comportarse. Ella se cons-
tituye en principal referente de sentido de la lucha armada y factor
logístico indispensable, y a la vez en objeto de un riguroso control
( que a menudo adquiere un empaque nostálgico: para ser como
debieran tienen que volver a ser como eran). En este contexto, el
hecho de la muerte se somete a una neutralización pedagógica,
que se sintetiza poderosamente en la expresión se murió para na-
rrar un ajusticiamiento. Fueron sus propios errores, su incapacidad
de aprender, los que lo mataron; no hubo ni agente ni víctima.
El terror y la intimidación se recubren con un manto de peda-
gogía, lo que implica también tener a disposición una serie de teo-
rías y visiones del Estado. El énfasis en la culpabilidad del Estado y
los de arriba reposa ahora sobre su autismo, indiferencia e incapa-
cidad de empatía: «De esa realidad [nuestra] no habla ni la burgue-
sía rú el alcalde, porque esos güevones viven en otro mundo». Es
un Estado que no es gobierno y que ha renunciado a la implanta-
ción del orden; por omisión, pero también por acción, puesto que
actúa tanto en el adentro legal como en el afuera delincuencia!. Hay
toda una casuística a partir de la experiencia directa de los bandidos
de uniforme. Así, pues, una doble renuncia del Estado: moral y pe-
dagógica, que justifica y a la vez crea los particularismos territoria-
les. En los territorios excluidos no existe ley, por lo tanto, hay que
re fundarla.

14
En un primer momento heroico, los particularismos territoriales se constru-
yen en permanente combate contra otros actores armados. Al producirse una
relativa estabilización, los enfrentamientos caen en picada y el énfasis se pone
en el control sobre los civiles.

197
Francisco Gutiérrez

TOPOLOGÍAS DE LA

EXCLUSIÓN Y LA INCORPORACIÓN

Estar afuera invoca dos acepciones diferentes. La primera, portar


un estigma, pertenecer involuntariamente a un grupo al que por
una razón u otra se le niegan parcial o totalmente tanto sus dere-
chos como las formas elementales de respeto y reconocimiento.
Por consiguiente, estar sometido, abajo. La segunda, tener también
el estigma pero por haberse salido, de alguna manera voluntaria-
.
mente, como suce d e en Ios procesos d e 1ncorporac1on, . , 15 y d a on-.
gen al menos a dos formas de formular una definición de nosotros y
los otros alrededor de las líneas divisorias de la exclusión.
En la medida en que estar abajo y al lado se encuentran unifica-
dos por un mismo concepto (nosotros, los de afuera), hay relacio-
nes de solidaridad, empatía y similitud entre todas las ilegalidades.
Por ejemplo, se puede criticar al narcotráfico por sus errores (como
cuando se critica a un compañero de lucha que ha perdido la sen-
da) y se le puede elogiar por su inteligencia, pese a haber sido su
adversario armado. Por otro lado, en la medida en que estar arriba
y al lado se encuentran unificados por un mismo concepto (los
otros, los que no son de abajo), la delincuencia se presenta como
un objetivo militar, o corno una característica indeseable patroci-
nada por acción u omisión por el Estado.
La plasticidad de esta dialéctica permite presentar en un mismo
marco argumental las mil maneras de pasar alternativamente del
adentro cívico, al abajo excluido, al afuera delincuencia!, sin perder
-o perdiendo sólo parcialmente- la ruta de la identidad propia ni
la legitimidad. Lo curioso es que se imputa (y creo que con razón)
al Estado y a sus agentes un comportamiento similar. El Estado no
juega limpio, puesto que fluctúa entre el adentro y el afuera, cuan-
do se supone que debería estar, por definición, plena y totalmente
adentro. A la vez, el Estado no juega limpio porque se parece en su
comportamiento autista al arriba, cuando por definición debería
ser plena y totalmente de todos.
Nótese que esta crítica al Estado tiene dos propiedades impor-
tantes. Primero, no parece consistente. Una cosa es pedir que el
Estado se vaya, otra (opuesta) que esté aquí. Pero la inconsistencia

15
Debo esta idea a Carlos Mario Perea.

198
¿ciudadanos en annas?

desaparece si pensarnos los particularismos territoriales como una


forma de acopiar activos para presionar incorporaciones que de
otra manera hubieran sido imposibles. Es decir, la violencia se
ejerce afuera y abajo, pero para estar adentro (y eventualmente arri-
ba). «En Colombia hay que ser rico o hay que ser peligroso», dice
una miliciana a Alonso Salazar ( 1993 ), y posiblemente no haya afo-
rismo más potente para poner de relieve lo que está en juego para
muchos actores cuando tratan de construirse socialmente como pe-
ligrosos.16 Pero su relación con el Estado no se agota en la dinámi-
ca presencia-ausencia. Igualmente importante es el segundo aspec-
to: la existencia del Estadofaltón crea una amplia familia de estructu-
ras de oportunidad (Tarrow, 1994) para adelantar la actividad arma-
da. Es decir, las fallas, en el sentido geológico, de nuestro Estado
motivan la lucha, pero a la vez la alimentan. En el plano discursivo,
que es en el que principalmente nos hemos movido aquí, la arbi-
trariedad estatal estimula simultáneamente la indignación y la imi-
tación. Es lo que en otra parte llamo la gran metonimia: como el
todo (el Estado) se comporta arbitrariamente, ¿por qué no la parte
(yo o mi grupo)? «Aquí se ve gente que hace las peores cosas, hasta
las más sanguinarias. Vea la ley: es el gobierno con licencia para
matar. Entonces, ¿uno por qué no puede hacer sus cosas?» (Salazar
17
y Jaramillo, 1992). La gran metonimia crea toda un efecto de dote
y una economía moral(Thompson, 1995 ), un sistema de expectativas
sobre cosas a las que naturalmente tengo derecho (comenzando
por lo principal y más paradójico, el derecho de transitar entre la
legalidad y la ilegalidad) y que no me pueden ser arrebatadas.
Por eso, en un giro perverso, la economía moral creada por el
Estadofaltón conecta con las nociones de ciudadanía vivida de los
actores armados. Permite articular la violencia en un lenguaje de
derechos e incorporaciones; simula por tanto el lenguaje de los
ciudadanos (Marshall, 1965). Ofrece un repertorio argumental muy
potente (la gran metonimia) para legitimarse. Increíble, trágica-
mente, en un bizarro juego de espejos el Estado imita a su imita-

16
Un ejemplo reciente (y atroz) del uso de este mecanismo lo ofrecen las ma-
sacres de los paramilitares, cometidas supuestamente para que se les recono-
ciera como actor político.
17
Se puede comprobar con relativa facilidad que la gran metonimia es un re-
curso argumental utilizado prolíficamente por muchos actores, no sólo el nar-
cotráfico o los grupos armados (Gutiérrez, en preparación).

199
Francisco Gutiérrez

dor, y justifica sus ilegalidades, atropellos y violencias sobre la base


de que los otros también lo hacen.

CONCLUSIONES

La mayoría de las personas que hablan en este breve relato están


convencidas de ser, de una u otra manera, cívicas. A veces, prota-
gonistas de la vida ciudadana: «Somos la oficialidad de la civilidad»,
comentaba un miliciano sobre sus perspectivas de reinserción.
Véase esta otra declaración:

Como milicias nos consideramos el resurgir del movimiento á-


vico y de reinvindicaciones sociales en favor de la calidad de los
servicios públicos, de la vivienda, de la educación y en gener,al de lo
que tiene que ver con el bienestar social. Como ya lo dijimos, las
milicias son la comunidad organizada, no somos guerrilla, lo más
aceptado que podría decirse es que las milicias somos el brazo ar-
mado del movimiento cívico y de las comunas pobres que no
aguantan más (Téllez, 1995, p. 68).

Hemos mostrado aquí que este tipo de autodefinición no se


puede equiparar ni a simple cinismo ni a pura expresión de resis-
tencia. Es, por el contrario, algo que se parece a la ciudadanía: ha-
bla el lenguaje de los derechos, de las virtudes y de la pedagogía.
Clama contra la injusticia y las formas extremas de asimetría, pero
toma de ellas sus recursos. Tampoco se trata sólo de marginamien-
to y desesperación. No nos enfrentamos aquí al estereotipo de no
futuro; aún más, todas las personas a quienes se les preguntó explí-
citamente, podían imaginar su futuro dentro de la legalidad, algu-
nos como administradores, otros como ingenieros o, como en el
caso de miembros de diferentes pandillas de Bogotá, como agentes
de cuerpos de seguridad del Estado. Estamos hablando, pues, de
una ruta para ir hacia adentro. Ser peligroso constituye una forma de
hacerse a una semántica, anómala por supuesto, de la incorpora-
ción.
Pero la anomalía no es casual. Es imitativa -de parte y parte-.
El estatus privilegiado del informante y el policía sobre cualquier
otro tipo de figura cívica; la tutela pedagógico-militar sobre las
prácticas ciudadanas, y por tanto la negación del papel civilizador
del disenso; la porosidad contumaz entre el adentro y el afuera; el
silenciamiento de la voz de la víctima como sacrificio en aras del
orden; el énfasis en la obediencia y los valores tradicionales; las

200
¿Ciudadanos en armas?

maniobras de redistribución de la culpa, que pintan a los


(proto )Estados como víctimas del atraso de los ciudadanos; la de-
fensa indignada de lo que se considera irrenunciablemente mío:
todo esto se e ncuentra a los dos lados del espejo, y constituye la
materia prima de las formas hegemónicas de vivir y concebir nues-
tro civismo.

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202
TERCERA PARTE

Guerra y castigo
I
I '
/
Etnia y guerra: relación ausente
en los estudios sobre las
violencias colombianas
Jaime Arocha Rodríguez•

ETNICIDAD Y DISCRIMINACIÓN
SOCIAL, DIMENSIONES INVISIBILIZADAS

¿Por qué los analistas de las violencias colombianas se han ocu-


pado poco de las dimensiones étnicas y socioraciales de los conflic-
tos políticos y territoriales que se extienden de manera acelerada
por todo el país? Ilustro mi preocupación mediante un suceso re-
ciente. El 2 de febrero de 1998, uno de los noticieros de la franja
de las siete d e la noche se refirió al reclutamiento de niños por
parte de las Farc en el departamento de Antioquia. El video mos-
traba un escenario selvático, donde figuraban menores portando
armas, y el audio se refería a la forma como habían sido utilizados
contr a su voluntad para formar la vanguardia de choque en varios
asaltos. Sin excepción, todos los retratados eran niños y niñas de
piel negra. Trato de recordar estudios sobre la afiliación socioracial
de los llamados actores de la violencia o de las víctimas de masacres
y desplazamientos, y no se me viene a la mente ningún nombre.
Desde el punto de vista de la historia, el interrogante sobre el
vínculo que puede unir etnicidad, discriminación y violencia mere-

• Profesor Asociado, Departamento de Antropología y Centro de Estudios So-


ciales, Facultad de Ciencias H umanas de la Universidad Nacional de Colom-
bia.

205
Jaime A rocha

ce responderse. A partir de la colonia, tal relación ha coexistido


con la formación de dominios territoriales, la extracción del traba-
jo y la producción de riqueza. Por una parte, la imposición acele-
rada de la hegemonía colonial se debió al uso del terror como me-
diador de casi todas los nexos entre la minoría blanca y los llama-
dos irracionales, fueran ellos gente india o negra (Taussig 1991: 5 ).
Por otra parte, el comercio triangular que a partir del siglo XV ligó
a Europa con América y África se fundamentó en la usurpación de
los territorios indígenas y en la desterritorialización simultánea de
las sociedades del África occidental, central y centroccidental
(Maya 1993). Los pueblos de ambos continentes desplegaron una
amplia batería de modos de resistencia contra la pérdida de la li-
bertad y el exterminio físico, incluyendo la rebelión abierta, el ci-
marronaje, el· saboteo a las explotaciones agrícolas, ganaderas y
mineras de los europeos, y la automanumisión, eiitre otros
(Arocha 1998: 343). La reacción de los colonizadores también fue
diversa; abarcó la represión militar, la evangelización o el juzga-
miento de los rebeldes por parte de tribunales civiles o eclesiásticos
como los de la Inquisición (ibid.).
Sin embargo, la imposición quizás más incidiosa consistió en un
sistema de clasificación y escalafonamiento social por castas racia-
les (Andrews 1996). Éste se concretó mediante denominaciones
precisas de los fenotipos, para dar cuenta de las distintas formas de
mezcla racial y reglamentar las conductas admisibles para cada es-
trato (ibid.). Dentro de este ordenamiento, pese a tener que ser
bautizados y evangelizados, los cautivos africanos tenían el carácter
de bienes muebles, cuya insumisión los amos podían controlar
aplicando castigos físicos y torturas (Comisión de Estudios sobre la
Violencia en Colombia 1995: 105-107; Maya 1996a). Los llamados
códigos negros especificaban que esas formas de represión eran
punibles tan sólo en caso de que el esclavizador pusiera en peligro
la vida del esclavizado o su capacidad de reproducción
(Friedemann y Arocha 1986: 13-16; Comisión de Estudios sobre la
Violencia en Colombia 1995: 106). Algo similar sucedió con los in-
dígenas, antes de que les fuera reconocido su carácter de seres
humanos (ibid.).
Funcionó, pues, un aparato que; (i) Escalafonaba la gravedad de
la violencia ejercida contra miembros de pueblos étnicos del África
y de América (Taussig 1991 ); (ii) Dejaba en la impunidad conductas
que sí eran sancionadas con severidad cuando se ejercían en contra
de los europeos (ibid.); (iii) Materializaba formas de segregación

206
Etnia y guerra ...

espacial, laboral y social, cuya contravención era punible


(Friedemann y Arocha 1986: 185-197); (iv) Recibía refuerzos y legi-
timidad mediante el sistema educativo; (v) Mantuvo su vigencia
hasta finales del siglo XVIII, cuando las reformas borbónicas fue-
ron desmontando la terminología pigmentocrática (Andrews 1996);
y (vi) Sumando los factores anteriores, fue creando hábitos de dis-
criminación socioracial, tanto en lo que se refiere a la percepción
de los miembros de las castas inferiores, como en lo tocante a la
conducta apropiada de los europeos hacia ellas.
Cuando hablo de hábitos, me refiero a patrones en el tiempo, cuya
reiteración saca a las conductas que dependen de ellos de la esfera
del proceso consciente y las ubica en los terrenos del automatismo
y mecanicidad similares a los de las reacciones dominadas por el
instinto (Bateson 1991: 70-71, 88-101; 196). Hipotetizo que de esa
habituación depende la persistencia actual de patrones de discri-
minación e impunidad que la Comisión de Superación de la Vio-
lencia identificó del siguiente modo, al referirse a las Causas y ma-
nifestaciones de la violencia ejercida por funcionarios oficiales (1992:
145-146):
[...) Admitir que todos los colombianos sin excepción tienen los
mismos derechos [.. .] ha sido traumático y difícil de asumir en la
práctica de las relaciones cotidianas, salpicadas de notorias diferen-
cias de cultura y de fisonomía, diferencias que a veces se repugnan.
Esta mentalidad de discriminación [...) existe también en los
agentes del Estado encargados de velar por la seguridad ciudadana.
Imbuidos de esa concepción en el uso de las armas oficiales, su acti-
tud discriminatoria se ve reforzada al enfrentarse a diario con indi-
viduos provenientes de sectores desvalidos de la población, que es-
tadísticamente constituyen el grueso de personas capturadas en ac-
tos de delincuencia[ ... ).

No obstante las huellas que esta historia dejó en la estratifica-


ción social latinoamericana y, por lo tanto, en la formación de los
Estados modernos (Andrews 1996), los violentólogos contemporá-
neos han desdeñado el estudio de las relaciones entre cultura y vio-
lencia o entre etnicidad y conflicto (Arocha 1998: 352-355). El me-
nosprecio del pensamiento social hacia los fenómenos objeto de
esta reflexión también es inconsecuente con el protagonismo que
las fricciones étnicas han tenido en el contexto mundial a partir de
la caída del muro de Berlín (Croucher 1996).

207
Jairne Arocha

Dentro de la Comisión sobre Movimientos Sociales y Políticos


que sesionó en Cartagena el 2 de junio de 1997 como parte del
Cuarto Congreso de Investigación-Acción Participativa, el africano
AsafaJalata hizo énfasis en que en el escenario actual de globaliza-
ción, quienes fueron catalogados por las ciencias sociales como
pueblos sin historia resucitan en calidad de participantes y protago-
nistas en la creación de la sociedad del futuro (Jalata 1997). Resaltó
que en todos los puntos del planeta se están concretando las fases
culminantes de luchas y resistencias inconclusas en pro de la auto-
determinación y en contra de la dominación colonial (ibid.), y que
el resultado de ellas se hace realidad ya sea en la constitución de
Estados pluriétnicos y multinaculturales o en el rompimiento de
los Estados dominados mediante la coerción por una sola etnona-
ción (ibid.). '
Esta figuración renovada de lo étnico en el contexto mundial
también debería suscitar el interés del pensamiento social por la
forma como ha falseado las predicciones de académicos marxistas
y liberales. De acuerdo con Jalata, ambas escuelas de pensadores
elaboraron conocimientos que llamaron universales y aplicaron pa-
ra ocultar o distorsionar la historia de las etnonaciones o para re-
ducir su presente a una prolongación indeseable de la barbarie
(ibid. ). Por si fuera poco, también juzgaron el disenso cultural co-
mo atributo transitorio, propio de pueblos atrasados, premodernos o
arcaicos, superable mediante el desarrollo o la revolución (ibid.).
Hoy no sólo se constata el aumento de la intensidad y el número
de revitalizaciones de identidades étnicas y nacionales, sino reela-
boraciones de ellas mediante aportes contemporáneos (Croucher
1996 ), de particular relevancia en el campo de las luchas para opo-
nerse a la reiterada expulsión de territorios ancestrales y a la tam-
bién reiterada incorporación desventajosa en los mercados labora-
les (Jalata 1997).
Sin embargo, los movimientos de reconstrucción y revitalización
étnico-territorial no siempre desembocan en nuevas formas de
democracia y paz. Esta paradoja se debe a factores complejos, en-
tre los que figuran: (i) El debilitamiento de los Estados nacionales,
como respuesta a nuevas reglas que el capital transnacional crea
para aumentar la permeabilidad fronteriza y, de ese modo, acceder
con más facilidad a los recursos naturales y humanos de los países
del sur (Lins Ribeiro 1997); (ii) La irrupción simultánea de Organi-
zaciones No Gubernamentales, ONG, capaces de sustituir tanto
poderes estatales, como políticos partidistas (Gianoten y de Wit

208
Etnia y guerra...

1997); (iii) El surgimiento de nuevas élites en campos como el tráfi-


co de estupefacientes y armas, cuya concentración del poder eco-
nómico parecería no tener antecedentes y estar ligada al acceso y
control de una tecnología de comunicaciones que ha comprimido
la dimensión espacio-temporal (Lins Ribeiro 1997); y (iv) La pérdi-
da de importancia de la gestión n acional por la formación de nue-
vos tipos de opinión y acción internacional debido a la integración
- vía Internet- de redes de comunidades virtuales aglutinadas alre-
dedor de temáticas de género, participación ciudadana, derechos
humanos y defensa del medio ambiente (ibid.).

FUNDAMENTALISMO CULTURAL

Dentro de este panorama, y para el caso europeo, Ver ena Stolcke


( 1995) ve con preocupación cómo la retórica del fundamentalismo
cultural suplanta al discurso racista como medio de exclusión étni-
ca. Retomo la aproximación de ella, por cuanto creo que en nues-
tro medio somos testigos de la popularización de esa forma de
1
esencialismo, pero ya no desde la derecha:

En vez de hacer énfasis sobre los legados de las diferentes razas


humanas, el fundamentalismo cultural contemporáneo [... ] resalta
las diferencias culturales y su inconmensurabilidad [...y además
exhalta] identidades y lealtades nacionales primigenias [ ... Propone
la] resurrección aparentemente anacrónica, en el mundo moderno,
globalizado económicamente, de un resaltado sentido de identidad
primordial, diferenciación cultural y exclusividad. Lo que distingue
al racismo de esta forma de fundamen talismo cullural es el modo
como éste ú ltimo percibe a quienes su puestamente amenazan la
paz social de la nación [ ... En] el discu rso culturalista, más que las
ideas sobre diversidad cultural infranqueable o algo así como un
culturalismo biológico, [sobresale el presupuesto] de que las rela-
ciones entre d iferentes culturas son [atávicamente] hostiles y mutua-
mente destructivas, porque hace parte de la naturaleza humana el
ser etnocéntrico; entonces, por el propio bien de ellas, d iferentes
culturas deb e n mantenerse aparte (Stolcke 1995: 4, 5. Traducción
del autor).

1
Héctor Díaz Polanco se vale de la noción de cuartomundis1no para hacer la
crítica del indianismo excluyente en América Latina (Durand 1987).

209
Jaime Arocha

Por contraste, y con el propósito de aclarar la discución que si-


gue, defino cultura como epistemología local y epistemología en
términos de «[... ] agregado de presupuestos que subyacen a todas
las interacciones y comunicaciones entre personas [...] » (Bateson y
Bateson 1988: 97). Considero, además, a la etnicidad como el con-
junto de rasgos particulares que evoluciona un pueblo a lo largo de
su historia de interacciones con otros pueblos, con la nación y con
el ámbito del cual deriva su sustento. Dentro de esos rasgos, son
preponderantes: (i) El fenotipo - la raza- debido al papel discrimi-
natorio y excluyente que los grupos dominantes le han otorgado; y
(ii) La autoconsciencia étnica porque cuando se la convierte en cir-
culante político da pie a que el fundamentalismo la considere co-
mo el marcador por excelencia de la identidad histórico-cultural, y
a que le desconozca esa identidad a quienes no ejercen l? militan-
cia étnica (Stavenhagen 1988, 1989). Sin embargo, tambié'n es posi-
ble identificar y describir otros rasgos que permiten documentar -
desde afuera- qué tan diferenciado es un pueblo y cómo su auto-
consciencia étnica puede no tener valores constantes, sino estar su-
jeta a desactivaciones, reformulaciones e innovaciones, según· mo-
mentos de represión, discriminación o participación democrática
(ibid.; Croucher 1996).
En apoyo de mis argumentos, presentaré datos etnohistóricos y
etnográficos provenientes del proyecto titulado Los baudoseños: con-
2
vivencia y polifonía ecológi,ca, cuyo objetivo principal consistió en
combinar los métodos de la historia natural con los de la historia
cultural, para comprender, describir y, de ese modo, reforzar los
patrones de convivencia interétnica y ambiental que los afrodes-
cendientes venían evolucionando en el Chocó biogeográfico por lo
menos durante los últimos 250 años.

2
Esta investigación tuvo sus orígenes en dos expediciones etnográficas al alto
Baudó que se llevaron a cabo en 1992 con el auspicio de la Asociación Campe-
sina del Baudó (Acaba), Codechocó y la Facultad de Ciencias Humanas de la
Universidad Nacional de Colombia. A partir de enero de 1995, comenzó el
trabajo investigativo con apoyos de Colciencias, el Centro Norte Sur de la
Universidad de Miami, Unesco y el Cindec de la Universidad Nacional de Co-
lombia. Además de la coinvestigadora principal, la historiadora Adriana Maya,
el equipo contó con los etnógrafos Javier Moreno y José Fernando Serrano,
los historiadores OriánJiménez y Sergio Mosquera, y la bióloga Stella Suárez.

210
Etnia y guerra ...

Litoral Pacífico

Colombia

BAHIA SOLANO

-OCEANO PACIFICO
---·----

Tomado de: Friedemann, Nina S. de. Criele, crie/e son: del Pacífico negro. Bogotá: Plane-
ta editorial (Espejo de Colombia), 1989, p. 183.

211
Jaime A rocha

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D ibujo de D olly Ramírez L.

212
Etnia y guen·a...

VIOLENTOLOGÍA E INVISIBILIDAD DE LAS


DIMENSIONES ÉTNICAS

H echas estas aclaraciones conceptuales, retomo la propuesta cen-


tral de este ensayo: en sus investigaciones, los violentólogos3 quizás
deban apersonarse con más firmeza de las relaciones entre etnici-
dad, discriminación socioracial y violencia. Hago esta proposición,
en primer lugar, porque aún diez años después de publicadas las
recomendaciones del informe que la Comisión de Estudios sobre
la Violencia en Colombia tituló Colombia: violencia y democracia, la
violentología tiende a desdeñar, entre otros aspectos de la relación
cultura-violencia, el estudio de las dimensiones étnicas de los con-
flictos territoriales y políticos, así como el influjo que la discrimina-
ción racial puede tener sobre la impunidad. En segundo término,
porque cuando esa disciplina no desestima tales dimensiones, con-
tinúa inclinándose a reducir lo étnico a lo indígena. Trataré de
demostrar que estos vacíos corresponden a un patrón de funda-
mentalismo cultural que estereotipa la realidad y por lo tanto re-
duce la capacidad predictiva del pensamiento social, como p uede
apreciarse en una obra, Pacificar la paz, la cual no atinó a prever las
probabilidades de que - en menos de un lustro- el litoral Pacífico
dejara de figurar en el mapa de los refugios de paz y pasara a la
cartografía de la guerra. Este tipo de limitaciones resulta preocu-
pante en vista de la forma como el Estado sigue acercándose a los
intelectuales en busca de recomendaciones para impedir o detener
la proliferación de agresiones armadas.
Una demostración empírica de la pertinencia de los supuestos
de esta reflexión requeriría un estudio cuantitativo que -dentro de
los análisis acerca de las violencias en Colombia- detallara, entre
3
En Colombia con este término se designan los especialistas en analizar la vio-
lencia. Fue introducido en 1987 por la periodista Constanza Bautista a raíz de
una entrevista que le hizo a los miembros de la Comisión de Estudios sobre la
Violencia en Colombia acerca de trabajo de consultoria que adelantaban a pe-
tición de los entonces presidente de la República, Dr. Virgilio Barco y Minis-
tro de Gobierno, Dr. Fernando Cepeda. El equipo al cual hago referencia fue
coordinado por el historiador Gonzalo Sánchez e incluyó a los sociólogos Ál-
varo Camacho, Álvaro Guzmán, Carlos Eduardo Jaramillo, Carlos Miguel Or-
tiz y Santiago Peláez, al politólogo Eduardo Pizarro, al general retirado Luis
Alberto Andrade y a los antropólogos Darío Fajardo y Jaime Arocha. Su in-
fonne se tituló Colombia: violencia y democracia y fue reeditado por el Instituto
de Estudios Políticos y Relacio nes Internacionales de la U niversidad Nacional
de Colombia en noviembre de 1995.

213
Jaime A rocha

otros temas, el peso de estudios sobre temáticas como exclusión e


inclusión racial y étnica; composición socioracial de los distintos
conjuntos de actores violentos; desplazamientos forzados de terri-
torios ancestrales y la negación de derechos individuales y etnona-
cionales. Sin embargo, un repaso de los números que en sus diez
años de existencia han publicado revistas como Foro o Análisis Polí-
tico, muestra que ese tipo de temas ha sido más bien insignificante.
Esta característica también se deduce al revisar panoramas genera-
les como el que trazó Carlos Miguel Ortíz (1992) para dar cuenta
de las tendencias fundamentales que tomó el campo de la violento-
logía entre 1962 y 1992. Otra de esas visiones consiste en la presen-
tación que aparece en la edición de 1995 del libro Colombia: violen-
cia y democracia. Su autor, Gonzalo Sánchez, se pregunta por los re-
sultados del esfuerzo de los académicos convocados por el Estado
para proponer vías hacia la paz, reseñando el papel de la Comisión
de Estudios sobre la Violencia en Colombia, que él coordinó y es
autora del libro en mención, así como el de la Comisión de Supe-
ración de la Violencia. Sin embargo, omite el trabajo de equipos
comparables que abordaron los tópicos de interés para este ensa-
yo. Entre ellas figuran la Comisión de Violencia y Televisión, crea-
da por el Ministerio de Comunicaciones para profundizar aspectos
desarrollados en el capítulo "Violencia y medios de comunicación"
de la obra citada, mediante el libro Televisión y violencia, cuya se-
gunda edición fue publicada por Colciencias en 1989. También, el
de la Subcomisión sobre Igualdad y Derechos étnicos que operó
entre octubre y diciembre de 1990, dentro de la Asamblea Prepara-
toria de la Constituyente de 1991 y vinculó académicos indianistas
y afroamericanistas con activistas, asesores y miembros de las or-
ganizaciones de la base de ambos pueblos, en un intento por desa-
rrollar propuestas de articulado constitucional que pusieran a la
nación en el camino hacia una amplia inclusión étnica Qimeno
1990-1991). Por último, menciono la Comisión Especial para las
Comunidades Negras cuya responsabilidad consistió en darle vida
al artículo transitorio 55 de la Constitución de 1991, mediante lo
que en 1993 sería la Ley 70 (Arocha 1994). Esta ley reconoce y legi-
tima la identidad afrocolombiana y especifica los derechos étnico-
territoriales y políticos que se derivan de esa identidad (ibid.).
Estas omisiones son paradójicas si se tiene en cuenta que hicie-
ron parte de un proceso hacia la inclusión étnica, entre cuyos hitos
figura una de las recomendaciones del grupo de expertos que Sán-
chez coordinó en 1987: «El Estado deberá reconocer que la nación

214
Etnia y guerra...

a la cual sirve es multiétnica [... )» (Comisión de Estudios sobre la


Violencia en Colombia 1995: 131). Cuatro años más tarde, esa lu-
cha en contra de la exclusión por razon es de identidad socioracial
recibió un enorme h álito con la transfor mación de la naturaleza de
la nación colombiana, según se lee en el artículo 7º de la Carta del
91: «El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de
la nación colombiana [...] » (República de Colombia 1991: 2). Y se
apuntala en otros artículos constitucionales, entre los cuales mere-
4 5
cen citarse los 286, 287 sobre territorialidad y autonomía política
de los pueblos indígenas y transito rio 556 sobre d erechos compa-
rables para las comunidades negras (ibid.: 108, 109, 166).
Desde el punto de vista de la etnicidad y el conflicto, el esfuerzo
de la Comisión para la Superación de la Violencia, resaltado por
Sánchez, representa un retroceso si se lo compara con el del equi-
po que él presidió. Fue creada durante la administración del presi-
dente Gaviria para hacer el seguimiento de los acuerdos de paz con
el Ejército Popular de Liberación y con el Quintín Lame. El libro
que publicó, Pacificar la paz, se enmarca en un fundamentalismo
cultural que marcha en contravía del pluralismo de Colombia: vio-
lencia y democracia. Mientras que éste reconoce la etnicidad de los
indígenas, los afrocolo mbianos y de otros grupos campesinos

4
«Artículo 286. Son entidades territo riales, los departamentos, los distritos, los
municipios y los territorios indígenas. La ley podrá darles el carácter de enti-
dades ter ritoriales a las regiones y provincias que se constituyan en los térmi•
nos de la Constitució n y de la Ley» (República de Colombia 1991: 108).
5
«Artículo 287. Las entidades territoriales gozan de autonomía para la gestión
de sus intereses, y dentro de los límites de la Constitución y la Ley. En tal vir-
tud tendrán los siguientes derechos:
1. Gobe rnarse por autoridades propias.
2. Ejercer las competencias q ue les correspondan.
3. Administrar los recursos y establecer los tributos necesarios para el
cumplimiento de sus funciones.
4. Participar en las rentas nacionales» (ibid.: 109).
6
«Artículo 55 transitorio. Dentro de los dos años sig uientes a la entrada en vi-
gencia de la presente constitución [4 de julio de 1991), el Congreso expedirá,
previo estudio por parte de una comisión especial que el gobierno creará para
tal efecto, una ley que le recon ozca a las comunidades negras que han venido
ocupando tierras baldías en las zonas rurales ribereñas d e los ríos de la Cuen-
ca del Pacífico, de acuerdo con sus prácticas tradicionales de producción el
derecho a la propiedad colectiva sobre las áreas que ha de demarcar la misma
ley[ ... ]» (ibid.: 166).

215
Jaime A rocha

(1995: 105-133), Pacificar la paz tan sólo lo hace para los amerindios.
Áreas de confluencia étnica como la zona plana del norte del Cau-
ca (Comisión de Superación de la Violencia 1992: 83-92; 195-212),
el Chocó biogeográfico risaraldense (ibid.: 66-75; 217-224), Urabá
(ibid.: 32-43; 233-244) y secciones de la llanura Caribe (ibid.: 21-31;
212-217) figuran sin que sus pueblos ancestrales de afrodescen-
dientes sean denominados siquiera como negros, gente negra o co-
munidades negras. El problema no radica tan sólo en el ocultamien-
to de la identidad de esos pueblos, sino en el velo que el informe
de esa Comisión tiende sobre: (i) Historias de construcción territo-
rial protagonizadas por los afrodescendientes, las cuales habían si-
do identificadas en Colombia: violencia y democracia ( 1995: 116, 119-
120; 121-123; 123-124); (ii) los mecanismos de coexistencia no vio-
lenta que desarrollaron en su interacción con los irtdígenas
(Arocha 1989, 1990; Sánchez et al. 1993: 183 ), y (iii) las franjas terri-
toriales biétnicas que como consecuencia de esa interacción pacífi-
ca habían constituido (ibid.).
En reemplazo de una complejidad trazable con la información
disponible entre 1991 y 1992, Pacificar la paz subsume a los afro-
descendientes en las categorías genéricas de campesinos y colonos.
Esta última es una denominación problemática que, o no ha debi-
do de emplearse, o hubiera podido aplicarse con cautela. Cuando
apareció la obra que comento, ya estaba en vigencia el artículo
transitorio 55 citado antes. Así, los paisajes creados por los afro-
descendientes no podían tratarse como invasiones por parte de co-
lonos, ya fuera de tierras de la nación o de resguardos indígenas,
susceptibles del llamado "saneamiento". Para entonces, ya se había
hecho el debido reconocimientos de la profundidad histórica de
las formaciones territoriales afrocolombianas y, por lo tanto, dado
pie para que sus creadores demostraran su carácter ancestral. De
ellas, destaco dos: primero, las que se remontan al cimarronaje
protagonizado en la llanura Caribe desde m ediados del siglo XVI
por los cautivos recién desembarcados de África y el cual se exten-
dió por los valles del Cauca y del Magdalena y el litoral Pacífico du-
rante cien años más (Comisión de Estudios sobre la Violencia en
Colombia 1995: 119, 120; Friedemann y Arocha 1995: 54-56). Se-
gundo, las que nacen desde los finales del siglo XVII, cuando au-
menta el número de esclavizados que compra de sus amos cartas
de libertad y emigran desde las minas de los distritos auríferos de
Nóvita, Citará y Barbacoas hacia refugios exentos de esclavistas
(Arocha 1998: 341-348; Friedemann y Arocha 1995: 58-62).

216
Etnia y guerra...

Desde una perspectiva exclusivamente indianista, los cambios


que in trodujo la Constitución de 1991 en cuanto a la territorialidad
de los pueblos étnicos merecía un enfoque que jamás apareció en
Pacificar la paz. Desde j ulio de 1991, eran previsibles puntos de
choque que no figuran en la obra que comento: (i) El
"saneamiento" de resguardos se complicaba, si los afrocolombia-
n os podían demostrar la ancestralidad de su dominio territorial: y
(ii) La ampliación o creación de nuevos resguardos no podría se-
guir realizándose en la ausencia de consensos sobre los linderos de
los territorios ancestrales afrocolombianos .

HÁBITOS EXCLUYENTES

A diferencia del fundamentalismo cultural europeo, la versión co-


lombiana no surge como reacción al incremento en olas de inmi-
grantes extranjeros, sino que se ha ido construyendo desde la Co-
lonia y hoy, aun después de aprobada la Constitución de 1991, si-
gue siendo un hábito inconsciente que afecta la forma como se
percibe a los afrocolombianos o como se les invisibiliza (Arocha
1998: 348-355 ). Mientras que los pueblos indígenas han sido relati-
vamente visibles, los afrodescendientes o han permanecido ignora-
dos, o han sido ocultados (ibid.: 348-355). La presencia asimétrica
de estos dos pueblos se remonta al siglo XVI, cuando se nombra-
ron corregidores de indios y cien años más tarde se les permitió a
los indígenas vivir en sus territorios ancestrales y gobernarse me-
diante sus autoridades tradicionales, con la in tención de proteger-
los en calidad de tributarios de la Corona Española (ibid.). Otro si-
glo más tarde, la lucha de ellos por convertir a los resguardos y ca-
bildos en espacios para el afianzamiento étnico recibiría un hálito
gubernamental con la aprobación de la Ley 89 de 1890 (ibid.). En
el marco integracionista, cuya consolidación consistía en la Consti-
tución de 1886, la Ley 89 fue la excepción que permitió el derecho
a la diversidad indígena (ibid.). A su vez, ella despertó el interés de
los científicos evolucionistas de finales del siglo XJX y de los activis-
tas del socialismo (Pineda Camacho 1984). Para los p rimeros, el es-
tudio de conductas que se creían extintas, permitiría que los indios
ayudaran a construir una teoría sobre el desarrollo de la humani-
dad (ibid.). Para los segundos, la cuestión de las minorías étnicas
entró a formar parte de la utopía nacional que formularon desde el
decenio de 1920, excluyendo a los afrocolombianos. Para esos so-
cialistas, las reivindicaciones étnicas de la gente negra fueron des-

217
.Jaime Arocha

calificadas como racismo al revés o, en el mejor de los casos, embele-


cos revolucionarios (Friedemann 1984).
La profesionalización de la antropología iniciada en 1943, tam-
bién contó con un protagonismo indígena que has ta mediados del
decenio de 1980 se mantuvo con el 80% de los aportes de esta dis-
ciplina (Arocha y Friedemann 1984). Este acervo dio bases para la
consolidación de las ONG comprometidas con el freno de olas de
aniquilamiento físico y cultural asociado con la expansión capitalis-
ta de los decenios de 1960, 1970 y 1980 (Arocha 1998: 375-381). Sin
menospreciar el ímpetu del propio movimiento indígena, esas en-
tidades iniciaron la interlocución con los organismos internaciona-
les que se ocupan de la preservación de la etnodiversidad y senta-
ron las bases para convertir al conocimiento experto en un_a cone-
xión entre el movimiento indígena y el Estado (ibid.). Por 'esta vía
se fue logrando la traducción de «[ ... ] necesidades politizadas en
objetos potenciales de administración estatal [... ]» (Escobar 1992:
45), conforme puede apreciarse estudiando la constitución y ex-
pansión de resguardos que en el litoral Pacífico inició su auge des-
de finales del decenio de 1970.

INVISIBILIDAD CON EFECTOS TERRITORIALES

Veinte años después de ese comienzo, los embera del resguardo de


Juradó solicitaban la ampliación de su territorio, en medio de cre-
cientes tensiones con los afrochocoanos de la misma región y con
los madereros paisas. Fundamental para esa solicitud era el docu-
mento denominado F'ormas de uso, dominio y posesión territorial de los
indígenas de juradó de Alberto Achito Lubiaza. Fue presentado al
Incora por la Organización Regional Embera-Waunán Orewa, co-
mo parte del estudio socioeconómico que se requiere para iniciar
una reclamación de tierras. Sus páginas atestiguan la forma como
ese adalid indígena se apropió de los métodos y técnicas desarro-
llados por la investigación antropológica. Achito transcribe varios
mitos que nombran el alma embera y los conocimientos indígenas
en cuanto al manejo de aquella variedad de animales y plantas que
hoy llamamos biodiversidad. Sin embargo, lo más importante son
las referencias, primero, a los mojones que los embera utilizan para
demarcar su territorio; segundo, a los no indígenas que habitan
dentro de ellos; tercero, a las épocas en las cuales llegaron estas úl-
timas personas, y cuarto, a aquellos años cuando los indios tuvie-
ron que irse de allá. Todo esto está sustentado mediante mapas

218
Etnia y guerra ..

que no se anexan al documento consultado, pero cuyo texto dice


que datan de 1940.
Recibido el documento de Achito, el llamado profesional de indí-
genas del Incora hizo la traducción de los hitos territoriales que fi-
guraban en las narrativas de los embera al lenguaje de los cartógra-
fos y topógrafos, formulando a renglón seguido peticiones para
expandir la territorialidad india. Sin embargo, en los documentos
preparados por ese funcionario, no se evidencia un profesionalis-
mo apto para identificar la problemática de la gente negra. No co-
tejó la información de la mítica embera con otras fuentes, ni enun~
ció pregunta alguna a los señores Ballesteros para ver si de verdad
ellos coincidían con Achito en que fueron las primeras personas
negras en aparecer por allá. Tampoco indagó documentos notaria-
les o de archivo para ver si a Achit.o lo asistía la razón al afirmar
que gente de esa afiliación étnica tan sólo había llegado a Juradó
durante La Violencia. Este período va de 1948 a 1965 y es muy tar-
dío con respecto a los datos que siguen arrojando los archivos his-
tóricos consultados por nuestro proyecto sobre el Baudó, en su ta-
rea de esclarecer las fechas del poblamiento llevado a cabo por los
descendientes de los esclavizados Qiménez 1996; Maya 1993, 1996).
El fundamentalismo cultural que evidencia la solicitud de ex-
pandir el resguardo de Juradó no es excepcional, sino que respon-
de al hábito de someter a los afrodescendientes a la invisibilidad,
según una tradición a la cual ya hice referencia y recibe refuerzos
del sistema universitario. En los programas curriculares de antro-
pología, historia, sociología, trabajo social o psicología que ofrecen
universidades como la Nacional de Colombia, la de Antioquia, la
del Cauca, o privadas como los Andes, la afroamericanística y la
africanística7 son insignificantes o inexistentes. Dicho de otro mo-
do, es probable.que los funcionarios que tienen que ver con lo ét-
nodiverso, ya sea en los ministerios del Medio Ambiente (antes In-
derena) o del Interior, hayan sido dotados de un aparato percep-
tual que no sólo les impide captar lo afrocolombiano, sino que no
los faculta para apreciarlo en calidad de étnico, es decir, de diver-
7 El Laboratorio de Comunidades Negras que hace tres años puso en marcha
la Universidad del Valle es la excepción institucional. Vincula profesores y es-
tudiantes alrededor de la problemática afrocolombiana de la zona plana del
norte del Cauca y de varios barrios de Cali y hoy cuenta con el refuerzo que le
da la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Marsella, dentro de un
gran programa de investigación auspiciado por Ostrom.

219
Jaime Arocha

1'000.

o
ALTO DE ANDAGUEDA 1 i
sidad nacida de la interacción entre historia, cultura y c_óntexto
ambiental.
De haber sido de otro modo, no estaríamos ante conflictos co-
mo el del Alto Andágueda. Según informaciones del Procurador
para Asuntos Agrarios y Ambientales del Chocó, el resguardo fue
constituido a finales de los años 70 con tres pueblos afrochocoanos
metidos en sus entrañas. Hoy sus habitantes llegan a las 5.000 al-
mas, superando así el número de indígenas del resguardo. 8
Precisé el sentido de las palabras del Procurador, examinando la
resolución N' 185, mediante la cual en 1979 el Incora dio vida al
resguardo. El documento muestra cómo los peritos que visitaron el
área sí tomaron nota de la existencia de los pueblos afrochocoanos
de Piedra Honda, San Marino y Churima. Sin embargo, no los des-
cribieron mediante la batería de técnicas etnohistóricas, demográ-
ficas y etnográficas de las cuales se valieron para realizar el estudio
socioeconómico sobre los indígenas que figura en la resolución. En
consecuencia, no dicen cuántos campesinos o mineros afrocho-
coanos había, ni cómo ni cuándo habían sido introducidos para
explotar las minas de oro. Se limitaron a afirmar que allá confluía
« [ ... J una importante población negra dedicada a la minería rudi-
mentaria[ ... ]».

8
Mis entrevistas con el doctor Julio César Vásquez tuvieron lugar el 15 de
agosto de 1995 y el 23 de enero de 1997. Se refirieron a los casos del resguar-
do que intenta constituir el Incora sobre la carretera Pananiericana, cerca a
Chachajo, en el Alto Baudó, al de Juradó y al del Alto Andágueda, así como al
otorgamiento de títulos colectivos a comunidades negras que entonces sean-
ticipaba para marzo de 1997, en la región de Domingodó, sobre el bajo Atra-
to, donde el orden público se hacía cada vez más complicado.

220
Etnia y guerra ..

OCULTAMIENTO Y
9
"SANEAMIENTO" DE RESGUARDOS

Es evidente que el ocultamiento de los afrochocoanos no depende


de una carencia en el saber de técnicas de investigación científica,
sino más bien de la infranqueabilidad que el fundamentalismo cul-
tural le atribuye a los paisajes construidos desde la supuesta pri-
mordialidad indígena. Estas asimetrías étnicas influyen sobre la
creciente tensión que rige las relaciones interétnicas de esos pue-
blos confluyentes. A medida que se aproximaban los términos que
las nuevas leyes emanadas de la Constitución de 1991 definían para
el "saneamiento" de resguardos, los afrochocoanos exploraban al-
ternativas distintas a la emigración del área. El procurador agrario
rne informó que durante tres años, los misioneros que han traba-
jado en la región propiciaron una concertación que le permitiera a
la gente negra retener los territorios construidos durante dos si-
glos. Me explicó que inclusive los indígenas se mostraron partida-
rios de que se redefinieran los límites de su resguardo, teniendo en
cuenta la territorialidad conformada por las personas con quienes
habían compartido el espacio durante ese lapso. Empero, la Divi-
sión de Asuntos Indígenas permanecía aferrada a la normatividad
referente a que los resguardos son inalienables, inembargables e
imprescriptibles. De ese modo, una legislación concebida para de-
fender los intereses de los indígenas, en este caso, se convertía en
obstáculo para que tomara forma una solución ideada por ellos
mismos, en aras de disminuir la tensión creciente en sus relaciones
con los afrodescendientes. Entonces, para éstos últimos, tan sólo
quedaba un callejón con la salida usual, la compra de mejoras.

9
El uso de comillas cada vez que aparezca este término obedece a mi desa-
cuerdo con su permanencia en la jerga legal. Ya han pasado ocho años desde
que la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia (1995: 132) de-
mostró que muchas de las personas calificadas de invasores de resguardos de
indios no habían procedido con intensiones perversas, sino que por lo general
se desplazaban a esas tierras huyendo de la violencia que los expulsaba de las
propias. Entonces, resulta aberrante mantener una palabra que asocia a estas
víctimas de la guerra con lo anormal y malsano. Las intervenciones que han
hecho diferentes adalides afrocolombianos en diversos foros coinciden en la
condena a la designación que critico.

221
Jaime Arocha

LAS TRES ÍES

La fórmula legitimada para indígenas y afrodescendientes por la


Constitución de 1991 (articulo 63), referente a la inembargabilidad,
inalienabilidad e imprescriptibilidad de los territorios étnicos es in-
cuestionable cuando el Estado ha obrado con justicia. Sin embar-
go, cuando la delimitación de uno de tales espacios excluye a una
de las partes interesadas, como sucedió en el Alto Andágueda, la
imprescriptibilidad de la actuación legislativa parecería convertir
en infalibles a las determinaciones de los funcionarios estatales.
Entonces, surge el interrogante de ¿cómo objetar esa normatividad
cuando hay casos que comprometen mecanismos interétnicos de
convivencia pacífica?
También podría objetarse el absolutismo de la norma de las tres
íes cuando el reconocimiento de la territorialidad indígena se hace
en áreas sobre las cuales los afrochocoanos han ejercido un domi-
nio anterior. Conforme lo informó la Dirección de la regional cho-
coana del Incora, hay indígenas que durante los últimos ocho años
han llegado a las selvas y riveras del litoral provenientes de diferen-
tes lugares del país. Nuestra investigación sobre el Baudó indica
cómo esos inmigrantes han establecido relaciones de compadrazgo
con los campesinos negros en áreas como la de la carretera Pana-
mericana, cerca de Chachajo. De ese modo, han accedido a frartjas
del territorio afrobaudoseño para, después, reclamar la conversión
de esos globos en resguardos indígenas. Como el paso siguiente
consiste, de acuerdo con el Procurador Agrario del Chocó, en el
"saneamiento", quienes le brindaron la oportunidad a los indios de
ingresar a la región, pasan a enfrentar el futuro incierto que define
la fórmula de la compra de mejoras y la subsiguiente emigración
forzada.10

lO Estas olas inmigratorias también han sido fuente de conflicto homoétnico.


En abril de 1992, antes de que tuviera lugar la primera expedición etnográfica
que patrocinó la Universidad Nacional en el Baudó recibí sendas llamadas de
la entonces estudiante de antropología de la Universidad de los Andes, Natalia
Otero, y el presidente de la Asociació n Campesina del Baudó para comuni-
canne su preocupación ante los hechos de sangre de los cuales habían sido
testigos en el alto Baudó debido a enfrentamientos territoriales entre pobla-
dores tradicionales indígenas e inmigrantes también indígenas. Hubo un
muerto y varias personas, incluyendo una mujer, resultaron gravemente heri-
das a machete.

222
Etnia y guerra...

LOS PRIMEROS
POBLADORES: HISTORIA INTERROGADA

El proceso que lleva a los afrochocoanos de ser artífices de actos de


solidaridad interétnica a víctimas de ella, se j ustifica alegando que
los indígenas fueron los p1imeros pobladores del continente. Sin
embargo, esa argumentación hace caso omiso de la compleja histo-
ria de la Colonia en el Ch ocó. En efecto, para 1720, las emigracio-
nes de libres desde los distritos mineros de Citará y Nóvita comen-
zaron a aumentar. Libre es el etnónimo que adoptaron los afrocita-
reños y afronoviteños a medida que, mediante los ahorros logrados
mazamor reando domingos y feriados , compraban de sus amos las
cartas que los acreditaban como libertos Qiménez 1996; Maya 1996).
Una vez lograban esa condición, buscaban refugio en riberas no
auríferas, como las del Baudó (ibid .).
Es importante relievar que - al mismo tiempo- los españoles
avanzaban en su política de reducir y trasladar indígenas para que
se ocuparan del transporte de mercancías y de la producción agrí-
cola que requerían las explotaciones auríferas de los distritos que
he mencionado (Maya 1993; Vargas 1993). Entonces, ocurrían dos
movimientos poblacionales de rutas similares, pero de signo
opuesto: desde Nóvita y Citará hacia refugios ribereños y selváti-
cos, por parte de libres, y desde estos refugios hacia Nóvita y Cita-
rá, por parte de indígenas (ibid.). Teniendo en mente esos dos
desplazamientos, surge la pregunta referente a la responsabilidad
ético-política que le puede competir al funcionario o al asesor in-
dianista al hallar que los libres pudieron llegar a territorios que en
su momento estaban vacíos de indígenas. Esa persona, faceptaría el
argumento referente a que en tal contexto histórico los libertos
pudieron haberse percibido a sí mismos como primeros pobladores
de esa área específica?
Esto de que los primeros poblad ores de lo que hoy es América
fueran los descendientes de la gente del norte de Asia se sigue
cuestionando . En una reunión académica que patrocinó la Unesco
con el título Contribu ción Africana a la Cultura de las Américas, el
académico afrobrasileño Abdías Do Nacimento volvió a reseñar la
evidencia empírica sobre las migraciones desde África hacia Amé-
rica que tuvieron lugar antes del siglo XV. Por su parte, Nina S. de
Friedemann ( 1993) en su libro La saga del negro: presencia africana
en Colombia hace un inventario de los aportes de la historiografía y
la historia oral africanas en cuanto a tempranas expediciones desde

223
Jaime Arocha

África h acia este continente y en cu anto a la resultante mitología


que elaboraron quienes se quedaron atrás.
Faltan, eso sí, pruebas arqueológicas que permitan demostrar
hipótesis como la que lanzó Donald Lathrap (1989) a propósito de
tempranas migraciones transatlánticas, atadas a proyectos de coloni-
zación realizados por agricultures-pescadores africanos en las selvas
amazónicas. Lathrap tejió este punto de vista alrededor de tres
plantas de origen africano, cuya importancia no sólo sobresale en
los jardines sagrados de los indígenas de la Amazonia, sino en la
mítica y simbólica de esas mismas personas: calabazos, algodones y
barbascos (ibid.). El mundo posible que inauguró este pensamiento
facilita optar por versiones de la historia que reconozcan la ances-
tralidad del poblamiento afrocolombiano del litoral Pacíficp. Por lo
tanto, puede ser un paso hacia la adopción de lentes que permitan
percibir otro fenómeno que tiene poca cabida dentro del funda-
mentalismo: las construcciones biétnicas en ámbitos territoriales y
simbólicos.

LOS ZAMBO RENTERÍA Y ACHITO

Don Orlando Rentería vive en el río Amporá, afluente del Baudó.


El antepenúltimo día que actuó como presidente de la Asociación
Campesina del Baudó, Acaba, al instalar la asamblea anual de sus
miembros, saludó en embera a los indígenas que habían sido invi-
tados al evento. El escenario era un recinto comunitatio en el co-
rregimiento de Boca de Pepé. Las fechas, 20 a 22 de julio de 1995.
Me sorprendí ante el bilingüismo del adalid, pese a que yo sabía
que, en calidad de nieto de una mujer indígena, él se ha preciado
del legado cultural embera que porta y de haberle insistido a sus
hijos en que practiquen el idioma de su bisabuela.
Personas como don Orlando habrían figurado como zambos, en
la terminología pigmentocrática de la Colonia. Enseñan que indios
y negros han creado lazos de convivencia dialogal, no sólo hacien-
do alianzas de fraternidad espiritual, como el compadrazgo, sino
estableciendo nexos matrimoniales. Por eso, un mes más tarde, en
la misma localidad de Boca de Pepé, fue predecible encontrar a un
hombre de cabello ensortijado y piel negra, portador del apellido
Achito, uno de los más reconocidos entre la gente embera. Tam-
bién se identificó el caso contrario de unos embera apellidados
Manyoma. Estas familias están ligadas al resguardo de Q uerá, el
cual tiene que incorporarse al mapa de las entidades territoriales

224
Etnia y guerra ...

susceptibles de "saneamiento". Dentro de esa cartografía figuran


otros lugares, como San José de Pató, cuya confluencia interétnica
está documentada en el Archivo General de la Nación, desde me-
diados del siglo XVIII. Ante el avance del "saneamiento" de res-
guardos indígenas, ¿qué podrá pasar con las familias que menciono
y con los territorios construidos por ellas? frómo aplicar las leyes
sin desmembrarlas?
En el Chocó biogeográfico, la bietnia no sólo es un fenómeno
territorial, sino espiritual, conforme lo atestigua el culto a la Vírgen
de la Pobreza, santa patrona de Boca de Pepé. El lienzo sobre el
cual se apareció su figura fue encontrado por emberas de Querá y
hoy es adorado por ambos pueblos (Serrano 1996). Dos cañones y
una campana acompañaban a la aparición (ibid.). Como la deidad
controla las tempestades, para amainarlas o arreciarlas, es difícil no
percibir un posible parentesco con Ochún, máxime si se tiene en
cuenta que la fiesta de la Pobreza coincide con la del día en que los
afrocubanos celebran a ese oricha del relámpago y la tempestad,
encarnado en la Virgen de la Caridad del Cobre (Murphy 1993: 42-
43).
En la misma aldea está don Juan Arce, médico raicero, hijo de
donjuan Nemecio Arce, un afrobaudoseño a quien losjaibanaes le
enseñaron a cantar jai, 11 y quien fue reconocido por su poder espi-
ritual. Si indios y negros no fueran hermanos espirituales, los pri-
meros jamás le habrían soltado a los segundos los secretos que,
precisamente, se salvaguardan de los enemigos.
La figura de esa especie de jaibaná negro no era impredecible.
Desde 1992, el proyecto del Baudó venía recogiendo testimonios
de la forma como los dos pueblos tienen fronteras flexibles en
cuanto a sus conocimientos se refiere. Los indios se dejan permear
por el saber afrochocoano y viceversa. Los intercambios no son
siempre armoniosos; hay momentos cuando los jaibanaes le man-
dan a los negros toda clase de madres de agua y que, en respuesta,
los negros traban12 a los indios mediante conjuros que complican
11
Este es el nombre de las máximas ceremonias médico-religiosas de los em-
bera, para convocar y vencer espíritus del mal, mediante el uso de bastones ta-
llados en madera.
12
Para los afrochocoanos, una culebra no ofende et un cristiano por voluntad
propia, sino porque ou·o le ha hecho una traba a esa personas, llevado a cabo
los 1;tos necesarios para que ocurra el insuceso. Quien cura la picadura de cu-
lebra no puede detenerse en la neutralización del veneno, ofreciéndole a la
(continúa en la página siguiente)

225
Jaime Arocha

las curaciones de picadura de culebra y otros males. Pero no se ma-


tan, ni expresan el querer matarse. Por eso han tratado de alcanzar
consensos, como el que buscaba la Asosiación Campesina del Me-
dio San Juan, Acadesan, para que el Estado reconociera el territo-
rio biétnico waunán-negro (Sánchez et. al. 1993: 71-75, 183). Esta
clase de alternativas permitiría reducir las posibilidades de que de-
saparezcan las fronteras fluidas que a lo largo de la historia se han
reteñido o atenuado dependiendo de la época del año o los años
(Losonczy 1993 ), las cuales comienzan a ser sustituidas por las que
rigen desde el siglo XVIII para la gente india de los Andes.
El tendido de cercas que hoy se impone, no ha sido del Chocó y
se ha hecho con tales asimetrías, que, cuando la Ley 70 esté regla-
mentada en su totalidad, la gente negra tan sólo podrá reclamar tí-
tulos colectivos sobre menos del 10% del Chocó, pese a 'que supo-
blación suma casi el 90% de los habitantes (Sánchez et al. 1993: 124-
125 ). Hasta ahora, la repartición de las tierras ha favorecido a los
indígenas, a los parques y reservas naturales y a los particulares,
con cerca del 90% de las extensiones (ibid.).

EL RIO SAN JUAN, ¿AFLUENTE DEL CAUCA?

Volviendo al libro Pacificar la paz, uno lee en el párrafo 4 de la pá-


gina 217 que el río SanJuan es afluente del Cauca y uno dice pero
iqué error! Para, luego, darse cuenta de que sí hay un rio San Juan
que muere en el Cauca. El haberse ftjado en ese rio y no en el que
desemboca en el Pacífico es congruente con la forma como la Co-
misión de Superación de la Violencia leyó la cartografía colombia-
na. No resalta los nexos entre Urabá y Chocó (Comisión de Supe-
ración de la Violencia 1992: 232-43). En el Cauca se concentra en la
región andina e ignora el litoral Pacífico (ibid.: 83-92). Y en el de-
partamento de Risaralda enfoca a esa región como parte del eje ca-
fetero, sin hacer mención de su pertenencia al Chocó biogeográfi-
co (ibid.: 66-75; 217-224). Pueblo Rico, un pueblo de Risaralda, al
cual el libro les concede importancia, está en la vertiente occidental
de la cordillera occidental, sobre la carretera que llegará al puerto
que también se construye en Tribugá, e interactúa con Santa Ceci-
lia, puerta de entrada a la región aurífera y selvática del río San
Juan, afluente del océano Pacífico.

víctima el contenido de una botella rezada o balsámica, sino hallar al responsa-


ble del conjuro y deshacer la traba que causó el mal.

226
Etnia y guerra ...

Sugiero que al no haberse ftjado en el Pacífico, como lo venían


haciendo los presidentes colombianos, desde el gobierno de Beli-
sario Betancur, la Comisión cuyo trabajo analizo no predijo facto-
res contrarios a la superación de la violencia: la modernización del
Chocó biogreográfico y la apertura económica (Losonczy 1991-
1992, I: 9; Machado 1996). A la expansión de carreteras, puertos,
explotaciones madereras, mineras, camaroneras, agroindustriales y
ganaderas que venía desde 1982 (González 1990), durante los últi-
mos cinco años se agregaron el interés mundial por la explotación
genética de la biodiversidad selvática y ribereña (Redacción EE
970209, Presidencia 1996), el programa de integración con los paí-
ses de la cuenca del Pacífico (Ministerio de Relaciones Exteriores
1996, Presidencia 1996), el relanzamiento del proyecto de construir
una conexión interoceánica uniendo al río Atrato con el Pacífico
por la vía del río Truandó (Fonade 970216; Redacción EE 970209)
y la propuesta de prolongar la Carretera Panamericana por el lla-
mado Tapón del Darién (EFE 970216).
Al mismo tiempo que se propagaba el modelo neoliberal, al sur
del Litoral lo hacían los cultivos de palma africana y camarones, así
como las expulsiones violentas de indígenas y afrocolombianos.
Por su parte, en el norte aumentaba la inmigración paisa y
13
chilapa, y con ella las presiones sobre la territorialidad ancestral
de ambos pueblos. Por el lado de la violencia, las acciones que
desde tiempo atrás venían realizando las Farc en el área de Riosu-
cio, para los chocoanos eran problema de Urabá y no de su depar-
tamanto, y las del ELN en el San juan no hacían parte de una ima-
gen de crisis, quizás porque la población civil no había sido afecta-
da seriamente (Mosquera 1997). Por eso, cuando a finales de 1994,
un grupo disidente del EPL irrumpió en el alto Baudó, para mu-
chos chocoanos había comenzado el principio del final, incluyendo
ajusticiamientos públicos, desapariciones, boleteo, vacunas y el
desplazamiento de familias enteras que buscaron refugio haciendo
barrios de invasión en Quibdó. Si bien es cierto que esa agrupa-
ción guerrillera salió del área a mediados de 1995, seis meses más
tarde apareció el Benkos Biojó en el bajo Baudó y hoy por hoy,
grupos paramilitares figuran como los causantes de operaciones de

13
Etnónimo chocoano para referirse a las poblaciones triétnicas provenientes
del departamento de Córdoba.

227
Jaime Arocha

la llamada limpieza social y, en consecuencia, de la imposición de


más formas de terror y destierro (ibid.).

EL MAÑANA

Otro evento que marca el punto de no retorno ha consistido en los


cientos de familias quienes, entre diciembre de 1996 y enero de
1997, despavoridas por los enfrentamientos entre el ejército y la
guerrilla, huyeron del bajo Atrato hacia Mutatá, Pavarandocito y
Panamá (Padilla y Varela 1997: 16-19). Además de la tragedia impli-
cada por la emigración forzosa, la severidad de estos hechos tiene
que ver con la proximidad entre la zona de combate y el curso me-
dio del río Truandó. Allá, con todo y que hay puntos de incalcula-
ble interés para las empresas madereras, en marzo de !997, el In-
cora otorgó los primeros títulos colectivos a comunidades negras
sobre cerca de 70.000 hectáreas. A los pocos días, cayó abatido por
las balas el presidente de uno de los consejos comunitarios que ha-
bía iniciado los trámites de titulación (Villa 970220, 970303).
Es posible que miembros de este grupo excepcional de propie-
tarios colectivos no hubiera hecho parte de los desplazados del ba-
jo Atrato (Arocha et. al. 1997). También que sea cierto el alegato
del gobierno en el sentido de estar haciendo todo lo posible para
que los desplazados puedan volver a sus lugares de origen, y de es-
tar dándole un nuevo hálito a la titulación colectiva para las comu-
nidades negras (García 1997). Sin embargo, la irrupción de formas
de agresión armada que no tenían antecedentes en esa parte del
país, así como de las crónicas de terror que se elaboran y difunden
alrededor de ellas, pueden: (i) Hacer que la gente considere la po-
sibilidad de buscar en la ciudad la seguridad que las selvas y los
ríos comienzan a negarle; (ii) Disuadir a los afrodescendientes de
seguir haciendo las diligencias a las cuales la Ley 70 de 1993 les da
derecho, para legitimar los espacios comunitarios humanizados y
legados por sus antepasados; y (iii) Incorporar de manera irrever-
sible al Chocó biogeográfico al mapa de las regiones cuyos pobla-
dores padecen los conflictos armados.
El curso de estos eventos, ¿era previsible en 1991? Quizás este
ensayo le haya pedido al libro Pacificar la paz predicciones sobre el
logro de la.paz en regiones que no figuraban dentro del objeto de
estudio de la Comisión de Superación de la Violencia. Sin embar-
go, en la carátula del volumen se lee el subtítulo Lo que no se ha ne-
gociado en los acuerdos de paz, y el capítulo "Causas y manifestacio-

228
Etnia y guerra ...

nes de la violencia ejercida por funcionarios oficiales" contribuye a


que el lector se forme expectativas, por lo menos, sobre un posible
abordaje de la relación entre impunidad y discriminación sociora-
cial. Sin embargo, la ilusión se desvanece debido a la exclusión que
ese trabajo hizo de pueblos afrodescendientes con una larga y bien
documentada tradición de luchas étnico-territoriales, comparable a
las de los indígenas que la obra sí resalta. Me refiero a gente negra,
como la de la zona plana del norte del Cauca, entre las áreas acerca
de las cuales no puede haber ambigüedades en lo que respecta a su
pertenencia al o~jeto de análisis de esos expertos.
He sostenido que esa manera de editar la r ealidad corresponde
a un arraigado p atrón de fundamentalismo cultural, generoso con
los amerindios, pero exluyente del panorama étnico afrocolombia-
no. Me he ocupado de ese patrón, más allá del informe de la Co-
misión de Superación de la Violencia, porque tiene potencial para
escindir a pueblos étnicos confluyentes, como sucede en el Chocó
biogeográfico. De hecho, su aplicación por parte de oficiales gu-
bernamentales y las ONG vinculadas a las organizaciones de la base
étnica no ha coadyuvado a que ambos pueblos converjan en una
unidad de intereses territoriales. La conformación de un bloque
común permitiría contrarrestar la usurpación de territorios ances-
trales a manos de inmigrantes caribeños y andinos, de nuevos mo-
nopolios agroindustriales, mineros, madereros y pesqueros y de
especuladores de finca raíz que proliferan a medida que avanzan la
interconexión de esa parte del país con los Andes, el proyecto de
construir el canal interoceánico Atrato-Truandó y la prolongación
de la carretera Panamericana hacia Panamá.
A la aplicación del fundamentalismo cultural por parte de fun-
cionarios estatales y las ONG, debe agregarse el interés de ambos
por entrenar a los miembros de las organizaciones de base para
que se conviertan en interlocu tores eficientes ante las agencias del
Estado, de modo tal que agilicen la prestación de servicios. Descui-
dan así los diálogos horizontales que permitirían mejorar los vínculos
de civilidad que ambos pueblos han construido a lo largo de la his-
toria, y pueden contribuir a quebrar los mecanismos de conviven-
cia dialogal que la gente negra e india venía desarrollando durante
los últimos 250 años. Una de las expectativas que existían con res-
pecto a la legitimación del derecho a la etnodiversidad, por parte
de la Constitución de 1991, consistía en las opciones que se abrían
para la consolidación de tales patrones, de manera tal que surgiera
un antídoto contra una tendencia mundial que hace un lustro Eric

229
Jaime Arocha

Wolf (1994: 1) identificó del siguiente modo:«[ ... ] Ahora una de las
maneras de manifestar la etnicidad consiste en vestir uniforme de
fatiga y portar un K-4 7 ».
El surgimiento de guerrillas indianistas, como la Farip en el
Baudó, y negristas, como la del Benkos Biojó, en el San Juan y lue-
go en el Baudó, podrían darle la razón a Wolf. Sin embargo, la
irrupcióu de los paramilitares representa un cambio profundo. La
reacción de los afrodescendientes parece concentrarse en la emi-
gración hacia las grandes urbes, donde han demostrado adaptacio-
nes exitosas. La de los indígenas, de permanecer en sus territorios,
meta para la cual el mismo fundamentalismo cultural -vía Inter-
net- creará una opinión internacional que sí percibirá la usurpa-
ción de sus territorios como una violación de los derechos huma-
nos.

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235
Víctimas y sobrevivientes de la
guerra: tres miradas de género 1
Donny Meertens •

,!
INTRODUCCIÓN

Nos proponemos aquí desarrollar la relación entre el conflicto ar-


mado en Colombia, las consecuencias sociales de ésta, particular-
mente el desplazamiento forzoso de la población civil durante la
última década, y el género. Utilizamos el término género como una
categoría de análisis que nos permite analizar la diferencia sexual
como una construcción cultural y, simultáneamente, como una re-
2
lación social asimétrica entre hombres y m ttjeres. Podemos distin-

1
Este artículo se basa en dos investigaciones realizadas en 1994 (Donny Meer-
tens, patrocinada por el Programa por la Paz de la Compañía de Jesús) y 1995-
1996 (Nora Segura Escobar en asocio con Donny Meertens, patrocinada por la
Embajada de Holanda, la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos
y la Universidad Nacional de Colombia). Se recogieron entrevistas, testimo-
nios e historias de vida en Córdoba, Sucre, Santander, Meta, Caquetá y Quin-
dío a hombres y mujeres afectadas por la violencia.
* Antropóloga de la Universidad de Amsterdam; Doctora en Ciencias Sociales
de la Universidad de Nijmegen, Holanda. Docente de la Universidad de Ams-
terdam, Departamento de Geografía Humana, 1989-1993. Desde 1994 profe-
sora e investigadora de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad
Nacional de Colombia y asesora por la cooperación holandesa del Programa
de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo de la misma Facultad. Co-autora
(con Gonzalo Sánchez) del libro Bandoleros, Gamonales y Campesinos, el caso de
la Violencia en Colombia (Bogotá, primera edición 1983 ); autora del libro Tie-
rra, Violencia y Género (Nijmegen, Holanda 1997) y con Nora Segura Escobar,
de varios artículos en inglés y español sobre el tema de género y desplaza-
miento forzado por la violencia.
2
Seguimos aquí en grandes rasgos la definición de género elaborada por la
(continúa en la página siguiente)

236
Víctimas y sobrevivientes de la guerra...

guir tres áreas de atención comprendidas en lo que hemos llamado


la mirada de género sobre las dinámicas actuales de la guerra en Co-
lombia y sobre las secuelas que varias décadas de violencia política
han dejado para hombres y mujeres, no sólo en su calidad de par-
ticipantes en el conflicto armado sino también como integrantes de
la población civil, vivientes de la violencia. Esas tres miradas son,
en primer lugar, las representaciones simbólicas de la masculinidad y
la feminidad presentes en las manifestaciones de la violencia políti-
ca. En todo acto de violencia se expresan, implícita o explícitamen-
te, las representaciones culturales de quien es definido como el
enemigo y de las relaciones sociales de las cuales agresor y víctima
forman parte. El género, como uno de los principios estructurado-
res básicos de la sociedad, siempre está presente en ellas, pero la
violencia de género se configura con intensidades y manifestaciones
variadas según el momento histórico y la modalidad del conflicto.
La segunda mirada es la participación diferenciada entre hombres y
mujeres en la violencia como actores y como víctimas de ella. En este
artículo nos limitamos a analizar los -escasos y no muy precisos-
datos sobre víctimas de la violencia política reciente, ya que un aná-
lisis de género de los actores, es decir, de la participación en los
grupos armados, merece una elaboración más amplia que no po·
demos desarrollar aquí. 3 La tercera mirada se enfoca hacia los so-
brevivientes de la guerra, específicamente aquellos que han tenido
que huir de la violencia de los campos e internarse en las ciudades.
Con el desplazamiento forzado por violencia abordamos lo que se ha
considerado la problemática sociopolítica y psicológica de mayores
proporciones de las últimas dos décadas del siglo XX. Intentare-
mos descifrar algunas especificidades de género a lo largo de lo
que consideramos un proceso de desplazamiento, que incluye varias
etapas que van gesde la destrucción hasta la reconstrucción de la
vida individual y de los lazos sociales. En los momentos cruciales

historiadoraJoan Scott. (Scotl 1988:42-44). La combinación de esas dimensio-


nes invita a dar cuenta de las variaciones culturales y la historicidad de las
prácticas sociales; se articula con los procesos de individuación, autonomía y
construcción de identidades y permite abordar la construcción y las prácticas
de género en términos de relaciones de poder.
3
Una primera referencia a ese tema se presentó en m i artículo "Mujer y vio-
lencia política en los conflictos rurales", ANÁLISIS POLÍTICO no. 24, enero-abril
1995, 3649. Será también el tema principal de un próximo trabajo.

237
Donny l\/Ieertem

de ese proceso, hombres y mujeres se ven afectadas de manera di-


ferenciada.

PRIMERA MIRADA: LAS REPRESENTACIONES


SIMBÓLICAS DE GÉNERO EN LA VIOLENCIA

Desde finales de los años ochenta, y por segundo período en este


siglo, la violencia política en Colombia es noticia de todos los días.
Pocas veces la información suministrada en esas noticias va más
allá del conteo de los muertos, el registro de algunas características
mínimas de las víctimas, la expresión de indignación por la sevicia
del acto y, si acaso, una hipótesis sobre los presuntos autores. Fre-
cuentemente encontramos relatos de prensa, o informes _de los or-
ganismos de derechos humanos, que nos hablan de asesinatos o
masacres indiscriminadas contra la población civil, entre cuyas víc-
tin1as se cuentan mujeres, niños o ancianos.
Cabría preguntarnos si aquellos realmente son actos indiscrimi-
nados. ¿Cuáles han sido las construcciones de la feminidad-
masculinidad presentes en las acciones violentas? Resulta casi im-
posible obtener información en torno a las subjetividades de un
conflicto armado que domina todavía diariamente la vida política y
social del país. Por ello recurrimos a una reflexión histórica sobre
las representaciones del género en la Violencia de los años cin-
cuenta y sesenta, para llegar, a partir de allí, a una breve y todavía
hipotética mirada sobre la dinámica actual.
Sobre el período ya "clásico" de la Violencia durante los años
cincuenta y sesenta, cuando inicialmente las fuerzas públicas del
Gobierno conservador arrasaron las tierras pobladas por campesi-
nos liberales, y las guerrillas campesinas de filiación liberal ataca-
ron la población conservadora, se han hecho varias referencias a la
enorme carga simbólica presente en las acciones bélicas. Pero antes
de mirar más a fondo las posibles representaciones de género en
ella, hay que destacar una dimensión nueva que diferencia ese pe-
ríodo del siglo XX de las guerras civiles del siglo XIX: mientras en és-
tas últimas se trataba predominantemente de confrontaciones entre
ejércitos de hombres que arrojaban víctimas masculinas,4 durante la
Violencia de éste siglo, se atacaba en mayor medida a la población civil
y por primera vez las víctimas se distribuían sistemáticamente en am-

4 Jaramillo, 1991: 60-74.

238
Victimas y sobrevivientes de la guerra ..

bos sexos. Una de las expresiones más frecuentes y horripilantes en


las que se involucró a la población civil eran las masacres de fami-
lias campesinas enteras, incluyendo mujeres y niños, perte-
necientes al bando político opuesto, fuera éste liberal o conserva-
dor. En esas masacres, las mujeres no eran simplemente víctimas
por añadidura, sino que su muerte violenta -y frecuentemente su
violación, tortura y mutilación cuando estaban embarazadas-
cumplía un fuerte papel simbólico.

«A todos los mataron, los trozaron, poco a poco, los cortaron en


pedacitos y los pedacitos brincabaq. Cuando amaneció había muer-
tos por todas partes. A una seüora embarazada le habían sacado el
muchachito y le habían metido un miembro en la boca. Yo lloraba
5
mucho, y no sabía que hacen,.

Al instrumentalismo de aquellos actos violentos (ya que en ellos


se conjugaban motivos políticos y económicos, además de que las
partes cortadas de los cadáveres cumplían funciones probatorias)
se agregaba un profundo odio, alimentado por una filiación políti-
ca arraigada en la tradición familiar y constitutiva de la identidad
social.

Las torturas más comunes eran amarrar a las víctimas con los
brazos por detrás y violar a las mujeres de la casa delante de los
hombres ( ... ) El útero se vió afectado por un corte que se practicaba
con las mujeres embarazadas, por medio del cual se .extraía el feto y
se localizaba por fuera, sobre el vientre de la madre.ti

En el primer y clásico estudio de la violencia por Guzmán, Fals y


7
Umaña se hacen recurrentes referencias a esas prácticas, acompa-
ñadas de la expresión No hay que dejar ni la semilla de los represen-
tantes del partido opuesto. A las mujeres, pues, se les veía exclusi-
vamente en su condición de madres, es decir, co1no actuales o po-
tenciales procreadoras del enemigo odiado. La violación era tam-
bién una práctica frecuente y en ella se expresaba no sólo el deseo
de máxima dominación masculina sobre el género opuesto, sino

5
Entrevista a mujer tolimense en Armenia (Quindío), 15 de junio de 1994.
6
Uribc 1990:167,175.
7
Guzmán Campos,Fals Borda y Umaña Luna, 1977 (8a edición), Tomo
I:340,344; Tomo II:226-234.

239
Donny J'vfeertens

también, como en muchas otras guerras, la máxima humillación y


la expresión del más absoluto desprecio hacia el enemigo y toda su
colectividad. Contaba un campesino del Quindío:

«Los bandoleros amenazan a las gentes diciéndoles que hacen lo


que hacían en Córdoba, amarrando los esposos y hombres de la ca-
sa y en presencia de ellos violar las mujeres y después el consabido
8
corte de franela ... ».

La violación también podía cumplir funciones de terror y silen-


ciamiento. «Decían que nos hacían todo esto para que no hablára-
mos de tanta vergüenza y para mostrar de lo que eran capaces»
comentaba una joven mujer. 9 Pero éstos motivos más bien pare-
cían haber sido secundarios en comparación con la funci{m simbó-
lica de dominación del enemigo y la vulneración de lb que po-
dríamos considerar el aspecto más constitutivo e íntimo de su
identidad. Cuando los grupos alzados en armas realizan sus actos
de violación fuera de ese marco simbólico, impulsados por apetitos
sexuales o afanes de asegurar su dominio total, es decir, cuando lo
aplican, no a las mujeres del enemigo sino a las de su propia zona
o comunidad de apoyo, firman su propia sentencia de muerte. En
efecto, el hecho de haber recurrido a esas prácticas al final de su
existencia en el monte, constituyó uno de los factores que merma-
ron seriamente el apoyo de la población campesina a bandoleros
como "Desquite" y "Sangrenegra", que operaban a finales de la dé-
cada de los cincuenta y comienzos de los sesenta en el norte del
departamento de Tolima.
Desde una mirada de género del conjunto de las expresiones de
violencia en ese período, podríamos afirmar que a las mujeres se
las violaba por torturar a sus padres o esposos; y que a las mujeres
se las mataba, no por su papel en la danza de la muerte -ya que en
ello no eran protagonistas- sino, contradictoriamente, por ser ge-
neradoras de la vida.

8
El corte de franela consistía en cortar la cabeza y colocar un miembro en la
apertura del cuelJo. Sumario -Asociación para Delinquir , , Radicación no. 26,
iniciado en los municipios de Obando, La Victoria y Cartago, 1960 y 1961, fo-
lios 6 y 99.
9
Citado en Hobsbawm, 1981:135.

240
Víctimas y sobrevivientes de la guerra...

Este carácter de la Violencia ha dejado un impacto en la socie-


dad colombiana mucho más allá de ser un antecedente histórico de
los conflictos políticos actuales: su cruel penetración en las esferas
más íntimas de la familia campesina ha generado una reproduc-
ción de la violencia en las historias personales. Hijos e hijas de la
Violencia convirtieron la violencia en un mal inevitable, en un mo-
do de vivir. Las referencias al pasado aparecen recurrentemente en
los estudios de las violencias modernas, sean ellas rurales, urbanas,
o domésticas. 10
Esas referencias al pasado violento no sólo establecen continui-
dades y reproducciones del fenómeno, sino también diferencias en
cuanto a la especificidad simbólica de género en las manifestacio-
nes de la violencia actu al. H emos encontrado algunas comparacio-
nes implícitas en los relatos de vida de mujeres colonizadoras de
las zonas de selva húmeda del Guaviare y del Caquetá (al oriente
de las cordilleras andinas) quienes durante los ochenta sufrieron
las consecuencias de los enfrentamientos entre ejército y guerrilla,
los bombardeos, las persecuciones y los desplazamientos hacia la
capital provincial Florencia. Las de mayor edad, generalmente
oriun das de los departamentos de Tolima y Huila que habían sido
fuertemente azotados por la Violencia anterior, la de los cincuenta,
recordaban vivamente ese viejo peliodo. La Violencia de aquel en-
tonces apareció como el primer y principal referente vital que afec-
tó profundamente el transcurrir de su niñez, además de ser la cau-
sa principal de migración hacia la zona de colonización. Más aún,
la palabra violencia para ellas se refería solamente a ese peliodo de
los años cincuenta y sesenta, cuando era envolvente, difuso, omni-
presente y dirigido a las mujeres y niñas, no sólo por indiscrimina-
ción sino también por su condición de género. En camb io, los epi-
sodios violentos posteriores de los años ochenta, tuvieron otra
connotación p·sicológica. De estos últimos hechos, las mujeres ha-
blaban en otros términos, utilizando la palabra guerra -una guerra
entre dos bandos adversarios- , en que la población civil se había
visto mezclada. También en esta ocasión las mujeres se contaban
entre las víctimas: como parte de la población civil afectada por los
bombardeos indiscriminados; como viudas o como detenidas y tor-
turadas para sacarles información acerca de sus familiares guerri-
lleros o activistas campesinos. Pero al parecer no fueron víctimas

lO Ver por ejemplo los diversos relatos en Salazar, 1990 y 1993.

241
Donny lYieertens

sistemáticas a causa de su condición de género, representada fun-


damentalmente por la maternidad, como ocurría durante el propio
período de la Violencia; 11 entre ellas tampoco encontramos refe-
rencias a la violación como una práctica sistemática de guerra.
Lo anterior de ninguna manera quiere decir que las construc-
ciones de género no estén presentes en las acciones de la guerra
actual. Sólo necesitamos pensar en el poco interés de reconocer
públicamente la autoría de una masacre que involucra a mujeres:
hay resistencia a definirlas como parte del conflicto armado al
igual que los hombres; a despojarlas de su condición de seres inde-
fensas, madres, cuidanderas, generadoras de vida y paz. Pues son
precisamente estas representaciones de la feminidad que más ape-
lan a la sensibilidad pública acerca de la violación del Derecho In-
ternacional Humanitario, DIH, (el cual, desde luego, tiene la mis-
ma vigencia tanto para hombres como para mujeres).
También la maternidad y la sexualidad -sobre todo la femeni-
na-, puntos claves en las relaciones de género, son temas canden-
tes en el manejo cotidiano de la guerra, pero más en la organiza-
ción interna de los grupos armados 12 que en la definición de quien
es el enemigo o en el ejercicio de la violencia sobre el otro. Intui-
mos aquí un cambio no sólo en las representaciones sociales de las
mujeres -en creciente medida actores sociales y políticos-, sino
también en las dimensiones culturales de la guerra. En la dinámica
actual del conflicto armado interno, donde se presentan procesos
de desideologización y los enfrentamientos entre proyectos políti-
cos se mezclan con las defensas de intereses económicos y de do-
minios territoriales, hasta los actos de retaliación y venganza están
dominados por una alta dosis de instrumentalismo. En esa dinámi-
ca, la identidad cultural, política y social del enemigo pierde im-
portancia frente a otros determinantes: su condición socioeconó-
mica, su efectivo apoyo a uno u otro bando o simplemente su ubi-
cación geográfica del momento. Igualmente pierde vigencia la idea
del exterminio hasta la semilla del otro, para dar lugar a un interés
en amedrentar, sujetar y conquistar la población y su territorio, o
causar el desplazamiento de la gente para apropiarse de sus tierras.
11
Entrevistas en Florencia y Belén de Andaquíes (Caquetá), mayo de 1994.
12
En otro artículo hacemos breve referencia a estos aspectos (Meertens
1995a). Ver también el interesante estudio sobre las guerrilleras salvadoreñas
de Vásquez, Ibañez y Murguialday (1996).

242
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ..

En ese contexto, acabar con la maternidad como generación de vi-


das enemigas, o humillar profundamente el honor sexual de una
comunidad, ha perdido sentido como práctica de guerra.
La violación sexual, sin embargo, no está ausente como práctica
de guerra, como ejercicio máximo del poder sobre el otro, como
violencia de género subterránea y pocas veces públicamente reco-
nocida. Las denuncias son escasas y dispersas, abarcan desde el sur
del país hasta la Costa Atlántica e involucran a todos los actores
armados: ejército, guerrilla, grupos paramilitares. La precariedad
de la información y la continuidad del conflicto armado impiden
un análisis sistemático que vaya más allá de la denuncia.

SEGUNDA MIRADA:
LAS VÍCTIMAS DIRECTAS DE LA VIOLENCIA

Durante la década de los ochenta confluyen varios procesos políti-


cos que aumentan e intensifican la dinámica de violencia, sobre
todo en zonas rurales, donde se registra un incremento en las fuer-
zas guerrílleras, en los movimientos cívicos y, a la vez, en la in-
fluencia del narcotráfico y con ello de los grupos paramilitares. En
efecto, a partir del año 1988 se dispara el número de muertos por
homicidio y asesinato, llegando, y manteniéndose a partir de ese
año, a una tasa anual promedio de 74 por 100.000 habitantes. 13
Detrás de estos hechos políticos protagónicos, se ocultan rea-
lidades sociales dramáticas en las que cada vez más, no sólo los
hombres, sino también las mujeres se ven involucradas. En cuanto
a cifras generales (no específicamente de violencia política), la
muerte violenta ha dejado de ser monopolio de los hombres, mani-
festándose ahora como la segunda causa de mortalidad entre las
mujeres de 15 a 39 años. 14 En cuanto a la participación relativa de
hombres y mujeres como víctimas directas de la violencia política,
ésta diferenciación por sexo ha sido sólo escasamente registrada. El
primer intento de diferenciación lo encontramos en las estadísticas
del Cinep de los años 1989, 1991 y 1993. Luego, en su Informe
Anual de 1996, la Comisión Colombiana de Juristas incluye por
13
Ver, entre otros, Deas y Gaitán 1995 y Comisión Colombiana de Juristas
1997.
14
Ver: Presidencia de la República, Consejería para la Juventud, la Mttjer y la
Familia 1993:24.

243
Donny Meerlens

primera vez datos específicos sobre mujeres y niños, víctimas de las


diferentes modalidades de violencia política. A continuación reali-
zamos un primer intento de análisis de lo que se podría llamar la
cuota femenina de las víctimas directas de la guerra de las últimos
dos décadas.

Cuadro no. 1. Número y porcentaje de mujeres como víctimas de hechos políticos


violentos, años 1989, 1991, 1993.
MODALIDAD 1989 1991 1993
Total Muje- % Total Muje- % Total Mu- %
res res jeres
Asesinatos•
1.978 173 8.7 560 61 10.8 890 72 8.0
Desapariciones•
137 13 9.4 117 8 6.8 64 4 6.0
Otros hechos ..
1.741 284 16.3 2.422 135 5.6 1.960 153 7.8
Total Hechos
3.856 470 12.2 3.099 204 6.5 2.914 229 7.8
Políticos violen-
tos•
Fuente: cuadro elaborado con base en estadísticas del Cinep.
'Para 1989 y 1991 se sumaron hechos políticos y hechos presuntamente po líticos; para 1993,
se sumaron violación del derecho a la vida y a la integridad personal por agentes políticos estt-
tales y no-estatales. Para 1993, el término asesinatos cubre las categorías de ejecución ilegal
(por agentes estatales) y homicidio (por agentes no-estatales).
**Incluye: Secuestrado, torturado, herido, detenido, atentado, amenazado; para 1993 también
incluye allanamiento ilegal.

En el primer cuadro 15 se destaca la intensidad de la violencia


política en 1989, tanto para hombres como para mujeres. La más
alta participación de las mttjeres como víctimas de los hechos vio-
lentos es de 10.8% en los asesinatos (1991), 9.4% en las desapari-
ciones (1989) y 16.3% en otros hechos (1989), con un promedio a tra-
vés de los años y de las categorías, de 8.8%.
Resulta interesante comparar 1989 y 1991 en cuanto a tenden-
cias generales y presencia de mujeres entre las víctimas. En 1989, el
·año de más violencia, se registró también la más alta cifra de muje-
res asesinadas y de mujeres víctimas de otros hechos (secuestros, tor-

15
Con;;_o todas las estadísticas de violencia, éste y los siguientes cuadros no re-
gistran sino una parte de la realidad: la que ha sido denunciada públicamente.
Para efectos de este estudio, nos interesan no tanto las cifras absolutas sino la
participación porcentual de mujeres y hombres.

244
Víctimas y sobrevivientes de la guerra...

turas, detenciones, amenazas, etc.). En 1991, la violencia en general


y particularmente los asesinatos políticos disminuyen en cantidad,
pero la participación femenina en sus víctimas aumenta (10.8%).
Una posible explicación para esas tendencias serían los cambios en
las modalidades de la violencia, sobre todo en las de la represión
oficial: de acciones indiscriminadas hacia la población civil a unas
persecuciones más selectivas, acompañadas de una actitud más ra-
dical (de eliminación) hacia mujeres sospechozas de pertenecer o
apoyar a los grupos subversivos. Otros datos del Cinep indican que
la presencia femenina entre los muertos pertenecientes a grupos
guerrilleros se eleva por encima del promedio mencionado y as-

Cuadro no. 2. Violación de derechos humanos y violencia sociopolítica 1996. Víc-


t imas hombres y mujeres por modalidad de accion
MODALIDAD VICTIMAS
Hombre % Mujeres % Total % Muje-
s res
Homicidios políticos y 1.219 43.8 142 77.2 1.361 10.4
e jecuciones extrajud.
Desapariciones 140 5. 1 12 6.5 152 7.9
Homicidios contra 289 10.4 25 13.6 314 8.0
marginados sociales
Muertes en acciones 1.132 40.7 5 2.7 1.137 0.4
bélicas
TOTAL 2.780 100.0 184 100.0 2.964 6.2
~ : elaborado con base en Comisión Colombiana de Juristas 1997, cuadros 2 y 11, p. 6 y
23.
* Porcentaje de mujeres sobre el total de víctimas por modalidad de acción

ciende a 15.5% en 1989 y 10.3% en 1991.


El siguiente cuadro, que registra las víctimas hombres y mujeres
por modalidad de acción violenta en 1996, nos permite hacer algu-
nas comparaciones. Los cuadros 1 y 2 resultan sólo comparables en
cuanto a sus primeras dos categorías: la primera se refiere a asesi-
natos en 1989-1993, que luego se denominan homicidios políticos y
ejecuciones extrajudiciales en el 1996; y la segunda remite en am-
bos cuadros a las desapariciones. En 1996, la presencia femenina
entre las víctimas de homicidios políticos y ejecuciones alcanza el
10.4% del total, con el cual se vuelve al mismo nivel del año 1991,
el más alto del primer cuadro, pero en una situación de mayor vio-

245
Donny Jvleertens

lencia ya que las cifras absolutas arrojan abora el doble de víctimas.


La presencia de mujeres entre las víctimas de desaparición se man-
tiene estable. Mientras que la guerra nuevamente se intensifica, el
nivel de participación femenina en las víctimas de la violencia se ha

Cuadro no. 3. Violació~ de derechos humanos y violencia sociopolítica 1996. Víc-


timas mujeres, según presuntos autores

Presuntos
autores Víctimas de acciones violentas'

Mujeres# Hombres % Mujeres % Total %

Sin identi- 580 19.5 80 41.7 660 12.1


ficar
Agentes 746 25.0 17 8.9 763 2.2
del Estado
Paramilita 697 23.4 54 28.1 751 7.2
res
Guerrillas 757 25.4 33 17.2 790 4.2

Casos en 201 6.7 8 4.2 209 3.8


estudio
Total 2.981 100.0 192 100.0 3.173 6.2

E1.J.e.o.re: elaborado con base en Comisión Colombiana de Juristas 1997, cuadro 2, p.6.
~Comprenden: homicidios políticos y ejecuciones extrajudiciales; desapariciones; homicidios
contra marginados sociales y muertos en acciones bélicas.
#- Porcentaje de mujeres sobre el total de víctimas por categoría de presunto autor.

sostenido.
En cuanto a las modalidades de acnon. la gran mayoría (el
77.2%) de las muertes femeninas se producen por homicidios polí-
ticos y ejecuciones extrajudiciales, mientras que en el caso de los
hombres, éstas se reparten predominantemente entre los homici-
dios políticos y las muertes en acciones bélicas. Aparentemente, la
creciente participación femenina, desde la década pasada, en las fi-
las de los grupos armados, 16 no ha significado igual incorporación
en el combate y las acciones de alto riesgo.

16 Esa creciente participación ha sido señalada en múltiples testimonios y se


puede inferir también de la información sobre los reinsertados: aproximada-
mente una cuarta parte de los reinsertados del M-19, EPL, Quintín Lame, PRT
y CRS entre 1988 y 1994, eran mujeres. (Datos de la Oficina Nacional de
Rehabilitación, 1995).

246
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ...

En el cuadro no. 3 se relacionan víctimas hombres y mujeres


con los presuntos autores de las acciones violentas. Cabe señalar
que en la autoría de los asesinatos políticos se han producido im-
portantes cambios durante los últimos años. Se ha observado una
disminución de los casos atribuidos a la fuerza pública ( de 54.26%
en 1993 a 10.52% en 1996), y un aumento en los casos atribuidos a
los paramilitares (de 17.91% en 1993 a 62.69% en 1996). Paralela-
mente, se ha incrementado notoriamente el número de casos con
autor conocido: de 28.14% en 1993 a 65.6% en 1996, lo cual se de-
be en buena parte, según la Comisión Colombiana de Juristas, «al
notorio incremento de hechos atribuidos a grupos paramilitares,
para los cuales el conocimiento de dicha autoría puede hacer parte
del propósito de amedrentar a la población». 17
A pesar de la reducción de los casos de autoría desconocida,
son éstos los que mayor importancia tienen entre las muertes fe-
meninas. En el 41.7% de las víctimas mujeres no se ha podido
identificar el autor del delito -dos veces más que en el caso de las
víctimas-hombres-. Estas cifras remiten probablemente a la moda-
lidad de las masacres, en las cuales una mayor proporción de mu-
jeres cae como parte de la población civil indiscriminadamente ase-
sinada. Como planteamos antes, aunque la población amedrentada
suele conocer los autores y entender la advertencia, éstos no asu-
men públicamente una acción que involucre a mujeres o niños en-
tre las víctimas, para no dañar su imagen. Así mismo, congruente
con su importante papel en las masacres, la autoría de los paramili-
tares es relativamente más alta en las muertes femeninas que en las
masculinas, con respectivamente el 28. l y el 23.6%.
En resumen, según la información recogida por la Comisión
Colombiana de Juristas:

Cada dos· días en promedio muere una mujer como consecuen-


18
cia de la violencia sociopolítica. Entre octubre de 1995 y septiem-
bre de 1996, 172 mujeres fueron muertas, y 12 desaparecidas. Du-
rante el mismo período, 35 fueron torturadas y 33 fueron víctimas
de amenazas y atentados. Miembros de la fuerza pública causaron
la muerte de 15 mujeres (el ejército a ocho y la policía a siete), y la

17
Comisión Colombiana de Juristas, 1997, p. 5 y 7.
18
Según la misma fuente, casi 9 hombres (8.7) mueren diariamente por la
misma causa.

247
Donny 1'vfeertem

desaparición de dos. Los grupos paramilitares dieron muerte a 47


mujeres y desaparecieron a siete; y las guerrillas fueron causantes
de la muerte de . 33 m ujeres. En enfrentamientos armados entre
19
fuerza pública y guerrillas murieron cinco mujeres.

En una cuarta parte de las masacres perpetradas en 1996 se en-


contraron mujeres entre las víctimas, y el número de muertes fe-
meninas alcanzó el 6. 7% del total de víctimas en esa modalidad de
20
violencia.
La presentación numérica de las víctimas según su sexo brinda
sólo limitadas posibilidades de un análisis de género. Hay otro ám-
bito, el de los sobrevivientes de la violencia, en cuya trayectoria de
desplazados detectamos importantes diferencias entre hombres y
mujeres, las cuales analizamos a continuación.

LOS Y LAS SOBREVIVIENTES: EL DESPLAZAMIENTO


FORZADO POR VIOLENCIA (TERCERA MIRADA/ 1

El fenómeno del desplazamiento interno por razones de violencia,


si bien estaba siempre presente en la segunda mitad del siglo XX,
comenzó a sentirse en toda su magnitud a partir de los años 1988 y
1989. En esos años, como vimos en la primera sección, se dispara-
ron las cifras de asesinatos políticos y masacres especialmente en
aquellas zonas donde confluyeron varios factores: luchas campesi-
nas en el pasado; posteriores enfrentamientos entre guerrilla y
ejército; compra de tierras por narcotraficantes y llegada de para-
militares a limpiar la región de guerrilleros (y también de organiza-
ciones campesinas). Una primera investigación a escala nacional
sobre el fenómeno, desarrollada por la Conferencia Episcopal de
Colombia, arrojó un resultado de aproximadamente 600.000 des-
plazados en 1994, repartidos en zonas como Urabá, Córdoba,
Magdalena Medio, los Llanos Orientales, Arauca y Cauca-
22
Putumayo principalmente. En 1996 y 1997 se incorporaron nue-

19
Ibídem, p.23,24.
20
Ibídem. p.57.
21
Algunas partes del texto de este capítulo han sido tomadas de publicaciones
anteriores con Nora Segura Escobar.
22
Conferencia Episcopal 1995.

248
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ...

vas zonas a la dinámica de la violencia y sus secuelas de desplaza-


miento masivo de la población; de ellas mencionamos dos por sus
características particulares: el Chocó desde donde se produjo un
movimiento temporal de refugiados internacionales hacia Panamá
(devueltos por ese país), y Cundinamarca, donde se han hecho sen-
tir los par amilitares ya en las goteras de la capital. Las últimas es-
timaciones (1997)23 llegaron a una cifra entre un millón y u n millón
doscientos mil desplazados, lo cual represen ta más del 2.5% de la
población total de Colombia (38 millones).
Según Ios primeros datos de la Conferencia Episcopal, el 58.2%
de los desplazados son mujeres (7 puntos por encima de la propor-
ción de m~jeres en la población total de Colombia) y el 24.6% de
los hogares desplazados es encabezado por una m ujer. Considera-
mos, con base en las experiencias regionales, que esta última cifra
es una subestimación y que el porcentaje de 30.8% de hogares en-
cabezados por mujeres, mencionado en el estudio de Codhes, es
más ajustado a la realidad del desplazamiento forzoso .24 En el más
reciente estudio de desplazados en Bogotá, la proporción encon-
trada de jefatura femenina del hogar es del 38%. De esas j efes de
hogar mujeres, el 40% son viudas que huyeron con sus hijos tras la
muerte violenta de sus maridos, y el 18% fue abandonado después
del desplazamiento a la ciudad. 25
Aunque el desplazamiento es un fenómeno nacional, se estima
que Bogotá es uno de los más grandes receptores de migrantes por
violencia, que llegan directamente o en varias etapas. En 1996 su
número alcanzó alrededor de 50.000 personas, integrantes de

23
Consejería Presidencial para los Derechos Humanos y Codhes.
24
Conferencia Episcopal 1995:43 y Consejería para los Derechos Humanos y
el Desplazamiento, Codhes, 1995. La subestimación puede tener relación con
los temores de las mujeres de quedar registradas como jefes de hogar y ma-
dres solteras, lo cual, en las zonas rurales, todavía representa un estigma social
propagado por la Iglesia (los datos de la Conferencia Episcopal fueron recogi-
dos a través de las parroquias), o el temor a ser registradas como viudas de
subversivos, lo cual tampoco les convenía en medio del clima de zozobra rei-
nante.
25
Jorge Roj as, ponencia presentada al Seminario sobre Desplazamiento For-
zado y Conflicto Social en Colombia, Universidad Nacional de Colombia, no-
viembre de 1997. La cifra más alta de jefatura femenina del hogar, 49%, ha si-
do proporcionada por un estudio de familias desplazadas en Cali (Comisión
Vida,Justicia y Paz y Arquidiócesis de Cali, 1977: 42).

249
Donny Meertens

9. 700 hogares, lo cual da un ritmo de llegada de 27 hogares des-


plazados por día. 26 En las regiones más lejanas de la capital que
han sido afectadas por la violencia, las corrientes de migración for-
zada se dirigen hacia las ciudades intermedias en proximidad de las
zonas de expulsión -ciudades cercas pero suficientemente grandes
para garantizar cierto grado de anonimato para las familias despla-
zadas-. Por ello, las mismas capitales departamentales de las re-
giones de expulsión constituyen los sitios de recepción de la pobla-
ción desplazada: Medellín y Montería para los desplazados de Ura-
bá y de la Costa Atlántica; Barrancabermeja para los del Magdalena
Medio; Villavicencio para los Llanos Orientales; y Florencia para
los de Caquetá.
Durante los años más duros de asesinatos, masacres, desapari-
ciones y bombardeos de zonas campesinas, el desplazamiento fue
de comunidades enteras. Los éxodos más organizados se desarro-
llaron en el Magdalena Medio durante una primera época (media-
dos de los años ochenta, cuando se extendieron los grupos parami-
litares), y en el Caquetá a principios de los años ochenta, con la
llegada del grupo guerrillero M-19 a la zona. En cambio, las masa-
cres que se perpetraron en la costa en los años 1988-1990 ("El To-
mate", "Los Córdobas" y otros) dieron lugar a éxodos de muchas
familias que buscaban refugio cada una por su cuenta. En el Mag-
dalena Medio y en la Costa Atlántica, a los éxodos más visibles ha
seguido un período de hechos violentos más selectivos y, por con-
siguiente, de llegadas a cuentagotas de familias que se ubican silen-
ciosamente donde conocidos en las ciudades. En Barrancabermeja
la violencia se internó en la ciudad misma, provocando desplaza-
miento de las familias de barrio a barrio, de calle a calle, en una
27
desesperada carrera por escapar de la muerte anunciada. En Vi-
llavicencio, la población desplazada ha sido marcada por la presen-
cia de gran número de viudas de líderes del movimiento Unión
Popular, UP, acusado de ser enlace con la guerrilla de las Farc. Es-
tas diferencias regionales del desplazamiento, que se expresan en
diferentes grados de colectividad, de organización y de conciencia
política, influyen enormemente en el papel de las mujeres en el
desplazamiento, pues son estas condiciones que determinan, en
buena medida, la posibilidad que tienen las mujeres campesinas

26
Arquidiócesis de Bogotá y Codhes 1997:39.
27
Entrevista a mujeres de la Organización Femenina Popular.

250
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ...

para anticipar el desplazamiento, para resistir los traumas psicoló-


gicos y enfrentar el desafío de supervivencia y construcción de un
nuevo proyecto de vida.
Es sobre todo en los éxodos espontáneos e individuales donde
podemos percibir los efectos diferenciados por género de la vio-
lencia y del proceso de desplazamiento. Los hemos agrupado en
torno a dos grandes momentos: el de la destrucción de vidas, de
bienes y de lazos sociales; y el de la supervivencia y la reconstrucción
del proyecto de vida y del tejido social en la ciudad. Para el si-
guiente análisis, combinamos los ejemplos de las historias de vida
recogidas en las diferentes regiones, con una mirada más cuantita-
tiva, de datos nacionales sobre hogares desplazados, en el cual
comparamos los hogares con jefatura femenina y los con jefatura
masculina. 28
El cuadro no. 4 se basa en un estudio reciente de escala nacio-
nal que reporta que los hogares con jefatura masculina representan
un poco más del doble de los con jefatura femenina: de una mues-
tra de 796 hogares, 551 (69%) están encabezados por hombres y
245 (31%) por mujeres. 29 El volumen mayor de hogares desplaza-
dos está encabezado por personas entre los treinta y los cuarenta
años, de los cuales dos terceras partes corresponden a jefes hom-
bres y una tercera parte a jefes de hogar mujeres. Esa proporción
de dos a uno entre jefatura masculina y femenina de los hogares se
mantiene en todas las categorías etáreas, con excepción del grupo

28
Según lo planteado en un artículo anterior (Meertens y Segura 1997), el es-
fuerzo por establecer continuidades y rupturas en el examen de los hogares
desplazados según su jefatura y mediante el análisis comparativo del antes
(destrucción) y el después (reconstrucción) plantea una distancia respecto de
los análisis convencionales sobre jefatura femenina. Estos, asociados al postu-
lado de la feminización de la pobreza, proceden del análisis de tendencias estruc-
turales a la exclusión económica y social de amplias masas de la población,
que en virtud del género actúan selectivamente sobre las mujeres y sus hoga-
res monoparentales. En el caso del desplazamiento se trata de condiciones co-
yunturales de violencia, que eventualmente conducen a las mujeres cabeza de
familia y a sus hogares a la exclusión, pero por vías propias inherentes a la vio-
lencia y al desarraigo.
29
El estudio trabaja con una muestra nacional de 796 hogares y fue realizado
por la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, Codhes,
con miras a la creación de un Sistema de Información de Hogares Desplaza-
dos por la Violencia-Sisdes I. Cubre un período de 15 meses, entre julio de
1994 y octubre de 1995 y pretende ser una puesta al día del estudio de la Con-
ferencia Episcopal anteriormente mencionado.

251
Donny lvfeertens

Cuadro No. 4. Hogares desplazados segun sexo y edad del/la jefe (%). 1994-1995

Edad Hombre% Mujer% Total%

Menos 20 años 1.1 1.5 2.6

21 - 30 16.5 9.0 25.5

31 - 40 24.5 12.4 36.9

41 - so· 16.0 5.0 21.0

51 y más 10,5 2.9 13.4

Sin Información de se- 0.6 o.o 0.6


xo

Total 69.2% 30.8% 100.0%

N=796 (551) (245) (796)

Fuente: Codhes-Sisdes-1.

jefes de hogar menores ele 20 años donde las mujeres jefes tienen
mayor presencia. Esa información nos remite a la existencia de un
grupo extremadamente vulnerable, la de madres adolescentes des-
plazadas por violencia.
Desde el momento de la destrucción y del desarraigo) se encuen-
tran elementos diferenciales entre, por ejemplo, los motivos que
han llevado a hombres y mujeres jefes ele hogar a huir ele su re-
gión. Los hombres aducen las amenazas como la razón determi-
nante del desplazamiento. Al mismo tiempo, las mujeres mencio-
nan el asesinato como la causa primordial ele huida. Así se identifi-
ca una ele las fuentes que alimenta la jefatura femenina del hogar:
la viudez.
«A mi esposo lo llevaron a matarlo y me dieron tres horas para
desocupar. .. llegamos a la carretera sin saber para adónde íbamos a
llegar. .. yo recuerdo ahora que en el momento yo veía oscuro, no
veía claro, era que estábamos con una linterna y yo no veía claro ...
yo le pedía a mi Dios que me mostrara claro el camino donde iba y
que encontrara personas que me ayudaran ... cuando abrimos los
ojos, que llevábamos como cinco minutos de estar parados, ahí vi-
mos como un campero ... vea seüor, y me puse a contarle a él, y le
salían las lágrimas de lo que yo le estaba contando y ahí... nos su-
bieron al carro)> (Entrevista a mujer desplazada en Montería, Cór-
doba, mayo de 1994).

Pero los problemas específicos que enfrentan las mujeres des-


plazadas no sólo radican en su viudez. También tienen que ver con

252
Víclirnas y sobrevivientes de la guerra ..

las diferentes trayectorias de vida que m1tjeres y hombres habían


recorrido al momento de producirse los hechos violentos. La ma-
yoría de las mujeres campesinas desplazadas habían sido criadas en
un esquema cultural rural de rígida separación de esferas masculi-
na y femenina, donde la última se centraba casi exclusivainente en
la gestión doméstica, la maternidad, el espacio del hogar y aquellas
acti,~dades agrícolas (la huerta, el procesamiento) cercanas al re-
cinto doméstico, y una indudable sujeción al mandato del hombre.
Todas ellas, pues, tuvieron una niñez y una adolescencia caracteri-
zadas por el aislamiento geográfico y social. Con enorme frecuen-
cia las relaciones con el mercado, la economía monetaria, la infor-
mación, las instituciones formales eran patrimonio exclusivo o
predo1ninante del hon1bre, y aún el contacto con organizaciones o
entidades cívicas o comunitarias eran ajenas a muchísimas esposas
desplazadas. En otras palabras, los límites del mundo, del contacto
con la sociedad, eran dados por los jefes de hogar, primero el pa-
dre y luego el esposo."º El desarraigo de ese mundo ha significado
destrucción de la identidad social, en un grado mucho mayor para
las mujeres que para los hombres cuyo libertad de movimiento, ac-
ceso a información y disposición de tiempo libre se daba por su-
puesto y quienes solían manejar un espacio geográfico, social y po-
lítico más amplio.
A partir de esas especificidades de género anteriores al momen-
to de la destrucción y el desarraigo, se podría considerar a las mu-
jeres desplazadas triplemente víctimas: primero, del trauma que les
han producido los hechos violentos (asesinatos de cónyuge u otros
familiares, quema de sus casas, violaciones); segundo, de la pérdida
de sus bienes de subsistencia (casa, enseres, cultivos, animales), que
implica la ruptura con los elementos conocidos de su cotidianidad
doméstica y con su mundo de relaciones prünarias; y, tercero, del
desarraigo social y ernocional que sufren al llegar desde una apar-
tada región campesina a un medio urbano desconocido.

Entonces, después del asesinato, cuando yo estaba durmiendo


en un corredor aquí en la ciudad, agachadita con mis hijos, llegó la

30 L ' · . 1as encontramos en 1as muJcres


.
as umcas excepctoncs que d e una u otra
forma habían llegado al liderazgo en su organización o comunidad: sus histo-
rias de vida revelaban diferentes caminos para escapar al confinamiento del
hogar de la típica familia campesina, por migración independiente, coloniza-
ción o servicio doméstico en la ciudad.

253
Donny l11eertens

policía a preguntar que hacía, y yo les dije: estoy esperando que


llueva para irme a tirar del puente pa'bajo, al agua con todo y pela-
do; yo estaba que no sabía qué más hacer, estaba como un barco sin
bahía... (Entrevista a mujer desplazada en Montería, Córdoba, mayo
de 1994).

La destrucción, en otras palabras, va mucho más allá de sus


efectos materiales: se trata de una pérdida de identidad como indi-
viduos, de una pérdida de identidad como ciudadanos y sujetos po-
líticos31 y de una ruptura del tejido social a nivel de la familia y de
l_a comunidad, que produce la sensación de estar completamente a
la deriva: Como un barco sin bahía.
De las entrevistas realizadas a las mujeres jefes de hogar, impac-
ta la magnitud del drama personal que les afecta y simultáp.eamen-
te la entereza para asumir la supervivencia de sus hijos y la recons-
trucción de sus vidas y lazos sociales. La obligación de buscar los
medios de supervivencia de ella y de sus hijos no les deja tiempo
para entregarse a las emociones. La supervivencia inmediata se
convierte en la única meta que las mujeres desplazadas se ven obli-
gadas a cumplir.
A los cinco días yo dije: «Yo, echarme a morir ya no puedo, ten-
go que seguir luchando por los seis hijos que me quedaron ... pero
no puedo seguir viviendo en los recuerdos de esta casa donde ocu-
rrieron los hechos, porque la sangre no la borraba yo, yo lavaba y
lavaba el piso y no la borraba, entonces, esa tarde tomé la decisión
de venirme» (Entrevista a mujer desplazada en Bucaramanga, mar-
zo de 1994).
«Yo tenía los ojos hinchados de llorar. .. A los cinco días de ha-
ber llegado a la ciudad, me llamó la señora que me había dado alo-
jamiento y me dijo: "A usted no le queda bien ponerse a llorar por-
que usted ahí no va a conseguir nada y usted tiene que pensar en
levantar a esos niños ... Póngase el corazón duro y mañana se baña
bien y va por allá, así no conozca, que hable con personas, que vea
que la pueden ayudar y si le toca pedir, pida, no tenga pena"»
(Entrevista a mujer sobreviviente de una masacre, Córdoba, mayo
de 1994).

31 Simbolizada a veces por la falta de documentos de identidad, que frecuen-


temente se pierden en la huida.

254
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ...

Para esas mujeres desplazadas, viudas, cabezas de familia, seve-


ramente afectadas por la muerte de su cónyuge y sin más perte-
nencias que los hijos, estos mismos constituyen casi el único motivo
para superar su desdicha y emprender una nueva supervivencia en
la ciudad, porque morir ya no se puede.
Otras mujeres se convierten en jefes de hogar en el lugar de exi-
lio, ya que se presenta una tendencia a que las relaciones de pareja
se rompan por las tensiones, el miedo, las dificultades de la super-
vivencia en el nuevo medio, las responsabilidades invertidas, e in-
cluso por la desconfianza y las inculpaciones en los casos en que la
mujer desconocía las actividades políticas de su compañero. Y aún
cuando no se rompen las relaciones de pareja, muchas mujeres
desplazadas terminan siendo las responsables de la supervivencia
económica y emocional de la familia, mientras que los hombres se
distancian o se refugian en el alcohol. La misma necesidad de su-
pervivencia inmediata lleva frecuentemente a la prostitución corno
único recurso disponible y en medio de un total desconocimiento
sobre, y supresión de, su propia sexualidad.
Las mujeres generalmente utilizan canales más informales que
los hombres y son más recursivas para encontrar mecanismos de
supervivencia. Es notorio que las mujeres buscan ante todo solida-
ridad con mujeres (familiares, comerciantes de la plaza de merca-
do, maestras), más que con los hombres, frente a los cuales mues-
tran cierto pudor e inhibición. Pero a la vez es importante señalar
que nunca buscan solidaridad con otras viudas o desplazadas del
32
mismo lugar. Ese rechazo a compartir la misma historia deja ma-
nifiesta la necesidad de olvidarse del trauma sufrido, pero también
remite al miedo y al ambiente de clandestinidad que rodea a las
sobrevivientes de una masacre. El apoyo mutuo entre madres e hi-
jas resulta ser un elemento importante para la supervivencia eco-
nómica y emocional:

32
Al menos espontáneamente; para las ONG que trabajan con mujeres des-
plazadas, esta actitud es un obstáculo para la organización y requiere una
labor psicológica previa.

255
Donny Meertem

Cuadro S. Ocupación de los jefes de hogar según sexo, antes y después del desplaza-
miento. (N de hogares = 796)

Ocupación Hombres Mujeres

Antes Después Antes Después

No. % No. % No. % No. %

Ninguna 34 6.2 190 34.5 16 6.5 47 19.2

Asalariado agrí- 126 22.9 52 9.4 13 5.3 4 1.6


cola

Productor/a 222 40.3 17 3.1 32 13.1 5 2.0


I
agropec

Educador/a 34 6.2 26 4.7 17 6.9 9 3.7

Comerciante 37 6.7 62 11.3 9 3.7 17 6.9

Funcionario/a 3 0.5 3 0.5 7 2.9 6 2.3


Públ.

Empleado/a 63 11.4 92 16.7 11 4.5 12 4.9

Vendero/a am- 11 2.0 88 16.0 6 2.4 24 9.8


bulante

Servicios profe- 10 1.8 5 0.9 1 0.4 1 0.4


sionales

Hogar 4 0.7 4 0.7 123 50.2 66 26.9

Servicio domés- o o.o 2 0.4 10 4.1 49 20.0


tico

Otros 2 0.4 5 0.9 o O.O 5 2.0

Sin información 5 0.9 5 0.9 o O.O o o.o


Totales 551 100.0 551 100.0 245 100.0 245 99.8

Fuente: Elaborada con base en cifras de la Consejería para los Derechos Humanos y el Desplaza-
miento, Codhes, 1995.33

33
Publicado por primera vez en Meertens y Segura 1996.

256
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ...

«Nos tocó de pronto del totazo empezar a trabajar en cosas tan mí-
nimas, o sea como nosotros llegamos que no sabíamos qué hacer
uno, y mi mamá no h acía sino llorar y desesperarse porque la si-
tuación cómo la iba a resolver, entonces yo me fui a una tienda... y
entré a la tienda y dije que me fiaran, que me fiaran unas cositas
para yo empezar a trabajar, y me fiaron el arroz, el aceite, entonces
empezamos a tener una mesa de fritos, a vender patacones, empa-
nadas, quesos, de pronto también chicharrones, esas cosas, en una
esquina» (Entrevista a mujer líder de barrio de desplazadas en
Montería, Córdoba, mayo de 1994).

El contraste más fuerte entre mujeres y hombres se da en las


oportunidades que tienen para insertarse nuevamente en el mer-
cado laboral y asegurarse la supervivencia y la reconstrucción de
sus vidas de una manera más permanente en la ciudad. En el cua-
dro 5 (p. 256), resaltan las diferencias de género en cuanto al tipo
de ocupaciones antes y después del desplazamiento, pero más que
todo en cuanto al enorme incremento del desempleo entre los
hombres después del desplazamiento (más de cinco veces), en
comparación con un aumento mucho más modesto del desempleo
de mujeres jefes de hogar.
Los hombres trabajaban antes en la agricultura y la ganadería,
que son oficios de poca utilidad en su nuevo entorno urbano.
Mientras que el 63.2% de los hombres había trabajado antes en la
agricultura, sólo el 12.5% lo hacía después (como trabajador
transhumante y dejando la familia en la ciudad); en el caso de las
mujeres el declive fue de 18.4% a 3.0%. Por consiguiente, en la
ciudad les esperaba a los hombres la inutilidad y el desempleo.
Pero para las mujeres, quienes antes del desplazamiento si bien
trabajaban en la agricultura dedicaban la mayor parte del tiempo a
las labores domésticas, la migración forzada no significaba igual
ruptura de labores. Emplearse como aseadora, planchadora o sir-
vienta doméstica les ayudaba, después del desplazamiento, a inser-
tarse de una manera más fácil aunque precaria, en el mercado ur-
bano del trabajo doméstico pagado. En efecto, el desempleo de las
mujeres aumentó, pero en menos de tres veces y la ocupación de
ellas en el trabajo doméstico pagado se amplió de 4.1 a 20%.

257
Donny Meertens

La jefatura de hogar y la responsabilidad de la supervivencia de


la familia en manos de la mujer se reflejan también en la incidencia
de la ocupación ama de casa: entre las mujeres del campo más del
50% reportaba ser ama de casa; entre las mujeres campesinas radi-
cadas en la ciudad ese porcentaje descendió a menos de 27%. Por
ende, el empleo en alguna forma de venta ambulante se incremen-
tó para ambos, aunque más fuerte para los hombres que para las
mujeres desplazadas.
Enfrentarse al desempleo en la ciudad y aceptar a las mujeres
como proveedores económicos principales no era cosa fácil para
los hombres. En ese sentido, el desplazamiento podria incrementar
las tensiones entre la pareja. La autoestima de los hombres sufria
un serio golpe con la reorganización de la división del trabajo por
género, como expresó uno de los hombres entrevistados en Villavi-
cencio:

«Uno que ya está enseñado a vivir en el pueblo y se sabe defen-


der. .. pero el que es propiamente campesino llega a la ciudad ...
ieso es cosa terrible] Hay familias que se han desbaratado ... des-
pués de que el uno o el otro se salgan de lo normal ... hay mucho
libertinaje para la mujer. Hay veces que toma las decisiones lamu-
jer, y eso es delicado porque la mujer abusa más de la libertad que
el hombre ... » (Entrevista a un hombre desplazado en Villavicencio,
diciembre de 1995 ). 1

Por otro lado, encontramos grandes diferencias entre las muje-


res mismas en cuanto a su capacidad de enfrentar la situación de
desplazamiento: entre mujeres que previamente habían participado
en actividades organizativas de la comunidad campesina y las que
siempre habían estado marginadas de ellas; entre mujeres que par-
ticiparon en éxodos organizados y las que huyeron por su cuenta y
riesgo con los hijos, sobrecogidas por una repentina viudez; entre

1
En el Informe de Investigación, Segura y Meertens 1996:46.

258
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ..

las que tenían alguna trayectoria de líder y las que nunca salieron
del solar de su casa. 35
Son las mujeres las que más se sienten afectadas en su diario
quehacer de la supervivencia, por la imagen que la sociedad pro-
yecta de sus familias como subversivas y culpables de su propia
desgracia, aumentándose así la confusión sobre su propio ser social
y, dada la repetición de hechos violentos y la impunidad de los mis-
mos, sobre el camino a seguir para construir un nuevo proyecto de
vida. Al respecto dice Bertha Lucía Castaño, psiquiatra especializa-
da en asistencia a las víctimas de la violencia: «Como resultado en-
contramos que la mujer desplazada presenta alteraciones mentales
con mayor frecuencia que el hombre, quien con frecuencia en-
cuentra una mujer que lo apoya afectiva y económicarnente». 36
También el desconocimiento del trabajo cívico o político que había
desarrollado su marido o compañero ha influido en la adopción de
actitudes negativas y de miedo frente a las posibilidades de organi-
zación en su sitio de llegada:

«Me junté a vivir con él, hicimos el rancho y a él lo mataron en


el 92, en una masacre que hubo ahí frente al Comisariato, en un
restaurante, hicieron una matanza y mataron a tres. Él trabajaba en
Usuarios Campesinos, pero yo no sé qué cargo tenía. Yo no parti-
cipaba en ese trabajo, porque a él no le gustaba, a él le gustaba que
yo me mantuviera aquí en la casa ... Casi no voy a las reuniones con
otras mujeres ... porque soy la que tengo que enfrentar la vida sola»
(Entrevista a mujer desplazada en Barrancabermeja, junio de 1994 ).

Sin embargo, en las regiones donde la experiencia organizativa


de las mujeres rurales ha sido más abierta, se consolidaron ONG
7
femeninas, " que hau logrado una importaute labor de asociación y
apoyo mutuo como estrategias de supervivencia de las mujeres
desplazadas ( tiendas cooperativas, restaurantes, empresas asociati-
vas de carpintería y zapatería, ollas comunitarias).
Uno de los grandes dilemas del desplazamiento forzoso es pre-
cisamente la perspectiva al futuro en una condición que todos los

35
Entrevistas a mujeres desplazadas en Montería, Barrancabermeja y Floren-
cia, abril-mayo de 1994.
36
Castaño, 1994:62.
37
Entre otras, la Corporación María Cano en Montería y la Organización Fe-
menina Popular en Barrancabermeja.

259
Donny kieertens

involucrados (desplazados, Estado, comunidad receptora) definen


como transitoria. 38 Pero, ¿transición hacia dónde? Ante la disyunti-
va de retorno al sitio de salida o permanencia en la ciudad de llegada,
las propensiones expresadas se inclinan claramente a la permanen-
cia (el 60% de los hombres y el 70% de las mujeres). Es que el mie-
do y la continuación de los conflictos en las zonas de expulsión ha-
cen que, para muchos, el retorno no sea una opción realista. Para
algunos hombres se resuelve ese dilema con la perspectiva de re-
gresar al campo, pero a otro lugar. Sólo algunos querrían regresar
y reclaman el acceso a la tierra como una condición de retorno.
Las mujeres jefes de hogar, en número aún menor optan por la
alternativa de retorno: sólo el 12% reclama el acceso a la tierra co-
mo condición para volver. Recordemos que los asesinatos constitu-
yen un motivo importante de expulsión para ellas, de mo_do que no
sólo la imposibilidad económica sino también las razones de segu-
ridad y los impedimentos emocionales están presentes en el recha-
zo a la idea de retorno. Hay una segunda razón que inclina a las
mujeres jefes de hogar hacia la permanencia en el medio urbano:
el predominio de las responsabilidades maternas que coinciden
con un proceso adaptativo más rápido de los hijos e hijas y con sus
posibilidades escolares.
Pero también una veta muy importante aparece en la experiencia
propia en el medio urbano. En efecto, pese a las múltiples dificul-
tades y carencias y al cúmulo de responsabilidades, para muchas
mujeres la posibilidad de insertarse en el mercado de trabajo ur-
bano a través del servicio doméstico les ha dado una garantía de
supervivencia de la cual carecen los hombres. Esa rápida inserción
laboral, por más precaria que sea, les proporciona nuevos horizon-
tes vitales que no existían en el campo: el contacto directo con la
economía monetaria y el acceso a una nueva sociabilidad les per-
miten romper el aislamiento, encontrarse con y en otras m1.tjeres,
ampliar sus relaciones con el exterior y redefinir su posición en la
estructura familiar. Por ello, un número considerable de las des-
plazadas (25.6%) percibe las actividades urbanas -como la mi-

38
El retorno se incorporó como primera alternativa en los objetivos de lapo-
lítica oficial: «Atender de manera integral a la población desplazada por la vio-
lencia para que, en el marco del retorno voluntario o el reasentamiento, logre
su incorporación a la sociedad» (Departamento Nacional de Planeación-
Ministerio del Interior, 1995:13.

260
Víctimas y sobrevivientes de la guerra ...

croempresa y el trabajo asalariado-, como sus estrategias priorita-


rias en la generación de ingresos.

DE VÍCTIMAS Y SOBREVIVIENTES
A LA CONSTRUCCIÓN DEL FUTURO

La violencia política y sus consecuencias sociales han afectado de


manera diferenciada a mujeres y hombres. La violencia de género
como dimensión de la violencia política ha cambiado de contenido
e intensidad, a la par con el creciente instrumentalismo de las ac-
ciones de guerra. La presencia relativa de n1ujeres entre las vícti-
mas directas se sostiene al mismo nivel desde los peores años de
guerra (1988,89,91). Refleja tanto la creciente participación de mu-
jeres en los grupos armados insurgentes, como la intención de los
agresores de intimidar a la población civil con asesinatos de todos
sus miembros.
Entre los sobrevivientes de la guerra, las mujeres campesinas
desplazadas han sido especialmente trastocadas por una trágica pa-
rad~ja: siendo las más afectadas en su identidad social, las menos
preparadas para emprender nuevas actividades, y las más aisladas
tradicionalmente de una vida organizativa son, sin embargo, quie-
nes deben enfrentarse a la supervivencia física de la familia y a la
reconstrucción de una identidad social en un medio desconocido y
hostil. Los hombres, por su parte, parecen equipados con más ex-
periencia social y psicológica para enfrentar los efectos destructivos
de la violencia y las rupturas con el tejido social de su entorno ru-
ral, debido precisamente a su mayor movilidad geográfica y social y
sus conocünientos de los espacios públicos. Pero en la fase de re-
construcción de la vida familiar, las oportunidades para hombres y
nrujeres parecen invertirse: el impacto del desplazamiento se con-
centra para los hombres en su desempleo, situación que les despo-
ja del rol ele proveedores económicos. En contraste, las mujeres
parecen mejor equipadas para continuar las rutinas ele las labores
don1ésticas -tanto en el servicio a otros corno en su propio hogar-
en pos de la supervivencia familiar. A pesar de los traumas, la po-
breza, los obstáculos a la organización, para las 111ujeres desplaza-
das también se presentan nuevas posibilidades y espacios ele desa-
rrollo personal. En los tímidos proyectos de generación ele ingre-
sos, o de organización c01nunitaria, en torno a los comités de des-
plazados o ele derechos humanos, el rol ele víctima ele la violencia
comienza a mezclarse con el de nueva cuidadana.

261
Donny lvleertens

La dinámica de la guerra, pues, no sólo implica caos y trauma, si-


no también un inevitable reordenamiento del tejido social, en cuya
reconstrucción se presenta repetidamente la disyuntiva entre la cri-
minalidad y la solidaridad, pero también se abren posibilidades de
nuevos proyectos de vida de hombres y mujeres, que impliquen una
transformación de las tradicionales relaciones de género.

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265
Diario de una militancia
María Eugenia Vásquez p_'

INTRODUCCIÓN

Hace casi diez años comencé a elaborar mi autobiografía como


uno de los medios a mi alcance para adaptarme a vivir dentro de
los parámetros de legalidad o institucionalidad que había abando-
nado cuatro lustros antes para hacer parte de un grupo insurgente,
el Movimiento 19 de Abril, M-19.
Por más de dieciocho años, la militancia constituyó la razón
fundamental de mi existencia. La decisión de renunciar a ella me
dejó frente a la vida como si ésta fuera una hoja de papel en blan-
co. En medio de ese vacío, encontré un asidero en la decisión que
me llevó a buscar sentidos para vivir en una profesión como la an-
tropología. Hoy más que nunca creo que opté por un camino acer-
tado. De otra manera, quizás no hubiera podido enfrentar un
cambio tan radical. Hoy considero imprescindible el apoyo que me
brindaron las herramientas de análisis propias de esta disciplina.

LA ANTROPOLOGÍA: UN PUNTO DE PARTIDA

El trabajo autobiográfico presentado como monografía de grado


resolvió algunos problemas imposibles de identificar plenamente y
de vincular desde el comienzo. El primero -y quizás el más claro-,

' María Eugenia Vásquez Perdomo ha hecho parte de los equipos de trabajo
comunitario que la Fundación Social ha auspiciado en ciudad Bolívar. Tam-
bién ha tomado parte en los programas de reinsersión y paz de la misma Fun-
dación, de la cual hoy es profesional operativa.

266
Diario de una militancia

se relacionaba tanto con la búsqueda de un oficio diferente al que


había ejercido durante casi la mitad de mi vida, como al abordaje
de la comprensión de una realidad bastante compleja desde otras
perspectivas que enriquecieran el punto de vista meramente políti-
co. El segundo, tenía que ver con la obtención de un título univer-
sitario, desechado en el pasado, que cobró importancia por la ne-
cesidad de tener un sustrato institucional para ubicarme en la so-
ciedad con un carácter propio y distinto al del pasado. Es preciso
aclarar que para el momento en el cual tomé esta decisión, todavía
no se concretaban las negociaciones de paz. El tercero, comprende
el proceso de reconstrucción o de resignificación del proyecto de
vida, que al no ser intencional -y tal vez por ello- tan sólo se hizo
consciente, en mi caso, después de más de tres años del ejercicio.
Para comenzar, realicé un trabajo etnográfico sobre mi propio
ciclo vital, incluyendo la forma como fui socializada en la cultura
desarrollada por la militancia del M-19, así como la reflexión sobre
los hitos educativos que marcaron mi ingreso y pertenencia a ese
grupo insurgente. Estos esfuerzos me permitieron comprender al-
gunos de los elementos que me hacían diferente a la mayoría de
personas de mi entorno y, de esa manera, trabajar sobre las estra-
tegias necesarias para disminuir la angustia generada por el proce-
so de retorno a la vída civil.
Mientras escribía sobre mi vida, y aún hoy todavía, no dejo de
sentir cierto recato al colocarme como objeto de estudio porque
implica hacer pública mi intimidad. Estas dudas y este recato pro-
vienen de los silencios a los cuales nos acostumbramos en la clan-
destinidad, de la poca importancia que concedíamos a lo cotidiano
en los espacios políticos y de una formación académica dentro de
la cual no era usual que una autobiografía tuviera legitimidad co-
mo documento ~ntropológico.
La intención de este artículo no es precisamente describir la
manera de vivir dentro de un grupo guerrillero urbano tal como lo
presenta el texto autobiográfico, sino revisar la metodología utili-
zada para llegar a las fuentes del recuerdo y para construir el rela-
to, sin dejar de lado el proceso interno de quien, en este caso, re-
presenta el doble rol de investigado~,a e informadora, y el papel del
Diario Intensivo como instrumento insustituible para calibrar a
quien se observa a sí misma.

267
María Eugenia Vásquez

NARRACIÓN AUTOBIOGRÁFICA
Y SENTIDO DE VIDA

En enero de 1989, después de más de una década de lucha armada,


el M-19 firmó un acuerdo mediante el cual renunció a las armas
para concertar un nuevo pacto social que pudiera servir como base
a la paz. Ese nuevo pacto se concretó en la Constitución de 1991 .
El lapso transcurrido entre la firma de los acuerdos y la convocato-
ria de la Constituyente fue un tiempo difícil para el Movimiento y
cada uno de sus integrantes. Ni el país, ni la gente de los bandos
hasta el momento enfrentados, podían comprender a cabalidad las
implicaciones de un cambio tan profundo.
Me adelanté un año al Eme en la decisión de abandonar la vía
armada, y desde 1988, inicié un retiro gradual de la militancia polí-
tica. Esto implicó buscar una opción de vida diferente ·y un oficio
distinto al de la guerra. También a comienzos de 1989, cuando en-
tré en la oficina de profesor Luis Guillermo Vasco en la Universi-
dad Nacional, tenía un deseo y una única certeza. Mi deseo era el
de retomar la antropología como un lugar desde el cual abordar el
estudio de la realidad, y la única certeza, aquella de que en mi pa-
sado reposaba una fuente de experiencias para explorar los cami-
nos de una paz que se hacía cada vez más urgente para el país.
Desde el primer semestre univer:sita1io, y a lo largo de mi carrera,
el profesor Vasco fue un referente académico fundamental. Gra-
cias a él, durante mi estadía en prisión (1981-1982), había retomado
los estudios de antropología e incluso presentado un proyecto de
monografía que debí aplazar, una vez más, por las exigencias de la
clandestinidad. Siete años más tarde, volver a la antropología era
no sólo una alternativa, sino una necesidad vital que me permitía
situarme en una perspectiva de análisis para entender esa realidad
a la cual me enfrentaba con el retorno a la civilidad.
Después de escuchar los difusos objetivos de la propuesta para
trabajar mi propia experiencia, buscando aportar a la reflexión que
se hacía en el momento, Luis Guillermo Vasco me remitió al pro-
fesor Jaime Arocha, quien había participado en la Comisión de Es-
tudios sobre la Violencia, cuyo informe se publicó en 1987 bajo el
título Colombia: violencia y democracia.
Cuando conocí a Jaime Aro cha, ya el profesor Vasco lo había
enterado de mi idea. Me costaba tanto hablar, que por poco salgo
de su oficina sin decirle nada. El gran secreto que había constitui-
do mi vida se me atoraba en la garganta. Por fortuna, Jaime Aro-

268
Diario de una militancia

cha tenía una propuesta: realizar un trabajo etnográfico en el cual


yo fuera sujeto y objeto de estudio. Se trataba de buscar la infor-
mación dentro de mí misma a partir del recuerdo. Para ello conta-
ba con un instrumento metodológico: el Diario intensivo, una prác-
tica de autoanálísís desarrollada por el sicólogo Ira Progoff (1984).
En entrevistas posteriores me instruyó en el manejo de algunos
elementos para iniciar el trabajo. Comencé los ejercicios del diario
intensivo en febrero de 1989. A partir de esa práctica el recuerdo se
fue liberando y adquirió, con el paso de los días, un ritmo propio e
incontenible que desbordaba la rigurosidad metodológica. Ya las
imágenes del pasado no esperaban a ser convocadas en un ámbito
especial al terminar el día o en las madrugadas antes de salir para
la oficina, ni daban la oportunidad de ser ordenadas en fichas. Me
asaltaban con cualquier pretexto. Los recuerdos me tomaron ven-
taja, e invadieron como una avalancha mis días y mis noches. Así,
decidí escribir cuando tomaban vida en mi memoria, y como las fi-
chas resultaron estrechas, entonces lo hice en lo que tuviera a ma-
no: agendas, libretas y cuadernos, servilletas, reversos de recibos o
papeles sueltos. También - siguiendo indicaciones de mi tutor-
grababa mis sueños apenas despertaba, sin dar tiempo a que se bo-
rraran, tratando de atrapar y describir las sensaciones que los
acompañaban.
Era un proceso que me causaba algunos segundos de alegría,
mientras retenía los momentos vividos, pero instantes después, me
encontraba frente al dolor que deja el vacío. Más de la mitad de las
evocaciones se convertían en fantasmas porque eran muchos mis
muertos. Mí pasado se parecía a los caminos del país después de
los años cincuenta, con una cruz señalando donde había caído uno
u otra. Recordaba, escribía y lloraba. Lloraba y recordaba ... así ob-
tuve la información básica. Sobre el material producido, el profe-
sor Arocha hacía preguntas que guiaban emotividad y memoria
hacia reflexiones más profundas.
Una de esas primeras preguntas, fue «¿Cómo enterraban a sus
muertos?» . El profesor se interesaba, básicamente, en comprender
el posible ciclo vital dentro de una cultura creada para la conspira-
ción.
Tardé en responderle que yo nunca había visto los cadáveres de
mis muertos, ni siquiera el de mi hijo. Tampoco presencié cere-
monias fúnebres en la guerrilla, ni enterré a mis compañeros. Tan
sólo tenía memoria de los actos conmemorativos, durante los cua-

269
María Eugenia Vásquez

les se rendía homenaje a los muertos o héroes caídos. En estas


efemérides, recordar los nombres, las acciones destacadas durante
la vida o las circunstancias de la muerte de algunos personajes era
algo muy importante para la construcción y consolidación del ima-
ginario épico guerrillero.
Entonces comencé a leer sobre ceremonias y rituales en torno a
la muerte y entendí que quizás me rondaban los fantasmas porque
no tomé parte activa en ninguna ceremonia fúnebre por mis seres
queridos y, por lo tanto, no di alguna forma de trámite personal al
dolor. Entonces, seguí ahondando en mi relación con la muerte y
los muertos, conforme muestro a renglón seguido, tornando el
aparte de mis diarios que aparece en letra cursiva:

En abril de ese mismo año, la policía asesinó a mi mejor amigo, Afra-


nio Parra. De nuevo el zarpazo de la muerte me sorprendió y al comienzo
me pareció imposible sobrevivirlo. Un frío intenso entre el pecho y el estó-
mago me hizo sentir que moría otro pedazo de mí. Caminé sola por la ca-
lle, lloré impotente, maldije el proceso de paz que desarma mentalmente a
los guerreros pero no a los asesinos. Me dolió la vida, me pesó la soledad.
Luego quise oír música y fui a una taberna. Necesitaba llenarme de son i-
dos, ya no podía más con el silencio de mis muertos.
Pasé la noche despierta, apretando entre mis manos el cuarzo que
Afranio me regaló como protección, invadida de imágenes en blanco y ne-
gro sobre vida y muerte. Al amanecer había tomado una decisión. Me
acompañaba una extraña fuerza como surgida de mis propias cenizas. El
dolor me exigía convocar la vida para exorcizar la muerte que me tenía
harta. iría al velorio de "El Viejo" para llorarlo y entender su ausencia.
Para vivir el luto a fondo y no eternizar este nuevo dolor al dejarlo en el
aire. Por primera vez quería ver el rostro de la muerte para poder enea n-
trar la vida.
Busqué a lván, uno de mis compañeros de lucha, como cómplice para
realizar el ritual. Fuimos a la Casa Gaitán donde estaba el cadáver. Entre
la multitud encontré a sus hijos, a la Chacha su mujer más permanente, a
sus viejos, a nuestros amigos, a la gente del pueblo, su gente. A él no pude
verlo al comienzo, era imposible porque todos se agolpaban en torno al
ataúd. Cuando pude acercarme, lo miré despacio, con miedo a afrontar
por primera vez su silencio. Y le hablé:
«Afra, viejo. aquí estoy. Te voy a llorar. Me quedo en el velorio para
entender que estás muerto, de tanto verte inmóvil en esa caja. Para apren-
der a no esperar más tu abrazo fraterno ... porque si no entierro contigo es-
ta tristeza y a todos mis muertos no sepultos, me muero».
Allí a los pies del féretro me sentí más serena. Estuve largo rato con-
templándolo sin dejar de hablarle como si aún pudiera oír. Hasta me dio

270
Diario de una militancia

risa cuando noté que lo habían amortajado con un hábito de fraile y pensé
que su alma de guerrero no estaría a gusto en esa funda de santo.
Me impresionaron sus manos. Su esencia estaba aprisionada en ellas,
no sólo porque sostenían el colmillo de jaguar, el cuarzo, una rosa y las es-
puelas de carey que le llevé para sus riñas de gallos en el cielo, sino porque
siempre habían acompañado la magia de sus palabras con una gesticula-
ción incansable. Y ahora reposaban inmóviles sobre el pecho como signo
inequívoco de su muerte.
Solo me retiré cuando llegaron los mariachis. Le gustaba tanto la mú-
sica a mi viejo, que sembró en su hija una voz de jilguero y la memoria de
sus canciones. Milay cantaba en el velorio de su padre para complacerlo
antes de que se Juera del todo.
Durante las noches del velorio, en tomo a una fogata, cantábamos,
contábamos cuentos y anécdotas. Nos juntamos los viejos amigos, la Jam i-
lia, los paisanos, sus mujeres y las amigas, para acompañarlo hasta que se
nos pasara a todos, incluído é~ el asombro de su muerte y la aceptáramos.
Entonces, Afranio podría irse tranquilo más allá de la vida.

Luego de este proceso, que resistí gracias a las reflexiones ini-


ciadas dos meses antes en torno a la muerte, pude escribir un pri-
mer borrador de diez páginas sobre el tema. Para hacerlo, llamé a
uno por uno de mis fantasmas, medí su ausencia e indagué por la
importancia de su recuerdo en mi vida. Luego de inventariarlos,
los clasifiqué, les di su lugar. Fue la parte más dolorosa; yo quería
estar con ellos. Deseaba morir y, a la vez, sólo viviendo podía re-
cordarlos, que era una manera de re-vivirlos, de tenerlos conmigo.
Creo que por fin aprendí a convivir con ellos.
El mismo ejercicio de preguntar sobre la información recopila-
da se repitió muchas veces con diferentes temas, como el amor,
por ejemplo. De esa manera, comencé a entender algunas cosas, a
encontrar ciertas lógicas o cadenas relacionales, a reconocer mis
diferencias y mis puntos comunes con los otros. Sin embargo, la
vida continuaba su recorrido sin rumbo fijo y yo, a duras penas,
manejaba una realidad todavía arisca a mi comprensión.
No podría hablar de tiempos precisos. Los procesos son tan ca-
prichosos. Pero más o menos cuatro años después de haber inicia-
do el trabajo, encontré que una manera de ordenar el material era
dándole una secuencia temporal, y así nació un texto coherente.
El relato de mi vida tiene los claroscuros propios de una cons-
trucción de memoria hecha desde el presente y basada en una serie
de recuerdos y olvidos, de distorsiones que obedecen a ciertos pa-
trones, y que finalmente, constituyen una imagen elaborada arte-

271
María Eugenia Vásquez

sanalmente. Una artesanía que ofrecer a quienes leen la narración,


los abstractos compañeros de viaje que interactúan conmigo por
medio de sus preguntas al texto o sus discrepancias. Esa imagen re-
creada, seguramente re-tocada, contiene un amasijo de identidades
que permitieron armar a la mujer que soy en la actualidad, e hicie-
ron posible que yo renaciera mientras la confeccionaba. En mí, la
memoria actuó como fuerza vital.
Describirme, hacer etnografía sobre varios segmentos de mi vi-
da, me permitió reconocer paulatinamente mi condición social, re-
conciliar pasado y presente, comprender la vida como proceso y
rechazar la imposición de un ex militante y guerrillera que fractu-
raba mi identidad, visibilizar las múltiples mujeres que me habita-
ban, aceptar mis miedos, mis debilidades, y aprender a convivir
con mis amados fantasmas sin que dolieran tan to. Pero también en
esa actividad oscilante, como la llama Mónica Espinosa en un aparte
de su Diario (1994), al acercarme y alejarme del pasado, pude refle-
xionar sobre algunas concepciones, prácticas y hábitos aprendidos
y al hacerlo, transformar los que dificultaban mi convivencia inme-
diata. El escrito y yo nos influimos mutuamente, nos afectamos
permanentemente.
Gracias a ese ejercicio, encontré sentidos y explicaciones antes
invisibles. Supe que la vida tiene razones y sinrazones y que en ese
universo inmenso de la existencia humana, vale la pena cualquier
intento por comprender una fracción. Por ello, considero que la
narración autobiográfica arroja algunas luces sobre la manera de ser
de un sector de ciudadanos y ciudadanas que apostaron, ayer con
las armas y hoy sin ellas, a la posibilidad de una real apertura de-
mocrática en el país y al que muchos no perdonan la transgresión.
Pero, también quiero decirles, que realizar este trabajo cumplió un
objetivo inesperado: me p ermitió vivir.

EL DIARIO INTENSIVO
COMO RECURSO ETNOGRAFICO

Una propuesta del profesor Jaime Arocha (1989) integra los apor-
tes del antropólogo británico Gregory Bateson con el recurso del
Diario intensivo de Progoff. Los planteamientos de Bateson, a la vez
que enriquecen el método etnográfico con su aproximación a teo-
rías del discurso sobre la comunicación no verbal, buscan

272
Diario de una militancia

«terminar con la escisión, creada por Occidente, entre mente y


cuerpo, palabra y gesto, razón y corazón» 1 para hacer posible una
mirada más integral sobre las culturas. Y el Diario intensivo, instru-
mento metodológico diseñado para el autoanálisis, no solamente
facilita el registro y sistematización de las observaciones del etnó-
grafo, sino sus percepciones más profundas de la realidad y las
confrontaciones permanentes entre su ser y el ser del otro.
Combinando estas dos miradas, el profesor Arocha encuentra
una alternativa de investigación etnográfica que destaca la interac-
ción entre quien investiga y quienes son investigados, y se esfuerza
en mantenerse alerta frente a la complejidad del proceso intersub-
jetivo que implica una permanente negociación cultural interna.
La propuesta en mención se puso en práctica dentro del Obser-
vatorio de Convivencia Étnica en Colombia (1989) y con ella se han
realizado varios trabajos de investigación. Entre ellos, figuran los
de Tomás Eduardo Torres (1989), Mónica Espinosa (1994) y José
Fernando Serrano Amaya (1994), así como uno derivado de ese es-
fuerzo, el que Mónica Espinosa realizó con el pintor indígena Ben-
jamín Jacanamijoy (1995). En el trabaj o titulado Neguá: música y vi-
da, Tomás E. Torres incursiona en su pasado para mostrarnos su
alma cultural, como llama Jaime Arocha en la introducción a la he-
rencia naguaseña que hizo de Torres un músico virtuoso. Mi auto-
biografía tuvo la misma intención de buscar en las experiencias pa-
sadas, con especial atención en las representaciones iconográficas,
esos rasgos específicos que constituían la manera de volverse Eme y
tejerlos en un relato.
Fui tomando conciencia de que volverse Eme implicaba un pro-
ceso de aprendizaje gracias al cual adquiríamos aquellas destrezas,
conocimientos y formas de actuar que nos permitían realizar con
éxito las tareas subversivas y sobrevivir en la sombra de la clandes-
tinidad. Ese conjunto de elementos constituían nuestra cultura
clandestina. Una cultura creada para actuar contra el establecimien-
to, una cultura instrumental, diseñada por quienes eran nuestros
jefes y tutores con un fin determinado. Dicha cultura involucraba
una serie de conductas que se transmitían a la militancia en la
práctica cotidiana y se legaban de unas generaciones a otras. Nues-
tro adiestramiento fue similar a cualquier proceso de encultura-
1
Jaime AROCHA. "Gregory Bateson. reunificador de mente y naturaleza". En
revista NÓMADAS, No. l.

273
María Eugenia Vásquez

non, pese a que se daba en campos muy particulares: adoctrina-


miento político, entrenamiento militar, normas de seguridad, con-
ciencia permanente sobre alertas de peligro, técnicas para realizar
observaciones utilita1ias sobre el entorno, y un manejo gestual y
corporal que además de simular o disimular la actividad soterrada,
nos permitiera comunicarnos con códigos preestablecidos.
La puesta en marcha de esa manera de actuar requería un es-
fuerzo consciente para no ser detectada, para conspirar sin delatar-
se. Permanentemente, la cultura clandestina y la cultura ciudadana
se superponían en un juego de hacer sin que se notara. adquiríamos
conductas que no podían ser evidentes y nos permitían sobrevivir.
En el relato autobiográfico es posible diferenciar tres momen-
tos de socialización: el primero, en la cultura propia de una familia
colombiana de clase media que vive en la ciudad; el segundo, en la
cultura clandestina del M-19, un movimiento guerrillero urbano; el
tercero, un momento de deconstrucción de algunos hábitos
aprendidos para la clandestinidad que obstaculizaban el retorno a
la civilidad. Esta última parte puede dar algunas luces sobre la
complejidad de los procesos llamados de reinserción .
La lente cultural aplicada - permanentemente- por el profesor
Arocha sobre mis fichas y escritos de reconstrucción de memoria,
confirieron al relato subjetivo un interés antropológico.
A continuación, hago un recorrido por el proceso metodológi-
co.

PRIMERO FUE EL RECUERDO

Para iniciar una expedición en la memoria, como lo requería este


trabajo, se comienza por crear un ámbito adecuado para la tranqui-
lidad y el silencio. De otra manera, no es fácil llegar a sentirse y pre-
guntarse ¿cómo estoy? en ese momento de la vida. Así se estimula
una lluvia espontánea de imágenes que posteriormente da paso a
cadenas de asociaciones y evocaciones. Es lo que se denomina la
retroinformación, durante la cual se llegan a recordar los eventos
importantes de la vida porque ellos, a su turno, estimulan nuevas
asociaciones. Las asociaciones iniciales y las sensaciones ampliadas
con las imágenes logradas en sueños y ensoñaciones van constru-
yendo el ahora. Logrado ese primer reflejo de sí mismo, el diarista
pasa a elaborar entradas simples referidas a los sucesos de cada día
y las consigna en una bitácora. Una vez realizados los ejercicios so-

274
Diario de una militancia

bre el ahora y el recuerdo, luego de tener quizás veinte entradas en


la bitácora, se llevan a cabo arqueos mediante lecturas de los suce-
sos, siempre tratando de alcanzar un estado similar al de la vigilia.
Se trata de dar rienda suelta al cortjunto de destellos e imágenes
que puedan resumir el sentido de ese primer momento de autoob-
servación y autonarración. Estos ejercicios de recapitulación, tam-
bién pueden llevarse a cabo tomando como base un punto climáti-
co de la propia existencia. Progoff los considera como mojones
que pueden incluir las encrucijadas de la vida, cuando el diarista
optó por un camino, dejando de lado otro. Como es lógico, en mi
caso una de esas encrucijadas la constituyó el ingreso a la militan-
cia y la clausura del camino profesional. Otra, el abandono de la
militancia y el intento por reencontrar mi ser antropológico. Así, la
suma de arqueos, mojones e intersecciones permite ir encontrando
hilos conductores entre pasado y presente, coherencias y disocia-
ciones entre sentir y actuar, lógicas que acompañan las decisiones,
en fin, se camina hacia el conocimiento de uno mismo y de su rela-
ción con los otros, con el entorno, con el oficio y con lo escrito, in-
clusive.
La utilización del Diario implica una disciplina, en especial
mientras el diarista se adiestra en los tres ejercicios básicos: narrar
sueños y ensoñaciones, suscitar las lluvias espontáneas de imágenes
y sistematizar el resultado de las dos primeras prácticas (Arocha
1994, sobre Bateson). Y logra integrar en la bitácora las diferentes
dimensiones: vida y tiempo, profunda y de diálogo, proceso descri-
to por Benjamín Jacanamijoy (1995). Estas tareas para mí no fue-
ron fáciles. Al comienzo, estuve a punto de abandonar tanto rigor,
pero me mantuve sorprendida por la avalancha de recuerdos, la ni-
tidez de imágenes y evocaciones, así como por la activación de mi
capacidad onírica. Pronto encontré mis propios ritmos y fui adap-
tando el Diario a mis necesidades.
Los ejercicios habían dado con la clave para pulsar el recuerdo a
partir de lluvias de imágenes y las asociaciones que de allí surgían.
Fue como si la cadena del recuerdo comenzara a rodar y pusiera
en marcha el engranaje complejo que conforma la memoria. Las
imágenes del pasado ya no esperaban a ser convocadas de manera
juiciosa, simplemente me desbordaban, se activaban con cualquier
apoyo sensorial, olores, música, sonidos de la ciudad, colores, for-
mas y parecidos personales, sitios, nombres, sabores, texturas,
también ante las sensaciones de soledad, miedo o emoción, placi-
dez, afecto, frío o calor, y lo hacían en cualquier momento. En ese

275
Nlaría Eugenia Vásquez

tiempo yo vivía como alucinada con mis recuerdos. Entonces


abandoné las fichas y comencé a escribir en cuanto tenía a mano,
eso dificultaba mis arqueos periódicos porque debía acudir a cua-
dernos, agendas, servilletas, papelitos de todo tipo y tamaño.

julio 20 de 1989. Sentada en mi escritorio de funcionaria en la empre-


sa constructora donde trabajo finjo ser la que no soy. Nadie adivina hacia
dónde van mis pensamientos mientras llueve ... Lluvia, árbol. Las gotas de
agua resbalan por las hojas hasta la tierra, suena la lluvia al caer sobre el
suelo. JWás allá, !.as calles mojadas. Sensación de melancolía, todo se moja.
Recuerdo mi paso por el río ]Wira..
Todavía me siento a la deriva ... Hace ocho años, la lluvia me caía a
torrentes sobre el cuerpo cansado y entumecido. Cerraba los ojos para dar"
mitar y el agua se metía por todas las rendijas de mi cuerpo. Ya no estaba
a mi lado Alfredo y el vacío formaba lagunas en el alma. Con él todo era
más fácil, el amor da fuerza. Sin embargo, confiaba, éramos muchós y en-
tre todos podíamos salir de ese atolladero, de la manigua, de la maldita
selva que nos engullía con todo y armamento.
Cuando desembarcamos en la ribera del río, ya estábamos empapados y
así permanecimos durante el tiempo interminable en que caminamos la
selva. Llovía, era el mes de marzo. De día calor pegajoso, de noche frío pe-
gajoso ... barro, sudor, cansancio, hambre. Rabia ... ¿cómo parar la 'maldita
lluvia, cómo guarecerse de ella? Finalmente me abandonaba ... Estábamos
tan solos frente a la naturaleza. Estábamos perdidos, pero éramos muchos y
nos queríamos.
Hojas verdes, humedad, conformábamos un ejército que iba a ganar
batallas soñadas... Pero cuando llegó la hora, las batallas no eran como
las pensarnos y las diseñamos en maquetas. El monte esconde a los unos de
los otros mientras se pelea. Durante el combate todo se figura. Se siente el
ruido de los tiros y hay que adivinar de dónde provienen, quién dispara.
Inventar el soldado que está del otro lado, imaginar su pmición y lo que
piensa, lo que ve... su miedo es nuestro propio miedo. Lo único en lo que
no se piensa es en la vida. La vida se suspende durante el combate. El
dedo acciona el gatillo, la mano parece de hierro corno el arma. Huele a
pólvora, a tierra, a palo podrido, a árbol herido ...
La selva es húmeda, nunca se seca. El agua canta, suenan las gotas al
caer, las ranas croan, silba el silencio. La noche es oscura, oscurísima y
llena de ruidos. Toda clase de nádos que impulsan la imaginación hasta
el delirio, uno puede enloquecer. La noche engaña. En el monte se pierde
el principio de realidad que uno acostumbra establecer con el entorno en
las ciudades. Quizá para u,n campesino es diferente.
Huelo a tierra mojada, a rnmgo ... mi abuelo me enseñó cuando aún
era muy pequeña a disfrutar de la naturaleza. La imagen del abuelo lo-
graba tranquilizarme ... pensaba en las mariposas, las quebradas y los re-
nacuajos, nuestras incursiones bosque adentro... el olor a madera recién

276
Diario de una militancia

aserrada, todo era acogedor. Observaba los insectos e imaginaba que yo era
uno de ellos... hilaba historias, me iba tras el mundo de la fantasía. La
niebla me gustaba muchísimo, fijaba mis ojos en ella, tnientras pasaba
frente a mí y veía jig1tras, como si fueran nubes. Pasaba largo rato... Un
día hice lo mismo mientras estaba de guardia en un páramo, cuando en-
trenábamos con lván l\lfarino. Tuvieron que venir a buscarme, mi turno se
pasó sin darme cuenta, por estar jugando. Fue en una de mis primeras
prácticm~ como en 19 71.

Durante ese tiempo en el cual se activaron los recuerdos atrope-


lladamente, me permití sentir todas las emociones que llegaban
con las imágenes del pasado. Un período de mucha exaltación,
porque en la alegría de re-vivir momentos tan intensos también es-
tah-an la añoranza y la ausencia. Un proceso angustioso porque más
de la mitad de mis recuerdos terminaban en llanto. En 1989 ya
eran muchos los muertos y desaparecidos de nuestro movimiento.
Por eso, la 1nuerte era un terna recurrente en los primeros escritos.
El profesor Arocha revisaba los materiales y hacía preguntas
que me llevaban a reflexionar sobre nudos temáticos, alrededor de
los cuales escribía utilizando la información recopilada y así retroa-
limentaba el proceso de construcción de memoria. Al año de utili-
zar de manera sistemática la técnica del Diario intensivo, los ejerci-
cios de evocación y los arqueos todavía eran dolorosos. No podía
distanciarme del todo, ni d~jar de conmoverme ante la informa-
ción, porque eran mi vida ese montón de fichas y papeles esparci-
dos sobre el escritorio. Pero seguía consignando todo el ir y venir,
la oscilación de la cual habla Mónica Espinosa, como el fluctuar
dentro de impulsos contradictorios al acercarme y establecer dis-
tancias con varios segmentos de mi vida pasada.
Para entonces, el profesor me sugirió entrar de lleno en la fase
de ordenamiento de los datos. Con ese fin, propuso un esquema
etnográfico que me permitiera trabajar temáticamente -el entor-
no, la gente, el vestido, los instrumentos de trabajo, el ciclo vital-.
Lo intenté en múltiples ocasiones y no resultó. Releía una y otra
vez los escritos y los ubicaba en el fichero bajo un título temático,
pero como cada ficha o papel contenía información múltiple, ter-
minaba sin saber dónde colocarlo. Mi problema era ¿cómo armar
el rompecabezas? Creo que el esquema etnográfico, como yo lo
concebía, dificultaba la fluidez del relato.
Sin dejar de escribir, desistí de ordenar y me dediqué a enten-
der el proceso que vivía y que se había evidenciado cuando rompí

277
María Eugenia Vásquez

el silencio y el secreto que rodeaba m i vida. Escribir, contar, hablar


con el profesor primero, y luego con otras personas, permitía que
contrastara mi vida con otras vidas, con otras concepciones de la
existencia, que entrara en interrelación, que interlocutara con el
entorno inmediato y me entendiera en las diferencias y cercanías
con los demás. Entonces, comprendí la insistencia de Jaime Arocha
cuando preguntaba «¿Qué me hacía distinta de otros? frómo había
aprendido a ser asi?» o quizás, ¿cómo había llegado a ser competen-
te en la cultura de la clandestinidad? Era evidente que sin estable-
cer las diferencias y cómo las había aprendido, no podía desapren-
der, y esto me condenaba al limbo de no ser ni de allá, de donde
había salido, ni de acá, donde intentaba llegar. Continué sin prisa
buscando material en los recuerdos e hilvanando la vida.
La pregunta de cómo había aprendido rondaba mi cabéza día y
noche. Un sueño me dio la clave para empezar a entender:

Me encontraba en el patio de una gran casa de campo rodeada con


cerca de piedra, había mucha gente como recién llegada. Yo buscaba mi
equipaje entre el gentío. De pronto, vi a Fayad, era él pero con la figura
corpulenta de Bateman. Lo abracé y le dije cuanto lo quiero, sonrió sin
mirarme. Su proximidad me hizo sentir muy a gusto. De pronto, hubo
conmoción, una mujer colocó una bomba, todos gritaban que la detuvie-
ran, se sentía el miedo. Fayad y yo nos miramos y corrimos hacia el mismo
sitio, buscamos en un rincón de la cerca, entre las matas. Encontré una
granada gigante de color naranja, la lancé con fuerza más allá de la cer-
ca. Fayad continuó a mi lado, le pregunté por qué los dos reaccionamos de
la misma manera, y supimos dónde buscar. ¿será porque recibimos el mis-
mo adiestramiento? El sonrió otra vez y me estrechó contra su costado. Me
desperté con la sensación de su afecto.

Allí estaba un elemento fundamental que hacía efectivo nuestro


aprendizaje, la metodología del aprender haciendo iba acompaña-
da por los lazos de afecto, de admiración y respeto entre el tutor y
el principiante. Se comprende más fácilmente si se confía plena-
mente en el maestro. Luego, en el sueño se representaba también
la importancia del lenguaje gestual, bastaba una mirada para saber
lo que el otro quería comunicar. En las comunidades cerradas, en
medio del silencio y el secreto, el gesto cobra una importancia cla-
ve. Y por último, permanecer alerta implica agudizar la observa-
ción sobre el entorno, de manera que se captan movimientos que
para otras personas pasan desapercibidos, por eso supimos dónde
buscar. Ambos vimos algo extraño en la acción de la mujer al colo-

278
Diario de una militancia

car la bomba•. El sueño develaba elemen tos del aprendizaje para


sobrevivir en la clandestinidad.
Otro de esos elementos, el que más dificultades abonaba a mi
cotidianidad, era la manera de resolver los conflictos afectivos o la-
borales. El mío era un esquema de guerra aplicado a las diferencias
de la vida diaria. Cuando no se podían realizar acuerdos, fácilmen-
te yo polarizaba las posiciones y aplicaba la táctica de aniquilamien-
to. Rompía, que era una manera de destruir al otro, de acabarlo,
de terminar de un tajo el conflicto. Desconocer, borrar, negar,
echarlo todo por la borda era mi manera de solucionar una dife-
rencia rápidamente. Efectivo pero doloroso. Me costó mucho,
primero entender por qué actuaba de esa manera y, luego, trans-
formar la actitud. El mundo que me rodeaba no estaba en guerra.
También tuve que guardar las normas de seguridad en la des-
pensa y dejar de pasearme con ellas bajo el brazo para superar la
desconfianza en quienes no pertenecían al grupo. Hasta las pre-
guntas que hacía el profesor Arocha llegaron a parecerme sospe-
chosas: ¿Por qué se aproximaba al secreto, por qué deseaba desco-
rrer el velo? Su interés en mi intimidad militante me causaba más
pudor que si preguntara sobre mi sexualidad. Indudablemente te-
nía bloqueos, pero poco a poco salí de mi concha para reconocer
los alrededores hasta cobrar confianza.
Hasta mucho tiempo después no comprendí la profundidad de
los cambios que debía afrontar. Cambios en buena parte positivos,
otros, definitivamente insalvables, como ese de vivir sin un proyec-
to qu e subordinara todas las demás actividades vitales como lo hizo
el que orientó nuestra actividad militante. La vida parecía vacía, in-
sípida y superficial, sin una misión clara.

DESPUÉS, EL TIEMPO

Un día, casi por azar, encontré que el tiempo podía ser un eje or-
denador de la información. Sucedió cuando me vi obligada a con-
valecer durante veinte días en mi apartamento. El aislamiento y el
encierro suscitaron los recuerdos que creía más perdidos, los de la
cárcel. La narración cron ológica, la secuencia temporal, no sólo fa-
cilitaba la labor, sino que permitía la construcción de un relato con
sentido, es decir, en él, yo podía re-construirme en la medida en
que contaba mi historia.

279
María Eugenia Vásquez

Así comencé a escribir mi historia de vida, a hacer una autobio-


grafía. 2 Con cierto rubor, porque no acostumbraba a hablar en
primera persona.
Para 1992, dos sucesos afirmaron mi decisión. El primero, con-
tar a Alonso Salazar apartes de m i vida para su libro Mujeres de Jue-
go, publicado un año después, y el segundo, asistir al Seminario In-
ternacional sobre el Uso de las Historias de Vida en las Ciencias Sociales:
Teorías, metodologías y prácticas. Ambos hechos fueron decisivos, el
primero, porque aceptar que el testimonio apareciera con nombre
propio significó afrontar de cara a todos mi condición de transgre-
sora de un orden establecido y entender que mi historia podía ser
representativa de una colectividad que jugó un papel importante
en la vida nacional durante más de una década. Frente a Alonso
rompí el dique de silencios resquebrajado desde los prime,ios ejer-
cicios del Diario y pude reconciliar públicamente pasado y presen-
te. Confieso que sentí mucho miedo, pero ya sin secretos la vida se
hizo más liviana. El segundo, porque confirmó mi sospecha refe-
rente a que estaba al orden del día la utilización de las historias de
vida como metodología de investigación cualitativa en las ciencias
sociales .
El relato autobiográfico que yo confeccionaba cobraba vida
propia y permitía una mayor distancia con mi pasado. La narración
de un tiempo de la vida, de un fragmento pasado, objetivó, de cier-
ta manera, una parte de mí. El .tiempo me colocaba a distancia de
los recuerdos que iban contribuyendo al entraqiado de la memoria
que elaboraba.
Como explica Michael Angrosino (1989), el texto autobiográfico
que hasta ahora ha sido tratado más a nivel literario, también tiene
un lugar en las teorías y métodos de investigación social. Entre las
narrativas personales, biografías o historias de vida, la autobiogra-
fía cuenta con un filón poco explorado todavía como documento
de interacción entre el sujeto que cuenta sus experiencias y la au-
diencia: sus lectores. Esa audiencia intangible y siempre presente,
juega un rol vital y creativo en la elaboración de la historia, de nin-
guna manera es un receptor pasivo de información (Angostino

2
Según Michael ANGROSrNO, la autobiografía es un recuento narrativo de la
vida de una persona, que él o ella, ha descrito o grabado personalmente. En:
Docurnents of lnteraction: Biography, Autobiography, and Lije History in Social Sci-
ence Perspective. Gainesville: University ofFlorida Press,, 1989.

280
Diario de una militancia

1989). El posible lector interviene en la ruta de elaboración de la


memoria y hace parte del proceso de interacción entre investiga-
dor e investigado. Es importante definir para quién o quiénes se
narra. En mi caso escogí, primero, a los interesados en la compren-
sión de la problemática insurgente, luego pensé en mi hijo menor,
para quien mi opción de vida es un estigma, y luego, creo que val-
dría la pena llegar hasta quienes nos excluyeron porque creyeron
en estereotipos.
En varios momentos del relato tuve que utilizar la consulta bi-
bliográfica y de prensa para apoyar la memoria (Patricia Lara 1982,
Oiga Behar 1985, El Tiempo y El Espectador 1981-1989). También
confronté mis recuerdos con los de otros compañeros y compañe-
ras con quienes habíamos compartido eventos durante la militan-
cia. Al contrastar versiones se evidenciaban las múltiples maneras
de interpretar la realidad que tienen los sujetos. Opté por dejar
mis relatos con la descripción parcial de los acontecimientos, por-
que, al fin y al cabo, era mi versión: mi memoria.
Por ejemplo, Susana no recordaba que ella cantaba boleros
mientras nos mantuvieron con los ojos vendados y las manos ata-
das a la espalda durante los interrogatorios en plena selva del Mira.
Y para mí, ese suceso cobraba una importancia fundamental por-
que representaba una fuerza insólita, como un conjuro contra la
muerte, un canto a la vida.

LA MEMORIA
COMO ARTEFACTO CULTURAL

En el relato autobiográfico la audiencia participa en la definición


del uso de la memoria. La memoria tiene una intencionalidad, es
manipulada, se construye con fines conscientes o inconscientes. La
memoria es cambiante, negocia sentidos con los posibles lectores.
Contarme para otros, narrar mi vida con la intención de hacer un
buen cuento, me llevó a buscar en los eventos pasados, más allá de
la realidad, la construcción de un discurso con sentido. En torno a
ese sentido, resignifiqué el ser guerrillera como un proceso com-
plejo que implica muchas otras facetas para ubicarme en el terreno
político con una carta de presentación válida frente al futuro de
convivencia democrática. La memoria rescata de los recuerdos pa-
sados una identidad o identidades en función del presente, por eso
tiene potencial de cambio. Se recuperan elementos del pasado
(tradiciones) para legitimarse, para ser reconocido como grupo o

281
María Eugenia Vásquez

como individuo. Al decir de Todorov (1996): «Si se llega a estable-


cer de manera convincente que tal grupo ha sido víctima de inj us-
ticia en el pasado, esto le abre en el presente una línea de crédito
inagotable». Yo agregaría que fundamentalmente en el terreno
simbólico. Allí radica la fuerza de la memoria en la construcción de
identidades individuales o colectivas que buscan posicionarse so-
cialmente.
En la autobiografía se elabora una memoria para algo o para al-
guien. En ese sentido, no hay memorias ingenuas, la memoria cul-
tural tiene una finalidad, un poder, en tanto reconstruye el pasado
para exigir reparación a la exclusión. La construcción discursiva
busca la potenciación del sujeto para entrar en una negociación
que rompa las asimetrías sociales. En esa negociación, la fuerza de
la identidad es uno de los más importantes referentes mediante el
cual el individuo o el grupo buscan reconocimiento dentro de un
orden que los ha negado hasta el momento. En mi caso hay un as-
pecto que considero necesario mencionar, la memoria cultural no
es homogénea, tiene fisuras, una de ellas en relación con la identi-
dad de género. Ser mujer, en un campo evidentemente masculino
como el de los ejércitos, es muy conflictivo. De alguna manera, al
relatar mi vida fui descubriendo algunos elementos del ser mujer
en una organización armada, que cuestionan el poder que dentro
de la organización nos invisibilizó, negó nuestro protagonismo y,
en el mejor de los casos, destacó virtudes compartidas con los roles
tradicionales asignados a las mujeres.
Las memorias oficiales manejan el olvido para ocultar a perso-
nas o a sectores sociales e imponer su ver sión legitimadora. Pero,
desde los excluídos también se construyen memorias que interpe-
lan al poder. Hoy en día, las mujeres, los negros, los indios y los jó-
venes, anteriormente invisibles para el conjunto del país, se han
propuesto llenar de palabras sus silencios y recuperar sus historias
como parte del proceso de construcción de identidad y de búsque-
da de reconocimiento social.
El texto autobiográfico como r ecuento de la vida de una perso-
na, es una construcción donde lo relevante no es reproducir exac-
tamente los hechos sino indagar por los patrones que llevan a la
distorsión de esos hechos, encontrar el significado del trabajo de la
memoria. Como dice Pilar Riaño: «La memoria se entiende como
un campo en renovación y construcción continua que está contra-

282
Diario de una militancia

lado por la voluntad humana». 3 La memoria está viva y se re-crea


desde el presente en una relación dialéctica entre olvido y recuer-
do. Allí reside su potencial de cambio.
El olvido realiza su trabajo en la memoria, puede ser fuerza de-
vastadora, salvadora o renovadora, actúa como límite para el re-
cuerdo, es a la vez sabio y cruel. Por eso, la memoria se muestra
como espacio contradictorio y a la vez creativo.
En mi caso, elaborar una memoria autobiográfica implicó re-
pensar mi identidad para enfrentarme a un presente h ostil lleno de
contradicciones entre la realidad y las expectativa implícita en el
retorno a la vida legal. Aquí la memoria actuó como fuerza vital
porque pude recuperar lo positivo, en medio de tantas pérdidas,
para salir de la tristeza y la incertidumbre en que estaba sumida. La
memoria tenía u na primera demanda, hilvanar una etnografía.
Creo que, entenderme como parte de una historia y heredera de
una cultura le imprimió valor a una actividad como la subversiva,
socialmente satanizada y, simultáneamente, le dio valor a mi vida.
Memoria e identidad se interrelacionan en la narración autobio-
gráfica de manera dinámica en ese proceso de potenciación que
me impulsa a buscar un lugar en la sociedad sin renegar de mi pa-
sado.

UN HILO QUE TEJE LA VIDA

La mayor dificultad consistió en dar por terminado el texto auto-


biográfico, poner un límite temporal, a riesgo de pasarme el resto
de la existencia como Aureliano Babilonia en Cien Años de Sole-
dad, cuando encontró los pergaminos de Melquíades donde estaba
escrito su destino y «empezó a descifrar el instante que estaba vi-
viendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí
mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos,
como si se estuviera viendo en un esp('.jo hablado».4 Todo, porque
el texto era algo vivo que interactuaba conmigo de manera distinta,
cada vez que me aproximaba. Siempre lo retocaba, destacaba even-

3
Pilar RlAÑO. "Modelando recuerdos y olvidos". En la revista REOJO No. 3.
Colcultura, Diciembre 1996.
4
Gabriel GARCÍA MARQUEZ, Cien Años de Soledad. Bogotá: Editorial Oveja
Negra, 18a. edición colombiana, diciembre de 1989. Pp. 325.

283
María Eugenia Vásquez

tos, suprimía otros, agregaba cosas. Se había convertido en una his-


toria interminable.
Cuando puse punto final al relato autobiográfico con un tope
ubicado en mi decisión de retirarme del Eme a finales de 1989, me
sentí un poco más liviana. Creo que esa sensación la debo a que
elaboré buena parte de mi pasado, que me re-hice en él con alguna
coherencia. Escribir fue como dibujarme en una sola hoja, como
hilvanar la vida, encontrar la manera de reconciliar pasado y pre-
sente. Fue también una manera de romper la clandestinidad en la
cual mantenía la mitad de mi vida, develar una memoria que esta-
ba codificada en clave de silencios y asumirme como soy.
En la autobiografía me entendí como proceso, en mis continui-
dades y discontinuidades, en mis contradicciones, en mis/ cambios y
permanencias. En la memoria autobiográfica los olvidos, las in-
coherencias, las inexactitudes, las distorsiones o falsos recuerdos,
como llama Buñuel en su autobiografía a la imaginación que inva-
de la memoria, siguen algún tipo de patrón. En conclusión, la na-
rración autobiográfica contiene una memoria elaborada con el fin
de presentarse públicamente.
Sin duda, el Diario intensivo juega un papel importante, no sólo
al comienzo del trabajo cuando desata los recuerdos y pone sobre
la mesa la materia prima para la elaboración del relato de vida,
sino durante el proceso de manufactura de la memoria. La imagen,
el lenguaje iconográfico al que concede tanta importancia la meto-
dología, también posee memoria. El Diario permite el autosondeo
de la memoria cultural como afirma BenjamínJacanamijoy (1995) y
es un instrumento reflexivo por excelencia que mantiene la tensión
entre experiencia y reflexión. El investigador se reconoce plena-
mente en la dimensión subjetiva y a la vez logra distanciarse en la
interpretación de su propia experiencia porque el instrumento fa-
cilita la alteridad.

EL FINAL

Con mi autobiografía intenté conjurar el olvido de una colectividad


política o de unas ideas que dieron sentido a muchas vidas y que se
pierden en la memoria y en la historia oficiales. Pero tal vez, sim-
plemente fue una manera de situarme frente a mí misma.
Conté una vida anónima que relaciona una época, una sociedad
percibida desde el mundo de la Universidad Nacional, una opción

284
Diario de una militancia

juvenil, las costumbres y aprendizajes dentro de una colectividad


política, el ser mujer entre las armas, la resistencia en la cárcel y las
incertidumbres del retorno a la vida civil. Cuando una persona na-
rra su vida y otra u otras la escuchan o leen, la protagonista siente
que existe: se siente. Ese, por sí sólo, es para mí un argumento que
valida la autobiografía.

285
El castigo a través
de los ojos de los niños
Xi mena Tabares *

,
f

Uno de los aspectos que frecuentemente se encuentra ligado a los


procesos de socialización infantil es el castigo, pero aunque en la li-
teratura especializada existen numerosas investigaciones sobre el
castigo o factores asociados, es reducido el n úmero de trabajos in-
teresados en permitir que los niños se expresen sobre la realidad
que los afecta. Por esta razón este trabajo ofrece una visión general
del castigo infantil, sus características y modalidades, y recoge la
perspectiva infantil sobre el mismo.

DOLOR Y CASTIGO

El concepto de castigo está mediado por las variaciones idiosincrá-


ticas culturales de los comportamientos considerados como acep-
tables por cada cultura y la concepción del daño social que debe
recibir el ofensor. En el presente artículo me basaré en el sistema
de creencias propio, entre otros, de sociedades occidentales, según
el cual los símbolos de dolor se consideran como los mecanismos
adecuados para la reposición del orden. 1

*
Antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Asesora del Convenio
Unicef-Defensoria del Pueblo para la elaboración de un sistema de seguimien-
to y vigilancia de los derechos de la niñez.
1
Un ejemplo claro de las creencias que demandan dolor es el Palacio de la
Inquisición en Cartagena: el infierno era asumido como una realidad, y los sa-
cerdotes buenos en su deseo por rescatar almas impartían el dolor con u n pro-
pósito preventivo (Nills, 1984).

286
El castigo a través de...

El castigo se puede ubicar como parte de un suceso qu(! aparece


como respuesta a la comisión de una ofensa o de algo que se con-
sidera una alteración del orden colectivo preestablecido. Este en-
foque del castigo se apoya en la teoría consecuencialista de Fein-
berg ( 1975 ). Según el autor, el castigo se equipara con la terapia
moral: el culpable al quebrantar los principios de su grupo social se
halla en deuda moral con éste, y la única vía de satisfacción de la
reparación es la sumisión al castigo. 2
Para que exista el castigo el individuo ofensor debe reconocerlo
como una restricción compulsiva impuesta a sus derechos en el co-
lectivo social, y no como una afección a sus intereses particulares. 3
Desde el punto de vista externo, el castigo es considerado como
una restricción en la capacidad de elección de quien lo recibe. Esta
condición es diferente de la interpretación subjetiva que hace el
ofensor sobre como el castigo lo puede afectar. El dolor corres-
ponde entonces a la manifestación concreta de la restricción de los
derechos sociales (Nills, 1984). Para que un castigo cumpla con la
característica de ser doloroso debe tenerse en cuenta lo que el
grupo social particular considera como doloroso; además deben
tenerse presentes las connotaciones morales del infractor y de su
grupo social y las características de la situación en la cual se da el
castigo.
De esta forma, en la concepción consecuencialista del castigo, el
dolor impuesto simboliza la reprobación moral del grupo social y
la indignidad del individuo. La eficacia de este símbolo es la que
permitirá finalmente al individuo restablecer el equilibrio moral y
reincorporarse a la vida cotidiana, porque radica precisamente en
la prevención de futuras transgresiones y en la reafirmación del
orden social.

CASTIGO VIOLENTO

Las diferentes modalidades de imposición de dolor, que corres-


ponden a las diferentes manifestaciones de la restricción de los de-

2
j. FETNBERG. Legal philosophy. Dickenson. Encino. 1975; citado por BETEGO,
(1992:70-7lp).
3
Las manifestaciones concretas de la restricción de los derechos sociales im-
puestas al ofensor corresponden a las diferentes modalidades de imposición
de dolor (Nills, 1984).

287
Ximena Tabares

rechos sociales del ofensor, marcan en principio distinciones en los


castigos. Otro elemento que establece distinciones es la variación
de intensidad a la cual está sometida la correspondencia entre san-
4
ciones e infracciones.
Entre las diferentes clases de castigo existe una modalidad ca-
racterizada por la no correspondencia de la imposición de dolor
con la existencia de una falta u ofensa. El castigo, al transgredir el
patrón de control y sanción colectivo, se torna incomprensible e
ilegítimo para quien es objeto de la acción agresora. Este carácter
transgresor e ilegítimo del castigo es el que permite distinguirlo y
calificarlo como acto violento.
La noción de castigo violento se basa en la concepción de Riches
(1988) sobre la violencia. Según el autor, la violencia es 9n concep-
to de carácter polisémico que adquiere contornos singulares de
acuerdo con la realidad de cada sistema social, es decir, son los va-
lores y las normas sociales las que dan significado y legitimidad al
uso de la violencia. 5 Sin embargo, la violencia suele asociarse con las
expresiones de víctimas y espectadores de actos ilegítimos que transgreden
el orden social, aunque para el ejecutor los actos puedan no ser ne-
cesariamente-violentos. 6

4
Bradley en su texto Ethical studíes ( citado por Betegon, 1992 :99p) establece
un quantum equivalente de dolor y culpa moral, de modo que se pueda en-
tender que la comisión de la infracción reportó, a la víctima del mismo, idén-
tico valor al que con la imposición del castigo sufre su autor. Señala entonces
la necesidad de los colectivos sociales de establecer un orden de prioridades
respecto de los valores sociales comunes: los actos más severos de violación a
estos valores recibirán en concordancia castigos más severos, igual que si son
cometidos intencionalmente o con conciencia de su carácter transgresor. El
castigo cumple así la función de declaración moral.
5
«El tratamiento de la violencia que hacen los antropólogos tiene que cen-
trarse en la manera en que, en la sociedad en general, su práctica se encuentra
mediatizada por las constricciones y valores sociales ... Tras la perspectiva de
los antropólogos se encuentra el supuesto de que los actos sociales tienen la
intención de causar impacto sobre el ámbito social más amplio y que cierto
grado de acuerdo compartido entre el ejecutor del acto y sus receptores y tes-
tigos es una condición previa del efecto intencionado del acto que se produce.
Los valores sociales soportan de forma importante ese acuerdo compartido»
(Riches, l 988:33p).
6
Riches (1988) menciona un caso ilustrativo del carácter polisémico de la vio-
lencia tomado de Leach al hablar de la violencia de los terroristas: «Leach en-
cuentra un notable paralelo entre los terroristas dentro de una sociedad y los
líderes (autoridades) de dicha sociedad, señalando que en un sentido extremo
ambos pueden considerarse como intrusos que compiten para imponer su vo-

288
Figura 1

Figura 2

Figura 3
'Figura 4

Figura 5

Figura 6
El castigo a través de...

DINÁMICA DEL CASTIGO

Una situación de castigo existe potencialmente desde el momento


en que un patrón de normas y sanciones es aceptado por un colec-
tivo social. La norma es una prescripción general que regula la
conducta y se aplica particularizándola para cada situación. En la
visión clásica durkheimiana, el comportamiento que está acorde
con las normas es un comportamiento moral en cuanto corres-
ponde a los requerimientos de una organización social específica. 7
Las normas se transmiten intergeneracionalmente y su cumpli-
miento se impone por un principio de autoridad ajeno a la volun-
tad del individuo. 8 Por esta razón cuando un acto se sale de la
prescripción de la norma, la infringe, desobedeciendo a la autori-
dad, y sobreviene un estado de desorden colectivo que demanda la
aplicación de una sanción.
El castigo implica, bajo esta perspectiva, la previa comisión de
una ofensa, pero para que algo pueda considerarse como ofensa, la
norma infringida tiene que poder ser obedecida. 9 Si un individuo

Juntad al pueblo. Encerrados dentro de una oposición absoluta, cada parte


describe los actos de fuerza física del otro como barbarie, pero considera he-
roicas las suyas propias» (Leach, Edmund. Custom, law and terrorist violence.
Edinburgo University Press, 1977; Citado por Riches, 1988:16p).
7
«Portarse moralmente significa actuar en conformidad con una norma que
determina la conducta que hay que observar en un caso determinado, incluso
antes de que uno se encuentre en la necesidad de tomar una decisión. El
campo de la moral es de deber y el deber es una acción prescrita» (Durkheim,
1976:188p).
8
«Una norma no es un simple modo de obrar habitual, sino que es también
una manera de obrar que no nos sentimos con la libertad suficiente de modi-
ficar a nuestro gusto. En cierta medida y en cuanto norma esta fuera de nues-
tra voluntad. Hay en ella algo que nos resiste, que nos supera, que se nos im-
pone y nos obliga» (lbid, 193p). Ese algo al que se refiere el autor en el aparte
anterior corresponde al principio de autoridad el cual lo explica en función de
la obediencia: «Por autoridad hemos de entender el ascendiente que ejerce
sobre nosotros todo poder moral que reconocemos como superior a nosotros.
Debido a ese ascendiente, obramos en el sentido que se nos prescribe no ya
porque nos atraiga el acto que se nos requiere ni porque nos sintamos incli-
nados hacia él por alguna disposición interna natural o adquirida sino porque
hay en la autoridad que nos lo dicta algo que nos lo impone» (Durkheim,
1976: l 93p).
9
«Un acto no es punible cuando no ha sido prohibido por una ley instituída,
tampoco es inmoral cuando no va en contra de una norma establecida»
(Durkheim, 1976: 189p).

289
Ximena T abares

va a ser castigado debe ser primero declarado culpable, sin embar-


go la declaración formal de culpabilidad no implica la existencia de
una culpabilidad efectiva (caso del castigo violento), de igual forma
aunque el acto infractor haya sido voluntario, la voluntad está de-
terminada por factores de presión externa inclu¡endo la amenaza
del castigo como agente generador de ansiedad. 1
La perspectiva durkheimiana no toma en cuenta que la norma
se difunde en contextos móviles y ambiguos, atravesados por di-
námicas interactivas igualmente complejas. Existe, no obstante, un
límite que es trazado precisamente por la aceptación cultural de la
norma e implícitamente de la transgresión del castigo. Ese límite es
el que va a permitir a las personas, en este caso a los niños, dife-
renciar entre castigo y castigo violento.
Betegon (1992) analiza la dinámica del castigo a partil de la de-
claración de culpabilidad. Al culpable se le impone el dolor en pre-
sencia de la autoridad y preferiblemente de testigos para que el ac-
to sirva como declaración moral y para que el grupo aprenda las
sanciones que pueden afectarlos si imitan actos similares. Final-
mente, el individuo es marginado de las relaciones cotidianas y el
símbolo del dolor actúa declarando la gravedad del acto cometido
11
y disuadiendo futuras reincidencias.

LOS NIÑOS COMO PROTAGONISTAS

Señalados ya algunos conceptos preliminares con los que se ha


abordado el estudio del castigo, en este aparte se realiza una apro-
ximación a la vivencia del castigo a partir de las categorías con las
que el niño lo interpreta y distingue.
La experiencia partió de la definición de cuatro variables
(noción de castigo, noción de castigo violento, ambiente situacio-
nal y ambiente cultural familiar) con sus respectivos indicadores
para contar con un marco de referencia que permitiera luego con-
10 Cuando los actos son voluntarios pueden establecerse responsabilidades. La
conducta voluntaria es libre, pero hay que tener en cuenta que la voluntad es-
ta determinada por la cultura. De esta forma considerar a un individuo res-
ponsable de su acción significa emitir un juicio acerca del valor moral de ésta.
11
Foucault señala que la utilidad de un castigo será determinada no en fun-
ción de la falta cometida sino en la capacidad de evitar o reducir a través de
actos simbólicos los desordenes que fomenta esa falta: «Castigar será por lo
tanto un arte de los efectos» (Foucault, 1990:97p).

290
El castigo a través de...

frontar y organizar la información. Se delimitó un universo de es-


tudio comprendido por niños preadolescentes12 y se establecieron
como unidades de observación efectivas dos grupos de niños per-
tenecientes a dos sectores socioeconómicos diferentes. El primero
(grupo 1) estaba conformado por niñas de sectores socioeconómi-
cos medio alto y alto. El otro grupo (grupo 2) estaba conformado
por niños y niñas pertenecientes a un sector socioeconómico me-
dio bajo. Ambos grupos diferían no solo en sus condiciones eco-
nómicas, también lo hacían en sus características socioculturales.
Esta circunstancia permitió apreciar variaciones en la conceptuali-
zación y manifestación del castigo y del castigo violento eviden-
ciando la incidencia de los factores familiares y culturales.
Para obtener los datos se diseñaron tres fases de trabajo. En la
primera fase se efectuaron entrevistas estructuradas a partir de los
indicadores contemplados para cada variable. En la segunda fase, o
fase de situación sugerida, se realizó la representación gráfica de
los indicadores a partir de relatos semiestructurados; además fue-
ron sugeridos a los niños los temas sobre los cuales se requerían
sus vivencias y opiniones. En la tercera fase o fase de situación
propia los niños representaron, por medio de elementos plásticos y
testimonios personales, vivencias significativas relacionadas con el
castigo.
El principal recurso instrumental fue el dibujo, porque en él se
reflejan procesos de análisis, diferenciación y comparación, que
son propios de la capacidad de abstracción infantil y además pue-
den observarse los referentes de interpretación cultural con los que
cuenta el niño.
Existe una relación estrecha entre las posibilidades de represen-
tación del niño y los recursos culturales con los que cuenta. 13 La
12
Piaget afirma que el niño antes de los siete años respeta las normas prove-
nientes da la autoridad del adulto, considera justos los comportamientos que
le evitan el castigo; mientras que a partir de los siete años adquiere criterios
de juicio que le permiten interpretar intenciones ajenas y ponerse en el lugar
de otros, razón que le permite tomar posición activa en situaciones de conflic-
to. (Citado por Cirillo, 1991).
13
Margaret Mead (1962) empleó la técnica del dibujo en su experiencia con
los niños de la sociedad Manus en las Islas de Almirantazgo. Ella observó que
las interpretaciones elaboradas por el menor a partir de la experiencia están
enmarcadas en el cuerpo de significaciones culturales al cual pertenece.
Cuando a un niño se le pide representar un fenómeno, no solo estará propor-
cionando su vivencia del mismo sino también la valoración social respectiva. Si
(continúa en la página siguiente)

291
Ximena Tabares

manifestación gráfica contiene la idea que posee de la realidad a


partir de sus elementos esenciales y significativos, y también revela
la importancia que le otorga a la misma. 14
La realidad, en conclusión, se dibuja no en la forma como se ve,
sino en la forma como se interpreta. El investigador frente a un di-
bujo debe interpretar la interpretación del autor. Su tarea es expli-
car el sentido de la imagen y traducirlo en códigos verbales.
Widlocher (1988) indica el proceso de interpretación gráfica. El
primer paso para acercarse a un dibujo es despejarse de todo pre-
juicio y limitarse a lo que el dibajo manifiesta. Se procede a identi-
ficar los objetos, sus relaciones y particularidades estilísticas (línea,
color, forma del objeto) que revelan lo que el niño tiene conciencia
de representar. Sigue la interpretación simbólica del dibujo . En es-
te nivel se indaga por el sentido oculto del dibujo, pero nó a través
del conocimiento de un código infantil, sino obteniendo, en diálo-
go con el niño, las asociaciones de pensamientos y su reiteración
en las representaciones.
La imagen, en consecuencia, contiene dos registros de expre-
sión: constituye el signo del objeto y de sus relaciones con lo que lo
rodea, y manifiesta el poder expresivo en su disposición formal; su
función es abreviar la acción al representar el momento simbólico
de una escena.

el niño desconoce el fenómeno sugerido procederá a dotarlo de sentido den-


tro de sus posibilidades de significación cultural, a imaginarlo a partir de lo
que ya conoce. En el siguiente aparte Mead señala la utilidad del dibujo para
evidenciar el papel de la representación en función de la cultura: «El dib~jo
llegó a convertirse para ellos en una pasión dominante. Llenaban una hoja de
papel tras otra con representaciones de hombres y de rn~je,es, de cocodrilos y
de canoas. Pero no estando habituados a escuchar leyendas, carecían de la
fantasía para levantar edificios imaginarios. Los temas de sus dibujos eran
bien simples... No dibujaban de acuerdo con un plan. De igual modo cuando
yo les mostraba ciertas manchas de tinta y les pedía su opinión acerca de lo
que tales manchas representaban recibía solo respuestas precisas: "Es una nu-
be" o "es un pájaro". Sólo uno o dos de los adolescentes, cuya actividad men-
tal había sido estimulada por las cosas que aprendieron en tierras extrañas,
donde trabajaron como jornaleros, respondieron con interpretaciones tales
como: es un casuario ( tipo de avestruz que jamás habían visto), un automóvil,
un teléfono» (Mead, 1962:83-84p).
14
«El conocimiento de un hecho no garantiza de por sí su presencia en el di-
bttjo; también debe ser valorada su importancia» (Goodenough, 1951:94p).

292
El castigo a través de...

Por esta razón la interpretación se produce en dos niveles y


ofrece dos clases de información. En el primer nivel se interpretan
los signos manifiestos para comprender los valores expresivos,
proyectivos y narrativos del dibujo. El carácter expresivo de los ges-
tos y particularidades gráficas revelan el estado emocional del niño.
El valor proyectivo permite analizar los conceptos relacionados con
las percepciones, revelando la visión infantil del mundo. Finalmen-
te, las características narrativas -ligadas al tema representado-
evidencian el interés por significar con imágenes una realidad y
reproducir esquemas gráficos habituales. En el segundo nivel se in-
terpreta el sentido simbólico del dibujo para detectar alegorías, es
decir, para encontrar el sentido metafórico a partir de las cosas
que fueron evocadas por la percepción de otras cosas (Widlocher,
1988).
Siguiendo las pautas metodológicas expuestas se reconstruyó
con ambos grupos de niños las representaciones de los procesos y
situaciones asociadas al castigo y su modalidad violenta.

EL CASTIGO A TRAVÉS
DE LOS OJOS DE LOS NIÑOS

Los niños representaron el concepto de castigo por medio de epi-


sodios que contenían diferentes momentos que ocurren durante la
situación de sanción. Los momentos representados fueron : impo-
sición de dolor, sometimiento, aislamiento, amenaza, infracción,
evasión e imposición de la norma. Los tres primeros y la infracción
fueron los más representados.
La imposición de dolor en sus diferentes modalidades contó
con el mayor numero de representaciones, es el más significativo y
el que más se identifica con el concepto de castigo en ambos gru-
pos. La condición dolorosa que lo caracteriza como una experien-
cia indeseable es representada bajo los diferentes métodos de im-
posición de dolor. Es importante anotar que el grupo 1, a diferen-
cia del grupo 2, hizo referencia principalmente a métodos de im-
posición de dolor que no requieren de agresión física. Los dibujos
muestran, por citar algunos ejemplos, episodios de padres gritando
a sus hijos o restringiendo diversiones y gustos de los menores. En
los dibujos del grupo 2 es mayor el número de escenas en las que
los adultos golpean a los menores.

293
Ximena Tabares

Los dibujos también reflejaron conflictos de los niños por situa-


ciones de abuso. Algunos niños en la figuración de la imposición
de dolor personifican a la víctima en niños diferentes a ellos, inclu-
sive del sexo opuesto, o dibujan a los personajes en forma minús-
cula mientras llenan el resto de la hoja con objetos y escenas com-
pletamente opuestas al castigo, o se dibujan a sí mismos recordan-
do un episodio de castigo. Este tipo de actitudes gráficas reflejan el
deseo del niño por no tocar el tema del castigo, su temor y rechazo
al mismo, actitudes confirmadas en las entrevistas y testimonios
personales.
Otro de los momentos del castigo más referido es el someti-
miento, aunque con una importancia superior para el grupo 2 y
menor para el grupo 1. El sometimiento consiste en la aceptación
de la imposición de dolor sin acudir a instancias de evasión como
el arrepentimiento, la súplica, la confrontación, la excus~, el incul-
pamiento, la huida, entre otros. En el grupo 1 se registraron acti-
tudes de sometimiento a la imposición de dolor acompañadas de
cuestionamiento o intento de evasión de la aplicación de dolor. Es-
to se debe a la preferencia por las formas de sanción verbal, ins-
tancia favorable para reclamar, pedir explicaciones o dar justifica-
ciones. En el grupo 2, como el modelo de sanción suele ser de ca-
rácter físico, las oportunidades de defensa ante la agresión del
adulto son menores.
El aislamiento fue otro momento representado con mayor im-
portancia en el grupo 1 y menor en el 2. Esta etapa del castigo se
caracteriza por la marginación del niño de las relaciones cotidianas
familiares como condición posterior a la imposición de dolor o una
modalidad de ésta. El grupo 1 suele identificar el castigo con el en-
cierro en la habitación, coincidiendo la etapa de imposición de do-
lor con la etapa de aislamiento. El grupo 2, por el contrario, suele
representar la imposición de dolor con la agresión física, y el ais-
lamiento como una etapa posterior a esa agresión. Los testimonios
identificaron conductas de aislamiento por iniciativa propia o por
orde!'l del adulto.

«Me da rabia cuando mi mamá me castiga, me encierro en el


cuarto y boto los juguetes».
«Yo me quedo callada, yo no dejo sino que ellos hablen no más
y entonces al momento a mí me da tristeza, me salgo, me pongo a
llorar, o m e baño y me pongo a llorar en el baño».

294
El castigo a través de...

Finalmente fueron representados los momentos de la infracción


y la amenaza. En el grupo 1 fueron dibujadas las pruebas de la in-
fracción que inculpan al menor o se introdujeron parlamentos del
adulto que dan cuenta de la infracción. En el grupo 2 no se regis-
traron alusiones a la infracción. En las entrevistas se aclaró que la
ausencia obedece a una concepción del castigo limitada a la impo-
sición de dolor aunque no con-esponda necesariamente a la exis-
tencia previa de una infracción (castigo violento). Los niños del
grupo 2, a diferencia del grupo 1, representaron la amenaza como
antesala de la imposición de dolor. La amenaza indica la indecisión
del adulto para aplicar el dolor; es en ocasiones una oportunidad
ofrecida al menor para modificar su conducta a partir del temor al
dolor.
Analizados los datos suministrados por la expresión gráfica, se
procedió a analizar la expresión verbal. Cuando se les solicitó a los
niños que explicaran sus dibujos y que mencionaran lo que enten-
dían por castigo, la condición de dolor apareció ligada al carácter
sancionatorio del castigo y a su valoración moral y emocional;
también lo asociaron con finalidades pedagógicas. Para establecer
las variaciones en los conceptos de castigo señalados verbalmente
se tomaron como criterios de clasificación la presencia o ausencia
de la valoración moral y emocional, la imposición de dolor, la in-
fracción y la justificación pedagógica, obteniendo finalmente cua-
tro categorías de análisis.
La primera categoría comprende los conceptos que contienen
la valoración moral y emocional, la clase de imposición de dolor y
la infracción.

El castigo es: «Una cosa terrible porque me pegan cuando no


hago caso», «algo aburrido porque si uno le pega al hermano, llega
la mamá y no lo deja a uno hacer lo que a uno le gusta», «feo por-
que lo ponen a hacer oficio si no hace tareas».

La segunda categoría comprende los conceptos que contienen


algunos de los criterios propios de la primera categoría y una justi-
ficación pedagógica.

El castigo es: «Algo doloroso para portarse bien», «un ejemplo


bueno para no ser grosero», «pegar por mi bien cuando sea gran-
de», «una cosa para aprender a obedecer».
«El castigo es una forma de que uno no se porte mal con nadie,
que no vaya a alzar la voz, que cuando una persona esté hablando

295
Ximena Tabares

con alguien no se meta, o sea que no interrumpa el hablamiento de


los mayores; entonces a uno le da cosa, entonces uno se porta bien
porque uno piensa que le van a pegar».

La tercera categoría comprende conceptos que sólo hacen refe-


rencia al valor moral y emocional.

El castigo es: «Una cosa fea», «malo», «algo horrible que da ra-
bia», «terrible», «es una cosa así como si fuera una persona inhu-
mana, lo castigan a uno muy mal».

La cuarta categoría abarca las diferentes modalidades de impo-


sición de dolor con las que los niños identifican el castigo. Esta ca-
tegoría es la que contiene el mayor numero de testimonios en am-
bos grupos, es decir, es la más referida y significativa a lá hora de
definir el concepto de castigo.

«Lo castigan a uno dándole, no le dan comida a uno, lo encie-


rran, lo tratan mal, lo ultrajan y muchas cosas que le pueden hacer
a uno en el castigo. A mí me castigan y a veces no me dejan salir a
la calle, no me dan plata para irme a comprar algo a la tienda. Me
pegan cachetadas, me empujan, me hacen cualquier cosa pero me
pegan de todas maneras. El peor castigo es que me peguen en la
cara».

La mayoría de los niños en ambos grupos identifican el castigo


con las diferentes modalidades de imposiciór¡. de dolor, resultado
que corresponde con el obtenido en la representación gráfica.

LOS GRUPOS Y
LOS CASTIGOS DIFERENCIADOS

A partir de las expresiones gráficas y verbales se evidenciaron cier-


tas distinciones en las modalidades de castigo aplicadas para cada
grupo. Las sanciones más frecuentes en el grupo 1 son: el regaño,
el encierro en la habitación, las amenazas de castigos severos
(generalmente físicos) y las restricciones en los gustos. Los niños
del grupo 2, por el contrario, ubican en primer lugar la imposición
de dolor físico como el pegar. También son sancionados con las
restricciones en los gustos, el encierro y las amenazas de castigos
severos. La preferencia, en el grupo 2, por los métodos de imposi-
ción de dolor físico obedece a diferencias culturales en los patro-

296
El castigo a través de...

nes de socialización de los padres y eventualmente a factores de


presión externa que favorecen la pérdida de control.
A partir de las expresiones gráficas y verbales, los niños de am-
bos grupos clasificaron los castigos coincidiendo en algunas cate-
gorías y señalando otras específicas para cada grupo.

Categorías generales para ambos grupos

Pegar o golpear. Comprende los actos agresivos infligidos al niño


por parte de un adulto sin mediación de objetos. En esta categoría
se ubican la palmada, los pellizcos, halar el cabello o las orejas y los
empujones. La patada, el cabezazo, los puños y los bofetones fue-
ron además mencionados por niños del grupo 2.
Pegar con cosas o lanzarlas. Comprende los actos agresivos infli-
gidos al niño por parte de un adulto con mediación de objetos
bien sea por impacto directo del objeto sobre el menor o por lan-
zamiento del obj eto hacia el menor. En esta categoría se ubica el
pegar con correa y pantufla. Los niños del grupo 2 comentaron
además haber sido golpeados con palo, tabla, bate, tubo, cremalle-
15
ras de ropa, ladrillo, escoba, pringamosa, látigo, cable, rejo y
cuerda; también han sufrido quemaduras con cigarrillo o plancha,
les han lanzado zapatos, platos, piedras y ollas; y los han zambulli-
do de cabeza en albercas.
Rechazo. En esta categoría se ubican las prácticas que impiden o
limitan la interacción social del niño. Ambos grupos señalaron el
encierro, la indiferencia ante las necesidades afectivas del niño, la
ausencia de caricias, las comparaciones denigrantes con otras per-
sonas o los tratos discriminatorios y la indiferencia frente a los es-
tados anímicos del menor.
«Mi mamá no se deja tocar. Una vez yo la iba a acariciar y me
acerqué un poquito, y ella me iba a pegar, entonces como me quité
y ella no alcanzó, se quitó el zapato y me lo tiró».

Algunas actitudes de los padres también suelen ser interpreta-


das por niños de ambos grupos como una muestra de desamor
motivada por alguna inconsistencia en su comportamiento. Los ni-

15
La pringamosa, según la explicación de un niño del grupo 2, es «una hoja
larga que tiene muchos chuzos y si eso lo toca a uno se le encona».

297
Ximena Tabares

ños afirmaron sentirse solos y rechazados por razones como las si-
guientes:

«Me dejan encerrada mucho tiempo», «a mi mamá casi no le


gusta verme», «no tengo amigos ni hennanos y mis papás no me
ponen atención porque soy muy cansona».
«Me siento solo porque mi papá quiere más a mis hermanas que
a mí, o yo no sé si él me quiera también así a mí. Él las consiente
más que a mí porque yo soy un hombre, y él me dice que a los
hombres no se les puede dar tanto cariño porque se vuelven torá-
dos. Yo creo que eso no es cierto porque desde que uno quiera ser
volteado uno lo es, y si no, pues no».

En esta categoría se incluye además el desconocimiento de la ca-


lidad de miembro en la familia y la expulsión del hogar, ,ambos r e-
feridos por el grupo 2.

«Si yo le contesto mal a mi papá, él me dice que no le importa


porque yo no soy su hija. Mi mami me cuenta que ella estaba emoo-
razada y él le decía "Esa no es mi hija, esa no se va a parecer a mí';
y empezaba a decir un poco de bobadas y salí idéntica a él. Yo soy
parecida a él, tengo el mismo lunar y la misma estatura; ahí estoy
haga de cuenta él; le Lraigo una foto y verá que somos los dos idén-
ticos, y tanto que me pegaba».

Quitar las cosas favoritas. Comprende la prohibición para desa-


rrollar actividades predilectas por el niño relacionadas con sus in-
clinaciones particulares. En esta categoría no se presentaron dife-
rencias significativas entre los grupos. Los niños mencionaron mo-
dalidades de castigo como las prohibiciones de jugar, salir a la ca-
lle, ver televisión o asistir a cine, montar bicicleta, salir al recreo, ir
a visitas, pasear el domingo, salir con amigos, hablar por teléfono,
oír música, jugar fútbol, entre otras cosas.

«Si me mandan una nota para mi papá porque no hice las ta-
reas, después no me dejan jugar fútbol sino que me ponen a esn.i- .
diar».

El regaño. Comprende las situaciones en que se presentan actos


verbales agresivos y amenazas de castigos. Esta modalidad puede
presentarse sola o en compañía de otras modalidades de imposi-
ción de dolor. El regaño es considerado por los nüi.os como un cas-
tigo si acude al empleo de insultos y frases denigrantes acompaña-

298
El castigo a través de...

das de amenazas. En los testimonios las niñas del grupo 1 comen-


taron que sus padres cuando las regañan gritan frases como éstas:

«iEso le pasa por desobediente!», «iCállese!», «iNo le vuelvo a


comprar nada!», «iPara qué lo hizo!».

En el grupo 2 las palabras empleadas por los padres son más


agresivas y humillantes. Las amenazas en este caso logran intimidar
al niño y obligarlo a adoptar una conducta en contra de su volun-
tad porque la reacción del adulto, como persona más fuerte que
puede hacerle daño, le producen angustia y miedo.

«iMentirosa inmunda, no le vuelvo a dar estudio!», «iSiga chi-


llando y le pego!», «iEso es lo que se estaba buscando, carajito!»,
«iAnimal!», «iNo lo vuelva a hacer que le doy más duro!»,
«iLárguese, idiota, que no lo quiero ver!».
«El regaño es un castigo porque a uno lo reprenden con gritos
para que entienda qué cosas debe hacer y qué cosas no».

El regaño, por el contrario, no es considerado por los nmos


como u n castigo si se caracteriza por el llamado de atención segui-
do del diálogo entre adulto y menor para comprender los motivos
que condujeron a la acción incorrecta y la importancia del cambio
de actitud. En este caso los niños, al no asociar la puesta en evi-
dencia de una transgresión con la imposición de dolor (binomio
culturalmente identificado como castigo), no interpretan la sanción
como un episodio de castigo.

Categorías propias del grupo 1

Las peleas. Comprende las situaciones de tensión a las que es some-


tido un niño por parte de un adulto, especialmente por el conflicto
conyugal. Las niñas del grupo 1 se sienten responsables de las · pe-
leas de sus padres porque perciben que los desacuerdos comienzan
cuando ellas han cometido algún error y sus padres cuestionan
responsabilidades.

«Mi mamá a veces no está y deja encartado a mi papá, y una vez


que me pusieron amonestación por la tarea, mi mamá le dijo
"iUsted no le ayudó con la tarea a la niña, por eso es que le va mal
en el estudio!" y se pusieron a pelear».

299
Ximena Tabares

Categorías propias del grupo 2

No dar las cosas que se necesitan. Comprende las prohibiciones que


obstaculizan la satisfacción de las necesidades básicas del niño. En
esta categoría se ubica la prohibición de estudiar, no facilitar el di-
nero para el transporte o el refrigerio, y negar la comida.

«Yo no puedo gastarme toda la plata de la semana porque si me


gasto lo de la lonchera y le pido a mis papás, se ponen bravos y no
me dan plata para la otra semana».

Hacer trabajos pesados. Comprende las exigencias del adulto para


la realización de tareas no atractivas para el menor. En esta catego-
ría se ubica el sometimiento a oficios domésticos permanentes, el
ingreso al mercado laboral, los horarios rigurosos, y la adopción de
posturas incómodas.

«Como no pasé el año, no me dejaron hacer el tercero y ese año


me tocó alú ayudarle a mi papi».

Las diferentes modalidades de castigo expuestas para cada gru-


po, suelen corresponder en su aplicación a determinadas faltas que
violan las normas de comportamiento familiar. Los motivos de los
castigos mencionados son principalmente los accidentes, el incum-
plimiento de prohibiciones del hogar y de los deberes académicos,
los comportamientos inadecuados con los padres, la comisión de
faltas que afecten personas no familiares, la comisión de actos co-
tidianos mal interpretados por el adulto, las peleas con los herma-
nos o amigos y el dar quejas.
Los menores identifican las sanciones y las infracciones que las
provocan pero no pueden garantizar que siempre que rompan un
vaso reciban una palmada; ellos conocen, por experiencias previas,
unas modalidades de castigos que les pueden ser aplicadas, pero la
elección de un castigo para una falta es difícil de establecer porqu e
varía según las condiciones de la infracción y el estado anímico del
adulto. Lo que sí se puede precisar es la variación de intensidad de
los castigos, es decir, para infracciones graves los castigos pueden
ser los mismos que para infracciones menores pero son más inten-
sos, revisten mayores restricciones y dolor. Otros elementos que
influyen en la variación de la intensidad del castigo, son las adver-
tencias previas desatendidas por los niños y las ofensas cometidas
contra terceros (vecinos, familiares o maestros).

300
El castigo a través de...

CASTIGO Y VIOLENCIA

Al explorar las diferentes clases de castigos los niños mencionaron


la presencia de castigos sorpresivos e injustos caracterizados por el
desconocimiento de los motivos en el momento de la imposición
de dolor. Los niños mamfestaron no comprender este tipo de acti-
tud hacia ellos pues se salía d el patrón de sanción familiar y el acto
resultaba incoherente y desconcertante; pero para poder superar el
impacto del castigo y poder comprenderlo se ven en la necesidad
de at1ibuirle una posible explicación.
Este tipo de castigos, en cuanto son reconocidos como transgre-
sores de un orden establecido (patrón de normas y sanciones fami-
liares), se denominan en este trabajo bajo la categoría castigo violen-
to. Sin embargo, en primera instancia era necesario establecer lo
que los niños entendían por violencia para saber si la asignación de
la categoría castigo violento era correcta según el punto de vista in-
fantil.
La violencia fue definida por ambos grupos estudiados como el
conjunto de actos delictivos que afectan la seguridad y el bienestar
social. Esta idea encierra una valoración moral que condena la vio-
lencia en tanto constituyen actos malos, ilegítimos, que vulneran las
normas de la convivencia social.
Los dibujos de los niños de ambos grupos, alusivos a la violen-
cia, mantienen ciertos rasgos comunes. En primer lugar todos es-
tablecen la relación víctima-victimario identificando al último como
alguien malo. La relación víctima-victimario refleja un esquema que
es muy difundido por los medios de comunicación, el cual se con-
forma d e una víctima indefensa y un victimario poderoso e insen-
sible. Los personaj es representados como victimarios y las víctimas
en los dibujos ,establecen una relación especial de género. Los
hombres son consid erados como los principales protagonistas de
los actos violentos; son ellos los fuertes, los poderosos y los malos.
La mujer y los niños, por el contrario, aparecen como las principa-
les víctimas por su condición de debilidad.
En segundo lugar, reproducen escenas condenadas socialmente
y los efectos que logran esas acciones bien sea en la víctima o en el
victimario. Finalmente las escenas se encuentran ubicadas en espa-
cios específicos que culturalmente se asocian con el peligro.
Los actos violentos representados con mayor frecuencia son en-
tre otros el atraco, el asesinato, las violaciones sexuales, el conflicto

301
Ximena Tabares

armado, los atentados a personajes públicos, los actos de maltrato


infantil, la violencia conyugal y el secuestro, siendo los cuatro últi-
mos los más importantes en el grupo 1. Según los niños de ambos
grupos estos actos violan las normas de convivencia social y, en los
casos de maltrato y violencia conyugal, también violan las normas
de convivencia familiar. La condición transgresora de estos actos es
la que les da el carácter de actos violentos condenados socialmente,
son ilegítimos. La representación del maltrato como acto violento
permitió aclarar que los niños lo perciben como la violencia ejerci-
da contra el menor.
Los testimonios resaltaron el carácter injusto de los actos violen-
tos y algunos hicieron énfasis especial en esta condición afirmando
que puede tratarse de cualquier acto que cumpla con la caracterís-
tica de ser irtjusto. í
1

Violencia es: «Agredir injustamente a otro que no ha hecho na-


da», «hacerle mal a una persona sin merecerlo», «matar inocentes»,
«violencia es que mi papá viole a mi mamá y ella se ponga a llorar».

Para ambos grupos la ejecución del acto violento esta acompa-


ñada por el empleo de instrumentos para intimidar a la víctima y
conseguir más fácilmente el objetivo. Los niños dibujaron princi-
palmente armas de fuego, seguidas de armas blancas como cuchi-
llos y puñales. En los actos de maltrato el grupo 1 dibujó correas y
palos acompañados de insultos contra el menor. Las imágenes del
grupo 2 incorporan el uso de armas blancas contra el menor.
Los dos grupos ubicaron los actos de violencia en escenarios
particulares que brindan las condiciones necesarias para su ejecu-
ción. Los espacios referidos son culturalmente asociados con el pe-
ligro. Los sitios oscuros y desolados como potreros y callejones,
por ejemplo, son para ambos grupos los escenarios principales de
los atracos, asesinatos, atentados, secuestros y violaciones. Estos es-
cenarios comparten la condición de ser espacios aislados, de poco
movimiento, en los que a la víctima le será muy difícil solicitar y
conseguir ayuda, razón que los hace espacios adecuados para con-
seguir los objetivos de los victimarios. En el grupo 1, a diferencia
del grupo 2, se hizo referencia a la calle como escenario de violen-
cia debido en parte a la escasa familiarización de las niñas con es-
tos espacios urbanos.
Analizadas las características que los niños asocian a la noción
de violencia, la categoría castigo violento está correctamente asigna-

302
El castigo a través de...

da porque afirma el carácter ilegítimo de la acción al no corres-


ponder al restablecimiento del orden preestablecido. La sanción
no se corresponde con una infracción deliberada del menor.
Las experiencias de castigo violento relatadas por los niños de
ambos grupos se diferencian sólo en las modalidades de imposi-
ción de dolor y su intensidad. Las dos visiones se caracterizaron
por el desconocimiento del motivo de castigo por parte del menor
en el momento de la imposición de dolor. Algunos niños, princi-
palmente del grupo 2, se enteraron de los motivos después de ha-
ber sido castigados sorpresivamente.

«Una vez a mí me castigaron y yo no sabía por qué, y llegaron y


me pegaron y me pegaron. Yo estaba en la sala viendo unos muñe-
quitos ahí, y llegó mi mami y me apagó el televisor, y yo: "¿Qué pa-
sa mami, por qué me lo apaga? Ya hice las tareas'; y ella : "Pues ino
es eso!". Yo me pasé al comedor y ella me empezó a pegar, y yo era
llorando, y le decía: "¿Por qué me pega?". Yo sin saber qué había
h echo y por qué me pegaba. Pero ella no me quería decir nada, no
quería hablar nada. Yo me tenía que dejar porque yo nunca le he
alzado la mano ni a mi papi ni a mi mami. Al otro día le dije a mi
papi : "Papi, ¿por qué me pegó mi mami?" Y el dijo "Porque dizque
una vecina le inventó el chisme que dizque usted se había entrado y
le había robado una crema dental", siendo que yo ni siquiera entro
a las casas de nadie, yo la mantengo es solo por la calle».

Sin embargo, la mayoría de los menores nunca se enteraron de


los motivos y atribuyeron el castigo al desamor que los padres sien-
ten hacia ellos o a la descarga de las tensiones y problemas de los
padres.
«Mi papi nos dice que nos quiere, pero yo le digo : "Papi, ¿cómo
nos va a quer~r si usted nos pega todo el tiempo?", él no responde
nada y se va a dormir».

Durante la investigación surgieron dos modalidades de castigo


violento: el castigo por inculpamiento y el castigo por haber come-
tido algo sin culpa. Los niños manifestaron haber sido castigados
por acciones que ellos no habían cometido o que no habían tenido
la intención de cometer. El primer caso es el más común en ambos
grupos.
«Una vez mi hermanita le dañó el botón al televisor y me echó
la culpa a mí, entonces mi mamá me pegó hasta que me sacó san-

303
Ximena Tabares

gre, y yo después no pude hacer educación física porque me daba


pena quitarme la sudadera y que me vieran todo marcado».

Los niños se sienten maltratados porque no comprenden las


violaciones normativas del comportamiento familiar por parte de
sus padres al perder el control; sienten rabia por la injusticia del
acto cometido, por la falta de confianza de los padres en ellos y por
no permitirles explicar lo sucedido.

«Pienso que mi mamá no me comprende, ni mi papá, porque a


veces yo hago algo malo y ellos no me comprenden; por ejemplo,
yo rompo un vidrio sin culpa y ellos no me justifican, no entienden
que fue sin culpa».

Ante la carencia de una explicación del acto por parte de los


padres, los niños en su afán de encontrar un motivo que les permi-
ta comprenderlo encuentran en el desamor la principal razón. Los
niños en ambos grupos explican el castigo violento como respuesta
a la falta de afecto que sienten los padres por ellos.

«Mi papá nos odia, solo deja lo mejor para él y nada para noso-
tros, por ejemplo él se come todo nuestro almuerzo y sólo nos deja
el arroz; también le gusta pegarnos cuando quiere, así nosotras es-
temos juiciosas».

Los menores que manifestaron haber experimentado castigos


violentos coincidieron en afirmar que tras el castigo asumen una
conducta dócil, encubridora de rabia contra los padres. La rabia se
manifiesta en agresividad, sentimientos de venganza por la injusti-
cia cometida, resentimiento, y provoca el deseo de huir del medio
agresor. Pero los recursos y la posibilidad de sobrevivir son prácti-
camente nulas; se ven entonces en la necesidad de superar el con-
flicto, atribuirle una supuesta explicación y continuar su vida fami-
liar.

LAS SITUACIONES DE CASTIGO

Para establecer la secuencia de momentos que contiene una situa-


ción de castigo se les solicitó a los niños de ambos grupos dibujar
paso a paso la secuencia que lleva al castigo y ordenarla en diferen-
tes episodios.

304
El castigo a través de ...

El grupal estableció la siguiente secuencia: l. Infracción de una


norma familiar que provoca desaprobación en los padres; 2. Impo-
sición de ·dolor en sus diferentes modalidades; 3. Aislamiento de
las relaciones cotidianas familiares; y 4. Huida del hogar para evitar
nuevas confrontaciones con los padres.
Los niños del grupo 2, por otra parte, señalaron que el castigo
está precedido por una etapa de miedo a la sanción y comienza en
el momento en que es aplicado el dolor. El sometimiento fue ubi-
cado como segundo momento pero en realidad es simultáneo con
la imposición de dolor. Según los niños, durante el momento de la
imposición de dolor hay dos alternativas: escapar del dolor o per-
manecer sumisos ante el mismo. La opción más elegida es la se-
gunda por el temor a una reacción más fuerte del adulto. Final-
mente, en un tercer momento, los menores afligidos se aíslan tem-
poralmente de sus relaciones cotidianas mientras se restablece el
equilibrio familiar.
Las diferentes etapas del castigo fueron dibujadas con relacio-
nes espaciales particulares. Existen momentos que son más impor-
tantes para los niños, porque producen un mayor impacto, y son
dibujados en espacios más llamativos por su tamaño y trazos. Esta
relación gráfica fue confirmada con los testimonios explicativos de
los dibujos.
El momento representado en mayor número y con mayor im-
portancia en el grupo 1, es el aislamiento. En algunos trabajos se
representaron, ocupando toda la hoja, escenas que narran la forma
de proceder de las niñas durante el aislamiento: las niñas perma-
necen marginadas por un tiempo mientras asimilan y superan la si-
tuación de castigo. Suelen llorar escondidas en su cuarto o en un
lugar reservado, donde nadie las moleste, porque son invadidas
por sentimientos de soledad. Algunas asumen actitudes de rebeldía
como no comer, no hablar, o dañar los juguetes, conductas que
pueden contribuir a la aparición de nuevas represalias de los adul-
tos.
Los niños del grupo 2, por el contrario, le otorgaron mayor im-
portancia a la etapa de imposición de dolor. Representaron dife-
rentes modalidades de imposición de dolor y comentaron que en
el momento en que son sancionados los niños piensan que sus pa-
dres son malos y no los quieren. Se sienten tontos, tristes, con de-
seos de huir, arrepentidos de haber cometido un error y con de-

305
Ximena Tabares

seos de venganza y rabia hacia los padres cuando el castigo es in-


justo.
El espacio físico en el que ocurre el castigo y el castigo violento
está asociado con la gravedad de la falta, con el estado de irascibi-
lidad del adulto y con la importancia otorgada a la sanción social
del castigo. En caso de faltas menores los niños de ambos grupos
afirmaron ser castigados en el mismo lugar donde cometieron la
falta. Si la falta es grave el castigo se aplica preferiblemente en un
espacio reservado como la habitación del menor o la de sus padres,
o en el baño, siempre y cuando el adulto no pierda el control y lo
castigue en el sitio donde cometió la falta.
Cuando las faltas se cometen en la calle o en presencia de per-
sonas ajenas al núcleo familiar los padres suelen dar un aviso ges-
1
tual a los hijos y castigarlos al llegar a la casa porque se cohiben
por la reacción que puedan tener otras personas por su acción.

«A mí me pegan en cualquier parte, pero cuando estoy afuera


me entran y me pegan porque a mi mamá no le gusta que común-
cen a chismosear».

FINALIDAD DEL CASTIGO

La finalidad del castigo es identificada por ambos grupos princi-


palmente con objetivos pedagógicos de los padres, y en segundo
lugar con descargas de rabia producto del descontrol. La segunda
posición es más frecuente en menores del grupo 2.
Cuando se trata de prescribir comportamientos, los niños com-
prenden como finalidad del castigo el aprendizaje de hábitos y la
adquisición de determinadas actitudes.

«Un castigo sirve si no es tan fuerte, es que algunos niños pien-


san que no los quieren porque les pegan, pero eso no es verdad,
porque los papitos los quieren, es que ellos deben pegarles para
que puedan aprender».

Pero cuando se trata de prohibir conductas los niños identifican


la finalidad del castigo con la necesidad de reprimir ciertos com-
portamientos.

«No volver a hacer males», «no coger malas mañas», «no gami-
near», «no portarse mal», «no ser así».

306
El castigo a través de...

Si la finalidad del castigo es descargar la ira del adulto contra el


menor, los niños entonces identifican el castigo con la represalia y
su utilidad con actitudes como las siguientes.

«Dar un merecido», «hacer sufrir», «para que mi papá se sienta


más macho».

Los niños reconocen la utilidad del castigo en su proceso edu-


cativo, en especial la utilidad de la imposición de dolor. Sin em-
bargo, declararon preferir formas de educar que no impliquen do-
lor pues para comprender no es necesario sufrir, ellos p ueden en-
tender los deseos del adulto si éste se toma el trabajo de explicar-
los.

CONCLUSIONES

El castigo en el proceso de socialización del menor actúa como


mecanismo de control en cuanto disuade, por medio del dolor,
comportamientos transgresores de las normas sociales a la vez que
las reafirma. Pero esta función no obedece a la conciencia sobre su
pertinencia, sino al temor frente a las restricciones de los derechos
sociales. Al niño se le está enseñando a interactuar adecuadamente
en sociedad bajo el temor que le generan las sanciones. Estas con- 1

diciones han servido de mar.c o para la socialización de los niños,


razón por la cual ellos las han incorporado en su perspectiva.
La socialización por medio del dolor presenta variaciones de
acuerdo con las características culturales de cada grupo social. En
la experiencia de esta investigación se encontró que los mecanis-
mos de socialización propios del grupo 1 no comprenden la aplica-
ción del dolor físico pero son numerosas las estrategias de agresión
emocional en la educación de las menores. En el grupo 2 se pre-
senta la situación contraria. Esta diferencia cultural en los paráme-
tros de socialización se evidencia en las variaciones de interpreta-
ción elaboradas por cada grupo.
El castigo, por ejemplo, fue identificado por los dos grupos de
niños estudiados como la imposición de dolor, motivada por una
falta valorada moralmente, y justificada con argumentos pedagógi-
cos. Sin embargo, el grupo 1 hizo referencia a modalidades de im-
posición como el aislamiento y las restricciones en los gustos y el
grupo 2 señaló como principal modalidad el pegar con o sin me-
diación de objetos.

307
Ximena 1abares

Otro aspecto en el que la variación aparece es en el orden se-


cuencial de los diferentes momentos del castigo. El castigo comien-
za para el grupo 1 con la infracción o falta (incumplimiento de de-
ber académico), seguida de un intento de evasión (excusa) y de la
imposición de dolor (restricción en gustos). Luego pasan por un
periodo corto de aislamiento y finalmente se reintegran a la coti-
dianidad.
En el grupo 2 el castigo comienza principalmente en el momen-
to de intento de evasión de la falta (huida o inculpar a un tercero)
porque frecuentemente las faltas (accidentes) no son intencionales
y la precipitada reacción del adulto no da tiempo a una explica-
ción. Prosigue la imposición de dolor (pegar o golpear), el aisla-
miento de duración variable y el reintegro o la rebeldía que puede
desencadenar nuevas faltas. /
Las interpretaciones de los niños no presentaron mayores dife-
rencias a la hora de definir la violencia y caracterizar el castigo vio-
lento. La violencia genérica fue asociada por ambos grupos con la
violencia social nacional. La violencia contra el menor fue asociada
con el maltrato. Se denominó injustos a los actos violentos, condi-
ción que permitió establecer el reconocimiento del carácter de ile-
gitimidad de la violencia que en sí misma es transgresión de la
convivencia pese a que sea aducida como sanción por los padres.
La modalidad de castigo que transgrede la correspondencia en-
tre sanción y falta, propia del patrón normativo familiar conocido
por el niño, fue denominada castigo violento. Menores de ambos
grupos afirmaron haber sido castigados sin conocer el motivo de la
acción agresora del adulto, condición que les impide otorgarle a
esa acción una finalidad, funcionalidad o coherencia y reconocer
una intención de sanción o corrección. Ante la carencia de explica-
ciones por parte del adulto, los niños se ven en la necesidad de
imaginar un posible motivo del acto para comprender y superar la
situación.
Existe una variación en las modalidades de imposición de dolor
adoptadas en el castigo violento. En el grupo 1 la imposición de
dolor incorpora la agresión física propia de las sanciones corrien-
tes del grupo 2 (pegar o golpear). En el grupo 2 la imposición de
dolor también es de carácter físico pero reviste mayor intensidad
en comparación con los castigos no violentos.
El castigo violento es para los niños de ambos grupos un acto
sorpresivo e injusto. Quedaría por determinar en qué medida este

308
El castigo a través de ...

acto obedece a un patrón de comportamiento de los padres que


los niños desconocen ; se comprobó que ese patrón es desconocido
por los menores porque aunque la acción existe no pueden aso-
ciarla con razón causal alguna. Sería interesante indagar sob re ese
patrón, en qué consiste y por qué no es captado por el menor.
Hasta el momento se ha ilustrado la correspondencia entre ca-
tegorías conceptuales y recursos de interpretación cultural de la
realidad. Dotar al castigo y a las prácticas relacionadas con la socia-
lización infantil de significados que no impliquen la presencia de la
violencia o del dolor está en función de las necesidades que sean
creadas p o r la sociedad. Nuestra sociedad bien p ued e crear la ne-
cesidad de violencia y dolor o no, y esto dependerá del m aterial
cultural que se les brinde a los niños en el proceso de socialización.
El material cultural es el que les permite imagin ar y crear alternati-
vas frente a la realidad, abandonar o fortalecer ciertos comporta-
mientos. El niño no puede imaginar algo que no ha conocido, no
lo puede resignificar creativamente, por ejemplo si el menor no ha
conocido la toler ancia y la concertación le será muy difícil cons-
truir alternativas de vid a que incluyan tales principios.
A los niños se les debe hacer partícipes de la cultura para que
cu enten con el material suficiente para poder generar, de lo con-
trario su tarea transformadora carecerá de sentido y m ás tarde se
encontrarán con la necesidad de asumir los valores tradicionales
incluyendo sus disfuncio nes. Si se desea transformar un tejido de
relaciones sociales el cambio debe iniciar en los adultos.

BIBLIOGRAFÍA

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Constitucionales, 1992.

CIR.lLLO, Stefan o. Dr BLASSIO, Paola. Niños maltratados, diagnóstico y terapia


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humana. Bu enos Aires: Ed. Paidós, 1951.

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309
Ximena Tabares

Nru.s, Christie. Los límites del dolor. México: Ed. Fondo de Cultura
Económica, 1984.

RrcHES, David. El fenómeno de la violencia. Madrid: Ed. Pirámide, 1988.

I '

310
Corrección y respeto, amor y
miedo en las experiencias de
violencia
*
Myriam Ji meno

LA HISTORIA DE LA
MONJA BUDISTA Y LAS VIOLENCIAS

Unni Wikan, en un reciente artículo, narra la historia de una m u-


j er, hija de una madre alcohólica y padre desconocido, quien muy
joven entra al monasterio con el propósito de hacerse religiosa. Sin
embargo, violada por un monje, es expulsada del monasterio por
su embarazo. El niño muere al nacer, pero poco después es de
nuevo violada por otro hombre. Da entonces a luz un niño, que
cría enfrentando el repudio de la comunidad a las madres solteras.
Poco después se casa y tiene otros hijos. Cuando sus h ijos ya son
adultos retoma su ideal de vida consagrada a la meditación religio-
sa, pero inesperadamente su nuera abandona a sus nietos y debe
posponer de nuevo su ideal. La historia aún no conclu ye, pues ha-
ce poco, cuando ella ya tenía 75 años, el gobierno expropió su casa
para hacer allí una cancha de voleibol (Wikan, 1996). A lo largo de
sus infortunios esta mujer prosigue trabajando arduamente para

• Antropóloga de la Universidad de los Andes. Profesora asociada e investiga-


dora del Centro de Estudios Sociales, CES, de la Universidad Nacional de Co-
lombia. Ha dirigido en dos ocasiones el Instituto Colombiano de Antropolo-
gía. Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanas de la Funda-
ción Alejandro Ángel Escobar de 1995 por sus investigaciones sobre la violen-
cia en Colombia.

311
Myriam Jimeno

salir adelante con su familia, elabora explicaciones, medita y actúa


sobre lo que le ocurre y aún saca tiempo para la vida espiritual,
como es el deber de una buena budista. La historia de esta mujer
del Bhutan sirve a Unni Wikan para mostrar que la vida humana
está sujeta a periódicas desintegraciones y el dolor no tiene una
distribución uniforme en la sociedad. Pero también le sirve para
enfatizar los modelos culturales que ayudan no sólo a vivir a través
de las desgracias personales, sino a sobreponerse a ellas y que ofre-
cen el marco para su comprensión. Este relato llama la atención
sobre las formas como la sociedad y la cultura crean condiciones -
por ejemplo, la necesidad de seguir trabajando- que ayudan a mi-
tigar las situaciones criticas y proveen nuevas tareas y propósitos
para las personas (ibid). Nos recuerda también que la comprensión
sobre el sentido de la vida, la manera de ordenarla, el significado
de los actos sociales «no desaparece bajo horribles condiciones»
(Peacock, 1986).
Buena parte de la reflexión sobre la violencia en Colombia
asume que la intensidad y frecuencia de hechos de violencia lleva a
la indiferencia o, aún más, supone su incorporación a la cotidiani-
dad por la aceptación cultural de la violencia. Sin embargo, esta
perspectiva deja de lado la comprensión de las relaciones sociales y
los significados culturales presentes en los actos violentos. Un cier-
to sesgo normativo esquiva detenerse en la violencia corno cons-
trucción particular y deja de lado el entramado de significados que
le permite a los actores superar el sufrimiento y orientar sus accio-
nes cotidianas. Se opta por un cierto tremendismo que achaca a la
cultura colombiana los aspectos crueles y extremos de las formas de
violencia. Las variadas formas de violencia se hacen una sola, La
Violencia, producto de una tendencia macabra del colombiano.
Queda así de lado la comprensión de los mecanismos propios de
cada expresión de violencia y la identificación de posibles hilos
comunes entre éstas. Todo indica que este enfoque confunde la
explicación de los sucesos violentos que ofrecen los actores de la
violencia y los mecanismos culturales y psicológicos de superación
del sufrimiento, con indiferencia y hábito. Es probable que sea
efecto de la proximidad al fenómeno y justamente por el amplio
impacto de los hechos de violencia sobre la conciencia individual.
Los analistas, como cualquier nativo cultural, nos desplazamos con
nuestro sistema de referencia de manera que los conjuntos cultura-
les externos no nos son fácilmente perceptibles, como dijera Lévi-
Strauss (Lévi-Strauss, 1983). Pero en este caso no ocurre por lejanía

312
Corrección y respeto, amor y miedo...

y contraste, porque otros viajan por una vía y a una velocidad dife-
rente a la nuestra, sino justamente por lo contrario, porque esta-
mos tan involucrados que la cercanía nos impide encuadrar la mi-
rada. Si nos alejamos de los estereotipos más corrientes que expli-
can la violencia en Colombia como una patología social, para algu-
nas atávica, originada en la historia o en otros rasgos de nuestra
configuración, y si tomamos distancia sobre una cierta fascinación
por reiterarnos como país violento, el más violento, podremos
avanzar en la comprensión de la violencia que efectivamente nos
golpea a diario.

1
LA VIOLENCIA COMO EXPERIENCIA

Entre 1993 y 1994 se llevó a cabo una indagación sobre los hechos
considerados experiencias de violencia por personas de sectores po-
pulares de Bogotá y la manera como ellos los explicaban. Se trató
de entender su dinámica de ocurrencia, las relaciones interperso-
nales presentes, los puntos de referencia psicoculturales y su rela-
ción con determinadas configuraciones institucionales. La metodo-
logía apuntó a comprender la significación psicocultural de las ex-
periencias de violencia para la población urbana de bajos ingresos
y no tan sólo la de los extremos violentos.
Se entendió la violencia como un hecho social que discrimina
escenarios, cadenas de situaciones, relaciones, actores y aprendiza-
jes culturales. Existen así, personas, creencias, valores, expectativas,
formas de comunicarse, acciones individuales e institucionales, es-
pecialmente asociadas a la violencia. La violencia no es, entonces,
un Jatum inexorable que nos persigue desde siempre; es posible
conocer sus expresiones, ubicar campos críticos, actores críticos,
percepciones y relaciones críticas y eventualmente actuar sobre
ellos. Si la violencia es una forma particular de interacción entre
personas y grupos humanos en un contexto ambiental específico,
determinada por la intención de hacer daño a otros, podemos re-

1
Este texto resume los resultados del Estudio exploratorio de comportamientos
asociados a la violencia, realizado conjuntamente con los docrores Ismael Rol-
dán (médico psiquiatra), David Ospina (Ph.D. en Estadística), Luis Eduardo
Jaramillo (médico ps iquialra),José Manuel Calvo (médico psiquiatra), profe-
sores de la Universidad Nacional de Colombia, y Sonia Chaparro, antropl>lo-
ga. La investigación contó con el apoyo d e la Universidad Nacional, Colcien-
cias y la Asociación Colombiana para el Apoyo de la Ciencia, Acac.

313
Myriam Jimeno

lacionar su ocurrencia con ciertos elementos de la orientación cul-


tural y la organización de la sociedad.
La violencia, como otras formas de interacción humana, puede
verse como la unidad de situaciones constituidas por una serie de
eventos observables, por los marcos culturales cognitivos que le
asignan un significado, y por unas motivaciones específicas de los
actores sociales (ver Campbell y Gibbs, 1986; Barth, 1992; Bateson,
1991). Así, la interacción violenta se forja en la confluencia de con-
juntos socioambientales, de estructuras circunstanciales que ofre-
cen o guían la oportunidad de interacción violenta y de conjuntos
cognitivos, culturalmente elaborados. En esa confluencia se hacen
presentes dinámicas más vastas que rebasan y estructuran las cir-
cunstancias y los códigos perceptivos. Los factores socioestructura-
les o los psicológicos no monopolizan el poder explicat1vo de las
interacciones violentas. éstas no se reducen a carencias sociales, a
desequilibrios psicológicos o al acceso a recursos materiales, al po-
der o al prestigio. Se trata, más que de entender la violencia como
entidad abstracta, de precisar las violencias en cuanto tienen de es-
pecífico y particular. A partir de la identificación de los atributos
distintivos de formas particulares de violencia y los contextos cir-
cunstanciales materiales, cognitivos y emocionales a los cuales se
asocia, es posible encontrar rasgos comunes entre ellos e identifi-
car los elementos que los estructuran.

SITUACIONES DE VIOLENCIA

Las personas estudiadas (264 adultos),2 resultaron ser en su mayo-


ría mujeres, con más de cinco años de residencia en Bogotá. Las
pasadas décadas trajeron para ellos cambios sociales importantes:
más bajo nivel de analfabetismo, menor número de matrimonios
formales, menos hijos por pareja, disminución de la práctica de la
religiosidad y mayor número de mujeres empleadas fuera del ho-
gar. Buena parte proviene de fuera de Bogotá (62%, principalmen-
te del oriente colombiano), y llegaron en busca de oportunidades
económicas y de acceso a la educación. Para ellos, las razones eco-
nómicas fueron las más importantes para su migración. Cabe des-
tacar la gran movilidad de vivienda dentro de la ciudad y la debili-
dad de redes de soporte e integración social, el bajo nivel de ingre-
2
Mayores de 14 años.

314
Corrección y respeto, amor y miedo ...
3
sos y el alto desempleo que sufren. De cada cinco personas, cuatro
han vivido en varios barrios de la ciudad y casi la mitad carece de
vivienda propia. Una tercera parte son trabajadores independientes
no profesionales y la mayoría no tienen salario ftjo ni tampoco se-
guridad social. Un 80% no alcanzó a concluir la educación media.
En cuanto a lo que ocurre en el hogar, la mitad de los hombres
y el 44% de las mujeres, dijeron haber sufrido maltrato en su hogar
de origen y, entre los maltratados, el 13% narró castigos brutales.
En más del 76% de los casos de maltrato, los hijos fueron las vícti-
mas. Las personas adujeron diferentes desencadenantes circuns-
tanciales de la violencia sufrida, pero llama especialmente la aten-
ción que en el 37% de los casos, no encontraron motivo claro al-
guno; «No sé», «no me explico», «por nada». La desobediencia y la
incapacidad de cumplir con las labores asignadas le siguieron en
importancia; estos tres factores aunados cubren el 80% de las res-
puestas. Otras causan tes circunstanciales fueron el frecuentar amis-
tades y novios prohibidos, salir de la casa sin permiso, el consumo
de licor por el mal tratante y su descontrol, ebrio o sobrio.
En cuanto a las razones posibles del comportamiento del agre-
sor, principalmente lo relacionaban con que éste había sufrido
maltrato, era irascible o enfermo (22%) y por su ignorancia y envi-
dia (21 %), o porque «era el estilo de corregir en ese tiempo» (16%).
El 72% de las mujeres casadas manifestaron haber sido víctimas
de maltrato por parte de su cónyuge. Para el 83% de los hombres
entre 18 y 49 años las experiencias más significativas de violencia
habían ocurrido fuera del hogar, mientras para las mujeres del
mismo grupo etáreo fue el hogar el principal sitio de la agresión
(55%). A pesar de ser conocido el causante de la agresión, para el
48% de los hombres y 63% de las mujeres víctimas, sólo el 38% en
el caso de los hombres y el 4 7% en el caso de las mujeres, recurrie-
ron a la policía.
El porcentaje de adultos atracados al menos una vez alcanzó el
crítico valor del 48%, que llegó al 57% en los hombres. El 18% de
ellos consideraron los atracos como el hecho de violencia más im-
portante ocurrido por fuera del hogar. Sin embargo, es notorio

3
Oscilaban entre uno y tres salarios mínimos como ingreso familiar; el salario
mínimo en 1996 es de US$150.

315
Myriam Ji meno

que la segunda respuesta en importancia (15%) sobre el principal


hecho de violencia fuera del hogar, fueron los atentados y bombas
de los últimos años, evento que en ningún caso los había afectado
personalmente. Las mujeres colocaron como experiencias sobresa-
lientes de violencia fuera del hogar, las referidas por los medios
masivos de comunicación (18%), especialmente en la televisión.
Seguramente esto guarda relación con la proporción de mujeres
dedicadas al hogar (43%), lo cual las coloca en contacto más per-
manente con la radio y la televisión, pero ante todo indica una sen-
sibilidad amplia sobre lo que ocurre en la sociedad colombiana.
Otro aspecto de la violencia en la calle está directamente rela-
cionado con el maltrato a las personas por parte de las autorida-
des. Nuevamente los hombres son los más afectados; más de la mi-
tad de ellos afirmó haber recibido maltrato por parte de ,las autori-
dades, representadas principalmente por la policía, el ejército, la
policía de tránsito y, en menor número, por los profesores, los re-
ligiosos y los jefes inmediatos. Para el sexo femenino este maltrato
sólo alcanzó un 10%. A nivel global, podría afirmarse que una de
cada tres personas se ha sentido maltratada de alguna manera por
algunas de dichas autoridades.
La atención hospitalaria (70% de confianza), la educación (65%
de confianza) y la iglesia (52% de confianza), son las tres únicas ins-
tituciones que merecen la confianza de las personas. La justicia
como institución, presenta resultados casi tan desoladores como la
policía y los políticos (más del 80% de desconfianza). En términos
generales, algo más de la mitad de las personas que habían sufrido
maltrato significativo en el hogar, no presentaron denuncia contra
el agresor. Lo mismo ocurre con los casos de abuso sexual (14%),
en donde la mitad no son denunciados, aun cuando en el 70% de
los casos este abuso fue ocasionado por personas allegadas o cono-
cidas.
Una quinta parte de las personas (18%) consideró el atraco co-
mo la principal experiencia de violencia fuera del hogar, pero cua-
tro de cada diez aludieron a los atentados y bombas ocurridos en
Colombia en los últimos años. Destacaron en especial, el asalto al
Palacio de Justicia y la información televisada sobre hechos violen-
tos en Colombia tales como las masacres. Pocas menciones se hi-
cieron del período de violencia ocurrido en los años cincuenta, a
pesar de que por el rango de edad, la gran mayoría la conocieron
en una u otra forma. Por otra parte, sucesos como las torturas, el
secuestro, la extorsión, fueron poco tenidos en cuenta, con excep-

316
Corrección y respeto, amor y miedo...

ción de algunos dramatizados a través de los medios de comunica-


ción.
En contraste con lo anterior, en la narración de sus historias de
vida las personas identificaron principalmente las experiencias su-
fridas en forma directa, o las que afectaron a familiares o allega-
dos. Puede influir en las primeras respuestas la dramatización de la
televisión del acto agresivo. Dado el aislamiento relativo de este
sector social, especialmente de las amas de casa, es probable que la
televisión juegue un papel importante en la construcción de mode-
los de representación de la violencia y en la creación de imágenes
sobre hechos de violencia, que pueden dar lugar a una visión pola-
rizada de la sociedad y a simplificaciones de sus conflictos. Sin em-
bargo, quizás el mismo instrumento de investigación induce al
cambio de plano de reflexión, desde lo social a lo personal. Aun
más, lo que se evidencia en el conjunto es una distinción cognitiva
entre violencia instrumental -como el robo o el atraco- , y violen-
cia emocional, aquella en la cual los sentimientos y relaciones entre
las personas determinan el curso de las acciones. Tal es el caso de
las riñas y también de los grandes hechos de violencia nacional
como las masacres y los atentados personales. La violencia delin-
cuencial no parece tan significativa, tan impresionante como la se-
gunda, sobre todo para las mujeres. Así, todo indica que la violen-
cia emocional, con intencionalidades personales, es la más signifi-
cativa. Incluso se personalizan ciertos agentes institucionales -
especialmente la policía- para hacerlos responsables de un cúmulo
de males, culpabilizándolos de actos perversos y brutales, de co-
rrupción, soborno y clientelismo.
La violencia delincuencia! remite a una forma de ver la sociedad
como ente abstracto que se padece, mientras la emocional al resul-
tado de las relaciones interpersonales. La expresión tan recurrente
entre los entrevistados No temo pues no tengo problemas con nadie,
alude a esa distinción y a una idea del origen de la violencia signifi-
cativa en la confrontación personal. Una razón reiterada por mu-
chos para eludir las actividades de vecindario, fue Evitar meterse en
problemas, derivación posible del acercamiento a los vecinos. Otra
manifestación se encuentra cuando las personas comentan sobre
una víctima de la violencia no delincuencia!, Por algo sería... La vio-
lencia delincuencia! en la sociedad, en cierto sentido, se ve como
inevitable: La sociedad, es decir, las sociedades son así. Por ello,
una proporción importante (la mitad) no considera a Colombia
como un país peligroso, pese a que muchos habían sufrido atracos

317
Myriam Jimeno

y robos y otras formas de violencia callejera. La otra mitad consi-


deró que es peligroso vivir en Colombia porque es violento e inse-
guro, pero sólo un porcentaje modesto desearía vivir en un país di-
ferente, y básicamente por otras razones. Quienes consideran al
país violento tienden a personalizarlo en las figuras de autoridad
institucional, a quienes culpan del estado de cosas. En todos los ca-
sos, el individuo temeroso, carente o desconfiado de medios insti-
tucionales de protección, se percibe como inerme y huérfano fren-
te a los conflictos y su desenlace peligroso. Debe por tanto preca-
verse, prevenirse permanentemente y eludir las situaciones que
puedan desembocar en violencia. Esto, a su tumo, alienta la pasi-
vidad e inhibe a la persona para denunciar o acudir en auxilio de
quienes padecen formas de violencia.
En resumen, las personas identifican con claridad las/experien-
cias de violencia y las clasifican según su importancia, tanto para
sus propias vidas como para la vida social. La violencia no les es
indiferente, ni para ellos es un patrón aceptable de comportamien-
to. Atribuyen la violencia, como experiencia dolorosa, a un conjun-
to de razones circunstanciales, de las condiciones de vida y las ca-
racterísticas del agresor y del mismo agredido, lo que crea la posi-
bilidad de comprenderla y también de superarla. Pese a que un
número elevado ha sido víctima de violencia hogareña o callejera,
seleccionan ciertas experiencias como más relevantes y las vinculan
con rasgos más generales de la sociedad colombiana. Pero a dife-
rencia de lo que acontece con las analistas, ésta no les parece más
violenta que otras sociedades.

LOS SIGNIFICADOS: CORRECCIÓN Y RESPETO,


AMOR Y MIEDO EN LAS VIOLENCIAS

Ahora bien, las situaciones experimentadas están recubiertas de


significación. Las nociones de maltrato y violencia sirven para de-
signar repertorios determinados de comportamiento social. No son
para ellos conceptos tan vagos que se vuelvan inoperantes en la vi-
da diaria, ni tan borrosos que no sirvan de distinción conceptual y
moral. Ambas nociones, maltrato y violencia, son para algunos in-
tercambiables y similares o aún idénticas, mientras para la mayoría
los distingue básicamente la intensidad y la situación social de los
hechos. La violencia tiende a asociarse más con el asesinato y la
agresión física grave y suele nombrar los actos con lesiones graves,
ocurridos fuera del hogar. El maltrato resume las experiencias del

318
Corrección y respeto, amor y miedo...

hogar, infancias e historias personales caracterizadas por golpes,


fuetazos y manos puestas al fuego. Distinguidas o asimiladas, am-
bas nociones descansan en la referencia a interacciones donde exis-
te la intención de causar daño a otros y contienen una dimensión
valorativa explícita. Esta dimensión moral sanciona a los actores de
hechos violentos, si bien simultáneamente se intenta encontrar ra-
zones de sus comportamientos para hallarlas en ciertas circunstan-
. cias, internas o externas, a las personas involucradas.
Un grupo importante de los entrevistados (casi la mitad) calificó
su propia infancia como un período hostil y de sufrimiento por el
maltrato recibido de sus padres. Al confrontar las experiencias de
maltrato infantil con la descripción de estados de ánimo actuales,
se encontró una asociación significativa entre sufrir maltrato de
niño y describirse a sí mismo como persona frecuentemente ner-
viosa o triste. Existe también una estrecha relación estadística entre
la descripción del estado anímico, el admitir la necesidad de recu-
rrir al maltrato en el hogar actual, y el haber sufrido maltrato en el
hogar de origen. Los sentimientos de tristeza, desconfianza y pér-
dida de control parecen así enraizarse en las condiciones violentas
de la vida familiar. A pesar de que para todas las personas el mal-
trato infantil implicó sufrimiento y daño, algunos lo atribuyen a si-
tuaciones especiales tales como la tensión por la pobreza o por ca-
rencias, a la infidelidad, la desobediencia o el consumo de alcohol.
Otros destacan los atributos del agresor mismo: irascible, nervioso,
m algeniado, malvado, impredecible. Unos y otros, sin embargo, se
encuentran en la idea común de la búsqueda de la corrección, da-
das las necesidades paterna y materna de mantener el control de la
vida familiar e inculcar patrones de comportamiento. En los casos
más extremos, las víctimas juzgan con claridad, no obstante, que el
maltrato sobrepasó ese propósito e incluso tuvo una intención des-
tructiva. Todo el conjunto cultural índica que se entiende la vida
familiar como una entidad vulnerable, amenazada por el desorden
y por el desacato a la autoridad. En este contexto actúa la correc-
ción paterna de manera preventiva; quizás de igual manera se con-
cibe al individuo, siempre propenso a desbordarse.
La noción de búsqueda de la corrección de la persona tiene ade-
más un efecto emocional importante. La corrección está estrecha-
mente ligada con la idea del respeto debido a los padres y secunda-
riamente al cónyuge varón. Esto permite comprender mejor la
contradicción de la mayoría de los maltratados quienes juzgan su
experiencia como dolorosa e incluso injusta y carente de motivo

319
Myriam Jimeno

claro, pero simultáneamente consideran que, pese a todo, existía


afecto en la relación y era el propósito correctivo el que movía al
padre y la madre. Precisamente corrección y respeto obran como
mecanismos de intermediación, como mitigantes para la compren-
sión de experiencias que ponen gravemente en cuestión el amor y
equilibrio de los padres frente a sus hijos. Así, el exceso se entien-
de como un desvío de la intención correctiva debido a causas cir-
cunstanciales o personales. En este contexto, se reubica el atribuir
el maltrato a la ignorancia, como dice la mayoría, al consumo de
alcohol, al nerviosismo o al mal genio, y aún la misma creencia de
que se debió a la forma de corregir de ese tiempo. Todos estos se
convierten en mallas de protección ante el sufrimiento. La acepta-
ción de la intención correctiva da lugar al respeto, que en modo al-
guno hace moralmente legítimo el empleo de la violencia, pero
permite integrar la experiencia en un código esencialmente ambi-
valente. Lograr el respeto se convierte en el propósito de la correc-
ción, de manera que aparenta ser la finalidad de la interacción vio-
lenta y se oculta como su producto cognitivo. Respeto es amor y
miedo simultáneamente, y en las memorias de los maltratados
amor y miedo se encuentran encadenados, ambos presentes, con-
tradictorios.
Un grupo minoritario, sin embargo, consideró una intención
destructiva en el maltrato y lo achacó al desafecto. Para éstos, de-
trás del maltrato se escondía el odio, el desamor y la envidia. Los
padres odiaban a la persona por su sexo, su manera de ser, su rela-
ción con el otro padre o con padrastros, o envidiaban sus cualida-
des o posición en la familia. Aquí la experiencia dolorosa es más
cruda y simple en la memoria de las personas, pero algunos conti-
núan interrogándose el porqué de ese odio. También unos pocos
dentro del conjunto, se mostraron partidarios del empleo del casti-
go violento para obtener la corrección, y lo justificaron abierta-
mente.4 Sería de interés realizar seguimientos posteriores sobre los
efectos emocionales y de comportamiento en estos últimos.
Los escenarios privilegiados para las interacciones violentas en
el hogar, ya sea entre padres y niños o entre la pareja, son aquellos
4
Ver el trabajo de grado en antropología Maltrato infantil y castigo físico de
Sonia Liliana Montañez, para optar por el título de antropóloga. Bogotá: Pro-
grama Curricular de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, stp-
tiembre de 1996. Este trabajo se basó en casos extremos de maltrato infantil
que llegaron para evaluación del Instituto de Medicina Legal.

320
Corrección y respeto, amor y miedo...

en los cuales se hacen presentes, de manera real o ficticia, elemen-


tos situacionales en los cuales entra en juego el control social del
grupo familiar, bien frente a conductas de los miembros de la fami-
lia, o frente a su modelaje futuro, tales como desobedecer, incum-
plir labores o prohibiciones. No sólo importan las conductas mani-
fiestas sino también las que pudieran ocurrir y se aspiran a norma-
tizar. De allí el apreciable número de casos en los cuales el maltrato
ocurrió sin motivo aparente. A veces éste estuvo ligado a situacio-
nes en las cuales se desafió en forma muy sutil el ejercicio del con-
trol del grupo hogareño, por ejemplo ligeras tardanzas en llegar a
la casa, respuestas apenas descomedidas o incluso pequeños gestos
de supuesto desacato. En la dinámica de las interacciones violentas
es central la obediencia y su reverso, la desobediencia. Por ello ac-
tos triviales en apariencia, juzgados como irrespeto a padres o cón-
yuges, desencadenan respuestas excesivas, tales como reclamos o
aún preguntas, sobre la conducta del padre o del cónyuge. Se es-
pera la obediencia frente a tareas excesivas u órdenes absurdas,
cumplir en rigor los tiempos establecidos, consultar sobre las rela-
ciones fuera del hogar, en fin, no desafiar con gestos, palabras, ac-
tos u omisiones, el ejercicio del control hogareño y dar muestras
expresas de acatarlo.
La corrección opera como interpretación cognitiva del propósito
último del maltratador y como tal, guía las percepciones sobre las
interacciones específicas. El respeto, por su parte, apunta a las con-
ductas del maltratado, inhibiendo sus respuestas, pero ofrece al
mismo tiempo un marco valorativo amplio, con el cual juzgar las
relaciones con los padres y entre los cónyuges, en fin, las del con-
junto familiar. Ambos informan y estructuran el conj unto situacio-
nal. La ira, el miedo y la tristeza, asociados a las situaciones y pre-
sentes en sus efectos, son modelados por el conjunto cognitivo co-
rrección-respeto, de forma tensa y relativa. Corrección y respeto pau-
tan (puntúan en los términos de Bateson, 1991) las dinámicas de
las situaciones de violencia, en un juego de acciones y respuestas.
Ahora bien, se detectó un cambio generacional, aún incipiente,
en la valoración del conjunto corrección-respeto como aval del
empleo de la violencia en el hogar. Fueron precisamente los mayo-
res de 30 años quienes más sufrieron los castigos brutales y, en
contraste, entre los más jóvenes se encontró una mayor influencia
de un sistema de referencia que sanciona el uso de los castigos bru-
tales y otorga un mayor reconocimiento al derecho de los hijos a
no ser maltratados. Algunos de los entrevistados ven este cambio

321
Myriam jimeno

con desconcierto, pues para ellos se plantean dudas, antes inexis-


tentes, sobre el castigo a los hijos y los derechos paternos. Incluso
algunos atribuyeron a este cambio la existencia de delincuencia y
violencia en la sociedad: «Es que como ya no se puede corregir ... ».
Para la gran mayoría, estos cambios en los patrones de referencia
se viven con ambivalencia. Por un lado, la mayor parte consideró el
diálogo como el medio apropiado para corregir y resolver conflic-
tos interpersonales en el hogar. Por otro, pese a que pocos justifi-
caron el uso de la violencia como correctivo, muchos la utilizan en
su hogar, a veces sin motivo, y no se reconocen como maltratado-
res. La condición de víctima y blanco de maltrato es fácilmente re-
conocida, mientras que la de maltratador no sólo trata de ocultarse
por la sanción socialmente difundida, sino principalmente por una
incorporación aún insuficiente de formas correctivas alternativas.
El mar{o cognitivo más general apunta a un modelo de referencia
para las relaciones interpersonales entre miembros del grupo con
desigual posición en su seno, (padres-hijos, hombre-mujer) y, por
ello, entreteje y conforma un concepto más amplio, con el cual se
aprehende la experiencia j ersonal hogareña pero también una
amplia gama de relacione/ con otros, especialmente aquellas suje-
tas a desembocar en conflicto abierto.

EXPERIENCIAS,
SITUACIONES, REPRESENTACIONES

La conexión entre las experiencias, los escenarios materiales, las si-


tuaciones y las representaciones sobre experiencias de violencia no
es lineal. Sin duda no se trata de que quien ha sido maltratado en
su infancia será necesariamente un adulto maltratador o violento.
Más bien, distintos factores de mediación inciden en la forma co-
mo las experiencias de violencia son traducidas en acciones, cogni-
ciones y emociones posteriores, en un abanico múltiple de posibi-
lidades. Éstas van desde la identificación con la agresión como me-
dio de resolver conflictos y diferencias y su utilización frecuente,
hasta la pasividad o la evasión sistemática del conflicto. Se sabe que
un niño agredido puede identificarse con el agresor y su compor-
5
tamiento violento (Huesmann, cit.). Pero por el contrario, sí en la

5
Ver una interpretación diferente, usando un modelo psicocultural y psicodi-
námico, en Ross, 1995.

322
Corrección y respeto, amor y miedo...

relación median atributos tales como la ternura y el afecto, éstos le


permiten distinguir al niño entre el uso de la agresión en sí misma
y el uso de la agresión como medio ligado a un fin correctivo o di-
suasivo. El niño no adopta, en estos casos, la agresión como patrón
para reproducir y podría decirse que no se identifica con el com-
portamiento agresivo sino con el fin correctivo (ibid). La noción
misma de corrección actúa como explicación sobre el comporta-
miento paterno y va mucho más allá de legitimar el uso de la vio-
lencia, para convertirse en mediador que matiza la identificación
con el uso de la violencia.
En términos amplios, quienes han sufrido violencia cuando ni-
ños, independientemente de que reproduzcan o no comporta-
mientos violentos, comparten un marco cognitivo, resultado de sus
experiencias y de los significados culturales asociados al uso de la
violencia. Ese marco aprendido, empleando los términos de Bate-
son (1991), es un marcador de contexto, es decir, una señal que
ubica a la persona en el escenario social, le indica lo que puede es-
perar en determinadas situaciones y la forma como debe guiar la
relación con otros en ellas. Es un aprendizaje clasificatorio, aplica-
ble en un conjunto de situaciones sociales de interacción, que des-
cansa en la noción de autoridad, se construye en las interacciones
violentas sufridas en la niñez y se refuerza en otros escenarios e in-
teracciones sociales que se le asemejan y le sirven de retroalimen-
tación.
Ese conjunto cognitivo sobre la autoridad, tiene efectos, como
en general lo tienen las representaciones culturales, sobre las ac-
ciones cotidianas humanas a través de sus cualidades performativas
(Jodelet, 1984). ¿cuáles son ellas en este caso? La autoridad es
aprehendida como una entidad impredecible, contradictoria, rígi-
da y propicia a volverse en contra de la persona por pequeñas cir-
cunstancias. No es confiable, no se puede acudir a ella en casos de
conflicto; es entendida ante todo por sus aspectos de sanción y re-
presión, y no por los de protección o mediación. Esto de por sí, no
lleva necesariamente a acudir a la violencia. Sin embargo, la confi-
guración socioinstitucional, su funcionamiento en relación con las
personas de menores ingresos, convierten a la noción de autoridad
en el sustrato cultural y emocional para las interacciones violentas.
Actúa como escenario cultural por la significación que asume, por
los atributos con los cuales se reconoce y con los cuales se asocia:
arbitrariedad, impredecibilidad. En el campo emocional, auspicia
miedo, prevención y desconfianza. Unos y otros socavan la con-

323
Myriam Jimeno

fianza personal en el entorno y las bases de convivencia y tienen


efecto sobre la manera como se piensa y se vive en la sociedad.
Miedo y desconfianza son términos reiterativos de las personas pa-
ra calificar situaciones muy disímiles, en el hogar y fuera de él, y se
usan para describir el vecindario, cómo eluden relacionarse con él,
cómo ven la ciudad, el país y ciertas instituciones. Pero no sólo son
formas de expresarse, sino guías de acción cotidiana. Si la autori-
dad y sus diversas representaciones locales - policía, juez- no son
de fiar, y más bien pueden ser amenazas, no lo son menos las figu-
ras más lejanas y abstractas: la justicia, el gobierno, los políticos, el
Estado. En esta forma de representar la autoridad, bien sea la del
Estado o la de la familia, se encuentran al menos dos puntos críti-
cos en relación con sus efectos sobre la vida ciudadana: uno es la
asimilación cognitiva entre autoridad, coacción y violencia. El otro,
sus efectos sobre la fiabilidad, sustrato de las relaciones en las so-
ciedades contemporáneas.
La autoridad -insiste Hanna Arendt en su texto clásico sobre la
violencia-, supone el reconocimiento indiscutido de aquellos que
le deben obediencia y no precisa ni coerción ni persuasión, pero
requiere respeto hacia la persona o hacia el cargo (Arendt,
1970:42). Si la autoridad es entendida como coerción externa y el
respeto se deriva del empleo de la violencia, la autoridad misma se
encuentra socavada. Un punto crítico de esa representación social
sobre la autoridad es que sólo la introducción de los preceptos ele-
va la autoridad a ser reconocida, legitimada, acatada. A largo plazo,
ningún precepto se puede imponer si no es obtenido por convic-
ción, mediante el consentimiento. Entre las personas del sector so-
cial estudiado, poder y autoridad ejercen débilmente la función de
mediación de conflictos. Tampoco ejercen la intimidación en for-
ma de leyes o de sanciones contra los criminales o los violentos, ni
restablecen un orden alterado por la transgresión de la norma. Se
encuentran así debilitadas las bases de la autoridad en la sociedad y
su expresión específica en el poder gubernamental. La autoridad
se convierte, como concepto, en poderío, es decir, en una entidad
que no obra en nombre del grupo sino que es potestad del indivi-
duo, es personal (ver Arendt, cit.) y se basa en la fuerza. Lo crítico
de esta representación sobre la autoridad es que la debilidad del
consenso social favorece e incita al recurso a la violencia en la solu-
ción de conflictos.
La fiabilidad, concepto crucial para la vida moderna, hace que
las personas esperen una adecuada actuación del sistema y tengan

324
Corrección y respeto, amor y miedo...

una cierta fe, si bien relativa, en la corrección de los principios abs-


tractos. Un elemento importante para esa fiabilidad son las señales
que perciben las personas sobre la marcha adecuada del sistema, y
que para A. Giddens (1994), son reanclajes que conectan la confian-
za en los sistemas abstractos. Las relaciones de fiabilidad son
«esenciales al amplio distanciamiento espacio-tiempo asociado a la
modernidad» (cit:88). La fiabilidad es sustrato de las relaciones en
las sociedades modernas que ya no se soportan en los vínculos de
la tradición y del conocimiento personal. Supone un coajunto de
reglas compartidas de comportamiento y de comunicación que
orientan las interacciones entre las personas y descansan en una
cierta confianza en lo que nos rodea, pues de lo contrario, se difi-
culta enormemente manejar los asuntos cotidianos, incluso, como
lo dijo Goffman, casi no tendríamos asuntos que manejar
(Goffrnan, 1991). Se supone que las personas han aprendido a fiar-
se de la equidad, igualdad y continuidad de los agentes externos, lo
cual es también aprender a fiarse de uno mismo (Giddens, cit. con
base en Erickson). ¿Qué sucede cuando se debilita esa confianza
básica de las personas? El riesgo deja de ser calculado y se pierde el
equilibrio entre confianza y cálculo de riesgo. Toda la vida social
contemporánea implica cierto escepticismo y la noción de riesgo es
inherente a la vida humana. No obstante, lo que aquí acontece es
la generalización de lo que Giddens llama ambientes de riesgo y, en
cierto sentido, es como aprender la desesperanza.
Cabría preguntarse qué relación existe entre la ausencia de cre-
dibilidad, la desconfianza y la ilegitimidad de las figuras e institu-
ciones de autoridad y las violencias en Colombia. La no credibili-
dad y la desconfianza sobre las relaciones en la vida social abonan
el campo para acciones de violencia. No las provocan de manera
inmediata, en relación directa. Lo abonan a través del miedo, la
desconfianza y la prevención, en la vida social y en especial frente a
las autoridades (personas e instituciones que la representan), de
manera que frente a situaciones eventuales o efectivas de conflicto,
la persona se siente inerme y solitaria. Por ello muchos rehuyen lo
que a su juicio los pueda colocar en una posible escalada de con-
flicto. Eluden interacciones cotidianas como las del vecindario,
rehuyen reaccionar frente a acciones violentas presenciadas o co-
nocidas, delincuenciales o de otro orden y permanecen pasivos.
¿Por qué callan quienes presencian crímenes? ¿Por qué claman los
agentes oficiales sobre la falta de colaboración con la justicia? ¿Es esa
falta de colaboración igual en otros países? ¿No son el silencio te-

325
Myriam]imeno

meroso y la pasividad, resultado de la desconfianza en la autoridad,


aliados poderosos del florecimiento de formas de violencia? ¿No
son mecanismos de adaptación a las condiciones de la vida social
en Colombia? ¿No tiene que ver una cierta ambigüedad frente a
quienes rompen las normas, muy extendida en Colombia, con la
idea de que la autoridad no transmite con claridad normas, ni san-
ciones justas para todos, y por el contrario, es circunstancial, com-
prable, maleable? Además, no sólo es inútil denunciar una trans-
gresión; es potencialmente peligroso, pues la acción de la autori-
dad es impredecible. ¿No deja esto el campo abierto para la impu-
nidad en su sentido más general, impunidad que a su turno refuer-
za a los grupos extremos violentos? ¿No son la pasividad, la descon-
fianza y el miedo adaptativos a ese contexto social?
Es sabido, por otra parte, que el miedo puede inducir t;ímbién
al ataque. Recurrir a la violencia es anticiparse a un ataque del
otro. Dado el estado de desprotección de la persona, es decir la in-
capacidad o el desinterés de la autoridad en proteger o interme-
diar en los conflictos, ¿no se vuelve el ataque una forma de defensa
y de protección, así como el recurrir a formas privadas de justicia,
basadas por lo general en el uso de la violencia? ¿por qué en la so-
ciedad colombiana actual vienen creciendo grupos especiales de
justicia privada, si no porque la autoridad no merece confianza ni
credibilidad? Por supuesto que una vez iniciados los conflictos, és-
tos adquieren su propia dinámica interna y tienden a reforzarse en
círculo. La violencia como medio, somete y devora los fines para
los cuales se emplea.

LAS EXPERIENCIAS
DE VIOLENCIA, CONCLUSIÓN

En conclusión, no parece cierto que a fuerza de ver y padecer he-


chos de violencia, los colombianos, o por lo menos los pertenecien-
tes a sectores de menores ingresos de las principales ciudades, sean
insensibles o no sepan distinguir la violencia de otras relaciones
sociales. Por el contrario, ellos trazan distinciones sutiles, recono-
cen las experimentadas por ellos mismos en la casa o en la calle, y
se conmueven ante las que otros padecen. Los hechos de violencia
sufridos, o los dramatizados en la televisión, en forma alguna les
son indiferentes. Más bien, les afecta que la violencia y el crimen,
como rupturas y afrentas a la conciencia colectiva, como diría Du-
rkheim, no cuentan con la sanción institucional adecuada.

326
Corrección y respeto, amor y miedo...

Puede pensarse para el caso colombiano, que la debilidad del


poder es la otra cara de la au toridad arbitraria y a su sombra pros-
peran las violencias. En las experiencias y en las nociones de las
personas del estudio, en la síntesis de los conjuntos ambientales y
perceptivos, no se reconoce la autoridad legítima porque ésta no
media frente a la agresión, antes bien, la ejerce de manera oscura y
ambivalente. Esta es reconocida como poderío, como coerción ex-
terna, como potestad personal. De allí el origen personal asignado a
la violencia significativa, y la desconfianza de las personas ante la
autoridad y ante los otros, huérfanas de mecanismos de mediación
y protección. En este sentido, no son la ausencia del Estado o su
debilidad, las causas por las cuales la autoridad no es reconocida.
La ausencia estatal es parte del conjunto social en el cual la autori-
dad se afirma por medio del autoritarismo, en el hogar, en la calle,
y en la sociedad en general. Por ello la autoridad en la sociedad, al
menos con respecto para el sector estudiado, no puede trascender
y ganar una legitimidad profunda. En este contexto social, las ten-
siones psicológicas derivadas de la falta de trabajo, de los bajos in-
gresos, de las privaciones, de las jornadas laborales prolongadas y
todas las generadas por la desigualdad social, permiten articular
una justificación verosímil para las acciones violentas en el hogar y
fuera de él. En esas condiciones la intimidación o el ataque antici-
pado o, por el contrario, la pasividad, la evasión, pueden volverse
mecanismos adaptativos. El aprendizaje sobre el manejo de los
conflictos marca las formas de abordar las interacciones futuras,
donde un círculo autorreforzado de agresión acerca las respuestas
violentas a las autodefensivas (Bateson cit., en Linger, 1993).
La vida familiar se percibe como entidad frágil, al borde del de-
sorden de sus miembros, si la autoridad no se reafirma en el em-
pleo de la fuerza y se anticipa a su desacato. Corrección y respeto
son sus medios que, como construcciones cognitivas, emocional-
mente densas, explican las experiencias dolorosas. Ofrecen a sus
víctimas una guía de acción y comprensión y permiten afrontar y
superar los sufrimientos, pero su naturaleza ambivalente, hecha de
miedo y amor, debilita la credibilidad y el acatamiento de la auto-
ridad. (Es extensiva esta idea sobre la vida familiar a la vida social
en su conjunto? Todo apunta en ese sentido.
Los sistemas sociales reiteran en forma diversa, ritual y secular,
que la aceptación del orden social va mucho más lejos que la obe-
diencia (Fortes y Evans-Pritchard, 1979: 100), porque en ello cifran
su permanencia. La validación ideológica, el arte de la teatralidad,

327
Myriam jimeno

como lo denomina G. Balandier, no es un simple mecanismo de


subordinación o un recurso instrumental, sino que los muy diver-
sos medios de escenificación representan la sociedad gobernada
(Balandier, 1994). Representan también su capacidad para tratar
con el desorden, con el conflicto inherente a las relaciones huma-
nas. La validación fallida es grieta entre las personas y su ambiente
social y es invitación a la violencia.

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