Está en la página 1de 434

Pasado y presente

de la violencia en Colombia
Gonzalo Sánchez
Ricardo Peñaranda
-Compiladores-

Pasado y presente
de la violencia en Colombia

La Carreta
Editores E.U.
UNIVERSIDAD NACIONAL DECDLOMBIA
INSTITUTO DE ESTIJDIOS POlÍTICTJS
YRELACIONESINTERNACIONALES

Medellín, 2007
Pasado y presente de la violencia en Colombia/ compiladores
Gonzalo Sánchez G. y Ricardo Peñaranda. -3a. ed. / Editor
Cesar A Hurtado O. - Medellín: La Carreta Editores, lepri,
Universidad Nacional, 2007.
432 p. il., mapas; 16,5 x 24 cm. - (La Carreta histórica)
Incluye bibliografía.
ISBN 958-98022-9-8
1. Violencia - Historia - Colombia - Siglo XX 2. Conflicto
armado - Historia - Colombia - Siglo XX l. Sánchez Gómez,
Gonzalo, 1945- , comp. II. Peñaranda, Ricardo, comp.
III. Hurtado O., César, ed. IV. Serie.
303.6cd21 ed.
AJ123428

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

ISBN: 958-98022-9-8

© 2007 Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (compiladores).


© 2007 Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, IEPRI
© 2007 La Carreta Editores E.U.

La Carreta Editores E. U.
Editor: César A Hurtado Orozco
E~mail: lacarreta@une.net.co
Teléfono: 250 06 84.
Medellín, Colombia.

Primera edición: 1986


Segunda edición: 1991
Tercera edición: 2007

Carátula de Alvaro Vélez.

Impreso y hecho en Colombia/ Printed and made in Colombia


por Editorial Lealon, Medellín.

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titula'res del copyright, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidas las lecturas universitarias, la reprografía y el tratamiento informático) y
la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler público.
A la memoria
de Germán Guzmán Campos
Contenido

Presentación a la tercera edición ............................................................................... 9


Prefacio a la segunda edición ..................................................................................... 11
Presentación de la primera edición ........................................................................... 13

l. Historiografía de la violencia
Los estudios sobre la violencia, balance y perspectivas............................................ 17
Gonzalo Sdnchez G.
La guerra en el papel. Balance de la producción sobre la violencia durante los
años noventa ...................................................................................................... 33
Ricardo Peñaranda
Reflexión crítica sobre el libro La Violencia en Colombia ........................................... 47
Germdn Guzmán C.
Historiografía del bandolerismo................................................................................ 61
Eric]. Hobsbawm

II. Antecedentes de la violencia


Política y partidos en el siglo XIX. Algunos antecedentes históricos........................ 73
David Bushnell
Algunos interrogantes sobre la relación guerras civiles y violencia ......................... 81
Malcolm Deas
La Guerra de los Mil Días, Aspectos Estructurales de la organización guerrillera. 87
Carlos Eduardo ]aramillo
Los antecedentes agrarios de la violencia: El conflicto social en la frontera
colombiana, 1850-1936 .................................................................................... 119
Catherine LeGrand
Los trabajadores del sector cafetero y la suerte del movimiento obrero en Co-
lombia 1920-1940 ............................................................................................. 139
Charles Bergquist
Modernización y desarrollo desigual de la intervención estatal 1914-1946 ........... 185
Bernardo Tovar Zambrano

III. l.a Violenda 1946-1965


Los mundos del 9 de Abril, o la historia vista desde la culata............................... 199
Herbert Braun
De las violencias a la Violencia .................................................................................. 2 2 9
Daniel Pécaut
"La Violencia" y los negocios. Quindio años 50 y 60 ............................................. 239
Carlos Miguel Ortiz Sarmiento
La resistencia campesina en el sur del tolima ........................................................... 269
Medófilo Medina
El Ejército colombiano analiza la violencia.............................................................. 2 9 7
Pierre Gilhodés

IV. Conflicto armado y crisis política del Frente Nacional a los años 90
La insurgencia armada: raíces y perspectivas ............................................................ 3 21
Eduardo Pizarra Leongómez
Hipótesis sobre la violencia reciente en el Magdalena Medio ................................. 3 3 9
Ibán de Rementería
Paramilitares en colombia: contexto, aliados y consecuencias .............................. 3 5 3
Alejandro Reyes Posada
Cinco tesis para una sociología política del narcotráfico y la violencia en colombia .. 363
Álvaro Camacho Guizado
Momento y contexto de la Violencia en Colombia................................................ 3 7 9
Saúl Franco A.
Paramilitares, narcotrá.fico y contrainsurgencia: una experiencia para no repetir .. 407
Mauricio Romero
Presentación a la tercera edición
En 1984 cuando se gestaba la primera edición de Pasado y Presente de la Violencia en
Colombia, el país miraba con optimismo los esfuerzos por alcanzar la paz, y un acuerdo
entre la insurgencia y el Estado parecía estar al alcance de la mano. Eran los tiempos
en que políticos y empresarios viajaban a Casa Verde a entrevistarse con los líderes
históricos de las FARC o a Corinto a dialogar con los jóvenes dirigentes del M19,
mientras en Bogotá se echaban a volar palomas blancas en medio de nutridas mani-
festaciones. Era un país que soñaba.
Este clima de optimismo resultaba propicio para que desde la academia se propu-
siera una reflexión sobre el periodo de La Violencia y se exploraran sus posibles enlaces
con el conflicto armado. Fue éste el momento en el que se desarrollaron algunos de los
mejores trabajos sobre el periodo de confrontación partidista de los años cincuenta y
la etapa del bandolerismo que la sucedió. El presidente Belisario Betancur fue el
primero en aceptar que el país vivía una confrontación armada que, diferente en su
naturaleza, hundía sus raíces en la confrontación bipartidista, cuyo impacto había
sido soslayado por el Frente Nacional. El reconocimiento de una oposición política
armada, era el primer paso en la búsqueda de una salida negociada. Sin embargo, era
tal vez un reconocimiento tardío, pues entre tanto un nuevo ciclo de violencia, ali,
mentado por los extraordinarios recursos del narcotráfico, se había generado sin que
nadie pudiera siquiera prever su alcance.
El nuevo ciclo del conflicto colombiano se tradujo en un incremento descomunal
de los indicadores de violencia política, aparejado por el desbordamiento de múltiples
formas de violencia delincuencia!. Más de veinte años han trascurrido desde enton-
ces y Colombia es hoy el único país en Latinoamérica que debe hacer frente a una
guerra interna, el conflicto se ha internacionalizado, los actores armados se han mul-
tiplicado y la sociedad entera se ha visto involucrada en un enfrentamiento que permea
todos los espacios sociales.
Durante los últimos veinte años, Pasado y Presente se convirtió en un referente de
los estudios sobre La Violencia. Cuando aún no se hablaba entre nosotros del "deber de
la memoria" este texto, junto con el clásico estudio de Guzmán, Fals y Umaña, ha
mantenido una puerta abierta hacia el pasado conflictivo de la historia reciente de
nuestro país. El libro es fundamentalmente una invitación a pensar el conflicto arma-
do colombiano en una dimensión histórica, a interpretar la crisis actual desde una
perspectiva de mediana duración, y en últimas a reflexionar sobre el papel de la vio-
lencia en la conformación de la Nación.
Para esta cuarta edición hemos querido guardar la estructura original del libro. Por
lo tanto las rres primeras secciones conservan su composición inicial, salvo por la intro-
ducción del artículo de Ricardo Peñaranda "La guerra en el papel" que actualiza el
balance bibliográfico incluido en las primeras ediciones. Con el propósito de permitir al
lector tender un puente hacia el conflicto de hoy, la cuarta sección "Conflicto armado y
crisis política" conserva el texto de Eduardo Pizarro "La insurgencia armada: raíces y
perspectivas" publicado inicialmente en Al filo del caos, editado por Francisco Leal y
León Zamosc; así como el texto de Alejandro Reyes "Paramilitares en Colombia: contex-
to, aliados y consecuencias" tomado de la revista Análisis Político, Nº 14 de septiembre de

9
1991. De otra parte se incluyen tres textos nuevos con el propósito de actualizar esta
sección, "Cinco tesis para una sociología política del narcotráfico y la violencia en Co-
lombia" de Alvaro Camacho Guizado, "Momento y contexto de la violencia en Colom-
bian de Saúl Franco y nParamilitares narcotráfico y contrainsurgencia: una experiencia
1

para no repetir" de Mauricio Romero, publicado originalmente en En la encrucijada.


Colombia en el siglo XXI, editado por Francisco Leal.

Bogotá abril de 2007

10
Prefacio a la segunda edición

El nuevo ciclo de la Violencia, apenas vislumbrado en 1984-85, cuando se gestó la


primera versión de Pasado y presente de la Violencia en Colombia, se convirtió lamenta-
blemente en un hecho cuyas dimensiones fueron mucho más allá de lo entonces pre-
visible.
1
El ciclo político se reflejó de inmediato en la producción académica y de ello dan
cuenta en buena medida no sólo los trabajos posteriores de varios de los investigadores
incluidos en la primera edición de este libro, sino también los ensayos que se adicio-
nan a la presente. Nuestro propósito al reorganizar y actualizar el contenido del libro
es traer nuevamente al lector hasta el día de hoy y ayudar al público no especializado
a encontrarse en la montaña de publicaciones sobre el tema que crece sin cesar.
Los materiales nuevos son los siguientes: "Cinco tesis sobre narcotráfico y violen-
cia en Colombia", de Álvaro Camacho Guizado, tomado de la Revista Foro, Nº 15, de
septiembre 1991; "Las nuevas ceremonias de la paz", de William Ramírez, tomado de
Análisis Político, Nº 14, de septiembre 1991, "Paramilitares en Colombia: contexto,
aliados y consecuencias", de Alejandro Reyes, tomado de la revista Análisis Político,
Nº 12, de abril 1991; "La Insurgencia armada: raíces y perspectivas", de Eduardo
Pizarra, tomado del libro Al filo del caos, editado por Francisco Leal y Leó.n Zamosc,
trabajo que reemplaza el artículo de Pizarra incluido en la edición anterior; y un post-
scriptum bibliográfico preparado por Ricardo Peñaranda.
Los desarrollos recientes del tema han sido muy desiguales y algunos de sus trazos
más generales y evidentes podrían formularse de la siguiente manera: en primer lugar,
el interés sobre los años cincuenta disminuyó comparativamente de ritmo y se desen-
cadenó, por el contrario, un boom periodístico y testimonial sobre la última etapa de
las violencias, con diferentes formas de eficacia e intencionalidad política. A veces
con abierto propósito de exaltación de alguno de los actores colectivos o institucionales
del proceso; otras con una intención clara y necesaria de denuncia de las atrocidades
de las partes encontradas; y otras más con el objetivo menos noble de promoción
personal de sus actores. En general, este tipo de literatura tiene la virtud invaluable
de ser la depositaria de ese irrepetible e intangible que es la vivencia del protagonista,
pero el carácter masivo, desordenado y frecuentemente acrítico con que ha entrado
en circulación puede estar contribuyendo, más que a una mayor comprensión global
del fenómeno, a una cierta confusión. En segundo lugar, al lado de la producción que
privilegia las memorias y el testimonio oral como fuente, con sus virtudes y riesgos, se
ha engrosado la lista de monografías locales y regionales; se han abierto paso o hay en
curso investigaciones sobre nuevas temáticas: discurso político de la Violencia, expre-
siones simbólicas, formas institucionales e incluso consensuales de la violencia, repre-
sentación de la muerte, sensibilidad religiosa, relaciones de género y Violencia, papel
de las mafias, procesos de reinserción, psicología de ex combatiente, entre muchos
otros ejemplos; y se han reconceptualizado en parte algunas de las temáticas ya explo-
radas, tal es el caso de las reflexiones multidisciplinarias sobre la colonización que han
cambiado nuestra imagen no sólo de la geografía del país, sino también de sus grupos

11
humanos, de sus desarraigos, de sus conflictos y de los procesos de convergencia en la
formación de esa unidad-diversidad llamada Colombia. En tercer lugar, se pueden
detectar ciertas ausencias persistentes: por ejemplo, salvo excepciones, sigue habien-
do poco interés por el estudio de los "villanos" de la Violencia, tales como "chulavitas",
"pájaros", contraguerrillas, infiltrados y desertores, paramilitares, sicarios, caciques y
similares. Así mismo, sigue estancada el área de análisis de lo que en la versión ante-
rior llamábamos las "manifestaciones culturales de la Violencia". Por otro lado, difi-
cultades reales, tales como la deficiente información, pero también prejuicios de di-
verso orden no han permitido el despegue sistemático de estudios sobre participación
o impacto de la Violencia en las minorías émicas (indígenas, población negra) o re-
ligiosas (protestantes, y en general no católicos).
De mayores consecuencias quizá resulte el hecho de la notoria escasez de esfuer-
zos de síntesis, tanto más necesarios cuanto·que la inundación de materiales hace ya
casi imposible -incluso para los especialistas- llevar un registro y un balance
acumulativo de las publicaciones sobre el tema. En estrecha conexión con este último
punto se encuentra la limitada inclinación por los estudios comparativos, causa y
efecto al mismo tiempo de un énfasis en la singularidad que hemos llevado probable-
mente más allá de lo aconsejable y que de paso se ha convertido en un obstáculo a la
búsqueda de nuevos enfoques interpretativos y en particular al impulso de los
interrogantes teóricos que sugiere o que reclama la ya apreciable literatura existente
sobre el fenómeno.
En todo caso, ha sido tan absorbente la temática en los dos últimos lustros y tan
limitados los progresos en términos de reconceptualización, que hoy podría decirse
que su desarrollo depende en buena medida de los avances en otros territorios, en los
vecinos, ciertamente, pero también en los contrastantes. Hay que volver a salir del
bosque para apreciar sus dimensiones.

Gonzalo Sánchez.
Santafé de Bogotá, julio de 1992.

12
Presentación de la primera edición

Los balances sobre la producción editorial en Colombia en el año de 1985, coinci-


dieron en señalar que el tópico de la violencia, o de la paz, fue el preferido por las
editoriales y por el público lector. El tema no sólo ha salido del ghetto sino que, de
hecho, se ha convertido en el tema diario de los colombianos: se ha masificado.
Algunos consideran que la multiplicación de estudios, publicaciones, entrevistas y
comentarios sobre la violencia, ameritan ya una moción de "suficiente ilustración''. Otros
vemos, por el contrario, con inquietud cómo, pese a la enorme profusión de trabajos,
nunca antes vista en el país, la tarea que queda por desarrollar supera en mucho los
avances logrados hasta el día de hoy, dada la complejidad del fenómeno mismo.
La pretensión inicial de este libro, fue la de reunir una significativa muestra de
trabajos que dieran cuenta de los avances que, en el terreno de la investigación, se
habían dado en torno a lo que usualmente se considera como el periodo de "La Vio-
lencia".
Recogimos, inicialmente, algunos de los trabajos presentados al I Simposio Inter-
nacional sobre la Violencia' realizado en Bogotá en junio de 1984, el cual convocó a
más de veinte investigadores nacionales y extranjeros. De los ensayos presentados a
dicho evento se seleccionaron los preparados por los siguientes autores: Malcolm Deas,
David Bushnell, Medófilo Medina, Pierre Gilhodés, Germán Guzmán, Eric Hobsbawm,
Catherine LeGrand, Carlos Eduardo Jaramillo, Charles Bergquist, Herbert Braun,
Carlos Ortiz y Daniel Pécaut.
Posteriormente, decidimos ampliar la cobertura temática de la recopilación incor-
porando una serie de trabajos que, con diferentes enfoques, se ocupan de las vicisitu-
des de las diversas formas de lucha insurrecciona! de los años sesenta hasta nuestros
días: dichos trabajos son: el de Ibán de Rementería, presentado originalmente al "Foro
por la paz: el caso del Magdalena Medio" realizado en Bogotá en junio de 1984; el de
Herna.ndo Gómez Buendía presentado en el seminario "Procesos de reconciliación
nacional en América Latina" que se efectuó en Bogotá en diciembre de 1985; y el
trabajo de Eduardo Pizarro especialmente preparado para este libro, como también lo
fue el artículo de Bernardo Tovar que da cuenta de las transformaciones del Estado
en las décadas que antecedieron a la violencia. Finalmente se incluyó, a manera de
introducción, el artículo de Gonzalo Sánchez presentado a "The Conference on Latin
American History Annual Meeting", realizada en Chicago en diciembre de 1984.
La recopilación de estos trabajos fue posible gracias a la colaboración brindada por
el Departamento de Historia de la Universidad Nacional. Su edición es hoy una rea-
lidad gracias al Fondo Editorial Cerec y en particular a Marta Cárdenas y a Alberto
Díaz U. La corrección de las pruebas estuvo a cargo de María José Díaz Granados y de
Juan Andrés Valdertama. Algunas traducciones fueron elaboradas por Ángela Mejía

* La violencia en Colombia, I Simposio Internacional, Bogotá, junio 24~30, 1984. Realizado conjun~
tamente por el Departamento de Historia de la Universidad Nacional y el Centro Jorge Eliécer Gaitán. Los
compiladores de este libro tuvieron a su cargo la coordinación de dicho simposio.

13
de López, María Errazuriz y Adriana de Hassan. A todos ellos nuestro reconocimiento.
Dada la pluralidad deliberada de la recopilación, las opiniones expresadas en los artí-
culos comprometen exclusivamente a sus respectivos autores.
En su conjunto, este volumen constituye una muestra significativa del estado ac-
tual de la investigación sobre el tema, desde sus posibles y discutidas raíces en los
conflictos del siglo XIX, hasta sus más recientes expresiones vistas bien como conse-
cuencia o evolución de la violencia misma. Sin embargo, lejos de constituir la versión
definitiva sobre la Violencia en Colombia, estos ensayos se presentan como simples
propuestas o alternativas de interpretación, que pretenden contribuir a la discusión
de un fenómeno que involucra a todos los colombianos y que se sitúa hoy en el centro
mismo del debate nacional.
En qué medida los materiales de este volumen, y los que aspiramos a recoger en
un segundo tomo sobre las manifestaciones culturales y artísticas de la violencia, con-
tribuyen a la consolidación de nuevos enfoques sobre el tema, es algo que dejamos a
juicio del lector. No se trata en última instancia de un problema académico, sino, y es
nuestra obsesión, de un problema político. Lo que está en juego no es simplemente
nuestro saber sobre la violencia, sino, y tal como la coyuntura presente nos lo dice a
gritos, nuestro propio futuro, nuestro destino nacional.

14
I
Historiografía de la violencia.
Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas*

Gonzalo Sánchet G. **

Para los detentadores del poder, a través de más de ciento cincuenta años de
bipartidismo, Colombia es un paradigma de democracia y de civilismo en América
Latina. iCómo ha podido sostener y defender esta imagen un país que después de los
14 años de Guerra de Independencia, vivió durante el siglo XIX ocho guerras civiles
generales, catorce guerras civiles locales, dos guerras internacionales con Ecuador y
tres golpes de cuartel?, icómo ha podido sostenerla, cuando en el siglo XX, aparte de
los numerosos levantamientos locales, libra una guerra con el Perú; es escenario, en
1948, de una de las más grandes insurrecciones contemporáneas, seguida por la más
larga de sus guerras, precisamente la que describimos con el término elusivo de la
"Violencia"?, icómo, en fin, si se tiene en cuenta que en el país se está negociando hoy
con la que se considera la más vieja guertilla latinoamericana? Estas preguntas en sí
mismas podrían servir de pretexto a un estudio sobre los mecanismos ideológicos de
ocultación de los procesos reales en la historia de este país.
Lo que salta más bien a la vista -y es lo que he tratado de esbozar en un reciente
ensayo sobre el tema- es que Colombia ha sido un país de guerra endémica, pemianente.
El problema fundamental que se nos plantea es entonces el de la definición de la
naturaleza y las variaciones históticas de estas guerras. A manera de preámbulo a mi
exposición, voy a abordar el punto de manera quizás muy esquemática 1•

l. Las etapas de la guerra


Podríamos comenzar afirmando que durante su vida republicana Colombia ha pa-
sado por tres etapas de lucha guerrillera, diferenciables a su vez por tres elementos
fundamentales, a saber: el contexto general en que estas guerras se producen, el
carácter de los protagonistas que han participado en cada una de ellas y las motiva-
ciones u objetivos que las han suscitado.
Un primer tipo es el de las guerras civiles, a través de las cuales se pretendía,
principalmente, saldar las rivalidades internas de la clase dominante. Los pretextos
podían ser muy variados: lugar que debía reconocérsele a la Iglesia en sus relaciones
con el Estado; abolición o no de la esclavitud; organización política de tipo federal o

* Este ensayo fue publicado originalmente en The Hispanic American Hiswrical Review, 65:4 (1985),
pp. 789~807, bajo el título "La Violencia in Colombia, New Research, New Questions".
** Historiador. Coordinador de la Comisión de estudiantes sobre la violencia. Autor de Bandoleros,
gamonales y campesi""s, Ensayos de historia social y poUtica del siglo xx y Guerra y política en la sociedad colombiana;
coautor de Colombia: violencia y democracia; coeditor de Vwlence in Colombia. lnvestigador·del Instituto de
Estudios Políticos de la Universidad Nacional.
1. Los párrafos que siguen son una síntesis de la argumentación de mi ensayo "Raíces históricas de la
amnistía o las etapas de la guerra en Colombia" en Gonzalo Sánchez, Ensayo de historia social y politica del siglo
XX, Bogotá, 1985, pp. 215-275.

17
centralista y, en general, asuntos muy similares a los que dividieron a las oligarquías
latinoamericanas durante el mismo periodo. Lo característico de este tipo de guerras
es que en ellas fracciones de la clase dominante participaban proporcionando no sólo
la orientación política, sino también la dirección militar. En su mando confluían la
condición de miembro de un directorio político, general de un ejército y una posición
social bien definida, de hacendado o comerciante en la mayoría de los casos. Se trata-
ba, en últimas, de guerras entre caballeros de un mismo linaje y por eso al término de
las mismas era frecuente una mutua complicidad en la preservación de sus respectivas
propiedades: después de la derrota de Palonegro {una de las batallas decisivas de la
Guerra de los Mil Días) liberales acaudalados pusieron sus bienes bajo la custodia de
amigos conservadores.
Una segunda etapa de la guerra o mejor, un segundo tipo de guerra es el que se
produce al promediar el siglo XX y que conocemos bajo la denominación ambigua y
polifacética de "la Violencia". Es la guerra que se desencadena en el contexto de la
crisis permanente que desde los años cuarenta del presente siglo vive el país, en una
confrontación cada vez más abierta entre las clases dominantes y las subalternas.
En el curso de esta guerra, hay un rasgo común con las guerras de la primera etapa
-la de las guerras civiles- y es éste: la dirección ideológica la ejercen fracciones de la
clase dominante, a través de los dos partidos tradicionales, el liberal y el conservador;
pero hay también un decisivo elemento diferenciador, el que le imprime su carácter
ambivalente: la guerra misma, su conducción en el plano militar, la hace el pueblo, y
particularmente el campesinado. No hay un solo dirigente de la oligarquía que se
haya desempeñado como jefe militar durante la Violencia. Este desfase entre direc-
ción ideológica y conducción militar es el que explica en buena medida su doble
movimiento: por un lado, sus expresiones anárquicas, y, por el otro, su potencial
desestabilizador y sus efectos de perturbación sobre el conjunto de la sociedad.
Los más importantes elementos dislocadores de una a otra fase, y que aparecieron
a lo largo de las primeras décadas de este siglo, fueron los siguientes: primero, la
notable diversificación social que había tenido el país y que se podía constatar en
hechos completamente nuevos, tales como el surgimiento del movimiento obrero y de
las luchas campesinas organizadas, bajo la dirección o el influjo de nuevos partidos
que se proyectaban como partidos de clase (el Partido Socialista Revolucionario, el
Partido Comunista, la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria, el Partido Agra-
rio Nacional) y que en alguna medida resquebrajaban la hegemonía bipartidista; en
segundo término, el impacto del gaitanismo sobre toda la estructura política al inten-
tar Gaitán convertir al Partido Liberal en un partido del pueblo contra la oligarquía; y
en tercer lugar, y no menos importante, el impacto del levantamiento popular del 9 de
Abril de 1948 que constituyó, según el presidente de entonces, Mariano Ospina Pérez,
el momento de mayor peligro en la historia de la República. El 9 de Abril había,
literalmente, espantado a los dirigentes de ambos partidos. Aunque la rebelión se
había extendido a todo el país en nombre del Partido Liberal, de hecho había ido más
allá de lo aceptable para el propio Partido Liberal e incluso muchos liberales acomoda-
dos habían sido víctimas del pillaje, el saqueo y el atentado personal. En suma, se
trataba ahora del efecto de la irrupción de las masas en la arena política y de la
constitución de las mismas en soporte de amplios movimientos sociales que frecuente-

18
mente desbordaban o amenazaban desbordar los estrechos marcos del bipartidismo.
Por otra parte, la urbanización creciente del país le ofrecía a la oligarquía un sitio
seguro desde el cual ínfluir sin comprometerse físicamente en la contienda. Era una
ventaja aparente, pues su precio habría de ser la relativa autonomía de los campesinos
ell' armas.
La tercera y última etapa es la que comienza a gestarse en el curso mismo de la
anterior, pero particularmente a partir de los años sesenta. Es la que aún estamos
atravesando y cuyo desenlace es todavía incierto. Retomando nuestros parámetros
inicia.les diríamos que en esta nueva fase, tanto la dirección y orientación ideológica,
como el liderazgo político-militar escapan por completo a las clases dominantes y se entroncan
incluso con las disputas por el poder mundial. Su objetivo. declarado no es ya la simple
incorporación al Estado, como en las viejas guerras civiles, cuando transitoriamente
alguno de los grupos dominantes pudo estar excluido del control burocrático, sino
simple y llanamente la abolición del régimen existente por parte de fuerzas político-
militares que se reclaman voceras del conjunto de las clases dominadas.
Pues bien, este marco general nos permite entrar ya a hacer algunas consideracio-
nes sobre la trayectoria de la investigación referida a la problemática de la Violencia
en Colombia.

2. La literatura tradicional sobre la Violencia


Comencemos con los usos y significaciones del término mismo. La Violencia, como
término denotativo de la conmoción social y política que sacudió al país de 1945 a
1965 y que dejó una cifra de muertos cuyos cálculos oscilan entre los cien mil y los
trescientos mil, plantea de por sí numerosos problemas y deja abierto el campo a las
ambigüedades. En efecto, a veces con el término Violencia se pretende simplemente
describir o sugerir la inusitada dosis de barbarie que asumió la contienda; otras veces
se apunta al conjunto no coherente de procesos que la caracterizan: esa mezcla de
anarquía, de insurgencia campesina y de terror oficial en la cual sería inútil tratar de
establecer cuál de sus componentes juega el papel dominante; y, finalmente, en la
mayoría de los casos, en el lenguaje oficial, el vocablo cumple una función ideológica
particular: ocultar el contenido social o los efectos de clase de la crisis política. Esto
para no hablar del uso o de los usos del término por parte de los habitantes comunes y
corrientes que padecieron sus efectos. Los campesinos de los Llanos Orientales, por
ejemplo, que pudieron dar una respuesta organizada y consistente, caracterizaban los
acontecimientos más a partir de "su" movimiento que de la acción gubernamental, y
se referían a aquél como "la Revolución"; en cambio, los del interior del país, en la
zona cafetera, mucho más fragmentados en su reacción y con un profundo sentimiento
de impotencia, le asignan a la Violencia el carácter de un Gran SujetoHistórico,
trascendente, exterior a los actores del conflicto, y que como tal, según lo señala un
estudio reciente de Carlos Orriz, permite despersonalizar las responsabilidades. El fatalismo
de expresiones tales como "La Violencia me mató la familia ... La Violencia me quitó la
tierra" parecen sugerir la resignada aceptación de los efectos de un proceso social y

19
político como si se tratara simplemente de un orden natural (lo sobrenatural?) de las
cosas. De hecho, por este camino se abrieron paso ciertas formas de mesianismo en
antiguas zonas de Violencia.
En realidad, cualquier estudio de la Violencia, debería comenzar -y esto no se ha
hecho- con una reconstrucción de la genealogía de las implicaciones de sus múltiples
significaciones.
En todo caso, en la literarura sobre el tema, podemos distinguir dos grandes mo-
mentos, caracterizables de acuerdo con la relación más o menos estrecha entre sus
preguntas y sus respuestas. El primero se extiende cronológicamente hasta mediados
de los años setenta y abarca numerosos textos cuyo contenido oscila entre dos viciosos
extremos: o bien adoptan un enfoque puramente narrativo-descriptivo, o bien se ubi-
can en un nivel netamente especulativo. En otras palabras, se trata de escritos con
pocas preguntas por resolver, o con poco material para sustentarlas, cuando efectiva-
mente se plantean. En cambio, en los últimos diez años -segundo momento- se ad-
vierte un creciente equilibrio entre el esfuerzo de documentación y fundamentación
empírica y el proceso de interpretación, es decir, una relación más orgánica en la trilogía
que constituye el instrumental básico de cualquier investigador social: teoría, metodo-
logía y fuentes. Parodiando a Wright Milis agregaría que para el estudio de la Violencia
se necesita algo más: imaginación histórica.
A continuación haremos una breve presentación de las contribuciones que perte-
necen al primer momento que acabamos de enunciar:
La Uteratura Apologética, que incluye la más abundante pero al mismo tiempo la
más mediocre producción de materiales, escritos la mayor parte de ellos durante los
años cincuenta. En ellos se revelan los elementos básicos de las representaciones que
las elites o instiruciones asociadas a ellas, como la Iglesia y el Ejército, se hacen de la
Violencia. Allí aparecen los voceros gubernamentales y el partido de gobierno denun-
ciando los crímenes de la guerrilla liberal, los supuestos vínculos de ésta con el comu-
nismo y por ende la justificación de lo que se conoció en la época como la política de
"sangre y fuego"; los voceros del Partido Liberal, por su parte, ponen el énfasis en el
origen fraudulento del gobierno y en las variadas formas de represión a que son some-
tidos sus seguidores, unas veces a través de organismos militares, como la sangrienta
policía "chulavita", que tomó su nombre de una localidad del Departamento de Boyacá
y que se hizo tristemente célebre por la ferocidad de sus acciones; otras veces, me-
diante la utilización de bandas privadas, armadas y pagadas por funcionarios o jefes
políticos y cuya función era aterrorizar a la población campesina para neutralizar toda
posibilidad de protesta, preparar el terreno a la expropiación de bienes y cosechas o
silenciar investigaciones judiciales sobre sus propios crímenes. Se les dio el nombre de
"pájaros" y actuaban principalmente en el Valle del Cauca bajo la coordinación de "El
Cóndor".
En general, estos materiales, más que una intención analítica, tienen el carácter
de proclama partidista y presentan los acontecimientos con una perspectiva esencial-
mente maniquea. Así, lo que por unos va a ser visto como muro de contención de las
fuerzas destructoras de la Nación, como la "revolución del nuevo orden", va ser inter-
pretado por los otros como expresión pura y simple de la dictadura y como pretexto

20
para la implantación de un régimen corporativo, a imagen y semejanza de la falangista
España.
Sin embargo, por más unilaterales y sectarios que aparezcan, este tipo de elemen-
tos constituyen una matetia ptima de mucho valor en el estudio de los resortes ideo-
lógicos del conflicto y de las vivencias colectivas que imprimieron una dinámica obje-
tiva a un proceso que en buena medida se proyecta hoy a nuestros ojos como irracio-
nal. Podríamos decir que constituyen un material viejo susceptible de ser interrogado
de una manera nueva. De hecho, la ausencia de análisis sobre la eficacia de las repre-
sentaciones político-ideológicas presentes en ellos constituye uno de los vacíos más
notables de la literatura sobre la Violencia2•
La literatura Testimonial, constituida por relatos de protagonistas o víctimas de los
acontecimientos cubre, en general, periodos muy cortos -tres o cuatro años- de una
experiencia personal o colectiva, en una región específica. Se trata aquí, entonces, no
de la evaluación de extraños, de la distante percepción de los académicos o los políti-
cos, sino de la violencia de los actores desde sus múltiples funciones sociales: el gue-
rrillero convencido de su causa y ansioso de transmitir el idealismo de su lucha, el
soldado orgulloso de su guerra que por diferentes razones también considera legítima,
el sacerdote obligado a tomar partido en un terreno que no es el suyo. A la definición
de estos prototipos apuntan precisamente los relatos más influyentes en los análisis
posteriores. Así, el coronel guerrillero Eduardo Franco Isaza en su vívida memoria
sobre Las guerrillas del Llano (Caracas, 1955), nos presenta ciertamente el cuadro com-
plejo de las mutuas relaciones entre rebeldes, ganaderos y ejército, pero la atracción
fundamental del texto y su fuerza residen quizás no tanto en su contenido factual -
que es también extremadamente rico- sino en la simpatía que logra trasmitir en torno
a los vagos pero discernibles ideales de justicia, democracia y libertad que alimenta-
ron y le dieron sentido a su lucha y a la de sus prosélitos. Por su parte, un oficial del
ejército que combatió a los campesinos liberales de esta misma región, el coronel
Gustavo Sierra Ochoa, en Las guerrillas en los Llanos Orientales (Manizales, 1954),
analiza las tácticas guerrilleras y diseña las estrategias para contrarrestarlas. Desde el
punto de vista militar, es el primer texto de este carácter en Colombia en reconocer la
necesidad de enfrentar las manifestaciones armadas de la Violencia no sólo con medi-
das represivas sino también con medidas preventivas, políticas y sociales, lo cual ha

Z. Entre los trabajos pertenecientes a esta categoría y más frec~entemente citados por los investigadores
podemos sefialár los siguientes:
a. Con una perspectiva conservadora: Rafael Azula Barrera, De la revolución al Orden Nuevo, Bogotá,
1956; Alonso Moneada, Un aspecto de la violencia, Bogotá, 1963; Francisco Fandiño Silva, La penetración
soviética en América Latina y el 9 de abril, Bogotá, 1949.
b. Con una petspectiva liberal: Abelardo Forero Benavides, Un testimonio contra la barbari< poUtica, Bogotá,
1953; Carlos Lleras Restrepo, De la república a la dictadura, Bogotá, 1955; E. Cuéllar Vargas, 13 años de
Vwlencia, Bogotá, 1960.
El lector interesado en mayor información sobre fuentes de este tipo puede encontrar de utilidad el listado,
aunque no los comentarios, de Rusell W. Ramsey, "Critical Bibliography on La Violencia in Colombia", Latín
American Research Review, 8: 1, Spring, 1973, 3-44.
3. De este último texto hay versión en inglés bajo el título de Zarpaza The Bandít (Memoirs o fan
undercover agent of the Colombian Army), traducido por M. Murria Lasley editado por The University of
Alabama Press, 1977, con introducción y notas explicativas de Russell W. Ramsey.

21
permitido ubicarlo como el precursor de las tácticas de contrainsurgencia puestas en
práctica a partir de los años sesenta. Este cuadro de visiones antagónicas, la del gue,
rrillero y la del militar, podría completarse con la singular experiencia de la penetra-
ción del uno por el otro, tema que constituye el hilo conductor del libro de Evelio
Buitrago Salazar, Zarpazo: otra cara de la Violencia (Bogotá, 1967). Buitrago, sargento
del ejército, se infiltra en una de las más conocidas bandas que operaba en el occiden-
te del país a comienzos de los años sesenta, participa de sus acciones delictivas, las
estimula a veces, y desde dentro fabrica su destrucción'.
Otro relato, relativamente excepcional, no por su contenido sino por su autor, es
el del presbítero Fidel Blandón Berrío, quien bajo el pseudónimo de Ernesto León
Herrera, escribió Lo que el cielo no perdona (Bogotá, 1955), en el cual narra las vicisi-
tudes de la población campesina y la guerrilla liberal del sur de Antioquia. En el más
católico departamento de la católica Colombia, el sacerdote toma el lado de los perse-
guidos, en un periodo en el cual para las jerarquías eclesiásticas la única manera de
ser cristiano era abrazar la causa del partido de gobierno.
Para algunas regiones del país, relatos similares a los anteriores y que frecuentemen-
te se mueven entre la crónica y la novela, constituyen todavía hoy la única fuente
documental, a pesar de que casi todos fueron escritos en los años cincuenta. Tal es el
caso de la crónica-novela de Jaime Vásquez Santos, Guerrilleros, buenos días (Bogotá,
1954), sobre la Violencia y la guerrilla liberal de Yacopí-Territorio Vásquez, entre 1949 y
19534•
Fue sólo a parrir de 1973 cuando comenzaron a aparecer testimonios más o menos deta-
llados sobre las zonas de influencia comunista en el primer periodo de la Violencia. Los más
notables son Ciro, páginas de su vida (Bogotá, 1974), y Cuadernos de campaña (Bogotá, 1973),
de Manuel Marulanda Vélez, "Tirofijo", quien figura todavía hoy como Comandante supre-
mo de las prosoviéricas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Ambos
tratan de la resistencia en el sur del Tolima: proceso de organización de comandos, conflic-
tivas relaciones con los liberales, disciplina interna y sus objetivos políticos.
Como se desprende fácilmente de una mirada de conjunto, hay en casi toda esta
literatura testimonial un marcado acento en los aspectos militares de la Violencia, como ,
sucede probablemente con las memorias no sólo de esta guerra sino de cualquier guerra.
Pero también se encuentran referencias sobre las bases sociales del reclutamiento de sus
seguidores y eventualmente sobre la vida cotidiana de las fuerzas irregulares.
La Nueva Literatura y sus fundadores. Mención especial debe hacerse de la obra de
Germán Guzmán, Fals Borda y Umaña Luna, La Víolencía en Colombia. Obra valiosa
por muchos aspectos: es el primer intento de globaliza.ción descriptiva del fenómeno,
elaborada con base en informaciones de primera mano, puesto que los autores tuvie-

4. De hecho existe otra fuente importante para la historia de la violencia en esta misma zona, pero
ignorada hasta hoy incluso por los especialistas del tema en Colombia. Se trata del Diario personal inédito de uno
de_losjefesguerrilleros, Saúl Fajardo, "Memoríasde un bandolero ad~hoc", 1952.
5. Germán Guzmán fue uno de los seis miembros de la Comisión Nacional Investigadora de la Causas
Actuales de la Violencia, creada en 1957 por Decreto presidencial. Su composición era de dos oficiales del
Ejército, dos líderes políticos y dos sacerdotes.

22
ron la oportunidad de recorrer las zonas más afectadas en misión oficial'. Este texto se
convirtió hasta mediados de los años setenta en casi el único material empírico de
soporte de numerosos ensayos. Se puede decir que entre 1963, año de su publicación, y
197 5 sólo hubo reinterpretaciones de esta obra, fundamental a pesar de su debilidad
analítica. Con ella, la Violencia se volvió, por primera vez, un problema de investigación
en la Universidad.
De ella se nutren discusiones claves en la evolución del análisis del fenómeno.
La primera de éstas es la discusión concerniente al "origen" mismo de la Violencia
y que va a poner, de un lado, a los que privilegian los factores político-partidistas
(lucha por el botín burocrático, luchas dentro de la clase dirigente) y, del otro lado, a
quienes privilegian los "factores socioeconómicos" o el carácter de clase de la Violen-
cia'. El punto es menos simple de lo que pudiera parecer, puesto que en.el caso colom-
biano los partidos políticos tradicionales no representan claramente sectores sociales,
no dividen horizontal sino verticalmente a la sociedad colombiana; son formas de iden-
tificación primaria, se "nace liberal o conservador". Tienen, pues, más el carácter de
subculturas profundamente arraigadas, que de diferenciados programas de manejo del
Estado o del desarrollo económico.
La segunda gran discusión derivada del libro de Guzmán, y ligada a la anterior, es la
que se pregunta por los efectos económicos de la Violencia. Su punto de partida común
fue el reconocimiento de un presunto carácter burgués y democrático al régimen liberal
anterior a la Violencia y en especial al de la llamada "Revolución en Marcha"de López
Pumarejo, dos veces presidente de Colombia, de 1934 a 1938 y de 1942 a 1945. El inte-
rrogante tuvo dos soluciones: la que vio el fenómeno como un proceso de "refeudalización''
del país, que tuvo su máxima expresión en el libro de Francisco Posada, cuyo título es ya
indicativo, Colombia: Violencia, y subdesarrollo (Bogotá, 1968); y la que vio el mismo
fenómeno como un proceso de expropiación campesina y de expansión capitalista, equipa-
rando forzadamente la Violencia con la fase de acumulación primitiva descrita por Marx
para la Inglaterra del siglo XVI. Con diferentes matices, esta última fue la opción acogi-
da, entre otros, por Mario Arrubla y Salomón Kalmanovitz en sus primeros trabajos sobre
las transformaciones agrarias del país en el siglo xx1.
Frecuentemente, estas opciones habían malinterpretado, habían dejado entre pa-
réntesis o habían subvalorado un movimiento social y político cuya significación era
clave para la interpretación de la Violencia: el gaitanismo. Hasta una época muy
reciente, en efecto, el gaitanismo era visto como una simple variante dentro del Partí-

6. Para mayores detalles al respecto véase de Daniel Pécaut, 11 Retlexiones sobre el fenómeno de la
Violencia", en Ideología y Sociedad. Nº 9, Bogotá, 1976; del mismo autor, "Classe Ouvriere et Systeme Politique
en Colombie: 1930, 1953", Tesis Doctoral, París, 1979, pp.·777, 790; ver también el primer capítulo del libro de
Paul Oquist, Violencia y política en Colombía, Bogotá, 1978, pp. 21,35. De este último libro hay versión en
inglés, Violence, Conf.ict, and Politics in Colombia, New York, 1980.
Para una sugestiva discusión de los problemas de la periodización véase de Jesús A. Bejarano, "Campesinado,
luchas agrarias e historia social", Anuario Col.ombiano de H~toria Social y de la Cultura, 11, 1983, pp. 251-298.
7. Salomón Kalmanovitz, "Evolución de la estructura agraria colombiana", Cuadernos Colombianos, 3,
Medellín, 1974, pp. 353-405; Mario Arrubla, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, Medellín, 1979. Esto
no resta méritos a estos dos investigadores cuyas contribuciones han sido de las más influyentes en la producción
historiográfica de las dos últimas décadas.

23
do Liberal. Hoy ha comenzado a vérselo más como un proyecto alterno al bipartidismo,
como un movimiento típicamente antioligárquico (contra la oligarquía liberal y la
conservadora), es decir, ha comenzado a tomarse en serio el discurso político de Gaitán.
Y si bien el punto sigue siendo polémico, la investigación reciente tiende a poner más
atención a la primera oleada de Violencia que tuvo lugar bajo el gobierno del liberal
Alberto Lleras Camargo y que al parecer se dirigió selectivamente contra los bastiones
y los activistas del gaitanismo principalmente. Ahora bien, el hecho de que la Violen-
cia se hubiera desatado no simplemente contra el Partido Liberal sino más
específicamente contra el movimiento gaitanista replantearía totalmente la interpre-
tación de los orígenes de. la Violencia y su periodización. La hipótesis está cobrando
fuerza y su consolidación y demostración abriría el campo a otras preguntas de este
tenor: ien qué medida el gaitanismo sobrevive transformado a través de la guerrilla
liberal? Una pista, ya demostrada, es la de la continuidad entre el liderazgo de las
innumerables juntas revolucionarias surgidas a raíz del asesinato de Gaitán el 9 de
abril de 1948 y el liderazgo de los primeros núcleos de resistencia liberal en los Llanos
Orientales, en el sur del Tolima, en Santander y en Cundinamarca. Igualmente, es
muy sugerente el hecho de que la ofensiva conservadora desatada bajo el Gobierno de
Unión Nacional, con participación liberal aun después del 9 de Abril, asumió precisa-
mente el carácter de cruzada contra los "nueveabrileños" (los alzados en armas el 9 de
abril), antes de que se generalizara a partir del segundo semestre de 1949, lanzando a
todo el Partido Liberal a la oposición.
En su conjunto, los anteriores trabajos introducen la temática de la violencia y el
desarrollo económico.
El tercer interrogante clave, planteado a partir de la obra de Guzmán y sus colabo-
radores, fue el que formuló el sacerdote revolucionario Camilo Torres en un brillante
ensayo sobre los efectos de la Violencia en la mentalidad campesina'. Su preocupa-
ción fue la de ver, en el largo plazo, el impacto de la Violencia sobre las clases populares,
y en particular sobre la conciencia política del campesinado. Su conclusión fue la de
que la participación del campesinado en la Violencia, sobre todo en el proceso de
resistencia, había contribuido a romper su tradicional actitud de sumisión, su aisla-
miento y atomización. Dejó esbozada así la necesidad de analizar la violencia no sólo
desde arriba, como dominación, sino también desde abajo, como rebelión.
Dentro de esta misma problemática, otros autores subrayaron una relación más bien
negativa, al establecer cómo la agitación agraria que se inició a fines de los años sesenta,
se extendía por las regiones poco afectadas por la Violencia, y cómo en las que habían
sufrido más dramáticamente su impacto se observaba, por el contrario, un cierto confor-
mismo o en el mejor de los casos notoria desconfianza en la acción de masas como instru-
mento de conquista de reivindicaciones campesinas básicas. Esta última fue la perspectiva

8. Camilo Torres Restrepo, "La Violencia y los cambios sociO;culturales en las áreas rurales colombianas",
en Memoria del Primer Congreso Nacional de Sociología, Bogotá, 1963, pp. 95-152, traducido al inglés bajo el título
de "Social Change an Rural Violence in Colombia", en lrving Louis Horowitz, ed. Masses in Lnin America, New
York, 1970.
9. Pierre Gilhodés, "Agrarian Struggles in Colombia", en R. Stavenhagen, ed., Agrarian Problems and
Peasam Movements in LatinAmerica, New York, 1970, pp. 407A51. Del mismo autor. La QuestionAgraire en
Colombie, París, 1974.

24
adoptada por Pierre Gilhodés, autor del primer ensayo que puso en evidencia la significa-
ción de la Violencia en el más amplio contexto de las luchas campesinas en Colombia'.
Quisiera pasar ahora a señalar las tendencias fundamentales de la más reciente y
creadora etapa de los estudios sobre la Violencia, etapa que se inicia a mediados de
los años setenta.

3. El redescubrimiento de la Violencia
En los últimos años la Violencia ha empezado a convertirse en uno de los ejes de
reflexión de las ciencias sociales en Colombia, y probablemente lo seguirá siendo en el
curso de la presente década. Una renovadora lista de publicaciones, dos congresos
nacionales (abril de 1982, en Bogotá y junio de 1982, en Chiquinquirá) y un Primer
Simposio Internacional (Bogotá, junio de 1984) son una demostración contundente del
creciente interés y audiencia del tema.
Este renovado interés, particularmente notorio en las nuevas generaciones, obe-
dece, en parte, a un proceso de avance acumulativo de la investigación, a una cons-
tante apertura de nuevos horizontes, explorados hoy con mejores técnicas y mejor
bagaje teórico, pero está ligado también, en buena medida, al menos en los últimos
tres o cuatro años, a la coyuntura política que ha puesto en el primer plano y en mutua
relación temas como el de la guerrilla, los aparatos paramilitares, la amnistía, la paz, la
rehabilitación, la reforma agraria, la reforma política y la revolución en América Lati-
na, temas que, en su conjunto, parecerían remitirnos, paradójicamente, a las preocu--
paciones centrales del país veinte años atrás, es decir, a la misma problemática de los
años sesenta, cuando se anunciaba el fin de la Violencia.
/Cuáles son las tendencias fundamentales de los estudios más recientes y de los
que actualmente se adelantan? Yo las resumiría como sigue:
Primero, el tránsito del análisis de la Violencia como coyuntura política (1945-
1965, por ejemplo) a perspectivas de larga duración en las cuales el fenómeno se proyec-
ta como un elemento estructural de la evolución política y social del país.
No se trata en tal caso de negar o suprimir las peculiaridades de sus diversos
momentos, sino más bien de escudriñar sus continuidades y discontinuidades, dentro del
amplio espectro de las guerras civiles en Colombia.
Por este camino se ha ido avanzando en la reformulación de problemas centrales no
sólo de la interpretación de la Violencia, sino en general de la historia del país. Es así
como a los reiterados interrogantes sobre el origen y carácter de los partidos tradiciona-
les -el liberal y el conservador- David Buslmell respondió de manera sugestiva en el
Primer Simposio Internacional solrre la Violencia 10, lo siguiente: "En Colombia hubo política
partidista nacional aun antes de c¡ue hubiera realmente una economía nacional o una
cultura nacional" 11 , lo que de ser demostrado probaría, no una notable precocidad de los

1O. El Primer Simposio Internacional sobre la Violencia en Colombia (en adelante Primer Simposio Interna~
cional) se llevó a cabo entre el 24 y el 30 de junio de 1984 en la ciudad de Bogotá, bajo el patrocinio del
Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia y el Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán y
con la asistencia de investigadores de Colombia, Estados Unidos, Canadá, México, Francia e Inglaterra.
11. David Bushnell, "Política y partidos en el siglo XIX. Algunos antecedentes históricos", material
incluido en el presente volumen, p. 73.

25
partidos, como lo plantea el propio Bushnell, sino quizás la dificultad de definir las
adscripciones de la población a tales colectividades como adhesiones de tipo partidista.
Es también muy notoria y muy reciente la preocupación por el estudio de temas tales
como las bases sociales de las guerras civiles, la relación entre estructuras agrarias y los
conflictos bélicos, las formas organizativas, la persistencia de ciertos escenarios geográfi-
cos y en general sobre la permanencia de la guerra irregular en Colombia. Con diferen-
tes enfoques se han aproximado a estos temas Charles Bergquist en Café y conflicto en
Colombia, 1886-1910 (Medellín, 1981) 12 ; Álvaro Tirado Mejía en Aspectos sociales de las
Guerras civiles en Colombia, (Bogotá, 1976); Malcolm Deas en varios de sus ensayos 13 y
Carlos Eduardo Jaramillo en una investigación en curso sobre la Guerra de los Mil Días.
Paralelamente a este movimiento hacia atrás, hay otro movimiento hacia adelan-
te, que tiene mucho que ver con la situación política actual. El ensayo de Medófilo
Medina sobre "La resistencia campesina en el sur del Tolima" 14 , se propone no sólo
analizar la violencia en esta región, sino que está encaminado también a rastrear en el
periodo de la Violencia los orígenes de la que se considera la más antigua guerrilla
campesina de América Latina, las FARC.
Sería tal vez demasiado escolástico pretender establecer si son los nuevos proble-
mas planteados en tomo a la investigación sobre las guerras civiles del siglo XIX los que
están incidiendo en la búsqueda de nuevos objetos de estudio respecto de la Violen-
cia, o viceversa. Pero lo que sí se puede afirmar es que los más frescos enfoques en uno
y otro campo están contribuyendo de manera decisiva a construir un puente y a abrir
un inmenso campo de colaboración entre los especialistas del siglo XIX y los estudiosos
del XX, entre los historiadores del pasado y los del presente.
La segunda tendencia general en la literatura reciente sobre la Violencia es la del
creciente desplazamiento de los enfoques globalizantes a los estudios regionales, a unida-
des temáticas o a coyunturas específicas. A modo de ilustración podemos reseñar tres
conjuntos de trabajos:
Los que a nivel de regiones e incluso subregiones han tratado de definir las rela-
ciones entre estructura agraria, estructura de clases y conflictos sociales. Tal es el

12. El libro de Bergquist, originalmente su Tesis Doctoral (Standford, 1973) constituye quizá, como lo
señala Bushnell en el prólogo a la edición en castellano, la primera lectura explícita de la significación hist6rica
y económica de los datos políticos y militares de las guerras civiles. Fue publicado por Duke University Press,
Coffee an Conflic< in Colombia 1886-1910, Dirham, 1978.
13. Los ensayos de Deas más relevantes al respecto son "Poverty Civil War and Politics Ricardo Gaitán
Obeso and his Magdalena River Campaign in Colombia, 1885", en Nova Americana, II, 1979 y ''Algunas notas
sobre la historia del caciquismo en Colombia", Revista de Occidente, Nº 127, 1973, pp. 269.298. Enel ensayo
que se incluye en esta compilación abordó también explícitamente las relaciones guerras civiles•Yiolencia.
14. Véase p. 271 de este volumen. El impacto de la situación política contemporánea sobre la escogencia
de los temas de investigación histórica es también evidente en mi ensayo, ya citado, sobre "Las raíces históricas
de la Amnistía 11 •
Confirmando lo anterior y con posterioridad a la primera versión del pre'sente ensayo, han aparecido
numerosos trabajos de carácter documental y testimonial que desde diversos ángulos responden, en su mayoría,
a preocupaciones surgidas del proceso de negociaciones del gobierno y la guerrilla, en el marco de la tortuosa
política de paz del Presidente Betancur. Entre tales trabajos podemos citar:
Anuro Alape, La paz, la violencia: testigos de excepción, Bogotá, 1985; Oiga Behar, Las guerras de la paz, Bogotá,
ws
1985; General Femando Landázabal Reyes, Elpro;iode lapa,, Bogotá, 1985; Alfredo Molano, años deltropeL Bogotá;
Enrique Santos Calderón, La guerra por la paz, Bogotá, 1985; vatios autores, Once ensayos sobre la violencia, Bogotá, 1985.

26
caso, primero, del estudio de Fajardo sobre el Departamento del Tolima en el cual se
muestra cómo mientras en unos municipios el resultado final de la Violencia es el
abandono de fincas y el éxodo campesino en beneficio de una nueva clase media
rural, en otras subregiones el rasgo dominante es la contraofensiva de los terratenien-
tes cuyos latifundios, fragmentados o debilitados en el curso de la agitación agraria
precedente, son reconstruidos precisamente al amparo de la Violencia 15 •
En segundo lugar, otros apuntan a la exploración de una de las modalidades más
frecuentes de expropiación campesina, la ejercida por una clase emergente de comer-
ciantes del café, particularmente notoria en el Departamento del Quindío, tema so-
bre el cual el aporte más significativo es el estudio de Jaime Arocha, seguido por el
aun más detallado de Carlos Ortiz 16 • En tercer lugar, están los trabajos que tratan de
descifrar las mutuas conexiones entre la dinámica política local, regional y nacional,
enfoque del cual el, más claro ejemplo, quizás, sea el libro de Henderson, cuyo hilo
conductor es la histotia política de una pequeña municipalidad del norte del Tolima,
Santa Isabel. Desafortunadamente, una excesiva prevención a la conceptualización
impidió al autor explicitar las consecuencias derivables de su rico material empírico 17 •
A un segundo grupo de trabajos que combinan unidad temdtica y perspectivas regiona-
les pertenece el libro de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens sobre las relaciones del
triángulo bandoleros-gamonales-campesinos, en la coyuntura 1958-1965, en la zona ca-
fetera central del país. A diferencia del modelo de Hobsbawrn, en el cual se enfatiza el
contenido social del bandolerismo y su relación con vagas pero definibles aspiraciones
campesinas, en el nuestro, por el contrario, se subrayan los vínculos contradictorios de
los bandoleros con las estructuras de poder local y los de aquéllos y éstas con el poder
central. A diferencia también de la literatura colombiana anterior sobre el tema que
sobrevaloraba el carácter instrumental de los bandoleros con respecto a los partidos
políticos, se destacan las tensiones internas de esa relación y sus ambivalencias, que
desembocan eventualmente en una autonomía tendencia! de los bandoleros frente a sus
iniciales patrocinadores políticos, originando así en los bandoleros un proceso de rebe-
lión potencial que finalmente los acerca a otras modalidades de lucha política contem-
poránea 18. Con una perspectiva distinta, la de sacar lecciones para el perfeccionamiento
de los métodos de contrainsurgencia, Richard Maullin se interesó. por la trayectoria
política de Dumar Aljure, el.último de los grandes bandoleros engendrados por la Vio-

15. Darlo Fajardo, Violencia y desanvllo, Bogotá, 1979.


16. Jaime Arocha, La violencia en el Quindío, Bogotá, 1979, originalmente "La violencia in Monteverde,
Colombia, environmental and Economic Determinants of Homicide in a Coffee~growing municipio", (Tesis
doctoral, Columbia University, 197 5). Ortiz en su ensayo incluido en este volumen que hace parte de su libro
Estado y subversión en Colombia. La Vwlencia en el Quindio años 50, Bogotá, 1985.
17. James Henderson, Cuando Colombia se desangró. Un estudio de la Violencia en Metrópoli y provincia,
Bogotá, 1984; en inglés, Tolima, An Evocative History of Politi.cs and Vwlence in Colombia, Alabama Press, 1985.
En la lista de contribuciones a la diferenciación regional de la Violencia debe incluirse el estudio de Urbano
Campo, Urbanización y violencia en el Valle, Bogotá, 1980, y la monografía inédita de Wilson Granados sobre la
Violencia en Urrao, Antioquia.
Carecemos todavía de una satisfactoria evaluación de dos de los más importantes bastiones guerrilleros durante
la Violencia, el comandado por Juan de la Cruz Varela en el Sumapaz y el dirigido por Rafael Rangel en Santander.
18. Gonzalo Sánchezy Donny Meertens,Baruloleros, gamonales y campesinos, Bogotá, 1983.
19. Richard Maullin, The Fall of Dumar AUure, a Colornbian Guerrilla and Bandit, The Rand Corporation,
Sta. Mónica, California, 1968.

27
lencia. Desde el punto de vista militar, y esto interesó también especialmente a Maullin,
las fronteras entre el bandolero y el guerrillero son difíciles de determinar 19 •
Este tipo de trabajos, con objetivos más precisos y delimitados, son los que permiten,
paradójicamente, una más fácil aproximación comparativa a fenómenos tan
específicamente colombianos. A partir de sus reflexiones sobre el caso colombiano,
Hobsbawm planteó nuevas preguntas y nuevos problemas de investigación: /cuál es la
densidad bandolera económicamente soportable por una sociedad determinada? /Cómo
influye el mayor o menor desarrollo de las redes comerciales en la sobrevivencia del
bandolerismo? /Son satisfactorias las actuales tipologías para abordar las variedades del
fenómeno? /Cómo se explica, a partir de una misma matriz -la Violencia- la evolución
diferenciada hacia el bandolerismo, por un lado, y hacia la guerrilla contemporánea, por
el otro? /Cómo se relaciona la Violencia, en tanto revolución frustrada, con las revolu-
ciones triunfantes del siglo xx? 20 •
Por supuesto que hay otras temáticas mayores que han recibido un tratamiento
ejemplar, por ejemplo, la relación clase obrera-violencia, en uno de los más notables
trabajos inéditos, el de Daniel Pécaut y cuyo contenido va más allá de lo que el título
sugiere21 • A partir del estudio .de esa relación, Pécaut emprende una reinterpretación
de toda la historia política contemporánea de Colombia. En cambio, sobre parejas no
menos importantes como la de Iglesia-Violencia, Ejército-Violencia, aún no tenemos
trabajos realmente satisfactorios22 •
Con respecto a los análisis de coyuntura habría que señalar que en el último lustro
se ha producido una notable renovación de los estudios profesionales sobre los aconte-
cimientos de una fecha crucial para la historia contemporánea de Colombia: el 9 de
abril de 1948, fecha en la cual tuvo lugar el asesinato del líder popular Jorge Eliécer
Gaitán y el desencadenamiento de una de las más grandes insurrecciones de América
Latina en todos los tiempos. Hasta hace muy poco, sin embargo, historiadores y soció-
logos se referían a estos hechos con los términos peyorativos de la "turba", la "revuel-
ta", los "motines" del 9 de Abril, con los cuales simplemente se ocultaba la diversidad
real tanto de los hechos como de los protagonistas. Era una manera de evadir el aná-
lisis. Los trabajos de Herbert Braun, Arturo Alape y Gonzalo Sánchez han puesto al
descubierto una nueva dimensión de los acontecimientos que tuvieron lugar no sólo
en Bogotá (el "Bogotazo") sino también en las más apartadas regiones de la provincia,
incluidas las zonas rurales. Con ellos se ha restablecido o ha comenzado a restablecer-
se la verdadera significación histórica de los hechos mismos y se han sentado las bases
para nuevas reinterpretaciones tanto del periodo anterior como del subsiguiente, es
decir que con ellos ha cambiado, en buena medida, nuestro panorama general de la
Violencia 23 •

20. Eric J. Hobsbawm, "Historiografladel bandolerismo", véase p. 61 del presente volumen.


21. Daniel Pécaut, "Classe Ouvrif:re et Systf:me Politique".
22. Sin embargo, hay algunos trabajos útiles. Para la relación Iglesia~Violencia, véase, por ejemplo de
Rodolfo de Roux, Una Iglesia en alerta, Bogotá, 1983; y para la relación Ejército~Violencia, Rusell W Ramsey,
Guerrilleros y soldados, Bogotá, 1981, y de Pierre Gilhodés, "El Ejército colombiano analiza la violencia", véase
p. 299 del presente volumen.
23. Herbert Braun, "The Pueblo and the Politicians ofColombia: the Assassination ofJorge Eliécer Gaitán
and the Bogotazo", Ph.D. Thesis, Madison, Wisconsin, 1983; Arturo Alape, El Bogotazo, memorias del olvido, Bogotá,
1983; Gonzalo Sánchez, LDs días de la revolución: gaiwni,mo y el 9 de Abril en provincia, Bogotá, 1983.

28
Obviamente, todos estos nuevos enfoques del tema han llevado a la utilización
creciente de nuevas fuentes, tales como los archivos judiciales, los notariales, los de
alcaldías, concejos municipales y gobernaciones, los archivos de las haciendas y de los
gremios, las colecciones privadas y la entrevista oral, para mencionar sólo las más
comunes en la nueva historiografía sobre la Violencia.
El último intento de síntesis, el libro de Paul Oquist, Violencia, política y conflicto en
Colombia (Bogotá, 1978), fue en parte rápidamente superado por la enorme masa
informativa y la renovación temática que se ha producido en los últimos diez años24 •
Pese a lo cual hay que reconocerle a Oquist el mérito de haber planteado por primera
vez y' explícitamente la necesidad de diferenciar las modalidades regionales del con-
flicto y el haber formulado también lo que llamó una "teoría integral", fundamentada
en su controvertida tesis del "derrumbe del Estado", a partir de la cual se propuso
explicar la convergencia en un mismo periodo de disímiles procesos regionales. La
hemos sintetizado en otro lugar, de la siguiente manera:
La tesis del "dertumbe parcial del Estado" de Üquist no está lejos de la tesis de la
"disolución progresiva del Estado", planteada por Daniel Pécaut, aunque los mecanis-
mos que explican uno y otro proceso sean bien diferentes. El "derrumbe" de Oquist se
explica por la desintegración de aparatos institucionales, tales como el aparato judi-
cial, el aparato armado, el parlamento, etc. La "disolución'' de Pécaut está, en cambio,
ligada al debilitamiento del papel interventor del Estado como mediador y unificador
de (y entre) las clases dominantes, en beneficio de los más poderosos organismos gre-
miales, cafeteros e industriales. El derrumbe de Oquist es resultante del grado anor-
mal de enfrentamiento entre los dos partidos tradicionales. La disolución de Pécaut es
el resultado de la creciente implantación de un modelo liberal de desarrollo económi-
co que hace perder al Estado su carácter autónomo, fragmentándose su poder en
manos de "diversas corporaciones económicas"25 .
Simplificando las cosas, diría que los aportes recientes apuntan a dos problemas al
mismo tiempo políticos y metodológicos: por un lado, al de la relación entre diferen-
ciación regional y unidad nacional, o más rigurosamente y parafraseando un texto de
Marco Palacios, a la necesidad de plantear la "cuestión regional como un problema
nacional"; por otro lado, y mediante un procedimiento similar al anterior, estos traba-
jos apuntan a la búsqueda de una formulación adecuada del vínculo indisoluble entre
la fragmentación real del objeto de estudio -Violencia- en sus múltiples expresiones,
y el reto continuo de síntesis. Se trata, en suma, de reconocer la multiplicidad y la
unidad como partes integrantes de un mismo proceso.
La tercera y visible tendencia general en la nueva historiografía sobre la Violencia
es el desprendimiento gradual de cierto economicismo predominante en los albores de
los años 70, que tuvo su máxima expresión en un dilema muchas veces erróneamente
formulado a lo largo de América Latina, y que para el caso concreto que nos ocupa se
tradujo en un encasillamiento del tema dentro de los rígidos parámetros de violencia
y feudalismo, o violencia y capitalismo. Se ha requerido mucho debate político y un

24. Originalmente presentado como Tesis Doctoral, "Violence, Conflict and Politics in Colombia",
University of California at Bekerley, 197 5.
25. Gonzalo Sánchez y Donny Meertens. "La Violencia, el Estado y las clases sociales", Anuario colom~
biano de Historia Social y de la cultura. Nº 10, 1982, p. 254.

29
largo proceso de maduración de la investigación social para que, aún con reticencias,
haya empezado a reconocérsele su justo lugar a los determinantes políticos, ideológi-
cos y culturales en el estudio de fenómenos de tan evidente complejidad como el de la
Violencia. Esto no quiere decir, por supuesto, que tengamos ya demasiada investiga-
ción sobre los efectos socioeconómicos de la Violencia, y en particular sobre la rela-
ción Violencia y transformaciones de las estructuras agrarias. Al contrario, el análisis
de los procesos de diferenciación regional a este respecto tiene todavía mucho por
recorrer. Las ponencias presentadas por Catherine LeGrand y Charles Bergquist en el
Primer Simposio Internacional han contribuido a definir los términos en que debe plan-
tearse esta discusión, demostrando, la primera, cómo la Violencia también tiene sus
antecedentes en el proceso de colonización iniciado en el siglo XIX y que, contraria-
mente a una sólida creencia, más que un movimiento de democratización lo fue de
concentración de la propiedad; y, el segundo, trazando los rasgos de un movimiento
pendular en el que la pérdida de consenso de las clases dominantes para enfrentar la
lucha democrática del campesinado se contrarresta por el carácter individualista de
la lucha de éste, dejando el campo abierto a la dominación clientelista a través de los
partidos tradicionales en la Violencia26 •
Tal vez para despejar los malentendidos de la opción sin salida, Violencia y lucha de
clases y Violencia y lucha partidista, lo mejor sea reforrnular la pregunta original y pasar
de la pregunta por el carácter clasista o no de la Violencia, a la pregunta por los efectos
de clase de la Violencia, que ciertamente se producen, incluso allí y cuando la Violencia
asume la forma de una lucha puramente bipartidista. Alguien se queda con las propie-
dades o las cosechas de los campesinos conservadores o liberales que huyen, y ese al-
guien, en un proceso global y durante. un periodo más o menos largo, es una clase o un
grupo social de los presentes en el conflicto o de los que se constituyen como tales en el
curso del mismo.

4. Cultura y Violencia
Finalmente, y pasando a otro punto, quisiera hacer unas breves consideraciones
en torno a las manifestaciones culturales y artísticas de la Violencia. Precisamente
uno de los objetivos del Primer Simposio Internacional fue el de poner en contacto a
investigadores sociales y a artistas que se han ocupado del tema, bajo el supuesto de
que a partir de este diálogo podríamos comenzar a pasar a una nueva etapa en el
tratamiento de estas relaciones.
El impacto de la Violencia sobre el arte colombiano ha sido evidente, a pesar de
que todavía carecemos de estudios sistemáticos que valoren su significación.

26. Una síntesis de los planteamientos de LeGrand se encuentra en su artículo "Labor Acquisition and
Social Conflict on the Colombian Frontier, 1850-1936",Journal ofLatinAmerican Studies, 16: 1, may 1984, pp.
27A9. El artículo es un avance de un trabajo mayor sobre el tema The Agricultural Frontier and Rural Protest in
Colombia, 1850-1936, Albuquerque, 1985.
Los planteamientos de Bergquist están formulados en el capítulo sobre Colombia de su estudio compara~
tivo del movimiento obrero de América Latina: Workers in the Making of Modem Latín American History,
Standford, 1985.
Z7. Germán Rubiano, "El arte de la violencia", Arte en Colombia, N 9 25, 1984, pp. 25~33, originalmente
su ponencia al Primer Simposio Internacional.

30
En las artes plásticas, por ejemplo, y tal como lo ha señalado Germán Rubiano21 , la
Violencia ha sido tema obligado de los más notables pintores colombianos, muchos de
los cuales han dado a su obra el carácter de registro testimonial de los acontecimien-
tos que les tocó vivir. Una breve lista nos muestra casi una cronología de los aconteci-
mientos:
-9 de Abril de Alipio Jaramillo (1948);
-Masacre 10 de Abril de Alejandro Obregón;
-Viudas y huérfanas de Pedro Ne! Gómez;
-Violencia serie de grabados de Luis Ángel Rengifo;
-'-Colombia llora a un estudiante en alusión y denuncia al régimen militar de Rojas
Pinilla (1953-57), Ignacio Gómez Jaramillo;
-Genocidio y Violencia de Obregón (1963).
Mucho más clara aun aparece esta función de crónica de la pintura en una artista
recientemente descubierta por la crítica, a sus 74 años, Débora Arango. Algunas de
sus obras incluyen:
-La masacre del 9 de abril (elaborada con base en el registro radial de los aconte-
cimientos en aquella fecha);
-El cementerio de la chusma;
-La salida de Laureano;
-Las tres fuerzas que derrocaron a Rojas;
-La República (11960?).
En la temática de la mayoría de estas obras predominan los muertos, las víctimas y
rara vez aparecen los ejecutores, los beneficiarios o los rebeldes. La Violencia se pro-
yecta casi exclusivamente como tragedia y como fuerza impersonal y destructora. La
Violencia como rebelión sólo se sugiere en periodos más recientes, en algunas de las
obras de Carlos Granada, por ejemplo.
Algo similar ha ocurrido con la trayectoria de la literatura. Laura Restrepo, en un
ensayo que infortunadamente no ha tenido desarrollos posteriores, pudo afirmar que
"la Violencia ha sido el punto de referencia obligado de casi tres decenios de narrati-
va: no hay autor que no pase, directa o indirectamente por el tema; éste está casi
siempre presente, subyacente. o explícito en cada obra"28 • Tal vez no sea sorprendente.
Sin embargo, si se exceptúan algunos pocos títulos, tales como La mala hora de García
Márquez (Madrid, 1962); El Cristo de espaldas de Eduardo Caballero Calderón (Bue-
nos Aires, 1952); Cenizas para el viento de Hemando Téllez (Bogotá, 1950) y El gran
Burundún-Burandá ha muerto de Jorge Zalamea (Lima, 1959), la mayoría de las novelas
sobre el tema -y se cuentan más de 50- tienen un interés más testimonial y descriptivo
que propiamente literario y artístico. En realidad, la gran novela sobre la Violencia está
todavía por escribirse.
Un mayor distanciamiento histórico quizás obre en beneficio de una mayor per-
cepción estética del fenómeno, aunque también aquí, lo mismo que en la plástica, ha
pecado enormemente como obstáculo a su desarrollo una visión lineal de la Violencia
como derrota y como tragedia. Es lo que ha mostrado Gustavo Álvarez Gardeazábal,

28. Laura Restrepo, "Niveles de realidad en la literatura de la Violencia Colombiana", Ideología ·y


Sociedad, Nos.17, 18, 197 6, pp. 7, 35. Véase también de Gerardo Suárez Rendón, La novela sobre la violencia en
Colombia, 1966.

31
autor de una de las más conocidas novelas sobre la Violencia, Cóndores no entierran
todos los días (Barcelona, 1972), al hacer un paralelo negativo entre la Violencia y la
Revolución Mexicana. En tanto que la Revolución Mexicana se proyecta como gesta
heroica, en la cual los vencedores son los revolucionarios cuyas acciones adquieren la
dimensión de la leyenda, la Violencia es percibida aún como una vergüenza nacional,
de cuyos acontecimientos es preferible no hablar, primero, porque los que ganaron fue-
ron sus propios promotores, los cuales, a través del Frente Nacional, asumieron una
responsabilidad común: "Se compartía el poder pero también el pasado y no se iba a
hacer juicio sobre él"29 ; segundo, agregaría yo, porque los vencidos se resignaron a acep-
tar la visión de los vencedores.
Por contraste, ha sido en el teatro y en el cine -las dos expresiones arrísticas en las
cuales el tema de la Violencia ha penetrado en forma relativamente tardía- en donde
se han obtenido los mejores logros: Guadalupe años sin cuenta (estrenada en junio de
197 5) es hoy por hoy una de las más exitosas obras del teatro colombiano. Su tema no
son ya los horrores de la época, sino las contradicciones del proceso, tomando como
base la hisroria de la resistencia liberal en los Llanos Orientales de Colombia, en
donde Guadalupe Salcedo se convirtió en el máximo símbolo de la insurgencia libe-
ral. Las películas Canaguaro, en torno al mismo tema de la obra de teatro mencionada, ·
y Cóndores, basada en la novela de Álvarez Gardeazábal, son también las más notables
producciones del cine colombiano.
Una mayor distancia entre los acontecimientos históricos y el momento de su
reelaboración arrística, mejores recursos y técnicas para trascender el dato sin supri-
mirlo, disponibilidad de nuevas y menos esquemáticas interpretaciones del fenómeno,
mayor capacidad de descontextualización y universalización de los episodios, son to-
dos elementos que, conjugados, constituyen el bagaje necesario para nuevas aproxi-
maciones estéticas al tema de la Violencia.
Pero hasta aquí hemos tratado sólo de los campos en los cuales se han dado pasos
más o menos firmes. Sería necesario hacer también un inventario de las ausencias, de
los terrenos en los cuales ya comienza a ser tarde su exploración:
- Vida cotidiana y Violencia.
- Mitos, leyendas y creencias durante la Violencia.
- Sentimiento religioso, movimientos mesiánicos y Violencia.
- La mujer y la Violencia (efectos sobre la estructura familiar}.
- Los indígenas y la Violencia.
- Psiquiatría y Violencia.
Etc ....
Historiadores, sociólogos, psicólogos y antropólogos tienen en la Violencia un in-
menso campo abierto a sus inquietudes, un continente por explorar.

29. Gustavo Álvarez Gardeazábal, "La novela de la violencia", ponencia presentada al Primer Simposio
Internacional. Una primera versión de la ponencia apareció bajo el título de México y Colombia: Violencia y
revolución en la novela", en Mundo Nuevo, 57~58, 1971, pp. 77~82.
El lector encontrará también útil la reseña bibliográfica de Lucila Inés Mena, "Bibliografía anotada sobre el
ciclo de la violencia en la literatura colombiana", Latin American Research Review, 13/3, 1978, pp. 95~ 107.

32
La guerra en el papel.
Balance de la producción sobre la violencia
durante los años noventa

Ricardo Peñaranda'

Al tiempo que el panorama de las violencias en Colombia se hace cada vez más
complejo, la profusión de estudios sobre el tema es cada día mayor. Una revisión de los
regisrros bibliográficos arroja una cifra superior a 700 títulos de artículos y libros pro-
ducidos a partir de 1990. Más allá de una disquisición académica, el tema se ha
convertido en el eje central de la política colombiana y atraviesa hoy todos los espa-
cios de discusión desde el económico hasta el cultural.
Aceptando la imposibilidad de un análisis exhaustivo, este balance intenta sola-
mente señalar las principales tendencias bajo las cuales se han desarrollado estos
trabajos durante la última década, considerando tres grandes bloques en atención a
la temática: primero el de los intentos globales de interpretación; segundo el de los
estudios sobre el periodo de la Violencia (1946-1965); y tercero el de los trabajos sobre
las múltiples violencias de los años ochenta y noventa.
Anticipadamente planteemos cuatro comentarios que suscitan este conjunto de
trabajos. En primer lugar podemos decir que durante los últimos diez años se ha con-
solidado el reconocimiento de la pluralidad de las manifestaciones de violencia y se
ha avanzado en el estudio de sus múltiples interrelaciones. En segundo lugar, que se
ha hecho un notable esfuerzo en cuanto a la calidad de las cifras disponibles sobre los
hechos de violencia, lo que ha pennitido también interpretaciones más sofisticadas.
En tercer lugar, que se ha hecho énfasis en el tema de las limitaciones de la acción del
Estado, desde su incapacidad para corregir desequilibrios esrructurales e inequidades
sociales hasta su limitación para impartir justicia, como uno de los factores que ha
estimulado el fortalecimiento de actores violentos. En cuarto lugar, y por último, diga-
mos que el debateha traspasado el plano académico, no sólo en la medida en que los
desarrollos e investigaciones más recientes se han reflejado parcialmente en las estra-
tegias ofídales, sino también en la medida en que de manera creciente el debate
público sobre el tema se nutre de estos avances con lo cual, en parte, la guerra se ha
trasladado al papel con todo y sus dolorosas consecuencias.

l. Las propuestas globales de interpretación sobre la violencia


La posibilidad de realizar trabajos que brinden una visión panorámica de la vio-
lencia colombiana ofrece cada vez mayores dificultades, en la medida en que el cruce
de las acciones de los múltiples actores armados, sumada a los efectos de un conflicto

* Historiador, Profesor Asociado del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales,


IEPRI, de la Universidad Nacional de Colombia.

33
tan prolongado sobre el sistema político y sobre el tejido social, limita los alcances de
cualquier intento de explicación global. No obstante, algunos autores o grupos de
investigadores se han propuesto, en esta última década, la difícil tarea de realizar
trabajos de carácter global que, bien desde una perspectiva histórica, o bien centra-
dos en las múltiples intersecciones de las violencias de hoy, permitan una visión de
conjunto de tan complejo escenario.
El más ambicioso de estos intentos es probablemente el realizado por el historiador
Marco Palacios en su libro Entre la legitimidad y la violencia, Colombia 1875-1994 1 , un
trabajo ampliamente documentado que intenta proponer desde una perspectiva histó-
rica una explicación al descalabro de la sociedad colombiana. El recorrido de siglo y
medio de historia permite a este autor sustentar la visión de un país profundamente
marcado por inacabados procesos de colonización, en donde los sectores mayoritarios
de la población, anteriormente rurales y hoy urbanos, conciben y llevan a la práctica
formas de organización social y económica por fuera de las formalidades legales y de
los rituales institucionales, en tanto que las elites se muestran más preocupadas por
asegurarse el manejo del Estado que por liderar un proceso de construcción de na-
ción. Estas circunstancias, en un escenario marcado por acelerados procesos de mo-
dernización exacerbados en los últimos años por la presencia de economías ilegales,
terminaron por hacer imposible la construcción de una legitimidad que fuera más allá
de lo retórico, abriendo un enorme espacio en el que la violencia opera como regula-
dor de los conflictos individuales o colectivos.
También desde una perspectiva histórica se encuentra el libro de Gonzalo Sánchez
Guerra y política en la sociedad colombiana', un conjunto de ensayos centrados sobre el
tema de los efectos de la violencia en el sistema político colombiano. Si bien la mayor
parte de estos ensayos fueron elaborados a partir de una reflexión sobre la violencia
política de los años cincuenta, están pensados sin duda desde las violencias de hoy,
que es desde donde los principales interrogantes que propone este trabajo resultan
más apremiantes: /cómo puede el sistema político colombiano sobrevivir a cuatro dé-
cadas de violencia?, ide qué manera la guerra ha logrado convertirse en un mecanis-
mo de configuración de actores políticos?, /cómo alcanzó la violencia el grado de
rentabilidad política que tiene hoy en la sociedad colombiana? Es este uno de los
trabajos de síntesis que más ha influenciado el debate académico durante los últimos
años, continuando una reflexión que ya había sido abordada por este y otros autores
en trabajos como: Colombia: violencia y democracia (Comisión de estudios sobre la
violencia, 1987) y Orden y violencia (Daniel Pécaut, 1986), en torno a la relación
complementaria de polos aparentemente opuestos como la guerra y la democracia.
Relación que por duradera no es de ninguna manera estable y que puede estar alcan-
zando sus propios límites, como lo demuestra la degradación del conflicto colombiano
durante la última década que se ha traducido, según este autor, en la "militarización
de la política y bandolerización de la guerra", y que podría llevar a romper todos los
diques posibles de contención. ·
Un trabajo que se destaca por su carácter polémico es el de Malcolm Deas y
Fernando Gaitán Daza, Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia'. Se

l. Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1995.


2. Bogotá, El Áncora Editores, 1991.
3. Bogotá, Fonade /Departamento Nacional de Planeación, 1995.

34
trata de dos textos de muy distinto origen cuya publicación fue promovida por el
Departamento Nacional de Planeación al término del cuatrienio del presidente César
Gaviria. Deas, conocido por sus agudos comentarios críticos sobre los supuestos co-
múnmente aceptados en torno a la existencia de una tradición violenta de la socie-
dad colombiana, sugiere interesantes comparaciones con otros casos de sociedades
que en algún momento han atravesado por conflictos agudos, como Italia, México,
Irlanda o Perú, sugerencias que siempre resultan interesantes en un medio en donde
tradicionalmente se olvida introducir elementos comparativos al análisis local. Fer-
nando Gaitán, por su parte, emplea a fondo amplios recursos estadísticos cruzando
series históricas, variables económicas, demográficas y criminales para tratar de ofre-
cer una explicación a la dinámica de la violencia. La conclusión general de los dos
autores, es justamente que tal dinámica no existe y que la violencia colombiana no es
el producto de un proceso acumulativo, apoyados en los datos que demuestran un
comportamiento no lineal de la criminalidad. A partir de esta hipótesis, los dos traba-
jos, -probablemente el de Gaitán con mayor fuerza- proponen orientar de manera más
eficiente los recursos del Estado destinados a la solución de los factores de violencia,
con énfasis en la inversión en el aparto judicial y policial para romper la cadena de
impunidad, que sin duda ha incrementado la "rentabilidad" de la criminalidad. Es en
este punto en donde Deas y Gaitán coinciden con la idea, sin duda bien intenciona-
da, de la cúpula tecnocrática del gobierno del presidente Gaviria, que garantizados
los ajustes políticos y administrativos que la Constitución del 91 había previsto era
posible pensar en una disolución de los factores de violencia -dinosaurios fue el térmi-
no empleado en ese entonces para referirse a los grupos guerrilleros- que ya no ten-
drían cabida en el "nuevo país". Este énfasis en lo institucional, hace que los autores
no destaquen la relación entre modernización y conflicto que sus propias cifras sugie-
ren y cuya profundización ha estado aparejada por el fortalecimiento de los distintos
actores armados, en detrimento de la capacidad de control del Estado, durante esta
última década.
Para concluir este balance de los estudios de carácter global debemos comentar el
trabajo colectivo Reconocer la guerra para construir la paz4 • Los once ensayos incluidos
en este libro, son el resultado de un notable esfuerzo académico promovido por el
grupo de estudios Paz Pública, de la Universidad de los Andes cuyo propósito es cons-
tituir un laboratorio de observación y análisis de temas relacionados con la seguridad
nacional. Este texto ofrece una lectura detallada de las cifras disponibles sobre la
evolución reciente de los actores del conflicto: la guerrilla, los paramilitares y el Ejér-
cito, y al mismo tiempo, analiza las políticas implementadas por las instituciones direc-
tamente vinculadas con la seguridad pública: el Ejército, la Policía y la Justicia. El
empleo de instrumentos descriptivos actualizados y la valoración de las políticas de
seguridad, incluyendo la evolución del gasto público en este campo, le otorgan un
gran valor a este texto como instrumento de análisis del actual conflicto colombiano,
sin que esto constituya en sí mismo un enfoque alternativo a los estudios anteriores,
como pretenden los autores. En lo que sí hay, sin duda, un cambio de enfoque es en las

4. Malcolm Deas, María Victoria Llorente (Compiladores), Reconocer la guerra para construir la paz,
Bogotá, Ediciones Uniandes / Cerec / Editorial Norma, 1999.

35
propuestas de solución. En este terreno, buena parte de los ensayos hacen énfasis en la
urgencia de un rediseño de los aparatos de control del Estado con miras a alcanzar
una mayor eficiencia, relativizando la necesidad de buscar una solución negociada
del conflicto y de fortalecer la legitimidad del Estado, propuestas que están presentes
en estudios anteriores como el de la Comisión de Estudios sobre la Violencia de 1987.

2. Los estudios sobre "La Violencia''


Una mención especial merecen los trabajos que tienen como eje el estudio de la
Violencia de los años cincuenta, dada la importancia que tienen para la reconstruc-
ción de nuestra historia y el reto que representa hoy su elaboración, si consideramos el
volumen de trabajos que se han producido en años anteriores y las limitaciones de las
fuentes. Estos textos fueron producidos por un calificado grupo de investigadores,
historiadores en su mayoría, quienes a través de trabajos decantados y profusos en
fuentes primarias, han enriquecido el conocimiento de este importante periodo de la
vida colombiana. El primero de estos rrabajos es el de Javier Guerrero', un estudio
sobre la "primera violencia" a comienzos de los años treinta, al inicio de los gobiernos
liberales que pusieron fin a medio siglo de control político del Partido Conservador. Si
bien el escenario de esta violencia se circunscribió a una región específica al nororiente
del país, fue esta una experiencia determinante para el curso de conflictos que afec-
taron años después al conjunto del país, tal y como lo demuestra este autor. En Boyacá,
la ideología conservadora, apoyada activamente por la Iglesia Católica, logró la movi-
lización de una población en su mayoría rural, marcada por la pobreza y el atraso, que
apoyó mayoritariamente a la dirigencia conservadora, oponiéndose por la fuerza a las
pretensiones modernizadoras del nuevo gobierno liberal, en un proceso que terminó
por consolidar una mentalidad de resistencia y de apego a los valores tradicionales,
presente en la figura, tristemente célebre años después, de los famosos "chulavitas"
durante la violencia política de los años cincuenta.
Un segundo trabajo también centrado en una región andina, pero cuyo estudio
ilustra de manera notable los conflictos colombianos contemporáneos, es el de Elsy
Marulanda, Colonización y conflicto. Las lecciones del Sumapaz6 • Es esta la historia de una
importante región agrícola relativamente cercana a los principales centros económicos y
políticos, aunque distante por la ausencia de vías de comunicación, que constituyó en
el pasado el epicentro de un vigoroso movimiento agrario, un activo foco de resistencia
armada y un baluarte de organizaciones políticas de izquierda. Todo lo cual le otorgó un
carácter impenetrable que incluso hoy conserva, en tanto continúa siendo un territorio
de amplia influencia de las FARC. Marulanda recorre una historia de casi un siglo para
mostrar cómo se superponen estos conflictos y cómo la supervivencia de ellos crea con-
diciones que alimentan futuros enfrentamientos. Soportado todo en la consolidación de
una ideología de resistencia campesina que se nutre de las promesas incumplidas o los
frustrados programas de reforma agraria, cuya ineficacia y las consecuencias que de ello
se derivan constituyen el gran tema de fondo de este trabajo. No se trata de una frustra-

5. Javier Guerrero, Los años del olvido. Boyacá y los origenes de la Vwlencia, Bogotá, lepri / Tercer
Mundo Editores, 1991.
6. Bogotá, lepri/Tercer Mundo Editores, 1991.

36
ción cualquiera, por el contrario, la imposibilidad de adelantar un proceso de reforma
agraria, representa el mayor fracaso de las elites colombianas, que no han querido o no
han podido superar las resistencias que han hecho imposible la democratización de la
propiedad rural que, a la inversa de los procesos que se desarrollan en el resto del
continente, se ha concentrado aceleradamente en los últimos años con el pavoroso
saldo de más de un millón de colombianos desplazados hacia las ciudades.
Finalmente, dentro de este panorama de trabajos con vocación regional pero con
una fuerte proyección nacional, están igualmente los textos de Reinaldo Barbosa so-
bre las guerrillas liberales de los Llanos 7 y el de Darío Betancourt y Marta García
sobre la Violencia en la zona cafetera del norte del departamento del Valle'. El prime-
ro es un valioso aporte a la reconstrucción de la historia de las famosas guerrillas de los
Llanos, muy conocidas y a veces mitificadas por relatos de la época, pero relativamen-
te poco estudiadas en detalle. Probablemente lo más importante de este trabajo sea el
énfasis en el proceso de cualificación, que se da en la segunda etapa de la insurrec-
ción llanera (1952-1953) y a través del cual los "comandos", originariamente muy
influenciados por hacendados y políticos liberales obedientes a las directrices de su
partido, entran en una etapa de politización clasista y de autonomía creciente, que les
permitió realizar incluso acciones ofensivas unificadas que, dada su magnitud, llega-
ron a constituir una verdadera amenaza para el régimen conservador. El trabajo de
Betancourt y García, por su parte, se concentra en el estudio de la Violencia en el
departamento del Valle del Cauca, una de las regiones que registró con mayor inten-
sidad un proceso de modernización agro-industrial durante la década de los años
cincuenta. Luego de analizar las particularidades de las luchas agrarias en la región,
los autores se centran en el estudio de un particular modelo operativo de violencia,
que tuvo gran impacto en todo el sur-occidente colombiano durante este periodo: "el
pájaro". Se trata de un mecanismo de violencia probablemente más sofisticado que el
que se observa en otras regiones y quizás más efectivo. En efecto, el pájaro no es sólo
un matón a sueldo capaz de asesinar con la más asombrosa frialdad y sin ningún reato
ético o moral, la particularidad es que su accionar está encubierto, respaldado y justi-
ficado por las autoridades locales, el Directorio Político Conservador y por la propia
Iglesia, lo que le permite actuar con el mayor desenfado y ante los ojos de todos,
logrando de esta manera un doble efecto: el del terror que produce el crimen y el del
miedo que genera la impunidad que lo ampara. El estudio de esta modalidad de
violencia, que se aproxima a lo que hoy llamaríamos violencia para-estatal, permite a
los autores proponer sugestivas continuidades entre este modelo, nunca del todo
desactivado, y el implantado décadas después por el narcotráfico a través del "sicariato"
que ha alcanzado en años recientes el nivel de una empresa macrocriminal con pro-
fundos nexos con el aparato económico y el sistema político.
Este balance de la producción reciente sobre "La Violencia'', no podría concluir sin
mencionar algunos trabajos que se han aventurado en áreas poco exploradas como el carác-
ter ritual de la violencia y la relación entre cultura política y violencia. En cuanto al primer

7. Reinaldo Barbosa, Guadalupe y sus centauros. Memorias de la insurrección Llanera, Bogotá, Cerec,
1992.
8. Darlo Betancourt y Martha García, Matones y cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia en el
occidente colombiano, Bogotá, lepri/Tercer Mundo Editores, 1991.
9. María Victoria Uribe, Matar; rematar y contramatar, Bogotá, Cinep, 1991.

37
tema hay que destacar el estudio de María Victoria Uribe9 sobre las masacres y el tratamien-
to simbólico de la muerte, un texto que plantea sugestivos interrogantes sobre el transfondo
cultural de la violencia. En cuanto al segundo, los textos de Darío Acevedo'º y el de Carlos
Mario Perea", dos trabajos que, desde ópticas y metodologías distintas, avanzan sobre el
terreno de la construcción de la mentalidad política de los colombianos, cuya fertilidad
había sido señalada hace algunos años por autores como Daniel Pécaut y Herbert Braun.
Darío Acevedo estudia los complejos mecanismos mediante los cuales se reconstruyeron o
fortalecieron las identidades partidistas durante los años que anteceden propiamente al
desencadenamiento de la Violencia. Analizando el contenido de los principales recursos de
comunicación política de la época, como editoriales de los periódicos, discursos, sermones y
caricaturas, muestra cómo la identidad política se construye, al igual que en épocas anterio-
res, a partir de la diferencia con el antagonista, diferencia que durante este periodo se
establece en relación con los ejes del debate ideológico internacional: comunismo, fascismo,
guerra fi:ía. El trabajo de Carlos Mario Perea, por su parte, se ocupa también de la mentalidad
de las elites durante el mismo periodo, abordando el problema con una metodología distinta.
En efecto, su esfuerzo está más centrado en analizar la construcción de un "capital simbólico"
que justifica la destrucción del adversario. Este recurso simbólico o "gesto de enfrentamien-
to", como él lo denomina, se traduce en un "pacto de destrucción verbal del adversario" que
reemplaza el antagonismo ideológico o político, que en su opinión no resulta tan determinan-
te como otros autores lo han considerado.

3. Las violencias de hoy


La producción académica sobre la violencia durante la última década está marca-
da por la consolidación de múltiples actores armados, cuyas acciones se entrecruzan,
se enfrentan, se retroalimentan y en oportunidades hasta se complementan, lo que
produce una sensación de caos total que oculta la pavorosa realidad de que la guerra
ha terminado por generar sus propios mecanismos de "orden'', que interesan particu-
larmente a los actores del conflicto, pero que tienen un altísimo costo tanto para el
Estado, cuya legitimidad se erosiona cada día más, como para la población civil que es
la que soporta directamente el peso del conflicto.
Mirados en su conjunto, estos trabajos podríamos clasificarlos en tres grupos, de acuer-
do con sus ejes temáticos: los que se centran más en la dinámica de los actores armados;
los que analizan las múltiples facetas del conflicto desde un ángulo regional; y los que
estudian los efectos de las múlriples violencias de hoy sobre la sociedad colombiana.

a) Los actores armados hoy


De este conjunto de trabajos, probablemente el más numeroso, podemos destacar
en primer lugar, los estudios sobre los grupos insurgentes y sobre los procesos de paz
cumplidos a comienzos de la década de los años 90. Un primer trabajo es el de Eduar-
do Pizarro sobre la etapa de formación de las FARC 12 , un texto con marcado énfasis
10. Darío Acevedo, La mentalidad de la, elites sobre la Vwlencia en Colombia (1936-1949), Bogotá, lepri
/ El Áncora Editores, 1995.
11. Carlos Mario Perea, Porque la sangre es espíritu, Bogotá, lepri / Editorial Aguilar, 1996.
12. Eduardo Pizarro, Las FARC 1949-1966. De la autodefensa a la combinación de todas la, formas de
lucha, Bogotá, lepri / Tercer Mundo Editores, 1991.

38
histórico, que se ocupa de la fase de emergencia del más influyente de los grupos
guerrilleros colombianos, del cual se desprenden importantes elementos para el análi-
sis de esta agrupación armada y de su accionar en la Colombia de los años noventa,
que conserva fuertes lazos que van más allá de lo simbólico con las concepciones
políticas y organizativas presentes en su etapa de formación. De este mismo autor cabe
destacar un texto que comporta una visión más sociológica del conjunto de las orga-
nizaciones armadas, Insurgencia sin revolución 13 • En este trabajo se destaca el esfuerzo
por analizar de manera comparativa la evolución del movimiento insurgente colom-
biano, en el contexto más amplio del desarrollo de experiencias guerrilleras en Amé-
rica Latina. Su principal hipótesis es la de que si bien en Colombia se dieron todas las
condiciones para la consolidación del movimiento guerrillero, no estaban en cambio
dadas las condiciones para un triunfo del mismo, lo cual, en condiciones en que la
guerrilla logra efectivamente arraigarse en algunas regiones gracias a su papel regulador
de la vida política y económica, condujo a un bloqueo del proyecto insurgente que el
propio autor define como "empate negativo", un concepto que ha sido largamente deba-
tido en el medio académico.
El libro de William Ramírez, Estado, violencia y democracia 14, recoge cinco ensayos
que responden a una sistemática preocupación por el fenómeno guerrillero, sus con-
cepciones y los efectos de su prolongada acción sobre el carácter del Estado, del régi-
men político y de la democracia colombiana. Con una mirada puesta más en el futuro
del conflicto armado Alfredo Rangel, en su libro La guerra en el fin de siglo 15 , pone el
acento no tanto en el proceso de emergencia de los grupos guerrilleros, ni en la evo-
lución de su conflictiva relación con el Estado, sino en la perspectiva de que su creci-
miento continuado, alimentado por la presencia de enormes recursos provenientes de
las economías ilegales, permita en un futuro romper el aparente equilibrio entre los
dos polos armados. Es este un texto que ha abierto un importante debate, en la medi-
da en que los hechos han mostrado un indudable incremento de la capacidad armada
de la guerrilla que, con todo, más que a un triunfo revolucionario, dada la presencia
de fuertes diques de contención internos y externos, podría conducir a una degrada-
ción inimaginable del conflicto colombiano.
Los procesos de paz que se consolidaron a comienzos de los años 90, han sido aborda-
dos por varios trabajos que analizan desde las condiciones bajo las cuales se adelantó la
reinserción, hasta los resultados políticos de estas experiencias. De este conjunto de
textos cabe resaltar el de Mauricio García 16 , probablemente el más documentado de los
estudios sobre el desarrollo de las negociaciones de paz con los grupos armados que se
reinsertaron a comienzos de la década: M-19, EPL, PRT y Quintín Lame y sobre los frus-
trados diálogos con el ELN y las FARC, interrumpidos en 1991. El informe de la Comisión
de Superación de la Violencia 17 , un importante análisis sustentado en un extenso traba-
jo de campo, de las condiciones bajo las cuales se desarrollaron los dramáticos esfuerzos
de los grupos desmovilizados por consolidar una elusiva paz, amenazada por distintos

13. Bogotá, lepri /Tercer Mundo Editores, 1996.


14. Bogotá, lepri / Tercer Mundo Editores, 1990.
15. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1998.
16. Mauricio García Durán, De la Uribe a Tlaxcala: procesos de Paz, Bogotá, Cinep, 1992.
17. Comisión de superación de la violencia, Alejandro Reyes (Director), Bogotá, 1992.

39
actores armados y por la intolerancia, que a la postre habrían de menguar los alcances
de este proceso. El del ex consejero presidencial para la paz Jesús Antonio Bejarano18 , un
decantado trabajo que se propone valorar los procesos de negociación de comienzos de
los noventa, analizándolos comparativamente con los que se cumplieron durante los
mismos años en Salvador y Guatemala, en un esfuerzo por superar lo alcanzado por
numerosos trabajos concentrados en la naturaleza del conflicto y abrir un espacio a la
reflexión sobre su superación. Por úlrimo, el trabajo colectivo De las armas a la política 19 ,
que pone el acento en los esfuerzos por consolidar el ingreso a la vida política del M-19,
el EPL y el Quintín Lame, proceso que a la postre, lejos de las esperanzas que inicialmen-
te despertó, derivó en una dolorosa frustración estimulada tanto por las limitaciones .del
sistema político, como por las debilidades del proyecto que agenciaban las organizacio-
nes en tránsito a la vida civil.
Finalmente, una mirada más desde el interior de los grupos insurgentes y que
tiene de por sí un gran valor documental, puede encontrarse en tres textos: el de
Álvaro Villarraga y Nelson Plazas sobre la historia del EPL20 , un trabajo que aun con
un carácter fuertemente testimonial, se aventura en una reconsrrucción descarnada y
ampliamente documentada de la evolución de este grupo armado, desde su emergen-
cia en 1967 hasta su disolución en 1991; el de Daría Villamizar sobre el M-1921 un
texto que pese a su marcado tono épico, aporta un importante conjunto de documen-
tos y testimonios indispensables a la hora de una elaboración de la historia del M-19;
y el de Carlos Medina sobre el ELN 22 , un texto que recoge la visión de dos de sus
máximos líderes y que constituye una valiosa fuente para el análisis de los valores, la
ideología, la concepción política y el modelo organizativo de esta agrupación armada.
En segundo lugar, en cuanto a los actores de las violencias de hoy, se encuentran los
estudios sobre el paramilitarismo, que registraron un incremento notable durante la
última década, el cual sin embargo no se compara todavía con el impacto creciente de
este fenómeno. Una visión de este actor como manifestación de un fenómeno más am-
plio: el de la parainstitucionalidad, puede encontrarse en el trabajo colectivo La irrup-
ción del paraestado23 , un texto temprano que formula importantes hipótesis sobre los
nexos entre «guerra sucia», narcotráfico y la crisis del régimen político colombiano. Una
lectura del paramilitarismo como expresión regional de violencia contrainsurgente, li-
gada estrechamente al narcotráfico, puede encontrarse en el trabajo de Carlos Medina
sobre Puerto Boyacá24 , un estudio sobre el desarrollo de este importante enclave gana-

18. Jesús Antonio Bejarano, Una agenda para la paz. Aproximaciones desde una teoría de la resolución de
confl.ictos, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1995.
19. Ricardo Peñaranda, Javier Guerrero (compiladores), De las armas a la política, Bogotá, Iepri /Tercer
Mundo, 1999.
20. Álvaro Villarraga y Nelson Plazas, Para reconstruir kJs sueños. Una historia del EPL, Bogotá, Colcultura
/Progresar/ Fundación Cultura Democrática, 1994.
21. Daría Villamizar, Aquel 19 serd, Bogotá, Editorial Planeta 1996.
22. Carlos Medina Gallego, ELN: una historia contada a dos voces, entrevista con «el cura» Manuel Pérez
y Nicolás Bautista «Gabirw», Bogotá, Rodríguez Quito Editores, 1996.
23. Germán Palacios (compilador), La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis coknnbiana 1 Bogo~
tá, ILSA / Cerec, 1990.
24. Carlos Medina Gallego, Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia. Origen, desarrollo y
consolidación. El caso de Puerto Boyacá, Bogotá, Documentos periodísticos, 190.

40
clero en el Magdalena Medio, que constituyó a finales de los años 80 un laboratorio de lo
que es hoy el proyecto paramilitar. También hay que mencionar de este mismo autor un
trabajo más ambicioso, La violencia parainstitucianal, paramilitar y parapolicial en Colom-
bia25, en el que analiza la violencia paramilitar y sus diversas expresiones regionales:
Córdoba, Magdalena Medio y Urabá, entre otros, como desatrollo de un proyecto políti-
co y militar más amplio de lucha contrainsurgente, que se liga con otras expresiones de
la guerra sucia como las desapariciones y los genocidios. Por último, cabe destacar el
trabajo de Adolfo Atehortúa sobre la acción de grupos paramilitares en el municipio de
Trujillo al norte del departamento del Valle, en donde la expansión territorial del
narcótráfico estuvo acompañada del reforzamiento de mecanismos parainsritucionales
de control, que tienen una larga presencia en esa región26 •
En tercer lugar, debemos mencionar aquellos trabajos que se ocupan del
narcotráfico, sin duda uno de los factores más perturbadores de la compleja realidad
colombiana, cuyo impacto es de tal magnitud que terminó por internacionalizar el
conflicto colombiano y permitió su escalamiento a niveles nunca antes imaginados.
De una parte están los trabajos sobre la actividad del narcotráfico y sobre sus dimen-
siones políticas y económicas y jurídicas, entre los que se destaca el texto de Ciro
Krauthausen y Luis Fernando Sarmiento21 sobre la racionalidacl empresarial del
narcotráfico, presente también en el manejo de sus dividendos económicos y políticos;
el texto colectivo Narcotráfico en Colombia'ª preparado por un equipo interdisciplinario
de la Universidad de los Andes que analiza el fenómeno en tres frentes: la economía,
la política criminal y las relaciones internacionales; y el trabajo de Francisco Thoumi
EconomÚI política y narcotráfico", probablemente la investigación más elaborada que se
ha publicado hasta el momento sobre las dimensión económica del narcotráfico y el
efecto catalizador que tal volumen de capital generó sobre factores de disolución
social y moral ya presentes en la sociedad colombiana.
De otra parte, están los trabajos que han explorado el tema pero haciendo énfasis en
su impacto como empresa criminal y como factor que estimula el desarrollo de otras
formas de delito. En este sentido hay que destacar el texto de Juan Tokatlian30 sobre la
dimensión macrocriminal del narcotráfico y su impacto sobre la política de seguridad
nacional; el trabajo colectivo Drogas, poder y región en Colombia31 , particularmente por
ser uno de los pocos que aborda el tema de la relación entre violencia y narcotráfico, y
sus efectos sobre la evolución de los derechos humanos; el texto colectivo Drogas ilícitas
en Colombia 32 que además de incorporar un balance actualizado sobre las dimensiones

25. Bogotá, Rodríguez Quito Editores, 1994.


26. Adolfo León Atehortúa, El poder y la sangre: la, historias de Trujillo, Valle, Cali, Cinep / Pontificia
UniversidadJaveriana, 1995.
27. Ciro Krauthausen, Luis Frenando Sarmiento, Cocaína & Co. Un mercado ilegal por dentro, Bogotá,
lepri /Tercer Mundo Editores, 1991.
28. Carlos G. Arriera y otros, Narcotráfico en Colombia, Bogotá, Universidad de los Andes / Tercer
Mundo Editores, 1990.
29. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1994.
30. Drogas, dilemas y dogmas, Bogotá, Universidad de los Andes/ Tercer Mundo Editores, 1995.
31. Ricardo Vargas (compilador), Drogas, poder y región en Colombia, Bogotá, Cinep, 1995.
32. Francisco Thoumi y otros, Drogas ilícitas en Colombia, Bogotá, Ariel / PNUD / Dirección de
Estupefacientes, 1997.

41
económicas del narcotráfico y el tamaño de los cultivos ilícitos, avanza en temas como el
del impacto de la expansión territorial de las propiedades del narcotráfico, los costos del
combate contra la producción de drogas y contra la violencia que ésta genera, y la
evolución de la política criminal frente al narcotráfico. También en relación con la
dimensión criminal del narcotráfico está el trabajo histórico sobre la conformación de la
mafia de Darío Betancourt y Marta García33 , quienes establecen un marco de relaciones
entre el narcotráfico y diversas economías ilegales que lo antecedieron, como el contra-
bando y el tráfico de armas. Finalmente, un análisis crítico de la estrategia de confron-
tación militar contra las drogas y de sus efectos sobre la situación de derechos humanos
puede encontrase en el informe de 1991 de la Oficina de Asuntos Latinoamericanos en
Washington sobre los riesgos del involucramiento creciente del gobierno norteamerica-
no en la lucha antinarcóticos en Colombia34 •
Para terminar este capítulo sobre los actores de la violencia, mencionemos los
trabajos más recientes sobre las Fuerzas Armadas colombianas, un área en la que se
presentan avances notables durante la última década. En efecto, la evidente contra-
dicción entre el crecimiento del presupuesto de seguridad del Estado Colombiano y el
aumento de la capacidad operativa de las organizaciones irregulares, que ha ocasio-
nado serios reveses al Ejército durante los últimos años, ha generado múltiples
cuestionamientos sobre las políticas de seguridad, la autonomía de las Fuerzas Arma-
das y su eficacia. Con relación a este tema destaquemos el libro de Francisco Leal El
oficio de la guerra. La seguridad nacional en Colombia 35 , un texto que analiza de manera
crítica la evolución de las políticas de seguridad en Colombia, desde la aplicación de
la Doctrina de Seguridad Nacional en los años sesenta, hasta los intentos por diseñar
una nueva estrategia de seguridad, orientada desde el poder civil, con posterioridad a
la proclamación de la Constitución de 1991. Una visión histórica sobre la evolución
de las Fuerzas Armadas, desde el periodo de la regeneración hasta los albores del
Frente Nacional, se encuentra en el trabajo de Adolfo Atehortúa y Humberto Vélez36 ,
que tiene como eje los esfuerzos de profesionalización de las Fuerzas Armadas, en
oposición a los múltiples intentos de instrumentalización partidista. Por último el tra-
bajo de Andrés Dávila, una novedosa visón sobre los costos que ha acarreado al régi-
men político colombiano la autonomía de las Fuerzas Armadas y que ha conducido a
que éstas se conviertan en uno más de los protagonistas de la violencia37 •

b) Violencias y territorios
La interpretación de la violencia colombiana como un fenómeno plural ha dado
paso también a una lectura de estas múltiples violencias en su relación con el territo-

33. Darío Betancurt y Marta García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos: historia social de la mafia
colombiana, 1965 1992, Bogotá, Tercer Mundo, 1994.
34. WOLA, iPeligm inminente? L:is FE AA. de Estados Unidos y la guerra contra las drogas, Bogotá, CE!
/lepri / Tercer Mundo Editores, 1993.
35. Bogotá, lepri/Tercer Mundo, 1994.
36. Adolfo Atehortúa y Humberto Vélez, Estado y Fuerzas Armadas en Colombia (1886-1953), Bogotá,
Tercer Mundo Editores/ Pontificia Universidad Javeriana de Cali, 1994.
3 7. Andrés Dávila, El juego del poder: historia, amias y votos, Bogotá, Universidad de los Andes / Cerec,
1988.

42
rio. En efecto, no solo son múltiples hoy los actores violentos, sino que además su
comportamiento tan poco uniforme depende en buena medida de la realidad territo-
rial sobre la cual actúan. Si a esto le agregamos que Colombia ha sido, durante los
últimos treinta años, escenario de complejos procesos de desarrollo regional, ligados a
la emergencia de nuevos polos de crecimiento económico y renovadas corrientes
migratorias, resulta comprensible que una parte importante de los esfuerzos de inves-
tigación se orienten al estudio de las dimensiones regionales de las violencias.
Una de las regiones que ha atraído particularmente la mirada de los investigado-
res ha sido Urabá, un amplio territorio costero, limítrofe con Panamá, en donde sobre
la base de un vigoroso proceso de colonización, se desarrolló un importante enclave de
producción bananera que genera cuantiosos recursos económicos, cuyo control ha
desatado uno de los más violentos conflictos a lo largo de las últimas dos décadas. Un
primer trabajo sobre esta región es el de Clara Inés García, Urabd: región, actores y
conflicto, 1960-199038 , un texto centrado sobre los actores que intervienen en el con-
flicto: propietarios rurales, sindicatos, guerrillas y autodefensas, entre los cuales se
desata un agudo enfrentamiento, estimulado por la ausencia de regulación estatal,
que reviste primero el carácter de lucha obrero-patronal por la redistribución de los
excedentes de la producción bananera, pero que termina degradándose ante la susti-
tución de los actores originales por actores armados. El segundo texto es el de William
Ramírez, Urabá, los inciertos límites de una crisis 39 , un trabajo que, a partir de una visión
histórica, se concentra más en el avance de la territorialidad privada, definida como
un progresivo fenómeno de redistribución geográfica, a expensas de la soberanía del
Estado, entre poderes particulares que van desvertebrando el ya débil proceso históri-
co de conformación de la sociedad civil.
Otras regiones, cuyo desarrollo ha estado acompañado por un incremento de la
violencia, han atraído también la mirada de los investigadores, tal como ocurre por
ejemplo en la zona esmeraldífera de Boyacá, en el Magdalena Medio o en el Bajo Cauca.
Un caso particular, el de la violencia en la zona esmeraldífera del norte de Boyacá, es
examinado por María Victoria Uribe en su libro Limpiar la tierra, guerra y poder entre los
esmeralderos40 , que aborda uno de los casos más extremos de violencia privada, en donde
fuertes estructuras de poder local, alimentadas por los enormes recursos económicos que
genera la explotación de las minas, suplen la precaria presencia estatal y se convierten
en fuerzas reguladoras, prov,eedoras de servicios y detentadoras de la justicia, llegando
incluso a pactar sus propios acuerdos de paz, por fuera de cualquier regulación
institucional. El caso del Magdalena Medio, una de las zonas más ricas y conflictivas del
país, es analizado por Alejo Vargas en su trabajo Colonización y conflicto armado41 donde
enlaza el proceso de poblamiento y desarrollo de la región -ligado a las luchas de los
trabajadores petroleros de los años 20 y a la colonización de los años 40- con la consoli-
dación de un importante foco de resistencia liberal durante la violencia bipartidista y
con la presencia en la región de los distintos actores armados durante las últimas déca-
das, proceso que ha llevado a que la región se convierta prácticamente en un laborato-

38. Bogotá, INER / Cerec, 1996.


39. William Ranúrez Tobón, Urabá, los inciertos confines de una crisis, Bogotá, Planeta, 1997.
40. María Victoria Uribe, Limpiar la tierra, guerra y poder entre los esmeralderos, Bogotá, Cinep, 1992.
41. Bogotá, Cinep, 1992.

43
rio de la guerra en Colombia. Finalmente, el caso del Bajo Cauca, una rica zona minera
y ganadera que ha sido escenario de fuertes movilizaciones sociales y en donde hay una
fuerte presencia de capitales del narcotráfico, es analizado por Clara Inés García en su
trabajo El Bajo Cauca antioqueño. Cómo ver las regiones 41 •
Un comentario aparte merece el tema de la ciudad como espacio de las violen-
cias, el cual a comienzos de la década despertó un explicable interés, ante el auge de
la criminalidad urbana, que se reflejó en trabajos como el de Álvarn Guzmán y Álvaro
Camacho, Colombia, ciudad y violencia43 , que registra el desarrollo de nuevas formas
de violencia asociadas a los conflictos sociales y económicos originados en las acelera-
das trasformaciones urbanas de las últimas décadas; e igualmente trabajos de corte
testimonial, que retratan de manera vívida a los nuevos protagonistas de la violencia
en la ciudades como los sicarios y las bandas juveniles 44 • Con todo, hay que señalar
que a pesar del interés que suscitó y de la fuerte polémica sobre las políticas de segu-
ridad ciudadana, el tema aún no ha tenido el desarrollo que se esperaba.

c) Las violencias y su impacto


Si bien en el medio académico se observa un mayor desarrollo de los trabajos
orientados al análisis de los actores del conflicto armado y de los factores de violencia,
es también creciente el interés por analizar los efectos de estas violencias sobre el
tejido social y las instituciones. A fin de cuentas buena parte de las características de
la Colombia de hoy responden al hecho de haber tenido que convivir con múltiples
factores de violencia y de adaptarse a esa situación, que nadie considera ya como
coyuntural o pasajera. La mayor parte de los trabajos que se orientan en esta dirección
no se proponen una explicación global de las violencias, sino que se ocupan entonces
de cómo ellas operan y cómo afectan a la sociedad colombiana y a las instituci@nes.
Un primer trabajo en esta línea es el texto colectivo «Las violencias inclusión cre-
ciente» 45 un libro que recoge once ensayos de un grupo multidiciplinario de investiga-
dores vinculados en su mayoría al Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacio-
nal o al Programa Paz Pública de la Universidad de los Andes, quienes además de
analizar el comportamiento de los tradicionales actores de las violencias, evalúan los
efectos de la larga duración del conflicto y recuperan también la mirada de las víctimas,
los sobrevivientes y de otros protagonistas silenciosos como los niños y las mujeres.
También en esta dirección se inscriben aquellos trabajos que han contribuido a
una mejor comprensión del comportamiento de la criminalidad y de sus efectos. Cier-
tamente, el vertiginoso ascenso de la violencia homicida en Colombia durante las
últimas dos décadas que llevó a que la tasa criminal superara la cota de los 80 homi-
cidios sobre cien mil habitantes, una de las más altas del mundo, generó numerosos
interrogantes sobre el comportamiento criminal, sus expresiones regionales, su rela-
ción con la impunidad y con la evolución de otras actividades delictivas. Estos

42. Bogotá, Cinep, 1992.


43. Bogotá, Ediciones Foro Nacional, 1990.
44. Alonso Salazar, No nacimos pa'semilla, Bogotá, Cinep, 1992.
45. Jaime Arocha, Femando Cubides y MyriamJimeno (compiladores}, Las violencias inclusión creeien~
te, Bogotá, Centro de Estudios Sociales, Universidad Nacional, 1998.

44
interrogantes han jalonado varias investigaciones recientes, entre las que cabe desta-
car en primer lugar el texto de Mauricio Rubio46. trabajo que abrió un debate sobre la
calidad de la estadístíca criminal disponible y sobre las conclusiones a que han llega-
do estudios anteriores, particularmente en lo que tiene que ver con los niveles de
impunidad y con la participación dentro del comportamiento criminal de los actores
del conflicto como la insurgencia, los paramilitares y las Fuerzas Armadas. En segundo
lugar, el trabajo de Fernando Cubides, Ana Cecilia Olaya y Carlos Miguel Ortiz47
sobre el comportamiento homicida durante las dos últimas décadas a nivel del muni-
cipio,, un análisis micro, cruzado por múltiples variables referidas a los actores o a las
víctirilas, que arroja la imagen de una violencia "banalizada" o recurrente, cuya diná-
mica está asociada a una lucha por el control territorial que tiene como soporte un
inacabado proceso de colonización, jalonado por la emergencia de economías legales
o ilegales, que tienen el común denominador de un Estado que renuncia a su papel
regulador, que queda en manos de las iniciativas privadas. Igualmente, el texto de
Saúl Franco48 que analiza el comportamiento homicida durante las últimas décadas
desde la óptica de la salud pública. Este texto acumula y compara las diversas fuentes
disponibles, proponiendo una novedosa interpretación que permite apreciar la diná-
mica criminal en el contexto de las tendencias de la mortalidad global, lo que arroja
sorprendentes conclusiones sobre la incidencia del homicidio como principal causa de
mortalidad en regiones específicas y con particular impacto entre algunos grupos
poblacionales, como es el caso de los jóvenes, entre los cuales adquiere un carácter
verdaderamente epidémico.
La relación entre guerra y derecho ha jalonado también numerosas reflexiones en
la última década. En efecto, Colombia a la vez que un país de guerras es también un
país de leyes y posee una tradición jurídica en el tratamiento de los conflictos inter-
nos, que ciertamente ha sido desbordada por la barbarie y la deformación de los esta-
tutos represivos, pero que para muchos debe ser recuperada y revitalizada a luz del
derecho internacional, justamente como una de las alternativas para encontrar una
salida al conflicto49 • Es en este sentido en el que se orientan trabajos como el de
Hernando Valencia50, un análisis de los cambios en el horizonte normativo de la gue-
rra de guerrillas en Colombia, que pone sobre el tapete la posibilidad de superar la

46. Mauricio Rubio, Crimen e impunidad. Precisiones sobre la Violencia, Bogotá, Universidad de los
Andes/ Tercer Mundo Editores, 1999.
4 7. Femando Cubides, Ana Cecilia Olaya, Carlos Miguel Ortiz, "La violencia y el municipio colombiano
1980-1997", Bogotá, Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional,
1998.
48. Saúl Franco, El Quinto: no matar. Contextos explicativos de la violencia en Colmnbia, Bogotá, lepri /
Tercer Mundo, 1999.
49. Cabe mencionar, a propósito de este punto, que el deterioro progresivo de la situación de los derechos
humanos en Colombia, ha generado un intenso debate que sobrepasó el ámbito nacional. Esta situación ha quedado
registrada en numerosos informes de instancias gubernamentales como la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo
o de agencias internacionales. Entre los que han sido publicados en Colombia en la última década, pueden
destacarse los de Ame ricas Watch: "La guerra contra las drogas en Colombia. La olvidada tragedia de la violencia
política" (1990}; "La violencia continúa. Asesinatos políticos y violencia institucional en Colombia" (1992); y
"Estado de guerra. Violencia política y contrainsurgencia en Colombia" (1994).
50. Hernando Valencia Villa, La justicia de las armas, Bogotá, lepri /Tercer Mundo Editores, 1993.

45
degradación del conflicto y el estancamiento de las negociaciones, mediante la
humanización de la guerra. El de Iván Orozco sobre la evolución del derecho de la
guerra en Colombia y las transformaciones de la figura del delincuente político51 •
Igualmente, el texto de Alejandro Valencia sobre las perspectivas de aplicación en
Colombia del Derecho Internacional Humanitario".
Por último y para cerrar este balance señalemos que el tema de la relación entre
violencia y desarrollo ha sido retomado de manera insistente en los últimos años. Se
trata de un debate de gran importancia, en la medida en que luego de varias décadas
de convivencia entre crecimiento económico y violencia, todo indica que esta para-
dójica situación ha llegado a sus límites, lo cual a la vez que ha aumentado el interés
frente a las posibilidades de alcanzar una paz estable, ha agitado el debate frente a las
condiciones bajo las cuales este proyecto podría llevarse a cabo. Una buena muestra
del estado de esta discusión puede encontrarse en el libro colecrivo La paz: un desafío
para el desarrollo 53 , que sintetiza el trabajo de una comisión pluridisciplinaria promovi-
da por el Departamento Nacional de Planeación. Este texto identifica los sobrecostos
que en términos de desarrollo económico y social pagan los colombianos por cuenta de
las múltiples violencias y, al tiempo, establece una agenda de temas estratégicos como
justicia, reforma agraria o políticas de seguridad nacional, cuya discusión resulta im-
prescindible en cualquier agenda presente o futura de paz.

51. lván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas, Bogotá, Editorial Temis, 1992.
52. Alejandro Valencia Villa, La humanización de la guerra: derecho internacional humanitario y conflicto
armado en Colombia, Bogotá, Universidad de los Andes /Tercer Mundo Editores, 1991.
53. Departamento Nacional de Planeación, La paz: el desafio para el desarrollo, Bogotá, Tercer Mundo
Editores, 1998.

46
Reflexión crítica sobre el libro
La Violencia en Colombia

Germán Guzmán C.*

Introducción
Este ensayo presenta una reflexión sobre el significado histórico del libro escrito por
mí en coautoría con los doctores Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, titulado
La Violencia en Colombia, del cual se editó el primer volumen en 1962 y en 1964 el
segundo.
Al abordar el tema experimento un triple temor: caer en lo anecdótico, peligro
casi inevitable cuando se relata lo circunstancial; menoscabar el interés del tema al
enfrentarme a una entrevista o diálogo conmigo mismo; aprensión de no ser suficien-
temente científico, con lo cual heriría susceptibilidades de quienes en cuestión tan
espinosa como el conflicto colombiano exigen hacer "ciencia pura", expresión sinónima
de "ciencia anodina" y sin compromiso para el investigador social.
Hechas tales advertencias, la temática de este ensayo abarca numerosas pregun-
tas: icuál fue el origen del libro? iQué relación tuvo con la Comisión Investigadora de
las Causas de la Violencia? iQué razones me indujeron a participar en ella? iQué
métodos aplicó la Comisión? iQué material se produjo? iEs cierto que yo vendí el
archivo de la Violencia? iCómo se definió el contenido de la obra? iQué juicio me
merece actualmente? iQué significación tuvo? iA partir del libro se abren nuevas
perspectivas para la investigación de la Violencia?
Estos interrogantes se reducen a tres enunciados generales: l. Antecedentes. del
libro; 2. Reflexión crítica sobre él; 3. Avances en la interpretación del fenómeno de
violencia. De aquí se llega a algunas consideraciones finales como punto 4.

1. Antecedentes dellibro
La Comisión Nacional Investigadora de las Causas y Situaciones Presentes de la
Violencia en el Territorio Nacional, creada por Decreto 0942 de 1958, puede ser con-
siderada como precursora remota del libro.
Sus fines los contiene el nombre que se le dio y sus atribuciones de fondo se
estipulan en al Artículo 5:
La Comisión tendrá la autoridad necesaria para conducir su acción investigadora a todos los sitios
que juzgue convenientes, tener acceso a todas las dependencias oficiales y enterarse de todos los
informes oficiales, de carácter público, reservado o secreto, así como de los sumarios y demás expe~
dientes que se adelanten, con el solo fin de basar sus opiniones en hechos concretos.

* Sociólogo. Miembro de la Comisión Investigadora de las causas de la violencia. Autor del libro
pionero La violencia en Colombia y de Camilo, presencia y destino. Se desempeñó hasta su muerte como profesor
del Centro de Estudiantes de Desarrollo Rural en México.

47
No faltaron comentarios aviesos para bloquear la Comisión y desorientar la opi-
nión pública:
El Estado no debe confiar esa labor {investigación y pacificación) a comisiones de estudio integra-
das ocasionalmente por ciudadanos versados en ciencias humanas de toda índole, pero que no
tienen otros medios de juicio ... sino las informaciones de la prensa.
En el Decreto se detecta una connotación inmediatista que podía sesgar el come-
tido de la Comisión: identificar causas "presentes" de la Violencia; es decir, no escu-
driñar su etiología anterior, ni su precedente de los años treinta como lo señaló en
documentos incluidos en la edición de la parte de que soy autor, publicada en 1968 1•
Formaban la Comisión 2 representantes de los partidos políticos tradicionales, 2. mi-
litares y 2 sacerdotes. Es innegable que sus integrantes constituían un grupo elitista,
representativo de los sectores oligárquicos tradicionalmente usufructuarios del poder en
Colombia. Nada de campesinos ni de obreros, ni de voceros del sector popular. iPor qué?
Esto lo responderá, en su hora, algún hermeneuta imparcial de nuestra historia patria.
iQué razones me movieron a participar en la Comisión? Diría que dos: el compro-
miso moral, personalísimo, de hacer cuanto pudiera para que la violencia cesara, por
cuanto había palpado su horridez multiforme; otra razón fue ésta: el impacto que me
causaron las tesis de mis colegas de Comisión; cuando discurrían sobre estrategias y
medidas conducentes hablaban de pedir informes a los bancos y a la Caja Agraria
acerca del movimiento de cuentas, vencimientos de cartera, platicar con gobernado-
res y jerarcas de todo orden, hacer las cosas "por lo alto". En dos y medio días de
deliberaciones no pasé de ser un cada vez más mudo, estupefacto, desconcertado y
desorientado oyente, hasta cuando de mi pasmo me sacó esta pregunta: iusted qué
opina de cuanto hemos discutido? Exigí que se me autorizara para opinar con total
franqueza y una vez asegurada esta condición, expresé:
Señores: ustedes, excúsenme1 no saben mucho de violencia, la desconocen, no han recogido
cadáveres despedazados, ni visto caseríos quemados, ni regiones devastadas, ni cientos y miles de
campesinos exiliados. A su pregunta: iqué podemos hacer? respondo: la violencia no debe indagarse
solamente en las alas de los gerentes ni en el despacho de los gobernadores, ni en las cuentas
bancarias. La violencia está en diversas esferas y también en los campos. Hay violentos en las
ciudades y los montes. Partamos de una verdad aparentemente trivial: para cazar tigres es nece-
sario ír a donde haya tigres. Si-queremos investigar y frenar la violencia, vamos a dOnde están los
violentos y hablemos con ellos donde sea.
Ir a las zonas afectadas y entrar en contacto directo con las gentes se constituyó en
una consigna para los comisionados. Había que escudriñar los sucesos que se daban
en un ámbito concreto. Sin embargo, no nos podíamos quedar ahí, pues era necesario
estudiarlos en sus implicaciones políticas, económicas y sociales.
Días después, la Comisión se trasladó a la provincia y tuvo su primera entrevista
con guerrilleros en una región agreste de la vereda de Naranjal, municipio de Quinchía.
Si se me pregunta qué método aplicó la Comisión en su tarea investigadora diría,
ante todo, que entiendo por tal "la estrategia y procedimiento que se emplean para
conocer la realidad social"'. Aquí se entra en una disquisición asaz compleja: idebía

1. Germán Guzmán C., La violencia en Colombia. Parte descriptiva, Cali, Editorial Progreso, 1968.
2. Antón de Schutter, Investigación participativa. Una opción metodológica para la educación de adultos,
Michoacán, Crefal, Patzcuaro, 1981 1 p. 80.

48
la Comisión optar por un método específico o por una combinación ecléctica de méto-
dos? Creo que ni una cosa ni otra. En aquel momento fue evidente lo que dijera
Feyerabend, dieciséis años después: no existen métodos de validez absoluta en la in-
vestigación que sirvan para todas las situaciones. No existen teorías universales que
no pueden ser refutadas3•
Para esa época (1958), descollaban el funcionalismo (Parsons, Merton y su escue-
la), el estructuralismo, el estructural-funcionalismo, el método dialéctico. Pero, ipo-
díamos los comisionados optar por el método histórico, por ejemplo, ignorando los
hechos?, io por el comparativo sin conocer diversas situaciones?, io por el cuantitativista,
sin tener datos?, io por el estudio de casos, si se los ignoraba?, io por el sincrónico y
diacrónico sin dilucidar el problema? Nada de esto cabía. Antes que enredarnos en
disquisiciones de academia decidimos enfrentarnos a la realidad yendo a ella y apli-
cando algunas normas mínimas que resultaron eficaces para cumplir nuestro cometi-
do:
a) Permitir que todo el mundo se acercara con total libertad a la Comisión.
b) Omitir, a todo trance, cualquier asomo de parcialidad partidista o religiosa.
c) Evitar toda actitud condenatoria.
d) Dejar hablar a la gente con plena autonomía.
e) No imponer decisiones.
f) Aceptar las condiciones que para su seguridad exigieran los interesados. Ejemplo:
no presencia de tropas en las áreas de entrevista, ni de personas extrañas a la
Comisión, etc.
g) Interpretar con inalterable lealtad las exigencias de las gentes.
h) Acordar soluciones analizándolas de común acuerdo.
La observación de esas ocho pautas contribuyó a que en la indagación de la reali-
dad se aplicaran alguna o varias de las siguientes técnicas, de acuerdo con las cir-
cunstancias, los individuos o los grupos entrevistados: 1) reconocimiento directo de
localidades y regiones devastadas; 2) aplicación de los criterios de objetividad, impar-
cialidad y veracidad; 3) observación y anotación minuciosa de acontecimientos acae-
cidos en comunidades y zonas afectadas por la Violencia; 4) entrevistas abiertas con
miles de campesinos victimados; 5) entrevistas dirigidas con jefes guerrilleros y subal-
ternos suyos, en sus zonas· de acción; 6) entrevistas dirigidas con líderes formales reli-
giosos o políticos y con jefes militares y gente de tropa; 7) entrevistas abiertas con
exiliados en ciudades y poblaciones de varios departamentos; 8) entrevistas -abiertas
o dirigidas- con presos sancionados por razones de orden público; 9) entrevistas perso-
nales con jueces y notarios; 10) investigación histórica y de archivos, incluyendo los
de parroquias, notarías, juzgados, inspecciones de policía y ministerios; 11) análisis de
informes rendidos por los ministros de Gobierno y Guerra al Congreso y por goberna-
dores a sus respectivas asambleas departamentales; 12) análisis estadístico de diversas
series de datos; 13) documentación cartográfica y fotográfica; 14) recolección de ele-
mentos culturales relativos a la tragedia; 15) estudio de fuentes secundarias: ensayos,
crónicas, cuentos y novelas sobre la Violencia4•

3. lbíd., p. 33.
4. Germán Guzmán Campos, "La violencia en la literatura colombiana11 , en Luna de Arena, Nº 1, s.e.
!bagué, 1981, p. 22.

49
Se objetará que se cayó en un procedimiento mecanicista. Sobre esto caben dos
respuestas: lo práctico y muy simple -por lo mismo viable- era lo único indicado en ese
momento y para aquellos lugares y gentes. Así se respondió a la necesidad de conjugar
los factores hombre-espacio-tiempo. Esto dio resultado. La segunda respuesta alude a
los teóricos intramuralistas: es facilísimo disertar sobre leones cuando no se está en la
boca del león.
Volviendo al asunto central yo diría que para operacionalizar la investigación se
aplicaron las técnicas que juzgamos conducentes según las circunstancias: por sobre
todo, el diálogo, la conversación directa, la entrevista abierta, consultas de documen-
tos. Nada de cuestionarios ni encuestas sistemáticas, sencillamente porque no cabían
en la realidad estudiada. Fue una investigación, como diría Wright Milis, disciplinada
por los hechos.
Una pregunta más: ipor qué surgió la Comisión? En una perspectiva inmediata se creó
para detener la hecatombe desatada por manejos torpes del sectarismo político, recobrar la
imagen de Colombia en el exterior, posibilitar la paridad en los puestos públicos y la alter-
nación en la presidencia.
Sin lugar a dudas estas motivaciones traducen esa gigantesca ingenuidad que
trastrueca en virtud patriótica lo que es marrullera demagogia. En un contexto
interpretativo posterior he encontrado dos respuestas una, medularmente clasista y
oligárquica: la Comisión se creó para buscar el retorno al estado de derecho, impi-
diendo la toma del poder por el pueblo. Es lo que se ha llamado "legitimación del
Frente Nacional"'. La otra respuesta es marxista: ve en la Comisión un instrumento
más, utilizado por la clase en el poder para reproducirse y perpetuar su dominación a
través del Estado.
Pero, iqué resultados se lograron? En mi concepto, la Comisión realizó una labor
innegablemente positiva, de la cual destaco sólo dos aspectos: uno, conseguir la pacifica-
ción de las regiones afectadas en Caldas, Valle, Cauca, Tolima, Huila; otro, haber recopi-
lado un valioso material de archivo, utilizado en alguna medida para escribir el libro La
Violencia en Colombia.
Dicha documentación ha suscitado opiniones encontradas: Canel6 , se refiere a su
recopilador y guardador en estos términos: "Posee documentos comprometedores, de-
positados en un monasterio cercano a Bogotá para evitar que sean robados". Esta es
una suposición gratuita. Otros, aludieron a "documentos secretos" para hacer un rela-
to de la Violencia "mañoso y acomodaticio"'. Esto es asimismo falso, sin sentido. Ya se
mencionaron atrás las técnicas utilizadas; además se hicieron cruces de la informa-
ción para validarla, se la confrontó en distintas fuentes y así se pudieron obtener
verdades cuya evidencia no ha podido ser refutada.
Hay otra pregunta: idónde está el archivo? Respondo categóricamente: es menti-
ra que lo haya vendido, cedido o enajenado. Reposa en mi poder; guardado con cau-
tela en lugar seguro.

5. Gonzalo Sánchez, "Raíces históricas de la amnistía, o las etapas de la guerra en Colombia", Revista de
Extensión Cultural, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, N2 15, Medellín, junio 1983, p. 25.
6. James B. Canel, "Saldo sangriento y aleccionador de una tragedia", Revista Iife, 18 de marzo de 1964,
p. 25.
7. El Siglo, agosto 12 , 1962.

50
iCuáles fueron, entonces, los antecedentes inmediatos del libro? Esta pregunta
tiene doble respuesta:
l. El 7 de enero de 1959 llegó al Líbano el presidente Lleras Camargo para respaldar
la labor de paz que allí se realizaba. En las palabras con que agradeció el homenaje
que le brindara el Concejo Municipal dijo que yo estaba "en mora de escribir un
libro sobre la Violencia, dado el conocimiento que tenía del problema". En ver-
dad, tal idea nunca había pasado por mi mente.
2. A comienzos de 1961 me visitó en el Líbano un grupo de profesores pertenecientes
a, la entonces Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, formado por el
Pbro. Camilo Torres Restrepo y los doctores Orlando Fals Borda, Andrew Pearse y
Roberto Pineda, los cuales expresaron el interés de su institución por estudiar la
problemática colombiana, iniciando este propósito con el análisis de la Violencia.
Después de prolongado diálogo me propusieron que esctibiera al respecto. Pese a
mi negativa, hicieron gestiones entre el Presidente de la República y las autorida-
des eclesiásticas. Se me indicó que me trasladara a Bogotá y entrara en contacto
con la Facultad de Sociología para iniciar un estudio sobre la Violencia.
En verdad; la propuesta académica que se me hizo obedecía al propósito de la
Facultad de Sociología de "encarar y manejar situaciones y problemas sociológicos
peculiares del medio colombiano, aun a costa de rasgar velos, tocar áreas prohibidas y
desafiar la ira de intereses creados" 8•
Viene aquí otra pregunta obligada: icómo se planeó el libro? Al principio se inten-
tó que en él participaran un jurista, un sociólogo, un sacerdote, un psicólogo y un
militar, con el propósito de que cada quien formulara desde su punto de vista la inter-
pretación del fenómeno, anhelo que se frustró por la no aceptación del psiquiatra
invitado y del miembro de las Fuerzas Armadas. A pesar de esto, la obra constituyó
una experiencia de coautoría, inusitada en el país, que resultó valiosa9 •
El plan definitivo de la obra se discutió y aprobó en reunión de autores después de
consultarlo con otros científicos sociales. La parte correspondiente a cada uno se dio
a conocer previamente a los demás, respetando las ideas personales. Tras algunos
meses de intensa dedicación apareció el primer volumen en julio de 1962, impreso en
la Editorial lqueima, gracias a los fondos que por esta única vez y con tal fin aportó la
Fundación de la Paz. La edición constó de mil ejemplares numerados, para distribu-
ción restringida.

lQué impacto produjo el libro?


Antes de aludir al debate que suscitó, se deben recordar los fines con que fue
escrito:
l. Proponer, a escala nacional, la reflexión sobre el fenómeno e incitar a las estructu-
ras involucradas a externar su pensamiento con el propósito de buscar las bases de
un consenso orientado a frenar la hecatombe.

8. Orlando Fals Borda, Prólogo al primer volumen de la Violencia en Colombia, Bogotá, Editorial
lqueima, 1962, p. 11.
9. Ibíd., p. 17.

51
Este libro aspira a invitar al hombre colombiano a una serena meditación¡ al dirigente, al político,
al sacerdote, al educador, al profesional, al gobernante, al militar y al campesino que fue la
máxima víctima de esta obsesión colectiva 10•
2. Dar una campanada que al redoblar (como dice Fals Borda, Ibíd., 13) hiera la
sensibilidad de los colombianos y los obligue a pensar dos veces, antes de volver a
estimular el ciclo de la destrucción inútil.
3. Desmontar la maquinaria del odio 11 •
4. Señalar los factores que en el orden jurídico influyen en el fenómeno de la Violen-
cia12.
5. Iniciar estudios serios y científicos sobre el fenómeno de la Violencia13 •
6. Mantener vivo el interés del país para superar el trauma que lo agota 14.
La publicación del primer volumen generó una polémica tan intensa y enconada
como no la ha desencadenado hasta ahora ninguna otra obra en el país. Fals Borda 15
hizo un serio análisis al respecto. Con fines de estudio distingue cuatro etapas en la
reacción producida por el libro: 1) la inicial, de ponderación y expectativa (julio-
agosto de 1962); 2) la de clímax de la reacción, caracterizada por una campaña de
descrédito (septiembre-octubre del mismo año); 3) la de anticlímax (noviembre-di-
ciembre); 4) la de asimilación y crítica más "cerebral", caracterizada por la aparición
-a fines de 1962- de otros estudios y reseñas 16 •
Una síntesis de lo acontecido se impone: al comienzo pareció que la tesis de la
responsabilidad conjunta se abría paso, como se deduce de los testimonios de gentes
de ambos partidos: Lozano Simonelli, el editorialista de El Tiempo (26 de julio), Canal
Ramírez, el Dr. Andrés Holguín, Procurador General de la Nación, Gerardo Tamayo.
El exceso de demanda y la falta de copias dieron pábulo al rumor de que la edición
había sido recogida y de que el gobierno prohibía su circulación.
Lo cierto es que el diálogo se interrumpe y tanto liberales como conservadores con-
vierten el libro en pretexto de diatriba mutua, como lo comprueban los debates adelan-
tados en la Cámara de Representantes del 21 al 31 de julio (Anales del Congreso, 1962:
584,750,597,859,995,836,837). El Tiempo, Sucesos, la Batalla del Pueblo, La República,
El Siglo, La Patria, El Espectador, El País, El Colombiano, y el mismo Presidente tercian en
la pugna que a cada momento se toma más híspida y apasionada. También toman parte
el ministro de Guerra (General Ruiz Novoa), un jesuita (P. Miguel Ángel González), el
cardenal Concha, el Dr. López de Mesa, el Dr. García Niño. Los directores de periódicos,
reunidos en asamblea nacional convocada por los directores de La República y El Tiem-
po, mediante pacto suscrito el 4 de octubre de 1962 se comprometieron a:

10. Germán Guzmán Campos, La Violencia en Colombia, op. cite, p. 423.


11. Ibúl., p. 19.
12. Eduardo Umaña Luna, "El ambiente peilal de la violencia o faCtores socio,jurídicos de la impuni,
dad", en La violencia en Colombia, vol. I, Bogotá, Editorial Antares, 1962, p. 395.
13. Orlando Fals Borda, Prólogo ... , op. cit., p. 13.
14. Germán Guzmán Campos, "En busca de una terapéutica", La Violencia en Colombia, vol. rr, Bogotá,
Editorial Antares, 1964, p. 265.
15. Orlando Fals Borda, Introducción al vol. II de la Violencia en Colombia, Ed. Bogotá, Tercer Mundo,
1964, pp. 15-52.
16. !bid., p. 18.

52
... evitar toda polémica sobre la responsabilidad que en la Violencia hayan tenido los partidos
políticos, dejándole el necesario juicio histórico a una generación menos angustiada y cornprome~
tida.
Fueron 38 asambleístas de ambos partidos quienes -con excepción del director de
Tribuna (!bagué)- adquirieron este compromiso que tuvo vida efímera.
Como hechos colaterales figuran: la intervención del jefe del Estado Mayor de la
Policía, coronel Bernardo Camacho Leiva para quien el libro es "un pretendido estudio
sociológico"; el debate en el Congreso para acusar al entonces coronel Valencia Tovar;
un rumor de golpe de estado; la renuncia del Dr. Belisario Betancur como ministro de
Trabajo (El Espectador, 2 y 3 de octubre 1962). La diatriba se tradujo en un ataque cerril
al libro y sobre todo a sus autores. El detalle puede leerse en el estudio del. Dr. Fals
Borda17.
Si uno busca explicaciones de tamaña reacción, descubre que fueron los sectores
oligárquicos comprometidos quienes urdieron una estrategia a nivel nacional para
rehacer su imagen y buscar que el fenómeno de la Violencia pasara a un plano secun-
dario y marginal. Olvidaron que a la Violencia, como dice Joxe 18 , no se le debe dar
categoría de desván donde todo cabe.
Hecho el análisis de las distintas reacciones, aplicando categorías binómicas de
actitudes y roles relacionados con calidades de estratificación, se llegó a estas conclu-
siones: la reacción ante el libro fue eminentemente emotiva, desprovista de razones
científicas; dicha actitud se encaminó a preservar sistemas particulares y estructuras
obsoletas, discutibles e inconvenientes para el país; se pensó en razón de grupo y no de
interés colectivo; en la organización partidista tradicional seguía primando el secta-
rismo híspido, listo a externarse en forma agresiva o violenta; la acometida cobijó a la
obra, a los autores, a los defensores del libro, a la ciencia sociológica, a la Facultad de
Sociología y a la Asociación Colombiana de Sociología, evidenciándose con todo ello
que la Violencia estaba vigente en los estamentos directivos de nuestra sociedad; se
tendía a preservar los viejos mitos políticos, por encima de todo, se patentizó una vez
más que no existían ni un propósito nacional ni un consenso adecuado sobre lo que
debía ser el país 19 • Tampoco se admitió que el fenómeno conllevaba una fuerte dosis
de lucha de clases.
/Previmos los autores una reacción semejante? En parte, sí; pero por encima de
esto debía campear la verdad y la obligación de entregar un mensaje a todos lo colom-
bianos. Sopesamos también la oportunidad de lanzar el libro en ese. momento y el
sentido de nuestro compromiso primó sobre nuestra personal conveniencia. Ya pensá-
bamos con Lemer20 , citado por Fals Borda21 :
La publicación de un libro hace una exigencia sobre el decurso de la atención pública. Un libro
importante es un reto a las reacciones normales de su público. Si el reto se siente ampliamente,

17. !bid., p. 23.


18. AlainJoxe, "Examen crítico de los métodos cuantitativos aplicados a las investigaciones sobre las
causas de la violencia", en La violencia y sus causas, París, Editorial de la Unesco, 1981, p. 9.
19. Orlando Fals Borda, Introducción al vol. II, op. cit., pp. 48~51.
20. Daniel Lerner, "The American Soldier and the Public", en Robert H. Merton y Paul R Lazarstald
(Eds.), Continuities in Social Research, The Free Press, Glencode Ill, 1950, p. 212.
21. Orlando Fals Borda, Introducción al vol. a, op. cit., p. 15.

53
puede hasta provocar una crisis. Por lo mismo, una prueba de su importancia es la calidad, ampli~
tud y variedad que un libro produce en la vida afecriva de su público. En este senrido, la importan-
cia permanece mientras los conflictos de interpretación y evaluación se desarrollan públicamente.
La fase de la crítica puede coincidir con la aparición del libro, puede persistir por siglos, o puede
fluctuar de acuerdo con la época o la localidad.

2. Visión crítica del libro


Que el libro estremeció en sus cimientos a todas las estructuras sociales, es cierto.
Y que continúa vigente, pese a sus defectos, es innegable. Precisamente a esos defec-
tos aludo en seguida: es obvio que un libro se escribe en un espacio y tiempo dados y
que el de La Violencia en Colombia se editó cuando el país vivía una situación sui
generis demasiado compleja. En consecuencia, se lo debe juzgar dentro del contexto
del momento histórico en que apareció. Esto, en tesis general.
En lo concerniente a la parte que escribí suele afirmarse que es solamente descrip-
tiva. Lo admito, y también indico la causa: me correspondió dar una panorámica general
del fenómeno; en otras palabras, se trataba de mostrar a los colombianos el drama que se
había vivido y del cual sólo tenían informes dispersos, vagos, o conocimiento inmediato
de sucesos locales. Desde luego, esto se refiere al gran público, a las mayorías populares,
porque en las altas esferas sí se tenía noticia y detalle del trágico acontecer, pero nada se
publicaba por conveniencia de la clase dominante.
Por otra parte, en un estudio de índole como el nuestro se necesita una descrip-
ción. En ella se dan los elementos básicos aprovechables para elaboraciones más pro-
fundas. Lo curioso es que se me aplica una doble moral: me critican por descriptivo
pero calcan lo que esctibí. Y tienen tan buena estrella que se les extiende patente de
originales y creativos.
Viniendo a las críticas, desecho las inspiradas en el revanchismo, como esta:
El libro de Guzmán, Umaña Luna y Fals Borda tranquiliza a los verdugos; habla de la violencia en
pasado, la violencia es ya un hecho de la historia, del ayer. Habla de lo que sucedió pero que a Dios
gracias ya se acabó.
Esto no pasa de ser una afirmación contradicha por lo aseverado en la página 266 del
vol. u: "La violencia continúa enquistada en el desenvolvimiento histórico de Colombia''.
Hay críticas más serias que pueden contribuir a afinar el análisis en investigacio-
nes posteriores. Las enuncio para luego aludir a ellas:
l. La violencia es un reflejo local de la guerra fría que en ese momento predominaba a
nivel mundial. Los historiadores tradicionales se satisfacen con las versiones que
tienen en común una explicación exclusivamente interna y "nacional". Para ellos,
todas las motivaciones y los motores tienen asiento en el país y así se desvirtúa de
una vez la injerencia extranjera en los asuntos políticos o económicos colombianos22 •
2. He aquí otra crítica: el libro omite decir que la violencia obedeció a una lucha de
clases.

22. Urbano Campo, La urbanización en Colombia, Bogotá, Ed., Suramericana, 1977, p. 42: Urbanización
y violencia en el Valle, Bogotá, Ed., Alcaraván, p. 13.

54
3. Una tercera alega que los móviles económicos fueron los determinantes primarios
del conflicto.
4. Otro reparo al libro es este: no dice que la violencia se debió a la lucha por la
tierra.
Empezando por esta última crítica sostengo que dice una verdad a medias porque
en el libro sí se alude a este fenómeno.
En las otras se olvida que en el libro se hace constar lo que había acontecido en el
aspecto violento. Corresponde a los científicos sociales aprovechar la materia prima
que nosotros elaboramos y analizarla desde otras dimensiones como hacen Kalmanovitz,
Urbano Campo con buena suerte a veces, Hobsbawm, Gilhodés, Sánchez, Tirado Mejía,
etc. Una falla notoria de algunos críticos consiste en que arremeten contra el libro
pero no dan otras alternativas ni escriben ensayos mejores.
Opino que la falla fundamental de estas críticas se debe a tres causas: desconocimien-
to de los objetivos del libro; reducirlo a un compartimiento donde no caben otras opinio-
nes; tendencia a conferir categoría de dogmas a tesis teóricas que en él se plantean. En el
prólogo al primer volumen se expone: "El presente estudio debe considerarse como una
iniciación al análisis de la violencia en Colombia". Esto lo omite u olvidan ciertos críticos.
Innegablemente el libro tiene defectos: No es exhaustivo. /Algún libro lo es? No se
pudo hacer consulta total del material existente. Para dar ejemplos: sumarios dispersos
en distintos juzgados y tribunales, series de periódicos y revistas, fuentes militares acce-
sibles al investigador. A pesar de todo, el libro continúa siendo pionero, clásico, en la
investigación social y en la historia colombiana correspondiente a la época que estudia.
Hobsbawm23 , lo llama "valioso intento de analizar el fenómeno"; el Dr. Cataño, presi-
dente de la Asociación Colombiana de Sociología, lo pondera como proyecto de gran
aliento en la investigación empírica, hoy considerado como clásico en la materia24 ; Tira-
do Mejía conceptúa: es "el mejor trabajo que existe en castellano sobre el periodo de la
Violencia""; Kalmanovitz lo mira como un "análisis múltiple de las variables sociales y
políticas para explicar el hecho más importante de la historia contemporánea colombia-
na"26. No quiero hacer un recuento asfixiante. El libro continuará suscitando
encomiadores e impugnadores mientras se escriba sobre violencia en Colombia.
La consideración crítica del libro suscita también esta pregunta: l tuvo alguna
influencia en la creación natural? Hago, ante todo, una precisión: limito la respuesta
a la narrativa en sus formas de novela y cuento. ,
En el volumen I se explicita que la obra definitiva está por escribirse 27 • Se ha
afirmado que nuestro conflicto violento, como suceso histórico, "ha sido punto obliga-
do de referencia de casi tres decenios de narrativa. No hay autor que no pase directa

23. Eric J. Hobsbawm, Bandoleros, gamonales y campesinos, Bogotá, El Áncora Editores, 1983, p. 7.
24. Gonzalo Ca.taño, "La sociología en Colombia: un balance", en Memoria del III Congre.m Nacional de
Sociologfa, 20-22 de agosto, 1980, Bogotá, Ed., Guadalupe, 1981, p. 57,
25. Álvaro Tirado Mejía, "Colombia: siglo y medio de bipartidismo''i en Colombia hoy, Bogotá, Siglo
XXI Ed., 1978, p. 15.
26. Salomón Kalmanovitz, "Desarrollo capitalista en el campo colombiano", en Colombia hay, Bogotá,
Siglo XXI Ed., 1978, p. 328.
27. Germán Guzmán Campos, ''Antecedentes históricos de la Violencia", en La Violencia en Colombia,
2' ed., Antares Ltda., Bogotá, 1962, p. 23,

55
o indirectamente por el tema: éste está siempre presente, subyacente o explícito, en
cada obra" 28 •
El libro sirvió de fuente referencial o temática a una generación de escritores que
enfocaron la violencia como realidad enquistada en nuestro acontecer histórico 29 •
Ellos conforman una generación nueva que, en sentir de Mejía Duque, interpreta el
fenómeno en todas las manifestaciones de nuestra vida social y la mira más allá de la
anécdota para percibirla en la historia. Los más jóvenes denuncian la violencia en el
amor, en la universidad, en las relaciones familiares, en el lenguaje y, desde luego, en
las escrituras tradicionales, vertiendo su pensamiento en un nuevo estilo que quiebra
y distorsiona la sintaxis y desfetichiza la gramática para dar cabida a formas vivas y
aún truculentas del habla30 • Yo creo descubrir que esta prístina generación de escrito-
res ha empezado a "ver e interpretar a los seres humanos no como una situación, un
accidente marginal, sino como un conjunto de procesos" 31 • Sobre la influencia del
libro en este campo, se pueden plantear dos hipótesis: a} Contribuyó a romper fronte-
ras geográficas y "casuismos" locales; b) Sirvió para que la narrativa (cuento y novela}
comunicara al lector connotaciones diferentes a las acostumbradas en el realismo y le
hiciera tomar un comportamiento no determinado por la pasión política32 •

3. Nuevos elementos de interpretación


Hay una pregunta que se desprende de la temática anterior: iqué avances se
detectan en Colombia para interpretar la Violencia? Siguiendo a Senghaas33 , reformulo
así el interrogante: mediante la investigación empírico-analítica, dialéctica, ise ha
progresado en el análisis científico del fenómeno estudiando sus condiciones, causas,
factores determinantes y evaluando sus efectos sociales y políticos?
Ante todo considero que se ha superado casi definitivamente la tendencia a inter-
pretar nuestro conflicto basándose en manifestaciones aberrantes de la comisión del
delito, falla en que incurrieron autores nacionales y "no nacionales", especialmente
norteamericanos. Entre éstos se evidenciaba cierta inclinación casi patológica a ex-
plotar el libro (La Violencia en Colombia) en su aspecto sensacionalista34 •
Me parece que en autores colombianos y extranjeros (Gutiérrez-Anzola, 1962;
Posada, 1969; Camilo Torres Restrepo, 1970; Gilhodés, 1974, 1976; Molano, 1978;
Arocha, 1979; algunos estudios de Darío Fajardo, 1979; Ramsey, 1981 -con serias
reservas-; Oquist, 1978; Bermúdez Rossi, 1982; Gonzalo Sánchez, 1983; Henderson,
1984), por citar algunos, se nota empeño por analizar el fenómeno con creciente rigor
científico. No obstante, puede advertirse que no pocos buscan la etiología de la vio-

28. Laura Restrepo, "Niveles de realidad en la literatura de la Violencia colombiana", en Ideología y


Sociedad, N' 17-18, abril-septiembre, 1976, p. 21.
29. Germán Guzmán Campos, "La Violencia en la literatura colombiana", en Luna ... op. cit., p. 25.
30. Germán Vargas, La Violencia diez veces contada, Ibagué, Ed. Pijao, 1976, p. 14.
31. Luden Goldman, La creación cultural en la sociedad moderna, Barcelona, Ed. Fontamara, 1980, p. 17.
3 2. Jorge Eliécer Pardo y Sara de Mojica, Aproximaciones al ruento de la violencia en Colombia, inédito,
Bogotá, 1978, p. 4; Germán Guzmán Campos, "La violencia en la literatura colombiana", en Luna ... op. cit., p. 26.
33. Dieter Senghaas, "Contribución de la Irenología: La transdisciplinariedad", en La violencia y sus
causas, París, Ed. de la Unesco, 1981, p. 109.

56
lencia en la relación causa-efecto, lo cual ha dado origen, según Khan35 , a la "escuela
de los teóricos del conflicto" cuyo pensamiento se inspira fundamentalmente en Engels,
Marx, Weber y Parsons. Al respecto considero oportuno aclarar que las causas de la
violencia no deben estudiarse ciñéndose exclusivamente a la lógica causal por ser
demasiado simplista y unidimensional. Senghaas36 afirma que los múltiples procesos
con los que la violencia se autoalimenta, deben constituir el núcleo de su investiga-
ción. Joxe37 va más allá cuando expresa:
En su mayoría, los casos de violencia no pueden explicarse hoy fuera del marco histórico del
desarrollo del capitalismo, ya que éste no puede avanzar sino destruyendo las estructuras comuni~
tarias que todavía subsisten en el mundo.
Y luego puntualiza:
Hay que abordar [acrítica teórica del concepto de causa, dado que la causalidad viene siendo objeto
de importantes y retientes análisis epistemológicos. La interacción (o causalidad recíproca), la deter~
minación estructural (de las partes por el todo), la determinación teleológica (de los medios por los
fines), la determinación estadística de un resultado (por la acción conjunta de entidades cuasi
independiéntes), constituyen una serie de categorías de las que -desde el punto de vista marxista-
se debe demostrar la determinación dialéctica que las comprende en su totalidad.
Otro concepto utilizado en nuestro libro es el de disfunción. Aceptado durante
largo tiempo, ahora se le ha sometido a un proceso de revaluación; en opinión de
Senghaas38 , se le ha sustituido por una perspectiva analítica y filosófica muy diferen-
ciada, a partir de la. cual es posible hacer una evaluación de la violencia atendiendo
a su intensidad progresiva-regresiva. La problemática de la violencia y la contraviolencia
entra también en este contexto.
Los científicos sociales saben de cinco teorías que en la actualidad han cobrado
relativa significación para explicar la violencia:
a) La de la frustración-cólera-agresión 39 •
b) La de la privación relativa'°.
c) La de la curva J.41.
d) La del cambio social y de la frustración sistemática42 •
e) La de la modernización en sociedades tradicionales".
A tales teorías se les oponen serias objeciones generales y particulares. Khan 44, al
referirse a ellas, insiste en. que sus parámetros heurísticos son innegablemente

34. Paul Oquist, Violencia, confl.icto y política en Colombia, Bogotá, Talleres Gráficos del Banco Popular,
1978, p. 139.
35. Raskeeddud Khan, "La violencia y el desarrollo económico y social", en La violencia y sus causas,
París, Ed. de la Unesco, 1981, p. 194.
36. Dieter Senghaas, op. cit., p. 116.
38. Dieter Senghaas, op. cit., p. 111.
39. John Dallar, Frustation and aggression, New Haven, s.e., 1939, p. 21.
40. Ted Robert Gurr, Why men rebe!, Princeton, s.e., 1970.
41. James C. Davis, "Toward a theory of Revolution", en American Sociological Review 27, febrero,
1962, pp. 9-19.
4 2. H. D. Graham y T. R. Gurr, The History ofVwlence in America, Hiswrical and Comparative Perspective,
Washington, s.e., 1969, pp. 635-638.
43. S. P. Huntington, Political orden in changing societies, New Haven, s.e.-, 1965, pp. 39~50.
44. RaskeeddudinKhan, op. cit., p. 197.

57
etnocéntricos por estar "determinados con arreglo a la escala de valores de la comuni-
dad del Atlántico Norte". Asimismo subraya que la modernización -como razón expli-
cativa- es un concepto aducido por los estructuralfuncionalistas, los behavioristas y
los postbehavioristas como alternativa a lo que los marxistas llaman "revolución".

4. Consideraciones finales
Con base en el estudio de los varios procesos que alimentan el desarrollo de la
violencia en Colombia, destaco algunas conclusiones que juzgo importantes:
l. Estamos insertos en el sistema capitalista, por naturaleza violento, ya que uno de
sus fines inherentes consiste en imponer y mantener la relación social de domina-
ción de unas naciones por otras y de unas clases sociales sobre otras.
2. La persistencia de una formación social cimentada en relaciones de dominación
hace que la violencia no sea un subterfugio coyuntural y transitorio sino recurso
permanente utilizado por la clase dominante y por los sectores hegemónicos.
3. La violencia es una variable dependiente de la lucha de clases. Lo que no quiere
decir, advierte Pereyra4', que el enfrentamiento entre éstas asuma siempre formas
violentas, pero sí que esa contradicción antagónica insoluble reduce a ilusión,
carente de fundamento, cualquier pretensión de abolir la violencia de una vez
para siempre. Puede ser atenuada e incluso evitada por periodos más o menos
prolongados cuando se logra un equilibrio entre los secrores en pugna, pero se
mantiene como una amenaza latente pronta a estallar al menor indicio de ruptura
de ese equilibrio.
4. Pese a las intenciones de los gobernantes -discutibles o aceptables, sinceras o no-
ellos no pueden eludir un sistema que inevitablemente reproduce contradiccio-
nes de clase que se traducen en conflicto dentro de nuestra estructura societal,
agravado hoy por hechos sociales colaterales como d de la droga, la mafia y el
ascenso de la llamada "clase emergente".
5. Existe una correlación estrecha entre política, poder y violencia que toma diver-
sos matices y grados de aplicación entre nosotros. A nivel general, es ilustrativo el
pensamiento de destacados científicos sociales: Galtung, citado por Khan 46 , seña-
la que en la desigual distribución del poder subyace la violencia; Wright Mills41 ,
plantea una tesis similar cuando sostiene que toda política es lucha por el poder y
la forma postrera del poder es la violencia; Marx48 , ve en el Estado una máquina
para la opresión de una clase por otra; Max Weber4', afirma que solamente el
Estado posee el monopolio legítimo de la violencia.
6. En Colombia, la violencia tiende a convertirse cada vez más en el medio predomi-
nante de comunicación social entre el Estado y los sectores que lo impugnan. Los

45. Carlos Pereyra, PoUtica y violencia, México, FCE, 1974, p. 11.


46. Raskeeddudin Khan. op. cit., p. 193.
47. Wright C. Milis, The Power Elite, New York, s.e., 1970, p. 171.
48. Marx, Las Guerras Civiles en Francia, en K. Marx y E Engels, Obrru escogidas, vol. u, (ed. en
español), Moscú, Ed. Progreso, 1974, p. 199.
49. Max Weber, Economía y sociedad, México, FCE, 1969, p. 1060.

58
pactos actuales, como el de cese del fuego, pueden no pasar de una transacción
coyuntural. El futuro constituye una incógnita.
7. En cuanto al libio La Violencia en Colombia, considero que continúa siendo un
punto de partida para nuevas investigaciones. Su perdurabilidad como documen-
to pionero es incuestionable. No es omnicomprehensivo. La prosecución del estu-
dio del fenómeno violento no ha perdido su carácter de reto para los científicos
sociales, los cuales no deben enredarse en alegar si el libro se hizo bien o mal, sino
dedicarse a realizar más severos análisis para producir obras mejores.

59
Historiografía del bandolerismo

Eric J. Hobsbawm*

Aunque no soy propiamente un especialista en la historia colombiana, tengo el


mayor interés por este país y por sus movimientos sociales y políticos, desde cuando lo
visité por primera vez hace más de veinte años. Por consiguiente, he preferido abordar
en este ensayo un problema general, el bandolerismo, el cual está íntimamente vincu-
lado con el tema de la Violencia, sin que por ello pretenda sugerir que la Violencia se
pueda reducir al fenómeno del bandolerismo. Para los gobiernos, en periodos revolu-
cionarios, son bandoleros todos los que se sublevan contra el status quo. Obviamente,
ésta no es mi opinión. Sin embargo, como lo demuestra el valiosísimo libro de Gonzalo
Sánchez y Donny Meertens 1, el problema del bandolerismo es relevante al tema de la
Violencia.
En los últimos. veinticinco años se observa un notable auge de la historiografía del
bandolerismo, hasta el punto de que se ha vuelto casi un campo específico de los
estudios históricos. Hace medio año hubo en Venecia un seminario internacional
sobre bandoleros y bandas armadas en Europa entre los siglos XVI y XVIII, en el cu¡¡[
participaron historiadores de ocho países. Actualmente se prepara para la revista his-
tórica Past and Present un estudio sistemático sobre el bandolerismo en el Imperio
Romano. Es decir, que la historiografía del bandolerismo abarca hoy todas las épocas.
Además, los estudios sobre el tema se han extendido a todas las regiones del mundo.
Los historiadores chinos se interesan por este fenómeno, sumamente importante en la
historia de su país, donde desde hace muchos siglos, rebeldes, incluido Mao Tse Tung,
se han inspirado en la novela popular bandolera Al margen del agua. La última edición
de mi libro Bandidos', incluye el caso de un bandolero de Etiopía muerto en los años
sesenta, recogido por un estudiante de Addis Abeba. Hace poco tuve también cono-
cimiento de un artículo sobre un bandolero del siglo XIX en la isla de Ceilán. Al mismo
tiempo los estudios sobre el tema en los viejos centros del bandolerismo -Italia, Espa-
ña y los países de América Latina- se siguen multiplicando. Se buscan -y en la mayos
ría de los casos se hallan- bandoleros en todas partes. Es decir, que ya se hace posible
un estudio comparativo de este fenómeno social.
La moderna fase de los estudios sobre el bandolerismo empezó después de la Se-
gunda Guena Mundial. Femad Braudel fue tal vez el primero en anotar las variacio-
nes históricas del bandolerismo, al destacar la enorme expansión del fenómeno a fines
del siglo XVI en toda el área del Meditertáneo, vinculándola con la coyuntura econó-

* Hístoriador. Autor de Industria e imperio; La era del capital¡ Revolución industrial y agraria; Trabaja,
dores, rebeldes primitivos y bandidos; Profesor emérito de la Universidad de Londres y profesor de la New School
ofSocial Research.
1. Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos, Bogotá, El Áncora Edito,
res, 1983.
2. Eric Hobsbawm, Bandits, New York, Panteón Books, 1981.

61
mica de la época. Sin embargo, creo que el auge de los estudios sobre el bandolerismo
ha sido estimulado en gran parte por la formulación de un modelo sociológico del
bandolerismo como fenómeno de protesta social, modelo formulado en 1959 en mi
libro Rebeldes primitivos3, y luego en forma más elaborada en Bandidos. Gran parte de la
historiografía posterior, tomando ese modelo como punto de partida, lo criticó, mu-
chas veces con razón.
Para seguir la evolución del pensamiento histórico al respecto, resumiré la tesis
inicial en cinco puntos:
A. Ciertas formas de bandolerismo -no todas- se pueden considerar como ex-
presiones de una protesta social, tal vez de una lucha social ideológicamente muy
primitiva, pero no de protesta revolucionaria. Es ésta la modalidad que llamo, "ban-
dolerismo social", la cual parece mostrar una sorprendente unidad en todas las épocas
y áreas geográficas y culturales. Y son más uniformes aun las ideas populares, los mitos,
los cuentos, las canciones, etc., al respecto. Por ejemplo el estereotipo del bandido
medieval inglés Robin Hood se encuentra en muchos países, y es aceptado en regio-
nes muy distantes de su tierra natal: he encontrado folletos castellanos sobre él en el
Perú. Asimismo, he escuchado en el Chaco argentino, sobre el bandolero local de los
años treinta Maté Cosido, exactamente las mismas anécdotas que conocí en referen-
cia a Jesse James en los Estados Unidos.
B. La mayoría de los bandoleros, por cierto, no son bandoleros sociales en el
sentido que acabo de definir y mucho menos se ajustan al estereotipo del mito popu-
lar; lo cual no impide la "cooptación" contemporánea o retrospectiva de un tipo de
bandido a otro por la opinión pública.
Se excluyen de la categoría de bandidos sociales:
l. Las comunidades de delincuentes profesionales del mundo preindustrial -o sea
marginales-, los pícaros y otros que constituyen a menudo una contra-sociedad y
una contra-cultura.
2. Los bandidos sociales que actúan en comunidades y sociedades diferentes a las
suyas, dado que el bandolero noble de una comarca puede ser el ladrón de otras.
3. Aquellos que toman las armas al servicio de hombres poderosos o del Estado,
aunque es muy posible que un joven, en el curso de su vida, sea sucesivamente
servidor de un terrateniente, militar y bandido.
C. El bandolerismo social es un fenómeno sobre todo rural, y en gran parte propio
de sociedades rurales precapitalistas o en transición al capitalismo rural. En muchas
de tales sociedades, siendo siempre endémico, se vuelve epidémico en momentos de
inestabilidad y derrumbe tanto social como político de la sociedad agraria. El momen-
to más característico de tales erupciones es la época de transición a la moderna eco-
nomía agraria y a la moderna administración estatal. En cierto punto de esta evolu-
ción, desaparece el bandolerismo reconocido como "institución'' de la sociedad y se
convierte en otra cosa. En el Brasil, por ejemplo, el cangaceirismo se extinguió después

3. Eric Hobsbawm, Primitive Rebels, Manchester University Press, 1959.

62
de 1940 y en España a comienzos del siglo xx. Cuando permanece -como en Cerdeña-
cambia de naturaleza y después de los años 60 es ya un puro negocio criminal.
El bandolerismo se ve favorecido por ciertas condiciones ambientales o geográficas
que hacen relativamente inaccesible una región; por ciertas condiciones sociales (por
ejemplo, la disponibilidad de una determinada cantidad de jóvenes sin tierra y sin em-
pleo permanente); y por ciertas condiciones políticas y administrativas (por ejemplo,
debilidad, o fragmentación del poder público o estatal, comunicaciones difíciles, etc.).
D. En el modelo se analizaban tres variantes principales del bandolerismo social:
a) Elladrón "noble", tipo Robin Hood, Diego Corrientes, Luis Pardo (Perú) y otros. A
este tipo de bandoleros se atribuyen todos los valores morales positivos del pueblo y
todas sus modestas aspiraciones: roba a los ricos para dar al pobre, corrige los abusos,
defiende el orden moral del pueblo, no mata sino en autodefensa o justa venganza, y
así sucesivamente. b) El Cangaceiro, que expresa sobre todo la capacidad de la gente
del pueblo, gente humilde, de atemorizar a los más poderosos: es justiciero y vengador.
c) Los que llamo Haidukes, tomando como ejemplo los grupos de bandoleros y cristia-
nos proscritos en los montes de los Balkanes, los cuales representan un elemento per-
manente de resistencia campesina contra los señores y el estado turco. Es decir, en
circunstancias particulares, bandidos considerados como guerrilleros en luchas de
liberación, o en otros términos, bandoleros con una función política colectiva.
E. Intenté también analizar la condiciones que determinan el tamaño y la estruc-
tura de las bandas y los límites de su organización; la economía bandolera y sus rela-
ciones con la vida económica general; la estrategia política de los bandoleros y sus
relaciones con la política local, regional y estatal; y, por último, sus relaciones con las
grandes transformaciones y revoluciones socio-políticas.
Es obvio que este modelo, esbozado en mi libro Bandidos, se concentra en una sola
variante del bandolerismo, el llamado Bandolerismo social. En este sentido, no puede
ser considerado como un modelo general del fenómeno bandolero, y se mueve a veces
en marcos estrechos. El robo no es sólo protesta social, sino también, y ante todo, un
modo de ganarse la vida, un buen negocio, como diría el célebre Lampiao cuando un
periodista le preguntó por qué no había dejado sus andanzas. Muchas críticas a mi
libro han apuntado justamente a desmitificar bandoleros que han gozado de una repu-
tación noble, sobre todo en d Brasil.
Pero dejando de lado el bandolerismo como trabajo o negocio, el modelo mismo
del bandolero social ha sido criticado, y por lo tanto quisiera aquí hacer algunos
comentarios a las principales objeciones:
I. Hay colegas que niegan la real existencia de bandoleros sociales, y, sobre todo,
de "ladrones nobles". No niegan la universalidad del mito de Robin Hood. Sin embar-
go, se sostiene -y pienso sobre todo en el profesor Anton Blok, gran especialista de la
mafia de Sicilia- que ese mito está siempre ligado a bandoleros ya muertos, o sea, tan
lejanos, que sus prácticas nos son actualmente desconocidas4•

4. Anton Blok, «The Peasant and the Brigand: Social Banditry Reconsidered», en Compartive Studies in
Society and History 14, 1972, pp. 495-504.

63
II. Hay otra crítica en sentido opuesto, según la cual todos los bandoleros, inclu-
sive los más criminales, representan una protesta social. Este punto de vista, expuesto,
por ejemplo, por el doctor Carsten Küther', en su estudio sobre el bandidaje alemán
en el siglo XVIII, evoca las teorías de Bakunin, y de hecho se encuentra en los medios
de la ultra-izquierda europea de origen estudiantil del año 1968. Empero, no niega la
existencia, entre otros rebeldes delincuentes sociales, del bandolero noble, con su vin-
culación popular específica.
Con relación a estas dos críticas quisiera señalar lo siguiente: primero, me parece
importante mantener la diferencia fundamental entre el mundo criminal y de margi-
nales de las sociedades pre-industriales, y el mundo de los bandoleros sociales salidos
de la sociedad rural; entre los que pertenecen y siguen perteneciendo -así se hayan
ido al monte o estén en el presidio- a la sociedad "derecha" y no a la contrasociedad,
y los que se autoproclaman -por lo menos en inglés y alemán- "torcidos". Por esta
razón no acepto las críticas del tipo Küther. No obstante, es claro que en ciertos
países, como lo atestiguan trabajos recientes en el Extremo Oriente, el mundo de los
marginales sí jugaba un papel importante en el bandolerismo social y en las rebeliones
y alzamientos populares. Distinto es el caso, hasta donde se sabe, en Occidente, a
pesar de que la población vaga y pícara ha representado a menudo una proporción
considerable. Segundo, no todo bandolero es social. Claro que hay simples salteadores,
que roban a todos, inclusive a los pobres. Es posible que todos gocen de un cierto apoyo
en la sociedad campesina, por ser gentes del pueblo "que han sido capaces de rebelarse
contra su propia condición"'. Hay una cierta solidaridad entre los de abajo en el campo,
pero ésta no es suficiente para definir a un bandolero como social. Es social en la medida
en que no hace daño a los campesinos, es considerado diferente de un simple criminal,
y de utilidad pública. Sociales, por supuesto, son las cuadrillas de las veredas del Quindío,
cuya protección era solicitada por los campesinos, a pesar de su peligrosidad.
En casos de duda sobre la legitimidad del bandido social, el criterio es la función
de aquél. Los hermanos Mesazgi en Eritrea, en los años 40, se fueron al monte para
vengar a su padre, muerto en la cárcel, donde lo había puesto el señor del pueblo. Pero
la legitimidad de esta venganza de sangre era dudosa: por entonces carecían de legi-
timidad como bandidos sociales; pero en su búsqueda de apoyo contra el poderoso
clan de sus enemigos, los hermanos fomentaron una agitación agraria para liberar a los
campesinos de las faenas feudales que imponía el señor. A partir de este momento
dejaron de ser simples bandidos y fueron considerados "bandidos especiales" o socia-
les. Por tanto, el bandido social no se define por su intención subjetiva y menos aún
por su ideología de "ladrón noble", sino por su comportamiento, su función.
Además, en todas las zonas de bandoleros que conozco, la gente distingue entre
bandoleros "buenos" y "malos", e incluso emplea distintas palabras para referirse a
unos y a otros. El caso más tajante que conozco es el del Chaco argentino, y lo sé por
un policía rural del lugar. Había en los años treinta dos bandidos en esa región: "Maté
Cosido" y un tal "Velásquez". Maté Cosido, me decía el sargento José Avalas, había

5. Carsten Küther, Riiuber und Gauner in Deutschland, Gouíngen, 1976.


6. Gregario Colas Latorre y José Antonio Salas Ausens, Aragón en el siglo XVI, Zaragoza, 1982, p. 208.
Este estudio dedica varios capítulos al bandolerismo.

64
sido un "bandolero bueno"; nunca mató a gente del común, ni robó argentinos, sino
sólo a "los cobradores de la Bunge y de la Clayton". De otro lado, Velásquez había sido
un salteador y asesino "espantoso". El bandido bueno, medio mitificado, era un hom-
bre que este policía había conocido y capturado. Bandolero sí, era su oficio, como el
oficio de él era capturar bandoleros, pero "gente buena".
En todas las sociedades de clases hay dos tipos de infracciones a la ley oficial: las
que la opinión pública no considera ni criminales ni inmorales -como por ejemplo el
contrabando- y las que la opinión pública misma considera criminales, sean o no
delitos frente al código criminal del Estado. Hay, pues, dos tipos de ley. Criminales
para' el pueblo son los que contravienen su ley, es decir, la moralidad del pueblo. El
bandolero social es precisamente aquel que no es considerado como un simple crimi-
nal por el pueblo. Nada más legítimo en el capitalismo que el negocio de los banque-
ros; sin embargo, esto no impidió que a comienzos del siglo XX las compañías de segu-
ros se negaran a asegurar bancos en Oklahoma porque, decían -y cito el valioso libro
de James Green sobre el socialismo en dicho Estado- "aquí nadie considera el robo de
bancos como un crimen" 7•
Ahora bien, iexiste el ladrón noble en la realidad? La cuestión no es muy impor-
tante en sí, porque lo que cuenta no es si en tal o cual comarca existió alguna vez un
Diego Corrientes verdadero, por ejemplo, sino que en tan diversas zonas del mundo se
crea que deban existir hombres del pueblo que lleven la justicia al pueblo. Aun así
considero que de vez en cuando efectivamente los hay. Es natural que bandoleros que
actúan en zonas en donde el mito del ladrón noble es fuerte, se comporten en el teatro
de la vida popular de conformidad con este papel prestigioso y halagüeño. El bandole-
ro Jaime el Barbudo del país valenciano, celebró la Resurrección en su pueblo con
repetidas descargas, prohibió a su gente robar en este día santo y distribuyó diez mil
reales entre los habitantes del lugar.
Hay zonas en donde el mito y la tradición del buen bandido son fuertes, perma-
nentes y aun vivos -como por ejemplo en Andalucía-. Hay otras, donde parece débil
o ausente. Por tanto, la pregunta que surge es otra: iqué factores determinan estas
variaciones? El mito del ladrón noble parece fuerte en el Perú -<:aso Luis Pardo-, pero
no en la Colombia del siglo XIX, según lo ha sugerido Malcolm Deas. La pregunta exige
respuestas que hasta la fecha los historiadores no hemos dado.

III. La tercera crítica, aunque está de acuerdo con el modelo del bandolerismo
social, no lo limita a sociedades rurales precapitalistas o de transición hacia el capita-
lismo rural. El doctor O'Malley8, cita el caso de economías agrarias claramente capita-
listas y sin ningún pasado feudal, como la de Australia y la de Estados Unidos del siglo
XIX, donde se encuentran los mitos clásicos del ladrón noble y bandidos transformados
en héroes populares -como Jesse James y Ned Nelly- que aún viven en la literatura y
el cine popular. Tiene razón, indudablemente. Hay que ampliar el modelo en este
sentido. Sin embargo, hay que tener en cuenta tres cosas:

7. James R. Green, Grass-Roots Social~m, Baton Rouge, 1978, pp. 339-42.


8. Pat O'Malley, «Social Bandits, moderm capitalism and the traditional peasantry»,Journal of Peasant
Studies 6/4, 1979, pp. 489-99.

65
-Se trata en tales casos de zonas de frontera, de asentamientos pioneros con con-
flictos entre pequeños colonos cultivadores y grandes propietarios (Australia).
-Se trata, en otros, de zonas de conflicto entre cultivadores y la gran empresa
foránea que representa el mercado mundial del cual los cultivadores se sienten vícti-
mas; o entre ellos y los bancos, instituciones diabólicas pero inevitables. Los bancos
son los blancos típicos del bandolerismo en esta fase, porque -como ya lo mencioné-
todos están de acuerdo en que robar bancos es legítimo. Ned Kelly, en Australia,
nunca fue bandolero de carretera, atracó sólo bancos.
-Se trata, sin embargo, de fenómenos de transición, del siglo XIX más que del siglo
xx, aunque recientes estudios norteamericanos muestran una cierta recaída en las
viejas costumbres durante la catastrófica crisis de los años 30, caso Bonnie and Clyde.
Después de un cierto momento los pequeños cultivadores capitalistas descubren otros
métodos de protesta y de lucha, bajo otras ideologías. El bandido social, aunque so-
brevive en la sociedad capitalista, ya está moribundo.
IV. Queda una última crítica, tal vez más seria, del modelo. Y aquí hay que anotar
el valioso trabajo de Sánchez y Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos. Aunque
en mis trabajos no descuidé la dimensión política del bandolerismo, sin duda no le di
toda su importancia. Al respecto quisiera hacer algunas observaciones.
l. El bandido es, desde luego, político en el sentido de que no acepta la autoridad
estatal. En los diccionarios Amhara de Etiopía la palabra Shifta = bandolero es
definida de la siguiente manera: aquél que rechaza la autoridad del gobierno y de
la ley, vive en el monte, no paga impuestos ni tributos. De otro lado, la existencia
del bandido es prueba de la impotencia del poder y de su ley. Bandido en el
sentido original de la palabra, es el hombre puesto fuera de la ley, la cual se mues-
tra incapaz de castigarle, independientemente de la gravedad de su delito. Y,
como se evidenció en un reciente seminario sobre bandolerismo en los siglos XVI a
XVIII, poner tantos hombres fuera de la ley produce bandolerismo, porque a muchos
"nos les queda otro modo de subsistir". En este sentido, hay una correlación inver-
sa entre la evolución del poder y la administración estatales y el bandolerismo.
2. Parece que antes de la revolución burguesa en Francia -como lo señala el profesor
Sbriccoli, jurista interesado en cuestiones históricas- el bandolerismo como tal, es
decir, la asociación para delinquir, no era reconocido como delito y, por tanto, no
se encuentra en los códigos y manuales jurídicos de los siglos XVI y XVIII, pese a la
universalidad del fenómeno bandolero en estos siglos. Ello deriva, a mi manera de
ver, de la estrecha vinculación entre la sociedad burguesa y la evolución del Estado
nacional y territorial moderno, Estado de tipo históricamente muy específico.
3. Pero el crecimiento del control del Estado sobre el territorio nacional y sus habi-
tantes, amenaza no sólo a los bandidos, sino a la autoridad de la sociedad regional
y local, incluyendo a las estructuras del poder local. En este sentido, hay coinci-
dencia entre el programa ideológico del bandolero social y el de los campesinos,
que no es otro que la ideología de la conservación de un orden moral y social
tradicional -aunque con algo más de justicia- y el programa de toda sociedad
regional amenazada por la incursión del poder central.

({,
En este sentido, el bandolerismo es parte de la resistencia de todo el conjunto de
las fuerzas locales, y por lo tanto se establece una base de acuerdo entre todas esas
fuerzas. Me parece, si he comprendido bien el libro de Sánchez y Meertens, que este
apoyo de estructuras del poder local que se resisten a la imposición del poder central
después de 1958, ha sido un factor esencial en la supervivencia de las cuadrillas en
algunas regiones de Colombia. Lo subrayo aquí, aunque estamos todos de acuerdo en
que éste es sólo un aspecto más del fenómeno. Por supuesto, fue más fácil para los
poderosos integrarse a la nueva fase de la evolución del Estado nacional, adaptándose
de i¡n modo aceptable para ellos. Con ello perdieron las cuadrillas esta protección
política local que les había sido tan útil. Se les obligó a sobrevivir de otra manera. El
caso colombiano no es el único en América Latina, aunque las circunstancias sean
parriculares. Se necesitan estudios comparativos de otros casos, tales como Perú, Bra-
sil, México, en épocas comparables.
No es preciso recordar, porque es conocido, y además obvio, el papel que pueden
jugar cuadrillas armadas en las luchas políticas -tanto partidarias como entre fami-
lias- en regiones en donde todavía no se ha establecido la supremacía del gobierno
nacional. Tampoco es necesario recordar el papel de dichas cuadrillas en situaciones
en que el poder central se debilita o desaparece temporalmente.
La Revolución Francesa y las guerras que le siguieron trajeron consigo una ola
de bandolerismo -en su mayoría de cuadrillas de criminales- en amplias regiones de
Europa Occidental, que duró entre diez y veinte años. Y esto es en Estados con una
sólida administración arraigada desde siglos.
Quedan algunos problemas que los historiadores del bandolerismo, hasta la fecha,
han descuidado, y me parece que la experiencia bandolera de la Violencia colombia-
na puede ser sumamente útil, porque es quizás la manifestación más notable del ban-
dolerismo en el siglo XX. El caso colombiano puede servir como medida del tamaño
máximo de tales fenómenos.
Ahora bien, les posible llegar a conclusiones cuanritativas sobre la densidad ban-
dolera? Según Gonzalo Sánchez, en los primeros años de los 60 había en el Tolima -
Departamento de mayor intensidad bandolera- alrededor de ochocientos hombres
armados, para una población de aproximadamente ochocientos mil habitantes, dejan-
do de lado las redes de apoyo civil y los bandoleros ocasionales. No es una cifra muy
alta. Además, esto me sugiere que, en la situación actual, las estimaciones oficiales
sobre las fuerzas guerrilleras son demasiado exageradas. Me sorprendería si hubiera
más de cuatro mil hombres en las FARC, lo que equivaldría a un promedio de ciento
cincuenta por cada frente, o menos. Y se trata de formaciones mucho más estructuradas
y con logística superior a las de los años 50.
Entonces, iqué factores determinan el número de bandoleros sostenibles por una
región? iPor qué no.había más, o menos? iPor motivos logísticos? iPor razones económi-
cas? iPor razones político-sociales? iO por no salir del equilibrio entre los que produ-
cen y los que viven del excedente de la producción, de un modo u otro? Y, como se
sabe, los bandoleros no producen, sino que son económicamente parasitarios. De un
lado, al bandolero como al explotador le hace falta una economía viable para florecer.
De otro, si se arranca demasiado de la economía, las bases de la existencia tanto de los
productores como de los que viven del excedente se derrumban, lo que no molesta a

67
invasores extranjeros temporales pero sí a fuerzas que permanecen dentro de la eco-
nomía. Sabemos -lo ha mostrado Carlos Miguel Ortiz- que este problema ha sido
solucionado en el caso colombiano: aquí el bandolerismo fue totalmente compatible
con el auge de la economía cafetera y, además, se apoderó de importantes recursos de
este auge.
Pero esto sugiere otras reflexiones comparativas. iEn qué medida un bandolerismo
de gran tamaño depende de la aprobación de productos fácilmente comercializables,
y, añadiría, fácilmente transportables? El problema es capital para zonas rurales. Sería
interesante ver cuáles son las bases económicas del bandolerismo -si lo hay- en zonas
de cultivo de trigo o de papa. Se sabe sí de bandolerismo en zonas ganaderas -pienso
en el norte de México y en el centro de Sicilia- aunque el ganado plantea más proble-
mas que el café.
Claro que el bandolerismo puede no depender del excedente agropecuario, sino
del comercio de tránsito en las carreteras, o en los ferrocarriles (caso del Oeste norte-
americano), o del excedente de la acumulación (bancos). Esto tiene la ventaja de
que no molesta a nadie en el lugar. No obstante, hay muchos casos de regiones bando-
leras distantes de los grandes ejes comerciales.
Hay otro aspecto distinto del problema económico: el político. Mientras que las
cuadrillas no quiten demasiado a los campesinos que forman su base de apoyo, ésta se
mantiene sin mayores dificultades. Pero si aquéllas se hallan en la necesidad de arran-
car más de lo que es tolerable o tolerado por la base, en tal caso el apoyo se derrumba.
Éste fue también un factor importante en la liquidación de las cuadrillas colombianas
en la primera mitad de los años sesenta, después de perder la protección de las estruc-
turas de poder locales y los recursos que éstas les proporcionaban.
Hay un último problema que sugiere el caso colombiano. Los historiadores suelen
hablar de "bandolerismo social" como de un sola entidad. En verdad, en cierto modo,
los bandoleros sociales tienen algo en común, es decir, una cierta actitud benévola del
pueblo que va desde el silencio frente a las autoridades, hasta la simpatía y el apoyo.
Pueden ser malhechores y peligrosos, pero hay algo que les separa de los simples crimi-
nales. No son comúnmente considerados "antisociales" en el sentido que dan a este
vocablo los comunicados militares. Pero cabe la pregunta: iexiste un solo tipo de ban-
dolerismo social o constituye éste un género compuesto de distintas especies? Me
parece que el caso del bandolerismo de la Violencia es bastante específico. Parece
que en las regiones azotadas por esta Violencia no había una tradición secular de
bandidos, como sí la hubo en regiones de China o en los Balkanes. En el caso colom-
biano, las cuadrillas surgieron de la cuasi-guerra civil de 1949-53, y conservaban algo
-quizá mucho- de las guerrillas partidario-ideológicas. Algunas tuvieron después cierta
evolución ideológica autónoma. Tales casos son bastante raros, aunque sería intere-
sante comparar las cuadrillas colombianas con la evolución ulterior de las guerrillas
griegas después de la liberación parcial de su país, y con otros casos militares. Me
parece que se requiere una tipología más elaborada del bandolerismo social. Y ésta
necesita muchos más estudios de caso de los que hay hasta la fecha.
Sin embargo, el interés del historiador social por el bandolerismo remite a lo que
todos estos fenómenos tienen en común, tanto del lado de los bandoleros como del
lado de la ideología popular, de protesta y de rebeldía. Todos representan lo que

68
Medófilo Medina llama "una forma tradicional de conciencia popular", y de actua-
ción política popular. Y aquí también, finalmente, el caso colombiano aclara proble-
mas más generales, porque, como hemos visto, bandoleros y guerrillas empiezan su
existencia en la misma matriz. No hay desde el primer momento bandoleros de un lado
y guerrilleros de otro, entre los cuales existan diferencias fundamentales y polares.
Hay una evolución divergente hacia el cuadrillismo, de una parte, y movimiento gue-
rrillero concientizado, de otra, a partir de algo que en su origen hubiera podido tomar
cualquiera de los dos rumbos. Sin embargo, el hecho histórico fundamental es que las
cuadrillas han desaparecido y las guerrillas no. Ello prueba que una conciencia mo-
derna es más adecuada a la lucha social que la conciencia tradicional.
Parece claro, entonces, que el caso colombiano es sumamente interesante para el
estudio comparativo del fenómeno bandolero. Pero esto no es más que un aspecto de
una problemática histórica mucho más amplia y compleja. Mirando la historia del
siglo xx en su conjunto, se pueden reconocer tres grandes temas:
- El tema del desarrollo, a veces dramático y revolucionario, de la economía mun-
dial capitalista, inclusive en el llamado "Tercer Mundo". El caso colombiano en los
últimos años es impresionante, aunque no único.
- El tema de la gran ola de revoluciones sociales, o más bien del proceso revolu-
cionario permanente, a veces interrumpido, a veces reanimado, que ha culminado en
algunas ocasiones en verdaderas revoluciones sociales, pero que en la mayoría de los
casos no ha logrado tal objetivo. El caso colombiano es el de un proceso revoluciona-
rio, un avance hacia lo que hubiera podido ser una revolución social, pero que no ha
llegado, hasta la fecha, a ningún tipo de resolución.
- El tema de la incorporación de las masas al proceso político, o en otros términos,
el problema para las clases dirigentes de cómo integrar esa fuerza política en sus siste-
mas socio-políticos, sin perder el control y evitando las revoluciones sociales.
En la mayoría de los países de una sociedad burguesa establecida se lograron solu-
ciones más o menos estables; en Colombia, tal vez por la rapidez de la evolución en los
años 1930 y 1940, tal vez por el desequilibrio entre cambios socio-económicos y el
estado nacional atrasado y en formación, el sistema político fue abrumado. La Violen-
cia, me parece, hay que verla en términos del parto de un nuevo mundo pronto a
surgir, pero que no logra el nacimiento, y, de otro lado, de un viejo sistema que no
logra por el momento hallar una forma de estabilidad burguesa.
Por todo lo anterior, la historia de la Colombia contemporánea, inclusive la histo-
ria de sus bandoleros, se presenta casi como un laboratorio para los historiadores de los
movimientos sociales y políticos de nuestra época, y más aún, para los historiadores de
las grandes transformaciones socio-políticas del siglo xx. Ya tenemos la suerte, gracias
a los trabajos recientes, en su mayoría de jóvenes colombianos, de disponer de mate-
riales sumamente valiosos para el análisis de la historia comparativa del mundo con-
temporáneo.
II
Antecedentes de la violencia
Política y partidos en el siglo XIX,
Algunos antecedentes históricos

Aunque no cabe duda de que el sistema político colombiano ha sido bastante


proclive a la violencia, tampoco es menos seguro que de hacerse una historia cuanti~
1

tativ~, acumulando el total de machetazos y tiros de todo el siglo XIX, Colombia habría
sido un país menos violento que los Estados Unidos.
Los antepasados míos, sin embargo, tuvieron la cordura de aislar la violencia a lo
largo de la frontera indígena, en el lejano oeste y en el resto del país, de comprimirla
a los cuatro años que duró el traumatismo de nuestra guerra civil de 1860, guerra
todavía sin par entre los conflictos políticos del hemisferio en lo que a número de
muertos y heridos se refiere. Aparentemente, ha sido menos dañina, a largo plazo, esa
lucha sangrientísima que sufrió Colombia en pequeñas pero interminables entregas.
No ahondaré, empero, en las instancias de la violencia política como tal, sino que
me referiré al sistema político en términos generales. Conviene entonces que nos
remontemos a la guerra misma de la Independencia durante la cual se dieron sucesi-
vos intentos de crear instituciones republicanas, hasta que el Congreso de Cúcuta
creó las formas constitucionales que presumiblemente habrían de ser definitivas.
El documento resultante del Congreso de Cúcuta -la Constitución de 1821- fue
un documento típicamente liberal de su época, con garantías individuales, autorida-
des electas y separación de poderes. En esa separación de poderes, no obstante, el
ejecutivo, inevitablemente, pesaba algo más frente al conjunto de las ramas legislati-
va y judicial, pues tenía en sus manos las llaves del tesoro y el mando inmediato de las
fuerzas armadas, o sea, de la violencia oficial. Este sistema convencionalmente liberal
no era, por supuesto, democrático o por lo menos no se llamaría democrático hoy día.
Teóricamente el pueblo era soberano, pero según la misma letra de la Constitu-
ción, la voz del pueblo la llevaba sólo la pequeña minoría que cumplía los requisitos
constitucionales, sociales y económicos para poder elegir y ser elegido. Es casi imposi-
ble calcular qué porcentaje de la población llenaba esos requisitos, pero hay para
Bogotá indicios de que habría equivalido aproximadamente a un 14% de la población
masculina adulta. En todo el país este porcentaje habría sido menor, aunque probable-
mente no menor que, por ejemplo, el de la Gran Bretaña por la misma época. No fue
éste, por supuesto, el rasgo de la Constitución de Cúcuta que le incomodaba al Liber-
tador, quien no ocultó su inconformidad con la carta Grancolombiana a la que, pare-
ce, objetaba, principalmente, la división de facultades entre el Congreso y el poder
ejecutivo, demasiado favorable a aquél en su concepto. En realidad, semejante obje-
ción carecía de validez, mientras el vicepresidente Santander ejercía el poder ejecu-
tivo en ausencia del Libertador, pues él sabía manipular el cuerpo legislativo con una

• Historiador. Autor de El régimen de Santander en la Gran Colombia y Eduardo Santos y la política del buen
vecino. Profesor de las universidades de Florida y Delaware, ex director de Hispanic American Historiad Review.

73
finura casi turbayista y realmente el Congreso nunca obstaculizó la labor del ejecuti-
vo. Fue más bien la insatisfacción de Venezuela, y en especial Caracas, con su papel
subordinado dentro de la unión, que mediante la rebelión de Páez de 1826, dio al
traste con la estabilidad política de la nueva nación y le dio al Libertador el pretexto
para plantear la necesidad de una reforma constitucional. Como se sabe, él esperaba
verla realizada de acuerdo con las pautas trazadas en su constitución para Bolivia, de
una monarquía constitucional disfrazada. En todo caso, lo importante es que Bolívar
se sumó al coro de quienes atacaban abiertamente el gobierno establecido en la Gran
Colombia, al lado de venezolanos separatistas que no habrían conciliado con ningún
tipo de gobierno que pretendiera dirigirlos desde la lejana y friolenta ciudad de Bogo-
tá, y también aliado de todos los que se sentían ofendidos por cualesquiera de las
reformas liberales que Santander y los suyos trataban de implementar en la Gran
Colombia, incluyendo las que había decretado el mismo Congreso constituyente. Los
motivos de queja y de protesta eran muchos y variados: desde la supresión de conven-
tos menores y la enseñanza de Bentham en lo eclesiástico, hasta la ley de manumisión
en política social; y en lo fiscal, ese intento de introducir la llamada contribución
directa (primer impuesto a la renta en la historia colombiana) en sustitución de la
alcabala colonial.
Por lo menos en la Nueva Granada, los grupos que se mostraban descontentos con
la obra de Santander, alineándose con Bolívar en su contra, prefiguraban hasta cierto
punto el posterior Partido Conservador, aunque no usaban todavía ese lema político.
Más bien, todo el mundo se llamaba a sí mismo liberal, un término que equivalía en la
época de la emancipación a patriota, republicano, buen tipo. Pero unos liberales, na-
turalmente, eran más liberales que otros, y los liberales de tendencia más moderada
podrían considerarse proto-conservadores. Incluían ellos al grueso del clero y también
la flor y nata de la aristocracia santafereña (que siempre miraba un poco despectiva-
mente a Santander como a un advenedizo provinciano), .e igualmente la de Popayán,
aun cuando gente como los Mosquera y Arboleda no eran nunca incondicionales del
Libertador: eran incondicionales de ellos mismos.
El bando santanderista, por su parte, se componía sobre todo de profesionales oriun-
dos de las provincias de oriente, como Santander mismo, para no mencionar a cierto
puñado de negociantes antioqueños también bastante amigos de él. En la interpretación
de Liévano Aguirre, éstos conformaban la verdadera "oligarquía" neogranadina, y no
aparentemente la aristocracia bolivariana de Santa Fe ni los miembros del clan Mosquera.
Sin embargo, a mí me parece que los santanderistas eran más bien una baja oligarquía o
especie de oligarquía emergente, enfrentada a la alta oligarquía de simpatías predomi-
nantemente bolivarianas. Era emergente en cuanto sus baluartes regionales habían sido
algo rezagados durante la Colonia y también en tanto el gobierno republicano les había
deparado a sus miembros la ocasión de figurar políticamente de un modo antes imposible
por la estrechez de oportunidades disponibles. Se dice, y con razón, que la clase política
republicana -el "país político", como decía Gaitán- era minoritaria, aunque una mino-
ría más grande que la anterior. Hubo, en efecto, una ampliación apreciable del número
de actores políticos a consecuencia del tipo de instituciones establecidas, con separa-
ción de poderes, cuerpos legislativos y hasta cuerpo diplomático en el exterior, más unas
fuerzas militares también más grandes que las anteriores. Se multiplicaron, pues, las

74
oportunidades de ascenso por la carrera burocrática y legislativa, además de la militar, y
era natural que la irrupción en el escenario público de tantas caras nuevas hubiera
enojado, por lo menos subconscientemente, a ciertos grupos que antes acaparaban tanto
el poder informal de que gozaban los criollos aun dentro del régimen colonial, como el
prestigio social, etc. Fricciones tenía que haber, y éstas tuvieron algo que ver con la
división entre santanderistas y bolivarianos, aun cuando también se daban excepciones
y se alineaban de un lado u otro gentes que no eran oligarcas, ni emergentes, ni emergidos,
y que no ocupaban ningún rango bien definido del escalafón social. Mas no sólo la clase
política en sentido estricto se había ampliado. Aun bajo un régimen de sufragio restrin-
gidd participaban como votantes muchas personas (artesanos, medianos terratenientes y
otros por el estilo) que casi no habían desempeñado ningún papel en la vida polírica
colonial sino cuando de repente se presentaban motines callejeros o algo así. Y claro que
la posibilidad de participar en motines también se amplió con la República, porque se
dieron más motines. Incluso se darían más guerras civiles, con el corolario de poder
figurar como carne de cañón.
Hasta qué punto tal suerte de participación hubiera sido voluntaria y con con-
ciencia de la causa a favor de la cual se luchaba, es una cuestión bastante compleja.
En el fondo había sin duda mucho clientelismo craso. No obstante, parece que los
caudillos con un estilo más popular, populista quizás, de liderazgo, como José María
Obando y el Almirante José Padilla, se identificaban principalmente con Santander,
lo que le habría dado al partido de éste un colorido social algo más democrático que
el partido bolivariano. Diría además, como hipótesis, que a este respecto el
santanderismo durante la Gran Colombia prefiguraba cierta mayor apertura a los gru-
pos sociales en ascenso entre las toldas liberales que entre las conservadoras.
Sea esto último lo que fuere, la ruptura que se produjo entre Bolívar y Santander
puso fin al que había sido en la Nueva Granada (no tanto en Venezuela) un breve
intervalo de estabilidad política. Sobrevino una época más convulsionada, pues las
medidas de fuerza de la postrera dictadura bolivariana resultaron incapaces de conju-
rar realmente la violencia y, al disolverse finalmente la Gran Colombia, casi se disgre-
ga internamente también la Nueva Granada. En 1832 regresó Santander, para gober-
nar la República neogranadina como si en el ínterin no hubiera pasado nada. Se
retomó así el hilo de la formación de las instituciones políticas en el punto mismo en
que se había roto, en la crisis final de la Gran Colombia. Ya antes del retorno de
Santander, se había expedido una constitución, la de 1832, bastante similar a la
grancolombiana, que a su turno había sido más acorde con la idiosincrasia de los
granadinos de lo que creía el Libertador. Santander, en todo caso, no tuvo mayor
dificultad en ajustarse a la nueva carta. El sí moderó algo los bríos reformistas que se
había permitido en el gobierno de la Gran Colombia, incluso tomándose proteccionis-
ta en comercio exterior, pero de ningún modo disminuyó su compromiso con la idea de
un estado liberal de derecho, representativo y electorero, sin duda algo leguleyo tam-
bién.
Para completar el cuadro de su estilo político -estilo que con el correr de los años
se haría tan típicamente colombiano- Santander, como Presidente de la Nueva Gra-
nada, demostró por otra parte alguna dosis de sectarismo partidista. Leguleyamente,
se cuidó bien de no violar directamente los derechos políticos de sus contrarios, y no

75
fusiló sino a verdaderos subversivos, pero se mostraba poco conciliatorio para con los
anteriores sostenedores de la dictadura, varios de los cuales tuvieron que marcharse
de la administración pública o de la fuerza armada. Así como era casi un Turbay, en
algunos de sus manejos legislativos, era un Lleras Restrepo en su convicción de la
absoluta corrección de sus propios puntos de vista y la total inexactitud de los contra-
rios. Es de notar, sin embargo, que demostraba un sectarismo de palabra y de asocia-
ciones, más que de violencia de hecho, por lo cual al final de sus días se mantuvo algo
apartado de la Guerra de los Supremos, que socavó nuevamente la paz política a la vez
que sirvió de criadero de los partidos políticos tradicionales. Los conservadores toda-
vía no usaban tal denominativo, pero fue precisamente durante ese conflicto civil que
los partidos cuajaron finalmente, con las características que iban a perdurar. ·
Ha habido varias polémicas sobre las bases sociales de los partidos, en especial en
sus orígenes, antes de que la herencia biológica de las filiaciones partidistas a través
de varias generaciones complicara demasiado el análisis. Es bastante claro, por su-
puesto, que los bolivarianos de los últimos años de la Gran Colombia se volvieran
todos conservadores. Entre éstos figuraban la mayoría del clero, militares como Herrán
y Mosqueta, y unos civiles como José Manuel Restrepo y Rufino Cuervo, quienes
habían sido bolivarianos más bien tibios. Pero también se unieron a ellos personas que
habían sido santanderistas furibundos, como Mariano Ospina Rodríguez, conspirador
seprembrino devenido prohombre del conservatismo. Se trataba, obviamente, de
santanderistas que habían ido moderando sus opiniones aun más que el propio Santander.
Quienes quedaron, pues, como fundadores del Partido Liberal, y en posesión exclusi-
va de ese lema, fueron los santanderistas a ultranza, de los cuales algunos lo eran por
razones doctrinarias, como Vicente Azuero, y otros por razones en buena parte tácti-
cas, como José María Obando.
Aún queda en pie el problema de la significación social de estas divisiones; pero
en términos muy generales casi parecen replicar las bases s.ociales del bolivarianismo y
del santanderismo de la Gran Colombia. Es decir, el Partido Conservador lucía un
poco más aristocrático -inclinándose a él las capas más distinguidas de la oligarquía-
en contraposición a un Partido Liberal cuyos fundadores no eran precisamente hom-
bres del pueblo, pero, con mayor frecuencia que los conservadores, provenían de las
capas altas bajas (o medias altas).
Las masas urbanas y campesinas se alinearon también, pero en gran parte por
factores clientelistas. Una excepción habría sido, a este último respecto, el estamento
artesanal urbano, más concientizado políticamente, cuyos miembros se dividían entre
las dos colectividades y, por lo menos en Bogotá, sabían cambiar de bando cuando les
parecía conveniente, de modo que apoyarían mayoritariamente a José Hilario López
en 1849, a Murillo Toro en 1857 y a Miguel Antonio Caro en los años noventa.
Es bastante obvio, en realidad, que los artesanos no tuvieron motivo propio para
apoyar masiva y continuamente ni a un partido ni a otro. Es más, si analizamos los
programas y la ideología de los dos partidos salta a la vista que el único elemento de la
sociedad que sí tenía razón contundente para afiliarse con uno solo era el clero, por-
que a medida que pasaban los años se perfilaba más claramente una diferencia entre
liberales y conservadores en política eclesiástica. Esta diferencia ya se vislumbraba en
las querellas políticas de la Gran Colombia, pero el conflicto religioso estalló en forma

76
definitiva sólo a mediados del siglo, cuando los liberales se sintieron de repente lo
suficientemente fuertes como para acometer frontalmente la reforma eclesiástica, y la
Iglesia y los voceros católicos laicos acentuaban su apoyo a la tradición católica roma-
na por una combinación de factores. El principal factor externo fue el creciente reac-
cionarismo del papado mismo, y el interno, la convicción cada vez más fuerte de que
sólo la tradición religiosa sería capaz de contener la descomposición social y política
que los espíritus timoratos veían por todas partes.
Mas en otras áreas se necesita una buena lupa y buena dosis de bizantinismo para
distip.guir las diferencias programáticas, si las hubo, entre liberales y conservadores.
Aquellos armaron un gran escándalo sobre las tendencias supuestamente autoritarias
de la Reforma Constitucional llevada a cabo en 1843 por los conservadores (o ministe-
riales como todavía los llamaban en aquel año). Pero mirada con un mínimo de pers-
pectiva histórica, la Constitución de 1843 parece casi idéntica a la de 1832, que a su
vez se parecía mucho a la de 1821 de la Gran Colombia. Ni siquiera la cuestión del
federalismo dividía fundamentalmente a los partidos antes de la década de los ochen-
ta, pues no faltaron ni liberales centralistas ni conservadores federalistas, siendo la
única generalización totalmente válida la de que los federalistas confesos, si llegaban
al poder nacional, tendían a moderar su propio federalismo, mientras que los centra-
listas que pararon en la oposición ya tendían a cuestionar la concentración absorbente
del poder en manos del gobierno central. Y en fin, ni siquiera los fundadores del
conservatismo que habían sido fervorosos partidarios de la última dictadura de Bolí-
var pensaron en reactivarla. O sea que no dejaron ellos tampoco de abogar por un
estado liberal de derecho, constitucional y representativo. A lo sumo, solían los con,
servadores definir las garantías individuales en términos menos absolutos y acrecentar
el peso relativo del ejecutivo frente a los demás poderes, aunque siempre rodeándolo
de explícitas restricciones escritas. Por todo esto el conservatismo -en lo político y
constitucional- no pasó realmente de ser un liberalismo moderado, y no constituye
ninguna excepción a este respecto la Constitución de 1886, cuyo centenario los co-
lombianos están a punto de celebrar (o deplorar, según el caso).
Pues también en la carta de Núñez y Caro se guardaron todas las apariencias de la
soberanía popular, de las libertades políticas, incluso en la separación de poderes, por
más que se fortalecía simultáneamente el ejecutivo nacional y se reforzaba el orden
social mediante una alianza estrecha -de inspiración,esencialmente táctica en lo que
a Núñez se refiere- con el poder eclesiástico.
Podría objetarse aquí tal vez -y la Regeneración nos proveería de muchos ejem-
plos de esto- que los conservadores, a pesar de profesar unos principios políticos de
tinte liberal (de un liberalismo moderado), se comportaban de una manera diferente,
violando, aun con mayor frecuencia que los liberales, las normas constitucionales en
su afán de represión de sus adversarios. Mas no estoy muy de acuerdo con semejante
tesis. De entrada diría -aun cuando al profesor Deas, si mal no me acuerdo, le caye-
ron bastante duro por decir cosa similar-, que durante el siglo XIX en Colombia casi no
había represión política que valiera la pena, por lo menos a nivel nacional, ya que las
arbitrariedades de gamonales locales no siempre salían a la luz pública. No se dio, por
ejemplo, nada parecido a la ola de linchamientos de negros libertos que se produjo en
el sur de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX.

77
Menos todavía se parecían las pocas y desteñidas dictaduras colombianas al régimen
del argentino Rosas o las de García Moreno y Veintimilla en el Ecuador, sin decir
nada de los totalitarismos del siglo xx. Y la represión más grave, en todo caso, no fue
la que se ejerció en contra de ocasionales líderes políticos de uno y otro partido sino
los destierros arbitrarios y en masa de artesanos bogotanos, gente del pueblo en fin, en
1854 después de la derrota de Melo y en 1893 a raíz del "bogotacito" de ese año.
Es más, si una de las dos colectividades políticas era más violatoria de las normas
constitucionales, creo que habría sido el Partido Liberal, por su condición de partido
minoritario a todo lo largo del siglo XIX (siglo que en la práctica se extiende por lo
menos hasta los años siguientes a 1930). Lógicamente no podría ser de otra manera,
por su enfrentamiento con la Iglesia y por la sencilla razón de que el clero, en última
instancia, tenía mejores posibilidades de influir en las opiniones y en el comporta-
miento político de las masas que cualquier político liberal. Por esto, aunque los libera-
les por primera vez implantaron el sufragio universal de varones -y en la provincia
líder de Vélez hasta adoptaron brevemente el sufragio femenino, por primera vez en
América Latina y casi en el mundo- no tardaron en cambiar de parecer en la materia. Es
que las elecciones llevadas a cabo con sufragio universal varonil bajo las constituciones
de 1853 y 1858 favorecieron algo más a los conservadores que a los liberales, quienes al
regresar al poder por la vía armada en 1861, en la única guerra civil exitosa de la historia
colombiana, dieron varios pasos atrás. El derecho de sufragio por la Constitución de
Rionegro se dejó a la discreción de los Estados, de los cuales, algunos reimplantaron un
sufragio limitado y otros se contentaron simplemente con hacer fraude masivo. La época
de la Federación fue la edad dorada de la manipulación electoral en Colombia. Tampo-
co faltaron unos chanchullos electorales durante la Regeneración, más otros casos de
arbitraria violación de los derechos políticos, pero todavía siendo mayoría, los conserva-
dores no tenían necesidad de hacer fraude para ganar. Ellos lo hacían más bien para
escarmentar.
Si en materia política había entonces muy pocas diferencias entre liberales y con-
servadores, en la política económica surgían menos todavía. Hubo discrepancias eco-
nómicas, claro está, e importantes, en la vida colombiana del siglo XIX. La más obvia
de éstas fue el conflicto entre proteccionismo y el mal llamado libre cambio en lo que
se refiere al comercio exterior. Pero no figuraban las huestes liberales de un lado en
estas discrepancias, y todas las conservadoras del otro, sino que se enfrentaban indis-
tintamente facciones o subgrupos de los dos partidos. A brocha muy gorda, las dos
colectividades aceptaban sin cuestionamiento serio la ideología económica dominan-
te del siglo XIX, de libre empresa y dejar hacer, que les convenía bastante bien a todos
los sectores de la clase dominante. Ellos discrepaban por lo tanto sólo con respecto a
unos detalles concretos, y como queda dicho, sin constituirse en dos bloques monolíticos
antagónicos. No les convenía por igual semejante ideología a todas las clases popula-
res, y los artesanos por eso libraron una batalla larga en contra del librecambismo,
pudiendo establecer alianzas tácticas transitorias con diferentes facciones de los dos
partidos pero sin alcanzar nunca una protección realmente eficaz.
Si no había, pues, diferencias sustanciales entre los partidos, salvo en política
eclesiástica, /por qué se produjo una vida política tan reñida, y aun violenta? Hasta
cierto punto, sin duda, las personas creían que eran más nítidas las diferencias que las

78
separaban de lo que eran en realidad; y como impulso de la acción humana, más vale la
creencia que la realidad.
Pero tampoco puede descartarse la tesis tantas veces planteada de que la lucha
política en Colombia giraba alrededor de unas rivalidades por el control de los puestos
burocráticos, del exiguo botín que reposaba en las arcas públicas, o simplemente del
status que conferían los altos cargos. Siendo tan limitadas las posibilidades de medrar,
o de figurar, en la actividad económica privada, por el estancamiento secular, ipor qué
no buscar en la política una alternativa? Habría que preguntar además si para muchos
colombianos la política no era (y sigue siendo) una especie de deporte al que se asistía
como a un partido de fútbol y que se practicaba tal como un juego de tenis o de tejo.
Incluso la guerra civil podía ser un juego para algunos. Sin embargo, las elecciones
llenaban mejor todavía los requisitos de la política cual deporte, y pocos países del
mundo han compil~do una serie tan larga de elecciones nacionales y regionales como
Colombia, sobre todo, en el tercer cuarto del siglo XIX, cuando el país vivía una cam-
paña electoral casi continua. Este arraigado electoralismo contribuyó sin duda a pro-
ducir la violencia, porque las derrotas no siempre se aceptaban pacíficamente y en
otras ocasiones un poco de violencia preventiva se esgrimía como táctica para impedir
la votación enemiga.
Así y todo, el sistema electoral tuvo una real importancia en la vida nacional. El
cambio de gobernantes se hacía ordinariamente por la vía electoral, y no sólo cuando
se trataba de un mero relevo dentro del mismo partido gobernante sino también -
salvo la Revolución de 1860-61- cuando se trataba de un cambio más profundo. Ejem-
plos de lo último serían las reformas liberales de mediados del siglo, que se abrieron
paso a partir de la elección presidencial de José Hilario López, y la misma Regenera-
ción, que nació con las dos elecciones de Rafael Núñez, aun cuando hacía falta la
aventura belicista de los Radicales del año 1885 para que la llevara a feliz término. Por
otra parte, la permanente competencia electoral fue probablemente el más importante
de todos los factores que hacían arraigar entre las masas ciudadanas una mística
partidista y afición por la política nacional. En Colombia había política partidista na-
cional aun antes de que hubiera realmente una economía nacional o una cultura
nacional, a cuyo respecto resalta la precocidad del desarrollo político en. comparación
con un desarrollo global más lento. Quienquiera que tenga fe en los valores del nacio-
nalismo forzosamente tendrá que rendirles tributo a esos partidos tradicionales y a su
electoralismo forjador de patria. Sólo es de lamentar que los mismos partidos en dis-
tintas ocasiones casi destrozaran la misma patria que iban forjando.

79
Algunos interrogantes sobre la relación
guerras civiles y violencia

Malcolm Deas •

Existen numerosos niveles de explicación histórica del fenómeno de la Violencia.


Por ejemplo, la opinión generalizada de que existe una relación entre las numerosas
guerras civiles del siglo XIX en Colombia y la Violencia de los años 40-50 y aun la más
reciente, hipótesis que está llegando a convertirse en un lugar común.
Los avances de la historiografía colombiana de los últimos veinte años son notables.
Existe lo que se puede llamar "arqueología de conflictos"; se ha avanzado mucho en la
exploración de conflictos no tan formales como las guerras civiles, tales como los conflic-
tos de los años veinte y treinta, antecedentes, tal vez, de la violencia de los años cuaren-
ta, aunque el asunto es todavía discutible. Sobre esto, es necesario dejar abiertas las
posibilidades. Hay también otro logro muy importante de los últimos cinco años y es la
exploración en detalle de los antecedentes locales de los conflictos, sobre lo cual hay ya
varios trabajos, empezando tal vez por el de Henderson sobre el Líbano, pasando por
Arocha, Sánchez y Meertens y Ortiz, que exploran, por primera vez, muy detalladamen-
te los antecedentes locales de los conflictos de los años cuarenta, y donde se ve que la
filiación política llega a las veredas, a los lugares remotos, a las fronteras, mucho antes
que el Estado. El campo de los antecedentes históricos es pues inmensamente rico y
requiere aún mayor exploración.
Me parece que hay un vicio profesional en los historiadores; un sentimentalismo
que consiste en buscar lo viejo en lo nuevo. El historiador, por ese sentimentalismo, va
buscando las similitudes entre la época de la Violencia y lo que denomina los antece-
dentes del siglo XIX. En mi opinión la Violencia, como etapa, no tiene antecedentes en
la historia de este país. Claro que con elementos viejos uno puede armar una coyuntu-
ra que no tiene antecedentes como tal. Yo no creo en aquello de que la historia se
repite.
Sobre el tema de los antecedentes de la Violencia, tengo una serie de preguntas,
las cuales espero sean más satisfactorias y estimulantes que mis propias respuestas. En
primer lugar: iqué tan similar a las guerras del siglo XIX fue esa "guerra civil no decla-
rada", como algunos han denominado a la Violencia? iQué tan diferente? /Cuáles son
los elementos nuevos? l Cuáles los elementos viejos en las estructuras y en el proceso
de estos años de Violencia? iEs cierto que esa definición de "guerra civil no declara-
da" es conveniente? Suena bien y tal vez sea conveniente, pero por dentro, tal vez,
haya algo falso.
1Las guerras civiles del siglo XIX fueron tan violentas? Yo sospecho que en esto hay
bastante exageración, mucha estadística de cielo raso. Al respecto recuerdo un estu-
dio reciente sobre la guerra federal venezolana sobre la cual hay un mito, que la hace

• Historiador. Autor de "Una finca cundinamarquesa entre 1870~ 1910", ''Algunas notas sobre el caciquis~
mo en Colombia", y "Pobreza, guerra civil y política". Profesor de SaintAnthony's College.

81
ver como muy atroz, muy intensa, muy radical, pero que bajo la lupa, esa guerra se
evapora, porque no fue mucho lo que sucedió. Pienso que en muchas de las guerras
civiles del siglo XIX, sucedió mucho menos de lo que los memorialistas dicen que
sucedió. Hay que sospechar del mito de la intensidad del conflicto, ya que no hay
tanta evidencia sobre ello, exceptuando algunos casos.
Continuando con las preguntas. Con precisión, /cuál fue el nexo entre las guerras
civiles características del siglo XIX y lo que sucede después del año 1946? Claro está
que hay nexos generales como, por ejemplo, las migraciones ocasionadas por guerra
civil, la manera como el pueblo se politiza, y -<:orno lo ha señalado Bushnell- la acti-
vidad electoral en este país.
Tomando una época un poco más reciente, hay que preguntar qué pasó entre
1902, fin de la Guerra de los Mil Días, y 1946 cuando, más o menos, se abre la etapa de
la Violencia. /Qué pasó en el año 1930 cuando cambió la hegemonía de un partido a
otro? /Por qué ese cambio en el año 30 es relativamente pacífico? 1Por qué el cambio
que ocurre en 1946 no lo es?
Veamos ahora algunas respuestas. Para comenzar tomemos una guerra civil típica,
ideal, y veamos qué encontramos examinando una guerra civil del siglo XIX. Primero:
encontramos una presencia humana de todas las clases sociales del país y un liderazgo
de elite. No voy a precisar si esos generales de alta extracción representan o no la
clase dominante, pero es claro que esa clase, aunque no mayoritariamente, está pre-
sente en las guerras. Hay un liderazgo de la clase alta en el campo. En la Violencia
esto no es así. Tenemos entonces una diferencia; en el siglo XIX hay jefes, figuras de
relieve que combaten, y los que mandan en la paz siguen mandando en la guerra. Esto
no sucede durante la Violencia. Claro está que durante las guerras civiles hubo gene-
rales de extracción humilde e incluso una cierta movilidad social, pero el punto es
que sí hubo jefes de las clases dominantes, no así en la Violencia.
Segundo: el Ejército, más aun los ejércitos, en las guerras civiles del siglo XIX,
están presentes desde el primer momento. Hay una estructura de mando que puede
ser deficiente, irregular e incluso muchas veces cuestionada, pero que existe a nivel
nacional, regional, estatal. El Ejército no actúa institucionalmente, lo hace bajo el
mando de los generales del gobierno, de los políticos que se trasladan de la vida civil
a la militar y del lado rebelde de los jefes de la rebelión. Esto tampoco sucede en el
año 1946, entre otras razones, porque el Ejército se ha alejado, entre la Guerra de los
Mil Días y el año 46, de la práctica de la guerra civil. El Ejército interviene en muchos
aspectos del orden público interno del país, como es el caso de las elecciones, pero
como ejército no piensa ya en guerras civiles, piensa en fronteras, en conflictos como
el del Perú, y no tiene jefes con experiencia en guerra civil. Uno de los hechos que hay
que explicar en la Violencia es por qué el Ejército demora tanto en intervenir de lleno
en el conflicto. Tampoco hay ejército del lado rebelde: es muy interesante anotar que
en algunos de los primeros relatos, como en el libro de Franco Isaza, encontramos el
mito ese del estado mayor liberal en los Llanos; hay también testimonios conmovedo-
res de gente que empieza, en los primeros años de la Violencia, a buscar veteranos
para que enseñen cómo hacer la guerra; esto es un fantasma. Aquí también hay una
diferencia importante, porque en una guerra civil debe haber un estado mayor, una
estructura y una estrategia, pero en la Violencia nada de esto se encuentra.

82
Tercero: las guerras civiles no duran tanto. Mil días, es cierto, suena muy largo, pero
si se añaden mil días al año 46 se llega al año 49; si se añaden mil días al año 48 se llega
al año 51, con lo cual no se llega siquiera al término del gobierno de Laureano Gómez.
La Violencia, como quiera que sea definida, dura muchísimo más que la guerra civil
más larga del siglo XIX. De otra parte, las guerras civiles empiezan con una fecha y más o
menos terminan en una fecha, aunque en esto hay excepciones como el caso de la
guerra del Tolima que se prolonga más allá de los tratados de Neerlandia y Wisconsin.
También es bastante llamativo que al terminar las guerras en el siglo XIX, el mando, con
toda~ sus deficiencias, se mantenga de algún modo, y la gente, mal que bien, regrese a
sus casas con las garantías que pueden lograr. Nada de esto ocurre en la Violencia.
Cuarto: del lado rebelde, en las guerras civiles, encontramos una dirección,
planes, estrategia. En todas las guerras civiles encontramos al menos, ciertas ideas
estratégicas y cierta dirección. No así en la Violencia.·
Quinto: en las guerras civiles se presentan batallas; también hay guerrillas, es
cierto, aunque hay que tener un poco de cuidado con la palabra guerrilla porque en
los libros de guerra militar la encontramos definida como una ·guerra en pequeña
escala, lo cual no es exactamente lo mismo que la guerrilla de los años recientes. La
guerrilla de Guasca en el siglo XIX, por ejemplo, sí tiene cierta función en el conjunto
de la guerra: atrapa la atención de las tropas bogotanas y es parte de una estrategia,
no es una guerrilla revolucionaria en el sentido de hoy. Esto de las batallas es impor-
tante porque es parte de esa dirección y de esa estrategia que he mencionado.
Sexto: no considero que las guerras civiles fueran tan salvajes. Claro que con las
fuentes que se tienen no es posible precisar exactamente quién hizo qué. Las matan-
zas, masacres, decapitaciones, etc., no son lo típico de una guerra civil del siglo XIX.
Colombia en el siglo XIX es considerado como un país violento, aunque esa no es la
impresión de la mayoría de los viajeros extranjeros. Claro que hay que insistir en que
en estas guerras, durante muchos meses, pasan muy pocas cosas, y esto nos lleva a
reflexionar sobre la pobreza del país, porque para una guerra grande se necesitan
recursos, riquezas. Un país pobre hace una guerra pobre, lo cual en cierta manera
implica que no muere tanta gente. Son muchos los aspectos de la Violencia que aun-
que se busquen no se hallan con tanta frecuencia en el siglo XIX. Claro que hay sa-
queos, expropiaciones, pero. no se ve -por ejemplo- tanto boleteo, tanto negocio, no
hay Cóndores ni "pájaros". Aunque escudriñando en el Tolima encontramos esos chi-
cos que se llamaron "pasteleros" que hicieron ciertas fortunas menores, según el libro
de París Lozano sobre la guerra en el Tolima.
Séptimo: parece que las guerras civiles no dejaron una secuela de numerosos ban-
didos o bandoleros, figura relativamente ausente en la Colombia del siglo XIX. Aunque
siempre se pueden encontrar ejemplos, alguien del Valle puede mencionar un tal
Mateo Mina. Al respecto yo diría que Mina no deriva directamente de la guerra civil
y tampoco me parece que Mina fuese muy violento, como tampoco me parece que
hubiera habido muchos Minas. La ausencia de bandidos parece interesante, si compa-
ramos el caso de Colombia con el de México, país clásico de los bandidos en el siglo
XIX en América Latina. Uno no encuentra que en Colombia hubiera muchos bandi-
dos; tampoco se encuentra que, en el siglo XIX, el correo y la gente al viajar necesita-
ran de escoltas y de mucha protección.

83
Octavo: la policía jugó un papel muy limitado a lo largo del siglo XIX, sin embargo
tuvo un papel muy importante durante la Violencia.
Esta es, pues, una lista de diferencias importantes. Creo que, por lo general, me-
nos señaladas que algunos elementos de causación. No quiero, sin embargo, dejar una
impresión falsa; sobre antecedentes identificables habría que elaborar una lista que
incluya el rol de las guerras en la difusión de la filiación política; las continuidades, en
términos de hostilidades lugareñas, muchas de las cuales pueden derivar del siglo XIX;
también está la cuestión electoral; igualmente un aspecto que creo vale la pena des-
tacar: la actividad defensiva. Claro que hay en las guerras civiles una actividad ofen-
siva, piénsese en Tulio Barón con su machete, o Gaitán Obeso o Uribe Uribe, pero la
mayor parte de la actividad durante una guerra civil era básicamente de carácter
defensivo, a veces traducida en pequeñas ofensivas-defensivas. Creo que esto tam-
bién se presenta en la Violencia -y de esto hay una explicación racional en el libro de
Sánchez y Meertens- cuando por ejemplo los habitantes de una región acuden a la
protección de un bandolero para fines defensivos.
Ahora bien, si consideramos la situación que se presentó en 1930 encontramos
ciertamente brotes de violencia, pero a escala reducida y casi que limitados a la re-
gión de Santander, todo lo cual no alcanzó a perturbar el panorama relativamente
pacífico del cambio que se estaba presentando en el país. Creo que una explicación
parcial de esta situación, podemos encontrarla en el hecho de que para 1930 aún se
mantenían vivos los recuerdos de la Guerra de los Mil Días y de los desastres que ella
ocasionó y muchos de los que los recordaban no quisieron repetirlos. Al mismo tiempo
muchos de los generales de los Mil Días mantenían intacto su poder y sin su participa-
ción directa no era posible que aquellos sectores que les seguían se movilizaran; esto
ocurrió incluso con el desarrollo de movimientos políticos más modernos: es así como
en la zona bananera, por ejemplo, para la agitación laboral era aceptable que la direc-
ción estuviera a cargo de un líder obrero, pero si la cuestión era de "pelea política en
serio" la gente buscaba al general Socarrás o a otro de estos generales que aún conser-
vaban su poder y su prestigio, como es el caso -del lado conservador- del general
Vásquez Cobo.
Además de lo anterior, también hay que considerar la situación que vivió el país con
la guerra con el Perú; también la ausencia, del lado conservador, de una figura como la
de Gaitán, papel que sólo posteriormente y en forma un tanto singular va asumiendo
Laureano Gómez. También debemos considerar el hecho de que quizás durante los años
veinte hubo menos sectarismo que en los años cuarenta y en cambio hubo más toleran-
cia y se le dio una mayor participación a la oposición; esto, obviamente, está aún por
explorar, y mis opiniones son sólo una sugerencia. Creo que el sectarismo en los años
veinte no estaba al rojo vivo, como habría de estarlo en los años siguientes, cuando,
entre otras cosas, encontramos que en la acción política de Gómez, Gaitán y López hay
una curiosa mezcla de sectarismo y movilización, que creo necesario explorar.
De otra parte, sobre los movimientos de los años veinte que ya he mencionado,
como el movimiento de Quintín Lame, las ligas campesinas, los movimientos de Viotá
y otros, me parece necesario señalar que éstos no fueron tan violentos como se los
acostumbra considerar; claro que hubo encuentros y violencia en el levantamiento de
Quintín Lame y en los otros movimientos, pero aun así el grado de violencia o el

84
número de muertes no fueron muy altos, lo cual no sugiere una clara conexión entre
estos movimientos y la Violencia de los años posteriores.
Yo creo que, en cierto modo, la Violencia tuvo lugar porque nadie pensó que la
Violencia fuera a tener lugar; creo que los militares estaban pensando en otra cosa y
no creo que muchos de los grandes de la política colombiana, ni muchos de los meno-
res o de los intermedios pensaran, a comienzos de los años cuarenta, que lo que estaba
por pasar durante los años siguientes fuera la Violencia que el país tuvo que sufrir. Al
respecto quiero hacer una cita del libro de París Lozano, sobre los guerrilleros del
Tolima, la cual versa sobre la imaginación política del país en los años cuarenta, dice
así: '!. .. entre 1899 y nuestros días media una eternidad, nada sacaríamos de valor hoy
entreteniéndonos con idealismos de otros tiempos, de nada nos serviría adoptar, para
nuestra vida del presente, estilos de épocas que quedaron muy atrás". Creo que en
todo esto hay un punto importante para meditar. Creo que los colombianos sabían de
los peligros que había en unas elecciones, pero me pregunto por qué los López, por qué
los Lleras, por qué esos señores nada sospechaban de lo que estaba por suceder.
Con estos breves comentarios lo que he tratado de hacer es, por lo menos, sugerir
que una de las funciones del historiador frente al fenómeno de la Violencia no es única-
mente decir que el sectarismo tiene profundas raíces o que las elecciones en Colombia
acarrean situaciones de Violencia. En otros términos, no se trata solamente de señalar
las continuidades, sino también de mostrar las discontinuidades. Creo, finalmente, que
para explicar la Violencia hay que darle el tratamiento minucioso y detallado que está
empezando a dársele; hay que entrar en la más rigurosa descripción de todas sus etapas
y de la tipología que adquiere para cada lugar y para cada época.

85
La Guerra de los Mil Dfas:
Aspectos estructurales de la organización guerrillera

Carlos Eduardo Jaramillo•

l. Las guerrillas y la guerra irregular


El primer obstáculo encontrado por la guerra de guerrillas, como táctica militar
durante el conflicto de los Mil. Días, fue presentado por la guerra regular, hacia la que
se inclinaban todos los jefes políticos.
La guerra de guerrillas, si bien había hecho historia durante todos nuestros con-
flictos civiles y luchas independentistas, no había logrado adquirir un papel de respe-
tabilidad; ésta seguía siendo considerada como un recurso desesperado, que por más
que condujera a triunfos y victorias, estaba más ligada a la acción de aparceros y
mayordomos que a la de respetables jefes ntilitares. La dirigencia de los partidos, fiel a
la tradición militar europea, gustaba de los grandes movimientos de tropa, de las
divisiones y de los batallones, de los penachos y de los grandes uniformes entretejidos
con hilos de metales preciosos. Las partidas de 15 o más hombres que tenían que
mantenerse en continuo _movimiento, limitadas a operaciones- menores y a lograr vic--
torias relativas, no solamente no eran miradas con buenos ojos, sino que provocaban
su desprecio. Casi ninguno de los más prestigiosos jefes políticos y militares de los
inicios de la guerra, era partidario de la organización guerrillera, y cuando se declaró
el conflicto no sólo la miraron con desdén sino que trataron de erradicarla de las
fuerzas liberales. Destacado vocero de esta corriente fue Rafael Uribe Uribe, quien
llegó al extremo, cuando la única esperanza liberal residía en éstas, de condenarlas.
Desde Nueva York es él quien "desautoriza las guerrillas" 1 y es también él quien, como
comandante de las fuerzas liberales de la Costa Atlántica, "decreta que se considerará
cuadrilla de malhechores a quienes en los departamentos de Bolívar y Magdalena no
se presenten a él para formar cuerpos armados regulares", agregando posteriormente
que: "El sistema de guerrillas -del que siempre he sido enemigo- sirve para extender el
área de destrucción, mas no para resolver el problema militar, lo que está reservado a las
batallas libradas entre los ejércitos"'. El generalísimo de los ejércitos liberales, Gabriel
Vargas Santos, fue otro connotado dirigente que miró con desprecio esta forma de lu-
cha; fue él quien, ya para terminar el combate de Peralonso, y presionado por los jefes
liberales para que persiguiera y destruyera lo poco que quedaba de las fuerzas conserva-
doras, respondió: "No soy guerrillero, no he vertido a presentar certamen de valor"'.

* Sociólogo. Autor de Ibagué; confUctos políticos de 1930 al 9 de abril y Los guerrilleros del novecientos,
Bogotá, Cerec, 1990; coautor de Colombia: violencia y democracia. Asesor de la Consejería presidencial de paz.
l. Jorge Villegas y José Yunis, La Guerra de los Mil Días, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979, p. 71.
2. Gonzalo París Lozano, Guerrilleros del Tolima, Manizales, Casa Editorial Arturo Zapata, 193 7, p. 20.
3. Leonidas Flórez Álvarez, Historia militar de Colombia. Campaña de Santander l 899~ 1900; Guerra de
Montaña, Bogotá, Imp. Estado Mayor General, 1930, p. 199.

87
El desprecio hacia la organización de guerrillas por parte de la más exquisita al-
curnia política y militar, condujo a que uno de sus más grandes impulsores, y uno de
los combatientes más persistentes de nuestra historia militar, el general Avelino Rosas,
fuera ignorado y descalificado por las fuerzas que combatían en el centro del país.
París Lozano consigna en su libro la insistencia de Rosas sobre esta forma de lucha,
cuando en Doima decía a las fuerzas de Aristóbulo Ibáñez que: "lo mejor era hacer
una extensa y activa guerra de guerrillas y que quinientas, siquiera de éstas, de a cien
hombres cada una, darían al traste con el gobierno"'; igualmente fue él quien difun-
dió el "Código de Maceo", que es un sintético manual guerrillero. Este combatiente,
desoído y calumniado, condenado a la categoría de "Clérigo suelto", debió partir para
el sur del país donde, paradójicamente, fue muerto en un combate en el que él de
manera regular organizó sus fuerzas'.
Si bien los reveses continuos a que se vieron sometidos los ejércitos regulares
levantados por el Partido Liberal impusieron, a regañadientes, las tácticas guerrille-
ras, éstas no dejaron de permear la organización de las mismas, produciendo un híbri-
do que las más de las veces resultó desastroso. La tendencia por hacer convenciona-
les las fuerzas regulares se incrementaba cuando las victorias guerrilleras conmovían
el espíritu combativo de las gentes, atrayendo voluntarios y aumentando considera-
blemente sus recursos, con lo que los jefes se decidían entonces a tratar de constituir-
se en ejércitos, emprendiendo con ellos operaciones de envergadura que, con singular
recurrencia, terminaron en desastres.
Al deseo por realizar operaciones militares que dieran brillo y prestigio, más allá
de las fronteras regionales, y que por tradición se mostraban ligadas al manejo de
grandes fuerzas, no pudieron abstraerse los hombres de pueblo, el común de los jefes
de guerrilla. Fueron éstos quienes llegando a altas posiciones dentro del escalafón
liberal revolucionario, y encandilados por el brillo y las reverencias que implicaban un
título como el de general de División, sumaron hombres y se comprometieron en gran-
des operaciones, desastrosas casi todas, en las que un magnífico jefe guerrillero se
convertía en un pésimo general, sacrificando en el intento preciosos hombres y pertre-
chos. Hasta el final del conflicto las fuerzas guerrilleras se vieron sometidas a la perma-
nente dinámica entre guerrilla y fuerza regular, siendo la primera de éstas la estructura
organizativa que se sacrificaba, no pocas veces, en aras de una vanidad personal.

2. Las guerrillas en la Guerra de los Mil Días

A. El papel general de las guerrillas


La formación de fuerzas guerrilleras surgió con los inicios mismos del conflicto,
debido principalmente a circunstancias tales como:
a) En la historia bélica nacional las guerrillas siempre han jugado un importante papel,
por lo que para algunos sectores políticos el inicio de hostilidades no implicó cosa
diferente de la de combatir como tales. A lo anterior se unió el hecho de que cuan-
do el conflicto se desató existían en el país muchos grupos de frustrados irregulares
4. Gonzalo París, op. cit., p. 35.
5. Leonidas Coral, La Guerra de los Mil Días en e! sur de Colombia, Pasto, Ed. Nariño, s. f., p. 249.

88
que habían quedado intactos, en su estructura y armamento, desde la guerra de
1895, la que, por haber sido tan efímera, no permitió su entrada en operaciones.
b) El conflicto existente entre la dirección del partido, opuesta a la declaratoria de
guerra6 , y el grupo guerrerista1, entre los que se cruzaron órdenes y contraórdenes
hasta ya avanzado el conflicto, no sólo dividieron y desconcertaron a los liberales,
sino que impidieron la preparación de acciones conjuntas8•
Salvo unas pocas excepciones, al grueso del Partido Liberal la declaratoria de
guerra lo tomó por sorpresa, con lo que, aislados, los jefes locales a lo máximo que
P:udieron aspirar en un principio fue a la formación de pequeños grupos de comba-
tientes que optaron por la táctica guerrillera.
c) El escaso desarrollo de las vías y los medios de comunicación de la república en
ese periodo, no sólo le restaron eficacia a la transmisión de informaciones para la
coordinación del levantamiento, sino que, una vez conocido éste, limitaron el
desplazamiento de los liberales, aun dentro de sus mismas regiones, obligándolos a
organizarse localmente.
La escasez de hombres y la precariedad del armamento disponible, determinó que
estas organizaciones tomaran siempre el carácter de guerrillas.
d) Aún estaba reciente la implantación de las reformas contenidas en la Constitu-
ción de 1886, con las que se fortaleció el poder central, terminando con los Esta-
dos Soberanos, a cuyo amparo habían crecido y se habían hecho más independien-
tes los poderes regionales y locales. Declarada la guerra, el cacicazgo, enraizado
profundamente en la estructura de poder, floreció incenrivado por el ruido de las
armas y despertó celos entre los políticos que, queriendo ser cada uno general de
su propio ejército, no facilitaron la formación de grandes concentraciones de hom-
bres, sino de infinidad de pequeños grupos sin concierto entre ellos y muchas
veces rivalizando entre sí. Estos grupos, por la fuerza de las circunstancias que les
impedían enfrentar de manera regular al ejército conservador, se vieron forzados a
operar como guerrillas.
Así es como, sumadas muchas de las condiciones anteriores, van apareciendo en
casi todo el país grupos armados que combaten como guerrillas. Estos grupos significaron
un gran estorbo para los directores liberales de la guerra, ya que no sólo le restaban
poder y unidad de mando, sino que también, al dividir la fuerza liberal en multitud de
grupúsculos, los directores de ésta se veían imposibilitados para atender a sus requeri-
mientos militares.

6. Notables pacifistas liberales eran los doctores Aquilea Parra, Salvador Camacho, Nicolás Esguerra,
Colunge y Caro.argo.
7. Notables guerreristas liberales eran Rafael Uribe, Ramón Neira, Justo de Durán, Pablo E. Villar,
Zenón Figueredo y Eduardo Padilla.
8. "El 16 de octubre de 1899 llegó de Bogotá, al Guamo, el doctor Deogracias Medina1 con encargo de
manifestar a los liberales que en Santander se preparaba para el 18 un levantamiento armado que el liberalismo
no debía secundar, y que el directorio había mandado agentes para impedirlo, etc. etc., y que aun cuando se
estaba en vísperas de una revolución general, era preciso abstenerse de todo levantamiento mientras no diera la
orden el señor doctor Parra. Estas instrucciones fueron transmitidas a todos los pueblos del centro". José Manuel
Pérez Sarmiento, La Guerra en el Tolima, Bogotá, Imp. Eléctrica, 1904. "El miércoles 24 recibió el doctor lriarte
el famoso telegrama del Directorio Liberal y se retiró inmediatamente de su actitud bélica". José María Vesga y
Ávila, La Guerra de los tres años, Bogotá, Imp. Eléctrica, 1914, p. 185.

89
Era indiscutible entonces, para los estrategas del conflicto, la necesidad de un
ejército regular, y por ello lucharon abiertamente hasta que los hechos fueron impo-
niéndoles una realidad diferente.
Fue así como; después de la derrota de Palonegro y de algunas otras en las que
fracasaron intentos de constituir fuerzas convencionales, las guerrillas liberales se tor-
naron en la única esperanza del partido, si no para ganar la guerra, sí al menos para
salvar su honor.
Después de destruido el ejército liberal en Santander y las fuerzas de Belisario
Porras en Panamá, el partido no volvió a tener un gran ejército constituido como tal9•
De ahí en adelante el peso fundamental de la resistencia liberal recayó sobre la orga-
nización guerrillera, aunque es necesario anotar que muchos jefes continuaron empe-
ñados en la constitución de ejércitos regulares, basándose para ello en la adición de
grupos de irregulares, recurso que condujo a no pocos fracasos, ya que la unidad
operativa y de mando era extraordinariamente precaria y frágil. A pesar de ello, ésta
fue la forma como operaron los ejércitos del Tolima y Cundinamarca. Las contradic-
ciones internas surgidas entre los grupos con los que por adición se pretendía consti-
tuir ejércitos fueron tan persistentes y agudas que jefes voluntariosos y decididos como
Aristóbulo lbáñez, declarándose incapaces de superarlas, abandonaron la lucha 10 •
Así es como las guerrillas, en una permanente dialéctica entre las grandes agrupa-
ciones operativas y las pequeñas fuerzas tácticas, van sosteniendo el peso fundamental
del conflicto y permitiendo que éste se alargue en el tiempo.
En resumen, los grupos guerrilleros, cuando las circunstancias lo permitían, se
adicionaban para realizar operaciones de envergadura. Sin embargo, a estos llamados
no concurrían todos los grupos requeridos, ya por resquemores preexistentes, por vo-
luntad de independencia o simplemente porque no estimaban conveniente abando-
nar su área tradicional de operaciones, con lo que siempre coexistieron a las grandes
y circunstanciales fuerzas liberales las pequeñas agrupaciones guerrilleras.
Con referencia a la participación de las guertillas en el conflicto de los Mil Días, es
de advertir que, aunque éstas constituyeron el pilar básico de la actividad bélica liberal,
no fueron un monopolio de dicho partido, ya que el conservatismo también las tuvo.

9. Aunque se dieron muchos intentos en este sentido, por parte especialmente de Vargas, Soto, Herrera
y Uribe, muy pocos llegaron a tener el carácter de tales, tal vez el más afortunaQ.o y persistente fue el conformado
por Benjamín Herrera. De resto, los llamados "ejércitos" con que contó el liberalismo no pasaron de ser
agcupaciones numerosas de fuerzas guerrilleras.
1O. Dentro de este panorama fueron famosas las persecuciones de las tropas liberales para quitarse sus
hombres, tal fue el caso, por ejemplo, de las realizadas entre las guerrillas de Benito IBloa y Cesáreo Pulido, José
Manuel Pérez, op. cit., p. 207. La desobediencia tampoco fue escasa entre los jefes guerrilleros, destacándose
entre ellos Ramón Marín, a quien entre los varios hechos que se le imputan podemos citar: i) Su incumplimiento
a las órdenes impartidas condujo a la derrota de Soacha (2~11~ 1902). ü) Por no seguir las instrucciones de lbáñez,
pierde Marín en Piedras el valioso botín conseguido en Honda. iii) El 26 de noviembre de 1900, Marín se une
a Pulido para efectuar un desautorizado ataque a Girardot, que no sólo conduce a su derrota, sino que impide la
realización de un plan para tomar el cuantioso armamento que el Gobierno transportaba de Honda a Bogotá.
Finalmente, bástenos citar también el ejemplo de Caicedo, consentido de lbáñez, a quien, después del magnífico
triunfo de Sibaté, éste le encarga copar los pasos de "El Rucio", el "Boquerón de Aguas Claras" y el "Paso de
Fusagasugá" orden que aquél no cumplió y cuya falta condujo al desastre de "Tibacuy".
B. Zonas de operación
Si bien tenemos constancia de la conformación de grupos guerrilleros en casi todo
el territorio nacional, exceptuando la parte sur y oriental de los Llanos Orientales y la
selva amazónica, estos tuvieron sus centros de mayor persistencia y actividad en los
departamentos de Tolima, Santander, Cundinamarca y Cauca, aunque también los
encontramos desarrollando alguna actividad importante en los departamentos de
Boyacá, Bolívar y Panamá. Pero de todos estos lugares fue en el departamento del
Tolima11 y en las regiones de Sumapaz y el Salto, en Cundinamarca, donde las guerri-
llas ile los Mil Días escribieron una de sus páginas más destacadas.
Dentro del territorio del Tolima la lucha guerrillera se centralizó a todo lo largo
del valle del Magdalena y en la cordillera, en su parte central y sur.

C. Sus jefes y su estructura


Haciendo un intento por establecer una tipología de los jefes de guerrilla, en
cuanto a su elección se refiere, podemos agruparlos de la manera siguiente:
a} El jefe por designación de la dirección del partido o sus órganos representativos.
Éstos eran normalmente los grandes jefes de operaciones, hombres de prestancia
dentro del partido, ya sea por sus orígenes sociales y económicos o por su importan-
cia política. Muchos de éstos, por fuerza de las circunstancias, debieron hacerse
jefes de guerrilla aunque su designación inicial lo fuera para serlo de ejércitos
regulares; tal es el caso de Juan MacAllister, Antonio Samper Uribe, Antonio
Suárez Lacroix y Guillermo Vila.
b) El jefe por auto-designación.
Fue éste un tipo de jefatura muy común dentro del conflicto y fue la utilizada por
terratenientes y gamonales que, poseedores de bienes de fortuna y de un número
grande de servidores, arrendatarios o terrazgueros, los organizaron y armaron,
autoproclamándose ellos sus generales. Fue tan frecuente este tipo de jefatura que,
recién llegado de Cuba por Venezuela el general Avelino Rosas, y ya en tierras del
Tolima, decidió reorgatúzar las escasas fuerzas liberales, encontrándose con tal pro-
liferación de oficiales que su proporción era de uno a uno con la tropa, por lo que
éste decidió conformar dos batallones: uno compuesto por la soldadesca y otro por la
oficialidad. Como medida paliativa contra la reacción adversa de los oficiales, dio a
este último batallón un rimbombante nombre; como era de esperarse, los
autodenominados oficiales se resistieron a la medida acosando y despreciando a
Rosas, (lo trataban de enajenado mental} al punto que lo hicieron abandonar el
Tolima.
Dentro del mecanismo de la autoproclamación encontramos dos variantes: una, la
de aquellas personas que tenían poder (económico, político, social, etc.) y que
con base en él se auto-proclamaban; y otra, la de aquellas que lo hacían a expen-

11. Es de advertir que para la época de la cual que nos ocuparnos, el Departamento del Tolima compren~
día también los territorios que hoy constituyen el Departamento del Huila.

91
sas de la estructura organizativa de las fuerzas, en las que al ingresar, tanto volun-
tarios como conscriptos, se les preguntaba: iQué era. usted antes? (refiriéndose al
grado militar alcanzado en pasadas guerras civiles) quedando la respuesta casi
que a voluntad de las ambiciones de los inquiridos", con lo que muchos, sin haber
jamás tomado un fusil, se hicieron a inesperadas jefaturas de tropa.
c) El jefe por aclamación.
Es el clásico jefe de guerrillas. Está conformado este tipo por dos modalidades que
podemos sintetizar así: una primera, compuesta ya sea por hombres de carisma o
por antiguos combatientes de conflictos civiles que, apenas declarada la guerra,
sus copartidarios de la región aclaman como jefes y se constituían en sus seguido-
res; y una segunda, conformada por aquellos combatientes que ingresan a la gue-
rra como simples soldados o con grados inferiores en la milicia, y que a punta de
valor se ganan el respeto de las gentes y se hacen jefes de guerrilla. Como ejemplos
de la primera modalidad podemos citar a Ramón Marín, a Tulio Varón y a Aristóbulo
Ibáñez; como ejemplos de la segunda encontramos a Ramón Chaves a Sandalio
Delgado y a Nicolás Cantor.
El grupo de los jefes por aclamación estaba constituido generalmente por arrenda-
tarios, trabajadores independientes, mayordomos y propietarios de tierra en escasa
extensiónll, y en menor medida por simples campesinos y hombres de "pata al suelo".
Hombres todos ellos ligados a las arduas labores del campo o la minería, y por
tanto, acostumbrados a los rigores del clima, conocedores expertos de la geografía y la
naturaleza de sus regiones. Hombres que Gonzalo París Lozano en su libro Guerrilleros
del Tolima describe así:
Eran hombres de temple recio, acostumbrados a una vida dura, hechos a mirar la escasez y el
infortunio frente a frente. Había en ellos algo de innata gravedad estoica, con ribetes de cierto
buen humor que destellaba aún en las más apuradas peripecias. Con el mismo ánimo entero en
que participaban en un baile campesino y lograban la moza preferida, ponían su vida en aventura
sin alardes ni mohín.es:
... si no faltaba en ellos alguno que otro mozo bravío, pródigo de su vida y poco cuidadoso de la
ajena; si cuando el vértigo de la guerra los hacía aparecer criados a los pechos de la locura,
llegaban en ocasiones a cometer crueldades, jamás podría motejárseles de delincuentes habitua~
les, ni tenerlos por viles y desalmados 14 •

12. Sobre la aplicación de esta fórmula encontramos la siguiente anécdota: "Recuerdo que al organizar
Herrera nuestros cuadros en Burica, había en el grupo de invasores tantos oficiales que ello dio lugar a picante
ocurrencia del célebre antioqueño La Puerta. Preguntábale Herrera a cada uno de los del grupo:
lHa militado usted?, lqué grado tiene? y cada uno iba contestando según el caso:
"-lYo?... iyosoycoronel. .. !
-lYo? ... iyo soy mayor ... !
-ffo? ... iyo soy teniente coronel. .. !
Ninguno resultaba ser alférez, ni teniente, pero ni siquiera capitán, y al llegar a nuestro antioqueño: y usted,
lqué es usted?, preguntó Herrera y con la mayor seriedad contestó:
-lYo? .. iyo soy mariscal!".
Belisario Porras, Memorias de las campañas del Istmo. 1900, Panamá, 1920, p. 154.
13. O sea, después de los patronos y de los grandes propietarios, los hombres de mayor nivel dentro de
la escala social de la ruralia colombiana.
14. Gonzalo París Lozano. op. cit., p. 53.

92
Como se desprende de la descripción hecha por París Lozano, la vida ardua del
guerrillero exigía condiciones muy especiales en los hombres, ya que, por su dureza, sólo
era medianamente soportable por aquellos cuya vida transcurría en el campo, para la
cual peones y arrendatarios, mayordomos y pequeños propietarios, vaqueros y caporales,
estaban mejor dispuestos que nadie; fue de allí que surgieron los más connotados jefes
de guerrilla, tales como: Victoriano Lorenzo, Ramón Marín, Cesáreo Pulido, Tulio Va-
rón, Benito Ulloa, Ramón Chávez y Aristóbulo Ibáñez, para no citar sino unos cuantos.
Dentro de la organización guerrillera los letrados y los poseedores de medios de
fort4na contaron con ventajas dentro del escalafón militar, ya que siempre fueron
ubicados dentro de los estados mayores o dentro de la oficialidad de más alta gradua-
ción y su ascenso fue mucho más fácil que para los hombres elementales del campo, así
estos últimos estuvieran armados de un valor inaudito.
La estructura militar de las fuerzas guerrilleras siempre fue un remedo de la del
ejército regular; los grados eran los mismos y se otorgaban indistintamente de dos
formas: directamente por el jefe del grupo, quien por su voluntad, y de acuerdo a las
necesidades, hacía los ascensos que estimara convenientes; o por medio de un aparato
específico, como lo eran los estados mayores, cuando la complejidad de las fuerzas
requerían su existencia.
Las fuerzas eran organizadas según el criterio de sus jefes, guiándose para esto más
por su voluntad y deseo que por una referencia estricta a normas establecidas. Así era
como se constituían ejércitos que podían estar compuestos por 300 hombres, como fue el
caso del efímero "Ejército del Norte", creado en las cercanías del Líbano por el general
Vicente Carrera; o por 2.500 hombres que en un momento dado constituyeron el "Ejér-
cito del Centro", comandado por Aristóbulo lbáñez o Ramón Marín. La organización
interna de las guerrillas y de las fuerzas que se generaron por su adición, si bien tomaron
nombres utilizados universalmente por los ejércitos para este fin, tampoco tuvieron como
factor determinante el número de sus componentes, puesto que tales divisiones respon-
dían más a necesidades tácticas o de autoestima que a una ortodoxia militar.
Los momentos en que la organización núlitar de las guerrillas estuvo más cerca de la
de los ejércitos regulares fueron aquellos en los que las fuerzas irregulares se encontraban
victotiosas o en reposo triunfal, momentos en los que no sólo afluían a ellas voluntarios,
sino que los triunfos hacían soñar a sus jefes la posibilidad de comandar un verdadero
ejército. En estas oportunidades no sólo había esmero por los uniformes, las charreteras, las
cintas y los oropeles, sino por las cajas, las cometas y las banderas, con lo que la preocupa-
ción por ceñirse a las normas de la tradición militar eran buscadas con más obsecuencia.
Los combates y los reveses permanentes sufridos por los cuerpos regulares del ejér-
cito liberal, convirtieron en letra muerta el sentido de estas reorganizaciones, con lo
que al poco tiempo de ellas no era raro encontrar, por ejemplo, batallones compuestos
por apenas 30 hombres y que seguían existiendo como tales.

D. Sus componentes
a) La tropa guerrillera
Las fuerzas guerrilleras estuvieron constituidas de manera fundamental por hom-
bres sin tierra o por pequeños propietarios y colonos, casi en su mayoría iletrados, los

93
cuales llegaron a los campamentos movidos ya por la voluntad del patrón o del caudi-
llo local, o por la fuerza de las circunstancias y el ciego sectarismo político, ya que el
ideario de la dirigencia restauradora era ignorado por el combatiente raso. A este
respecto ha pasado a la historia el relato del médico conservador que, recogiendo
heridos después de la espantosa batalla de Palonegro, y encontrando a un agonizante
soldado liberal, le preguntaba sobre la razón de su lucha, a lo que éste le respondió
que actuaba en defensa de las ideas restauradoras, a lo cual el médico solicita le
explique cuáles son, teniendo por respuesta del moribundo la de que éste nunca se
había puesto a pensar en cuáles eran y que de verdad no las conocía".
En resumen, fue de los sectores más humildes y llanos de la sociedad, tanto del
campo como de la ciudad, de donde se nutrió el grueso de las fuerzas enfrentadas
durante el conflicto de los tres años.
Hacia la guerrilla salieron de la ciudad un sinnúmero de artesanos, de desocupa-
dos y de servidores sociales en los oficios y menesteres más humildes, así como también
unos pocos estudiantes, comerciantes y empleados de oficina. De los campos, que
fueron venero inagotable de luchadores guerrilleros, salieron los campesinos sin tie-
rra, los olvidados colonos y trabajadores independientes; los negros, que repartieron
su servicio entre los batallones del gobierno y las fuerzas irregulares del Cauca, Pana-
má, el alto Magdalena y las regiones de la Costa Atlántica; y en fin los desposeídos
indígenas del Sur del Tolima, del Cauca, de la Guajira y Panamá.
Joaquín Tamayo caracteriza así a este combatiente de las guerrillas:
El guerrillero fue la representación viva del sentimiento individualista y atrevido del colombiano.
Hijo de la tierra adquirió esa destreza peculiar del campesino para solucionar peripecias y contra~
tiempos, que no es maliciosa picardía sino conocimiento de los recursos de la naturaleza. Desconfia~
do por necesidad, hablador de sus hazañas, guapo y enamorado sempiterno, inculto por lo alto, dejó
en la mente popular fama legendaria que, confundida en el escenario de sus andanzas, aún de boca
en boca, enredada en reminiscencias mentirosas o verídicas, pero siempre acogida con agrado.
El arrojo del guerrillero, distintivo de su carácter díscolo, le empujó a la contienda al igual que una
fiesta azarosa, y en la innegable maestría que demostró para andar y desandar caminos, sufrir
penalidades y acometer al enemigo, se sobrepuso a sí mismo con alardes de hombría, que no
ocultaron su crueldad. Sujetos de índole apacible en la paz de los campos, no lograron ni intenta-
ron sofrenar impulsos de machos al escuchar los disparos y cruzar por sus ojos el resplandor de los
machetes; voluntariosos y agresivos salieron del rancho sin mirar a la compañera de su pasado ...
Cabalgaron sobre el jamelgo que era su tesoro y razón de vivir y, a galope tendido, con sus trapos
prestados, la divisa roja prendida en la carrasca mugrosa y el machete afilado como navaja de
barba, incendiaron el llano y arrasaron los montes. Hechos a correr jornadas de muchas leguas por
en medio de barbechos y pajonales, sin recurso a la sed y el cansancio, caminadores por senderos
y trochas empinadas sin abrigo contra la lluvia, el hambre, el sol, seducidos por el toque destempla-
do de las cometas alistándose en pos de los caudillos, con el ánimo de gritar, hetii; beber de jolgorio
en jolgorio, de pelea en pelea, burlando a las hembras con desenfado 1 en persecución de los
hombres con entusiasmo viril, no exento de alarde aventurero.

15. Dentro del campo conservador es más frecuente encontrar expresas las razones de la lucha, aún en
guerrilleros y soldados rasos, quienes fueron movidos por argumentos tales como los de que la lucha era necesaria
para combatir el ateísmo, la masonería, el libre pensamiento, y en fin, que la guerra era una cruzada en defensa
de la sociedad cristiana y de su fe.

94
En el horizonte natural que forman los llanos de Ambalema y la región quebrada de Cundinamarca,
el guerrillero campesino o peón de vaquería, acostumbrado a soportar sin quejas las fatigas y
sobresaltos de una existen~ia infeliz, buscó ocasión propicia para lucir sus habilidades de jinete, su
fortaleza, y sobre ella su rebeldía a toda ley, que no fuera hechura de su capricho y demostración
de su poder16 .
Como era, de esperarse, el estallido de la guerra condujo a los campamentos, arrastran-
do indistintamente tras las banderas de la restauración o de legitimidad a las clases socia-
les y a los grupos étnicos sobre cuya explotación se había realizado el escaso desarrollo
nacional. Fue así como los negros de Panamá, del bajo Magdalena y de las Costas de los
departamentos de Bolívar y del Cauca, prestaron prontamente su concurso para engrosar
las fuerzas gubernamentales con temibles batallones, como aquellos de macheteros prove-
nientes del Cauca, o las de la guerrilla, que en manos de sufridos capataces, o peones de
hacienda, no pocas veces asumieron el carácter de una lucha de clases donde los explota-
dos, tomando la justicia de su mano, la aplicaron con sevicia a sus antiguos patronos.

b) Los indígenas
Los indígenas conformaron otro gran núcleo cultural y étnico con el que, de ma-
nera significativa, se nutrieron las fuerzas contendientes, especialmente en la forma
de guerrillas, hacia la que por tradición estaban dispuestos y de la cual manejaban
con maestría sus tácticas.
La participación indígena podemos ordenarla de la manera siguiente:
1) Como grupo social, con dos modalidades:
- Como unidades combativas, formando sus propias guerrillas; con la característi-
ca de que éstas actuaron casi que como grupos de autodefensa, ya que operaron
exclusivamente en sus áreas culturales y económicas 11 •
- Como unidades de apoyo; facilitando sustento logístico y colaborando como
informadores y mensajeros.
2) Como combatientes independientes.
Este papel fue desempeñado por indígenas que de manera individual se ligaron a
las fuerzas contendientes presentando, como una de sus características
homogeneizadoras, la de hallarse profundamente desarraigados de su pueblo.
Las fuerzas liberales fueron las que en una proporción mayor captaron las simpatías
de los indígenas, las más de las veces a cambio de promesas sobre modificaciones en
las cargas impositivas, en el reconocimiento de tierras usurpadas a sus resguardos,
etc.; fue así como estas fuerzas lograron la colaboración de los indígenas de Coyaima,
Natagaima y Chaparral, quienes dieron a los liberales apoyo logístico. Algunas agru-
paciones indígenas, de las mismas regiones, hicieron lo propio con los conservadores.
Los indígenas del Cauca, especialmente los de la región de Tierradentro y la zona
Andina, fueron más beligerantes y formaron combativas fuerzas guerrilleras que ope-
raron, mayoritariamente, al lado de las banderas liberales.

16. Joaquín Tamayo, La Revolución de 1877, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1975, p. 135
17. Comportamiento similar asumió la población negra de la costa norte del país, a la que era imposible
hacer salir a combatir fuera de sus áreas socio~culturales. Quienes más se quejaban de esta actitud eran los
generales Uribe Uribe y Víctor M. Salazar.

95
En Panamá tenemos el ejemplo de los indígenas Cholos, quienes dirigidos por su
respetado gobernador, Victoriano Lorenzo, condicionaron su participación al lado de
las fuerzas liberales, al cumplimiento de las promesas hechas por Belisario Porras de
que una vez concluida la guerra y victoriosas las fuerzas restauradoras, se les rebaja-
ban los impuestos a que estaban sujetos, así como también se les mejorarían las condi-
ciones generales de vida 18 • Las fuerzas de Lorenzo se organizaron como guerrillas y,
con su jefe convertido en general, acosaron a los ejércitos del gobierno y permanecie-
ron invencibles hasta el fin de la contienda. De Panamá, hasta el presente, no tene-
mos información alguna de que fuerzas indígenas, como tales, pelearan al lado de los
conservadores. En la Guajira los indígenas repartieron su militancia entre los conten-
dientes; del lado conservador se destacó el cacique José Dolores, en tanto que del
lado liberal lo hizo caichompa.

e) Las mujeres
Un solo autor, dentro de la innumerable cantidad de memorias, estudios y docu-
mentos que existen sobre la Guerra de los Mil Días; ha tratado de hacer justicia a las
mujeres, dedicando algunas páginas y anotando algunos nombres. De resto, desde los
contemporáneos al conflicto, hasta los modernos investigadores, han pasado por enci-
ma de su memoria haciendo de la guerra una actividad de hombres, en la que, a
juzgar por sus escritos, ellas no tuvieron mayor participación.
El estudio detenido de la documentación existente, combinado con el método de
la entrevista, nos ha mostrado que la realidad es otra, y que en ella las mujeres juga-
ron un papel casi tan importante como el de los hombres.
El único papel desempeñado por la mujer en la guerra que ha recibido algún reconoci-
miento es el de compañeras sentimentales de los combatientes. "Las Juanas", como popular-
mente se las conocía, eran mujeres que compartían las vicisirudes de la guerra marchando
en pos del hombre de su catiño. En el común de los casos el carácter de las relaciones que
con éstos sostenían era efunero, ya que la aureola mítica con la que fácilmente se cubrían los
guerrilleros, así como su misma actirud hacia la vida y el amor, los hacía cambiar fácilmente
de compañera. Muchas fueron las mujeres que así, de manera fugaz, pasaron por la vida de
Ramón Marín, de Tulio Varón, de Vida! Acosta o de Nicolás Cantor.
A manera de síntesis, de la información analizada podemos decir que la mujer
participó eficazmente en el conflicto, destacándose en el desempeño de las siguientes
actividades:
1) Como elemento de apoyo
- Como mensajeras e informadoras. El respeto un poco caballeresco que en la
época existía por la mujer, les permitió una mayor movilidad y, estando como lo esta-
ban exentas del servicio militar, éstas se desplazaban con relativa libertad por ciuda-
des y campos, lo que las convirtió, de manera inmediata, en hábiles instrumentos para
el espionaje, la conducción de mensajes e informaciones militares, y el transporte de

18. Domingo La Rosa, Recuerdos de la Guerra (1900~1902), Barranquilla, Imprenta Departamental,


1940, p. 104 y Belisario Porras, op. cit., p. 204.

96
armas y drogas. Estas actividades fueron tan difundidas entre las mujeres que en
varias oportunidades las fuerzas gubernamentales decidieron hacer redadas
indiscriminadas, donde eran reducidas a prisión todas las mujeres encontradas duran-
te la operación. Un claro ejemplo de esta lucha contra la actividad femenina como
auxiliares militares, fue la gran redada que realizó el general Aguilar en la que, en
vísperas del combate de "La Rusia" y para acosar a las fuerzas de Tulio Varón, tomó
prisioneras a todas aquellas encontradas en las zonas de las haciendas de "Colombia",
"El Paraíso", "El Verdal", y el llano de El Limonar 19 •
-\=omo suministradoras de productos alimenticios y de materiales bélicos y de
sanidad. La consecución de la sal, elemento fundamental para la conservación de las
carnes, para la preparación de caldos, para la lucha contra la deshidratación y para
fines medicinales y terapéuticos, casi que pudiéramos decir, fue una labor desarrolla-
da básicamente por las mujeres. En cuanto hace al suministro de armas y bestias,
algunas pudientes matronas y prósperas hacendadas, sacrificaron gran parte de sus
fortunas en hacerlo. En esta actividad ganó puesto de honor la rica señora Adriana
Camargo de Albarracín, quien no sólo puso a uno de sus hijos al servicio de la revolu-
ción, sino que desarrolló una permanente actividad comprando armas y municiones a
los desafectos del gobierno.
Ejemplo de este esfuerzo desarrollado por las mujeres para contribuir en el acopio
de material bélico o en la fabricación del mismo, es el realizado por las damas liberales
de Neiva, quienes impusieron la moda de nitrar las carnes, como única forma de
conseguir sin sospechas el preciado químico que necesitaban los liberales para fabri-
car su pólvora. Este nitro, en manos de Florencia Duarte, se convirtió, en las monta-
ñas del Tolima, en un remedo de pólvora, que si bien en la práctica no sirvió para
matar, sí sirvió para sostener la moral combativa de los guerrilleros, quienes a pesar de
la ineficacia de sus cartuchos, con ellos en la cintura no se sentían desprotegidos 20 •
Haciendo llegar balas y pólvora a los liberales fue como una mujer, llamada Estella, se
ganó el honorífico remoquete de "La Providencia Revolucionaria de Purificación"".
Fue espectáculo frecuente durante el conflicto ver madres e hijos, confundidos en
los lugares en donde se habían librado recientes combates, haciendo acopio de vaini-
llas para su posterior recalce. En el oficio de organizar las mujeres para recolectar
municiones se destacó en !bagué, Ascensión Guzmán, esposa del general Ramón
Chaves quien no pocas veces recibió sus envíos acompañados de notas en las que su
esposa le decía: "Ahí le mando esas pildoritas para que se mejore"".
Otra actividad en que se destacaron las mujeres, fue en la consecución y suminis-
tro de drogas y materiales de sanidad, práctica en la que llegaron a hacer escasear en
los hogares las sábanas y telas de algodón, cuando éstas eran deshilachadas para con-
vertirlas en gasa, que salía inmediatamente para las zonas de combate. La actividad
de las mujeres no se limitó al área sanitaria, a la consecución de drogas e implementos
afines, sino que les correspondió así mismo apelar a sus conocimientos de botánica, de

19. Gonzalo París Lozano, "Guerrilleros del Tolima", Revista de la Universidad del Tolima, Ibagué, feb.,
1982, p. 86.
20. José Manuel Pérez Sarmiento, op. cit., pp. 19-20.
21. Ibíd., p. 21.
22. Entrevista con Rebeca Chaves.
medicina popular, y a los secretos de la alquimia hogareña con el fin ya de sanar
heridos y enfermos o simplemente de mantener la esperanza de los moribundos. La
abundancia de las heridas con destrozo y de los cortes por arma blanca, las obligó a
hacerse maestras en el cuidado de cortadas, de infecciones, en el manejo de los torni-
quetes y en la aplicación de emplastos de hojas de "santamaría" para contener las hemo-
rragias. Con frecuencia las mujeres converrían sus ranchos en lugares de convalecencia,
a cuyo cuidado quedaban tanto los heridos de guerra como los delirantes hombres ata-
cados por el paludismo y la fiebre amarilla.
Estas mujeres, a más de acompañar al guerrillero en sus noches, eran quienes les
preparaban la comida, les lavaban la ropa, atendían sus necesidades cotidianas, cura~
ban sus heridas y les velaban en su agonía.

2) Como combatiente
Aunque no fue lo corriente, ni tampoco la razón más generalizada de su participa-
ción en la guerra, las mujeres no estuvieron ausentes de las líneas de fuego. Allí,
armadas comó cualquier guerrillero y mostrando más valor y decisión que muchos de
ellos, se jugaron la vida y no pocas veces la perdieron.
Aún hoy los viejos de Ambalema recuerdan con orgullo a la compañera de Nicolás
Cantor: Esther Quintero, capitana de las fuerzas restauradoras.
De ella se cuenta que, viendo que fracasaba la toma de Honda por los grupos
combinados de Marín y Varón, se pone a la cabeza de un escuadrón con el que trata
de copar las posiciones enemigas, intento en el que muere en el ''Alto del Rosario"; se
dice que el dolor de su muerte fue el que decidió a Marín a ordenar, pasando por
encima de sus convicciones religiosas, el incendio de la Iglesia de Santo Domingo,
donde se hallaban atrincherados los conservadores, con lo que se consuma una victo-
ria hasta ese momento indecisa.
Luchando con el mismo valor y tesón de Esther Quintero fue como se ganaron el
aprecio y el respeto de los contendientes mujeres como: Candelaria Pachón, comba-
tiente del Batallón Gaitán, muerta en la batalla de Terán; Carmen Santana, quien
por su grado de capitán fue conocida popularmente como: "La Capitana"; Ana María
Valencia, abanderada del batallón Pamplona, muerta en Palonegro; Blancina Ramírez,
combatiente del Batallón Vigías de Gualanday.
Ahora, como simples guerrilleras que se jugaron la vida con valor en múltiples
combates, encontramos los nombres de: Natalia Galindo, Ercilla Zortillo, Luisa Guzmán,
Rosa Vera, María Luisa, Mónica y Saturnina Higuera, Eulogia Chaparro, Carmen
Galindo, Virginia Alonso y "La Seca" Lucinda, entre cientos de otros nombres que
nadie se preocupó por conservar.
Como ya dijimos fue Carlos Chaparro, en sus memorias de la guerra tituladas Un
soldado en campaña, el único que ha tratado de hacer un poco de justicia con las
mujeres en la guerra. De él extractamos los párrafos siguientes que son clara muestra
de cómo eran y se comportaban las hoy anónimas mujeres combatientes:
Observé que el capitán de la compañía en la cual me incorporé, era un joven de veintidós años,
más o menos, de aspecto interesante, de estatura regular y de mucho coraje: a su lado marchaba

98
una linda joven de cuerpo esbelto y mirada franca, escrutadora; parecía insensible a la permanen,
te amenaza de las balas y cuando sentía el silbido de los proyectiles muy cerca de sí, aparecía en sus
labios una graciosa sonrisa y su semblante se cubría de grana ... En una de esas retiradas por entre
la mancha (hace referencias a las manchas constituidas por las matas de monte en los átidos llanos
del hoy departamento del Huila) notamos que el capitán nos había abandonado, no supimos si
involuntariamente; pero la joven allí venía aunque se comprendía fácilmente en su semblante
alguna contrariedad. Las balas silbaban y ya íbamos a llegar al otro extremo de la mancha para
tomar la pampa, cuando al brincar la cerca de piedra para salir de la mancha, se presenta a
nuestros ojos el cuadro más desgarrador i el cadáver del capitán yacía en tierra, despedazado a
lapzazos: lo grave era la llegada de la joven! Pero esta sorpresa no se hizo esperar; ella, animando
el hermoso caballo que montaba, brincó la cerca y en el acto estuvo al lado del capitán, pero no
como esperábamos todos, que estallaría en gritos y llantos, no; ella se desmontó y fue donde se
hallaba el cadáver del capitán; lo contempló por un momento y luego le tomó la cartera y la
guardó¡ le tomó el revólver, se lo cintó; el machete, se lo terció; luego tomó la carabina y también
se la terciói dio un beso al cadáver y, volando sobre su caballo nos gritó: "Muchachos iayúdenme
a vengar la sangre del capitán! Carguemos por aquí", y nos señalaba la mancha de monte de
donde nos acababa de desalojar el enemigo; a su voz, todos esos soldados intrépidos, adueñados de
la situación, cargaron con tal furor que allí no hubo poder humano, se obligó al enemigo a
abandonar la mancha. Ese grllpo de valientes capitaneados por una heroína, se lanzaron a la
pampa en persecución de los soldados de la traición, los cuales se fueron replegando hasta que
llegaron a otra mancha y allí se atrincheraron en la cerca de piedra; los soldados liberales en la
pampa y los esbirros atrincherados, nuestra heroína hacía fuego sobre el enemigo, ya con el
revólver, ya con la carabina, y nos gritaba a todo pecho: "iMuchachos, sobre la trinchera!" Todos
a una vez, y como un solo hombre, volamos sobre las trincheras y allí fue la lucha cuerpo a cuerpo ...
Nuestra heroína animaba a los combatientes, hasta que los esbirros del-gobierno estuvieron fuera
de la mancha.
Como ya era aventurado salir de ella en persecución del enemigo ... entonces con tono militar
nuestra heroína nos gritó: "Muchachos, ya está vengada la sangre del capitán, fuego en retirada,
hacia Campo Alegre".
Nuestra heroína se quedó en Campo Alegre y por las informaciones que allí recibimos, supimos
que era de nombre Elisa y natural de aquel lugar".
También dentro del campo militar algunas mujeres fueron objeto de encargos o
misiones especiales, como aquella, cuyo nombre hoy ya nadie conserva, que fue envia-
da por el gobierno a fin de que con sus encantos "sedujera el ardiente corazón de
Ramón Marín y posteriormehte lo matara''; la misión de esta moderna "Judith'' fracasó
cuando Marín, enterado de sus propósiros, la romó prisionera para luego hacerla fusi-
lar en la ciudad de Ambalema.
El carácter de clase fue claro en lo que a la participación de las mujeres se refiere.
Sin excepción todas las combatientes y las compañeras de los guerrilleros fueron mujeres
campesinas o pueblerinas de baja extracción, y casi ninguno de ellos fue acompañado en
sus operaciones por su legítima esposa, para ellas quedó el hogar y el cuidado de la
familia. Las mujeres humildes fueron las que pusieron carne y sangre en el conflicto; las
señoras de alcurnia, ubicadas en las poblaciones, militaron como elementos de apoyo en
la consecución de drogas, en algunos casos de armas, así como en la recolección de
informaciones o en la búsqueda de medios para transmitirlas a los combatientes.

23. Carlos J. Chaparro Moneó, Un soldado en campaña. Recuerdos de la Guerra de 1899~ 1902, Tunja,
Imp. Departamental, 1936, p. 19.

99
d) Los niños
En casi todos los conflictos civiles de nuestra historia los niños y los jóvenes se han
visto envueltos y de una manera u otra han debido participar, no siendo en esto la
Guerra de los Mil Días una excepción.
Arrastrado por el deseo de servir a su partido fue como casi todo un curso escolar de
niños se escapa de sus hogares y marcha a pie desde Bogotá hasta Honda para unirse a
las fuerzas liberales en la guerra de 1895; así mismo es como al declararse el conflicto de
los mil días el fenómeno se repite y a le,s campamentos afluyen infinidad de infantes. La
participación de éstos se magnificó con los mismos estragos de la guerra, empujándolos
al conflicto ya por deseos de venganza, por ardentía juvenil, por la obsesión de estar
cerca de sus ídolos o por la proliferación de huérfanos y abandonados.
La participación de los niños en las actividades bélicas fue práctica igualmente
socorrida por liberales y conservadores. Una prueba gráfica de ello fue la foto publica-
da en Europa por un diario francés en la que aparecen dos niños uniformados y
pertrechados con gigantescos fusiles, pertenecientes al ejército conservador (dicha
foto ha sido reproducida en el libro Historia de la fotografía en Colombia).
Dentro de las fuerzas contendientes los niños eran presa codiciada, ya que los
oficiales se peleaban por tenerlos como ordenanzas por lo fáciles de manejar y lo dili-
gentes que eran, a más de que en las horas de combate se constituían en apreciados
mensajeros y hábiles combatientes, exhibiendo en ello un coraje y un inaudito despre-
cio por la vida. Cumplían ellos con eficiencia las misiones más peligrosas, y no era raro
verlos, impávidos, pasearse en pleno combate por el área más mortífera de la línea de
fuego, repartiendo municiones.
La importancia de los servicios prestados por los niños fue tan destacada que, en
términos generales, los contendientes hicieron abstracción de la filiación política de
éstos o de sus familiares, reclutándolos o recibiéndolos en las filas de manera
indiscriminada.
A este respecto tenemos el testimonio de quien siendo de reconocida familia libe-
ral y teniendo escasos 12 años, es reclutado por fuerzas conservadoras que lo hacen
ordenanza de su comandante.
De acuerdo a lo testimoniado y leído podemos afirmar que los niños tomaron su
participación en la guerra como parte de un nuevo juego al cual buscaban sacarle
todas las ventajas; era para ellos una diversión salir en las avanzadas, porque lo hacían
a caballo y podían gozar montados en ellos, correteándolos por los desolados caminos;
así mismo las salidas a buscar alimentos, que muchas veces implicaba la cacería de
gallinas, pavos y cerdos, constituía de por sí un verdadero carnaval. El cargo de orde-
nanza del comandante era una de las máximas ambiciones de los infantes, ya que,
además de un trabajo descansado, su título les confería respetabilidad y poder que
ellos utilizaban a sus anchas para cometer pilatunas dentro del campamento.

E. Formas de operación
a) Tácticas
De las múltiples tácticas de combate utilizadas por las fuerzas guerrilleras vamos a
tratar de sintetizar las más socorridas.

100
1) La dindmica de la adición y la sustracción.
-La adición. Como ya se ha dicho en varias oportunidades, la lucha guerrillera fue
un recurso extremo, forzado por las circunstancias, al que tuvo que apelar el Partido
Liberal. Es así como los principales jefes político-militares y algunos comandantes popu-
lares de guerrilla, llevados estos últimos por el ejemplo y la moda, no perdieron ninguna
oportunidad para formar ejércitos regulares y combatir como tales. Dichos ejércitos,
siempre que las circunstancias lo permitieron, se formaron a base de adicionar grupos
guerrilleros. Así fue como, a modo de ejemplo, formaron sus ejércitos Cesáreo Pulido,
Aristóbulo lbáñez y casi todos los comandantes que dispusieron de fuerzas significativas
después de la derrota de "Palonegro".
La adición de guerrillas no siempre fue utilizada con el único fin de contar con un
remedo de Ejército, ya que algunas veces ésta se utilizó para el desarrollo de operacio-
nes especiales que requerían un número de hombres que superaba al de las guerrillas
individuales; pero esta adición, a diferencia de la realizada para constituir un ejérci-
to, terminaba con la operación misma, momento en el cual el grupo se disgregaba en
sus guerrillas originales, Ejemplos de esta práctica los tenemos en casi todas las accio-
nes en que se comprometieron fuerzas irregulares de alguna significación, y de las que
son claras muestras los ataques a !bagué del 18 de junio de 1900 y del 21 de septiem-
bre de 1901, para los que se sumaron las fuerzas de Tulio Varón y Ramón Marín. El
combate de Callejó de Aico (diciembre de 1901), para el que se unen los grupos
guerrilleros de Segundo Santofimio, González y Rufino Galindo; y el combate de "La
Rusia'', donde las fuerzas de Sandalio Delgado y de Nicolás Cantor se unen a las de
Tulio Varón24 •
-La sustracción. Táctica que tuvo dos modalidades principales así:
La desagregación de fuerzas. Esta modalidad en parte fue tratada en lo correspon-
diente a la dinámica de la adición, cuando en ella se hablaba de que las fuerzas
sumadas, las más de las veces, se desagregaban nuevamente en sus guerrillas origina-
les, una vez cumplida la misión que requería un número grande de combatientes. Esta
modalidad, además de ser un hábil procedimiento tácrico respondía a una necesidad
de organización y de mando, ya que de mantenerse la adición, pronto aparecerían
fricciones entre los jefes y conflictos entre los grupos.
Como ejemplo destacado de la utilización de la desagregación como elemento
táctico para evadir al enemigo, especialmente frente a grandes formaciones contra-
rias, tenemos la acción realizada después del combate de Nacaroco (julio de 1901)
cuando la revolución ocupa Espinal y Chicoral y, conocedora de que contra ella mar-
chaba el general Ospina Chaparro con 10.000 hombres, sus jefes, Ibáñez y Caicedo,
ordenan a su gente constituirse en guerrillas 25 •
La atomización de fuerzas. La fórmula de la atomización consistió en desarticular
totalmente las guerrillas haciendo que cada uno de sus miembros o por parejas, busca-

24. Gonzalo París, L., op. cit., p. 40; y Anónimo, La epopeya de los-Mil Dfas, versión mecanografiada,
Archivo Academia Colombiana de Historia, p. 200; José Manuel Pérez, op. cit., p. 170; Joaquín Tamayo, op. cit.,
p. 15 l.
25. Jorge Villegas y José Yunis, op. cit., p. 257.

101
ra su salvación, con el compromiso de reunirse posteriormente en un sitio determina--
do. Como es lógico esperar, esta práctica siempre estuvo ligada a las derrotas.
Con referencia a ella nos dice París Lozano:
Cuando llegaban a verse acosados por fuerzas muy superiores, en circunstancias que-hicieran
desastrosa la resistencia, lo cual ocurrió más de una vez, los escuadrones se dispersaban; cada cual
buscaba ocultarse en su casa, o en la de un camarada, o en lo impenetrable de las malezas, o en los
más escarpados cerros; de suerte que las tropas gobiemistas, cuando creían tener la presa encerra--
da en la madriguera, se encontraban con que ésta había quedado vacía26 •
2) Usar los distintivos y las divisas del enemigo.
Esta estratagema y su uso podemos ordenarla en dos modalidades así:
Circunstancial y recurrente. La recurrente, en oposición a la circunstancial, consis-
tía en el uso regular de las prendas y divisas del enemigo, a fin de confundirlo, y para lo
cual, denrro del apero militar, siempre se andaba provisto de ellas. Esta táctica fue utili-
zada por guerrilleros salidos del pueblo, ya que dichas prácticas eran consideradas como
cobardes y deshomosas por los grandes directores de la milicia y la política. Uno de los
jefes guerrilleros liberales que hizo de ésta una práctica recurrente, fue el general Ra;
món Marín, y sobre lo cual nos deja testimonio París Lozano cuando escribe:
Presumiendo los jefes liberales que los disparos hechos sobre aquellos soldados habrían sido oídos
en El Papayo y puesto sóbre aviso a las avanzadas de aquel lugar, que podrían sin demora alertar a
la guarnición de lbagué, resolvieron echar mano de las banderas y divisas azules de que Marín
andaba siempre bien provisto para emplearlas, llegado el caso, por ardid. Disfrazados así de tropas
del gobierno, preparados para lanzar vivas al general Moscoso cuando estuviera frente a las avan--
zadas gobiemistas .. .27 •
La utilización circunstancial de esta táctica, estuvo ligada al ingenio momentáneo
de un jefe forzado por las circunstancias, y por tanto su uso no frecuente. El ejemplo más
connotado de esta conducta fue el cumplido por el general Rafael Uribe Uribe en la
toma de Terán, en la que, picándole la retaguardia al enemigo, se ve de pronto casi
dentro del campamento contrario por lo que ordena a sus fuerzas retirar bandas, escara-
pelas y cintas rojas, insinuándoles al mismo tiempo que griten vivas a Casabianca.
''Así arriban a la casa donde permanece el Estado Mayor de Domínguez. Uribe se
aboca a la puerta y lanza como una tromba su nombre. 'Déme un abrazo mi general y
entrégueme su espada y ríndase: Yo soy el general Uribe, mande usted rendir a todos
estos señores ... "' 28 • También el conservador Carlos Albán, muerto durante el hundi-
miento del buque "Lautaro" en Panamá, enarboló bandera' roja en su barco cuando
emprendió la persecución de Castillo en las selvas del Chocó, como único medio de
atravesar indemne los territorios dominados por los liberales29 •
De manera frecuente también, y por iniciativa de los propios guerrilleros, muchos
llevaban dentro de su escaso equipaje distintivos del ejército enemigo, tales como
cintas de sombrero y bandas de pecho, para ser usadas, ya no como elemento ofensivo

26. Gonzalo París, op. cit., 1982, p. 55.


27. Ibíd. p. 95.
28. Jorge Villegas, José Yunis, op, cit, p. 180.
29. La epopeya de los Mil Días, inédito, p. 275.

102
sino defensivo, pues se reservaban para las derrotas, donde con ellas puestas, y con-
fundidos con el enemigo, podían huir sin ser perseguidos30 •
3) La ofensiva permanente
Algunos jefes de guerrilla hicieron de la ofensiva permanente una de sus tácticas
fundamentales, la cual aplicaron aún hallándose en circunstancias verdaderamente
comprometidas, logrando a veces no solamente desconcertar al enemigo sino infrigirle
notorias derrotas. Destacado en el uso de esta táctica fue Tulio Varón, y testimonio de
ello nos lo da París Lozano cuando escribe:
Eiuscaba siempre tomar la ofensiva; sólo cuando no podía hacer otra cosa optaba por la defensiva, y eso
para volver a aquélla en la primera coyuntura favorable. La defensiva como recurso habitual o preferido
no la habría comprendido jamás; sabía bien que defenderse,.por sistema, equivale a sucumbir3 1•
Y esto no fue sólo retórica de Varón, por el contrario él llegó a aplicarla con verda-
dera maestría. Fue así como decidido el gobierno a acabar con la amenaza que éste
significaba para el centro del país, y en especial para las vías que de !bagué se extendían
hacia Honda y Girardot, envía una fuerza de 10.000 hombres que rodea completamente
la región de Doima, centro de operaciones de Varón, quien en lugar de huir, reúne
varias guerrillas y, a decir de él, aplica la táctica del Zorro: ir a meterse al gallinero,
matar las gallinas y salir corriendo. Dicho y hecho, Varón se introduce al centro del
círculo enemigo y realiza un ataque nocturno, en el que el machete fue el arma domi-
nante. Varón con 400 hombres y en sólo tres horas descuartiza 500 conservadores, hu-
yendo luego con la pérdida de 8 de sus hombres. Este combate pasó a la historia con el
nombre de "La Rusia"32 y se efectuó al amanecer del 31 de agosto de 190lll. Muchos
otros guerrilleros, aplicando este mismo principio y similar osadía, se hicieron temer de
las fuerzas conservadoras.

4) La emboscada y el ataque por sorpresa


Eran estas tácticas más usadas y por lo demás unas de las más efectivas, al punto
que las fuerzas regulares trataron de utilizar la primera de ellas llegando siempre a
rotundos fracasos, ya que para su aplicación no sólo bastaba esconderse entre el monte
a esperar al enemigo, sino que exigía conocimiento profundo del terreno y de la vege-
tación, a más del don del mimetismo.
Como los soldados del gobierno rara vez eran originarios de las regiones donde se
combatía, la naturaleza desconocida de los lugares de operaciones los ponía en des-
ventaja y en cierta medida a merced de los guerrilleros, quienes sacaban partido de
ellas usando permanentemente la emboscada y el ataque sorpresivo. Con estas tácti-
cas llegaron a hacer verdaderas carnicerías, en las que fueron objetivos predilectos las
fuerzas de retagúardia, los pequeños grupos y los cuerpos retrasados. La permanente

30. Rosendo Santos, entrevista, Ibagué, mayo 14 1 1983.


31. Gonzalo París, op. cit., 1937, p. 18.
32. "La Rusia" se llamaba la hacienda que Juancho Galindo tenía en las cercanías del caserío de Doima
y en cuya casa había parte de las tropas que el Gobierno tenía concentradas en el lugar.
33. Camilo Salamanca, "lDónde están los restos de Tulio Varón?", en Revista Tolima Nº 47, Ibagué, dic., 1979.

103
amenaza de estos ataques mantenía a las fuerzas gubernamentales en agudos estados
de ansiedad y de tensión nerviosa que los guerrilleros acrecentaban poniendo avisos
alusivos, calaveras y despojos humanos en árboles y cercas de piedra.

5) El ataque nocturno con arma blanca


A esta táctica es indudable que hay que abrirle un capítulo aparte, ya que no
solamente fue una de las más usadas, sino también aquella que los guerrilleros aplica-
ron y dominaron con verdadera maestría. Este tipo de ataques se dio frecuentemente
unido a mecanismos destinados a permitir la distinción entre amigos y enemigos, pues
la oscuridad casi absoluta que reinaba durante éstos, ya que se hacían casi siempre en
noches sin luna, así lo requería; el recurso más utilizado con este fin fue el de que los
atacantes lo hicieran sin camisa, con lo que el combatiente, para lograr la identifica-
ción de sus contrarios debía simplemente palpar su torso. Variante del sistema anterior
fue la de remangar la camisa en uno de los brazos dejándolo descubierto.
Veamos algunos ejemplos del uso de esta táctica. En el combate de Chaparral el 4
de julio de 1901, "los revolucionarios iban con el brazo izquierdo descubierto; la señal
de campo era uno, la contraseña dos, y el toque de lista repetido cuatro veces, era
retirada ... "34 .
... Por eso, cuando llegó a nuestros oídos la noticia del asalto, todos la recibimos complacidos, pues la
considerábamos como de buen augurio para el ejército liberal; llegó la orden como a las 7 p.m.; en ese
mismo momento alistamos a los combatientes para el asalto que tendría lugar a las 9 p.m., la señal
distintiva consistía en ir sin camisa, para no confundimos, de tal suerte que cada uno se dio a la tarea
de enrollarse a la cintura la camisa o franela que vestía y así quedó todo listo para el asalto35 •
De la maquinaria a la casa ocupada por las guerrillas es cerca, llegamos a la maquinaria y allí
estaba Facundo; me puso al corriente de todo; hice quitar a todos la camisa como señal distintiva
y luego que hube amarrado a la cintura la mía, ordené la marcha36 •
Pero tal vez el más sangriento y fulminante de estos asaltos, realizado sin disparar
un solo cartucho y al amparo de la oscuridad y de los fenómenos naturales, fue el dado
por Tulio Varón al batallón antioqueño "Pagola" en el "Hotel Mi Casa", ubicado en el
alto de Gualanday, cerca a !bagué. A este sitio, obligado en el camino que de !bagué
conduce a Girardot, llega en la tarde del Viernes Santo de 1901 el citado batallón,
hecho que de inmediato es conocido por Varón quien rápidamente planea el asalto a
realizarse esa misma noche en medio de espantosa tormenta; la conclusión de la ope-
ración es descrita por París Lozano de la manera siguiente:
Los hombres de Tulio llevaban desnudo el brazo derecho, como señal de reconocimiento para no
herirse entre sí. En la lobreguez de la madrugada tocaban los brazos de los hombres que iban
encontrando en el campamento, y donde no hallaban la señal convenida, descargaban el mache,
tazo mortal, en pocas horas dieron cuenta del desventurado batallón antioqueño, y al amanecer,
ahítos de sangre, cargados de botín y dejando atrás, para que se expandiera por todo el departa,
mento, el espanto que causó aquel feroz asalto, regresaron tranquilamente a Doíma, a lavar sus
machetes y a dormir sobre la satisfacción del destrozo hecho al gobierno".
34. José Manuel Pérez, op. cit., p. 54.
3;_ Bernardo Rodríguez, Mis campañas 1885,1902, Bucararnanga, Tip. Renacimiento, 1934, p. 77.
36. Ibíd., p. 106.
37. Gonzalo París L., op. cit., 1937, p. 75.

104
De este desgraciado batallón del gobierno se salvaron escasos veinte hombres.
Como es lógico, en el ya citado asalto de "La Rusia", el más brillante asalto nocturno
realizado en toda la historia bélica nacional, Varón también hizo uso de este recurso.
6) Los núcleos de resistencia
Ésta era una táctica ligada a la disolución de las grandes unidades o de las fuerzas
guerrilleras, y consistía en desarticularlas en grupúsculos de dos a cuatro individuos
con el objetivo de acosar permanentemente al enemigo, sin ofrecer un núcleo central
de resistencia. Pérez Sarmiento define esta táctica así: "las fuerzas pueden disolverse
a tal punto que en cualquier momento ... cada grupo de dos, de tres o de cuatro
formaba un pequeño núcleo de resistencia, hábil para defenderse, y listo para buscar
otros para reintegrar el núcleo principal"38 •
7) La aplicación del ingenio y la astucia
El ingenio y la astucia dieron lugar a múltiples recursos, casi todos ellos orientados
a engañar al enemigo, dándole a éste una visión distorsionada de las fuerzas con las
que se enfrentaba. Veamos al respecto algunos ejemplos:
-Los cañones de guadua. La artillería, a pesar de la casi nula utilidad que prestaba
para la lucha guerrillera, estaba ligada a un halo de poderío y su presencia estaba
destinada a producir efectos más sicológicos que bélicos. Muchas fueron las oportuni-
dades en que se hicieron remedos de cañones elaborados con palos y guaduas, para
dar una falsa sensación de poderío; estratagema como ésta fue utilizada por Marín y
Varón en su ataque a !bagué el 8 de junio de 1900: "No iba mal armada y juntando el
ardid con la realidad, habían simulado un pequeño cuerpo de artillería, en el cual los
tubos de los cañones eran trozos de guadua forrados en tela negra"39 • ·
-Las enaguas rojas de las mujeres liberales.
En el combate de Gámeza hubo un acontecimiento digno de mención... Doce mujeres comanda~
das por Carmen Galindo, viendo el peligro de que las tropas del gobierno pudieran cerrar el paso
a las revolucionarias, corrieron a la cima del alto, y desplegadas en guerrilla batían sus faldas rojas
haciendo aparecer un cuerpo respetable de tropa que defelldía esas posiciones inexpugnables. En
vista de esto las fuerzas del gobierno no intentaron forzar la altura, dando tiempo a las de la
revolución para fortificar esta parte importantísima de la línea de combate40 .
-La multiplicación de los lwmbres. Consistió este recurso simplemente en buscar argu-
cias que hicieran aparecer frente al enemigo más hombres de los que realmente había
dispuestos para el combate. Algunos ejemplos de ello son los siguientes: "Cuando estu-
vimos frente al puerto de Los Santos, se hizo un movimiento rotatorio y cinematográfico
de soldados dentro de nuestro buque de guerra para simular que en él navegaba un
ejército". (Benjamín Herrera en Panamá durante el combate de "La Negrita") 41 •
Para hacerle creer que tenía que habérselas con muchos asaltantes, y como no hubiera sino uri solo
cometa, el general Ibáñez apeló a un ardid. En el mejor caballo montó al cometa y le ordenó tocar

38. José Manuel Pérez S. op. cit., pp. 94-95.


39. Gonzalo París L, op. cit., p. 40.
40. Carlos J. Chaparro M., op. cit., p. 21.
41. Lucas Caballero, Memorias de la Guerra de los Mil Días, Bogotá, Colcultura, 1980, col. Biblioteca
Básica Colombiana, p. 107.

105
Iatención! en una esquina, despedir el caballo hasta la otra, allí dar el mismo toque en las otras dos
esquinas del cuadro o marco que se formó al enemigo, y repetir incesantemente la operación.
Parece que el efecto no fue del todó vano, a juzgar por lo que dice Márquez: tuve conocimiento
de que una fuerza al mando de los jefes ya expresados, en número de mil quinientos hombres,
atacaría la plaza (Aristóbulo Ibáñez en el combate de Fusagasugá, 23 de mayo de 1901)* 42 ,
Estando próxima a ser atacada la población conservadora de Soledad, hoy Herveo,
en el norte del Tolima, sus defensores se reúnen y en un sitio llamado "El Alto del
Perro" ponen a marchar a las mujeres, simulando con sus escobas, fusiles, las que
vistas desde la distancia por los liberales los hicieron desistir de su empeño43 •
Durante el ataque de las guerrillas liberales a Loma Redonda, hoy San Antonio
de Calarma, en el Tolima, estos fueron repelidos utilizando la táctica de distribuir a
los pocos hombres en dispersas y alejadas posiciones con la misión de disparar constan-
temente, cambiando de ubicación tras cada disparo, para dar la impresión de una
gran fuerza defensora44 •
-Electricidad y dinamita, dos componentes que producen terror. Estando atacado el
estratégico puerto de Girardot por las fuerzas de Varón y habiendo sido rechazados
una primera vez, "Los revolucionarios intentaron volver aquel mismo día sobre la po-
blación, pero el general Pedraza logró impedirlo merced a un ardid. De la bodega del
Ferrocarril sacó varias cajas de puntillas que colocó en los principales sitios de la
población, enlazándolas unas con otras por medio de un alambre de telégrafo, e hizo
correr la voz de que aquellas cajas eran de dinamita y que si los revolucionarios ataca-
ban de nuevo, las haría estallar, electrizando por artes de encantamiento el susodicho
alambre. Los vecinos liberales se aterraron ante la perspectiva de volar dinamitados, y
se dieron trazas para enviar postas a los revolucionarios para suplicarles que no ataca-
ran otra vez, súplica que fue atendida"45 •
-Los rurrwres y los papeles falsos.
Dado que prácticamente los ejércitos dependían para sus informaciones de los
mensajes escritos o memorizados por postas, así como de los informes recogidos entre
la población, fue entonces frecuente que se utilizaran los falsos rumores para descon-
certar y desinformar al enemigo. También se realizaron con alguna frecuencia impre-
siones de apócrifas proclamas sobre triunfos recientes; así mismo, muchas veces se
despacharon postas con informaciones equivocadas y casi que con el expreso fin de
que fueran hechos prisioneros, para que el enemigo tuviera acceso directo a ellas.
-El conocimiento de las debilidades del enemigo.
Las condiciones en que se debarió la guerrilla, de permanente inferioridad frente a
las fuerzas del gobierno, la obligaron un especial sentido de la oportunidad dentro del
cual se destacó su elevada percepción de las debilidades del contendiente. A modo de
ejemplo podemos anotar cómo rápidamente las fuerzas guerrilleras del centro del país se
dieron cuenta de que las tropas gubernamentales compuestas por gentes de las zonas
altas y frías, como por ejemplo del altiplano Cundiboyacense, no sabían nadar, por lo que

• Los subrayados son del original.


42. José Manuel Pérez Sarmiento, op. cit., p. 155.
43. Antonio Canal, entrevista, Herveo, abril 15, 1983.
44. Ricardo Molina, entrevista, San Antonio, mayo 26, 1983.
45. Gonzalo París, op. cit., p. 22.

106
se dieron entonces todas las trazas para atacar a los batallones compuestos por ellas, en
cercanías a los profundos y correntosos ríos que abundaban en la región, cargándolas de
manera que éstas se vieran obligadas a cruzar estos cauces. De la misma manera las
fuerzas en conflicto tenían aguzado oído para percibir cuándo los cartuchos eran recalzados
con pólvora de alquimistas locales y calcular la calidad de la misma.
b) Armamento
Es bien sabido que cuando la Guerra de los Mil Días se inicia el partido que la
declara no solamente no estaba unido en torno a esta idea, sino que no estaba armado
y menos aún preparado militarmente para ello. Cuando el Partido Liberal abre opera-
ciones, las pocas armas que estaban en su poder reposaban en las manos de sus hom-
bres más destacados; generales de otras guerras, casi todos ellos pudientes propietarios
de fincas, que las habían enterrado en ellas al concluir las guerras del 85 o del 95, o
que las habían ido comprando pacientemente a los desertores del ejército guberna-
mental en tiempos de paz. Esta última práctica de armar a los liberales con material
comprado al enemigo se continuó durante todo el conflicto, al punto que los fusiles
llegaron a tener un precio estable, como fue el de los treinta pesos oro46 •
Aunque el Partido Liberal empezó a gestar un nuevo conflicto armado de grandes
proporciones desde la conclusión misma de la guerra de 1885, ambición que en lugar de
marchitarse se vio incentivada por el efímero conflicto de 1895, el partido no pudo hacer
el acopio del armamento deseado. La carencia de implementos bélicos con que los libe-
rales inician la contienda se debió principalmente a la decidida solidaridad de este
partido con la causa del general Cipriano Castro en Venezuela, a cuyo movimiento
insurrecciona! no solamente aportó hombres, sino que hacia allí despachó la mayoría de
su armamento, por lo que, cuando en Colombia se declaró el conflicto, había regiones
del país en las que los liberales estaban absolutamente desprovistos de ellas, como fue-
ron los estratégicos departamentos de Santander y Boyacá. Si bien, iniciada la guerra,
Cipriano Castro ya en el poder en Venezuela, retornó en parte el favor recibido, dotando
a las tropas liberales con el famoso Máuser Venezolano (Berti, 1900) y permitiendo el
paso por su territorio de armamento adquirido por los liberales en otros países, por la
evolución que tuvo el conflicto estas armas no pudieron llegar sino al oriente del país,
quedando el centro de la República absolutamente desprovisto de ellas, obligando a los
combatientes de estas regiories a batirse en condiciones de extrema desigualdad y a con-
seguir su armamento capturándoselo al enemigo.
Otra fuente importante de aprovisionamiento de armas fueron las que salieron
directamente de los arsenales conservadores, con la anuencia y la protección de des-
tacados oficiales gobiernistas, pertenecientes los más al ala histórica de dicho partido.
A este respecto nos testimonia Domingo S. La Rosa, en su libro Recuerdos de la Guerra
de 1899 a 1902 lo siguiente:
El general José María Ruiz que, como dejo dicho, era mi compañero de hotel, recibía frecuentes
visitas del general José Santos, Ministro de Guerra47 en ese entonces, y a decir de aquél, dicho

46. Leonidas Flórez A., op. cit., p. 120.


4 7. El rrrinistro José Santos fue tal vez el militar conservador de más alto rango involucrado directamente en
componendas con los liberales, acusaciones que Villegas y Yunis, en su libro La Guerra de los Mil Días sintetizan así:

107
general lo alentaba en el sentido de que el liberalismo no debía desmayar en sus propósitos de
guerra. Tanto menudeaban estas visitas, que el general Ruiz creyó prudente aconsejarle que las
suspendiera, porque podrían infundir sospechas. A este respecto recuerdo que una tarde invitó el
general Ruiz a comer a nuestro hotel a un coronel de apellido Hernández, si no hago mala
memoria, que según colegí por su conversación durante la comida que juntos tomamos, estaba al
servicio del gobierno. Estuvo tan locuaz que, sin ningún recato, contó que la noche anterior se
había sacado y transportado en una carreta varias armas del parque nacional y que ya estaban en
manos de quienes debían de hacer oportunamente uso de ellas48 .
Iniciada la guerra, en todas las regiones del país los liberales desenterraron las
armas que, embadurnadas con cebo, esperaban el momento en que, bañadas con agua
hirviendo, nuevamente estuvieran en disposición de disparar49 •
Si el ejército del gobierno no estaba unificado en cuanto a su armamento, las
fuerzas liberales sí que menos. Las armas de fuego en poder de éstas iban desde las
escopetas de fisto, hechas directamente por aprendices de armeros, pasando por los
fusiles de chispa que se cargaban por la boca del cañón, hasta el Máuser de repeti-
ción, del que nunca se tuvo abundancia.
Al inicio de la guerra la precariedad del armamento liberal los obligó a apelar al
arcaísmo bélico, por lo que no es raro que se utilizaran lanzas, palos aguzados y pie-
dras, amén del machete y los cuchillos, que jamás se abandonaron.
Exceptuando las zonas fronterizas donde los liberales encontraron apoyo por parte
de sus gobernantes, como lo fueron José Santos Zelaya en Nicaragua, Manuel Estrada
Cabrera en Guatemala, Eloy Alfara en Ecuador y el ya citado Cipriano Castro en
Venezuela, los que a más de dinero les procuraron, entre otras cosas, armas, las guerri-
llas del resto del país y especialmente las del centro, se tuvieron que procurar éstas,
capturándolas en combate al enemigo.

"a) En Bogotá se dijo que un día antes del alzamiento, el 17 de octubre, un sobrino suyo comentó: que la
fecha de alzamiento se había fijado, de acuerdo con su tfo para el día 19 de octubre.
b) Recuérdese la misiva que envió a Uribe Uribe por intermedio de Lucas Caballero. En esta misiva manda
decir Santos a Uribe Uribe que " ...precipitaron el movimiento sin darme tiempo para preparar el concurso que
les ofrecí y, cuando ya tenía listo a Montoya con su División que es la de mi mayor confianza, aconteció la
desastrosa acometida contra Bucaramanga, pero que no obstante, si se presentare la ocasión de reparar entuer-
tos, estoy listo a cumplir mi palabra". (Lucas Caballero).
e) Permitió marchar libremente de Bogotá a Santander a los confabulados.
d) Demoró la expedición del general Luján para que no derrotase tan pronto como era posible las fuerzas
rebeldes en Bucaramanga.
e) Impidió la marcha de las tropas del general Montoya dejando la vía libre a Vargas Santos para internarse
en la Nación, ocasión desaprovechada por éste.
f) En telegrama de Villamizar, dirigido al Ministro de Guerra, le informó que tenía adelantadas negociado~
nes secretas que el general Casabianca no debía conocer.
g) Un oficial conservador declaró haber visto sobre la mesa del general Villamizar, poco antes de iniciarse
el combate de Peralonso, un telegrama; lo dejó tan impresionado, que nunca pudo borrarlo de su memoria.
Decía:
"Reservado urgentísimo.
General Villamizar.
Permanezca a la defensiVa, retírese hasta Pamplona. Deje pasar revolución. Gobierno necesita prolongar
estado de cosas, fin circular emisiones, salvar causa. Destruya. Firmado José Santos". Villegas/Yunis, op, cit.
48. Domingo La Rosa, op. cit., p. 14.

108
Guiados por los recuerdos de guerra y por los listados de armamento tomado o
entregado por fuerzas guerrilleras liberales, vemos que hasta el final de la contienda
prevaleció esta absurda disparidad de armamento y calibres.
Algunos de los tipos más usados de fusiles fueron: Rémington, Oras, Peabody,
Cooplacker, Manlincher, Winchester, Springfield, Sharps, Springfield del 22, Spencer,
Chassepot, Dreins, Amalia y Máuser en varias versiones.
A pesar de la ayuda prestada por gobiernos cercanos al Partido Liberal, éste no
logró introducir al país, durante todo el conflicro, más de 20.000 fusiles, contra 200.000
introducidos por el gobierno; así fue como tampoco su cifra de cartuchos logró pasar
de los 6.000.000, en tanto que la del gobierno fue de 50.000.000.
La disparidad de armamentos de los liberales y el reducido número de cápsulas
para las mismas, unidos al carácter y composición de las fuerzas guerrilleras, hicieron
que éstas convirtieran el machete en su arma preferida. Así es como en la Guerra de
los Mil Días, al igual que en pasados conflictos, el machete de guerra, de 24 pulgadas,
volvió a aterrorizar a combatientes y pacifistas. Sobre esta arma dice París Lozano:
En las rocerías, disputando porfiadamente la tierra utilizable bien al monte primitivo, bien a la
maleza siempre renovada y siempre invadente, sus brazos adquirieron destreza y resistencia en el
manejo del machete. Éste era siempre su indispensable compañero, llevado al cinto si andaban a
pie, o colgado a la cabeza de la silla, bajo la coraza, si iban a caballo. Útil, indispensable para los
quehaceres de cada día, era al propio tiempo la mejor arma para cualquier emergencia, Ya en la
guerra, el machete adquiría para ellos una importancia única, y el modelo pequeño, campesino,
cedía el puesto al grande de 24 pulgadas, sin igual para el combate. lngeniábanse para acomodarle
al puño de cuerno piezas. de cobre, a modo de guardamanos, donde se mellaran los posibles
machetazos del enemigo*, y para ponerle sostenes que, al empuñarlo, los sujetaran flojamente a la
muñeca, de suerte de no perder el arma aunque recibieran golpes en el.brazo. Cada uno de ellos
conocía de un vistazo en el lecho de las quebradas las piedras de amolar y sabían servirse de ellas
de manera de dar a su machete filo de barbera50 •
En el uso habilidoso y terrorífico del machete se destacaron principalmente las
fuerzas guerrilleras y en especial las que operaron en el Tolima y en Santander, así
como algunos cuerpos del gobierno, entre los que cabe citar a los "Toneros" y a las
fuerzas reclutadas en las zonas bajas y calientes del departamento del Cauca.
La escasez de municiones obligó a los liberales no sólo a recurrir de manera perma-
nente a recalzarlas, sino a fabricar la pólvora, empeño en el que se acertó realmente en
muy contadas ocasiones. De la calidad ofrecida generalmente por los cartuchos encon-
tramos frecuentes testimonios, tales como el consignado en el trabajo inédito y anónimo
titulado: La epopeya de los mil dúis que dice: "En esa ocasión se vio patente la calidad del
famoso cartucho cargado en Ocaña, por las fuerzas rebeldes: sus tiros dejaban oír un
resoplido sordo y los proyectiles caían unos metros adelante del tirador"51 ; o aquél que
habla de los cartuchos que en el Tolima se recalzaron con la pólvora producida por
Florencia Duarte y que con referencia a su comportamiento físico dice:

49. Rosendo Santos, entrevista, 1983.


* Esta pieza era conocida como crucero (Nota del autor).
50. Gonzalo París, op. cit., 1937, p. 52.
51. Anónimo, La epopeya de los Mil Días, op. cit., p.223.

109
Chaves consiguió y remitió desde Anáime suficiente azufre. Pero el carbón que hizo de madera de
balsa, resultó casi incombustible, y los cartuchos cargados con la pólvora fabricada con él, estallaban
en tres tiempos: en el primero reventaba el fulminante; en el segundo, se inflamaba la pólvora; y en
el tercero, salía el proyectil. Tan completa era la solución de continuidad que había entre estos
tiempos, que en los primeros ensayos el tiro salía del cañón del rifle cuando ya el soldado se lo había
quitado de la cara y estaba abriendo para descalzarlo. La pólvora Duarte hizo fiasco absoluto"'.
Si bien por regla general los intentos hechos por los liberales para fabricar pólvora
fueron casi todos verdaderos fracasos, algunos de sus "químicos" acertaron; es el caso
por ejemplo de la producida por el ingeniero mecánico español, Eugenio Penagos, en
Santander.
Obligados por las circunstancias a tener que recalzar sus municiones con la pólvora
que fuera, las fuerzas guerrilleras generaron una pequeña industria en las zonas de
combate que consistía en la compra de vainillas, las que después de los encuentros eran
recogidas principalmente por mujeres y niños, para ofrecerlas en venta a los liberales.
Con el transcurrir de la guerra las diferencias en calidad y cantidad de armamento
se fueron acrecentando, hasta que al final las fuerzas gubernamentales, perfectamente
pertrechadas, disparaban todas con cartuchos de pólvora sin humo, en tanto que mu-
chas de las fuerzas guerrilleras lo hacían con cartuchos de pólvora negra y de "fuerza
moral", ya que las más de las veces sólo producían estruendo y humareda. Las pocas
oportunidades en que se acertó en la producción de pólvora, ésta dio por resultado un
cartucho con un alcance de 600 m, contra los de 2.000 m, importados por el gobiemo53 •

-Granadas, bombas y artillería


Fueron varios los intentos hechos por las fuerzas liberales para proporcionarse ele-
mentos explosivos manuales, que reemplazaran a las socorridas botellas rellenas de
dinamita y provistas de mecha, que por demás se utilizaron durante todo el conflicto,
y en cuyo manejo fueron expertos los mineros y pescadores. El intento más elaborado
por fabricar este tipo de artefactos bélicos fue el realizado en Santander, y sobre el cual
encontramos el siguiente testimonio:
El doctor Jacob fue el encargado de proporcionarme no sólo el local, sino los materiales de trabajo;
me presentó la dinamita, los fulminantes y número considerable de tarros de hierro, que medían
unos 12 ó 15 centúnetros de alto por un diámetro de 8 ó 10, igual número de resortes que, una vez
cargada la bomba, ese resorte era sostenido por una tacita de yeso, de tal manera que al tirar la
bomba y chocar en tierra y otro elemento duro, la tacita se rompía y el resorte, bajando con fuerza,
chocaba contra el fulminante y producía la explosión.
Los tarros iban tapados en un extremo; dentro, en el centro, llevaba una especie de tubo también
de hierro, donde iba colocado el fulminante; entre ese tubo y la pared del tarro, quedaba un
espacio el cual era llenado con dinamita y proyectiles; una vez ejecutado ese trabajo, se colocaba
la otra tapa atornillada, que soportaba la tacita de yeso ya dicha, sobre la cual descansaba el
resorte. Los tarros fueron construidos por el convencido liberal Evangelista Estévez y la parte
mecánica, por dos honorables caballeros que viven todavía en la ciudad54 •

52. José Manuel Pérez Sarmiento, op. cit., p. 20.


• El subrayado es del original.
53. Leonidas Flórez Álvarez. op. cit., p. 28.
54. Bernardo Rodríguez, op. cit., p. 19.

110
En lo referente a la artillería ésta fue casi siempre monopolio del gobierno o utili-
zada por fuerzas liberales de carácter convencional. Las guerrillas por la precariedad
de sus recursos y por la lógica de sus operaciones, no usaron de ella, aunque sí hay
ejemplos de intentos realizados para procurársela.
Con este fin se hicieron ensayos repetidos usando principalmente ejes de trapi-
ches, algunos de los cuales se orientaron a la búsqueda de la sustitución de la pólvora
por el trinitrotolueno para producir el cañón de dinamita. Todos ellos, sin excepción,
terminaron en rotundos fracasos.

F.Economía
Los recursos económicos con que contaron los grupos guerrilleros fueron siempre
precarios y en muy escasas oportunidades gozaron ellos de abundancia y bienestar. Su
misma necesidad de estar en permanente movimiento, desplazándose y mimetizándose
en sus zonas de operación, los obligaba a sólo disponer de lo estrictamente necesario.
Varias han sido las formas encontradas de cómo la guerrilla adquiría los bienes y
recursos indispensables para la satisfacción de sus inmediatas necesidades, formas que
podemos ordenar de la manera siguiente:
a) Por envíos de la dirección del partido.
Si bien esta forma existió, fue de todas la menos frecuente. Aunque la dirección
liberal fue pródiga en expedir comunicaciones prometiendo prontas ayudas y envíos de
dinero y otros recursos, los casos en que éstas se hicieron realidad son verdaderamente
escasos y, cuando se cumplieron, las sumas de dinero entregadas fueron irrisorias, como
los $6.000 enviados al Tolima con el estudiante de medicina Julio Córdoba55 •
Los recursos económicos grandes, como los cientos de miles de pesos aportados por
gobernantes extranjeros como Eloy Alfara, Cipriano Castro o Santos Zeleya, o como los
provenientes de los decomisos en metales preciosos y papeles comerciales realizados por
jefes liberales, nunca llegaron a las guerrillas propiamente dichas, éstos fueron
usufructuados de manera monopólica por los generales más prestigiosos del país e inver-
tidos en la conformación de ejércitos regulares; tal es el caso de Benjamín Herrera,
Foción Soto, Santos Acosta, Belisario Porras, Rafael Uribe Uribe, etc., todos ellos recep-
tores de cuantiosos recursos. Algunos comandantes en su deseo por constituir una com-
pleja administración liberal en las zonas de su dominio,' llegaron hasta imprimir su propia
moneda. Las guerrillas nunca tuvieron estos alcances, ni se dejaron llevar por las velei-
dades de constituir gobiernos paralelos, en cuya organización se desgastaron las fuerzas
liberales de manera inútil.
b) Por donaciones voluntarias de sus partidarios.
Esta fuente de recursos fue mucho más importante y frecuente que la constituida
por la proveniente de la dirección central del partido. Estos envíos procedían de pu-

55. José Manuel Pérez S., op. cit., p. 27.


56. Como ejemplo de estos decretos podemos citar el del 14 de enero de 190 l en que se establece, entre
otras cosas, que: "Los ejércitos del gobierno que ocupen las provincias sublevadas, vivirán en ellas de los bienes
de los desafectos al gobierno", yel más famoso y difundido de todos el Nº 582 del 1º de diciembre de 1900 por

111
dientes liberales residentes en la zona y que ya fuera por temor, por falta de voluntad
o por sus edades no podían participar en el conflicto y pagaban en dinero y especies su
ausencia de los campamentos. También fue frecuente el envío de pequeños recursos
recogidos entre los liberales de la clase media y los humildes militantes del partido; en
esta labor se destacaron las mujeres y en especial aquellas cuyos familiares se hallaban
combatiendo.
e) Por donaciones forzadas de los enemigos.
Ésta fue una de las fuentes más importantes de recursos de la guerrilla, y se utilizó
regularmente tanto por liberales como por conservadores, justificando ambos sus ac-
ciones con .el argumento de que sobre el enemigo debería caer la mayor responsabili-
dad en el sostenimiento de la guerra. Ejemplo de ello son los decretos gubernamenta-
les56 imponiendo altísimas cuotas a los departamentos, cuyo monto dependía del ca-
rácter mayoritariamente liberal o conservador de los mismos, y en los cuales se facultaba
a los gobernadores para que recogieran las sumas estipuladas aplicando sus montos a
voluntad, o sea, que éstas eran repartidas únicamente entre los liberales. Para su
recaudo se usaron variadas fórmulas que iban desde la expropiación de bienes, hasta
la conducción a prisión, de donde éstos sólo podrían salir previo el pago fijado por el
gobernador.
La guerrilla, sin contar con la amplitud del aparato gubernamental, aplicaba
donaciones forzosas entre los propietarios residentes en su zona de operaciones y tam-
bién, de manera regular, exigía el pago de rescates o permitía que algunos de sus
prisioneros pudientes compraran su libertad o su derecho a continuar con vida. Múl-
tiples son los casos de conservadores que tomados prisioneros y condenados a muerte,
pagaron por su derecho a vivir; en este camino se llegó hasta la irrisión de muchos
condenados a muerte que debieron comprar la bala con la que se les mataría, para
evitar que ésta se les diera gratis, pero a machete o puñal.
Cada vez que las necesidades económicas apremiaban, la guerrilla se hacía más
activa en la toma de rehenes y en las exigencias de pagos forzosos.
d) Por el pillaje, el asalto, y las expropiaciones.
Junto con la anterior, estas modalidades fueron las que alimentaron prioritariamente
la economía de los grupos guerrilleros.
Después de la derrota de Palonegro, en la que fue destruida la principal fuerza
regular del Partido Liberal, sobre las guerrillas cayó, y hasta el final del conflicto, el
mantenimiento de las operaciones bélicas en el centro y sur de la República. Perdido
ya para este momento y para el Partido Liberal el dominio del río Magdalena, el apro-
visionamiento de las fuerzas guerrilleras dependió fundamentalmente de su propia
capacidad para tomarle al enemigo lo que ellas requerían; esta necesidad fue la que
originó los riesgosos asaltos a Honda, a Girardot y a un sinnúmero de otras poblaciones
y campamentos militares.

el cual se establecen contribuciones de guerra a los departamentos. El monto de sus contribuciones que grava de
manera diferente las zonas del país, permite apreciar cuáles de éstas, a esa fecha, eran las más beligerantes y cuáles
las más altamente gravadas. Estos departamentos eran: Santander con $1.500.000; Cundinamarca $1.500.000;
Tollina $600.000; Boyacá $550.000, (Guzmán, 1902, p. 25).

112
En la toma de las poblaciones, de manera regular, se producía un saqueo que, en
el normal de los casos, fue discriminado y se aplicó exclusivamente a los bienes del
enemigo.
Generalmente todos los bienes recogidos por las diversas modalidades, hasta aho-
ra explicadas, ingresaban a las arcas comunes del grupo. Este principio no se aplicaba
en algunos casos donde, como premio, el jefe guerrillero establecía entre sus hombres
un tiempo de pillaje libre (una o más horas, de acuerdo con la resistencia ofrecida o el
odio que se le tuviera a la población tomada) durante el cual los miembros del grupo
pillaban a su amaño, tomando para sí lo que recogieran durante este tiempo. Así
mis/no las bestias, armas, uniformes y demás implementos conseguidos durante los
combates, pertenecían a quienes ejecutaban la acción. Marín dio una hora de pillaje
a sus tropas durante la toma de Honda, parece que movido por el deseo de retaliar a
la población por la muerte de Esther Quintero. De este asalto, relataba el ex guerrille-
ro Domingo Herrera, cuyo hermano participó en él, que como parte del botín llevó a
su casa un rollo de tela con el cual todos, y durante mucho tiempo, se hicieron cami-
sas57. Así mismo podemos considerar que no era poco lo que algunos aguerridos guerri-
lleros lograban acumular de manera personal, como fruto de estas acciones. Al respec-
to se cuenta que cuando ya iban a fusilar en Ambalema, por insubordinación, al gue-
rrillero Cantalacio Reyes, éste, después de pedir un aguardiente, tiró a los pies de los
miembros de su pelotón de fusilamiento, para que fueran repartidos entre ellos des-
pués de su muerte, las alforjas llenas de monedas de oro y plata y de valiosos objetos de
metal recogidos por él en los pillajes de la guerra58 • Fue el deseo de hacerse a un
precioso caballo que montaba un conservador, el que hizo que un oficial de Marín
disparara sobre su propietario en la toma del "Papayo", cerca de !bagué, echando así a
perder toda una táctica de absoluto silencio con la que las fuerzas liberales querían
sorprender la guarnición de la ciudad". En las zonas rurales prácticamente era desco-
nocido el derecho a la propiedad de los enemigos políticos; casi pudiéramos decir que,
desde principios de 1900, estas propiedades y bienes quedaron automá-ricamente ex-
propiados y pasaron a ser usufructuados por el grupo dominante en la zona; así fue
como ganados y bestias de silla y carga junto con cosechas y herramientas fueron
tomados, sin ningún reato, por los diferentes grupos contendientes.

e) Por recursos propios del jefe del grupo.


La participación de los recursos propios del jefe en el mantenimiento de la guerrilla
no fue una modalidad generalizada pero si se dio con alguna frecuencia, ésta se limitó a
casos especiales en que el jefe, enfrentado a privaciones y sin posibilidad alguna de
conseguir los recursos por otro medio, y viéndose enfrentado al descontento de sus hom-
bres, apelaba a su patrimonio personal para solventar la situación. Esta práctica se vio
facilitada por el hecho no infrecuente de que algunos jefes de guerrilla fueran hombres
pudientes y de alguna solidez económica. Un caso, a manera de ilustración, es el de

57. Domingo Herrera, entrevista, Ambalema, diciembre 30 de 1982.


58. lbíd.
59. Gonzalo París, op. cit., 1937, p. 96.

113
Ramón Marín, quien instalado en el Tolima ejercía de manera independiente su profe-
sión de minero, aprendida en su tierra natal Marmato; en ella había logrado acumular
una buena cantidad de oro, la que al iniciarse la guerra, y al asumir la jefatura de una
guerrilla, enrregó a un amigo, recurso que después agotó cuando en momentos de penu-
ria tuvo que mantener a sus hombres. Así mismo pasó con Cesáreo Pulido, Tulio Varón,
José Joaquín Caicedo Rocha, Aristóbulo lbáñez, etc., quienes en algún momento del
conflicto tuvieron que apelar a sus fortunas personales a fin de superar las necesidades
de sus combatientes.
Como era de esperarse, las clases altas, los terratenientes, los industriales y los co-
merciantes, con poderosas influencias y conexiones, trataron rápidamente de prevenir
los estragos de la guerra en lo que a sus bienes se refiere; fue así como algunos liberales,
una vez constatada la derrota de Palonegro, con la que ya no les quedó ninguna duda de
que a la larga el triunfo sería del gobierno, pusieron sus propiedades y demás bienes
materiales en manos de amigos conservadores. Caso ilustrativo de este proceder está
consignado en la carta que dirige a sus hermanas el guerrillero liberal Antonio Suárez
Lacroix la noche antes de ser fusilado, y que en uno de sus apartes dice así:
... Paso al asunto principal de esta carta: como ustedes bien saben, queridas hermanas, yo tengo
allá en Cuba el ser más amado en esta vida. Quiero antes de morir expresar a ustedes mi última
voluntad¡ bien saben que María se halla en Cuba y deseo, ya que conozco el corazón de ustedes,
que lo poco que resta de mi fortuna, que se halla en poder del doctor Carlos Martínez Silva, pase
a ella junto con el cariño de ustedes ...'°.
Sobra decir que era Martínez Silva uno de los más destacados conservadores his-
tóricos del momento.
La administración de los recursos de las fuerzas guerrilleras casi siempre recayó
directamente en su jefe o en su grupo más inmediato de amigos; en algunas ocasiones,
en que operaciones de más envergadura obligaban a la unión de varias guerrillas, caso
por lo demás bastante frecuente, se nombraba un responsable de la administración y
recolección de los fondos, y no era extraño que de estas operaciones se llevara un
pormenorizado registro.
Era también frecuente que al momento de desarticularse una guerrilla por razones
tácticas, parte importante de sus fondos fueran repartidos entre sus miembros, pagos
cuyo monto variaba de acuerdo con el grado militar.
También era usual que los grupos pequeños distribuyeran entre sus hombres los
recursos tan pronto los adquirían, para que cada uno velara por su propio manteni-
miento.

3. La guerra de guerrillas y los partidos políticos


En alguna parte del presente trabajo ya se anotó cómo la organización de las fuer-
zas guerrilleras no fue monopolio del Partido Liberal, ya que las hubo también conser-
vadoras. La diferencia real consistió en el papel que cada uno de ellos les concedió.
Ya ha sido afirmado, en páginas anteriores, cómo el Partido Liberal planeó el desa-
rrollo del conflicto con base en la organización de un poderoso ejército regular que,

60. Joaquín Tamayo, op. cit., p. 136.

114
concentrado en el departamento de Santander, y unido por extensa frontera con la
Venezuela de Cipriano Castro, prometía una rápida victoria. Así es como, cuando el
sector guerrerista dio la orden para el levantamiento general, la dio a sabiendas de
que el resto del país sólo podría hacerlo en forma de guerrillas y que por tanto serían
las fuerzas que componían su "Ejército Restaurador" las únicas que tendrían perspec-
tivas de rriu,nfo.
A las guerrillas se les consideró inicialmente útiles sólo como elementos de acoso
y distracción de los recursos del gobierno, pero consumada la derrota de la esperanza
liberal de Santander y pasando por encima de los deseos e intenciones de la dirección
militar, la guerra de guerrillas se impone hasta convertirse en la táctica fundamental
del liberalismo combatiente.
El caso del conservatismo fue totalmente distinto. Éste era el partido en el poder y
tenía a su servicio el aparto militar del Estado, constituido por un ejército regular que,
como tal, combati6 el alzamiento liberal.
La efectiva actividad bélica cumplida por las guerrillas liberales hizo que el Parti-
do Conservador facilitara la constitución de sus propias guerrillas, las que operaron en
la mayoría de los casos de manera independiente, aunque colaborando con las fuerzas
del gobierno cuando éstas lo requerían.
El Partido Conservador nunca les concedió mayor importancia, y no hubo en él una
consciente y generalizada política para fomentarla. Jamás con ellas trató de formar ejér-
citos, llegando a lo sumo a realizar acciones combinadas cuando se operaba en territorio
de éstas.
A pesar del descuido conservador por este tipo de lucha, muchos fueron los grupos que
se constituyeron y actuaron bajo sus banderas, prueba de ello es el siguiente listado donde
consignamos, por departamentos, algunos de los que adquirieron mayor renombre:
En el Tolima: la guerrilla "Micuna" de San Antonio de los Micos, cerca de Chaparral;
la del "Hombre Pantera": Florentino Sandoval; la de "Papagalá", en cercanías de
Purificación; la de "Vicuña", en cercanías de Chaparral; la de "Briceño" (hoy
Anzoátegui); la de "Santa Isabel"; la de "Francisco Herrán", en las montañas cerca-
nas a !bagué; la de "Chipalo", cerca del Guamo; la de la "Laguna", cerca de San Luis;
y la de "Carnicerías", (en el hoy departamento del Huila).
En Cundinamarca: la guerrilla de los Mendietas operó por Vianí, Montefrío, Alto del
Trigo y Quipile; .la de TobíasVelásquez, cerca a la población de Vergara; la de los Soachas,
por Soacha y Tequendama; la de Arbeláez; la de Guasca; y la Ronderos, por Nilo y Agua
de Dios.
En Santander: la guerrilla de Evaristo Villamizar, la de Buenos Aires; la del "Mo-
toso", y la de Aguirre por la región de Árbol Solo; la de "Mutiscua" y la de Toledo.
En el Cauca: la guerrilla de José Bolaños, y la de José Camilo Cuéllar cerca de
Popayán.
En el Magdalena: la guerrilla de Hipólito Jiménez, por la región de Barbacoas, hoy
departamento de la Guajira; la de "Calabacito"; y la del "Cacique José Dolores".

Conclusiones
La Guerra de los Mil Días, desde el plano militar, se inició como un conflicto
convencional, en el que se irían a enfrentar dos ejércitos regulares. Por fuerza de las

115
circunstancias, como se explicó anteriormente, se metamorfoseó en una lucha entre
grupos de combatientes organizados en guerrillas y las fuerzas de un ejército regular.
Consecuente con esta forma de lucha el conflicto tomó sus características propias; es
así como las guerrillas se hicieron fuertes en el campo, en tanto que el ejército lo
hacía en las ciudades. Nunca, durante todo el conflicto, las fuerzas guerrilleras pu-
dieron conservar la posesión de algunas poblaciones importantes que en varias oportu-
nidades lograron tomarse, tal es el caso de Neiva, Fusagasugá, Tocaima, Chaparral y
Honda, para no citar sino unas cuantas.
Escasos meses transcurrieron entre el inicio de las hostilidades y la derrota defini-
tiva del ejército liberal constituido en el departamento de Santander. La desrrucción
de las fuerzas del generalísimo Vargas Santos en "Palonegro" hizo que con ella se
esfumaran las ilusiones liberales de su victoria en el conflicto. El Ejército, en su desas-
trosa retirada por los caminos más intransitables, por las zonas más insalubres y en
medio del clima y la estación menos propicia, obligó a que lo escasamente salvado se
desarticulara e iniciara un tipo de lucha, que si bien surgió desde los inicios mismos
de la declaratoria de las hostilidades, no contó con el beneplácito ni el apoyo de la
dirigencia político-militar del liberalismo: la guerra de guerrillas.
En este momento, después de la derrota de Palonegro, el liberalismo se enfrentó a
las siguientes situaciones: su única fuerza considerable, y sobre la que éste tenía fun-
dadas sus mayores esperanzas, había dejado de existir y con ella se habían perdido
todos sus pertrechos militares; pero así mismo, en gran parte de la República se habían
realizado pronunciamientos e iniciado la lucha con halagüeñas perspectivas; sin em-
bargo, aunque en estas últimas regiones el entusiasmo del liberalismo era creciente, la
dirigencia también era consciente de que con estas fuerzas no era factible conseguir
una victoria decisiva. Razón por la cual el liberalismo se vio enfrentado a la disyuntiva
de: o se rendía, o buscaba los medios para obtener una paz honrosa, para lo que tenía
irremisiblemente que aceptar la lucha guerrillera, hacia la que sus jefes mostraban
una profunda repulsión. Esta última alternativa le planteaba a los políticos y generales
del liberalismo algunos interrogantes importantes, a saber: era criterio compartido por
ellos el concebir la guerra irregular "como apta para producir desgaste, para extender
el área de destrucción, mas no para resolver el problema militar, lo que está reservado
a batallas libradas entre los ejércitos", como bien lo decía Uribe Uribe61 • Razón por la
que, de optarse por ella, habría que esperar bastante tiempo para que el Gobierno
tomara conciencia de su imposibilidad, aunque estuviera victorioso, de destruir total-
mente los grupos guerrilleros y por lo tanto dieran los pasos conducentes a una paz
honrosa para los liberales.
Esta claridad de la situación ponía de presente una preocupante escasez de opcio-
nes que permitieran una conclusión honrosa de la guerra para los liberales e imponía,
de manera irremisible, como la única salida que a la larga podría conducir a ese fin, la
lucha guerrillera; hecho que a su vez era fuente de nuevas inquietudes, tales como:
La perspectiva de ver prolongarse la guerra en condiciones de absoluta desventaja
para los liberales atentaba directamente contra los intereses de los grupos económicos

61. Gonzalo París, op. cit., 1937, p. 20.

116
y políticos que se habían empeñado en declararla, o sea que el tiempo jugaba como un
verdadero bumerán contra los intereses materiales de sus principales impulsores.
Que en esta guerra de desgaste en que las guerrillas jugarían el papel fundamen-
tal los jefes tradicionales no tenían mayores opciones, ya que para este tipo de lucha
los hombres mejor dispuestos y preparados eran las gentes humildes de los campos, por
lo que de ellas pocas glorias personales podrían esperar.
Que la multiplicidad de grupos, unida a la dificultad en las comunicaciones y al
escaso papel militar que sus hombres prestantes podrían jugar, otorgaba a los jefes y
caudillos locales una mayor autonomía e independencia, lo que se traduciría en un
desmedro inmediato de su manejo amañado de la política nacional.
Estas y otras inquietudes, como ya lo dijimos, causaban profunda desazón a los
promotores del conflicto, pero de todas maneras les resultaban más halagüeñas que la
perspectiva de una rendición incondicional. Así es como el partido, apegándose a la
vaga ilusión de la pronta reconstitución de un Ejército regular, se decidió por la con-
tinuación del conflicto, en las condiciones que imponía la lucha guerrillera.
Finalmente, tenemos que decir que la acuciante ilusión de tornar a la guerra
regular sólo se hizo concreta en Panamá, donde Belisario Porras y Benjamín Herrera,
combinando fuerzas, lograron un ejército cuyo prestigio fue siempre superior a sus
triunfos: la capital del departamento nunca fue de la revolución.
En el centro de la República ésta se limitó a los forzados intentos por fusionar, de
manera permanente, los grupos de regulares, con lo que los ejércitos así formados nunca
pasaron de ser conjuntos amorfos, acosados por profundas contradicciones internas en
disciplina y mando, y caractetizados por una total carencia de cohesión militar.

117
Los antecedentes agrarios de la violencia:
El conflicto social en la frontera colombiana, 1850,1936*

Catherine LeGrand**

Las naciones latinoamericanas, que habían sido exportadoras de materias primas


cuando estuvieron bajo el dominio español, después de la Independencia siguieron
desempeñando un papel semejante en la economía mundial. Sin embargo, en el siglo
XIX se presentó un cambio significativo en la clase de bienes exportados, ya que mien-
tras en la época colonial los recursos minerales, en especial el oro y la plata, habían
constituido la fuente principal de riqueza de América Latina, después de 1850 la
producción agrícola para los mercados externos adquirió mayor importancia. La ex-
portación de productos agrícolas no era un fenómeno nuevo, pero en el siglo XIX el
aumento de la demanda de los consumidores en los países en vía de industrialización
y el creciente desarrollo de los transportes incrementaron los incentivos para los em-
presarios latinoamericanos que se dedicaron a producir café, trigo, ganado o banano
para el mercado internacional.
El aumento de la producción rural para la exportación, a partir de 1850, generó
una mayor demanda de mano de obra, y es indudable que uno de los problemas más
urgentes que tuvieron que enfrentar los exportadores de América Latina fue el de la
oferta de la mano de obra. Los hacendados que buscaban obtener beneficios dedicán-
dose a cultivos de exportación, para aprovechar las condiciones favorables del merca-
do mundial, primero que todo debieron incrementar su fuerza laboral. Este problema
se resolvió en la mayoría de los países y, como consecuencia, prosperó la agricultura
para la exportación. Sin embargo, la cuestión que nos preocupa aquí es determinar
cómo se resolvió el problema de la mano de obra y en qué forma afectó a la sociedad
rural en cada caso específico.
En este trabajo estudiamos la forma de adquisición de mano de obra que fue típica
de Colombia a finales del siglo XIX y comienzos del veinte, esto es, la transformación de
los colonos independientes de la frontera en arrendatarios y jornaleros. Los empresa-
rios agrícolas llevaron a cabo esta transformación reclamando derechos de propiedad
sobre grandes áreas de baldíos que estaban parcialmente ocupados por colonos, es
decir, cercaron las tierras de los campesinos. Esta modalidad de resolver el problema
de la consecución de mano de obra originó la resistencia en el campo, la cual se
manifestó en una serie de movimientos importantes, cuyo análisis contribuye a com-

* Este trabajo se publicó en el]ournal of Latin American Studies en el número de mayo de 1984. Quiero
agradecer a Malcolm Deas sus útiles comentarios y el consejo editorial que me prestó Sharon Meen. Traducción
de Ángela Mejía de López, Opto. de Historia de la Universidad Nacional.
** Historiadora. Autora de Colonización y protesta campesina en Colombia 1850~ 1950. Profesora de la
Universidad de McGill, Canadá.

119
prender más claramente la motivación de los campesinos y la forma como ellos perci-
bieron el proceso de transformación agraria en que se vieron envueltos. De esta forma
de adquisición de mano de obra y la resistencia que generó, surge una de las principa-
les tendencias ideológicas de protesta rural que, aún hoy, está vigente en el sector
agrario colombiano1•
Como en Colombia la inmigración extranjera fue mmima, los empresarios tuvieron
que recurrir a la mano de obra nacional para atender la demanda creciente de traba,
jadores, generada por la economía de exportaciones agrícolas. El problema era que,
mientras la mayoría de la población rural vivía en las tierras altas y frías de los Andes,
los mercados exteriores demandaban productos tropicales que sólo podían cultivarse
en climas medios y calientes. El tabaco, la quina, el añil y el algodón tuvieron cada
uno su momento de auge entre 1850 y 1875; después el café y el banano se convirtie-
ron en la fuente principal de la economía exportadora colombiana. En el mismo perio-
do, .la introducción de nuevos pastos y razas de ganado, específicamente adaptados a
las condiciones de los climas cálidos, fomentó la expansión de las haciendas ganade-
ras en las llanuras del Caribe y los valles de los ríos en el interior del país. El ganado se
dedicaba básicamente al consumo interno, pero hubo alguna exportación de cueros y,
después de 1900, se exportó una cantidad limitada de reses. Gran parte de las hacien,
das ganaderas y cafeteras, así como las plantaciones de banano, se formaron en regio-
nes apartadas y escasamente pobladas, que rebasaban los estrechos límites hasta don-
de había penetrado la economía colonial'.
Este contraste entre tierras altas, densamente pobladas y tierras bajas, dedicadas a
la agricultura de exportación, no es un fenómeno exclusivo del caso colombiano, tam,
bién caracterizó la experiencia vivida en otros países de América Latina, como por
ejemplo, en Guatemala y en el Perú. Estudios sobre estos países indican que los terra,
tenientes de las regiones costeras pudieron obtener trabajadores de las tierras altas a
través de un sistema de contratación de mano de obra3 • En Colombia, la población de

1. La fuente principal utilizada en este trabajo es el Archivo Colombiano de Terrenos Baldíos, el cual
contiene todas las comunicaciones sobre baldíos que enviaron los municipios al gobierno nacional entre 1830 y
1930. El archivo consta de 24 volúmenes titulados Bienes Nacionales que están en el Instituto Colombiano de
la Reforma Agraria, (Incora) y de 78 volúmenes con el título de Ministerio de Industrias: Correspondencia de
Baldíos que se encuentran en el Archivo Histórico Nacional en Bogotá.
2. Los trabajos importantes sobre el crecimiento económico en Colombia a finales del siglo XIX y a
comienzos del xx incluyen a Fernando Botero y Álvaro Guzmán Barney, "El enclave agrícola en la Zona Bananera
de Santa Marta", Cuadernos Colombianos N 2 11, 1977, pp. 309-390; Roger Brew, The Economic Development
of Antioquia. 1820-1920, tesis doctoral, Oxford University, 1975; Orlando Fals Borda, Capitalismo. Hacienda y
poblamiento en la Costa Atlántica, Bogotá, 1976; William Paul McGreevey, Historia económica de Colombia
1845-1930, Bogota, Ediciones Tercer Mundo, 1975; José Antonio Ocampo, "Las exportaciones colombianas
en el siglo xix", Desarrollo y Sociedad, N 2 4, julio de 1980, pp. 165-226; José Antonio Ocampo, "El mercado
mundial del café y el surgimiento de Colombia como un país cafetero", Desarrollo Sociedad, Nº 5, enero de 1981,
pp. 12 7-156; Marco Palacios, El café en Colombia. 1850-1970. Una historia económica, social y politica, Bogotá,
Editorial Presencia, 1979; James Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia, Bogotá, Carlos
Valencia Editores, 1979; y Álvaro Tirado Mejía, Introducción a la historia económica de Colombia, 3a. edición,
Bogotá, Ed. La Carreta, 1974.
3. Véase, por ejemplo, Alain Y. Dessaint, "Effects of the Hacienda and Plantation Systems on the
Guatemalanlndians", América Indígena, N 2 22, octubre de 1962, pp. 323-351; Peter Klaren, "The Social and
Economic Consequences of Modernization in the Peruvian Sugar industry, 1879-1930", en Land and Labour in

120
Mapal
Localización de los terrenos baldíos en Colombia
(Cerca de 1865)

Santa Marta

Terrenos @aldios
Regiones en las que se intercalaban
propiedades privadas y baldíos.

Arcas de propiedades privadas y/o


Propiedades indígenas
o Grandes centros urbanos
~ Grandes ríos
Región montañosa

Reconstruido a partir de in-


formes locales obtenidos de
ANCB. Volúmenes J,78

121
las cordilleras también suministró la fuente principal de trabajadores para las empre-
sas de exportación, pero la migración de la mano de obra desde las montañas a las
grandes haciendas no fue tan directa como en otros países. En Colombia hubo un paso
intermedio muy importante, que fue la formación de un nuevo sector de pequeños
propietarios campesinos a través de su migración a las tierras de clima medio y cálido.
A fin de comprender este proceso es fundamental tomar en cuenta la estructura
de la tenencia de tierras en las regiones donde existían cultivos para la exportación.
La frontera colombiana era mucho más amplia de lo que se pensaba; inclusive en 1850
todavía existían extensiones inmensas de terrenos baldíos en regiones de altitud me-
dia y baja. En el siglo XIX el geógrafo Agustín Codazzi, al hacer un estudio sobre
Colombia, estimó que en 1850 los baldíos constituían el 75% del territorio nacional.
Ese porcentaje incluía unos 24 millones de hectáreas situadas en la región central y
montañosa del país y en la costa del Caribe'. No sólo en Antioquia, sino en las cordille-
ras y enla Costa, las grandes propiedades del periodo colonial estaban separadas entre sí
por terrenos baldíos, igualmente extensos, y sobre los que nadie reclamaba derechos de
propiedad. El mapa 1 muestra los terrenos baldíos en Colombia a comienzos del periodo
del crecimiento de las exportaciones5•
Los primeros cultivos de exportación en Colombia los hicieron grandes empresa-
rios en propiedades privadas. El éxito que tuvieron esos cultivos, las mejoras en el
transporte y el desarrollo de los mercados locales desencadenaron el proceso de ex-
pansión de la frontera, y fueron los campesinos de tierra fría los primeros en iniciar ese
movimiento migratorio, que llevaría a incorporar las tierras baldías en la economía
nacional.
A finales del siglo XIX y a comienzos del XX, una corriente constante de migrantes
abandonaría las tierras altas de Antioquia, Boyacá y Cauca6 en busca de zonas de
frontera en climas medios y cálidos. Esas migraciones reflejaban. el estancamiento y

Latin America. editores Kenneth Duncan y lan Rutledge, Cambridge, Inglaterra, 1977, pp. 229~252; Peter
Blanchard, "The Recruitment ofWorkers in the Peruvian Sierra at the Tum of the Century: The Enganche
Systemu, lnterAmerican Economic Affairs, vol. 33, Nº 3 1 invierno de 1979, pp. 63~84; Michael J. González,
"Capitalist Agriculture and Labor Contracting in Northem Perú, 1880-1905", en]oumal of Latín American
Studies. vol. 12, Nº 2, 1980, pp. 291-315.
4, Felipe Pérez, "Geografía física y política de los Estados Unidos de COiombia", citado en Colombia,
Ministerio de Hacienda, Memoria al Congreso Nacional, 1873, p. 65; e "Informe del Sr. Visitador Fiscal de
Ferrocarriles ... 8/12/1915", reimpreso en Colombia, Ministerio de Industrias, Memoria al Congreso Nacional,
1931, vol. 5, pp. 444-445.
5. La autora elaboró este mapa basándose en datos obtenidos en los Archivos de Terrenos Baldíos en
Colombia, Ministetio de Industrias, Memoria al Congreso Nacional, 1931, vol. 5, pp. 249-410. Debido a la
dificultad de determinar los límites de los municipios y a posibles errores en los datos mismos, el mapa debe
considerarse como una aproximación;
6. La evolución de la sociedad y de la economía rurales en las tierras altas de los Andes colombianos
durante el siglo XIX y a comienzos del xx es un tema importante sobre el cual se ha investigado muy poco. Para
alguna información fragmentaria, véase McGreevey; Glenn Curry, The Disappearance of the Resguardos Indíge;
nas of Cundinamarca, Colombia, 1800-1863, tesis doctoral, Vanderbilt U. 1981; Orlando Fals Borda. El hombre
y la tierra en Boyllcá, Bogotá, Punta de Lanza, Ed. 1972; David Church Johnson, Social and Economic Change in
Nineteenth Century Santander, Colombia, tesis de doctorado, Universidad de California en Berkeley, 1975; y
Femando López G., Evolución de la tenencia de la tierra en una zona minifundista, Bogotá, Centro de Estudios
sobre el Desarrollo Económico (CEDE), Facultad de Econorrúa, Universidad de los Andes, Documento Nº
029, 1975.

122
quizá la contracción de la economía de las tierras altas, así como la aparición simultá-
nea de nuevas oportunidades en los valles y zonas de altitud media, económicamente
más dinámicas. Algunas de esas migraciones fueron fomentadas por comerciantes,
contratistas d_e caminos o por los grandes propietarios que querían desarrollar regiones
nuevas, pero otras tuvieron un carácter absolutamente espontáneo. Los migrantes
incluían artesanos rurales desplazados por la importación de manufacturas europeas
baratas, minifundistas empobrecidos por la excesiva fragmentación de las propieda-
des, indígenas desposeídos de sus resguardos y refugiados políticos que huían de las
guerras civiles. A todos atraía la frontera con la esperanza de adquirir tierra y de
mejorar su situación económica produciendo para el mercado'.
El interés de los colonos en lograr la independencia y la prosperidad económicas
se refleja en los patrones de asentamiento y de actividades productivas. Por ejemplo,
al escoger dónde instalarse, preferían los lugares que tuvieran acceso al mercado. Así,
la mayoría estableció su finca a orillas de los ríos, de los caminos y de los ferrocarriles,
en tanto que los colonos que se instalaron en regiones aisladas unían esfuerzos para
abrir trochas de mulas hasta la población o el río navegable más cercano. Asimismo
-enviaban solicitudes apremiantes al gobierno para que les construyera caminos de
penetración que les permitieran irrumpir en la economía de mercado"'.
Generalmente las familias desmontaban una o dos hectáreas de tierra al año hasta
que la finca tuviera de diez a treinta hectáreas y la misma familia la trabajaba. En un
comienzo los cultivos eran de subsistencia, pero luego tendían a diversificarlos y, ade-
más del maíz, fríjol, plátanos y yuca para el consumo de la familia o para la venta en el
mercado local, los colonos, tan pronto como podían, empezaban a producir grandes
cantidades de caña de azúcar, arroz, algodón, tabaco, cacao, trigo y café para merca-
dos más amplios'. Observadores contemporáneos indican que los colonos instalados
en tierras baldías producían una parte considerable de los alimentos que se cultivaban
en el país a finales del siglo XIX y a comienzos del xx 10 ·

7. Se ha trabajado mucho sobre estas migraciones para las regiones de colonización antioqueña del sur
de Antioquia, el norte del Tolima, Caldas y el norte del Valle. Véase, por ejemplo, Robert Brew, op. cit.; James
Parsons, op. cit., y Álvaro López Toro, Migración y cambio social en Antioquia durante el siglo XIX, Bogotá, 1970.
Los archivos de Terrenos Baldíos suministran pruebas de que el proceso de colonización fue, en realidad, mucho
más amplio geográficamente. Información dispersa en estudios regiónales confirma este hallazgo. Véase, por
ejemplo, Jorge Villegas, "La colonización de vertiente del siglo XIX en Colombia", Estudios Rurales Latinoameri,
canos, vol. 1, Nº 2, mayo-agosto, 1978, pp.101-147; Orlando Fals Borda, Mompoxy Loba: Historia doble de la
Costa, vols. 1 y 2, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979, 1981; y Carlos Enrique Pardo, Cundinamarca;
hacienda cafetera y confl.ictos agrarios, tesis de grado, Universidad de los Andes, 1981.
8. Archivo Histórico Nacional, Ministerio de Industrias; Correspondencia de Baldíos (de ahora en ade,
!ante citado como ANCB), vol. 6, folio 99; vol. 49, f. 202; vol. 50, ff. 258,424, y 507; vol. 54, ff. 203 y 553-
554; vol. 58, f. 603; vol. 71. f. 356; y vol. 75, f. 371.
9. Esta información se tomó de un estudio sobre la extensión y uso de los terrenos baldíos llevado a
cabo por el Ministerio de Agricultura de Colombia en 1916. Los resultados se encuentran en ANCB, volúmenes
32, 39, 40, 43, 44, 46, 47,48, y 67.
10. Colombia, Archivo del Congreso Nacional (de ahora en adelante AC), Proyectos pendientes de 1859
(Cámara), vol. 3, f. 3, f. 16; AC, Leyes Autógrafas de 1917, vol. 6, f. 153; y ANCB vol. 43, f. 172. Lo que
todavía no está claro es con cuánta producción contribuyeron los colonos a las exportaciones colombianas por
encima de su oferta para los mercados nacionales.

123
La especulación era muy frecuente entre los colonos que cultivaban tierras baldías.
Muchas veces los primeros en penetrar en una región reclamaban derechos de propie-
dad sobre grandes extensiones de tierra inexplotada que rodeaba su finca e intentaban
impedir la llegada de otros colonos, o les cobraban por el derecho de instalarse allí1 1•
Entre ellos había mucha compra y venta de "mejoras" y en muchos lugares los colonos
utilizaban esas negociaciones para hacer valer derechos ilegales sobre la propiedad de la
tierra. La competencia por la tierra generó numerosas controversias entre los colonos 12 •
No obstante estos problemas, casi todos preferían instalarse cerca a otras familias
y, cuando las tierras baldías ofrecían oportunidades adecuadas para el desarrollo del
mercado, la población crecía rápidamente y los colonos se agrupaban formando una
aldea nuclear llamada caserío. El primer paso para fundar un caserío era construir una
iglesia, lo cual se hacía con trabajo colectivo. Luego construían la plaza de mercado,
el cementerio, la cárcel y, por último, la escuela y la inspección de policía. Al mismo
tiempo aparecían en la escena tenderos y artesanos deseosos de suministrar a los colo-
nos los productos básicos que éstos no producían. Con frecuencia estos caseríos de
frontera incluían cientos y hasta miles de colonos, algunos de los cuales vivían en el
mismo caserío y otros estaban diseminados por los alrededores13 • Es así como el creci-
miento de la economía de exportación en las regiones de mediana y baja altitud en
Colombia, estimuló la expansión en la frontera de un campesinado independiente y
orientado hacia una economía de mercado.
La disponibilidad de terrenos baldíos creó un problema serio a los grandes hacenda-
dos que dependían de la mano de obra asalariada. Es obvio que cuando los integrantes
de las clases más pobres de la población tenían libre acceso a la tierra -esto es, cuando
ellos mismos controlaban los medios de producción- estaban menos interesados en aceptar
trabajo en calidad de arrendatarios o de jornaleros. En todo el siglo XIX y a comienzos del
xx, los terratenientes de las tierras templadas y calientes se quejaban continuamente de
la escasez de mano de obra14 • Los cultivadores de café en el occidente de Cundinamarca
y en el Tolima, buscaron remediar la situación con el sistema de contratación de traba-
jadores conocido como enganche, a través del cual trajeron campesinos de la cordillera
oriental a trabajar en los cafetales, pero una vez que estos campesinos se familiarizaban
con la región, y juntaban algunos ahorros, tendían a abandonar el trabajo para instalarse
por su cuenta en las tierras baldías cercanas 15 •

11. ANCB vol. 26, f. 384; vol. 33, ff. 48 y 246; vol. 34, f. 366, f. 43, f. 273; vol. 46, f. 166; vol. 47, f. 302;
vol. 58, f. 364; vol. 68, f. 36; vol. 70, f. 75; vol. 75, ff. 229 y 295; vol. 76,'f. 113, y Colombia, Ministerio de
Agricultura, Memoria al Congreso Nacional, 1922, p. 7.
12. Véase ANCB vol. 23, f. 24, f. 359; vol. 39, f. 232; voL 41, f. 191; vol. 43, f. 254, yvol. 44, f. 283.
También Colombia, Ministerio de Industrias, Memoria al Congreso Nacional, 1934, pp. 379~381.
13. Para información sobre los caseríos en la frontera y su formación, véase Demetrio Daniel Henríquez,
Monografía completa de la Zona Bananera. Santa Marta, 1939; Urbano Campo, Urbanización y violencia en el
Valle, Bogotá, 1980, pp. 17 -55; Colombia, Dpto. de Antioquia, Infonne del secretario de Gobierno, 1930, p. 264;
Colombia, Dpto. del Tolima, Infonne del secretario de Gobierno 1933, p, 31; y ANCB, vol.13, f. 48; vol. 20. f.
21; vol. 22, f. 349, vol. 24, f. 138; vol. 43, f. 497; vol. 64, f. 508, y vol. 77, f. 385.
14. Véase Boletín Industrial mayo 8, 1875; El Agricultor. 11. Nº 5, octubre 6, 1879, p. 77; lbíd., Nº 7,
diciembre 8,1879; p. 109; lbíd., 1v, Nº 6, noviembre. 1882, p. 516; XIV, Nº 4, 1898, p. 213.
15. En Colombia no existen estudios sobre el sistema de enganche. Referencias dispersas indican que los
propietarios de haciendas cafeteras en la cordillera central y oriental, enviaban contratantes de mano de obra a

124
La reacción de los terratenientes fue lógica: atar la mano de obra a las haciendas
por medio del control de la tierra, esto es, rodeando las tierras de los campesinos. A
pesar de que según una ley colombiana los colonos, después de 1874, adquirían dere-
cho a la adjudicación gratuita de las tierras que cultivaran 16 , los costos de medición y
de deslinde eran prohibitivos, razón por la cual muy pocos colonos tenían títulos de
propiedad. En cambio, para las personas de clase media y alta la obtención de títulos
sobre la tierra era relativamente fácil1 7•
A finales del siglo XIX y a comienzos del xx, una cantidad enorme de tierras baldías
pasó a ser propiedad privada. El gobierno colombiano enajenó oficialmente 3'100.000
hectáreas en este periodo y una cantidad todavía mayor pasó a manos privadas a
través de apropiaciones ilegales. Menos del 10% fue adjudicado a las poblaciones
antioqueñas, sobre las que tanto se ha escrito 18 ; el resto se asignó en grandes extensio-
nes a mercaderes, políticos y terratenientes que contaban con las conexiones políticas
indispensables, y que tenían suficiente dinero para pagar los gastos 19 • Casi todos estos

las tierras altas de la cordillera oriental para que consiguieran trabajadores temporales para las dos cosechas
anuales. Parece que a finales del siglo x1x mucha de esta fuerza laboral incluía mujeres y niftos. Véase Marco
Palacios, op. cit., pp. 71, 89; y Malcolm Deas, "A Colombian Coffee Sta te: Santa Bárbara, Cundinamarca, 1870~
1912", en Kenneth Duncan y lan Rutledge (editores), umd and Labour in Latin America, Cambridge, Inglaterra,
1977, pp. 268~269. Para información sobre las mujeres en la agricultura colombiana, véase Magdalena León de
Leal y Carmen Diana Deere, Mujer y capitalismo agrario, Bogotá, 1980.
16. De acuerdo con la ley colombiana, todo el que solicitara una adjudicación de tierra, debía contratar
un agrimensor que midiera y levantara el plano topográfico del terreno. Para uno de menos de 50 ha, por lo
general, los honorarios del agrimensor excedían el valor de la tierra cultivada. Véase ANCB vol. 4, f. 7 l y vol.
26, f. 713; y AC, Leyes autógrafas de 1917, vol. 6, ff. 148-149.
l 7. Una recopilación de las leyes, de los estatutos y resoluciones legislativos más importantes respecto a
la titulación de baldíos durante los años de 1821 hasta 1931 fue publicada en Colombia, Ministerio de Indos~
trias, Memoria al Congreso, 1931, vol. 3.
18. En área de las migraciones antioqueñas en la cordillera central, 21 asentamientos de frontera, que
habían sido planificados y que conformaban poblaciones, recibieron adjudicaciones corporativas de tierra por
parte del gobierno nacional en los años entre 1830 y 191 O. Los individuos que pertenecían a estas poblaciones
fueron de los pocos colonos que recibieron títulos de sus fincas. Como más tarde muchos de ellos se convirtieron
en prósperos productores de café, han despertado mucho interés entre los historiadores. Por cierto que esas
poblaciones antioqueñas han dado origen al mito de la Hfrontera democrática" que aparece con tanta frecuencia
en los autores de habla inglesa que.han escrito sobre Colombia (véase James Parsons, op. cit. y Everett Hagen,
"How Economic Growth Begins: A Theory of Social Change", The ]oumal of Social Issues, vol. 19, Nº 1, enero
de 1963, pp. 20~34). Los estudios más recientes sobre la_ región antioqueña sugieren que la formación de estas
poblaciones respondía a los intereses de los comerciantes y terratenientes antioqueños de desarrollar la propie~
dad raíz, y que por esta razón, no sólo estimularon la colonización sino que obtuvieron utilidades de ella. Aun
dentro de la región antioqueña, muchas grandes haciendas se formaron a través del despojo de los colonos, tal
como lo describimos en este trabajo. Los mejores estudios recientes, que hacen una revisión de las teorías
tradicionales sobre el movimiento migratorio antioqueño, incluyen a Robert Brew; Marco Palacios, pp. 161 ~
197; José Femando Ocampo, Dominio de clase en la ciudad colombiana, Medellín, 1972; Keith H. Christie,
"Antioqueño Colonization in Western Colombia: A Reappraisal", Hispanic American Historical Review , vol.
58, Nº 2, mayo de 1978, pp. 260-283; y ]oel Darío Sánchez Reyes, Colonización quindiana: proceso po!ttico-
ideológico de la conformación del campesinado cafetero, 1884,1920, tesis para la maestría, Universidad de los
Andes, 1982; y Fabio Zambrano et al., Colombia: desarrollo agrícola, 1900-1930, tesis de grado, Universidad
Jorge Tadeo Lozano, 1974, capítulo 2.
19. Esta información se tomó de la lista de todas las adjudicaciones de baldíos concedidas a individuos,
poblaciones y compañías en los años de 1821 a 1931 y se encuentra en Colombia, Ministerio de Industrias,

125
individuos buscaban adquirir propiedades en zonas de frontera a fin de especular en el
mercado de tierras, o para producir cultivos de exportación y criar ganado.
Sin embargo, es importante anotar que los hacendados no estaban interesados en
adquirir cualquier clase de baldíos sino específicamente los que ya habían sido ocupa-
dos por colonos. Además, querían monopolizar extensiones inmensas, muchísimo más
grandes de lo que estaban en capacidad de explotar, lo cual tuvo como consecuencia
impedir el acceso de los campesinos a las mejores tierras, forzándolos así a vender su
fuerza de trabajo'°.
Los grandes propietarios utilizaron "diferentes métodos para desposeer a los colo-
nos de sus derechos sobre la tierra y para transformarlos en jornaleros de las hacien-
das. En primer lugar, los hacendados ricos buscaron establecer derechos de propiedad
sobre grandes extensiones de baldíos que ya estaban parcialmente ocupados por cam-
pesinos. Algunos de ellos solicitaron al gobierno la adjudicación de la tierra, otros
simplemente se apropiaron del terreno o utilizaron múltiples estratagemas para adqui-
rir ilegalmente las tierras de dominio público. Además, cercaron lotes inmensos con
alambre de púas y los vendieron después; reclamaron concesiones mineras sobre minas
inexistentes a fin de establecer un monopolio sobre la tierra que rodeaba la concesión;
o aumentaron los límites fijados en la solicitud de títulos. Asimismo, los hacendados
movieron las cercas que fijaban los límites de las viejas haciendas y se apropiaron de
los terrenos baldíos adyacentes. Los juicios adelantados por los terratenientes para
"clarificar" los límites de sus propiedades, confirman todas estas usurpaciones, las
cuales fueron facilitadas por el apoyo que recibieron de los alcaldes, los jueces y los
agrimensores, así como por el uso que hicieron de mojones y linderos. No deja de ser
irónico que, aunque muchas de estas apropiaciones fueran ilegales, hubieran sido
aprobadas en su época por el sistema judicial colombiano. Generalmente los jueces de
circuito aceptaban herencias, facturas de venta y fallos judiciales como pruebas de
propiedad, siempre y cuando esos documentos comprobaran la posesión de la tierra
durante por lo menos treinta años. En esta forma, muchos terrenos que oficialmente

Memoria al Congreso, 1931, vol. 5, pp. 249-410. Más de 170% de la totalidad de tierra adjudicada en este
periodo pasó a propiedades de más de 1.000 ha.
20. Para una discusión teórica sobre este punto, véase Evsey D. Domar, "The Causes of Slavery or
Serídom, A Hypothesis", Joumal of Economic H~tory, vol. 30, vols. 1-2, 1970, pp. 18-32; Martín Katzman,
"The Brazilian Frontier in Comparati ve Perspective", Comparative Stt.ulies in Studies in Sociery and History, vol.
17 N2 3, julio de 1975, pp. 274-275; yGervasioCastrode Rezende, PlantationSystems. Land Tenure, and Lilbor
Supply, An H~tortical Analys~ of the Brazilian case with a Contemporany Study of the Cacao Regions of Bahía,
Brazil, tesis para el doctorado, Universidad de Wisconsin, 1976. Varios informes colombianos de finales del siglo
XIX y comienzos del xx sugieren una motivación de tipo laboral en la creación de latifundios en las regiones de
frontera. Por ejemplo, un comité del Congreso informó en 1882:
"Es generalmente a través del desposeimiento de los colonos pobres que la gente rica adquiere grandes
propiedades (... ). Muchos (... ) obtienen extensiones inmensas de tierra que acumulan con el único propósito de
excluir a los colonos de esas áreas o para reducirlos a unas condiciones de servidumbre'': (AC, Leyes autógrafas
de 1882 (Senado), vol. 2, ff. 250,266).
El Concejo Municipal de Espejuelo-en el Cauca-, envió en 1907 una carta todavía más explícita:
"En Cauca, la mayoría de los hacendados se ha apoderado de vastas zonas de ejidos ... que, ni las trabajan
ellos mismos ni dejan que otros las trabajen, monopolizando la tierra buscan únicamente debilitar la posición de
los labriegos independientes, para de sus filas formar grupos de peones dependientes" (ANCB, vol. 42, f. 177).

126
nunca habían dejado de ser baldíos pasaron a ser propiedad privada a través de dere-
chos de facto y de ventas o de herencias 21 •
Una vez que los grandes terratenientes establecían los títulos de propiedad, ya
fuera por medios legales o ilegales, empezaban a conseguir mano de obra y, haciéndose
acompañar por el alcalde o por unos cuantos policías, informaban a los colonos insta-
lados en esas tierras que, equivocadamente, habían ocupado una propiedad privada.
Acto seguido les ofrecían la alternativa de desocupar la propiedad en forma inmedia-
ta, o de firmar un contrato como arrendatarios22 • En caso de que los campesinos esco-
gieran esta última opción, debían abandonar sus pretensiones sobre la propiedad de la
tiemi y también perdían el control sobre su propio trabajo. En efecto, para poder con-
tinuar en sus parcelas debían pagar un arrendamiento que el terrateniente cobraba en
forma de trabajo, de tiempo parcial pero obligatorio, en la misma hacienda. Los térmi-
nos precisos de esos contratos variaban de región en región, pero todos significaban la
expropiación de la tierra y el fin de la libertad de trabajo del campesino independien-
te. Por otra parte, si los colonos decidían abandonar sus parcelas, abandonaban el
trabajo de años. Es posible que a algunos les compraran sus tierras y que tuvieran la
suerte de recibir una pequeña compensación por el trabajo invertido23 , sin embargo
éstos fueron la minoría, muchos se fueron con las manos vacías y, por lo general, se
quedaron en la región trabajando como jornaleros o pasaron a ser arrendatarios en las
haciendas vecinas24 • Otros emigraron hacia nuevas fronteras donde, con el tiempo, se
repetía la historia. Vemos pues cómo, en Colombia, a la vez que se desarrolló la econo-
mía exportadora, aumentó la concentración de la tenencia de tierra a través de un

21. Las distintas formas de usurpación, su amplitud y distribución geográfica las describe Catherine
LeGrand, From Public Lands into Privare Properties: Landholding and Rural Conflict in Colombia. 1850-1936,
tesis de doctorado, Stanford University, 1980, pp.116~161.
Los archivos sobre baldíos contienen cientos de ejemplos de usurpaciones. Véase por ejemplo, ANCB vol.
9, ff. 16-17; vol. 12, f. 87; vol. 13, ff. 48 y 123; vol. 14, f. 360; vol. 25, f. 657; vol. 26, f. 325; vol. 33, f. 246; vol.
72, f. 189 y vol. 76, f. 113. Los juicios que con más frecuencia empleaban los propietarios para establecer nuevos
límites de propiedad eran los juicios de deslinde y los juicios de partición.
22. Cientos de solicitudes de colonos recogidas en ANCB describen esas reuniones. Véase, por ejemplo,
ANCB vol. 11, f. 190; vol. 14, f. 307, y vol. 15, f. 246.
23. Malcolm Deas, de la Universidad de Oxford, me sugirió que para algunos colonos desmontar la
tierra, introducirle mejoras y venderla después, se convertía en un sistema de vida. En algunos documentos de
la región de colonización antioqueña hay indicios de que así pudo oCurrir (Véase Instituto Colombiano de la
Reforma Agraria. Bienes Nacionales), pero desafortunadamente la documentación es escasa.
24. Nuestros conocimientos sobre el papel desempefi.ado por los trabajadores y sobre las condiciones de
trabajo en las haciendas colombianas son rudimentarios, quizás porque los historiadores colombianos aún no han
encontrado y estudiado documentos de las haciendas que tan útiles han resultado ser para estudiar las relaciones
laborales en México y Perú. Algunas formas de tenencia de tierras están descritas en Marco Palacios, op. cit., pp.
55-120; Malcolm Deas, op. cit., pp. 269-298; Mariano Arango, Café e industria, 1850-1930, Bogotá, Carlos
Valencia Editores, 1977, pp. 123-127; Absalón Machado, El café: de la aparcería al capitalismo. Bogotá, Punta
de Lanza, 1977; Luis Femando Sierra, El tabaco en la economia colombiana del siglo x1x, tesis de grado, Bogotá,
1961, pp. 123-163; y Roger Soles, Rural Land lnvasions in Colombia: A S,udy of the Macro-and Micro-Conditions
and Forces Leading to Peasanl Unrest, tesis de doctorado, Universidad de Wisconsin, 1972, pp. 121,131. En
Colombia había tres clases principales de arrendatarios: 1. Los arrendatarios propiamente dichos, conocidos a
veces como terrazgueros o concertados; Z. Los aparceros o agregados; y 3. Los colonos a partido. Los arrenda,
tarios eran campesinos que, como pago por la utilización de una pequeña parcela donde cultivaban lo necesario
para su subsistencia debían trabajar ellos mismos o conseguir peones para que trabajaran en la hacienda del

127
proceso de desposeimiento de miles de colonos, y que, al mismo tiempo que se forma-
ron las grandes propiedades, se· creó la mano de obra para trabajar en ellas.
Este proceso originó numerosos conflicros sociales, y es muy importante conocer
sus características y evolución para comprender el origen de una de las principales
formas que tomó la protesta rural en Colombia. En la primera mitad del siglo XIX, rara
vez la tensión existente entre los grandes hacendados, decididos a adquirir una mano
de obra dependiente, y los colonos, preocupados por mantener su independencia, se
expresó abiertamente. Parece que en la primera mitad del siglo XIX los campesinos
aceptaban una de las alternativas que se les ofrecía, sin protestar enérgicamente. Sin
embargo, después de 1875, se presentó un cambio significativo, cuando los colonos
empezaron a organizarse con el objetivo expreso de defenderse de los abusos y expro-
piaciones. En muchas partes del país, pequeños grupos de campesinos, amenazados
por un hacendado, se negaban a firmar los contratos de arrendamiento, y también
rehusaban abandonar sus parcelas. Esta resistencia precipitó el conflicto abierto.
La aprobación de leyes favorables a los derechos de los colonos fue el factor deci-
sivo para que éstos empezaran a oponerse a la expropiación. Hasta antes de 1870, la
legislación colombiana prácticamente no mencionaba a los colonos independientes
que no formaran parte de las poblaciones antioqueñas; pero, en 1874 y 1882, el Con-
greso aprobó dos leyes importantes sobre terrenos baldíos, la Ley 61 de 1874 y la Ley 48
de 188225 • El gobierno buscaba fomentar la utilización productiva de las tierras de

propietario. Esta clase de relaciones de trabajo era muy común tanto en las regiones de tierra fría, con una
agricultura tradicional, como, por ejemplo, en algunas zonas cafeteras al occidente de Cundinamarca y al sur del
Tolima. En las regiones cafeteras, con frecuencia pagaba el trabajo de los arrendatarios, pero el salario era
considerablemente más bajo que el de los jornaleros. Algunos de los arrendatarios más prósperos contrataban
peones para que lo reemplazaran en sus obligaciones de trabajo, de manera que ellos pudieran dedicarse por
completo a cultivar su propia parcela.
En otras regiones cafeteras, por ejemplo en Santander, Antioquia y Caldas, había pocos arrendatarios y la
aparcería era la forma de trabajo dependiente más común. En las haciendas ganaderas predominaba, en cambio,
el sistema de colonos a partido, a quienes se les permitía desmontar un pedazo de tierra, en los límites inexplotados
de la propiedad, para que la trabajaran en su propio beneficio, pero con la condición de que después de dos o tres
años debían devolverla al propietario sembrada de pasto, En las haciendas ganaderas y en algunas cafeteras, los
colonos a partido sirvieron para expandir el área productiva de la propiedad. Casi todas las grandes empresas
agrícolas emplearon también jornaleros para tareas específicas, por ejemplo, en las haciendas cafeteras para
recoger la cosecha, en las ganaderas servían como vaqueros, y la United Fruit Company utilizó a algunos colonos
de baldíos como jornaleros, de tiempo parcial en las plantaciones de banano (cf. Catherine LeGrand, "Colombian
Transformations: Peasants and Wage Labourers in the Santa Marta Banana Zone", Joumal of Peasant Studies,
julio de 1984).
25. El texto de estas leyes se encuentra en Colombia, Ministerio de Industrias, Memoria al Congreso,
1931, vol. 3, pp. 121-124 y 149-15 LA comienzos del siglo XIX, el gobierno colombiano utilizó las tierras baldías
básicamente como un recurso fiscal para tratar de solucionar la situación de bancarrota en que se encontraba. El
Congreso expidió certificados territoriales redimibles en baldíos, con el objeto de financiar la deuda pública y
para pagar a los veteranos de guerra y a los contratistas de caminos y ferrocarriles. Estos certificados se compra~
han y vendían libremente en el mercado, y eran relativamente baratos para la gente con dinero, pero estaban
fuera del alcance de los campesinos. Durante este periodo, el gobierno también asignó algunas adjudicaciones de
tierra a las nuevas poblaciones, casi todas en la región de colonización antioqueña.
La reforma de la polític3. sobre baldíos en los decenios de 1870 y de 1880 respondía al interés de los liberales
de crear una nación de pequeños propietarios. Asimismo, reflejaba el deseo de liberales y conservadores de
fomentar la expansión de la economía agrícola a través de la incorporación de los baldíos en la economía
nacional. Desde entonces, cualquiera que pusiera a producir un terreno baldío, podía solicitar la libre adjudica;

128
dominio público y estas leyes consagraban el principio de que quien cultiva la tierra
baldía es su propietario legal. Los nuevos estatutos no sólo permitían a los campesinos
abrir fincas en cualquier terreno baldío, sino que estipulaban que la tierra que culti-
vaban les per_tenecía legalmente, y que aunque todavía no tuviesen títulos escritos
sobre ella, no se les podía desposeer.
Los grandes hacendados no prestaron ninguna atención a estas leyes, en cambio
éstas sí influyeron profundamente en las actitudes de los colonos frente a su propia
situación. Los campesinos tuvieron la sensación de que el gobierno nacional los apo-
yaba,, que las leyes legitimaban sus intereses y que les suministraban un punto de
partida para empezar a organizar su propia defensa26 • A partir de 1874, los colonos
amenazados con el despojo hicieron todo lo posible para que el gobierno conociera la
violación de sus derechos legales. Entre 1874 y 1930, numerosos grupos de campesinos
enviaron cientos de memoriales a las autoridades en Bogotá, describiendo los proble-
mas con las personas que querían arrebatarles la tierra y pidiendo protección oficial''.
La elaboración de esos memoriales requería una acción concertada, ya que la
mayoría de los colonos no sabía leer ni escribir e ignoraba los trámites legales, de
manera que tenían que contratar un abogado en el pueblo que les escribiera las de-
mandas. Varias familias de la misma vereda, amenazadas por un individuo que recla-
maba derechos sobre sus tierras, reunían fondos para pagar un abogado que las defen-
diera colectivamente. En los archivos sobre terrenos baldíos existen más de cuatro-
cientos de estos memoriales, con firmas que incluyen desde cinco hasta cien familias
por documento. En todos ellos los colonos expresan el solo objetivo de que se les deje
en paz para cultivar independientemente su propia tierra.
La orientación legalista que en Colombia los colonos dieron a su protesta es muy
explicable, puesto que existía una legislación que en principio protegía sus intereses
era lógico que los colonos creyeran que el gobierno central los protegería si ellos
lograban ponerlo al corriente de su situación. A través de la hisroria de América
Latina, los indígenas que han visto amenazadas sus tierras comunales, han adoptado
estrategias similares y por la misma razón28 •
Sin embargo, los conflictos entre los colonos y los hacendados no se desenvolvie-
ron únicamente sobre el papel, sino que también hubo confrontaciones directas y a
veces violentas. A fin de legalizar el estatus de colono, el campesino debía permane-
cer en la tierra y no firmar 'ninguna clase de contrato de aparcería o terrazgo, pero
cuando se negaba a hacerlo, el terrateniente pedía al alcalde que lo obligara a aban-
donar la parcela. Aun después del desalojo, a veces los colonos desafiaban a las auto-

ción de ese pedazo de tierra más un lote adicional de la misma extensión. A pesar de que las leyes apoyaban
explícitamente los derechos de los colonos campesinos, la mayoría de los que en realidad obtuvieron adjudica~
dones de tierra "a títúlo de cultivador" fueron los grandes hacendados y los ganaderos.
26. Esta interpretación de la ideología del colono se deriva de los innumerables memoriales y demandas
que están en ANCB y que constantemente se refieren a las leyes de 1874 y 1882 al protestar contra los
hacendados.
27. Véase ANCB, volúmenes 1, 78. Estos memoriales van de 187 4 hasta 1931. Se dice que las demandas
de años posteriores están en el Archivo del Instituto Colombiano de Reforma Agraria (lncora) en Bogotá.
28. Véase, por ejemplo, William B. Taylor, Landlord and Peasant in Colonial Oaxaca, Standford, 1972; y
Eric). Hobsbawm, "Peasant Land Occupations", Pase and Presem, Nº 62, febrero de 1974, pp. 120-152.

129
ridades y, cuando la policía se iba, regresaban obstinadamente a cultivar sus campos.
Cuando esto ocurría, los grandes hacendados respondían con un hostigamiento más
directo. Arrojaban semillas de pasto a los cultivos y luego dejaban que el ganado fuera a
pacer allí, tumbaban puentes para impedirles el acceso al mercado, y enviaban a la
cárcel a los líderes de los colonos, haciéndoles acusaciones falsas. En algunos casos los
hacendados formaban cuadrillas de vigilantes para que atacaran a los colonos más re-
calcitrantes y para intimidar a los demás. Por lo general, con estas tácticas lograban que
los campesinos firmaran los conrratos de aparcería o que abandonaran la tierra, pero en
algunos sitios, durante años, los colonos se negaron a renunciar a sus derechos".
La resistencia fue más efectiva en las regiones donde los colonos eran numerosos y
en donde encontraron el apoyo de la clase media. Es posible clasificar a los individuos
que ayudaron a los colonos en tres grupos diferentes. En primer lugar, los tinterillos de
pueblo que esperaban obtener beneficios económicos al informarles sobre sus derechos
y escribir las demandas. El litigio sobre el "Dinde" en Cajibío y El Tambo, en el depar-
tamento del Cauca, muestra que esas esperanzas no eran infundadas; efectivamente,
durante los 15 años que duró el litigio con la familia Vejarano, los colonos indígenas
del "Dinde", que contaba en total con 130 familias, pagaron al abogado honorarios por
más de $14.00030 •
En segundo lugar, las personas que cultivaban baldíos, pero que poseían recursos y
conocimientos superiores al campesino común y corriente, apoyaron en ocasiones a los
colonos. Se trataba de tenderos, artesanos o administradores que habían conseguido
algunos peones para que sembraran un cultivo, o les cuidaran unas cabezas de ganado
en las tierras baldías cercanas al pueblo. Cuando los hacendados intentaban apropiar-
se de la tierra, esos individuos hacían causa común con los campesinos, también ame-
nazados. Este fue el caso de Tobías Enciso, un tipógrafo y antiguo administrador de la
plaza de mercado en Honda, Tolima. En 1917, cuando los hermanos lsaacs demanda-
ron los derechos de propiedad de Enciso sobre un terreno baldío, en el municipio vecino
de Victoria, Caldas, éste tomó la vocería de los numerosos colonos de la región. No sólo
presentó su caso y el de los colonos ante los tribunales, sino que publicó un panfleto
describiendo vívidamente la lucha desde el punto de vista de los campesinos31 •
El tercer grupo estuvo conformado por las autoridades locales que, ocasionalmen-
te, apoyaron a los colonos, reforzando así su resistencia. Por lo general los funcionarios
municipales favorecían los intereses de los empresarios ricos y poderosos, pero a veces,
apoyaron a los colonos. Usualmente los personeros y los concejales, más compenetrados
con los problemas locales, tendían a simpatizar con la causa de los colonos, mientras

29. Para ejemplos de las confrontaciones entre colonos y hacendados, véase ANCB, vol. 11, f. 190; vol.
12 ff. 245 y 286; vol. 14 f. 307; vol. 1 ff. 246, 342, 375 y 378; vol. 18 ff. 115 y 468; vol.20 f. 130; vol. 25 f. 31;
vol. 27 ff. 125 y 132; vol. 28 ff. 336, 340 y 341; vol. 29 f. 637; vol. 35 ff. 522 y 528; vol. 36 f. 452; vol. 43 f. 473;
vol. 45 ff. 626 y 674, y vol. 55 f. 477 bis.
30. BoletíndelaüficinaGeneraldel Trabajo, V.,Nos. 39-44enero-juniode 1934, pp. 152-154. Para otros
ejemplos de abogados que ayudaron a los colonos, véaseANCB, vol. 10, f. 100; vol. 14, ff. 342 y 347; vol. 28, f.
341; vol. 34, f. 355; vol. 50, f. 363; vol. 62, f. 282; vol. 63, ff. 4 y 174; vol. 64, f. 63, y vol. 65, ff. 233 y 471.
31. ANCB vol. 55, f. 477 bis. Para otros casos véase ANCB, vol. 10, f. 99; vol. 43, f.: 483, y vol. 44, f.
435 bis.

130
que los jueces y los alcaldes, quienes tomaban las decisiones judiciales y administrati-
vas más importantes, respaldaban a los grandes hacendados32 •
Los aliados pertenecientes a la clase media, ya fueran abogados, agricultores o
funcionarios locales, fueron un punto de apoyo muy importante para los colonos en la
defensa de sus intereses. Les explicaron sus derechos; les escribieron los memoriales y,
a veces, los ayudaron económicamente. En esta forma contribuyeron a que los colonos
adquirieran clara conciencia de sus intereses para enfrentar a los hacendados que
pretendían desposeerlos de la tierra.
El mapa 2 muestra las regiones donde se presentaron confrontaciones entre los
grandes hacendados empresarios y los colonos, en el periodo de 1875 a 1930. Cada
punto representa un conflicto en el que tomaron parte por lo menos 25 colonos. En las
regiones donde se estaba desarrollando la frontera, ocurrieron más de 450 confronta-
ciones, y algunas de ellas duraron varios decenios. Los enfrentamientos se presentaron
con más frecuencia en las regiones cafeteras de clima medio de las tres cordilleras, en
las zonas ganaderas del interior y de la costa, y en el enclave bananero creado por la
United Fruit Company33 •
Vemos así cómo, durante el periodo del crecimiento de las exportaciones, los colo-
nos independientes resistieron en forma abierta la apropiación que los grandes hacenda-
dos pretendían hacer de sus rierras y de su trabajo. Desafortunadamente la documenta-
ción en los archivos no permite seguir cada conflicto hasta el final. Es posible que, en
algunos sitios, los colonos tuvieran éxito en la defensa de sus derechos, ya que especial-
mente en las zonas cafeteras de la Cordillera Central surgieron muchas pequeñas pro-
piedades34. En otras regiones, la expansión permanente de las haciendas y la formación
de una fuerza de trabajo dependiente indican que los hacendados debieron vencer la
resistencia de los colonos y transformarlos en trabajadores dependientes35 •

32. Véase ANCB, vol. 9, ff. 76y 86; vol. 11, f. 111; vol. 15, f. 267; vol. 16, f. 69; vol. 25, f. 41; vol. 28,
f. 122; vol. 29, ff. 633 y 774; vol. 32, f. 451; vol. 33, f. 503; vol. 35, f. 591; vol. 39, f. 199; vol. 43, f. 283; vol.
44, f. 390; vol. 45, f. 629; vol. 46, f. 235; vol. 47, f. 132 y vol. 57, f. 50. ·•
33. La autora·elaboró este mapa basándose en los memoriales de los colonos que se encuentran en
ANCB, volúmenes 1,78. Como los memoriales no siempre mencionan el número de familias campesinas
involucradas en determinadas confrontaciones, es difícil ser más específicos respecto a la magnitud de cada
conflicto. Sin embargo, algunos involucraron cientos de colonos y, en· otros, tomaron parte más de mil familias
campesinas. Las principales regiones de conflicto prole ngado incluían a Belalcázar en Caldas, San Antonio y
Prado en el Tolima, y Caparrapí y Pandi en Cundinamarca. En mis manos tengo resúmenes detallados de cada
confrontación, que con mucho gusto compartiré con los investigadores que estén interesados en conocerlos.
34. Véase James Parsons, op. cit.; Marco Palacios, op. cit., pp. 161~197; y Darío Sánchez Reyes, op. cit.
35. Claro está que es importante tener en Cuenta el papel que desempeñó el gobierno nacional en
determinar el resultado de los conflictos. Ecy el periodo de 1870 a 1925, da la impresión de que el gobierno
colombiano tuvo muy poco control directo sobre lo que pasaba en las localidades rurales. Ocasionalmente el
gobierno rechazó solicitudes de adjudicación de grandes propiedades que incluían las tierras de los colonos
(Véase Colombia, Ministerio de Industrias, Memoria al Congreso, 1931, vol.3, p. 190; ANCB vol. 26, f. 680 y
vol. 461 f. 3 74). Pero generalmente las solicitudes de los colonos llegaban demasiado tarde o los funcionarios
locales, en colaboración con los hacendados, socavaban las directrices de las autoridades nacionales (Para
ejemplos sobre esto, véase ANCB vol. 25, ff. 709 y 714; vol. 36, f. 382; vol. 44, f. 636; vol. 45, f. 672 y vol. 46,
f. 419). Para un análisis más detallado de la inefectividad del gobierno en la protección de los derechos de los
colonos, véase LeGrand, From Pubüc Lanas, pp. 266-274.

131
MapaZ
Conflictos de tierra 18 75 - 1930

-Caso denunciado

El número de familias de colonos


involucradas en cada caso varía de
5 a 500.
Fuente: ANCB, volúmenes 1-78

O 100 200K

132
Sin embargo, el éxito aparente de los hacendados no pudo borrar en los colonos el
recuerdo de la experiencia que les había tocado vivir. El hecho de que tantas familias
campesinas hubiesen sido despojadas de sus tierras reforzó su íntima convicción de
que las propiedades que trabajaban habían sido adquiridas ilegalmente, lo cual acre-
centó su resentimiento contra los propietarios. Los campesinos mantuvieron latente la
conciencia de las usurpaciones que habían padecido, hasta que los cambios estructu-
rales de los años veinte los impulsaron a renovar la lucha contra el predominio de las
grandes haciendas.
Después de 1920, la economía colombiana creció a una tasa hasta entonces des-
conocida, pero se contrajo bruscamente a comienzos de la crisis mundial de 1929.
Entre tanto, el gobierno nacional amplió su radio de influencia y se formaron partidos
políticos nuevos, que buscaban crear una base popular en la ciudad y en el campo.
Estas transformaciones ocasionaron un cambio en el relativo equilibrio de poder que
existía entre terraienientes y campesinos, con la consecuencia de que estos últimos
volvieron a reclamar sus derechos sobre la rierra de la que habían sido despojados36 •
De nuevo el factor que precipitó los conflictos fue otra reforma en el sistema legal.
La Corte Suprema de Justicia, reflejando la tendencia del Estado a la intervención
económica, resolvió especificar por primera vez los criterios legales que diferenciaban
la propiedad privada de la propiedad del Estado. En 1926, cuando la Corte dictaminó
que en adelante la única prueba de propiedad era el título original, donde constaba que
el Estado había alienado esta tierra del dominio público, los campesinos escucharon
atentamente. Muchos sabían que las haciendas donde trabajaban no tenían esos títulos,
porque se habían formado a través de adquisiciones ilegales de terrenos baldíos.
En esta forma y en algunos sitios, los campesinos pasaron de la defensiva a la
ofensiva, dando comienzo a los movimientos de protesta de los arrendatarios, a finales
de los años veinte y a principios de los treinta37 • Súbitamente los arrendatarios en las
regiones de nueva frontera empezaron a sostener que no eran arrendatarios sino colo-
nos, y que la tierra era del Estado y no de propiedad privada. Se negaron a seguir

36. Entre los trabajos más informativos sobre los decenios de 1920y 1930 en Colombia están J. Fred
Rippy, La penecración del capital imperialista en Colombia, El Áncora Editores, Bogotá, 1986; Miguel Urrutia,
Historia del sindicalismo en Colombia, Bogotá, Uniandes, 1969; Hugo López C. 1 "La inflación en Colombia en la
década de los veinte", Cuaderrws colombianos, N 2 5, 1975, pp. 41,140; Jesús Antonio Bejaranó, El régimen
agraria: de la economía exportadora a la economía industrial, Bogotá, Ed. La Carreta, l 979; y José Antonio
Ocampo y Santiago Montenegro, "La crisis mundial de los años treinta en Colombia", mimeografiado. La
conexión entre estos cambios y el surgimiento de los movimientos agrarios del decenio de 1930 se explora en
LeGrand, From Public Lands, pp. 284-320.
37. Véase "Sentencia de la Sala de Negocios Generales de la Corte Suprema", abril 15 de 1926, en
Colombia, Corte Suprema,]urisprndencia, vol. 3, p. 357. El cambio en la política sobre terrenos baldíos, durante
el decenio de 1920, se debió a la preocupación del gobierno por aumentar la producción de alimentos para el
consumo directo, a fin de apoyar la industrialización. Reconociendo que la mayoría de los alimentos para los
mercados internos no eran producidos por las grandes haciendas, sino por los productores campesinos, el
gobierno se empeñó en facilitar la colonización de los baldíos por parte de colonos campesinos, con el objeto de
aumentar la producción de alimentos. Sin embargo, el status incierto de la tenencia de tierra frustró ese esfuerzo
y llevó a que la Corte Suprema definiera los criterios de propiedad privada y de terrenos baldíos, en tal forma que
se fortalecieron tanto el Estado corno el movimiento colonizador. Aparentemente el gobierno no tenía idea de
la magnitud de las usurpaciones realizadas por los hacendados durante los cincuenta años precedentes.

133
pagando sus obligaciones y empezaron a cultivar sus parcelas, independientemente de
las haciendas donde aquéllas estaban enclavadas. Mientras tanto, grupos de colonos,
de jornaleros y de obreros de la construcción, que habían perdido su trabajo por la
crisis, invadieron los límites de esas propiedades. Los recién venidos también se llama-
ron colonos y como lo han hecho siempre los colonos, construyeron chozas, desmonta-
ron tierra y le pidieron al gobierno que los protegiera de los ataques de los propietarios
quienes, según ellos, habían robado el patrimonio nacional.
Al comienzo de estas invasiones masivas de tierra, muchos propietarios mantuvieron el
control efectivo únicamente sobre la parte relativamente reducida que tenían sembrada con
cultivos de exportación. Mientras tanto, los trabajadores dependientes que habían sido colo-
nos, declararon serlo nuevamente y la hacienda se disgregó en sus partes constituyentes. En
los primeros años de la crisis del 29, se invirtió la tendencia hacia la concentración de la
propiedad rural, que había sido tan marcada durante el periodo del crecimiento de las
exportaciones, y una reforma agraria de carácter popular empezó a abrirse paso.
La clase de ocupación de tierra que acabamos de describir, ocurrió en siete regio-
nes diferentes de Colombia a comienzos del decenio de los años treinta. Los distintos
movimientos de protesta de los arrendatarios fueron condicionados por factores simi-
lares, pero desde el punto de vista de la organización no tuvieron ninguna relación
entre sí. Es significativo que todos se hayan originado en zonas de grandes latifundios,
con un pasado reciente de concentración de tierra y de tensiones entre los colonos y
los hacendados. Además, los puntos neurálgicos casi siempre estaban situados en áreas
comercialmente importantes, en donde las repercusiones de la crisis habían sido espe-
cialmente graves. Tal como podemos observar en el mapa 3, esas regiones abarcaban
las zonas cafeteras de Sumapaz, Quindío, Huila, el norte del Valle, la zona ganadera
del Sinú y la zona bananera de la United Fruit Company.
Como naturalmente los propietarios no se resignaron a perder sus haciendas, a las
invasiones siguió un periodo de conflictos agrarios muy agudos. Fue en esta época
cuando los campesinos de las regiones de frontera desarrollaron las estrategias de
lucha que seguirían utilizando en los años posteriores. Así, por ejemplo, por primera
vez campesinos que no eran indígenas, emplearon la táctica de invasión de tierras y
también se conformaron las primeras ligas campesinas y los campesinos en regiones de
frontera empezaron a identificarse con los partidos políticos de izquierda. Estos parti-
dos eran la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR) fundada por Jorge Eliécer
Gaitán; el Partido Comunista de Colombia (PCC) que tuvo su origen en el Partido
Socialista Revolucionario de los años veinte y el Partido Agrarista Nacional (PAN) de
Sumapaz dirigido por el abogado disidente Erasmo Valencia38 • Sin embargo, la organi-

38. Aunque los partidos políticos de izquierda fueron importantes en el sentido de organizar a los
campesinos en la resistencia contra los grandes propietarios, esos partidos no crearon los conflictos: la verdad es
que sólo comenzaron a organizar a los campesinos después de que habían estallado los conflictos. Tanto el UNIR
corno el PCC formaron ligas campesinas, aunque el UNIR tuvo más éxito en atraer a los colonos 1 y el PCC fue
más activo en las regiones donde los arrendatarios estaban involucrados en litigios sobre contratos y donde los
indígenas intentaban regresar a sus tierras comunales. Sobre las actividades de e.Stas partidos a comienzos de los
afias treinta, véase Pardo, op. cit. y Sánchez, op. cit.; Comité Central del Partido Comunista de Colombia, Treinta
años de lucha del Partido Comunista de Colombia, Bogotá, Colombia Nueva, s.f.; Medófilo Medina, Historia del
Partido Comunista de Colombia, vol. 1, Bogotá, Editorial Colombia Nueva, 1980; Michael Jiménez, Red Viotá:
Economic Change and Class Conflict a Colombian Coffee Municipality, l 920~ 1940, tesis doctoral en elaboración,
Universidad de Harvard; y LeOrand, From Public Lands, p. 354-379.

134
zación más grande y más innovadora no fue un partido, sino una "colonia", la Colonia
Agrícola de Sumapaz que surgió en la cordillera de su mismo nombre, al suroccidente
de Bogotá. La colonia estaba conformada por más de 6.000 campesinos que reclama-
ban la tierra de las haciendas que se habían consolidado ilegalmente en el periodo de
1830 a 1930. Estos campesinos establecieron su propio gobierno en Sumapaz, prefigu-
rando así la, "República Independiente" que surgiría en la misma región durante la
Violencia, veinte años más tarde39 •
De especial importancia en este periodo es la afirmación de la ideología de protes•
ta rural, centrada en el problema de los baldíos. Tal como hemos visto, los arrendata•
rios 'y los jornaleros lucharon por asegurar nuevamente el control que habían perdido
de la tierra y del trabajo, declarando ser colonos de baldíos. Los que participaron en
las invasiones de las haciendas en los años treinta, justificaron su conducta con el
argumento de que la tierra de esas haciendas era, en realidad, baldía. Y cuando los
propietarios estaban en capacidad de mostrar títulos en orden, los campesinos alega-
ban que los terrenos baldíos pertenecían, en primer lugar, y, sobre todo, al que traba-
jaba la tierra40 • A partir de esta época, la población rural se valdría siempre de esta
tesis para justificar las invasiones de tierra, que en Colombia se convirtieron en un
fenómeno recurrente, en especial en las épocas de recesión económica.
De esta suerte, los movimientos de protesta de los colonos en el decenio de 1930,
constituyen una modalidad diferente de protesta agraria que fue asumida por diversos
elementos de la población rural colombiana. Los arrendatarios, los jornaleros, los obreros
de la construcción y los peones de las plantaciones dirigieron su interés hacia la tierra;
por una parte, porque las demás opciones económicas eran muy pocas y, por otra,
porque la política agraria del gobierno presentaba una clara posibilidad de reclamar la
adjudicación de baldíos. Todos ellos, al convertirse en colonos, buscaban la indepen-
dencia económica; pero ya no estaban dispuestos a que se los relegara a fronteras
lejanas, puesto que para ellos, como para los primeros que emigraron a la frontera, la
independencia económica implicaba producir para mercados comerciales y participar
de los beneficios del crecimiento económico.
La generalización e intensificación de los conflictos con los arrendatarios obligó al
gobierno colombiano a intervenir, a fin de clarificar el problema de los derechos de
propiedad sobre la tierra. La respuesta del gobierno se concretó en la Ley 200 de 1936
que, con frecuencia, se ha considerado como la primera ley moderna de reforma agra-
ria en la historia de Colombia. Pero, irónicamente, 'en realidad la ley fue ventajosa
para los propietarios, porque anuló la decisión de la Corte Suprema de 1926, permi-
tiendo en esta forma que se ratificaran los derechos de muchos de ellos. Sin embargo,
al mismo tiempo, la Ley 200 apoyaba decididamente el concepto de la función social

39. Se puede encontrar información sobre la Colonia Agrícola de Sumapaz, en Colombia, Informe. del
Procurador General de la Nación, 1932, pp. 39-43¡ Departamento de Cundinamarca, lnfonne del Secretario de
Gobierno, 1931, pp. 31-34; Departamento del Tolima, Informe del Secretario de Gobierno, 1932, pp. 34-37;
Academia Colombiana de Historia, Archivo del Presidente Enrique Olaya Herrera, caja 2, fólder 3 7, f. 82, y caja
3, fólder 21, Informe del]efe de la Sección de Justicia. pp. 4-10; y Claridad 1932-1937, todos los números.
40. Véase Boletín de la Oficina General de Trabajo, IV, Nos. 33-35, julio-septiembre de 1933, p. 1.333;
Colombia, Dpto. del Tolima, Informe del Secretario de Gobierno, 1932, pp. 31-34; Colombia, Dpto. de
Cundinamarca, Mensaje del Gobernador, 1933, p. 10; Ministerio de Industrias, Memoria al Congreso, 1931, vol.
1, p. 53; y Ministerio de Industrias, Memoria al Congreso, 1934, p. 337.

135
de la propiedad, al estipular que si en el término de diez años no se explotaba la
propiedad, ésta revertía en forma automática al Estado41 ,
Es interesante observar que tanto los propietarios como los campesinos interpreta-
ron la nueva ley como favorable a sus intereses y los conflictos continuaron bajo nue-
vas modalidades. No sólo en las antiguas regiones de frontera sino también en nuevas
áreas de expansión ha sido evidente, en los últimos años, la tensión existente entre
colonos y hacendados. Sin embargo, las tensiones se han expresado en formas diferen-
tes y acordes a los cambios en el orden socio-económico e institucional. Investigacio-
nes recientes sugieren que es fundamental tener en cuenta el fenómeno de los con-
flictos entre hacendados y colonos, a fin de comprender el fenómeno de la violencia
en algunas de sus manifestaciones regionales, las invasiones de tierra de los decenios
de 1960 y 1970, y el éxito logrado, en la actualidad, por los grupos guerrilleros al
establecer bases de apoyo en regiones de frontera 42 •
Debemos insistir en que las raíces de esta tensión social deben buscarse en el
proceso de expansión y particularmente, en la forma de adquisición de mano de obra
que se generalizó junto con esa expansión, durante el periodo de 1870 a 1930. La
formación de una fuerza de trabajo dependiente, expropiando las tierras de los cam-
pesinos, naturalmente originó entre éstos los movimientos de protesta agraria que
buscaban restablecer el control sobre la tierra y desafiaban directamente los derechos
de propiedad de los hacendados. Las leyes de 1874 y 1882 y la decisión de la Corte
Suprema de 1926 tuvieron gran influencia en la reacción de protesta de los arrenda-
tarios, ya que esas leyes coincidían con el pensamiento de los trabajadores rurales de
que muchas de las nuevas haciendas tenían un origen ilegal y con su creencia de que
las tierras baldías deben pertenecer al que las trabaja.
En resumen, el crecimiento económico de Colombia, a finales del siglo XIX y a
comienzos del XX, se realizó, en gran parte, a través de la incorporación de los terrenos
baldíos en la economía nacional. La competencia entre campesinos y grandes propie-
tarios por el control de la tierra y el trabajo, fue un problema fundamental en el

41. Para el texto de la Ley 200 y sus antecedentes, véase AC, "Leyes autógrafas de 1936" vol. 18, ff. 1~
354; Marco A. Martínez, Régimen de tierras en Colombia (Antecedentes de la Ley 200 de 1936. Sobre Régimen de
tierras y decretos reglamentarios) 2 volúmenes, Bogotá, 1939, que es una recopilación útil de todos los documen~
tos oficiales referentes a la Ley 200 y que incluye borradores del proyecto de ley, debates del Congreso e informes
del comité. Para interpretaciones de la ley y sus consecuencias, véase [?arfo Mesa, El problema agrario en
Colombia, 1920-1960, Bogotá, El Tigre de Papel, 1972; Víctor Moncayo C., "La ley y el problema agrario en
Colombia", Ideología y sociedad, Nos. 14-15, julio-diciembre de 1975, pp. 7-46 y Sánchez, op. cit., pp. 125-129.
Para resolver los conflictos del decenio de 1930, el gobierno colombiano también inició un programa de
parcelación, que estipulaba la compra de haciendas subutilizadas y su división; además, estableció un sistema de
tribunales de tierra que atendiera las disputas sobre la propiedad rural. Aón no se han estudiado los efectos de
estas políticas: en verdad, falta estudiar seriamente la historia agraria de Colombia durante el periodo de 1936
a 1948. Es obvia la importancia de este periodo para comprender los orígenes de la Violenciá y, todavía más
específicamente, las conexiones ente los conflictos agrarios de los años treinta y los de los años cuarenta y
cincuenta de este siglo.
42. Véase Urbano Campo, "Contra la represión oficial en Cimitarra'\ Cuadernos políticos, Nº 10, 1976,
pp. 1-16; Luis E Bottía G. y Rodolfo Escobedo D., La Violencia en el sur del departamento de Córdoba, tesis de
grado, Universidad de los Andes, 1979; y W. Ramírez Tobón, "La Guerrilla rural en Colombia: lUna vía hacia
la colonización armada?", Estudios Rurales Latinoamericanos vol. 4, Nº 2, mayo-agosto de 1981, pp. 199-210.

136
proceso de expansión de la frontera. En casi todo el país, los colonos, al abrir nuevas
tierras, podían gozar de sus derechos durante diez o máximo treinta años; después,
invatiablemente, aparecían en la escena grandes hacendados y especuladores en tie-
rra que, durante los años comprendidos entre 1850 y 1930, lograron desposeer a los
colonos de sus fincas.
La reacción de los campesinos refleja la inherente oposición entre los hacendados,
que buscaban extender su dominio sobre la tierra, el trabajo y los mercados, y los
campesinos que querían mantener su posición económica de productores indepen-
dientes. Mientras en otros países latinoamericanos la tensión se creó entre los hacen-
dados y las comunidades indígenas, en Colombia, los intereses contradictotios de los
campesinos y los de los grandes propietarios giraban alrededor del problema de las
tierras baldías".
La experiencia colombiana muestra claramente que la expansión de la propiedad
privada se convirtió en una forma coercitiva de adquisición de mano de obra. No
solamente algunos colonos fueron obligados a transformarse en arrendatarios, sino
que la consolidación de grandes haciendas impidió el acceso libre a la tierra a otros
campesinos, que se vieron así en la necesidad de trabajar para los grandes propieta-
rios. Este caso específico demuestra que es necesario estudiar la formación de la pro-
piedad privada como medio para generar fuerza de trabajo en América Latina, a fina-
les del siglo XIX y comienzos del xx. Se han hecho, indudablemente, estudios
monográficos sobre la usurpación de la hacienda en las tierras de los indígenas, y en
este campo el ejemplo clásico lo ofrece el caso de Morelos, donde nació Zapata. Sin
embargo, existen muy pocos estudios sobre la transformación de los ejidos municipales
en propiedad privada, así como tampoco sobre la privatización de otras tierras de
propiedad comunal y de los baldíos, siendo quizá este último aspecto el que sería más
importante investigar.
Considerar la expansión de las grandes propiedades como una forma de adquisi-
ción de mano de obra contribuye a explicar la persistencia de la hacienda en los países
latinoamericanos en los siglos XIX y xx. Desde este punto de vista, la monopolización
de la tierra no es necesariamente una herencia colonial ni una manifestación de los valo-
res de prestigio social de los hacendados. Más bien constituye la respuesta lógica, desde el
punto de vista económico, al problema de la escasez de mano de obra, que afectó a la
mayoría de las regiones donde se presentó el crecimiento de las exportaciones.

43. Un ejemplo lo constituye el indiviso colombiano que era una propiedad colectiva de muchos
arrendatarios unidos, conocidos como comuneros. Los indivisos que existían en diferentes partes del país en el
siglo XIX y a comienzos del XX, aparentemente se formaron a través de herencias indivisibles o adjudicaciones
colectivas de tierra. Alguna información sobre esta forma de tenencia de tierra se puede encontrá.r en Raymond
Crist, The Cauca Valley: Land Tenure and Land Use. Baltimore, 1952, pp. 32~33. Referencias a formas similares
de tenencias de tierra comunales no indígenas, aparecen en la literatura sobre Cuba, Venezuela y Brasil. Véase
Ramiro Guerra y Sánchez, Sugar and Society in the Caribbean: An Economic History of Cuban Agriculture. New
Haven, 1964, pp. 38A0,48; William Roseberry, "Peasants as Proletarians''i Critique of Anthropology. Nº 11,
1978; T. Lynn Smith, Brazil: People and lnstitutions. 3a. edición, Baton Rouge: 1963, pp. 261-263; y T. Lynn
Smith, "Notes on Population and Social Organization in the Central Portian of the Sao Francisco Valley", Inter~
American Economic Affairs. Nº 1, 1947, pp. 50-52.

137
Los trabajadores del sector cafetero
y la suerte del movimiento obrero
en Colombia 1920-1940*

Charles Bergquist"

Contrariamente a lo que afirman muchos expertos en la materia, la debilidad del


movimiento obrero colombiano no se deriva de la escasa inmigración europea 1 ni de la
falta de un liderazgo de izquierda'. La historia del movimiento obrero en Colombia -
su tardía gestación, su explosiva y efímera fuerza a finales de los años 20 y principios de
los 30, su institucionalización y desradicalización lograda por los gobiernos liberales
entre 1930 y 1945, y su represión y cooptación durante los años de la Violencia con
posterioridad a 1945- obedece a una dinámica arraigada en las profundidades de la
estructura de la economía cafetera colombiana. En este ensayo centraremos nuestra
atención en la primera parte de esta historia, periodo durante el cual se definió la
trayectoria moderna del movimiento laboral colombiano en muchos sentidos y se de-
cidió la naturaleza de su influencia posterior sobre la vida política nacional.
De vital importancia dentro de esta interpretación que propongo es la creencia de
que durante este periodo se produjo el crecimiento de los pequeños propietarios cafe-
teros, quienes lograron consolidar su posición dentro del sector más importante de la
economía colombiana. Ya que .este aspecto es el núcleo mismo del mito de una civili-
zación colombiana de pequeños propietarios, y del debate sobre la influencia política
y económica de éstos en lo que se refiere al rumbo del desarrollo nacional, una acla-
ración de todo lo que representa resulta de vital importancia para comprender la
historia moderna de Colombia. Sin embargo, en vista de que este aspecto siempre ha
sido relegado deliberadamente por la clase gobernante y a menudo ha sido errónea-
mente interpretado por los académicos de izquierda, la labor de esclarecimiento no es
sencilla. Debe comenzar con el análisis crítico de la principal fuente de los historiado-
res, a saber, los debatidos censos cafeteros de mediados del siglo xx.

* Este trabajo forma parte de un ensayo mucho más largo sobre la historia de Colombia en los siglos XIX
y XX, incluido en una obra titulada Workers in Modem Latin American History: Capitalist Development and Labor
Movement Forrnation in Chile, Argentina.
** Historiador. Autor de Café y confl.icto en Colombia l 886~ I91 O y Trabajadores en la historia de
América Latina, coeditor de Violence in Colombia. Profesor de la Universidad 'de Washington.
1-2. Marco Palacios en El populisrrw en Colombia, El Tigre de Papel, Medellín, 1971, p. 29, destaca el
argumento de que la falta de una inmigración europea fue la causa de la carencia de una conciencia de clase y de
una autonomía política en el seno del movimiento de los trabajadores colombianos. "El hecho es que nunca
pudo la clase obrera adquirir independencia organizativa ideológica . .. A esto contribuyó en buena parte la falta
de corrientes migratorias similares a las experimentadas en los países del Cono Sur, que habrían aportado una
colaboración progresista y tal vez capaz de adquirir ideológicamente su especificidad de clase, y de formas de
cultura política". Dentro de una perspectiva comparativa resulta evidente que no fue tan simple la influencia
ejercida por los inmigrantes europeos sobre los movimientos obreros de América Latina. El más fuerte movi•
miento de izquierda surgió en Chile, donde fue marginal el papel de la inmigración europea; uno de los más

139
El primero de estos sistemáticos censos cafeteros, publicado en 1932, demostraba
en apariencia que la estructura de la tendencia de los medios de producción cafetera
en Colombia era altamente difusa y dispersa (véase cuadro 1). Ese censo demostraba
que de las 149.348 fincas cafeteras tabuladas, el 87%, que contenían cerca de la
mitad de todos los arbustos, eran pequeñas y tenían menos de 5.000 arbustos. Algunas
fincas de tamaño un poco mayor y que contenían entre 5.000 y 20.000 arbusros, repre-
sentaban un 11 % adicional de todas las fincas y una cuarta parte del total de arbustos
sembrados. Por último, las grandes fincas cafeteras, con más de 20.000 arbustos (unos
cuantos centenares de las cuales albergaban más de 100.000 arbustos) representaban
sólo el 2% de todas las fincas pero contenían la otra cuarta parte de todos los arbustos.
Quienes realizaron el censo optaron por tabular el número de fincas y prefirieron
no estudiar la naturaleza de la tenencia o propiedad de la tierra. Al evaluar el censo,
los funcionarios de la Federación Nacional de Cafeteros se mostraron gratamente
sorprendidos por el grado de división de la propiedad que pretendían observar a partir
de las estadísticas.
Todos estos datos interesantes y verdaderamente sorprendentes demuestran que la industria
cafetera es no solamente el factor fundamental y decisivo de nuestra economía nacional sino que,
a la vez, constituye un elemento admirable de equilibrio social ya que, debido a la naturaleza
misma de su organización y las circunstancias excepcionalmente favorables para brindar trabajo
adecuado y casi permanente a mujeres y niños, está haciendo realidad, en forma automática y sin
necesidad de ninguna ley de expropiación, el fenómeno de la división de la propiedad'.
En realidad, cualquiera de las fincas enumeradas en el censo hubiese podido ser
explotada por su propio dueño, administrada por un propietario ausente, arrendada o
entregada a los aparceros. Además, esa misma persona, familia o compañía hubiese
podido tener la propiedad de varias de las fincas individuales.

débiles movimientos de izquierda del continente se desarrolló en Argentina, donde fue abrumadora la influencia
de las ideologías de la clase trabajadora de Europa y de los activistas anarquistas, socialistas y comunistas del
Viejo Continente fue importante para el desarrollo del movimiento obrero. Sin embargo, dicha influencia fue
mediada por una estructura de exportación. Palacios más adelante destaca correctamente la importancia de la
identificación de los trabajadores con los dos partidos políticos tradicionales en lo que se refiere al frustrado
desarrollo de los partidos de izquierda. La explicación de este fenómeno de identificación en términos materiales
y de clase es la tarea que le espera a los analistas del movimiento obrero en Colombia.
La perspectiva comparativa puede servir también para corregir el voluntarismo excesivo, divisivo y des~
tructivo del análisis marxista llevado demasiado lejos. Contrariamente a las afirmaciones que aparecen en las
múltiples citas marxistas incluidas en este ensayo, el fracaso histórico de lél izquierda colombiana no se debió en
principio a un liderazgo inadecuado. Como veremos, sería difícil demostrar que los marxistas Colombianos, o
más concretamente, los miembros del partido comunista colombiano, fueron más culpables que sus contrapartes
de otros países en lo que se refiere a su incapacidad para implantar un efectivo liderazgo. No obstante, es ese
precisamente el argumento planteado en la historia oficial del partido comunista, Treinta años de lucha del Partido
Comunista de Colombia, Bogotá, 1960, y desarrollado en la popular, y por demás aguda, historia del movimiento
laboral colombiano escrita por el autor comunista Edgar Caicedo, Historia de las luchas sindicales en Colombia,
3ª ed., Bogotá, 1977, pp. 57 ~61. Los izquierdistas como Caicedo con frecuencia hacen alusión a la importancia
de la pequefia propiedad en Colombia. También reconocen el poder ejercido por la ideología liberal sobre la clase
trabajadora colombiana. Sin embargo, no explican por qué estos obstáculos a la influencia de la izquierda han
sido tan extrañamente grandes en Colombia. Tampoco ahondan en el significado de estos dos factores para la
historia de la izquierda y su estrategia futura.
3. Editorial, "El censo cafetero" en Boletín de Estadística 1: 15, febrero, 1933 1 p. 117.

140
CUADRO!
TENENCIAS CAFETERAS CLASIFICADAS POR NUMERO DE ARBUSTOS EN LOS PRINCIPALES
DEPARTAMENTOS PRODUCTORES DE CAFE EN COLOMBIA, 1932

Número de
fincas con
menos de
5.000 De 5.001 a De 20.001 a De 60.001 Más de Numero total
Departamento arbustos 20.000 60.000 100.000 100.000 de propiedades

Antioquia 24.434 3.531 518 65 41 28.589


Caldas 36.475 3.411 260 23 5 40.174
Cauca 12.194 283 -- -- -- 12.477
Cundinamarca 12.474 922 257 68 91 13.812
Norte de Santander 5.128 2.416 352 38 38 7.972
Santander 1.500 1.128 303 51 63 3.045
Tollina 9.610 2.670 369 62 60 12.771
Valle 18.477 1.514 71 3 4 20.069
Otros Departamentos 9.264 1.046 96 14 19 10.439
TOTALES 129.556 16.921 2.226 324 321 149.348
% de fincas 86.75 11.33 1.49 0.22 0.21
% de arbustos 48.79 24.67 12.57 5.51 8.46

Fuente; Censo cafetero, Bo/et(n de Estadística 1.5,"feb., 1933: 122 .

......
.¡s.
......
Este hecho, de no haber investigado el aspecto de la propiedad, que se repitió en
el censo parcial de 1939, ha sido interpretado con cinismo por varios expertos en los
últimos años. Estos observadores han sostenido que la tenencia en la zona cafetera era
mucho más concentrada de lo que parecían indicar el censo de 1932 y los censos
posteriores; que los miles de trabajadores que cultivaban una o dos hectáreas y menos
de 5.000 arbustos, eran campesinos que vivían en la pobreza y se veían obligados a
trabajar la mayor parte del tiempo en las grandes fincas vecinas; que las formas
precapitalistas de tenencia de la tierra y el servicio laboral eran la regla de la produc-
ción cafetera durante los primeros decenios del siglo.
A medida que el cultivo de café crecía en Colombia durante los años 30, el número
de fincas cafeteras pequeñas se multiplicó. Por lo menos esa es la conclusión a la que se
puede llegar a parrir de una comparación entre el censo de 1932 y el de 1939, realizado
tomando solamente dos de los principales departamentos cafeteros, Cundinamarca y
Tolima (véase cuadro 2). A juzgar por el aumento en el número de arbustos cultivados
en estos departamentos durante ese lapso de siete años, el aumento en la producción fue
probablemente de 75%. Sin embargo, durante ese mismo periodo se duplicó el número
de fincas cafeteras en estos dos departamentos. El cuadro 2 permite apreciar un aumen-
to en el número de fincas cafeteras de todos los tamaños a excepción de las más grandes,
es decir, aquellas de 60.000 arbusros y las que tenían más de 100.000. En Cundinamarca,
la tasa de más rápido aumento fue en la categoría de 5.000 a 20.000 arbustos. En Tolima,
las fincas pequeñas (menos de 5.000 arbustos) fueron las que presentaron el más rápido
crecimiento. El censo de 1939, al igual que el censo anterior efectuado por la Federa-
ción Nacional de Cafeteros, no proporciona una indicación directa acerca de la natura-

CUADRO 2
TENENCIAS CAFETERAS CLASIFICADAS POR NUMERO DE ARBUSTOS
EN CUNDINAMARCA Y TOLIMA, 1932 Y 1939

Número de
fincas oon
menos de NUlllero
5.000 De 5.001 De 20.000 De 60.001 Másde total de
arbustos a 20.000 a 60.000 a 100.000 100.000 fincas

Cundinamarca
1932 12.474 922 257 68 91 13.812
1939 25.826 3.847 406 76 88 30.270
Tollina
1932 9.610 2.670 369 62 60 12.771
1939 22.555 5.021 511 68 62 28.217

Fuente: Tabla 1 y Censo Cafetero de los Departamentos de Cundinamarca Y Tolima,


Boletln de Estadística No. 24, abril de 1943:62.

142
leza de la propiedad de estos miles de fincas cafeteras pequeñas, medianas y grandes. Al
igual que el censo de 1932, arroja un velo sobre la cuestión de la tenencia.
El censo siguiente, tomado en 1955 bajo los auspicios de la Comisión Económica
para América Latina y la Organización de las Naciones Unidas para la Agticultura y
la Alimentación, se basó en una muestra grande y representativa de fincas cafeteras
en Colombia. Al igual que los censos anteriores, el censo Cepal/FAO de 1955 demos-
tró que la producción de café en Colombia seguía siendo una actividad muy dispersa.
Según el censo, el número de fincas cafeteras del país se calculaba en 214.270, más
20.204 fincas nuevas adicionales con arbustos (de menos de tres años) que aún no
habían entrado en producción. Esto representaba un aumento de 65.122 fincas pro-
ductoras con respecto al número de fincas cafeteras que aparecían en el censo nacio-
nal de 1932. El censo demostró que el número de fincas cafeteras en producción había
aumentado en todos los departamentos de Colombia durante ese periodo comprendi-
do entre 1932 y 1955. Sin embargo, las grandes ganancias no provenían de la Cordille-
ra Central, de los principales departamentos productores como eran Caldas, Antioquia
y Valle y en donde, según los observadores, las fincas pequeñas eran históricamente
más comunes. Las grandes ganancias provenían, en cambio, de los Otros dos departa-
mentos cafeteros importantes, Cundinamarca y Tolima, en los cuales existía la mayor
concentración de grandes fincas cafeteras según los datos de 19324•
Estos dos departamentos por sí solos, con aumentos respectivos de 13.808 y 13.749
en el número de fincas, representaron el 42% de la expansión nacional en el número
de fincas productoras de café entre 1932 y 1955. Antioquia, con un aumento de 1.732
fincas productoras, Caldas con 4.021 y Valle con 1.420, representaron conjuntamente
tan sólo un 11 % de ese aumento global. (El crecimiento restante provino de otros
departamentos menos importantes en términos de la producción de café, los cuales,
combinados, contribuyeron solamente con el 15% de la producción total en 1955) 5•
Sin embargo, de mucha mayor importancia fue el hecho de que, por primera vez,
el censo Cepal/FAO arrojó luz sobre los patrones de distribución de la propiedad den-
tro de la economía cafetera colombiana. Estos datos aparecen resumidos en los cua-
dros 3 y 4. En vista de que para este censo se empleó una medida diferente para el
tamaño de las fincas con respecto a la medida utilizada en los censos anteriores, es
decir, hectáreas a cambio de número de arbustos, he escrito entre paréntesis una
medida equivalente en número de arbustos. El promedio de arbustos de café, calcula-
do por hectárea, según el censo fue de 2.5006 •

4. Absalón Machado, El café. De la aparcería al capital~mo, Bogotá, 1977, cuadro 1, pp. 90-93. Allí
demuestra que la comparación con las cifras menos formales sobre el tamaño de las fincas cafeteras recogidas por
Diego Monsalve en 1925, revela que el rápido crecimiento de las fincas cafeteras más pequeñas en estos
departamentos data por lo menos de los años 20. Durante ese periodo, sin embargo, también aumentó el número
de fincas cafeteras de mayor tamaño aunque a un ritmo más lento.
5. Adaptado del cuadro 12, p. 26 de la Comisión Económica para América Latina y la Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, El Café en América Latina. Problemas de la produc~
tividad y perspectivas l. Colombia y El Salvador, México, 1958. (En adelante citado como Cepal, El café)
6. Cepal, El café, cuadro 17, p. 29. La densidad de los arbustos de café, típicamente mayor en la
Cordillera Oriental, variaba considerablemente. Este procedimiento se emplea únicamente con el fin de resaltar
la comparabilidad de las cifras en los censos y para ilustrar las tendencias generales.

143
CUADR03
NUMERO Y PRODUCCION DE LAS FINCAS CAFETERAS EN COLOMBIA
DE ACUERDO CON EL TAMAÑO, 1955

Número de fincas Producción


Toneladas
Número % %
Métricas

Hasta 1 hectárea
(menos de 2.500
arbustos) 77.245 36.3 19.129. 5.3
De 1.1 hasta 10
hectáreas
(2.500 a 25.000
arbustos) 123. 719 58.1 207.639 57.9
10.1 a 5 Ohectáreas
(25.000 a 125.000
arbustos) 11.429 5.4 108.637 30.3
50. 1 a 100 hectáreas
(125.000 a 250.000
arbustos) 44 7 0.2 13.734 3.9
100.1 a 200 hectáreas
(250.000 a 500.000
arbustos) 79 4.426 1.2
Más de 200 hectáreas
(más de 500. 000
arbustos) 51 4.996 1.4
TOTALES 212.970 100.0 338.561 100.0

Fuente: Comisión Económica para América Latina y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricul~
tura y la Alimentación1 El Café en América Latina. Problemas de la productividad y perspectivas I.
Colombia y El Salvador, México, 1958, cuadro 18, pág. 30.

Esta información crucial acerca de la tenencia, sepultada en una pequeña tabla en


el censo de 1955, revela que, a mediados del siglo, eran lc;:,s pequeños y medianos pro-
ductores quienes poseían la tierra dentro de la economía cafetera de Colombia. Tam-
bién establece, con la ayuda de cierta información adicional, la importancia de las
fincas que pertenecían a una familia y eran manejadas por ella. Según los cálculos, el
tamaño de las fincas viables, de propiedad de una familia, oscila entre 5.000 y 20.000
arbustos, ó 2 y 8 hectáreas 7• Claro está que el tamaño de la finca es solamente un
criterio. La viabilidad dependía del tamaño de la familia y su estructura etaria, la ferri-

7. Los mejores análisis sobre el tema, en mi opinión, aparecen en Richard Loxley Smith, "Los cafeteros:
Social and Economic Development in a Colombian Coffee Municipio", inédito, disertación de doctorado,
Universidad de Oregón, 1974, pp. 88.92, y en Nicolás Buenaventura, "Proletariado agrícola", capítulo 3, en
Estudios marxistas 1, abril-junio, 1969; pp. 1-85

144
lidad de la tierra, la edad de los arbustos, el grado de endeudamiento de la familia, la
cantidad de tierra que no estaba destinada a la producción de café, el precio del café y
de otros productos básicos, etc. Sin embargo, en las fincas de menos de dos hectáreas e
incluso en condiciones óptimas, eran pocas las familias cafeteras que podían sostenerse
y, por lo tanto, algunos de los miembros debían salir de su finca para trabajar en los
cultivos de otras personas. Esto significa que la gran mayoría de las unidades agticolas
mencionadas en el cuadro 3, bajo la clasificación de tamaño entre 1 y 10 hectáreas, 78%
de las cuales pertenecían a quienes las cultivaban, eran probablemente fincas familiares
manejadas por sus propios dueños. El cuado 4 parece indicar que el número de fincas de
ese tipo en 1955 estaba alrededor de las decenas de miles.
Es obvio que resulta arriesgado proyectar esta información vital acerca de la im-
portancia de los pequeños propietarios sobre los censos de 1932 y 1939. Es muy proba-
ble que la propiedad haya sido mucho menos dispersa en 1932 y que los aparceros,
todavía importantes en 1955, hayan sido mucho más comunes en años antetiores. Pero
el censo cafetero de 1955 demostró lo que los censos anteriores realizados por la Fede-
ración Nacional de Cafeteros habían dado a entender. Demostró que la tenencia de la
tierra estaba muy dispersa en lo que se refería a la producción de café, y que las
pequeñas fincas de propiedad de una familia componían la unidad más numerosa y
preponderante de la producción cafetera colombiana. Parece asimismo que durante
todo el periodo comprendido entre 1932 y 1955 la propiedad dentro de la economía
cafetera estuvo en manos de muchos y que gran número de fincas eran de explotación
familiar. Todo parece indicar entonces que la trayectoria histórica de la producción
cafetera durante estos decenios condujo a este resultado en 1955. Negar esta caracte-
rística fundamental de la producción cafetera en Colombia sería pasar por alto los más

CUADRO4
PORCENTAJE DE FINCAS PRODUCTORAS DE CAFE EN COLOMBIA
DE ACUERDO CON EL TIPO DE ADMINISTRACION Y EL TAMAÑO, 1955

Hasta 1
hectárea
(menos de 1.1 a 10 10.1 a 50 Más de 50
2.500 (2.500 a (25.000 a (más de
arbustos) 25.000) 125.000) 125.000)

Propietario
administrador 87'.7 77.9 57.1 14.3
Administrador 2.0 4.6 17.2 71.4
Aparcero 6.3 16.8 24.3 14.3
Administración
por contrato 3.9 0.7 1.4

Fuente: Igual a la Tabla 3, cuadro 23, pág. 33.

145
importantes hechos históricos implícitos en los censos de los años 30 y confirmados por
el censo de 1955. La propiedad de los medios de producción dentro de la economía
cafetera era nacional y, si bien su distribución era desigual, también estaba altamente
dispersa. Cada una de estas características, como veremos más adelante, ejerció una
profunda influencia sobre la moderna historia laboral y política de la nación.
Entre 1920 y 1950 muchos trabajadores y pequeños productores lograron salir ven-
cedores en la batalla contra la opresión de los sistemas laborales precapitalistas y ad-
quirir el control sobre los medios de producción cafetera. Persistieron en su lucha a lo
largo de tres decenios en los cuales alternaron la bonanza económica, la depresión y el
auge cafetero, mientras en el gobierno alternaban los conservadores y liberales y los
pequeños partidos progresistas de inclinación izquierdista progresaban solamente para
luego caer vencidos. Los cambios políticos y económicos obligaron a los trabajadores
del sector cafetero a adaptar sus tácticas a fin de maximizar su posición de ventaja
durante el transcurso de la lucha. Sin embargo, y a medida que se acercaban a sus
objetivos, fueron inexorablemente abandonando las estrategias colectivas que les per-
mitieron alcanzar sus victorias iniciales. La lucha colectiva de los trabajadores del
sector cafetero degeneró en una actividad privada e individual apoyada por la política
tradicional, en detrimento tanto de ellos como de su sociedad. La transformación de
la lucha inevitablemente condujo a un enfrentamiento entre los propios trabajadores.
Después de mediados del siglo dejó a los opresores de su clase en libertad para forjar
un nuevo consenso ideológico y político y para consolidar con éxito un orden capita-
lista periférico tendiente a la industrialización.
Al ganar la batalla por la tierra, los trabajadores del sector cafetero perdieron en
la lucha por transformar la sociedad capitalista explotadora en la cual trabajaban. A
cambio, contribuyeron a modernizar esa sociedad y a fortalecer los valores e institu-
ciones liberales que la sustentaban. En la medida en que alcanzaban sus victorias
individuales, ayudaban a destruir el poder de un movimiento obrero organizado den-
tro del cual constituían la parte potencialmente más importante. En la medida en que
sus propias organizaciones colectivas desaparecían, los sindicatos de sus primeros alia-
dos de los enclaves de exportación de propiedad extranjera y de la industria del trans-
porte y la manufactura quedaron expuestos a los designios corporativistas y represivos
del Estado. Al gravitar hacia la tradicional órbita clientelista de los partidos liberal y
conservador, sus aliados de la izquierda política, que habían sido los campeones y
organizadores de sus primeras luchas colectivas, abandonaron el campo de batalla y
unieron su destino al de los reformistas corporativistas del Partido Liberal.
Por último, al ganar la lucha por la tierra, los trabajadores y los pequeños produc-
tores de café no hicieron nada por modificar la estructura comercial y crediticia de la
economía cafetera. Los capitalistas nacionales gradualmente pasaron de un monopo-
lio sobre los medios de producción a un monopolio sobre los medios de intercambio
cafetero. Los trabajadores lograron un mayor control sobre el proceso del trabajo y los
medios de producción, tan sólo para caer víctimas de una explotación más fácil y
eficiente a través del control capitalista del comercio cafetero. La profunda aunque
pírrica victoria de los trabajadores cafeteros, ya muy avanzada a mediados del siglo,
dejó un legado conservador, ideológico, político e institucional que aún debe ser su-
perado por la clase trabajadora y los partidos de izquierda. Solamente hasta ahora,

146
después de tres décadas de un impresionante desarrollo industrial y de una reorgani-
zación capitalista de la producción agrícola (incluyendo el cultivo del café), está la
izquierda comenzando a entrever la forma de avanzar más allá de los límites impuestos
por dicho legado.
La debilidad del trabajo organizado y de la izquierda política de nuestra época tiene sus
raíces en las ,luchas democráticas emprendidas durante los 30 años que siguieron a 1920 por
los trabajadores cafeteros que buscaban un cambio en sus vidas. El resultado de esas luchas
no fue detenninado por los orígenes étnicos y culturales de una clase trabajadora que no
recibió la influencia de los inmigrantes europeos. Tampoco fue en primera instancia conse-
cuehcia de la timidez y los errores políticos de la izquierda colombiana. Se debió, por el
contrario, a las características especiales de las relaciones sociales de la producción en el
motor de la economía colombiana antes de 1950. Fue el resultado de las esperanzas y la
decisión de los hombres y mujeres que producían el café para la exportaciónª.

8. Los demás estudios de importancia acerca de la historia laboral en Colombia giran alrededor de la
relación entre el trabajo y el Estado para explicar la trayectoria liberal del movimiento obrero colombiano. En
otras palabras, atribuyen en mayor o menor grado la cooptación de la izquierda y la exitosa institucionalización
liberal del trabajo no al fracaso de los dirigentes de izquierda, sino al exitoso liderazgo de la clase gobernante
colombiana. Por ejemplo, en Development of the Colombian Labor Movememt, New Haven, 1969, Miguel
Urrutia hace una inteligente defensa de las instituciones liberales corporativistas que gobiernan las relaciones
laborales colombianas en la actualidad, y también exalta los pasos que dio la clase obrera para renunciar a sus
tendencias políticas radicales y ganarse el apoyo del Estado gracias a los esfuerzos del partido liberal que llegó al
poder durante los años 30 y 40. Estos esfuerzos fueron consecuencia de la debilidad política de esos gobiernos
liberales frente a la derecha. Los liberales progresistas otorgaron concesiones a los trabajadores y a la izquierda
con la finalidad de mantenerse en el poder y cumplir con su misión reformista. Resulta más plausible sostener que
la debilidad de los liberales reformistas dentro de su propio partido y frente a la oposición conservadora se debió
precisamente a su alianza con el movimiento laboral y la izquierda, medida que algunos liberales estaban
dispuestos a tomar en su calidad de miembros progresistas de una clase dominante amenazada por la sublevación
rtiral descrita más adelante. El científico~político francés Daniel Pécaut, en su obra Política y sindicalismo en
Cokrmbia, Bogotá, La Carreta, 1973, sostiene que la ºlógica liberal" del movimiento obrero colombiano surgió
como resultado de la gradual y restringida incorporación de los trabajadores organizados bajo los gobiernos
liberales de los años 30 y 40. Uno de los pocos analistas del movimiento obrero colombiano que estudia su
historia dentro de una perspectiva comparativa, Pécaut, reconoce que la "lógica liberal" surgió a causa del
"permanente potencial exportador~' del país, su "limitada industrialización" y la "debilidad de las clases popula~
res". Pero no explica dicha debilidad como función de la estructura de la economía cafetera, que es adonde
debería llevarle su atención a la posición de Colombia en una econonúa capitalista mundial y a la teoría de la
CEPAL. Por el contrario, se concentra en la política cambiante de las fracciones de la clase gobernante y en la
función pasiva de una clase trabajadora de la cual excluye a su más importante componente, los trabajadores
cafeteros. Por último, Víctor Manuel Moncayo y Fernando Rojas, quienes escriben desde una perspectiva
marxista en Luchas obreras y política laboral en Colombia, Bogotá, La Carreta, 1978, consideran el movimiento
obrero como una víctima de los más amplios efectos de la legislación corporativista promulgada bajo los
gobiernos liberales y conservadores por igual. Su exhaustivo análisis de la intención de esta legislación es una
importante contribución a los estudios sobre el trabajo en Colombia. Pero ya que no hacen referencia a la razón
por la cual el corporativismo liberal fue comparativamente tan exitoso en Colombia, nos queda la impresión de
que la clase gobernante colombiana fue sencillamente más astuta que, por ejemplo, la chilena. Cada uno de estos
estudios contribuye a aclarar nuestros conceptos acerca de la relación entre el trabajo organizado y el cambio
político e institucional de la nación. Pero ninguno de ellos considera la lucha de los trabajadores colombianos
como el motor principal de dichos cambios. Ninguno analiza la trayectoria corporativista liberal del movimiento
obrero colombiano desde la perspectiva comparativa de la formación de una clase trabajadora en una economía
periférica distinta de las otras existentes en el hemisferio.

147
La producción cafetera, tal como evolucionó en Colombia a finales del siglo XIX y
principios del xx, dependía de una sorprendente variedad de sistemas laborales y de
tenencia de tierra que, no obstante, compartían una característica fundamental: ten-
dían a crear una confusión en la clara dicotomía capitalista de la propiedad y el
trabajo libre remunerado. El resultado cultural e ideológico de los muy particulares
patrones de propiedad y trabajo de la producción cafetera colombiana fue la evolu-
ción de una clase trabajadora campesina atrapada entre las aspiraciones individualistas
de los capitalistas mezquinos y los valores democráticos colectivos forjados en la lucha
por un cambio social progresivo. La mayoría de las veces, y en la mayoría de los luga-
res, prevalecían las aspiraciones capitalistas individuales'.
Las relaciones sociales menos modernas de la producción cafetera eran las que
existían en las más antiguas zonas cafeteras que se habían desarrollado en la Cordille-
ra Oriental en el siglo XIX. Sabemos mucho de estas relaciones en el área situada hacia
el sudeste de Bogotá, donde las enormes haciendas cafeteras fundadas a finales del
siglo XIX se convirtieron en el foco de las protestas laborales a gran escala durante los
años 20 y principios de los 30. Los trabajadores permanentes, llamados arrendatarios o
estancieros, por lo general recibían el derecho a explotar una pequeña porción de
tierra o parcela. En la parcela, el arrendatario y su familia podían sembrar maíz, pláta-
no, yuca y caña de azúcar para su sustento, y también criar aves y animales, y construir
una casa que por lo general era muy modesta, hecha de guadua y paja. A cambio de
ese derecho de utilizar la tierra, el arrendatario tenía la obligación de trabajar duran-
te un cierto número de días en las tierras de la hacienda, generalmente en las planta-
ciones de café.
La obligación del arrendatario podía consistir en unos cuantos días de trabajo al
mes o en trabajo durante la casi totalidad de los días del mes, de acuerdo con el
tamaño de la parcela, su ubicación, la calidad del suelo y las prácticas establecidas en
la hacienda. Ya en los años 20, el trabajo obligatorio de los arrendatarios en la hacien-
da era remunerado, por lo general a una tarifa inferior al salario normal pagado por
trabajo libre en la región. Los arrendatarios gozaban también de acceso a los bosques
de la hacienda, y muchos tenían derecho a llevar uno o dos animales a pastar en las
tierras de la hacienda.
Además de estos trabajadores permanentes, cuyo número llegaba a ser de cente-
nares de familias en las fincas más grandes, las haciendas debían también contratar
trabajadores que laboraban por día y se llamaban jornaleros o (más gráficamente)
voluntarios, quienes vendían su trabajo libremente a los 'grandes capitalistas del café.
Estos trabajadores eran contratados por temporadas durante los periodos de mayor
demanda de mano de obra. Muchos eran pequeños campesinos empobrecidos que
vivían en las montañas densamente pobladas de Cundinamarca y Boyacá. Engancha-
dos por los encargados de contratar trabajadores para las grandes fincas, estos campe-
sinos se desplazaban a la templada zona cafetera durante unas cuantas semanas para

9. El mejor y más sistemático análisis sobre las relaciones sociales de la producción en la economía
cafetera colombiana durante las primeras décadas del siglo XX aparece en Absalón Machado, op. cit. Véase
también el completo material descubierto por Marco Palacios> Coffee in Colombia. 1850, 1970, Cambridge,
Inglaterra, 1980.

148
la época de la cosecha cafetera en abril y mayo. Los voluntarios, que eran alojados en
barracas rudimentarias y recibían alimentación como parte de su contrato, eran remu-
nerados generalmente a destajo, por el número de cuartillas (cajas de madera que
contenían cerca de 50 libras de café maduro) que cosechaban. Las mujeres y los
niños, a menudo de las familias de los trabajadores permanentes de la hacienda, se
unían a estos trabajadores temporales para ayudar a cosechar el café. También se
contrataban jornaleros para el trabajo de desyerbe de los surcos, el cual se efectuaba
generalmente dos veces al año, y también para podar los arbustos, ya que esta práctica
aumentaba la productividad de la plantación y, además, facilitaba la cosecha gracias
al menor tamaño de los arbustos.
Por último, los propietarios de los grandes predios cafeteros de Cundinamarca
tenían relaciones con otro tipo de trabajadores, especialmente durante los periodos de
expansión de los cultivos de café. Eran ellos los colonos, quienes acordaban abrir
nuevas tierras para el cultivo del café mediante contratos celebrados con los propieta-
rios de las grandes haciendas. Por lo general, un colono aceptaba limpiar los bosques y
sembrar y cultivar café durante un número concreto de años, usualmente tres o cua-
tro, hasta que los arbustos llegaban a la etapa de producción. Durante ese tiempo, él
y su familia podían cultivar otros productos intercalados con las plantas de café. Con-
cluido el periodo acordado, el colono vendía los arbustos, por lo general a un precio
por arbusto previamente especificado, todas las mejoras adicionales como los platana-
les -usados para dar sombra al café- los sembrados de caña de azúcar y yuca, y su casa,
y debía además renunciar expresamente a todo derecho sobre la tierra. Esta renuncia,
prevista en los contratos de venta de los nuevos arbustos de café, era de vital impor-
tancia para los hacendados'°.
Las grandes haciendas cafeteras de Cundinamarca y demás sitios del país, a me-
nudo se basaban en unos títulos de propiedad vagos e imperfectos. En todos los casos
su tamaño era enorme debido a que se extendían hasta abarcar los terrenos públicos o
baldíos. Las tierras baldías, durante todo el siglo XIX y a principios del xx, eran adjudi-
cadas a individuos privados principalmente sobre la base de certificados expedidos por
los gobiernos cuando se encontraban en aprietos financieros, a fin de saldar sus obliga-
ciones con los soldados, los contratistas de obras públicas y los acreedores. Estos certi-
ficados a menudo eran comprados a un precio muy inferior por comerciantes y grandes
terratenientes,· quienes los' utilizaban para asegurar un título de propiedad sobre un
determinado lote de tierra pública. Las leyes colombianas sobre la tierra también con-
templaban la adjudicación de estos lotes a otro tipo de colono, bajo garantías especia-
les. Estas leyes, dictadas principalmente durante los gobiernos liberales de la década
de 1870, preveian la adjudicación de tierras baldías a pequeños propietarios que ocu-
paban y cultivaban la tierra en el territorio nacional. Quienes podían demostrar que
habían ocupado y utilizado la tierra durante cierto número de años se convertían en
candidatos para recibir concesión de tierras de un tamaño muy superior al lote que
ocupaban. En realidad, tal como lo ha demostrado Catherine LeGrand en un amplio

10. Algunos ejemplos de estos contratos de la década de 1890 se analizan en Bergquist, Coffee and
Confiict, Durham, N.C., 1979, pp. 29~32. Antonio García observó arreglos semejantes en Caldas durante los
años 30, Geografía de Caldas, segunda edición, Bogotá, 1978, p. 311.

149
estudio sobre la enajenación de la tierra baldía en Colombia, la mayor parte de la
tierra distribuida de esta manera, la cual estaba en su mayoría en las laderas cafeteras
no reclamadas, era adjudicada a los grandes terratenientes en la forma de enormes
extensiones. Además, los beneficiarios de estas mal definidas concesiones de tierra a
menudo procedían, ilegalmente pero con éxito, a ampliar sus tenencias más allá de los
límites de las concesiones originales. Este proceso a menudo ocasionaba conflictos con
los invasores, quienes exigían derechos sobre los terrenos públicos en calidad de colo-
nos. Pero los costos legales, los requisitos de agrimensura y las demoras burocráticas
inherentes al proceso de adjudicación, además del control ejercido por los grandes te-
rratenientes sobre las autoridades políticas y de policía y su inclinación hacia la violen-
cia, por lo general significaban la derrota de los pequeños colonos y su eventual incorpo-
ración en la fuerza laboral dependiente de la producción cafetera 11 •
El control de hecho sobre la tierra no cultivada en las zonas cafeteras se convertía en
un control de derecho a través de los contratos con los colonos antes mencionados. Al
renunciar a todo derecho sobre las tierras baldías, los colonos se veían obligados a entre-
gar a los grandes hacendados un doble beneficio. Renunciaban a sus cultivos de café en
el preciso momento en que, con la primera cosecha, comenzaba a dar fruto el arduo
trabajo de la limpieza de bosques y la siembra. Y les suministraban a los grandes terrate-
nientes la base legal, es decir, la tierra cultivada, para adquirir derechos sobre enormes
extensiones adicionales de tierras públicas. La magnitud de esta doble injusticia, que
constituía la negación del espíritu mismo de la legislación agraria y privaba a los traba-
jadores del sector cafetero de la posibilidad de convertirse en productores independien-
tes, no fue aceptada con facilidad por los colonos de ambos tipos. Los invasores de las
tierras baldías accedían solamente después de ardua lucha. Muchos se negaban a salir
de la tierra y a menudo entablaban pleitos legales invariablemente prolongados que en
la mayoría de los casos terminaban en una decisión en su contra. Quienes firmaban
contratos con los grandes terratenientes para abrir nuevas tierras para el cultivo del café
y eran obligados a renunciar a cualquier derecho sobre la tierra, habían llegado a la
conclusión de que era inútil tratar de circunvenir las intenciones de los hacendados y
luchar contra su control sobre las autoridades políticas, judiciales y de policía. Como
veremos, la cuestión de los títulos imperfectos sobre la tierra y el sueño de adquirir la
propiedad a través de la posesión y utilización efectiva de las tierras del dominio público
se convirtió en parte de la memoria colectiva de los trabajadores dependientes de las
grandes propiedades cafeteras de Cundinamarca y Tolima. Cuando el equilibrio del
poder entre las clases del sector cafetero cambió durante los años 20 y 30, los trabajado-
res se valieron de todos estos aspectos para montar la más grande movilización de traba-
jadores campesinos que haya habido en la historia de Colombia.
En las zonas cafeteras más recientemente desarrolladas de la Cordillera Central, los
sistemas de trabajo y tenencia de la tierra eran más modernos, y a menudo más favora-
bles para los trabajadores. No solamente eran más comunes las fincas familiares media-
nas y pequeñas (descritas más adelante), sino que en las grandes haciendas cafeteras
por lo general prevalecía el sistema de aparceros y arrendatarios. A fin de lograr el

11. Catherine LeGrand, "From Public Lands lnto Privare Properties: Landholding and Rural Conilict in
Colombia, 1870~1936" disertación de doctorado, Stanford University, 1980.

150
acceso a un lote de tierra para sembrar cultivos de subsistencia y café, estos trabajadores
con frecuencia tenían que asumir la responsabilidad de cultivar y cosechar un cierto
número de arbustos de café (distribuidos de acuerdo con el número de trabajadores
productivos que cada familia pudiese aportar, a menudo 1.000 arbustos por trabajador
adulto). Los aparceros que vivían en esas tierras recibían una parte de la cosecha de
café, genen¡lmente la mitad, a cambio del cultivo y la cosecha de los arbusros que
estaban bajo su responsabilidad, y del procesamiento del café que producían (si no
despulpaban y secaban su café recibían menos, por lo general una tercera parte de la
cosecha). En algunos sitios, tenían además la obligación de trabajar durante un cierto
número de días en las tierras de la hacienda, y eran remunerados de acuerdo con los
precios vigentes en la región. En otras localidades debían compartir una parte del pro-
ducto de sus cultivos de subsistencia (con frecuencia una cuarta parte) con el propieta-
tio de la finca. Tal como lo han demostrado Absalón Machado y otros, ya para los años 20
eran muchos y muy vatiados los acuerdos entre aparceros o arrendatarios y los propieta-
rios de las haciendas de las cordilleras Central y Oriental, algunos de los cuales eran
más onerosos para aparceros y arrendatarios que otros. Estos sistemas o acuerdos de
trabajo, por lo general verbales antes de los años 40, no han podido ser totalmente
dilucidados por los historiadores. Los había relacionados específicamente con el proce-
samiento del café, el acceso a los pastos y a los cultivos de subsistencia de la hacienda,
los anticipos en forma de crédito, y demás. Todos se basaban en el principio de que a
cambio del acceso a la tierra, el aparcero o arrendatario debía ceder parte del producto
de su trabajo al dueño de la tierra. Sólo en muy raros casos contribuían los aparceros con
parte del capital requerido para la producción del café 12 •
En la Cordillera Central, y también en la Oriental, a medida que avanzaba el siglo
xx, las fincas familiares medianas y pequeñas constituían la mayor parte de las unida-
des productivas. Iban desde diminutos lotes en los que era imposible producir el sus-
tento para los miembros de la familia, hasta empresas bastante grandes que dependían
de la mano de obra contratada durante las épocas de cosecha, y de los aparceros o los
arrendatarios para el cultivo de una parte de la tierra familiar. Sin embargo, en todos
los casos eran los pequeños propietarios y sus familias quienes aportaban el mayor
volumen de mano de obra para la producción de alimentos y café en dichas fincas.
Como ya hemos visto, durante la primera mitad del siglo xx, estas pequeñas fincas
familiares explotadas por las familias mismas se convirtieron en las más importantes
productoras de café en Colombia. '
El patrón de vida y de trabajo en estas pequeñas fincas familiares es permanente-
mente pasado por alto en los escritos acerca de las relaciones sociales de la producción
en el sector cafetero colombiano. Inspirada en la teoría marxista, la mayor parte de la
literatura presupone una constante clasificación de los productores "campesinos" en
unos cuantos capitalistas grandes y muchos proletarios pequeños 13 • Ese proceso se apre-
cia muy claramente en la economía cafetera colombiana especialmente a partir de me-

12. Véase el sucinto análisis sobre Caldas en Antonio García, op.-cit. pp. 31 O~ 311, pdssim.
13. El estudio, por lo demás admirable e instructivo, de Absalón Machado antes citado, es un buen
ejemplo de estas generalizadas tendencias. Tan interesado está en demostrar la concentración de la tierra en el
sector cafetero y la evolución de los sistemas precapitalistas de trabajo hacia unos sistemas capitalistas con

151
diados del siglo. Pero antes de 1950, la más notable característica de la producción
cafetera en Colombia fue el desarrollo y la persistencia de la pequeña unidad productiva
familiar. La naturaleza de la vida y el rrabajo en las pequeñas fincas cafeteras familiares
debe ser objeto de nuestro detallado análisis. En la experiencia colectiva de estos pro-
ductores colombianos, numerosos e importantes, radica la fuente de los valores cultura-
les y de una cierta conciencia política que influyó profundamente sobre el desarrollo del
movimiento obrero colombiano, y de la historia moderna de la nación en general.
La viabilidad de las fincas pequeñas de propiedad de una familia y explotadas por sus
miembros, y el secreto de su creciente predominio en el sector cafetero durante la primera
mitad del siglo XX, radicaban en la naturaleza del proceso de producción cafetera que se
desarrolló en Colombia a finales del siglo XIX y principios del xx. Para lograr producir con
éxito un café de muy buena calidad, en Colombia no se requerían grandes inversiones de
capital y tampoco una tecnología sofisticada. Sin embargo, sí se requería una gran canti-
dad de mano de obra durante todas las fases del cultivo y el procesamiento del café. Ya
desde la década de 1890, los grandes productores de café habían mejorado la eficiencia de
sus operaciones mediante la inversión en despulpadoras y secadoras de gran escala movi-
das a vapor y que empleaban como combustible productos importados de petróleo. Pero
estas inversiones reducían los costos de mano de obra solamente en forma marginal, y éstos
representaban en todos los casos más de las tres cuartas partes del costo de la producción
cafetera en Colombia hasta mediados del siglo xx 14 • Los pequeños agricultores debían
recurrir a herramientas y máquinas rudimentarias, al uso ingenioso de los recursos natura-
les y las fuentes de energía, y al empleo de la totalidad de los miembros de la familia, a fin
de poder competir con éxito al lado de los grandes productores.
Desde hace ya un siglo los pequeños caficultores colombianos han venido depen-
diendo de un reducido número de herramientas de hierro y acero para cumplir con las
múltiples labores vitales para su supervivencia 15 • Desde un comienzo, las técnicas em-

anterioridad a 1950, que olvida destacar el hecho más importante derivado de los censos cafeteros que él mismo
analiza: el crecimiento y la persistente viabilidad de los pequeños productores de productos primarios. Y un seriO
cu~stionarniento de la posición marxista ortodoxa es el de Carol Smith, "Does a Cornmodty Economy Enrich
the Few While Ruining the Masses?" trabajo inédito, Centro para el Estudio Avanzado en las Ciencias del
Comportamiento, Stanford, California, 1981.
14. Incluso en 1955 el censo cafetero de la Cepal todavía establecía que la mano de obra representaba
más del 75% del costo de la producción cafetera en Colombia, cuadro 74, pág. 81. Ese era un promedio para
todas las fincas. La mayoría de estos costos estaban representados en el cultivo y no en el procesamiento del café.
Las fincas de gran tamafio (más de 50 hectáreas) gastaban menos que las pequefias (1 a 10 hectáreas) en el
procesamiento, 3% contra 9.4%, pero más en el cultivo, 76% contra 68.4%.
15. A excepción de aquellas partes en que se hace referencia concreta a una nota, el material de las
páginas siguientes se basa en mi experiencia personal. Mi contacto con la cultura y la historia de los pequeños
caficultores colombianos comenzó en 1963 cuando fui asignado como voluntario de los Cuerpos de Paz a un
pequeño pueblo cafetero del noreste de Cundinamarca. Encargado de promover las técnicas agrícolas modernas,
tuve la oportunidad de participar en la difusión de plaguicidas como el Aldrin (ahora prohibido en los Estados
Unidos por sus propiedades cancerígenas) y de semillas hfbridas como las del maíz, desarrolladas para la agricul~
tura colombiana en granjas experimentales financiadas por la Fundación Rockefeller. La sabiduría convencional
del mundo en desarrollo con respecto al uso de sustancias químicas en la agricultura y la promesa de la llamada
"Revolución verde" ha sido objeto de una crítica efectiva. Los pequeños caficultores siempre han podido brindar
una educación bastante completa acerca del uso adecuado y efectivo de los recursos agrícolas a quienes están
dispuestos a escuchar.

152
pleadas para limpiar los densos bosques de las laderas de las zonas cafeteras consistían
en el uso primitivo del hacha y el fuego. Incluso después de los años 40, cuando los
tractores y las rasadoras eran ya de uso común en la construcción de carreteras y en
otras operaciones agrícolas de tipo comercial, el terreno quebrado empinado de la
zona cafetera impedía el empleo de la maquinaria para limpiar y preparar la tierra
destinada al café. El desyerbe de los surcos de café y de otros cultivos en las zonas
cafeteras todavía se realiza con azadón y pala.
El cultivo de los arbustos y la cosecha del café implicaban una gran demanda de
mano de obra, por lo cual era necesario recurrir a todos los miembros de la familia. Los
hombres y los niños varones de mayor edad realizaban el trabajo pesado de limpiar,
sembrar y desyerbar los surcos. Las mujeres y los niños pequeños de ambos sexos des-
empeñaban un papel importante durante la cosecha. El café se recogía a medida que
maduraba, y esta labor era siempre dispendiosa y prolongada, aunque la mayor parte
de la cosecha se realizaba en el curso de unas cuantas semanas de trabajo intensivo.
Las cerezas eran despulpadas en pequeñas máquinas manuales de fabricación nacio-
nal y luego se lavaban y depositaban en un tronco hueco donde se dejaban fermentar
hasta que se disolvía la película de moco que rodeaba el grano. Una vez lavados, los
granos quedaban listos para secar, y este proceso a menudo tomaba varios días durante
el periodo de lluvias que por lo general acompañaba a la cosecha. Los granos eran
esparcidos sobre grandes planchas de madera que se podían cubrir o poner bajo techo
fácilmente cuando llovía. Los granos secos, de color verdoso debajo de sus cáscaras
delgadas y apergaminadas, eran luego sometidos a una selección inicial. Las mujeres
y los niños realizaban esta labor, desechando los granos partidos o mal despulpados.
Este café, llamado cacota, se utilizaba para consumo domésrico en la finca o se vendía
a menor precio en los pueblos cafeteros. El producto restante era empacado en sacos
de fique y cargado a lomo de mula o de caballo para ser transportado por trochas
sinuosas (que a menudo eran inutilizadas por la lluvia} hasta los pueblos cafeteros que
en ocasiones estaban a varias horas de camino. Allí, ese café de los pequeños propie-
tarios podía ser vendido a los comerciantes, a los representantes de las compañías
exportadoras o, a medida que avanzaba el siglo, a los funcionarios de la Federación Nacio-
nal de Cafeteros. Hasta los años 40, los más importantes pueblos cafeteros contaban con
una o dos trilladoras, pequeñas plantas en las que era retirada la cáscara apergaminada de
los granos producidos por los pequeños caficultores y por la mayoría de los grandes produc-
tores. Posteriormente, los granos eran rotalmente secados y someridos a una última selec-
ción para l.a cual se hacía un uso intensivo de la mano de obra16 •
En todas las fincas cafeteras familiares, el café era sólo uno de muchos cultivos. En
las más pequeñas, era un culrivo secundario 17 • La prioridad del pequeño caficultor era

16. A comienzos del siglo xx, algunos de estos grandes productores contaban con molinos descascaradores
en sus fincas. Al llegar la década de los años 40, el número de escogedoras empleadas en las trilladoras se había
reducido considerablemente a causa de la "mayor eficiencia en la selección derivada del uso de la maquinaria. El
uso intenso de los bienes de capital también promovió la centralización del procesamiento en las grandes
ciudades, con lo cual se redujo el número de molinos en funcionamiento.
17. En el capítulo IV del censo cafetero de la Cepal aparece un completo análisis sobre la naturaleza
diversiflcada de la producción agrícola y pecuaria en las fincas cafeteras colombianas, de acuerdo con el tamaño.
Véanse especialmente los cuadros 24 a 29.

153
alimentar a su familia. Los plátanos, y una variedad de bananos, la yuca, la arracacha
(otra raíz de la familia de la mandioca), el maíz y el fríjol, eran la base de la alimenta-
ción de la mayoría de los trabajadores de las zonas cafeteras. El maíz, que se cultivaba
siempre que era posible, a menudo mediante técnicas de limpieza y quema en las
tierras marginales adyacentes a las tierras cafeteras arrendadas con ese fin, era consu-
mido en sopas, o en forma de pan (especialmente la arepa blanca sin sal), y era muy
apetecido en forma de mazorca, poco antes de madurar. El maíz servía para alimentar
a las gallinas, los patos, los pavos y los cerdos, los cuales constituían la principal fuente
de proteína animal en estas fincas cafeteras. Estas aves y animales por lo general eran
sacrificados solamente en ciertas ocasiones especiales o en los días dedicados a ciertas
fiestas religiosas. Los demás días, las sopas y coladas eran aderezadas con pequeñas
porciones de carne salada que los campesinos compraban una vez por semana en los
pueblos de la zona. Solamente las más grandes y prósperas familias productoras podían
darse el lujo de criar ganado de carne o de leche. Además, la mayoría de los agricul-
tores no cultivaba vegetales. Algunos quizás sembraban ají, pero los pocos vegetales
que consumían como tomate, cebolla, ajo, cilantro y papa, lo mismo que los condi-
mentos tales como la sal y el comino, eran comprados en el pueblo. Muchos caficultores
sembraban cítricos y árboles de mango, y complementaban su dieta, en especial en las
zonas cafeteras más nuevas, con una gran variedad de frutas y vegetales silvestres,
animales, aves y peces. Las plantas silvestres también formaban parte de la rica tradi-
ción de remedios caseros de los cuales dependían las familias cafeteras para curar o
aliviar sus heridas y enfermedades.
Las condiciones sanitarias y de salud que prevalecen en la mayoría de las fincas
familiares son deplorables y han cambiado muy poco en cien años. La vivienda misma,
pese a ser rudimentaria, no genera mayores problemas de salud. Las paredes de guadua
partida de la mayoría de las viviendas permiten la circulación del aire. Los pisos de
tierra se barren con facilidad con las escobas de fabricación casera. Los alimentos se
cocinan por lo general sobre fogones colocados encima del fuego abierto. En algunas
fincas hay hornos de adobe para hornear. El lavado de la ropa, otra de las principales
labores domésticas que realizan las mujeres, se hace a mano, con frecuencia a la orilla
de los ríos y quebradas. Sin embargo, en la mayoría de las pequeñas fincas cafeteras, el
cafetal en su amplitud sirve de vasta letrina al aire libre. Esta costumbre sirve para
reponer la fertilidad del suelo, pero a la vez contribuye a contaminar las fuentes de
agua en las zonas cafeteras densamente pobladas, constituyéndose en amenaza para
los trabajadores que a menudo caminan descalzos y pueden caer víctimas de parásitos
como la uncinaria y otros microorganismos intestinales transmitidos por el agua, como
la insidiosa ameba. Prácticamente todos los habitantes de la zona cafetera sufren en la
actualidad de parásitos intestinales. Un médico que estudió una muestra de la pobla-
ción del municipio cafetero de La Mesa, Cundinamarca, en 1920, determinó que el
95% de los habitantes sufrían de anemia tropical o uncinariasis. Antonio García, cuya
Geografía Económica de Caldas es una valiosa fuente de estadísticas de salud en el
corazón de la zona cafetera, encontró una incidencia semejante de la enfermedad en
dicho departamento en 1937. En algunas zonas cafeteras el paludismo y la fiebre ama-
rilla eran enfermedades endémicas hasta hace unas cuantas décadas, cuando el go-
bierno, en coordinación con las Naciones Unidas, adelantó programas de gran enver-

154
gadura para erradicar las poblaciones del mosquito transmisor. Por lo general, los índi-
ces de natalidad y mortalidad han sido mayores que en otras áreas del país donde la
población, aunque más pobre, goza de mejor salud".
Hasta hace relativamente poco, la mayoría de los trabajadores del sector cafetero
nunca vefa a un médico. Las parteras traían al mundo a los niños, las sobanderas
hacían masajes para aliviar las torceduras y reducir las fracturas, las rezanderas reci-
bían el encargo de preparar pociones y recitar cánticos y rezos para ahuyentar los
malos espíritus considerados culpables de la diarrea crónica en los niños. A medida
que avanzaba el siglo xx, los trabajadores campesinos empezaron a complementar sus
remedios caseros con los medicamentos modernos que compraban en la botica del
pueblo. Pero aun hoy son escasos los médicos, las instalaciones de salud y los suminis-
tros médicos en las zonas cafeteras, y la mayoría de los trabajadores pobres todavía
depende de sus propios recursos y de la medicina popular para tratar sus dolencias.
Los trabajadores de las zonas cafeteras siempre han buscado un alivio a sus enfer-
medades y dolores en la religión. La mayoría de las mujeres aún asiste a misa los días
de mercado, y los ritos católicos del bautismo, la confirmación y los servicios fúnebres
marcan la vida de la mayor parte de los individuos. Aunque la mayoría de los hombres
abriga cínicas ideas acerca del destino de los diezmos que cobra la Iglesia (ya que por
lo general cobra por sus servicios y con frecuencia solicita también contribuciones
especiales), y también dudas acerca de la moralidad sexual de muchos sacerdotes,
muchos de ellos, tanto liberales como conservadores, comparten una fe en lo sobrena-
tural (no solamente en un Dios cristiano sino también en los poderes de los muertos),
y un vago compromiso para con los dogmas de la Iglesia. La mayoría le teme a las
consecuencias de la muerte de un niño que no ha sido bautizado, por ejemplo, y
tratan de recibir el sacramento de la confesión cuando están mortalmente enfermos.
Aunque el núcleo familiar santificado por el vínculo del matrimonio católico era
más común en las zonas cafeteras que en otras áreas del campo colombiano, muchas
parejas, especialmente las pertenecientes a las familias campesinas más pobres, no
estaban formalmente casadas. La mayoría de quienes viven una unión informal en la
actualidad alega que son demasiado pobres para sufragar el costo de una ceremonia
de bodas decente, acontecimiento que tradicionalmente va acompañado de mucha
comida y bebida y una fiesta que se prolonga durante más de un día. Un investigador
que escribió durante los años 20 encontró una estrecha correlación entre el alza de los
precios del café y la mayor frecuencia de matrimonios en el departamento de Antioquia.
En las zonas cafeteras prósperas y de reciente desarrollo, donde convergían los
inmigrantes y trabajadores temporeros provenientes de otras regiones de Colombia, la
población de varones adultos era muy superior a la de mujeres adultas, hecho que
contribuyó a la notoria incidencia de la prosritución y las enfermedades venéreas en
los pueblos y ciudades de la zona 19 • El vínculo matrimonial no impedía que algunos

18. Machado, op. cit., p. 51; García, op. cit., sobre la uncinariasis, pp. 217,218, y sobre los índices de natalidad
y mortalidad, pp. 202-203. En 1955, el censo cafetero de la Cepal establecía que menos del 8% de todas las fincas
cafeteras entre l y 1Ohectáreas tenían un baño, y únicamente un 8.5% tenían una letrina. Cuadro 61, p. 75.
19. García, op. cit., capítulo IV, proporciona un análisis excelente sobre la fuerza de la familia en la
producción de los pequeños terratenientes. Sobre la frecuencia de los matrimonios y la edad en que tanto
hombres (tarde) como mujeres (temprano) contraían nupcias en Caldas durante los años 30, véase pp. 194# 196;

155
caficultores, especialmente los más prósperos, engendraran hijos ilegítimos y sostuvie-
ran relaciones más o menos abiertamente con otras mujeres. Unos cuantos hombres
dividían su tiempo y recursos entre más de una familia. La complejidad de las relacio-
nes sexuales y los lazos formales e informales entre las parejas a menudo daban lugar a
conflictos entre dichas parejas y sus parientes, especialmente en lo que se refería a los
hijos ilegítimos y a la herencia. La seducción de las mujeres, y el abuso que de ellas
hacían los hombres que no cumplían con sus familias, a menudo desencadenaban
serias escenas de violencia entre los parientes varones de las mujeres agraviadas y sus
supuestos ofensores. Estos conflictos son tan solo algunos aspectos de las permanentes
tensiones interpersonales subyacentes que tradicionalmente han caracterizado la vida
social en las zonas cafeteras, especialmente en aquellas donde abundan las fincas
pequeñas20 •
En la raíz de estas tensiones estaba la lucha constante por el control sobre la tierra.
La posesión absoluta de un terreno, cuanto más grande mejor, era el objetivo de todos
los trabajadores. Esa aspiración a menudo se descarta en los escritos marxistas y libe-
rales por considerársela un impulso anacrónico e irracional heredado (junto con otros
valores culturales tradicionales) por los campesinos de unas formaciones sociales
precapitalistas21 • Es cierto que en su calidad de pequeños productores, estos caficultores
colombianos nadaban en contra de la corriente de la historia. Pero ignorar la dinámi-
ca de su exitosa lucha por el control de la tierra durante las décadas que antecedie-
ron a los años 50 equivale a ignorar el más significativo factor determinante de las
tendencias históricas de la nación durante el siglo xx. También equivale a desconocer
que su lucha no fue otra cosa que la expresión concreta de los objetivos compartidos
por todos los trabajadores en todas las sociedades: el deseo de controlar su propio
destino, de decidir cómo y cuándo trabajar, y de asignar un pleno valor a su propio
trabajo. Aunque las implicaciones de la tenencia de la tierra estaban sometidas a unas
relaciones de crédito e intercambio dentro de la economía colombiana de exporta-
ción, el poseer una finca familiar viable era un objetivo que estaba al alcance de
muchos trabajadores del sector cafetero antes de mediados del siglo. Los trabajadores
persiguieron implacablemente ese objetivo a medida que avanzaba el siglo, principal-
mente recurriendo a sus propios medios, pero también a través de la organización
colectiva. Los esfuerzos colectivos fallidos, propiciados por las condiciones estructura-
les excepcionales de finales de los años 20 y principios de los 30, han atraído la aten-
ción de muchos estudiosos de la historia laboral colombiana. Sus estrategias indivi-
duales, ignoradas en el trabajo de la mayoría de los expertos, eran más prosaicas. Pero

sobre el porcentaje de hombres solteros entre los trabajadores y la incidencia de la prostitución y la enfermedad
en Caldas, véase pp. 209 y 223~225. La relación entre los precios del café y los matrimonios aparece en Diego
Monsalve, Colombia cafetera, Barcelona, 192 7.
20. El mejor trabajo publicado sobre las fuentes de conflicto interpersonal y la violencia política en un
municipio cafetero de Colombia es el desafiante estudio de Jaime Arocha, La Violencia en el Quindio, Bogotá,
1979.
21. Esta posición, fundamental dentro del pensamiento de los teóricos de la modernización liberal y de
los marxistas estructurales, revela la brillante investigación y el análisis de las actitudes de los emigrantes
campesinos en la Colombia contemporánea, desarrollado bajo el liderazgo de Nicolás Buenaventura, "Los
Temporeros", Estudios Marxistas 9, 1975, pp. 3-32.

156
fueron precisamente estas estrategias individuales las que produjeron los mayores cam-
bios en las relaciones sociales de la producción cafetera antes de mediados del siglo y
ejercieron una mayor influencia sobre el patrón de la historia política y laboral de la
nación.
Los trabajadores desposeídos y dependientes podían adquirir, aumentar y sostener
un terreno franco de muchas maneras. Podían colonizar nuevas tierras y hacerse acree-
dores a un título de propiedad a través de los procedimientos oficiales. Podían organi-
zarse para obligar a los grandes terratenientes a dividir sus tierras y vender. O podían
con¡prar tierra en el mercado. Esta última estrategia era la más común. La política de
distribución oficial de los terrenos baldíos en la zona cafetera, e incluso en la Cordille-
ra Central, favorecía a los grandes terratenientes, y a lo largo de los años esa lucha,
que un observador muy atinadamente denominó la batalla del hacha contra el papel
sellado oficial, geµeralmente era ganada por los grandes terratenientes cultos, los
comerciantes y los profesionales.
La parcelación de las grandes fincas cafeteras como consecuencia de la lucha
colectiva de los trabajadores dependientes, discutida más adelante, afectó a numero-
sas haciendas cafeteras y a unos cuantos miles de trabajadores y sus familias en impor-
tantes regiones de Cundinamarca y Tolima. Sin embargo, ninguno de estos procesos
puede ser la causa de la fragmentación generalizada de la propiedad en todas las
zonas cafeteras revelada por los datos del censo y las estadísticas sobre tenencia preva-
lecientes en los años 50.
La posesión de una pequeña propiedad implicaba que las familias de los trabaja-
dores debían embarcarse en una lucha de toda una vida en la cual el ingenio, el
trabajo y una buena medida de suerte eran los factores preponderantes. El ingenio
consistía en lograr cultivar con éxito una amplia gama de relaciones interpersonales,
desde la escogencia del cónyuge y los padrinos para los niños, hasta la capacidad para
ganarse la simpatía de los parientes, amigos, comerciantes, terratenientes, jefes políti-
cos locales y funcionarios gubernamentales. Los miembros de las familias con cierta
movilidad social tenían que equilibrar el costo de los regalos materiales y una cierta
liberalidad en el entretenimiento de las personas estratégicas, con la urgente necesi-
dad de ahorrar a fin de atesorar. Ese dilema envolvía a las familias en un cálculo social
complejo y cambiante que se constituía en motivo de preocupación para todos sus
miembros y en especial par~ el jefe de la familia durat].te el resto de sus vidas. Todos los
integrantes de la familia debían cooperar y trabajar arduamente para realizar las múl-
tiples labores agrícolas, domésticas, artesanales y de construcción requeridas para la
exitosa operación de la finca. Una familia sana, bendecida con hijos y que arrendara
o aceptara trabajar bajo el sistema de aparcería en una tierra apta para la producción
de café en una época en la que los precios internacionales del café fuesen reducidos,
y luego observaba cómo los precios subían mientras las nuevas plantas entraban en
plena producción, podía gozar de condiciones excelentes para un éxito seguro en la
lucha por acumular capital y adquirir la tierra. Las familias que sufrían la pérdida o la
incapacidad parcial de uno o los dos progenitores y que, además, no tenían hijos o
invertían en un momento inoportuno del ciclo impredecible de los precios mundiales
del café, estaban destinadas a fracasar en su lucha por una tierra franca. Una familia
que perteneciera a una de las fracciones de los principales partidos políticos en un

157
municipio donde era mayoría el otro partido o la fracción rival, podía verse importuna-
da por los vecinos, los comerciantes y los funcionarios locales durante una etapa histó-
rica, para luego beneficiarse de un giro total de la situación cuando su propio partido
o fracción lograba el control de la política nacional y de los asuntos locales.
En su lucha por sobrevivir y controlar suficiente tierra para asegurar su indepen-
dencia, las familias cafeteras se veían permanentemente mezcladas en una competen-
cia constante y a menudo violenta con sus vecinos grandes y pequeños propietarios.
Esto se debía en parte a la estructura de la producción en la zona cafetera. Muchas de
las familias que cultivaban un lote pequeño dependían del acceso al agua, los trapi-
ches, los pastos, los bosques y la tierra marginal que eran de propiedad de otros. Los
terratenientes más grandes dependían a su vez del trabajo de quienes no tenían una
tierra franca familiar viable. El incumplimiento de una obligación o el desacuerdo
sobre el valor de las mejoras (por lo general la siembra de nuevos cultivos) realizadas
en las tierras de arrendatarios o aparceros, podía generar conflictos permanentes y
pleitos prolongados entre vecinos. Los pequeños caficultores, precisamente debido a
que el margen entre el éxito y el fracaso de su lucha era tan estrecho, constantemente
denunciaban a sus vecinos por supuestas violaciones de los contratos verbales y por
daños supuestamente causados a los cultivos por los cerdos, las mulas o el ganado.
Dada la estructura de su situación, los caficultores a menudo se sentían tentados a
utilizar todo su ingenio para aprovecharse de sus rivales en todo momento. Algunos
optaban por robarles a los demás, si creían que su acción no iba a ser descubierta. La
mayoría trataba de engañar a los terratenientes en lo referente a su participación en
los contratos de aparcería. Otros trataban de cambiar los linderos de la tierra, ya que
ello no resultaba difícil en vista de que dichos linderos nunca estaban bien definidos
y en las escrituras solamente se hacían referencias imprecisas a marcas tales como
árboles y piedras o el lecho de una quebrada. Para salir airoso de esta lucha constante,
el pequeño caficultor dependía en gran medida de su hombría y su habilidad. En los
sitios muy apartados y donde no llegaba el control de las autoridades civiles y eclesiás-
ticas, quienes lograban intimidar a sus compañeros o ganarse su respeto, quienes po-
dían molestar a sus vecinos o impresionarlos haciendo gala de ecuanimidad y valen-
tía, podían estar casi seguros de sobrevivir y llegar a viejos y de poder adquirir, exten-
der y mantener un terreno de su absoluta propiedad.
De esta forma, quienes trabajaban en la producción del café veían cómo los mitos
centrales de las ideologías capitalista y cristiana alternaban en íntima unión ante sus
ojos durante el transcurso de sus vidas. Si tenían éxito, atribuían su buena suerte al
trabajo, la inteligencia, la frugalidad y las virtudes morales de su familia. Si fracasa-
ban se culpaban a sí mismos o atribuían su mala suerte al destino. En su calidad de
pequeños caficultores, se identificaban con los valores capitalistas y cristianos defen-
didos y promulgados por los partidos liberal y conservador. Sin embargo, su lealtad
hacia los dos partidos tradicionales no era simplemente el resultado de la concordan-
cia entre la ideología de la clase gobernante y una visión de la sociedad promovida por
su experiencia cotidiana. La estructura clientelista de la política de partido y la lucha
competitiva entre los partidos por el control sobre los asuntos locales era apoyada por
los pequeños propietarios en su esfuerzo por crear un campo social de relaciones

158
interpersonales de tipo jerárquico favorable a sus intereses. La fidelidad a uno u otro
partido o sus fracciones, le permitía a los caficultores asegurar un sinnúmero de alia-
dos en posiciones estratégicas en la lucha por atesorar capital y controlar una parte de
la tierra. El hecho de que esa misma afiliación los ubicara en conflicto con un sinnú-
mero de rivales y contrincantes de una filiación política diferente no debilitaba para
nada su inclinación partidista. En una estructura local del poder que estaba comple-
tamente a merced de la política partidista, una persona estaba en mejor posición (y no
peor) si era partidaria de uno de los posibles vencedores de la lucha política, de lo que
podía estar si adoptaba una posición neutral expuesta a un mundo hobbesiano sin
ningún aliado político. La victoria del partido o la fracción a la cual pertenecía una
persona podían significar para ella desde la exención del servicio militar para un hijo
adolescente, hasta una protección efectiva de la policía contra un vecino beligerante,
e incluso la inclinación de la justicia a su favor en los tribunales. Para un pequeño
caficultor adinerado, podía significar el acceso a puestos del gobierno o a una educa-
ción avanzada para sus hijos, una decisión favorable sobre la localización de un cami-
no rural, o cualquiera de muchos otros favores políticos o legales22 ·
Por lo tanto,. si un pequeño caficultor deseaba tener éxito, tenía que convertirse
en una especie de hombre colombiano del Renacimiento dotado de un espíritu ma-
quiavélico para interpretar la política y la naturaleza humana. Aunque por lo general
este caficultor era analfabeto, tenía que conocer el arte de la agricultura, la cría de
animales, la construcción y la mecánica simple. Aunque carecía de una educación
formal, tenía que ser juez astuto y conocedor de la psicología humana. Pero, a diferen-
cia de esos tipos ideales urbanos de las primeras sociedades capitalistas mediterráneas
modernas, era ante todo un trabajador que dependía no del control sobre los medios
de intercambio sino del control sobre los medios de producción y del proceso del
trabajo en su lucha por sobrevivir y acumular el capital. En la medida en que podía
movilizarse totalmente y coordinar la inteligencia y la fuerza muscular de una familia
numerosa, y mantener controlados a sus rivales; en la medida en que le resultaban
favorables las fuerzas naturales, económicas y políticas más allá de su control, podía
alcanzar su objetivo de adquirir y mantener una tierra propia. Dentro del marco de la
producción cafetera colombiana antes de mediados del siglo, ni las inversiones de
capital ni el control sobre una tecnología avanzada eran suficientes para compensar el
uso inefectivo y la falta de control de los recursos humanos en las grandes haciendas.
Por consiguiente, las familias que no poseían tierra y que trabajaban bajo sistemas de
arrendamiento o aparcería, podían mejorar su posición a expensas de los grandes te-
rratenientes. Pero los propietarios de pequeñas fincas cafeteras (al igual que los gran-
des antes de mediados del siglo) no tenían la capacidad para revolucionar los medios
de la producción cafetera. Su éxito dependía de su capacidad superior para movilizar
la fuerza laboral de su familia. De allí que sea una ironía el que el éxito de una familia
con movilidad social fuera precisamente el factor que contribuía a· minar su capaci-
dad para perpetuar dicho éxito durante su siguiente ciclo de vida dentro de la pro-

22. Una fuente muy completa sobre la mecánica del tradicional clientelismo político en un municipio
cafetero de Colombia es Steffen Walter Schmidt, "Political Clientelism in Colombia", disertación inédita de
doctorado, Columbia University, 1972.

159
ducción cafetera. Al igual que Sísifo, la familia que lograba acumular una modesta
porción de tierra durante la vida de un jefe de hogar, veía cómo, al morir éste, su
pequeña riqueza quedaba fraccionada entre los herederos y la lucha comenzaba de
nuevo, cuando cada uno de los hijos buscaba ampliar su pequeña heredad para con-
vertirla en una unidad familiar viable e independiente.
Algunos observadores han visto tan solo la corrupción de los míticos valores
antioqueños en este patrón de vida y trabajo del pequeño propietario colombiano. En
su novela La cosecha, que se desarrolla en Líbano, Tolima, en medio de la depresión,
el intelectual reaccionario y anticomunista J. A. Osorio Lizarazo, plasmó una sórdida
descripción de la miseria material, el deterioro físico, la estupidez y la decadencia
moral de los pequeños caficultores y sus familias. La novela tiene la virtud de enmen-
dar ese romanticismo rosa presente en la visión que la clase dominante tiene de la
vida en el corazón de la zona cafetera. Pero Osorio degradó y deshumanizó a los traba-
jadores y su lucha por el control sobre la tierra. En un pasaje lleno de cinismo y típico
del tono y la condescendencia moral que predominan en la obra, Osorio hace alusión
a varias características de las relaciones interpersonales y de los valores culturales
promovidos por la estructura de producción de los pequeños propietarios. Si bien exa'
gera y solamente analiza un lado de estas relaciones y valores, no deja de capturar
algo de su unidad y de sus vínculos con las fuerzas materiales presentes en la sociedad
cafetera de las pequeñas fincas.
El trabajo y el cultivo de la tierra eran los factores que establecían un sentimiento de propiedad, y fue
ese sentimiento el que destruyó la errante masculinidad de los primeros colonos y las ancestrales
tendencias nómadas que los impulsaron a la conquista (de la tierra). La nueva generación se había
embrutecido a causa del predominio absoluto de los instintos más elementales, se había dedicado a
reproducirse a un ritmo asombroso como los árboles del bosque, y había dejado languidecer su
iniciativa. Los hombres vegetaban, completamente ligados a la tierra, hacían transacciones en las
que trataban de engañarse unos a otros, practicaban la hospitalidad a gran escala, se embriagaban los
domingos, y pomposamente cultivaban la salvaje supremacía del sexo. La uniformidad de la lucha
estableció una solidaridad espontánea, rota no obstante por el egoísmo propiciado por la intensidad
del esfuerzo. Los niños eran un pretexto para inventar lazos artificiales de familia diseñados para
obtener lucro y en esa forma trataban de engañarse mutuamente con pequeñas transacciones que
incluían machetes o bueyes, y así empezaron a traficar con propiedades23 •
Contrariamente a lo que plantea Osorio Lizarazo, la mayoría de los pequeños pro-
pietarios ni estaba físicamente destruida, ni se había deshumanizado en su lucha por
el control sobre la tierra dentro del marco de la producción cafetera. Sobrevivieron
como clase y surgieron parcialmente victoriosos en esa lucha, precisamente porque,
pese a enormes obstáculos, lograron desarrollar plenamente sus facultades y su poten-
cial humano. Si bien los términos de la lucha contribuyeron a fortalecer su individua-
lismo, su receptividad ante el mensaje ideológico de la clase gobernante y su confor-
midad con la política clientelista de los partidos tradicionales, y si bien los hicieron
resistentes a la organización colectiva y a la ideología izquierdista y los empujaron
inexorablemente al conflicto fratricida, ello no se debió a que su experiencia y su
lucha los hubiera deshumanizado. Se debió a que su inteligencia y su enorme energía
fueron canalizadas,. por los imperativos estructurales de su existencia, hacia una lógi-

23. La cosecha, Manizales, 1935, p. 66.

160
ca individualista y destructiva que estaba más allá de su control. Fue precisamente el
éxito de los pequeños caficultores el que marcó su destino como clase y aseguró la
declinación de las fuerzas sociales y políticas populares en Colombia durante los años 30.
Ese proceso ocasionó la castración de un movimiento laboral insurgente, condujo a la
cooptación de la izquierda política y terminó en la violencia de mediados del siglo.
La historia de la movilización de los trabajadores colombianos, especialmente de
los trabajadores del sector cafetero, a finales de los años veinte y los treinta, ha sido
descrita una y otra vez con más detalles por los historiadores colombianos durante los
últimos años 24 • Antes de la Primera Guerra Mundial, la organización del trabajo en
Colombia se limitaba a unas cuantas sociedades de ayuda mutua, principalmente en-
tre los artesanos de las grandes ciudades. Aunque hubo diferentes ocasiones durante
el siglo XIX y principios del XX en que los artesanos se levantaron en poderosas protestas
políticas y violentas demostraciones callejeras en defensa de su subsistencia y su ho-
nor", fue sólo después de la Primera Guerra Mundial cuando desarrollaron organiza-

24. Entre los estudios generales que tratan de ubicar estos acontecimientos laborales dentro del contexto
más amplio de la historia del movimiento obrero colombiano, los más importantes son los ya citados de Urrutia
y Pécaut. Una buena historia narrativa de la protesta popular en Colombia, escrita por un activista comunista
que desempeñó un papel destacado en las luchas laborales de los afios 20 y 30, es la de Ignacio Torres Giraldo,
Los inconformes, 5 volúmenes, Bogotá, 1978. Entre las contribuciones recientes a la literatura sobre la gran
huelga de las bananeras en 1928 están las siguientes: Femando Botero y Álvaro Guzmán Bamey, "El enclave
agrícola en la zona bananera de Santa Marta", Cuadernos Colombiarws 11, 1977, pp. 309-389; Judith White,
Historia de una ignominia: La United Fruit Co. en Colombia, Bogotá, 1978; y Catherine LeGrand, ''Colombian
Transformations: Peasants and Wage Laborers in the Santa Marta Banana Zone, 1900, 1935", trabajo presenta,
do durante la Reunión de la Asociación de Estudios Latinoamericanos en Washington, D.C., 1982. Sobre la
movilización de los trabajadores cafeteros véase especialmente el trabajo pionero de Hermes Tovar, El movimien,
to campesino en Colombia, Bogotá, 1975; los libros de Absalón Machado y Marco Palacios citados anteriormen,
te; las obras de Pierre Gilhodés, Las luchas agrarias en Colombia, Bogotá, La Carreta, 1974; Gloria Gaitán,
Colombia: La lucha por la tierra en la década del treinta, Bogotá, 1976; Darío Fajardo, Vwlencia y desarrollo,
Bogotá, 1979; y Gonzalo Sánchez G., Las ligas campesinas en Colombia, Bogotá, 1977; el capítulo "Land Use and
Land Reform in Colombia", en el libro de Albert Hirschman,Joumeys Toward arul Progress, Nueva York, 1965, pp.
131,213; el testimonio del organizador comunista Víctor J. Merchán, "Datos para la historia social, económica y
del movimiento agrario de Viotá", Estudios Marxistas 9, 1975, pp. 105,116; el análisis de la lucha por la tierra en
el Tolima, de Alejandro Caballero, "Violencia y estructura agraria", Estudios MaJXistas 12, 1976, pp. 5-31; y el
trabajo reciente de Marco Palacios, "La propiedad agraria en Cundinamarca, 1880, 1970", presentado durante la
Conferencia sobre el Mundo Rural Colombiano, Fundación Antioqueña. para los Estudios Sociales, Faes, Medellín,
1981. Sabremos mucho más acerca de la naturaleza de la movilización campesina en los grandes predios cafeteros
una vez terminada la disertación de Michel Jiménez que está en preparación en la Universidad de Harvard.
25. La historia de estas protestas merece un estudio más detallado. Históricamente, los anesanos fueron
inmoderadamente importantes en la relativamente populosa sociedad colombiana y en la economía cerrada del
país. Además, sus protestas se ajustan a un patrón, habiendo surgido, como lo hicieron, cuando las iniciativas
liberales redujeron las barreras al comercio exterior, o cuando la rápida expansión de las exportaciones debilitó
repentinamente su posición. El papel de los artesanos durante la revolución de los Comuneros a finales del siglo
xvm y durante los acontecimientos políticos de principios de la década de 1850 es bien conocido, si bien no ha
sido adecuadamente investigado por los historiógrafos colombianos. Los artesanos montaron una revuelta a gran
escala en Bogotá en el año de 1893, en una época en la que el pleno efecto inicial de la primera bonanza cafetera
tendió a socavar su base económica. Posteriormente, en 1919, hicieron violentas demostraciones en Bogotá, esta
vez en protesta contra la decisión del gobierno de comprar los uniformes para el ejército en el exterior. Por
último1 hay que pensar que el conflicto ae los artesanos durante la bonanza cafetera del periodo posterior a la
Segunda Guerra Mundial definitivamente contribuyó a la gran sublevación urbana conocida como el bogotazo

161
ciones colectivas permanentes destinadas a mejorar sus condiciones laborales y sala-
riales. El desarrollo tardío del movimiento laboral fue el reflejo de la naturaleza res-
tringida de los lazos históricos de Colombia con la economía mundial.
Sin embargo, a la sombra del ímpetu de la creciente producción cafetera comenzó
a florecer el movimiento laboral colombiano. Al terminar la guerra mundial, y en el
contexto de la efervescencia de los movimientos obreros, comenzaron a explotar las
protestas de los trabajadores en los principales puertos colombianos sobre el Caribe.
Una huelga general organizada por sindicalistas anarquistas y respaldada por los tra-
bajadores del transporte fluvial y ferroviario y por los artesanos urbanos sacudió a
Barranquilla a comienzos del mes de enero de 1918. La actividad huelguística se
extendió luego hasta los puertos de Cartagena y Santa Marta. Las huelgas agitaron la
opinión pública en toda Colombia, obligaron a la imposición del estado de sitio en
toda la región de la costa Caribe, y su resultado fue la expedición de un decreto oficial
que reglamentaba la actividad huelguística y que sentó el precedente para muchas
legislaciones laborales subsiguientes. El decreto sirvió también para 'estimular a los
trabajadores del gigantesco complejo de la United Fruir cerca a Santa Marta a pre-
sentar su primera petición para lograr mejores condiciones laborales y salariales. Du-
rante 1919, el permanente conflicto laboral de la zona costera, las pequeñas huelgas
de los artesanos en las principales ciudades, y las huelgas coordinadas a gran escala de
los trabajadores ferroviarios en Cundinamarca, centro nervioso y económico del país,
se combinaron para fomentar la expedición de una importante legislación para regla-
mentar el conflicto laboral. Estas leyes, expedidas en 1919 y 1920, fueron diseñadas
para restringir la actividad huelguística y convertir las protestas en una simple activi-
dad pacífica, y también establecían la deportación de los extranjeros que fomentasen
o participasen en los desórdenes, establecían mecanismos para la conciliación y el
arbitraje de los conflictos industriales, y prohibían las huelgas (y exigían un arbitraje
obligatorio) en los casos de conflictos laborales en el sector de los servicios públicos y
el transporte. Mediante esta legislación y el establecimiento de una Oficina del Tra-
bajo en 1923, la clase gobernante colombiana trató de diluir y regular la nueva oleada
de huelgas que azotó a la sociedad colombiana durante el periodo inmediatamente
posterior a la guerra16 • Las leyes fueron aparentemente efectivas durante el corto pe-
riodo de depresión de la postguerra. Pero dentro del contexto de la asombrosa expan-
sión basada en el café y que tuvo lugar a mediados y finales de los años 20, las leyes no
permitieron alcanzar el objetivo para el cual habían sido creadas. Con posterioridad a
1923, un movimiento laboral insurgente aprovechó las condiciones favorables para la
organización y las protestas de los trabajadores. Huelgas masivas se desencadenaron
primero en los enclaves exportadores de propiedad extranjera y luego se difundieron
amenazadoras hasta llegar al corazón del propio sector exportador de café.

en abril de 1948. El mejor análisis sobre esta cuestión aparece en Gonzalo Sánchez, Los "Bolcheviques" de El
Ubano, Bogotá, 1976. Algunos detalles sobre los acontecimientos de 1893 en Bogotá se pueden encontrar en
Bergquist, "Coffee and Conflict in Colombia, 1886~ 1904", disertación inédita de doctorado, Stanford University,
1973, pp. 74-75. Acerca del problema de 1919 véase Urrutia, op. cit., pp. 62-64.
26. Estos acontecimientos son descritos con cierto detalle en Urrutia, Ibíd., capítulo 5. La legislación, al
igual que todas las leyes laborales en Colombia es descrita, en su contenido de clase, en Moncayo y Rojas, op. cit.,
capítulo 1.

162
La más importante de estas condiciones fue una demanda de mano de obra nunca
·vista. La expansión del empleo en la misma producción cafetera fue obviamente el
elemento más significativo de este proceso. Ya en 1906, cuando las exportaciones de
café equivalían solamente a medio millón de sacos al año, la Revista Nacional de Agri-
cultura calculaba que había 12.000 trabajadores permanentes y 100.000 trabajadores
de temporada en el sector cafetero. En 1914, cuando la producción cafetera había
llegado a un poco más del doble, esa misma fuente calculaba el número de trabajado-
res en 80.000 permanentes y 240.000 temporales 27 • No se cuenta con estimativos seme-
jantes sobre la fuerza laboral disponible en el sector cafetero durante los años 20. Muy
probablemente, la tendencia (ya evidente en los estimativos de 1914) era hacia una
mayor utilización de los trabajadores permanentes (aparceros, estancieros y pequeños
propietarios), quienes dedicaban parte de su tiempo a la producción de café durante
el año y aportaban la mayor parte de la mano de obra durante la época de la cosecha.
Si proyectásemos el estimativo (quizás exagerado) de 1914 a la época de finales de los
años 20, cuando las exportaciones de café casi se habían triplicado, el resultado sería
un número cercano al millón de trabajadores -prácticamente una octava parte de
toda la población colombiana- dedicados total o parcialmente a la producción de
café. Un estimativo más conservador de la fuerza laboral cafetera se puede obtener
calculando el número de trabajadores adultos (o el equivalente en adultos de los
trabajadores más jóvenes) requerido para cosechar los casi 500 millones de arbustos
que estaban en producción en todo el país a finales de los años 20. De acuerdo con los
contratos comunes en esa época en Caldas, a cada trabajador adulto perteneciente a
una familia que debía dedicar parte de su tiempo a sus cultivos de subsistencia y
suministrar toda la mano de obra llegado el momento de la cosecha, se le asignaban
cerca de 1.000 arbustos. Con este procedimiento, el cálculo obtenido es de aproxima-
damente 500.000 trabajadores dedicados casi por entero a. la producción cafetera a
finales de los años 20. No obstante, este estimativo puede ser todavía muy alto dada la
menor productividad de los arbustos por fuera del departamento de Caldas y especial-
mente en las fincas de la Cordillera Oriental. Sea cual fuere el número absoluto, de
todas maneras está claro que era muy grande la fuerza laboral dedicada a la producción
cafetera y que su crecimiento fue acelerado durante toda la década de los años 20.
También hubo un rápido aumento en el número de trabajadores de otros sectores
de la economía colombiana, en especial después de 1925, cuando empezaron a sentir-
se los efectos plenos del flujo de capital foráneo. Durante los años 20, fueron miles los
trabajadores que llegaron a trabajar en las construcciones públicas y privadas que
exigían un uso intensivo de mano de obra, en el transporte, en las compañías petrole-
ras y bananeras extranjeras, y en la industria manufacturera y artesanal. Hugo López
calcula que entre 1925 y 1928 solamente, la fuerza laboral creció en 140.000 trabaja-
dores. Calcula también que de estos nuevos empleos, más del 42% era en agricultura,
11 % en la industria manufacturera, 12% en construcción, 8% en minería, y cerca de
26% en el gobierno, el comercio y el transporte 28 •

27. Citado en Jesús A. Bejarano, "Fin de la economía exportadoraº, Cuadernos Colombianos 6, 7 y 8,


1975, cuadros 24 y 25, pp. 292-293.
28. López, La inflación, p. 95, pássim.

163
La mayoría de estos trabajadores abandonaba la agricultura atraídos por mejores
condiciones de trabajo y remuneración para la mano de obra no calificada, que en
ocasiones era el doble de lo que recibían los jornaleros en el campo. Tal parece que los
grandes caficultores lograron sostener su posición dentro de esta creciente competen-
cia por mano de obra hasta 1927 aproximadamente. Pero a medida que los precios
mundiales y sus utilidades empezaron a disminuir a partir de ese año, llenaron el
ambiente de quejas acerca de la "escasez" de mano de obra, y revelaron planes deses-
perados y a menudo extraños para aumentar su suministro de mano de obra barata y
dependiente. Entre estos planes estaban el trabajo forzado de los jóvenes delincuentes
de las ciudades en las plantaciones de café, proyectos para traer trabajadores inmigrantes
desde Asia, y llamados para el uso de maquinaria pesada en los proyecros públicos de
construcción. Sin embargo, fue la agricultura tradicional la que sufrió el más duro
golpe a causa de lo que los grandes terratenientes insistían en llamar "escasez de
brazos", con lo cual se referían a su incapacidad para atraer y retener a los trabajado-
res en las condiciones de trabajo y remuneración que habían ofrecido en el pasado.
Las grandes fincas productoras de alimentos perdieron muchos trabajadores que pre-
ferían trabajar en la producción de café, en la construcción y en el sector del transpor-
te. Los pequeños producrores agrícolas abandonaron la tierra en busca de mejores
salarios en el mercado laboral del país. En consecuencia, a medida que aumentaba la
demanda de alimentos por parte de una clase trabajadora más pudiente, la produc-
ción de alimentos para el consumo interno disminuía o se estancaba. La reducción en
la producción de alimentos se intensificó también en la medida en que muchos
caficultores, grandes y pequeños por igual, respondieron ante el extraordinario nivel
de los precios del café y destinaron una mayor parte de su tierra y su mano de obra a
este cultivo, olvidando la producción interna de alimentos. El resultado de todas estas
tendencias fue la inflación de los precios. Pese a que las importaciones de alimentos se
sextuplicaron entre 1922 y 1928, y pese a la expedición de una ley de emergencia para
eliminar las barreras arancelarias para muchas importaciones de alimentos, los precios
de éstos y el costo de vida aumentaron a un ritmo acelerado29 •
Estas dos condiciones, la demanda extraordinaria de mano de obra y el costo cada
vez mayor de los alimentos y de otros productos básicos, proporcionaron a los trabaja,
dores colombianos la fuerza y la determinación para desplegar un gran esfuerzo indivi-
dual y colectivo encaminado a cambiar sus condiciones de vida. Como consecuencia
de sus esfuerzos individuales en primer lugar -la presión ejercida sobre el capital a
través de miles de decisiones individuales para exigir mejores condiciones de trabajo
con la amenaza de abandonar el empleo y buscar esas mejores condiciones y un mejor
salario en otra parte-, los salarios reales aumentaron durante todo el decenio, y las
condiciones de trabajo mejoraron en muchas áreas. Los esfuerzos colectivos de los
trabajadores tuvieron menos éxito en el corto plazo. Pero las huelgas masivas y la
creación de organizaciones colectivas tuvieron una influencia decisiva sobre el curso
de la historia colombiana durante las décadas posteriores a 1930. Estas huelgas ocu-

29. En Bejarano, op. cit., pp. 406~409, y López, La inflación, p. 100, aparece la información cuantitativa
sobre precios y salarios. Véase también Miguel Urrutia y Mario Arrubla, Compendio de estadísticas históricas de
Colombia, Bogotá, 1970.

164
rrieron primero en los enclaves petroleros y bananeros, donde fueron asimismo más
espectaculares. Allí, las condiciones de vida y de trabajo se combinaron con las explo-
sivas dimensiones culturales, étnicas y nacionalistas de las empresas capitalistas ex-
tranjeras para .crear el clima favorable para el establecimiento de organizaciones co-
lectivas bajo un liderazgo marxista. Primero los trabajadores de las compañías petrole-
ras, y luego los de las compañías bananeras, montaron las grandes huelgas sostenidas
que culminaron en la infame matanza de quizás cerca de 1.000 trabajadores de las
bananeras y sus familias en cercanías de Santa Marta en diciembre de 1928. Fue ésta
la peor masacre de trabajadores en la historia laboral colombiana30 • Los trabajadores
del sector cafetero tuvieron que enfrentar obstáculos mucho mayores en sus esfuerzos
por organizarse. Sin embargo, después de 1925 y especialmente en las grandes hacien-
das del sudeste de Cundinamarca y el norte y oriente del Tolima, paulatinamente
montaron el más grande desafío colectivo sostenido que hubiese tenido que enfrentar
la clase gobernante colombiana.
Con el riempo, las grandes huelgas en los enclaves extranjeros, y la permanente
combatividad de los trabajadores colombianos en la producción de banano y petróleo,
probablemente influyeron para que la Standard Oil de Nueva Jersey y la United Fruir
restringieran sus operaciones en Colombia y buscaran su expansión en otros lugares31 •

30. Las grandes huelgas, especialmente la huelga de las bananeras en 1928, cobran demasiada importan~
cia en la historiografía laboral de Colombia y en la iconografía de la izquierda colombiana, y en esta descripc_ión
les he restado importancia deliberadamente. La huelga de las bananeras fue inmortalizada en el trabajo del gran
novelista colombiano Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. No existe una fuente mejor sobre el
impacto cultural de la vida en la zona bananera para los colombianos que la experimentaron. Pero el enclave
bananero fue tan excepcional en la experiencia de la clase trabajadora colombiana como lo es el trabajo del gran
novelista marxista socializado en el corazón de la zona bananera colombiana en la tradición literaria de su tierra
natal. Véase Charles Bergquist, "Gabriel García Márquez: A Colombian Anomaly" 1 The South Atlantic Quartely,
de próxima aparición.
31. Las compañías petroleras de los Estados Unidos que funcionaban en Colombia continuamente se
quejaban de que la complejidad de las leyes petroleras, la indecisa naturaleza de las políticas petroleras del
gobierno, y las pretensiones de los trabajadores colombianos eran obstáculos que impedían su expansión. La
importancia de esta última consideración es revelada escuetamente en los comentarios hechos ante funcionarios
del Departamento de Estado por un ejecutivo de la Texas Petroleum en 1948. Hizo referencia a la frustración
constante de la empresa ante la actitud de los trabajadores colombianos y, en particular, su "determinación de
participar en la administración de la 'compañía". Dijo que la compañía "no toleraría tal cosa" y que "saldría de
Colombia antes de someterse a esa voluntad". Instó al gobierno de los Estados Unidos a suspender todo tipo de
préstamos a Colombia sí el gobierno no actuaba con firmeza para poner freno a los excesos de los trabajadores.
Memorando restringido, Departamento de Estado de los Estados Unidos, septiembre 13, 1948, USNA/DS/
821.504/9~1348. Por su parte, la United Fruit alegó que las enfermedades que afectaban sus plantaciones en
Colombia la obligaban a extender su producción a Centroamérica. Pero los disturbios laborales continuaron en
la zona bananera colombiana y tuvieron mucho que ver con esa determinación. En 1934, los trabajadores de las
bananeras iniciaron otra gran huelga en contra de la compañía. El gobierno liberal aceptó servir de mediador. El
convenio rehusaba conceder a los trabajadores su principal exigencia, la abolición del sistema de trabajo a
destajo, pero les concedía otros. sustanciales beneficios salariales y de otra naturaleza. Los términos permitieron
al gobierno liberal debilitar el control comunista sobre los sindicatos de los trabajadores de las bananeras, pero
también contribuyeron a aislar a la gerencia de la compañía. Las peticiones de los huelguistas aparecen en El
Espectador, 12/11/34, páginas 1 y 3; el convenio aparece en ibídem, 12/24/34, páginas 1, 3 y 6. Las exportaciones
de petróleo representaban el 17% del valor de todas las exportaciones colombianas en 1925~ 1929; 20% en
1935-1939; 15%en 1945-1949; 14%en 1955-1959. Las exportaciones de banano representaban el 6, 5, 2 y4%
para estos mismos periodos, respectivamente: McGreevey, An Economic History, tabla 26, p. 207.

165
Sea cual haya sido la función exacta de los trabajadores militantes dentro del proceso,
la producción petrolera en Colombia tuvo una expansión muy lenta y espasmódica
después de 1930, y las exportaciones de banano disminuyeron de 10 millones de raci-
mos a finales de los años 20, a la mitad de ese nivel durante la década siguiente y
desde entonces nunca alcanzaron esos niveles anteriores a 1930. Si Colombia se hu-
biese convertido en un gran exportador de petróleo o hubiese continuado la expan-
sión de la producción bananera, quizás hubiese sido otra la historia laboral del país.
Los comunistas activistas de los dos enclaves -junto con sus aliados de los puertos
fluviales y marítimos- fueron los componentes más beligerantes del movimiento obre-
ro organizado durante toda la década de los 30 y principios de los años 4032 • Sin
embargo, fue el café y no estos otros dos productos de exportación el que continuó
impulsando la economía colombiana después de los años 20. Y fue la lucha de los
trabajadores del sector cafetero la que decidió la suerte del movimiento laboral co-
lombiano.
Los trabajadores cafeteros de las grandes haciendas del sudeste de Cundinamarca
iniciaron movimientos de agitación en busca de mejores condiciones desde 1918. Sin
embargo, fue sólo hacia finales de los años 20 cuando, con la demanda de mano de obra
a su favor, emprendieron esa lucha gradual y escalonada para liberarse de los sistemas
precapitalistas bajo los cuales trabajaban y para adquirir el control sobre la tierra. Esta
exitosa lucha colectiva, que se prolongó hasta mediados de los años 30 y después, obe-
deció a una dinámica diferente a la que rigió sobre la movilización de los trabajadores
asalariados en los enclaves extranjeros y en los sectores del transporte y las manufacturas
de la ee-onomía colombiana. Aunque, al igual que esas luchas, comenzó con unos esfuer-
zos colectivos para mejorar las condiciones de trabajo y aumentar el rendimiento econó-
mico de ese trabajo, fue desde un principio más compleja y más amenazadora para los
intereses de la clase gobernante colombiana que esas luchas más simples que tuvieron
lugar dentro de la conocida estructura de las relaciones industriales capitalistas. Pese a
que los esfuerzos colectivos de los trabajadores asalariados fueron rápidamente socava-
dos por el descenso en los precios del café a partir de 1928 y el advenimiento de la gran
depresión --circunstancias que trajeron consigo la interrupción de los préstamos exter-
nos, los grandes recortes en el gasto y en las obras públicas, y una precipitada caída de la
actividad económica en general- fueron precisamente estas condiciones las que hicie-
ron que la lucha de los trabajadores de las grandes haciendas cafeteras fuese aun más
intensa, más radical y más violenta.
Esto fue así por varias razones. La bonanza cafetera de mediados de los años 20 y la
demanda nacional de mano de obra a la que dio lugar, les permitieron a los trabajado-

32. Los funcionarios de los Estados Unidos que proporcionaban informes sobre los trabajadores en
Colombia a menudo hacían énfasis en este hecho, y algunas veces lo relacionaban con una explicación racial para
la beligerancia relativa de los trabajadores colombianos. El cónsul de los Estados Unidos en Bucaramangá, en su
informe sobre el Sexto Congreso de Trabajadores de Colombia, realizado en dicha ciudad cerca al enclave
petrolero en diciembre de 1943, anotaba que a pesar de la ostensible mayoría liberal entre los delegados, un
comunista de la zona bananera, Carlos Arias, había sido elegido presidente del Congreso. "El número relativa~
mente grande de delegados y participantes de color, especialmente de la región de la costa, notorio en todos los
actos del Congreso, era el reflejo de la conciencia social de este grupo racial y de su fuerza dentro del movimiento
de los trabajadores colombianos. J. Brook Havron al Departamento de Estado, diciembre 10, 1943, USNA/DS/
821.50/ 14Z.

166
res obligar a los propietarios de los grandes feudos cafeteros a liberalizar las condicio-
nes en las cuales laboraban los trabajadores dependientes. Los grandes caficultores
estaban dispuestos a hacer estas concesiones a fin de ampliar su producción, y tam-
bién estaban en posición para hacerlo debido al extraordinario nivel de los precios del
café y de sus propias utilidades. Al mismo tiempo, los arrendatarios se sintieron esti-
mulados por el elevado precio del café y de los productos alimenticios básicos y, por
ende, dedicaron mucho más tiempo al cultivo de sus parcelas y también a la venta de
su café y de sus excedentes en el mercado. Los hacendados cafeteros se vieron forza-
dos a tolerar estas actividades y la reducción de hecho en el tiempo de trabajo dedi-
cadó por los trabajadores a las tierras de la hacienda, porque sencillamente no tenían
otra alternativa33 .
Esta dinámica debe ser analizada a fondo. Fue estudiada elocuentemente en los
informes de los investigadores de la Oficina del Trabajo, y puede deducirse a partir de
la naturaleza de las exigencias colectivas, articuladas por los trabajadores de unos
cuantos latifundios, y que fueron recogidas en los anales públicos. Por ejemplo, gracias
al trabajo de Hermes Tovar, Absalón Machado y otros, sabemos que las personas que
trabajaban en las tierras cafeteras de Quipile, Cundinamarca, presentaron peticiones
ya en 1925, donde solicitaban una mejor alimentación y vivienda, y una jornada más
corta para los trabajadores contratados libremente; la reducción del trabajo que for-
maba parte del pago de la renta por las tierras de los arrendatarios; la eliminación del
trabajo no compensado que realizaban los arrendatarios para efectuar labores no in-
cluidas en sus contratos de trabajo agrícola; y la eliminación de la práctica de lanzar
a los arrendatarios de sus parcelas sin una compensación justa por concepto de las
mejoras 34 • En 1927, las exigencias de los arrendatarios que trabajaban en la gigantesca
finca cafetera de "El Chocho" en Fusagasugá, Cundinamarca, fueron mucho mayores.
Los arrendatarios exigían libertad para vender su café y otros productos cultivados en
sus parcelas por fuera de la hacienda; el pago de la renta solamente en dinero; el
establecimiento de un precio de arriendo de la tierra solamente cada tres años y bajo
la supervisión de los inspectores oficiales del trabajo; la estipulación de los términos
legales según los cuales los arrendatarios podían ser legalmente desposeídos de la
tierra que ocupaban; el establecimiento de pautas legales para la compensación por
concepto de mejoras; y la. eliminación de las multas por supuesta violación de las
obligaciones contractuales; Exigían también que quedase entendido que trabajarían
voluntariamente, a los salarios vigentes para el libre' empleo, en las tierras de la ha-
cienda; que las horas de trabajo serían las mismas establecidas por el gobierno para los
proyectos de obras públicas; que quienes trabajasen en esas condiciones deberían ser

33. Véase, por ejemplo, el sorprendentemente claro análisis en la circular de J. R. Hoyos Becerros, jefe de
la Oficina del Trabajo, a los principales caficultores de Cundinamarca, de fecha enero 4 de 1929, en Boletín de la
Oficina del Trabajo 1: 1 pp. 1~ 11, agosto, 1929. La migración hacia las ciudades y la demanda de mano de obra
para las obras públicas, observaba, habían generado una crítica escasez de mano de obra en las grandes haciendas
cafeteras. "Dada la escasez de brazos, las estancias -relativamente grandes-de los arrendatarios han venido a
hacer una verdadera competencia a las haciendas. Tal competencia llega al.extremo de que en casos de quedar la
estancia gravada con exiguo arrendamiento y a veces prácticamente sin ninguno, el arrendatario se resiste a
trabajar en la hacienda a precio común de la región", p. 5.
34. Machado, op. cit., pp. 247-248.

167
amparados por las leyes nacionales concernientes a los accidentes de trabajo; que los
trabajadores deberían recibir el vestuario necesario para trabajar bajo la lluvia; que
quienes no tenían madera en sus parcelas deberían tener acceso a los bosques de la
hacienda para suplir sus necesidades de construcción; y, por último, que el hacenda-
do debería expedir a cada uno de los arrendatarios una copia escrita de los contratos
y acuerdos de arrendamiento. Además, los arrendatarios notificaron a los propietarios
de la hacienda que al comunicar estas exigencias no estaban renunciando a ninguno
de los derechos y prerrogativas que pudiesen ser adicionadas a sus "derechos de traba-
jadores" por leyes expedidas en el futuro. La petición concluía con la más diciente de
todas sus exigencias. Les notificaban a los propietarios que, en caso de no poder acce-
der a esas exigencias, debían elaborar un plan para que los arrendatarios pudiesen
entrar en propiedad de los lotes de tierra que tenían en arriendo en el momento,
mediante el recurso. acostumbrado a los bancos, hipotecas y amortizaciones35 •
Ninguna de estas peticiones surtió éxito inmediatamente, y los trabajadores de
estas haciendas tuvieron que presionar durante mucho tiempo antes de poder satisfa-
cer la última de sus exigencias. No obstante, éstas revelan una dinámica en la lucha
entre las clases de las grandes haciendas cafeteras, la cual, durante el momento cul-
minante del auge cafetero, decididamente favoreció a los trabajadores.
A partir de 1928, a medida que los precios del café bajaban y se reducía la deman-
da de mano de obra en la economía colombiana, los hacendados tomaron la ofensiva
en contra de sus trabajadores. Sin embargo, debido a la naturaleza especial de la
producción cafetera en las grandes fincas, la depresión económica no les ayudó real-
mente a voltear la lucha a su favor. Por el contrario, esos esfuerzos desesperados por
conservar su posición de clase contribuyeron a fortalecer aun más la voluntad de los
trabajadores, y obligaron a estos últimos a ampliar su organización colectiva y a
radicalizar sus exigencias.
El descenso en los precios del café puso en peligro la viabilidad económica de las
grandes haciendas cafeteras y la existencia misma de los hacendados como clase.
Estaban abrumados por hipotecas y deudas en las que habían incurrido durante el
proceso de expansión36 y, por si fuera poco, debían también enfrentar la creciente
competencia de los pequeños caficultores más eficientes que trabajaban con sus fami-
lias dentro de sus propias tierras y los altos salarios que los trabajadores contratados
esperaban recibir. Trataron de solucionar su difícil situación a través del único recurso
que tenían a su alcance. Emprendieron el ataque en contra de la autonomía de su
fuerza laboral dependiente. Con la prohibición de cultivar café en las parcelas, la
prohibición de vender los productos agrícolas por fuera de las haciendas y el lanza-
miento de los recalcitrantes arrendatarios, los hacendados esperaban eliminar de un
solo golpe a sus competidores y crear de nuevo una abundante oferta de mano de obra
dependiente y barata en sus tiertas.
Sin embargo, al poner en práctica su estrategia, los hacendados se vieron enfren-
tados con unos obstáculos que nunca se les presentan a los capitalistas industriales.
Estos últimos por lo general reaccionan ante las tendencias descendentes de la eco-

35. Tovar, op. cit., pp. 76-80.


36. Este es un tema que aparece en toda la literatura. Véase especialmente Palacios, Coffee,. , op. cit.

168
nomía con el simple despido de los trabajadores que no desean aceptar salarios infe-
riores o unas condiciones de mayor explotación. Estos trabajadores generalmente pa-
san a formar parte de un mercado laboral libre bastante reducido y se unen a otros
trabajadores despedidos en su búsqueda desesperada de una forma de vender su tra-
bajo y garantizar su subsistencia. Los industriales entonces recurren a esta fuente de
trabajadores desempleados para reconstruir su fuerza laboral con niveles salariales
reducidos y en condiciones de mayor explotación en el trabajo. Pero los hacendados
cafeteros tuvieron que enfrentarse a una clase de trabajadores que a la vez dependían
menos de la venta de su trabajo y estaban profundamente aferrados a su posición en la
tierra. Lo que era aún peor era que a finales de los años 20 los trabajadores dependien-
tes eran también pequeños capitalistas y productores de artículos primarios que ejer-
cían un control efectivo sobre esa tierra donde cultivaban productos para el mercado
nacional e internacional. Estos trabajadores, que antes de 1927 luchaban primordial-
mente por la liberalización de las condiciones de trabajo a fin de fortalecer su posición
como productores independientes, ahora se rehusaban a volver a su condición de
trabajadores dependientes. El resultado fue una constante batalla entre las dos clases
que habitaban las grandes haciendas, la cual se tornó más, y no menos, intensa con la
agudización de la depresión.
A primera vista parecería como si la solución adoptada por los patrones de los
asalariados en otros sectores de la economía colombiana hubiese podido ayudar a los
hacendados cafeteros en sus esfuerzos para resolver sus problemas laborales. Los traba-
jadores desempleados, especialmente aquellos que habían sido despedidos de las obras
de construcción, regresaron al campo que hacía poco habían abandonado en busca de
su subsistencia. Los hacendados trataron de sacar provecho de este flujo de trabaja-
dores en busca de trabajo y de acceso a una tierra en la cual poder cultivar su susten-
to. Intensificaron sus esfuerzos por desalojar a los arrendatarios intratables y trataron
de reemplazarlos por una fuerza de trabajo más barata y dócil.
Sin embargo, varios factores intervinieron para impedir el éxito de este fabuloso
proyecto y para fomentar a cambio las alianzas entre los jornaleros y los arrendatarios
de los grandes feudos cafeteros. El más importante de estos factores fue la obstinada
oposición de los arrendatarios, cuyo desalojo resultó ser tarea difícil. Algunos de estos
trabajadores, que a finales de los años 20 habían aprendido colectivamente a exigir
mejores condiciones de trabajo, decidieron unirse para diseñar ingeniosas tácticas
para oponer resistencia al desalojo. Según la estrategia que consideraban más útil
para sus propósitos, se movilizaban una vez como trabajadores y luego como arrendata-
rios o colonos, y apelaban al Estado en busca de protección y de la satisfacción de sus
derechos bajo tres diferentes entidades jurídicas. Organizaban paros laborales, huel-
gas de arrendatarios, o alegaban que la tierra que ocupaban y cultivaban en los gran-
des latifundios era realmente parte del dominio público. Esta última estrategia puso a
los hacendados en un aprieto legal debido a que muchas veces los títulos de propie-
dad eran imperfectos, y amenazó con la pérdida de sus tenencias a través de procedi-
mientos de adjudicación bajo las leyes sobre las tierras públicas. La segunda estrategia
también creó para los hacendados problemas legales y dificultades financieras insolu-
bles. Quizás tenían la capacidad de arrojar de sus tierras a unos cuantos arrendatarios
y pagarles por las mejoras, pero atados como lo estaban por sus problemas financieros,

169
no podían comprar las tierras a todos sus arrendatarios a la vez, y ésta fue una situa-
ción que estos últimos supieron aprovechar actuando en forma concertada. Por últi-
mo, no resultaba fácil contrarrestar con efectividad los paros laborales mediante la
contratación de nuevos trabajadores asalariados; incluso con los bajos niveles salaria-
les de principios de los años 30 la mayoría de los hacendados no podía sostener la
producción con un sistema de libre salario. En su calidad de ineficientes productores,
habían podido salir adelante pagando tan sólo la centésima parte de sus gastos salaria-
les potenciales al recurrir al sistema de trabajo dependiente prevaleciente en las gran-
des fincas cafeteras durante los años 20 (ése fue al menos el estimativo proferido por el
jefe de la Oficina del Trabajo después de revisar los libros de algunas grandes hacien-
das durante los años 30) 31 • Además, los arrendatarios encontraron formas efectivas
para neutralizar la amenaza de los nuevos trabajadores contratados. Por una parte,
lograron intimidar a quienes estaban dispuestos a aceptar contratos onerosos de traba-
jo; y por otra parte, convencieron a muchos de esos trabajadores para que se unieran
a su causa. La primera táctica tuvo éxito porque los propietarios no estaban en condi-
ciones de ofrecerles a los trabajadores nuevos y leales una protección en los vastísimos
terrenos de sus aisladas fincas. El éxito de la segunda medida fue un reflejo del obje-
tivo común de todos los trabajadores del sector cafetero. Todos deseaban el acceso a
la tierra a fin de poder cultivar alimentos en condiciones favorables, y la mejor condi-
ción imaginable era la de ser propietario absoluto de la tierra. Los jornaleros se unie-
ron a los arrendatarios en calidad de futuros colonos, reclamando el derecho a una
propiedad dentro de la gigantesca extensión de tierras no cultivadas que se encontra-
ban dentro de los límites de las grandes haciendas cafeteras38 • El hecho de que algu-
nos de los trabajadores que ahora regresaban a las fincas cafeteras habían estado
expuestos a las organizaciones obreras y a las ideologías de las clases trabajadoras,
sirvió para fecundar las incipientes alianzas entre jornaleros y arrendatarios y para
inyectar ideas avanzadas sobre organización y táctica y sobre la injusticia de la socie-
dad capitalista. Sin embargo, estos trabajadores no llegaron imbuidos en las ideas
marxistas de la socialización de los medios de producción. Pese a los incansables es-
fuerzos de los activistas socialistas y comunistas que ayudaron a los trabajadores cafe-
teros a organizarse y trataron de orientar su lucha, el objetivo de alcanzar el dominio
absoluto sobre la tierra siguió ocupando el primer lugar en la mente de la mayoría de
los trabajadores del sector cafetero39 •
Todo esto no quiere decir que a finales de los años 20 los trabajadores cafeteros
lograran revertir con éxito la ofensiva capitalista lanzada contra ellos, o que los ha-
cendados hubiesen estado indefensos en la lucha contra sus trabajadores cada vez
más organizados y beligerantes. Por el contrario, los hacendados se valieron de su

37. "J. V. Combariza al Ministro de Industrias", Bogotá, junio 20 de 1930, en Boletín de la Oficina del
Trabajo, "7, junio, 1930, p. 414.
38. A mediados de 1930 el jefe de la Oficina del Trabajo declaró que en las últimas dos o tres décadas, el
problema de los trabajadores que exigían condición de colonos en las grandes haciendas cafeteras había adqui,
rido proporciones gigantescas. "Las masas trabajadoras a quienes cobija esta situación son de un enorme
volumen, y las extensiones de tierra ocupadas por ellas se cuentan por miles de heááreas". Ibíd., p. 416.
39. Para la interpretación ofrecida en esta sección me he basado en la evidencia que aparece en los
estudios sobre los trabajadores cafeteros citados en la nota 24.

170
control sobre la política local para satisfacer sus intereses de una manera cada vez más
violenta y efectiva. La policía local arrestaba a los arrendatarios en huelga y los lanza-
ba físicamente de sus tierras. Los alcaldes y jueces locales se negaban a aplicar las
leyes relativas a la indemnización por mejoras. Los reclamos de los trabajadores por
una tierra que ellos consideraban del dominio público se enredaban en las manos de
los funcionarios locales y quedaban enterrados para siempre en la burocracia nacio-
nal. Bandas de matones al servicio de los grandes terratenientes aterrorizaban a colo-
nos y arrendatarios. Amenazaban a los trabajadores y a sus familias a punta de cañón,
quemaban sus. viviendas, destruían sus arbustos de café y soltaban el ganado de la
hacienda para que pisoteara sus cultivos. Durante los primeros años de la década de
los 30 eran comunes las confrontaciones armadas entre los trabajadores organizados y
los administradores de las haciendas y la policía local, especialmente en las. zonas
cafeteras del sudeste de Cundinamarca y varias localidades del Tolima. Los mal arma-
dos trabajadores eran por lo general las víctimas de estas confrontaciones desiguales.
Para 1933 era ya grande el número de los trabajadores que habían caído en la lucha
por la tierra; centenares de ellos habían sido heridos y miles habían sido desposeídos
del fruto de años de fatigosa labor en la tierra.
Pero no por eso abandonaron la lucha. Arrojados de sus parcelas en una. parte de
la hacienda, se movilizaban por las noches y se unían a otros para talar los árboles de
otra parte de la hacienda y empezar a cultivar nuevamente, afirmando su. condición
de colonos. Los lotes de tierra que pertenecían a los trabajadores encarcelados eran
cuidados por sus familiares o por vecinos y amigos. Los trabajadores arrojados de una
hacienda se unían a sus compañeros mejor organizados de otras haciendas y reanuda-
ban su lucha.
Abocados a la creciente rebeldía de los trabajadores que se negaban a cumplir
con sus obligaciones y perturbaban el trabajo de quienes estaban dispuestos a produ-
cir, los hacendados comenzaron a apelar con mayor frecuencia al Estado en busca de
soluciones. Culpaban de los conflictos laborales a los agitadores subversivos, solicita-
ban la presencia de tropas para restablecer el orden en sus predios, y organizaban
poderosos grupos de interés para coordinar la ofensiva en contra de los trabajadores,
para influenciar a la opinión pública, y presionar a los funcionarios oficiales y obtener
soluciones a sus problemas laborales. A lo largo de todo el periodo de conflicto laboral
colectivo a gran escala, aproximadamente entre 1925 y 1935, el equilibrio de las fuer-
zas políticas a nivel nacional favoreció en forma decisiva los intereses de los hacenda-
dos cafeteros como clase. Los altos funcionarios del gobierno bien podían tratar de
convencer a los hacendados para que hicieran concesiones a sus trabajadores belige-
rantes, y de servir de mediadores en el conflicto agrario. Estos funcionarios continua-
mente señalaban la virtud conservadora de la parcelación e instaban a los grandes
caficultores de Cundinamarca para que imitaran a los hermanos de clase de la zona
cafetera.de la Cordillera Central y dejaran la producción en manos de los pequeños
propietarios para dedicar todas sus energías a controlar el comercio y el aspecto finan-
ciero de la producción. No obstante, la solución de los problemas laborales en las
grandes haciendas, lograda lentamente mediante cambios fundamentales en las leyes
nacionales sobre tierras y en las instituciones de crédito, protegieron celosamente los
intereses de clase de los grandes terratenientes. Y aunque durante un tiempo los

171
trabajadores organizados encontraron un aliado en el movimiento obrero nacional,
donde los sindicatos los apoyaban y los pequeños partidos políticos reformistas y de
izquierda defendían sus intereses en la prensa y en ocasiones en el Congreso, las
victorias parciales que conquistaron a mediados de los años 30 fueron primordialmen-
te el resultado de sus propios esfuerzos.
Sin embargo, el movimiento obrero insurgente en las grandes haciendas cafeteras,
pese a la amenaza que parecía implicar para el orden establecido a finales de los años
20 y durante la década de los 30, siempre obedeció a una profunda lógica moderada
cuyas verdaderas dimensiones fueron apareciendo gradualmente a medida que los
trabajadores vencían en su lucha por el control sobre la tierra. A través de las inicia-
tivas oficiales y privadas, los grandes latifundios cafeteros que eran el foco de las
protestas colectivas a partir de 1925, fueron comprados uno a uno por el gobierno y los
bancos públicos, los propietarios fueron debidamente compensados, y la tierra fue di-
vidida en pequeñas parcelas y vendida a los caficultores que la cultivaban. En algunos
casos, los hacendados fueron obligados a financiar la parcelación por su cuenta, pero
los resultados fueron los mismos. Los trabajadores cafeteros se convirtieron en peque-
ños terratenientes, en propietarios de tierra quienes, al igual que la mayoría de los
trabajadores cafeteros del resto del país, vieron sus más profundas aspiraciones expre-
sadas en los valores liberales de la cultura dominante y sus necesidades satisfechas a
través de la dinámica clientelista de la política tradicional. La protesta de los trabaja-
dores del sector cafetero, eficientemente canalizada desde un comienzo hacia una
lucha legal enmarcada dentro de las leyes colombianas, se sublimaba ahora en la
lucha desesperada de los pequeños propietarios por cancelar sus deudas con los ban-
cos y los terratenientes y hacer de sus parcelas una empresa productiva. Lentamente,
durante los años 30, fue eliminada la principal anomalía de la producción cafetera
colombiana, a saber, la gigantesca hacienda cafetera que dependía de los sistemas de
trabajo precapitalistas. La producción cafetera del sudeste de Cundinamarca y las
diferentes localidades del Tolima evolucionó hacia un patrón de unidades difusas de
producción, operadas por los pequeños propietarios y sus familias, el cual se estaba
generalizando rápidamente en la economía cafetera de todo el país. Y con este cam-
bio, el movimiento laboral colombiano fue despojado de su componente más explosivo
a comienzos de los años 30 y se vio obligado a acomodarse, de la mejor manera posible,
al peso abrumador de las fuerzas políticas moderadas de la sociedad colombiana.
Sin embargo, ni las implicaciones conservadoras de las protestas de los trabajado-
res en las grandes haciendas, ni la debilidad congénita del movimiento obrero colom-
biano presente en las relaciones sociales de la producción en el resto de la economía
cafetera de exportación, se dejaron sentir claramente durante los años 20 y principios
de los 30. El rápido desarrollo del movimiento obrero colombiano con posterioridad a
la Primera Guerra Mundial, la explosiva movilización de los trabajadores colombianos
durante la bonanza cafetera de mediados de los años 20, las huelgas espectaculares
encabezadas por los cabecillas marxistas en los enclaves extranjeros, y la creciente
organización de los trabajadores cafeteros en las grandes haciendas de Cundinamarca,
justo a las puertas de la capital del país, a finales de los años 20, convencieron a los
dirigentes políticos de izquierda y derecha del poder del movimiento de los trabajado-
res y de la amenaza revolucionaria que implicaba para la sociedad capitalista colom-

172
biana. Después de la guerra mundial, surgieron para canalizar políticamente el movi-
miento laboral primero los utópicos partidos socialistas y luego los marxistas.
Entre tanto, la clase gobernante colombiana, enfrentada por primera vez al pro-
blema de una clase antagónica organizada y politizada, buscaba en todas partes la
forma efectiva de acabar con el movimiento de los trabajadores. Durante el proceso,
se dividió irremediablemente al apoyar unos la solución de. una represión masiva y
otros la modesta reforma y la cooptación. Es poco el trabajo que se ha realizado hasta
ahora con relación a la división de la clase gobernante durante este periodo crucial de
la historia colombiana. Sabemos, sin embargo, que ya en 1920 las fuerzas bipartidistas
que habían consolidado las instituciones políticas y económicas liberales que orienta-
ron el desarrollo del país con base en las exportaciones de café desde 1910, habían
comenzado a buscar la manera de enfrentar el desafío de un movimiento laboral radi-
cal a través de la reforma social. Lo que más temían esos reformadores capitalistas
moderados de los partidos liberal y conservador, era la polarización de la política co-
lombiana en un bloque reaccionario y represivo encabezado por el ala derechista del
Partido Conservador, y un movimiento socialista revolucionario formado por una alianza
entre el movimiento laboral marxista y el ala izquierda del Partido Liberal. Esa polari-
zación, temían ellos, podría desencadenar nuevamente el exclusivismo político de
partido y el conflicto civil que había amenazado y retardado el proyecto capitalista de
la clase dirigente colombiana a finales del siglo XIX40 •
Aunque el surgimiento de una coalición revolucionaria de esa naturaleza fue im-
pedido, los temores de los miembros moderados de la elite demostraron ser un análisis
visionario de la dirección de la historia colombiana durante las tres décadas siguien-
tes. A pesar de los esfuerzos decididos de estos reformistas de los dos partidos, que
lograron controlar el gobierno colombiano a comienzos de la crisis mundial en 1930 y
poner en marcha una legislación destinada a disgregar e institucionalizar el movi-
miento obrero, la clase gobernante se dividió inexorablemente cuando llegó el mo-
mento de decidir sobre la manera de enfrentar el insurgente movimiento obrero.
Mientras los dirigentes progresistas del Partido Liberal hacían lo posible por atraer
el movimiento obrero e institucionalizarlo a través de reformas modestas y una legisla-
ción laboral corporativista, los dirigentes. reaccionarios del Partido Conservador se
oponían al otorgamiento de cualquier concesión a las fuerzas populares. A finales de
los años 20, los liberales lograron utilizar con éxito la cuestión de la represión de la
izquierda y de los trabajadores para desacreditar a los gobiernos conservadores, dividir
al Partido Conservador, y ganar así las elecciones que trajeron el partido al poder en
1930. Los conservadores, a su vez, se valieron de la cuestión de las concesiones del
gobierno liberal a los trabajadores y a la izquierda comunista durante los años 30 y
principios de los 40, para desacreditar y dividir al Partido Liberal, y conquistar nueva-
mente el poder en 1946.
Existe una lógica extraña detrás de este patrón de gobiernos alternados durante
las tres décadas posteriores a 1920. Es una lógica que no ha sido totalmente captada

40. Véanse, por ejemplo, las cartas reveladoras de Eduardo Santos, Luis Cano, L. E. Nieto Caballero a
Carlos E. Restrepo, Bogotá, junio 20 de 1920, y de Carlos E. Restrepo a Eduardo Santos, Luis Cano y L. E.
Nieto Caballero, Medellín, junio 30 de 1920, en José Femando Ocampo, Colombia siglo XX, vol. 1, Bogotá,
1980, pp., 314-321.

173
en las interpretaciones que destacan las personalidades de los prominentes dirigentes
políticos, la dinámica del sistema político de partido, y los acontecimientos fortuitos
que siempre marcan el curso de la historia política y parecen cambiarlo fundamental-
mente. Tampoco es una lógica que esté muy estrechamente relacionada con los cam-
bios macroeconómicos y sociales (como las tasas de industrialización y urbanización y
los cambios en el alfabetismo y la circulación de los periódicos) que constituyen la
parte central de las explicaciones de los teóricos de la modernización liberal. Por
último, es una lógica cuyos términos fundamentales no están definidos en los trata-
mientos marxistas que pretenden ver en el ascenso al poder del Partido Liberal en
1930 el surgimiento de una burguesía industrial41 • Es posible entender con claridad la
historia de Colombia durante este periodo únicamente al mirarla desde la perspectiva
del movimiento laboral y de los cambiantes imperativos a que hubo de enfrentarse la
clase dirigente periférica profundamente envuelta en las realidades cambiantes de un
sistema capitalista mundial en evolución.
Para finales de los años 20, la clase dirigente colombiana veía en el movimiento
obrero insurgente una amenaza para su hegemonía ideológica y política. Es fácil ver
ahora que el alcance y la fuerza de ese movimiento eran en realidad bastante limita-
dos. Pero en esa época, los contemporáneos presenciaban diariamente la novedad de
un movimiento obrero que se felicitaba por su nueva fuerza, por su promesa radical y
por su desbordante entusiasmo. Para 1926 el movimiento laboral colombiano había
adquirido una cierta unidad y orientación nacionales bajo el liderazgo del Partido
Socialista Revolucionario (PSR). Este partido marxista afiliado a la Internacional Co-
munista, estaba formado por los primeros cuadros socialistas y los liberales disiden-
tes de izquierda. Sus altos dirigentes, entre quienes se contaban principalmente tra-
bajadores de tipografías y periodistas, organizaron y encabezaron las grandes huelgas
en los enclaves de las compañías extranjeras a mediados y finales de los años 20. Ya en
1927, los dirigentes del partido cruzaban el país promoviendo la organización y
radicalización de los trabajadores en reuniones multitudinarias en los puertos fluvia-
les, los pueblos cafeteros y las grandes ciudades. El carisma popular de la más célebre
oradora del PSR, la joven María Cano, permite entrever algo del tenor del movimiento
obrero insurgente de esa época. Poetisa nacida en el seno de una distinguida familia
de periodistas liberales de Medellín, muy pronto com.enzó a sentir un verdadero inte-
rés por la condición de la clase trabajadora pobre. A finales de los años 20 era ya un
símbolo del movimiento laboral insurgente, y una oradora capaz de electrizar las mul-
titudes de trabajadores que se reunían para escuchar su vehemente retórica y las
sencillas verdades de su recién descubierto marxismo. Los trabajadores que asistían a
estas reuniones respondían a su entusiasmo con la misma moneda. Vitoreaban al Par-
tido Socialista y el advenimiento de una nueva era de justicia social. La bautizaron
con el nombre de "la Flor del Trabajo", la "Flor Roja Revolucionaria de Colombia"42 •

41. Los dos primeros enfoques se ilustran en el estudio informativo de Robert Dix acerca de la política
colombiana del siglo xx, Colombia: The Political Dimensions of Change. New Haven, 1967; un ejemplo des afian~
te y especialmente perspicaz del último aparece en Bejarano, op. cit.
42. Ignacio Torres Giralda, el compañero de Mar'ía Cano durante estas memorables giras por el país, y
quien posteriormente se convirtió en el jefe del Partido Comunista de Colombia y en uno de los principales
intérpretes de la historia laboral colombiana, logra transmitir muy eficazmente la naturaleza de la época y muy

174
Los temores de clase que albergaban en sus mentes los funcionarios del gobierno·
conservador a causa de la creciente sublevación de los trabajadores y de la retórica
revolucionaria y el liderazgo del PSR a finales de los años 20, al parecer encontraron
confirmación en acontecimientos como los que sucedieron en el pueblo de Líbano,
Tolima en 1929. Gonzalo Sánchez ha demostrado que en ese excepcional municipio
cafetero, los partidarios crearon una sorprendente cultura revolucionaria durante los
años 20. Publicaban periódicos radicales, bautizaban a sus hijos en el "Santo Nombre
de la Humanidad Oprimida", y emprendieron, en 1929, la organización de los trabaja-
dores cafeteros con el objeto de arrebatar por la fuerza el poder estatal43 • La fallida
insurrección en la que tomaron parte los trabajadores del Líbano a mediados de 1929,
tuvo eco solamente en otros dos o tres municipios a orillas del Río Magdalena, y fue
pronto sofocada por las fuerzas del gobierno. Fue parte de un alocado e impracticable
plan trazado por los líderes marxistas y liberales radicales del PSR para tomarse el
poder en el país, simultáneamente con una revolución en Venezuela. Los aconteci-
mientos del Líbano no llegaron a ser tan siquiera una amenaza para el dominio capita-
lista o para la estabilidad del gobierno conservador. Sin embargo, sirvieron para confir-
mar ante los ojos de muchos dirigentes políticos tanto de izquierda como de derecha,
el potencial radical del movimiento obrero colombiano. Quienes dudaban sólo tenían
que volver sus ojos hacia los trabajadores cafeteros insurgentes de Cundinamarca y
parte del Tolima quienes, para finales del decenio, habían ocupado un sinnúmero de
las más grandes haciendas cafeteras del país, habían puesto en tela de juicio la base
de la legislación agraria colombiana y habían logrado enfrentar con éxito y día tras día
las fuerzas represivas del Estado en los municipios cafeteros sólo a unos cuantos kiló-
metros de distancia de la capital.
Durante los últimos años de la década de los 20, los gobiernos conservadores res-
pondieron al desafío de los trabajadores recurriendo principalmente a la represión.
Insistían en que la insurrección de los trabajadores era simplemente el producto de
una vasta conspiración bolchevique. Lograron la aprobación en el Congreso de leyes
draconianas a fin de poner en evidencia y sancionar a los marxistas revolucionarios.
Hicieron uso de la violencia para reprimir a los trabajadores en huelga. Pero esa repre-

agradablemente interpreta el carácter y el desarrollo intelectual de su tema en su fascinante biografía, María


Cano: Apostolado revolucionario, Bogotá, 1972.
43. El importante libro de Sánchez, Los "bolcheviques" ... op. cit., recupera parte de la visión ritual y
mundana de los artesanos del Líbano, municipio que ocupaba el tercer lugar en la producción nacional de café
a finales de los años 20. Las ceremonias de bodas revolucionarias, al igual que el siguiente pasaje tomado de un
rito bautismal dan una idea del sincretismo cultural presente en sus esfuerzos para consolidar su solidaridad
colectiva y forjar una visión diferente del mundo en una cultura católica. Las siguientes palabras fueron leídas
durante la ceremonia del bautismo de una niña.
Tu misión imprime un sello especial a ti misma y a tus semejantes, pues vienes a abrir la ruta de un nuevo orden
social, y a marchar hacia el porvenir en que el advenimiento de una nueva vida descansará sobre la Justicia
emanada del Espíritu Socialista. Caminarás por la senda del ideal de Justicia y esquirás (sic) de la servidumbre
con el pensamiento cobarde de que "este mundo asílo hemos encontrado y así lo dejaremos". Tendrás fe en la
justicia y amor a la humanidad. Antes que ser esclava, que se alumbre con tu cuerpo encendido el festín de la
tiranía. Eres fruto gestado en las entrañas de tu Madre buena y parte de la nueva generación libertada por el
esfuerso (sic) del proletariado. Oye la plegaria del moderno obrero: de la tiranía, como de la peste y del hambre,
líbranos, aunque haya necesidad de sacrificar nuestra propia existencia. Ibid., pp. 78~ 79.

175
s10n, aunque efectiva en contra de las huelgas individuales y sus cabecillas, no tuvo
mayor éxito en contra del movimiento en su totalidad. Y dicha represión expuso a los
gobiernos conservadores a los ataques constantes contra su moralidad y sus creden-
ciales nacionalistas.
El más vehemente de esos ataques provino de Jorge Eliécer Gaitán, el político
liberal cuyo asesinato en 1948 desencadenó el bogotazo. En 1929 se paseó por el Con-
greso llevando en sus manos un cráneo pequeño. Era el cráneo, según afirmó, de un
niño asesinado por los soldados colombianos durante la masacre de los trabajadores de
las bananeras en las instalaciones de la United Fruit en 1928.
Los dirigentes más tradicionales del Partido Liberal reaccionaron ante el movi-
miento laboral insurgente a finales del auge cafetero, en términos más fríos y calcula-
dos. El futuro presidente liberal Alfonso López le imploró pública y cándidamente al
jefe de su partido en 1928 que aprovechara la oportunidad para convertir el Partido
Liberal en un instrumento inteligente y progresista para la defensa de los intereses de
la clase dirigente denunciando la represión de la clase trabajadora y retonociendo las
justas aspiraciones de los trabajadores. Al hacerlo, sostenía, evitaría que el partido
fuese eclipsado por la izquierda y lograría el lanzamiento de su liderazgo democrático
hacia el pleno ejercicio del poder nacional por primera vez en medio siglo44 •
La sublevación de los trabajadores colombianos a finales de los años 20 contribuyó
entonces a desconcertar y desacreditar al régimen conservador, le inyectó fuerzas a la
izquierda revolucionaria, y obligó al Partido Liberal a modernizar su filosofía social y a
redescubrir su vocación para gobernar. Además, con la llegada de la Gran Depresión,
la amenaza social planteada por el movimiento laboral no desapareció en Colombia.
Aunque, como sucedió en otras naciones, la fuerza organizada de los trabajadores
urbanos y del transporte y de los asalariados de los enclaves extranjeros, fue socavada
por la depresión económica después de 1928, la insurrección de los trabajadores rura-
les adquirió mayor vigor y llevó su amenaza hasta el corazón de la tradicional burgue-
sía cafetera de Colombia.
Sin embargo, fue otra amenaza más directa para los intereses de la clase gobernan-
te, adicional al problema ya viejo de la insurrección obrera, la que desencadenó la
crisis política de 1930 e hizo posible su solución a través de la trascendente transferen-
cia del poder que otorgó al gobierno de predominio liberal el control del Estado por
primera vez en casi medio siglo. A partir de 1928, el gobierno conservador no logró
mantener el flujo de capital para la inversión extranjera en la economía colombiana.
La inversión extranjera para promover el desarrollo del país era la columna central de
las instituciones económicas y políticas liberales consolidadas gracias a la coalición de
la clase gobernante bipartidista después de 1910. La abrupta interrupción de los prés-
tamos externos después de 1928 no sólo puso en peligro la inmediata prosperidad

La cultura política aparentemente excepcional del Líbano debe ser explicada un poco más. El municipio
estaba mucho más aislado del mercado nacional que los demás condados cafeteros semejantes. Era tradicional~
mente una isla liberal cercada por municipios conservadores.
44. Esta sorprendente carta abierta de abril 25 de 1928, y una carta posterior de mayo 20 de 1928, en las
cuales López resaltaba el mal manejo financiero del régimen conservador y sus implicaciones para la revolución
social en Colombia, ilustran de manera elocuente la interpretación propuesta en esta sección. Aparece en
Ocampo, op, cit., pp. 332-345.

176
económica del país, sino que también socavó los cimientos de todo el marco social,
institucional e ideológico del desarrollo liberal que había tenido lugar en Colombia
después de 1910. Los acontecimientos posteriores revelarían que el cese de los présta-
mos extranjeros había obedecido a causas que ni la clase gobernante ni los partidos
políticos podían remediar. Pero para las gentes de la época era el régimen conservador
-que irónicamente había tenido el mayor éxito en atraer la inversión extranjera a
mediados de los años 20- el culpable de esa crisis del crédito interno, que se hizo más
seria a medida que se tornaba más grave la depresión mundial. Además de ser critica-
do por sus ineficaces políticas de represión de los trabajadores, el régimen conservador
fue condenado a causa de una crisis económica que estaba más allá de su control. El
partido vaciló y se dividió en razón de este doble desafío a su hegemonía, y la coalición
bipartidista dominada por los liberales y encabezada por los principales arquitectos del
orden institucional establecido en 1910 ganó las elecciones de 1930. La plataforma del
Partido Liberal victorioso proclamaba una política de "puertas abiertas para el capital
extranjero" y afirmaba que la "agricultura es el eje y la base de nuestra vida nacional".
La escogencia del candidato liberal a la presidencia se basó en su contacto íntimo con la
banca de los Estados Unidos y en la esperanza de que podría inducirlos a reabrir las
compuertas e inundar a Colombia de inversiones norteamericanas45 •
El gobierno de predominio liberal que llegó al poder en 1930 se embarcó en un
frente amplio para enfrentar el doble desafío laboral y económico que venía confron-
tando la clase dominante desde el comienzo de la Gran Depresión. Sin embargo, en el
frente económico, gradualmente se vio obligado a aceptar la realidad de la situación
mundial y a reconsiderar su compromiso con los principios liberales ortodoxos y sus
esperanzas de revivir la inversión extranjera a gran escala. Al igual que otros regíme-
nes liberales de América Latina durante la crisis mundial, tuvo que abandonar a
disgusto el patrón oro, incurrió en incumplimiento del pago de la deuda externa,
devaluó la moneda, elevó los aranceles y adoptó toda una serie de políticas tendientes
a promover la industrialización de la nación durante los años 30. Para comprender
estas políticas es necesario considerarlas no como la obra de una mítica "burguesía
industrial nacional" sino como la respuesta práctica de los grandes productores y
exportadores de café, la banca y los industriales ante las exigencias y oportunidades
planteadas por la crisis de la economía mundial a sus intereses de clase, que eran en
su mayoría compatibles46 •

45. Sobre la plataforma, véase un breve análisis en Bergquist, Coffee and Confiict, pp., 256-257. Las
credenciales del candidato a la presidencia, Enrique Olaya Herrera, se proyectan con mucha·claridad en el
discurso que sobre los problemas económicos del país fue pronurn::iado ante lo más selecto de la clase gobernante
en el Jockey Club de Bogotá diez días antes de la elección. El discurso está reproducido en Ocampo, op. cit., pp.
345-360.
46. El hecho de que la economía política adelantada por los regímenes liberales de los años 30 promovie-
ra el crecimiento industrial nó necesariamente indica una ascendencia de la burguesía industrial, mientras que sí
refleja los intentos de los exportadores, la banca y los industriales (que en Colombia a menudo eran las mismas
personas) para promover los intereses de su clase ante la prevaleciente depresión mundial y la sublevación de los
trabajadores agrícolas. Los liberales colombianos como Alfonso López, hijo de uno de los más grandes exportadores
de café del país, tenían una visión acerca de los trabajadores que difería de la de sus contrapartes en naciones
como Argentina, no porque representaran más completamente los emergentes intereses industriales, sino por•
que se enfrentaban a un movimiento obrero movilizado que amenazaba el funcionamiento mismo del sector

177
Las iniciativas para reglamentar el trabajo y la tenencia de la tierra tomadas por
los gobiernos liberales de los años 30 y ptincipios de los 40 se deben analizar desde esa
misma perspectiva. No fueron diseñadas primordialmente para ampliar el mercado
nacional y promover una producción agrícola capitalista más eficiente, fueron conce-
bidas más bien para eliminar la amenaza social latente en un movimiento laboral
insurgente. La legislación laboral de 1931 abtió el camino para la pronta organización e
institucionalización del trabajo en el sector del transporte, en la producción de manu-
facturas y en las empresas exportadoras extranjeras. El conjunto de las leyes laborales,
perfeccionadas entre 1930 y 1945, tenía el propósito de eliminar el potencial revolucio-
natio de estos trabajadores y reducir el conflicto en las relaciones industriales. Estas
leyes establecieron normas para el reconocimiento legal de los sindicatos, reconocieron
y restringieron el derecho de huelga, reglamentaron el conflicto entre el capital y el
trabajo a través de complejos procedimientos para la conciliación, la mediación y el
arbitramiento supervisados por el Estado47 •
De la misma manera, la reforma a la legislación agraria, redactada a comienzos de
los años 30 y expedida en 1936, tenía por objeto eliminar el conflictoentre los terrate-
nientes y los trabajadores en las áreas rurales. Básicamente legalizó el statu quo en el
campo, validó los títulos dudosos de muchos grandes terratenientes y regularizó los
procedimientos para definir y adjudicar las tierras baldías a los colonos48 •
Estas iniciativas, dotadas de expresión filosófica en la reforma constitucional de
1936, fueron complementadas por toda una gama de políticas diseñadas para frenar el
potencial revolucionario y la autonomía del movimiento laboral. Estas políticas inclu-
yeron esfuerzos muy significativos y positivos para eliminar la insurrección de los tra-
bajadores en las plantaciones 'cafeteras, a través de programas de parcelación auspi-
ciados o respaldados por el gobierno49 , iniciativas para contrarrestar la organización
laboral izquierdista en el campo y las ciudades mediante la organización de los traba-
jadores en sindicatos dominados por los liberales'º, y políticas para promover la lealtad

exportador. En últimas, como veremos, la ley de reforma agraria promulgada durante la presidencia de López
sirvió principalmente, no para transformar la ineficiente estructura agraria de Colombia, sino para eliminar la
amenaza social contra los intereses de los grandes terratenientes colombianos.
4 7. Acerca de la intención de estas leyes, ver otras interpretaciones propuestas por Urrutia, op. eit,
tercera parte; Moncayo y Rojas, op. cit., capítulo ll; y Pécaut, Política y sindicalismo ... , op. cit., segunda parte. En
ninguna de estas interpretaciones se reconoce la importancia del movimiento de los trabajadores campesinos en
todo este proceso, como tampoco se reconoce la unidad esencial de la legislación laboral y las leyes de reforma
agraria.
48. La legislación agraria redactada en 1933, cuando estaba en su punto culminante la sublevación de los
trabajadores en las tierras cafeteras, fue más favorable para los derechos de los colonos, más drástica en su
definición de las tierras baldías, que la ley promulgada en 1936 después de que la oleada de conflictos rurales
había pasado su punto máximo. Véase LeGrand, "From Public.Lands ... ", op. cit., capítulo x."
49. Los detalles acerca de las parcelaciones aparecen en Palacios, "Propiedad agraria", pp. 64 y 85. De las
71 haciendas afectadas por el conflicto laboral registrado por la Oficina del Trabajo entre 1925 y 1930, 41 fueron
eventualmente parceladas. Ya en 1936 el Banco Agrícola Hipotecario, el gobierno de Cundinamarca, y el
gobierno nacional habían financiado la parcelación de 28 haciendas cafeteras. Después de eso aumentó el
número de parcelaciones privadas, financiadas en muchos casos por el Banco Agrícola Hipotecario.
50. Un detallado recuento de estas actividades sindicalizantes anticomunistas hecho por el organizador
de muchas de ellas aparece en Julio Cuadras Caldas, Comunismo criollo y liberalismo autóctono, 3a. ed. 1 Bogotá,
1938.

178
de los trabajadores organizados en general para con los gobiernos liberales, mediante
la sanción oficial y la subvención gubernamental de una central obrera nacional (la
Confederación de Trabajadores Colombianos) 51 • La más importante de todas estas ini-
ciativas liberales fue la política, formalizada en 1936, de una alianza con la ónica y
ptincipal fuerza política del movimiento obrero colombiano durante los años 30 y prin-
cipios de los 40, descendiente directa del Partido Socialista Revolucionario, el Partido
Comunista de Colombia.
La decisión del Partido Comunista de unir su destino al de los reformadores
corporativistas del Partido Liberal en 1936 tuvo serias repercusiones para el desartollo
del 'movimiento obrero colombiano. Esa decisión, que constituyó una política oficial
del Partido Comunista hasta finales de los años 40, es a menudo interpretada como un
grave ertor por los modernos miembros de la izquierda colombiana. De acuerdo con
esta posición, el cambio de táctica de los comunistas dictaminó el fin de un movi-
miento laboral fuerte y autónomo, hizo que los trabajadores pasaran a depender de los
favores oficiales, e hizo que las organizaciones obreras quedaran más expuestas a los
ataques de la derecha a partir de 1945 52 • Como veremos, la sumisión del Partido Co-
munista en el frente laboral y su alianza informal con el ala progresista del Partido
Liberal -políticas éstas que situaron al partido colombiano en línea con las pautas de
la Internacional Comunista- contribuyeron para generar cada uno de estos resulta-
dos. Sin embargo, quienes sostienen esa opinión a menudo van demasiado lejos en su
juicio. El fracaso histórico de la izquierda colombiana no fue sólo un problema de
liderazgo. Quienes así argumentan tienden a sobreestimar la fuerza potencial de un
movimiento obrero restringido por la estructura de la economía de exportación cafe-
tera, a ignorar la lógica de la protesta de los trabajadores cafeteros en las grandes
haciendas que eran el sector más combativo del movimiento laboral a comienzos de
los años 30, y no logran apreciar la magnitud y el fracaso de los esfuerzos realizados por
la izquierda con anterioridad a 1936 para organizar a los trabajadores de los más im-
portantes sectores de la economía colombiana, es decir, los que trabajaban en la pro-
ducción de café, el transporte y las manufacturas.
Estos esfuerzos, realizados tanto por los comunistas como por los liberales disiden-
tes en el seno del partido de breve duración, la Unión Nacional Izquierdista Revolu-
cionaria, encabezada por Jorge Eliécer Gaitán, contribuyeron a organizar la protesta
de los trabajadores en las grandes haciendas cafeteras durante los años 30. El Partido

51. Sobre los detalles de esta cuestión, y también sobre el problema más amplio de la alianza liberal con
el partido comunista y la reacción del conservatismo y la Iglesia, véase Álvaro Tirado Mejía, Aspectos políticos
del primer gobierno de Alf~o López Pumarejo, 1934-38, Bogotá, 1981.
52. De acuerdo con el dogma oficial del Partido Comunista, formulado durante la Guerra fría como
denuncia del c-Browderismo" (así llamado debido a la supuesta influencia del reformismo social demócrata del
jefe del Partido Comunista de los Estados Unidos), los dirigentes del partido colombiano interpretaron equivo~
cadamente la línea del partido internacional para convertirse en un virtual apéndice del Partido Liberal. De
hecho, todas esas políticas fueron adoptadas por todos los partidos comunistas de América Latina en la década
posterior a 1936, y sus resultados fueron uniformemente desastrosos para el desarrollo del movimiento obrero
latinoamericano y para el crecimiento del Partido Comunista. Pero en lugar de evaluar críticamente el significa~
do de su apoyo histórico a la política exterior soviética, el partido prefiere atribuir la culpa a unas víctimas
expiatorias convenientes como son Browder y los dirigentes de los partidos nacionales durante ese periodo.

179
Comunista, en particular, promovió la organización de un sinnúmero de ligas de traba-
jadores rurales en las cuales unieron sus fuerzas los jornaleros, arrendatarios y colonos
en su lucha por el control sobre la tierra. A mediados de los años 30, los activistas
comunistas trataron valientemente de ampliar la base de su organización entre los
trabajadores cafeteros uniendo las ligas rurales con las organizaciones de los transpor-
tadores y procesadores de café para formar una gran alianza en el núcleo mismo de la
economía colombiana de exportación. Entre 1934 y 1936 los cuadros comunistas dedi-
caron la mayor parte de su enorme energía a la organización de una Huelga Cafetera
Nacional la cual, tras una serie de intentos fallidos, finalmente se hizo realidad en la
Cordillera Central durante el periodo vital de la cosecha y el procesamiento en Cal-
das, en enero y febrero de 1935. Así, contrariamente a la opinión de muchos de sus
críticos modernos, la izquierda colombiana, durante los años 30, tenía la virtud de
reconocer dónde radicaba su debilidad inherente, y el coraje y la decisión para vencer
dicha debilidad.
No obstante, los resultados de todos estos esfuerzos no fueron muy notables. Es
cierto que la lucha colectiva de los trabajadores cafeteros generó beneficios perma-
nentes para las organizaciones en ciertas localidades. Sin embargo, en esa protesta
colectiva intervino tan sólo una minoría de los municipios cafeteros. En los demás, la
batalla por el control de la tierra se decidió gracias a la iniciativa individual y a la
lucha partidista dentro de los límites de la política tradicional. Además, incluso en
aquellos casos en que las actividades de los comunistas y los liberales disidentes tu-
vieron mayor éxito a nivel de organización, como sucedió, respectivamente, en los
municipios de Viotá y Fusagasugá al sudeste de Cundinamarca, por ejemplo, el éxito
mismo de los trabajadores fue socavando gradualmente la posición de la izquierda. A
medida que los trabajadores organizados del campo adquirían control sobre la tierra
que labraban, dejaron de ser una fuerza para el cambio social y político radical. Los
organizadores comunistas, más comprometidos con la transformación social que los
liberales disidentes de la UNIR, tuvieron que luchar contra el dilema ideológico y
político planteado por los objetivos de las masas de trabajadores cafeteros durante los
años 30. Ya para mediados de la década habían tenido que abandonar sus primeros
esfuerzos para organizar a los voluntarios cafeteros carentes de tierra en oposición a los
arrendatarios que los empleaban, y habían tenido que reconocer, a cambio, el ardien-
te deseo de poseer la tierra que servía de unión para estos dos grupos en contra de los
hacendados. No obstante, siempre reconocieron la influencia conservadora implícita
en la realización de la parcelación. Y lucharon con todas sus fuerzas para reconciliar
de alguna manera los resultados de la victoria en su lucha por la tierra con su propia
visión del futuro socialista de la nación. "Necesitamos sentir que somos los dueños de
la tierra", informó uno de los organizadores de Viotá a los lectores del periódico nacio-
nal del partido, El Bolchevique, en 1935, "pero sentir que somos dueños no por tener
posesión de ella, sino porque sabemos cómo defenderla"53 • En 1938, el partido ya se
había resignado a tener que brindar total apoyo al principio de parcelación, y se limi-
taba a criticar los términos de usura que el gobierno liberal y los bancos privados y
públicos les ofrecían a los trabajadores54 • La posición del partido con respecto a la

53. El Bolchevique, marzo 24 de 1935, p. 4.


54. Tierra, enero 14 de 1938, pp. 3 y 8.

180
parcelación no fue simplemente una consecuencia de su alianza con el liberalismo a
partir de 1936; fue una respuesta directa a la realidad de los objetivos de las masas de
trabajadores del sector cafetero.
Los límites de la actividad organizativa de la izquierda fueron revelados con exac-
titud con ocasión de las huelgas cafeteras nacionales de mediados de los años 30.
Planeadas con bastante anticipación, el propósito de estas huelgas era conseguir la
participación de los "cosechadores, escogedoras, arrieros y trabajadores de produc-
ción y procesamiento en general"55 • Algunas de las exigencias formuladas durante la
huelga de 1934 eran el aumento de 40% en los salarios, una jornada de trabajo de 8
horas, y el descanso dominical remunerado. Declararon que los trabajadores en pose-
sión de la tierra debían tener el derecho de cultivar los productos que desearan, que
todos los presos políticos debían ser liberados, y que se debía reconocer el derecho de
todos los trabajadores cafeteros a organizarse en forma independiente". En unas cuantas
localidades aisladas, los trabajadores rurales se unieron a los trabajadores del sector
de procesamiento cafetero para apoyar esas exigencias. Pero ese tipo de alianzas era
escaso.
En muchos lugares se presentaron oídos sordos al llamado de los comunistas a la
huelga, hecho que fue públicamente admitido por los dirigentes del partido a finales
de 193457 • Sin embargo, el partido decidió redoblar sus esfuerzos en 1935. Se concen-
traría principalmente en la organización de la fuerza laboral femenina en las trillado-
ras de café.
A mediados de los años 30 existían cerca de cuarenta trilladoras en la zona cafe-
tera. La mayoría de los más grandes municipios cafeteros contaban con más de una y
eran establecimientos pequeños en los que trabajaban desde doce hasta un sinnúmero
de trabajadores. Las ciudades de los departamentos cafeteros tales como Medellín,
Manizales y Pereira tenían varias trilladoras grandes, en cada una de las cuales traba-
jaban más de cien personas. Según los datos obtenidos por una fuente, en 1936 traba-
jaban cerca de 3.500 personas en las trilladoras, de las cuales un 85% eran escogedoras
de café 58 •
Las escogedoras, una de las más explotadas trabajadoras del sector cafetero co-
lombiano, trabajaban a destajo en algunas trilladoras y por horas en otras. En los mo-
linos más antiguos, donde predominaba el trabajo a destajo, se enfrentaban frente a
pequeñas mesas de madera. y debían controlar el flujo de grano no seleccionado que
bajaba frente a ellas por un canal inclinado. Solamente las más hábiles escogedoras
podían seleccionar como máximo un bulto y medio de café de alta calidad en un día,
para recibir una remuneración de aproximadamente 40 centavos por cada bulto de 70
kilos de café selecto. El salario más elevado de la más rápida escogedora no alcanzaba
tan siquiera el nivel del salario promedio que recibían los hombres por su trabajo en la
industria urbana, y la mayoría de las escogedoras ganaban entre la mitad y dos terce-
ras partes de dicho salario. Las mujeres que trabajaban a destajo, en su mayoría joven-

55. El Bolchevique, agosto 4 de 1934, p. l.


56. El Bolchevique, septiembre 22 de 1934, p. l.
57. Las excepciones en cuestión fueron los municipios de Florida, Restrepo y Viotá.
58. Las cifras relativas al número de trilladoras y al tamaño de la fuerza laboral fueron tomadas del
Anuario General de Estadística, Bogotá, 1936, según cita de Machado. op. cit., pp. 136~ 137.

181
citas, estaban a merced de los capataces que supervisaban su rendimiento. Los capa-
taces podían sostener que una escogedora no había desechado suficiente grano de
mala calidad y exigirle que volviese a hacer todo el trabajo antes de recibir su remu-
neración. En las trilladoras más modernas, las escogedoras recibían pago por hora,
pero el trabajo en las plantas más mecanizadas generaba otro tipo de problemas. Mu-
chas escogedoras no podían acostumbrarse a la vertiginosa velocidad del trabajo fren-
te a las bandas transportadoras sobre las cuales se movilizaba el grano no selecciona-
do. Algunas, según lo dijo una de ellas, debían tomar medicamentos para evitar la
náusea. Otras se perjudicaban durante el tiempo que debían permanecer inactivas
cuando se interrumpía el fluido eléctrico en las plantas, lo cual sucedía con relativa
frecuencia. La mayor velocidad y la efectividad de las nuevas máquinas descascaradoras
contribuían a aumentar considerablemente el rendimiento de las escogedoras en las
trilladoras mecanizadas. Sin embargo, el salario que recibían en esas plantas era tan
solo un poco superior al salario promedio pagado en las trilladoras no mecanizadas".
Tanto los activistas comunistas como los de UNIR, participaron en la organización
de huelgas en las trilladoras de los principales pueblos y ciudades como Pereira,
Chinchiná, Montenegro, Filandia, Manizales, Santa Rosa y Palestina a comienzos de
1935. Las peticiones de los trabajadores en estas huelgas por lo general se referían a
aumentos salariales, la jornada de trabajo de ocho horas, y el amparo de la legislación
nacional que regía la compensación por accidentes industriales. Pero también exigían
una mejor organización del trabajo y mejores condiciones. En Pereira, por ejemplo, las
mujeres que trabajaban a destajo exigían el derecho de elegir los operarios de las
máquinas descascaradoras que determinaban el volumen y la calidad de los granos
que ellas debían seleccionar. También pedían el derecho de iniciar el trabajo más
temprano, a las seis de la mañana, y que fueran menores los descuentos hechos a los
trabajadores asalariados por el tiempo perdido durante las fallas eléctricas en las plan-
tas. Insistían así mismo en que no se les debía exigir a las mujeres que llevaran los
pesados bultos de café de un sitio a otro, y reclamaron que necesitaban mejores y más
limpias instalaciones sanitarias'°.
Las mujeres que participaron en estos paros laborales tuvieron que enfrentar la
oposición masiva de los propietarios de las trilladoras, y de los funcionarios oficiales.
Los patronos despedían a todos los trabajadores de quienes sospechaban fueran miem-
bros de los sindicatos, no dejaban entrar los trabajadores a la planta, amenazaban con
contratar el proceso de descascare por fuera de Colombia, y solicitaban a los funciona-
rios de los ferrocarriles tarifas reducidas para el transpone del café sin procesar hasta
las plantas trilladoras ubicadas en las áreas no afectadas por el conflicto laboral. Los
funcionarios del gobierno, y en especial los alcaldes, prohibieron las reuniones de las
escogedoras huelguistas. Enviaban la policía a dispersar y a arrastrar a los manifestan-

59. La información de este párrafo se basa en la admirable descripción que hace Antonio García sobre la
evolución de la maquinaria de procesamiento, las técnicas de selección y los salarios, op. dt., pp. 457 ~468 y 326~
31; en una sorprendente entrevista con una dirigente del sindicato de escogedoras de 17 años de edad, Lilia
González, publicada en El Bolchevique, febrero 16, 1935¡ y en una entrevista personal con Bárbara González,
escogedora veterana y salonera (supervisora de salón), quien comenzó a trabajar con una trilladora en Manizales
en 1922, cuando contaba 12 años de edad, y quien permaneció trabajando en las trilladoras no sindicalizadas en
esa ciudad, en Chinchiná, y en Santa Rosa, Chinchiná, agosto 15, 1980.
60. Unirismo, enero 31 de 1935, p. 2; El Bolchevique, febrero 2 de 1935, p. 2.

182
tes, a interrumpir las reuniones de los sindicalistas, y a desmantelar las cocinas colec-
tivas improvisadas para alimentar a los huelguistas. Varios trabajadores murieron du-
rante los choques entre la policía y los huelguistas en enero y febrero de 1935. Muchas
mujeres fueron golpeadas o arrestadas. Los activistas comunistas fueron identificados
y transportados en jaulas para ser juzgados en las ciudades de la zona cafetera. Los
informes sensacionalistas de los principales diarios de Colombia destacaban, no estas
injusticias, sino los temores de los lectores y el anticomunismo de la clase media y la
clase dominante colombiana. Uno de los titulares indicaba que una de las mujeres
huelguistas había tratado de "estrangular" a un conductor que transportaba café ha-
cia una de las trilladoras en huelga. Los conspiradores comunistas fueron acusados de
prender fuego a una gran trilladora que se quemó durante la huelga61 •
Durante estas huelgas, las escogedoras recibieron el apoyo material y estratégico
de los trabajadores organizados del transporte y de los artesanos de los municipios
cafeteros. Algunos, de estos sindicatos fueron a la huelga en forma solidaria, otros
aportaron fondos, otros ofrecieron sus sedes sindicales para las reuniones y protegieron
a las mujeres contra la represión oficial (de acuerdo con los informes aparecidos en los
periódicos comunistas y de UNIR, los hombres cayeron víctimas de las armas de la
policía durante estas confrontaciones y las mujeres sufrieron heridas de sable y cachi-
porra). Este apoyo, y la determinación de las escogedoras, permitieron que algunos
huelguistas obtuvieran pequeños aumentos salariales en varias trilladoras de la Cordi-
llera Central durante los primeros meses de 1935. Sin embargo, una vez que termina-
ron las huelgas, los patronos procedieron a despedir a los activistas sindicales, y los
sindicatos de más reciente organización no pudieron conservar las ventajas laborales
tan duramente ganadas. En noviembre de 1935, Antonio García concluyó su estudio
sobre los sindicatos del corazón de la zona cafetera, anotando que en todo Caldas
existían solamente dos organizaciones de escogedoras; conjuntamente representaban
únicamente 8% de todas las escogedoras que trabajaban en el departamento. Un año
antes, señalaba el autor del estudio, las organizaciones no reconocidas de escogedoras
de café constituían la mayor parte de los sindicatos de trabajadores en Caldas.
Las razones de este fracaso sindical radican en parte en ciertas características de la
producción y el procesamiento de café en Colombia. Una vez que el café era secado, se
almacenaba prácticamente por tiempo indefinido antes de ser descascarado. También
podía exportarse con cáscara. El hecho de que los molinos descascaradores estuviesen
tan dispersos por todo el país significaba que los productores y exportadores tenían la
posibilidad de llevar el café a los sitios no afectados por la actividad huelguística. Por
último, parece que las escogedoras eran especialmente vulnerables a las tácticas para
desintegrar los sindicatos y para desbandar a los huelguistas. Dada su responsabilidad de
permanecer al cuidado de la familia tal como lo manda la cultura colombiana, las muje-
res que perdían su trabajo no podían por ningún motivo desplazarse a otros sitios del país
como lo hacían la mayoría de los hombres en busca de un nuevo trabajo. Además, la
mayor eficiencia de las máquinas instaladas en las trilladoras modernas construidas en
Colombia durante los años 30, significó una reducción a la mitad en la necesidad de

61. Un cubrimiento bastante detallado de estas huelgas aparece en las páginas de Pluma Libre, un
semanario gaitanista publicado en Pereira; en La Voz de Caldas, (Manizales); en los periódicos del partido
comunista y la UNIR citados anteriormente; y en el más importante diario liberal, El Espectador.

183
mano de obra para el proceso de selección. De hecho, Antonio García dio a entender en
su estudio que el motivo de las huelgas de 1934 y 1935 bien pudo ser la racionalización
de la producción y la disminución en el número de empleos disponibles para las
escogedoras62 • Sea cual haya sido el motivo, y pese a que las escogedoras no abandona-
ron su lucha por organizarse, aún hoy no han logrado formar un sindicato63 •
A esta y otras razones se debió el fracaso de los esfuerzos de la izquierda colombia-
na por organizar a los trabajadores del sector cafetero de la economía. Las escogedoras,
al igual que la amplia mayoría de los trabajadores cafeteros campesinos, resistieron los
esfuerzos desplegados por la izquierda para organizar los sindicatos. Estas trabajadoras
también permanecieron electoralmente indiferentes ante el Partido Comunista y la
UNIR durante los primeros años de la década de los 30. Las elecciones parlamentarias
realizadas a principios de 1935, poco después de la huelga cafetera, demostraron la
profunda lealtad del campesinado colombiano hacia los partidos tradicionales. A ex-
cepción de unos cuantos municipios aislados como Aracataca (en el corazón de la
zona bananera) y Viotá (parte excepcional de la región cafetera), el apoyo electoral al
comunismo siguió siendo mínimo en las áreas rurales 64 • Tampoco había encontrado
mucho apoyo la UNIR de Gaitán en la Colombia rural, por lo cual su jefe declaró la
abstención del partido a las elecciones en 1935, y posteriormente tomó la decisión de
disolver la UNIR y regresar a las filas liberales. Por consiguiente, a mediados de los años
30, no solamente el Partido Comunista (cuya acción puede ser explicada por las pau-
tas internacionales) sino también la UNIR (cuya acción no puede ser explicada) deci-
dieron vincular sus fuerzas a las del Partido Liberal. Las decisiones de los dos parridos
fueron motivadas, por lo menos en parte, por su fracaso político y de organización en la
zona cafetera. Ni uno ni otro había podido movilizar un poderoso electorado entre la
clase trabajadora que estuviese en condiciones de resquebrajar la hegemonía política
de los partidos tradicionales en el corazón de la economía colombiana.
Para finales de los años 30 ya se había eliminado la amenaza planteada por el movi-
miento obrero insurgente contra la clase gobernante en Colombia. Ese resultado se de-
bió más a la debilidad intrínseca de los trabajadores colombianos y a la dinámica de la
vida social y política en la economía cafetera que a las reformas e iniciativas formuladas
por los regímenes liberales con posterioridad a 1930. Pero a causa del éxito aparente de
las reformas liberales en las áreas del trabajo y la tenencia de la tierra, segmentos impor-
tantes de la clase dominante colombiana empezaron a retirarle su apoyo a la legislación
laboral corporativista y a la reforma de las leyes de tierras. Y con el fin de la guerra
mundial y las necesidades y oportunidades de capital generadas por el restablecimiento
de un orden liberal en el mundo, surgió en el seno de la clase gobernante colombiana un
consenso en el sentido de que las reformas laborales y agrarias de los años 30 se habrían
convertido en un anacronismo costoso e incluso peligroso.

62. Las observaciones de García son tomadas de Geografía, pp. 336 y 314. El material que yo pude
encontrar no respalda, sin embargo, esta intrigante idea sobre los motivos de los huelguistas. La cuestión, al igual
que el análisis de todas estas huelgas en su totalidad, merece una investigación mucho más profunda.
63. Una de las mayores huelgas de la organización involucró a las trilladoras de Honda, Tolima, a
mediados de 1944, por ejemplo. Y aunque condujo a unos aumentos salariales a corto plazo, no contribuyó a
consolidar la protección para el personal sindicalizado, y estas organizaciones no perduraron.
64. El Bolchevique presenta los resultados electorales y los comentarios del caso, mayo 25 de 1935, p. 4.

184
Modernización y desarrollo desigual
de la intervención estatal 1914-1946

Bernardo Tovar Zambrano'

l. Los problemas del desarrollo


Durante la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial se ponían de manifies-
to, al lado de las dificultades coyunturales del momento, algunos problemas de fondo
que enfrentaba el desarrollo capitalista del país. Tales problemas hacían referencia,
principalmente; a las condiciones materiales, infraestructurales, del desarrollo econó-
mico; a la organización del sistema monetario y financiero; a la reforma del régimen
fiscal, y al tratamiento de la cuesrión social. Tanto las actividades urbano-industriales
como la producción cafetera de exportación y la agricultura de mercado interno re-
clamaban la construcción de un conjunto de obras, especialmente de vías de transpor-
te. Los documentos de la época I insisten en la necesidad de estas vías de transporte,
rápidas, seguras y baratas, para los flujos tanto del comercio exterior como interior. Así
mismo, aquellos sectores se quejaban de la inelasticidad del sistema monetario, de la
escasez de dinero, de la falta de crédito y del alto interés2, todo lo cual remitía a la
organización de un régimen monetario y financiero acorde con los requerimientos de
la modernización capitalista. En cuanto al sistema fiscal el problema consistía en el
modelo externalista de los ingresos fiscales, el cual descansaba en los impuestos de
aduana -que se cobraban a la importación de mercancías- y en el carácter regresivo
de dicho sistema3 • El modelo externalista hacía que el grueso de los ingresos estatales
dependiese de los ciclos y coyunturas del mercado mundial, lo cual escapaba, obvia-
mente, al control del Estado colombiano. Estas circunstancias conducían al Estado
con cierta frecuencia a la crisis fiscal. El carácter regresivo determinaba el que la
tributación gravara más a las clases populares que a los grupos de altos ingresos. La
problemática social aludía a las relaciones conflictivas entre el capital y el trabajo, a
las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, a los problemas de vivienda, salud,
educación, etc., de las clases populares, a lo cual se unía el problema agrario que se
suscitaba entre hacendados y terratenientes, de un lado, y jornaleros, arrendatarios y
colonos, del otro, problema que comportaba las exigencias de mejores condiciones de
vida y de trabajo, la necesidad de regulación institucional de las relaciones laborales

* Historiador. Autor de La Colonia en la historiografía colombiana y La intervención económica del


Estado en Colombia 1914· 1936. Profesor del departamento de historia de la Universidad Nacional.
1. Véase, por ejemplo, Primer Congreso de Cdmaras de Comercio de Colombia, Estudios y conclusiones,
Imprenta Nacional, Bogotá, 1917; Primer Congreso de Mejoras Nacionales, Imprenta Nacional, Bogotá, 1917.
2. Rev~ta Nacional de Agricultura, abril de 1907, pp. 612-61; Primer Congreso de Cdmaras. pp. 239-
293; Memoria del Ministro del Tesoro, 1915, p. 11.
3. Véase Esteban Jaramillo, La Reforma tributaria en Colombia, Publicaciones del Banco de la Repúbli~
ca, Archivo de la economía nacional, Bogotá, 1956.

185
y, por supuesto, la lucha en tomo a la propiedad de la tierra en la cual desembocaba
finalmente el conflicto agrario.
Dadas las relaciones esenciales de mutua implicación entre el Estado y las condi-
ciones económicas y sociales, el tratamiento de aquellas problemáticas compelía de
modo inherente al Estado, en lo cual ciertamente se avanzaría durante los decenios
siguientes, aunque en una form~ significativamente desigual. Esta forma desigual, sin
embargo, no resulta evidente a primera vista. Para el enfoque de tal problema, es
necesario observar la acción del Estado frente a las condiciones económicas y sociales,
es decir; la intervención económica y la intervención social del Estado.

2. La intervención económica del Estado


Durante el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales fue verdadera-
mente notable la intervención creciente del Estado en la economía. Se trataba de una
intervención que afrontaba tanto los momentos coyunturales que se sucedieron en
dicho periodo (crisis de la Primera Guerra Mundial, auge de posguerra, crisis de 1920-
21, auge-inflación de los años 20, crisis-deflación de los años 30, recuperación, crisis
de la Segunda Guerra Mundial, etc.) como los problemas subyacentes, a los que alu-
díamos anteriormente. En este último sentido, los avances más ostensibles fueron los
siguientes: en cuanto a la cuestión monetaria y financiera, un logro fundamental lo
constituyó el conjunto de reformas introducidas durante la administración de Pedro
Ne! Ospina, la mayoría de las cuales fueron producto de las recomendaciones de la
primera Misión Kemmerer.
Las reformas más importantes consistieron en la creación del Banco de la República,
la reforma del sistema bancario, la reorganización fiscal, la creación del Banco Agrícola
Hipotecario, del Departamento Nacional de Provisiones y de los Almacenes Generales
de Depósito'. Con estas reformas el Estado avanzaba firmemente en la solución de la
cuestión monetaria, bancaria y financiera, y creaba instituciones e instrumentos para un
mejor manejo de los factores económicos. En la evolución posterior, a nivel del ámbito
institucional de intervención económica, se subraya la creación de las siguientes insti-
tuciones: Federación Nacional de Cafeteros (1927), la Caja de Crédito Agrario, Indus-
trial y Minero (1931), el Banco Central Hipotecario (1932), el Instituto de Fomento
Industrial -IFI- (1940), el Instituto de Crédito Territorial (1939), los fondos ganaderos
(que comenzaron a operar entre 1939-40), el Fondo de Fomento Municipal (1940), el
Consejo Administrativo de Ferrocarriles (1931), el Instituto Nacional de Abastecimien-
tos -!NA- (1944), el Fondo Nacional del Café y la Flota Mercante Grancolombiana.
Sin entrar a evaluar -en el corto espacio de este artículo-- la eficacia de aquellas insti-
tuciones, se observa, sin embargo, que ellas constituyen un indicador aproximado de la
intervención del Estado en el ámbito económico, intervención que contribuía al desa-
rrollo de la exportación cafetera, de las actividades urbano-industriales, de la agricultu-
ra de mercado interno, y del capital bancario y fmanciero. Además, habría que recordar

4. Anales de la Cámara de Representantes, N°' 6 y 7 junio de 1923. p. 6; N" 25, 26y 27 de junio 25, 26
y 27 de 1928; Alfonso Patiño Rosselli, La prosperidad a debe y la gran cris~ 1925-1935, Banco de la República,
1981; Abel Cruz Santos, Economía y hacienda púbüca. Historia Extensa de Colombia, vol. xv, t. 21 Bogotá, 1966.

186
la Reforma Constitucional de 1936 que le otorgó carta de ciudadanía al intervencionismo
estatal, y por supuesto, la política económica de los gobiernos durante el periodo señala-
do, especialmente en lo que hace referencia al manejo monetario y crediticio, al régi-
men cambiatio y a la política arancelaria proteccionista, todo lo cual incidía, en mayor
o menor medida, en el desarrollo económico5•
Uno de los aspectos notables de la intervención económica lo constituyó la acción
del Estado respecto de los transportes, de las obras públicas, y que apuntaba a la
solución de otro de los problemas infraestructurales del desarrollo. En este campo la
función del Estado fue decisiva: durante los años 20, contando con los US$ 25 millo-
nes de la indemnización por la pérdida de Panamá, y los $225 millones producto de los
grandes empréstitos externos6 el Estado emprendió la construcción de un gran núme-
ro de obras públicas, especialmente de vías férreas. Pese a la dilapidación y a la anar-
quía que presentó la construcción de esas obras, entre 1922 y 1929 la red ferroviaria
aumentó de 1.481 Km. a 2.434 Km. en uso7; así mismo, para 1930 se habían construido
5.743 Km. de carreteras8• Esto trajo como consecuencia no sólo el fortalecimiento de
las vías para el flujo del comercio exterior sino, ante todo, la articulación del mercado
interior. Si en los años 20 la insistencia había recaído principalmente en los ferrocarri-
les, durante la República Liberal la política de transporte se centró en la construcción
de carreteras. En esta forma entre 1930 y 1946 solamente se construyeron 344 Km. de
vías férreas, en tanto que la extensión de las carreteras pasó de 5.743 Km. existentes
en 1930 a 17.970 Km. en 19469 •
Dentro del ramo de las obras públicas debe tenerse en cuenta también la cons-
trucción de edificios públicos (Palacio de Comunicaciones, Edificio de los Ministe-
rios, Palacio de Relaciones Exteriores, Imprenta Nacional, Biblioteca Nacional, Insti-
tuto de Medicina Legal, etc.}; construcciones para la educación (Ciudad Universita-
ria de Bogotá, normales, escuelas y colegios en varias ciudades}; cuarteles, cárceles,
hospitales, etc. Buena parte del gasto público se realizaba en el sector urbano, lo cual
contribuía a convertir a las ciudades en centros de atracción poblacional.
Respecto del problema fiscal, se dio un primer paso en 1918 con el establecimiento
del impuesto a la renta (Ley 56 de 1918). Empero, sus rendimientos eran irrisorios,
pues el impuesto adolecía de fallas fundamentales, tales como los bajos porcentajes
del gravamen y la no aplicación de la tarifa progresiva; además era nulo el control
sobre los contribuyentes; sólo tomaba en cuenta la calidad y no la cantidad de las
rentas, y no gravaba el patrimonio ni el exceso de utilidades 10 • En 1927 por virtud de la
Ley 64 11 se le introdujeron algunas reformas sustanciales (determinación de la renta

5. Para los datos anteriores nos hemos basado en el Diario Oficial (1920-1946), las Memorias de
Hacienda (1920-1946) y en la obra El liberalísmo en el Gobierno 1930-1946, Editorial Minerva, Bogotá, 1946,
3 volúmenes.
6. Anuario Estadístico 1929.
7. DANE, Boletín Mensual de Estadística Nº 300, julio de 1970, p. 176.
8. El dato incluye las carreteras nacionales, 2.642 Km. y las carreteras departamentales, 3.101 Km. El
liberalismo en el gobierno ... t. u, p. 133.
9. !bid. pp. 128, 129y 133. Para 1946 las carreteras nacionales comprendían 10.600 Km. y las depar-
tamentales 7.3 70 Km.
10. Abe!, Cruz Santos, Finanzas públicas, Ed. Lemer, Bogotá, 1968, p. 227.
11. Diario Oficial Nº 20.648, noviembre 18 de 1927.

187
global, con la consecuente abolición de la discriminación en rentas de trabajo, de
capital y mixtas; establecimiento de la tarifa progresiva, aunque moderada, etc.), y a
partir de este año el impuesto a la renta adquirió una cierta importancia. En 1931 se le
efectuaron nuevas modificaciones, pero el paso fundamental se dio en 1935-36 duran-
te la primera administración de López Pumarejo. La Reforma Tributaria reforzó el
carácter progresivo del impuesto, elevando considerablemente la tarifa para las rentas
altas (del 8 al 17%), estableció controles para evitar la evasión y lo complementó con
el impuesto al patrimonio y al exceso de utilidades. A partir de esta reforma los im-
puestos a la renta y complementarios, comenzaron a aumentar ostensiblemente su
significación en el cuadro global de los ingresos estatales, con lo cual el Estado adqui-
ría una base interna y segura de financiación, y a la vez, un importante instrumento de
política económica y social1 2•
De lo dicho hasta aquí se desprende la relativa importancia de la intervención
económica del Estado, lo cual se refuerza con el examen del gasto público, aspecto
fundamental de la acción estatal. Atendiendo a la estructura de los gastos nacionales
se observa, en el cuadro anexo, que las mayores proporciones corresponden, en primer
lugar, a los gastos de administración y funcionamiento, y en segundo lugar, a los gastos
de inversión. Durante los años 20 se presentó un auge de los gastos de inversión lo
cual corresponde al momento de la "prosperidad a debe", de la "danza de los millones"
generada por los grandes empréstitos externos. El mayor porcentaje de la inversión en
estos años correspondió al ramo de ferrocarriles, siguiéndole de lejos la inversión en
carreteras, y a mayor distancia aún las inversiones en navegación y puertos, caminos,
puentes y edificios, en tanto que el fomento directo a la agricultura y a la industria era
insignificante 13 • Entre 1929 y 1932 decayeron los gastos de inversión como resultado
de la crisis mundial que ocluyó la afluencia de empréstitos externos, lo que ocasionó
una parálisis en las obras públicas. A partir de 1933 empezó a registrarse un periodo de
recuperación, hasta la crisis de la Segunda Guerra Mundial, al término de la cual
volvió a presentarse un periodo de reposición. Durante los años 30 y 40, el mayor
porcentaje de la inversión pública correspondió a la sección de obras públicas (desta-
cándose el rubro de carreteras); también revistió alguna significación la inversión en
el sector agrario, y a partir de 1941 en el ramo industrial14.
Sí las mayores magnitudes del gasto público se dirigían hacia los gastos de admi-
nistración y funcionamiento y de inversión y fomento, los gastos sociales, en cambio,
recibían valores notablemente inferiores (véase gráfico 1). Los gastos de objetivo so-
cial comprendían principalmente los realizados en educación y cultura, obras recrea-
tivas, protección al trabajo, pensiones y jubilaciones, protección infantil, asistencia
pública, auxilios a damnificados, seguros de vida y accidentes, higiene en general,
acueductos, campañas sanitarias, lazaretos y laboratorios de higiene, etc. Llama la
atención no sólo la baja magnitud de estos gastos sino también su relativa constancia
entre 1925 y 1946. Este fenómeno, y el contraste entre los gastos anteriormente indi-

12. Véase Bernardo Tovar Zambrano. La intervención económica del Estado en Colombia 1914~1936,
Banco Popular, Bogotá. 1984.
13. Ibíd., p. 164.
14. Véase Cepal, Análisis y proyecciones del desarrollo económico III. El Desarrollo económico de Colom~
bia, Naciones Unidas, México, 1957. Anexo Estadístico, DANE, Bogotá.

188
Gráfico 1
Estructura de los gastos nacionales per-cápita (pesos reales*)
1925-1950

CONVEl'ICIONES

-
Gom,.,o,.le,
A.dm<>n. y funcionamirnlo
Inversión y íomenlo
fü•tos>OCÍ.11 ..
ti
JO

~
¡ 8
~
~

~
~ 6
~

~
~

~
~

º+---,
1.925 1.930 1.935
AÑOS
1.940 ...
, t.9SO

• Deflactación con base índice López, sept. 1918.


Fuente: Con base en CEPAL: El Desarrollo Económico de Colombia- Anexo Estad.Íttico- Dane, Bogotá.

-
(8
cados y los gastos sociales, pone de manifiesto una característica fundamental del
Estado colombiano durante dicho periodo: su acción se orientó predominantemente
hacia la creación de las condiciones del desarrollo capitalista, es decir, en función de
la acumulación de capital, y sólo secundariamente, hacia las condiciones del rrabajo,
es decir, de las funciones sociales de legitimación. O para expresarlo de otra manera,
la intervención o la presencia del Estado fue relativamente notable en el ámbito eco-
nómico, de un lado, y del otro, resultó precaria en el ámbito social. Este planteamien-
to conduce entonces a observar la intervención social del Estado. Para ello, por lo
menos, es necesario tener en cuenta, además de los gastos sociales, la legislación y las
instituciones de función social.

3. La.intervención social del Estado


Desde los años diez empezaron a irrumpir los primeros movimientos huelguísticos,
a cuya cabeza se pusieron los trabajadores asalariados de los transportes y en segundo
lugar los de la industria. Entre los objetivos de estos movimientos se contaban el alza
de los salarios, el mejoramiento de las condiciones de vida y de rrabajo, y la reducción
de la jornada diaria de trabajo a 8 horas, que por lo general era de 11.
Estos hechos ponían de manifiesto en la vida del país la presencia novedosa de las
relaciones conflictivas entre el capital y el trabajo, la irrupción de una nueva realidad
social que escapaba a los marcos legales e institucionales del Estado rradicional. Ante
dicha realidad, el Estado debía intervenir, creando el nuevo universo jurídico-
institucional para el encauzamiento y la regulación de las relaciones y de los conflic-
tos entre el capital y el trabajo. El comienzo de este largo y complejo proceso de
institucionalización lo marcan las leyes 78 de 1919 y 21 de 1920, las cuales fueron
expedidas a raíz del movimiento huelguístico de esos años, y su objetivo era precisa-
mente la reglamentación de la huelga. En el orden de las reivindicaciones sociales, a
estas leyes les había precedido la precaria legislación sobre jubilaciones de empleados
públicos (Ley 29 de 1905), de magistrados y jueces (Ley 12 de 1907) y de maesrros de
escuelas primarias oficiales (Ley 114 de 1907); la Ley 57 de 1915 sobre accidentes de
trabajo, la Ley 46 de 1918 sobre habitaciones obreras". En la práctica, estas leyes
resultaban ostensiblemente inoperantes. En 1924 se organizó, como sección 8a. del
Ministerio de Industria, la Oficina General del Trabajo, encargada de atender la
cuestión social y laboral. Los asuntos de los cuales debía ocuparse correspondían a la
siguiente enumeración: l. Seguro individual y colectivo del proletariado (resultados
de la aplicación de la Ley 37 de 1921, que estableció el seguro colectivo obligatorio
para las empresas de toda clase, y de la Ley 32 de 1922, que modificó la anterior); 2.
Consrrucción de habitaciones para obreros (Ley 46 de 1918); 3. De los accidentes de
trabajo (Ley 57 de 1915); 4. Del trabajo de las mujeres y niños; 5. De la educación
cívica e instrucción técnica de las clases proletarias; 6. Condiciones de los trabajado-
res de la tierra (arrendatarios); 7. Resultado de la aplicación de la Ley 78 de 1919,
sobre huelgas, y de la Ley 21 de 1920 sobre conciliación y arbitraje en los conflictos
colectivos del trabajo; y 8. Código de trabajo 16 (el cual tendría que esperar casi rres

15. Diario Oficial. 1915-1920.


16. Memorias del Min~tro de Industria, 1924, pp. 78 y ss. y 1927, p. 54.

190
décadas para ser aprobado). Otras disposiciones de los años 20, se refieren a los prés-
tamos del Banco Agrícola Hipotecario para construcción de viviendas baratas; al re-
glamento de trabajo y de higiene en las empresas (Ley 15 de 1925) y al descanso
dominical (Ley 57 de 1926). Respecto del trabajador campesino, existían únicamente
las leyes sobre colonización que le otorgaban un derecho al colono por el cultivo de los
baldíos nacionales (código fiscal; sentencia de la Corte Suprema de Justicia de no-
viembre 30 de 1920, y la Ley 47 de 1926), y las disposiciones sobre el reconocimiento
por parte del dueño de las mejoras introducidas por el trabajador a la tierra tomada en
arrendamiento. ·
El balance que se hacía en 1930 respecto de la eficacia práctica de la mayoría de
aquellas disposiciones era verdaderamente desalentador; así por ejemplo, las disposi-
ciones sobre vivienda obrera no se habían cumplido en la mayoría de los centros urba-
nos (entre 1918 y 1930 solamente se habían construido 160 viviendas); los empresarios
escamoteaban la aplicación de las leyes (como la del seguro obligatorio) y una buena
parte de éstas no pasaban de la formalidad escrita 11 • En este sentido, la intervención
legislativa del Estado no sólo era limitada, sino que además chocaba con la oposición
de los empresarios, ante lo cual el Estado carecía de los recursos y de los instrumentos
coactivos para hacerla cumplir. Indicativo de esta precariedad o falta de intervención
social del Estado, era el hecho de que en los pliegos de peticiones de los trabajadores
figuraran, en forma reiterada, aliadas de otras reivindicaciones, las exigencias acerca
del cumplimiento de las leyes sobre seguro colectivo, accidentes de trabajo, habita-
ciones obreras, reglamento de trabajo, descanso dominical, etc.
En la cuestión agraria la intervención del Estado resultaba aún más precaria: aquí
el Estado se veía limitado por el dominio tradicional de la hacienda, por el poder
secular de los hacendados, quienes imponían las reglas del juego o inclinaban con
frecuencia a su favor las determinaciones de las autoridades, especialmente las de.l
gobierno regional y local. De este modo el Estado no había reglamentado los contratos
y las relaciones laborales, de tal manera que persistían las relaciones ambiguas entre
arrendatarios y hacendados, es decir, la tradicional forma mixta de trabajo asalariado
y arrendamiento de tierra, lo cual situaba a los trabajadores la doble condición de
arrendatarios y a la vez de asalariados. En tales circunstancias, el hacendado le cobra-
ba un arriendo al trabajador.y le imponía la obligación de trabajar en las labores de la
finca, pagándole un jornal inferior al salario medio de los trabajadores "voluntarios".
Esta confusión era fuente de permanentes conflictos, a lo cual se agregaba el problema
central de la lucha de los trabajadores por la propiedad de la tierra. La disputa por
esta propiedad surgía del hecho de que los trabajadores alegaban la condición de
cultivadores de baldíos en aquellos terrenos que eran mantenidos bajo dudosos títulos
de propiedad; dicha condición era alegada, de una parte, por los trabajadores de las
haciendas sometidas a aquella confusión jurídica, que dejaban de cumplir sus obliga-
ciones tradicionales de arrendatarios para declararse colonos ocupantes de tierras
baldías, y de otra, por ocupantes que alegaban el carácter inicial de colonizadores.
Según las leyes vigentes, los conflictos entre arrendatarios y arrendadores, la determi-
nación del carácter de baldío de un territorio, el deslinde entre tierras baldías y de

17. Memoria de Hacienda, 1930

191
propiedad privada, los desahucios y lanzamientos, etc., competían al poder judicial y a
las autoridades de policía, en donde, con reiterada frecuencia, la decisión del conflic-
to se resolvía en favor de los hacendados y terratenientes. Si bien estos conflictos
reclamaban la intervención del Estado para definir los contratos, las obligaciones, el
salario, la libertad de cultivos dentro de las estancias, la propiedad de la tierra, los
baldíos, la salubridad, el mejoramiento de las viviendas, etc., el Informe de la Oficina
del Trabajo de 1930 consideraba que la solución perdurable era la de transferir la
propiedad de los predios a los trabajadores 18 , lo que ciertamente se haría en los años
siguientes.
Grandes eran entonces los obstáculos que se levantaban frente a la intervención
del Estado en el campo social y laboral. Se chocaba con la resistencia de los empresa-
rios, con las oposiciones en el Congreso para hacer aprobar las leyes, con las dificulta-
des para la aplicación práctica de las leyes aprobadas, etc. siendo más notables las
barreras que se erigían en el sector agrario y en las áreas controladas por el capital
extranjero (los enclaves bananeros y petroleros). Lo limitado de la intervención social
del Estado contribuía para que los conflictos desbordasen con frecuencia el estrecho
marco legal e institucional, y que en consecuencia, se apelase a otro tipo de interven-
ción: a la intervención primaria de la represión violenta. La debilidad o el vacío social
del Estado era cubierto por la violencia represiva, tal como lo demuestran las repeti-
das intervenciones de la fuerza pública en los conflictos de la Tropical Oil Company
(octubre de 1924, septiembre de 1926 y enero de 1927) en el municipio de
Barrancabermeja, y en la tristemente célebre matanza de las Bananeras.
Durante la República Liberal se avanzó indudablemente en el campo de las insti-
tuciones, de la legislación social y en el tratamiento de los conflictos, como resultado
tanto de las luchas y demandas de los trabajadores como de la respuesta positiva de los
gobiernos liberales. De este modo, por ejemplo, frente a la cuestión agraria en lo
pertinente a la lucha de los trabajadores por la propiedad de la tierra, el Estado puso
en práctica una política de parcelaciones que contribuyó ·a la fragmentación de las
haciendas en conflicto. En el orden legislativo, los principales avances fueron los si-
guientes: la Ley 83 de 1931, que reconoció el derecho a la sindicalización y reglamen-
tó el ejercicio de la huelga; la Ley 134 de 1931 que reguló la organización de coopera-
tivas; la Ley 45 de 1933 que señaló el régimen prestacional de los trabajadores de la
Imprenta Nacional; la Ley 105 de 1933 que estableció la inembargabilidad parcial de
los salarios; el Decreto 895 de 1934 que limitó a 8 horas la jornada laboral; la Ley 10 de
1934 que creó las prestaciones sociales de vacaciones, cesantías por despido injusto y
auxilio por enfermedad para los trabajadores del sector privado; la Ley 28 de 1932 que
liberó patrimonialmente a la mujer casada; la reforma constitucional de 1936 que
consagró la intervención del Estado para darle al trabajador "la justa protección a que
tiene derecho", y asimismo, garantizó el ejercicio de la huelga, salvo en los servicios
públicos, y declaró que "el trabajo es una obligación social y gozará de la especial
protección del Estado"; la Ley 200 de 1936 sobre régimen de tierras, que entre otros
muchos aspectos, consumó y legalizó la subdivisión de los latifundios; la Ley 91 de
1936 que provee la constitución de patrimonios familiares inembargables; la Ley 12 de

18. Véase ºInforme relacionado con la marcha de la oficina general del trabajo", Memoria del Ministerio
de Industrias. 1930.

192
1936 que reorganizó el Departamento Nacional del Trabajo, dotándolo de instrumen-
tos de inspección y vigilancia, e invistiendo a sus funcionarios del carácter de policías.
Otras leyes de 1936-38 versaron sobre inembargabilidad de las 4/5 partes del salario,
construcción de casas y granjas para obreros y empleados; descanso remunerado el 1º
de mayo, protección a la maternidad y sobre congresos sindicales. Entre 1938 y 1943,
las realizaciones más importantes correspondieron a la creación del Ministerio del
Trabajo (1938), al procedimiento verbal en las controversias judiciales del trabajo
(Ley 45 de 1939); a la carrera administrativa (1938), además de una serie de leyes
circunstanciales o fragmentarias sobre prestaciones para los trabajadores de determi-
nadas empresas, o correctivas de la legislación anterior 19 • Hasta 1943, la legislación
soci~l impartida no obedecía a un plan congruente, de tal modo que constituía un
cuerpo de disposiciones fragmentarias y casuísticas, que no apuntaban a los elementos
centrales de la cuestión social y más bien introducía tratamientos desiguales para los
trabajadores de las µiversas empresas. En el sector agrario no habían recibido atención
del Estado la reglamentación del contrato de trabajo, las prestaciones sociales a los
peones, el crédito agrícola, la higiene y la vivienda rural, etc. En 1944 se dio un paso
importante con el Decreto-ley 2350, sobre Estatuto del Trabajo, el cual, con recortes
sustanciales, se convirtió en la Ley 6a. de 1945. Entre los numerosos puntos contem-
plados en el Estatuto, se destacan los siguientes: reconocimiento del contrato como
entidad jurídica autónoma; predominio de la contratación escrita; normas sobre re-
glamentos de trabajo; jornada de ocho horas para la industria y el comercio, y de
nueve para las labores campesinas; remuneración adicional para las horas extras y el
trabajo nocturno; facultad al gobierno para fijar salarios mínimos; remuneración del
descanso dominical obligatorio; regulación de los enganches colectivos; duración
presuncional de seis meses para el contrato de trabajo, preaviso, y periodo de prueba
de 15 días; limitación a 14 años de la edad de trabajar; protección del trabajo infantil;
indemnizaciones por enfermedades profesionales, auxilios por enfermedad; 15 días de
vacaciones remuneradas; auxilios funerarios; disposiciones sobre cesantías, y jubila-
ción; prohibición del paralelismo sindical; fuero sindical, convenciones colectivas;
garantía de la huelga; prohibición del esquirolaje; comités de conciliación; creación
de la Caja Nacional de Previsión; organización de la jurisdicción especial del trabajo,
etc. 20 En los años posteriores, hasta 1946, el gobierno impartió las disposiciones perti-
nentes para darle cuerpo a lo dispuesto en el nuevo Estatuto del Trabajo.
Con la expedición del Estatuto culminaba una etapa de la intervención legislativa
del Estado en la regulación de la cuestión social, ostensiblemente significativa. Desde el
punto de vista formal, dicha intervención le creaba un marco jurídico-institucional para
el encauzamiento de las relaciones conflictivas entre el capital y el trabajo, reconocía
reivindicaciones fundamentales de los trabajadores, imponía normas de comportamien-
to a empresarios y trabajadores, y le otorgaba a estos últimos condiciones para ejercer un
cierto poder de negociación frente al capital. Desde el punto de vista práctico, sería
necesario observar la eficacia de la legislación reseñada, y el comportamiento del go-
bierno frente a los conflictos que se presentaron a lo largo del periodo 1930-46. Asu-
miendo, sin embargo, que dicha legislación fue eficaz, y que el Estado adoptó una acti-
tud conciliadora frente a los conflictos, tales tópicos no agotan el complejo problema de

19. Diario Oficial. 1930-1943.


20. El liberalisnw en el Gobierno ... op. cit., pp. 266 y 267.

193
la cuestión social. Pese a la importancia de la legislación reseñada, ésta se refería funda-
mentalmente a la regulación de las relaciones entre empresarios y trabajadores del sec-
tor privado de la economía y a las que mantenía el Estado con sus propios trabajadores.
Además de esta dimensión, el conjunto de las clases populares planteaba necesidades
colectivas que no podían ser satisfechas por el capital privado, sino por el Estado. El
carácter colectivo, social, de tales necesidades (salud, vivienda, educación, servicios,
recreación, rehabilitación, etc.) impelía de hecho la acción del Estado. En este orden
no se trata solamente de una intervención que "defienda los derechos del trabajador
frente al capital privado", sino ante todo de una intervención que suministre las condi-
ciones colectivas para la satisfacción de aquellas necesidades sociales. Si la primera
intervención se sitúa prioritariamente en el nivel legislativo, la segunda, en cambio, se
ubica fundamentalmente en el nivel de los gastos sociales del Estado.
Ciertamente, para atender esta dimensión de la cuestión social, el Estado creó
algunos organismos a través de los cuales se canalizaban gastos de objetivo social, o les
impuso a ciertas instituciones parte de estas funciones. Las principales instituciones
dedicadas a lo social o que dentro de sus funciones se contemplaban algunas de ca-
rácter social, eran las siguientes:
El Instituto Nacional de Radium (Instituto Nacional de Cancerología); el Institu-
to Nacional para Ciegos; el Instituto Nacional para Sordos; el Banco Agrícola Hipote-
cario, al que se autorizó para conceder préstamos destinados a vivienda urbana en los
años 20; la Caja de Crédito Agrario, uno de cuyos objetivos principales era otorgar
crédito al campesino pobre; el Banco Central Hipotecario: servicios a entidades públi-
cas, a los particulares, vivienda para empleados pobres y campañas de mejoramiento
social; el Instituto de Crédito Territorial: vivienda popular para los trabajadores del
campo y la ciudad; la Federación Nacional de Cafeteros, que dentro de sus funciones
tenía la de la sanidad rural y vivienda para los pequeños cafeteros; el Fondo de Fo-
mento Municipal: fomento a la construcción de acueductos, alcantarillado, plantas
eléctricas, hospitales y escuelas; la Caja Nacional de Previsión Social y el Instituto
Colombiano de los Seguros Sociales, cuya fundación data de 1946. A lo anterior de-
ben agregarse los avances en el sector educativo (escuelas, colegios, normales, normal
superior, ciudad universitaria, etc.) y en el campo de la higiene y la salud (hospitales,
unidades sanitarias, laboratorios, acueductos, alcantarillados, campañas
antituberculosa, antivenérea, antileprosa, antipalúdica, contra la fiebre amarilla, etc.).

4. Balance de la intervención social.


Presencia y ausencia del Estado
A primera vista, parecería que la intervención del Estado en aquellos ámbitos sociales
presentase una alta significación, y que hubiese correspondido tanto a la calidad como a la
magnitud de las necesidades sociales. Empero, la situación de las clases populares a fines
de los años cuarenta, demuestra todo lo contrario: que las realizaciones del Estado, pese a
lo que ellas implican de avance, estaban muy lejos de aliviar siquiera las penosas condicio-
nes de vida de las clases populares, condiciones que inclusive tendían a agravarse con el
mismo desarrollo capitalista, con el crecimiento de la población, con las migraciones y la
aglomeración urbana, con la inflación y el alto costo de la vida de esos años. Al respecto,
resulta muy revelador el informe de la misión dirigida por Lauchlin Curtie, sobre la situa-

194
ción del país a fines de los años cuarenta". El informe consideraba que el bajo nivel de vida
era el problema central del pueblo colombiano. Constataba que en el ramo de las vivien-
das urbanas y rurales de bajo costo se había hecho muy poco, lo que contrastaba con las
grandes inveriiones en modernos edificios de oficinas, en grandes fábricas y en edificios de
apartamentos y casas de alta calidad para los reducidos grupos de altos ingresos; en tales
condiciones, la gran mayoría del pueblo colombiano ocupaba viviendas inferiores en cuan-
to a espacio, higiene, comodidad y servicios, siendo aún peores las condiciones de la
vivienda rural. Según el informe, las instituciones que formalmente debían contribuir a la
construcción de vivienda popular barata en los sectores urbano y rural, se habían vincula-
do a la construcción de viviendas costosas para los estratos de altos ingresos; de esta forma
los préstamos del Instituto de Crédito Territorial habían beneficiado a los agricultores de
holgada posición económica y a otros grupos de ingresos más o menos significativos, ha-
biendo descuidado ostensiblemente el crédito para vivienda barata urbana y rural. Del
mismo modo el Banco Central Hipotecario había destinado sus fondos hipotecarios para
viviendas de costo elevado, contribuyendo poco para las de tipo mediano y nada para las
de precio bajo. La Federación Nacional de Cafeteros también contribuía a la construcción
de vivienda, pero ésta se mantenía en pequefi.a escala, favoreciendo en forma limitada a
los cafeteros cuya posición era relativamente buena, sin que se extendiera dicho esfuerzo
a los grupos realmente necesitados. Los municipios con rentas superiores a $25.000 debían
por ley contribuir a la construcción de viviendas, pero sus efectos en este campo eran
notoriamente limitados. De lo anterior se deduce que pese a las buenas intenciones forma-
les de la política estatal, sus resultados en el aspecto de la vivienda popular urbana y rural
eran irrisorios. Según el informe citado, en las áreas de los servicios públicos, higiene,
previsión social y educación, la situación general era penosa. No solamente era grave el
déficit de los servicios de acueductos, alcantarillados y electricidad, sino también la defi-
ciencia de los existentes. Existía así mismo un déficit muy pronunciado en establecimien-
tos educativos y hospitalarios y en personal capacitado. El programa educativo tenía efec-
tos muy limitados para reducir el problema de analfabetismo y para lograr un mayor nivel
de educación en un porcentaje importante de la población. Las campafi.as sanitarias te-
nían efectos restringidos y la asistencia pública era muy pobre. Las condiciones sanitarias
eran deplorables, y persistían los altos índices de analfabetismo, desnutrición y mortalidad;
la duración promedio de la vida la situaba el informe alrededor de los 40 afi.os. Todas estas
condiciones eran mucho más dramáticas en el sector rural que en el urbano.
A lo descrito anteriormente deben agregarse otros factores que agudizaban la
situación de las clases populares. Desde fines de los afi.os 30 y durante el decenio de
los 40 se presentó un proceso inflacionario, ante el cual el Estado no aplicó una políti-
ca correctiva eficaz. Este proceso coadyuvó a una considerable acumulación de capi-
tal, que fue acompafi.ada de un mayor empobrecimiento de las masas, lo cual a su vez
contribuyó a la intranquilidad social de éstas. Así mismo, durante todo el periodo se
produjo una mayor concentración del ingreso en favor de las esferas del capital, en
tanto que empeoró el de los sectores del trabajo22 • Si bien la reforma tributaria de
1935-36, le había otorgado un carácter progresivo a la carga tributaria (principalmen-

21. Lauchlin Currie, Bases de un programa de fomento para Colombia, Imprenta del Banco de la República,
Bogotá, 1950.

195
te con la escala progresiva del impuesto a la renta), tal progresividad no había resul-
tado tan evidente, no sólo en cuanto se refiere al impuesto sobre la renta, sino tam-
bién por el hecho de que los impuestos indirectos continuaban gravitando sobre los
grupos de renta inferior y media.
De lo dicho hasta aquí se desprende la escasa significación de la intervención esta-
tal en cuanto a la satisfacción de las necesidades populares (salud, vivienda, educación,
etc.) siendo menos precaria en la regulación de las relaciones entre el capital y el traba-
jo. Así lo expresan el comportamiento de la legislación, las instituciones y los gastos de
objetivo social. Esta situación contrasta con la mayor atención que el Estado le otorgó a
la intervención en función del desarrollo económico, de la acumulación de capital.
Ciertamente no resulta despreciable la participación activa del Estado en la promoción
del desarrollo económico que el país vivió entre los años 20 y la segunda posguerra. Sólo
que los beneficios de este desarrollo, como lo expresa el informe citado, fueron disttibui-
dos desigualmente, favoreciendo principalmente a los propietarios del capital23 •
De las consideraciones anteriores se derivan por lo menos dos apreciaciones que
resultan polémicas: en primer lugar, las realizaciones de la República Liberal -para no
hablar del periodo conservador de los años 20, donde la cuestión es evidente- en el
ámbito de la cuestión social, no son tan importantes ni tan obvias como pretenden
afirmarlo algunos estudiosos de ese periodo. Estos por lo general, sustentan tal afirma-
ción basándose exclusivamente en el enunciado del proyecto político, en la prosa del
discurso: el Estado en función de las clases populares, y en la formalidad de la legisla-
ción y de las instituciones, sin contrastar todo ello con su eficacia práctica frente a la
magnitud de los problemas. Como hemos pretendido sugerirlo, los alcances de la polí-
tica social, e inclusive sus propios enunciados, eran notoriamente limitados. Tales
limitaciones provenían de los radicales bloqueos y de las encendidas oposiciones que
los grupos poderosos desplegaban al momento de las reformas, grupos alineados en uno
y otro partido, profundamente celosos de sus intereses y de~ididamente reacios a otor-
gar concesiones.
En segundo lugar, el desarrollo desigual de la intervención estatal, con una cierta
presencia en lo económico y una relativa ausencia en lo social, contribuía a generar
hondos desequilibrios en la sociedad, lo cual debió coadyuvar, al lado de otros factores,
a la conformación de las condiciones sociales de un escenario propicio para la puesta en
marcha del drama de la violencia. En este sentido, probablemente no se trataría, como
dice Oquist24, del derrumbe parcial del Estado, sino de la debilidad previa del Estado,
debilidad que entre otros aspectos se manifestaba -con la excepción ya dicha de la
dimensión económica- en los niveles de la propia institucionalidad del Estado, en la
privatización de sus funciones en las esferas de los poderes locales y regionales, y por
supuesto, en el universo de lo social. Esta debilidad del Estado lo predisponía, dada la
confluencia de otras condiciones, para que fuese desbordado por los conflictos, los cua-
les, en su resolución, tomaban el camino elemental de la violencia.

22. Véase Miguel Urrutia y Albert Berry, La distribución del ingreso en Colombia, La Carreta, Bogotá,
[975, pp. 110 y SS.
23. Lauchlin Currie, op. cit., p. 29.
24. Paul Oquist, Violencia, conflicto y política en Colombia, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1978.

196
III
La Violencia 1946-1965
Los mundos del 9 de Abril,
o la historia vista desde la culata•

Herbert Braun**
Dedicado a Luis Eduardo Ricaurte

Era tan malo que no se sabía cuáles piezas eran ·las originales. Algunos pensaron
después que podía ser un Smith y Wesson calibre 32, corto. Antes lo habían
reniquelado. Con pocos disparos el gatillo se podría partir. No podía asegurarle la
muerte a nadie. Únicamente la culata estaba en buenas condiciones'.
Seguramente tuvo varios dueños. No se sabe cómo empezó a tener vida. Ni a
cuántos terminó. Dos días antes era de Luis Enrique y José Ignacio Rincón'. El día
jueves, o sea el día después del cambio de propietario, el nuevo dueño le compró cinco
balas3• Era un hombre de antecedentes oscuros, como se decía en aquel entonces, y es
oscuro aún para la historia. Hijo legítimo de Rafael Roa y de Encarnación Sierra, vivía
a veces, allá en el barrio Ricaurte, en la Calle 17 sur, Nº 16-524• Estaba tan trajinado
como su revólver, al que le quedaría bala; a él, no le dejaron ni la ropa.
Ese día, viernes a la una de la tarde, se encontraba en la carrera séptima a un
costado del edificio situado a 35 metros de la Calle 14. Estaba nervioso. El revólver
venía en el bolsillo derecho del pantalón. La mano sudaba empuñando la culata. De
repente ...
El resto de la historia se conoce5 • /Valdría la pena contarla de nuevo?

1. Epílogo
Esos momentos están grabados en la memoria de quienes los vivieron y de todos
aquellos que año tras año han oído los recuerdos y han leído las historias que, invaria-
blemente, vuelven a aparecer en la prensa. Solamente la generación que empezó a
tomar conciencia del pasado durante la segunda década del Frente Nacional, cuando

* La investigación del presente trabajo se llevó a cabo en Bogotá, de 1979 a 1980, gracias al apoyo de
la Fulbright~Hays Doctoral Dissertation Abroad Program (Comisión Fulbright) y del Social Science Research
Council. Agradezco también al Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán. Varias secciones de este trabajo fueron
traducidas por el autor y por Cecilia Brown.
** Historiador. Autor de Mataron a Gaitán: vida pública y violencia urbana en Colombia. Profesor de la
Universidad de Virginia.
l. Proceso Gaitán, vol. lA, f. 8; vol. 2, ff. 93-94.
2. Proceso Gaitán, vol.lB, ff. 116,136.
3. Proceso Gaitán, vol. 8, f. 53.
4. El Tiempo, 16 de abril, 1948, p. 7.
5. Aunque la historia del 9 de Abril se ha contado miles de veces, ha sido únicamente en el último año
que ha gozado de investigaciones profesionales. Ver Arturo Alape, El Bogotaza: memorias del olvido, Bogotá,
1983; Carlos Eduardo Jaramillo, !bagué, conflictos políticos de 1930 al 9 de Abril, Bogotá, 1983; y Jacques Aprile
Gniset, El impacto del 9 de Abril sobre el centro de Bogotá, Bogotá, 1983.

199
ese pasado ya no agobiaba tanto, desconoce los detalles de la fatídica tarde. Para ellos,
seguramente, es un episodio más del pasado primitivo de abuelos y padres, que no
supieron controlar sus pasiones sectarias y no entendieron que al país se le debía
desarrollar técnica y científicamente.
Para los que bien recuerdan el 9 de Abril, esos recuerdos han cobrado una lógica
de proporciones metafísicas. Es una lógica cronológica. Hoy no se puede concebir el
asesinato, sin inmediatamente pensar en las turbas. Cuando imaginamos la destruc-
ción de la ciudad, inmediatamente vemos los tres tanques que hicieron tantos estra-
gos y que contribuyeron a restablecer el orden. El fin de esa tarde de odio colectivo y
de dolor, nos parece apenas lógico: la cordura, la sensatez y el sacrificio patriótico de
los jefes políticos apaciguaron los ánimos del pueblo. Un nuevo entendimiento en la
vida pública le devolvió al país la civilización que había perdido horas antes. No
podría, pensamos, haber terminado de otra manera.
Durante las primeras horas de esa tarde llovió a cántaros. Después fue una lloviz-
na de esas lentas y aburtidoras aguas bogotanas. Ahora parece como si la lluvia hubie-
ra tenido una lógica en sí misma, y no únicamente porque en Bogotá llueve por las
tardes o porque el asesinato ocurrió en abril. Llovió porque era el 9 de Abril. Con
cuánta facilidad nos olvidamos que esa pertinaz lluvia seguramente cambió el rumbo
del país. Pudo no haber llovido.
Hoy en día es imposible comprender el 9 de Abril como un accidente. Sin embar-
go, la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en las primeras horas de la tarde, si fue un
accidente, no tuvo que suceder. Supongamos sólo por unos breves momentos que a
Gaitán había que matarlo porque el sistema político no hubiera podido sobrevivir a su
constante actuar. Pero no había necesidad de asesinarlo a plena luz del día, en vía
pública, en la esquina más céntrica de la ciudad, a la una de la tarde y con cuatro
ruidosos balazos. La cuarta bala se perdió. Eso era una invitación a lo que el 10 de abril
se empezó a conocer como el 9 de Abril.
Posiblemente podamos reconocer que el asesinato fue un accidente; que si la histo-
ria hubiera sido más razonable, no hubiera sucedido tal como ocutrió; que si la historia
fuera más bondadosa, el gatillo hubiera explotado en las temblorosas manos del asesino.
Pero una vez muerto Gaitán, la secuencia de los acontecimientos que se sucedieron
unos a otros siguió, a nuestro parecer, un patrón que no sólo es fácil de entender, sino
que nos queda difícil imaginarlo de otra manera. El 9 de Abril es un hecho total, un
todo. Conocemos su principio y su fin. El 9 de Abril tiene mucho de mitológico.
Lo acontecido esa tarde fue espontáneo. No hubo un plan ouna conspiración. La ciudad
de Bogotá y todo el país entraron inmediatamente en un presente desconocido y un futuro
que nadie quiso vaticinar. Ninguno estaba preparado para lo que sucedió. Era imprevisible.
Lo que se vivió y lo que se recuerda, son pues, dos cosas diametralmente opuestas.
Cada vez que se vuelve a contar la historia del 9 de Abril, nos parece más com-
prensible; los hechos absurdos se olvidan, la violencia se domestica, el orden se acen-
túa. La locura colectiva explica lo inexplicable, y con el pasar de los años se vuelve
menos loca y menos colectiva. Ya las fotos de la destrucción de la ciudad de Bogotá y
de los muertos en la Plaza de Bolívar causan poco asombro. Hasta Gaitán parece
bastante común después de tantos años de gaitaneo de líderes liberales y conservado-
res. El 9 de Abril se está convirtiendo en un fragmento del folklore nacional.

200
/Contar otra vez la historia no será contribuir a su mitificación? /Cómo escribir lo
sucedido el 9 de Abril sin simplemente recapitular lo que la prensa ya ha dicho y lo
que los protagonistas-han querido contar?
La lógica en la secuencia de los hechos no es la más reveladora de los mismos. Esa
secuencia es formada por reacciones circunstá.nciales a sucesos accidentales. Tienen
un significado temporal; pero además, cada uno de los momentos del 9 de Abril abar-
ca otros significados que van más allá de las circunstancias. Yacen tras ellos causas
profundas que se pueden desenterrar.
Es más, la historia del 9 de Abril es una historia al descubierto. Esos momentos son
reflejos históricos, precisamente porque son espontáneos. No hubo de encubrir los hechos,
las reacciones, las ideas, las palabras, los gestos. Como tal, abren puertas de realidades
encubiertas, las cuales posiblemente no podríamos ver, o por lo menos, no con la misma
claridad, si el 9 de Abril no hubiera ocurrido, la confusión y la rapidez de ese día, las
relaciones instintivas, esclarecen la realidad histórica dentro de la cual acontecieron.
/Cómo estudiar el 9 de Abril sin que la cronología, ya tan mitificada, nos de la
explicación? Una forma sería explicar esta historia dentro de un marco conceptual
que explique esos eventos6 • En este trabajo trato de tomar el tema tal como lo hizo el
asesino, desde la culata. Empezaré por el final. Haciendo, o por lo menos pensando la
historia desde el final, intentaré romper algunos de los esquemas de la memoria reci-
bida y de la historia oficial. Situándonos en esta perspectiva espero que logremos
entender algunos de los momentos cruciales del 9 de Abril. Por lo mismo, este enfoque
no puede ser exhaustivo y sólo podré referirme a algunos aspectos de ese día. Este
ángulo tampoco se presta para hacer un análisis de las consecuencias del 9 de Abril.
Este tema no lo abarcaré aquí. Finalmente, esta historia escrita al revés es posible
únicamente después de que se ha pensado al derecho. Espero que esta nueva culata
del 9 de Abril no explote y nos permita entender lo que se vivió.

2. El final
/Cuándo termina el 9 de Abril? /Será la misma noche cuando Tránsito, la ingenua
y humilde muchacha que nada sabe y nada quiere saber de la política, recibe un
latigazo en la espalda, cae sobre el pavimento de una calle cualquiera de Bogotá y
muere ahogada en su propia sangre?' 10 será años después, cuando Rengifo, el ex
agente de la policía convertido en revolucionario el 9 de Abril, se olvida que debajo
de su cama está el fusil que conservó para usarlo contra el nuevo gobierno? 10 cuando
a la "Pecosa", hábil prostituta de la urbe, ya no le quedan los vestidos que cayeron en
sus manos esa tarde? 10 cuando le robaron a su hija las joyas que le había heredado?'
/El botín de la fiesta del 9 de Abril se estará reproduciendo?
6. Esta historia la he intentado escribir en una tesis doctoral en la Universidad de Wisconsin. The
pueblo and the politicians of Colombia: The assassination of Jorge Eliécer Gaitdn and the Bogotazo, Madison,
Wisconsin, 1983. La versión corregida y argumentada aparecerá como The promise of civility: Public Llfe and the
Challenge of Capital~m in Colombia, 19 30-1948.
7, Tránsito, al lado de Alacrán es la protagonista de El día .del odio, novela sobre el 9 de Abril publicada
en Buenos Aires en 1952 por el poco reconocido autor colombiano José Antonio Osorio Lizarazo.
8. Rengifo y la "Pecosau son dos de los muchos personajes del desconocido mundo pueblerino de
Bogotá que sufrió el 9 de Abril1 y es hábihnente pintado por Manuel Zapata Olivilla en La Calle 1O.

201
Posiblemente terminó a los pocos días, cuando el pueblo gaitanista empezó a con-
vencerse de que quien mató al caudillo era un cualquiera con un pequeño revólver
reniquelado. Esa noticia fue cruel, porque le robó al pueblo la explicación política de
la muerte de Gaitán. Si a Gaitán lo hubiera eliminado el régimen, su muerte confir-
maría su poder y peligrosidad. No habría sido en vano. Pero /habría sido eliminado
simplemente por un bajo impulso privado? Con esa noticia, la muerte de Gaitán fue
aún más imposible de aceptar.
El 9 de Abril también pudo haber concluido la noche del 11, cuando el Presidente
entonó por la Radio Nacional su convicción que manos ajenas, comunistas extranje-
ros, habrían tramado todo'. /Habrá el pueblo dudado de sus acciones al oír tales pala-
bras? iNo fue entonces, su propia furia, su odio y su dolor lo que los había llevado a
destruir la ciudad? /Habrá habido hombres desconocidos diciéndoles lo que deberían
hacer? /Habrán sido manipulados? iNo fue su propio corazón lo que los impulsó? 10
Posiblemente el 9 de Abril termina en un vacío popular, dentro del cual el pueblo no
puede creer en sus propios actos y no se explica la muerte de su líder.
Para los jefes políticos el final llega a destiempo. Con la justificación comunista
del 9 de Abril, los jefes se lavan las manos. La responsabilidad de lo acaecido esa tarde
es ajena a ellos. No sólo culpables del asesinato y de la destrucción de la ciudad. Todo
lo ocurrido no forma parte de la historia del país. Sin embargo, durante meses y hasta

9. Mariano Ospina Pérez se convenció la misma noche del 9 de Abril que los comunistas eran los
responsables, y así lo dijo, públicamente, aquella noche. No cambió de opinión en los días y los años después. Ver
sus declaraciones en Avante, 11 de junio 1948, p. 1, y su testimonio en el Proceso Gaitán, vol. 24, f. 314-315. El
discurso del presidente en la noche del 11 de abril está reproducido en República de Colombia. El Gobierno de
Unión Nacional, vol. v. (Mariano Ospina Pérez), Bogotá, 1950, pp. 403-410.
Hay muchos libros de muy poca seriedad que intentan comprobar los orígenes comunistas del 9 de Abril.
Ver Jules Dubois, Comunist Treta in the Americas, pp. 277~278; Alberto Niño H., Antecedentes y secretos del 9
de Abril, Bogotá, 1949; José María Nieto Rojas, La batalla contra el comunismo en Colombia, Bogotá, 1956;
Francisco Fandiño Silva, La penetración soviética en América Latina y el 9 de Abril, Bogotá, 1949; Raúl Andrade,
La internacional negra en Colombia y otros ensayos, Quito, 1954.
Los intentos que hizo el gobierno colombiano de echarle la culpa del 9 de Abril al joven estudiante cubano,
Fidel Castro, son bien conocidos. Muchos quedaron aún más convencidos algunos años después cuando el
Movimiento 26 de Julio derrocó al dictador Fulgencio Batista, Ver El Siglo, 2 de enero, 1959, p. l. Para larga
historia de esta idea, ver también El Siglo, 9 Abril, 1978, p. l. El testimonio de Fidel Castro se puede encontrar
en Carlos Franqui, Diario de una revolución, París, 1976, pp. 18~29.
Aparentemente, el hombre más peligroso en ese entonces no era un extranjero. Unos pocos días después del
9 de Abril el Canciller Eduardo Zuleta Ángel le informó a Willard Beaulac, embajador de los EE.UU. en Bogotá,
que Antonio García "Era posiblemente el hombre más peligroso". Se intentó establecer una relación conspiratoria!
entre este intelectual colombiano y el venezolano Rómulo Betancourt, quien se encontraba en el país en
representación de Venezuela en la IX Conferencia Panamericana. Ver: United Sta tes, Departament of Sta te,
Bogotá Consular Post Files, 800, Colombian revolutions, SC, Confidencial Memos 311, 11 mayo, 1948; y sin
numeración, 21 mayo, 1948.
1O. Los gaitanistas que entrevisté no creyeron que los comunistas habían asesinado a Gaitán, ni que el
pueblo había sido manipulado por extranjeros. Si para ellos existía una conspiración, ésta era de carácter
nacional, no internacional. Muchos expresaron la idea de que los conservadores y los liberales utilizaron este
argumento para que la culpa del asesinato de Gaitán no cayera sobre ellos. Sin embargo, cuando yo insistía en la
posibilidad de que los comunistas podrían ser los responsables, muchos reconocieron que ellos también habían
debatido ese punto en los días posteriores al 9 de Abril. Estas pequeñas dudas demuestran que la idea de la
infiltración comunista ya era una poderosa arma ideológica en Colombia.

202
años después, los diarios continuaron condenando la barbarie del pueblo por sus ac-
ciones. En la prensa, el dolor y la cúpula del pueblo se fueron revitalizando y los
políticos demostraron que ellos tampoco creyeron en la conspiración comunista. Ne-
cesitaban condenar al pueblo. Su trauma subsiste". El final del 9 de Abril no es el
mismo para los políticos que para el pueblo.
Aún es imposible determinar el fin del 9 de Abril. No existe un momento o una
fecha. Posiblemente no se conocerá hasta que no se conmemore lo que quedó sobre el
pavimento esa noche. /Existe en algún lugar del país un monumento a los muertos del
9 de Abril?"
Los jefes políticos hicieron hasta lo imposible para que el 9 de Abril tuviera una
rápida conclusión. Para ellos ese momento llegó, aparentemente, el día 20, pero de
cualquier manera se alargó porque el nuevo gobierno trató de enterrar a Gaitán desde
muchos días antes. Este 9 de Abril terminó lejos del centro de la ciudad, del capitolio
y de los edificios que simbolizaban la nación, en la Calle 42 Nº 15-04, en uno de los
barrios nuevos que empezaban a alargar la ciudad hacia el norte. No fue un lugar
público sino privado, en la casa particular de Gaitán, rápidamente convertida en
monumento nacional para hacer posible el sepelio del caudillo.
Los políticos no tenían otra alternativa que la de permitir y organizar un sepelio
público. Si enterraban a Gaitán clandestinamente en una tumba sin nombre, estarían
promoviendo su ya inevitable martirio y les quedaría imposible convertido en un polí-
tico semejante a ellos. Enterrándolo públicamente lo convertirían en un civilista; de
no hacerlo se tornaría el muerto en un caudillo subversivo.
iPero dónde sepultarlo? Primero corrió la bola de que los restos descansarían al
lado de la estatua del Libertador. Luego que sería en la Calle Real, donde fue asesina-

11. Las palabras pronunciadas después del 9 de abril para condenar al pueblo son interminables. El más
cruento ataque es el de Calibán, en su Danza de las Horas, El Tiempo, 16 de abril, 1948, p. 4. Ideas similares, pero
algo más sutiles se pueden leer en Jornada, el periódico gaitanista. Esta perspectiva casi siempre trata de
establecer que la historia del país se partió en dos, con una Colombia civilizada antes del 9 de Abril, y otra
después, vuelta a la barbarie por las acciones del pueblo. Luis López de Mesa fue el intelectual que más se esforzó
en este sentido. Ver su Perspectivas culturales, Bogotá, 1949. Ver también Augusto Ramírez Moreno, "La
tragedia nacional del 9 de Abril", en El Tiempo, 1Ojulio, 1948, p. 4¡ Silvio Villegas, "Aventura y reconstrucción",
en Sábado, 8 de mayo, 1948, p. 3. El artículo de Aureliano Angarita Cárdenas en El Siglo, 27 agosto, 1948
también es importante. El libreto de historia popular de Arturo Abella, Asi fue el 9 .de Abril, publicado en
Bogotá en 1973 continúa esta corriente.
No me queda mayor duda de que el pueblo sí se sintió condenado y que muchos, además sintieron
vergüenza por algunos de los actos que cometieron el 9 de Abril. Sin embargo, esta idea es parte de la historia
oficial del 9 de Abril, y ninguna persona de las que logré entrevistar dijo que había cometido algunos de los actos
que más caracterizan al 9 de Abril. Muchos en esas multitudes de aquella tarde seguramente no sintieron ninguna
vergüenza, aún con las constantes condenas que leyeron y oyeron.
12. Hay dos testimonios a los muertos de 9 de Abril. Darío Samper, "Los muertos del pueblo", en
Jornada, 25 abril, 1948, p. 2; Miguel Otero Silva, "La chusma de Jorge Eliécer Gaitán'', enJorruula, 9 mayo, 1948
y en Sábado, 15 mayo, 1948, p. 13. El poema de Otero Silva, venezolano, fue originalmente publicado en El
Nacional de Caracas. El único intento de entender al pueblo del 9 de Abril por parte de los que vivieron esos
momentos, es el de Luis Vidales, La insurrección desplomada: el 9 de Abril, su teoría, su praxis, Bogotá, 1948. Una
defensa legal de los insurgentes, especialmente los líderes liberales, gaitanistas y los radioamotinados es la de Luis
Carlos Pérez, Los delitos políticos: interpretación jurtdica del 9 de Abril, Bogotá, 1948. Otro que entendió bastante
bien las motivaciones de la multitud fue Abelardo Forero Benavides. Ver especialmente su "Viaje al fondo de la
noche: lo que vienlarevolución", en Sábado, 1º mayo, 1948, p. l.

203
do en 1914 el caudillo liberal Rafael Uribe Uribe 13 • Pero ambos eran lugares públicos
que llamarían a futuras manifestaciones. Además, se encontraban dentro de las cua-
dras prohibidas, destruidas, y en esos días militarizadas. Los jefes temían que el pueblo
regresara al centro de la ciudad para las honras fúnebres. Pensaron que sepultar a
Gaitán a unas pocas cuadras de Palacio, sería instigar un segundo motín, peor que el
primero. Todos se acordaban que el 10 de abril la viuda de Gaitán había amenazado
encabezar, con su hija y el ataúd, una manifestación para derrocar al gobierno. Tam-
bién se pensó en el Cementerio Central, pero quedaba demasiado cerca y era muy
público. Además, estaba atascado de cadáveres.
Pero los políticos no tenían el cuerpo de Gaitán. En la larga y parsimoniosa noche
del 9 de Abril se habían olvidado del muerto. Durante las primeras horas de la madru-
gada, doña Amparo y el Dr. Pedro Elíseo Cruz lo habían llevado a su casa. Ahí, un
pequeño grupo· de fieles gaitanistas protegían, las 24 horas del día y con fusiles, el
cadáver del capitán para que no se lo pudieran robar 14 •
El problema más inmediato al que se enfrentan los políticos fue el que la viuda de
Gaitán se rehusaba a permitir el sepelio de su difunto marido antes de que Mariano
Ospina Pérez dejara el poder. Además, no quería que Eduardo Santos ni Carlos Lleras
Restrepo tomaran su lugar 15 • Insistía en que el asesinato había sido un crimen político
organizado en los círculos conservadores más poderosos, con la muy probable confabu-
lación de los liberales. Sin decirlo abiertamente, la viuda comprometía a Santos y a
Lleras en la muerte de su esposo. La CTC, bajo la dirección del a veces gaitanista
Víctor Julio Silva se unió al llamado de doña Amparo y mantenía la huelga general
decretada el mismo 9 de Abril 16 •
El entierro, fijado para el día 12, fue aplazado tres veces 17 • Tres días después, los
liberales convencieron a Silva que levantara la huelga. Se había encontrado una
solución feliz al apuro. El 17 los liberales llegaron a un compromiso con doña Amparo;
ofrecieron comprar la casa, convertirla en un monumento nacional y museo popular,
con tal de que permitieran que enterraran a su marido en su propia casa. Doña Ampa-
ro se acordaba de que a Franklin Delano Roosevelt lo habían sepultado en su jardín y
pensó que el pequeño terreno frente a la casa, sería el lugar apropiado para que des-
cansara Gaitán 18 • También accedió a tomar parte en los funerales; no se habló más de
cambios en la presidencia.
La solución superaba las esperanzas de los políticos. No tendrían que mover a Gaitán.
Su cuerpo no sería expuesto una vez al público. Lo enterrarían en las afueras de la
ciudad, en un edificio particular, en vez de un sitio histórico en el centro. El pueblo
seguramente sentiría orgullo y satisfacción al ver la casa del caudillo convertida en
monumento nacional. Además, en frente de esa casa el pueblo no encontraría un espa-
cio grande donde congregarse. Gaitán, el hombre que nunca fue aceptado en la vida

13. El Liberal, 11 abril, 1948, p. l.


14. Entrevista Nº 5, con Pío Nono Barbosa, 9 abril, 1979.
15. U.S. Department of State, Bogotá Consular Post Files, 800, Colombian Revolutions, Beaulac to
Secretary of State, Telegram N2 248, 14 abril, 1948.
16. !bíd., Telegram N2 258, 15, 1948.
17. New York Times, 14 abril, 1948, pp. 1 y 17; 17 abril, p. 7; El Tiempo, 18 abril, p. l.
18. Conversaciones con doña Amparo Jaramillo vda. de Gaitán, noviembre, 197_9.

204
pública de los tradicionales partidos políticos del país, descansaría fuera de los límites
físicos de ese alto mundo.
Una vez tomada la decisión, los liberales decidieron convertir el funeral en una
gran manifestación de apoyo popular al partido, y así restablecer el control sobre la
muchedumbre. Conscientemente intentaron repetir la disciplina popular y el tono
sombrío que Gaitán había impuesto a la Manifestación del Sílencio, de hacía solo dos
meses. El entierro se prestaba para tal esfuerzo. Los gaitanistas, por medio de su diario
Jamada, llegaron a implorar a sus lectores que actuaran tal como lo habían hecho en
esa ocasión 19 • El silencio del pueblo expresaría el control de los liberales sobre la mul-
titud y la adhesión de ésta a su liderazgo. Sobre el silencio del pueblo intentaron
imponer su arte retórico.
Un hecho central se les escapó. El silencio que Gaitán había podido crear en la
Plaza de Bolívar el atardecer del 7 de febrero simbolizó su anhelo porque hubiese vida y
no violencia en Colombia. Ese silencio no era, como el del 20 de abrí!, un reconocimien•
to a la muerte. La Manifestación del Silencio protestó contra la violencia que infringía
el gobierno con todo su poder. El ritual de las honras fúnebres que organizado desde el
poder, sobre los seguidores de Gaitán había suplicado al Presidente que devolviera el
orden y la civilización a la vida cotidiana del país. Hablando en nombre del pueblo,
Gaitán había desafiado las tradicionales jerarquías del poder político. Con la manifesta•
ción de abril los liberales quisieron restaurar esas jerarquías mediante un espectáculo
público en el cual la multitud representaría el papel tradicional del espectador pasivo.
Durante su vida Gaitán supo situarse entre los políticos y el pueblo. Ahora los
políticos se encontraban frente a ese pueblo sin Gaitán. La ceremonia fue corta. Se
llevó a cabo en el Parque Nacional, también al norte de la ciudad, a pocas cuadras de
la casa de Gaitán. Como carecía de balcón, se construyó una pequefta tarima. Los
parlantes fueron colgados de los árboles. Fueron honras fúnebres sin un cadáver,
Tres oradores hablaron ante más de cien mil personas20 • Dos gaitanistas, Darlo
Samper y Jorge Uribe Márquez, pronunciaron elocuentes y poéticos panegíricos. Pero
el hombre que pronunció el discurso principal fue Lleras Restrepo, el nuevo jefe libe• ·
ral y el más obstinado adversario de Gaitán. Cuando empezó a hablar, algunas perso•
nas le dieron la espalda21 •
Comenzó lentamente, con una voz que casi no se le oía. "Señores liberales: reinicia
aquí el desfile de las masas del pueblo que van a rendir su postrer homenaje al cadáver
del que hasta hace pocos días vieron a su cabeza, indomable y fuerte, como un símbolo
de todos los anhelos populares, como una enseña de radicales reivindicaciones ... "22 •

19. Jornada, 20 abril, 1948, p. 4.


20. Esta es la cifra más citada por la prensa. Es la misma que para los manifestantes del 7 de febrero. Ame,
del 20, el New York Times informó que 100.000 personas se esperaban para los funerales. Sin embargo, ese mlsmo
periódico estimó que únicamente 20 mil personas habían asistido al Parque Nacional. Varias de las fotos que
aparecen en la prensa nacional en los días siguientes son fotos compuestas, que hacen parecer que la muchedum~
bre fue bastante más grande de lo que aparentemente fue. Véase New York Time.s, 21 abril, 1948,
21. Entrevista N2 21, con Luis Eduardo Ricaurte, 2 noviembre, 1979.
22. El discurso de Lleras Restrepo está reproducido en El Tiempo, 21 abril, 1948, p. 13. Lleras lo volv!ó
a imprimir en su revista, Nueva Frontera, treinta años después del 9 de Abril. Véase Nueva Frontera, Ni;¡ 175,
abril 5-11, 1978, pp. 11-14.

205
Lleras Restrepo habló de la única forma que él conocía, como un político. Parado
frente a la multitud, no se comunicó directamente con ella. Habló del pueblo. A
través de ese pueblo de dirigió a los señores liberales, los cuales, a su parecer, eran
quienes influían en la historia. Lleras Restrepo situó nuevamente, la oratoria como el
arte expresivo del mundo político. Manifestó que a él también lo oprimía la pena del
pueblo. Habló de la relación que Gaitán había establecido con el pueblo como si éste
estuviera fuera de su propia existencia. Repitió a los líderes lo que todos hacían sen-
tido cuando Gaitán tenía vida: "Por semanas, por meses, por años, mantuvo Gaitán
con el pueblo un diálogo ininterrumpido cuyo sólo recuerdo causó asombro, y llegó un
momento en que ya no fue posible distinguir entre esas dos voces: la de Gaitán y la del
pueblo".
Las palabras de Lleras demostraron a las claras que sí entendió lo que Gaitán
había significado. Aconsejó a lo liberales que siguieran su ejemplo, porque había teni-
do éxito donde ellos habían fracasado. "Gaitán tuvo la sensibilidad despierta para
recoger el vago clamor de las multitudes agitadas". Después de Gaitán, al pueblo ya
no se le podía excluir de la vida pública.
Atrás queda el gesto vanidoso de quienes creen poder sacar de sus propias cabezas todos los
programas políticos, como si estos no tuvieran que ser forzosamente la sistemática y ordenada
interpretación de los anhelos populares. Atrás queda el aristocrático aislamiento de los grupos
rectores, porque no hay gestión política que no languidezca y pierda vida cuando se cortan los
canales por los que la alimenta la fecunda savia popular. Atrás las orientaciones imaginadas en
círculos estrechos, que no se cree necesario explicar abiertamente en el aire libre el ágora. No
podrá ya hacerse en Colombia una política que merezca tal nombre sino con el pueblo, debatién-
dola francamente con el pueblo... Nada remediaremos con alejarnos de las masas y con hacer que
se sientan extrañas a nosottos.
En su oración fúnebre Lleras Restrepo señaló la distancia que existía entre los
políticos y el pueblo, como si ambos vivieran en mundos separados, en dos diferentes
países. El pueblo no pudo sentir su participación en la ceremonia del Parque Nacional.
Con Gaitán muerto, el país político y el país nacional se volvieron a separar. Con esa
separación la violencia se intensificó y el país retrocedió hacia la culata.
Después de las tres oraciones, doña Amparo y su pequeña hija Gloria encabezaron
el desfile que fue al encuentro del cadáver. Los políticos llegaron antes que la familia.
Entraron por la angosta puerta de la casa. El Tiempo había informado con anterioridad
que al caudillo no se le iba a poder enterrar en el jardín por "inconveniencias técni-
cas"23. Aparentemente era un lugar demasiado público. Un capellán del ejército y dos
curas párrocos oficiaron mientras los gaitanistas sepultaban el ataúd en un profundo
hueco en la sala de la casa24 • Se observó un minuto de silencio. Los líderes liberales se
fueron25 • Durante toda la tarde el pueblo desfiló ante la tumba. A las seis, hora del
toque de queda, la angosta puerta se cerró. De nuevo el pueblo se quedó por fuera.

23. El Tiempo, 19 abril, 1948, p. 13.


24. Pío Nono Barbosa Barbosa, quien dijo haber estado en la casa de Gaitán cuidando el cadáver del 10
al 21 de abril, dijo que en su vida había visto un hueco tan profundo. Entrevista N2 5. La tumba fue construida
de cemento y el féretro metido en una caja hecha de tres capas de zinc. El Tiempo, 21 abril, 1948, p. 16; New York
Times, 21 abril, 1948, p. 16.
25. Conversaciones con doña Amparo Jaramillo vda. de Gaitán.

2CXi
3. El desenredo
Pocas horas después del asesinato de Gaitán, los jefes liberales y conservadores se
unieron. El hecho de que lograran establecer contacto esa tarde y que se pudieran
juntar durante la noche, es posiblemente lo más sobresaliente del absurdo 9 de Abril.
Los jefes se reunieron sin saber cómo se había propuesto la conversión. Lo liberales
pensaron que los conservadores los habían invitado, y éstos, que los liberales habían
pedido ir a Palacio. El contacto entre ambas partes se inició cuando los liberales esta-
ban en la Clínica Central y Ospina Pérez se había rodeado de la mayoría de su gabine-
te. Fue una disimulada conversación telefónica entre dos moderados: el liberal Alfon,
so Araújo y el conservador Camilo de Brigard Silva26 • Los dos se conocían bien y
habían participado juntos en más de un gabinete bipartidista. /Quién hizo la llamada?
iQué fue lo que se dijeron?
En esos momentos tan tensos, /sería suficiente una comunicación oral para asegu-
rar que los líderes de ambos partidos llegaran a un acuerdo? iAraújo habrá pedido ser
recibido con los otros liberales? O, si ide Brigard Silva surgió la reunión? /Tenía auto.-
rización del presidente o estaba actuando independientemente? Cuando colgaron,
Araújo le comunicó a los liberales que había hablado con Palacio y que los esperaban,
y de Brigard Silva informó a algunos conservadores que los liberales se reunirían con
ellos.
La confusión que surgió alrededor de la conversación telefónica permitió a ambos
bandos sacar conclusiones propias y jugar las cartas como les correspondía. Los conser-
vadores, que se sentían con el derecho de actuar en contra de los recursos demagógicos
que los liberales utilizaban para ejercer la vida pública ante la chusma urbana, tenían
que mantener esos principios en ese momento de crisis. Ellos no habían provocado el
motín, no habían matado a Gaitán y no habían tomado las estaciones radiofónicas
para arengar al gentío a que destruyera la ciudad. Eran los representantes legítimos
del orden y de la Constitución y sólo habían defendido al Palacio de la iracunda
muchedumbre. Para los conservadores lo más importante era pensar que ellos podían
manejar solos la crisis. Siempre se habían apoyado en una imagen de orgullo y autosu-
ficiencia, ya que eran pocos los lazos que los unían a la sociedad. Difícilmente se
podían dar el lujo de mostrar la debilidad de carácter y falta de confianza que una
petición de ayuda a los libeiales pudiera suponer. Ellos se definían por su comporta-
miento público, especialmente cuando la vida pública se veía amenazada.
Para los liberales las presiones provenían del pueblo. Durante esos momentos en la
Clínica Central, después de que Araújo les informó que se había comunicado con
Palacio, se dieron cuenta de que al acatar el llamado del presidente constitucional se
oponían a la voluntad popular. De hecho, al establecer contacto con la oposición,
estaban dando la espalda al pueblo. Mientras las multitudes en las calles pedían la
caída del régimen conservador, ellos hablaban con ese gobierno.
Cuando los liberales salieron de la Clínica Central se encontraron con un mundo
extraño y peligroso. Es muy comprensible que quisieran pasar rápidamente por en

26. Abelardo Forero Benavides, op. cit., en Sábado, 1º mayo 1 1948, p. 1; Daría Echandía, "La historia
también es con los muertos". Entrevista con Gabriel Gutiérrez publicada en Lecturas Dominicales, El Tiempo, 8
abril, 1973, p. l; Carlos Lleras Restrepo, entrevistado por Antonio Montafia, en El Tiempo 1 8 abril, 1973, p. l.

207
medio de las masas y a la vez estar lejos de ellas. Tampoco es sorprendente que fueran
incapaces de impartir órdenes. Más aún, la timidez que mostraron toda la tarde fue
resultado de la conversación telefónica. El telefonazo los salvó de tomar la decisión
entre ser líderes de un movimiento revolucionario que dertocaría al gobierno conser-
vador nacional y el control sobre el pueblo. La mencionada conversación los convirtió
en lo que ellos querían ser: civilistas. Ya no era significativo si esa conciliación nacio-
nal se basaba en el viejo régimen conservador o en un nuevo régimen liberal. Eso era
un problema para después. Lo importante en esos momentos era que los líderes, ellos
mismos, representado a la nación más que a las multitudes, tomarían la decisión.
Entre las tres de la tarde, hora en que se hizo la llamada, y las siete de la noche,
cuando Araújo llamó a Palacio para confirmar que estaba a punto de llegar, los jefes
no se volvieron a comunicar. 1Por qué los liberales no restablecieron contacto con
palacio antes, cuando se tardaron tanto tiempo en llegar? Tuvieron cuatro horas para
hacerlo. /Por qué los conservadores no averiguaron qué estaba demorando tanto a los
liberales?
Una vez más, la confusión permitió a los actores representar sus conocidos papeles.
Liberales y conservadores tenían poco que decirse. Los primeros debieron haber pensado
varias veces hacer esa llamada durante su largo viaje; mientras que los segundos han de
haber estado imaginándose si los liberales iban a llegar o si dirigían al gentío contra
Palacio.
Los conservadores no pudieron hacer una llamada semejante por las mismas razo-
nes que los habían detenido de hacerla, poco antes esa misma tarde. En esos momen-
tos en que el Palacio ya había sido defendido y su posición asegurada, tenían todavía
menos motivos. Por su parte, los liberales no sabían cómo irían a responder los conser-
vadores a otra llamada. Tal vez, los hombres en Palacio habían cambiado de parecer o
algunos de los miembros más intransigentes del partido opositor habían convencido a
los otros de que no los tomaran en cuenta. Tal vez los conservadores sintieron que los
liberales ya no eran necesarios. Si los liberales hubieran llamado en medio de su pre-
dicamento en las calles, hubieran expuesto una debilidad que, además de ser vergon-
zosa, les habría dificultado hacer sus demandas una vez reunidos. De esa manera
podían llegar como los liberales de siempre que defendían sus propios principios y los
de sus seguidores. Por eso, mientras más tardaron los liberales en acercarse a Palacio,
más fuertes eran las motivaciones de los contrarios para quedarse callados.
La suerte jugó también un papel importante. Mucho de lo sucedido entre los jefes
políticos pudo haber ocurrido de diferente manera. Las actuaciones de los principales
protagonistas no se determinaron desde el principio. Pequeñas cosas y otras no tanto,
pudieron haber cambiado el curso de los acontecimientos. El hecho de que Ospina
Pérez hubiera llegado al Palacio antes de que el pueblo se amotinara fue bastante
accidental. Si hubiera salido de la feria agropecuaria un poco más tarde, como había
sido su intensión original, la multitud seguramente habría rodeado el carro presiden-
cial y él se habría encontrado a merced de ella. Tal vez lo hubieran tomado como
rehén o hasta lo hubieran matado. La conversación entre Araújo y De Brigard tam-
bién fue algo accidental. Ésta hubiera podido ser, por cualesquiera razones, entre
Araújo y Laureano Gómez, en cuyo caso es difícil imaginarse a qué clase de acuerdo
hubieran podido llegar.

208
Estos ejemplos son importantes porque muestran que hay más lógica detrás de
algunos acontecimientos inesperados que de otros. La decisión del presidente de salir
de la exposición a otra hora fue una simple casualidad. El hecho de que fueron dos
moderados en medio del caos existente quienes establecieron contacto por teléfono
no fue tan fortuito, puesto que a lo largo de la convivencia siempre hab(an sido los
moderados los que se habían responsabilizado de persuadir a los intransigentes de sus
respectivos partidos a conferenciar.
Había una cierta lógica en lo ocurrido esa tarde. Los dirigentes de los dos partidos
se pudieron entrevistar porque los conservadores sustentaban el poder y los liberales
estaban en la calle. Si los conservadores hubieran tenido que trasladarse en medio de
la chusma, el encuentro nunca hubiera tenido lugar. Los conservadores no se hubie,
ran atrevido a lanzarse a las calles ni siquiera en el caso de que la muchedumbre no
hubiera dirigido su furia hacia ellos. Los liberales nunca temieron a la multitud bogo•
tana como la temían los conservadores.
También es lógico que ese día la mayoría de los conservadores que estaban en
Palacio fueran los moderados y que la mayoría de los liberales que llegaron al recinto
presidencial sostuvieran fuertes lazos con el presidente. El único gaitanista entre ellos,
Jorge Padilla, no era ni había sido de los principales miembros del movimiento. Por su
parte, de los conservadores los más intransigentes como Gómez, Montalvo y Andrade,
nunca arribaron al Palacio. El presidente había pedido que se quedaran por fuera.
Eduardo Zuleta Ángel, el conservador que por años había mantenido los más estre,
chos vínculos con los liberales, era quien esperaba su llegada21 •
La representación liberal incluía a Alonso Arango Quintero y a Julio Roberto
Salazar Ferro, ambos miembros de la delegación que había visitado al presidente du,
rante los anteriores meses conflictivos. También iba Alfonso Araújo quien tenía varios
amigos conservadores y había jugado papeles importantes cuando se trataba de resol,
ver discrepapcias entre los partidos28 • Don Luis Cano daba a la delegación experiencia
y prestigio. El y Eduardo Santos habían sido de los arquitectos de convivencia a través
de sus respectivos periódicos. Otro, Plinio Mendoza Neira, gran conservador que sua,
vizaba inevitables tensiones, había servido como punto de contacto entre Gaitán y los
jefes liberales. El más sectario de la delegación liberal era Carlos Lleras Restrepo,
No menos importantes eran los líderes del otro partido. Ospina Pérez había salido
victorioso de las elecciones presidenciales dos años antes porque, como moderado con
varios admiradores dentro del Partido Liberal, había sabido tomar ventaja de la divi,
sión de éstos, lanzándose como candidato nacional. A través de su presidencia había
tratado de forjar un gobierno bipartidista, lo que le mereció el respeto de muchos
liberales. Por el otro lado, Darlo Echandía se había retirado de muchas campañas
políticas porque era renuente a tomar posiciones políticas fuertes. Siempre se mostró
remiso a participar en las tramas del poder. Ambos, Ospina Pérez y Echand!a eran
hombres por demás calmados y razonables.
Cuando los liberales se reunieron con los conservadores, acababan de vivir los
momentos más aterradores de sus vidas. En sólo unas horas habían experimentado una
27. Semana, 14 junio, 1947, p. 9.
28. Juan Lozano y Lozano, 1'Alfonso Araújo", en su Ensayo,s críticos ~Mis contemporáneos, Bogotá, 1978,
pp. 442-443; Semana, 9 diciembre, 1946, p. 17.
escala de muerte y destrucción como nunca se lo hubieran podido imaginar. Vieron
los edificios públicos en llamas. Es posible que por primera vez hayan sentido que sus
vidas peligraban. De repente, la violencia del campo les pareció muy cercana. Su
personalidad pública ya no les protegió, sino al contrario, se sintieron amenazados
precisamente por ella. Cuando los liberales llegaron a Palacio, los conservadores ya
sabían que habían sobrevivido a la crisis. Por su parte, los liberales se sintieron alivia-
dos de estar detrás de las paredes protectoras del Palacio y de la Guardia Presidencial.
No es de asombrarse que hicieran hasta lo imposible para quedarse ahí toda la noche
y no salir a las oscuras calles de Bogotá.
La hora precisa en que los liberales llegaron a Palacio ha sido un punto muy contro-
vertido. Las acciones de los políticos durante el 9 de Abtil se han convertido en debates
de singular importancia histórica, especialmente para los protagonistas. Existe una dife-
rencia de hasta tres horas en las estimaciones de los conservadores y los liberales29 •
Desde el punto de vista conservador, mientras más tardaron los liberales en llegar, más
independientes podían considerarse sus decisiones, al mismo tiempo que los liberales se
tomaban cada minuto en más indecisos e inseguros. A los liberales les importaba esta-
blecer que no se habían tardado tanto, y todavía más significativo, que no habían llega-
do cuando todo se había acabado y el pueblo había regresado a sus casas. Los liberales se
acercaron más a la verdad. A las siete de la noche el embajador de los Estados Unidos,
Willard Beaulac, telegrafió a Washington que los liberales estaban en Palacio30 •
Una vez que llegaron, los liberales tuvieron que justificar su presencia en Palacio.
Los conservadores se mostraron sorprendidos ante la creencia de sus contrarios, de
que el presidente los había invitado. Por su parte, los recién llegados responsabilizaron
a los conservadores de la invitación. Estos a su vez, aclararon que los liberales estaban
ahí por motivo propio e indirectamente los invitaron a salir de Palacio o idear una
solución en que ambos pudieran estar de acuerdo. Los conservadores habían ganado
la batalla del silencio. Les tocaba a los liberales hacer las propuestas, y los conservado-
res, con los brazos cruzados esperaron pacientemente las sugerencias de los liberales.
La supuesta invitación a Palacio ha generado otra controversia histórica, no me-
nos importante que la del comportamiento mismo de los políticos. Los liberales insisti-
rían que fueron invitados por De Brigard Silva, pero que nunca tuvieron la certeza de
la autorización del presidente". Un mes después de. los hechos, De Brigard mandó
una carta a Ospina Pérez asegurándole que él no lo había hecho32 • Sin embargo,
veinticinco años más tarde admitió que él hizo la llamada, pero que vaciló cuando

29. Rafael Azula Barrera, De la revolución al orden nuevo, Bogotá, 1956, p. 365; Joaquín Estrada
Monsalve, El 9 de Abril en Palacio, Bogotá, 1948, p. 24; Marian'o Ospina Pérez, "Las horas dramáticas en el
Palacio Presidencial", en Lecturas Dominicales, El Tiempo, 8 abril, 1973, p. 2; Gerardo Molina, Las ideas
liberales en Colombia: de 1935 a la iniciacwn del Frente NacioMl, Bogotá, 1978, p. 212; Forero Benavides,
"Viaje ... ", p. 1, Semana, 24 abril, 1948, p. 12.
30. U.S. Department ofState, Decimal file 821.00/4-948. lncoruning Telegram Nº 195, 9 Abril, 1948,
8:11 p.m.
31. Echandía, entrevista con Gabriel Gutiérrez en Lecturas Dominicales, p. 1; Forero Benavides, op. cit., en
Sábado, p. l; Lleras Restrepo, entrevista con Antonio Montaña, Lecturas Dominicales, 8 abril, 1973, p. l.
3 2. Una copia de esa carta se encuentra en la versión del 9 de Abril escrita por doña Bertha Hemández
de Ospina Pérez, pp. 7~9, El autor tiene una copia en sus ficheros, que le fue entregada por doña Bertha el 22 de
noviembre, 1979.

210
Araújo le preguntó si la invitación venía del presidente 33 ." " ... Tan pronto me enteré
que Gaitán había sido asesinado, pensé que la única manera de resolver la crisis sería
facilitando un entendimiento con los liberales"34.
Estas aparentemente insignificantes discusiones sobre la hora de llegada, quién
hizo la llamada, qué se dijeron unos a otros, fueron especialmente importantes para
aquellos que valoraron las posiciones que tomaron durante ese día. Indiferentemente
de las imágenes que han querido difundir los jefes, los conservadores sabían que los
liberales venían, y éstos que los estarían esperando. Es difícil creer que en esos mo-
mentos de confusión y miedo, De Brigard se hubiera reservado su tranquilizadora
noticia y no la hubiera participado a sus colegas 35 • Como quiera que fuese, poco antes
de que los liberales en la Clínica Central decidieron ir al Palacio, Alberto Arango
Tavera se trasladó de la clínica al Ministerio de Guerra. Ahí, los ministros conserva-
dores, Andrade y Anzola Cubides, habían mantenido comunicación constante con el
Palacio. Si De Brigard se hubiera quedado callado, los conservadores se habrían ente-
rado de las noticias por medio del Ministerio de Guerra. Además, durante toda la
tarde la radio emitió la noticia de la visita de la delegación liberal al Palacio. La
muchedumbre, otros liberales y los gaitanistas esperaban algo de la conversación. Todo
mundo sabía en Bogotá que los liberales iban en camino, y no hay razón para creer que
el gobierno no estuviera enterado.
iQué fue lo que los conservadores pensaron durante la tardanza de los liberales?
Años después, Ospina Pérez recordó haber sido informado por De Brigard sobre su
conversación con Araújo y que los liberales se encaminaban al Palacio. Sin embargo,
el presidente siempre mantuvo que él no lo autorizó para invitarlos. También recordó
que De Brigard le había dicho que ellos habían sugerido venir 36 • El saber que los
liberales planeaban verse con ellos necesariamente tranquilizó a los conservadores y
reaseguró su orgullo y su inflexibilidad. Por otra parte, los liberales llegaron tarde. Pero
una vez estuvieron juntos nuevamente, sostuvieron la conversación más celebrada de
la historia. Antes de que empezara la larga y confusa preparación para esta conversa-
ción, cuando los liberales aún se encontraban en la Clínica Central, Bogotá todavía
estaba en pie. Cuando al· fin los jefes se reunieron, la ciudad ya estaba destruida. Y
mientras conversaban durante esa larga noche, el silencio reinaba en las calles y las
casas de la ciudad.

4. El clímax
En la segunda oleada de violencia sobre la ciudad después de las dos y media de la
tarde, las multitudes no eran diferentes a las que estaban en el centro cuando asesi-
naron a Gaitán: sin embargo, ya no podían actuar de la misma manera. No podían
atacar el Palacio, seguir a sus dirigentes o quemar El Siglo. La chusma se encontró con
una situación en la cual el pueblo ya había sido reprimido y muchos habían muerto; las

33. Arturo Abella, op. cit., p. 42.


34. !bid.
35. En uno de los últimos relatos del 9 de abril 1 Abella de nuevo mantiene que nadie en el Palacio pensó
que era posible establecer contacto con los liberales, Ibid., p. 42.
36, Ospina Pérez, "Las horas dramáticas .. .11 , op. cit., p. 2.

211
ferreterías habían sido saqueadas, tranvías y carros volcados, las estaciones de policía
tomadas, los presos liberados y tres o cuatro edificios quemados. La vida humana y la
propiedad privada ya habían sido violadas.
Todas las calles del centro, menos aquellas alrededor de Palacio, estaban contro-
ladas por la muchedumbre que gozaba de complero anonimato; ni siquiera los conoci-
dos se reconocían pues el dolor y la ira habían transformado sus caras37 • Los dirigentes
liberales y los conservadores habían desaparecido. Gaitán, quien era el que les impar-
tía el orden ya no existía. En ese vacío la multitud se encontró a sí misma y sintió
fuerza y valor a pesar del miedo que experimentaba por el hecho de que su líder había
muerto. El futuro les parecía más incierto que el presente que les era desconocido.
La inhabilidad de la multitud para enfocarse en objetivos políticos específicos,
abrió la brecha para que surgiera una oleada de ira en contra del orden jerárquico. Su
incapacidad para actuar de acuerdo con las líneas partidistas los lanzó contra los
símbolos del poder. Ya no querían derrocar el gobierno conservador; querían invertir
todo lo que conocían y destruir todo lo que antes había sido respetable .. Lo que había
sido legítimo dejó de serlo. Los edificios públicos fueron tomados por el pueblo; toma-
ron todo lo que no habían tenido y lo que les costaba caro y barato; lo que había en el
mundo de los políticos fue arrasado por el pueblo. Los líderes dejaron de serlo. La
multitud se apoderó y sistemáticamente destruyó todos los símbolos de poder, injusti-
cia y exclusión, que antes habían aceptado con tanta deferencia.
Este tipo de multitudes se repite a los largo de la historia, y sus comportamientos
comunes son obvios38 • No obstante, cada una es diferente, ya que las frustraciones
surgidas, los odios que motivan la revuelta, y las imágenes y los objetos que se persi-
guen son diferentes.
Las multitudes enfurecidas que se apoderaron de Bogotá eran el producto del
sistema político, de la severa exclusión de la que habían sido objeto tanto de liberales
como de conservadores, y por la lenta y simbólica inclusión a la vida pública que había
experimentado durante el liderato de Gaitán. Constantemente insultado por ser sucio
e ignorante por aquellos que se consideraban cultos e inteligentes, el pueblo había
obtenido una imagen propia más positiva gracias a Gaitán. A la vez, Gaitán mostró a
aquellos que se decían ser los líderes naturales de la sociedad, ser menos mortales,
hombres mediocres detrás de máscaras, que gobernaban para su propio interés más
que para el del pueblo.
Las multitudes que se apoderaron de Bogotá surgieron de Gaitán, de la profunda
relación personal que había establecido con sus miles de Seguidores. Gaitán condujo
al pueblo hasta la mitad del camino, entre una vida de exclusión del quehacer políti-
co, a una existencia en la cual de alguna manera participaba en la vida pública.

3 7. Luis Eduardo Ricaurte se acuerda que no podía reconocer a nadie en esas calles, y que a él tampoco
lo reconocían, lo cual es muy diciente, ya que el guardaespaldas de Gaitán era todo un personaje en las calles de
Bogotá. Ricaurte se le acercaba a la gente pensando que eran amigos, conocidos, o miembros de la JEGA o el
movimiento gaitanista, hasta que se daba cuenta que le estaba hablando a extraños, los cuales lo miraban
estupefactos. Entrevista N 9 21.
38. Elias Canetti entendió, desde un punto de vista antropológico, este tipo de multitud. Ver su Crowds
and power, originalmente escrito en alemán como Masse und Macht, y publicado en 1960. La versión en inglés se
publicó en Nueva York en 1962.

212
Gaitán había sido la expresión de una alternativa. Su muerte arrojó a sus seguidores
nuevamente al mundo de las viejas e irreversibles jerarquías, y a su humilde y respe•
tuoso lugar en la sociedad. El antiguo mundo anónimo con líderes distantes se mate•·
rializó otra vez.
La conducta de las multitudes en Bogotá la tarde del 9 de Abril significó que se
rehusaban a regresar al pasado, a retroceder la distancia que ya habían recorrido. Pero
el pueblo no podía seguir su camino sin Gaitán. iCómo iban a tomar el poder tan repen-
tinamente? iY solos? Ni siquiera se les había ocurrido la idea. Reacios a volver atrás e
incapaces de seguir adelante, la furia y la frustración de la muchedumbre solo tenía una
salida. La destrucción de una sociedad en la cual ya no podían vivir. El valor para
destruir provino de la pérdida que sintieron con la muerte de Gaitán, del sentido de
orgullo y cohesión que les había ofrecido, y del odio que había mostrado por los jefes
naturales. La destrucción de la ciudad es un indicio de que el pueblo no quería regresar
por el camino de la culata.
Al caminar por las calles de Bogotá durante esa tarde, el gaitanista José Vicente
García sintió que la multitud enfurecía a su alrededor, sólo quería "destruir y quemar
todo, para poder reconstruir de nuevo" 39 • Por otra parte el líder sindical gaitanista
Hernando Restrepo Botero pensó que el pueblo quería destruir por el solo hecho de
destruir40 • El abogado gaitanista Luis Cano Jacobo, reflexionando sobre lo que vio, no
se imaginó cómo algo hubiera quedado en pie41 •
Parecía que los partidarios de Gaitán estaban decididos a terminar con la vida
individual y colectiva para que el orden social no sobreviviera a la muerte de su líder.
Uno de los dirigente gaitanistas propuso seriamente envenenar el agua de la ciudad
para que la. población siguiera el camino del muerto42 • Una figura sollozaba en una
esquina, gritándole a nadie en particular: "iVengan cobardes, mátenme! iSoy liberal!
iAquí! iMátenme!". Otro, desafiante gritaba: "iVengan a cogerme, cobardes, si se
atreven! "43 •
Los amotinados se emborracharon rápidamente. Entraron por la fuerza a las licore-
ras llenas de vino y licores importados que nunca antes habían probado. Bebieron todo
lo que pudieron, sin siquiera pensar que lo podían llevar a sus casas. La idea de pensar
en el día siguiente era intolerable. Rompieron lo que no pudieron beber, destrozaron
los almacenes y tiraron la mercancía a la calle.
Bebieron porque aquellas botellas les estaban prohibidas. No se podían dar esos
lujos, pero sí se habían imaginado el sabor y la borrachera que podrían producir. Be-
bieron para conmemorar la muerte de su líder, en un velorio popular, ante un cuerpo
que les fue negado. Bebieron para apagar su pena, consolarse, llorar libremente, sofo-

39. Entrevista Nº 61 con José Vicente García, 13 diciembre, 1979.


40. Entrevista Nº 31, con Hernando Restrepo Botero, 19 noviembre, 1979.
41. Entrevista Nº 32, con Luis Cano Jacobo, 21 noviembre, 1979.
42. Varios de los gaitanistas entrevistados identificaron al mismo líder del movimiento. Gilberto Vieira
también se acuerda del incidente. Entrevista Nº 28, 17 noviembre, 1979. Pienso que no estaría sirviendo a algún
pronóstico histórico nombrando a ese individuo en estas páginas.
43. Natalie Bergson Carp, 1'Windows SEAT on a Revolutionn, en Proceso Gaitán 1 vol. 21, ff. 49-59. La
autora, una ciuda,dana estadinense, vivía con su esposo. Se encontraba almorzando en el Monte Blanco1 restau-
rante que quedaba en el segundo piso del edificio al lado del Agustín Nieto, donde Gaitán tenía su oficina, a la
una de la tarde del 9 de Abril. Su relato fue traducido al espafiol e incluido como evidencia en el Proceso Gaitán.

213
car el miedo que sentían ante sus acciones y ante todo lo que aún quedaba por hacer.
Y bebieron también para darse valor de seguir destruyendo la ciudad44 • Por último, se
emborracharon para. olvidar, estar inconscientes y ver la oscuridad que deseaban para
todo el orden social. Tomaron para comunicarse, para disminuir su anonimato. El
compartir las botellas se convirtió en un ritual y los que se negaron fueron acusados de
traidores y representantes del antiguo orden45 •
Poco más tarde esa noche, el periodista Felipe González Toledo tuvo problemas
para caminar debido al excremento que había en las calles. En la oscuridad no vio• los
vómitos en las esquinas y al lado de los edificios. Su conclusión fue que la rebelión
había sufrido de indigestión46 • Pero, tanto el excremento como el .vómito mostraron el
poder de la vida individual ante un deseo colectivo de muerte.
Después del segundo ataque fallido al Palacio, la multitud irrumpió en el elegante
Palacio de San Carlos, que había sido renovado para la conferencia Panamericana.
Por las ventanas tiraron mesas, escritorios, sillas, estantes, archiveros,. máé¡uinas de
escribir y sumadoras. Destrozaron candelabros y lámparas y las arrojaron a la calle.
Ezequiel Benavides (seudónimo) entró al lujoso edificio por curiosidad. "Quería ver
cómo se veía por dentro", recordó41. Abajo, los revoltosos estaban haciendo dos pilas
con el botín, una en la Calle 10 en frente del Teatro Colón y la otra en la Carrera 6'
frente al Museo de Arte Colonial. El curador del museo, José V. Espinosa, metió el
carro de la directora, cerró las puertas y se asomó a través de las rejas. Miraba sorpren-
dido cómo volaban por la ventana los objetos "finos y lujosos". Ante sus ojos la chusma
les prendió fuego48 • Un hombre joven corrió en frente de la pila de la 'alle 1O y de ún
manotazo se llevó un cojín. Una mujer, seguramente un marchante· de uno de los
cercanos mercados, lo persiguió y se lo arrebató. "Venimos a destruir, no a robar", le
gritó. Regresó y tiró el cojín a las llamas 49 • ·
Armados con gasolina y petróleo tomado de los carros, de las gasolineras cercanas
y de las estufas de sus casas, los amotinados acometieron. contra todos los edificios
públicos del centro de Bogotá. Algunos llevaban botellas llenas de gasolina para hacer
cócteles molotov, pero carecían de trapos para la mecha. A otros les faltaban los fósfo-
ros. Aún así la chusma pudo trabajar con asombrosa eficiencia y rapidez. Mientras
unos atacaban los edificios y obligaba a la gente a salir, otros preparaban las bombas50 •

44. Empecé a entender, aunque con bastante dificultad, algunas de las razones por las cuales la multitud
se emborrachó, al leer lo que ya se había escrito sobre el 9 de Abril. Sólo empecé a entender que algunos tomaron
aquella tarde para seguir destruyendo, durante las entrevistas que sostuve con Luis Eduardo Ricaurte y Pío
Nono Barbosa. Ambos sostien.en que se tomaron solo unos pocos tragos, y que no participaron en la destrucción
de la ciudad.
45. Entrevista con Luis Eduardo Ricaurte quien sostiene que a muchos los obligaron, hasta físicamente,
a ingerir bebidas embriagantes:
46. Felipe GonzálezToledo, "El 9 de Abril de 1948 a nivel del pavimento", en E/Tiempo, abril 9, 1968,
p. 20. Entrevista Nº 40, 29 noviembre, 1979. .
4 7. Entrevista Nº 43, con Ezequiel Benavides, 2 diciembre, 1979. El Sr. Benavides accedió a la entrevista
con tal de que no se revelara su nombre. Él y yo decidimos darle el nombre de Ezequiel Benavides.
48. Entrevista Nº 57, con José Vicente Espinosa, 8 diciembre, 1979.
49. González Toledo, "El 9 de Abril...", op.. ci,., p. 20.
50. El Tiempo, 16 abril, 1948.

214
La multitud quería destruir los edificios, no matar a la gente que por casualidad
estaba en el centro.
Atacaron el Palacio y el Ministerio de Justicia. Las gentes que invadieron esos
edificios abrieron las celdas y liberaron a los prisioneros. Parecía apenas lógico. En
frente del edificio de la Gobernación saquearon los Ministerios de Educación y de
Salud Pública. También arremetieron contra la Procuraduría, y asaltaron el Ministe-
rio de Comunicación que la primera multitud había ignorado.
El pueblo atacó los edificios públicos que eran accesibles para ellos solo cuando
tenían que hacer trámites burocráticos, aquellos donde el pueblo debía respetar a los
funcionarios, donde los dirigentes de ambos partidos .decidían los destinos de los que
siempre habían estado excluidos. En ese momento, súbitamente, se abrieron esas puer~
tas para la destructora muchedumbre.
Las iglesias continuaban silenciosas, contrastando severamente con el tmnulto de
afuera. Se mantenían como las islas serenas, inmunes a la devastación. Pronto, sin
embargo, también fueron absorbidas por la chusma. Uno por uno, como marejada, los
revoltosos forzaron las puestas del Palacio Arzobispal, la Nunciatura, y la cJniversidad
Javeriana. Anduvieron buscando conventos, claustros y los internados de niñas que se
localizaban en el centro. La catedral fue el último edificio de la Plaza de Bolívar que
sintió la furia de la multitud. Más hacia la montaña, un grupo de mujeres del barrio
Egipto rodeó su iglesia y no dejó que entraran a ella51 •
Diferentes motivos propiciaron la violación de las iglesias. Uno fue la reacción de la
multitud hacia los disparos que se les hicieron desde las torres, y que muchos pensaron
que habían sido los curas 52 • Además, la Iglesia como institución tenía fama de estar
asociada a los conservadores. Más significativo era el hecho de que la Iglesia constituía
el pilar del orden social que querían destruir. Posiblemente afloraron profundas antipa-
tías hacia el catolicismo institucional. La multitud anheló eliminar esa voz que hablaba
del bien y del mal en una sociedad que, en ese día, se había pervertido53 •
Rompieron los vitrales de las ventanas y quemaron las bancas, destruyeron los
altares, tiraron la imagen de la Virgen María y arrancaron la cruz. Muchos defecaron
sobre el altar54 • El padre Arturo Franco Arango, quien trató de defender el Palacio del
Arzobispo, cuando se dio cuenta de que era imposible detener a la multitud, se tragó
las ostias para prevenir su profanación y recomendó a los sacerdotes que se disfrazaran
y así escapar con vida. Cuidadosamente escondió la Inmaculada Concepción debajo
de su ropa y salió del Palacio con Monseñor Emilio de Brigard, a quien dejó seguro en

51. Entrevista Nº 26, con Monseñor Afanador Salgar, 14 noviembre, 1979. Monseñor era cura párroco
del barrio Egipto el 9 de Abril.
52. No hay evidencias que comprueben que eran curas los que disparaban desde las torres. Esto sigue
s'.endo una de las grandes controversias sobre el 9 de Abril. El hecho de que este tipo de rumor haya podido
subsistir durante tantos años es en parte un indicio de la sospecha con la cual se veía a muchos curas en Bogotá
en 1948. Visto de otra manera, lo impresionante de estos rumores, yde las creencias que brotaron esa tarde, es
que muchos en Bogotá no se hubieran sorprendido que curas mataran indiscriminadamente al pueblo.
53. Para un interesante análisis de las diferencias estructurales entre el catolicismo y las multitudes, ver
a Canetti, Crowds and pou.•er, pp. 154~ 158.
54. Entrevista con Monseñor Arturo FrancoArango, 11 noviembre, 1979.

215
casa de un amigo. Entonces, se encaminó al Seminario Mayor, que se encontraba casi
a cien cuadras al norte, donde el arzobispo de Bogotá, Ismael Perdomo, convalecía".
Una vez que el padre Franco se fue del Palacio, la chusma lo destruyó. Quemaron más
de seis mil libros de la biblioteca, rompieron el cristal y la porcelana, se llevaron joyas y
desgarraron las sotanas. También prendieron fuego al archivo histórico eclesiástico".
Durante toda la tarde y parte de la noche, algunos hombres asaltaron los conven-
tos y claustros, sin duda para satisfacer sus profundas y escondidas fantasías sexuales,
en monjas y jóvenes vírgenes indefensas. Algunos claustros estaban defendidos por
soldados debido a las previas instrucciones de Ospina Pérez. Otros estaban tan escon-
didos en medio de las largas calles céntricas y detrás de las iglesias, que no pudieron
encontrarlos. Atacaron el claustro Franciscano de Nuestra Señora de la Concepción
como a las cinco de la tarde. Como las 32 monjas que vivían ahí no pudieron escaparse
debido a su voto de encierro, se prepararon para morir incendiadas. Horas después, un
vecino, Jorge E. Rodríguez, las salvó guiándolas por los techos hasta su propia casa 57 •
La destrucción de los edificios públicos fue interrumpida como a las. cuatro de la
tarde. Por tres tanques del Ejército que bajaban por la carrera séptima camino a Pala-
cio. La multitud los recibió con agrado, unos se treparon a ellos, otros los siguieron
jubilosamente. En medio de ese caos parecía que veían en los tanques el regreso del
orden. Los soldados se sentaron sobre los tanques como fraternizando con la multitud.
Como antes esa misma tarde, muchos pensaron que el ejército estaba de su parte.
Adornaron los tanques con banderas rojas. Seguramente algunos soldados animaron a
la multitud, posiblemente porque simpatizaban con ellos por el asesinato de Gaitán y
la causa liberal. Desde el Palacio, los conservadores hasta llegaron a temer que los
tanques se hubieran unido a los revoltosos 58 •
Cuando los tanques llegaron a la plaza de Bolívar, los dos primeros siguieron por la
séptima más allá de la Guardia Presidencial. Antes de que el primero llegara a Pala-
cio, mataron al capitán Mario Serpa que estaba parado sobre su tanque. Seguramente
el disparo provino de la multitud o posiblemente de la Guardia Presidencial que no
estaba aún segura de la lealtad del ejército. A lo mejor fue una bala perdida o un
disparo que hizo alguno de sus hombres. El teniente Manuel Jota Sánchez tomó el
mando mientras a Serpa lo metieron al Palacio en donde murió poco después. Tam-

55. Arturo Franco Arango, "La destrucción del Palacio de los Arzobispos el día 9 de Abril de 1948;
Actuación del ilustre Arzobispo en tal emergencia", manuscrito no publicado. Una copia del manuscrito le fue
prestada al autor por monseñor Franco Arango. No hay copia en mis archivos.
56. Arquidiócesis de Bogotá, Gobierno Eclesiástico, Tesorería, "Relación de las pérdidas sufridas en el
saqueo e incendio del Palacio Arzobispal enel día 9 de Abril de 1948", Esta relación hace parre de la documenta,
ción de la Junta de Daños y Perjuicios, el organismo oficial establecido por el gobierno para investigar las pérdidas
en propiedades, comercio e industria acaecidas a raíz del 9 de Abril. El archivo de la Junta lo encontré en las oficinas
del centro de la ciudad del abogado Francisco Sáenz Arbeláez, el hábil director de laíunta. Estoy muy agradecido
con el Dr. Sáenz Arbeláez por toda la ayuda que me prestó durante mi investigación.
57. "Datos históricos de la Comunidad de las Monjas Concepcionistas Franciscanas de Bogotá", docu,
mento sin publicar, pp. 5,22, Este documento fue escrito por una de las hermanas de la orden, y fue aprobado por
1a abadesa sor María Magdalena de San José. Este documento también está en el archivo de la Junta de Daños
y Perjuicios. Ver también El Catolicismo, 23 abril, 1948, p. 2. Agradezco al presbítero Julio César Orduz el
haberme permitido leer este periódico, el cual se encuentra archivado en su casa. El presbítero Orduz fue durante
muchos años el editor de El Catolicismo.
58. Opina Pérez, "Las horas dramáticas ... ", op. cit., p. 1; Azula Barrera, op. cit., pp. 357,358,357,358.

216
bién el teniente de la Guardia Presidencial, Álvaro Ruiz Holguín, perdió su vida
defendiendo el Palacio59 •
Mientras tanto, el último tanque se volteó dando la cara a la Plaza desde la esqui-
na sur-occidental. Los soldados apuntaron hacia la gente que estaba confiada, y dis-
pararon. Pocos tuvieron tiempo de huir60 •
El saqueo de los almacenes que había comenzado antes de la aparición de los
tanques, se propagó después de que la multitud fue abatida en la Plaza de Bolívar. El
nuevo saqueo era como una venganza por las muertes. Poco a poco la muchedumbre
recogió la mercancía que otros anteriormente habían dejado tirada, pensando, tal
vez, en el día siguiente. Ferreterías, almacenes de rancho y licor, ya sin puertas, fueron
los blancos perfectos. El primer saqueo había minado cualquier respeto que aún po-
dían tener por la propiedad privada. La anarquía los rodeaba y la ausencia del ejército
y de la policía, disminuyó su miedo. Además, la mayoría de los comerciantes habían
abandonado sus almacenes en busca de la seguridad de sus casas.
El pillaje en el centro de Bogotá estuvo encabezado por una multitud que ya no
estaba tan decidida a destruir. Muchos de los saqueadores llegaron después de que
le dispararon a Gaitán y cuando los edificios ya habían sido incendiados. El saqueo
se extendió rápidamente, atrayendo a casi todos excepto los más apasionados
gaitanistas 61 • Participaron hombres, mujeres y niños. A los pobres se unió con cierta
reticencia la clase media, para quien los artículos de las vitrinas simbolizaban un
estilo de vida que envidiaban, pero que no se podían permitir. Fotografías de ese día
muestran mujeres bien vestidas de la clase media, cargadas con lámparas y otros
artículos para el hogar. Dos horas después de que habían comenzado los hurtos a
gran escala, cayó la noche. Se trabajó hasta el amanecer, cuando llegaron las tropas
que había mandado a la ciudad el gobernador de Boyacá. Después de la destruc-
ción de la ciudad, el saqueo significó la sobrevivencia de la sociedad, ya que los
saqueadores pensaron en la reproducción de sus vidas diarias.
La multitud dedicada a la rapiña trabajó con increíble rapidez y minuciosidad.
Pocos fueron los almacenes que quedaron intactos. Cogieron casi todo lo que estaba
a su alcance, pero también mostraron cierta discriminación. Dejaron latas de duraznos
pero las de caviar desaparecieron. De las farmacias se llevaron perfumes y cosméti-
cos, pero dejaron las medicinas. Cargaron en la espalda ropa, muebles y aparatos
eléctricos que habían robado y se los llevaron a sus barrios. Varias veces vendieron
su botín a ridículos precios, a familias de clase media y alta que esperaban en sus
puertas y en las ventanas el paso de los saqueadores. Prescindieron de algunos alma-
cenes, como la librería del padre de Gaitán que quedaba sobre la carrera séptima.
Sin embargo, la del gaitanista Carlos H. Pareja fue allanada mientras él, por medio
de la radio, trataba de contener a la multitud. El famoso Buick verde de Gaitán,

59. Abella, op. cit., p. 32.


60. Entrevista Nº 5, con Pío Nono Barbosa Barbosa.
61. Ninguno de los gaitanista entrevistados admitieron haber participado en el saqueo. Para ellos la
borrachera y el saqueo eran el final de una revuelta política e hicieron lo posible para canalizar la furia en
direcciones que ellos consideraban más importantes. Deben haber sido tratados con bastante rudeza por los
saqueadores.

217
que csrnba estacionado a sólo dos cua.Jras de la Plaza de Santander donde fueron
qucmadns \'arios hoteles de primavera, quc.d.6 inracrn" 2•
Las calles más afectadas fueron b Carrcr,:1 S¿ptim8, con sus pequefios aln1acenes
de ropa pertenecientes a comerciélntes sirios, libant'ses, polacos y judíos que tenían
fama de subir los precios y de proporcion:ir cn~ditos usun~ros¡ la Calle 21 que esrnba
enue la Clínica Central y la Séptima, llena de joyerías pertenecientes a extranjeros,
especialmente alemanes; y la Carrera 8ª, conocida como la Calle Inglesa por sus ex~
clusivbS."' almacenes de ropa fina e importadaº3 •
Algunos comerciantes pudieron proteger sus negocios con bastante éxito. Daniel
Valdiri, duefio del almacén más exclusivo de la ciudad,_ colocó en sus vitrinas una
fotografía de Gaitán y regaló corbatas a la multitud. Su almacén quedó entero. Otro
comerciante rápidamente pintó sus ventanas y puso un aviso arrendando su almacén.
En otros casos una resistencia n1ínin1a era suficiente. No porque la n1ultitud hubiera
sido cobarde cmno declaró la prensa y los mismos comerciantes días después, sino
porque prefería llevarse cosas a hacer n1ucho dafio personal. Sabía que_ había almace~
nes más desprotegidos a la vuelta de la esquina. Un negociante hostilizó a los
saqueadores, retándolos a que asaltaran su almacén. Eso fue precisamente lo que
hicicron 64 •
El saqueo se convirtió en un festín mucho más allá de lo que la multitud jamás se
hubiera podido imaginar. Se hartaron de comer, se vistieron elegante1nente y ainoblaron
sus casas. Para muchos la mercancía les sirvió de consuelo a su pérdida política. Para
otros, sus acciones significaron una redistribución social, una igualdad momentánea.
Fue el momento para obtener lo que los ricos siempre habían tenido. Por eso, el saqueo
tuvo una cualidad redentora y ayudó a restablecer el orden social. Un hombre parado
frente a una conocida son1brerería, se probó cuidadosamente un sombrero tras otro,
hasta que al final le gustó uno, asintió y se fue 65 . Seguramente estaba pensando en el
día que se aproximaba, cuando podría can1inar confiado con su elegante sombrero por
las limpias calles de la ciudad, entrar a los ministerios y a las oficinas públicas y mere-
cer el respeto de los burócratas.
Durante el 9 de Abril los amotinados pudieron establecer entre desconocidos,
formas de conducta tanto conflictivas como de cooperación, que en tiempos normales
les eran impuestas por las clases de la sociedad y el partidismo político. En ese n1omen~
rn no se podían distinguir liberales de conservadores. Las desigualdades económicas
eran difíciles de establecer. En esos rápidos movimientos de la multitud no se pudieron
expr!.;!sar formas de comportamiento y costumbres, el stat,us ocupacional, la escolari~
dad, el ambiente familiar y el lenguaje de cada cual. Parecía que todos eran iguales.
Sólo el modo de vestir subsistía para señalar las clases sociales. Sin embargo, el medio
ambiente urbano ya mucho menos rígido que cuando Gaitán era alcalde de la ciudad,

62. Entr<:'visca N 2 36, con Oc ta vio López, 28 noviembre, 1S79.


63. Es posible hacer un minucioso y bastante completo exrimen de la destrucción producida por las
multitudes dd 9 de Abril utilizando el t1rchivo Je la junrn de Dafios y Perjuicios. Ver Registro definitivo de los
certificados ex/Jedidos sobre pérdidas e I propiedaJ raí~, y Registro definirim de los certificados expedidos sobre pérdidas
en comercio, industria, ere. Véase nota 57.
64. El Liberal, 12 abril, 1948, p. 2; Semana, 24 abril, 1948, p. 22.
65. Bergson C.irp, of;. cit., en Proceso Gaitán, vol. 21, ff. 49-59.

218
había homogeneizado las antiguas distancias entre el vestido y la ruana, entre los
zapatos y las alpargatas 66 • La diferencia entre un traje fino inglés y uno barato, nacio-
nal, era difícil de determinar en .medio de tanto alboroto. Más que en términos de
posición social, los integrantes de las multitudes reaccionaron individualmente, con
sentimientos producidos instantáneamente.
Algunos se aprovecharon del momento para sacar a flote ciertos rencores sociales,
políticos y personales. La hostilidad y desesperación que provocó el asesinato de Gaitán
llevó a muchos a manifestar comportamientos muy violentos. La multitud pocas veces
tuvo un gran contrincante que amenazara su existencia, y que le podría infundir una
solidaridad del grupo. La multitud empezó a reñir entre sí. Muchos de los testimonios
escritos enfatizan estas peleas populares. Hubo machetazos y pedradas; un simple roce
con alguien podría ser motivo de la más furiosa reacción. Otros. desahogaron sus frus-
traciones en la primera persona que encontraron. Se robaron entre sí61 •
Sin embargo, es más sorprendente la cooperación que hubo entre ellos mismos.
Intentaron un nuevo sentido de comunidad, no solo en términos de consignas sino
también a través de la ayuda mutua y del compartir las mercancías. La bebida se
convirtió en la base de esa solidaridad. Un individuo caminaba repartiendo cigarros,
porque tenía más de los que podía fumar. Forzaba a algunos a que aceptaran esos
cigarros, como si el objeto fuera el de establecer algún contacto humano68 • La muche-
dumbre cooperó en el saqueo. Algunos cogieron más de lo que podían cargar y lo
dejaban en la calle, sabiendo que iba ser recogido por otras personas con el mismo
derecho.
Más allá del saqueo y la destrucción, desconocidos entre sí arriesgaron sus vidas
para salvarse unos a otros. Poco antes de que los tanques llegaran al Palacio, al gaitanista
Sergio Céspedes le dispararon por detrás en la pierna, cuando corría por la Plaza de
Bolívar para ayudar a un hombre herido. Se cayó, pero pudo arrastrarse hasta la calle
10 donde perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, vio a un extraño que lo trataba
de jalar por la calle. El desconocido le amarró en la pierna su corbata y su camisa para
parar la hemorragia. Céspedes recuerda que antes de que se desmayara otra vez, otras
personas también llegaron para ayudarlo. Se despertó muchas horas después en la sala
de operaciones de la Clínica Central69 •
A otro gaitanista, Ezequiel Benavides (seudónimo) le dispararon en el hombro
cuando trataba de acercade al Palacio. Dos hombres murieron a su lado. No sabía
quien le había disparado, si la Guardia Presidencial, la chusma o uno de los presos
que habían sido liberados. Recuerda que alguien vestido de civil lo condujo a una

66. Ver las muchas fotos que se tomaron del 9 de Abril, especialmente las de Lunga y Sady. La revista
estadinense Ufe Magazine también publicó algunas excelentes fotos. Ver el vol. 24, Nº 17, 26 abril, 1948, pp. 23
a 29. La mayoría son de Jean Speiser, y hay otras de Roben A. Conrado, Miguel Espinosa, Paramount News,
M.G.M. Ncws of the Day Newsreel, y ACME. Hay varios noticieros que informaron sobre el 9 de abril en miles
de teatros del mundo. El Sr. Leslie Donald, un joven apasionado de corto,metrajes tomó posiblemente las
mej(ires películas del 9 de Abril. Están en su posesión. Lo mejor del libreto publicado por Arturo Abella en 1979
son las fotos que ahí se reproducen.
67. Este es el comportamiento de las multitudes que ha recibido mucha atención en la prensa y en la
mayoría de los libros que los partícipes escribieron sobre el 9 de Abril.
68. Forero Benavides, op. cit., en Sábado, 19 mayo, 1948, p. l.
69. Entrevista N 9 44, con Sergio Céspedes, 2 diciembre, 1979.

219
casa cercana. Poco después se enteró de c¡ue el hombre había sido uno de los prisione-
ros liberados esa tarde, y c¡ue lo había cargado en su espalda hasta la Clínica Santa
Luda70 • También a Adelmo Toro, gaitanista, lo hirieron cuando detrás de una de las
multitudes llegaba a la Plaza de Bolívar. Se acuerda de cómo los soldados ametrallaban
a la gente. A él un policía de tránsito lo llevó a la Cruz Roja71 •
El conocido fotógrafo de El Liberal, Parmenio Rodríguez, fue herido en la Plaza de
Bolívar. La bala le atravesó la mano, la cámara y la pierna. Su primo hermano, el
conocido fotógrafo Daniel Rodríguez Rodríguez llegaba apresuradamente al lugar,
cuando unos desconocidos le contaron lo sucedido. Con su ayuda pudo llevar al heri-
do hasta la Clínica Central, en donde murió pocas horas después 71 • A Leo Matiz, un
fotógrafo que trabajaba fuera de Colombia, pero que había regresado para la Confe-
rencia Panamericana, también lo balearon por detrás. Mientras estaba tirado en la
calle sin poder defenderse, alguien o algunos le robaron su abrigo, el anillo y su cáma-
ra, pero otros lo llevaron a la Clínica Central donde lo dejaron tirado junto a muchos
heridos. Cuando despertó reconoció al doctor Botero Jaramillo, un viejo conocido
suyo, que le aseguró que lo atenderían. Matiz nunca ha dudado de que el mencionado
doctor le salvó la vida, y que si no lo hubiera reconocido, se hubiera muerto en el piso73 •
Las multitudes no respondieron a ideas de explotación de clase. Destruyeron el
Ministerio de Hacienda, pero los bancos fueron ignorados. Aparentemente, no eran
símbolos de orden social. Atacaron el Palacio de San Carlos, residencia oficial del
canciller, pero no tocaron el Jockey o el Gun, recintos de las elites económicas y de los
políticos, donde aquellos se reunían para pactar el futuro del país. Tampoco asaltaron
el Teatro Colón, que simbolizaba la cultura refinada de la alta sociedad bogotana.
Posiblemente el teatro se salvó porque los gaitanistas lo habían arrendado varias veces
para hacer ahí sus convenciones populares. Pero el teatro quedaba ahí, no más en
frente del Palacio de San Carlos, y también había sido remodelado para la Panameri-
cana. Aunque hubo mucho robo de la propiedad privada, no se pensó, aparentemente,
en destruir permanentemente a esa propiedad privada. El archivo de la Lonja de
Propiedad Raíz y las notarías fueron olvidadas por las multitudes 74.
Las multitudes respondieron principalmente al impacto que la policía ejercía so-
bre sus vidas. El orden social contra el cual se levantaron fue aquel en el que se
tomaban decisiones políticas por sus vidas. Los símbolos del control económico se
apartaron de sus mentes. La tarde del 9 de Abril, una multitud incendió la casa de
Laureano Gómez en Fontibón, y otra acabó con el lujoso restaurante, el Venado de
Oro que Laureano había mandado construir para demostrar el progreso del país. Sin
embargo, no se tocaron las casas de los más anónimos terratenientes, los industriales y
empresarios bogotanos que no vivían, en general, tan lejos como Fontibón.
Las pasiones que surgieron ese día fueron bastante abstractas. Ninguna figura
pública perdió su vida durante el 9 de Abril, a pesar de que la radio informó a muy
tempranas horas que Laureano y el futuro presidente Guillermo León Valencia colga-

70. Entrevist,a Nº 43 1 con Ezequiel Benavides, 2 diciembre, 1979.


71. EntrevisüiNº 14, conAdelmoToro, 26 agosto, 1979.
72. Entrevista Nº 54, con Daniel Rodríguez Rodríguez, 6 diciembre, 1979.
73. Entrevista Nº 53, con Leo Matiz, 6 diciembre, 1979.
74. Entrevista Nº 46, con Aníbal Turbay Ayala, 3 diciembre, 1979.

220
ban de los faroles de la Plaza de Bolívar. Se atacó a Alfonso Araújo, pero eso posible-
mente fue un accidente. Era un hombre muy alto. También salió lesionado Felipe
Lleras Camargo, el ''chiverudo", hermano del ex y futuro presidente Alberto Lleras
Camargo. El chiverudo era un personaje popular, bien conocido en los cafés de la
ciudad, que simpatizaba con el movimiento gaitanista. Fue visto arengando a la mul-
titud15. El pueblo arremetió contra lo que significaba poder político no contra los indi-
viduos que estaban en las cumbres de las jerarquías políticas.
No fueron molestados tampoco los que habían sido los muy visibles delegados
extranjeros de la Panamericana76 • Los visitantes fueron olvidados por las pasiones de
esa tarde. Cualesquiera nociones de imperialismo y explotación internacional que
pudieron haber existido en las mentes de la muchedumbre, éstas se desvanecieron tan
pronto mataron a Gaitán. El 9 de Abril fue un asunto local, bogotano, y nacional.
La multitud representó la inversión de la sociedad no sólo porque sus esrructuras
internas conrradecían el orden social jerárquico, sino porque repentinamente aquellos
individuos en las calles de la ciudad se manifestaron como figuras públicas. En esos mo-
mentos los revoltosos empezaron a tener una existencia que estaba por encima de sus vidas
individuales y que les permitió sentirse como iguales y trabajar colectivamente. La vida
pública de los políticos era una existencia fundada en la idea legitimizadora de la razón; la
de la muchedumbre se fundamentó en las pasiones. Por unos breves momentos se realizó la
vida pública que Gaitán había imaginado para toda la sociedad, en la cual los individuos
de todas las clases sociales actuaban abiertamente de acuerdo a sus convicciones persona-
les. iCuántos murieron en las calles de Bogotá ese día?77 "Nunca, nunca se sabrá". Esta es
la respuesta que siempre se ha dado. Los cálculos sobre el número de muertos oscilan entre
2.585, en un reciente trabajo sobre la víolencia78 , y 549, que fue el número que estimó la

75. Entrevista con Luis Eduardo Ricaurte. En su primera edición, el 12 de abril, El Espectador informó
que Felipe Lleras Carnargo había sido herido en una pierna y se encontraba convaleciendo en casa de un amigo.
76. A las 10:56 de la noche el embajador Beaulac mandó un cable a Washington informándole a sus
superiores que todos los estadinenses de la delegación de aquel país a la Conferencia Panamericana estaban a
salvo, y que la embajada prácticamente no fue tocada por la multitud. Esto no quiere decir que el Sr. Beaulac no
tuvo sus aprietos.
77. Otra pregunta, posiblemente aún más importante, es cuántos heridos hubo y cuántos heridos fueron
salvados por los servicios médicos de la ciudad. Esa es una historia de lo que fue realmente una odisea. Entrevista
Nº 2, con Guillermo Montaña Cuéllar, 17 diciembre, 1978; Nº 3, con Femando Tamayo, 22 diciemlJre, 1978;
Entrevista Nº 16, con Alberto Vejarano Laverde, 21 septiembre, 1979; y EntrevistaNº 64, con Luis E. Botero
Jaramillo, 19 diciembre, 1979. En mi tesis doctoral he hecho un pequeño recuento de esta labor. Hay mucha
información pertinente en la Amercian Red Cross, Bogotá Disaster Files, Historical División. American Red
Cross Nacional Headquarters, Washington D.C. Además del archivo general, ver también el Repon of the
American Red Cross Asistanse to the Colombian Red Cross Following the Revolution o[ April 9, 1948. También
Cruz Roja Nacional, Archivo Emergencia 9 de Abril, 1948. El archivo está compuesto de las siguientes ramas.
Libro de Registro Censo de Personas Desaparecidas; Estadística de Elementos de Alcoba; Estadística de Ropa
Personal; Estadística de Comedor y Cocina. Este archivo demuestra la seriedad, y el profesionalismo con el cual
la Cruz Roja del país obró durante los meses después del 9 de Abril. Estoy muy agradecido con Daniel Martínez
Quijano, quien encontró este archivo cuando la Cruz Roja estaba a punto de trasladarse a sus nuevas instalado~
nes. Durante el 9 de Abril el Sr. Martínez Quijano fue un joven voluntario de la Cruz Roja. Esas experiencias lo
han llevado a dedicar su vida a la labor de esa institución, y hoy en día es Delegado de la Liga de la Cruz Roja.
Entrevista Nº 68, 5 enero, 1980. Durante todos los meses que duró mi investigación en Bogotá, no oí una sola
crítica de-la Cruz Roja, ni a los médicos, residentes y enfermeras que tantas vidas salvaron.
78. Paul Oquist, Violencia, conflicto y política en Cplombia, Bogotá, 1978, p. 235.

221
prensa liberal un mes después del 9 de Abril79 • La estadística oficial de la ciudad de Bogotá
calculó en el mes de abril de aquel año sólo 330 defunciones más sobre el promedio de los
otros once meses80 • Aparentemente, la ciudad no se preocupó demasiado por incluir el
número de muertos en sus estadísticas.
Las cifras y los nombres que se publicaron en El Espectador del 10 de mayo y en El
Tiempo del día 11, son la mejor evidencia de la cual se dispone81 • Según los diarios, 65
cadáveres nunca fueron identificados. El Tiempo afirmó que 30 de los muertos se
podían atribuir a causas naturales y que 164 mujeres habían fallecido durante la su-
blevación. No cabe duda de que estos cálculos menospreciaron la verdad. No hubo
demasiada preocupación por guardar datos precisos. Muchos de los cadáveres identi-
ficados en el Cementerio Central fueron retirados por familiares y amigos, sin el per-
miso oficial82 • Otros tantos fueron sepultados clandestinamente, por miedo a que el
gobierno pudiera perseguir a los familiares de los "muertos del 9 de Abril"83 •
iQuiénes formaron parte de las multitudes? iQuiénes fueron los amotinados y
saqueadores? Hay poca evidencia empírica para contestar estas preguntas. El momen-
to fue efímero y espontáneo, y al gobierno nunca se le ocurrió averiguar. Las listas de
muertos y heridos no podían indicar filiación política, clase social, ocupación o resi-
dencia. Las 1.208 personas que llegaron entre el 9 de Abril y los días siguientes a la
Cruz Roja por comida, hospedaje, asistencia médica, empleo o en busca de sus seres
queridos desaparecidos, provenían de todas partes de la ciudad84. De cualquier ma-
nera no se puede saber si participaron en la revuelta o sólo fueron afectados por ella,
si los heridos eran atacantes del Palacio, saqueadores o habían sido lesionados por
balas perdidas. La muchedumbre del 9 de Abril permanece anónima.
Sin embargo, se pueden obtener algunos indicios de los testimonios escritos y ora-
les. La multitud era urbana, y careció de una fuerte participación de la clase trabaja-
dora de Bogotá. Muchos, como los trabajadores de Bavaria, se mantuvieron lejos del

79. El Espectador, !O mayo, 1948,p. l;E!Tiempo, 11 mayo, 1948,p.1.


80. Bogotá (Colombia), Departamento de Estadísticas e Investigación Social, Ariuario municipal de
estadísticas de Bogotá, 1948, Bogotá, 1949. Ver Servicio de Cementerios Inhumación-Año 1948, p. 91. Estas
cifras incluyen inhumaciones en los tres cementerios principales de la ciudad, el Cementerio Central, el Cemen-
terio de Chapinero y el Cementerio del Sur, y además, el Cementerio Inglés, el Alemán, el Hebreo y el de los
Hermanos Cristianos. Estos últimos no tuvieron ningún cambio estadístico para el mes de abril.
81. Otras listas de muertos y heridosse pueden consultar en El liberal, 12 abril, 1948, p. 7; 13 abril, 1948,
p. 6; 14 abril, 1948, p. 4; abril 15, 1948, p. 3; El Tiempo, 15 abril, 1948, p. 3; El Espectador, 12 abril, 1948, p. l.
82. El 9 de abril de 1978 logré hablar con un viejito que había trabajado en el Cementerio Central desde
antes del 9 de Abril. Aunque me pidió que no lo identificara, me mostró el lugar donde se excavó la fosa común
para los muertos del 9 de Abril. Los restos ya han sido desenterrados. El viejito me informó que no hubo después
del 9 de Abril alguna autoridad central en el cementerio. Eso ha sido confirmado por el Dr. Alberto Vejarano
Laverde, quien tuvo la desafortunada responsabilidad de organizar la recogida de los muertos que permanecían
en las calles. Se le llegó a conocer como el enterrador del régimen. Entrevista Nº 16, 21 septiembre, 1979.
83. Entevista Nº 26, con Monseñor Antonio Afanador Salgar. Aunque el cura de Egipto dudó que hubo
entierros clandestinos en su barrio, está seguro que sí se hicieron en otros barrios de la ciudad. Muchos,
aparentemente, fueron enterrados sin el conocimiento del Estado y de la Iglesia. Muchos de los gaitanistas que
entrevisté también tienen la misma impresión.
84. Cruz Roja Nacional, Archivo Emergencia 9 de Abril. Ver nota 78.

222
centro y protegieron las fábricas 85 • La multitud estaba formada por varias clases socia-
les, incluía las capas medias, los profesionales, empleados estatales, municipales, elec-
tricistas y telefonistas, trabajadores de la compañía de agua, choferes de tranvía y
taxistas, ferrocarrileros, artesanos, carpinteros y albañiles, maestros de obra, porteros,
policías, vendedores ambulantes, loteros, peluqueros, meseros, lustrabotas, barrende-
ros, prostitutas y criminales. Mujeres jóvenes y viejas que tenían sus puestos en los
mercados, se unieron a las multitudes en grupos, agitando banderas y guiando el
ataque a los edificios 86 • También participaron los empleados de algunos de los comer-
cios que fueron saqueados.
Aquellos que componían las multitudes eran precisamente los que Gaitán procu-
ró dirigir y representar. Formaban parte de la coalición urbana que él sentía había sido
excluida de las decisiones políticas. En este sentido, la multitud fue gaitanista. Solo
faltó en esa coalición el pequeño grupo de comerciantes, la pequeña burguesía cuya
orgullosa postura en frente de sus almacenes le había brindado a Gaitán la imagen de
lo que debería ser un orden social armonioso. Fue pues la propiedad la que dividió al
país nacional de Gaitán cuando éste se convirtió en una activa multitud.
iPor qué ha permanecido anónima la multitud del 9 de Abril? La respuesta va más
allá del carácter espontáneo y efímero de los hechos. Simplemente, la pregunta rara
vez se ha hecho. Durante el 9 de Abril, inmediatamente después y desde entonces,
casi todo el mundo en Bogotá y el resto del país siempre ha tenido la respuesta: el
pueblo. De acuerdo con esta idea, todos participaron en el 9 de Abril. Sólo aquellos
que no formaban parte de ese todo, del pueblo, no lo hicieron. Fueron pues los políti-
cos, los "ciudadanos", la gente responsable y razonable, la gente de razón, las clases
altas y muchas de las crecientes clases medias, así como algunos trabajadores de la
industria más avanzada de la ciudad, los que se mantuvieron dentro de la ley. Todos
los que pudieron participar en el 9 de Abril, lo hicieron. Cualquiera que estuvo en el
centro de Bogotá cuando Gaitán fue asesinado, se metió en el alboroto. Todos los que
pudieron llegar rápidamente al centro se aprovecharon del caos para saquear y des-
truir. Era el pueblo, todo ese mundo ancho y ajeno, hasta desconocido, que aún no
hacía parte de la sociedad. Fueron los "otros" de la sociedad. Fue ese otro país que se
lanzó huracanado sobre la sociedad. Posiblemente lo más ilustrativo sobre el 9 de Abril
es que la sociedad establecida, lo que Gaitán había denominado el país político, nun-
ca pensó que podría aprender algo de sí misma, y de Colombia, averiguando las causas
sociales de la revuelta, las razones políticas, y las motivaciones de los que corrieron
alocados durante varias horas por una ciudad que nunca volvería a ser la Atenas de
Sur América. Eran dos mundos, dos países que no convivían: el país nacional y el país
político. Ese día chocaron, y moribundos se volvieron a separar.

85. Semana, 24 abril, 1948, p. 5. El hecho de que los trabajadores de Bavaria no participaran en el motín
ha sido muy enfatizado por la prensa liberal y conservadora. El gaitanista Manuel José Valencia, quien pasaba por
la cervecería, se acuerda haber visto a varios trabajadores de Bavaria caminando rápidamente hacia el centro con
unos garrotes tomados de una obra cercana. Entrevista Nº 67 1 enero, 1980.
86. Esta descripción de los integrantes del 9 de Abril ha sido recopilada de las entrevistas. Luis Eduardo
Ricaurte hace mucho hincapié en el papel que jugaron las marchantes, quienes eran muy apegadas a Gaitán.

223
5. El comienzo
i Cómo fue que se formó ese gran vacío en el cual los tradicionales partidismos
dejaron de encauzar las acciones de las multitudes? iCómo se produjo esa brecha que
llevó a la destrucción de la ciudad de Bogotá? Fueron cuatro momentos deci¡ivos,
cuatro encuentros entre dos mundos que no pasaron a la historia. El último termina
con la sorpresa de Gerardo Malina, parado en la esquina de la Calle 12 con la Sépti-
ma, cuando se dio cuenta de que la comitiva de jefes liberales que había salido de la
Clínica Central en dirección a Palacio, no llegaría a esa esquina, por la que tenía que
pasar.
Largos minutos antes, los jefes liberales habían entrado a una calle llena de gente
y negra del humo que echaba el ya incendiado Ministerio de Gobierno. Habían parti-
do como a las tres de la tarde 87 • Cuando el gaitanista Darío Echandía salió de la
clínica pocos minutos después, podía ver a Araújo, el más alto dd grupo, tratando de
abrirse paso por la densa muchedumbre88 • Su andar era muy lento. No llevaba escolta
armada y ninguno intentó arengar a la multitud para imponerle algún orden. Parecía
que la chusma se los iba a tragar. Algunos sólo querían ver a los liberales porque
habían estado dentro de la clínica, cerca de Gaitán. Otros esperaban algunas pala-
bras. El pueblo sólo se dio cuenta de que la comitiva se encaminaba a Palacio.
La multitud vitoreaba a Echandía, quien caminaba silenciosamente en medio de
la comitiva. Los jefes oían los gritos del pueblo, ahora más cerca que nunca. "iA
Palacio! iViva Echandía! iAbajo los conservadores! iViva el Partido Liberal! iViva!".
Caminaban entre un mar de caras, por el desafiante mundo del pueblo. El contraste
entre el ánimo de los jefes y el de la multitud no podía ser más severo.
Lleras Restrepo intentó razonar con los extraños que tenía a su alrededor. Intentó
hacerlos a un lado para que no los siguieran, y para evitar un enfrentamiento con la
tropa89 • La noticia de que estaban por llegar a la Séptima los precedía. El alboroto de
la gente congregada ahí daba la idea de que los jefes se aproximaban. Pero entre más
avanzaban, más lento era su paso. Casi sin poder moverse, lo liberales se tropezaron
con sus propios pies. Seguramente perdieron la esperanza de distanciarse de la chus-
ma. Parecía que se habían convertido en sus prisioneros.
Más abajo, en la esquina, Gerardo Malina, Antonio García y el gaitanista Carlos
H. Pareja, intentaron imponerse. Malina pronunció un discurso en el que trataba de
explicar la importancia de aquellos momentos y la necesidad de derrocar el gobierno
conservador. El rector de la Universidad Nacional gritaba que era necesario ir más
allá, eliminar las oligarquías a las que Gaitán había atacado y buscar un cambio social
y económico, no únicamente un cambio a nivel político. Pero pocos le ponían aten-
ción, y Malina se sentía confundido, sin saber qué podía decir y qué órdenes le podía
imponer a esa multitud'°.
Cuando llegaban a la esquina, los liberales se debieron haber percatado de que
poco a poco se alejaban de aquella llamada telefónica del Palacio y que paso a paso se
87. Forero Benavides, "Viaje ... ", op. cit., en Sábado, p. l.
88. Darío.Samper, "La trágica proyección del 9 de Abril", en El Tiempo, 9 abril, 1968, p. 5.
89. Proceso Gaitán, vol. 28, f. 141. Testimonio de Carlos Lleras Restrepo.
90. Entrevista Nº 19, con Gerardo Malina, 25 septiembre, 1979; entrevista Nº 65, con Antonio García,
19 diciembre, 1979.

224
convertían en los líderes populares de una insurrección. Ya cerca de la Séptima, por
donde llegarían directamente a Palacio, tuvieron que tomar una decisión. Si prose-
guían en medio del gentío, los conservadores que los esperaban jamás hubieran creído
que iban como políticos a tratar con ellos el restablecimiento del orden. Acompaña-
dos por el tumulto, jamás llegarían a la oficina de Ospina Pérez. Peor aún, como
aparentes revolucionarios, podrían perder su vida ante las descargas de la Guardia
Presidencial: Antes de llegar a la esquina, se metieron por una puerta angosta del
Teatro Nuevo, y desaparecieron durante casi dos horas91 •
Al mismo tiempo que finalizaba este cuarto momento decisivo que llevó al vacío,
ocurría el tercero. Posiblemente es el más estructural de todos, y se produjo no sola-
mente en la esquina de la Calle 12 con la Séptima, sino en muchas otras de la ciudad.
Son momentos más fáciles de definir que de describir. Malina no había logrado comu-
nicarse con la multitud. Por su parte Antonio García se estuvo toda la tarde y parte de
la noche sobre el pavimento tratando de encauzar la revuelta y tampoco tuvo éxito.
Ningún gaitanista logró imponerse. La razón se debe má; a que Gaitán era el movi-
miento gaitanista y menos a la confusión y la ira que cundía. Simplemente no había
otro gaitanista a quien el pueblo reconocería, que hubiera pronunciado discursos al
lado del jefe y sido vitoreado por el pueblo, que tuviera un claro poder de decisión
sobre el movimiento. El personalismo de Gaitán era la fuerza del movimiento, y signi-
ficó el derrumbe cuando ya el caudillo había muerto.
El segundo momento también se produjo en la Calle 12. La noticia sobre la muerte
de Gaitán cundió alrededor de la Clínica Central. Darío Echandía, con quien Gaitán
había pensado compartir la jefatura del Partido Liberal, salió al balcón del segundo
piso de la clínica. Ahí vio una multitud como ninguna otra. A su parecer era "una
multitud dando alaridos, gente que no dejaba hablar ni decía nada" 92 , y que no espe-
raba silenciosamente sus palabras. A pesar de que la gente le puso atención, no logró
imponer su autoridad. Su parsimoniosa personalidad y su voz suave le fueron de poca
ayuda. Una foto muestra a Echandía parado a un lado del balcón con sus manos
descansando pasivamente sobre la baranda. Los que lo rodeaban estrechaban sus ma-
nos a la multitud, como si trataran de producir silencio. Uno traía el tricolor nacional.
Otro le daba un vaso de agua a Echandía.
El ptimer encuentro entre los jefes políticos y la multitud que llevó al vacío, ocurrió
alrededor del Palacio de la Carrera, donde hoy nuevamente se encuentra el Palacio Presi-
dencial. Gabriel Muñoz Uribe, uno de los más antiguos organizadores del movimiento
gaitanista llegó a la esquina de la Séptima con la 14 cuando el asesino aún yacía sobre el
pavimento. El fue quien dio la orden que estaba en los labios de todos: "iA Palacio! iA
Palacio! iA Palacio!"93 • Dos loteros, Jesús Delgadillo y Lázaro Amaya lo siguieron94 • Luis
Eduardo Ricaurte, "el Coronel" quien había sido el guardaespaldas de Gaitán, llegó cuan-
do la procesión comenzaba. A través de sus lágrimas vio a dos hombres que no conocía
agarrar las piernas de un cuerpo y arrastrarlo por la séptima. Alguien gtitó: "iEs el asesino

91. Forero Benavides, op. cit., en Sábado, 1º de mayo, 1948, p. l.


92. Echandía, op. cit., en Lecturas Dominicales, El Tiempo, 8 abril, 1973, p. l.
93. Entrevista Nº 42, con Gabriel Mufioz Uribe, 1º diciembre, 1975.
94. Proceso Gaitán, vol. 33, ff. 25, 32-33.

225
de Gaitán!". Ricaurte alcanzó a ver que los brazos le colgaban flácidamente. No sabía si le
quedaba vida a ese cuerpo; tampoco le importaba95 •
Había pocas caras conocidas entre el gentío que se formó en el lugar del crimen. Ade-
más de Muñoz Uribe y Ricaurte estaba el gaitanista Jorge Uribe Márquez. Otro conocido
político era el liberal Julio César Turbay AyaJa%, a quien un testigo vio tratando de pronun-
ciar un discurso97 • En esos momentos no importaba quien formaba parte de ese grupo. Se
encontraban unidos por su instinto de rechazo al atentado y la convicción de que algo se
tenía que hacer. El prestigio, la filiación política, y la clase social de los miembros poco venían
al caso. Había hombres bien vestidos, otros de overol y aún otros de ruana.
Esa primera congregación no fue muy grande. Estaba compuesta de unos cuarenta
participantes. Grandes espacios los dividían. Desde los andenes y los balcones de la Sépti-
ma, otros, que no participaron, los vieron pasar. Algunos se unieron a la marcha. Otros se
quedaron en camino98 • Al llegar al Ministerio de comunicaciones entre la 12 y la 13,
Ricaurte alcanzó a ver a un gaitanista alto de descendencia italiana. Ricaurte, también
conocido como "el Chiquito" por su poca estatura, se acuerda haberlo agarrado, alzándolo
por las solapas y gritándole: "iMarcucci, Marcucci, vamos a la revolución!"99
El desfile a Palacio duró entre quince y veinte minutos. Caminaron rápidamente,
con pasos agigantados. De vez en cuando, paraban, como para asegurarse que aún iban
en grupo. Se cansaban de arrastrar ese cuerpo, que pesaba más y más. Seguramente se
tumaron"Xl. Les gritaban a otros peatones que andaban por ahí que se unieran a sus filas.
Así tomaron confianza en su misión la cual todavía no estaba claramente definida.
Vacilaron al llegar a la Plaza de Bolívar. "iAl Capitolio! iAl Capitolio!", gritaron algu-
nos101. Pero el destino de esa multitud era el Palacio y rápidamente se acordaron de su
meta. No se podría obtener justicia en el Capitolio. La pequeña multitud llegó a la
esquina de la Calle 8' antes de la una y cincuenta y cinco. Gaitán todavía no moría.
Mientras la multitud bajaba por la Séptima le fueron quitado la ropa al asesino
como si sintieran que el hombre no tenía derecho a alguna identidad. Primero le
quitaron la camisa; cuando los pantalones dificultaron el arrastre, también se los qui-
taron y los alzaron en un palo como si fuera una bandera. 102 Al lado de esos pantalones
ondeaban varias banderas nacionales. "iViva Colombia!", gritaban 103 .
La multitud se dirigió al Palacio, no sobre el Palacio. No tenía intención de atacar-
lo o apoderarse de él. La idea de ser protagonista de una revolución y de tomarse el
poder pasó fugazmente por la mente de algunos gaitanistas. No estaban preparados
para exigirle el poder constitucional, para protestar por la, violación del orden moral y

95. Entrevista con Luis Eduardo Ricaurte.


96. Proceso Gaitán, vol. 28, f. 262. Testimonio de Julio César Turbay Ayala.
97. Proceso Gaitán, Testimonio de Julio Enrique Santos Forero.
98. En su testimonio en El Proceso Gaitán, Lázaro Amaya sostiene que él y Eduardo Lozano se fueron
con la manifestación hasta la Plaza de Bolívar. Ahí la turba se les hizo mucho, y se entraron a un café a tomarse
algunos tragos. Proceso Gaitán, vol. 33, f. 32.
99. Entrevista con Luis Eduardo Ricaurte.
100. Jesús Delgadillo Morales testificó que había comenzado a arrastrar el cuerpo después de la Plaza de
Bolívar.
101. Ver el artículo de Jaime Quijano Caballero en El Tiempo, 16 abril, 1948, p. 16.
102. Proceso Gaitáni vol. lB, f. 64. testimonio de Gabriel Restrepo Botero.
103. Quijano Caballero, en El Tiempo, 16 abril, 1948, p. 1 l.

226
político dentro del cual vivían. Llevaron el cadáver del asesino como prueba tangible
de esa violación y para demostrar que ellos habían hecho justicia. Estaban dispuestos
a defender ese orden dentro del cual habían vivido. Buscaban una explicación del
crimen y lanzaron el cadáver contra las puertas, en espera de la respuesta. "iA Pala-
cio! iA Palacio! iA que expliquen!". Este fue el grito de la multitud 104 •
Esa multitud miró hacia las ventanas del Palacio. Siguieron el rito tradicional de
la plaza pública. Esperaban que les dijeran algo.
Pero el presidente no apareció. Nunca pensó hacerlo. El no había llamado a esa
demostración. El pueblo no tenía derecho de estar en la calle. Para Ospina Pérez esa
multitud era hostil. Mientras el pueblo esperaba frente a las ventanas cerradas de
Palacio, el vínculo tradicional entre los políticos y el pueblo de Colombia se estaba
deshaciendo. El orden social comenzaba a derrumbarse alrededor de las murallas del
Palacio. El vacío comenzaba.

6. La introducción
Fueron los momentos más dramáticas de la historia moderna de Colombia. "iMa-
taron a Gaitán! iMataron a Gaitán! iMataron a Gaitán!". En momentos, en minutos
todos supieron la noticia. Para los pocos que vieron el atentado y los miles que oyeron
de él, Gaitán había muerto ese mismo instante. Pero no era así. Estaba herido. Perma-
neció mortalmente herido unos diez minutos sobre el pavimento de la Séptima. No
tenía que morir. Los médicos aún lo podían salvar. Antes de morir, a la una y cincuenta
y cinco de esa misma tarde, el pueblo colombiano, los ami¡¡os y los enemigos de Gaitán,
estaban convencidos de que el caudillo había fenecido. Unicamente los jefes liberales
tenían que estar absolutamente seguros de su muerte, para no nombrar un nuevo jefe
del partido antes de que muriera el otro.
Todo parecía tan lógico. Un atentado contra la vida de Gaitán era vox populi 105 • Su
muerte estaba en la mente de todos. Ya se sabía. El caudillo era poderoso y demasiado
peligroso. Era inevitable. Los pocos que lo vieron desparramado sobre la calle vieron a
un hombre muerto. Se veía muy diferente sobre el piso de la ciudad de cómo se acor-
daban de él, caminando orgullosamente por las calles de su ciudad, parado en frente
de los micrófonos, sus brazos cortando el aire, su voz llegándoles al corazón.
La multitud supo inmediatamente quiénes eran los culpables. Ellos, los de arriba,
los jefes que odiaban al "capitán", Los que le decían "El negro Gaitán". Los que no
habían dejado que participara en la conferencia Panamericana. Los que no dejaron
que ingresara al Jockey. Lo habían matado. "iMataron a Gaitán! iA que expliquen!".
Posiblemente esos instintos se equivocaron. Pero esa primera reacción intempesti-
va era razonable. Eso también tenía su lógica. No pudo ser de otra manera. Ya todos en
Bogotá y en el resto del país empezaron a pensar en lo mismo, en lo que se venía
encima; la chusma, la chusma heroica de Gaitán. Más sangre iba a correr por las
calles de Bogotá. Se sabía. No era ni tan espontáneo el 9 de Abril.

104. lbúl.
105. Gaitán también pensaba en la muerte. Sus lugartenientes estaban obsesionados por protegerlo.
Entrevista con Luis Enrique Ricaurte y Pío Nono Barbosa Barbosa, y entrevista Nº 37 con Guillermo Vargas, 28
noviembre, 1979. Pero Gaitán era difícil y se enojaba cuando se daba cuenta que lo estaban siguiendo.

227
7. Prólogo
Eran pasadas la una. Plinio Mendoza Neira, el jefe liberal de Boyacá que siempre
estaba a su lado, lo tomaba del brazo. Hablaban animadamente. Salían del edificio
para ir a almorzar. Ese día no iría a casa a tomar el almuerzo. Ya llegaba a la. calle.
Estaba contento. Era el 9 de Abril. ..
Fue un día que vino y se fue. Todos se han querido olvidar de esa fecha: el pueblo
gaitanista porque ahí murió su futuro; los políticos porque ahí pensaron que el país no
tenía futuro. Esas ideas partieron en dos la historia de Colombia. Pero el futuro siem-
pre llega, y fue la violencia.
Muerto Gaitán, Colombia perdió a uno de los más grandes amantes del orden
constitucional, y posiblemente al único político que podría encauzar esa legalidad
hacia la participación y la democracia. Con el 9 de Abril se terminaron las manifesta-
ciones del silencio y las oraciones por la paz en la Plaza de Bolívar. En vez de una
respuesta masiva y cívica, la democracia se fue a la guerrilla, donde fue hábilmente
dominada por políticos y militares.
Para los políticos el 9 de Abril fue, como lo escribió Calibán a solo siete días de los
eventos, " ... un ciclón. El ciclón de la bestia, vergüenza de la humanidad, que se
arrojó sobre Bogotá ... "106 • Calibán, como muchos otros 107 políticos intentó salir de su
trauma y volver a su tradicional optimismo, pero ese liberal nunca lo logró. Ya no había
nada que hacer. El pueblo era la barbarie y el país era ingobernable.
Y así fue. No porque el pueblo fuera bárbaro y el país ingobernable, sino porque los
tradicionales jefes políticos así lo pensaron. Vieron alrededor de ellos un país nacio-
nal, que se les había salido de las manos. Lo único que les quedaba era practicar los
mismos partidismos de antes. Jefes liberales y conservadores azuzaron a liberales y
conservadores en los municipios y en las veredas del país.
/Por qué hombres de razón y de convivencia se fueron por el camino de la violencia? La
respuesta la encontramos, paradójicamente, en la nostalgia que sintieron por Gaitán, por
el orden y la disciplina con la cual él incorporaba al pueblo a la nación. Liberales y conser-
vadores entendieron que eso ellos no lo podían hacer, pero que a la vez, los cambios que se
habían suscitado alrededor de Gaitán eran, de cierta manera, irreversibles",.·
Calibán lo dijo todo a las claras después del 9 de Abril al referirse a la política de
Gaitán: "nunca fui partidario de esta política de masas"'°'. Sin tal política, el tradicio-
nal sistema bipartidista perdía su futuro. Estaba caduco. Sin proyecciones
democratizantes, lo único que quedaba para movilizar y desmovilizar al pueblo era la
violencia, la cual es el método del último recurso en la historia.

Gaitán se deleitaba diciéndole a otros políticos que él era el único que tenía una póliza de vida. Ver Azula
Barrera, ap. cit., p. 274. Si lo mataban, pensaba, no quedaría una ·piedra sobre otra en Bogotá.
106. El Tiempo, 16 abril, 1948, p. 4.
107. lbíd, 17 abril, 1948, p. 4.
108. El más nostálgico, y el que entendió mejor a Gaitán una vez muerto, fue Abe lardo Forero Benavides.
Ver "Gaitán", en Sábado, 24 abril, 1948, p. l.; ''.A. los hombres de buena voluntad", en Sábado; 8 mayo, 1948, p.
1; "Los enemigos de la normalidad", en Sábado, 15 mayo, 1948, p. 1; "Refutación a López de Mesa", en Sábado,
14 agosto, 1948, p. l.
109. El Tiempo, 16 abril, 1948, p. 4.

228
De las violencias a la Violencia

Daniel Pécaut'

Los diversos estudios que conocemos confirman el hecho: la diversidad extraordi-


naria de los fenómenos de violencia. El libro pionero de G. Guzmán, O. Fals Borda y E.
Umaña Luna, supo mostrarlo, pero recientes estudios lo han establecido aún mejor.
Estos últimos han mostrado que de un departamento al otro, de un municipio al otro,
de una vereda a la otra, las luchas partidistas, los conflictos sociales y el bandidismo se
combinan y se organizan de maneras diferentes alrededor de una multiplicidad de
protagonistas; además se desarrollan según temporalidades diferentes, se explican de
forma diferente, y tienen consecuencias distintas sobre la distribución de la propiedad
o del excedente económico. Sin duda hay un elemento que se encuentra por doquier,
sobrepuesto a todas las manifestaciones de violencia: la división partidista. Pero ella
misma reviste formas variables y no puede ser considerada como evidente.
Sin embargo se plantea la pregunta: si no es posible "totalizar" -como hubiera
dicho Sartre- las experiencias de la violencia, /se puede entonces seguir hablando de
"La Violencia" o más bien de fenómenos de violencia?".
Tal pregunta parece también justificarse por el hecho de que no hay una cronolo-
gía precisa que pueda asignarse a la Violencia. No hay ningún acontecimiento que
habiéndola impulsado constituya un origen, y proyecte sobre la violencia el distintivo
de su significación: 1945, 1946, 1948, son todas posibles definiciones de un comienzo,
todas decisiones que de hecho pertenecen al investigador; también, 1930, o bien las
luchas agrarias de 1920 a 1935, e inclusive las guerras civiles del siglo XIX. Las ausen-
cias de un momento originario reclama la búsqueda de continuidades, que es también
la búsqueda de inteligibilidad. Los mismos actores han dado a menudo el ejemplo
cuando vieron en la violencia de aquellos años la repetición de una vieja historia
inmóvil, que hunde sus raíces en el siglo XIX. Pero como lo ha recordado Malcolm
Deas, las tesis continuistas con el siglo XIX, o con las luchas agrarias más recientes, no
pueden considerarse sino como hipótesis de validez parcial. Tampoco hay, todavía, un
acontecimiento que constituya su desenlace.
El problema de la unidad de la violencia apunta también a la dificultad de apun-
tar todos estos aspectos a estrategias intencionales de los actores políticos o económi-
cos. Las estrategias intencionales no faltan: son incluso evidentes desde el principio.
Pero de una parte, estas se refractan en una infinidad de micro estrategias: además de
quienes envían a los chulavitas, o de los capitalistas del Valle que enviaban a sus
pájaros, están los. fonderos de la región cafetera y las pequeñas burguesías de las cabe-
ceras municipales. Por otra parte, al combinarse estas estrategias dan lugar a conse-
. cuendas inesperadas. En fin, todas ellas coexisten con fenómenos de desorganización
y de simple lucha por la supervivencia.

Sociólogo. Autor de Política y sindicalismo en Colombia, La Carreta, 1973; Orden y violencia;


Colombia 1930-1954, Cerec / Siglo XXI, 1987; y Crónica de dos décadas de política colombiana 1969-1988.
Investigador de Estudios sobre Movimientos Sociales de París.

229
La era de las grandes explicaciones causales está definitivamente terminada. Ni
la acumulación capitalista, ni la reacción feudal, ni el viraje de una burguesía que
antes hubiera sido "progresista", poseen más fuerza interpretativa o proporcionan ya
un marco de interpretación. Tampoco la correlación cómoda que se quiso mantener
entre ciertas fracciones de las elites económicas de tal o cual partido. Ya nadie puede
afirmar seriamente que el Partido Conservador sea anti-industrialista o que el Partido
Liberal sea el adversario de la gran propiedad terrateniente o más aún que la burgue-
sía industrial liberal haya sido alguna vez amiga de los sindicatos.
Con todo, ni la diversidad de los fenómenos de violencia, ni la quiebra de las
explicaciones casuales globalizantes pueden impedir que la violencia sea al mismo
tiempo UNA. Así lo fue para aquellos que la padecieron, y lo es en la memoria histó-
rica de todos, lo mismo que para el historiador o el sociólogo.
Que en un momento dado en pleno ascenso del capitalismo industrial, agrario y
comercial, el centro de gravedad de la escena política se haya desplazado hacia las
zonas rurales; que las elites económicas hayan podido acomodarse, durante tantos
años, a una crisis institucional enorme, que la unidad nacional haya parecido dislo-
carse, son realidades asociadas al fenómeno de la violencia, que no pudieron surgir
sino en una cierta coyuntura.
Volviendo al problema de la unidad, no pretendo dar cuenta de las diversas for-
mas de violencia. Intentaré precisar, lo que, dentro de una coyuntura dada, pudo
permitir que estas formas de violencia hayan tenido el campo libre.
Para ello tomaré tres elementos generales:
l. El desmantelamiento de la ideología de la regulación estatal.
2. La confrontación con la movilización popular.
3. La representación de lo político.
Destaquemos que algunos de estos elementos nos remiten a una coyuntura que no
es exclusivamente colombiana. En la mayoría de los países latinoamericanos la ruptu-
ra con la ideología intervencionista y la confrontación con una movilización popular,
detenida durante la guerra, se ponen al orden del día. Sin embargo, no hay en otros
países latinoamericanos fenómenos de violencia. Lo que se presenta, eventualmente,
es un rápido fortalecimiento de regímenes autoritarios. Ahí radica toda la diferencia.

1. El desmantelamiento de la ideología de la regulación estatal


Se ha mencionado la noción de "derrumbe parcial del Estado" utilizada por P.
Oquist para explicar el surgimiento de la violencia. El razonamiento de P. Oquist se
puede resumir así: el Estado adquiere un papel esencial en la economía; ningún grupo
económico o político puede entonces renunciar a tener acceso al Estado. De allí el
conflicto entre estos grupos que engendra "el derrumbe parcial del Estado" el cual a
su vez permite que la violencia se propague.
Es difícil negar que haya una gran crisis del Estado que tiene orígenes propiamente
políticos, sobre lo cual volveré más adelante. Por lo pronto, sugiero una secuencia diferen-
te a la que propone P. Oquist: esta crisis del Estado, que facilita la expansión de la violen-
cia, remite ante todo al consenso de las elites económicas, a partir de 1943-1944, para
romper con la ideología de la regulación estatal puesta en marcha desde 1930, tanto en el
terreno económico como en el social, y para imponer una visión liberal en estas dos esferas.

230
Es justamente la ideología de la regulación del Estado de lo que hay que hablar a
propósito del periodo comprendido entre los años 1930-1939. Al contrario, por razones
evidentes, se debilita con relación al periodo comprendido entre los años 1925 a 1929.
Y no vuelve a incrementarse verdaderamente sino hacia 1930-40. Posteriormente des-
pués de un periodo de disminución, volverá a crecer entre 1951-1952, en plena época
de La Violencia.
Sin embargo lo esencial no está ahí, sino que de 1930 a 1942 se desarrolla un
referente simbólico de la regulación estatal, que hace del Estado el garante de los
intereses generales frente a los intereses particulares. Este referente continúa cierta-
mente siendo precario. El solo hecho de que los colombianos pudieran recurrir al
Estado brasileño, para regular el precio del café y que la Federación de Cafeteros logre
en 1937 poner en jaque los tímidos intentos de intervención gubernamental en sus
asuntos muestra sus límites: en ningún momento la ideología intervencionista adqui-
rió un peso comparable al que tuvo Brasil.
El cambio no es menos considerable entre 1944-1945. Fortalecida con los recursos
acumulables durante la guerra y la posición central que de ahora en adelante ocupa
la Federación de Cafeteros, las elites económicas colombianas logran imponer su vi-
sión, según la cual el intervencionismo estatal es casi ilegítimo y que hay que atenerse
a las "leyes del mercado". Aún más, esto no significa que no haya habido una inter-
vención del Estado como en todo capitalismo liberal. Ello significa, y no es poco, que
las elites económicas se habilitan para presentar sus intereses particulares como inte-
reses generales. Esto se manifiesta en la institucionalización del poder de los Gremios
económicos. Al respecto quisiera anotar:
a) Existen divergencias entre los Gremios, pero sería falso imaginar que por ejem-
plo entre los industriales y el eje exportadores-importadores haya mayores contradic-
ciones. Existe en todo caso un consenso en cuanto al rechazo a la regulación estatal.
b) Durante los peores años de La Violencia, estos Gremios se las arreglaron para
mantener en su seno una composición bipartidista, prolongando así, por su cuenta, la
unión nacional, y adquiriendo una cuasilegitimidad política, cuya importancia se apre-
cia bajo el gobierno de Rojas Pinilla.
c) En el momento en que las virtudes del liberalismo económico parecían agotarse
por falta de recursos, surge a fines de 1949 la Bonanza cafetera: esta Bonanza no sola-
mente asegura la viabilidad,de la visión liberal, sino que estimula a los gremios, co-
menzando por la Andi, a celebrar el ascenso de Laureano Gómez, en quien ellos ven
a pesar de las reticencias que pudiera tener frente a él, una garantía de orden social.
iQué relación hay entre esta profesión de fe liberal, este poder de los gremios y La
Violencia? Simplemente: que las elites económicas contribuyen desde el comienzo a
despojar al Estado de su función simbólica de regulación en el campo económico; que
estas mismas elites están en capacidad de adaptarse a la crisis institucional y en espe-
cial a la del Estado; y que además pueden tolerar el desarrollo de una lucha partidista
que no las afecta directamente.
En el plano social este fenómeno es aún más claro: la regulación estatal adquirió
preponderancia en este campo durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo.
Notemos que este es un fenómeno casi general de América Latina: la consolidación
del Estado se efectúa en esta época, ante todo, por la imposición de un sistema de
regulación de los conflictos sociales. En el caso colombiano, esta regulación casi no se

231
traduce en leyes sociales: es necesario esperar los años 1944 y 1945 para que estas leyes
sociales logren una transformación significativa con' respecto a las leyes heredadas del
régimen conservador. Esta regulación no implica, por demás, un mejoramiento de las
condiciones materiales de los trabajadores urbanos: por el contrario, los salarios reales
de los obreros parecen sufrir un prolongado debilitamiento a partir de 1934. Por otra
parte, lo han mostrado investigaciones recientes, los gastos sociales del Estado perma-
necen estancados de 1930 a 1950. La regulación pasa de hecho por la vía política:
entre el Estado liberal y una parte de la clase obrera, sobre todo aquella clase obrera
liberal, ligada al sector público y de transportes, se concreta una especie de pacto de
estos núcleos de obreros y por el cual estos sirven de base de apoyo para que el Estado
se pueda definir como el representante de los intereses de toda la Nación.
Entre los años 1944 y 1945, es ese pacto el que las elites colombianas intentan
suprimir. Las reacciones a las leyes sociales del 44 y 45 lo prueban. Y más aún, la
actitud de Alberto Lleras frente a la huelga de Fedenal. Desde este punto de vista, no
hay ninguna diferencia entre las elites tradicionales liberales y conservadoras. Los
lopistas están en primera línea para cuestionar el papel previamente asignado al sindi-
calismo. La creación de la UTC en 1946 bajo la protección de la Iglesia y con el
consentimiento del patrono antioqueño indica claramente la ambición de esa elite:
asegurarse un control directo de los obreros sin tener que pasar por el Estado y mucho
menos por los referentes sociales anteriores.
La relación con la posibilidad de La Violencia se establece aquí de dos maneras:
en primer lugar sustituyendo la mediación estatal, por la relación de fuerzas tal como
se expresa en la sociedad; y en segundo lugar, despojando al mismo Estado de aquello
que lo legitima, la regulación social.
Nada de eso es evidente. En el momento mismo en que las elites socioeconómicas
colombianas se proponen romper los referentes simbólicos de la regulación estatal,
descubren algo que amenaza todo el orden social: un subfondo de barbarie social y
política. Este tema de la barbarie estuvo presente en otra época de prosperidad: en
1927-1929, y vuelve a surgir en 1945: Alberto Lleras no es el único en hacer referencia
a este punto, ni Cipriano Restrepo Jaramillo, presidente de la Andi: en la mayoría de
los distintos discursos políticos en 1945-1946 lo encontramos también mencionado.
Esto no apunta a un sector social en particular: .apunta a algo que deteriora el
tejido social en su profundidad, a algo que no se deja inscribir en un esquema de
oposición de clases sociales, aquello mina en realidad la posibilidad misma de una
institución de lo social, según la expresión de Castoriadis· y Lefort.
Este descubrimiento no puede separarse del rechazo a la regulación estatal. Atesti-
gua la dificultad de pasar de la ideología liberal del desarrollo a la organización de un
orden social y político. Aquí también, el vínculo entre este descubrimiento y el adveni-
miento de La Violencia es fácil de descubrir; es sobre el fondo de esta descalificación de
las clases populares que La Violencia toma impulso. El 9 de Abril no hace más que dar
substancia a algo que en 1945 no era más que un fantasma: hay una barbarie instalada
en el corazón de lo social.
Lo curioso es que este miedo social de las elites se fue ampliando desde 1945, a
pesar de que ellas habían presenciado, desde antes del 9 de Abril la derrota de una
parte de las organizaciones ligadas a las clases populares: es decir, los sindicatos.

232
2. La confrontación con la movilización popular
La tesis que presento en este segundo punto se puede resumir en una frase: La
expansión de La Violencia y el desplazamiento del centro de gravedad de la vida
política hacia las zonas rurales, presupone la desorganización de las organizaciones
populares urbanas. Esta puede ser precisada en otra frase: desde antes del 9 de Abril,
esta desorganización había sido parcialmente llevada a cabo.
Me limito a hacer algunas observaciones generales que conciernen particular-
mente al sindicalismo y al gaitanismo, pero al gaitanismo, solamente, en su relación
con las organizaciones sindicales.
A partir de 1946 la movilización se desarrolla sobre varios ejes que no podemos
confundir. Los movimientos urbanos en Bogotá y en Cali, en octubre de 1946, ---que
involucran no sólo a los obreros sindicalizados- y la huelga general del 13 de mayo de
194 7, se desarrollan en gran medida en competencia con el gaitanismo y eventual-
mente contra él, aunque también se inscriben en la dinámica socio-política engen-
drada por el gaitanismo. El 13 de mayo de 1947, la derrota del movimiento ligado a los
sindicatos era ya un hecho. El gaitanismo queda entonces como ún.iéo dueño de la
movilización social.
iPor qué esta rápida derrota del sindicalismo? No basta para explicarla referirse a
las acciones del patronado o del gobierno para neutralizarla. Hay, claro está, una
razón política. Este sindicalismo había ligado ampliamente su suerte a Alfonso López y
a la "República Liberal". Al mantener esta definición política, mientras la república
liberal se estaba hundiendo, estaba destinado a perder rápidamente la credibilidad de
sus propias bases, en beneficio del gaitanismo.
Hay otra razón no menos importante. El sindicalismo de la ere no había logrado
implantarse verdaderamente sino dentro de los sectores que dependían directa o in-
directamente del Estado. No había penetrado prácticamente en la industria privada,
o bien lo había hecho de una manera efímera. Este hecho le privó, en una coyuntura
en la cual la industrialización progresa rápidamente, de la posibilidad de tener un
peso social considerable.
Pero conviene sobre todo volver la hostilidad que el gaitanismo le profesa. Esto es
esencial para comprender el proceso de conjunto de la movilización popular y su pre-
cariedad.
No voy a profundizar en el tema de las relaciones entre el gaitanismo y el Partido
Comunista, o más bien Partido Socialista Democrático que era el nombre de le época.
Mencionaré solamente que Gaitán no se limitó a condenar a la ere que para él
era simplemente un aparato burocrático en medio de los comunistas. El gaitanismo
tomó también partido contra las disposiciones que parecían "positivas" para los obreros
afiliados a la eTC contra el Decreto 2350, que creó el fuero sindical y delcual
Jornada dice que va a arruinar la industria; contra los reajustes salariales de 1944-
45. Toma también posición frente a la huelga del 13 de mayo cuyo significado era
prácticamente el fin de la eTe.
Esta actitud de Gaitán es explicable, si se compara el caso Gaitán con el de Perón.
Este último se dirige a sindicatos que acaban de conocer la "década infame". Desde la
Secretaría de Trabajo se dirige primero a estos sindicatos. Esto no significa que tenga
de golpe la alianza de sus dirigentes: el 17 de octubre de 1945 en el transcurso del

233
famoso día, la CGT no se alía sino in extremis, y en una pequeña mayoría a la huelga
general que lo lleva al poder. Esto tampoco significa que tolere en seguida la oposición
de los dirigentes obreros que gozan de prestigio propio como lo atestigua la caída de
Luis Gay, jefe del Partido Laborista en 1947.
Gaitán se encuentra confrontado a una situación bien diferente: una maquinaria
sindical que se precia de una ciudadanía social obtenida por intermedio de Alfonso
López Pumarejo, para él símbolo de la oligarquía. Justamente es esta misma forma de
ciudadanía social la que él pretende acabar.
El movimiento gaitanista no surge en un vacío de derechos sociales y políticos. Al
contrario, se encuentra con organizaciones obreras que se consideran en condiciones
de defender, por encima de todo, sus derechos adquiridos. ·
No es entonces por azar que esta ciudadanía social es rechazada por Gaitán. No
solamente porque él considera que aquella no beneficia sino a los afortunados, sino
fundamentalmente, porque tal ciudadanía sirve solamente para ocultar una realidad
mucho más profunda, a saber, la exclusión social de la mayor parte de la sociedad.
Mientras Gaitán afirma que por encima de los problemas de salario están los pro-
blemas de salud y de ignorancia del pueblo; mientras dice que no se pueden esperar
grandes pensamientos de los organismos afectados por la sífilis y la desnutrición, se
inscribe ciertamente en la línea de la escuela de criminalidad italiana, pero realiza
sobre todo un desplazamiento con relación al lenguaje de las organizaciones obreras.
Este lenguaje orgánico es también una manera de despojar de toda significación la
"ciudadanía social" adquirida y la regulación estatal que la sostenía. Hablar de las carencias
físicas de un pueblo es afirmar que él está evidentemente por fuera de toda ciudadanía.
Al hacer esto, Gaitán se sitúa en el momento preciso en que las elites dirigentes
descubren "la barbarie" que amenaza el orden social y. ponen en tela de juicio la vieja
ciudadanía social. El gaitanismo toma nota de esta descalificación operada por la bur-
guesía. Y es aquello que acaba de ser excluido del mundo social y político a lo que él
pretende dar forma y unidad por intermedio de la identificación del pueblo con su líder.
Desde antes del 9 de Abril, con la dislocación del gaitanismo, ya no hay nada que
frene la evolución hacia la violencia. La desorganización de los sectores populares
urbanos, deja el campo libre y a la deriva la escena política que en adelante tendrá
como centro las zonas rurales.
En tanto que la imagen de ese algo que no se inscribe en la institución social, la
"barbarie" ha tomado forma. Es también ese algo el que funda las representaciones políti-
cas que subyacen en la violencia. Ese algo es la idea de una división radical de la sociedad
que torna caduca tanto la representación de una sociedad que sería una sociedad de
oposición de clases, como la representación de una unidad simbólica de lo social.
Esto es lo que nosotros vamos rápidamente a considerar en el tercer punto que
concierne a las representaciones políticas.

3. Representaciones de lo político y de la violencia


Tal como ha sido mostrado, por ejemplo por Francois Furet, en su libro Penser la
revolution Francaisel, un acontecimiento revolucionario no es ante todo la culminación

l. París, Gallimard, 1978.

234
del ascenso de nuevas clases: se manifiesta en un principio por el hecho de que las
antiguas pautas políticas pierden de repente su sentido y en su lugar surge una nueva
representación de lo político. Cito a este propósito C. Lefort: "Para que haya revolu-
ción no basta_ con que haya una contradicción de intereses: es preciso que las pautas
de la situación común y las pautas de la representación dentro de la cual esta situa-
ción ha sido tomada como natural, -por difícil y conflictiva que esta haya sido-,
hayan vacilado"'. Agrego otra observación de Lefort a propósito de la revolución: en
su desarrollo es imposible fijar una frontera entre lo que pertenece al orden de la
acción y lo que pertenece al orden de la representación.
En 1945 las pautas políticas colombianas, las que han sido definidas por el enfren-
tamiento partidista, se encuentran en su sitio. Y sin embargo el rechazo de la regula-
ción estatal, la adhesión al liberalismo económico, el pánico a una explosión social,
hacen que la cuestión del orden político en la nueva fase, no esté de ninguna manera
resuelta. El gaitanis\no y el laureanismo contribuyen a poner en tela de juicio la de-
mocracia liberal. El uno y el otro concuerdan en denunciar el individualismo, al cual
está ligada. Concuerdan también en indicar que bajo la máscara de la democracia
liberal se instala una distancia infranqueable entre el "país real" y el "país político".
Tanto el uno como el otro, en fin, apelan a una nueva forma de fundamentar la uni-
dad de lo social, con referencia a un modelo organicista en el caso de Gaitán y con
referencia a los valores trascendentes en el caso de Laureano Gómez.
En realidad lo que hace tambalear aún más los parámetros políticos tradicionales
es el hecho de que tanto en Gaitán como el Laureano Gómez la representación de lo
político remite ante todo a la presencia subyacente en lo social, de una división radical,
es decir una división que implica una disolución del vínculo social como tal. O si se
quiere, la presencia en lo más profundo del tejido de una violencia originaria y a la
postre "irrepresentable".
Haré solamente mención al gaitanismo.
La afirmación fundamental del gaitanismo en los años 44 y 47 es la de una división
radical en el seno de la sociedad: de un lado, los que no son nada, y del otro los que
tienen todo. Entre unos y otros no hay una relación de oposición, hay una no-relación.
El hecho de que en los discursos de Gaitán el pueblo sea a menudo presentado por sus
carencias, sus enfermedades, su ignorancia, su hambre, y sus pulsiones subterráneas es
una forma de expresar esa no-relación, El pueblo está por el momento impedido de ser
sujeto político.
El hecho de que esta representación de la división radical, no corresponda a una
representación en términos de clase, lo prueba la imposibilidad de colocar de un lado
o del otro categorías sociales precisas. En los discursos de Gaitán, se pueden constatar
que del lado de los excluidos no figuran únicamente los que no tienen nada, sino que
están también los sectores medios, a pesar de sus méritos; están también los producto-
res, los cafeteros, obreros, industriales, etc. Y del otro lado, del de la oligarquía, en-
contramos no tanto los detentadores de los medios de producción sino los detentadores
del poder y sus subordinados.
No se trata de decir que en Gaitán la división radical no tienen contenido social,
lo tiene e incluso muy fuerte, puesto que se trata de luchar contra una situación de

2. "Penser la Révolution dans la Révolution fram;aise", Annales, marzo .. abril 1980, pp. 334,.352,

235
desposesión total. Pero la división radical es también política: es la misma que separa
el país real y el país político. O también cultural: entre los competentes y los ignoran-
tes se detentan el poder. El contenido de la división importa menos que el hecho de la
división misma.
La división no pone solamente dos sociedades frente a frente, las atraviesa de lado
a lado y atraviesa toda representación de lo político.
Ella atraviesa cada uno de sus polos: tratándose del pueblo toma la forma de una
ambivalencia. El pueblo taciturno puede respetar un orden social durante largo tiem-
po que vaya contra sus intereses; pero el mismo pueblo es una fuerza colectiva que en
un momento dado puede hacer explosión.
La división atraviesa la representación de lo político: en el contexto del populismo
gaitanista, hay simultáneamente ascenso de algo que está por fuera de toda relación
social e invocación a una regulación de lo social que dirigiría a todos sus integrantes.
Hay invocación a un verdadero igualitarismo y simultáneamente al respeto de las
verdaderas jerarquías. Hay una división social pero también una unificación de lo
social bajo la égida del Estado. Entre estos diversos aspectos no hay síntesis; ni una
tercera vía. La fuerza movilizadota del gaitanismo radica en esta omnipresente duali-
dad en la que individualismo y holismo3 se disputan la partida.
Por lo tanto, lo que unifica, sobre el trasfondo de esta división flotante, es precisa-
mente la relación con Gaitán mismo. El pueblo adquiere un nombre que es el de su
líder. Gracias a él se convierte en sujeto político, donde antes no había sino individuos
no sujetos. Y entonces, es inútil querer separar lo social de lo político: el nacimiento
del sujeto político es también el del actor social. La violencia de la no relación origi-
naria abre paso a la calma de la muchedumbre reunida.
Sin embargo, las cosas no son tan simples: la división no se deja eliminar. Ella vuel-
ve a la superficie de una manera u otra; las leyes de la "sicología colectiva" como dice
Gaitán, a propósito de la manifestación del silencio, pueden ser "contrariadas": no
pueden ser anuladas. El juego de fuerzas contrarias se impone.
En muchas de las obras sobre el gaitanismo, el momento en que Gaitán aglutina al
liberalismo como jefe único es presentado como significando una ruptura con relación
al primer Gaitán, el que hablaba en nombre de todo el pueblo, tanto conservador
como liberal. Esto es a la vez cierto y falso.
De hecho, la división radical de lo social se calcula entonces sobre una división
radical en el plano político. Lo político, y para el caso la división partidista, está en
relación directa con la división originaria de la sociedad: Gaitán lo dice claramente
en su discurso del 21 de julio de 1946: "La existencia de fuerzas opuestas de los parti-
dos, obedece a un proceso de razón y de lógica social tan profundo como la existencia
de fuerzas negativas y positivas en la electricidad ( ... ). La existencia del contraste
ideológico de los partidos tiene un origen tan sólido y una explicación tan profunda
como la existencia equilibrada de los pueblos; como la lógica de las fuerzas opuestas al
amor y del odio en el gran drama de la sicología afectiva de los hombres". Es la oligar-
quía la que transgrede las leyes naturales aliándose por encima de los partidos. La

3. Sobre las relaciones entre "individualismo" y "holismd' 1 Cf. L. Dumont, Horno aequalis, Gallirnard,
París, 1977.

236
división originaria se reinscribe así dentro de la política partidista. Es ella la que en
adelante la fundamenta.
Lo que hace tambalear las pautas políticas tradicionales, es que bajo el efecto de
esta representación de lo político como división radical, social y política, es anulada la
posición simbólica dentro de la cual el poder pretende situarse como posición unificante
con relación a lo social. La explosión del 9 de Abril lo prueba, con el rechazo a todas las
instituciones que simbolizan el poder. Y en el transcurso del 9 de Abril, lo social y lo
político se confunden. Y en lo que concierne a la función del poder como instituyente de
lo simbólico, el resultado del 9 de Abril no cambiará en nada lo que estaba puesto en
marcha: por largo tiempo esta función del poder deviene caduca e imposible.
Sin embargo, paralelamente y desde el 9 de Abril, la indistinción entre lo social y
lo político cedió el puesto dentro del gaitanismo a su disociación.
El hundimiento de la CTC al cual nos hemos referido, no es más que una de las
manifestaciones de la desaparición de lo que podía ser el lazo entre lo social y lo
político. En el momento en que los gaitanistas se asociaron al gobierno (uno de ellos
ocupaba el Ministerio de Trabajo y fue por esto encargado de hacerle frente a la
huelga del 13 de mayo de 194 7) acabó de sembrar la confusión: frente a las organiza-
ciones obreras el gaitanismo habla en este momento desde el poder.
Todo tambaleó dentro de la política partidista, desde el momento en que en ella
se manifiesta la división originaria. Los enfrentamientos sociales quedan a la deriva.
Van a invadir el tejido social bajo múltiples formas, pero sin encontrar por mucho
tiempo una expresión política.
El 9 de Abril es también esto. Lo social y lo político se confunden, ya lo habíamos
dicho. Pero hay también que añadir: se disociaron igualmente.
La prueba no es solamente que los manifestantes legitiman en últimas las combi-
nación política elaborada en el Palacio Presidencial. Reside también en el hecho de
que al cabo de las jornadas del 9 de Abril, no había sino voces aisladas y tímidas que
se solidarizaran con los manifestantes. La prueba está finalmente en la dispersión in-
mediata del gaitanismo, que alimenta a su vez a una nueva clase política que buscará
en varias oportunidades un compromiso con Laureano Gómez, y a los hombres que
toman las armas en nombre del liberalismo.
Resumo estas diversas consideraciones. No se trata de buscar una relación inme-
diata entre el gaitanismo y La Violencia. Esta relación no existe. Si hay que probarlo,
las correlaciones estadísticas se encuentran en el libro de P. Oquist: no hay correla-
ción entre los municipios de alta votación gaitanista y los sacudidos por la violencia.
Solamente he querido indicar que a pesar de que los partidos tradicionales hubieran
continuado siendo los dueños del juego, ya no se ubican completamente dentro de la
misma representación de lo político que antes. La noción de división radical introduce
la de violencia originaria. Ella conmueve los referentes políticos antiguos, arruina la
función instituyente del poder. Introduce lo social en lo político, pero induce también
su disociación. Pone así a la violencia en el centro mismo de lo político.
La demostración es evidentemente incompleta. Hubiera sido necesario tener el
tiempo de hacer un análisis del laureanismo. Hubiéramos encontrado otra figura de la
violencia originaria y de la división radical.

237
La demostración tiene también sus límites. Del hecho de que la violencia aparez-
ca en adelante como constitutiva de lo social y de lo político, no se concluye que lo
que siguió después del 9 de Abril tenía necesariamente que suceder. Y la violencia no
se hubiera producido como lo hizo, si los liberales hubieran encontrado frente a ellos
un Estado y no un partido.

238
"La Violencia" y los negocios
Quindío años 50 y 60

Carlos Miguel Ortiz. Sarmiento•

Introducción
He pensado que la mejor manera de desarrollar este ensayo no sería precisamente
explicando qué es para mi "La Violencia en el Quindío", lo que equivale a presentar
una síntesis del estudio regional que he concluido, porque por este camino tendría
que detenerme buena parte en aspectos que a toda luz traspasan el contorno regional.
Por ejemplo: el papel, el grado de presencia o ausencia del Estado en la articulación
local y comarcal de los grupos sociales, son dimensiones transregionales, como que están
dadas por el carácter del Estado en su conjunto, así las haya yo encontrado en la pesqui-
sa microscópica de una vereda; y son, en mi interpretación, decisivas para la violencia.
Las otras formas de articularse los grupos, como las del hecho caciquil, o las confedera-
ciones caciquiles a través de los partidos y corrientes, no son tampoco específicas del
Quindío. El movimiento gaitanista, que encauzó la energía de una vaga agitación social
que iría a parar a la violencia, fue también un fenómeno nacional, así yo lo hubiese
explorado en los militantes cotidianos del campo o de los pueblos del Quindío.
Como el agrupamiento de varios trabajos regionales en esta publicación sugiere, es
mejor el método comparativo, creí mejor tratar rasgos diferenciales de la modalidad de
la violencia en el Quindío, sean o no determinantes, en mi concepto, para explicarla.
En otra ocasión me había referido a la semblanza del "guerrillero" liberal de la
cordillera Central, que en sus distintas etapas sigue siendo muy diferente de sus con-
temporáneos del Llano, y aún más de los combatientes de años posteriores en el Tolima,
Huila o el Magdalena Medio.
Podría también haber tratado de las especificaciones de la violencia como medio
de promoción del personal político en el Quindío, pues la interpolación en la violen-
cia del movimiento "separatista" frente a Manizales, en un momento de refuerzo del
centralismo por parte del Gobernador militar, produce efectos muy particulares: los
laureanistas se alinean con los liberales más "izquierdistas" en contra del gobierno
militar y de los "patricios" manizalitas, llegando a ser tildados de "subversivos" y una
vez de "comunistas"; los alzatistas, por su parte, se hacen intransigentes defensores de
la posición del gobierno; los primeros vislumbran en la creación de un nuevo Departa-
mento la posibilidad de escalar las máximas posiciones del Estado y del partido (Sena-
do, Directorio Nacional); los otros hallan esa posibilidad conservatizando municipios
en forma violenta y alterando así la vieja composición .más o menos bipartidista de
Caldas.

* Sociólogo. Autor de Estado y subversión en Co"lombia; coautor de Colombia: violencia y democracia.


Profesor del Departamento de Historia de la Universidad Nacional.

239
Pero lo que he escogido para tratar es la especificidad en el Quindío de la relación
entre la violencia y los negocios, o dicho mejor, de la violencia como negocio.
Antes se creía que la dirección económica de la Violencia era unilineal en todo el
país. Predominando la tendencia a basarse en estadísticas globales y leerlas a la luz -
o a la sombra- de una gran teoría-modelo, se podría concluir en forma unilateral:
transformación capitalista del campo, concentración de la tierra, triunfo de los terra-
tenientes expansionistas, etc.
Hoy afortunadamente sabemos que las consecuencias económicas de la Violencia
son distintas en los Llanos, el Tolima, el centro del Valle, Quindío y norte del Valle ...
Sobraría advertir, si no fuera porque aún pueden flotar en el ambiente secuelas del
lastre economicista de los años 60 y 70, que los intereses económicos en los cuales me
detendré con relación a la Violencia no tienen rango alguno de causa eficiente ni de
razón suficiente; tesis como aquella de que la Violencia fue el requerimiento del
"desarrollo espontáneo de la economía" ya no son sostenibles. La Violencia, es cierto,
jugó un papel con respecto a la intensificación posterior de las formas capitalistas de
trabajo en la caficultura, mas su causalidad en este sentido es fortuita y de ninguna
manera obedece a la lógica preestablecida de la evolución del capitalismo.
iDónde ancla entonces la relación de los negocios con la Violencia? Para precisar-
lo conviene reparar en que para mí la violencia no es más que la modalidad que
asume, en un periodo determinado, la articulación y ordenamiento de la vida social,
y por ende la modalidad que asume la historia del Estado colombiano en esta etapa.
En parte igual y en parte distinta, la red de hilos y poderes tejida entre los grupos que
el trabajo históricamente había generado, con sus junturas y sus dislocaciones, sigue
siendo trenzada como antes, con otras puntadas.
Si la precaria cobertura de las instituciones, ideas y normas por las cuales el Esta-
do a sí mismo se ha defendido, había sido la nota prevaleciente desde los colonizado-
res, este mismo rasgo explicaba la prolongación y generalización de los mecanismos sui
generis de la violencia; allí donde el Estado siempre había sido desbordado por los
poderes caciquiles, prendió el apoyo vecinal a los grupos armados, guerrillas y cuadri-
llas de un bando u otro; los armados fueron rodeados entonces del sentimiento doble
de adhesión y temor con que la población había beneficiado a los caciques, ahora
desplazados por las circunstancias; se vio a los jefes cuadrilleros repartir mercados a
los indigentes, socorrer a las viudas, y hasta gozar de un halo religioso.
El vacío de las funciones estatales de justicia y policía, que la modalidad de go-
bierno unipartidista y sectario había acentuado, se llenó entonces con el binomio
indisoluble de defensa y venganza, móviles centrales y razón de ser de todas las cua-
drillas sin distingos banderizos; hasta las fuerzas del Estado se hundieron también en
ese piélago (piénsese si no en los policías "chulavitas" o incluso en el Ejército), por lo
cual, enviadas a pacificar, resultaron más bien prolongando la violencia.
Pues bien, a estas nuevas formas organizativas de la vida social, las de la violencia,
no puede ser ajena la producción de la vida material de la región. Los habitantes,
abocados cada día más a los nuevos tipos de control donde lo jurídico se mostraba
impotente, debían continuar produciendo su existencia material mediante el trabajo;
los resortes de poder típicos de la época afectaban necesariamente la apropiación del
trabajo social producido; por lo demás, los grupos armados requerían, para su subsis-

240
tencia y operación, participar en el reparto e influir para que el rol de los diversos
agentes se adaptara en cada zona a sus menesteres. Aquí descansa la conexión entre
violencia y negocios, Violencia y economía.

La especificidad del Quindío


Naturalmente la historia regional que se desenvuelve desde la colonización posi-
bilita y condiciona las modalidades específicas que asumen en el Quindío las co-
nexiones entre la violencia y las actividades económicas. De seguro en otras regiones
los antecedentes históricos hicieron factible que la violencia expresara, bajo etiquetas
de partido, enfrentamientos más o menos clasistas: desalojo de colonos por parte de
terratenientes o rescate de tierras por parte de campesinos expulsados en los años 20,
recuperación de resguardos indígenas, etc. ·
Recuérdese que, en cambio, en el Quindío la sociedad no había tendido a
articularse de modo clasista predominantemente, salvedad hecha de los conflictos
agrarios circunscritos a zonas definidas y a décadas precisas. La proliferación de pe-
queñas y medianas parcelas en la actividad vertebral de la caficultura, el peso de esas
parcelas dentro de la producción cafetera de la región, el hecho de que la gran acu-
mulación se extrajese mucho más en el comercio que en la agricultura, y de que,
simultáneamente, el comercio ofreciese numerosas "oportunidades" a las capas bajas
a través de empresas como la arriería, son elementos propicios para una organización
social de matices no ciertamente .clasistas. Sobre todo dos rasgos, a mi juicio, contri-
buían al perfil que revelaba allí la articulación de la sociedad: por una parte la impor-
tancia del intermediario, que en el comercio es el "fondero" y en la producción el
"agregado"; por otra parte la movilidad generada por la colonización y el corrimiento
de la frontera agrícola, todavía operante en la primera mitad del siglo XX, cuando aún
se fundaron cafetales y se titularon baldíos en la zona cordillerana. La mediación del
fondero ponía en comunicación el mundo vereda! de la arcaica producción parcelaria
con el mercado mundial regido por las leyes del capital, pero al tiempo se intercalaba
entre los cultivadores pobres y el grande exportador, como cortina de humo que nubla
la crisopeya de la acumulación. El agregado, a su vez, en tanto comprador autónomo
de la fuerza de trabajo auxiliar, y patrón inmediato, amortiguaba el contacto de los
jornaleros con el propietario, haciéndose entre estos casi imposibles los enfrentamientos.
Es en ese tipo de sociedad en donde el agrupamiento de la gente en facciones a
través de los partidos y de los caciques hace, en las nuevas circunstancias, que las
necesidades, las frustraciones y las esperanzas colectivas encuentren salida consu-
mando o apoyando los ataques armados partidistas. Creadas, por otra parte, las nuevas
formas organizativas, marcarían con su impronta, pero sin modificarlas substancialmente,
ciertas tendencias de comportamiento económico existentes desde tiempo atrás; la
venta forzosa de tierras, por ejemplo; el enriquecimiento de los fonderos mediante la
compra de café rebajado; la ya aludida movilidad social, tanto en el plano del ingreso
como en el del acceso a la acumulación; la intangibilidad y asepticismo de los sectores
económicamente poderosos y en igual medida la conservación de sus garantías.
Diversos tipos de negocio probaron suerte sucesivamente en esa comarca, depen-
diendo en gran parte de las etapas recorridas por la conformación partidista:

241
a) Así, en el primer periodo antes de que se consolidaran las cuadrillas y enraizaran
en la población, empieza a dar buenos frutos el negocio de comprar café colectado en
las numerosas fincas y parcelas abandonadas; igualmenre se toma más remunerativo
el oficio de "agregado" en las propiedades con dueños fugitivos.
El hecho más sobresaliente de esros primeros años será pues, la promoción de
fonderos-compradores y "agregados". Como inicialmente los expelidos de las tierras
son liberales, es obvio que los beneficiarios serán conservadores, y las zonas más grati-
ficadas los municipios conservatizados por la fuerza.
La fonda cafetera, que en los años 20 y 30 había sido tan importante, junto con la
arriería, para incorporar migrantes pobres a la acumulación, continuaba, pues, mostrán-
dose provechosa; sería su último apogeo ames de extinguirse después de la violencia.
Aunque las circunstancias fuesen nuevas, el secreto del lucro era el de siempre:
comprar café por debajo de los precios promedios, aprovechando que está húmedo,
que se vende en "anticipo" o -como en el presente caso- que era robado.

b) Al afianzarse las cuadrillas de ambos bandos y la consecuente homogeneización


partidista de las veredas, quienes habían abandonado temporalmente sus terrenos son
progresivamente llevados a vender, no importa a qué precio. Esto fomenta otra vía de
ascenso económico ya muy conocida en el Quindío desde antes: las "gangas" o com-
pras de ocasión aprovechando la necesidad de los oferentes; en las circunstancias del
momento, las presiones se podrían aumentar mediante el "boleteo" o insinuando a las
cuadrillas la selección de ciertas víctimas con haberes apetecibles. .
Las oportunidades se posibilitan tanto a conservadores como a liberales, pues los
procesos de homogeneización operan de ambos lados, según las veredas:
Las ventas de liberales, que ya se habían empezado a dar desde los primeros años de
la Violencia, serían ahora más frecuentes; las ventas de conservadores serán especial-
mente numerosas en la zona de la cordillera desde 1954, y en la zona del río La Vieja
conocerán su mayor intensidad desde 1958-1959, bajo la amenaza de las cuadrillas ali-
neadas en el MRL.
En las fincas grandes y las haciendas, la homogeneización de las veredas consagra la
modalidad del agregado o mayordomo conectado con las cuadrillas, o por lo menos
perteneciente al mismo partido de ellas, que no entrega o falsea las cuentas a su patrón.
En el comercio rural, el robo de ganado se generaliza constituyéndose en la acción
más distintiva de las cuadrillas liberales o de sus aprovechadores, así como el robo de
café había caracterizado sobre todo a los conservadores; la razón es que las zonas
ocupadas por la "guerrilla" liberal de la cordillera se situaban, o en el límite del área
de café, o en el área exdusivamente ganadera; las cuadrillas liberales del río La Vieja
serán también ante todo, como las conservadoras, negociadoras de café pillado 1•
c) En tanto que el control de las veredas se reparte entre las cuadrillas, el enseño-
ramiento de la autoridad conservadora y de sus "pájaros" en los núcleos urbanos, favorece
otra operación:

1. Se entiende que hablo de rasgos predominantes, pues los grupos armados de uno y de otro partido
participan en las dos formas, y en otras muchas formas de negocio.
Entre los medios que no se estudian aquí por falta de datos, figura el contrabando de armas; según fuentes
orales ese comercio fue lucrativo y expandido, e inmiscuyó a cuadrillas, políticos y personal de las fuerzas
oficiales.

242
El traspaso de almacenes o compras de café a los conservadores, bien a través de
venta o bien a título de administradores que a la postre accederán a propietarios; en
algunos casos se llegará hasta la eliminación física del competidor liberal, para asegu-
rarse el pequeño monopolio local de la carne, de los discos musicales, de los espectá-
culos de cine, etc. 2•
En aquellas poblaciones donde, pese a la autoridad sectaria conservadora, la
"reliberación'' utilizó también "pájaros" urbanos y las dos fuerzas se hicieron igualmen-
te temibles, resultando dos calles comerciales de partido contrario en el centto del
poblado: almacenes para conservadores y almacenes para liberales, sin que pudiera
traspasarse el umbral del contrario a riesgo de perder la vida.
El ordenamiento que haré de los temas presentados no es propiamente cronológico;
he preferido estudiar cada uno de los grandes conjuntos de actividades económicas
en relación con la Violencia, para poder retener en el interior de cada conjunto
ciertos hitos de su 'evolución.
Así, trataré primero todo lo relativo al comercio (rural y urbano). En seguida lo con-
cerniente a la fuerza de trabajo y la apropiación del trabajo producido; es decir la relación
entre dueños, agregados y jornaleros. Y finalmente, lo que atañe a los cambios de propie-
dad de la tierra, cuyos efectos son un poco más escrutables que los otros fenómenos, e
inciden además en el panorama presente del principal departamento cafetero del país.

1. El comercio y la Violencia
El comercio del café
La primera constatación al examinar las estadísticas del café en la violencia, es que
de 1950 a 1964 los volúmenes nacionales de la exportación en el fondo se mantienen -
con sus altibajos-, sin que pueda decirse que exista globalmente tendencia al decreci-
miento; 1951, 1952, 1953, años de la diáspora liberal en los campos, contabilizan incre-
mentos de los sacos de café exportado; más bien 1954, cuyo primer semestre al menos,
fue de menor actividad partidista armada, coincide en cambio con un descenso de la
exportación que entre oscilaciones logra recuperarse de nuevo en 1958; otro descenso
notorio se registrará en 1965, año en que se termina lo básico de la tarea de extínción de
las cuadrillas; y en los años que siguen la evolución no es ascendente, como podría
esperar quien creyera que las cuadrillas estaban obstaculizando el comercio cafetero3•
Aunque no dispuse directamente de las cifras correspondientes a las casas
exportadoras de Armenia y Sevilla (las dos plazas de la región)\ conté con los guarismos
de las dos marcas de procedencia "café Armenia" y "café Sevilla"; Pues bien, la exporta-
ción de café ''Armenia" presenta índices más positivos que el conjunto nacional en esos
catorce años. Los porcentajes de incremento anual en 1951, 52 y 53 fueron más altos que
los totales del país; y, salvo el descenso de 1954, en los demás años los volúmenes expor-
tados muestran una tendencia ascendente más definida que aquellos totales; en 1958,

2. En estos tres ejemplos aludo a casos que pude comprobar en determinados municipios.
3. Anexo 1: Cuadro de la exportación de café colombiano entre 1950y 1965.
4. Los datos de sacos de café exportados, que los boletines de la Fedecafé publican, sólo hasta 1944
hacen discriminación de las diversas "plazas del interior".

243
cuarto año de actividad de "Chispas" en la cordillera, ya se llegaba a duplicar el número
de sacos de 1950; y a triplicar en 1962, en pleno asedio de las cuadrillas del río; desde
1965, en cambio, los volúmenes empiezan a decrecer'.
Es de notar, además, que durante el lapso de tiempo considerado, el café de pro-
cedencia "Armenia" se sitúa, con el "Manizales", a la cabeza de las otras marcas (en
cuanto a volúmenes exportados}, sin perder su primer puesto desde 1953; el café
"Medellín", pese a recoger la producción de toda el área cafetera de Antioquia, sólo
alcanzaba el tercer lugar.
No sucede, sin embargo, lo mismo con el café "Sevilla" que, conociendo muy
buenos índices hasta 1954 (años de conservatización violenta de sus dos municipios
productores}, sufre luego un descenso progresivo e ininterrumpido; en 1964 caería a la
veinteava parte de la cantidad exportada en 1954 (fueron los años en que la persecu-
ción conservadora se había visto respondida en Sevilla por el contraataque liberal de
igual o de mayor intensidad de violencia)'.
iCómo es que de todas partes el café siguió llegando al exportador durante los
años en los cuales los propietarios liberales abandonaban sus fincas? Y icómo es que en
la órbita comercial de Armenia la creciente remonta hasta 1964, paralelamente a las
exportaciones y ventas forzosas de liberales y conservadores, al ausentismo de casi
todos los finqueros ricos y grandes propietarios?
El hecho se explica en gran parte por la cadena de mediaciones que desde siempre
había caracterizado la circulación del café entre el productor directo y los exportadores 7.
Estos últimos, en verdad fuesen quindianos, nacionales o extranjeros, ni ganaban
ni perdían con la Violencia, ni les interesaba discernir las circunstancias morales de
origen del grano que recibían.
Lo específico de los exportadores, tanto como de los bancos, había sido siempre el
que el trabajo social que se apropiaban en muy poco dependía de los avatares locales, ni
siquiera en esa época tan convulsionada; ellos no necesitaron inmiscuirse en las quere-
llas de la política comarcal; parecían flotar a salvo de todas las borrascas, y sin embargo
entre ellos quedaban altas porciones, si no las mayores, de la acumulación regional.

Fonderos rurales enriquecidos con la Violencia


Al otro lado de la cadena, muy cerca del productor directo, se hallaba el eslabón
sin duda decisivo: el fondero-comprador de la vereda.
Su nuevo rol de posibilitar el "blanqueo" del café saqueado, constituía la irrebatible
expresión de lo que era su esencia; poner en contacto dos mundos distintos, la produc-

5. Anexo 2: Exportación de café colombiano por marcas de procedencia de 1950 a 1965.


6. Es posible también que variables de circulación, y no de producción y colecta, estén incidiendo en el
enorme descenso de los porcentajes; queremos decir, por ejemplo, que muchas veredas o fonderos, otrora
clientes de Sevilla, prefiriesen ahora, por razones incluso de inseguridad o partidismo, transportar el café hasta
Armenia. De ser así, la interpretación de los porcentajes citados de Armenia tendrían un atenuante.
7. La otra parte de la explicación atañe a las funciones del "agregado" (Me ocuparé de este aspecto en
el apartado 2). Algunos asumieron a la vez las dos tareas, con evidentes buenos frutos: mayordomos de haciendas
cuyo dueño había sido ahuyentado, invirtieron los "extras" de su oficio en comprar café robado en el vecindario.
Estos fueron los mayordomos que sobresalieron.

244
ción vereda! y el comercio mundial; en sus manos el pillaje de las veredas se convertiría
en mercancía exportable. La crisopeya, obviamente, la cobró a buen precio, pues el café
de esa procedencia lo pagaba, me decían los entrevistados, en general a mitad del
precio corriente. Como los cuadrilleros, o los simples saqueadores de ocasión (los que
más abundaron) no habían requerido las mismas horas de trabajo ni las mismas exigen-
cias que en condiciones normales, y como además consideraban un favor la legalización
que les permitirían comprar otros artículos, nunca le discutieron el precio.
No nos extrañamos entonces de que, como lo dejan ver numerosos expedientes judi-
ciales, los fonderos alentaran la acción de las cuadrillas y hasta le proveyeran de munición;
aún en los casos en que ellos no influían para la persecución de ningún propietario deter-
minado, les interesaba que tales sistemas en su conjunto se mantuvieran.
Hablando con un arriero independiente de la época, desprevenidamente él me re-
sumía el tráfico de una vereda, intensamente violenta, en estos términos: "Otros varios
arrieros y yo no dábamos abasto sacando cada día hasta el pueblo el café que el fondero
(su amigo) compraba". Y es de saber que muchísimas fincas habían sido abandonadas.
El café que se llevaba a las fondas había sido colectado de diversas formas: a veces
era la cuota que exigían las cuadrillas, ya en la etapa de la homogeneización, a los
patrones inmediatos de las fincas (pequeños propietarios o agregados); en ciertas ve-
redas de Caicedonia y Génova, por ejemplo, había incluso sitios fijos donde periódica-
mente debía dejarse el bulto de café destinado a las cuadrillas; a veces eran los sacos
de café seco de la bodega o del café aún húmedo amontonado en la pila, que se
tomaba por asalto; en la cordillera, pandillas con costales, con mulas las mejor organi-
zadas, o camperos fantasmas y enmascarados en los alrededores de Armenia,
Montenegro y Quimbaya, reiteraban sus incursiones nocturnas. A veces, en fin, el
café en venta había sido cogido directamente en el árbol, en el caso de las tierras
abandonadas de emergencia; rebuscadores entraban de noche a los cafetales con este
fin, frecuentemente los propios vecinos; fue una práctica muy común durante los pri-
meros años en las zonas de persecución liberales; y en los últimos años lo era todavía
en las veredas del río, cuando fue especialmente a los conservadores a quienes se puso
pies en polvorosa; allí uno de los beneficiados me relataba que las cuadrillas liberales
pasaban la voz: vayan a recoger el café de tal finca abandonada; sobre diez arrobas tres
o cuatro debían pasarse a la cuadrilla; las seis o siete arrobas restantes eran de los
recolectores; unos y otros vendían a mitad de precio al fondero.
Una cosa es absolutamente clara según los más diversos entrevistados: que el café
nunca se perdía, todo se incorporaba al mercado.
Al menos en los primeros años de la tormenta el café fue muy abundante porque
los cafetales regalaban sus cosechas sin exigir mantenimiento; esto es propio de aquel
cultivo, no hubiera podido suceder en zonas de trigo o caña.
Como en los tiempos históricos anteriores a la sedentarización de la agricultura,
los trashumantes cosechaban sin haber sembrado.
Con el correr de los días parece que fue haciéndose notorio el desgaste de los
cafetales que continuaban abandonados, se llenaba de rastrojo, los árboles se enfer-

245
maban o se morían. Pero en general el abandono de las tierras no se prolongó hasta ese
límite, a no ser en ciertas zonas de los municipios del sur (Sevilla, Caicedonia, Génova)';
pues unas plantaciones reencontraron a sus dueños que regresaban al abrigo de las
cuadrillas, otras adoptaron nuevos amos (propietarios nuevos o mayordomos).
La fonda rural no fue el único lugar para transformar el pillaje en mercancía, pero
sí el más fácil. También los compradores urbanos recibieron el café robado, a menos-
precio; mas recurriendo a ellos el oferente debía sortear ciertos controles oficiales; el
cumplimiento de la obligación de llevar el registro escrito estaba sometido a eventua-
les inspecciones de la Administración Nacional de Hacienda, y esto hacía que el
comprador se cuidara más para evitar sanciones de multa; en principio los nombres y
cantidades anotadas sobre ese libro de registros debían coincidir con las declaracio-
nes de los vendedores; los retenes situados sobre las vías a los centros urbanos, lo
mismo que los "conduces" requeridos (salvoconducto de cafeteros "en ley"), consti-
tuían molestias adicionales para quien llevara su matute hasta el pueblo.
Obviamente registros, retenes y "conduces", en las circunstancias· que conoce--
mos, pudieron ser franqueados; dependía de la buena combinación entre afinidades
partidistas y las propinas o "paladas" ofrecidas; lo cual no era accesible regularmente
a los liberales ni estaba a la mano de todos los conservadores.
Era evidente que la estabilidad del fondero que recolectaba el fruto de los saqueos,
también se supeditaba al mismo juego de componendas; unos habían empezado como
mayordomos de haciendas que hacían registrar el café robado a nombre de su patrón,
cuando sacaban las cargas para venderlas al comprador del pueblo. Y los que entre ellos
habían progresado (en esto son unánimes las entrevistas) tenían excelentes relaciones con
los jefes de las capitales. Por esto es que la mayoría de fonderos enriquecidos fueron conser-
vadores, y fue conservadora la totalidad de los casos presentados en los primeros años.
Sin embargo, ellos mismos en general no hicieron parte del personal político; (sólo
conocí casos aislados de fonderos emergentes que se tornan gamonales, en municipios
cordilleranos). Se distinguieron, sí, en la vereda como "hombres cívicos", frente a sus
copartidarios, y ante los opuestos unos más que otros ganaron fama de sectarismo.
Eran por lo regular migrantes de los decenios precedentes, carentes de propieda-
des antes de la violencia.

Los compradores urbanos


También los compradores urbanos que, provenientes de capas sociales bajas, se
enriquecieron en la época, son conservadores.

8. Las zonas, empero, que en los municipios mencionados continuaron abandonadas, son de preferencia
ganaderas y no cafeteras. No he tomado en cuenta aquí los casos dados en Salento (hasta el segundo quinquenio
de los 60) porque corresponden a los suelos exclusivamente destinados a pastos y no tienen, por tanto_. relación
con mis afirmaciones.
Todavía en 1977 las tierras frías de Sevilla limítrofes hacia el sur con el corregimiento tulueño de Barragán
(aptas a la ganadería), continuaban abandonadas y en rastrojo; se vendían a muy bajos precios.
Allí me encontré, por ejemplo, con una propiedad de aproximadas 500 hectáreas de las cuales sólo 60
habían sido reintegradas al pastoreo, las 440 restantes continuaban en rastrojo.
En general estas áreas de alta montaña, siguen deficientemente comunicadas con los núcleos urbanos y en
la época fueron las zonas de tránsito al Tolima de los cuadrilleros liberales y del ganado que sustraían.

246
La razón es, a fortiori, la anotada con respecto a los fonderos, En cinco municipios
en los cuales la violencia golpeó duramente, todas las compras de café quedaron entre
conservadores a partir de aquella época (hoy el panorama se ha matizado aunque se
• sigue apreciando ese predominio, ya sin los estigmas del sectarismo).
No dejó de sorprenderme que incluso en el municipio que sufrió la "reliberalización"
de manera violenta, las compras de café siguieron en manos de los conservadores,
algunos de ellos emergidos de la primera fase de la violencia; en tanto que los liberales
volvían a controlar sus fincas e instaurar mayordomos de su partido, y en tanto que los
almacenes violentamente se repartían entre los dos bandos. ·
Una de las explicaciones que hallé es, además del respaldo de la autoridad oficial,
las dosis de bipartidismo que estos negociantes supieron calcular, no importa que en
los comienzos de su promoción algunos de ellos hubieran sido extremadamente secta-
rios: sociedades de hermanos de los cuales al menos uno pasaba por liberal, alianzas
matrimoniales cori familias liberales prestigiosas, amistad y compadrazgo con jefes li-
berales incluso perseguidos, cuidado en el mantenimiento de la clientela de los dos
partidos, y desde 1957 en general afección de todos ellos al espíritu conciliador del
"Frente Nacional", si bien no siempre a las corrientes "frentenacionalistas" que den--
tro de su partido inestablemente se sucedieron.
Entre los conservadores que en los municipios evocados se apoderaron del comercio
urbano del café, las formas de acceso fueron diversas: unos ya eran antes compradores
solventes; otros eran simples asalatiados que inicialmente asumieron la administración de
los negocios de sus patronos y protectores liberales, ahora en huída; de unos se desconocen
vínculos precisos con cuadrillas o "pájaros", de otros se sabe que financiaron matones y
velaron por la subsistencia y los salvoconductos de ciertos "pájaros", todos gozan actual-
mente, no sólo de riquezas y tierra, sino del reconocimiento de su categoría social.

El comercio de ventas
La historia de los propietarios de los tres o cuatro comercios grandes de cada
pueblo, es parecida a la de los compradores de café, aunque la concentración conser-
vadora es en esa rama menos marcada.
Hay que empezar por decir que en cuanto comerciantes, liberales o conservado-
res, la violencia no los perjudica; al contrario, las entrevistas que varios de ellos me
concedieron son acordes en decir que durante aquella época hubo un buen movi-
miento comercial en sus municipios: trátese de víveres, ropa y cacharros, drogas, ra--
dios y discos, prenderías (casa de embargo) y -claro está- especialmente licor y diver-
siones, rubros estos últimos en los que participaban los departamentos como empresa-
rios productores ("Empresas Licoreras Departamentales").
Un comerciante de unü de los municipios más. sacudido por la violencia me co-
mentaba: "Toda esa plata (refiriéndose a las exacciones y robos de café y ganado)
quedó y se vio aquí en el municipio; hoy en cambio es muy difícil que circule esa
cantidad de dinero en las poblaciones, porque los dueños de finca no viven aquí sino
en Armenia, Pereira, Bogotá, Cali, Medellín ... ".
Y tenía razón: durante la Violencia los dueños adinerados tampoco vivían ya allá;
pero las cuotas del producido que debieran percibir estaban reducidas cuando no

247
liquidadas precisamente por los mecanismos de la violencia; una porción mucho más
considerable, por tanto, permanecía en poder de quienes residían en el municipio y
además eran propensos a gastar, a "derrochar" si se quiere ser más escuetos, antes que
a acumular: cuadrilleros, saqueadores, jornaleros y buena parte de los agregados; los
cuadrilleros solían preferentemente pagar sus artículos, más que por disciplina y tácti-
ca, por el placer que el "gastar" les causara.
Una vez más, la violencia alcanzaba virtudes económicas de las atribuidas a los
sistemas "democráticos", en grados superiores a las épocas normales: el sostenimiento
del mercado (y de las ganancias comerciales) mediante la conservación e incremento
del poder de compra del mayor número de habitantes'.
Solamente el mercado de artículos privativos de las capas altas había sufrido men-
gua, lógicamente debido al éxodo de las familias acomodadas o al traspaso de sus predios
a familias citadinas; por ejemplo en Sevilla desaparecieron los almacenes de automoto-
res y algunos de electrodomésticos, produciendo una sensación de retroceso.
Tales segmentos del mercado serían, en contraparte, absorbidos pór los centros
mayores, los que sacaron de allí beneficio: Cali, Armenia, Pereira.
Al cuadro positivo que la violencia posibilita a los comerciantes en general, pací-
ficos o violentos, se sumaban otras circunstancias estrictamente de partido que po-
dían aumentar monopolios locales, de los que se abusó para alterar los precios.
Que algunos hayan provocado intencionalmente la ejecución o la expulsión de
otros o que simplemente hayan aprovechado oportunidades, es algo que no me intere-
só indagar y para cuya respuesta estoy desprovisto; lo que sí pude saber es que, gracias
a los condicionamientos partidistas, el destierro de algunos comerciantes ricos de
antaño abrió la posibilidad a otros surgidos de las capas bajas.
En uno de los municipios se dio el hecho de que conservadores apenas emergentes
poco a poco se apropiaron de almacenes mayoristas, en tanto que unos de los antiguos
dueños se refugiaron en poblaciones vecinas y otros invirtieron en tierras y migraron al
campo, a veredas bien protegidas por las cuadrillas liberales. Como se ve, los movi-
mientos migratorios ocasionados por la violencia, y los traslados de capitales que los
acompañaron, se dieron en los más diversos sentidos.
Algunos que sólo habían conocido los negocios del campo vendían parte de sus títulos
rurales para ensayar en las ventas urbanas; como, según se acaba de ver, este comercio no
se portaba mal, el destierro fue para ellos la ocasión de una nueva era de prosperidad.
Entre los conservadores promovidos dentro del municipio anónimo que traje a
cuento, hallé un caso ejemplar más, de movilidad social; un migrante llegado muy
pobre al final de la década de los 30; comenzó por entonces su vida de tendero insta-
lando una modesta venta de granos en la plaza del pueblo; en los años 50 pasó a
negociar comprando café en pequeño, y cuando los propietarios liberales del almacén
principal del poblado tuvieron que huir, él les recibió el establecimiento en adminis-
tración; corren rumores acerca de que no entregaba cuentas según lo estipulado;
nada pudo opinar sobre tales decires, pero la costumbre era común en la época; pasa-

9. Para los efectos de esta afirmación hago provisionalmente abstracción de otros factores (nacionales)
que influían negativamente en el poder adquisitivo, es decir estas buenas condiciones locales.

248
do un tiempo se convirtió en propietario del comercio y posteriormente fue invirtiendo
en tierras; terminado el almacén', hoy se le conoce como rico hacendado del lugar.
La mayor parte de comerciantes conservadores y liberales que progresaron así a la
sombra de las purgas partidistas no hicieron parte del personal político; sólo en municipios
· de la cordillera se encuentran casos de comerciantes emergentes que fueron gamonales.
Por lo regular puede atribuírsele las notas de bipartidismo que he señalado a los
compradores: hasta en un municipio de indiscutible control de la "guerrilla" liberal
descubrí un próspero comerciante conservador que supo acomodarse a la situación y
es frecuentado todavía por su vieja clientela de los dos partidos; se benefició de la
existencia de hermanos liberales en la familia y nada de raro habría en que hubiese
cotizado a las cuadrillas del partido opuesto.

2. La Violencia y la redistribición del trabajo social en el campo


Hablaba en el capítulo anterior de que durante la violencia la proporción del
valor correspondiente, dentro de la actividad agropecuaria, a los grandes propietarios,
se redujo en grados no experimentados ni antes ni después del periodo.
Recogeré aquí algunas observaciones sobre la manera como participaban en la
nueva distribución sectores campesinos diferentes de los grupos armados.

Los agregados o mayordomos


Nuevamente la figura central será la de un agente de mediación: el agregado. Quien
tuviera tradicionalmente la función de "nexo aislante" y catalizador entre los demás trabaja-
dores y los rentistas o propieratios de tierra, vio ensancharse los línútes de su propio señoraje.
Este segundo "patrón" (como lo llaman sus jornaleros), a cambio de depender de
las cuadrillas y tributarles, se libraba del control del patrón principal.
Su naturaleza de intermediario hace que el provecho de la violencia le concierna en
dos direcciones: bien puede servirse de presiones, o de la simple atmósfera de inseguridad,
frente a su patrón; como puede valerse de lo mismo contra sus dependientes, los jornaleros.
En la primera de las situaciones abundan las historias de agregados que, no sólo no
rendían cuentas, sino incluso "boleteaban" a los propietarios, inventaban relatos de
robo encaminados a ocultar sus chanchullos, o hacían llegar a aquéllos falsos rumores
para chantajearlos.
La modalidad que predominaba en la agregarura durante esos años les era sin
duda particularmente favorable: en efecto, por las mismas circunstancias de la violen-
cia se había vuelto más usual confiar toda la hacienda a un solo agregado, disminu-
yendo así, no sólo las molestias laborales causadas por las leyes del 36, sino los riesgos
del bandidaje partidista; este agregado único es a quien se llama "mayordomo", y en
las haciendas ganaderas "contratista";
La Violencia será una época mejor remunerada, y además la ocasión de refuerzo
de tal forma de contratación; ello no impide que sea a la vez su ocaso, pues a los ojos
de los finqueros y los hacendados los agregados se habían envalentonado tanto con la
Violencia que en adelante resultarían mucho más problemáticos e incontrolables. Si
se les había mantenido era porque en aquellas circunstancias no se veía otro medio de
conservar las propiedades.

249
Después de la Violencia los agregados irán siendo rápidamente sustituidos por
administradores asalariados en las fincas grandes y haciendas, como las estadísticas lo
confirman. Sólo persistirán en notorias proporciones dentro de los predios medianos y
pequeños de propietarios urbanos, puesto que -decía uno de mis interlocutores- "el
agregado es el método cuando no se tiene capital".
Donde las relaciones entre propietario, mayordomo, y cuadrillas fueron más con-
vergentes (obviamente sobre la base de pertenencia común a un partido) me parece
que la agregatura ha perdurado un poco más después de la Violencia 10 ; sin embargo,
aún allí la rentabilidad del "administrador" de nuevo tipo va extinguiendo los últimos
reductos; en una vereda de las controladas por "Chispas" un rico finquero liberal
tenía aún agregados en 1977; no obstante pensaba cambiarlos por administradores a
sueldo, "pues ya no existe -decía- el problema de la política".
En dirección de sus trabajadores, los mayordomos tuvieron la posibilidad de apro-
vechar también la Violencia, tanto como los propietarios pequeños y medianos que
laboraban y administraban sus propias fincas.
Conocí algunos casos extremos de hacer asesinar cosecheros (a veces por interme-
dio de un compañero de mayor confianza) con el objetivo de apropiarse del salario
acumulado correspondiente a una quincena o una mensualidad; el salario de los cose-
cheros se pagaba bajo la modalidad del destajo, por "lata" de café cogido, y, de acuerdo
con los registros llevados diariamente, solía cancelarse una o dos veces al mes.
Uno de mis informantes participó directamente, hace pocos años, en el desentie-
rro de cadáveres de los que nadie tenía noticia, en alguna finca donde tiempo atrás se
supo de trabajadores "desaparecidos"; el mediano propietario de entonces, que ya no
es dueño de aquel "camposanto", es hoy un pudiente hacendado y vive en el mismo
municipio; (su enriquecimiento dicen que provino mayormente de la reventa de ga-
nado robado). En otros lugares, las gentes hablan (no sabría con qué fundamento) de
dos mayordomos que hicieron lo propio.
Otros comportamientos menos impresionantes revelaron las tensiones entre mayordo-
mos y trabajadores y dieron materia a las venganzas de la Violencia o a sus efectos tardíos.
Cuando no hace muchos años en uno de los municipios donde me encontraba realizando
las entrevistas, asesinaron un finquero que, procedente de cierta capital, efectuaba la
inspección de sus predios, circularon tres versiones: la ajena a la Violencia atribuía el
delito a la venganza de un trabajador que recientemente se había sentido afectado por la
manera como el patrón le liquidó las prestaciones; la segunda versión hablaba de vengan-
zas familiares, por cuanto -decían- el occiso se habría valido en otra época de "pájaros"
para "boletear" y hacer partir a la gente; la tercera versión, en fin, invocaba venganzas
latentes pero de tipo laboral: hace veinticinco años él trabajó como mayordomo de varias
fincas grandes sucesivamente (a la vez era pequeño propietario); tenía fama de despótico
en exceso con los trabajadores, y desde entonces se habría cavado su fosa.

10. Este noes el único factor ni el más decisivo para la parcial persistencia de la agregatura enel Quindío,
sino el que tiene que ver con el punto que estoy desarrollando. La propia reseña que he evocado implica los
factores que actúan en sentido contrario; determinantes de mayor o menor importancia según las zonas, pueden
ser: la opción de introducir o no el cultivo de "caturrau; el aumento de inversión técnica (abonos químicos) que
dicha opción conlleva; las vías de comunicación y costo del transporte; el estado de la sindicalización rural en el
sector; etc.

250
Valga decir que los recursos desorbitados de que dispusieron los agregados, con-
cretamente el asesinato, también pudieron ser aplicados en su contra bajo determina-
das circunstancias; piénsese, si no, en el tipo de colono agregado con quien el propie-
tario había contratado la siembra de arbusros en las zonas de más reciente expansión
cafetera; hubo casos de homicidios ejecutados con el objeto de evadir las deudas
pendientes por esa causa.
La presión del mayordomo sobre el dueño, de otra parte, podía conducir a éste a la
venta del título, aunque no fue la tendencia de los predios de extensión importantes,
como se verá en el capítulo siguiente.
No son frecuentes los ejemplos de mayordomos que a través de la violencia se
hayan transformado en propietarios legales de las haciendas en las cuales usufructuaban
a sus anchas ·del producido.
Apenas conocí en este género una finca del sector cordillerano; hoy continúa en
litigio, y el ocupante alega contra los herederos de su antiguo patrón, los derechos de
"morada y labor" reconocidos por las leyes.
Los mayordomos que hoy son millonarios hacendados no parece que hayan hecho
la riqueza exclusivamente a través de la agregatura; son, en cambio, los pocos que en
vez de "derrochar" (sic, expresión de los comentarios) invirtieron en negocios
multiplicadores, es decir se incorporaron a la actividad comercial, como fonderos-
compradores, carniceros, traficantes también de ganado robado, o prestamistas y com-
pradores inicialmente de pequeñas fincas a menosprecio 11 •
La generalidad adquirió apenas una o dos fincas medianas, una o dos casas en el
poblado, patrimonio que muchos de ellos aún conservan.
A la pregunta acerca de su extracción social, ya podrá adivinarse la respuesta:
eran migrantes de los decenios 30 y 40.

Los jornaleros
Los jornaleros y los cosecheros trashumantes, principal cantera de aprovisiona-
miento de las cuadrillas, eran sin duda también las víctimas más frecuentes de la
violencia: no sólo por el hecho de que su disponibilidad a "enmontarse" los hiciera en
todo momento sospechosos· ante el Ejército; sino porque ellos y los agregados eran la
carne de cañón en la intimidación a los propietarios; en efecto, el primer paso de la
amenaza a un finquero o a un hacendado consistía en "matarle" uno o varios de sus
trabajadores; seguidamente se les enviaba la "boleta" fatídica; si no cedía, ensayaban
asesinar al agregado con su familia, y a veces prender fuego a la casa de la hacienda;
por último apuntaban a la persona del propietario que, ausente de la finca y con
medios de protección, era el blanco más difícil de derrumbar 12 •
No obstante el mismo ambiente de extrema inseguridad que afectaba a los asala-
riados globales tenía globalmente efectos positivos sobre el precio del jornal o de la

11. Esta última enumeración corresponde solamente a los casos precisos conocidos por nú, de personas
que residieron en tres distintos municipios.
12. La modalidad que se desarrolló en los años 60, el secuestro tocaría ya más directamente a los
hacendados sin "chivos expiatorios" interpuestos; por eso aceleró su colaboración con el Ejército.

251
"lata" de café colectado; todos los propietarios y mayordomos que entrevisté recuer-
dan que el costo de sus jornaleros era alto, por lo menos más que ahora 13 •
Donde las condiciones itinerantes de los cosecheros y la índole de las relaciones
laborales determinaban la inexistencia o la debilidad de organizaciones sindicales,
operaban en cambio a favor la ley de oferta y demanda: la escasez (real o aparente) de
colectores en tiempo de cosecha debido a la inseguridad, se veía aumentada por las
oportunidades más halagüeñas y -cae de su peso- más aseguradas, que les ofrecían las
cuadrillas o los "trabajitos" de "pájaros"; en cambio la demanda de brazos se mantenía
en ascenso, si se toman en cuenta los volúmenes de café exportados durante aquellos
años (claro está, no todo recogido por trabajadores pagados).
Las estadísticas de "jornales agrícolas" correspondientes a la mue.sera de 1949 a
1953 lo confirman, en la medida en que sean aplicables por lo menos a los doce muni-
cipios del Quindío caldense los datos globales del Departamento 14 •
Efectivamente, según dichas estadísticas desde 1950 inclusive, Caldas continúa
gozando de primeros puestos que regularmente lo habían caracterizado desde años
atrás (había descendido comparativamente en 1948 y 1949); otro departamento "vio-
. lento", el Tolima, se pone a la cabeza de todos habiendo sido en tiempos pasados una
zona de jornales más bien bajos.
En cambio los departamentos de la Costa Atlántica, que en este sentido estaban
bien situados hasta 1946 y 194 7, desde 1950 cada vez van quedando atrás en los
precios de los salarios rurales; como sabemos esta área no fue afectada por la violencia
posterior a 1948 y no es tierra de café.
El departamento de Nariño, en donde la violencia de los 50 no había golpeado,
continuará en estos años conservando el último puesto del país en cuanto a precio de
jornales agrícolas 15 •
Quedaría por estudiar si fue la violencia lo que determinó en el Quindío que se
prolongaran las condiciones económicas favorables a la continuación del ciclo migrato-
rio cuando las circunstancias de los años 40 anunciaban modificar el rumbo: el "ritardando"
que a mitad de los 40 el salario rural había empezado a manifestar iba a la par con la
reducción de posibilidades para los migrantes de acceder a la acumulación, o a la simple
propiedad; ila violencia habría abierto de hecho una vía en aquel impasse?

13. Según estadísticas del Banco de la República en el primer semestre de 1960, por ejemplo, el jornal
diario de los predios cafeteros del Quindío caldense osciló de 10 a 14 pesos en la cosecha, más la alimentación
(de 6.20 a 9 en tiempo muerto). Entre tanto los "peones practicantes" de la construcción devengaban entre 6.50
y l0pesos y en la misma rama el "peón corriente" apenas alcanzaba un jornal de 5.50 a 7.50; los obreros de la
industria de maquinarias cafetera en Armenia recibían jornales de 8.50, los de la industria química y jabones de
6.50 a 12 y los trabajadores de obras públicas, 7 pesos.
Fuente: Estadísticas del Banco de la República sobre la ciudad de Armenia y los municipios del Quindío
caldense.
14. No pude encontrar, hasta 1953, cifras discriminadas por municipios sino globales para Caldas. La
tendencia observada hasta ese año en Caldas se puede, sí, verificar después de 1954 en el conjunto de la zona
quindiana según las cifras proporcionadas por el Banco de la República, algunas de las cuales cito aquí en la nota
13; las he analizado a través de veinticuatro semestres, de 1954 a 1965. El cotejo con los ritmos de algunos
salarios urbanos de Armenia durante el mismo lapso ayuda a captar mejor el nivel sostenido por el jornal
agrícola.
15. Ver Anexo 3: Jornales agrícolas en tres departamentos de 1949 a 1953. Se han escogido para
construir este trabajo las cifras externas del cuadro nacional; de una parte los dos departamentos con promedios

252
Mas la violencia también pudo emplearse como extremo recurso de los patrones
para contener las presiones que, mediante la organización sindical, los jornaleros pu-
dieran ejercer en los últimos años y en los pocos sitios en los cuales tales expresiones se
dieron. El escudtiñamiento que hice del expediente judicial atinente a un homicidio
de cuatro trabajadores de una hacienda, me dejó esta persuasión.
Era el año de 1963; se estaban creando sindicatos de jornaleros en ciertas hacien-
das cuyas formas modernas de funcionamiento con base en el trabajo asalariado, con-
dicionaban los rasgos más favorables a la sindicalización.
En la hacienda de la masacre se estaba creando un segundo sindicato indepen-
diente del control de los patronos; en esta ocasión los dueños se encontraban
embromados. En las haciendas vecinas los propietarios, hábiles políticos en todos los
sentidos del término, habían logrado granjearse a los dirigentes: les brindaron peque-
ñas oportunidades dentro de las corrientes políticas que en tanto parlamentarios
lideraban y, decires' hay, acerca de que les habían ofrecido también sumas de dinero 16 •
Pero en la otra hacienda la situación se presentaba ahora menos manejable, en parte
quizá por la influencia de grupos políticos diferentes de la maquinada caciquil (entre
ellos el Partido Comunista).
Un buen día una cuadrilla liberal hizo su incursión: tres de los trabajadores asesi-
nados fueron conservadores, lo cual propició la versión partidista; pero el cuarto, libe-
ral, era precisamente el principal organizador del sindicato insumiso; en la ocasión
estaban tramitando un pliego de peticiones.
Estudié las diversas declaraciones del expediente; oí a varios testigos en el lugar;
discutí todo este matetial con mis colaboradores; y únicamente nos llevamos la impre-
sión de que la injerencia del administrador (un miembro de la familia propietaria)
presentaba altos índices de posibilidad 17

3. La Violencia y las transacciones de tierra


El movimiento de propiedades rurales durante la Violencia en verdad continúa
en la dirección que había dado su toque final a la trayectoria agraria del Quindío.
Tres tendencias conocidas en la región son las mismas que sintetizan esta historia
de transacciones en las nuevas circunstancias de la Violencia; a saber:
a) La inversión en tierras por parte de quienes se iban enriqueciendo a través del
comercio (de los negocios de la Violencia en este caso).
b) La compra de tierras por debajo del precio promedio a oferentes necesarios.
c) El despojo de pequeños propietarios y su posible transición a otro grupo social; y
el hecho de que tal éxodo no modifique substancialmente el panorama de la disttibu-

de jornal agrícola más altos (Caldas.yT-elima),-y-de. ott-a parte-el departamento de más bajos promedios (Nariño).
Los primeros contados entre los más "violentos"; el tercero, el más pacífico.
16. Obtuve confirmación directa de uno de los dirigentes beneficiados, que hasta hace poco tenía cargos
locales dentro de la corriente política y no se ha retirado de ella.
17. El juzgado lo citó a declarar en la etapa final del proceso. Le prescribió la detención por unos días,
pero obtuvo la libertad gracias a los servicios de un abogado competente.
Todos los declarantes del expediente, excepto los dos trabajadores de confianza implicados (cuyas versiones
fueron contradictoria~), coincidieron en estos pÍ.tntos:

253
ción de la tierra, debido al permanente relevo por otros parcelarios o por trabajadores
que antes carecían de pertenencias.
El relevo llevará ahora una marca banderiza: liberales por conservadores, y vice-
versa. Será obviamente más acelerado que en las otras coyunturas (inflación, caída de
precios cafeteros ... ). Y cobijará además a la capa de propietarios medianos de manera
también fulminante, sin necesidad de empobrecerlos gradualmente.

Las ventas forzosas a menos precio


Frente a los mecanismos de presión descritos para abandonar la tierra, la respuesta
no fue ordinariamente la venta inmediata y no fue igual en los distintos tamaños de
propiedades.
Escrutando los libros de las oficinas de Registro, hice la siguiente constatación
sobre dos municipios: la frecuencia de las transacciones cayó bastante de 1949 a 1953,
acentuando más la atenuación ya manifiesta desde 1945. De marzo a finales de 1953
aumentó el movimiento en ambos municipios (coincidía con el periodo de prepara-
ción y transición al régimen de las Fuerzas Armadas, en el que se tenían puestas las
expectativas de retorno a la normalidad).
De 1954 a 1960 (año hasta el cual llegó el estudio) no hubo casi movimiento de
grandes propiedades. En cambio en dicho lapso la frecuencia de las transacciones en
las pequeñas fue bien alta, sobre todo de 1954 a 1957; los precios (al menos los regis-
trados, que no son necesariamente los reales) fueron ostensiblemente bajos considera-
do el valor de la hectárea dentro de la vereda antes y después del periodo 18 •
No pretendo extender esos trazos, y mucho menos la cronología, más allá de los
confines de los dos municipios; las circunstancias, en verdad, difieren en el seno de la
misma región: unas municipalidades experimentaron en menor grado que otras los
ataques oficiales, o en grados mayores hasta cambiar de filiación política, unas vieron
formarse las cuadrillas antes, otras después. En Salento y Circasia, por ejemplo, parece
que (por sus rasgos sociales y partidistas) las ventas forzosas fueron mucho menores 19 •
Sin embargo la muestra me insinuó aspectos que aclararía a través de las entrevis-
tas en los demás municipios, sobre los pasos que conducen a la venta, y sobre las
diferencias de capacidad de resistencia a ella.

El administrador pasó por el sitio conduciendo su auto en el momento del asalto.


El jefe de la cuadrilla ordenó que no lo molestaran ni lo desarmaran.
El administrador siguió de largo, habiendo tenido a la vista las víctimas amarradas antes de la ejecución.
No avisó al puesto de Carabineros, distante de allí aproximadamente tres minutos en automotor.
Cuando momentos después unos trabajadores le llevaron la alarma, él los conminó a regresar al trabajo
como su obligación requería.
Se le ofrecieron para dar inmediatamente el parte a la autoridad, y desechó la propuesta.
Finalmente él mismo ordenó no avisar al puesto de carabineros.
(No cito la referencia del expediente judicial, para no dar lugar a ninguna inculpación de tipo individual. A
la justicia compete, bajo sus propios criterios, el fallo sobre las responsabilidades individuales; en mi estudio sólo
há interesado el análisis de las determinaciones sociales de los hechos).
18. Este cálculo por el momento es impreciso y no puede ser más que aproximativo¡ por eso no he transcrito
las cifras. El tema requiere ser mejor estudiado, e inevitablemente habrá que realizar una deflactación de precios.

254
Entre las formas variadas como los propietarios reaccionaban a las amenazas, se
puede observar un itinerario más o menos generalizado.
Existe, de partida, una tendencia a resistir, a no vender, que será efectiva según la
capacidad (tendencia que se explica porque, debido a la inseguridad, la caída de los
precios no estimula la oferta). Así pues, el ptimer paso suele ser abandonar el predio para
refugiarse en el pequeño núcleo "urbano" de sus amistades y compadres, pero con inten-
ción temporal; se trata usualmente del pueblo en el cual se compra el mercado y se
vende el café.
Como la situación por lo regular se prolonga, los refugiados pobres tratan de obte-
ner' un medio alternativo de subsistencia, con la esperanza de volver algún día a la
parcela; unos jornalean en zonas menos adversas para ellos, otros se enrolan
provisoriamente en menesteres de subocupados (frecuentemente desplazándose a la
ciudad intermedia).
Decisiones que se toman en medio de la incertidumbre y el temor, pues como me
decían varios entrevistados, "en qué íbamos a poder trabajar si toda la vida habíamos
cultivado el campo y el campo era lo que conocíamos".
Durante ese periodo de resistencia juegan un papel muy importante los compra-
dores de café (y los prestamistas en general), porque, mientras de unos campesinos
reciben en depósito sus ahorros (dada la inseguridad)'°, simultáneamente prestan a
los refugiados y gravan hipotecas.
Cuando, en fin, la situación se hace económicamente insostenible, el errante ven-
de; o vende cuando, en marcha ya los procesos de homogeneización emprendidos por
las cuadrillas, descubre la oferta de otra parcela también a menos precio en zona
confiable de su partido.
Quienes presentan un mayor grado de resistencia a la venta son evidentemente
los grandes propietarios y por tanto dichas transacciones fueron más tardías; salvo si,
igual que ocurría a los parcelarios, conocían buenas ofertas de terrenos en zonas de
afinidad banderiza y cubiertas por las cuadrillas.
La mayor debilidad de resistencia la manifiestan las viudas, la presa más fácil de
los negociantes; son ellas quienes venden sin espera. La mujer quindiana, como la
antioqueña estaba marginada de las actividades productivas diferentes a los queha-
ceres domésticos; el asesinato del esposo las sorprendía, pues, en la más total incom-
petencia para afrontar la responsabilidad de la subsistencia familiar; después de unos
días en el caserío más próximo, la viuda se trasladaba con sus hijos al lugar, frecuente-
mente una ciudad intermedia, donde esperaba ser ayudada: bien porque tuviese allí
familiares, o recurriese a compadres o comerciantes amigos de su marido21 •
La resistencia de los grandes propietarios radicaba, no tanto en la magnitud de sus
fundos (a la sazón entre las manos de los mayordomos, los abigeos y las cuadrillas),

19. No quiero decir que no existieran: en Circasia conocí un caso, de aquí concentró efectivamente
bastantes pequeñas propiedades, dicen que mediante el chantaje.
20. Los "guerrilleros" también daban a guardar dinero; a menudo sus depositarios eran los carniceros que
les compraban el ganado robado; así que al final éstos fueron directamente beneficiados con el exterminio de
cuadrilleros que cumplió el ejército.
21. Varias madres campesinas, con sus hijas, terminaron de empleadas domésticas y, en el peor de los
casos, de prostitutas.

255
sino en la disponibilidad adicional de capitales; ella era común entre los propietarios
agrarios del Quindío o, cuando no, era suplida por contactos bancarios.

¿La Violencia "terrateniente"?


Nada más inadecuado al Quindío que aquella leyenda de años pasados, según la
cual la Violencia habría sido un plan de los "terratenientes". En primer lugar es pre-
ciso decir que, como se ha entendido clásicamente, no existía en el Quindío el "terra-
teniente".
Supongamos que el término designa simplemente la calidad de propietario de
grandes haciendas de café o ganado, o de fincas dispersas que totalizan una grande
extensión.
Pues bien, ya se sabe la suerte que corrió la mayor parte de ellos en el sector
cordillerano donde predominantemente eran liberales; es cierto que, cuando y donde se
afianzaron las "guerrillas", varios entre ellos adquirieron nuevas y atrayentes extensiones
(lo verifiqué en los libros del Registro); pero no es muy verosímil que el presunto "plan
terrateniente" para llegar a la era del provecho se hubiese asignado una primera fase
dolorosa en la cual resultaban víctimas de los ataques oficiales y paraoficiales; por lo
demás, antes o después de las cuadrillas el usufructo de sus propiedades estuvo por largo
tiempo a merced de las nuevas redes del control de las veredas.
En cuanto a los hacendados conservadores, mayoritarios en el centro-occidente
de La Hoya, sobre los libros de Registro hallé ciertos nombres ligados a la compra de
pequeñas o medianas propiedades22 ; no obstante las entrevistas no señalaron la vincu-
lación a la violencia, ni en estos pocos nombres, ni en los otros de las más sobresalien-
tes familias hacendatarias conservadoras de la época; o no hubo, pues, de su parte
utilización directa de cuadrillas con fines de transacciones prediales, o la utilización
se habría llevado a cabo con extrema prudencia, o registraron las adjudicaciones bajo
nombres ficticios.
El satisfactorio ritmo de acumulación que dichos hacendados habían alcanzado
deja pensar que ellos, muchos de los cuales se habían enriquecido mediante "compras
de ocasión'' y lucro de colonos en épocas remotas, no tendrían ahora necesidad de los
mismos recursos si les implicaba situaciones irregulares.
La leyenda de atribuir la Violencia a un plan de los "terratenientes" provenía
seguramente de un malentendido. Este radicaba, de una parte, en el hecho de que las
cuadrillas liberales se instalaron en las veredas gracias a las diligencias y a la financia-
ción de grandes propietarios liberales de la cordillera; lo que se olvida es que aquel no
fue el comienzo de lo conocido como la Violencia, y que inicialmente la función de

22. Curiosamente en una sociedad limitada establecida en 1953 con este fin, uno de los dos socios era el
mismo hacendado que en el primer decenio del siglo había comenzado a enriqu'ecerse utilizando, entre otros, el
recurso de comprar parcelas colindantes a los campesinos o colonos necesitados; en los afias 20 se enfrentó con
los propios colonos de su hacienda y aprovechó a su favor los conflictos entre colonos y propietarios en la
hacienda vecina.
El seguimiento del itinerario de este negociante, al cual rodeó siempre un notorio prestigio, lo pude
establecer no sólo a través de fuentes orales y crónicas escritas, sino en la inspección de los libros de Registro
desde el comienzo del siglo.

256
los armados era la de cuidar las propiedades (función más bien conservadora). Que
los hacendados, como el resto de habitantes, acudieran a los cuadrilleros parece nor,
mal en la circunstancia (cuando el Estado se mostró capaz de garantizar lo mismo, los
hacendados se deshicieron de los cuadrilleros; muchos desde antes colaboraban con
las guerrillas y el Ejército al mismo tiempo); que en solicitar la presencia de "guerri,
llas" fueran voceros de todos los copartidarios de las veredas, parece también normal;
eran los más pudientes para financiar la operación y los más indicados para concertar,
la: unos por ser directamente gamonales, otros por mantener buenos contactos con
directivos liberales.
La segunda causa del malentendido fue quizá la confusión entre la naturaleza de
gran propietario y la de comerciante, roles distintos que a veces podían coincidir en la
misma persona.
Las ganancias del comercio rural (de café, ganado y tierras) estuvieron cierta,
mente muy ligadas a la violencia, sin que se pueda demostrar tampoco que los comer,
ciantes, los favorecidos, hayan sido sus gestores.
La tercera fuente de la falacia estriba en que quienes se hicieron ricos o aumentaron su
riqueza al amparo de la Violencia invirtieron en tierras según la inveterada costumbre del
Quindío; hoy son, pues, grandes propietarios, pero muchos de ellos no lo eran entonces23 •
La leyenda asignaba complementariamente la responsabilidad a los industriales;
como si estos y aquellos hubiesen actuado de consuno en una magnífica sincronización
de voluntades, difícil de encontrar fuera de los esquemas mentales. El volumen de
campesinos pobres desalojados por los terratenientes, se decía, era justamente el re,
querido por la "burguesía industrial" para los precios óptimos de su mano de obra.
Pero en el Quindío la industria fabril no había creado tal demanda imaginaria de
fuerza de trabajo; estaba estancada, por razones diferentes a la de falta o carestía de mano
de obra; el aumento de migración a los núcleos urbanos (en la región, particularmente a
Armenia) no había esperado la Violencia para manifestarse, era notoria desde años antes,
coincidía por motivos distintos con el periodo de estancamiento de los industriales; la
urbanización de Armenia, como la del país en general, no iba acompañada de industriali-
zación; lo cual quiere decir que los campesinos que migraban no estaban destinados a la
industria ni a ser presa de esta "burguesía"; acelerada aún más la migración con la violen,
cia, la industria fabril de Armenia no dio ningún signo de mejoramiento.

23. Aquí he esbozado ciertas condiciones factuales que, a mi parecer favorecieron el que la tesis haya
hecho carrera ell la región, como en otras partes del país. Pero no se puede olvidar el factor de las mentalidades
predominantes en los modos de explicación de los hechos:
Frente a las interpretaciones de los conservadores y los liberales sobre la Violencia -interpretaciones no
difíciles de rebatir, por lo demás- la tercera vía de explicación que se ensayó se alimentaba de un positivismo muy
característico en la épbca, por parte de quienes utilizaban términos marxistas: consistía, grosso modo, en reuN!R
estadísticas globales de fuente oficial (distribución de tamafios de propiedad, migraciones, censos por ocupación,
etc.) y "aplicarles" las fonnulaciones de El Capital o de los clásicos europeos en general, sin trabajar especialmente
los mecanismos de la relación que se establecía: en el caso presente parecía adaptarse bien el análisis sobre la
expulsión campesina provocada por los enclosing en Inglaterra, y de otra parte la noción de "ejército industrial de
reserva" formulada por Marx a partir de la industrialización inglesa del siglo x1x. "La Violencia en Colombian no
podía así tener más respuestas que las posibles bajo una sola pregunta, la cual se consideraba el a priori del "marco
teórico" necesario: lcómo determinó ella su (único) fin de adaptar la estructura de la tierra en la dirección del
"capitalismo", o, a lo sumo, cómo se sirvieron de ella los "terratenientes" para sabotear la lógica de la evolución?

257
Algo diferente es el hecho de que otras actividades urbanas se hubiesen visto muy
favorecidas y estimuladas por el bajo precio de una mano de obra no calificada, cuya
oferta aumentaba por razón de la migración de campesinos o de habitantes de pobla-
ciones vecinas.
A mi juicio una de esas ramas es la construcción24 • El precio favorable de la mano de
obra de la construcción, que en los dos últimos rangos de trabajadores se alejaba incluso
del valor promedio de los salarios bajos (mínima subsistencia)" iba acompañado de la
otra variable esencial para incrementar esa empresa: la demanda creciente de edifica-
ciones en todos los niveles; en tanto se erigían los edificios comerciales en la zona cén-
trica de Armenia, más allá crecían los barrios de diverso tipo; a veces eran los tugurios
levantados por los mismos migrantes al borde de la línea férrea; a veces casas modestísimas
en los barrios del sur; o residencias destinadas a campesinos ricos refugiados, como
fueron las que hicieron crecer el barrio Granada. Una vez perdida la parcela o la finca,
la primera seguridad que buscaba el migrante era comprar la casa que estuviera a su
alcance para al menos evitar a la familia el riesgo de rodar a la intemperie.
Es posible que capitales provenientes del campo se hayan invertido durante la
época, en construcción, así como hubo desplazamiento de capitales al comercio urba-
no. Pero además la construcción se tornó en otro medio de enriquecimiento para
negociantes emergentes; jóvenes arquitectos recién graduados, sin ningún capital,
comenzaron allí una próspera carrera de constructores.
En cierta población una notable familia fundadora volvió a impulsar desde 1953 el
negocio practicado a comienzos de siglo: la parcelación de sus tierras aledañas al
poblado, con destino a la reventa (valorizada) de pequeños lotes urbanizables26 ; la
donación de un solar para escuela en 1952 habría precedido la empresa. El total de sus
hectáreas no disminuyó con las reventas, bien al contrario; pues simultáneamente
anexaron varias haciendas colindantes, en los límites municipales, una de las cuales
fue un baldío que se hicieron titular (en 1960) siete años después de adquirido.

Quiénes compran las tierras de "La Violencia"


El "buen negociante" es quien sabe comprar a tiempo para vender a tiempo, apro-
vechando las circunstancias propicias -entonces eran las de la violencia.
Tierras que en 1980 valían de 200.000 a 250.000 pesos por cuadra sembrada de
café caturra (en Quimbaya), se habían mantenido todavía en 1964 al precio de 1950,
2.000 pesos, en el sector violento del municipio27 •
Confiésenlo o no, todos los comerciantes estaban por lo menos virtualmente rela-
cionados con las compras de la Violencia.

24. Las ventas callejeras de los innumerables "subocupados" eran también los canales para hacer llegar al
mercado de la ciudad en expansión, el producido de algunas industrias situadas fuera del Quindío.
25. Ver la nota 13: Precios del salario del '1peón corriente" y del "peón practicante" en el primer semestre
de 1960, comparativamente a otros salarios.
26. Consulta de los libros de la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos.
2 7. Entretanto los jornales que de 1962 a 1965 oscilaron entre 12 y 21 pesos en dicho municipio (época
de cosecha), en 1980 habían subido sólo a 120 pesos (o 180 por arroba cogida). (Entrevistas confrontadas con
los datos del Banco de la República).

258
Debido al tiempo de resistencia que media entre la amenaza de las cuadrillas o de
los "pájaros" y el momento de la venta, resulta, en cambio, supremamente difícil pro-
bar quiénes obtuvieron determinada tierra haciendo matar o amenazando a su propie-
tario. Entre el comprador y el perseguido se interponía además una serie de mediado-
res: los "comisionistas" lo fueron por oficio, gentes consagradas de tiempo completo a
poner en contacto oferentes y demandantes en las transacciones de vehículos y de
bienes raíces; los interesados también se valían de amigos o compadres del necesitado,
lo cual no obsta que hubieran podido servirse antes de las cuadrillas contra él28 •
La vinculación entre el apoyo de cuadrillas y las compras a menos precio y, en
términos globales, el apoyo de cuadrillas por parte del negociante, no siempre la esta-
blecen los entrevistados; esto es así aún existiendo signos de confianza frente al inves-
tigador e identificación con los objetivos de su estudio.
Además de la mediación del tiempo y de los agentes interpuestos, ya señalados,
entre el "boleteo" y la compraventa, otros factores influyen para que las gentes hoy se
inhiban de establecer nexos: Así, cuando el prebendado ha mantenido después el
contacto político de su caciquismo (parte del cual son sus favores a las familias y a la
comuna), goza de la inmunidad que no cobija igualmente a quienes se ocupan exclu-
sivamente de sus negocios privados y mucho menos a quienes después de enriquecer-
se abandonaron la comarca; la alafia se redobla tratándose de jefes liberales, pues
éstos cubren todas sus transacciones bajo su condición inicial de perseguidos y
patrocinadores de la defensa vereda!.
Por otra parte es obvio que al rumor son más vulnerables aquellos convertidos
rápidamente de desposeídos en hacendados millonarios, que no los antiguos ricos
beneficiados, en la ocurrencia, con la ampliación de sus haberes.
Los conservadores que, carentes de propiedad, paralelamente apoyaron las cua-
drillas iniciales y compraron a liberales gracias a la "política de tierra arrasada" serán
los más expuestos al señalamiento, si además dejaron sus municipios de residencia;
(algunos habían emigrado desde la aparición de las primeras "guerrillas"). Ellos, em-
pero, no son los únicos, aunque son los más fácilmente comprobables. A menudo la
opinión pública suele atribuirles por añadidura "los milagros" de otros, bajo la tenden-
cia moral conocida, a personificar el mal de manera absoluta.
Aun habiendo dedicado especial atención a la crítica de fuentes orales y a la
mutua confrontación entre é.stas y la escritura de los libros del Registro", los presentes
resultados se resienten de alguna manera de la limitación anotada.

28. La complicación de las mediaciones fue uno de los obstáculos principales en la labor del ºTribunal de
Conciliación y Equidad,, del Quindío, constituido para indemnizar a los directamente desposeídos por "La Violen~
cia"; nació condenado al fracaso: las pruebas no podían establecerse; la apreciación es compartida por los habitantes
de la región, y por los altos funcionarios de entonces ligados al Ministerio de Justicia (Entrevista realizada con el
connotado jurista Eduardo U mafia Luna, quien en la época integró uno de los dos "Tribunales de Gracia" -1958~
1960--, la otra creación judicial del gobierno Lleras Carnargo; seguidamente fue designado para integrar el "Tribunal
de Conciliación y Equidad" del Tolima -cargo que declinó-y continuó luego cerca de las esferas oficiales como Jefe
de la Rama Técnica del Ministerio de Justicia). Ninguno de los Tribunales que se crearon con ese fln en el país en
1960, lograron su propósito y antes de cumplir el primer año de existencia ya habían desaparecido.
29. Los datos de la Oficina de Registro, a su vez, presentaron sus dificultades: no sólo el hecho de las
fincas dispersas de un mismo propietario y los nombres ficticios, sino el alto grado de inexactitud de las cifras de
extensión de los predios: en más de la mitad de los casos no están anotadas, otras veces hay que reconstruirlas

259
Para decirlo como reza el dicho "ni están todos los que son ni son todos los que están".
Más allá, empero, del asunto sobre la reconstitución de los nombres que no ha sido
aquí el interés final sino uno de los recursos auxiliares, pude efectuar ciertas
constataciones:
En primer lugar, las transacciones más numerosas de fincas grandes y haciendas se
dan en zonas de más tardía expansión cafetera y atracción de migrantes en los dece-
nios inmediatamente anteriores: la zona cordillerana desde el suroeste de Calarcá
(varios municipios), los límites entre Filandia y Quimbaya: zonas donde alternaba -y
aún alterna- la pequeña y mediana propiedad con las grandes, y donde los más ricos
de entonces habían hecho su acumulación en los años 20 ó 30.
Entre tanto en las grandes haciendas de La Tebaida y Montenegro, dominio de los
potentados más sobresalientes de toda la región, las pocas operaciones registradas tienen
lugai; como antes, entre familiares o dentro del mismo círculo de amistades y de negocios.
En segundo lugar: en las zonas en las cuales las grandes posesiones cambiaron
bastante de dueño, las familias liberales que en el momento de la persecución eran los
mayores propietarios en sus municipios, terminada la Violencia, y hoy día, lo siguieron
siendo por lo regular'º· Se podría entonces formular la tendencia en los siguientes
términos: un nuevo personal se integró al estrato de grandes propietarios, proveniente
de las capas bajas de antiguos migrantes; mas la recomposición no se efectuó a desme-
dro de quienes ya precedentemente conformaban el estrato.
Así, se puede observar cómo en uno de los municipios que sufrió de manera irre-
versible la conservatización violenta, el mayor número de hacendados sigue siendo
liberal, descendientes de perseguidos de la época; (los hacendados conservadores allí
datan regularmente de la violencia); sin embargo el porcentaje más alto de población
es conservador, y la mayor cantidad de parcelas y de fincas medianas están en manos
de conservadores (habían pertenecido a liberales antes de la violencia). Allí sólo
comentan de dos hacendados a los que la violencia empobreció realmente: uno se
desempeña hoy día como vendedor ambulante de manteca en Armenia, el otro es
fritanguero en una población tolimense vecina.
No hay duda, los predios más apetecidos entre los negociantes no eran las fincas peque-
ñas; gozando de capacidad de compra, se tendía a buscar las ofertas baratas a partit de cierta
extensión. Con frecuencia el campesino acosado consideraba un favor el hecho de que, al no
hallar un demandante de su misma categoría social, el comerciante tico del pueblo, o el
comprador de sus cosechas, aceptara recibirle el solar en venta para ponerle a salvo.

dispendiosamente remontándose a transacciones lejanas; en toda circunstancia no solían corresponder a los


tamaños (muy superiores) verificados mediante el trabajo de campo.
Me ocupé sólo del estrato de propietarios que poseían más de 83 ha. cafeteras antes de 1946, más de 60
después de 1965, y de aquéllos cuyos predios ganaderos sumaban más de 500 ha, en las dos épocas. Dado el
carácter espurio al que me he referido antes, en lo concerniente a las cifras, es claro que incluso para establecer
(aproximadamente) las extensiones que me permitirían fijar los estratos mencionados, tuve que combinar los
discutibles datos del Catastro y oficinas de Registro (utilizados sólo como pistas y medidas de proporción) y las
fuentes orales y áónicas. Así y todo es posible que estos catálogos estén de hecho incompletos.
30. Muchos, en el límite de su resistencia, fueron obligados a vender una o varias heredades, pero al
tiempo o después comprarían en zonas de influencia "guerrillera".
El alejamiento de sus veredas determinado por la inseguridad del momento, adquirió después carácter
permanente; hoy viven en las ciudades (Bogotá, Manizales, Pereira o Armenia) y muy poco se ven por el cantón);

260
De paso, la situación supo ser bien aprovechada por algunos que cultivaron la
especialidad de acumular muchas pequeñas propiedades, mediante compra o embar-
gos y remates causados por hipoteca.
Globalmente, los más aptos para concentrar cantidades significativas de hectáreas a
través de las -compras rebajadas, eran quienes reunían las siguientes características:
a) Tener capitales disponibles, es decir, liquidez.
b) Administrar dichos capitales personalmente.
c) Mantener contacto con los oferentes.
Este es un problema distinto de la discusión acerca de si utilizaron intencionalmente
cuadrillas o no, con miras a sus negocios.
Ya he hablado de algunos de los grupos sociales que reunían eminentemente las tres notas
enumeradas: los prestamistas y los comerciantes urbanos y rurales, en sus distintas gamas.
Si bien individualmente las personas de más fácil contacto para los apremiados a
vender, fueron sus vecinos y sus amigos y compadres31 , existe otro conglomerado espe-
cialmente importante por el hecho de que sus integrantes eran conocidos de toda la
población y se tenían por depositarios de cierta confianza en razón de sus servicios.
Hablo de los políticos y los profesionales, ya suficientemente evocados con respecto a
la movilidad que la época les brindó en los organigramas de los partidos y dentro de las
instituciones estatales.
Políticos, o profesionales no políticos, las propias tareas de su oficio los pusieron en
situación ventajosa como compradores "de emergencia".
En una de las veredas conservadoras más conocidas por la reputación de las cua-
drillas, un médico coleccionó varias y buenas fincas durante aquellos años; los
patrocinadores conocidos de las bandas armadas eran, en cambio, medianos propieta-
rios. El profesional, que había llegado a la cabecera del municipio procedente de otra
región, no tenía antes más patrimonio que el diploma de su universidad. Aún e1;1
marcha la violencia, trasladó su residencia a otra ciudad, viéndosele en la vereda sólo
con ocasión de sus visitas anuales. Otros médicos más, y varios odontólogos, figuran
en las listas que pude establecer.

Los baldíos
Las zonas de más tardía•expansión cafetera que conocieron un movimiento inten-
so de propiedades, poseían además tierras sin títulos cuando comenzó la Violencia32 •
Varias de las haciendas que en la década de los 50 los liberales ricos se vieron
constreñidos a abandonar, más tarde a vender a los conservadores, tenían el estatuto
de "mejoras en baldío" y carecían de título.

31. Relatos como éste no fueron escasos en el trabajo de campo que realicé: "La finquita tuve que
venderla y la compró una colindante, porque yo le rogué ya que nadie compraba, debido al miedo; ella, que tenía
una finca grande, finalmente accedió".
En otra ocasión un confi.dente me decía: "Tuve que vender la finca a un conservador muy amigo; se la dí por
7.000 pesos después de que la tenía prácticamente vendida antes de las amenazas en36.000".
32. Todavía en los afi.os 60 se adjudicaron títulos en varios municipios del Quindío; en la décadu de los
70 se tituló casi un centenar de minifundios en la vereda del Congal (Filandia). (Consulta en !as oficinas de
registro de Armenia, Calarcá y Filandia).

261
Los buenos contactos de los adquirentes en aquellas circunstancias en que el
partidismo había invadido las oficinas gubernamentales, facilitaron los trámites. Ha-
ciendas compradas a menos precio, recibían uno o dos años después la adjudicación
del título por parte del Ministerio de Agricultura. Las resoluciones ministeriales, cuyo
texto. tuve ocasión de leer en los libros del Registro, reconocían los derechos al nuevo
propietatio por haber residido y trabajado la mejora durante quince años, dicen unas,
durante veinte, dicen otras, conforme a lo estipulado en las leyes; eran los años que
realmente había explotado la mejora el vendedor liberal en retirada, pero que, gracias
a las "influencias", se abonaban a buena cuenta de su sucesor.
La mayor parte de adjudicaciones de extensión considerable que el Ministerio
otorgó en un municipio de los estudiados benefició a dos conservadores (antiguos
jornaleros} y tuvieron lugar en 1953 y 1954: el uno recibió los títulos de seis grandes
predios y el otro, de cinco. Los liberales, empero, no fueron excluidos del festín; el
acomodamiento de la ley (posiblemente también el empleo de la "palanca"), revela
aquí los mismos rasgos de los otros.
El liberal que mayor número de compras importantes registró en 1953-1957, según
la documentación estudiada de dos municipios, era uno de quienes habían tenido
que vender haciendas ("mejoras") en la zona de los conservadores; no obstante él
mismo se haría otorgar dos grandes baldíos en 1953-54, y dos en 1957 (tres de los
cuatro estaban ubicados en áreas de cuadrillas liberales).
Romerales es una vereda ubicada en las explanadas más altas de la cordillera habitada
en los tiempos de la Violencia por colonos que desde veinte o treinta años antes habían
habilitado para pastos y cultivo de papa sus tierras de baldíos; la mayor parte de las mejoras
promediaban tamaños alrededor de las 40 hectáreas y, a falta de títulos, las compraventas
o .las sucesiones se certificaban mediante simples recibos refrendados por un juzgado.
Transcurrían meses de cosecha tan abundantes como quizá antes no se hubiera
visto, cuando el huracán de la Violencia desparramó a los dos mil colonos: en un solo
día la policía del pueblo vecino consumó una masacre descomunal, que dejó un saldo,
dicen, de cuarenta y dos muertos.
Durante los años en los cuales, como consecuencia del miedo, las tierras queda-
ron deshabitadas, un rico conservador de Medellín tomó posesión de aquellas miles
de hectáreas, alegando que hacían parte de una herencia recibida por su esposa; ni a
ella ni a él, no obstante, les habían conocido nunca antes en la comarca.
El diferéndum se habría resuelto, después de interminables diligencias, a favor de
los colonos, gracias a la intervención de parlamentarios tolimenses que eran figuras
nacionales del liberalismo, y de altos oficiales del Ejército; éstos tomaron cartas en el
asunto ante la solicitud de los únicos hacendados de la vereda, una familia liberal con
buenos contactos en ambos partidos; la familia obtuvo también la instalación de un
puesto del Ejército para garantizar-la seguridad frente a las diversas bandas armadas
(ella había perdido tres hijos y la madre en la masacre). Para el efecto .se había comu-
nicado con amigos conservadores muy bien conectados en la Brigada del Tolima (la
VI) y les había cedido en retribución la zona de bosques de la. hacienda.

33. El título de este baldío lo obtuvo, junto con varios más, en 1953.

262
Un caso ejemplar
Concluyo este capítulo alusivo a la tierra, con la descripción de un caso que me
parece representativo del Quindío en materia de movilidad social y en otros aspectos.
Por las características que reúne, forma parte de los nombres cuya comprobación
me ofreció menor dificultad. Valga decir que tanto liberales como conservadores con-
firman las versiones, coincidiendo éstas en lo esencial con los libros de Registro (a
menudo las entrevistas sobrepasan las fuentes escritas, pero en esos márgenes he sido
cuidadoso); de los muchos entrevistados en el teatro de los acontecimientos y en los
demás municipios, no hubo una sola respuesta divergente; y en los informantes se
incluyen antiguos trabajadores, compadres y familiares próximos, del señalado. Fami-
lia de migrantes de otro departamento, se le conoció primero como arriero a jornal.
Al finalizar la Violencia él y sus hermanos formaban parte de los hacendados más
acaudalados del municipio y él solo detentaba cerca del 60% de la propiedad en tres
veredas.
Hoy se calcula su fortuna en una veintena de haciendas y grandes fincas en la
región, más de 1.500 hectáreas de cafetales, haciendas ganaderas fuera de la. región,
capitales de muchos millones invertidos en acciones y bonos, y dos manzanas de edifi-
cios comerciales en la ciudad donde actualmente reside.
Cuando en el municipio sus copartidarios iniciaron la persecución violenta a los
liberales hacia 1949, empezaba a comprar café de la vereda en una pequeña fonda,
pero no poseía más que un baldío -sin título-; es lo que consta en los libros de la
Oficina de Registro33 •
Pronto se le vio ligado al patrocinio de una pequeña cuadrilla conservadora, a la
cual suministraba municiones; su cabecilla se desempeñaría también como "capataz"
en haciendas que el patrocinador iría comprando poco a poco; en ellas fue "agregado"
hasta su muerte, acaecida en los primeros años 70.
La cuadrilla protegida se reputó por "boletear" a muchos liberales y ultimar algu-
nos que no abandonaron inmediatamente el predio como se les conminaba.
Mientras la cuadrilla cumplía su misión partidista, el fondero patrocinador com-
praba el café robado de varias veredas, cuyos caminos de herradura se cruzaban en la
fonda; de allí parece que provino la mayor parte de la fortuna.
La capacidad económica que incrementaba con la prosperidad de la fonda, la
utilizó en comprar fincas y haciendas, generalmente a los liberales. Acerca de una de
ellas, de 60 hectáreas de extensión y producción cafetera de 300 cargas, todas las
versiones concuerdan en que la obtuvo poco después de ser boleteado su antiguo
dueño por los cuadrilleros; pueden ser más los inmue-bles adquiridos en circunstan-
cias parecidas.
Entre 1952 y 1954, en plena Violencia, el folio de sus transacciones rurales se
presenta gráficamente de la siguiente .manera:

263
Número de
Naturaleza de la Vereda
propiedades de cada Cultivo
transacción (nombre ficticio)
operación

1952

Compra (con otro) 3 propiedades "Paisajes" Pastos

Café,
Compra varias propiedades "La Fiesta" plátano,
pastos

1953 y 1954

Café,
Adjudicación del
2 haciendas "La Fiesta" plátano,
Ministerio
pastos

Café,
Adjudicación del
1 hacienda "La Acuosa" plátano,
Ministerio
caña

Café,
Adjudicación del
1 hacienda "La Acuosa" plátano,
Ministerio
pastos

Café,
Adjudicación del
1 hacienda "La Acuosa" plátano,
Ministerio
pastos

Yuca,
maíz,
Adjudicación del
1 hacienda ''Vitamina" fríjol,
Ministerio
pastos,
reses: 60 ha.

Café,
Adjudicación del
1 haicenda "La Fiesta" plátanos,
Ministerio
pastos

Compra varias "La Fiesta"

Café,
Compra (1954) 1 haicenda "La Fiesta plátano,
pastos

264
Sus excelentes relaciones, no sólo con los jefes locales, sino con importantes parla-
mentarios conservadores de la capital, fueron bien conocidas: podrían, pues, deducir-
se inferencias.
El adquiriente, en cambio, no hizo parte del personal político de entonces ni hace
parte de él actualmente.
De 1955 a 1962 los inmuebles rurales que se le contabilizaron en un solo municipio
(casi rodos de gran tamaño), se distribuyen como sigue entre veredas controladas por
conservadores:

1955 a 1962

Predio A varias compras y ventas


parciales sobre el mismo
pn:dio.
Predio B compra y H'nta

V,;rcda "Vitaminatt Predio C


Predio D
Predio E
Predlo F
Predio O
Predio H

Vereda "Suprema" Predio 1 compras y ventas


Predio J compras y ventas
Predio K

Vereda "Amazonas" Predio L compra en dos etapas


Predio M compra y venta

Vereda "La Acuosa" Predio N compra y venta


Predio O
Predio P

Vereda "Postrera" Predio Q compra y venta


Veredn sin ubicar Predio R

Después de la Violencia su "agregado" de más confianza, el antiguo cuadrillero,


se ufanó siempre de conservar el fusil y las prendas militares, hasta que murió en una
banal pelea de cantina, dejando al desabrigo la esposa y varias hijas que jornaleaban
con él en las haciendas.
El patrón, "agregado" como él en otras épocas, hoy hace parte de la gente "de
clase" de la ciudad.

Conclusión
Creo haber mostrado las vías sui generis aportadas por la violencia en la redistribución
del trabajo social, y en la recomposición de los grupos sociales detentadores de la
acumulación mediante un personal emergido de las capas bajas; de no haberse dado
ella, las oportunidades de ascenso que el Quindío conocía desde tiempo atrás, quizá
se hubiesen agotado antes.
Después de la violencia el Quindío no ha vuelto a ser la tierra promisoria para las
oleadas de migrantes pobres; ahora los que llegan son pasajeros, los cosecheros
estacionales.

265
11
Se siguen, claro) comprando las tierras de "ganga a necesitados, pero las ocasio-
nes no son tan remunerativas como entonces; del poder de con1pra) por otra parte,
ciertos grupos están hoy más excluidos que entonces; me refiero a los trabajadores del
campo.
Comerciantes y profesionales que se enriquecieron y se hicieron propietaflos rura-
les: la violencia en eso continuaba la tendencia manifiesta desde los tiempos de los
colonizadores.
El ausentismo de los grandes propietarios, en cambio, es un efecto más específico
de las circunstancias, que luego será irreversible.
El apogeo de fonderos y agregados será la lucidez del agonizante. Me atrevo a
decir que de aquel periodo proviene de algún modo la mayor parte dé las
individualidades que en este momento dirigen los negocios, y los organismos privados
y públicos del departamento del Quindío; no quiero decir que sus trayectorias estén
vinculadas todas directamente a la violencia, pero sí que proceden de las diferentes
situaciones que se relacionan con ella: los liberales jóvenes que iniciaron su carrera
en el gobierno de Rojas Finilla, los comerciantes que se beneficiaron de la activación
del mercado local, quienes se beneficiaron en tanto constructores, de la demanda de
viviendas, etc., etc.
En el plano de las propiedades y el capital, las familias acaudaladas anteriores a la
Violencia en general han conservado su sitial, con algunas excepciones; pero ahora
comparten sus negocios, sus clubes y su prestigio, con muchos "nuevos ricos)' proce-
dentes de la Violencia.

Anexo 1
Cuadro de la exportación de café colombiano
entre 1950 y 1965 (en sacos de 60 kg)

1950 1951 1952 1953 1954 1955

4.472.357 4.793.983 5.032.058 6.632.336 5.733.320 5.866.891


1956 1957 1958 1959 1960 1961

5.069.777 4.823. 733 5.440.625 6.418.379 5.937.741 5.650.972


1962 1963 1964 1965

6.561.432 6.133.673 6.412.257 5.651.544

Fuente: Boletines de Estadística de la Federación Nacional de Cafeteros, N 9 34, julio de 1956, p. 21, cuadro
13: "Exportación de café colombiano por marcas de procedencia, 1946-1955" y N 2 40, julio de 1966, p. 40:
"Distribución de las exportaciones de café colombiano por marcas de procedencia: años civiles, 1956-1965"

266
Anexo2
Exportación de café colombiano por "marcas de procedencia''
de 1950 a 1965 (en sacos de 60 kg)

Porcentajes de
Porcentajes de
incremento o reducción
incremento o reducción
anual
Año Café "Armenia" anual del volumen de
Totales
café "Armenia"
nacionales
1950 975.453
1951 1.129.008 + 15.17 + 7.2
1952 1.236.687 +9.5 + 5.0
1953 1.687.410 + 36.4 + 31.8
1954 1.633.386 - 3.2 + 13.16
1955 1.679.037 +2.8 + 2.3
1956 1.683.218 +0.2 - 13.6
1957 1.719.335 + 2.1 -4.8
1958 1.875.902 + 9.1 + 12.8
1959 2.487.032 + 32.6 + 17.9
1960 2.404.148 - 3.3 - 7.4
1961 2.513.490 +4.5 -4.8
1962 3.068.808 + 22.1 + 16.1
1963 3.152.667 +2.7
1964 3.243.225 +2.9 + 6.5
1965 2.841.645 - 12.4 + 4.5

Café "Manizales" Café "Medellín" Café "'Sevilla"


1950 1.144.236 876.069 295.993
1951 1.135.878 963.608 329.171
1952 1.248.808 1.164.843 309.487
1953 1.386.178 1.391.149 390.824
1954 1.308.523 1.142.962 354.978
1955 1.363.691 1.385.512 294.192
1956 1.115.367 1.224.874 236.472
1967 1.227.225 1.011.573 174.118
1958 1.214.971 1.183.337 158.107
1959 1.474.564 1.168.573 108.492
1960 1.142.797. 1.285.774 82.207
1961 950.056 1.164.674 56.133
1962 1.055.507 1.545.975 44.042
1963 729.923 1.494.701 52.429
1964 910.581 1.686.422 18.958
1965 439.921 1.683.724

Fuente: Boletines de Estadística de la Federación Nacional de cafeteros, NQ 34, julio de 1956, p. 21, cuadro 13:
"Exportación .. .'1 y Nº 40, julio de 1966, p. 40: "Distribución ... ",

267
8l

Anexo3
Jornales agrícolas en tres departamentos de 1949 a 1953

1949 1950 1951 1952 1953


CAL TOL NAR CAL TOL NAR CAL TOL NAR CAL TOL NAR CAL TOL NAR
2.80 2.90 1.30 3.20 3.30 1.70 3.50 3.80 1.70 3.80 3.85 1.55 4.20 4.40 1.75

1.60 2.70 1.10 3.00 3.10 1.30 3.IO 3.60 1.30 3.20 3.70 1.30 3.55 4.25 1.50

3.90 3.80 2.00 5.00 4.50 3.00 6.50 6.00 3.50 6.60 6.50 4.00 7.00 7.00 3.25

2.70 3.80 1.800 5.50 4.00 2.00 6.00 6.00 2.00 6.00 6.20 2.50 7.00 7.00 3.25

Nota: en el Quindío caldense los "jornales de clima caliente" comprenderían en mayor pr~porción jornales cafeteros, ya que allí la
mayor parte de las tierras ganaderas se localizan en la alta montaña o tierra fría.
Fuentes: Contraloría General de la República, Boletín mensual de Estadística, Nº 38, Bogotá, mayo de 1954, pp. 49 y 50:
"Estadísticas sociales: jornales agrícolas predominantes, 1949- 1953".
Cifras cotejadas con: "
-Datos del Banco de la República ( 1954-1965), concerniente a Armenia y los municipios del Quindío caldense.
-Contraloría General de la República, Anuario General de Estadística: 1950, "3"' Parte, Cap. IX, Trabajo: jornales agrícolas
predominantes 1946-1950", pp. 261-262.
-Boletinde Estadística de la Federación Nacional de Cafeteros, Nº 25, abril de 1944, año XI, vol. v, pp. 48-49, "Jornales cafeteros
en Colombia en 1941" y 1'Jornales cafeteros en Colombia en octubre de 1943"~ ,
La resistencia campesina en el sur del Tolima

Medófilo Medina*

Introducción
La resistencia campesina en el sur del Tolima constituye objeto importantísimo de
la investigación histórica, en primer lugar, como capítulo muy destacado de la Violen-
cia 1949-1953 y, en segundo lugar, por la influencia que ella ejerció más allá del
periodo indicado en otras regiones del país. En Chaparral se ubican los orígenes del
movimiento armado de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
Del sur del Tolima también salieron hombres y experiencias para las cuadrillas de
bandoleros que operaron más allá de las comarcas tolimenses entre 1958 y mediados
del decenio de los sesenta. "Chispas", oriundo de Rovira, desprendido del grupo de
"Mariachi" en Chaparral, es quizá a este respecto el ejemplo más notorio pero no el
único.
Incluso tratándose de bandoleros, la primera escuela de la guerra dejó en los
hombres su huella: "En efecto, anotan Sánchez y Meertens, en tanto que en los inte-
grantes de origen quindiano la motivación económica parecía ser, según se ha dicho,
la de mayor peso en la decisión de sumarse a la vida irregular del monte, los integran-
tes procedentes del sur del Tolima aducían, predominantemente, explicaciones de
tipo vendetta política cuyas raíces remontaban hasta el 9 de Abril de 1948" 1 •
Al aludir a la misma circunstancia Carlos Ortiz subraya el fenómeno en una doble
dirección: de un lado el origen tolimense de jefes y miembros de las cuadrillas que
operaron en el Quindío y en el Valle y, de otro, la afluencia al sur del Tolima de
jóvenes que habían tenido experiencias frustrantes en grupos muy inestables en mar-
cos geográficos distintos entre 1949 y 1951. Muchos de ellos regresaron a sus comarcas
originales no para integrarse al trabajo sino para poner en práctica lo aprendido en la
escuela de la guerra irregular del sur tolimense2 •
Para comprender la intensidad de la violencia y para explicar el radicalismo que
adquirió la resistencia campesina en el sur del Tolima es preciso identificar algunas
premisas de orden económico, social y político que se dieron en la región y que madu-
raron en el periodo inmediatamente anterior a la Violencia.

Premisas de la Violencia en Chaparral


De los 2.500 kilómetros cuadrados que constituían el área del municipio de
Chaparral, ya separado Rioblanco, 2.250 kilómetros correspondían a tierras fértiles. La

* Historiador. Autor de Historia del Partido Comunista en Colombia y La protesta urbana en Colombia en
el siglo xx. Director del postgrado de historia de la Universidad Nacional.
1. Gonzalo Sánchez, Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos. El Caso de la Violencia en
Colombia, Bogotá, El Ancora Editores, 1983, p. 105.
2. Carlos Oniz, Ponencia presentada al N Congreso de Historia, Tunja, diciembre de 1983, p. 9.

269
producción cafetera, principal renglón de la economía, venía en proceso de expan-
sión. En 1932 la producción de Chaparral fue de 43.271 sacos de 60 kilos, para 1944
alcanzó los 81.197 sacos. Según el censo cafetero de 1932, Chaparral ocupaba el undéci-
mo lugar por el volumen de la producción entre sesenta municipios cafeteros.
Otros aspectos diferentes al de la producción reflejan el mismo fenómeno (ver cuadro 1).

Cuadro 1
Evolución de la economía cafetera en Chaparral

Fanegadas Cafetos
Años Nº de fincas
cultivadas cultivados
1923 * 399 3.707.430
1932** 1.010 7.144 6.694.864
1942 *** 2.865 11.980 13.818.516

* Cuadro elaborado con base en datos de Diego Monsalve, Colombia cafetera, Barcelona, Artes Gráficas, 1927,
pp.539-540
** Censo Cafetero de Colombia 1932, Boletín estadístico, Federación Nacional de Cafeteros, pp. 145~ 146.
*** Resumen del censo cafetero de Tolima, 1942, Anuario estadístico del Tolima, Contraloría General de la
República.
La condición de zona de conflicto agrario se anunció para Chaparral desde su segunda ubicación como
establecimiento urbano, ocurrida a finales de 1827 luego de la destrucción, por efectos de un sismo, del pueblo
originalmente fundado en 1773.

El área dedicada al cultivo se incrementó en los diez años en el 60%, al paso que
la producción se duplicó. Llama la atención el incremento de las fincas cafeteras cuyo
nómero creció casi tres veces en el decenio.
No puede pues disociarse la violencia en el sur del Tolima y particularmente en
Chaparral de sus ingredientes cafeteros. A ese respecto Chaparral comparte con otras
regiones del Valle, Antioquia y el viejo Caldas las tensiones típicas de la llamada por
Oquist "Violencia de la Cosecha Cafetera".
Sin embargo la expresión de "la revancha terrateniente", utilizada inicialmente por
Pierre Ghilodés, apunta al factor de explicación más importante de la resistencia cam-
pesina en Chaparral. En términos precisos Darío Fajardo circunscribe tal revancha a las
"zonas de dominio terrateniente, en donde los campesinos organizados habían ocupado
tierras y continuaban su explotación en un claro reto al dominio terrateniente"'.
Las familias abandonaron las ruinas de sus ranchos y comenzaron a construir sus
nuevas moradas a unos diez kilómetros de distancia de la antigua población, protago-
nizando de esa manera una invasión, pues la superficie en la cual se levantaban las
viviendas fue reclamada por don Francisco Javier de Castro como parte de un vasto
latifundio de su propiedad.

3. Darío Fajardo, «La Violencia 1946~1964; su desarrollo y su impacto», Estudios Marxistas NQ 21,
mayo-agosto, 1981, p. 43.

270
Ante la dificultad de proceder a un desalojo, Javier de Castro cedió un globo de
terreno para el nuevo asentamiento urbano. Al lado de las consideraciones sobre el
"bien y la felicidad de los vecinos", la escritura de donación contenía condiciones
encaminadas_ a preservar la felicidad del latifundista: "Que no se ponga, por ningún
vecino -rezaba una de las cláusulas del documento- cría de marranos, perros, yeguas,
ni ganado de cría, a menos que los mantengan sin salir del terreno del ejido y en caso
de que tengan animales y salgan a pastar en tierras de los colindantes, paguen el
arriendo que hagan, con el dueño de las tierras". En otra cláusula se estipulaba: "En
ningún tiempo pueden vender el terreno que se les dé, y pertenezca a su solar, sólo
quedándoles el derecho de vender lo edificado en él"4 •
La constitución de las haciendas cafeteras del sur del Tolima es un proceso que
avanza cuando este tipo de unidades económicas se encontraba plenamente estable-
cido en regiones como el Tequendama en Cundinamarca.
No obstante, hay registros que dan cuenta de la existencia, para 1869, de aprecia-
bles cultivos de café pertenecientes a don Cesáreo Rocha en tierras en las cuales se
extenderían los dominios de la hacienda "Providencia".
Desde el octavo decenio del siglo XIX va tomando ventaja el café en la economía
del municipio de Chaparral, frente a la ganadería que había sido el renglón funda-
mental. La atención de los terratenientes se dirige hacia tierras incultas del flanco
oriental de la cordillera central aptas para el cultivo del grano. Por el mismo tiempo,
influyentes familias logran la adjudicación de baldíos. El caso más notable fue el de la
familia lriarte que obtuvo del Estado una inmensa extensión territorial enmarcada por
el curso de los ríos Ambeima y Amoyá.
Se fueron estableciendo también colonos provenientes de Coyaima, Natagaima y
Ortega entre los cuales se contaban no pocos indígenas venidos de las comunidades
constreñidas por la voracidad del latifundio ganadero. Los indígenas tolimenses, como
los caucanos, venían comprometidos en una larga lucha en defensa de sus tierras cuya
intensidad se acentuó desde mediados del siglo XIX.
La colonización en Chaparral se intensificó en el decenio posterior a 1930 y se
precipitó en estos años como una consecuencia de la experiencia acumulada por los
peones en la lucha por el salario y por el mejoramiento de las condiciones de trabajo.
Un testimonio insistentemente citado describe de la manera siguiente el comienzo
del proceso: "... la cosa empezó así. Resulta que en un chilao de café que cogía la
gente no salía más que de cuatro arrobas porque no lo pesaban sino que lo medían por
chilaos en unos cajones. Pero eso sí, cuando era para venderle yuca o maíz o carne de
la hacienda al personal, entonces sí usaban la romana de esas legales", y prosigue el
testimonio del viejo campesino de Chaparral "en un día de esos vino ese mismo que
hacía la propaganda de la tierra de que no tenía títulos e hizo pesar adelante de una
gente un bulto de café que había salido justo de 4 arrobas en la caja, lo hizo pesar en
la romana legal y pesó seis arrobas y quince libras y entonces dijo el tipo a la gente: -
nos están robando. Porque esa medida de la caja daba cuarenta libras por arroba y
también se regó por todas partes"' .

4. Estas citas y las referencias a la nueva fundación de Chaparral se han tomado de Darío Ortiz Vidales,
Apuntes para una h~toriade Chaparral, !bagué, Instituto Tolimense de Cultura, 1984, pp. 26, 42 y 43.
5. Entrevista con un viejo campesino de Chaparral, enero de 1969, Estudios Marxistas Nº 1, Cali, 1969, p. 98.

271
El periódico Unirismo, en un detallado informe sobre los trabajadores agrarios de
Chaparral, agrupaba en dos tipos los conflictos característicos de la región: "la cues-
tión obrera" y "la cuestión agraria".
La primera de ellas era descrita así por el órgano gaitanista: "Cuestión obrera, la
problemática se extiende a los aspectos de higiene, incumplimiento de la ley, estafas y
malos tratos. Incumplimiento de la ley por la larga jornada de trabajo, casi doce horas.
Estafas: los hacendados utilizan romanas hasta de 40 libras. Malos tratos: los encarga-
dos de vigilar por los intereses de los hacendados (mayordomos} abusan de su poder"6 •
Esa situación dio origen a una lucha unificada de trabajadores dirigida por ligas
campesinas que se organizaron en las haciendas. En el testimonio del campesino de
Chaparral se habla de una gran huelga. A esa misma lucha y a su encadenamiento
con la reivindicación de la propiedad de la tierra se refiere el testimonio de Isauro
Yossa: "Se organizó la huelga para subir el pago por la cogida de café y para cambiar la
medida en cajas por el peso en romanas. Se hizo una asamblea en El Limón de tres-
cientos o quinientos campesinos. Fideligno Cuéllar y Jesús Bolívar sacaron permiso
para la huelga general. Todo el mundo se organizó en las ligas campesinas. Se nombra-
ron comisiones de 30 ó 50 campesinos que iban a cada hacienda con una romana. En
cada hacienda se hacía pesar el café en las romanas y después de la huelga esto quedó
como ley, también se logró que aumentaran el salario por la cogida del café, en uno o
dos centavos por arroba. En todo eso se triunfó".
Muy probablemente es a esa huelga a la que se refiere el periódico Pluma Libre de
Pereira, citado por Gloria Gaitán, en su edición del 21 de marzo de 1936. Ya antes, en
diciembre de 1934, el periódico Unirismo informaba sobre la preparación de una huelga
de "campesinos y pequeños agricultores" de Chaparral. Y prosigue el relato de Yossa:
"En eso fue cuando ya empezamos la lucha en la tumba de montes, cuando ya pasó la
cosecha de café, pasamos a las rocerías. Un punto central de la lucha fue el latifundio
de Ambeima, perteneciente a los Iriarte. Estos latifundistas enfrentaban a sus arrenda-
tarios contra colonos. Pero esos trabajadores también se dividieron, unos se quedaron
con los lriarte y otros entraron a las ligas como Eliseo Manjarrés, Pedro Ramos, Cletico
Restrepo y otros que después fueron dirigentes de la autodefensa" 7 *. En otros apartes de
este relato, como en el testimonio de Modesto Campos extensamente citado por Darío
Fajardo, se encuentra una descripción de esta colonización masiva. "En ella mientras
unos derribaban los árboles, otros limpiaban el terreno de vegetación menor y los demás
sembraban árboles de plátano ya crecidos y arbustos de café"8 •
Si bien el establecimiento de los colonos venía produciéndose desde el siglo XIX,
fue en los años treinta cuando este proceso se intensificó porque las haciendas
incrementaron su demanda de brazos. Los peones contratados en épocas de cosecha

6. Unirismo, Bogotá, julio 26 de 934, p. 11.


7. Entrevista con Isauro Yossa, abril 19 de 1984.
* Justamente los nombres que cita Isauro Yossa aparecen en el expediente de un proceso que adelantó
la alcaldía de Chaparral contra un grupo de campesinos acusados de invadir terrenos de propiedad de pequeños
parceleros. El demandante era el abogado del latifundista Camilo lriarte, quien manipulaba a algunos de sus
trabajadores para perseguir a los colonos y a sus dirigentes. Tribunal Superior de Ibagué, Rama Penal, Radicación
Nº 338, f. 80.
8. Darlo Fajardo, Violencia y desarrollo, Bogotá, Fondo Editorial Suramérica, 1979, p. 59.

272
suministraron el contingente fundamental de los nuevos colonos. En algunos casos a
ellos se unieron viejos arrendatarios de las haciendas. Aunque no es objeto específico
del presente trabajo el estudio de la estructura socioeconómica de la caficultura de
Chaparral, es pertinente anotar cómo, a diferencia de la región del Tequendama, no
fueron los arrendatarios nudo de contradicción en la hacienda. No se ven negociado,
nes conducidas por arrendatarios como las analizadas por Marco Palacios para las
haciendas de Viotá. Las condiciones de dependencia de los trabajadores no asalaria-
dos de Chaparral impidieron el fortalecimiento de economías parcelarias dentro de la
hacienda.
El factor dinámico de los conflictos en la caficultura de Chaparral lo constituye,
ron en buena medida los peones convertidos en colonos. Consecuentemente la crisis
que experimentarán las haciendas en la región desde finales del decenio de 1930,
presentará también rasgos propios. Si en Viotá, de acuerdo con el análisis de Palacios,
dicha crisis se precipitó en función del divorcio entre "plantación" y "economía fami-
liar parcelaria"9 en el seno de la hacienda, en Chaparral se realizará como resultado
de la presión ejercida desde fuera por los colonos. Gloria Gaitán aludiendo a la crisis
de la hacienda cafetera del Tolima y sus consecuencias, anota: "Los dueños de los
cafetales de gran tamaño verán agudizarse su problema de deficiencia en el número
de trabajadores necesarios para la explotación de sus propias haciendas, recrudecien•
do la persecución a los campesinos para desvincularlos de la tierra y mantenerlos
atados a la explotación de las grandes plantaciones" 10 •
No están en contradicción las cifras estadísticas con las tendencias que se perfilan
en los testimonios (ver cuadro 2).

Cuadro2
Evolución de las propiedades cafeteras de Chaparral
según el número de árboles

Fincas por número de árboles 1923 1932 1942


Menores de 5.000 árboles 287 728 2.172
De 5.001 - 20.000 82 231 604
De 20.001 -'60.000 23 35 70
De 60.001 - 100.000 4 8 13
Mayores de 100.000 3 8 6
TOTAL 399 1.010 2.865

Fuentes: Diego Monsalve, Colombia cafetera, Artes Gráficas, Barcelona, 1927, p. 539-540¡ ºCenso Cafete-
ro de Colombia 1932n, Boletín estadistíco, Federacafé, p. 122¡ Resumen del Censo Cafetero del Tolima, 1942,
Anuario Estadístico del Tolima, Contraloría General de la República,

9. Marco Palacios, El café en Colombia ( 1850-1970). Una historia económica, social y polftica, Bogotá,
Editorial Presencia, 1979, p. 170.
10. Gloria Gaitán, Colombia, la lucha por la tierra en la década del treinta. Génesis de la organización
sindical campesina, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1976, p. 61

273
Se parte de considerar como economías campesinas a aquellas fincas agrupadas en
los dos primeros renglones de la tabla, es decir a las menores de veinte mil cafetos" 11 •
Muy posiblemente el censo de Diego Monsalve subestima para 1923 el número de las
pequeñas fmcas. Más consistentemente se pueden comparar las cifras de 1932 y 1942.
El número de fincas más pequeñas con menos de cinco mil árboles se vio triplicado
en esos diez años. En su conjunto los predios clasificables como campesinos pasaron de
959 a 2.776. Simultáneamente las haciendas se vieron afectadas por la falta de mano
de obra y por los reclamos de los propios trabajadores de las haciendas. En los mismos
diez años disminuyen en 2 las haciendas con más de cien mil cafetos.
La colonización no había avanzado espontáneamente. La influencia del agrarismo y
del socialismo en Chaparral se dio más tardíamente que en otros epicentros de los con-
flictos agrarios, pero se expandió muy rápidamente. Por otra parte, esas influencias le
permitieron al movimiento agrario de Chaparral desarrollarse orgánicamente tanto en el
aspecto gremial, como en el político. Ya se aludió al papel de las ligas campesinas como
la forma más extendida de organización. Según un censo de organizaciones sindicales
del Tolima de 1943 existían en ese año en el vecindario rural de Chaparral: la Liga
Campesina de Irco y de El Limón, fundada según dicho registro en 1937. Figuraba como
su presidente el dirigente comunista Isauro Yossa; Liga de Agricultores de Ambeima,
fundada en 1939, presidida por Vicente Cruz; Sindicato Agrícola de Buenos Aires y
Espíritu Santo que figuraba bajo la presidencia de Ángel Parga12 • En el registro corres-
pondiente a 1944 aparecía el Sindicato de Agricultores de Chaparral fundado en 1937!3.
Actuaba también la Liga Indígena de la Comunidad de Yaguará14 • Estas organizaciones
surgieron relativamente tarde en comparación con las ligas y sindicatos agrícolas de
otras regiones como Tequendama, Sumapaz y oriente del Tolima, Huila, Cauca.
La labor política había precedido a la organización sindical. Dos fueron las in-
fluencias básicas: la Unir de Gaitán y el Partido Comunista. De las adhesiones que el
órgano periodístico de Gaitán recibe de municipios del Tolima no pocas provienen de
Chaparral. La Unir encontró en las zonas de conflicto agrario sus más sólidos apoyos
entre los colonos y es a este sector social al cual prestó sus más eficaces servicios. En
ello debió influir la importancia que Gaitán concedía a los alegatos jurídicos en la
defensa de los intereses de los trabajadores del campo. Por ello es comprensible la
acogida de no pocos campesinos de Chaparral a la Unir.
La influencia del Partido Comunista llegó con colonos que procedían de las vecin-
dades de Natagaima, Coyaima y Ortega, con los indígenas que se desprendieron de
las comunidades que defendían sus tierras en esas comarcas. A comienzos del decenio
de los 20 visitaron a los indígenas del sur del Tolima los dirigentes del Cauca, Quintín
Lame y José Gonzalo Sánchez. Este último se estableció en la región, en la cual perma-
neció cerca de 10 años encabezando las luchas por la tierra. José Gonzalo Sánchez fue

11. Marco Palacios, con base en cálculos sobre el ingreso anual de un jornalero, clasifica en la categoría
de economía «campesina» a los predios que en el censo de 1932 aparecfan por debajo de los 20.000 cafetos. De
esta cifra en adelante los predios configuraban el grupo de «haciendas y empresas comerciales». Marco Palacios,
op. cit., p. 371.
12. Contraloría General de la República, Anuario estadístico del Tolima, 1940.
13. Contraloría General de la República, Anuario estadístico del Tolima, 1944.
14. Gonzalo Sánchez, Las ligas campesinas en Cokmibia, Bogotá, Ediciones Tiempo Presente, 1977, p. 76.

274
miembro del Partido Socialista Revolucionario -PSR- y uno de los fundadores en
1930 del Partido Comunista 15 •
En uno de los apartes de su testimonio el viejo campesino de Chaparral dice: "Y en
un día de eso_s vino ese mismo que hacía la propaganda de la tierra de que no tenía
títulos e hizo pesar delante de una gente un bulto de café ... "16 • La persona a la que el
campesino aludió no fue otro que Fideligno Cuéllar, maestro de escuela, fundador
también del Partido Comunista. Cuéllar se había desempeñado como maestro en Viotá,
se trasladó luego a Chaparral y estableció una escuela a donde iban los niños hijos de
campesinos, peones y colonos quienes pagaban al maestro una pequeña suma. Al mis,
mo tiempo que enseñaba a los hijos las primeras letras, instruía a los padres en la
consigna de la toma de la tierra y en el carácter ilegal de las pretensiones de los
terratenientes sobre la propiedad de buena parte de las tierras de Chaparral.
Después de que Gaitán disolviera la UNIR, hecho que ocurrió en mayo de 1935, la
influencia de los comunistas en el campesinado de Chaparral se amplió. Desde 1941 aparece
discriminada la votación por los comunistas para el Concejo municipal de Chaparral. Ella
refleja una influencia apreciable del PCC, también en el plano electoral (ver cuadro 3).

Cuadro 3
Distribución de la votación en las elecciones
al Concejo municipal de Chaparral

Fecha de votación Total Liberales Conservadores Comunistas


Octubre 5 de 1941 1.399 741 357 301
Octubre 3 de 1943 1.762 966 314 482
Octubre de 1945 2.203 1.347 366 490
Octubre 5 de 194 7 4.555 3.233 911 411
junio 5 de 1949 4.424 3.039 866 519
Fuente: Jorge Mario Eastman, Seis reformas estructurales al régimen político 1 Resultados electorales 1930 a
1982, Bogotá, 1982.

Según el testimonio de Isauro Yossa, en el Concejo municipal había una representa-


ción de 3 comunistas por los días de abril de 1948; éstos, junto con 3 liberales de izquier-
da, dominaban el Concejo enfrentados a los conservadores y a los "liberales roscas",
como se les llamaba a los concejales de ese partido que servían de voceros a los terrate-
nientes. Las precisiones de Yossa pueden significar que algunos comunistas participaban
en listas de alianza con sectores liberales gaitanistas, en ese caso la votación figuraba en
su conjunto como liberal 17 • Pero aun si se tienen en cuenta únicamente los votos regis,
trados como comunistas, .ellos reflejan una influencia política consistente.

15. Ver biografía de José Gonzalo Sánchez (Testimonio), en Documentos políticos, Bogotá, marzo~abril de
1979, pp, 72-81.
16. Estudios Marxistas N2 1, p. 96.
17. El Partido Comunista cambió de nombre en su U Congreso, adoptó la denominación de Partido
Democrático Socialista hasta el V Congreso realizado en julio de 194 7, cuando retomó el nombre inicial.

275
Los campesinos, sus organizaciones gremiales y sus dirigentes políticos utilizaron la
Ley 200 de 1936 para legalizar la propiedad de sus parcelas, especialmente el artículo
4º que estableció términos a los cuales los terratenientes debían someterse en caso de
reclamos sobre las parcelas de los colonos.
Diversos testimonios reproducen el papel positivo jugado por el juez de tierras.
Dice el testimonio de uno de los campesinos: "El Juez de tierras fue muy favorable para
parcelar todas esas tierras, el doc~or Guillermo Preciado vino a Chaparral y durante
meses estuvo con los campesinos. El dio títulos como a 1.500 parcelas. Los latifundistas
le hacían la guerra. Cuando terminó de parcelar les dio las escrituras". Completa el
proceso el relato de Yossa: "El alcalde y los jueces de Chaparral desconocían esos
títulos. Me tocó varias veces irme a Bogotá, con 100 ó 200 títulos de parcelas para
mostrárselos al ministro de Gobierno quien decía que eran legales. Pero de vuelta a
Chaparral otra vez las autoridades decían que no valían para nada" 18 •
Las autoridades locales tenían relaciones con influyentes sectores de la política
nacional. Vale la pena señalar que bajo el primer gobierno de López Pumarejo cuatro
ministerios estuvieron en manos de políticos de Chaparral, bajo el gobierno de Santos
el Ministro de Trabajo tenía el mismo origen.
En el segundo periodo de López continuó la buena estrella de los terratenientes de
Chaparral. Por el tiempo en que los campesinos porfiaban ante los funcionarios munici-
pales por el reconocimiento de sus títulos, otros ciudadanos de Chaparral podían enor-
gullecerse de contar entre sus paisanos al ministro de Gobierno, al director general de la
Policía Nacional, por breve tiempo al ministro de Educación, al gobernador del Tolima y
a tres senadores de la República. Todo esto le permite al autor de una monografía histó-
rica del municipio escribir con emoción sobre la "Escuela de Chaparral" 19 •
El otorgamiento de créditos a los pequeños agricultores fue utilizado bajo la presión de
hacendados y latifundistas como instrumento de chantaje. Al respecto se consigna en un
testimonio del hijo de un arrendatario del latifundio de Ambeima: "Cuando los campesi-
nos solicitaban el crédito al banco les pedían que firmaran unos papeles reconociendo que
sus tierras pertenecían al terrateniente, porque las escrituras que tenían no se las valían.
Así convencieron a gente que les firmó pero los demás continuaron su lucha y sus plei'
tos"'º· Y como continuando el anterior testimonio afirma lsauro Yossa: "A mí me tocó
pleitiar sobre mi mejora pero el que se decía dueño de la tierra no me pudo sacar. Sólo salí
cuando la Violencia en 1949, cuando me quemaron la casa, el trapiche, la caña''21 •
En la primera mitad del decenio de los 40 continuaba la confrontación entre campe-
sinos y peones por un lado y hacendados por otro. En primera página del Diario Popular,
se destacaba en septiembre de 1942: "Los latifundistas aliados a las autoridades de
Chaparral atropellan a los campesinos". En un aparte de la crónica se consignaba: "En
las veredas de Calibío, Ambeima, Buenos Aires, El Limón, !reo, etc., los campesinos se
ven obligados a abandonar sus trabajos esquivando la persecución. Son frecuentes los
actos de intimidaci6n por parte de la policía armada de revólver y sables a mujeres y
niños para obligarlos a denunciar el lugar donde se encuentran sus padres y esposos"".

18. Isauro Yossa, abril 19 de 1984.


19. Darío Ortiz Vidales, op. cit., p. 86.
20. Entrevista con Alfonso Rincón, Chaparral, 14 de agosto de 1982.
2l. Ibíd.
22. Diario Popular, Bogotá, septiembre 4 de 1942, pp. 1 y 4.

276
El mismo periódico daba cuenta de la continuación de las colonizaciones como de
las acciones de los terratenientes y de las autoridades en Chaparral: "En la actualidad se
encuenrran más de 20 campesinos presos en las cárceles de este municipio y sentencia-
dos desde 35 hasta 200 días de cárcel por el delito de rozar, quemar y sembrar y muchos
con multa de 200 pesos si vuelven a sus parcelas a ponerle mano a sus trabajos"23 •
Noticias como las anteriores vuelven a aparecer al año siguiente: "Los campesinos
de El Limón -escribe el corresponsal desde Chaparral en julio de 1943-, siguen siendo
acosados por las autoridades y más específicamente por el inspector de policía. El
encarcelamiento de varios campesinos se ha sucedido, y el desarrollo (sic) que tiene
el inspector para ayudar a desalojar a los campesinos de sus tierras y que éstas pasen a
manos de los latifundistas" 24 •
Por el mismo tiempo llegaban denuncias similares de otras localidades del sur del
Tolima, especialmente de Natagaima y Coyaima. En este municipio los latifundistas
imponían impuestos' arbitrarios a los indígenas". Allí mismo y en aplicación de la llama-
da Ley de Vagancia y Ratería se alejaba del lugar de su residencia a familias indígenas
con el fin de facilitarle a los terratenientes la usurpación de tierras de la comunidad.
En septiembre el Diario Popular registra "el encarcelamiento de campesinos, el no poder
habitar el municipio por el término de seis meses"26 • A mediados del mes de septiembre de
1943 se encontraban 150 trabajadores indígenas y campesinos detenidos en la cárcel de
Coyaima como consecuencia de las demandas entabladas contra ellos por los terratenientes.
Entre diciembre de 1943 y enero de 1944 estaba en pleno apogeo el conflicto entre
colonos y latifundistas por las tierras de Ambeima. Al presidente de la República y al
gobernador del Tolima llegaban comunicaciones de protesta de diversos sindicatos
del país contra la persecución a los campesinos de Chaparral. La intervención del
gobernador en favor de éstos fue desafiada por los terratenientes de Chaparral. En la
sesión del Concejo municipal del 10 de agosto de 1944, los voceros de la reacción
regional afirmaron que el presidente Dario Echandía27 se había puesto al servicio de
los comunistas. Igualmente el gobernador fue objeto de la más áspera diatriba. Esta
retórica pone de manifiesto la disposición política de los grandes propietarios agrarios
de Chaparral quienes también se opusieron ardorosamente a la aplicación en el muni-
cipio del decreto 1788 que suspendía los lanzamientos de colonos.
Estas actitudes correspondían bien con la tendencia de afianzamiento de la reacción
política en el país, que obtuvo un triunfo importante al lograr la renuncia definitiva del
presidente López Pumarejo el 19 de julio de 1945.
Mientras que otras zonas del país donde el conflicto agrario había sido muy agudo
entre 1925 y 1935 se encontraban ahora en una etapa de relativa estabilidad, en el sur
del Tolima la lucha de los trabajadores por la tierra continuaba con ímpetu y la ofen-
siva terrateniente se mantenía con fuerza. Cuando sobrevino la Violencia estaba viva
la cuestión agraria en Chaparral. Esta situación constituye uno de los factores objeti-

23. Ibíd,, Bogotá, octubre 8 de 194 l.


24. lbíd., julio 22 de 1943. ,
25. !bid., junio 26 de 1943.
26. Ibíd., septiembre 17 de 1943.
27. En calidad de primer designado Darío Echandía se encargó de la presidencia de la República por la
ausencia del titular quien estuvo en EE.UU. con permiso del Senado desde el 9 de noviembre de 1943, hasta
febrero de 1944.

277
vos que explican tanto la llamada "revancha terrateniente" como los rasgos peculia-
res que tomó la resistencia campesina desde 1949.
En concordancia con lo anterior, la crisis de la hacienda cafetera que había tenido
lugar con anterioridad en otras regiones, en Chaparral comenzó a producirse a finales
del decenio de 1930 a 1940 y se profundizó a lo largo del siguiente. Esta crisis inevita-
blemente traía aparejada la exacerbación de las contradicciones sociales y políticas.
Por otra parte los trabajadores que habían ocupado tierras de los latifundios des-
pués de 1930 no habían consolidado plenamente la propiedad de sus parcelas inde-
pendientemente de que muchos de ellos lo hubieran logrado en el plano jurídico.

La resistencia
Con respecto a la descripción del proceso y las acciones que configuraron la resisten-
cia campesina en Chaparral entre 1949 y 1953 es preciso anotar que se busca la caracteri-
zación de situaciones y no la descripción exacta de hechos. Esto último ha sido hasta ahora
imposible por la escasez de fuentes escritas. La censura de la prensa liberal y del semanario
comunista, amén de la autocensura de los periódicos conservadores hace excesivamente
precaria la infonnación de prensa. Las naturales expectativas sobre los archivos judiciales
de enorme importancia para la investigación de la violencia regional, se vieron frustradas
en el caso de Chaparral: un alcalde militar ordenó incinerar y arrojar al río Saldaña dichos
archivos. Un destino similar corrieron los documentos del Concejo municipal.
Queda la historia oral y el testimonio. En Chaparral y por fuera de la región se
recogieron las versiones de numerosos sobrevivientes de la resistencia campesina del
sur del Tolima. Se trata de las impresiones de quienes fueron protagonistas en la lucha
ocupando su puesto en lugares diferentes dentro de la elemental escala de responsa-
bilidades bien como dirigentes políticos o militares, como combatientes de base, o
bien en calidad de apoyos en los planos político y de la logística. Siendo el testimonio
oral una valiosísima fuente de información, imprescindible además en el estudio de la
Violencia, no aporta la precisión factual del material escrito. Inevitablemente la rese-
ña que viene a continuación puede tener inexactitudes e imprecisiones. El énfasis
está puesto, sin embargo, en la elaboración del cuadro general.
Antes de seguir adelante se hace necesario hacer explícito el sentido en que es
utilizado el concepto de resistencia campesina. En efecto, resulta del mayor interés la
identificación, dentro del panorama abigarrado de conflictos, venganzas, vendettas,
robos y depredaciones que se produjeron en el periodo de la Violencia, de las formas
de resistencia campesina. Ésta, en el contexto del presente trabajo, se asocia a la
promoción por parte de grupos de trabajadores rurales de reivindicaciones sobre la
propiedad de la tierra o a pretensiones de poder, así fueran vagamente expresadas en
relación con el gobierno central y su representación local, a los cuales no se les reco-
nocía legitimidad alguna por haberse convertido en agentes del tettorismo y la repre-
sión con objetivos de afianzar la hegemonía de un partido político.
Para el estudio del fenómeno que aquí se comprende bajo la expresión de resistencia
campesina es pertinente recordar la definición que del bandidismo social ofrece E. J.
Hobsbawm: "lo esencial de los bandoleros sociales es que son campesinos fuera de la ley,
a los que el señor y el Estado consideran criminales, pero que permanecen dentro de la
sociedad campesina y son considerados por su gente como héroes, paladines, vengado-

278
res, luchadores por la justicia, a veces incluso líderes de la liberación, y en cualquier
caso como personas a las que hay que admirar, ayudar y apoyar" 28 • En el bandolerismo
social el factor fundamental es la vinculación del bandido social, como persona o como
grupo con la comunidad rural de la cual surgió. Un elemento importante que condicio-
na la aparición y el desarrollo del bandido social según el estudio de múltiples casos en
la historia, son los desajustes, los desequilibrios creados en la etapa de transición al
capitalismo agrario. Justamente, como se vio atrás, desde finales de los años cuarenta se
fue produciendo un cambio en la modernización agraria. Se trataba de la adopción de la
"vía prusiana" del desarrollo del capitalismo en el campo. Curiosamente en las zonas que
fueron escenario de la acción de resistencia, en los testimonios, como anota Gilhodés
"los campesinos que son con más frecuencia los protagonistas hablan más bien de la
'guerra' o 'nuestra guerra' o la 'revolución,,, 29 i a las denominaciones más o menos acadé~
micas de la "primera violencia", la "violencia tardía" corresponden expresiones campe-
sinas tales como: la "primera guerran, "la segunda guerra", etc. Intuitivamente ciertos
testimonios campesinos eluden la utilización del término violencia que, por otro lado
tanto en el discurso académico como en el lenguaje cotidiano, ha resultado convencio-
nal y frecuentemente encubridor. Naturalmente no puede establecerse una frontera
rígida entre la resistencia campesina y las demás formas que asumió la Violencia en el
campo. Es simplemente una manera de establecer la tendencia predominante en los
grupos creados. Por otro lado los grupos de resistencia campesina no están ajenos al
empleo de ciertos procedimientos característicos del bandidismo ordinario. Por otra par-
te, en un mismo grupo se operaron transiciones: en algunos de ellos la venganza había
sido el elemento aglutinante que luego fue dando lugar a la aparición de ciertas formas
de conciencia. Hubo también el caso contrario de formas de conciencia iniciales que se
mostraron tan débiles que no pudieron impedir que algunos de sus componentes se
convirtieran luego en jefes de bandas violentas.
El surgimiento de la resistencia armada en el campo tuvo características muy similares
no obstante la evidente diversidad que muestran las regiones en que ella se produjo y
también las diferencias en la base social de los distintos grupos armados. El petiodo de
gestación de las formas de la resistencia se ubica entre finales de 1948 y comienzos de 1950.
Se trata justamente de un momento de recrudecimiento de la Violencia en relación con la
preparación de las elecciones presidenciales de noviembre de 1949.
Las fases iniciales del proceso de conformación de los grupos fueron:
l. Desconcierto inicial, a veces huida desordenada de campesinos y trabajadores
liberales y comunistas frente a la agresión de la policía local o de los vecindarios
conservadores.
2. Reagrupamiento en algunas veredas las cuales se convierten en objeto de comi-
siones mixtas de policías y bandas de civiles. Generalmente en esta etapa se pro-
ducen crímenes atroces, saqueos, incendios y violaciones sobre la población espe-
cialmente aquella que permanece dispersa. Toda esta acción violenta no sólo trans-
curre en la más completa impunidad sino que es dirigida por las autoridades loca-
les y cuenta no pocas veces con el estímulo de los párrocos.

28. Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Editorial Ariel, Barcelona, Caracas, México, 1976, p. 10.
29. Pierre Gilhodés, l.a Violencia en Calombie, bandit~me et guerre sociale, Carave lle 16, 1976, p. 71.

279
3. El éxodo se generaliza dando lugar a las migraciones hacia los pueblos y las ciuda-
des más cercanas. Y también originando una migración rural-rural.
4. Los núcleos de resistencia conformados generalmente por jóvenes de las familias
que no huyen, se arman muy rudimentariamente. Se establecen en lugares mon-
tañosos y generan respuesta a la acción de la policía y algunas veces producen
acciones de ofensiva.
La fase de organización de los grupos de resistencia da lugar a una segunda etapa
en la cual se produce la unificación de las diferentes formas de dirección militar en un
solo organismo de dirección general. A veces simplemente se producen tentativas en
ese sentido sin que alcancen a convertirse en realidad.
Una tercera etapa en la resistencia campesina sobreviene cuando Rojas Finilla
induce la celebración de pactos y acuerdos con núcleos armados inmediatamente
después del golpe de Estado del 13 de junio de 1953. La dispersión de los grupos dio
lugar a diversos tipos de evolución entre los cuales los principales fueron: la constitu-
ción de cuadrillas de bandoleros en diversas modalidades, la conformación de zonas
de autodefensa campesina, la reincorporación individual a la vida social.
En Chaparral la represión conservadora abierta comenzó en 1949. Hasta entonces
se había vivido en un clima de tensión que no había dado lugar a la generalización de
la acción armada. El Tolima marchó sincronizadamente con la evolución del régimen
político en el país. En los primeros días de 1949 El Siglo abrió una campaña encamina-
da a probar la responsabilidad de los liberales en los hechos del 9 de Abril de 1948. La
propaganda oficiosa se empeñó en hacer del estigma de "nueve abrileño" sinónimo de
liberal. Desde finales de enero del mismo año el laureanismo hizo objeto de fuego
cerrado el ejercicio compartido del poder en el gobierno de "Unión Nacional"30 • Fue-
ron atacados ardorosamente los gobernadores liberales y retirada la colaboración con-
servadora en los gobiernos departamentales del Atlántico, Valle del Cauca y Tolima.
En este departamento la dirección conservadora declaró ,"la resistencia civil" contra
el gobernador militar coronel Hernando Herrera Galindo, a quien se acusaba de par-
cialidad hacia los liberales. El 21 de mayo de 1949 el Partido Liberal se retiró del
gabinete ministerial, rompiendo la fórmula de gobierno de responsabilidad comparti-
da. Desaparecía así uno de los últimos diques contra la violencia.
El Tolirna se mantuvo, como anota Henderson, relativamente bien librado de la Vio-
lencia, por lo menos de las modalidades que ella había tomado en los Santanderes, Boyacá,
Caldas, desde 194031 • Chaparral no fue a este respecto la excepción. La circunstancia de
que la oligarquía local fuese liberal y que a su vez gozara de importante influencia a nivel
nacional contribuyó a aplazar el desencadenamiento de la Violencia. Darío Echandía,

30. Así el editorial del vocero laureanista presentaba un tipo de argumentación que había de verse
reiterada en tonos diversos: «El conservatismo ha sido fiel a su política generosa de unión nacional. Pero esa
fidelidad envuelve un compromiso de honor, no puede conducimos a la entrega escalonada. Hay que hacer un
alto en los renunciamientos para no dar la victoria a la habilidad florentina de los colaboradores liberales. La
responsabilidad de esta política reside en los altos funcionarios conservadores, son ellos los que deben cuidar en
el gobierno la integridad de nuestros derechos». El Siglo, febrero 1º de 1949.
31. James Henderson, Cuando Colombia se desangró. Un estudio de la Violencia en metrópoli y provincia,
Bogotá, El Áncora Editores, 1984, p. 161.

280
oriundo de Chaparral era la cifra más importante de la colaboración liberal en el gobierno
de unión nacional.
Resulta sintomático el hecho de que luego de la reorganización de las alcaldías
realizada después del 9 de Abril de 1948 por el gobernador del Tolima, Chaparral y
Armero fueran los únicos municipios tolimenses que mantuvieron alcalde liberal.
Sin emba,rgo, desde mediados de 1949 la actividad de grupos conservadores apoyados
por la policía tomó fuerza. En julio de 1949, según testimonio de Oliva Ortiz, se produjo
una especie de toma del corregimiento de El Limón por parte de conservadores armados" .
Describiendo por esa época la situación en Chaparral, El Tiempo comentaba: "Reina gran
intranquilidad en la ciudad por la llegada de policías sectarios procedentes de otras regio,
nes del país, que reemplazaron a los que se estaban desempeñando con tino y eficiencia".
"La llegada de los chulavitas parece que se debe a que días atrás los ciudadanos
conservadores abandonaron la población alegando injustamente que no tenían nin-
guna seguridad en ella. Es posible que los conservadores, sabiendo la llegada de los
chulavitas hubieran preferido alejarse antes" 33 • El testimonio del ex comandante Baltasar
consigna: ''A fines de 1949 en un solo día quemaron 28 casas campesinas y asesinaron
a ocho personas en dos veredas. Esas incursiones eran de policías y civiles. Los
depredadores eran los civiles" 34.
Las acciones de la policía de Chaparral eran coherentes con lo que el gobierno adelan-
taba a nivel nacional. Así, por ejemplo, el 19 de octubre de 1949 fue dictado por el gobierno
un decreto dando de baja a todo el personal civil y militar de la policía nacional. Esto
constituyó un paso clave en la realización del proyecto gubernamental de convertir a la
policía nacional en un cuerpo homogéneo puesto al servicio del Partido Conservador. El 4 de
enero de 1950, la policía departamental y municipal fue incorporada a la policía nacionaP5•
Inicialmente el atropello de los grupos conservadores se presentaba como revancha
por las acciones emprendidas en la región por los liberales a raíz del 9 de Abril. En efecto
en aquella fecha Chaparral fue escenario de una especie de alzamiento liberal. El líder
gaitanista Armando Siachoque fue proclamado jefe civil y militar, fue asaltada la cárcel y
liberados los presos, fue saqueado uno de los comercios locales. El 10 de abril se redujo a
prisión en las instalaciones de la escuela municipal un numeroso grupo de conservadores.
Se organizaron patrullas de ciudadanos liberales para la vigilancia y con el objeto de repe-
ler un supuesto ataque conservador de gentes de San Antonio o de Ataco36 • También se
presentaron manifestaciones de rebeldía popular en el corregimiento de El Limón, en la
vereda de la Profunda y en la inspección de policía de San José de las Hermosas, todos
pertenecientes a la jurisdicción de ChaparraP 7 • Sin embargo, ni el 9 de Abril ni los días

32. Entrevista con Oliva Ortiz "Golondrina", Chaparral, septiembre 15 de 1982.


33. El Tiempo, noviembre 4 de 1949. Citado por Daño Fajardo, Vwlencia y desarrollo, Bogotá, Ediciones
Suramérica, 1979; p. 102.
34, Entrevista con el ex comandante Baltasar, Bogotá 16 de noviembre de 1982.
35. Russell W. Ramsey, Guerrilleros y soldados, Bogotá, Editorial Tercer Mundo, 1981, p. 179.
36. Estos hechos son tomados de varios relatos, el principal de ellos el de Jaime Peralta (Chaparrat abrH
18 de 1984), quien siendo estudiante de bachillerato fue obligado con sus compañeros a ponerse a órdenes de la
«revolución».
37. Gonzalo Sánchez, Los días de la Revolución. Gaitanismo y 9 de Abril en Provincia, Bogotá, Centro
Cultural Jorge Eliécer Gaitán, 1983, pp. 94-96.

281
subsiguientes se registraron muertes, ni heridos de consideración, en relación con jorna-
das de abril38 •
Desde 1949 y hasta finales de 1953 se pueden establecer las siguientes etapas de la
resistencia campesina en Chaparral:
l. Agrupamiento inicial y comienzo de la respuesta armada.
2. El desplazamiento de la llamada "Columna de Marcha".
3. El establecimiento en El Davis y la actividad conjunta entre guerrilleros liberales
y comunistas.
4. Los enfrentamientos y el reagrupamiento de fuerzas.
5. Dispersión y transformación.
Ya anteriormente se esclareció que en el comienzo del segundo semestre los con-
servadores, secundados por la policía, pasaron de la hostilidad y la intimidación a la
agresión abierta a través de las comisiones mixtas de castigo integradas por policías y
civiles. Como respuesta los campesinos abandonaban sus casas durante la noche. Es-
pontáneamente la gente buscaba la colaboración con el fin de ofrecer resistencia a
tales expediciones punitivas. Sin embargo, la espontaneidad fue muy pronto sustitui-
da por la actividad organizativa consciente, por la propaganda sobre la necesidad de
la organización para la defensa común. La experiencia acumulada en tres lustros de
conflictos con los hacendados sirvió ahora para reagrupar a colonos y peones en torno
a otros métodos de acción.
Aunque las organizaciones se encontraban debilitadas y aisladas entre sí, para
1949 fueron los dirigentes de las ligas campesinas y de los sindicatos agrarios quienes
se constituyeron en el núcleo básico que impulsó la resistencia. Es interesante anotar
que los nombres de Marco Aurelio Restrepo "Cletico", Pedro Ramos, Elíseo Manjarrés
"Melco" figuran, con otras cinco personas, en cabeza de un proceso que abrió contra
ellos el alcalde de Chaparral el 5 de julio de 1941 por denuncia que hizo el abogado de
Camilo Iriarte, propietario del latifundio de Ambeima. Los delitos por los que se les
acusa son los de ''Asociación e instigación para delinquir, invasión arbitraria de terre-
nos ajenos, alteración y destrucción de mojones, hurto de frutos, robos de madera e
injurias"39 • Se trata en realidad de una de las ofensivas emprendidas contra colonos
establecidos ya largo tiempo. Marco Aurelio Restrepo y Pedro Ramos fueron captura-
dos y encarcelados y después de cerca de tres meses de cautiverio fueron dejados en
libertad condicional bajo fianza. El año anterior habían estado ambos en la cárcel. A
Manjarrés no se le pudo localizar por parte de las autoridades.
Estos "cabecillas", como se les denomina en el proceso que continuaba abierto en 1949,
figuran también en los testimonios como los organizadores, ya en la Violencia, de los primeros
grupos armados. Es verdaderamente ubicuo el nombre de Elíseo Manjarrés: campesino me-
dio, oriundo de Chaparral, jornalero primero, colono luego, recorrió en 1949 varias veredas
de Chaparral buscando agrupar a los campesinos que huían. El relato de Alfonso Rincón
Méndez, antiguo jornalero, pinta así su vinculación a un grupo de autodefensa:
Aquí sacaban las carradas de gente de noche y llegaban y los metían a la cárcel y por allá a las doce
sacaban el personal en una volqueta y lo llevaban a un punto que llamaba El Charco del Burro y

38. lbíd.
39. Tribunal Superior de Ibagué. Sumario contra Jesús Medina, Marco Aurelio Res trepo, Pedro Ramos,
José Gil Alape, Federico Cruz, Eliseo Manjarrés, Vicente Alape. Radicación N 2 338, f. 80.

282
los asesinaban. Otros los echaban allá al puente de Santa Ana y ahí los fusilaban y los echaban al
río. Esa fue la época que vivimos en el cincuenta después del 9 de Abril. Claro que había compa,
ñeros que tenían sus grupos y entonces ellos llamaron la atención al pueblo para que se organizara
yque había que luchar. Yo en esa época estaba pensando el problema. Encontré a un amigo, el tipo
era un tipo revolucionario pero era amigo mío, inclusive hasta de la familia. Le pregunté yle dije:
ibueno, que me aconseja? iMe voy para el pueblo o qué vamos a hacer? Yo vivía en esas regiones
de la Sonrisa. Entonces me dijo el hombre: No compañero, esto hay que hacer un frente de lucha.
Vamos a luchar, hay que trancarle al gobierno porque no nos podemos dejar. Si nos vamos para el
pueblo allá nos matan a todos y por aquí pues nos podemos defender, aun cuando sea podemos
correr. Le dije entonces: iy las armas? iCon qué vamos a pelear? Me dijo: No compañero, las armas
las trae el enemigo. Ni usted tiene ni nosotros tampoco tenemos armas, pero las trae el enemigo y
hay que quitárselas porque vamos es a principiar. Yo tenía la edad por ahí de unos veinte años.
Bueno, dije: yo no tengo plata, no tengo nada que perder, me había quedado cuidando una finca
de un señor que se tuvo que venir para Chaparral.
Bueno, entonces sacaron comisión para la Marina, para el Horizonte, la Sonrisa, Las Hermosas,
todo en un mismo día en acuerdo atacaron y yo entonces pensé: bueno, pues yo soy liberal, mi
papáes liberal, toda la familia ha sido liberal entonces voy a acompañar a los que están peleando.
Entonces un hermano menor y yo le planteamos: Nosotros lo acompañamos a usted. Sí, me fui con
él y el hombre recolectó por ahí unos ochenta hombres, los reclutó, él fue el que empezó en
Horizonte, llamaba Eliseo Manjarrés, él fue comandante tres años y tal vez por él estoy vivo,
porque el hombre libró muchas vidas, él tenía espíritu militar porque había prestado el servicio,
tenía una estrategia muy buena. Él recibía orientaciones, claro, a él lo orientaban, él estaba
recibiendo orientaciones del Partido Comunista'°.
Junto con Elíseo Manjarrés, Marco Aurelio Restrepo y Pedro Ramos -estos dos últimos
habían sido concejales de Chaparral- adelantaron trabajo organizativo !sauro Yossa, el futu-
ro "mayor Líster", Raúl Balvuena "Comandante Baltasar" y su hermano César, Jorge Peñuela,
Luis Alfonso Castañeda "Richard" y otros. Todos ellos eran dirigentes en la región.
Como dirigente agrario el más sobresaliente fue !sauro Yossa; había nacido el 2 de
febrero de 1910 en Natagaima, hijo de campesinos. Fue obrero del ferrocarril de Neiva.
En 1929 prestó el servicio militar en esta ciudad. Luego se trasladó a Chaparral a
finales de 1930. Se enganchó como jornalero en la hacienda La Pedregosa. Allí traba-
jó algunos años. Yossa comenzó a participar en la lucha por un mejor pago por el café
recogido y por la revisión del peso del café entregado a la hacienda. Participando en
esta lucha se hizo miembro del unirismo. Luego de la disolución de la Unir Yossa entró
a militar en el Partido Comunista. Fue elegido presidente de una liga campesina y en
esa condición tuvo un papel importante en la lucha de los colonos por la tierra en el
corregimiento de El Limón. Al comienzo de los años cuarenta fue. elegido concejal.
Desde 1949 trabajó en la organización de la resistencia campesina.
Pero además de estos dirigentes formados en las luchas agrarias de Chaparral,
participaron en la organización de la autodefensa algunos trabajadores del sindicato
de carreteras que estaban construyendo la carretera de Chaparral a Palmita. Uno de
esos trabajadores fue Gerardo Villalba41 • Desde Bogotá fue enviado a Chaparral un
joven sindicalista, el futuro comandante Olimpo, quien había tenido, debido a la
persecución de la policía, que abandonar su trabajo en un banco de Cali y trasladarse
a Bogotá. De esta ciudad fue enviado a Chaparral por la dirección comunista para

40. Entrevista con Alfonso Rincón Méndez, Chaparral, agosto 14 de 1982.


41. Entrevista a Rosaura Combariza, Chaparral, 19 de abril de 1984.

283
asesorar políticamente al movimiento de autodefensa. Precisamente el 22 de octubre
de 1949 el Partido Comunista había lanzado la consigna de la autodefensa contra la
violencia. "Olimpo" se estableció primero en el casco urbano y luego tuvo que trasla-
darse a la vereda de !reo.
Se van conformando simultáneamente varios grupos o destacamentos, como em-
pieza a llamárseles, en veredas distintas: Buenos Aires, !reo, La Marina, Horizonte,
Ambeima, Chicalá. La preocupación central en este momento es la militar: adiestra-
miento y armas. Se organizó por este tiempo un curso de entrenamiento dirigido por
un suboficial del ejército que había desertado. A ese curso que duró tres semanas
asistieron personas de los distintos grupos. Éstos no eran estables. Llegaban a contar
con cuarenta hombres, pero luego se reducían considerablemente. En un escrito que
seguramente se debe a la pluma del comandante Baltasar se reflejan de la manera
siguiente los problemas de ese momento inicial de la resistencia:
Las primeras agrupaciones se crearon sobre la base de una organización de tipo militar de los ejércitos
regulares. No se procedió a emprender una campaña política de esclarecimiento para que los cam-
pesinos se hubieran encargado de enriquecerla con sus iniciativas. No se estudió ni se entendió la
posibilidad de esquivar organizadamente los golpes del enemigo. Esto no era un movimiento de
autodefensa en sí mismo sino grupos armados a la espera del ataque del enemigo42 •
La presente observación refleja un problema que va a acompañar el movimiento de
resistencia en Chaparral: los desfases entre los aspectos político y militar de la lucha.
Para no pocos campesinos la constitución de los grupos de autodefensa tenía un
efecto demostrativo impactante: era posible resistir. Según el testimonio de Olimpo
algunos campesinos optaron por enviar a sus hijos a los destacamentos, provistos de
cincuenta pesos y algún arma rudimentaria. Se reemplazaba así el servicio militar
institucional por el servicio militar popular. Era expresión en el plano local de la pérdi-
da de legitimidad del Estado ante la población.
El destacamento más importante de los que se conformaron entre 1949 y 1950 fue el
grupo de Chicalá integrado por 17 jóvenes, en su mayoría menores de veinte años, hijos
de colonos, jornaleros algunos de ellos. Este grupo tenía más características de forma-
ción guerrillera que de grupo de autodefensa43 • Sus integrantes presentaban ciertas
características de desarraigo que debilitaban los rasgos campesinos de la agrupación.
Por su preparación militar el núcleo de Chicalá mostró mayor estabilidad que los demás
destacamentos y aportó la experiencia para la creación postetior de otros núcleos.
Por otra parte, Chicalá era el centro político del movimiento de autodefensa de
Chaparral. Allí empezó a funcionar el Comité Municipal Comunista. Había sido esta
vereda el bastión más importante de las luchas agrarias de El Limón. Como en otra
zona de resistencia campesina, el oriente del Tolima, la vereda El Palmar en Icononzo
se convirtió en el centro de referencia, en el primer momento, de la respuesta a la
violencia conservadora.

42. Aporte a las experiencias de la lucha guerrillera del sur del Tolima (1949-1953), Archivo de la hiswria
del PCC, Caja Nº 12, documento 28, p. l.
43. Formaban parte del grupo de Chicalá los hermanos Alonso y Jorge Castellanos, los hermanos
Bermúdez, un joven venido de Cundinamarca, otro proveniente del departamento del Valle y una joven,
Rosalba.

284
Las armas eran forzosamente muy rudimentarias: elementos de cacería, escopetas
de fisto, granadas fabricadas en tubos de acueducto que en el Sumapaz se bautizaron
con el nombre de "catalicones". En los enfrentamientos los destacamentos fueron
arrebatando algunas armas a la policía. Se cumplía así la previsión de Eliseo Manjarrés
sobre la cual daba cuenta uno de los testimonios antes citados,
El asedio más fuerte enfrentado por la resistencia de Chaparral en esta etapa fue
el que se hizo sobre la región de Ambeima. El peso del ataque fue afrontado por el
grupo situado en Horizonte comandado por Elíseo Manjarrés "Melca" y por Pedro
Ramos. En este combate le fue arrebatado a la policía un fusil ametralladora que fue
la primera arma sofisticada en poder de la autodefensa.
La noticia de esta victoria se .divulgó al momento en los destacamentos existentes
y contribuyó a infundir confianza en las posibilidades de la confrontación militar. A la
semana siguiente la policía desplegó una ofensiva más amplia sobre la vereda de Chicalá.
Una asamblea realizada por esos días acordó la evacuación de la zona. La vereda fue
objeto de incendios, robos, depredación. Ante la presión creciente de la policía, habi-
tantes de otras veredas emprendieron también la evacuación. De hecho, antes de
estas ofensivas sostenidas, había empezado el desplazamiento de la "columna de Mar-
cha" y con ella la segunda etapa de la resistencia, cuando ésta se alejaba parcialmente
de sus escenarios iniciales44 •
Por el mismo tiempo al sur, en Rioblanco, se habían conformado grupos liberales en
tomo a familias ampliadas: los Loaiza, los García y los Rada. Algunos acontecimientos
políticos estimularon aun más el ánimo de la resistencia armada en varios núcleos liberales
en distintas regiones del país. Así ocurrió con los sucesos que tuvieron lugar en la Cámara
de Representantes alrededor de la discusión sobre la anticipación de las elecciones presi-
denciales que estaban previstas para el 29 de junio de 1950. El 7 de septiembre de 1949 se
produjeron enfrentamientos con empleo de armas de fuego entre parlamentarios conserva-
dores y liberales. Al final del incidente resultó muerto el representante liberal por Boyacá,
Gustavo Jiménez y herido Jorge Soto del Corral. Los liberales de Rioblanco entendieron
estos sucesos como la señal para generalizar la oposición armada al régimen conservador.
Justarnente a finales de septiembre de 1949 los liberales realizaron acciones de venganza
contra los conservadores en algunas de las veredas de Rioblanco4ó.
La creación de la columna fue producto del acuerdo de tres destacamentos: Chicalá,
Horizonte e lrco 46 los cuales realizaron también, a finales de 1950, la primera confe-
rencia de destacamentos.
El primer recorrido de la columna fue el siguiente: partiendo de Chicalá se dirigió
hacia el noroeste, tomó luego el cañón del río Ambeima. Llegó a las Hermosas donde
se hizo una especie de estación, la gente acampó, se improvisaron moliendas de caña,
llegó posteriormente la columna hasta !reo, vereda en la cual tuvo lugar la ya citada
Primera Conferencia.
El proyecto inicial de la columna era, según se expresa en Cuadernos de Campaña,
"ganar altura en la cordillera Central, atraer la atención del enemigo para descargarle

44. Ver reportaje al ex comandante Olimpo en Carlos Arango, FARC. Veinte años. De Marquetalia a la
Uribe, Bogotá, Ediciones Aurora, 1984. p. 174.
45. Ver Tribunal Superior de !bagué, Diligencias de denuncio del señor José Ramos.
46. Manuel Marulanda V., Cuadernos de campaña, Bogotá, Ediciones Abejón Mono, 1973, p. 30.

285
presión a los lugares de origen del movimiento a fin de que sus habitantes no fueran
blanco de las represalias que se ejercían contra la población civil. Pasado un tiempo
prudencial, la columna sería disuelta y sus integrantes, diseminados en pequeños gru-
pos móviles, entrarían en una nueva fase operativa, apoyándose en las veredas de
origen para su aprovisionamiento"47 .
La creación de la columna y su desplazamiento del entorno geográfico y social en
el que surgieron los primeros destacamentos, implicó un cambio de perspectiva políti-
ca de la resistencia campesina en Chaparral. La modalidad de autodefensa perdió
terreno en favor de una cierta autonomía de los grupos armados. Valdría la pena
tantear un análisis comparativo entre dos casos de movimienro armado campesino en
el periodo de 1948 y 1953: Chaparral y Sumapaz. En esta última zona .la autodefensa
fue la política que se mantuvo y se afianzó durante el periodo, no obstante que actua-
ron también grupos armados. En Chaparral los rasgos guerrilleros de la acción campe-
sina se hicieron notorios desde el comienzo mismo.
Una posible explicación a tal diferenciación puede sugerirse en los siguientes tér-
minos: en Sumapaz y el oriente del Tolima el conflicto por la tierra, que había empe-
zado a expresarse desde 1918, según lo subraya Juan de la CruzVarela48 , había tendi-
do a resolverse en el momento en que en Chaparral comenzaba la lucha de los traba-
jadores por la propiedad de sus parcelas. En Sumapaz y el oriente del Tolima, cuando
sobrevino la Violencia la propiedad de la parcela de los antiguos colonos no estaba en
cuestión, al menos jurídicamente. En Chaparral los terratenientes aún en oposición al
gobierno central no habían aceptado la situación creada por las colonizaciones en
materia de tenencia de la tierra. El hecho de que continuara la lucha por la consoli-
dación jurídica de la propiedad de los colonos, le confirió a la resistencia campesina
una radicalización mayor y a su vez una cierta propensión al desarraigo o como se
denominó antes, hacia una relativa autonomía operariva y social de los grupos arma-
dos en relación con el conjunto de la población.
Es cierto que la columna tuvo que acoger a la población civil que buscaba su segu-
ridad al lado de quienes tenían las armas. Por ello la columna perdió movilidad y tuvo
que afrontar los problemas de protección a la gente que se había sumado a la marcha, así
como la provisión de alimentos para las familias. Durante la marcha que duró tres meses
incluyendo todas las etapas, la columna tuvo que hacer frente al asedio permanente de
las fuerzas del gobierno. Por ello ese riempo se constituyó en una especie de escuela de
entrenamiento que hizo posible la etapa propiamente guerrillera del movimiento.
Para los mandos liberales que operaban más al sur, 'en Rioblanco, era motivo de
admiración la eficacia militar que mostraban los destacamentos comunistas. En
Rioblanco la resistencia campesina había caído en una trampa mortal tendida por el
Ejército y que culminó en el asesinato de cerca de cien personas que se disponían a
participar en un asalto a la cabecera municipal, dirigido por un grupo de soldados que
aparentemente habían desertado y se habían puesto a órdenes de los comandos libera-
les. Igualmente las vecindades de Rioblanco habían sido duramente castigadas por la
acción del Ejército proveniente del Valle del Cauca49 •

47. Manuel Marulanda V., op. cit., p. 30.


48. Entrevista con Juan de la Cruz Varela, mayo 25 de 1980.
49. Manuel Marulanda V., op. dt., pp. 22-24.

286
Si se examinan bien las cosas, no era propiamente de orden militar la causa de los
descalabros, sino de naturaleza política. En efecto, los dirigentes nacionales del libe-
ralismo habían propiciado la ilusión de la neutralidad del Ejército en el enfrentamien-
to sectario que vivía el país. Entre los guerrilleros del Llano por ejemplo, estaba por ese
tiempo bastante extendida la idea de la neutralidad de los militares e incluso de su
simpatía hacia la rebelión liberal del Llano. Esa impresión resulta inevitable al leer la
primera parte del libro de Eduardo Franco lsaza sobre las guerrillas del llano50 •
Estando en !reo se produjo un contacto entre la columna y una delegación enviada por
los comandos de Rioblanco. Se sugería por parte de éstos el intercambio de opiniones e
incluso la concertación de acciones. La delegación permaneció algunos días con la gente de
Chaparral. De !reo fue enviada a su vez una comisión encargada de transmitir expetiencias.
Más tarde llegó la solicitud para que se continuase la marcha en dirección sur.
Cerca de 15 días fue el tiempo necesario para cubrir este tramo final de la marcha. Al
llegar a las inmediaciones del río Cambrín los integrantes de la columna fueron reci-
bidos con entusiasmo. Se celebraban mítines en cada vereda, en ellos los recién llega-
dos explicaban su concepción política y su visión militar. Si bien la mira cuando la
columna inició su recorrido en Horizonte y Chicalá no era la de arribar a un destino
fijo y menos establecerse en él, en la euforia que siguió al arribo, los comandos libera-
les pidieron a la gente de Chaparral permanecer en la región. Habida cuenta de las
favorables condiciones geográficas que desde el punto de vista militar ofrecía la re-
gión y teniendo en cuenta la población no combatiente que se había desplazado en la
columna, los recién llegados aceptaron la hospitalidad que se les ofrecía iniciando
con ello la tercera etapa de la resistencia campesina en el sur del Tolima, la etapa que
puede denominarse de El Davis.
El Davis se organizó como enclave guerrillero al que se acogió inicialmente la
gente que había marchado con la columna que había partido de Chicalá. El campa-
mento se estableció en la cumbre de una montafia al sur occidente de Rioblanco
entre la quebrada La Lindosa y el río Cambrín, ambos afluentes del río Saldafia.
De acuerdo con los jefes liberales Loaiza, García, Rada, Marín, se sentaron las
bases para la acción conjunta de los dos movimientos armados: el de los liberales de
las regiones de Rioblanco y el orientado por los comunistas, proveniente de veredas de
Chaparral. Se le quiso dar un respaldo organizativo a ese acuerdo mediante la crea-
ción de un aparato de 15 personas integrado por representantes designados por cada
una de las partes y que recibió el nombre de Estado Mayor Conjunto. Este organismo,
cuyo funcionamiento resultó en extremo irregular, tenía como misión proponer, prepa-
rar y dirigir las acciones conjuntas sin asumir la dirección de los comandos y destaca-
mentos, los cuales conservaron su dirección autónoma.
El acuerdo entre las dos vertientes mayores de la resistencia del sur del Tolima se
realizó ante la común necesidad de la defensa en un momento en que la experiencia
de enfrentamiento con las fuerzas del gobierno era aún incipiente. A la necesidad de
la acción conjunta se llegó desde consideraciones militares, para responder a muy
apremiantes condiciones que impedían en la práctica a los combatientes plantearse
las implicaciones políticas de los acuerdos.
Bajo la dirección del Estado Mayor o sin ella se realizaron acciones conjuntas no
simplemente defensivas, sino como operaciones ofensivas. Dentro de ellas se cuentan las

50. Eduardo Franco lsaza, Las guerrillas del Llano, Medellín, Ediciones Hombre Nuevo, 1976, pp. 83-86.

287
siguientes: asalto a la hacienda El Paraíso en abril de 1951, después de haber atacado el
retén de policía que brindaba protección a la recolección del café que se llevaba a cabo en
la hacienda51, toma de la población de Herrera, lugar de concentración de policías y de un
grupo de civiles conservadores que realizaban toda suerte de atropellos y vejámenes sobre
la población no conservadora52 • En Cuadernos de campaña, se mencionan otras oper,aciones
emprendidas por las guerrillas tales como la toma por dos veces de la población de Organos
(Huila) y la ocupación también en dos ocasiones del municipio de Gaitania53 •
Además de la gente que había llegado con la columna, "a El Davis -como afirma el
testimonio de uno de los guerrilleros, Alonso Castellanos-, llegó mucha gente, familias
completas, profesores, artesanos, agricultores, etc. Venían huyendo del Huila, de Aipe,
de San Luis, de Bérgamo"54 • Aunque es exagerada la cifra de diez mil personas a la que
aluden testimonios de quienes estuvieron en El Davis, las estimaciones más moderadas
sitúan por encima de los 5.000 el número de personas establecidas en el enclave.
Por fuerza de las circunstancias, como anota el ex comandante Baltasar, la organiza-
ción en El Davis asumió dos formas: de cuartel con su disciplina y su jerarquía, tomadas
del ejército colombiano, y de ciudad con las características de administración civil.
Inicialmente la población recién llegada se aprovisionó de alimentos tomándolos de
las fincas. Esto producía inevitablemente el disgusto de los propietarios. Por tal razón y
por el hecho elemental de la insuficiencia de víveres, la dirección política organizó
labranzas colectivas en tierras incultas cedidas temporalmente por sus propietarios no-
minales. Con ello se resolvió con notoria eficiencia el aprovisionamiento de alimentos
de origen agrícola. Éstos se disrribuían a las familias en forma centralizada. Igualmente
se crearon talleres para atender las demás necesidades de la población. Surgió un mer-
cado semanal al cual acudían gentes incluso de fuera del destacamento.
La instrucción de la juventud y los niños fue atendida por una escuela. Se creó
incluso una guardería infantil para cuidar a los niños hijos de los guerrilleros que
tenían que cumplir misiones en lugares distantes.
El manejo exitoso de la "economía", convertía a El Davis en una comunidad rela-
tivamente autosuficiente, pero a su vez contribuía a convertirlo en un cuerpo en cier-
to modo extraño con respecto al entorno social regional.
Aunque en El Davis no se distinguían bien las esferas civil y militar, por obvias
razones, la segunda se convertía en la fundamental. Incluso los Comités de Frente
Democrático, forma de organización política orientada a buscar la participación de la
población no combatiente de dentro y fuera de El Davis, tendían a reducir su labor a
las tareas de apoyo demandadas por la lucha armada.
Sobre las formas de trabajo y de convivencia en El Davis así como sobre la combi-
nación de las labores civiles y de defensa en esta comunidad sui géneris, es necesario
adelantar una investigación monográfica. Por ahora se dispone de abundante material
de la historia oral y- de la descripción y análisis contenidos en Cu.ademas de campaña
de Manuel Marulanda V. La experiencia de El Davis va a influir en etapas posteriores
del movimiento armado campesino.

51. Tribuna Gaitanista, !bagué, abril 26 de 195 J.


52. Tribuna Gaitanista, !bagué, abril 29 de 1951.
53. Manuel Marulanda V., op. cit., p. 36-4 J.
54. Entrevista con Alonso Castellanos, Natagaima, agosto 13 de 1982.

288
Importa mucho establecer la concepción o concepciones políticas que animaron
el ejercicio de la resistencia armada en el sur del Tolima, en la vertiente que respon-
día a la orientación de los comunistas. Para esos años la autodefensa y el Frente De-
mocrático eran dos expresiones que resumían la política comunista. Ésta sin embargo
tenía formas -de aplicación distintas en diferentes zonas agrarias. Las diferencias en las
formas de acción campesina fueron notables en el periodo que aquí se está analizan-
do, 1949-1953, en la región de Viotá, en Sumapaz y el oriente del Tolima, no obstante
que en todas ellas la influencia comunista era muy importante.
Por otra parte en el seno mismo del Partido Comunista había interpretaciones dife-
rentes del papel de la lucha armada en el periodo. Entre 1949 y 1951 hubo una tenden-
cia calificada en los plenos del Comité Central como "aventurera" y que defendía la
tesis de la necesidad de un enfrentamiento armado más o menos inmediato con el régi-
men conservador. Paradójicamente esta posición reflejaba cierta influencia de algunos
sectores del Partido Liberal que cifraban sus esperanzas en un golpe de Estado.
Los comunistas del Tolima, bajo la dirección de Álvaro Vásquez, no eran partida-
rios de esa concepción y apoyaban la línea aprobada por la mayoría desde el XIII pleno
del Comité Central celebrado en 1950 y que se expresaba en la fórmula siguiente: "Los
comunistas deben proceder a organizar la autodefensa de los trabajadores en todas las
regiones amenazadas por ataques reaccionarios. Pero las acciones armadas no deben
considerarse todavía como la forma fundamental de lucha, ya que en este periodo lo
más importante es impulsar y organizar la resistencia de las amplias masas" 55 •
En la práctica, la concepción predominante entre los guerrilleros comunistas del
sur del Tolima fue la de la lucha armada en la perspectiva de guerra popular prolonga-
da. En esa concepción el enclave de El Davis y la zona sobre la cual éste influía,
tendían a considerarse con desproporcionado optimismo como "zona liberada". La in-
fluencia de la revolución china era, a este respecto, muy evidente.
La educación política se adelantó primero a través de las conferencias que se dictaban
en El Davis. Funcionó también una escuela política en la región, que por algún tiempo se
adelantó en el comando de Horizonte. Finalmente algunos guerrilleros pudieron asistir a
las clases de la llamada Escuela Nacional de Cuadros, que tenía su sede en Viotá.
Las guerrillas comunistas y liberales del sur del Tolima alcanzaron, para finales de
1951, un radio de acción muy amplio marcado por comandos y destacamentos que se
encadenaban en un eje desde la serranía de Calarma pasando por Chaparral, Rioblanco y
llegando hasta Herrera, rodeado por un semicírculo de apoyo logístico en el cual figuran
poblaciones como Ortega, Coyaima, Natagaima, Planadas, Gaitania. En el momento de
expansión la guerrilla llegó a contar con 18 avanzadas en puestos fijos. Bajo el mando
liberal figuraban comandos como los de la Ocasión, La Quebrada, El Agarre, Bilbao,
Rioverde, El Socorro, Herrera. Con dirección comunista actuaban los destacamentos de
Peña Rica, Sur de Atá, Córdoba, Sucre, Amoyá o Davis segundo, El Infierno, en inmedia-
ciones del río Saldaña56; posteriormente Calarma, en el norte de Chaparral. Los desplaza-
mientos liberales en busca de provisiones y con el objeto de comprar armas llegaban hasta
el Valle del Cauca y el Huila. "El disco rojo" que era el nombre que tenía el correo o

55. Comité Central del Partido Comunista de Colombia. Treinta años de lucha del Partido Comunista de
Colombia, Bogotá, Ediciones Los Comuneros, s.f., p. 94.
56. Carlos Arango, op. cíe., Comandante Olimpo, p. 184.

289
comisión de enlace de los destacamentos con El Davis, arribaba hasta el Huila y el Cauca.
Tomada en su conjunto la resistencia campesina en el sur del Tolima implicaba un reto
para la hegemonía conservadora, pero además entrañaba una amenaza para el poder terra-
teniente y para las formas del dominio político bipartidista en una vasta región.
Un acuerdo entre dos fuerzas guerrilleras de orientación política distinta, como el
logrado entre diciembre de 1950 y marzo de 1951 por campesinos comunistas y liberales
en el sur del Tolima, constituía un hecho excepcional. En otras regiones las fuerzas
políticas eran homogéneas, por ejemplo los Llanos, o se producían coincidencias sin
mayores implicaciones. Por ello fueron poderosas y variadas las presiones que se ejercie-
ron sobre los guerrilleros liberales para que rompieran con sus aliados.
Prescindiendo de todo elemento descriptivo se buscará ofrecer algunas consideraciones
sobre los factores que influyeron en la división. l.Ds jefes de Rioblanco mantenían contacto y
recibían apoyo de dirigentes liberales del Tolima, Huila y Valle. Se trataba de gamonales
liberales, generalmente grandes terratenientes como en el caso de Chaparral, que no podían
olvidar las luchas agrarias ni a sus dirigentes. Se sometió a los campesinos liberales a una
cerrada campaña de propaganda anticomunista, se les removió una serie de prejuicios y se les
pintaron los peores desastres en el supuesto caso de un triunfo del comunismo.
Por otro lado la dirección nacional liberal, pasada la confrontación más aguda a
propósito de las elecciones presidenciales y del triunfo de Laureano Gómez, había
entrado en una especie de emulación con los conservadores sobre la expresión de un
crudo anticomunismo destinado a debilitar cualquier tipo de recelo que pudiera
suscitarse en el Departamento de Estado norteamericano. La hostilidad de los guerri-
lleros de Rioblanco hacia los de Chaparral comenzó a finales de 1951, probablemente
en diciembre. Entonces, los Loaiza plantearon el desalojo de El Davis. A finales del
año se produjo una especie de tregua en la pugna de la dirección liberal con el Direc-
torio Nacional Conservador. El 6 de octubre se firmaron acuerdos entre los dos parti-
dos para poner fin a la violencia. No era un momento adecuado para que un acuerdo
de liberales y comunistas por la base pudiera dejar indiferente a los jefes nacionales
del Partido Liberal. Según el comandante Olimpo, la misma denominación de "libera-
les limpios" que sirvió de código para distinguir a los guerrilleros liberales de los comu-
nistas, a los cuales se les adjudicó posteriormente el mote de "comunes", se originó en
una carta del directorio liberal del Tolima.
Si bien es en este factor de orden político general en donde se sitúa la explicación
fundamental de la división no es menos cierto que obraron condiciones internas loca-
les que incidieron en la misma dirección.
Hubo una diferencia en la base social de las guerrillas de Chaparral y Rioblanco.
En la primera es visible la participación de proletarios o semiproletarios agrícolas vin-
culados a la economía cafetera. Más al sur, en Rioblanco, la hacienda era práctica-
mente inexistente. En Chaparral otro sector importante de la resistencia estuvo con-
formado por colonos que no se habían consolidado aún como propietarios de sus par-
celas. En Rioblanco las familias ampliadas que aparecen acaudillando los grupos ar-
mados pertenecen a una franja de campesinos acomodados con títulos de propiedad
no sometidos a litigio.
La trayectoria política era marcadamente diferente. Al identificar las premisas de
la resistencia campesina en Chaparral se definieron los grandes momentos del proceso
de lucha por la tierra. No hace falta reiterarlo ahora. En Rioblanco y más al sur del

290
Tolima las acusadas lealtades liberales no estaban mediadas por nexos diferentes a las
tradicionales formas de adhesión engendradas por el bipartidismo.
El movimiento originado en Chaparral, o por lo menos sus dirigentes, se orientaban por
un programa revolucionario de transformaciones económicas, sociales y políticas que ob-
viamente los campesinos liberales no estaban en condiciones de entender y aceptar. Este
desfase no era infortunadamente exclusivo del sur del Tolima. En agosto de 1952 se realizó
en Viotá la conferencia nacional guerrillera llamada de "Boyacá". Asistieron a ella repre-
sentantes de casi todos los frentes guerrilleros que existían por ese año en ei país y miem-
bros de la Dirección Nacional Liberal, así como dirigentes del Partido Comunista.
En esa reunión, cuyos participantes resolvieron llamarla Primera Conferencia Na-
cional del Movimiento Popular de Liberación Nacional, se aprobó un programa revo-
lucionario que no obedecía al nivel de conciencia de la mayoría de los integrantes de
los diversos grupos guerrilleros. Por tal razón la Conferencia no tuvo mayor trascen-
dencia. A ella asistieron delegados de El Davis, al paso que las guerrillas liberales se
negaron a enviar delegación.
Los métodos adoptados por los combatientes de El Davis y por sus destacamentos,
la prohibición de apropiarse individualmente de los despojos y armas arrebatados a los
adversarios, el esclarecimiento que hacían los comunistas sobre la necesidad de evitar
el ataque a los campesinos conservadores, las discusiones políticas que se adelanta-
ban; todo ello era rechazado por los guerrilleros liberales quienes por el contrario se
complacían en el "godeo" y en las llamadas "revanchas". Frente a esta situación se
imponía una actitud flexible de parte de quienes tenían un nivel de conciencia más
elevado. Sin embargo, el hecho de conformar una comunidad muy excepcional, acen-
tuó rasgos disciplinaristas y autoritarios, amén de ciertas pautas colectivistas de vida y
de trabajo que si bien mostraron eficacia en la economía y la administración chocaban
bruscamente con los valores tradicionales de las comunidades campesinas.
Un problema básico que tuvo muy graves consecuencias como factor de división
fue la permanencia de la guerrilla originaria de Chaparral en un escenario ajeno a
su influencia social y política y que constituía a su vez el radio de acción de otra
agrupación con diferente política. En esa situación se planteaban objetivamente dos
salidas para resolver favorablemente las dificultades: o bien la integración en una
sola organización, la local, o bien el retorno a los lugares de origen. La permanencia
de las guerrillas de Chaparral como organización independiente en esta zona de
influencia liberal resultó a la postre la decisión más negativa. ·
De la hostilidad inicial se pasó pronto a la confrontación armada abierta. Ésta era
activamente estimulada por los gamonales liberales que esperaban ver destruida la
organización guerrillera orientada por los comunistas. Igualmente el Ejército incentivó
el enfrentamiento confiando en que el resultado sería el de la destrucción mutua. Sin
embargo estas expectativas no se vieron satisfechas.
A mediados de 1952 se produjo una reorientación de los planes del Ejército en la
campaña contra el campesinado Hasta entonces, como anota Russell W. Ramsey, la
acción militar: "fuego y bombardeos casi al azar" había carecido de coordinación de-
bido a la inexperiencia de las fuerzas armadas en la acción contraguerrillera57 •

57. Russell W. Ramsey, op. cit., p. 191.

291
En junio de 1952 empezó una vasta ofensiva prevista para ser adelantada por aire,
agua y tierra contra las guerrillas del Llano. A mediados de julio las fuerzas armadas
colombianas recibieron "un embarque con grandes cantidades de rifles M-1 calibre
30, camiones de 2 1/2 toneladas, cazabombarderos y municiones de varias clases"". Se
trataba del cumplimiento de cláusulas del tratado bilateral de asistencia militar fir-
mado entre Colombia y los EE.UU. en abril de 1952.
Así el Ejército no sólo contaba con nuevo equipo de guerra, sino con la experien-
cia acumulada en el periodo anterior y en su participación en la intervención norte-
americana en Corea.
En septiembre de 1952 correspondió el tumo al sur del Tolima en la ofensiva militar. Por
diversos accesos penetró el Ejército al centro de las guerrillas. Una virtual tregua se produjo
en las filas guerrilleras dadas las necesidades de la defensa. Después de diversos combates el
Ejército se vio obligado a suspender el asedio. Entre los guerrilleros se llegó temporalmente a
una especie de pacto de no agresión. Sin embargo se encontraban agotados. Habían sido
doblemente debilitados por la guerra intestina y por la dura ofensiva militar:
Si bien el eje del movimiento de la resistencia campesina en el sur del Tolima lo
constituyeron los grupos armados surgidos en Chaparral y Rioblanco, no es menos cierto
que dicho movimiento contó con el concurso de otros contingentes importantes. Tal fue
el caso de los grupos de Pedro Antonio Marín, el futuro Manuel Marulanda Vélez,
Jacobo Prías Alape "Charro Negro" y Ciro Trujillo. Los tres eran jóvenes liberales que
estaban por los veinte años cuando se precipitó la Violencia. En un lugar diferente los
tres, como lo hicieron muchos trabajadores agrarios por ese tiempo, llegan a la conclu-
sión de que era necesario resistir los atropellos y crímenes de las bandas conservadoras y
de la policía. Cada uno toma la iniciativa de formar un grupo armado.
Manuel Marulanda Vélez, nacido en Génova, Quindío, en 1928, según su propio
testimonio fue a trabajar desde niño como jornalero agrícola. En esa condición se
encuentra en abril de 194859 • A finales de 1949 fue detenido en Génova durante dos
meses bajo la acusación de haber tomado parte en las protestas por el incendio de
Ceilán, población situada en los límites del Valle y Quindío y que fue arrasada e
incendiada por bandas conservadoras en octubre de 194960 • Con otros jóvenes y fami-
liares Marulanda formó su grupo, trasladó a su familia a Gaitania y entró a operar en
el radio de acción del Comando Liberal de la Ocasión.
Ciro Trujillo describió así al grupo de Manuel Marulanda Vélez: "Marín compren-
dió bien pronto la táctica de los chulavitas y le imprimió a su grupo una gran movili-
dad. Hasta para nosotros, conocedores del terreno, era dificultoso dar con el paradero
del grupo cuando queríamos entrevistamos con ellos. Se les facilitaba porque, sin ser
muchos, no llevaban consigo familias que les hicieran pesados sus movimientos"61 •
Más claramente que cualquiera otro de los grupos conformados en el sur del Tolima
en "la primera violencia", el de Marulanda Vélez nació con una definida táctica guerri-
llera.

58. Ibíd., p. 201.


59. Ver Reportaje a ManuelMarulanda Vélez en el libro citado de Carlos Arango, p. 85 y ss.
60. Urbano Campo, Urbanización y violencia en el Valle, Bogotá, Ediciones Armadillo, 1980, p. 58.
61. José Modesto Campos (compilador), Ciro. Páginas de su vida, Bogotá, Ediciones Abejón Mono,
1974, p. 25.

292
De otra región y otra experiencia venía Charro Negro; oriundo de las comunida-
des indígenas de Natagaima, conformó su grupo a comienzos de 1950. A este grupo
compuesto también por jóvenes campesinos liberales se integraron los tres hermanos
Guaraca, el menor de los cuales es actual miembro del Estado Mayor de las FARC,
Jaime Guaraca.
De procedencia caucana, de filiación liberal y de ascendencia indígena Ciro
Trujillo, futuro comandante de Riochiquito, conformó también un núcleo de unos
quince hombres que comienzan a operar en el sur del Tolima también en 1950.
En el enfrentamiento creciente entre "Limpios" y "Comunes", que se fue recrude ..
ciendo desde finales de 1951, Marulanda, Ciro y Charro Negro fueron orientando sus
simpatías hacia los planteamientos y hacia los métodos de los guerrilleros de El Davis.
El primero en acercarse a las posiciones comunistas fue Jacobo Prías Alape. Éste y los
demás mantuvieron diversas conversaciones con los dirigentes políticos de El Davis.
La iniciativa se originaba alternativamente en .unos y otros. El proceso no fue tan
idílico como se describe en Cuadernos de campaña, estuvo marcado por los recelos
engendrados por el enfrentamiento entre las dos alas principales de la guerrilla. Esas
dificultades se traslucen en el relato autobiográfico de Ciro y sobre todo en el reporta-
je reciente de Manuel Márulanda Vélez: luego del rompimiento con los Loaiza, de
quienes Marulanda es familiar, vino el proceso de acuerdos con los comunistas.
Para mi gente, señaló Marulanda, ésa fue una etapa muy difícil porque los liberales nos tomaron
como sus enemigos. Los conservadores nos tenían como sus enemigos y en verdad lo éramos y los
comunistas también nos tenían como sus enemigos porque no supieron entender esa situación.
Incluso según este mismo testimonio se produjo un combate que paradójicamente
resultó ser el comienzo de un acuerdo definitivo al cual se llegó mediante conversa-
ciones adelantadas durante tres meses62 •
En 1952 ya era un hecho irreversible la incorporación en el Partido Comunista de
los tres comandantes guerrilleros. Así, en esta etapa de enfrentamiento y choques
abiertos entre guerrilleros tuvo lugar también un capítulo de unidad llamado a tener
profundas repercusiones. La última etapa que se ha denominado de dispersión y trans-
formación se resumirá simplemente en forma enunciativa.
Luego del golpe militar de Rojas Finilla, el 13 de junio de 1953, diversos núcleos
guerrilleros en el país atendieron positivamente el llamamiento a negociaciones directas
formuladas por el nuevo gobernante. Los dirigentes del movimiento guerrillero más nu-
meroso, el de los Llanos Orientales, entraron en conversaciones con representantes del
gobierno militar desde comienzos de julio de 1953. Entre agosto y octubre del mismo año
los sectores más importantes de las guerrillas llaneras hicieron entrega de las armas. La
primera entrega en el Tolima fue la realizada en Rovira en julio de 1953. La protagoni-
zaron grupos armados, comandados por los hermanos Borja. Les siguió en agosto, según
la enumeración de Gonzalo Sánchez63 , la entrega del grupo del "General Santander" y
a finales del mismo mes la entrega de 250 guerrilleros del Líbano. En el sur del Tolima,

62. Carlos Arango, op. cit., p. 118.


63. Gonzalo Sánchez, «Raíces históricas de la amnistía o las etapas de la guerra en, Colombia», Revista
Universidad Nacional, Medellín, 1983.

293
en Rioblanco, los guerrilleros liberales depusieron las armas en octubre de 1953 en un
acto que tuvo lugar en Rioblanco.
Mientras tanto el movimiento guerrillero orientado por los comunistas se debatía en la
incertidumbre. Los miembros de la dirección política coincidían en un punto: la entrega
no podía aceptarse. A partir de ese consenso se abrió una diversidad de opiniones sobre las
alternativas. Se mantuvo el enclave de El Davis, se reactivaron las llamadas "guerrillas
rodadas", se abrió un nuevo destacamento en Calarma, al norte de Chaparral, donde bajo
el comando de José A. Castañeda, "Richard", un grupo de hombres mantuvo hasta octu-
bre o noviembre de 1953 combates sin tregua con el ejército.
Desde finales de julio representantes de El Davis tuvieron contactos con emisarios
del gobierno para acordar condiciones que hicieron posible la entrega de armas.
Estas conversaciones sin embargo, no acercaron a las partes. De un lado el Ejército
mantuvo una actitud hostil dentro de un ambiente de relativa tregua al paso que estimu-
laba la acción de las bandas anticomunistas. De otro lado los dirigentes guerrilleros mos-
traban una gran desconfianza hacia un gobierno que, pese a las promesas de paz, era una
dictadura. El destacamento de Calarma, comandado por "Richard" envió al gobierno, por
intermedio del comandante del Ejército en Chaparral teniente coronel Antonio María
Convers Pardo, un memorando planteando un programa de transformaciones políticas y
sociales que el aislado movimiento guerrillero de finales de 1953 no estaba en condiciones
de imponer. Este documento fue presentado al gobierno el 30 de septiembre de 1953.
La población civil y no pocos guerrilleros de base pugnaban por reincorporarse al
trabajo como jornaleros o por volver a sus fincas. Estaban cansados de la guerra. Esta
actitud natural de sectores de base no siempre contó con la comprensión de los diri-
gentes militares y políticos. Esto facilitó las cosas a ciertos terratenientes que presio-
naron sobre algunos jefes guerrilleros para pactar entregas sin el asentimiento del
Estado Mayor de El Davis. Tal fue el caso de los destacamentos Davis Il o Seúl y El
Sucre, situados en Ambeima y Amoyá, dirigidos por "Mariachi" y ''Arboleda". Siendo
liberales, estos jefes habían permanecido bajo la jurisdicción del Estado Mayor de El
Davis. Los dos grupos produjeron la ruptura, se entregaron el 22 de agosto en la ha-
cienda "Santa Ana". Habían sido intermediarios en las conversaciones "... el agente
de la Federación de Cafeteros, Esmal Castilla y los latifundistas cafeteros y ganaderos
Maclovio Alvira y Rubén Cruz, todos tres de Chaparral"'"'.
Los dos jefes, "Mariachi" y ''Arboleda" se convirtieron en instrumento de los ha-
cendados y en auxiliares del Ejército en la persecución a los guerrilleros que no se
habían entregado.
Hubo un factor que hizo muy difícil la elaboración de una orientación política opor-
tuna por parte del Estado Mayor de El Davis; la influencia de Martín Camargo y Pedro
Vásquez que utilizando su condición de delegados del Comité Central trazaron orienta-
ciones arbitrarias. Insistió Camargo en la idea de disolver la comisión política del Estado
Mayor, dispersar a los guerrilleros por grupos, cada uno de los cuales estaría encabezado
por un comandante, romper las conversaciones con el Ejército65 • Esto no fue aceptado
por la dirección regional del partido la cual se mostró partidaria de proseguir las nego-

64. !bid., p. 27.


65. Ver Manuel Marulanda V., op. cit., p. 72.

294
ciaciones con el gobierno al paso que diversos grupos móviles se dirigirían con destino
preciso con el fin de inspirar la creación de movimientos agrarios e indígenas amplios.
Las familias que aún continuaban en El Davis se pusieron bajo el cuidado de un
grupo armado encabezado por Andrés Bermúdez, el joven comandante "Llanero". Se
buscaba obtener garantías del gobierno para que estas familias pudieran retomar a sus
lugares de origen. Sin embargo, el comandante de El Davis fue atraído por los jefes
liberales "Mariachi" y "Arboleda" con quienes celebró un pacto mediante el cual se
distribuyeron el sur del Tolima en zonas de influencia liberal. A este acuerdo siguió
inmediatamente el reconocimiento por parte de "Llanero" de las autoridades de los
comandantes liberales quienes junto con el Ejército liquidaron lo que quedaba de El
Davis, mediante el asesinato no sólo del comandante sino de buena parte de comba-
tientes y población de base. Resultó un grave error, determinado por la precipitación
de Camargo, el haber dejado a las familias de El Davis bajo la dirección de un coman-
dante militar, políticamente inexperto y vacilante.
Mientras los diversos grupos se dirigían a los lugares acordados, fue convocada,
con el fin de reagrupar fuerzas y trazar orientaciones definitivas, la Conferencia Re-
gional Comunista del sur del Tolima. Ésta se celebró en octubre de 1953 y tomó las
siguientes decisiones: exploración de regiones campesinas e indígenas en el norte del
Cauca, con el fin de establecer las condiciones para un movimiento agrario amplio;
levantamiento del destacamento de Calarma, con miras a la reconstrucción de la
organización política en Chaparral. Desplazamiento de un grupo, que se llamó "Comi-
sión de finanzas", hacia el oriente del Tolima con el fin de incorporarse al movimiento
campesino de esa región. Formaban parte de este grupo los comandantes Lister, Richard,
Jorge Peñuela, capitán Cardenal, Gratiniano Rocha66 •
Charro Negro y Manuel Marulanda a la cabeza de un pequeño grupo lograron
establecerse en Riochiquito, en donde sentaron las bases del previsto movimiento
agrario. Una avanzada regresó posteriormente al extremo sur del Tolima donde esta-
bleció la colonización de Marquetalia.
Para finales de 1953 la resistencia campesina en el sur del Tolima dio lugar a
evoluciones diferentes. Los jefes guerrilleros liberales se convirtieron en colaborado-
res del Ejército, otros pasaron a encabezar cuadrillas de bandidos como puntualmente
se señaló al comienzo, otros habían ingresado en el curso de la experiencia de lucha
armada al Partido Comunista.

66. lbíd., p. 76.

295
El Ejército colombiano analiza la violencia

Pierre Gilhodés'

l. lQuién habla?
Se suele fechar los inicios del ejército profesional-moderno en Colombia con la
creación de la Escuela de Cadetes y la Escuela Superior de Guerra, ambos en tiempos
del general Rafael Reyes. Pero solamente al final de la República Liberal se llega a la
fase final de este proceso. Es en 1943, cuando, por primera vez, un egresado de la
Escuela Militar alcanza el cargo de Jefe del Estado Mayor.
Otros estudiosos, en particular los mismos militares, avanzan a veces la fecha del
regreso de Corea del Batallón Colombia como la del inicio de un verdadero ejército.
Por cierto, bajo la República Liberal y a pesar de la guerra con el Perú, Colombia
no es militarista. Al terminarse la Segunda Guerra Mundial contaba con 8.000 hom-
bres de uniforme en sus fuerzas militares y, en 1946, el presupuesto de guerra represen-
taba el 10.2% del presupuesto general del Estado.
El 9 de Abril de 1948 cambia esta situación. En 1949, el presupuesto militar sube al
19% del presupuesto general. Las fuerzas militares son aumentadas con la perspectiva
de alcanzar 20.000 hombres. Este crecimiento rápido compromete la calidad del per-
sonal de mando, oficiales y suboficiales, tanto más cuanto una parte de ellos es em-
pleada para reorganizar la policía nacional. Un momento importante de la quiebra del
esfuerzo de profesionalización lo representa el retiro del general Germán Ocampo en
marzo de 1949 cuando se politiza gravemente el alto mando.
La participación del Batallón Colombia en la Guerra de Corea pone a los oficiales
que viajan a estas lejanas tierras en contacto con los modernos requerimientos de un
ejército y crea en ellos la necesidad de una reorganización de dicho ejército que sólo
parcialmente hará efectiva el gobierno del general Rojas Pinilla.
En los años cincuenta crecen poco las fuerzas armadas ya que en 1961 alcanzarán
23.000 hombres (y 37.00 en 1965). El presupuesto militar oscila entre el 17 y el 20% del
presupuesto general. El esfuerzo de formación de oficiales en el país y, cada vez más,
en el exterior (Estados Unidos y Zona del Canal de Panamá), no se acompaña de una
igual formación de la tropa ni tampoco de una gran modernización de los equipos.

2. El Ejército descubre un enemigo: 1925-1930


En la Escuela Militar, la misión chilena encargada de la formación de los primeros
oficiales procuró separarlos de la tendencia a alinearse en determinadas agrupaciones
políticas.

* Historiador. Autor de Las luchas agrarias en Colombia y Colombie, politique et violence. Director del
Instituto de Altos Estudios para el Desarrollo.

297
En 1913, el coronel chileno, direcror de la escuela militar, W. Montero, en una
conferencia sobre la guerra de los Balcanes puntualizaba: "Se debe desterrar de la
milicia la política; los pueblos deben ser servidos por los más meritorios sea cual fuere
su filiación partidista" y añadía: "la pasión política acaba con el compañerismo tan
indispensable erj los que vivimos en los cuarteles"'.
El Código Militar definía como sigue la misión del Ejército nacional: "Defender la
independencia de la Nación, conservar el orden público, sostener la Constitución y las
leyes, amparar las personas y sus propiedades".
Las primeras agitaciones sociales en la república conservadora son fielmente referidas
a las Memorias de Guerra de 1918, 1919, 1920. En este último año el ministro de Guerra,
Jorge Roa, evoca "el fantasma de la anarquía que hoy se encuentra en nuestras puertas",
a propósito de las huelgas de Barraquilla, Cartagena y Honda, de la aparición de "cuadri-
llas de malhechores" por Puerto Tejada y de disturbios en el Quindío contra rematadores
de rentas.
De nuevo, en 1926, e!Memorial (Nº 170 a 174, agosto a diciembre); en un artícu-
lo del mayor en reriro, E de Leiva Torres, condena el anarquismo y el antimilitarismo
puntualizando: "La clase trabajadora y el pueblo no deben escuchar la propaganda de
esos agitadores locos e insensatos que tratan de impresionar los sentimientos con exa-
geraciones excesivas y afirmaciones violentas".
Artículos semejantes se multiplican en los años siguientes. En la memoria de Gue-
rra de 1927, Ignacio Rengifo pone en guardia:
Ha surgido un peligro nuevo y temible, quizá el más grande que haya tenido durante su existencia
la patria y del cual, en mi concepto no nos hemos ocupado suficientemente o sea en el grado y
medida necesario para afrontarlo y vencerlo. iTal es el peligro bolchevique!", -y agrega con lirismo
el ministro-: "la ola impetuosa y demoledora de las ideas revolucionarias y disolventes de la Rusia
del Soviet ... ha venido a golpear a las playas colombianas amenazando de destrucción y ruina y
regando la semilla fatídica del comunismo que, por desgracia, empieza ya ha germinar en nuestro
suelo y a producir frutos de descomposición y de revuelta.
El ministro publica entonces un programa del Partido Comunista de Colombia (inexis-
tente a la fecha, recordémoslo), en el que se refiere a la existencia de movimientos
subversivos no sin comentar que, en Colombia "las clases bajas de la sociedad cuyas
necesidades son mucho menores, se hallan, relativamente y, por punto de vista del
general, en situación mejor que las altas en lo que se refiere al aspecto económico".
El ministro Rengifo hará publicar en la Revista Militar del Ejército de Colombia
(primer semestre de 1928) un artículo del vate Argentino Leopoldo Lugones, "La paz
bolchevique". Lugones es, en su país, el mejor apologista de la toma del poder por el
Ejército y se considera como el_ mentor del golpe de estado del general Uriburu en
1930. El culto de los-militares colombianos por Lugones seguirá por muchísimos años.
Este tono muy político, antibolchevique, para hablar en los términos de la época,
va a endurecerse en 1929 cuando el general José Joaquín Villamizar asume el cargo de
ministro de Guerra.
En la Revista Militar el agregado militar de Colombia en Madrid, el teniente coro-
nel Enrique Santamaría preconiza, para luchar contra el terror rojo, un gobierno a

l. Memoria! del Estado Mayor del Ejército de Colombia, Bogotá, Nº 6, enero de 1913.

298
semejanza del general Miguel Primo de Rivera o del de Mussolini, y propone la forma-
ción de una organización calcada del Somatén español, unión cívica "que tarde o
temprano tendrá que adoptarse en Colombia"'.
La Memoria de Guerra del próximo año es poco menos que apocalíptica cuando se
refiere a las perturbaciones del orden público. En ella, el general Carlos Cortés Vargas
relata la huelga de las bananeras de Santa Marta y la actuación del Ejército. Se
refiere a los levantamientos del PSR en Buenaventura, La Dorada, Puerto Wilches,
San Vicente, Contratación, Yacopí, La Palma, Mariquita, El Líbano, Nagataima ...
Este tono de dedicación anticomunista, acompañado de evidentes manifestaciones de
simpatía para los gobiernos militares o de fuerza, casi desaparece (ipor prudencia?, ipor
convicción?) durante la República Liberal.
En julio de 19303 , se publica la alocución de Olaya Herrera al Ejército y sumen-
saje al Congreso: "Somos un país de estructura netamente civil y nuestro Ejército es y
debe continuar siendo meramente el reflejo de la patria, que mantiene una institu-
ción armada para la defensa y la protección de sus derechos y sus deberes legítimos".
Muy pronto la guerra con el Perú va a ocupar totalmente al Ejército. Sin embargo la
influencia pro-alemana introducida en particular (que no solamente) por los chilenos,
sigue siendo muy fuerte como lo muestran tanto el Nº 254-255 (agosto-septiembre,
1993) con una conferencia, que levantaría muchas polémicas, del general Kress Von
Kressenstein ante el Círculo Militar Argentino: "Política y conducción de la guerra".
Al contrario, a partir de 1933 aparecen artículos totalmente distintos (es ministro
Carlos Uribe Gaviria, exmilitar, liberal) como el del mayor Pablo Emilio López sobre "La
función social del Ejército" quien pide una apertura del ejército sobre la sociedad.
En su Memoria de 1933 el ministto opina sobre el reclutamiento; para él es prefe-
rible el soldado campesino: "es ingenuo", "no está contaminado con ideas subversi-
vas" además de. ser más frugal y más robusto.
Llama la atención la total ausencia en las publicaciones militares, fuente de esta
información, de referencias a los acontecimientos de Boyacá y los Santanderes donde
el Ejército se enfrenta a campesinos conservadores armados.
Cierta tensión en el ejército es evidente cuando en un mismo número de la Revista
Militar 4 se reproducen la alocución de Alfonso López a la oficialidad colombiana, el 4
de mayo, y un artículo pro-nazi del general español Luis Bermúdez de Castro: "Hitler
ha elevado la moral y el prestigio del ejército a un grado y a un lugar totalmente
opuesto al que se situaba la socializante Constitución de Weimar, sectaria y enemiga
del Ejército. Hitler sabe -como Mussolini- que no hay régimen político que resista a
la antipatía del Ejército".
En noviembre-diciembre, 1935, el mayor Diógenes Gil celebraría los dos regíme-
nes alemán e italiano.
Sólo en 1937, en la memoria de Alberto Pumarejo, que sucede como ministro de
Guerra a Plinio Mendoza Neira, se alude a la perturbación del orden "por restos de
cuadrillas de malhechores" en particular en Santander del Norte.

2. Revista Militar del Ejército de Colombia, Bogotá, N' 202-203, abril-mayo, 1829.
3. Ibíd., julio de 1930.
4. !bid., 275, mayo, 1935.

299
El Nº 1 de la Revista Militar, de enero de 1939, publica un texto de Eduardo Santos,
Presidente de la República: "El gobierno y el Ejército" en el que insiste sobre su carác-
ter nacional, sobre su necesaria identificación con la patria.
El Nº 2 de febrero de 1939 reproduce un texto de Silvio Villegas que se refiere a
una conspiración en 1936 que sólo fracasó por cobardía de Laureano Gómez ("quien
traicionó a militares y civiles") y a la subsiguiente purga del ejército. A consecuencia
de ello es retirado el inspector general de las Fuerzas Armadas, máximo jefe, general
Alfonso Escallón Fernández, cadete de 1907, el primero que alcanzó el más alto man-
do en el Ejército de Colombia. En 1949, sólo queda un general en servicio activo,
todos los mandos están en manos de jóvenes coroneles y tenientes coroneles. Una
serie de decretos de 1939 reorganizó totalmente las Fuerzas Armadas.
Simbólico de una posible actitud nueva del Ejército es el artículo "El puente de Arcole"
que celebra la Revolución Francesa pero con un hecho de armas de Bonaparte), publicado
por el cadete Álvaro Valencia Tovar en el Nº 5-6 de la Revista (mayo-junio, 1941).
En las crisis que marcan la segunda presidencia de Alfonso López, tin militar acti-
vo, el general Domingo Espinel, es nombrado ministro de Guerra en 1944 por el desig-
nado encargado de la Presidencia, Darío Echandía. ·
El general Miguel J. Neira, pronuncia un discurso de homenaje a Espinel', mani-
festando una "indecible sensación de alivio a través de todo este fárrago político que
tanta alarma ha traído" y se compromete a salvar la república contra la anarquía y las
ideas demagógicas totalitarias.
No se sabe entonces quién es el enemigo mayor para los militares. Muchos de ellos
acusan al gobierno liberal y tienen en la mente los gobiernos alemán, italiano, espa,
ñol, así como el argentino. Ejemplo de ello es el capitán Quintero, uno de los protago-
nistas de la revuelta de julio de 1944 en Bucaramanga. En esta revuelta, Espinel, tal
vez para minimizar los hechos, encuentra que el 10% de la oficialidad fue culpable o
sospechosa de conspiración. Purgados, muchos de ellos volverán al ejército no sin
voluntad de revancha en los años posteriores.
El 10 de abril de 1948, el general Germán Ocampo es nombrado ministro de Guerra
y permanecerá un año en el cargo. Para él, en su Memoria al Congreso del año 1948, los
del 9 de Abril son "nefastos hechos" así sobriamente calificados, cuando desde el poder
se atribuyen generalmente o bien el asesinato de Gaitán o bien los disturbios a la mano
del comunismo. Esta prudencia no durará. El general Rafael Sánchez Amaya reemplaza
a Ocampo y comienza una pública parcialización política del Ejército, del que van a
desaparecer rápidamente los altos oficiales sospechosos de liberalismo.

3. La primera Violencia
La primera mención militar a la Violencia aparece en la Memoria de Guerra 1950-
1951 del ministro civil José María Berna! quien sucede a Roberto Urdaneta, Gonzalo
Restrepo y Rafael Sánchez Amaya. En ella denuncia: "Focos de bandolerismo que
paralizan la vida económica de algunas de las regiones más ricas del país", para citar,
un poco más adelante, los Llanos Orientales, el sur del Tolima, los límites de Antioquia
con el Chocó hasta el golfo de Urabá.

5. Memorial del Estado Mayor del Ejército, Nº 3, marzo, 1944.

300
Pero estos focos no tienen nombre ni son más caracterizados.
Como se sabe, inicialmente, la actitud del Ejército frente a lo que sucedía en el
campo fue de prudencia. El Nº 5, abril-mayo, 1952, de la Revista de la Policía Nacional
(totalmente dedicado a la violencia, bajo la dirección del entonces mayor Roberto
Torres Quintero, oficial que viene y volverá al Ejército) reproduce una circular co-
mún del ministro de Gobierno Luis Eduardo Andrade y de José María Berna!, sobre
alteraciones y tirantez entre el Ejército y la Policía: "Algunas unidades pueden haber
caído en redes tendidas por hábiles manejadores del desorden, encaminados a que
cada cuerpo armado, desconfíe, sospeche y tema de otros".
A mediados de 1952 la misma revista publica el mismo discurso del mayor Efraín
Villamizar en el homenaje a Gustavo Rojas Pinilla y Régulo Gaitán. Se insiste sobre el
problema:
Las fuerzas siniestras están empeñadas en destruirnos y cuando no lo hacen con la metralla, a
mansalva y sobre s'eguro, se empeñan en propalar especies, viles calumnias, para poner en pugna
los baluartes de la patria, práctica inoperante porque las dos instituciones cobijadas bajo una
misma bandera, defienden el mismo deseo, quieren la misma democracia.
Rojas Finilla responde:
Tenemos los bandoleros y la gente de bien. La gente de bien, en todo lo largo y ancho de Colombia,
que anhela sinceramente que se establezca de manera firme la paz, y los bandoleros que al amparo
de una bandera política quieren acabar con la vida de los hombres honrados y detener el progreso
y porvenir de la República. Tengo la seguridad, no es sólo un optimismo, de que en poco tiempo,
lograremos que la gente de bien se entregue a su trabajo y que los criminales purguen sus· delitos
con su sangre o con su libertad.
Lo que llama la atención, a diferencia de los años 20 y a pesar del clima interna-
cional, es el carácter abstracto, etéreo si se puede decir, del análisis que así discrimina
la gente de bien de los bandoleros. Esto, además, se hace cuando el batallón Colombia
combate el comunismo en Corea.
Hay que esperar el 11 de noviembre de 1952, para encontrar en un discurso del
mayor Carlos Barberi Zamorano una alusión más clara pero por lo demás histórica:
En la fría mañana del 9 de abril de 1948, las fuerzas irresponsables cuya misión era acatar las
órdenes del oso soviético, buscando el momento propicio en que en nuestra capital, se reunía la
gran conferencia Panamericana, resolvieron acabar con la vida de uno de los más avanzados
caudillos del partido de oposición provocando con tan aleve fórmula, la explosión de los ánimos, la
extorsión de las pasiones partidistas y quizá la realización de sus diabólicos empeños tendientes a
derrocar-un régimen de gobierno ganado en franca y democrática lid.
El acento puesto por el partido sobre el carácter liberal de los guerrilleros que se le
enfrentan crea, dentro del Ejército, una dificultad para explicar -lo que no quiere decir
para combatir- las características de dichos grupos. Facilitan así mismo el llamamiento
del general Rojas Pinilla a asumir el poder: "No más sangre", que tanto éxito tuvo.
Esto no impide que, paralelamente, una circular -la 27 A- del coronel Francisco
Rojas Scarpetta denuncie las "teorías foráneas" y defienda la "civilización. cristiana y
el mundo occidental contra la propaganda clandestina y subversiva"6 •

6. Revista de la Policía Nacional, Bogotá, Nº 13-14, julio-agosto, 1953.

301
Hay que esperar dos años, hasta junio de 1955, para que se aluda desde las Fuerzas
Armadas a "los últimos sucesos que en algunas regiones del país han afectado nueva-
mente la situación del orden público y sembrado de sangre y dolor feraces tierras
colombianas" los cuales "no pueden menos que provocar en nosotros un justo senti-
miento de indignación patriótica".
Pero, a nivel de la expresión, esta reacción frente a los choques de Villarrica e
lcononzo, Cunday permanece, notémoslo, prudente. El Ejército de Colombia está en
dificultad para teorizar sobre lo que, hasta entonces, parece ser la última guerra civil
entre liberales y conservadores. Sólo los elementos más politizados pueden encontrar
otras justificaciones que su misión constitucional para este combate.
Por otra parte y curiosamente, cuando se compara con otros países vecinos, la
ideología anticomunista propia de la guerra fría, que podría haber sido vehiculada por
los oficiales que regresan de Corea, es singularmente ausente de las explicaciones
oficiales. Parece importante señalarlo aun cuando esta situación iba a cambiar pronto.
Para paliarla se echa mano sobre todo de argumentos de tipo moral religioso como
la lucha del bien y del mal para justificar la actuación militar o también se pretende
defender la legitimidad frente a actuaciones no legítimas.
En este sentido, se puede decir que el Ejército combate la violencia sin analizarla
mucho, sin interrogarse mucho sobre sus causas y sus implicaciones reales. Actúa
como un mecanismo de defensa de la sociedad o también de defensa o de reivindica-
ción de sus muertos.
El punto más avanzado de la reflexión sobre al guerrilla puede ser esta frase del
coronel Gustavo Sierra Ochoa7 : "Sus programas son muy vagos pero no descuidan el
tema de la lucha entre ricos y pobres, con sentido de lucha de clases".
Como lo señala Richard Maullin8 :
Inicialmente, a raíz de la subida al poder de Rojas, el Ejército tendía a ver en las guerrillas,
participantes de una lucha partidaria violenta en la cual las Fuerzas Armadas no eran ni antago--
nistas ni protagonistas sino uno de los principales árbitros. Más tarde, después de la caída de Rojas,
en 1957, las Fuerzas Armadas de árbitros pasaron a ser el sostén y el aguijón de la coalición del
Frente Nacional.
Elegido presidente en mayo de 1958, Alberto Lleras procura despertar la doctrina
liberal tradicional sobre las Fuerzas Armadas: "Las Fuerzas Armadas no pueden, pues,
tener partido". Claro está que su intención principal es impedir la vuelta de un gobierno
militar. Pero también procura convencer a los oficiales de la necesidad de la paz y se sabe
que habrá muchas resistencias a su política de pacificación y de rehabilitación.
Como lo anota en su Memoria del Ministerio de Guerra de 1958 el general Alfon-
so Saíz Montoya:
La grave situación de. violencia que, desde tiempos atrás ha venido azotando algunas regiones del
1

país y que parecía terminar con el acuerdo de los partidos políticos y el regreso a la normalidad
jurídica, tenía sin embargo causas tan ondas y de diversas índoles que, a pesar de todos los
esfuerzos del gobierno y de los dirigentes políricos, no ha sido posible su erradicación definitiva.

7. Coronel Gustavo Sierra Ochoa, Las guerrillas de los Llanos Orientales, Manizales, 1954.
8. Richard Maullin, Soldiers, guerrillas and politics in Colombia, Lexington, 1973, p. 61

302
El año siguiente, sin profundizar más en las causas, el mismo ministro precisa la
persistencia de la actuación de los "bandoleros" y "antisociales". Para contrarrestar
estas bandas se crea, en junio de 1959, el cuerpo de lanceros y, además de sus norma-
les guarniciones, el ejército mantiene 252 puestos con 8.200 hombres.
Los principales estudiosos del Ejército de Colombia' ponen como fecha de una nue•
va y definitiva orientación de dicho Ejército el ascenso del general Alberto Ruiz Novoa
como comandante de éste. El general, que ha combatido en Corea y ha sido Contralor
General de la República de septiembre de 1953 a noviembre de 1958, es influenciado
por el argentino Ositis Troiani quien enseña en la Escuela Superior de Guerra y refleja,
a su vez, el concepto de guerra revolucionaria en boga en su país y elaborado en Francia
por un grupo de coroneles con motivo de las guerras de Indochina y Argelia.
Estas ideas también empiezan a conocerse a través de las enseñanzas de las escue-
las de la zona del Canal de Panamá.
A comienzos de 1960 se crea el Consejo Superior de Defensa Nacional; dos meses
después, en abril, comienza a salir la Revista de las Fuerzas Amutdas seguida un año
después por la Revista del Ejército. Estas dos revistas y la enseñanza dada en los cursos
· de ascenso van a ser el principal medio de difusión de una teorización nueva y que
encuentra sus fuentes en otros países, en situaciones diferentes de la colombiana.
Son fechas simbólicas para esta nueva orientación: esfuerzo intelectual, el primero
sistemático, concientización si se quiere de un Ejército no solamente sobre los proble-
mas de la paz y de la guerra sino, en un sentido más amplio, sobre las sociedades
modernas y sus problemas.
Es así como en el número 4 (octubre de 1960) de la Revista de las Fuerzas Armadas se
escribe: "Colombia es un país esencialmente político y en donde debido a una cultura
general y política escasa, las luchas políticas no se deciden en elecciones sino en comba-
tes donde las elecciones no se ganan colocando votos propios en las urnas, sino matando
los votos del adversatio".
Se escribe sobre "Frente económico y defensa nacional" (Teniente coronel Ar-
mando Vanegas Maldonado), sobre "Ejército y Democracia" (Brigadier general Gerardo
Ayerbe Chaux), sobre "Reforma Agraria" (Teniente Coronel M. A. Peña Berna!). Eduar-
do Santos es llamado a pronunciar una conferencia en la Escuela Superior de Guerra:
"Bases para una interpretación de los partidos políticos".

4. El Ejército del Plan Laso y de la Acción Cívico-militar


A este nuevo Ejército se le puede llamar ruiznovoísta por la fuerte huella del general
que procura iniciarlo a una actuación diferente procedente de un análisis nuevo.
Es muy probable que la Revolución Cubana de 1959 y sus implicaciones para el
continente sean el origen de esta nueva orientación por lo demás continental, pero es
prudente observar que no se menciona todavía y que en la misma Colombia los únicos
que entonces combaten son grupos de bandoleros venidos de la fase anterior de la

9. Ibid., pp. 68 y ss.; Mayor Gonzalo Bermúdez Rossi, El poder militar en Colombia, Bogotá, 1982;
Gustavo Gallón Giralda, La república de las annas, Bogotá, 1983; Francisco Leal Buitrago, "Las relaciones
políticas de la institución militar", Bogotá, multicopiado, 1984.

303
Violencia. Apenas se conoce la existencia del MOEC y, a partir de 1962, del FUAR, que
buscan apoyarse sobre ellos a nombre de los ideales de la revolución castrista.
Comienza a aparecer el concepto de "Seguridad interior" precisamente en el artículo
de 1960 sobre Reforma Agraria, y se viene a definir el enemigo de una manera inédita.
El coronel Luis González Aristizábal en su artículo "La Guerra Fría", por primera
vez pone en acusación la Unión Soviética mientras dos meses después, en el número 3
(febrero de 1961) de la Revista de las Fuerzas Annadas, el Mayor General Hernández
Pardo alude a "fuerzas extrañas a nuestras costumbres", prosiguiendo: "Ya otros pue-
blos, con engañosos mirajes y artificios, perdieron su libertad y gimen bajo el imperio
despótico de doctrinas que niegan la fe, destruyen el orden tradicional, encadenan
las conciencias". Es de notar, de paso, que los nasseristas colombianos ya están en
contacto con el Ejército. En la misma revista escribe Alberto Zalamea, quien va a
desarrollar esta actitud en la Nueva Prensa; su artículo se titula: "El Ejército y la
Nación". Unos meses más tarde también escribía sobre arte Marta Traba.
La tónica general va a ser la denuncia de la subversión interna: artícutos del capitán
tanguista Fabio Lugo, "Acción contra la violencia" del Brigadier general César Cabrera;
"El Consejo Superior de la Defensa Nacional y la Seguridad Interna", del teniente coro-
nel Álvaro Valencia Tovar, "Frontera interior y estrategia contemporánea", etc.
En este último 10 , para desarrollar uno de estos ejemplos se evoca a Hitler y al
Imperio Soviético para denunciar el comunismo colombiano:
Su propaganda se esparce descaradamente por todos los ámbitos de la Nación, llega al campesino,
al obrero, al estudiante. Golpea las puertas del pobre, del desesperado, del huérfano social. Serpea
entre la miseria ... Aguijonea la inconformidad de toda frustración individual. Excita todo desbor-
de pasional de una raza supermotivada.
iNo habrá llegado la hora de trazarle un límite claro, inconfundible, más allá del cual no pueden
llegar sus desmanes ni actuar su enjambre de lacayos de una potencia extranjera?
La aparición de este artículo es importante en la medida en que, por vez primera,
designa un enemigo cuya actuación hostil y considerada como peligrosa no supera los
límites de lo permitido en una democracia.
En los meses siguientes la densidad de los artículos de esta tonalidad muestra una
intención clara; Coronel Guillermo Plazas Olarte, "La guerra revolucionaria"; Teniente
Hernán Arbeláez Arbeláez, "Bajo la red del comunismo"; Mayor Guillermo Carrizosa
Maldonado, "Clausewitz, Lenin y las actitudes militares comunistas de hoy"; Capitán
Jesús Enrique Narváez, "La ideología comunista y el rearme moral de la democracia."
Es de notar que estos escritos no se refieren todavía a casos concretos y que, en la
práctica, no hay conflicto con guerrillas comunistas o afines en ese momento, si se
exceptúa el episodio de Vichada relatado por Álvaro Valencia Tovar en su novela
Uisheda, de gran interés por ser el análisis que hace un protagonista, del lado militar,
de esta violencia de nuevo tipo que parece dibujarse.
Las conferencias militares interamericanas, la primera en 1960 (y durante varios
años anuales) ponen el acento sobre el peligro de una penetración comunista y la nece-
sidad de la inteligencia militar, del intercambio de informaciones. Se estudian los casos

10. Rev~ta de las Fuerzas Armadas, Bogotá, Nº 10, octubre, 1961.

304
de Filipinas y de Malaya, considerados como éxitos anti-subversivos, y se preconiza su
adaptación al ambiente latinoamericano.
En vísperas de las elecciones de 1962 el ejército está inquieto. En la Revista del Ejército
(Nº 5, diciembre, 1961) el general Ruiz Novoa lanza "una voz de alarma" y constata la
existencia de un Estado confuso por la presencia de grupos subversivos y por la violencia:
"El Ejército debe preparase para apoyar la Constitución, para apoyar el cumplimiento de
las leyes, para develar la subversión y para exterminar definitivamente la violencia".
Se pide una reforma social para impedir "el implantamiento del comunismo en
Colombia". Las alusiones no son concretas pero si se refiere uno a la situación
preelectoral de entonces cabe preguntarse si este enemigo no sería el Movimiento
Revolucionario Liberal y su candidato Alfonso López Michelsen.
Termina el General: "La defensa contra el comunismo no reside esencialmente en
la fuerza de las armas; ella se encuentra en la eliminación de las desigualdades socia-
les siguiendo las normas democráticas y cristianas".
Con la elección de Guillermo León Valencia, Alberto Ruiz Novoa pasa a asumir el
cargo de ministro de Guerra en agosto de 1962.
El Ejército podrá comenzar a poner en aplicación el plan LASO destinado a elimi-
nar las zonas de influencia comunista -militarmente inactivas- bautizadas como re-
públicas independientes por Álvaro Gómez Hurtado. En la elaboración del plan más
sofisticado que se conozca hasta entonces trabajan los generales Revéiz y Fajardo, el
coronel Valencia Tovar y los asesores norteamericanos de contrainsurgencia.
El nuevo ministro escribía entonces: "El guerrillero es como el pez en el agua; hay que
quitarle el agua. Ésta es la tarea de la acción cívico militar y de la guerra psicológica".
Para ello se puso en acción, bajo dirección militar, el aparato de Estado en las
zonas sensibles, se crearon las unidades especializadas de inteligencia, búsqueda y
destrucción con particular éxito en la Octava Brigada (Armenia) y con el Batallón
Colombia comandado por el coronel Matallana en el norte del Tolirna.
Mientras se acentúa la operación de cerco de las regiones calificadas como repú-
blicas independientes, zonas apartadas en las cuales no se destruyó fo. presencia del
Estado pues éste nunca había estado presente, la resistencia de los sectores sociales
pudientes a las reformas preconizadas como indispensables para el éxito de la nueva
táctica, introducen un sesgo y exasperan tal o cual militar. Se produce como una
radicalización del propio ministro de Guerra, de algunos oficiales frente a estas resis-
tencias, en particular las de los grupos de presión del sector rural liderados por la SAC.
El ministro 11 hablando de la Colombia de los quince últimos años, diferencia:
En su primera época fue producida por una situación política de origen netamente colombiano
que hizo crisis el 9 de Abril de 1948 y que ha continuado desde entonces. En el curso de los años
ha sido notoria la influencia de causas sociales y económicas en la persistencia del fenómeno. En
la fase que vivimos actualmente, la causa política regional ha perdido su original importancia
persistiendo fenómenos de tipo regional y económico que están siendo aprovechados por el comu-
nismo para organizar y fomentar una guerra revolucionaria.
La parte preliminar del plan LASO termina a comienzos de 1964, cuando el ejérci-
to toma la ofensiva contra Marquetalia, en el sur del Tolima, dando lugar a la parte

1l. lbíd., Nº 1, julio-agosto, 1963.

305
propiamente bélica de dicho plan. Empiezan entonces los veinte años de la segunda
violencia. Anotamos de paso que después del ataque a Marquetalia, Manuel Marulanda
Vélez y el grupo de hombres que lo rodeaban se replegaron a Río Chiquito, en el norte
del Cauca, pero hasta el posterior ataque de esta región no optaron por la activación de
la guerrilla, permaneciendo aún a la expectativa.
El editorial de la Revista del Ejército, "El caso de Marquetalia" 12 , marca como una
duda sobre la explicación que hay que dar sobre la ofensiva:
Sería una monstruosa injusticia acusar a las Fuerzas Armadas de combatir ideologías políticas;
ellas tienen el claro concepto de que no es el fusil el instrumento apropiado para extirpar de las
mentes humanas aquellas creencias que haya podido arraigar una determinada filosofía, un
determinado concepto del aspecto social o una concepción del pensamiento que puede aparentar
la razón justificada de sus ideas. Las razones anteriores deben llevar a todas las conciencias
colombianas el convencimiento, la firme creencia, que ese su Ejército jamás pondrá las armas
contra esa masa campesina que lo nutre y lo sostiene.
Indudablemente, en aquellos años de 1960-1964, algo ha cambiado ;en el Ejército
colombiano que conviene analizar.
Se suele simbolizar este cambio con el acceso del general Ruiz Novoa al alto man-
do -saltando por encima de generales más antiguos- arrastrando con él, como es de
costumbre, su equipo, sus ideas.
No sobra insistir sobre los vínculos que puedan existir entre esta actitud resuelta-
mente anticomunista del Ejército y la situación internacional: Revolución Cubana, bro-
tes o movimientos de guerrilla más o menos inspirados por ella en Guatemala (1960),
Venezuela (a partir de 1961), Perú, radicalización del gobierno en Brasil (1962-1964),
temor por una posible llegada a la Presidencia de Salvador Allende y su coalición por la
vía de las urnas en 1964, pero también victoria ·del FLN de Argelia, inicio de la segunda
guerra de Viernam, acontecimientos del Congo ex belga ... Frente a Cuba, la derrota de
Playa Girón, los equívocos resultados de los cohetes de 1962, son hitos importantes en la
movilización política y militar que se produce en Estados Unidos y que encuentra su
concreción en los encuentros militares interamericanos, en la mayor actividad de las
escuelas del Canal, en forma paralela a los esfuerzos de la Alianza para el Progreso.
Pero, en la propia Colombia, iqué se observa?
Subsisten fenómenos de bandolerismo social en el norte del Tolima, Caldas y norte
del Valle, parte de Boyacá y Santander, algunas veces conjugados con intentos exte-
riores de radicalización política de estos grupos jóvenes universitarios. Pero no se exa-
gera en caracterizar dichos movimientos como supervivencias o derivaciones de la
etapa anterior de la violencia.
En las regiones rurales de más o menos antigua influencia comunista la situación
es de calma, si no es de control por un Estado colombiano poco dinámico. Además es
conveniente analizar situaciones como la de Viotá, del Medio Magdalena, del Sumapaz
y el oriente del Tolima, del sur del mismo departamento, de Urabá, del Cauca, del
Caquetá y del sur del Meta. Como lo reconoce un sacerdote, hermano del general
Ayerbe Chaux o el propio coronel Álvaro Valencia Tovar en una carta a Ciro Trujillo,
líder de Río Chiquito, el Partido Comunista no está en guerra y nada indica que se

12. Bogotá, Nº 18, mayo, 1964.

306
prepara para ella. Conoce y combate el plan LASO, como conocerá los preparativos del
asalto a Marquetalia pero sólo más tarde se prepararán los líderes de dichas regiones o
jóvenes universitarios para una resistencia armada.
No es exagerado concluir que en Colombia, desde el punto de vista estrictamente
militar, se inventó el enemigo en forma de una respuesta continental que explicita el
general Ayerbe Chaux, en 1965, de regreso de la Sexta Conferencia 13 lnteramericana
celebrada en Lima.
La presencia efectiva del comunismo ... sigue siendo a nuestro leal saber y entender el principal
problema ... Es una realidad palpitante que se viene manifestando desde hace años por medio de
tlna propaganda intensa ... y finalmente por movimientos guerrilleros. No porque sea una minoría
del comunismo debemos descuidamos. También lo era en Cuba ... En Chile, por ejemplo, no faltó
poco para que se tomara el poder yendo a las urnas. En el Brasil los militares se vieron obligados a
intervenir antes que el país fuera dominado por las masas comunistas ... Si un gobierno comunista
se establece por desgracia en cualquiera de nuestros territorios, se está afectando no sólo la
soberanía nacional del país ocupado sino la soberanía de los pueblos vecinos.
No cabe duda, al leer estas páginas hoy día, que la inspiración vino del exterior en
esta ofensiva ideológico militar de comienzos de los sesenta. Se presionó sobre un
presidente débil para tener en la cúspide militar un oficial de nuevo corte, apto a
aplicar una teoría, gemela y complemento de la Alianza para el Progreso.
La aceptación de estas presiones es una gran responsabilidad del presidente
Guillermo León Valencia que quería ser llamado Presidente de los pobres y Presidente
de la paz. Con él se acentúa la presencia del Ejército en la vida nacional, se le confie-
re una autonomía de decisión que nunca antes había tenido en campos que no son los
de la defensa de la integridad de la patria y que, prudentemente, procuró rescatar
Carlos Lleras Restrepo. Con Valencia y Ruiz Novoa empieza a tener una categoría
especial, política, el ministro de Guerra -<le Defensa a partir de 1965.
Pero el nuevo pensamiento en el poder militar es factor de controversia, genera
divisiones. Por su carácter novedoso y su origen foráneo violenta los pensamientos de
buena parte de la oficialidad. Existen síntomas varios de esta crisis entre dos escuelas,
una tradicional, salida de las capas más conservadoras del ejército que simbolizan
entonces los generales Revéiz y Fajardo Pinzón y la de Ruiz Novoa. Esta crisis estallará
en 1965 cuando el alto mando, en conjunción con los gremios económicos, en particu-
lar del sector agrario, obligarán al Presidente a exigir la renuncia de Ruiz Novoa.
Éste encabezó el grupo de militares de la nueva escuela -algunos los llaman
"Coreanos"-; con él colaboran oficiales jóvenes como el coronel Valencia Tovar, el
teniente coronel Fernando Landazábal'4 , el mayor Calixto Cascante, el capitán Ber-
nardo López Cardona ... También se mencionó al general Ornar Gutiérrez y a algunos
oficiales de la Fuerza Aérea.
Es inútil hacer cábalas sobre la representatividad o no de una y otra escuela -no
siempre bien diferenciadas-; hay oficiales indecisos, otros que acogen solamente
parte de la nueva doctrina, y sobre todo la mayor parte que no escribe y tampoco
opina.

13. Ibíd., Nº 23, diciembre, 1965, «La amenaza comunista».


14. Publicará en la Revista del Ejército, Nº 9, agosto, 1962, el primero de los artículos no dedicados a su
especialidad, la artillería, bajo el título ~El Pueblo y el Ejército: una misión de conjunto ineludible-.

307
Algún síntoma de las dificultades existentes y que no trascienden al mundo exte-
rior puede ser la desaparición de la Revista del Ejército después del número 20 de
septiembre de 1964. Volverá a salir tan sólo en mayo de 1965 el número 21 y pronto
cambiará de fórmula para ser "más atractiva, más interesante, más fácil de leer y con
un contenido, hasta donde sea posible, variado", por nuestra cuenta añadiremos que
también menos polémica y menos retórica.
Paralelamente, después de la espectacular caída de Ruiz Novoa, la Revista de las
Fuerzas Armadas, a partir de su número 32 (mayo-junio, 1965) cambia de presenta-
ción y se multiplican temas no militares o históricos. Se produce como una
descompresión después de un tenso periodo de promoción de la nueva estrategia con-
tra-insurrecciona!.
El peligro de la escuela de Ruiz Novoa es la brecha que introducen las medidas
obligadas de acompañamiento de la guerra contra-insurrecciona! entre el Ejército y
los sectores dominantes del país atrincherados en el Congreso y los gremios. Ya el
discutido ascenso de Valencia Tovar en la Comisión de Defensa del Seriado mostraba
la existencia de esta brecha, la cual se profundizó con la participación muy activa del
Ejército en la reforma agraria.

5. lVuelta a la tradición?
Con la dramática caída de Ruiz Novoa, acusado de complot, vuelve al mando del ejér-
cito la línea tradicional. Hay que notar que ésta no le crea problemas al poder civil al
respetar el reparto de autoridad; los problemas seguirán cada vez que los "contra-
insurreccionales" tiendan, de una manera u otra, a hacer prevalecer sus puntos de vista:
episodio Guillermo Pinzón Caicedo bajo el mando de Carlos Lleras, hábilmente manejado
por Abraharn Varón Valencia; Valencia Tovar bajo el mandato de Alfonso López; reciente-
mente Fernando Landazábal. En el fondo, estos militares, en la confonnación de la sociedad
colombiana, tienden a romper la tradicional supeditación del Ejército a las fuerzas económi-
camente dominantes. Sus concepciones de una guerra que se libra en todos los terrenos les
hace opinar y ser tentados de actuar sobre materias no estrictamente militares para proponer
una línea de reformas que el sector civil no acepta, sobre todo en estas condiciones.
No se crea por esto que la vuelta de los sectores tradicionales al mando de las
Fuerzas Armadas cambia la visión de la guerra que se amplía en 1965 al departamento
de Santander cuando el ELN ocupa a Simacota. Los guerrilleros del bloque sur confor-
man una agrupación que termina siendo las FARC, mientras que el ELN desarrollará
sus operaciones hasta lograr la incorporación a sus filas de Camilo Torres.
Se mantiene en buena parte la acción cívico-militar: construcción y manteni-
miento de vías y puentes con valor estratégico en regiones de operación, en primer
lugar, se trata de la- Junta de Inteligencia Militar con los servicios de las Fuerzas
Militares, de la Policía Nacional y del DAS.
El general Revéiz Pizarra, nuestro ministro, desde antes de la caída de Ruiz Novoa, escribía
en la Revisra del Ejército (Nº 69, enero 1965, aun cuando, por equivocación, dice 1964):
Tengo la certidumbre que a las Fuerzas Militares les corresponderá, en el inmediato futuro,
desempefiar un papel trascendental y definitivo en la marcha política de la Nación. Mientras
continúen vigentes las causas del descontento y mientras no se satisfagan las exigencias económi-

308
cas de todos los sectores, la única valla contra el desorden y la anarquía, la constituyen las Fuerzas
Armadas.
Pero ya en marzo.de 1965 en el Nº 71 de la misma revista, y esta vez como ministro,
cambia de tono y advierte: "Exijo a todos los miembros del Ejército la más estricta
apoliticidad y los exhorto a seguir luchando incansablemente con abnegación y valor
hasta limpiar las manchas de bandolerismo que aún afrentan la patria".
Tanto en el primer texto de sabor ruiznovoísta como en el segundo, que marca la
nueva pauta, se nota la vuelta a calificativos antiguos para designar al enemigo: des-
orden, anarquía, bandolerismo.
Únos meses más tarde 15 el Jefe del Estado Mayor Conjunto, Brigadier General Darío
Santacruz editorializa: "Por qué rechazamos el comunismo" y describe el sistema comunista:
En él, el trabajo esclavizado, la cárcel, el terror, el lavado cerebral, la destrucción masiva de todo
aquello que se oponga al Estado es lícito. Pese a esto, hay colombianos que propician tan denigran~
te sistema tratando de formar el mal llamado Ejército de Liberación Nacional.
Vuelve a la carga el mismo oficial en el siguiente número de la revista y denuncia a
Cuba como el enemigo, el cual aparece así jerarquizado: sistema comunista, Cuba, ELN.
Se conforma así lo que, para el observador de afuera, parece ser una simplifica-
ción: todo grupo armado, movimiento inconforme, es comunismo y se achaca a Cuba.
Bien es verdad que estamos en los tiempos de la sublevación en la República Domini-
cana, de los desembarcos cubanos de armas en Venezuela.
Frente a este enemigo un solo problema: combatir hasta destruirlo. En 1966 se
confirma esta tendencia; los oficiales ruiznovoístas han emigrado de Bogotá; el coro-
nel Valencia combate al ELN con éxito al mando de la V Brigada, el teniente coronel
Landazábal al mando del Batallón Palacé, escribirá su primer libro Política y tdctica de
la guerra revolucionaria. Ellos son coherentes en afirmar, como lo escribirá Valencia
Tovar 16 : "No defendemos un sistema determinado sino un ordenamiento jurídico ba-
sado en la Constitución y en las leyes que nos rigen, así como un gobierno que es
legítimo porque lo escoge libremente el pueblo colombiano", discurso pronunciado
con motivo del juramento de bandera del Batallón Miguel Antonio Caro el 25 de
mayo de 1975. Este concepto ratifica todavía más explícitamente Femando Landazábal
poco antes de su retiro cuando observa que las Fuerzas Armadas no tendrían que
objetar en Colombia el acceso del Partido Comunista al poder si fuera como conse-
cuencia de una elección. Allí radica una diferencia fundamental entre estos militares
y la escuela tradicional.
Volvamos a ella con una definición que da, en 1966, el general Ayerbe Chaux del
enemigo 17 : "La fuente principal de la subversión en Colombia y en la América Latina
es el comunismo".
A comienzos de 1967 muere el general Revéiz y asume el general Ayerbe Chaux
como ministro de Defensa de Carlos Lleras. Recordemos que en marzo de 196 7 éste
procuró dar fundamento a los militares ordenando una amplia redada de dirigentes
comunistas sin resultado aparente. En su Memoria de Defensa de 1967, el general

15. Revista de las Fuerzas Armadas, Bogotá, Nº 34, sep-dic, 1965.


16. Álvaro Valencia Tovar, El final de Camilo, Bogotá, 1976, p. 15.
17. Revista de las Fuerzas Armadas, Bogotá, Nº 40, sep-oct, 1966.

309
Ayerbe ya no es tan claro sobre el enemigo: "Organizaciones de carácter subversivo
que operan desde las ciudades con inspiración y ayuda extranjera".
En realidad, las operaciones militares se rutinizan, se combate sin mucho problema,
pero el enemigo se mimetiza y la acción cívico-militar pierde su carácter ptioritario.
En la Revista del Ejército 18 su jefe, general Guillermo Pinzón Caicedo, retoma a
fines de 1967 unos temas que no se veían desde la caída de Ruiz Novoa:
Esa guerra demanda, pues, la cooperación de militares y civiles para ayudar al gobierno a encon~
trar solución a las necesidades vitales mínimas en ciertas áreas del territorio nacional en donde el
hambre y la falta de salubridad, trabajo, vivienda y educación, constituyen un indescriptible y
gratuito aliado potencial de la subversión foránea. Finalmente, basta recordar que la solución a
tales problemas, por su urgencia, exige dinámica y eficacia, no solamente fases bien logradas o
planes de imposible cumplimiento como ya es endémico entre nosotros por temperamento, por
lenidad o por injustificables atavismos.
La dinamización de la reforma agraria no suscita grandes ecos. Sin embargo, el
conflicto agrario se extiende en la jurisdicción de la VIII Brigada con el problema de
inscripción de arrendatarios y aparceros del café, los gremios locales se reúnen con la
autoridad militar y se valen de ella para aplazar indefinidamente dicha inscripción.
En 1968, la actitud de Guillermo Pinzón Caicedo cuaja en el Plan Andes de De-
sarrollo donde "grupos de desarrollo" coordinados por el ejército debían acercarse a
las regiones rurales como lo explica la Memoria de Defensa de 1968.
Dos artículos del general Pinzón Caicedo en la Revista del Ejército (Nº 34 de septiem-
bre, 1968 y 35 de marzo, 1969) en los cuales protesta en términos violentos contra actua-
ciones del Presidente para recuperar poco a poco el control sobre los militares con el
pretexto de su estrechez económica "Delito de lesa Patria" y "Ante la faz de la Nación
una traición a sus intereses", provocan la destitución de dicho general y ponen al país al
borde de un golpe de estado que contiene, a duras penas, el general Varón Valencia 19 •
Curiosamente, en 1969, la Revista de las Fuerzas Armadas (Nº 55, abril-mayo, 1969)
publica un artículo del industrial y ex alcalde de Medellín, Darío Londoño Villa que
relata un viaje a la Unión Soviética y da una tonalidad muy diferente de lo acostum-
brado sobre este país con el cual se acaban de reanudar las relaciones interrumpidas
después del 9 de Abril: "tranquilidad de sorprendente magnitud", "estabilidad so-
cial", "el comunismo está arraigado definitivamente'\ "un estado perdurable de ca--
existencia pacífica", "quieren la paz, repudian los horrores de la guerra y buscan que
se les permita vivir mejor".
En los meses siguientes desaparecen poco a poco el anti-comunismo o el énfasis
puesto sobre la guerra revolucionaria. Las revistas se vuelven técnicas o de información
general e histórica. Esta tendencia se prolonga.
Un artículo del capitán de fragata Josué G. Aguirre Serrano20 da la nueva tónica
"Del desarrollo y de la defensa": "El principal peligro del estado colombiano está poten-
cial y creciente dentro de sus fronteras apuntando al espíritu y mentalidad de una gran
masa ignorante de la población que ha sido descuidada en su formación física, moral e
intelectual y en una conducción que le facilite la mejor realización de su vida".

18. Revista del Ejército, Bogotá, Nº 30, octubre, 1967.


19. José Joaquín Matallana, Paz o guerra, Bogotá, 1984.
20. Revista de las Fuerzas Armadas, Bogotá, Nº 58, noviembre y diciembre, 1969.

310
En su memoria de 1969 el ministro Ayerbe Chaux enumera las zonas subversivas:
Caquetá, Nevado del Huila, Magdalena Medio, Alto Sinú, Bajo Cauca y se queja de
la "indiferencia de la población campesina", de su "complacencia o temor a las repre-
salias de los bandoleros" que se diversifican si se toma en cuenta el surgimiento, en las
dos últimas regiones nombradas, del EPL al lado de los ya tradicionales FARC y ELN.
Se sigue, en menos dosis, denunciando a la subversión en la Revista del Ejército,
pero con base en artículos extranjeros, de un coronel portugués, del lnternational
Documentation and lnformation Center (sobre los tupamaros), etc.
En 1969 también, el coronel Landazábal publica un nuevo libro, Estrategia de la
subversión y su desarrollo en América Latina. Para él, la guerrilla es
el grito de angustia de un pueblo que pide reivindicaciones sociales como la furia de una agrupa~
ción política desesperada que exige cambios fundamentales en la conducción de los pueblos,
como la expresión sublimada de la presencia del hambre de los desposeídos que se sienten con
derecho al mendrugo de pan para sus hijos ... Por ello, la solución del problema guerrillero no es, no
será jamás, las formaciones armadas.
Al empezar la década de los setenta, con el mandato difícilmente adquirido de
Misael Pastrana Barrero, el ejército minimiza los problemas de orden interno y se
vuelca, bajo el mando del ministro, general Currea Cubides, "hacia la adecuación y
modernización que simbolizarán las compras de 16 aviones Mirage V para la FAC y de
dos submarinos para la Armada, la reestructuración de los institutos docentes del
Ejército, la revisión de las principales normas: leyes, reglamento, códigos. La explica-
ción de esta actitud puede encontrarse en la creciente tensión que se presenta con
Venezuela. No faltó quien pensó que el Presidente manipuló el problema para volver
las Fuerzas Armadas hacia la frontera, con una perspectiva de conflicto convencional.
A fines de 1970 el ministro debe responder a una "campafia difamatoria en el recinto
del Senado" promovida por el controvertido José Ignacio Vives Echeverría, del Magdale-
na. Lo hace en presencia de 16 generales y 3 7 oficiales superiores, todos de uniforme.
El esfuerzo de modernización en todas sus actividades, la gran obra del general
Currea Cubides, del general Abraham Varón Valencia, comandante de las Fuerzas
Militares, está en el primer plano de la actividad de los militares. Lo muestra muy bien
un artículo del teniente coronel José María Arbeláez Caballero21 : "La movilización
industrial: un aspecto de la movilización militar" que se inscribe en una línea
desarrollista.
A fines del afio el ministro explica su concepto de la subversión ante el Senado
para responder a una interpelación del senador analista Manuel Bayona Carrascal:
La definición de subversión que tenemos en los institutos de formación de oficiales y que personal~
mente defiendo es la de una definida actitud de desconocimiento de las autoridades legítima-
mente constituidas, con amenazas de ordenjurídico, con.atropello a los derechos ciudadanos, y
con incitación a la violencia y a la alteración del orden público ... uri.a negativa a obedecer la ley.
Esta actitud del Ejército se traduce en las diversas revistas que edita, por la pre-
sencia de numerosos artículos históricos, más del 50% del contenido de ellas: home-

21. Revista de las Fuerzas Armadas, Bogotá, Nº 63, enero~febrero~marzo, 1971.

311
najes a la victoria de Carabobo, al Congreso de Cúcuta, artículos sobre Bolívar,
Napoleón, Hitler, la presencia de secciones jurídicas, económicas, científicas.
La Revista del Ejército multiplica aforismos de Santo Tomás a Clausewitz, pasando
por Cervantes y La Rochefoucauld.
Está claro que la mayor o menor densidad de tal o cual tipo de textos o en ellos, de
tal o cual orientación, no refleja forzosamente un pensamiento generalizado en las
Fuerzas Armadas pero sí da una indicación valedera sobre el pensamiento dominante
en el momento, sobre todo por voluntad del alto mando cuando se tiene en cuenta
correctamente el carácter jerarquizado de dichas fuerzas. Queda pendiente el proble-
ma de los que no escriben -sean cuales sean sus razones- pero sí tienen una visión más
o menos clara de la violencia en Colombia. El que haya tenido oportunidad de hablar
con tal o cual oficial en aquellos años tiene conciencia de ello.
También debe observarse que nos atenemos al análisis de la violencia que hace el
Ejército y no a su constante combate contra la violencia. No hay una relación directa y
simple entre el análisis y la frecuencia, la amplitud y las características de las operacio-
nes militares de orden público cuya duración marcaron profundamente la mente de los
núlitares de Colombia.

6. lHacia el Ejército de la Seguridad Nacional?


A comienzos de 1972 aparece por primera vez en Colombia, bajo la pluma del
Brigadier General Hernando Castro Ortega, un artículo sobre la "Doctrina de seguri-
dad continental", esbozo de lo que va a ser en el futuro la doctrina de seguridad
nacional, hasta ahora ausente de los escritos. Es una aparición tardía si nos referimos
a otros países del subcontinente22 •
En el número siguiente de la misma revista, el coronel Gabriel Puyana propondrá
como tarea "el desafio multidimensional de nuestro desarrollo económico y social" y ofre-
cerá como ejemplo de una lucha para una "sociedad más justa'' la de Rafael Uribe Uribe.
En el número 71 (enero-febrero-marzo, 1973) de la misma revista el teniente coro-
nel Valentín Jiménez presenta en un artículo lo que él llama "la disuasión popular". Para
él se trata de "la expresión de la voluntad de defensa de una nación a través de una
serie de hechos y realizaciones de carácter civil y militar que producen en el enemigo
potencial la certeza que cualquier agresión, del tipo que ella sea, cualquier invasión
limitada o total, será rechazada, que el país empleará a fondo", y da como ejemplos de
esta disuasión popular frente a un enemigo claramente externo: China, Suiza, Vietnam
del Norte, Yugoslavia y la Unión Soviética.
Paralelamente se reproduce de la Revista del Colegio Interamericano de Defensa el
texto de una conferencia pronunciada en septiembre de 1971, por el oficial ecuatoriano
Alfonso Littuma "Seguridad y defensa nacionales y colectivas". Los manuales del coro-
nel Littuma serán libros de cabecera de muchos oficiales latinoamericanos e introdu-
cen, tras haber rechazado el concepto de defensa nacional, el de seguridad nacional
"más amplio y dinámico", para lo cual cita a Mac Namara y al brasileño Castelo Branco.
No hay que olvidar que, en febrero de 1972, el general José Joaquín Matallana, direc-
tor de la defensa civil, recibió, entregada por Jorge Villamil, una carta de Manuel Marulanda

22. Revista de las Fuerzas Armadas, Bogotá, Nº 68, abril-mayo-junio, 1972.

312
Vélez en la que éste le proponía23 "Entrar en un diálogo franco con el gobierno con miras
a la pacificación y al reintegro a la vida civil". Este esfuerzo, que será seguido por otros,
parecía demostrar que hace más de diez años ya la paz habría sido posible.
El general Matallana seguido, en febrero de 1973, por el general Puyana será
director de la Escuela General de Cadetes. Pero estas actitudes relativamente abier-
tas dentro del ambiente militar están a contracorriente de la tendencia nueva. A
fines de 1972, los diez coroneles que hacen en la Escuela Superior de Guerra el curso
de ascenso ya estudian la doctrina de seguridad nacional en manuales extranjeros y la
Revista de las Fuerzas Armadas publica un artículo de un oficial de la Armada Argen-
tina: ,"La actividad informativa como medio democrático de contrarrestar la acción
comunista" donde lo "democrático" es simplemente un término de conveniencia.
En el número 49-50 de Revista del Ejército el Brigadier General Landazábal publica
un análisis: "El estado actual de la subversión". Evoluciona su pensamiento anterior a
la luz de esta constatación que hace el nuevo general: "No es sólo el aspecto subver-
sivo de la ya tradicional doctrina marxista el que se palpa en el campo social de las
naciones; es también el instinto natural de los pueblos hacia su propia perfección''.
A fines de 1973 y comienzos de 1974 se produce el cerco y la destrucción del núcleo
principal del ELN en Anorí (Antioquia). El éxito militar que se atribuye al teniente
coronel Jorge Arbeláez Vallejo crea una cierta dificultad dentro de la oficialidad. El
general Valencia Tovar la atribuye al hecho de que la responsabilidad de la acción la
tuvo la V Brigada mientras que sus beneficios fueron para la IV Brigada (Medellín}.
Mientras tanto, en las publicaciones militares se multiplican las referencias -por
lo común extranjeras- a la seguridad nacional; esto se ve en un artículo, "Generalida-
des sobre las Fuerzas Militares" del coronel en retiro Ramón Ordóñez; la bibliografía
citada es: Mindefensa, "Hacia una conciencia marítima"; James D. Atkinson, "Políti-
ca de la subversión: el frente comunista y la lucha política"; coronel Antonio Díaz
Carmena (de la guardia civil española}, "Bandolerismo contemporáneo"; general Al-
berto Marino (argentino}, "Estrategia Clausewitz y Mao Tse Tung, la guerta subversi-
va y revolucionaria"; Russel W. Ramsey, "La revolución campesina 1950-1954".
En los números siguientes (76 y 78) de la Revista de las Fuerzas Armadas el mismo
oficial prosigue su exposición de la doctrina que define de la siguiente manera: "Es la
situación en la cual los intereses vitales de la Nación de hallan a cubierto de
interferencias y perturbaciones sustanciales".
A partir de esta definición expone qué son los conceptos de política, nación y Estado.
En la misma revista el teniente coronel Luis Enrique Rodríguez Botiva, define al ene-
migo como "el sistema totalitario comunista" lo que parece traemos diez años atrás, pero
introduce un nuevo elemento: "El peligro no obstante subsiste en forma diferente, es más
sutil, está encubierto por las actividades políticas legales e ilegales de grupos minoritatios
y extremistas" y propone la creación de una fuerza militar interamericana, permanente.
La Revista del Ejército no se queda a la zaga; en su número 51 de 1974, -práctica-
mente se vuelve anual la revista-, se reproduce un artículo del coronel uruguayo
Sergio L. D'Oliveira: "Uruguay y el mito de los Tupamaros". Hay que recordar que
para esta fecha ya se han apoderado del poder los militares de ese país, precisamente
con el pretexto de derrotar a los T upamaros.

23. José Joaquín Matallana, op, cit., p. 215.

313
Esta reactivación de la lucha contra la subversión, que se produce al final del
mandato de Misael Pastrana, antes que el general Currea Cubides ceda el Ministerio
al general Varón Valencia, no se parece a la anterior. Se puede mencionar el hecho de
que la candidatura, previsiblemente triunfante, de Alfonso López Michelsen para las
elecciones de 1974 suscitaba aprehensiones dentro de las fuerzas armadas que lo veían
poco menos que como un peligro extremista. De ahí su prudencia en respetar el esca-
lafón para nombrar su ministro de Defensa.
Las teorías de la guerra revolucionaria inspiradas de China y Vietnam, dentro de las
que se inscribe la Acción Cívico Militar, no tenían una dimensión totalitaria ni implica-
ban una conducción militar del Estado. La doctrina de seguridad nacional, según los
textos que se leen en Colombia -diferentes de los otros países, Perú o Venezuela por
ejemplo- sí tienen esta dimensión. A parte de que, muy a menudo, los textos son un
verdadero galimatías, buscan y encuentran el enemigo por todas partes; en las acciones
subversivas, claro está, pero también y tal vez sobre todo, en la actuación legal de
extremistas declarados o disimulados aun cuando sea con el hábito eclesiástico.
En esta guerra se ponen en servicio Unidades de Acción Sicológica, que no son
un simple desarrollo de la antigua Acción Cívico Militar sino que rienen un campo de
actividad mucho más amplio: propaganda negra, acciones especiales ...
La creación de la Universidad Militar participa de esta actuación nueva ("no
habrá huelgas", "el profesor será un individuo respetable en su tarima y el alumno un
individuo respetuoso en su banco", "no nos dejaremos desorientar por el embeleco de
la cátedra libre") que tiende a transformar los profesores en chivos expiatorios.
En estas condiciones aparece un poco a contra corriente el nuevo libro del Brigadier
General Fernando Landazábal Reyes, Factores de violencia, que aparece en febrero de
1975 con prefacio de Jorge Eliécer Ruiz. Si en el libro aparece el concepto de seguridad
nacional "garantía de la consecución de los objetivos nacionales" se la relaciona con la
soberanía nacional y los ejemplos aducidos son los de México, Perú y Brasil. El general
insiste sobre la ausencia de nacionalismo en Suramérica como uno de los factores de las
dificultades. Y escribe (p.112): "La subversión es la última razón de los pueblos en su
permanente lucha por su liberación social, política y económica, cuando existen condi-
ciones objetivas y subjetivas que los condenan a la esclavitud o el despotismo".
Pero considera que no existen esas condiciones extremas en el subcontinente. Con
pasión nacionalista evidente llega a formular la siguiente propuesta (p.112): "Diríase
que, para América del Sur, ha pasado le era de la guerrilla como elemento sustancial de
la revolución socialista".
Dentro de la literatura militar en general Landazábal parece algo aislado pues los
textos oficiales son muy diferentes. La Escuela Superior de Guerra, publica en el número
83 (agosto, 1976) de la Revista de las Fuerzas Armadas: "Consideraciones generales sobre
la docrrina de seguridad nacional", que busca ser el esbozo de un manual colombiano
que nunca existirá; un segundo proyecto en 1980 será también dejado de lado.
El texto de 1976 define la guerra moderna no sólo como militar sino también como
ideológica, política, económica, social, técnica y científica. "El desarrollo y la seguri-
dad son los pilares del bienestar nacional; existe entre el uno y el otro un muy alto
grado de independencia". ·
En la misma fecha el número 55 de la Revista del Ejército publica su editorial sobre
"Las fuerzas militares y la seguridad nacional". El mayor Raúl H. Mora Bohórquez

314
estudiando "El terrorismo como arma sicológica" propone una nueva interpretación
de desarrollos entonces insospechados de la psicología: "Hay que combatir al terroris-
ta con sus mismas tácticas".
Hay que recordar que unos meses antes, en septiembre de 1975, había sido asesi-
nado el general Rincón Quiñones, acontecimiento que estremeció a las Fuerzas Ar-
madas, aun cuando había sido precedido, cinco años antes, por un atentado contra el
general Valencia Tovar.
Este desarrollo innovador de la psicología se inspira en manuales y prácticas mili-
tares del cono sur; se produce precisamente cuando el Presidente Alfonso López busca
negociar con las guerrillas para restablecer la paz. Sus comisionados Jaime Castro y
Álvaro Escallón Villa están en buen camino para conseguir un arreglo cuando se
rompen los contactos. El general Valencia Tovar, entonces comandante del Ejército,
culpa de este fracaso a los negociadores civiles pero consideraba como inoportuna una
tregua en un momento en que, según él, los guerrilleros estaban al borde de la derro-
ta. Queqa mucho por esclarecer para los historiadores sobre estas tentativas de devol-
ver la paz. /Será por esto que, en 1976, el presidente López destituye al,general Valen-
cia Tovar o será, como lo insinúa J. J. Matallana "por inspiración de los altos mandos
que no gustaban del general Valencia Tovar" y aseguraron de esta forma la llegada en
su reemplazo del general Luis Carlos Camacho Leyva?
En este periodo las caídas del general Puyana, del coronel Valentín Jiménez, del propio
general Matallana, evidencian grietas en la institución militar que no se explican simple-
mente por rivalidades personales sino que también traducen la existencia de varias alter-
nativas. A comienzos de 197724 , el coronel Alberto González Herrera publica un estudio
"El desarrollo de la subversión en Colombia" para lo cual arranca del 9 de Abril del que
dice que "muchos autores responsabilizan de los acontecimientos del mes de abril a los
comunistas" para luego revisar el estado de la subversión. A propósito de las FARC:
El movimiento cuenta con un total aproximado de 500 hombres con armamento menor, y sin una
dirección político~militar capaz de encauzarlo hacia verdaderos objetivos nacionales. Se trata, pues, de
un movimiento formado por población campesina e ignorante que está siendo manejado por los comu-
nistas de la ciudad. A diferencia de las FARC, el ELN estaba integrado por campesinos, estudiantes y
profesionales con una red urbana muy bien organizada y con un apoyo económico de Cuba.
Por lo común se nota enlos documentos militares una buena información a menu-
do capturada a la guerrilla, a su red de apoyo o a los enlaces, pero también parece
haber una pobre explotación de esa información por lo menos al nivel que interesa al
historiador. También hay disparidades en la evaluación de la guerrilla, sus orígenes, su
conformación y su desarrollo.
El editorial de la misma revista (Nº 88, enero-abril, 1978) "Hacia un objetivo
nacional" evidencia estas diferencias de evaluación al apuntar hacia otras causas:
La violencia se generó en el sectarismo político y se alimento con incitaciones apasionadas, que
encontraron en las desprevenidas masas urbanas y campesinas, ambiente propicio para desarrollar
el fenómeno( ...). A la génesis de la violencia se vienen sumando otras circunstancias económico,
sociales, como producto de la acción u omisión de los distintos estamentos de nuestra sociedad,
hasta crear una indolencia general frente a los hechos delictivos.

24. Rev~ta de las Fuerzas Armadas, Bogotá, Nº 85, abril, 1977.

315
La petición de los generales de la capital encabezados por el general Camacho Leyva
a fines de 1977, petición presentada solemnemente al presidente López (y rechazada por
él) marca una mayor intromisión del Ejército en la política nacional que el ex canciller
Vásquez Carrizosa dio en llamar un proceso de uruguayización. No es de extrañar que,
al poco tiempo de asumir la Presidencia Julio César Turbay Ayala, la editorial de la
Revista del Ejército (NQ 63, octubre-noviembre-diciembre, 1978) se felicita por la
promulgación del Estatuto de Seguridad que parece responder a esta petición.
En el siguiente número el coronel Rafael Padilla Vergara estudia "El desarrollo de
la guerrilla urbana" tomando como ejemplo el París de 1968 considerado como un
levantamiento, con terroristas, zonas dominadas y protegidas con barricadas.
El E-2 (inteligencia) del Ejército propone" "Técnicas para la elaboración de un
plan de búsquedas" para lo cual formula la hipótesis de un paro nacional: búsqueda de
agremiaciones participantes, líderes, fechas, reuniones preliminares.
El concepto de la guerra en Colombia ha cambiado, es total: urbana, rural; sus
aspectos militares sólo son parte de ella, el enemigo no siempre es el mismo; para el
Mayor Eduardo Arévalo Castañeda26 , que estudia la batalla de la información, el PCC
"dirigido desde el exterior ha tomado· al Ejército como uno de los objetivos de sus
ataques y no para mientes en las formas de conducirlos sean estas legales, ilegales,
censurables, tramposas o criminales; no descarta para ello ni lo innoble, ni la calum-
nia, ni el empleo de una organización armada al margen de la ley".
Insiste el mayor sobre la ofensiva comunista en el sector de la información y en las
instituciones de carácter humanitario y propone la creación de un tele noticiero mili-
tar, de una radiodifusora militar.
En el número siguiente Oulio-agosto-septiembre) de la misma revista el general
José Gonzalo Forero Delgadillo caracteriza la época actual de crisis por "el interés del
comunismo por imponer su dominio en Latinoamérica sin ahorrar esfuerzos para esti-
mular todo tipo de situaciones difíciles y promover acciones violentas".
El comandante del Ejército, mayor general Fernando Landazábal escribe un edi-
torial'': "La eficacia de un Ejército":
La subversión subsiste con mayor vigor que ayer y con el alma de soldados patriotas y leales,
sufrimos el vago presentimiento de peores días, convencidos como estamos de que el Ejército
puede derrotar militarmente a la guerrilla pero convencidos también de que aún con esa circuns~
tanda favorable, la subversión seguirá mientras no se modifique en el campo social, político y
económico las condiciones objetivas y subjetivas que a diario resquebrajan la conformidad.
En este texto estamos lejos de la seguridad expresada en 1975 por el mismo oficial
de que el final de las subversiones estaba próximo. No olvidemos que cuando escribe
el general Landazábal en 1981, el Ejército está traumatizado por la operación del M-
19 sobre el Cantón Norte, en Bogotá, que lo enfureció, y por el desembarco en la costa
de Nariño de un contingente del mismo movimiento, rápidamente derrotado.
Pero la reflexión de las fuerzas armadas no sólo no es simple, unificada, lo que es
apenas normal teniendo en cuenta la multiplicidad de experiencias, sino que se pro-

25. Revista del Ejército, Bogotá, N2 65, abriHunio, 1979.


26. !bid., Nº 67, abril-junio, 1980.
27. Ibid., Nº 69, enero~febrero~marzo, 1981.

316
fundiza. Hay quien, sin hacer preguntas, se opone al guerrillero que tiene al frente y
lo hostiliza; hay partidarios de una guerra contra el comunismo (término genérico
que, para ellos, cobija las diferentes modalidades de la guerrilla) proponiendo actuar
sobre su cara visible: PC, clero progresista, universitarios, sindicalistas y otros cómpli-
ces entre los cuales no cabe olvidar la prensa y para ello piden medidas de excepción;
no faltan quienes, al considerar la guerrilla como una guerra sucia, no dudan en
preconizar una respuesta por los mismos medios "no clásicos"; existen quienes -y pue;
den ser duros en el combate, esto no tiene que ver-, insisten sobre la imposibilidad de
la sola acción militar para derrotar a la guerrilla y piden que se tomen en cuenta sus
causas internas: desde la injusticia social y la estructura económica hasta la corrup-
ción de sus gobernantes.
Por lo general la inteligencia militar ha progresado mucho y sorprende averiguar
la calidad de su información: no hay conferencia de las FARC cuyo desarrollo no co-
nozca en sus detalles, es capaz de armar sofisticadas operaciones de la llamada propa-
ganda negra "que agudicen las posiciones antagonistas enrre elementos de las FARC,
ELN, EPL que operan en el campo con el fin de producir enfrentamientos directos entre
ellos y facilitar su destrucción". Todavía, y el libro citado del general Matallana es la
última prueba de ello, se interroga sobre la verdadera naturaleza del M-19. En estos
momentos cumbres del mandato de Julio César Turbay, el Ejército no concibe la posi-
bilidad de la Paz.
En 1980 aparece una señal de una reflexión nueva28 • El mayor José Alirio Panesso
Chica "Meditando sobre nuestro devenir histórico" se interroga: "Hace años que su
Ejército está organizado con miras a la lucha contra las guerrillas y sus generales
prefieren disponer de helicópteros y aerotransportes, que cazas de reacción y tanques
pesados".
Frente a amenazas ya antiguas como en la frontera con Venezuela, o nuevas como
el reclamo de Nicaragua sobre San Andrés y Providencia surge la conciencia de que,
en verdad, Colombia está desarmada. Su Ejército se volcó totalmente hacia el esta-
blecimiento del orden interno y está casi incapacitado para hacer frente a un conflic-
to clásico. Esta reflexión se profundizará después de la guerra de las Malvinas y de la
derrota de Argentina. No olvidemos que de la Argentina ha venido, para los militares
colombianos como para muchos otros del subcontinente, toda la elaboración teórica
sobre la guerra revolucionaria, la guerra sicológica.
De allí todo un esfuerzo para volver el Ejército a la frontera, dotarlo de nuevos
medios, para potenciar a la Armada con corbetas y aeronaval, esfuerzo que necesita
una elaboración teórica que conduce a la creación de unidades de combate conven-
cionales como son las divisiones.
Para algunos ino parecerá desde entonces como anacrónica y peligrosa para la
unidad nacional, la guerra interna que se libra desde tantos años? iNo será preferible
encontrarle una solución que respete la dignidad del Ejército que tiene una alta
conciencia de que ha cumplido con su deber? Pero, si esta guerra es simple manipula-
ción desde afuera, ies posible una verdadera paz?, y iqué son las medidas de tipo
social, económico que deben asegurar la tranquilidad en el campo?

28. lbíd., Nº 68, julio;agosto;septiembre, 1980.

317
En este largo viajar dentro del pensamiento militar frente a la violencia que abar-
ca a Colombia se pueden observar unas oscilaciones grandes en el análisis del proble-
ma. Se pasa de una fraseología tradicional: el bien y el mal, a la concretización de un
enemigo que en su construcción teórica es algo hipotético: el comunismo. Difícil de
construir como algo unificado cuando, y el Ejército lo sabe bien, se trata de grupos con
grandes enfrentamientos ideológicos y no siempre exentos de contradicciones inter-
nas, susceptibles de evoluciones.
Este enemigo está situado como fuera del país; la violencia procede de una voluntad
externa (de allí que siempre se busquen los instigadores extranjeros, sean tupamaros,
OLP, Banda Baader o, más recientemente ETA).
Pero la batalla se libra en los campos. En estos largos años de lucha que hoy día
cubren toda la carrera militar de un general de la república desde que egresó de la
Escuela de Cadetes, el Ejército ha visto la mayor parte de sus efectivos repartidos por
los sectores más apartados, más desconocidos de la geografía nacional. Conviviendo
con sus soldados, de origen campesino las más de las veces, el oficial se compenetra de
una realidad que no lo satisface: las causas objetivas de la violencia. Empieza por
formular peticiones de reforma o de actuación al poder político, no encuentra res-
puesta, sus medios no le permiten una actuación directa. Su actitud oscila entre la
rabia frente a una clase política que le parece despreciar al país (y al propio militar) y
la tentación de extralimitarse para, él mismo, intervenir para aplicar los remedios que
cree apropiados.
En la disparidad de criterios que se encuentran entre los militares que analizan la
violencia se traduce esta oscilación: destruir al enemigo y para ello, frente a su fracaso
o su permanente renacer, atacarlo al corazón, si hace falta en sus escondites legales, o
bien combatir al enemigo pero para ello suprimir las bases objetivas de su existencia, o
bien combatir al enemigo, pero reconocer, actitud diferente, que existen justificativos
en la actuación de la guerrilla, sean de orden local, rural o de la esfera política.
Oscilación, pues, por naturaleza, que el Ejército no puede definir de una vez por
todas. Último componente de la actitud del Ejército: en todos estos años está en
guerra y es una de las reglas del pensamiento militar clásico que primero se dispara y
después se reflexiona. Es verdad que poco a poco hay quien propone invertir los térmi-
nos de la propuesta. Pero el Ejército pone los muertos, se siente agredido, en primera
línea, y lo es; a veces se siente ultrajado por el enemigo, lo que le enfurece: por los que
protege, lo que más lo afecta. La evolución del Ejército, de su pensamiento, tampoco
se puede referir sin tener en cuenta el pensamiento de sus enemigos sobre el Ejército,
en forma bien concreta o, de una manera más general sobre la Patria y la Defensa
Nacional. Es confesar que frente a este repaso de lo que piensa el Ejército colombiano
frente a la violencia, se hace indispensable un repaso de la visión que tienen sus
enemigos del Ejército colombiano. /Existen posibles coincidencias de lo que debería
ser Colombia, su campo?, iexisten posibles coincidencias sobre lo que es la Patria?, o
iestamos en la infernal dialéctica de "te destruyo o tú me destruyes"? De la respuesta
a estas preguntas depende seguramente la paz en Colombia.

318
IV
Conflicto armado y crisis política
del Frente Nacional a los años 90
La insurgencia armada: raíces y perspectivas•

Eduardo Pizarro Leongómez"

Introducción
La guerrilla colombiana tiene una particularidad con respecto al resto de América
Latina: la emergencia temprana de este actor político, con amplia antelación a la
revolución cubana. A fines de 1949 nacen los primeros núcleos de autodefensa cam-
pesina y de guerrilla móvil, con motivo de enfrentar la violencia oficial. Si bien duran-
te los primeros años de la década de los cincuenta hubo un claro predominio de las
guerrillas liberales, en el sur del Tolima y en la región del Sumapaz se presentaron
algunos reductos comunistas que tuvieron una importante actividad e influencia.
Estos núcleos se desmovilizaron transitoriamente durante la pacificación del gobierno
de Rojas Finilla en 1953, para reactivarse tras la ocupación militar de Villarrica (Tolima) ·
en 1955, donde se había refugiado una parte de los antiguos insurgentes comunistas.
En esta nueva etapa de la historia guerrillera colombiana, con claro predominio co-
munista, se impulsaron grupos guerrilleros en tres regiones: Riochiquito, en el depar-
tamento del Huila, sur del Tolima y región del Sumapaz, en la frontera entre el Tolima
y Cundinamarca.
Esta tradición es significativa puesto que, si bien en algunos casos se había presentado
la utilización de la violencia por parte de la izquierda continental, ésta no se había dado en
términos de acción guerrillera. Eran intentos insurreccionales calcados de la experiencia
soviética (Colombia 1928, El Salvador 1932, Bolivia 1952), o componendas con sectores
rrúlitares para impulsar putsh de contenido revolucionario (Brasil 1935, Guatemala 1944,
Venezuela 1945) 1 liberación nacional que sacuden al mundo en la segunda postguerra, en
especial en Asia y África. Por ello el caso de Colombia es notable. En buena medida, la
consolidación de núcleos guerrilleros en el país va a estar determinada por la experiencia
temprana de esta modalidad de acción política. La revolución cubana, que difunde el
rrúto guerrillero a lo largo del continente, encontró en Colombia un terreno abonado para
su germinación. Regiones y núcleos sociales habituados a esta tradición de lucha acogie-
ron en su seno la constitución de focos insurreccionales desde 1962.
Para comprender la actitud del movimiento insurgente en la Colombia de hoy, que
desarrollaremos en la tercera parte de nuestro ensayo, es indispensable hacer algunas preci-
siones previas de orden histórico y analítico. Tal será el objeto de las dos primeras parres.

* Este artículo fue publicado inicialmente en Francisco Leal B. y León Zamosc (editores) Al filo de
caos, Bogotá, Tercer Mundo/Iepri, Universidad Nacional, 1990.
** Sociólogo. Autor de Las FARC, 1949~ 1966; coautor de Colombia: violencia Ydemocracia y Pacificar
la paz. Director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional.
1. Manuel Caballero, 11 Una falsa frontera entre la reforma y la revolución. La lucha armada en
Latinoamérica", en Nueva Sociedad, N2 89, Caracas, mayo.junio, 1987. Paradójicamente las acciones de tipo
guerrillero, más que una tradición de la izquierda marxista, habían sido un patrimonio de sectores democráticos
antidictatoriales o nacionalistas (Augusto César Sandino, José Figueres).

321
La periodización que proponemos parte de una confirmación indispensable para la
exacta comprensión del movimiento insurgente colombiano actual: de una parte, el
hecho de que todo grupo alzado en armas tiene una historia. No necesariamente el
Ejército de Liberación Nacional (ELN) actual es similar al ELN de sus orígenes. Es un
actor que ha sufrido una transformación radical aunque el mito originario que le dio
vida todavía desempeñe un papel en la forma de aprehender su proyecto político. Y
por otra parte, no son similares los grupos guerrilleros de la primera generación, naci-
da al calor de la revolución cubana, a los grupos insurgentes de la segunda generación
impactados más por la revolución nicaragüense.
Para explicar este proceso, utilizaremos la siguiente periodización del movimiento
guerrillero posterior a la revolución cubana:
1962-1973: etapa de emergencia y consolidación.
1973-1980: etapa de crisis y división.
1980-1989: etapa de recomposición y auge 2 •
A partir de este último año se inicia, a nuestro modo de ver, un nuévo periodo -
que se halla en curso-- de reincorporación selectiva de algunos grupos y de reflujo
global del resto del movimiento insurgente que persista en esa práctica.

Etapa de emergencia y consolidación


En los años sesenta, el tema central del debate intelectual y político en América
del Sur es la revolución. La situación de la región, caracterizada por un estancamien-
to económico en el marco de una estructura social tradicional y, por otra parte, por
una creciente movilización popular, es interpretada como un estado prerrevolucionario,
contrastando los cambios rápidos y radicales de la revolución cubana con los obstácu-
los que encuentra la modernización desartollista, se confirma la inviabilidad del mo-
delo capitalista del desarrollo en América Latina y, en consecuencia, la "necesidad
histórica" de una ruptura revolucionaria. La revolución aparece no sólo como una
estrategia necesaria frente a un dramático "desarrollo del subdesarrollo" (André Gunder
Frank) sino también como una respuesta respaldada por la teoría social. El debate
intelectual gira en torno a las "situaciones de dependencia", sea en una interpreta-
ción histórico-cultural del imperialismo y de las constelaciones sociopolíticas en los
diversos países (Cardoso, Faletto), sea una versión más doctrinaria que plantea "so-
cialismo o fascismo" como la alternativa de las sociedades latinoamericanas3•
A pesar de la diversidad continental, no sólo en términos de desarrollo económico
sino en cuanto a los procesos políticos (mientras unos países soportaban dictaduras mili-
tares, otros vivían experiencias democráticas, incluso inéditas, como Venezuela), se
lanzó una teoría común para el conjunto del continente. La suposición de la cual se
partía era clara: América Latina se hallaba en una "zona de tempestades", dado que la
2. Siendo la guerrilla en Colombia un fenómeno que antecedió a la revolución cubana, Gilberto Vieira
ha propuesto una periodización global en tres etapas: 1) el periodo de predominio de la guerrilla liberal (1949;
1953); 2) el periodo de predominio de la guerrilla comunista (1955-1958); 3) la emergencia de los grupos
guerrilleros de diversos signos tras la revolución cubana (1962; 1989). En esta última etapa se sitúan los tres
subperiodos que señalamos (nacimiento, crisis, auge); cf. Gilberto Vieira, Combinación de todas las formas de
lucha (Entrevista con Marta Harnecker, Bogotá, Sudamérica, 1989.
3. Norbert Lechner, Los patios interiores de la democracia, Santiago de Chile, Flacso, 1988.

322
situación general terúa ya un carácter prerrevolucionario. El foco insurrecciona! era el
detonante final. En otras palabras, se partía del presupuesto de la existencia de una
crisis de legitimidad del proyecto político de las oligarquías conrinentales, mas no de
una crisis de dominación. Resuelto de antemano el problema político (ausencia de legi-
timidad estatal), faltaba resolver la cuestión militar y de ahí la impostergable necesidad
de crear el aparato militar capaz de enfrentar el aparato adversario. La invitación acrítica
a imitar el ejemplo cubano sin analizar su especificidad, constituyó uno de los factores
centrales del fracaso de los grupos insurgentes que nacieron en los años sesenta4 •
Dos obras, de amplia difusión continental, habrán de influir decisivamente en esta
orientación: por una parte, el conocido texto de Ernesto "Che" Guevara, L:t guerra de
guerrillas y, por otra, la obra de Regis Debray, El castrismo: la larga marcha de América Latina.
En la obra de Ernesto Guevara está claramente limitado el tono voluntarista, la
percepción de la inminencia de la revolución continental y la subordinación de todo
el proyecto político a la lógica de la guerra inevitable. Estas serán algunas de las bases
que habrán de animar al conjunto de los grupos foquistas que se extendieron por todo
el continente en este decenio.
Consideramos que tres aportaciones fundamentales hizo la revolución cubana a la
mecánica de los movimientos revolucionarios de América, son ellas:
l. Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el Ejército.
2. No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución;
el foco insurrecciona! puede crearlas.
3. En América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamental-
mente el campo5•
Estas reflexiones de Ernesto Guevara, que él desarrolló más adelante en muchos
otros de sus escritos, fueron tomados por Regis Debray, quien ejerció una influencia
profunda en estos primeros núcleos guerrilleros. Es, sin duda, en el trabajo mencionado
donde se encuentran mejor delineadas las principales tesis que hará circular en el con-
tinente. En este texto Debray busca, por una parte, cuestionar las ilusiones existentes en
ciertas capas de la izquierda latinoamericana en el putsh militar revolucionario, así como
las ilusiones pacifistas de los partidos comunistas en la lucha de masas. Esta última
política es calificada despectivamente como una suerte de "mito soreliano a la inversa".
Debray busca demostrar que la teoría del foco insurrecciona! es una versión latinoa-
mericana del partido leninista de revolucionarios profesionales. Es decir, que "el casttismo"
representa una línea de continuidad doctrinaria en el marxismo. La inversión doctrinaria,
que busca probar continuidades aun cuando el sentido original de una tesis se halla
vaciado en su real contenido, será típica en este periodo. La mutación puede llevar
incluso a convertirse en su polo opuesto. Este es el caso del leninismo invertido, que
transfigura al partido tal como Lenin lo concebía, en el "foco insurrecciona!":
A la problemática"leninista, el-castrismo responde en términos más o menos semejantes a aquellos
de Lenin en 1902, precisamente en el ¿Qué hacer? En un régimen ''autocrático", sólo una organi~
zación minoritaria de "revolucionarios profesionales" ( ... ) puede desencadenar la lucha revolu~

4. Un ejemplo típico de esta postura se halla en el artículo de Ernesto Guevara titulado "Cuba:
lexcepciónhistóricaovanguardiaenlalucha anticolonialista?", en Obras 1957~1967, t. u, La Habana, Casa de
las Américas.
5. Ernesto Guevara, "La guerra de guerrillas", en Obras 1957-1967, t. I, La Habana, p. 31.

323
cionaria de masas. En términos castristas: es la teoría del foco, del foco insurrecciona!, cuyas
condiciones fueron expuestas por el "Che" Guevara en La guerra de guerrillas 6•
En esta obra Debray considera a los estudiantes y a la clase obrera como la vanguar-
dia de la revolución, como la fuerza dirigente de la revolución campesina. Esta tesis será
retomada en la Segunda Declaración de la Habana. Debray se opone a las direcciones
políticas que pretenden "comandar sus tropas por telegrama", es decir, se muestra parti-
dario de una fusión de la dirección política y militar en un mismo cuerpo.
Tal como lo han mostrado algunos analistas, a la inversión doctrinaria (partido/foco)
sigue una inversión en la acción: la lógica de la guerra entra a suplantar a la lógica de la
política. Las tesis centrales de Debray son, en apretada síntesis, las siguientes:
l. El reclutamiento, el entrenamiento militar, la preparación política del ptimer nú-
cleo de combatientes (entre unos 20 y 60) deben ser severos.
2. La lucha armada comprendida como un arte, en el doble sentido de técnica y de
invención, sólo es significativa en el cuadro de una política concebida como ciencia.
La lucha armada para quién, cuándo, dónde, con qué programa y con cuáles alianzas.
3. La presencia de un partido de vanguardia no es, sin embargo, una condición pre-
via absoluta para el desencadenamiento de la lucha armada.
4. La organización político-militar no puede ser diferida. Es indispensable desatarla
de inmediato, no dejándola condicionada a la dinámica de la lucha.
5. En la América subdesarrollada, con predominio rural, no se puede propagar de
manera durable la ideología revolucionaria entre las masas, más que a partir de un
foco insurrecciona!.
6. La necesaria subordinación de una lucha armada a una dirección política central
no debe provocar la separación del aparato político del aparato militar.
7. La lucha armada revolucionaria sólo es realizable en el campo. En la ciudad ésta
se degrada.
8. Es un falso dilema plantear como polos opuestos la revolución democrático-bur-
guesa y la revolución socialista. Ambos procesos se confunden.
Aunque las tácticas guerrilleras implementadas en América Latina tuvieron desde
sus inicios diversas variantes (la táctica del foco insurrecciona!, la táctica de la guerra
popular prolongada y la táctica insurreccionalista), de hecho, predominó en forma abru-
madora la concepción foquista 7 • En esta última perspectiva, con autonomía de la volun-
tad de sus agentes, es inmanente la independencia de la acción militar con respecto a
las relaciones sociales y políticas. Todas las energías se hiperconcentran en la pura ac-
ción, en el ensimismamiento del grupo y en el cerramiento ideológico. Con lo cual se
deriva hacia ideologías absolutas que sobrevaloran la actividad restringidamente mili-
tar. El grupo insurgente se expresa más a partir de principios, que como fuerza social real.

6. Re gis Debray, "Le castrisme: la longue marche de l'Amerique Latinen, en Révolution -daru la révolution?
et autres essais, Paris, Petite Collection Maspero, 1972 1 p. 13.
7. A diferencia de la concepción foquista que busca actuar como el catalizador del descontento popular
a partir de un pequeño núcleo armado rural, la táctica de la guerra popular prolongada favorece una firme
implantación de zonas rurales con el objeto de desarrollar una campaña de desgaste de las fuerzas armadas
oficiales y asfixiar sus centros de poder, es decir, cercar las ciudades a partir del campo. Finalmente, la táctica
insurreccionalista tiene corno teatro esencial los centros urbanos y privilegia la guerrilla urbana y la realización
de audaces acciones de desestabilización del poder.

324
Así, el principio de oposición frente a un adversario social se transforma en un
principio antagónico de destrucción del otro que es percibido como una identidad
total: el Estado, el orden, etc. El enemigo se objetiviza y concretiza8 •
Los núcleos guerrilleros iniciales en Colombia, tanto los que se frustraron como el
Movimiento Obrero Estudiantil Campesino, MOEC, o las Fuerzas Armadas de Liberación,
FAL, como los que lograron consolidarse como el Ejército de Liberación Nacional, ELN, y el
Ejército Popular de Liberación, EPL, nacieron imbuidos de una mentalidad foquista9 . La
única excepción fueron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, debido
a sus hondas raíces societales, en las regiones de tradición comunista. De manera general,
no sólo en la experiencia colombiana sino en la que se desarrolló a lo largo y ancho del
continente, hubo una subestimación de la solidez de los aparatos políticos y militares vi-
gentes y, a la vez, una sobrestimación de las condiciones objetivas y subjetivas para activar
los proyectos insurgentes: una "construcción política de la realidad".
En América del Sur, en los inicios de los años sesenta, faltaban demasiadas condi-
ciones, no sólo para el desencadenamiento de la lucha guerrillera, como para el triun-
fo de la misma. Según Gerard Chaliand, cuyas opiniones hemos utilizado ampliamen-
te en nuestro análisis, los factores que incidieron en forma negativa para la consolida-
ción de los focos insurreccionales en América del Sur fueron los siguientes:
l. En primer término, la ausencia de las condiciones internacionales favorables es
palpable en este periodo. La distensión (o la coexistencia pacífica, en la termino-
logía soviética) se abre paso, y sólo la naciente revolución cubana y la China
continental apoyan los focos insurgentes.
2. Por otra parte, les faltó a los grupos insurgentes una estrategia adecuada para inser-
tarse en su propio ámbito nacional. No poseían un claro conocimiento del terreno
social que esperaban movilizar y tenían gran escasez de cuadros políticos formados.
3. A ello habría que añadir, en cuanto hace tanto a los cubanos como a los responsa-
bles locales de los grupos insurgentes, su testaruda visión de la revolución conti-
nental. El mito de la continentalización de América Latina era similar al de la
nación árabe, en donde al igual que en nuestro continente, la comunidad de
lengua, historia y sustrato cultural enmascara profundas diversidades económicas
y políticas. De otra parte, el continentalismo podía servir para movilizar a un sec-
tor de la intelligentsia, pero era totalmente abstracto para un campesinado de países
que ni siquiera habían alcanzado su propia integración nacional.
4. Un factor decisivo en el fracaso temprano de muchas experiencias insurreccionales
nació de la adecuación de los ejércitos continentales a la guerra de
contrainsurgencia, la llamada "revolución estratégica".
5. Bajo el ángulo de la estrategia política de la guerra revolucionaria, donde los
factores de tiempo y espacio son vitales, es comprobable que la táctica del "foco
insurrecciona!" era la menos adecuada para lograr no sólo una sólida implanta-
ción sino, ante todo, para alcanzar un estudio insurrecciona!.

8. Femando Calderón, "lCuál es la importancia de llamarse Ernesto?", en Crítica y Utopía, N 9 18,


BuenosAires,junio, 1986,p.117.
9. Habría que precisar que el naciente EPL, tras el fracaso temprano de sus primeros balbuceos foquistas,
replantea después su táctica militar y bajo la influencia maoísta busca articular su acción militar en la perspectiva
de la guerra popular prolongada.

325
6. Finalmente, incluso cuando el foco logró implantarse con éxito, se presenta a
continuación una incapacidad política para crear un aparato de masas articulado
a escala del país 10 •
Estos factores, comunes a todos los países de América Latina donde se presentaton
focos insurreccionales en este periodo, tuvieron en el contexto colombiano su propia
dinámica que conduciría a hacer de la guerrilla un fenómeno crónico, un componen-
te más del paisaje político.
En el periodo de la violencia el aplastamiento de las organizaciones campesinas y
sindicales, su desvertebramiento, tuvo un impacto tremendo en el futuro del país: la
ausencia de un polo popular con capacidad para incidir en las decisiones nacionales. A
lo cual debe añadirse el cerramiento del Frente Nacional debido al monopolio bipartidista
y la temprana "militarización" del proyecto de izquierda, que impidieron la gestión de
un polo de izquierda legal y de masas, es decir, un proyecto de oposición revolucionaria
que pudiese disputar a los partidos tradicionales su hegemonía en la sociedad civil.
Estos dos vacíos tuvieron como efecto una sobre-representación patronal (gracias al
cogobierno bipartidismo/gremios) y a una sub-representación popular (debido al débil
movimiento sindical agrario y urbano, y al endeble partidismo de izquierda). Esta
inequidad entre uno y otro sectores en relación con la capacidad de incidir en las
decisiones estatales, que favorecían ineludiblemente al primer sector en detrimento del
segundo, generó rápidamente una acumulación explosiva de demandas políticas y
socioeconómicas. El efecto fue contundente: la total desinstitucionalización del país, ya
que el cerramiento del sistema político y la criminalización de dos vías, del Estado hacia
toda forma de protesta social y de la izquierda hacia el régimen político y sus represen-
tantes, llevaron a que el polo popular se expresara en forma fundamental en las vías
alternas a los canales definidos en los marcos institucionales. La marcha campesina, la
huelga ilegal, el paro cívico y la guerrilla son la resultante de un sistema que cerró los
canales y los espacios para las fuerzas diferentes de las tradicionales y, a la vez, de las
modalidades que asumió la oposición en Colombia.
Una de las tesis de este ensayo es que la ausencia de un polo popular organizado y
acompañado de canales de expresión de sus demandas, conlleva una sustitución/subor-
dinación de éste por parte de aparatos políticos o político-militares, sea mediante la
integración clientelista bipartidista, o mediante una instrumentalización por la lógica
militar de los proyectos insurgentes. Sin duda, la emergencia y consolidación del movi-
miento insurgente contemporáneo en el país se vio favorecida por la debilidad de la
"sociedad civil popular", a causa de la violencia. Por otra parte, es indudable que en la
decisión de activar focos insurgentes en Colombia, como en el resto de América Latina,
influyó la marcada ideologización de los conflictos que atravesaban nuestras sociedades.
Sobre todo de un tipo de ideologización que no permite negociación alguna, ha contribuido desde
la década de los sesenta a aceptar como natural-o inevitable-el uso de la violencia política. Esto
último es válido, sobre todo, en los dos extremos del arco político. La militarización de la política,

10. Gérard Chaliand, Mythes révolutionnaires du tiers monde. Guerrillas et socialismes, Paris, Editions du
Seuil, 1979. El impulso reciente en el país por parte de grupos insurgentes de varios frentes políticos (Unión
Patriótica, A Luchar, Frente Popular), es un reconocimiento tardío de esta necesidad.

326
sea para la transformación radical de la sociedad, o sea para la conservación "a cualquier costo"
del statu quo, es ilustrativa de este respecto 11 •
Ahora bien, en las condiciones de Colombia la guerrilla no podía aspirar a desarrollar
una guerra de liberación nacional, a diferencia de Cuba, en la cual la presencia traumática
de Estados Unidos movilizaba amplios sentimientos nacionalistas 12 • Tampoco podía aspirar
a representar .un factor de resistencia masivamente a la población, como en la Nicaragua
somosista. Es decir, de acuerdo con la perspectiva elaborada por Michel Wieviorka sobre
los niveles potenciales de representación de un grupo arrnado 13 , la guerrilla colombiana
tenía de antemano excluida su posibilidad de representación en los niveles más amplios (3
y 4),, los del ámbito nacional y democrático. De otra parte, dada la extrema debilidad
organizativa del polo popular, éste no era un actor constituido, por lo cual la guerrilla sólo
lograba representar, en cuanto hace el nivel 2, intereses sectoriales locales (por ejemplo,
los colonos en las zonas de "colonización armada" de las FARC). Nunca la clase obrera ni el
campesinado, en cuanto tales, se sintieron representados por el movimiento guerrillero. En
este sentido, los niveles potenciales de representación y movilización de la guerrilla eran
en extremo reducidos. Salvo en determinadas capas de la población urbana movilizable en
gracia de una adhesión ideológica (estudiantes, intelectuales, empleados de capas me-
dias) (nivel 1), y en zonas rurales circunscritas en las cuales la guerrilla podía contar con
un apoyo local (intereses sectoriales circunscritos), el resto de la población escapaba a su
capacidad de convocatoria. A este respecto tiene razón Enrique Valencia cuando afüma
que " ... a diferencia de la lucha guerrillera de los años cincuenta, que fue una gran
resistencia y autodefensa, la actual es una guerra ideológica con niveles primarios de
lucha de clases" 14 • En un país aquejado hondamente por la ausencia de una real identidad
e integración nacionales, no era extraño que se produjera igualmente una izquierda sin
verdaderas raíces nacionales. Este hecho representa uno de los principales factores de
marginalidad del proyecto insurgente a lo largo de las últimas tres décadas. En efecto, si
tomamos en consideración las etapas de emergencia, consolidación y desarrollo de un
movimiento guerrillero según el esquema de Raúl Sohr 15 , en Colombia la insurgencia
armada logró avanzar las fases necesarias para alcanzar el estadio de la guerra de guerri-
llas, pero a partir de ese momento suftió un estancamiento total. Es decir, se logró pasar de
una etapa de hostigamiento con base en pequeñas unidades dispersas al estadio de la

11. Martín Hopenhayn, "Conflicto y violencia: pantalla sobre un horizonte difuso", ponencia presentada
en el Seminario Taller "Paz, democracia y desarrollo'\ Bogotá, 16 al 18 de agosto de 1989, p. 21. Incluido en
Jesús A. Bejarano (comp.), Construir la paz, Bogotá, Cerec, 1990.
12. "Todas las experiencias demuestran que, para un movimiento rebelde, es mucho más fácil combatir
un ocupante extranjero que un gobierno perteneciente al mismo grupo étnico y a la misma nación que los
insurgentes, por muchos defectos que este gobierno tenga (... ). La razón principal de este fenómeno es que para
combatir a un adversario extranjero se pueden movilizar los sentimientos nacionalistas que unen todos los
grupos y clases sociales. En cambio, cundo el levantamiento va dirigido contra un régimen autóctono, la
consecuencia es que se forman dos campos, uno que sigue apoyando al gobierno y otro que quiere sustituirlo".
Peter Waldmann, "La violencia política en América Latina", en varios autores, Procesos de reconciliación
nacional en América Latina, Bogotá, Instituto de Estudios Liberales, 1986, p. 28.
13. Cf. Michel Wieviorka, Sociétés et terrorisme, Paris, Fayard, 1986, pp. 36 y ss.
14. Enrique Valencia, "La problemática de las armas", en Revista Mexicana de Sociología, año xLvm, Nº
3, julio,septiembre 1 1986, p. 105. Guerra ideológica"( ... ) que con el tiempo se convirtió en un fenómeno
endémico y quizás institucional", p. 104.
15. Raúl Sohr, Para entender a los militares, Santiago de Chile, Melquíades, 1989, p. 26.

327
guerra de movimientos, el nivel típico de la guerra de guerrillas, pero nunca se pudo pasar
a la siguiente fase, el momento de ruptura, la guerra de posiciones con base en unidades
militares propias de un ejército regular (salvo en experiencias limitadas como el Batallón
América, del M-19). Sin duda, en Colombia los grupos insurgentes alcanzaron estadios
más avanzados que en el resto de Suramérica, en donde los focos de los sesenta fueron
integrados (Venezuela} o destruidos (Brasil, Uruguay, Argentina, Perú, etc.). Pero, a pesar
de ello, la guerrilla colombiana no logró constituirse en un factor de poder ni alcanzó el
nivel logrado en El Salvador de equilibrio militar con su adversario. En otras palabras, si
bien existía en Colombia condiciones favorables para la emergencia y consolidación de
focos armados, estaban totalmente ausentes las condiciones para que éstos pudiesen acce-
der al poder. De ahí, para utilizar la terminología de Mark Chernick, la "insurgencia
permanente" como rasgo de nuestro devenir histórico en los últimos treinta años.
Esta insurgencia permanente va a tener una serie de "efectos perversos" en detri-
mento del propio proyecto revolucionario. De una parte, la criminalización aguda del
movimiento popular a la sombra de la guerra contra-insurrecciona! llevará a su debilita-
miento y dispersión; y de otra, a una "militarización" y a una "ruralización" del proyecto
de izquierda, en contravía de la gestación de un movimiento de masas urbanas.

Etapa de crisis y división


Los años setenta pueden caracterizarse, entre otras cosas, por una relativa reconstitu--
ción del polo popular (auge del movimiento campesino, estudiantil, obrero) y por un decli-
nar simultáneo, debido a múltiples factores, del movimiento insurgente nacido en el dece-
nio anterior. No es de extrañar que ambos hechos estén interrelacionados. En efecto, en
los años sesenta la debilidad de los actores sociales en nombre de los cuales decía actuar la
guerrilla había permitido su sustitución/subordinación por las vanguardias armadas. Pero
una vez se reconstituyeron estas organizaciones comenzaron a actuar directamente para
alcanzar sus reivindicaciones, organizando los canales de participación y resolución de sus
conflictos. El caso más significativo fue, sin duda, el del movimiento agrario articulado en
torno a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, que si bien fue impulsado desde
el Estado para canalizar las transformaciones agrarias, desbordó esta función y desempeñó
un papel significativo en las luchas campesinas del periodo.
Habíamos señalado con anterioridad el reducido espacio de representación social
del movimiento guerrillero. Su mayor estrechamiento era catastrófico. Según el analista
alemán Peter Waldmann,
... es importantísimo conocer la base social que sirve para el reclutamiento, no sólo para estimar el
apoyo real y potencial de que disponen los rebeldes, sino, ante todo, para tener una idea de las
frustraciones, necesidades, perspectivas y maneras de Orientarse y de actuar de los respectivos
sectores sociales 16 .

Salvo en el caso de las FARC, dados sus rasgos particulares ligados a su origen histó-
rico17, la base fundamental de reclutamiento del resto de grupos guerrilleros son estu-
diantes o profesionales de clase media y sólo en forma en extremo marginal en sectores

16. Peter Waldmann, op. cit., p. 29.


17. Cf. Nuestro artículo, "Los orígenes de las guerrillas comunistas en Colombia", en Análisis Político,
Nº 71 mayo~agosto, 1989.

328
populares urbanos o en sectores campesinos e indígenas de las áreas de operaciones
insurgentes. Este reducido espacio de reclutamiento se ve afectado no sólo por la re-
constitución de los movimientos sociales, sino por la conformación de grupos políticos
socialistas, maoístas o trotskistas, que empiezan a canalizar las expectativas, frustracio-
nes y energías de.los sectores más propicios para acceder al discurso insurgente.
La "Operación Anorí", que puso al Ejército de Liberación Nacional al borde de su
rotal extinción, simboliza esta etapa de crisis y desagregación que vivió la guerrilla en
estos años. Divisiones internas, cercos de aniquilamiento militar exitosos por parte del
Ejército, incapacidad de articularse a las luchas sociales, emergencia de agrupaciones
urbqnas de izquierda con alguna audiencia, son algunas explicaciones de este decli-
nar. El Ejército de Liberación Nacional, ELN, Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, FARC, y el Ejército Popular de Liberación, EPL, comenzaron a ocupar un papel
en extremo secundario en la vida nacional, tras unos años iniciales en los cuales el mito
guerrillero había adquitido amplia audiencia como consecuencia de la revolución cuba-
na. En este contexto de aislamiento social y la debilidad política se creó un clima que
favorecería no sólo la desmoralización interna de cada una de las organizaciones, sino el
· éxito de las operaciones militares desarrolladas por las Fuerzas Armadas.
El Partido Comunista Marxista-Leninista y su brazo armado, el EPL, estuvieron al borde
de la total extinción: de una parte, a consecuencia de dos gigantescos cercos de aniquila-
miento militar en los años 1967, 1968 y 1969 y, de otra, debido a las graves escisiones que
los afectaron internamente, en especial la separación de grupos como la Liga Marxista-
Leninista, la Tendencia Marxista-Leninista y el grupo terrorista urbano Pedro León Arbo-
leda, PLA. El EPL quedó reducido en este periodo a un solo destacamento armado com-
puesto por unos pocos miembros, y el conjunto de las llamadas Juntas Patrióticas que había
impulsado esta organización en el noroeste antioqueño, desintegradas.
El ELN, inmerso en la estrechez de su foquismo a ultranza y, por tanto, con una
ausencia total de implantación regional, vivió una crisis total en estos años.
El golpe de gracia a esta organización se produjo en la llamada por el Ejército
"Operación Anorí", en la cual el ELN perdió su columna vertebral (1973-1974). Le
siguió una etapa de divisiones, recriminaciones y conflictos internos 18 • En los años
finales de la década de los setenta, el conjunto de los combatientes rurales del ELN no
superaba la cifra de 80 miembros.
En el caso de las FARC, al igual que el EPL y el ELN, estuvieron al borde del aniqui-
lamiento. En la segunda Conferencia N aciana! de Guerrilleros se había aprobado una
disrribución amplia del núcleo guerrillero inicial, en unidades móviles que debían ope-
rar en zonas definidas. Sin embargo, el segundo al mando de entonces, Ciro Trujillo,
concentró el conjunto de las unidades en el departamento cafetero del Quindío (con
excepción de los destacamentos de "Joselo" y Manuel Marulanda), sufriendo enormes
pérdidas al ser rápidamente detectados por el Ejército. Años después diría Jacobo Are-
nas al respecto: "Perdimos muchos hombres y el 70% de las armas. Se recuerda que hasta
la Quinta Conferencia pudo decir Marulanda: 'por fin nos hemos repuesto del mal que
casi nos liquida"'. De rodas formas, las FARC eran sólo consideradas por el Partido Comu-
nista (entre el X y el XIII congresos), como una simple "reserva estratégica" para el caso

18. Eduardo Pizarro, "La guerrilla en Colombia: balance y perspectivas", en Nueva Sociedad,·Nº 89,
Caracas, mayo•junio, 1987.

329
eventual de que accediera en el país una dictadura militar. Para el año 1979 las FARC
cuentan con escasos nueve frentes, muy desiguales en importancia: cinco en el sur del
país (Caquetá, Putumayo, Huila, Cauca y Tolima}, dos en el centro (Magdalena Medio
y Santander}, y uno en el norte (límites entre Antioquia y Córdoba).
En estos años de crisis del polo insurgente emerge el Movimiento 19 de Abril (en
1974), que ocupó un papel poco significativo a lo largo del decenio, aunque su aire
renovador como aparato urbano poco ortodoxo y con un lenguaje poco estereotipado
produjo, a fines de los setenta, un impacto hondo en el conjunto de la guerrilla.
Servirá de catalizador para la emergencia de la guerrilla de segunda generación y
para nuevo periodo de auge del conjunto de insurgencia armada.
De hecho, los conflictos que vivió la sociedad colombiana en estos años serían me-
nos el resultado del impacto de los grupos guerrilleros (cuya marginalidad era evidente),
que del inmovilismo del Frente Nacional. Los signos de descontento, las protestas vio-
lentas, los levantamientos espontáneos que se produjeron en esta década, no están diri-
gidos a apoyar a los grupos insurgentes sino a protestar contra la política gubernamental.
La principal amenaza contra el régimen político, desde los inicios del Frente Nacional y
hasta por lo menos el año 1978, no provino de los grupos guerrilleros sino de las disiden-
cias al bipartidismo, tales como el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, o de un
partido populista como la Alianza Nacional Popular, ANAP0 19 • El declive del movimien-
to guerrillero a lo largo de esta década no se acompañó de una consolidación significa-
tiva de los proyectos de izquierda legal urbana, que se hallaba fragmentada en múltiples
grupos y grupúsculos. La posibilidad de una apertura política hacia un modelo bipartidista
imperfecto, como en Venezuela, en donde al lado de las dos fuerzas partidistas mayorita-
rias convivieran otras menores pero con un peso nacional, se frustró. Al ternúnar el
decenio, nuevamente la guerrilla empezaría a copar el espacio de la oposición de iz-
quierda. La gran paradoja es que mientras el país se urbanizaba, la izquierda tendía otra
vez a ruralizarse. Su escenario se trasladó nuevamente al campo, se ahogaban los proyec-
tos de izquierda legal, hundiéndose su potencial para constituir un polo alternativo a los
partidos tradicionales.
El extremo fraccionamiento de estos proyectos constituyó, sin duda, uno de los fac-
tores que incidieron más negativamente en su margen de credibilidad. El extremo sec-
tarismo y vanguardismo de cada grupo disminuían su margen de influencia social, ya
que los sectores a los cuales se dirigían dudaban de las reales posibilidades que tenían
estos proyectos marginales para representar sus intereses y canalizar sus demandas. Casi
la totalidad de los proyectos políticos de los años setenta murieron en física inanición
dejando, pues, el camino abierto para las expresiones radicales.
Si el Frente Nacional y su etapa subsiguiente de convivencia burocrática bipartidista
pudo poner término a la violencia y reducir a un nivel modesto las actividades de la guerri-
lla, no atacó las raíces de una situación que a la larga tendería a ser explosiva. La clase
dirigente, embelesada con su invento de la cohabitación obligatoria, petrificada en un siste-
ma sin fluidez ni dinamismo, sería incapaz de asegurar la paz social duradera. La acumula-
ción de demandas sociales haría fuego el 14 de septiembre de 1977, día en el cual se llevó a
cabo el primer paro cívico nacional. La guerrilla tendría, poco después, su cuarto de hora.

19. Gérard Chaliand, op. cit., p. 103.

330
Etapa de reactivación y auge
El año 1979 marca el inicio de una etapa de auge y reactivación del movimiento
guerrillero colombianq, que había vivido a lo largo de la década de los setenta, como
hemos visto, un languidecer casi total. Las FARC pasan de 9 a 18 frentes y en su
Séptima Conferencia en 1983 les añade a sus siglas un significativo EP (Ejército del
Pueblo); el M-19 concentra sus efectivos en el activo Frente Sur (Caquetá, Putumayo
y Huila); el EPL acrecienta su actividad en el Urabá y el nordeste antioqueños, y el
ELN se reconstruye y se convierte en el grupo de más rápida expansión territorial.
Además, en estos años emergen nuevos proyectos guerrilleros, como el grupo indigenista
Quintín Lame, el Partido Revolucionario de los trabajadores, PRT, y el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR Patria Libre). Un lúcido observador extranjero, Daniel
Pécaut, afirma al respecto:
La cuestión guerrillera cambia, de esta manera, de naturaleza y de escala. De un fenómeno
crónico pero marginal, enraizado en la tradición de la violencia y en los conflicros por la tierra, se
transforma en un componente de un proceso que, por primera vez, percibe como objetivo la lucha
por el poder20 •
Así como la revolución cubana había expandido en el continente el sueño
insurreccionalista en 1959, veinte años más tarde éste revivía de nuevo bajo la mane-
ra que deja el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, la
reactivación de la insurgencia en Guatemala y El Salvador y el triunfo de Maurice
Bishop y su partido Nueva Joya en Granada, efectivamente, dos lecciones dejaron las
experiencias nicaragüense y salvadoreña a los grupos revolucionarios latinoamerica-
nos: 1) la necesidad de integrar a los diversos movimientos insurgentes en un frente
único y 2) acompañarlo de un aparato político de masas.
El intento de la administración Turbay Ayala-Camacho Leyva de aniquilar el polo
popular, tanto en su expresión legal como en sus modalidades insurgentes, le abrió a la
guerrilla un nuevo espacio de legitimidad. La guerrilla, en especial el M-19, simbolizó
en este gobierno la resistencia contra un gobierno civil-militar que buscó aplastar
cualquier asomo de oposición social o política. El Estatuto de Seguridad y los 82.000
detenidos durante este cuatrienio, situaron las propuestas del M-19 en el primer plano
del debate nacional: la amnistía para los presos políticos, la tregua para la paz y el
diálogo nacional se constituyeron en eje de un intenso debate nacional en los años
siguientes. Al terminar el gobierno turbayista, el M-19 se encuentra al borde de la
derrota militar pero con sorprendentes niveles de simpatía en la opinión pública. Este
hecho condujo a una "revolución en la revolución": la guerrilla estaba haciendo el
tránsito de la marginalidad, como polo exclusivamente militar, a su emergencia como
un "polo político", cuyas propuestas sobre el Estado y sobre el manejo de la guerra y de
la paz lo ubican en un lugar privilegiado del escenario nacional. Comenzaba, por
primera vez, a disputarle la legitimidad a la clase política tradicional en su propio
terreno. De la "propaganda por la acción", con el predominio de esta última, se estaba
haciendo el tránsito a la formulación de iniciativas con capacidad de movilizar a la
opinión pública. En este viraje no era indiferente el movimiento guerrillero colombia-

20. Daniel Pécaut, "Crise, güerre et áix en Colombie", en Problémes de Amérique Latine, Nº 84, París,
abril-junio, 1987, p. 8.

331
no al debate intelectual que se desarrollaba en América Latina. "Si la revolución es el
eje articulador de la discusión latinoamericana en la década de los sesenta, en los
ochenta el tema central es la democracia", afirma Norbert Lechner21 , debido a los
procesos de desmilitarización y recomposición civilista que vive el continente. Estos
hechos ponen en el primer plano del debate intelectual el tema de las modalidades de
transición hacia la democracia.
La ruptura en segmentos importantes del movimiento insurgente tiene, pues, rela-
ción con el hecho de que éstos comiencen a defender la necesidad de introducir
correctivos institucionales, es decir, objetivos parciales y, por tanto, negociables. Los
objetivos absolutos (tales como la derrota militar del adversario o la instauración del
socialismo) producían una polarización total de los adversarios, negando por principio
el mínimo espacio para una eventual salida negociada al conflicto.
Ahora bien, si todo actor social está por esencia siempre desgarrado por múltiples
lógicas, no siempre complementarias, esta situación es más evidente en un grupo gue-
rrillero. La tensión interna entre la lógica de la política, la lógica de la acción social y
la lógica de la guerra lleva, debido a diversos factores, al predominio de uno u otro en
diferentes periodos22 • Lo importante de señalar, por ahora, es que trece en la concien-
cia de los grupos guerrilleros la necesidad de implementar canales de acción política
y social, con el objeto de romper la marginalidad que vivieron a lo largo de los años
setenta.
Esta nueva etapa está signada por la emergencia (Quintín Lame, MIR Patria Libre,
PRT) o la consolidación (Mc19) de los grupos guerrilleros de la "segunda generación",
cuyos métodos, perspectivas y lenguaje conducirán a una "subversión de la subver-
sión", es decir, a una renovación del movimiento insurgente. Esta renovación coincide
con un fenómeno nuevo en la vida nacional, cuyos gérmenes se daban en las luchas
agrarias, estudiantiles y laborales de los años setenta: la emergencia del movimiento
social ya no como un hecho aislado y marginal sino como un actor con presencia en la
vida nacional. Estos dos hechos, el tránsito de la guerrilla hacia una modalidad de
"actor político" específico (que funda su acción en la "oposición armada" o en la
gestación de frentes políticos, tales como la Unión Patriótica, A Luchar o el Frente
Popular) y la emergencia de los movimientos sociales, incidírán en esta renovación
global del movimiento insurgente. En arras palabras, en los últimos años se ha presen-

21. Norbert Lechner, op. cit., p. 24. Es indispensable diferenciar la "lógica de la guerra" de la "lógica de
la política", para comprender el cambio que pueda significar la politización del proyecto insurgente. El mismo
Lechner subraya: "En toda sociedad de clases las relaciones sociales son conflictivas; los conflictos devienen en
guerra cuando la vida de un sujeto -su razón de ser-depende de la muerte de otro. Interpretando las relaciones
sociales como antagonismos excluyentes (socialismo o fascismo, libertad o comunismo), las relaciones quedan
reducidas a un solo límite clasificatorio: amigo o enemigo. La lógica de la política no apunta al aniquilamiento del
adversario, sino, por el contrario, al reconocimiento recí{)roco de los sujetos entre sí", p. 33.
22. El caso más dramático de esta superposición de lógicas de acción en contravía, es la táctica comunista
de la "combinación de todas las formas de lucha". Si las FARC actúan en el plano militar, generan represalias
inmediatas en la misma zona de la acción bélica en detrimento de sus redes sociales y de la actividad política del
PCC y de la UP.
23. Una guerrilla partisana es aquella en la cual el aparato militar se halla subordinado a un aparato
político, y a su vez la dinámica de la acción militar a la lógica que impone la acción política. Una guerrilla societal
es aquella en la cual un movimiento social subordina a un aparato armado a sus exigencias (este era el caso del
grupo indigenista Quntín Lame, al menos en sus inicios).

332
ciado en el país el tránsito de la guerrilla predominantemente militar hacia formas
insurgentes más partisanas y más societales23 , y en este proceso se han involucrado (de
manera ciertamente desigual) prácticamente todos los grupos armados. Lo cual no
significa que la guerrilla se haya constituido en un factor de poder. La identificación
difusa de algunos sectores de la población con la guerrilla, nacida del dualismo frus-
tración política-acumulación explosiva de demandas sociales24 , no se tradujo en apoyo
directo y masivo al proyecto insurgente, aunque sí se expresó en una ampliación de la
capacidad de reclutamiento de adherentes a la guerrilla, que crecerá en todas sus
vertientes en este periodo.
En 1982, al inicio del mandato de Belisario Betancur, el país se hallaba en una
situación crítica, se habían multiplicado los focos de tensión social, continuaba consoli-
dándose el auge del movimiento insurgente, se ahondaba la erosión del sistema político.
Para algunos sectores de la clase dirigente se hace indispensable darle un viraje al
manejo del orden público. La resolución política al conflicto interno asumirá entonces
un carácter prioritario para el país. Se trataba de adecuar las instituciones políticas a los
cambios socioeconómicos vividos por el país en las últimas tres décadas, cuyo desajuste
es una de las principales fuentes de la crisis nacional.
Según Enrique Valencia, las principales rutas que han tomado los procesos de
restauración democrática en América Latina han sido, de un lado, la restauración
política con miras a la formulación de un nuevo pacto social, tal como ocurrieron en
las naciones del cono sur de América, y por otra parte, la ruptura política de corte
insurrecciona! en países como El Salvador y Nicaragua. Y entre ambas opciones se
sitúa una tercera, iniciada en Colombia y luego intentada en otros lugares y con éxito
variado (Perú, Guatemala), la negociación institucional como respuesta a una de-
manda insurrecciona!''. Para Belisario Betancur el proceso de paz y la apertura demo-
crática eran las dos caras de una misma moneda. Sólo la ampliación de los espacios y
canales de reacción política permitiría, según su diagnóstico, desactivar el conflicto
armado. La participación en el proceso de paz de todos los grupos insurgentes (con la
sola excepción del ELN) simbolizará, con todos sus avatares, las transformaciones que
había sufrido la guerrilla.

los frentes políticos


/Cómo explicar la emergencia de estos frentes políticos/ Su origen no responde
sólo a una necesidad interna de los movimientos insurgentes de extender su influen-
cia en el escenario político y las luchas de masas. O a la influencia externa nacida del
efecto de demostración de los frentes centroamericanos (el Frente Farabundo Martí
salvadoreño y el Frente Sandinista nicaragüense). Se inscriben en un nuevo repunte
de las luchas sociales a partir de 1982, en la emergencia de nuevos sujetos sociales no
encuadrados en las formas sindicalistas tradicionales o bajo control bipartidista, y en
la exigencia que resiente el movimiento armado de gestar formas de acción social.
Efectivamente, durante esos años "el paisaje social colombiano conoce una transfor-

24. Enrique Valencia, op. cit., p. 11.


25. !bid., p. 105.
26. Daniel Pécaut, op. cit., p. 18.

333
mación profunda" 26 , gracias a la emergencia o reorganización de múltiples movimien-
tos sociales y a su convergencia. Según dos investigadores uruguayos, el auge de los
frentes políticos en América Latina en la última década tiene tres rasgos en común:
Primero, el desenvolvimiento de una conciencia social a ciertos niveles que fue
involucrando a varios sectores del movimiento obrero y popular ...
Segundo, los momentos constitutivos de estos agrupamientos frentistas siempre
han sido precedidos por un ascenso en las luchas de masas que han tenido como
corolario la superación de situaciones de división sindical, con la creación de centra-
les únicas de trabajadores o cuando menos la experimentación de formas superiores
de coordinación y centralización de las luchas ...
El tercer aspecto radica en que estos frentes son el resultado de la conclusión
política de que la unidad de acción es imprescindible frente a la existencia de una
pluralidad de partidos y movimientos que aspiran a los mismos objetivos democráticos,
transformadores y revolucionarios27 •
Podríamos utilizar tres criterios para distinguir los frentes políticos que se han creado
en Colombia en los últimos años28 : el grado de autonomía o subordinación frente al
proyecto insurgente, el nivel de apertura política y los medios privilegiados que utiliza el
frente para acumular poder.
En relación con el grado de autonomía o subordinación, es preciso señalar previa-
mente que los frentes políticos que se han constituido están lejos de ser homogéneos.
Se hallan atravesados por diversas corrientes, incluso los que podían aparentar una
mayor homogeneidad interna: por una parte, sectores reformistas que buscan una
ampliación de los espacios democráticos mediante acuerdos policlasistas; por otra,
corrientes radicales que propugnan por una confrontación total clase contra clase y
sostienen un discurso arcaico de contenido antiimperialista. Las primeras exigen un
margen de autonomía frente al proyecto insurgente; las segundas, por el contrario,
aceptan su rol derivado y subordinado. En este último caso, se configuran como una
suerte de retaguardia de masas en las cuales el movimiento social y popular queda de
todas formas supeditado en buena medida a la lógica de la guerra. Mientras en el caso
de la Unión Patriótica los sectores que propugnan por un amplio margen de autono-
mía son altamente influyentes, en los otros frentes predomina, no sin fisuras significa-
tivas, la instrumentalización externa. Este es el caso de A Luchar, en el cual se mue-
ven además del sector mayoritario que se adscribe al proyecto del ELN, otras fuerzas
más comprometidas con la acción política y social, como el Partido Socialista de los
Trabajadores (PST), de raigambre trotskista.
En cuanto hace al nivel de apertura política es claro que los frentes políticos son,
ante todo, frentes de izquierda. Más cerrado A Luchar (abstencionista por principio)
que el Frente Popular_ (que se apresta a participar en las próximas justas electorales de
1990). ambos se caracterizan por su discurso radical. La Unión Patriótica, por el con-

2 7. Esteban Elizalde y Washington Estellano, "Los frentes políticos en América Latina", en Estudios
Latinoamericmws, NQ 5 1 México, julio~diciembre, 1988.
28. En nuestro análisis hemos dejado de lado el estudio del reciente movimiento Colombia Unida, que
nace de sectores democráticos independientes y de la izquierda en todas sus variantes. Ese movimiento busca
articularse a los movimientos sociales, regionales y locales, como base de sustentación política.

334
erario, a pesar de su particular origen como resultado de los acuerdos de La Uribe,
mantiene el perfil de los pasados movimientos electorales inspirados por el Partido
Comunista (como la UNO, por ejemplo). Es decir, está abierta a acuerdos locales o
nacionales con diversos sectores políticos, incluidos los partidos tradicionales.
Finalmente, en relación con los medios de adquisición de poder, mientras la Unión
Patriótica privilegia la acción de sus representantes electos (parlamentarios, diputa-
dos, concejales o alcaldes populares), tanto A Luchar como el Frente Popular ponen el
acento en la acción reivindicativa o en el activismo político. Aun cuando en el caso
del Frente Popular no se desprecia la acción electoral.
La agudización de la confrontación interna no descarta la posibilidad de que estos
frentes políticos se vean empujados fuera del sistema político abierto e inmersos en la
conformación de métodos de autodefensa militar (como ocurriera en El Salvador). En
efecto, a consecuencia de la "guerra sucia" que se vive en el país, que afecta ante
todo a los aparatos políticos nacidos o estimulados desde la insurgencia (la Unión
Patriótica, A Luchar y el Frente Popular), no es improbable que se revierta la tenden-
cia y volvamos a una nueva era de militarización de la política. En cuanto hace A
Luchar y al Frente Popular, esta es ya una realidad en algunas regiones particularmen-
te álgidas, por ejemplo, en el Urabá antioqueño y en el Magdalena Medio. Pero el
caso más notorio es el del Partido Comunista y la Unión Patriótica, que arriesgan a ser
arrastrados por la dinámica de las FARC. En los primeros años del Frente Nacional, la
alianza FARC-Partido Comunista evitó la "militarización" de ese proyecto insurgente,
dado el predominio de la lógica política. Su desbalance, debido al sistemático aniqui-
lamiento de los miembros de la Unión Patriótica, tiende a revertir la lógica: jugar a
favor de la dinámica militar en detrimento de la política. La "ruralización" que ha
venido sufriendo el Partido Comunista", su pérdida de apego en las organizaciones
sociales, el mayor dinamismo del aparato armado, puede tener consecuencias nefas-
tas. Si partimos de la base de que lo rural es hoy en Colombia más un escenario de la
guerra que de la política, no es descartable que sea el polo armado el que asuma el
liderazgo del proyecto comunista. Salvo que en el interior de la Unión Patriótica
surjan corrientes definitivamente comprometidas con la acción política y hagan un
contrapeso serio a las opciones militaristas. En todo caso, un retraimiento radical ha-
cia la acción militar a ultranza por parte de un núcleo significativo del movimiento
insurgente se acompañará, sin duda, de una multiplicación de acciones de carácter
terrorista y de una escalada en la "suciedad" de la confrontación.
Además del impulso de estos frentes políticos se fue avanzando en la creación,
impensable en el pasado, de un frente común del movimiento insurgente denominado
inicialmente en el año 1985, Coordinadora Nacional Guerrillera y más tarde, con el
ingreso de las FARC en 1987, Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar. Aun
cuando este frente militar nunca se constituyó propiamente en un ente orgánico,
reduciéndose a una instancia para emitir comunicados conjuntos que sólo escondían

29. El Partido Comunista ha visto languidecer su presencia urbana en las grandes ciudades como Cali,
Medellín, Barranquilla y Bucaramanga. Incluso en Bogotá ha pasado en los últimos dos años de 3.000 a 2.000
militantes. Igualmente, su influencia en el movimiento popular ha decrecido significativa~ente.

335
las profundas diferencias internas, sí simbolizaba el hecho de que los lineamientos
internacionales dejaban de ser un factor de divergencia irreconciliable de los diversos
grupos. Pero, de hecho, las diversas "subculturas políticas de izquierda" para utilizar
una noción de Francisco de Roux) que integran este frente guerrillero difícilmente
podían encontrar un terreno firme para una unidad política y programática destacable.
A fines de 1989 la Coordinadora era ya sólo una sigla vacía.

La guerrilla y la crisis actual


En este periodo, tampoco la guerrilla alcanzó a constituirse en una opción de
poder a pesar de que su auge coincidió con un deterioro en los niveles de legitimidad
institucional. La emergencia de otros actores activamente inmersos en la violencia
(narcotráfico, grupos paramilitares y de autodefensa, delincuencia común organizada
y difusa), no sólo significó un adversario feroz para la guerrilla, sino que llevó a una
imposibilidad de acumular en forma bipolar (Estado/guerrilla) las tensiones naciona-
les, dispersando los conflicros armados en múltiples escenarios, crecientemente
anarquizados. En este sentido, lejos de acercarse a una situación de guerra civil,
Colombia comenzó a aproximarse a una situación de grave deterioro de su tejido
social. La violencia revolucionaria no sólo no alcanzó un espacio de legitimidad como
recurso de transformación social, sino que incluso la creciente sensación de inseguri-
dad colectiva empujó con el resto de violencias a un rechazo generalizado.
En este sentido, la continuidad de la lucha guerrillera en un contexto de desga-
rramiento del tejido social puede coadyuvar a ampliar la escala de "suciedad" de la
confrontación, a su progresiva degradación. Como afirma Peter Waldmann, la racio-
nalidad de una confrontación bipolar (acumulación de poder político y militar para
derrotar al adversario), se quiebra en medio de una confrontación multipolar y difu-
sa30 sobre todo en un país. en el cual el Estado parece ir a la deriva. Hemos llegado a
la configuración, en sentido amplio, de un "sistema pretoriáno":
Se entiende por "sistema pretoriano""( ... ) a aquel en el cual los distintos segmentos
sociales se enfrentan directamente para resolver los conflictos por la disttibución del poder
y los recursos, en la ausencia de instituciones o cuerpos aceptados legítimamente para
realizar funciones de intermediación y de reglas de juego para resolver el conflicto"31 •
Si en el periodo de Betancur la desactivación de la guerrilla revestía un carácter
táctico, disminuir los niveles de violencia, hoy y de manera creciente reviste un ca-
rácter estratégico, disminuir la intensidad del conflicto. La actual política de paz
debe analizarse en el contexto de la doble amenaza que se cierne sobre el país. De una
parte, la amenaza de un "derrumbe parcial del Estado", simbolizado en la crisis de
gobernabilidad del sistema político y en el colapso de la rama jurisdiccional y, de otra
parte, la amenaza creciente de una internacionalización del conflicto interno, no sólo

30. "El hecho de que los conflictos se desarrollen simultáneamente, con mayor o menor violencia, en
varios planos de la estructura política, impide que se concentren los frentes en dos polos claramente opuestos,
que se acumulen las agresiones y se produzca una explosión violenta, es decir, una auténtica revolución". op. cit,
p. 26.
31. Carlos Maneta, Fuerzas Annadas y gobierno constitucional después de las Malvinas: Hacia una nueva
relación civil~militar, México, CLEE, mayo, 1986.

336
proveniente del intento de convertir a Colombia en el "Vietnam de la lucha contra la
droga", sino en la creciente preocupación internacional en especial en los países fron-
terizos, en relación con la irradiación de factores desestabilizadores provenientes de
Colombia. E_l narcotráfico, la emigración masiva acompañada en ocasiones de aumen-
ro de las tasas de criminalidad, la guerrilla, el contrabando, etc., ocupan un lugar
prioritario e_n la agenda de todas las cancillerías vecinas.
A pesar de la corta existencia de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, su
unidad es cada día más precaria. En su interior se reconformaron tres corrientes. Por
una parte, la postura del M-19 que ya está en trance de desmovilización e incorpora-
ción a la vida civil y a la lucha electoral. De otra, las FARC, el EPL, el grupo Quintín
Lame y el PRT, los cuales se han unificado en torno al liderazgo del primer grupo y
reencuentran en los estadios iniciales de una nueva ronda de negociaciones políticas.
Y finalmente el ELN, que considera inapropiado el momento para buscar una salida
negociada al conflicto y sólo se muestra dispuesto a discutir la aplicación de los proto-
colos de Ginebra sobre la humanización de la guerra y lo referente a la política guber-
namental sobre la explotación de los recursos naturales.
En las FARC y el ELN existe aún la convicción de la posibilidad de acceder al poder ·
mediante la vía armada. Pero no de la misma manera. En las FARC, que mantienen siempre
abierta una puerta hacia la acción política a pesar de que la paz sea percibida como una
claudicación, jamás se aíslan totalmente del proceso de paz. Este es concebido como un
escenario indispensable para lograr visibilidad y protagonismo. Pero sus exigencias desme-
didas para justificar una eventual desmovilización son de tal índole, que hacen práctica-
mente inviable cualquier acuerdo. En cambio, en ello el ELN es transparente: sostiene, sin
ambigüedades, que una negociación política hoy en el país no tiene posibilidades mientras
la correlación de fuerzas no favorezcan al movimiento popular.
iPor qué el M-19 entra en el proceso de negociación conducente a su desmovilización?
Al respecto existen dos hipótesis: por una parte, algunos analistas sostienen que esta
actitud responde a su derrota estratégica. Su debilidad en el terreno militar lo lleva a
salvar "los restos" en la acción política; por otra, otros analistas afirman que este compor•
tamiento tiene origen en un cambio en su mentalidad, en su liderazgo interno y en su
percepción sobre las perspectivas del conflicto armado. No obstante, lo más probable es
que se trate de lo uno y lo otro simultáneamente 32 •
iQué impacto puede tener la incorporación del M-19 a la vida civil? Este se puede
estudiar con relación al movimiento insurgente y el sistema político. Con respecto al
primero, su impacto puede conducir, si se da en un contexto de garantías políticas y de
seguridad, a una deslegitimación de la violencia como recurso de acción política. Y
en cuanto a lo segundo, puede llevar a la gestación de un polo de izquierda democrá-
tica, cuya ausencia ha sido en extremo costosa para el país. Efectivamente, la tempra-
na militarización del proyecto de izquierda polarizó al país entre el bipartidismo y la
guerrilla. Una izquierda democrática de masas puede cumplir una necesaria función
despolarizante, como pilar de una consolidación democrática. Por otra parte, la

32. William Ramírez, "La liebre mecánica y el galgo corredor. La paz actual con el M,19", enAndlisis
Político, NQ 7, mayo agosto, 1989. Igualmente Ana María Bejarano, "La paz en la administración Barco. De la
rehabilitación social a la negociación política", en Análisis Político, Nº 9, enero,abril, 1990.

337
desactivación del conflicto armado (concebida como la única violencia negociable),
le permitiría el Estado y a la sociedad redefinir los recursos y esfuerzos nacionales para
buscar superar el espectro de las múltiples violencias en los próximos años. En este
sentido como un proceso de paz reviste un interés estratégico.
En la actitud que asume hoy la guerrilla en Colombia, es indudable que influye la ctisis
de sus modelos de referencia a nivel mundial. El impacto puede llegar a ser muy diverso: en
algunas organizaciones guerrilleras un impacto de desideologización/pragmatismo, tal como
ocurre en el M-19; en otras, una pérdida de referentes puede conducir a un radicalismo
anarquizante, tipo Sendero Luminoso, para autoconcebirse como el último reducto de la
ortodoxia traicionada. Este puede ser el caso del EI.N, e incluso de las FARC si se ahondan sus
fricciones con los aparatos políticos que las sustentan.
La pérdida de apoyo internacional para el sostenimiento de la confrontación, en
momentos en que sus costos son día tras día más latos, lleva en algunos casos a aumen-
tar la depredación del adversario (secuestro, extorsión), en otros a un involucramiento
en el negocio de la droga a una escala creciente (procesamiento y comercialización),
es decir, a una degradación del proyecto insurgente que en el contexro actual de
deslegitimación masiva de la violencia ahonda su marginalidad y solo contribuye al
colapso generalizado del país. Estos hechos nos permiten entrever que el movimiento
insurgente puede estar entrando en un nuevo estadio que, tras años de desarrollo y
ampliación de sus bases sociales y geográficas, comience a sufrir una nueva regresión,
un nuevo reflujo.

338
Hipótesis sobre la violencia reciente en el
Magdalena Medio

Ibán de Rementería•

Ubicación de la región
El Magdalena Medio es una antigua región de frontera interior de unos 60.000
kilómetros cuadrados, que tiene como eje geográfico la sección del río Magdalena, en
el valle formado por las cordilleras Central y Oriental de Colombia. La región se po-
dría definir por el tramo del río Magdalena que va. desde La Dorada, en el departa-
mento de Caldas, hasta El Banco en el departamento del Magdalena y su extensión
hacia las cordilleras correspondiente al piso térmico cálido con más de 24ºC de tem-
peratura media.
Los suelos adyacentes al río Magdalena son inundables y sirven para la ganadería
en épocas secas, el resto son suelos de ladera aptos para una gran variedad de. cultivos
y pastos. La mayor parte de la región sur de los departamentos de Santander y Antioquia
sobre el río es predominantemente boscosa.
En tanto región fronteriza está detenninada por la periferia sobre el río Magdalena de los
siguientes departamentos: Anrioquia por el oeste, Santander por el este, Bolívar y Magdale-
na por el noroeste, Cesar por el noreste, Caldas por el suroeste y Boyacá y Cundinamarca por
el sureste. La población actual de esta región es de unos 800.00 habitantes.
Esta frontera interior se encuentra en el centro geográfico de cuatro de las cinco
regiones más importante de población y actividad económica de Colombia. Las regiones
antioqueña, bumanguesa, barranquillera y cundiboyacense. En tanto que por la región
cruza el río Magdalena tradicional y principal vía de comunicación nacional interior y con
el exterior (Barranquilla), cada departamento estaba representado por enclaves nodales
de sus comunicaciones nacionales e internacionales con los puertos fluviales de La Dora-
da en Caldas, Puerto Boyacá en Boyacá, Puerto Berrío en Antioquia y Puerto Wilches en
Santander, Gamarra en el Cesar y El Banco en Magdalena. Además la región se ve cruza-
da por el ferrocarril que une el interior del país con los puertos de Santa Marta y Bartanquilla
en la costa. Finalmente, como importante enclave económico, en Barrancabermeja se
ubica el más importante centro de explotación y refinación de petróleo de Colombia.
Todo lo anterior permite caracterizar a la región del Magdalena Medio como una
frontera interior con gran potencialidad agrícola sometida a la presión de cuatro de
los más importantes centros económicos y de población del país, cruzada por tres im-
portantes vías de comunicación de aquellas que generan enclaves de población y
actividad económica que los convierte en polos de desarrollo agropecuario local.
La primera migración agrícola de colonos que siguió a la instalación de los enclaves de
transporte y comercio es el resultado de la migración del excedente de población rural de las

*Sociólogo.Investigador de la Comisión Andina de Juristas, Lima.

339
regiones que convergen sobre la zona, producto del crecimiento demográfico, la tendencia a
la modernización de la agricultura y al cambio en la tenencia de la tierra y las relaciones de
trabajo con ésta. La segunda gran migración fue provocada por el fenómeno de la "Violen-
cia", hecho que fue la culminación exacerbada de la modernización agraria, que afectó
principalmente a las zonas cafeteras del país, todas las cuales tenían acceso directo, por la
zona de frontera, o indirecto, por las vías de comunicación nacional, sobre la región.

Causas del conflicto social


Este caso no escapa a la forma tradicional de conflicto social que se desarrolla con
la colonización -culturización o civilización- de la frontera agrícola. Detrás del colo-
no siempre aparece el terrateniente. Una de las formas es aquella en la cual el propie-
tario eminente de la tierra reclama sus derechos sobre aquella ganada para la agricul-
tura; otra forma es aquella en la cual éste otorga las facilidades y conviene las condi-
ciones con el colono para tal actividad, pero este no es nuestro caso.
Aquí es la forma de colonización de tierras baldías. El colono rotura la tierra y
reclama la titulación a su favor. Pero a corto plazo de explotación la tierra manifiesta
su rendimiento decreciente, y como el colono se encuentra alejado de las vías de
comunicación comercial que le garanticen la producción y acumulación del exce-
dente agrícola, no capitaliza ni puede invertir en tecnologías e insumos que le permi-
ten recuperar el rendimiento de la tierra. Además, este fenómeno agrícola se ve agra-
vado en las regiones tropicales, donde el desmonte de la vegetación natural acelera
más que en otras latitudes el rendimiento decreciente de la tierra. Entonces aparece
el terrateniente dispuesto a comprar la tierra, ya que él sí posee los recursos para
recuperar el rendimiento de ésta.
La antetior forma de colonización termina por convertir al colono en un "profesional"
de la roturación y civilización de nuevas tierras, que tiene por objetivo su venta una vez
cumplida tal actividad y no la actividad agrícola como pequeño productor independiente.
Por otra parte, el hecho de que las regiones de colonización carezcan de la infra-
estructura necesaria para el mercadeo y comercialización de los productos agrícolas,
obliga al productor a acumular el excedente agrícola en forma de ganado, que es un
bien de fácil conservación y transporte que puede ser realizado en el momento más
conveniente o necesario para su dueño -ahorro campesino-, cosa que no sucede con
los productos agrícolas de origen vegetal, que en tanto tales son rápidamente perecibles.
Aquí, si bien una de las razones que posibilitó la colonización de la región fue la
existencia de importante vías de comunicación nacional, no existen vías de comuni#
cación secundarias que vuelvan útiles las anteriores para los productores agrícolas de
la región. Sólo aquellos que tienen acceso inmediato a las vías principales o a los
puntos de enclave regional no se ven afectados. Pero, además, se debe tener presente
que la existencia de vías de comunicación es la condición necesaria pero no suficien-
te para garantizar el mercadeo y la comercialización de los productos agropecuarios.
La no articulación de la región de frontera a los mercados nacionales, va transfor-
mando la actividad colonizadora de agrícola en agropecuaria y ésta en pecuaria. Y,
como la actividad ganadera requiere de mayores espacios territoriales que la agricul-
tura, tanto más cuanto que en razón de la pobreza en nutrientes del suelo, aquella

340
actividad es más extensiva que intensiva en las zonas tropicales de colonización, el
desarrollo de la actividad ganadera como forma de acumulación del excedente agra-
rio en la región de frontera, va requiriendo cada vez más extensiones de tierra dedica-
da a la parte agrícola.
El proceso anteriormente descrito de transformación de las zonas de colonización de
agricultura de pequeños y medianos propietarios en latifundio ganadero puede ser el
resultado de la acción de agentes externos a la región como comerciantes, empresarios,
profesionales o funcionarios urbanos, pero también es producto del proceso de diferen-
ciación de los campesinos colonos. En todo caso, mientras mayor sea el desarrollo de la
actividad agropecuaria con la finalidad de la acumulación del excedente y la región
esté alejada y desconectada de los centros urbanos de consumo, mayor será la tendencia
al desarrollo de la actividad ganadera, que puede ser menos rentable que la agrícola
pero más segura en tales condiciones.
Las consecuencias más importantes del anterior proceso son, por una parte, una
constante demanda de tierra presionada por el latifundio ganadero sobre la tierra
agrícola de pequeños y medianos propietarios; por otra parte, la generalización de la
actividad ganadera ocupa menos personas por unidad de tierra agropecuaria que la
actividad agrícola, lo que, sumado al proceso inmediatamente anterior, impide el pro-
ceso de diferenciación de la población rural de la región entre propietarios y asalaria-
dos agrícolas. Así los antiguos colonos que han perdido sus tierras no son incorporados
como trabajadores asalariados y engruesan el ejército de desocupados agrícolas.
En nuestro caso, este último fenómeno se ve agravado por el hecho de que esta
región, en tanto se encuentra totalmente flanqueada por zonas agrícolas ya ocupadas,
no permite continuar la actividad colonizadora como sucede por ejemplo en la región
del Caquetá, el Meta o el Catatumbo.
Este proceso de descomposición de la sociedad campesina de la región de coloni-
zación, su transformación de economía agrícola en economía ganadera, su imposibili-
dad de recomposición social con base en una economía agropecuaria capitalista que
incorpore a los colonos que han perdido sus tierras como asalariados agrícolas, exacer-
ba la contradicción entre terratenientes ganaderos, por un lado, campesinos peque-
ños propietarios y sin tierras, por otro, y tiene su primera manifestación de violencia en
el abigeato como delito contra la propiedad que se generaliza.
Aquí, es necesario agregar que otra característica social de una zona de coloniza-
ción es la fuerte presencia de elementos marginales, atraídos, por una parte, por las
perspectivas que puede ofrecer la colonización, por otra parte, demandados por la misma
colonización como necesaria fuerza de trabajo de reserva, dada la inestabilidad y dis-
continuidad de las actividades agropecuarias en tales condiciones, y para atender una
serie de oficios de la actividad terciaria. Este sector social marginal es el proveedor de
las cuadrillas al servicio de los terratenientes y gamonales políticos, como también de las
columnas guerrilleras.

El Estado y la violencia
La característica política de una región de colonización es la ausencia, o presen-
cia nominal, del Estado, tanto en su papel jurisdiccional y policivo, como en su acción
econónúca y fiscal.

341
En cuanto a lo político, la no presencia jurisdiccional del Estado, o la reducción
de ésta a la mera acción policiva, deja la resolución del conflicto social entre terrate-
nientes y campesinos a la capacidad que cada uno de ellos tenga de acumular y
desplegar fuerza social, política o militar; así, la ausencia jurisdiccional del Estado
lleva a resolver el conflicto de la tenencia de la tierra, el principal, por medio de la
confrontación de fuerzas de las partes, hasta llegar al ejercicio de la violencia y no por
medio del arbitramento de acuerdo con el derecho del Estado y el. régimen político.
Pero si además, la presencia del Estado se limita a la acción policiva, la siguiente
afirmación de Gilhodés es elocuente: "En estos tiempos turbulentos cualquier movi-
miento campesino corría el riesgo de ser identificado como actor de violencia. Los
propietarios amenazados por invasores, los denuncian como guerrilleros; los hacenda-
dos cuyos arrendatarios se negaban a pagarles las rentas informan al Ejército de la
presencia de guerrilleros comunistas en sus tierras".
Cuando la policía se ve sobrepasada por los hechos en su papel, es sustituida por el
Ejército, lo cual no cambia las cosas, más bien las agrava como veremos, porque su
acción no es el resultado de las decisión de la presencia jurisdiccional del Estado, sino
de su obligación de mantener el orden público, que su información identifica con los
intereses de los poderosos de la región. En tanto tal, la ausencia jurisdiccional del
Estado, o su presencia meramente policiva, beneficia los intereses de los terratenien-
tes ganaderos en contra de los campesinos agricultores.
Con respecto a lo económico, la ausencia del Estado en el desarrollo de infraes-
tructura vial, de regadío, energética, de comunicaciones, de mercadeo y
comercialización, servicio de salud y educación, crédito y tecnificación agrícola, no
tan solo es la causa del desarrollo distorsionado de la región de colonización, como ya
se explicó, sino que además esta ausencia económica del Estado inhibe su presencia
fiscal, ya que un Estado que nada aporta a la región no tiene legitimidad para recau-
dar impuestos allí. O, desde otra perspectiva, en la medida en que el Estado no puede
o no quiere ejercer su acción fiscal en la región de colonización, no se siente obligado
a ejercer allí su acción económica y jurisdiccional. Pero, en lo concreto, la no acción
fiscal del Estado en la región beneficia a los grandes propietarios ganaderos, para
quienes la carencia de infraestructura no afecta mayormente su actividad económica,
mientras que la exención fiscal sí los beneficia. En cambio, la carencia regional de
una infraestructura que garantice la realización de los productos agrícolas y la falta de
servicios y crédito agrario, sí afecta definitivamente el desarrollo de la actividad pro-
ductiva agraria de los medianos y pequeños agricultores.
Finalmente, se debe tener presente que, en nuestro caso del Magdalena Medio el
conflicto en la región de colonización no se limita a la contradicción entre ganaderos y
campesinos. Además, en la zona nororiental de la región (sur del Cesar y noroccidente
de Santander) se ha desarrollado una agricultura capitalista altamente tecnificada (palma
africana, etc.) basada en la gran propiedad; aquí el conflicto es entre campesinos y
grandes capitalistas agrarios. Sin embargo, lo característico de esta zona es la existencia
de condiciones infraestructurales para el mercadeo y comercialización de los productos
agrícolas, muy superior al resto de la región. Esta misma infraestructura ha permitido el
desarrollo de una agricultura altamente mercantilizada de pequeños y medianos propie-
tarios. De alguna manera, se podría considerar que en esta zona el fenómeno de diferen-

342
ciación y descomposición de la colonización se resolvió ya a favor de una agricultura
capitalista industrializada. Por otra parte, en la zona suroccidental de la región (oriente
de Antioquia y Caldas) predomina el latifundio ganadero, con relativas condiciones de
infraestructura, pero donde el conflicto no se ha resuelto definitivamente a favor de la
gran propiedad ganadera.

El papel de la guerrilla
La guerrilla como fenómeno político y social depende de condiciones objetivas
nacionales y condiciones subjetivas regionales.
Al decir que la aparición y desarrollo del movimiento guerrillero depende de con-
diciones objetivas nacionales, se quiere destacar el aspecto marcadamente político de
esta condición. La guerrilla es el producto de una voluntad política: la toma del poder
del Estado nacional; esa voluntad política se hace manifiesta cuando una organiza-
ción a o en nombre de un grupo o clase social opta por esta forma de lucha militar, en
respuesta a un sistema de generación de poder político, que considera, le niega toda
posibilidad de acceso legítimo a él.
En el caso de Colombia, esta situación puede ser abreviadamente explicada por el
intento de hegemonía conservadora en los años cuarenta, o por el congelamiento
político que produce el Frente Nacional; esta situación de frustración política inde-
pendiente se vio exacerbada por el intento populista de la Arrapo al disputarle el
poder legal, por la vía electoral a la alianza-alternancia liberal-conservadora.
La condición subjetiva es marcadamente social, depende de la existencia de una
o varias regiones en las cuales el conflicto social entre terratenientes y campesinos no
se haya resuelto definitivamente, donde estos últimos estén dispuestos a resistir y el
conflicto haya marginado a importantes sectores de la población regional de la activi-
dad económica hasta llevarlos al estado de marginalidad social; allí la guerrilla podrá
reclutar a sus combatientes, y contará con respaldo popular.
Pero, finalmente, se necesita de otra condición política, esta vez regional. La au-
sencia económica y jurisdiccional del Estado, es decir, la existencia de un territorio en
el cual ninguna autoridad ejerza sus funciones allí, la no presencia económica del
Estado hace de la región un territorio sin vías de comunicación ni otras obras estruc-
turales que facilitan la acción militar de la guerrilla pero que dificultan las operacio-
nes militares de fuerzas regulares.
Esta falta de presencia económica del Estado en la región de frontera, crea las
condiciones tácticas para la iniciativa militar guerrillera y pone a la defensiva a las
fuerzas regulares del Ejército inmovilizándolas en sus bases. Sin embargo, lo importan-
te políticamente es el hecho de no existir la presencia de una autoridad que represen-
te y ejerza el poder político del Estado. Entonces, en tanto que la guerrilla es una
contrapoder político, ésta se constituye en la autoridad política regional, que expresa
la consolidación del dominio sobre el territorio y su población cuando se atribuye el
poder jurisdiccional -la administración de justicia-. En ese momento la guerrilla se
considera con la legitimidad suficiente para, en tanto autoridad política regional,
ejercer su poder fiscal; aparece entonces la extorsión -boleteo- como impuesto gue-
rrillero y el secuestro como penalización a la "evasión fiscal".

343
En la región del Magdalena Medio hace su aparición en la época de la violencia,
la guerrilla liberal liderada por Rafael Rangel. En este caso, si bien no fue voluntad
explícita de la dirigencia liberal acceder al poder por medio de la lucha militar guerri-
llera, esta fue la respuesta explícita de la resistencia del pueblo y base liberal a la
agresión conservadora y del gobierno. Pero la dirigencia liberal si bien le dio respaldo
moral y logístico, la utilizó políticamente para negociar con los conservadores y su
gobierno y, posteriormente con el gobierno militar de Rojas Finilla. Estas fueron las
condiciones objetivas políticas de la guerrilla. Las condiciones subjetivas sociales fue-
ron el proceso de descomposición y diferenciación social que siguió al desarrollo de la
colonización en la región y la ausencia del Estado allí. Cuando los liberales desautori-
zaron la guertilla y negociaron su desarme, cesó la condición objetiva -política nacio-
nal- que la sustentaba. Entonces ésta, basada sólo en la condición subjetiva -social
regional- se convierte en bandolerismo. Tal es la guerrilla del "Mono" que después de
1953 opera en la región del Magdalena Medio.
Aquí es necesario precisar que una guerrilla que ya no cumple con la condición
de responder a un objetivo nacional de toma del poder político del Estado y sólo se
sustente en las condiciones subjetivas· sociales de la región, deja de ser una guerrilla
política para convertirse en bandolerismo cuyo objetivo se reduce a reproducirse como
tal y sus acciones se limitan a tal fin. Esto es importante ya que una guertilla conver-
tida en banda deja de ser un contrapoder que sustituye la autotidad del Estado en la
región, perdiendo la legitimidad para ejercer el poder fiscal; su acción recaudadora
de recursos económicos se convierte en delito común. Aquí el asunto es claro, quien
no tenga objetivos políticos, quien no esté dispuesto a disputarle el poder a la autoti-
dad constituida ha perdido la legitimidad de la acción política y el derecho a ejercer
la más alta forma de lucha política que es la lucha militar, violencia organizada para
un fin político. Ésta, así queda reducida al delito común contra los bienes y las perso-
nas. Lo antetior no quiere decir que el bandolerismo no sea la expresión de la rebeldía
social que lucha contra las injusticias del sistema imperante y contra el régimen polí-
tico que lo sustenta. Simplemente, se trata del hecho de que la lucha social no legitimiza
el uso de la violencia, en cambio, la lucha política si puede legitimarla.
El bandolerismo termina por convertirse en un grave problema para la sociedad
civil, porque mientras la guertilla justifica su acción expropiadora del excedente eco-
nómico social apropiado colectiva o individualmente, no importa, en la necesidad de
apoderarse del poder político y así establecer un mejor o nuevo orden social, legitima
su acción fiscal, lo que significa para la sociedad civil que el excedente que le es
expropiado sirve a intereses que trascienden los intereses inmediatos de reproducción
de la guerrilla. Más aún, su propia reproducción aparece sirviendo al cambio del régi-
men político y, no siempre, a la transformación de la estructura social. En cambio, en
el caso de los bandoJ-eros, el excedente económico social, la riqueza, es expropiada
sólo para la reproducción de la banda; esta expropiación de la riqueza social, hace del
bandolero un explotador de la sociedad que, desligado de la producción, sin producir
riqueza alguna, vive sacando provecho de la riqueza social.
Además, en el caso de los bandoleros esta situación expropiatoria tiende a repro-
ducirse al infinito, en cambio, en el caso de los guerrilleros la expropiación tiene la
perspectiva de desaparecer con la conquista del poder por parte de ellos, o más bien

344
de ser sustituida por el poder fiscal del nuevo poder. Pero, entre tanto, la sociedad
civil sometida a una "doble tributación", debe pagar sus impuestos al Estado como
poder y debe pagar la contribución a la guerrilla como contrapoder.
De allí que la mayoría de la población, en especial los sectores populares, tenga
una actitud y comportamiento ambiguo frente al bandolerismo: de atracción porque
interpreta su rebeldía social, de rechazo porque expropia la riqueza social. Lo mismo
puede suceder frente a la guerrilla, si su acción se prolonga más de lo previsible o se
hace más intensiva de lo necesario. Las clases acomodadas y emiquecidas de la socie-
dad siempre rechazarán al bandolerismo y a la guerrilla, porque son los depositarios
privados de la riqueza social; si pagan contribuciones es porque sobre ellos se ejerce la
violencia del contrapoder para que lo hagan.
En la década de los sesenta reaparecen las condiciones objetivas políticas que
sustentan el movimiento guerrillero en la región del Magdalena Medio.
La Revolución Cubana respondía a la agresión del imperialismo norteamericano
con una estrategia global de lucha insurrecciona! por medio de la guerra de guerrillas,
para disputarles el poder político a las burguesías nacionales latinoamericanas y el
económico-militar a EE.UU. En el año 1966 hace su aparición en la zona santandereana
del Magdalena Medio el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Sin embargo, esta
guerrilla no fue un movimiento eminentemente campesino, ni fue el producto de la
organización militar de la resistencia campesina, y sus principales cuadros pertene-
cían a la clase media urbana, en especial estudiantes. El ELN más que aprovechar las
condiciones subjetivas de la región, localiza allí su acción dada su condición político-
militar de ausencia de autoridad del Estado, además, dada su condición estratégico-
militar por estar ubicada en el corazón de Colombia. Por otra parte, el ELN aparecía
como la respuesta polírico-militar -y en tanto tal, cumplía la condición objetiva polí-
tica nacional-, al congelamiento político del Frente Nacional y a la imposibilidad
dentro de tal régimen político de establecer una alternativa política de masas a la
hegemonía liberal-conservadora. Esto es lo que explica la incorporación de Camilo
Torres al ELN, que simboliza la incorporación de la izquierda alternativa al poder -
Frente Unido- a la lucha militar guerrillera.
El carácter eminentemente político y su bajo nivel de localización en las contra-
dicciones socio-económicas regionales --condición subjetiva- se hace manifiesto en
la negativa del ELN a repartir tierras entre los campesinos, argumentando que eso
sería resuelto una vez se tomaran el poder. Aquí el ELN no entendió la consigna
movilizadota de los campesinos: "La tierra para el que la trabaja" de Lenin; pensaton,
seguramente, de acuerdo a la ortodoxia, que ya en el poder la tierra debería ser "so-
cializada", es decir, estatizada. Esta incapacidad del ELN para afmcarse en las contra-
dicciones socioeconómicas locales, le impidieron aprovechar las condiciones subjeti-
vas para tener un pleno respaldo de las masas campesinas, lo que creó las condiciones
para su derrota militar y, por lo tanto, política. Por otra parte, el Estado reaccionó
manifestando su pleno dominio territorial sobre la región, reforzando la V Brigada,
acantonada en Barrancabermeja, con el batallón Granada en Yondó, y cuando era
necesario con el Batallón Colombia, especializado en contraguerrilla. Luego, este dis-
positivo militar se convertirá en la actual XIV Brigada. El problema para el Estado ya
no era de la violencia en una región de frontera interior, sino un problema político-

345
militar estratégico para toda la nación y parte de la estrategia global en América
Latina del imperialismo en respuesta a la estrategia global de la Revolución Cubana.
Pero la presencia militar del Estado en la región se limitó a eso y no fue acompaña-
da de una presencia jurisdiccional y económica. Al fin y al cabo sólo se trataba de
destruir militarmente al ELN, en tanto fuerza ajena e invasora del territorio nacional.
Tanto para esa guerrilla como para el Estado, o más bien el Ejército, la región había
sido un campo de operaciones y batalla, ni uno ni otro había tenido presente las con-
diciones socioeconómicas de la región. Es más, el Estado consideró que los problemas
sociales y económicos de la región no existían y que la violencia no era la manifesta-
ción de aquella problemática, sino importada del exterior. Lo anterior reforzó tal inter-
pretación de la violencia y. sancionó la doctrina militar de la revolución importada y
de la participación nacional en la confrontación de bloques mundiales.

El papel del Ejército en la región


El Ejército aparece como la única presencia del Estado en la región de frontera, pero
éste no está en condiciones de cumplir el papel jurisdiccional y económico fiscal de aquel,
no es ni su papel ni su tarea. Su presencia allí era sólo militar, de defensa del territorio
nacional del Estado frente a la agresión de una fuerza armada considerada exterior o
extranjera. Si asumió funciones policivas de mantenimiento del orden público, su acción
en la región se reduce a la represión. Esto quiere decir, que para la región de frontera
interior la presencia del Estado se manifiesta exclusivamente como represión.
La presencia del Ejército en la región del Magdalena Medio le plantea a éste· dos
problemas centrales. Uno político, en la medida en que el Ejército no posee atribuciones
jurisdiccionales y fiscales, ni recursos económicos para el desarrollo de la infraestructura
regional, ni está capacitado para aquellas funciones, es incapaz de arbitrar o administrar,
y así resolver, las contradicciones socioeconómicas de la región. Sólo puede represar el
conflicto pero no resolverlo. La represión recae sobre los pequeños y medianos campesi-
nos agricultores, reforzando así las condiciones subjetivas regionales necesarias al desa-
rrollo del movimiento guerrillero.
En estas circunstancias aparece en la región el IV frente de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), que en tanto brazo armado del Partido Comu-
nista de Colombia, o de cobijarse políticamente en él, cumple con la condición obje-
tiva política nacional. Además, es una guerrilla que en lo subjetivo responde a los
intereses campesinos en el conflicto de éstos con los terratenientes y que además está
dirigida y conformada por campesinos, campesinos sin tierras, asalariados agrícolas
desocupados que aspiran a la tierra, o simplemente por la población marginal de la
región, que toma esta actividad como una manera de sobrevivir. A diferencia del ELN,
las FARC entran a resolver, en la medida de lo posible, las necesidades inmediatas de
tierras de los campesinos. En tanto que las FARC representan los intereses del movi-
miento campesino y reciben su respaldo de masas, su acción militar guerrillera toma
iniciativa táctica y logra la máxima movilidad operativa.
En lo militar, el otro problema para el Ejército, es que esta situación lo pone a la
defensiva dado su carácter de fuerza regular, lo que le hace perder su capacidad
operariva, en comparación a la de la guerrilla y así perder la iniciativa tácrica. En lo
militar, el Ejército no cuenta con la infraestructura que viabilice su capacidad operativa

346
de fuerza regular -problema económico-militar-, ni cuenta con el respaldo de los secto-
res mayoritarios de la población -problema socio-militar-, en este sentido, tiene todos
los problemas de un Ejército de ocupación frente a una población hostil y enemiga.
Entre tanto, los terratenientes ganaderos han logrado comprometer, si no al Ejército
como institución, sí a sus oficiales, como personas, con los intereses ganaderos, al otor-
garles o agenciarles las facilidades necesarias para que algunos de aquellos se convier-
tan en ganaderos de la región.
El Ejército de la región de frontera, sin iniciativa táctica en razón de ser una
fuerza regular, responde organizándose, en lo táctico, como fuerza irregular organizan-
do fuerzas irregulares en forma de cuadrillas con el respaldo y apoyo de los terrate-
nientes y ganaderos. Esta situación de irregularidades se ve agravada porque no se
reduce a lo táctico, sino que, además, se manifiesta como una irregularidad jurídica y
legal en cuanto detienen ilegalmente -desaparecidos-, torturan, ejecutan sin juicio,
asesinan, se apropian de bienes ajenos, todas estas prácticas reñidas con las normas de
la guerra regular y la legalidad jurídica nacional. El Ejército como instrumento del
Estado en la región, no tan sólo aparece como una autoridad esencialmente represiva,
sino, además, como una autoridad que permanentemente va en contra de la posibili-
dad de que él represente un mínimo papel jurisdiccional en la región.
Los dos hechos anteriores muestran que el proceso de conflicto socioeconómico
en la región de frontera, termina por descomponer al Ejército como único represen-
tante del Estado allí, en razón de su imposibilidad de ejercer la acción jurisdiccional
y económica del Estado, lo que termina por descomponerlo como institución militar,
porque tampoco puede ejercer esta función en forma regular.

El papel de la mafia en la región


La presencia de la mafia en la región del Magdalena Medio se hace manifiesta en
la década de los setenta. Se instala allí no en razón de las ventajas agrológicas y
climáticas de la región para el cultivo de marihuana, ya que ésta se da bien en casi
toda condición. Lo que allí encuentra la mafia son dos ventajas: una política y otra
socio .. económica.
La condición política de la región era la ausencia de la presencia y acción del
Estado. Esto le permitió a la mafia desarrollar los cultivos ilegales sin mayores proble-
mas. La ausencia de infraestructura para sacar sus productos al mercado internacio-
nal, la suplió la mafia por medio de una elemental pero eficiente infraestructura para
el transporte aéreo, inversión posible dada la alta rentabilidad del negocio.
La condición socio-económica para el cultivo de marihuana estaba garantizada para
la mafia por la economía colonizadora campesina, que le aportaba tierras ya ganadas
para la agricultura y fuerza de trabajo para la producción. Aquí se desarrollaron diversas
formas de asociación, pero en general, se puede considerar esta situación como una
economía campesina especializada, articulada a un poder comprador monopsónico de
productos agrícolas. Esto, además, articuló eficientemente la economía campesina al
mercado y, técnicamente la especializó en un monocultivo de alta rentabilidad.
El hecho de que la mayor parte de esta actividad en la región se localizara en la zona
noroccidental, que es la de menor presencia política y económica del Estado, con una

347
casi total ausencia de autoridad policial y de infraestructura de transporte y comunica-
ción, mejoraba las condiciones de la zona para el cultivo ilegal: la ausencia de la acción
legal y policiva del Estado y campesinos ávidos de articularse al mercado para mejorar
sus ingresos. Además, la total ausencia del Estado le permitía a la mafia imponer su
"legalidad" a los campesinos renuentes a enriquecerse.
La destorcida de la "bonanza marimbera" trajo para la región graves consecuen-
cias socio-económicas, pero principalmente aceleró el proceso de descomposición y
pauperización de la economía campesina, ya que dado su débil equilibrio productivo y
su baja capacidad de acumulación -tendencia al consumo suntuario y no al ahorrü-'-
la economía campesina no estaba en condiciones de reiniciar su actividad con otros
cultivos y en mejores condiciones. Estos sectores así pauperizados engrosarán el sector
marginal de la sociedad y estarán dispuestos a cualquier cosa para recuperar su capa-
cidad de consumo perdida.
Durante ese periodo, las relaciones entre la mafia y la guerrilla fueron de conviven-
cia y, seguramente, de cooperación en algunos casos, por cuanto aquella estaba dispues-
ta a "tributar" a la guerrilla, para que le permitiera realizar su negocio. En el fondo ello
era equivalente al soborno que pagaba la mafia, con el mismo fin, a las autoridades del
Estado, al fin y al cabo, la guerrilla también era una autoridad como contrapoder.
Con el Ejército, única presencia del Estado en la región, las relaciones de la mafia
tampoco tendrían que ser malas. Aquel estaba en la región para acabar con un enemi-
go militar y no para perseguir el delito común, que es una función policial. Pero si el
Ejército se proponía tal tarea, el soborno lo podía persuadir de lo contrario sin dejar de
cumplir su objetivo militar en la región.
La función policiva represiva -monopolio de la violencia- es siempre sobornable,
si no está sometida al control y vigilancia de la autoridad jurisdiccional y política de la
cual es instrumento.
Pero la actual situación es otra, y el papel de la mafia en la región es notablemente
distinto.
En el transcurso del pasado decenio, la mafia colombiana por medio del control
internacional de la producción y comercialización de drogas -primero marihuana y
luego cocaína- logró una gigantesca y rápida acumulación de divisas. Esta rápida
acumulación originaria le planteó a la mafia la necesidad de concretarla en otras
inversiones seguras. Aquí, dicho sea de paso, el asunto no se limitó a la necesidad de
lavar "dineros calientes", sino a la necesidad de todo capital -<linerü-'- de ser invertido
en un proceso económico que le garantice su reproducción ampliada. Sin embargo,
este periodo de auge del narcotráfico coincide con un periodo de ctisis y recesión de
la economía, lo que recomienda inversiones seguras que conserven el valor del capi-
tal. Una de estas seguridades es la inversión en tierras potencialmente productivas -
engorde de tierras-, cuyo precio, debido a la demanda por ellas en un periodo de
crisis, sube más rápido que la inflación. Pero las tierras de las regiones de colonización
o frontera son siempre más baratas, ya que carecen de la infraestructura necesaria que
viabilice su potencial económico. Además, en este caso, el recrudecimiento de la
violencia hace caer aún más los precios de la tierra -en algunas zonas del Magdalena
Medio recientemente el precio de la tierra habría caído a 300 pesos por hectárea-. Sin
embargo, de otra parte, la tierra en esta región sería en este momento la tierra de

348
mayor potencial agrario del país, dadas sus posibilidades agrícolas, por su localización
en el corazón de Colombia y por estar cruzada por las principales vías nacionales de
comunicación, a lo cual se debe agregar la nueva carretera Bogotá-Medellín que
integrará transversalmente la región del país. Además, socio-culturalmente la zona
occidental de la región está sometida a la influencia antioqueña y, la mafia es predo-
minantemente "paisa". La presencia de la inversión fundaría de la mafia en la región
del Magdalena Medio es claramente detectable y debería comprobarse catastralmente.
Esta nueva presencia de la mafia en la región tiene un nuevo carácter, completa-
mente contrapuesto al anterior, en tanto ha invertido en tierras su presencia es tan
"leg~l" como la de cualquier propietario. Esta presencia legal de la mafia cambia
sustancialmente su relación con la guerrilla.
La mafia paga sobornos a los representantes de la autoridad del Estado cuando sus
actividades son ilegales, pero si sus actividades son legales no tiene por qué pagar
sobornos.
El tributo a la guerrilla que pagaba la mafia, era para ella un soborno al contrapoder
de aquella, en tanto su actividad era ilegal. Pero ahora, en tanto su presencia es legal
en la región no puede considerar legítimo el cobro -extorsión- que le hace la guerri-
lla. Frente a la violencia guerrillera -secuestro- la mafia está en condiciones de res-
ponder con la violencia mafiosa, ya que ella se ha constituido y desarrollado en el
ejercicio de la violencia social. La respuesta de la mafia por medio de la violencia
organizada a la violencia guerrillera -la subversión contra la subversión- la constituye
en un nuevo poder social dentro del conflicto de la región. Además, su poder no
reside exclusivamente en el uso de la violencia, ya que el poder económico de la
mafia la convierte rápidamente en un poder social, que permanentemente está distri-
buyendo parte de su riqueza entre los sectores pobres y marginados de la sociedad de
la región. En términos antropológicos, los jefes mafiosos se convierten en hombres de
prestigio, que finalmente legitiman su poder social como poder político, entrando
directamente, o por interpuestas personas, al debate y participación política nacional.
De paso, la. capacidad de la mafia para ejercer la violencia y su poder económico, le
permiten presionar económicamente o por la fuerza a los campesinos para que aban-
donen y vendan -más bien cedan- sus tierras.

Dinámica actual de la violencia en la región


Se puede considerar que la situación inmediatamente anterior a la actual era de
un relativo equilibrio entre las fuerzas que podían ejercer la violencia en la región: la
guerrilla y el Ejército. En el entendido de que este equilibrio inestable de la violencia,
se daba en el marco de un profundo conflicto económico social de lucha por la tierra
entre campesinos agricultores y terratenientes ganaderos. Es más, se puede considerar
que la presencia del Ejército inhibía el uso de la fuerza y la violencia a los terratenien-
tes para apropiarse de la tierra campesina y, a la vez, la presencia del Ejército inhibía
a los campesinos a utilizar la fuerza para recuperar o invadir tierras de los ganaderos.
La presencia de la mafia como inversionista territorial en la región del Magdalena
Medio cambia el esquema de violencia anteriormente descrito. Ésta, la mafia, legiti-
ma su presencia económica en la región frente a los terratenientes ganaderos, en

349
tanto inversionista legal, además, legitima su presencia social frente a los sectores
populares, en tanto distribuidor -donador- de riqueza entre éstos. Su legitimidad
económica, asimismo, la legitima socialmente frente a los terratenientes y el Ejército.
Finalmente la capacidad de la mafia de oponer a la violencia guerrillera su propia
violencia, le señala a los terratenientes la alternativa de la fuerza y las formas alterna-
tivas de la violencia para oponerse a la extorsión y secuestro guerrillero, convirtiendo
a la mafia y los terratenientes en aliados sociales, políticos y militares. Por otra parte,
la capacidad y entrenamiento de la mafia para actuar irregular y clandestinamente en
su lucha contra la guerrilla la convierte en aliado militar del Ejército, que también
necesita de estas acciones para luchar en mejores condiciones tácticas y operativas
contra la guerrilla. El triángulo del terror queda constituido: los ganaderos, el Ejército
y la mafia, insistimos, en tanto organización irregular y clandestina para la lucha
antiguerrillera, conforman el MAS. Pero este terror no tan sólo cumple una función
militar antiguerrillera, también cumple una función económica que beneficia a terra-
tenientes ganaderos y mafiosos; obliga a la migración campesina y rebajá el precio de
la tierra. Y, finalmente, en lo social esta violencia llevada al terror inmoviliza la base
social de la guerrilla.
Dentro del esquema estratégico de conservar la suma cero de las fuerzas contra-
puestas en la lucha y de mantener su nivel de fuerza en el ascenso a los extremos del
la violencia, la respuesta del movimiento guerrillero es aumentar su capacidad de
desarrollar violencia. La guerrilla contrapone al terror del MAS -terror blanco- el
terror revolucionario -terror rojo.
Como en toda lucha irregular clandestina entre aparatos militares, las principales
víctimas están en la periferia de éstos, sus extensiones, sus relaciones, sus simpatizan,
tes anónimos y muchas veces el solo origen de clase de personas las hace víctimas de
uno u otro bando, según sea el caso, es decir, en esta situación de terror generalizado
la víctima es la población en general. Esta forma de guerra ~la guerra sucia- vuelve al
enemigo lo indeterminado. Todos los que no están sometidos al control del propio
aparato son enemigos; los neutrales son enemigos, ya que la neutralidad sirve al ene-
migo; los pacifistas son enemigos, ya que la paz que no se ha ganado por la fuerza de las
propias armas es la paz del enemigo; los sospechosos de poder identificar actores o
acciones clandestinas por razones casuales o ajenas a su voluntad, deben ser destrui-
dos porque esa información puede servir al enemigo. En fin, todos son enemigos, por-
que el enemigo es un aparato irregular y clandestino: el enemigo es un blanco indis-
cernible. Así, en estas circunstancias, cualquiera, independientemente de su situa-
ción y posición, que sea víctima directa o indirecta de la violencia, se convierte en
enemigo irreconciliable de su victimario circunstancial en aliado incondicional de la
otra fuerza. De esta manera, el terror no tan solo hace víctima a la generalidad de la
población, además, la -compromete en él.
Este ascenso a los extremos hasta el terror absoluto y generalizado, muestra a la
situación regional como lo irracional -la locura de Marte-, haciendo perder a los
actores, observadores y analistas de la situación las causas reales y sus orígenes con-
cretos del conflicto socio-económico, que en tanto no resuelto, pasa por la violencia y
asciende al terror. La causa de la violencia, así como la solución a la violencia no
puede ser una violencia mayor, que invoque una razón superior como la paz, para

350
justificar su actuación. La paz conseguida sin resolver el conflicto que causó la guerra,
es sólo el triunfo de los vencedores y la derrota de los vencidos.
Tampoco en la región del Magdalena Medio se debe buscar la causa de la violencia
en las consecuencias y manifestaciones económicas y sociales que median entre el con-
flicto central de la lucha por la tierra que enfrenta a terratenientes y campesinos, y la
violencia generalizada hasta el terror, tales como la marginalidad social, la pauperización
económica, el abandono y desnutrición infantil, la prostitución y alcoholismo, el analfa-
betismo, etc.
De la misma manera, tampoco se pueden buscar las causas de la violencia en esta
región, en su carencia de vías de comunicación, de infraestructura para el mercadeo
agropecuario, la falta de servicios y crédito agrícola o en la falta de servicios sociales.
Si precisamos más el análisis, es cierto que estas carencias fueron las condiciones que
determinaron el desarrollo agrario y agrícola deformado de la región, que llevó por
medio de la diferenciación y la descomposición de la economía campesina coloniza-
dora a una economía predominantemente ganadera extensiva, como anteriormente
se explicó. En tanto tal, esas carencias infraestructurales fueron las causas en ese
momento de un proceso de desarrollo regional que puso en conflicto por la tierra a
campesinos agricultores y terratenientes ganaderos. Pero, pretender ahora resolver la
violencia regional causada por una forma conflictiva de tenencia de la tierra, que a su
vez es el resultado de un proceso histórico determinado por un conjunto de circuns-
tancias, tratando de cambiar esas circunstancias ahora, no es comprender que la his-
toria es un factum que ya no se puede transformar. Si el conjunto de circunstancias
que causaron la actual tenencia conflictiva de la tierra, fueron la falta de infraestruc-
tura económica y social, y además, no lo olvidemos, la localización de la región en el
corazón económico y demográfico del país, ni esta condición natural ni aquellas histó-
ricas pueden ser variadas. Lo único que se puede transformar es el resultado actual de
todo aquello, el hecho concreto de la tenencia conflictiva de la tierra que es la causa
directa de la violencia en la región del Magdalena Medio.
Si en este momento se desarrollan obras de infraestructura vial, energética, comu-
nicaciones y mercadeo agropecuario, si se implementan los servicios y crédito agrícola
necesarios para la plena producción y comercialización de los productos de la región y,
así se articula plenamente a la economía nacional. Si, además, se desarrollan la infra-
estructura y los servicios sociales que mejoren la calidad de la vida en la región, el
resultado será un aumento creciente de la demanda, intra y extra regional, por la
tierra del Magdalena Medio y su precio tenderá al alza constante. Lo cual, dicho sea
de paso, aumentará la compra de tierras de "engorde" para proteger el valor del capi-
tal. Todo esto sólo puede exacerbar el conflicto por la tierra, que en tanto causa
central de la violencia, ésta no tenderá a desaparecer, sino que por el contrario, segui-
rá su marcha en ascenso generalizándose y culminando en nuevas formas de terror.
Si las anteriores medidas no van acompañadas de una voluntad política, que eco-
nómica y socialmente democratice la tenencia de la tierra en la región y, legalmente
por medio de la presencia jurisdiccional del Estado garantice plenamente los dere-
chos así adquiridos, tales medidas sólo exacerbarán la violencia porque han resuelto
la causa de ésta. En ese sentido es preocupante constatar que el Plan de Rehabilita-
ción de las Zonas de Violencia, al cual el Gobierno le ha asignado 68.000 millones en

351
los próximos cuatro años, se discrimina así: 58% para vías; 3% para comunicaciones,
11 % para salud y sólo 11 % para tierras y servicios agropecuarios.
Pero es más, la voluntad política de democratizar la tenencia de la tierra y de
garantizar jurisdiccionalmente su uso productivo, debe anteceder a las medidas ten-
dientes a mejorar las condiciones económicas y sociales de la región, ya que si éstas se
desarrollan previamente a aquella, generarán grupos de presión y poder que se con-
trapondrán eficazmente a la voluntad política para democratizar la tenencia de la
tierra en la región.
Finalmente, si se toma el camino de sólo resolver los problemas infraestructurales
de la región, el conflicto por la tierra no será resuelto sino que suprimido por la violen-
cia y el terror, esto en lo concreto, se realizará como exterminio y emigración forzÓsa
de campesinos pauperizados. Una política de desarrollo regional que explícitamente
no se proponga democratizar la tenencia de la tierra, implícitamente no se propone
resolver el conflicto sino suprimirlo por medio de la violencia y el terror contra los
pequeños y medianos campesinos; implícitamente tal política se propone el exterminio
y la emigración forzosa de campesinos pauperizados.

352
Paramilitares en Colombia: contexto,
aliados y consecuencias•

Alejandro Reyes Posadaº•

Presentación
Colombia ha experimentado durante casi una década la política de combatir la
subversión con dos tácticas combinadas: las acciones de control y combate de las fuerzas
armadas y las acciones de escuadrones paramilitares privados. Este ensayo quiere resal-
tar algunos aspectos de esta experiencia, para sugerir la dimensión de los daños causa-
dos al país y las áreas de política que sería necesario cambiar para superarlas.
La acción de grupos paramilitares en regiones donde actúan las guerrillas ha cam-
biado el escenario y la dinámica de la confrontación armada en el país. Las políticas
de contrainsurgencia a comienzos de la década abrieron la puerta para que poderosos
grupos en algunas regiones se convirtieran en gestores armados de la violencia, con
una tendencia hacia la autonomía con respecto al Estado 1•
La acción paramilitar ha probado ser un medio eficaz para expulsar a los grupos
guerrilleros en algunas regiones, pero el costo oculto de esta transformación es la
creación de dominios territoriales armados, donde no puede actuar el Estado sino
como cómplices de sistemas de justicia privados. Lo esencial de este tipo de justicia es
que no individualiza responsabilidades, sino que se aplica a sustitutos de los culpa-
bles, como medida ejemplarizante para crear terror en la población.
Una parte de los asesinatos militares de la Unión Patriótica durante los años 1986
a 1989 fueron cometidos por paramilitares como una extensión de su confrontación
con las FARC2 • Muchas de las grandes haciendas que podrían ser afectadas por la

* Tomado de la revista Análisis Político N 2 12, enero~abril, 1991. Instituto de Estudios Políticos y
Relaciones Internacionales de la Uillversidad Nacional de Colombia,
** Sociólogo. Coordinador de la Comisión para la superación,de la violencia. Autor de Geografía de la
violencia; coautor de Pacificar la paz. Investigador del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional.
1. Después de numerosas evidencias, los documentos del Congreso de los Estados Unidos comienzan a
reconocer sin reticencias el fenómeno paramilitar y sus conexiones: "El aumento de asesinatos políticos que
exitosamente minaron el proceso de paz de Betancur fue atribuidos en gran parte al crecimiento de escuadrones
de la muerte paramilitares-la mayoría de los cuales no sólo gozaron de asistencia directa o indirecta de miembros
del Ejército, sino que fueron financiados por narcotraficantes. Organizaciones nacionales e internacionales de
derechos humanos, el Procurador General de la Nación y periodistas independientes han documentado las
amplias violaciones entre grupos paramilitares financiados por el narcotráfico y miembros del Ejército colornbia~
no. Ver por ejemplo, Informe Ame ricas Watch, "Los asesinatos en Colombia", abril, 1989 y "Colombia sitiada",
Washington Office on LatinAmerica, 1989. Ver United States Anti~narcotics Activities in the AndeanRegion,
Thirty~eight Report by the Cornmittee on Government Operations, November 301 1990. (Traducción del
autor}.
2. Repetidas denuncias en este sentido fueron presentadas públicamente por Jaime Pardo Leal y Bernardo
Jararnillo Ossa ante las autoridades y medios de comunicación. El Espectador, 14 de julio, 1989. p. 13A.

353
reforma agraria tienen protección armada y los campesinos sin tierra temen represalias
si solicitan la tierra al Estado3•
La guerra al narcoterrorismo decretada por el gobierno Barco en agosto de 1989
puso en evidencia la inconsistencia de la política de seguridad interna, pues el enemigo
a quien el Ejército debía combatir había participado con él en la lucha antisubversiva y
continuaba generando relaciones de solidaridad con miembros de las Fuerzas Armadas4•
Esa inconsistencia no ha sido aún resuelta en la práctica, aunque sí política y legal-
mente. Los paramilitares continúan actuando en 1991 y se han reportado sólo esporádicas
persecuciones o enfrentamientos con la fuerza pública'. Sus dominios tertitoriales siguen
sometidos a la ley de las armas.

Condiciones de posibilidad de la acción paramilitar


En su historia, el Estado colombiano ha tenido recurrentes periodos de debilidad para
asegurar el monopolio de la fuerza frente a las situaciones de crisis del orden interno6 • En
estos periodos la estabilidad de las relaciones de dominación social por parte de las elites
locales ha dependido del uso de la fuerza directa contra sus adversarios sociales,
Durante la violencia de los años cincuenta y sesenta los dos partidos tradicionales
patrocinaron la formación de fuerzas de choque para liquidar a miembros del partido
opuesto y el experimento terminó en la generalización del bandidismo social y las
venganzas de sangre, que afectaron a buena parte de las regiones minifundistas de las
vertientes cordilleranas del interior del país7•
Después de la frustración de los intentos de reforma agraria de Lleras Restrepo
(1966-1970), que buscaban corregir los desequilibrios estructurales acumulados en el
campo, el país presenció el surgimiento de un movimiento agrario que organizó a un
millón de campesinos y amenazó la supervivencia del latifundio en las regiones más
atrasadas de la costa Atlántica y los valles interandinos8•
El movimiento campesino fue derrotado por el gobierno conservador de Pastrana
Borrero (1970-1974) y la reforma agraria fue sepultada por el gobierno liberal de López
Michelsen (1974-1978). En todas las regiones donde el movimiento campesino des-
plegó la fuerza de la acción de masas, las guerrillas no encontraron arraigo en la

3. Entrevista con Carlos Ossa Escobar, gerente del Incora, y con dirigentes de ANUC. Archivo Institutos
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional. Ver también El Espectador, 25 de
mayo, 1990, p. 16.
4. El DAS presentó varios informes, divulgados por los medios de comunicación, en los cuales acusó a
miembros de las Fuerzas Armadas de participar en las masacres de Segovia (Antioquia) y Urabá. Véase DAS
"Informe Diego Viáfara", Bogotá, 1989; "El dossier paramilitar", en Semana, Nº 362, abril 11,17, 1989.
5. "Los sicarios estaban financiados por el narcotráfico: Dijin11 , en El Espectador, 11 de junio, 1989, p.
1OA. La Policía informa haber desmantelado una banda paramilitar en San Martín, Meta.
6. Jorge Orlando Melo hace una buena historia del uso privado de la fuerza en periodos de violencia en
Colombia. Véase "Los paramilitares y su impacto sobre la política, en Al filo del caos, Bogotá, Tercer Mundo/
Universidad Nacional, 1990.
7. María Victoria Uribe publicó un detallado estudio sobre la violencia en el Tolima durante los años
cincuenta y sesenta en el que se destaca la acción de los bandoleros en las masacres de campesinos. Véase Matar,
rematar y contramatar, Bogotá, Cinep, 1991.
8. El mejor estudio realizado hasta ahora sobre el movimiento campesino de los años setenta es el de León
Zamosc, La cuestión agraria y el movimiento campesino en Colombia, 1967-1981, Bogotá, Undrist / Cinep, 1987.

354
población, que prefería mantener las esperanzas en la reforma agraria. La derrota del
reformismo en los sesenta y la represión generalizada a los líderes durante el gobierno
de Turbay Ayala (1978-1982) abrieron las compuertas a la expansión guerrillera que
presenció el país a fines de los setenta y comienzos de los ochenta'.
Dos lecciones principales se derivan de esta historia. Primera, la estabilidad de la
dominación social depende, en situaciones de crisis, de la violencia estatal canalizada
por grupos de las elites. En el caso del movimiento campesino, la imagen subversiva
asignada a los organizadores de la comunidad por los voceros de los propietarios fue la
definición del enemigo con la cual se envió a las fuerzas armadas a la destrucción de
la movilización agraria.
Segunda, las energías sociales de las capas populares, cuando consiguen organi-
zarse, se canalizan alternativamente hacia presiones reformistas o hacia conductas de
ruptura abierta, que a su vez pueden desembocar en esfuerzos colectivos si conservan
un alto grado de cohesión interna, o hacia conductas delincuenciales de bandidismo
social si no hay organización10 •
Existe una obvia relación entre las orientaciones de los movimientos sociales de las
elites regionales y de las respuestas de la base social. La violencia directa de las primeras
impide la movilización popular, desorganiza a los actores sociales y atemoriza a la gran
mayoría de la población.
Los movimientos de las elites regionales tienden a la violencia por mano propia
cuando perciben que la tramitación democrática del conflicto alteraría sustancialmente
las situaciones de privilegio institucional, derivadas de la estructura de propiedad y el
control de los recursos comunes. El rechazo a la participación de las masas está inspirado
en el temor a la pérdida de exclusividad de las elites en la toma de decisiones básicas.
La primera condición para el surgimiento del paramilitarismo es, entonces, la debi-
lidad estructural del Estado colombiano para imponer a las elites regionales un marco de
conductas democráticas para la resolución del conflicto social. Esta debilidad se tradu-
ce en las relaciones de cooperación con la violencia directa por parte de las elites regio-
nales, cuyo apoyo es indispensable para la conservación del régimen político.
Una segunda condición se relaciona con la política contrainsurgente. La de Turbay
estuvo enmarcada por el famoso "Estatuto de Seguridad" de 1978, que tipificó como
subversivas muchas conductas propias de la protesta social y las sometió a la justicia
penal militar. La transición de Betancur se caracterizó por el abandono del apoyo
presidencial al despliegue represivo directo por parte de las fuerzas armadas, como
condición para ambientar las iniciativas de negociación con las guerrillas.
Los cuatro años de aplicación de la política represiva de Turbay probaron que las
instituciones castrenses no eran adecuadas para aplicar justicia sino para combatir al
enemigo. Muchas pruebas fueron prefabricadas durante los allanamientos a sospecho-

9. Sobre la política represiva de Turbay puede consultarse Controversia, Nº 70- 7.1, "Estatuto de Segu-
ridad, seguridad nacional, derechos humanos, democracia restringida" por Alejandro Reyes, Guillermo Hoyos,
Jaime Heredia y otros, Bogotá, Cinep, 1978. Véase también el informe presentado por la Comisión de Estudios
sobre la Violencia: Colombia: violencia y democracia. Informe presentado al Ministerio de Gobierno, Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia, 1987.
10. Hay dos excelentes trabajos sobre el tema del bandidismo social en Colombia. El de Gonzalo Sánchez
y Donny Merteens, Bandoleros, gamonales y campesinos; Bogotá, El Áncora Editores, 1985 y el de Eric Hobsbawm,
Rebeldes primitivos, Barcelona, Ariel, 1974.

355
sos, se generalizaron los robos con el pretexto de decomisar elementos delictivos y se
instituyó la tortura sistemática en los centros castrenses de reclusión".
En el fondo, antes que aplicación de justicia el Ejército intimidó y castigó a una
amplia base de población, con el propósito pedagógico de disuadir a quienes impulsaban
la organización popular. La justicia penal militar aplicada a civiles fue una política in-
constitucional, como finalmente lo declaró la Corte Suprema en 1988. Esta confusión de
poderes públicos trajo consigo el abandono de la justicia por el poder ejecutivo.
Las consecuencias de estas políticas fueron la práctica disolución de las formas
civiles de movilización y el reforzamiento del reclutamiento guerrillero. En 1981 co-
menzaron a multiplicarse los ataques de la guerrilla a poblaciones marginales y a ex-
pandirse las áreas donde aquellas ejercían dominio y practicaban actos depredatorios
contra los propietarios y empresarios locales.
El presidente Betancur intentó parar la ola de terror oficial y creó espacios de diálo-
go para firmar la paz con las guerrillas. Logró negociar un alto al fuego con las FARC, el
EPL y el M-19 en 1983 y 1984 12 • El solo anuncio de la paz pactada fue un chorro de agua
fría para el Ejército, que sintió frenado su impulso bélico justo cuando creía tener la
victoria en sus manos, con la plana mayor del M-19 en la cárcel de La Picota en Bogotá.
El desacuerdo militar con la política de paz del presidente fue expresado pública-
mente por el ministro de Defensa. También se manifestó en la estrategia de lucha,
pues las brigadas y batallones en áreas guerrilleras comenzaron a organizar el apoyo de
los propietarios locales para crear grupos de autodefensa.
El primer experimento fue el de Puerto Boyacá, área de la confluencia de la mi-
gración boyacense de la zona esmeraldífera y de la colonización antioqueña. Las FARC
habían creado un reino del terror contra los propietarios grandes y medianos, habían
aumentado el precio de las extorsiones y los secuestros de ganaderos. Allí se decidió la
creación de escuadrones, financiados por los hacendados locales con un fondo inicial
de 200 millones de pesos.
Desde Puerto Boyacá se extendieron las acciones a Puerto Berrío sede de la XIV
Brigada, Puerto Nare, Puerto Triunfo, Yacopí, Cimitarra, Puerto Salgar y La Dorada. Entre
1982 y 1984 los paramilitares asesinaron a más de 800 personas de estas regiones, expulsa-
ron a las familias campesinas que habían colaborado con las FARC y reemplazaron parte de
la mano de obra con migrantes de los Llanos Orientales, del Huila y otras regiones.
Más tarde, entre 1988 y 1989, grupos seleccionados de los paramilitares de Puerto
Boyacá ayudaron a entrenar otros semejantes en Córdoba, Urabá y la región del Ariari
en el Meta y participaron en la comisión de masacres en las mismas áreas y en Antioquia.
Una vez que expulsaron a las guerrillas del Magdalena Medio, los jefes paramilitares
organizaron grupos locales de autodefensa en las regiones que llamaron liberadas, inte-
grados por pobladores locales y no por mercenarios a sueldo como en la primera etapa13 •

11. Los informes de Amnistía Internacional sobre la situación de los derechos humanos en Colombia en
1980 y 1981 denuncian la existencia de 50 instalaciones militares y de policía donde se torturaba a los detenidos.
12. Una excelente evaluación de los procesos de diálogo y negociación con las guerrillas durante el
gobierno de Betancur se encuentra en la obra de Luis Alberto Restrepo y Socorro Ramírez, Actores en conflicto
por la paz, Bogotá, Siglo XXI / Cinep, 1989.
13. El único estudio realizado por un testigo del proceso de Puerto Boyacá es el de Carlos Medina:
Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia. Origen, desarrollo y coruolidación. El caso de Puerto
Boyacá, Bogotá, Ed. Documentos periodísticos, 1990.

356
Extensión de las alianzas anudadas en el paramilitarismo
La mayor parte de los grandes propietarios en las regiones afectadas por las accio-
nes predatorias de las guerrillas, que cubre cerca de 500 municipios, apoyan alguna
forma de seguridad privada. Estas varían de región a región, desde las contribuciones
a las autoridades armadas para financiar operaciones de limpieza social, pasando por
la creación de grupos armados con la estricta misión de defender la hacienda respec-
tiva y ayudar a las vecinas, hasta la organización y financiación de escuadrones de la
muerte, con propósitos de agresión.
Esta disposición de los propietarios no es generalizada, pero sí convoca a sectores
suficientes para haber tejido una red de sistemas de defensa en áreas afectadas por las
guerrillas. En buena medida es un resultado acumulado por casi tres décadas de lu-
chas guerrilleras infértiles de éxitos revolucionarios, que se reducen a ejecutar asaltos
armados contra poblaciones, combates esporádicos y extorsiones generalizadas y regu-
lares contra todo aquel que tenga un patrimonio acumulado. El carácter parasitario
de estas acciones les resta legitimidad social a las guerrillas y permite a sus adversarios
reclutar opositores entre sus propias bases y desertores de sus filas.
Entre las nuevas capas de hacendados llegados a algunas regiones guerrilleras
para relevar a quienes no resistieron la presión de los secuestros y extorsiones se des-
tacan los narcotraficantes de las distintas regiones. Estos han comprado tierras en
cerca de 300 municipios de los 1.020 que tiene el país 14 •
Su ingreso a la confrontación con las guerrillas, que se inició en 1982 con la
creación del MAS (Muerte a secuestradores) para reaccionar contra el secuestro de la
hija de uno de los capos de Medellín, significó que los grupos paramilitares reforzaron
varias veces su presupuesto, armamento y número de mercenarios a sueldo 15 . El salario
de los patrulleros contratados por los paramilitares era de 40.000 pesos mensuales en el
Magdalena Medio y el Ariari en 1988 16 •
La estructura paramilitar de Puerto Boyacá fue la primera en ser controlada por
los principales capos del cartel de Medellín y su fase expansiva coincide con la am-
pliación de los territorios de narcotraficantes en la región.
El caso regional más grave después del de Puerto Boyacá es el de Córdoba y Urabá,
donde el grupo paramilitar del traficante Fidel Castaño y el Ejército han colaborado
para descabezar el liderazgo político de las organizaciones campesinas y para aislar al
EPL de sus bases de apoyo.
En Córdoba han coincidido dos fenómenos de signo opuesto. De un lado, uno de
los peores problemas de distribución de la tierra en el país. De otro, una rápida con-

14. El autor realizó una encuesta con directivos regionales del lncora (Instituto Colombiano de la
Reforma Agraria) con la pregunta sobre los municipios de su jurisdicción en los cuales se sabía que narcotraficantes
habían comprado tierras antes de 1990. El resultado es un mapa, todavía incompleto que incluye cerca de 300
municipios. Archivo del Instituto de Estudios Regionales y Relaciones Internacionales de la Universidad
Nacional. Véase también "El narco~agrd' en revista Semana, noviembre 29 de 1988.
15. El Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, denunció las vinculaciones de 54
militares en operaciones del grupo paramilitar Muerte a Secuestradores -MAS-. Véase Carlos Jiménez Gómez,
Una Procuraduría de opinión, Bogotá, Ed. Printer Col., 1986.
16. Entrevista con un jornalero de El Espinal (Tolima) que trabajó temporalmente como patrullero en
Puerto Boyacá, Archivo Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales.

357
centración de la propiedad en manos de narcotraficantes. Ambos fenómenos llevaron
a la región a fines de los ochenta a una guerra de aparatos -guerrillas y paramilitares-
en la cual la mayoría de las víctimas fueron campesinos ajenos al conflicto.
La tercera región en importancia por su organización paramilitar es el piedemonte
de la Cordillera Oriental, desde Casanare, bajando a la región del río Ariari, los llanos
del Yarí y llegando al Putumayo, en la frontera con Ecuador y ruta de la pasta de coca.
Dominio anterior de las FARC en algunas de sus áreas, la Orinoquía y la Amazonía
combinan grandes extensiones de cultivo de coca, laboratorios y pistas de aterrizaje y
la ventaja estratégica de la incomunicación vial en muchas localidades. Algunos
narcotraficantes han comprado grandes extensiones en el pie de monte oriental y han
disputado dominios territoriales a las FARC 17 •

Consecuencias y perspectivas del paramilitarismo


Todos los sectores de población y las organizaciones involucradas se han transforma-
do como consecuencia de ocho años de acción de los escuadrones de la muerte. El
Ejército y la policía han implicado en la práctica de atropellos a los derechos humanos
de la población a muchos de sus integrantes, hasta llegar a la cúpula que traza las
estrategias 18 • Los habitantes de regiones donde actúan las guerrillas han sido aterroriza-
dos mediante asesinatos y masacres colectivas ejemplarizantes, sus organizaciones des-
truidas y muchos de ellos han sido expulsados a las ciudades".
Las guerrillas han perdido sus bases de apoyo entre las poblaciones sometidas a la
agresión paramilitar y han sido obligadas a convertirse casi éxclusivamente en apara-
tos militares, que luchan para sobrevivir como milicias armadas y pierden contacto
con el sentido político de la lucha popular20 •
Los narcotraficantes han dispuesto de organizaciones armadas para proteger territo-
rios y negocios de coca, para expulsar a la guerrilla y para organizar militarmente bases
sociales de apoyo. El paramilitarismo ha sido ampliamente denunciado por los medios de
comunicación y sus características y alianzas son un secreto a voces en Colombia. El
presidente Gaviria, siendo ministro de Gobierno en 1987, denunció la existencia de 140
grupos paramilitares actuando en todo el país, aunque muchos de ellos eran nombres
distintos para las mismas organizaciones 21 • El DAS ha denunciado la vinculación de uni-
dades paramilitares con masacres cometidas en combinación con paramilitares12 •

17. Un buen análisis de los conflictos suscitados por la coca entre guerrillas y narcotraficantes es el de
Alfredo Molano, Selva adentro, Bogotá, El Áncora Editores, 1987. ·
18. Un documento de 1990 elaborado por la Procuraduría General de la Nación registra las quejas de
ciudadanos contra fuerzas militares por violaciones a los derechos humanos. Ver Procuraduría General de la
Nación División de Registro y Control, Bogotá, 1990.
19. Un documento elaborado por organizaciones de derechos humanos de Barrancabermeja contiene un
registro detallado de las acdones paramilitares y del Ejército en los municipios de El Carmen y San Vicente de
Chucurí en los últimos cuatro años. Véase Informe de la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz sobre
la situación de violencia que se vive en los municipios de El Carmen y San Vicente de Chucurí (Santander),
debida a la acción de grupos paramilitares. Barrancabermeja, agosto, 1990.
20. En esta afirmación coinciden dirigentes guerrilleros de las FARC, el ELN y el EPL entrevistados.
Archivo del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional.
21. El Espectador, 10 de octubre, 1987.
22. Semana, Nº 311, 19-25 de abril, 1988.

358
El gobierno Barco logró la derogatoria de la Ley 48 de 1968, que autoriza al Ejérci-
to a crear grupos de autodefensa. Con esta medida, cambió la política que había sido
públicamente respaldada por el ministro de Defensa General Rafael Samudio y el de
Justicia José Manuel Arias Carrizoza. En junio de 1985 el gobierno dictó el Decreto Nº
1194 que establece penas a quienes financien o promuevan grupos paramilitares23 •
Sin embargo, fueron la matanza de jueces en la Rochela (Santander) en enero de
1989 y la declaración de guerra al narcotráfico de agosto de 1989, luego del asesinato
del candidato liberal Luis Carlos Galán Sarmiento, imputado por el DAS al cartel de
Medellín, los hechos que ratificaron la condena al paramilitarismo y le quitaron la
legitimidad en los altos círculos gubernamentales y de opinión pública.
Comprendiendo esta situación, los narcotraficantes han anunciado repetidas ve-
ces que suspenden hostilidades armadas y los jefes paramilitares han cambiado su
discurso para presentarse como líderes de "movimientos político-militares", con lo
cual reclaman igual tratamiento que las guerrillas como delincuentes políticos. El
intento más serio en este sentido fue el de creación de un movimiento político que se
llamó MORENA "Movimiento de Restauración Nacional" presentado en forma oficial
en agosto de 198924 •
En el campo de las relaciones internas, la muerte de Rodríguez Gacha y la retira-
da estratégica de los principales capos a raíz de la declaración de guerra del gobierno
ha significado el abandono parcial del patrocinio financiero que recibían los grupos
del Magdalena Medio y los Llanos Orientales. En Córdoba, Fidel Castaño ha celebra-
do conversaciones de paz con el EPL, y ha iniciado la desmovilización de 200 hombres,
entregando las armas al Ejército. En parte como resultado de este desmonte, ha co-
menzado a aparecer una nueva ola delincuencia!, centrada en secuestros, con la cual
los mercenarios tratan de compensar ingresos dejados de percibir.
El gobierno Gaviria trata de sustituir la guerra al narcotráfico con la creación de
una justicia negociable, que garantiza la no extradición a los Estados Unidos cuando los
implicados se entreguen y colaboren con los jueces. Hasta febrero de 1991, luego de
algunos meses de vigencia, los decretos 204 7 y 3030, que plasmaron esas decisiones,
habían logrado algunos resultados, con la entrega de los tres hermanos Ochoa Vásquez,
núembros del grupo de Medellín, y algunos otros narcotraficantes menos notorios.
El tema central de las denuncias de los narcotraficantes se refiere a la aplicación
de métodos de guerra sucia contra sus integrantes y familiares por parte de la policía
antinarcóticos y la fuerza Elite de la misma institución. Se quejan de torturas, asesina-
tos y desapariciones de familiares y amigos25 •

23. Véase El Espectador, 10 de junio, 1989, p. IOA.


24. Véase "Morena lanzará candidato propio a la presidencia" en La Prensa, 11 de agosto, 1989, p. 9. En
1990 los extraditables se autodefinen como movimiento político-militar. En un comunicado enviado a la prensa
el 5 de abril afirman: "11. Que como grupo rebelde nos declaramos movimiento militar y político que luchará
contra la extradición, contra la tortura y elsicariato oficial, contra la manipulación de los jueces por parte del
gobierno, contra la desinformación, contra la intromisión de gobiernos extranjeros en el manejo económico y
político de la Nación, y en la defensa de las clases desprotegidas y de las reivindicaciones sociales y políticas del
pueblo colombiano", El Tiempo, 6 de abril de 1990.
25. En comunicado del 27 de abril de 1990 los extraditables afirman: "2. Que hemos denunciado
repetidamente a los policías torturadores y que en anteriores comunicados manifestamos que Colombia no está
siendo gobernada por un Presidente, sino por la fuerza y el poder de cuatro policías criminales. 3. Que manifes~
tamos anteriormente también que el problema de la extradición había pasado para nosotros a un segundo plano,

359
Paradójicamente, los narcotraficantes han encontrado que su mejor defensa es el
reclamo por el respeto a los derechos humanos y su autoidentificación como fuerza
político-militar, para homologar su tratamiento al del proceso de paz con las guerrillas
y ser beneficiarios de una amnistía.
Las fuerzas armadas han perdido credibilidad interna e internacional como resul-
tado de sus alianzas antisubversivas con el narcotráfico y los paramilitares. Prudente-
mente, desde cuando el clima de opinión rechazó esas prácticas, han empezado a
cambiar el discurso justificatorio y a repudiar las acusaciones de vinculación con los
paramilitares.
Tres grandes factores de violencia quedan en pie. Primero la propensión militar y
policial a prácticas violatorias de los derechos humanos contra la población no comba-
tiente. Su terminación exige el cambio de políticas de contrainsurgencia, además del
ejercicio activo de investigación y juicio para sancionar a los responsables y separarlos
de las estructuras de mando, con propósito de impedir la reproducción de tales prác-
ticas por la promoción de los autores.
El segundo factor de violencia es la continuación de la guerra de guerrillas entre
las fuerzas armadas y el ELN y las FARC, organizaciones que en conjunto realizaron el
70% de las acciones guerrilleras en 1989. La toma del comando central de las FARC
por el Ejército el 9 de diciembre de 1990, día de elecciones de la Asamblea Constitu-
yente, inició una cadena de ataques de sabotaje por las FARC y el ELN contra la infra-
estructura económica y de servicios públicos, que desbordó totalmente la capacidad
de la fuerza pública para impedirla.
Esta situación movió al gobierno para ofrecer un diálogo sin condiciones de la Coor-
dinadora Guerrillera, que podía concluir con un cese al fuego y eventualmente llevar a
la desmovilización de las organizaciones en armas a cambio de participar en la Asamblea
Constituyente. Las ofertas del gobierno reconocen los dominios territoriales de las gue-
rrillas y contemplan su transformación en organizaciones. de poder local, sujetas a las
reglas democráticas. Otro aspecto de negociación anunciado públicamente es el desar-
me parcial y no total de los insurgentes, aceptando el gobierno la existencia de guardias
cívicos y policías locales cuyos cargos ocuparían los ex guerrilleros26 •
El tercer factor de violencia colectiva es la continuación de las organizaciones
paramilitares apoyadas por grandes hacendados, algunos relacionados con el
narcotráfico cuya existencia depende de la amenaza guerrillera y de la actitud de las
fuerzas armadas. Si se define una nueva estrategia de orden público, este factor de
violencia tendría que desaparecer.
El país ha ido acumulando un consenso de opinión contrario a la violencia y una
experiencia civil de manejo de conflictos armados. La desmovilización del M-19, del
EPL, el PRT y del Quinrín Lame sellan una etapa de liquidación de luchas armadas y
preparan al gobierno para negociar con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar,
que reúne al ELN y las FARC.

ya que este argumento de lucha había sido desplazado por el de torturas, los asesinatos y las desapariciones de
nuestro compa:fieros, a los cuales, luego de ser detenidos, se les ha introducido taladros por los oídos, agujas en
los testículos y sopletes en todas partes del cuerpo". El Tiempo, 28 de abril, 1990.
26. Ver Semana, edición 460, febrero 26~marzo 51 1991.

360
El destino de esta última negociación con las FARC y el ELN dependerá en parte
del tratamiento que se otorgue al problema de la acción paramilitar del Estado y los
particulares 27 •
El gobierno no puede superar su propia crisis de eficacia si no consigue someter su
propia fuerza a la legitimidad democrática, igual que si no es capaz de evitar la violen-
cia represiva privada que reejerce a nombre de la defensa del sistema político.

2 7. Juan Linz expresa este punto con mucha claridad: "En nuestra visión, algunas de las consecuencias
deslegitimadoras de la violencia pueden ser halladas en el área de decisiones hechas en respuesta a la violencia.
Nos referimos a decisiones complejas como las de considerar a un acto como político o representativo de
reclamos sociales, o como concebido por locos o criminales comunes; juicios acerca de si detener las primeras
expresiones de violencia o si permitir reconocimiento a sus perpetradores al negociar con ellos; y decisiones
sobre la cantidad y el tipo de fuerza que se use para reprimir la violencia, en particular el uso de la policía, las
fuerzas armadas o grupos paramilitares que apoyan al gobierno". (p. 57). "Cuando la decisión de usar fuerza no
puede ser hecha por las solas autoridades políticas, sino requiere la consulta o la aprobación de aquellos en
control de las fuerzas armadas, entonces el gobierno se enfrenta a una seria pérdida de legitimidad. Lo mismo es
verdad cuando un gobierno permite a grupos organizados con disciplina paramilitar cuyo propósito es usar la
violencia con fines políticos emerger en la sociedad.-Tales grupos tienen la propensión de llegar a ser más y más
autónomos, de desarrollar su propia ideología y propósitos, y en general de se! refractarios a gobiernos elegidos
democráticamente (p. 58). Ciertamente la tolerancia de un régimen democrático hacia la creación de organiza-
ciones paramilitares por oposiciones desleales crea una amenaza serísima a su existencia. Esa tolerancia consti-
tuyó un factor decisivo en la desintegración del mandato democrático en Italia, Alemania, Austria, y hasta cierto
punto España". (p. 59). Cf. Juan Linz, "Crisis Breakdown and Re-equilibration of competitive Democracies" en
Juan Linz y Alfred Stepan (edit.), The Breakdown of Competitive Democratic Regimes, Baltimore, Johns Hopkins
University Press, 1978.

361
Cinco tesis para una sociología política del narcotráfico
y la violencia en Colombia*

Álvaro Camacho Guizado"

Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales


Universidad de los Andes

l. El "problema" del narcotráfico es producto de la lógica imperial


El planteamiento de que la raíz del narcotráfico es el consumo por parte de la
población de los países capitalistas avanzados, es un paso en un proceso de transformar
la mirada tradicional, y de desviar la atención acerca de la "culpabilidad" de Colom-
bia en la situación. Que este punto se haya puesto sobre la mesa de discusión ha sido
un éxito parcial de los gobiernos colombianos, puesto que tiende a convertir así el
estigma anterior en un activo a su favor. Aun así, el conjunto de las medidas naciona-
les, en lo que respecta a la política interna y a las relaciones entre Colombia y los
demás países involucrados en el asunto, siguen dirigidas a erradicar la producción y
exportación. Es decir, de las declaraciones internacionales a los hechos hay una sensi-
ble distancia. Sin embargo, no parece tan claro que el problema consista solamente en
el "consumo", tal como lo han sostenido algunos gobiernos, conferencias internacio-
nales y parte de la prensa internacional, entre otros. Aparte de minimizar el papel de
la banca y los sectores financieros de los países avanzados en el lavado y apropiación
de fondos provenientes del negocio1, este planteamiento ha llevado a encontrar un
"culpable" en la población consumidora: bien aquella que comparte uno o varios ras-
gos que la hacen aparecer como desviada de los cánones éticos dominantes y por lo
mismo portadora de algún estigma social: racial, nacional, ocupacional u otros y que
es consumidora de derivados baratos de la cocaína; bien aquella otra que por su posi-
ción social y económica no es estigmatizada pero sí se ampara, para consumir la cocaí-
na .más pura, en la ideología liberal que impide al Estado regular procesos de la vida

* Ponencia presentada al Seminario Internacional sobre Narcotráfico celebrado en St. Antony's College,
Oxford, mayo de 1990. Estas notas recogen algunos textos previos y sólo pretenden sistematizar mis propias
ideas, y de allí su forma sintética. Es claro que algunas afirmaciones tienen el carácter de supuestos mientras que
otras son simples hipótesis que requerirían mucha más sustentación e investigación empírica.
** Sociólogo de la Universidad Nacional, PhD. Universidad de Wisconsin. Autor de varias obras sobre
la violencia, entre las cuales se destacan Droga y sociedad en Colombia, Ciudad y violencia (en coautoría con
Álvaro Guzmán) y Colombia violencia y democracia (coautor). Profesor de la Universidad-Nacional.
l. Cfr. Penny Lernoux, In Banks we Trust, Garden City, New York, Anchor Press, 1984; Ethan A.
Nadelman, "Víctimas involuntarias: consecuencias de las políticas de prohibición de drogas", en Debate Agrario,
Lima, Cepes, N 2 7, pp.127~164; José Steinsleger, "Los paraísos financieros: el caso de Panamá", en Diego
García~Sáyán, editor, Coca, cocaína y narcotráfico. Laberinw en los Andes, Lima, Comisión Andina de Juristas,
1989.

363
privada de los ciudadanos'. Esto oscurece y disimula tanto la dificultad de los poderes
institucionales de realizar su tarea de integrar plenamente a su población y de garan-
tizar una vida social en la que tal consumo deje de ser necesario como mecanismo de
desarrollo de lo lúdico, evasivo, euforizante, estimulante laboral, etc. como los con-
flictos ideológicos, filosóficos y políticos a que se enfrentan las políticas prohibicionistas
de consumos. Es decir, en esas sociedades esta dualidad se traduce en la simultanei-
dad de la represión, la tolerancia y el estímulo de tales consumos.
Esta incapacidad de controlar los hábitos de uso de drogas de la población consu-
midora se extiende a las diferentes esferas que constituyen las "microfísicas del po-
der": no solamente las instituciones políticas, sino las familiares, educacionales, labo-
rales, es decir, aquéllas que controlan la vida cotidiana; Pero también se relaciona con
la dimensión de la producción y distribución, tanto de drogas como de algunos de los
insumos de origen industrial que entran en el proceso productivo, cuya comercialización
también deja enormes márgenes de ganancia. Allí entran en consideración elementos
como las pugnas por su manejo entre consorcios financieros legales y organizaciones
informales, subterráneas, ilegales (y peor aún, algunas de ellas extranjeras), lo que se
traduce en falta de control tributario y fiscal, éxodo de divisas y, muy especialmente,
incapacidad de establecer monopolios del gran capital legal en los dos momentos del
negocio.
No hay que olvidar que la cocaína es uno de los pocos productos cultivados, manu-
facturados, transportados y, al menos parcialmente, distribuidos por grupos sociales que
están fuera del control de la econonúa institucionalizada de los países desarrollados, y
que aunque una parte importante de las ganancias no llegue a los países productores,
sus mayores beneficiarios, la banca, los empotios financieros internacionales y las mafias
estadounidenses tienen mecanismos de evasión tributaria en todos los países en que
operan3 •
Este doble juego de paradojas y tendencias opuestas ilustra la gran contradicción
existente entre una lógica económica que exige el dominio sobre una mercancía de
consumo y una legalidad y una ética que se erigen como sus obstáculos. En la historia
de las prohibiciones (del café, el tabaco, la ginebra y otras variedades de alcohol) se
encuentran algunas claves que permiten este tipo de interpretación4• Esta historia de
las prohibiciones ilustra igualmente la tendencia a buscar los enemigos en el exterior,
a partir de la ideología del "enemigo externo", del virus invasor que ataca a un cuerpo
sano y que es preciso erradicar.
Al mismo tiempo que el gobierno colombiano intenta plantear unos nuevos térmi-
nos para el examen del problema, en su acción apuntala las definiciones y prescripcio-

z. Randy E. Bamett, "Curing the Drug~Addiction. the Hannful Side Effects of Legal Prohibition", en
Ronald Hamowy (editor), Dealing with Drugs. Consequences of Govemment Omtrol, Lexington, Mass., Lexington
Books, 1987.
J. Ver Steinsleger, op. dt.; Nicolás H. Hardinghaus, "Droga y crecimiento económico; el narcotráfico en
las cuentas nacionales", Nueva Sociedad, Nº 102, julio~agosto 1989; Ronald Hamowy, "lntroduction: Illicit
Drugs and GovernmentControl", en Hamowy, (ed.), op. cit.
4. Richard Blum et. al., Society and Drugs, Social and Cultural Observations, San Francisco, The Dorsey
Press, 1973; Berthold Laufer, lntroduction ofTobacco into Europe, Chícago, Field MuseumofNatural History,
1924; Egon Corti, A Hiswry of Smoking, Londres, G.G. Harrap and Co. 1931; Thomas Szasz, "The Morality of
Drug Controls", en Hamowy, ed., op. cit.

364
nes oficiales norteamericanas y acepta desempeñar el papel de peón de brega en la
lucha, desarrollando una guerra interna en la que el Estado colombiano es el vicario
de la lógica imperial. Este en su retórica ha internacionalizado el problema, pero en su
acción ha contribuido a interiorizarlo.
Addenda 2001 5•
A pesar de los muchos análisis realizados desde cuando este texto fue escrito (1990), los
cuales han mostrado las enormes complejidades de la estructura y el funcionamiento interna-
cional del narcotráfico, creo que en lo fundamental esta tesis se sostiene, y me parece que el
Plan Colombia es una luz en este sentido: /qué refleja, si no, el esfuerzo estadounidense de
armar todo un programa destinado a otorgar a Colombia casi un billón de dólares para que
acabe con los cultivos ilícitos? Las más recientes informaciones indican que la importancia del
tema de las drogas ilícitas ha descendido en la opinión pública de Estados Unidos, y hoy ya el
asunto no es definido como de la mayor importancia para la seguridad nacional de ese país.
De hecho, la demanda parece estabilizada. Aún así, hay una cierta inercia cultural que lleva
a los políticos, particularmente los más conservadores, a mantener una línea prohibicionista
radical, y por esta razón la "guerra a las drogas" mantiene su vigencia. De hecho, el tema
central de las relaciones entre Colombia y los Estados Unidos está presidido por el tema,
ahora incrementado por el desarrollo de la guerra colombiana, en la cual el narcotráfico
desempeña un papel central, en la medida en que es una fuente fundamental de financiación
tanto de las FARC como de las bandas paramilitares.
Por otra parte, El Tiempo del 27 de abril de 2001 informa que el Secretario de Estado
Powell, "con un gran golpe de pecho, reconoció ante el Congreso de su país que 'El verda-
dero problema en la región (zona andina) no es causado por la región misma sino por lo que
sucede en las calles de Nueva York y otras grandes ciudades del país, donde no sólo niños
pobres sino abogados y artistas continúan usando drogas en forma ilegal. Esto es lo que está
causando el problema en Colombia y en otras naciones de la región andina. Y por
tanto, tenemos no sólo que perseguir la oferta y recurrir a la interdicción. También tenemos
que asegurarnos que estamos atacando la demanda recurriendo al tratamiento para este
horrendo problema" (el subrayado es mío). Powell simplemente ratifica un punto que ya
había sido hecho explícito por parte del secretario de Estado Donald Rumsfeld, con ocasión
de su confirmación en el congreso de Estados Unidos. Más aún, el presidente Bush ha

5. Varios de los comentarios incluidos en estas addendas soll elaboraciones a partir de textos míos
posteriores. Ver: "Narcotráfico y sociedad en Colombia: contribución a un estudio sobre el estado del arte",
BoletínSocio,ecónórnico, N9 24, Cali, Cidse, 1993; "Villa Pujante: une 'narcocratie' regional", en Alain Labrousse
et Alain Wallon, eds., La planete des drogues, Organisations criminelles, guerres et blanchiment, París, Editions du
Seuil, 1993; "Empresarios ilegales y región: la gestación de clases dominantes locales", en Fermentum, Revista
Venezolana de Sociología y Antropología, año 3 Especial Nos 6 y 7, enero;agosto, 1993; "Narcotráfico, coyun;
tura y crisis: sugerencias para un debate", en Francisco Leal Buitrado (editor), Tras las huellas de la crisis política,
Bogotá, Tercer Mundo/ Fescol / Iepri, 1996; Álvaro Camacho Guizado, Andrés López Restrepo y Franciso E.
Thoumi, Las drogas, unaguerrafal"lida. Visiones críticas, Bogotá, Iepri/Tercer Mundo, 1999; "Narcotráfico y paz:
alternativas y políticas", en Álvaro Camacho Guizado y Franciso Leal Buitrago, compiladores, Armar la paz es
desarmar la guerra, Bogotá, Cerec / DNP / Fescol / Iepri, Misión Social y Alto Comisionado para la paz, 20001;
y Andrés López Res trepo y Álvaro Camacho Guizado, "De contrabandistas a barones y traquetos: cambios en
las estructuras de las organizaciones colombianas del narcotráfico", Ponencia presentada a la Conferencia Democracy,
Human Rights, and Peace in Colombia, celebrada en la Universidad de Notre Dame (lnd.) entre el 26 y el 27 de
marzo de 2001 (en prensa).

365
reconocido que los esfuerzos para frenar la demanda de drogas han sido insuficientes, y ha
llamado al Congreso de su país para apropiar más fondos en esta dirección. Uno de los
resultados ha sido el llamado Plan Andino, consistente en la financiación de los esfuerzos de
países vecinos de Colombia para protegerse del eventual "contagio" y amenaza que significan
tanto el narcotráfico como la guerra que se libra en Colombia.
Un nuevo fenómeno, que a comienzos de los noventa no era tan evidente, y que
introduce un fuerte matiz en la tesis, es la expansión del mercado de la cocaína a
Europa. En gran medida el incremento en el área sembrada en Colombia responde a
un aumento de la demanda europea, lo que globaliza más el negocio y pone a Colom-
bia en el centro de una preocupación más internacional. Sin embargo, las discusiones
en romo de la eventual participación de la Comunidad Europea en la financiación a
Colombia han mostrado que sus preocupaciones centrales tienen un ángulo entera-
mente diferente: aunque la lucha contra el narcotráfico ocupa un lugar de importan-
cia, las medidas propuestas se concentran mucho más en el tema de la paz, el desarro-
llo económico y el bienestar de los colombianos.

2. El problema central del narcotráfico es el problema de la violencia


El narcotráfico lleva implícita la violencia, pero ello no significa que necesariamen-
te ésta sea siempre e inexorablemente utilizada. En Colombia más de una práctica eco-
nómica ha estado al margen del control estatal, por su ilegalidad o por la imposibilidad
de ser controlada, y algunas han tenido la violencia como su correlato, como el contra-
bando o la producción clandestina de alcohol. De hecho hay una cierta continuidad de
actores entre el contrabando de bienes de consumo, la actividad esmeraldífera y el
narcotráfico. Pero algunas economías "informales" pueden subsistir pacíficamente a pe-
sar de su ilegalidad.
La violencia del narcotráfico se activa a partir tanto de sus continuidades históricas
como de las condiciones sociales específicas que asume en Colombia y la manera como
se relaciona con el Estado colombiano y con la lógica imperial. Ella se adiciona, superpo-
ne e interactúa con las otras violencias que campean en la sociedad colombiana en lo
político, lo económico, lo privado y familiar, y en sus múltiples expresiones se manifiesta
tanto desde la actividad como contra ella6• En otras palabras, esta compleja interacción
se traduce en la ambivalencia en las conceptualizaciones y propuestas de solución del
problema.
En su despliegue esta violencia se diversifica y asume al menos tres direcciones: 1)
hacia su propio interior (intra o ínter-mafias); 2) hacia las barreras que se yerguen
directamente a su desarrollo (funcionarios del Estado o políticos opositores a su exis-
tencia); o 3) hacia quienes pretendan modificar el orden social global en el cual se
realiza la actividad (como lo han mostrado las acciones contra sectores de la izquierda
armada y desarmada y dirigentes populares y sindicales rurales). Esta última se desa-
rrolla también paralelamente con la adquisición de tierras y expansión territorial por
algunos narcotraficantes, a partir de masivos desalojos de campesinos y colonos.

6. Comisión de Estudios de la Violencia, Colombia: violencia y democracia, Bogotá, Universidad Nado~


nal, 1987.

366
Pero también en contra de la actividad se desarrollan prácticas violentas: la con-
versión de algunos narcos en enemigos públicos prioritarios se ha traducido en que se
ha tendido a enfrentarlos a partir de la violencia, y las posibilidades de otras formas de
confrontación se ven crecientemente reducidas.
Y simultáneamente en la lucha contra el sicariaro que en gran medida se ha
nutrido de dineros de narcos, algunos cuerpos armados del Estado recurren a métodos
típicos de escuadrones de la muerte, realizando labores de limpieza en las que no
todas las víctimas son identificables como sicarios. Paradójicamente, no se observa la
misma preocupación y eficiencia en la confrontación con los grupos paramilitares ru-
rales, otra supuesta creación de los capitales mafiosos.
La primera de estas expresiones tiene actores claramente delimitados y controla-
dos por la actividad narcotraficante: se trata de violadores de códigos internos, torci-
dos, incumplidos, soplones o fracasados en tareas específicas. Es, pues, una violencia
relativamente circunscrita, altamente organizada y productora de un sistema de leal-
tades y justicia que va a contrapelo de todas las conquistas jurídicas civiles y demo-
cráticas que en este campo se han logrado.
La segunda es lógica e históricamente la respuesta al cierre de espacios políticos,
la persecución y la guerra desatada por el Estado. Su peculiaridad consiste en que ha
producido magnicidios y mostrado que para algunos narcotraficantes no hay límites
de escrúpulos éticos cuando se trata de conservar el negocio y ampliar sus órbitas de
acción. Si la primera es una violencia contra la libertad de comercio, ésta es más
específicamente contra el monopolio estatal de la legalidad y la justicia, al tiempo con
su control por parte de los partidos y figuras tradicionales del poder. La tercera es la
forma más primitiva de hacer ganancias económicas y políticas y conservar e incre-
mentar privilegios, e implica una congruencia objetiva con quienes consideran que el
comunismo y la subversión son los enemigos principales, pero que por sus circunstan-
cias particulares no están en condiciones de ejercer violencia contra éstos. Bajo el
manto de la autodefensa y la lucha contra la guerrilla se cubre una violencia contra la
democracia y contra la búsqueda de la igualdad y la superación de injusticias sociales.
La situación de hoy día en Colombia parece indicar que las dos últimas formas de
violencia dominan sobre las demás y se relacionan cada día más estrechamente con
respuestas de igual o mayor significación. La opinión pública se encuentra sacudida
por los constantes magnicidios cometidos contra dirigentes demócratas, representan-
tes del Estado y el establecimiento político.
El "narcoterrorismo" contra el Estado, sin embargo, no debe hacer oscurecer la
tendencia a que la violencia anticomunista y antisubversiva se acelere, se desborde y
se independice del narcotráfico, involucre mayor número de personas y se dirija con-
tra la población más desprotegida: el campesinado y algunos de sus representantes, o
dirigentes populares urbanos víctimas de las campañas de limpiezas, propiciando así
un nuevo enfrentamiento que rememora la década de los cincuenta. Bajo la sombra
de la lucha contra la insurgencia armada se oculta el proceso de amedrentamiento y
aniquilación de los movimientos populares reivindicativos.
Estas formas de violencia de ninguna manera son por lo tanto exclusivas del
narcotráfico: se dan en áreas rurales y ciudades donde éste no parece ser dominante:
en ellas se ligan sectores de las Fuerzas Armadas, organizaciones clandestinas urba-

367
nas, terratenientes (narcotraficantes o no), grupos campesinos, comerciantes locales,
políticos y soldados de fortuna, quienes constituyen la avanzada de la conformación
de una "Contra" preventiva, que de continuar en su dinámica actual, y a pesar de
posibles diferenciaciones internas, se puede convertir en una versión colombiana de
la "Arena" salvadoreña. En algunas de estas organizaciones se gesta la verdadera
narcoguerrilla, a diferencia de la inventada por algún embajador norteamericano en
Colombia, y el reflujo actual de varias de ellas parecería ser momentáneo, y no se
puede excluir de manera alguna su futuro como fuerza aglutinante de diversos secto-
res políticos y sociales en el país.
Aunque algunos narcotraficantes usan indiscriminadamente el terrorismo, las
masacres y el magnicidio, éstos no son su monopolio; en sus expresiones actuales se
pueden detectar varias modalidades: una primera la constituyen las acciones contra
los oleoductos e instalaciones mineras en las que hay inversión extranjera, y cuya
autoría reivindica el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Esta misma organización
comparte con otra, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia'(FARC-EP) la
práctica de hacer matanzas colectivas de grupos campesinos supuestamente infor-
mantes del Ejército o desleales a las respectivas organizaciones.
Hay también bases lógicas y empíricas para pensar que la colocación de carros-
bombas en sitios poblados bien puede servir para reducir la potencial neutralidad de
amplios sectores de la población que no se han visto involucrados en la contienda
entre el Estado, el narcoterrorismo, y las fuerzas armadas insurgentes, en cuyo caso se
puede pensar que o bien se pretende dificultar aún más cualquier negociación o re-
ducción de la lucha gubernamental contra los "carteles", o bien se busca ablandar la
posición gubernamental frente a éstos. Pero el magnicidio puede también ser utilizado
para liquidar representantes de fuerzas democráticas y progresistas bajo el supuesto de
que hoy día cualquier forma de terrorismo es automáticamente adscrita a los capos de
la mafia: se pretende así desembarazarse de esas "amenazas" de la izquierda al tiempo
que se amedrenta a la población y se propicia un mayor endurecimiento en la acción
antisubversiva estatal.
Addenda 200 l.
Las tendencias de la violencia asociada al narcotráfico han tenido fuertes cambios a lo
largo de la década. Aunque la violencia interna ha cedido después del desmantelamiento de
los "carteles" de Cali y Medellín y de lo que significaron en términos de violencia sus diferen-
tes conflictos, no se descarta que ésta continúe vigente, y que las luchas intestinas sigan
cosechando muerte. La forma más exacerbada de la violencia interna durante la década
pasada fue la guerra que se desató entre las organizaciones de Cali y Medellín a raíz de las
contradicciones que se presentaron en tomo del manejo de las relaciones con el Estado. Su
expresión principal fue la organización del grupo de los "Pepes" (Perseguidos por Pablo Esco-
bar), una alianza de ex-socios suyos, entre quienes se encontraban los cabecillas del llamado
"cartel" de Cali, y quienes se dedicaron a combatir al capo hasta reducirle considerablemen-
te su capacidad de lucha. Lo llevaron a la desesperación y finalmente lo condujeron a su
muerte a manos de las autoridades colombianas y estadounidenses.
Posteriormente se han producido algunos episodios que las autoridades asignan a con-
flictos internos, en los que el llamado "cartel" del Norte de Valle ha asumido una posición
principal. Algunos episodios como la reciente colocación de un carro-bomba en un centro

368
comercial de Medellín han sido atribuidos a organizaciones de narcotraficantes. Aún así, es
claro que esta forma de violencia se ha reducido sensiblemente. Los muertos que se hayan
producido en esta violencia no son objeto de despliegue en la prensa nacional.
La segunda, aquélla dirigida contra funcionarios del Estado, y cuya máxima expresión
fue el narcoterrorismo, ha descendido igualmente. Es claro que los narcotraficantes contem-
poráneos han comprendido que luchar violentamente contra el gobierno es una práctica
suicida. También ha entendido, luego de los episodios que involucraron al presidente Samper
y a un buen número de políticos, y altos funcionarios del Estado, que la estrategia de penetra-
ción por la vía de la corrupción y la financiación de contiendas políticas también es riesgosa.
La naturaleza y estrategias de las nuevas organizaciones las llevan a no privilegiar el enfren-
tamiento arrnado con el Estado en defensa del negocio. Esta nueva etapa señala que el
narcotráfico ha dejado de ser un verdadero enemigo político del Estado.
La tercera forma ha experimentado cambios radicales: si bien narcotraficantes como
Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha fueron los principales iniciadores y financistas de
la violencia contra organizaciones campesinas, muy pronto fueron desbordados por varias
organizaciones de propietarios rurales, algunos de ellos simultáneamente narcotraficantes,
quienes asumieron la lucha directa contra las guerrillas y pronto derivaron en las grandes
organizaciones paramilitares contemporáneas. Ahora bien, a diferencia de lo que ocurría en
la década de los ochenta, en esta nueva expresión se gesta un fenómeno de enorme importan-
cia: en efecto, los narcotraficantes que optaron por esa forma de violencia actuaron solos,
como grupo. Ahora están asociados con otros propietarios agrarios no traficantes, lo que les
amplía su rango de relaciones sociales y les perrnite formar coaliciones políticas. No se debe
desconocer que los paramilitares crecen en número y presencia regional de una manera
inusitada, y que cuentan con apoyos sociales no deleznables.

3. La estructura del narcotráfico no es unitaria ni homogénea


A pesar de la magnitud del problema, de lo mucho que se ha escrito sobre él,
debemos confesar que hay aún zonas del mismo en las que reina una profunda igno-
rancia. No conocemos certeramente las verdaderas dimensiones de su economía; sa-
bemos poco sobre sus organizaciones internas, el grado de monopolio sobre el tráfico,
sobre sus vinculaciones con otras organizaciones delincuenciales u otras actividades
sociales. Aunque hoy día se reconoce la existencia de dos organizaciones paralelas y
en permanente confrontación, hay una creciente evidencia, sin embargo, de sustan-
ciales diferencias entre varias organizaciones traficantes, de estructuras internas dife-
renciadas, de jerarquías que coexisten con independencias, de manejos disímiles de
la violencia y las presiones sobre el resto de la sociedad.
Se ha tratado de vincular al narcotráfico orgánicamente con las fuerzas insurgen-
tes armadas; de responsabilizarlo de acciones subversivas y desestabilizadoras en todos
los campos de la vida social. Si bien algunas de estas vinculaciones pueden tener
algunas bases lógicas, y hasta empíricas, lo cierto es que no ha sido posible documen-
tar inequívocamente todas ellas, y se ha dado curso a una fantasía que ahonda las
dificultades para un examen concienzudo y consecuentemente un enfrentamiento
menos errático y torpe que los que se han puesto en práctica. Las descripciones no
comprobadas de la naturaleza de las organizaciones han consolidado una imagen de
invencibilidad que cierra las puertas a cualquier opción de pacificación. Su ubicación

369
como aliado orgánico de las guerrillas ha tenido como propósito deslegitimar a estas
últimas, y como efecto el retardar algunas posibles gestiones de acción política y preci-
pitar una solución de tipo militar. Y esta última a su vez más parece una guerra conven-
cional antiguerrillera que una acción policial contra delincuentes "comunes". En fin,
por erráticas e improbadas que sean, las imágenes estimuladas han tenido como resulta-
do una tendencia a pensar que sólo la guerra a muerte está a la orden del día.
Pero de otro lado, el asesinato constante, el terrorismo ubicuo, el "narcofascismo",
dan pie no sólo para configurar esas imágenes, sino para hacer hipótesis en tomo del
modelo de sociedad con que algunos narcos operan, y que de muchas maneras debe
reproducir las condiciones internas de sus propias organizaciones: el ánimo de lucro
como objetivo principal, el secreto, la arbitrariedad, la falta de escrúpulos, la jerar-
quía incuestionable, la obediencia ciega, la defensa a ultranza de la propiedad priva-
da, las armas como recurso de razón, ley y libertad. Si este es el tipo de sociedad a que
aspiran, y si la ilegalidad apuntala esos valores, las opciones para la sociedad colom-
biana son bastante inciertas.
Los autodenominados extraditables, que parecen constituir solamente un sector
minoritario dentro de la diversidad de grupos traficantes, al tiempo con su violencia,
han declarado reiteradamente su interés por desmantelar su negocio y vincularse a una
vida abierta y "normal"7• A pesar de lo contradictorio que estas dos tendencias puedan
parecer, y de que el momento actual les es completamente adverso, ya el proceso se ha
iniciado, sin que se sepa a ciencia cierta si se habla homadamente al ofrecer el abando-
no del tráfico. La generalización del lavado de capitales, y el que amplios sectores de la
población estén involucrados en las dimensiones legales de sus actividades, ha ido pro-
duciendo condiciones favorables para que al menos algunos de ellos, especialmente los
que aparentemente no recurren a la violencia en forma abierta y desembozada para el
logro de sus objetivos, avancen en su proceso de integración social.
Lo anterior, al menos como hipótesis, arroja algunas dudas sobre la naturaleza
homogénea y sin fisuras de las organizaciones narcotraficantes. Se puede especular
acerca de la naturaleza de sus conflictos internos y de las posibilidades de que ellos
emanen de pugnas por el control del negocio, pero también se puede sospechar que
tales conflictos estén basados en contradicciones precisamente en tomo del proceso
de legitimación social. Es posible que algunos la busquen mediante recursos tomados
de las prácticas guerrilleras: es decir, un golpe fuerte al enemigo para precipitar nego-
ciaciones; y que otros consideren que la mejor manera es mantener un "perfil bajo"
para que el tiempo se encargue del proceso. Otros, en fin, pueden acariciar pretensio-
nes de triunfo y consolidación de proyectos sociopolíticos autónomos. Y otros pueden
simplemente acumular fortunas suficientes para abandonar la actividad antes de que
la suerte les sea adversa. Finalmente los puede haber que consideren la alta rentabi-
lidad por encima de todo y continúen con el negocio, independientemente de cual-
quier otra consideración.

7. Ver Anónimo, Un narco se confiesa y acusa, Bogotá, Editorial Colombia Nuestra, 1989; Mario
Arango, Impacto del narcotrdfico en Antioquia, Medellín, Editorial J.M. A rango, 1988, y la entrevista concedida
pür Gonzalo Rodríguez Gacha a He mando Corral y que fue abusivamente entregada por un tercero a la revista
española Interviú. Posteriormente a la muerte de Rodríguez Gacha la entrevista fue parcialmente reproducida
por Semana.

370
Addenda 2001.
Cuando se escribió este documento estaba en vigencia la política de sometimiento a la
justicia que diseñó el gobierno del presidente Gaviria. Ésta, como se recuerda, tuvo éxitos
parciales, y contribuyó a la entrega a la justicia de un sector importante del "cartel" de
Medellín. La decisión de los hermanos Ochoa contribuyó así a debilitar a la organización,
pero contribuyó a que Pablo Escobar optara por la acción violenta concentrada en el
narcoterrorismo. Ello a su vez activó a los llamados Pepes, quienes debilitaron más aún a
Escobar. Y en ese proceso se hizo más clara la distinción entre las estrategias de Escobar y la
de sus contrapartes de Cali. Estos optaron por una vía diferente, que consistió en la penetra-
ción de los aparatos estatales por la vía de la financiación de políticos y funcionarios estatales,
incluida una buena porción de la Policía Nacional. La máxima expresión de esta estrategia
fue la financiación de la candidatura de Ernesto Samper, lo que desató la enorme reacción
nacional e internacional que llevó a que se organizara contra ellos una fuerte persecución que
terminó con su captura y la entrega de cabecillas menores del mismo "cartel".
Hoy día hay que destacar que las organizaciones narcotraficantes han experi-
mentado grandes cambios. El más notable ha sido su fragmentación empresarial. En
efecto, a raíz de los éxitos gubernamentales en los eventos señalados, han proliferado
pequeñas o medianas organizaciones, compuestas por relativamente pocos miembros,
más jóvenes, educados y alertas que los viejos capos 8 • Estos nuevos empresarios se
cuidan de retar abiertamente al Estado, o de intentar corromper abiertamente proce-
sos políticos. En algunos casos podrán controlar procesos y personajes políticos locales,
o inclusive algunos miembros del Congreso. En todo caso, prefieren conservar un "bajo
perfil", se cuidan de atraer la atención de las autoridades, y por lo mismo evitan los
consumos y las· actitudes conspicuas y desafiantes. Esto implica que parecería que la
naturaleza y el tamaño de las organizaciones dependen fundamentalmente de consi-
deraciones políticas y no económicas. Los narcotraficantes actuales optan por el nue-
vo tipo de organización para evitar su captura, así tengan que renunciar a crecer para
ejercer mayor control sobre el negocio y satisfacer la mayor demanda internacional
que se expresa en el incremento de las áreas cultivadas. Este proceso posiblemente se
ha traducido en el desarrollo de una nueva división del trabajo en la que las diferen-
tes organizaciones se concentran en el control de fases específicas del negocio. De
hecho, algunos observadores de la escena mexicana han mostrado cómo las organiza-
ciones de ese país han pasado a ocupar un lugar preponderante en la adquisición de
droga colombiana y su distribución en el mercado estadounidense'.

4. El narcotráfico tiene un peso específico en el proceso de cambio social


Los capitales del narcotráfico han servido tanto para redistribuir ingresos como
para incrementar la concentración del capital. Las inversiones y consumos de los tra-
ficantes irrigan dineros en múltiples sectores sociales, y han creado o estimulado mu-

8. Cfr. Andrés López Res trepo y Álvaro Camacho Guizado, "De contrabandistas a barones y traque tos ... ",
op. cit.
9. Pe ter Smith, "Semiorganized lntemational Crime: Drug Trafficking in Mexico", in Tom Farer, ed.,
Transnational Crime in the Americas, An Inter~American Dialogue Book, New York and London, 1999.

371
chos oficios a partir de sus demandas y ofertas 10 • Se ha impulsado así, especialmente
en algunas ciudades y regiones, una cierta movilidad social que contribuye a que se
rompan los moldes tradicionales de la estratificación social, y que despierta resisten-
cias por parte de sectores que tradicionalmente han estado a la cabeza del poder y los
privilegios sociales. Paralelamente ha interactuado con una nueva cultura urbana
que glorifica el despilfarto, los consumos conspicuos, el envilecimiento de formas de
relacionarse socialmente, la arrogancia, la ausencia de recato 11 • Constituyen una es-
pecie de novedad en la tradicionalmente pacata sociedad colombiana, sólo que el
tipo de gestión social que realizan permite pensar en una forma verdaderamente
premoderna de insertarse en ella: a través de la capacidad de comprar lealtades por el
amedrentamiento o la irresistible oferta económica. Simultáneamente esta irrigación
de dineros establece una vinculación objetiva de los beneficiarios con los originadores
del gasto legal, pero de origen incierto, independientemente de las valoraciones éti-
cas que al respecto se puedan construir. Este fenómeno acelera una ambigüedad mo-
ral generalizada en el país, que mezcla el repudio del narcotráfico con sú aceptación,
y explica parcialmente la falta de apoyo masivo a la guerra desatada por el gobierno
colombiano.
Uno de los efectos más notables de esta ambigüedad es el haber dado la oportuni-
dad para que algunas organizaciones e individuos se conviertan en portadores de un
código ético radical según el cual cualquier tratamiento del problema del narcotráfico
que excluya el combate frontal es inmoral. Estas posturas intransigentes tratan de
forzar una solución que significa la guerra abierta contra el narcotráfico, y no deja de
haber una paradoja en esto, pues si bien las banderas morales enarboladas tienen
como base el combate a la violencia de los narcotraficantes, la propuesta no es menos
violenta, lo que configura una situación en la que a la guerra sucia del narcotráfico se
le opone una guerra santa de los propietarios de la moral.
Paralelamente, y muy especialmente en las áreas rurales, la actividad económica
de los narcotraficantes se ha caracterizado por la inversión agropecuaria que valoriza
las propiedades rurales, acelera la circulación monetaria, eleva los niveles de renta y
las utilidades del comercio e incrementa los beneficios de los grandes propietarios
rurales de las regiones aledañas 12 • Su equipamiento militar y su forma peculiar de
conservar el orden local propician mayor protección y seguridad a los propietarios
contra las amenazas a la economía terrateniente, a la vez que facilitan y aceleran la
expropiación masiva de pequeños propietarios campesinos.

10. Un amplio dossier sobre la economía del narcotráfico se encuentra en Economía Colombiana, Nos.
226-227, febrero-marzo de 1990.
11. Ver Salomón Kalmanovitz, La encrucijada de ki sinrazón y otros ensayos, Bogotá, Tercer Mundo,
1989. En una encuesta recientemente realizada en el Cidse de la Universidad del Valle, al preguntársele a los
entrevistados si creían que el Partido Liberal tiene vínculos con el narcotráfico, el 27% respondió que definiti;
vamente sí, y el 25% dijo que probablemente sí. Respecto del Partido Conservador las respuestas fueron 28% y
24%. Cfr. Fabio Velásquez y María Teresa Muñoz, "Encuesta de opinión ciudadana", Cali, Cidse, 1990.
12. Hernando Gómez Buendía, Libardo Sanniento Anzola y Carlos Moreno Ospina, "Violencia,
narcotráfico y producción agropecuaria en Colombia" (mimeografiado). Este artículo forma parte de la investi~
gación de los mismos autores sobre "Impacto del conflicto armado y del narcotráfico sobre la producción
agropecuaria en Colombia 1980~ 1988", elaborado para la Misión de Estudios del Sector Agropecuario, febrero
de 1988.

372
Estos procesos socio-económicos, anudados con la modernización del país y las
diferentes violencias, están estimulando un proceso de fragmentación social en el
que, paralelamente con los esfuerzos del Estado para incrementar su control sobre la
sociedad, se conserva el conjunto de poderes privados que han impedido la monopo-
lización del Estado sobre la fuerza y la justicia. En la organización interna de los apa-
ratos judiciales, parlamentarios, burocráticos, partidistas, de inteligencia y militares
se han consolidado prácticas dirigidas a fortalecer este proceso de quiebra estatal: La
ruptura del Estado de derecho no proviene solamente de la subversión que lo reta
abiertamente. El privilegiar esta última como causal ha conducido a que se dé priori-
dad a políticas dirigidas a acentuar las dimensiones represivas y autoritarias, en des-
medro de las tareas asociadas con la democratización de la vida ciudadana y el forta-
lecimiento de los derechos humanos y las garantías sociales, políticas éstas que siguen
siendo a pesar de todo claves en la retórica gubernamental. De esta manera se impide
el proceso de consolidación de una sociedad civil democrática que no tenga que
recurrir a la violencia para el planteamiento y solución de conflictos sociales.
En estrecha relación con lo anterior se encuentra hoy una transformación sustan-
cial de la sociedad colombiana, y que se revela en un proceso que parece acelerado de
pugnas entre "instituciones tutelares". Aunque éste se pueda matizar al argüir que la
Iglesia y la religión católica, la "fe en la democracia", la "potencia moral" que es
Colombia, y los partidos políticos tradicionales, han operado como ideologías más es-
pecialmente en el plano de lo simbólico-expresivo que en el ético-práctico, lo cierto
es que han propiciado divisiones y conflictos sociales basados en la intolerancia, y han
sido fundamentalmente un mecanismo de exclusión de vastos sectores de la población
del acceso a recursos del Estado y la democracia, de apropiación privada-colectiva
del poder del Estado en su pretensión hegemónica, de división y violencia ínter pares y
de apuntalamiento de poderes regionales y locales a contrapelo de una unificación
nacional que se ve estimulada por la expansión del mercado interior y una creciente
presión por el desarrollo de la democratización de la sociedad colombiana. El ejemplo
más diciente es que el enorme peso específico que tradicionalmente había tenido la
Iglesia colombiana en la constitución de un cierto "ethos" nacional se ha ido perdien-
do notoriamente 13 ; pero paralelamente con el proceso generalizado de secularización y
diferenciación valorativa de nuestra sociedad parecería que se ha ido consolidando
otra "institución tutelar": el ejercicio de la violencia, que se ha traducido en que se
han cambiado las armas del sermón por el sermón de las armas, y el Estado colombiano
parece cada día más inclinado a cambiar la tradicional consagración al Sagrado Cora-
zón por algo que se parezca a "San Fusil". Sin embargo, a diferencia de la Iglesia
contrarreformista, que contaba con la variante hispánica de la religión católica como
una ideología general relativamente legitimadora y coherente, las armas no tienen
una ideología distinta de quien las empuña, y así establecen quién tiene el derecho al
privilegio generalizado. Éste no es, sin embargo, un proceso unilineal o siquiera senci-
llo: la creciente reacción en el país contra la violencia, el lugar central que ocupa el
problema de la paz en amplios segmentos de la opinión pública nacional es un testigo

13. Jorge Hemández, "Cristianismo y democracia en Colombia: la cuestión concordataria", en Nora


Segura (Compiladora), Colombia: democracia y sociedad, Cali-Bogotá, Cidse / Fescol, 1988.

373
de esta pugna. La ética de la democracia y la razón parecen enfrentarse con la cre-
ciente ideología legitimadora de la fuerza y la violencia. Sin embargo, en una situa-
ción de fragmentación social la lógica de las armas implica la reducción de la civili-
dad, de los espacios de arbitraje, de diferenciación de órbitas de los conflictos sociales
y de posibilidades de confrontación incruenta. De democracia, en pocas palabras.
Addenda 2001
Me parece que el diagnóstico sigue siendo válido, y que el cambio mds importante que se
ha producido en la década es la aceleración de los rasgos descritos. Vamos por partes. De un
lado, es un hecho que el conflicto armado se ha incrementado a niveles no contemplados en
1990, que las organizaciones irregulares han aumentado su número, que han desbordado
patrones viejos de acción y hoy dirigen su acción crecientemente a involucrar, atacándola, a
la población civil, a pesar del innegable desarrollo de la oposición ciudadana contra estas
prácticas y la defensa cada día mds fuerte y generalizada de los principios básicos del respeto
a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. El Estado colombiano se ha
visto en la picota internacional por su incapacidad de hacer respetar esas dos nórmatividades,
y es así como hoy tenemos un representante permanente de las Naciones Unidas, un paso
cercano al envío de un Relator, lo que constituye un verdadero castigo internacional.
El desarrollo creciente de la confrontación armado estimulada por el narcotráfico ha
producido un desplazamiento masivo de población, que hoy se calcula en cerca de dos millo-
nes de colombianos que han debido abandonar sus lugares en virtud de la acción de las
organizaciones armadas.
De otra parte, desde 1990 se hizo claro el reconocimiento de la necesidad de introducir
cambíos drásticos en el ordenamiento constitucional, para institucionalizar un nuevo tipo de
institucionalidad y para poner orden en la situación bastante caótica que se vivía, especial-
mente a partir de la arremetida del narcoterrorismo y el crecimiento de las organizaciones
guerrilleras. Los colombianos recordamos claramente el papel que desempeñó el narcotráfico
en el proceso de elaboración de la Constitución de 1991. De hecho, la reiterada acción
terrorista de Pablo Escobar incidió en que en la Constitución se prohibiera la extradición, lo
que se suponía era el precio por pagar para que Escobar cesara sus acciones y finalmente se
entregara a la justicia. Aunque luego de su fuga desató de nuevo su acción terrorista, ya para
esos momentos Escobar había entrado en la recta final de su vida. Su muerte, y posterior-
mente la captura de los principales narcotraficantes del llamado cartel de Cali produjeron
cambios radicales en la estructura de las organizaciones del narcotráfico.
Entre esos cambios se destaca el hecho de que las nuevas organizaciones son mds pequeñas
y menos conspicuas. Su vocación de poder es mucho menor, y no hay señas de que algunos de
ellos quieran participar directamente en política. Hoy día los traficantes son mucho mds cautos,
procuran mantener sus identidades lo mds secretas posible, y de allí que renuncien a los alardes
consumistas, a las exhibiciones arrogantes de riqueza y poderío, a los intentos de penetrar las
esferas de la representación política 14• Por lo anterior, los traficantes han dejado de ser modelos
sociales, y su impacto cultural es mucho menos notorio que el de hace unos años.
En otras dimensiones de la tesis, hoy seguimos reconociendo que los modelos culturales
tradicionales se hallan en plena retirada, y que la sociedad colombiana experimenta un pro-

14. Lo cual, desde luego, no quiere decir que hayan renunciado a mantener poderes y hegemonías locales
e inclusive a financiar políticos nacionales. En ambos casos, sin embargo, la cautela es una estrategia notoria.

374
ceso de modernización acelerada y desordenada en la que las llamadas instituciones tutelares
han dejado de ser referentes de comportamiento para una gran mayoría de colombianos.
Aunque en algunas encuestas la Iglesia católica conserva altos niveles de prestigio, ello se
debe a su papel en el proceso de paz. Sin embargo, a raíz de la nueva Constitución, la
proliferación de iglesias, credos y cultos alternativos, más de mil registrados formalmente,
demuestra que la hegemonía católica ha experimentado una fuerte mengua.
A todo lo anterior hay que agregar que la década de los noventa ha sido testigo de una
reforma bastante radical en el ordenamiento económico nacional. Un acelerado proceso de
apertura y de privatizaciones ha producido efectos profundos: uno de sus más importantes
rasgas es que ellas han venido acompañadas de una de las más fuertes crisis económicas que ha
experimentado Colombia. Como resultado parcial hoy día el país experimenta un descenso en
la producción agraria, quiebras de empresas, tasas hasta ahora no superadas de desempleo e
informalidad. No hay duda, pues, de que Colombia atraviesa un momento histórico crucial
tanto en sus arreglos institucionales como en su ordenamiento social, económico y cultural.

5. Los amigos, los enemigos y las estrategias no siempre son lo que parecen ser
A pesar de que se ha convertido en una verdad ampliamente aceptada, y de que
su discusión puede acarrear las consecuencias del peso de la lógica imperial, de la
política del Estado colombiano o de los mismos narcos, y de que ciertamente el mo-
mento presente, cuando aún están frescos los más recientes magnicidios, no es el más
propicio para tal tipo de ejercicio, vale la pena reflexionar un poco sobre la naturaleza
de las luchas en que nos encontramos enfrascados en Colombia en relación con el
problema global. Es cierto, desde luego, que en este momento los eventos del terroris-
mo sacan al primer plano la capacidad criminógena de algunas de las organizaciones
narcotraficantes y desnudan su carácter de inescrupulosas y violentas. Es cierto tam-
bién que sus acciones han concitado un repudio general, porque éstas desconocen las
consecuencias que en vidas humanas inocentes puedan tener.
Todo lo examinado anteriormente lleva a apuntar que el problema central para la
sociedad colombiana en este campo no es el narcotráfico en tanto práctica comercial
ilegal. El problema principal es la violencia, y no sólo la que éste desata, sino la que se
esgrime para su confrontación, que sólo contribuye a profundizar las fracturas del
orden social que experimenta la sociedad colombiana. Y también forma parte del
problema la consideración central acerca de la necesidad de que se creen las condi-
ciones para que la actividad no sea atractiva. Esto involucra desde la producción
campesina hasta la participación de necesitados que por unos pesos se involucran en
el transporte o la distribución, y que son, finalmente, quienes ponen los platos rotos.
Pero también es cierto, y esto no se puede olvidar, que en el origen de la actual
confrontación sé encuentra la lógica imperial, para la cual el verdadero problema no
es el narcoterrorismo que se pueda desplegar en Colombia, sino el narcotráfico. De
manera que aunque el primero pueda desaparecer o reducirse en virtud de medidas
adecuadas por parte del gobierno colombiano, en tanto el segundo subsista las presio-
nes norteamericanas no cesarán, lo que puede traducirse en que se presenten nuevas
situaciones de violencia interna en el país. Concretamente, puede pensarse que si el
gobierno norteamericano continúa sus presiones una vez que la ola actual de terroris-

375
mo y confrontación se haya reducido o desparecido, otros narcotraficantes que hoy
día no ejercen violencia o terrorismo contra el Estado colombiano, pueden recurrir a
ellos con alguna facilidad. Y es oportuno pensar que Medellín no es la única ciudad
en la que se pueden reclutar sicarios. Es decir, narcotraficantes hoy día relativameme
pacíficos pueden optar por las mismas tácticas y estrategias de quienes estimularon la
construcción del enemigo interno y lanzaron una lucha que nutrió y se nutrió de la
multiplicidad de violencias existentes en el país. Esta lucha podría no dejar resquicios
abiertos por donde pudiera penetrar una solución menos belicosa y cruenta, basada en
las instituciones civiles del Estado y la sociedad colombianos, y que tuviera en cuenta
la complejidad de la situación y el negocio que, vale la pena reiterarlo, involucra a
algo más que a unos cuantos capos de mafia.
Es paradójico que una de las guerras de algunos traficantes, la que desarrolla
contra la guerrilla, los coloca objetivamente del lado de la razón de Estado. Se genera
un juego en que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, a pesar de cada uno de ellos,
desde luego. En su combate contra las organizaciones del narcotráfico que organizan
escuadrones de la muerte paramilitares, la guerrilla también puede reproducir aque-
llo de las amistades a pesar suyo. De modo que las guerras se multiplican, y con ello la
violencia se hace más ubicua.
Pero la descripción de las expresiones de la violencia enunciadas atrás indica
igualmente las posibles tareas para el desarrollo de soluciones y paralelamente para la
democratización de la sociedad colombiana. En una primera instancia se encuentra la
obvia y necesaria contienda que el conjunto de la ciudadanía tendría que desplegar
contra la amenaza de barbarie que refleja el terrorismo. El Estado por su parte tendría
que ligarse a esta lucha no sólo como mecanismo de protección de la ciudadanía, sino
para ensanchar sus esferas de civilidad y desplazar la confrontación puramente militar
a un lugar secundario y utilizarla solamente en casos de absoluta necesidad.
No deja de haber dramas en la situación: una lucha contra un enemigo como el
narcotráfico debe exigir que las instituciones que la llevan a cabo puedan exhibir una
ética y una moral por encima de toda sospecha. El que esto no haya sido cierto, particular-
mente de los organismos armados y de inteligencia, ha significado que el Estado se en-
cuentre que en ocasiones se enfrenta consigo mismo, cuando se descubre que algunas de
las organizaciones que combate están estimuladas, tuteladas, organizadas y entrenadas
por miembros de esos mismos aparatos que las deben destruir. No se sabe bien quién es el
enemigo. Y de otro lado, cuando quiera que se haya intentado un ablandamiento, diferen-
tes fuerzas políticas y sectores de opinión se han cubierto de ceniza y desgarrado sus vesti-
duras a nombre de una moral de la cual se sienten únicos depositarios.
Y no sólo limpieza y claridad tiene que exhibir el Estado: su autonomía y soberanía
pueden ser innegablemente recursos de solución no violenta, como lo demuestra el
hecho de que en las ocasiones en que éste ha dado muestras de querer actuar inde-
pendientemente de las presiones estadounidenses, el resultado ha sido una reducción
de la violencia que los narcos dirigen contra sus aparatos. Posiblemente por esas pre-
siones internacionales, o porque crece la convicción de que acruar así sería arriar
banderas, el gobierno colombiano no ha accedido a denunciar el tratado de extradi-
ción, punto central de las exigencias de los narcos.
Y paralelamente los sectores campesinos aprisionados en las guerras, bien en sus
expresiones de movimientos populares, bien en su calidad de simples aspirantes a una

376
mejora de sus condiciones de vida, requeriría desplegar mecanismos de defensa no ar-
mada para confrontar la arremetida de la que es víctima por parte de la alianza de
fuerzas de la extrema derecha. Pero no sólo el campesinado confronta la amenaza: tam-
bién los movimientos populares, las organizaciones masivas de descontentos que se pre-
tende aniquilar mediante la muerte de dirigentes y participantes a través de las múlti-
ples organizaciones paramilitares: la verdadera narcoguerrilla. En fin la lucha central es
hoy, más que en cualquier otro momento, con la democracia por la democracia.
Finalmente, es un hecho que Colombia no puede, en las circunstancias actuales,
enfrentar sola la lucha internacional impuesta por los Estados Unidos. Ni con los
viejos 'aviones y helicópteros enviados, ni con las voces internacionales de aliento se
resuelve el problema. Un problema internacional requiere un tratamiento internacio-
nal; pero no el de agrupar a varios países bajo la férula imperial para aunar esfuerzos en
la dirección impuesta. No es posible reeditar guerras del opio a estas alturas de la
historia, ni repetir caeteris paribus las vanas pero dolorosas experiencias mexicana,
boliviana o peruana. Sólo parecería que queda una alternativa: si el problema es el
consumo, pero la acción prioritaria se dirige contra la producción, sería lógico que los
países productores se organizaran no sólo para confrontar sus situaciones internas a
este respecto, sino para negociar los términos en que se verán involucrados en la
solución. Puede sonar cínico y utópico, pero no debería estar muy lejana la hora en
que los países suramericanos involucrados en la situación consideraran seriamente la
constitución de una Organización de Países Exportadores de Coca.
Addenda 2001
Cuando este texto se escribió el país estaba en plena etapa narcoterrorista. De allí el
énfasis en esta forma peculiar de violencia. Ésta persiste aisladamente más como expresión
de luchas internas por poderes y controles en el negocio. Es decir, el terrorismo se ha concen-
trado en la violencia interna de los narcotraficantes. Pero como he saiialado antes, estamos
en una fase de reacomodo de las estructuras de las organizaciones. Es probable que ese
terrorismo exprese una lucha entre viejas y nuevas organizaciones, aunque también se han
dado combinaciones de conflictos entre traficantes, paramilitares y organizaciones de la de-
lincuencia común. Más aun, no es del todo descartable que algunas acciones terroristas sean
obra de organizaciones guerrilleras, que así desbordan el sabotaje que les ha sido tradicional.
El hecho mds claro de la década a este respecto es que el Estado colombiano, con la
ayuda definitiva del gobierno estadounidense derrotó al narcoterrorismo. Por esta razón debo
reconocer que mis temores de que los narcos supervivientes desataran una nueva oleada
terrorista resultaron falseados por los acontecimientos. Mi pronóstico falló, desde luego, para
mi propia tranquilidad.
Ahora bien, durante el periodo se dieron algunos fenómenos que podrían dar hoy sentido
al texto, aunque su referencia original era diferente. Cuando afirmaba que los amigos y los
enemigos no siempre son lo que parecen ser, no llegué a imaginar la alianza implícita entre los
jefes de la organización de Cali, los paramilitares de Córdoba y Urabá, la Policía Nacional
y los aparatos de inteligencia y seguridad estatales.
Sin embargo, algunos elementos devinieron claros: de hecho, los excesos en algunos
operativos, que resultaron en flagrantes violaciones de los derechos humanos de jóvenes
medellinenses, y en especial la creciente corrupción denunciada de la Policía, movieron final-
mente al gobierno nacional a impulsar una reforma a fondo de la institución. El director, el

377
General Rosso José Serrano, a quien correspondió echar a andar la reforma, y quien a su vez
se perfiló como un oficial honesto y eficaz, anunció que su estrategia central para desmante-
lar las organizaciones del narcotráfico sería la depuración radical de la Policía. No es posible,
arguyó, derrotar a unas organizaciones que cuentan con apoyo de sectores de la propia
institución que los debe combatir. El gobierno de Gaviria, y Serrano, así, reconocían el pro-
blema que tenían entre manos. El resultado ha sido la transformación de la Policía, el mejo-
ramiento de su imagen y el incremento evidente de su eficacia.
En el campo militar también se han hecho en los últimos años algunos avances en lo que
respecta a la protección de los derechos humanos y la aplicación del derecho internacional
humanitario. Luego de fuertes y sistemáticas presiones internas e internacionales, el gobierno
colombiano parece haber comprendido que su legitimidad, y la de sus Fuerzas Militares,
dependen de su desempeño en estos terrenos. Hoy es preciso reconocer que el apoyo abierto
o soterrado que sectores militares prestaron a los paramilitares se ha ido reduciendo, aunque
muy tarde y cuando ya esas organizaciones están en condiciones de actuar por sí mismas.
En efecto, el problema principal del narcotráfico actual en Colombia es la violencia que
desata, y es claro que la modalidad más notable y destructora es la paramilitar. Así el gobier-
no de los Estados Unidos siga insistiendo en que el problema principal es el narcotráfico,
Colombia está enfrentada al crecimiento de unas organizaciones criminales que han llevado
la violencia a terrenos de crueldad que no se vivían en el país desde los años cincuenta del
siglo xx. Financiados por narcotraficantes convertidos en terratenientes, los paramilitares
han sido los principales responsables de la degradación del conflicto armado colombiano.
Ahora bien, mientras en las formas "tradicionales" de violencia examinadas antes, los narcos
actuaban como tales, es decir, en función de su negocio, en esta versión paramilitar operan como
defensores del derecho de propiedad, aliados con ganaderos tradicionales y otros sectores sociales
que han resultado afectados directamente por la acción guerrillera. En este frente de extrema
derecha, los narcoterratenientes no sólo consiguen aliados, sino que ganan algunos grados de
legitimidad, al menos entre quienes apoyan la acción militar privada contra la insurgencia.
Finalmente, el ensayo terminaba expresando un deseo de que los países andinos llegaran
a acciones concertadas frente al narcotráfico y frente a las presiones de Estados Unidos. En
el lapso de 11 años se han producido cambios sustanciales: Colombia se ha convertido en el
principal productor y exportador, al tiempo que Bolivia y Perú reducen sus áreas sembradas.
Esto altera la correlación de fuerzas frente a Estados Unidos, que reclama para sí especial-
mente los éxitos bolivianos. En Perú hay indicios de que la reducción del área sembrada ha
constituido un nuevo equilibrio entre la capacidad de cultivar coca y de refinar cocaína. Y este
desarrollo también altera la correlación de fuerzas y las posibilidades de alianzas andinas.
Por otra parte, el que toda la política estadounidense se expresara por vías bilaterales,
aun dentro de espacios multilaterales, resultaba, y sigue resultando, en una práctica entre
desiguales. No creo que una alianza de los países andinos lograra cambiar las perspectivas
del gobierno de Estados Unidos, pero sí creo que lograría reducir algunas de las imposiciones,
y al menos permitiría que los costos fueran menores. Pues bien, parece que el asunto será al
revés. Ya no se trata de una iniciativa propia de los países productores, sino del gobierno de
Estados Unidos, que a través de la Iniciativa Andina y el Plan Andino, extiende el Plan
Colombia en la región. Esto implica que el gobierno de ese país asigna fondos unilateralmente
según su propia definición de las necesidades de los países, y al así actuar reduce más aun las
posibilidades de acción concertada entre los países productores de coca.

378
Momento y contexto de la violencia en Colombia*

Saúl Franco A. MD. Ph.D. **


Profesor Asociado
Universidad Nacional de Colombia

Introducción
Colombia vive hoy una situación de violencia generalizada. Las formas violentas de
relación --caracterizadas por el predominio intencionado de la fuerza para la consecución
de fines, con producción de daños a las víctimas- se han ido convirtiendo en predominan-
tes tanto en los espacios de la vida privada como en los de la vida pública, e igual en las
interacciones políticas que en las familiares, laborales y aún en las deportivas.
Dada la diversidad de contextos, escenarios, tipos y significados de las violencias
y los cambios permanentes de su dinámica e intensidad, resulta casi imposible una
reflexión que comprenda todas las formas de violencia. Por eso se hace necesario
delimitar en cada caso a qué tipo de violencia se refiere y en qué coordenadas espa-
cio-temporales se ubica. Las consideraciones siguientes se refieren específicamente a
la expresión en homicidios de las diferentes violencias que ha vivido el país en los
últimos veinticinco años.
Sin duda el homicidio constituye una de las formas más graves de violencia en
cuanto niega el derecho humano fundamental a la vida y suprime, en consecuencia,
todos los demás derechos. Lo anterior y el hecho de que los homicidios se han conver-
tido en una de las modalidades más frecuentes de expresión de las distintas violencias
en el país en los últimos años, permite afirmar que la descripción y el análisis del
problema de los homicidios constituye una de las formas más indicadas para abordar y
tratar de comprender buena parte de la problemática de la violencia colombiana.
El periodo seleccionado tiene también su explicación histórica. Después de un
descenso de las tasas de homicidio en el país al terminar el anterior periodo de violen-
cia, reconocido hasta ahora en la literatura y el imaginario nacional como la época de
la Violencia y que se extendió desde finales de los cuarenta hasta mediados de los
sesenta, las tasas de homicidio empezaron a incrementarse nuevamente a partir de
mediados de los setenta. Justamente en el cuarto de siglo comprendido entre 1975 y el
año 2000 los homicidios alcanzan niveles y promedios nunca antes registrados. Y, como
se verá más adelante, es el mismo periodo en el cual se desarrollan y alcanzan a
impactar seriamente la vida nacional tres fenómenos esencialmente relacionados con
el actual ciclo de violencia: el problema narco (producción, procesamiento, circula-

* Este artículo fue publicano inicialmente en la Revista Cubana de Salud Pública, enero~marzo de 2003,
vol. 29 Nº l.
** Médico. Autor de El Quinto: No matar. Contextos explicativos de la violencia en Colombia; editor y
coautor de La salud pública hay. Es coordinado del Doctorado Interfacultades en Salud Pública y miembro del
Grupo de investigación en violencia del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universi~
dad Nacional de Colombia.

379
ción y consumo de sustancias psicoactivas y adictivas consideradas ilegales); el con-
flicto político militar, que implicó en un comienzo a las guerrillas y a las fuerzas arma-
das estatales y posteriormente a las organizaciones paramilitares y al conjunto de la
denominada sociedad civil; y, en tercer lugar, el desarrollo y consolidación del modelo
económico y de concepción del Estado y de la sociedad sintética y globalmente deno-
minado neoliberal. El análisis de la relación de estas tres situaciones coyunturales con
la violencia, mirada a rravés de los homicidios, constituye parte fundamental del es-
fuerzo de contextualización y comprensión del problema en cuestión.
Metodológicamente tanto la descripción como el esfuerzo analítico son el produc-
to de los aportes y la interacción de tres insumos básicos, a saber: las fuentes docu-
mentales y de datos disponibles en las diferentes entidades e instituciones relaciona-
das con el tema y debidamente procesadas por mí durante varios años; la palabra de
los actores y voceros representativos de las diferentes fuerzas y organizaciones sociales,
económicas, culturales y político-militares, lograda mediante entrevistas extensas y
diálogos permanentes; y los aportes teóricos de quienes dentro y fuera ·del país han
venido pensando sobre nuesrra situación de violencia y, en general, sobre la temática
de la violencia en la humanidad.
El material consta de dos partes. En primer lugar se presenta una síntesis predomi-
nantemente cuantitativa sobre la estructura y dinámica de los homicidios en el país
en el periodo estudiado, tratando de perfilar el momento de la violencia colombiana.
En segundo lugar se elabora un resumen de lo que he venido trabajando como Contex-
tos explicativos de la violencia en Colombia.

Momento actual de la violencia colombiana


El mapa homicida. Puede afirmarse que los homicidios constituyen el indicador
clave del momento de la violencia nacional. Su magnitud anual, su distribución entre
hombres y mujeres, entre los diferentes grupos de edad y enrre las distintas regiones
del país, las modalidades que toma en etapas distintas y su distribución desigual en los
diferentes esttatos económicos y grupos político-sociales, permiten identificar un mapa,
unos lineamientos y unas tendencias que dan mucha luz al tiempo que plantean serios
interrogantes sobre la naturaleza y d.inámica de la violencia colombiana.
A pesar de la importancia del fenómeno homicida y de sus implicaciones penales
en cuanto requiere procesos judiciales y médico-legales e información detallada, existen
graves vacíos y dificultades en su registro. No siempre existe continuidad en la infor-
mación, ni unidad en los conceptos y aspectos incluidos por las diferentes institucio-
nes que tienen que ver con los registros de homicidio. Una comparación realizada
entre las tres principales fuentes de información sobre homicidios en Colombia (la
Policía Nacional, el Departamento Administtativo Nacional de Estadística -DANE- y
el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses -Inmlcf-) permitió evi-
denciar los problemas enunciados al tiempo que las diferencias en cobertura y en
manejo y conservación de la información1• No obstante las dificultades, ha sido posi-

1. Franco, Saúl. El Quinto: No matar. Contextos _explicativos de la violencia en Colombia, Bogotá, Iepri /
Tercer Mundo Editores, Primera edición, febrero de 1999.

380
Gráfica 1
Número total anual de homicidios.
Colombia, 1975-2001

30000

25000
.J
<(
:::, ' 20000
z<(
o 15000
e::
w
::!: 10000
:::,
z
5000 ------

o -l-"'-,Jll,llll,J"'-rlll,--l!'""'-,-IA-"'--,J"'-r'"--,-11""-"-,-I,.-"'-c~lll,Jlll,Jl""-",..._,.,,._,..__,llll,J""""7
~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~
~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~
AÑOS

Fuente: Revista Criminalidad, Policía Nacional. Inmlcf


Cálculos y diseño: S. Franco.

ble construir cuidadosamente la gráfica 1 que representa el total anual de homicidios


en Colombia entre los años de 1975 y 2001. Como puede apreciarse hay un primer
incremento lento en el primer decenio (1975-1985), para luego acelerarse a partir de
la mitad de los ochenta y alcanzar los más altos niveles al empezar los noventa. En
1991 se registró en el país el más alto número anual de homicidios: 28.284, cifra que
aún no se ha repetido. En la última década se registra un descenso inicial (1994-1997)
y luego, a partir de 1998 un nuevo incremento hasta el 2001, con un promedio anual
muy próximo a los 26.000 homicidios. En este último año el total de homicidios alcan-
zó la cifra de 27.685 segúnd Inmlcf.
Las estadísticas disponen de las tasas, como forma de poder estimar la magnitud
de un problema en un tiempo y lugar determinados, controlando la influencia de los
cambios en el total de la población. La gráfica 2 representa justamente la tasa de
homicidios en el país en el periodo estudiado y reproduce las variaciones y tendencias
ya descritas en la gráfica l. Entre 1975 y 1991 la tasa casi se cuadruplica, al pasar de 23
a 82. El país terminó el milenio con una tasa de 61 homicidios por cien mil habitantes,
que casi duplica a la tasa promedio de América Latina (35 por 100.000) y doce veces
superior al promedio mundial que es de 5 homicidios por cien mil habitantes.
Las principales víctimas de los homicidios en Colombia continúan siendo los hom-
bres. Si bien en los últimos años se ha aumentado el número de mujeres víctimas de

381
homicidio, la diferencia continúa siendo muy grande. En el año 2001, por ejemplo, por
cada mujer, fueron asesinados doce hombres. La gráfica 3 lo evidencia: 92.5% del
total de víctimas de homicidio en 2001 fueron hombres, frente al 7.5% de mujeres'.
Gráfica 2. Tasa de mortalidad general por homicidio
Colombia, 1975-2001

o 100
o
o 90
o
-
o
a,:
o
80
70
_,¡
/
A
-~
..........
... U)
w 60 J' ___..
'
U)
o !z ..,,-11 ---..-...
e~
o-
50

i~
o :e
:e
40
30
../ ........-
w
e 20
.......
<( . .

~
10
o

AÑOS

Fuente: Revista Criminalidad, Policía Nacional. Inmlcf.


Cálculos y diseño: S. Franco.

Gráfica 3. Distribución de los homicidios por sexo


Colombia, 200 l.

HOMBRES_
92.5%

7.5%

Fuentec INML.

2. Franco, S.; L. J. Forero. "Salud y paz en un país en guerra: Colombia, año 2002", documento
presentado en la Cátedra Manuel Ancízar de la Universidad Nacional, Bogotá, mayo de 2002.

382
Gráfica 4. Mortalidad por homicidio, por grupos etáreos
Colombia. Periodos quinquenales 1979-1999

o
º-
g
~
100 t - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - . c 1 n - ~
o,: 1i110A 14
~ fil 80 - i - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - i
11115A19
o l-
ez O.20 A 24
~ ~ 60 + - - - - - - - - - - - - r 1
:;¡ ID O25A34
o e(
1135A44
:r :r 40-f--------;"}---~.
w 11145A54
o
~
;:!:
o
1979 1984 1989 1994 1999"
AÑOS

*Para 1999 el primer grupo es de 5~ 14 años y el siguiente es de 15~24.


Fuente: DANE e !nmlcf
Cálculo y diseño: S. Franco.

Al observar la distribución de los homicidios por grupos de edad, resulta muy


preocupante evidenciar que es la población joven del país la que está aportando el
mayor número de víctimas. Haciendo un seguimiento quinquenal a la información
disponible se pudo construir la gráfica 4 en la cual se confirma que los homicidios se
van concentrando cada vez más en la población más joven, llegando inclusive a afec-
tar en los últimos años a los niños. Las mayores tasas las presentan en casi todos los
años estudiados el grupo de jóvenes entre los 25 y los 34 años, seguido por el de 20 a 24
años. El grupo de 15 a 19 años quintuplica su tasa entre 1979 y 1994. Igual incremento
registra el grupo de 25 a 34 años en los veinte años representados en la gráfica.
La situación se hace más clara y alarmante cuando se presenta la misma distribu-
ción quinquenal por grupos de edad peto específicamente para los hombres, gráfica 5.
Se evidencia que son los hombres jóvenes las principales víctimas de la violencia homicida
en Colombia, con las implicaciones humanas, demográficas y económicas que ello
conlleva. Hay una concentración creciente de los homicidios en los grupos masculi-
nos cada vez más jóvenes. En 1999 la tasa promedio nacional de homicidio fue de 56
por 100.000. Para ese año los tres grupos masculinos entre 15 y 34 años triplicaron la
tasa nacional, y entre ellos el de 25 a 34 años alcanzó una tasa de 198 por 100.000. Pero
del conjunto de la información disponible al respecto, hay un hecho que llama espe-
cialmente la atención, que desborda las expectativas más pesimistas y que debería
servir como alarma social: la altísima tasa de 728 homicidios por 100.000 habitantes
encontrada en 2001 de hombres jóvenes antioqueños, entre los 18 y 24 años.

383
Gráfica 5. Mortalidad por homicidio en hombres,
por grupos etáreos y periodos quinquenales.
Colombia, 1979-1999

250
o

.-
o
0
o
11:
200

o
... U)
1i110 A 14
U) w 150 11115A 19
o 1-
□ 20A24
e~
- 1-
o-
-m □ 25A34
:::;; <( 100
1135A44
o :e
:e 1i145A 54
w
e 50
<(
U)
¡5
o
1979 1984 1989 1994 1999•

AÑOS

Fuente: DANE-Inmlcf
Cálculo y diseño: S. Franco.

Resulta también muy sugestivo y esclarecedor observar el mapa de los homicidios


en Colombia durante el periodo estudiado. A mitad de los setenta eran relativamente
escasas las diferencias en las tasas de mortalidad por homicidio entre los diferentes
departamentos del pais. Pero desde comieruos de los ochenta algunos departamentos
empezaron a presentar incrementos significativos, en especial Antioquia y Valle. La
gráfica 6 representa las tasas de homicidio nacionales, las de los departamentos de
Antioquia y el Valle y la de la ciudad de Bogotá entre 1975 y 1995. Como puede
apreciarse, Antioquia presentó los mayores incrementos en las tasas de mortalidad por
homicidio, llegando a un pico máximo de 250 por 100.000 en 1991, tasa tres veces
superior al promedio nacional del mismo año. A partir de ese año empieza a observarse
un aumento significativo de las tasas en el valle del Cauca y en otras regiones que no
aparecen en la gráfica, tales como Caquetá, Guaviare y Putumayo. Bogotá mantiene
en general tasas por debajo del promedio nacional. En 1994, dos tercera partes del
total de los homicidios del pais se cometieron en Antioquia, Valle y Bogotá.
En el año 2001 los departamentos de Guaviare y Putumayo desplazaron a Antioquia
del primer lugar en las tasas anuales de homicidio. Ya en ese año, como puede observar-
se en la gráfica 7, hay una especie de nueva configuración del mapa homicida. Los dos
departamentos señalados ocupan los dos primeros lugares, seguidos por Antioquia, Arauca,
Valle y Risaralda, todos con tasas supetiores a los 100 homicidios por 100.000 habitantes.
El contraste es muy marcado con departamentos como San Andrés, Guainía y el Vaupés,
con tasas de 8, 3 y O respectivamente en ese año. Es llamativo que no se da un descenso

384
Gráfica 6. Mortalidad por homicidio en el país y en algunos departamentos.
Colombia, 1975-1995

..
5, 300 ~ - - - - - - - - - - - - - - - -
----+- Antioquia
i; --11-- Santafé de Bogotá
~ 250 + - - - - - - - - - - - - - - - 1 \ - - - - -
:c -----6-- Valle del Gauca

.!
C>
~
- T o t a l Nacional

ir:
li! 150 + - - - - - - - - - + - - - - - - - - \ - -
o
i5
~ 100 t-----------/"'-----.f-~~
o:e
50
:!:
~ ~., ('(:- ~'b _.,... ri,"> ir _,{¡. _.,'b ,A" .s,,"> _,,.<,
~~~~~~,o/,~~~~~

AÑOS

Fuente: S. Franco, El Quinto: NoMatar,-op. cit., p. 87.

Grafica 7. Departamentos con mayores tasas de homicidio


Colombia, 2001

GUAVIARE

PUTUMAYO

ANTIOQUIA

ARAUCA

VALLE

RISARALDA

O ~ ~ 00 00 100 ,~ ,~ 100 100

Fuente, Inmlcf.

385
de las tasas en los departamentos que anteriormente ocupaban los primeros lugares, sino
un incremento significativo en las de otros que antes no padecían los rigores de la
violencia homicida. En la segunda parte de este artículo, al esbozar algunos contextos
explicativos de la violencia colombiana se retomarán estos datos para seguir en particu-
lar la dinámica y las rutas del conflicto armado y del narcotráfico.
Cuando se intenta desagregar los homicidios en función de los posibles motivos
que los han producido, el mapa presenta variaciones importantes y esclarecedoras. En
el año 2000, por ejemplo, la mitad de los homicidios por motivos políticos ocurrieron
en cuatro de los 32 departamentos del país, a saber: Norte de Santander (14%),
Santander (13%), Antioquia (12%) y Valle (10%) 3• Obviamente esta tarea es muy
difícil con la información disponible, pero aporta elementos importantes para la com-
prensión del problema.
Tres características del actual momento de violencia en el país. Es claro que se
puede calificar de muy diversas maneras la violencia colombiana actual. Más allá de los
esfuerzos por elaborar tipologías, se trata de identificar algunas características que con-
tribuyan a reconocer las especificidades de la violencia actual, a entender su dinámica
y, en especial, a sugerir posibles líneas de acción. Sin ninguna pretensión holística ni
integradora, he venido considerando tres características fundamentales de la violencia
colombiana actual, a saber: generalización, complejidad y degradación crecientes.
La generalización se refiere al proceso mediante el cual las formas violentas de relación,
y para el caso paradigmático que nos ocupa, el de los homicidios, penetran la casi totalidad
de los espacios, el tiempo y los escenarios de la vida individual y social. Es decir: una
generalización espacial, temporal y relacional. Como pudo observarse en la información
anteriormente expuesta, y como se confirma cotidianamente en los medios de comunica-
ción, no hay espacios de la geografía nacional, regional y local, ni meses del año o días de
cada uno de sus meses que no estén cada vez más teñidos de sangre y violencia. Igual
acontece con los distintos escenarios en los cuales se desarrolla la vida de las personas y de
las colectividades nacionales. La política, la economía, la religión, el deporte, la vida
cotidiana, han sido progresivamente penetrados por las formas violentas de relación. Esto
hace que ya sea casi imposible encontrar individuos, lugares y organizaciones cuya historia
reciente no esté relacionada con algún proceso o acontecimiento violento. Acontecimien-
to que, además, ha contribuido de manera significativa a modificar respectivamente sus
expectativas, su ambiente y sus formas dé acción.
La complejidad creciente. Tiene que ver con la diversidad de factores y actores
implicados en el origen, la dinámica, las manifestaciones y las consecuencias de la
actual violencia en el país. A diferencia de otros conflictos de un origen más específi-
co, la violencia colombiana hunde sus raíces en el entrecruzamiento de diversos fac-
tores que, en cada momento, se relacionan y se hacen sentir de manera muy distinta.
Es también compleja en su dinámica en la medida en que las fuerzas e intereses en
tensión, los escenarios del conflicto y la respuesta de los distintos actores van tomando
ritmos, direcciones y modalidades también múltiples, cambiantes y, en ocasiones, re-
lativamente imprevisibles. Son también muy complejas las consecuencias de la violen-

3. Franco, S. A sangre y fuego, UN-Periódico, N 9 21, abril de 2001, p. 13.

386
da actual en cuanto implican, como ya se señaló, casi todos los escenarios de la vida
individual y social, afectan con diferente intensidad intereses particulares nacionales
e internacionales y generan serios cuestionamientos al ordenamiento establecido en
los campos jurídico-legal, ético-político, económico y cultural. El entrecruzamiento
de intereses de los tráficos de armas y de narcóticos; la relación de doble vía entre
violencia e impunidad; la rotación de actores entre los distintos grupos y organizacio-
nes político-militares en conflicto; la difusa frontera entre intereses nacionales y cier-
tos intereses trasnacionales; los abigarrados circuitos de razones políticas, situaciones eco-
nómicas y pasiones acumuladas en las motivaciones para el actuar violento, son apenas
algunas de las manifestaciones de la complejidad de la violencia colombiana actual.
Obviamente el proceso de solución de una situación o conflicto complejo, es tam-
bién complejo. Cuando existe tanto entrecruzamiento de intereses, motivaciones, ac-
tores, escenarios y consecuencias, es imposible pensar en una salida simple, de corto
plazo y bajo costo. Lo complejo requiere soluciones complejas. Complejo no quiere
decir imposible de resolver sino solucionable abordando los diversos factores, en tiem-
pos reales y a costos proporcionales a los daños producidos y a los logros por obtener.
La progresiva degradación de la violencia colombiana actual es una dimensión
eminentemente ética y tiene que ver, fundamentalmente, con las relaciones entre
fines y medios; con la coherencia entre los principios defendidos y las acciones realiza-
das para implementarlos o defenderlos; con el difícil equilibrio entre el interés parti-
cular o grupal y los intereses colectivos; y, en el límite, con el acatamiento o no a
mínimos éticos y humanitarios relativamente universales.
Múltiples indicadores permiten deducir que el conflicto colombiano está viviendo
una fase de intensa y progresiva degradación: la generalización y banalización del secues-
tro de individuos y grupos; los asesinatos colectivos en indefensión, conocidos como masacres;
la destrucción indiscriminada de infraestructura ya no sólo del grupo enfrentado sino de
poblaciones enteras; el desplazamiento forzoso de poblaciones, cuya intensidad y magnitud
ha tomado el perfil de una tragedia humanitaria; la inclusión sistemática, aún a riesgo de
sus vidas, de la población no implicada directamente en la confrontación, en especial
niños y ancianos de ambos sexos y las violaciones casi sistemáticas a los mmimos éticos y
humanitarios, en particular a la misión médica. Todos estos y muchos otros hechos en los
cuales han incurrido los diferentes actores del conflicto armado interno que vive el país,
sustentan el hecho incuestionable de su progresiva degradación.
Debido al poco conocimiento y divulgación que ha merecido y al significado que tiene,
merece algunas breves consideraciones el problema de las violaciones casi sistemáticas a la
misión médica como uno de los indicadores críticos de la degradación del conflicto. Se
entiende por misión médica -MM- el conjunto de acciones, instituciones, personas y recur-
sos dedicados a atender los problemas de salud de la población y, en momentos de conflicto,
a atender las víctimas de todos los frentes. Pues bien, según un estudio realizado por el
Comité Internacional de la Cruz Roja sobre infracciones a la misión médica en el conflicto
armado colombiano', entre 1995 y 1998 se produjeron 468 infracciones. La mayor parre de
ellas se refería a acciones contra la vida y la integridad personal (73%), seguidas por los

4. Comité Internacional de la Cruz Roja, Infracciones a la misión médica en el conflicto annado colombia~
no 1995-1998, Bogotá, 1999.

387
atentados contra la infraestructura sanitaria (13%). En el mismo periodo 341 personas vincu-
ladas al sector fueron víctimas directas del conflicto, 56 de ellas asesinadas. Otro estudio
referido específicamente a las infracciones contra la MM en el departamento de Anrioquia5
encontró que entre enero de 1995 y octubre de 1999 se presentaron 239 infracciones. 22
funcionarios del sector y 23 enfermos o heridos bajo protección sanitaria murieron durante el
periodo como consecuencia de las infracciones a la MM. Un estudio reciente realizado en
once municipios de los departamentos de Boyacá y Nariño6 encontró que entre 1999 y 2001
se produjeron en ellos 111 infracciones contra la MM. A más de la cuidadosa desagregación
de las diferentes modalidades de infracciones, este trabajo llama la atención sobre dos aspec-
tos de especial importancia: el desconocinúento generalizado del derecho internacional hu-
manitario por parte del personal que trabaja en el sector salud aún en áreas de intenso
confücto armado -52% del personal interrogado manifestó no tener ningún conocinúento
sobre el DIH y 44% afirmó tener escaso conocinúento del mismo- y la casi total ausencia de
apoyo por parte del Estado y de entidades no gubernamentales: el 98% de los entrevistados
manifestaron no haber recibido ningún tipo de apoyo y sólo un 2% reconoció haber recibido
algún apoyo de tipo laboral. La crudeza y frecuencia de las violaciones a un campo tan
sensible y significativo como el de la misión médica, constituye una evidencia de que las tres
características enunciadas: degradación, complejidad y generalización son reales y contribu-
yen a perfilar el actual momento de la violencia colombiana.

Contextos explicativos de la violencia colombiana actual


!Qué es un contexto explicativo? Como lo formulé en un material preliminar: "En-
tiendo por contexto explicativo a un conjunto específico de condiciones y situaciones
culturales, económicas y políticas en las cuales se hace socialmente posible y racional-
mente comprensible la presentación y el desarrollo de un fenómeno" 7• No es sólo en-
tonces el entorno situacional del acontecimiento sino el entramado relacional que lo
hace posible y entendible. Se trata, en términos lógicos, de una especie de punto
intermedio entre la descripción y la causalidad. Intenta ir más allá de la primera, pero
acepta con realismo quedarse más acá de la segunda. Difiere de la descripción en la
medida en que, a partir de ella y del conocimiento disponible sobre el fenómeno en
cuestión, intenta establecer relaciones, condiciones de posibilidad y explicaciones
lógicas. Pero no se desvela por la causalidad ni pretende sustituirla.
En su etimología, causa se origina del griego aitía y tiene un significado de acusa-
ción, de atribuirle algo a alguien en un contexto de predominio jurídico-penal'. El

5. Dirección Seccional de Salud de Antioquia, Infracciones contra la misión médica y sanitaria en el


marco del confl.icw armado interno colombiano. Departamento de Antioquia, enero de 1995~octubre de 1999,
Medellín, noviembre de 1999.
6. Báez, Liliana y Verónica Madroñero, El conflicto armado interno y su influencia sobre la misión médica.
El caso de once municipios de Nariño y Boyacá, Bogotá, Facultad de Odontología, Universidad Nacional de
Colombia, 2002.
7. Franco, Saúl, Contextos explicativos de la violencia en Colombia, Proyecto de tesis para optar el título
de Doctor en Salud Pública, Santafé de Bogotá, agosto de 1996, p. 5.
8. Franco, Saúl, ºAnotaciones preliminares para una historia de la causalidad en Medicina", en: J. Nuño,
B. Bruni, S. Franco et al., Filosofía en la Medicina, Valencia, Venezuela, Universidad de Carabobo, Ediciones del
Rectorado, 1993.

388
Diccionario Latino' advierte que causa-causae es de origen desconocido y entre las múl-
tiples acepciones señala las tres que se utilizan con mayor frecuencia, a saber: origen o
principio, razón o explicación, y motivo o dirección. Detrás de la sencilla formulación:
iCuál es la causa de la violencia? se hace un complejo cuestionamiento en las tres direc-
ciones: qué dio origen y desencadenó el fenómeno; a qué se debe o cuál es su explica-
ción; por qué y para qué esta violencia. Cada una de las dimensiones implicadas en la
elemental pregunta conlleva como mínimo una respuesta. Es decir que para el caso de la
violencia, el unicausalismo carece en absoluto de sentido. En términos lógicos puede
decirse entonces que, al ser racionalmente imposible una respuesta, la pregunta: cuál es
la causa de la violencia, carece de sentido y debe sustituirse. iSustituirse por cuál?
Como mínimo por una pregunta plural: iCuáles son las causas de la violencia? Frente a
esta nueva pregunta es posible emprender varias exploraciones y eventualmente llegar a
algunos enunciados. Los enormes niveles de dificultad para establecer lógicamente -
bien sea por la vía cuantitativa o por la cualitativa- relaciones causales, me llevan a
optar mejor por el camino intermedio de explorar sobre sus condiciones de posibilidad y
sobre sus explicaciones posibles, que es lo que entiendo por contexto explicativo.
Puede establecerse una especie de tipología de contextos en el sentido de diferen-
ciarlos en función de su naturaleza, de su substancia constitutiva. Así se habla, por
ejemplo, de contexto económico, contexto político, cultural, religioso, etc. Y, por la comple-
jidad misma de la realidad, es frecuente que los contextos no se encuentren puros y
aislados, sino en diferentes y cambiantes composiciones. Así nos encontramos con
contextos económico-políticos, o socio-culturales, o jurídico-penales. Igualmente, al
hablar del contexto explicativo de un fenómeno puede encontrarse que haya un con-
texto particular que en buena medida dé cuenta de él (un evento particular puede
entenderse, por ejemplo, en un contexto de franco predominio religioso). Pero parece
más frecuente que la explicación de eventos complejos se encuentre en la intersec-
ción de varios contextos. Creo que es el caso de la violencia colombiana. Es tal su
fuerza y complejidad actual que parecería ingenuo pretender explicarla a partir de
una variable, de un factor o de un contexto específicos.
Por su propia naturaleza, el contexto(s) explicativo(s) de un fenómeno actual es
provisional. En presente su validez se la otorga su propia capacidad explicativa, su textu-
ra lógica, su consonancia con el desarrollo y las tendencias del acontecimiento. En
perspectiva se la confiere su confirmación histórica. Esta se logra en la medida en que,
al irse desarrollando y superando el fenómeno, se vayan esclareciendo de forma definiti-
va su dinámica y perfiles y, por tanto, resulten consistentes las relaciones lógicas formu-
ladas en los contextos explicativos. Este carácter provisorio desestimula a los buscadores
tanto de respuestas definitivas como de acciones y curaciones inmediatas. Pero parece
estar más próximo de la realidad, de la exigencia de búsquedas permanentes y de la
necesidad de ensayar-corregir respuestas y soluciones tanto globales como puntuales.
9. Agustín Blánquez E, Diccionario Latino~Español, Barcelona, Ramón Sopena, 1954.
10. Álvaro Tirado Mejía, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, Bogotá, Biblioteca Básica
Colombiana, Instituto Colombiano de Cultura, 1976 y "Colombia: siglo y medio de bipartidismo", en: M.
Arrubla, J. A. Bejarano y otros, Colombia Hoy, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1' ed., 1978, pp. 102-185; Jorge
Orlando Melo, "La República Conservadora: 1880-1930", M. Arrubla, J. A. Bejarano y otros, Colombia Hoy,
Bogotá, Siglo XXI Editores, 1ª ed., 1978, pp. 52~101; Gonzalo Sánchez, Guerra y política en la sociedad
colombiana, Bogotá, El Áncora Editores, 1991, pp. 16-26.

389
Preliminarmente se explorarán aquí tres contextos explicativos de la violencia en Co-
lombia: uno de predominio económico; otro de predominio político, y un tercer contexto
cultural. Cada uno de ellos sintetiza un conjunto de problemas y situaciones que con-
tribuyen a explicar el porqué de la violencia actual. Y en conjunto deben configurar
un marco explicativo suficientemente sólido y completo del problema. La exploración
de los tres contextos llevó al esclarecimiento de tres condiciones estructurales postula-
das como raíces y expresiones de los contextos explicativos enunciados, y de otros
tantos procesos coyunturales, considerados como detonantes y combustible más próxi-
mo del problema en estudio. Las condiciones estructurales identificadas son: la
inequidad, la intolerancia y la impunidad (1, p: 48-58). La primera como principal expre-
sión del contexto económico, pero también con significados políticos y ético-cultura-
les; la intolerancia como expresión más clara del contexto político, pero también del
cultural; y la impunidad, altamente expresiva de la intersección de los contextos po-
lítico y cultural. Los procesos coyunturales enunciados y sobre los cuales se volverá
más adelante son: el problema narco, la neoliberalización del Estado, y el conflicto político-
militar (!, p: 27-46).
El contexto explicativo político de la violencia colombiana actual. Un primer
conjunto explicativo de las violencias colombianas, y en especial de la violencia homi-
cida actual, se encuentra en el campo político. Las luchas por el control del Estado,
las rivalidades e intolerancias entre los partidos y organizaciones políticas, y las
inconsistencias y debilidades de las distintas prácticas en el ejercicio del poder han
sido un elemento explicativo esencial de los diversos ciclos de violencia del país, con
diferencias en el tipo y papel de los diversos actores, en los intereses particulares en
juego y en las modalidades e intensidades de las acciones violentas. En los
enfrentamientos conquistador-conquistado y metrópoli-colonia de los siglos quince al
diecinueve, y en las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XIX es muy claro el
contenido político 10 • Las razones fundamentales más aceptadas 11 de la violencia de
mitad del presente siglo -"La Violencia'' como se le reconoce en la literatura y en el
imaginario colectivo nacional- se relacionan precisamente con la debilidad del Esta-
do, propiciada en buena parte por la confrontación entre los partidos Liberal y Conser-
vador, y la intolerancia política, estimulada también por la intolerancia religiosa. Igual
si se trata de "un derrumbe parcial del Estado", como lo planteó en su análisis históri-
co de dicho proceso Paul Oquist a finales de los setenta", o de un "desmantelamiento
de la ideología de la regulación estatal" que llevó a una disolución progresiva del
Estado, como lo postuló Daniel Pécaut 13 a comienzos de los ochenta, el núcleo expli-
cativo central de "La Violencia" es político. Como la indagación que originó esta
línea de trabajo se dirige a la violencia colombiana de las tres últimas décadas, la
cuestión entonces es precisar con qué actores, en qué sentido, en qué medida y a
través de qué mediaciones y mecanismos el contexto político contribuye a explicarla.

1l. O. Guzmán, O. Fals Borda y L. E. Umaña, La videncia en Colombia, 2 t., 9' ed., Bogotá, Carlos
Valencia Editores, 1980.
12. Paul Oquist, Violencia, conflicto y política en Colombia, Bogotá, Instituto de Estudios Colombianos,
Biblioteca Banco Popular, pp. 46 y ss. 1978.
13. Daniel Pécaut, "De las violencias a la Violencia", en: G. Sánchez y R. Peñaranda, (Comp.), Pmado y
presente de la vwlencia en Colombia, 2' ed. aumentada, Bogotá, lepri/ Cerec, pp. 262-273, 1995.

390
Los estudios, ensayos, la información disponible, y los resultados de las entrevistas
realizadas a diferentes actores en desarrollo del trabajo personal, confirman de mane-
ra categórica el carácter predominantemente político de la violencia actual. Convie-
ne desagregar los contenidos de esta afirmación.
En primer lugar: tanto los analistas internacionales como los nacionales recono-
cen en las insuficiencias, debilidades e ilegitimidad del Estado colombiano un factor
determinante de la violencia actual. Daniel Pécaut se detiene en explicar la "preca-
riedad del Estado-nación" 14. Peter Waldmann opina que "No es suficiente afirmar que
el Estado colombiano se encuentra en una crisis de legitimidad y de efectividad sino
que habría que diagnosticar una desintegración estatal periódica" 15 • Aun Malcolm
Deas, empeñado en superar los estereotipos y las explicaciones que considera "retóri-
cas" de la violencia actual y en plantear más preguntas que respuestas -"sabemos
mucho menos acerca de la violencia política de lo que suele pensarse" 16- parece aceptar
la importancia relativa de las carencias y ausencias estatales en la dinámica de la
violencia actual. Varios de los investigadores nacionales que trabajan el tema han
desarrollado distintas dimensiones de la precariedad "colapso" y deficiencias estatales
en la génesis y dinámica del problema 17 •
Sin rendir culto al saber convencional, pero apreciando más que otros la percep-
ción que tienen del problema de la violencia homicida grupos como el entrevistado
por el autor de este trabajo, se constituye en un argumento importante el hecho de
que la mitad de los interlocutores seleccionados considera la violencia actual como
expresión y consecuencia al tiempo de la precariedad e insuficiencia del Estado y del
consiguiente funcionamiento inadecuado de las relaciones Estado-ciudadano-socie-
dad. Fueron resaltados al respecto cuatro aspectos específicos del problema: la ilegiti-
midad, la pérdida de credibilidad, la ausencia y la debilidad del Estado. Cohesiona el
argumento el hecho de que al momento de las propuestas, la más frecuente se refiera
a la necesidad de legitimar el Estado, recuperar su credibilidad, fortalecerlo y darle
mayor presencia y capacidad de acción.
Pero la explicación política de la violencia homicida no se agota en la consideración
del papel del Estado. Se extiende también a la sociedad en su conjunto. A la falta de
conciencia y participación política, al desconocimiento de los derechos ciudadanos, a
los obstáculos para el libre juego democrático y a la proclividad a tratar de resolver
cualquier conflicto por la vía violenta. Estas dimensiones lúcidamente señaladas por los
y las entrevistadas no son un descubrimiento nuevo u original. Varios de los autores

14. Daniel Pécaut, "Presente, pasado y futuro de la violencia", Análisis Político, N 2 30, pp. 3~36-, enero~
abril, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Bogotá, 1997.
15. Waldmanh, Peter, "Cotidianización de la violencia: el ejemplo de Colombia", Bogotá, Policop.iado.
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia, 1997.
16. Malcolm Deas, "Canjes violentos: Reflexiones sobre la violencia política en Colombia", en: Malcolm
Deas y Fernando Gaitán, Dos ensayos especulativos sobre l.a violencia en Colombia, Bogotá, Fonade / Departamen~
to Nacional de Planeación/Tercer Mundo Editores, 1995. p. 88.
17. Comisión de Estudios sobre la Violencia. Colombia: violencia y democracia,· Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia/ Colciencias, 1989; Francisco Leal, "Estructura y coyuntura de la crisis política", en: Al
filo del caos, Bogotá, lEPRI / Tercer Mundo, 1991; Eduardo Pizarro L., Insurgencia sin revolución, Bogotá, lepri /
Tercer Mundo Editores, 1996.

391
citados y algunos otros 18 , las han destacado al tratar de explicar muy distintas formas de
la violencia actual. Tienen que ver con el ejercicio real de la ciudadanía, con los tipos
y niveles de participación política y con el grado de organización social.
De los tres procesos coyunturales considerados aquí como específicos del periodo
en estudio de la vida nacional y como dinamizadores del actual ciclo de violencia', hay
dos que tienen una mayor identidad política. Son ellos: la intensificación del conflic-
to político-militar y la implementación del modelo neoliberal, en especial en lo refe-
rente a la concepción y a la acción del Estado y al tipo de valores y estrategias políticas
que lo animan y que a su vez él impulsa. Sobre ellos se avanza a continuación dentro
de este contexto explicativo político de la violencia.
Impacto político del cambio en la concepción del Estado. Más que por su sentido y
consecuencias económicas -que se retomarán al desarrollar el respectivo contexto-
interesa considerar aquí las orientaciones y efectos políticos de la reformulación del
papel del Estado implicados en el denominado modelo neoliberal. De un lado es inne-
gable que en la raíz de dicho modelo hay un marcado énfasis en la competencia como
fuerza dinamizadora social, en el mercado como escenario central de las interacciones
sociales, en la privatización de lo público y en una relativa reducción del Estado, asig-
nándole una función de predominio económico en especial en la regulación del mer-
cado. Tales énfasis pueden tener, y de hecho han tenido, consecuencias muy negati-
vas aún en países considerados desarrollados. Pero sin duda los efectos son más nega-
tivos en un país como Colombia y en una coyuntura como la del periodo en estudio. En
efecto, al evidenciarse con la violencia de mitad de siglo las debilidades del Estado, la
polarización política y las rupturas y necrosis del tejido social, se pudo concluir que
para su reconstrucción se requería -entre otras cosas- de un Estado más sólido, inclu-
yente y presente, empeñado más que en regular los mercados en generar y sostener
equidad en la distribución del poder y la riqueza y en crear vínculos solidarios. La
coyuntura y los intereses internacionales y la coherencia con ellos por parte de secto-
res empresariales y de la dirigencia política y tecnocrática del país, llevaron a inclinar
la concepción y la acción del Estado hacia los lineamientos y las prácticas neoliberales.
Se fue consolidando una especie de Estado macroeconómico -obsesionado con el
mercado, con los indicadores económicos internacionalmente valorados, con ser cada
vez más funcional a los procesos de concentración monopólica de la riqueza- mientras
la realidad y las necesidades sociales parecían indicar la prioridad de sus tareas socia-
les y políticas y la reconsideración de su papel económico. La consiguiente privatización
de lo público, la agudización del sentido de exclusión económica y política, el distan-
ciamiento acelerado de un Estado que aparece de cara al capital trasnacional y de
espaldas a las urgencias sociales internas, y el debilitamiento aún mayor de valores
solidarios, se convirtieron en otros tantos gatillos de violencias. La privatización de la
justicia y el consiguiente incremento de la impunidad y de la proliferación de organi-

18. Alejo Vargas, "Violencia en la vid~ cotidiana", en: Violenc~ia en la región andina; el caso Colombia,
Bogotá, Cinep / APEP, 1994, pp. 141-196; Alvaro Camacho G. y Alvaro Guzmán B., Colombia: ciudad y
violencia, Bogotá, Ediciones Foro Nacional, 1990; Femán Gonzalez, "Tradición y modernidad en la política
colombiana", en: Violencia en la región andina: el caso Colombia, Bogotá, Cinep / APEP, 1994, p: 53-111; Adolfo
León Atehortúa C., El poder y la sangre: las historias de Trnjillo, Valle, Cinep / Pontificia UniversidadJaveriana,
Cali, 1995, 343 p.

392
zaciones paramilitares, si bien no son productos directos de la concepción neoliberal,
sí han encontrado en ella justificación y estúnulo y han sido dos condiciones claves
para la intensificación de las violencias. Por supuesto que estos efectos son difícil y
sólo parcialmente cuantificables. Pero algo puede indicar el hecho de que los picos
mayores de la curva de homicidios coincidan también con los momentos de mayor
auge neoliberal.
La agudización del conflicto político-militar interno constituye el otro evento que
marca políticamente el periodo y que contribuye de manera definitiva a la generaliza-
ción; de la violencia y al desbordamiento homicida del país. Es el componente de
guerra dentro de la situación de violencia. De guerra, que como expresó Karl von
Clausewitz, "es un acto de violencia para forzar al oponente a actuar como desea-
mos"19. La militarización de la política y la relativa despolitización de la vida social
hacen parte de las graves consecuencias de este proceso. Su análisis ha sido objeto de
múltiples trabajos'º·
Los datos sobre homicidios presentados en la primera parte muestran su crecimiento
lento en la década 1975-1985, que culmina en 1982-83, coincidente con un incremento
de la actividad guerrillera, la confrontación militar del narcoterrotismo y el primer auge
del paramilitarismo. El gobierno respondió, entre otras medidas, con el proceso de paz
liderado por el presidente Belisario Betancur. Viene luego el crecimiento desmesurado
de las tasas de homicidio de finales de los ochenta y principios de los noventa, en el
marco de la expansión militar y el auge de la guerrilla2 1, la consolidación del
paramilitarismo22 y la persecución a los grupos organizados de narcotraficantes. El inten-
to de frenar las guerras mediante un nuevo proceso de paz durante el gobierno del
presidente Barco23 y una reforma constitucional24 en la primera parte del gobierno Gaviria
sólo alcanza logros parciales, produciéndose en la segunda parte de su gobierno un
recrudecimiento de la respuesta militar mediante la denominada guerra integral.
De los tres procesos coyunturales en cuestión, es este del conflicto político-militar
el que establece los mayores vínculos de continuidad entre los diversos ciclos de violencia
que ha vivido el país. Puede decirse por tanto que es el menos específico de la violen-
cia actual. En la violencia de mitad de siglo no hubo fenómeno narco ni el Estado

19. Karl Clausewitz, De la guerra, Buenos Aires, NEED, 1998.


20. Ricardo García D., "Las guerrillas colombianas: la autojustificación de un proyecto imposible",
Revista Foro, NQ 22:57-64. Bogotá, noviembre de 1993; Astrid Mireya Téllez A., Las milicias populares: otra
expresión de la violencia social en Colombia, Santafé de Bogotá, Rodríguez-Quito Editores, 1995; Alonso Sal azar,
"La criminalidad urbana: actores visibles e invisibles", Revista Foro, N 2 22: 38-45. Santafé de Bogotá, noviembre
de 1993; Vargas V Alejo. Política y armas al inicio del Frente Nacional, 2a. ed. Santafé de Bogotá Universidad
Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, 1996.
21. Eduardo Pizarra L., "La insurgencia armada: raíces y perspectivas", en G. Sánchez y R. Peñaranda
(comp.), Pasado y presente de la Violencia en Colombia, Primera reimpresión, Santafé de Bogotá, Iepri / Cerec,
1995, p. 388.
22. Carlos Medina, Auwdeferuas, paramilitares y narcotráfico en Colombia. Origen, desarrollo y consolida;
ción. El caso de Puerto Boyacá, Santafé de Bogotá, Editorial Documentos periodísticos, 1990.
23. Comisión de superación de la violencia. Pacificar la paz: lo que 110 se ha negociado en los acuerdos de
paz, Santafé de Bogotá, Iepri / Cinep / Comisión Andina de Juristas / Cecoin, 1992.
24. Alberto Valencia G., Vwlencia en Colombia y reforma constitucional. Años ochenta, Santiago de Cali,
Editorial Universidad del Valle, 1998.

393
tomaba por entonces los perfiles hoy considerados como neoliberales. En cambio sí
había grupos armados organizados de resistencia campesina en distintas regiones del
país 25 y había confrontación entre militantes de los dos partidos políticos y sus soportes
armados. Inclusive en el intermedio entre esa violencia y la actual hubo un proceso de
bandolerización26 que terminó haciendo un papel de puente o cadena de transmisión
entre las dos violencias.
Es pertinente plantear también, a propósito de este aspecto, la importancia y las
limitaciones de un proceso negociado de paz con los grupos armados, en el conjunto
de los procesos requeridos para la superación de la violencia en el país. Es obvio que
así se concrete y resulte efectivo un proceso de negociación al conflicto político-
militar en un plazo relativamente corto, al tener la violencia actual otros procesos y
contextos que la dinamizan, posiblemente no se reducirán significativamente los ho-
micidios ni otras formas de violencia hasta tanto no se actúe también con acierto
sobre tales procesos y contextos. Esto no desestimula la negociación política, pero
advierte sobre sus topes y sobre la necesidad de una política y un proyecto social más
amplios de superación de las violencias.
La intolerancia en el contexto explicativo político. Por estar vinculada de manera
predominante al contexto político del problema, se presentan a continuación algunas
consideraciones sintéticas sobre las relaciones violencia-intolerancia en la situación co-
lombiana actual.
Con muy pocas excepciones tanto entre historiadores del país como entre actores
de la actual violencia, se considera a la intolerancia, en especial en su dimensión
política, como condición y explicación de la violencia. Lo fue en las guerras de la
segunda mitad del siglo XIX y en la violencia de mitad del siglo pasado con un carácter
híbrido político-religioso. En la actual, el componente de intolerancia religiosa es muy
escaso. Se mantiene e incrementa el político, pero ya no en sentido partidista sino de
opción ideológica y adscripción político-militar. En la violencia actual casi no se eli-
mina a nadie por el hecho de ser liberal o conservador. Pero la guerra es a muerte
entre guerrilleros y militares y entre paramilitares y guerrilleros. A partir de ese nú-
cleo, la lógica se extiende a no tolerar a los simpatizantes o presuntos simpatizantes de
uno u otro bando. Y al asumir que ciertos silencios o neutralidades, o la defensa de
ciertos valores como los derechos humanos pueden indicar la adscripción a uno de los
bandos en conflicto, se amplía el círculo de la intolerancia y se alarga la lista de
víctimas potenciales. Pero no sólo en ese escenario de guerra. En los de las demás
violencias hay también una negación del diferente y una incapacidad casi generaliza-
da para la resolución del conflicto mediante la interlocución sobre la base del recono-
cimiento del otro y el respeto a su vida y sus derechos. En el trabajo y en la escuela, en
la familia y en la calle, en el deporte y en los negocios es perceptible un clima básico
de intolerancia que con gran facilidad se transforma en hechos violentos bajo cual- ·
quiera de sus modalidades.

25. Reinaldo Barbosa E., Guadalupe y sus centauros: memorias de la insurrección llanera, Bogotá, Iepri /
Cerec, 1992.
26. Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos: el caso de la violencia en
Colombia, 3' ed, Bogotá, El Áncora Editores, 1985, p. 42.

394
Hay suficientes hechos y datos para evidenciar un incremento de la intolerancia
política, una ampliación y selectividad de sus víctimas, una diversificación de sus
formas y, por tanto, uh agravamiento de sus consecuencias. Mientras entre 1975 y
1984 la participación de los homicidios registrados por intolerancia político-social en
el total de homicidios fue inferior al 10%, a partir de 1986 es siempre superior a dicho
porcentaje. El.pico más alto se alcanza en 1988 cuando al registrarse el mayor número
de homicidios políticos de todo el periodo, 2.738, el total de homicidios por intoleran-
cia político-social llegó a representar casi el 20% del total de homicidios. La conver-
gencia en aquel año de las primeras elecciones populares de alcaldes municipales, del
auge de la guerra sucia contra la Unión Patriótica, del incremento de las masacres, en
especial en Urabá y del narcoterrorismo urbano, puede explicar el resultado trágico.
Ya no en términos porcentuales sino absolutos, es 1992 el año del mayor número de
muertes por motivos. político-sociales del periodo: 4.285. Fue el primer año de vigen-
cia de la nueva Constitución Política, de la decisión del gobierno Gaviria de guerra
integral ante la arremetida guerrillera, y de la persecución en caliente de los jefes de
los carteles de la droga. Es también el año del mayor número registrado de homicidios
contra marginales: 505. No parece entonces ptoducto del azar el hecho de que el pico
máximo tanto de muertes por motivos socio-políticos como de homicidios en general
de todo el periodo, con totales anuales de homicidio superiores a 28.200, se alcance
en 1991-1992, años en los cuales estaban en su máxima expresión simultánea y sinérgica
los tres procesos coyunturales identificados como determinantes del momento de vio-
lencia: la agudización del conflicto político-militar, la expansión y confrontación poli-
cial del narcotráfico y el viraje neoliberal.
En conjunto, el hecho de que el 40% de las explicaciones dadas por los entrevis-
tados en el trabajo que originó estas reflexiones pertenezca a los diferentes campos y
componentes del contexto político, puede ser el reflejo no sólo de su racionalidad y
manera de comprender el problema, sino también de la importancia que los distintos
referentes teóricos y análisis particulares le dan a dicho contexto. Lo deseable sería
que se correspondiera también con su importancia real. El hecho complementario de
que al momento de las alternativas casi la mitad de las propuestas, 48%, pertenezcan
también al campo político anima a pensar que realmente puede ser este, en toda su
complejidad y dificultad, tanto el principal contexto explicativo como la clave y el
núcleo básico de las propuestas posibles para el enfrentamiento y superación de la
violencia colombiana actual.
El contexto explicativo económico. Es muy amplio el consenso nacional en cuan-
to a las raíces económicas del actual conflicto y en cuanto al impacto económico de la
violencia. Y dentro del esquema analítico empleado en este trabajo, la iniquidad como
condición estructural y el problema narco como proceso coyuntural pertenecen esen-
cialmente al campo económico. Para el autor es también ilustrativo el hecho de que
sus interlocutores sobre el tema le hayan dado un peso significativo a los diferentes
elementos del contexto económico. En las entrevistas realizadas a lo largo de este
trabajo, un poco más de la cuarta parte de las respuestas dadas a la pregunta relacio-
nada con las raíces y explicaciones de la violencia actual, en especial de la violencia
homicida, hacen parte del contexto económico, ocupando así el segundo lugar des-
pués de las referidas al campo político anteriormente tratado. Lo económico estuvo

395
también presente entre las tres mayores preocupaciones de la población en relación
con el impacto de la violencia actual. Contrasta mucho esta preocupación por el
impacto económico de la violencia y la relevancia explicativa enunciada con el rela-
tivo bajo perfil que le dieron los interlocutores a los aspectos económicos dentro de las
alternativas y estrategias para enfrentar la violencia. Menos del 20% de las propuestas
formuladas tienen que ver con lo económico, quedando en conjunto en tercer lugar,
por debajo de las alternativas políticas y culturales.
Dado el reconocimiento obtenido en los diferentes insumos teóricos y metodológicos
del trabajo por el proceso coyuntural de la emergencia y expansión del problema narco y
por la condición estructural de iniquidad como elementos constitutivos esenciales del
contexto explicativo económico de la violencia actual, el planteamiento siguiente se
dedica a desarrollar un poco más su significado e implicaciones.
El peso del narcotráfico dentro del contexto económico de la violencia actual. Como
en general se habla del problema del narcotráfico, conviene enfatizar que considero
más adecuada la categoría problema narco dado que ella incluye los momentos de
producción, procesamiento, tráfico y consumo de ciertas sustancias sicoactivas ilega-
les. Su tráfico es sólo uno de los momentos del proceso. La concentración de la aten-
ción en el tráfico ha obedecido justamente a una estrategia internacional que permite
disminuir la presión y el señalamiento de las responsabilidades sobre los demás mo-
mentos. La comprensión y el enfrentamiento del problema requieren mirarlo en su
totalidad. Problema narco es entonces una categoría no sólo más comprensiva del
problema sino también menos ideologizada y más adecuada para abordar el tema en su
integralidad.
Es prácticamente unánime el consenso en torno al papel determinante del problema
narco sobre la violencia actual en el país, con obvias diferencias en cuanto a su intensi-
dad, modalidades, actores y mecanismos de intermediación y operación. Fernando Gaitán
opina que: "Lo que permitió la conversión de una violencia muy alta ... en una violencia
explosiva fue el fenómeno nuevo que se consolidó en esos años, es decir el afianzamiento
del narcotráfico. El narcotráfico no inventó la violencia, fue posible porque ella existía y
persistía desde 1946... Digamos que el narcotráfico logró que una violencia muy alta se
convirtiera en desbordada"27 • Para otros, es en la ilegalidad del fenómeno, en los amplios
márgenes de ganancia, en las luchas por el control de la producción y de los mercados y
en la respuesta prohibicionista, en donde se generan múltiples climas y escenarios de
violencia28 • Rodrigo Uprimny, una de las personas que viene pensando el problema con
mayor lucidez, plantea cinco tesis interesantes sobre narcotráfico y violencia, destacan-
do la importancia e insuficiencia del narcotráfico para explicar la violencia en los nive-
les nacional y regional, la interacción del narcotráfico con otros factores para generar
violencia, la necesidad. de determinadas condiciones sociopolíticas para que se concre-
te la violencia potencial del narcotráfico y la posibilidad de reducirla". El juego a mu-

27. Malcolm Deas y Femando Gaitán D., Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia,
Santafé de Bogotá, Fonade/ Departamento Nacional de Planeación / Tercer Mundo Editores, 1995.
28. Jackeline Barragán y Ricardo Vargas, "Economía y violencia del narcotráfico en Colombia: 1981 ~
1991", en: Cinep / APEP, Violencia en la región ancüna. El caso Colombia, 2' ed., Santafé de Bogotá, 1994, pp.
265-286.

3%
chas bandas de los narcotraficantes ha sido también objeto de reflexiones y aportes por
parte de investigadores del problema30 • Según sus propios intereses y las diferentes co-
yunturas, los narcotraficantes se han aliado o han perseguido a las guerrillas, a miembros
de la Policía _y del Ejército nacional, a sicarios y grupos de limpieza social, a dirigentes
políticos y a sacerdotes, obispos y ministros de las diferentes religiones.
Merece destacarse además la dimensión internacional del problema narco y las
implicaciones de ésta en la violencia colombiana y en sus respectivas soluciones 31 •
Siendo claro que ni el problema es originario o exclusivo del país ni que sólo Colombia
padece las consecuencias violentas del problema narco, tiene lógica plantear que sólo
podrá haber solución si se logran decisiones y compromisos internacionales. No obs-
tante, por las mismas razones ya enunciadas en el nivel nacional, parece todavía dis-
tante el camino de una concertación multilateral mediante la cual, controlando el
factor narco, se reduzcan sus aportes directos e indirectos a la persistente escalada de
violencias en el país.
Si el consenso es casi unánime en tomo a la alta participación del problema narco en
la activación y el impulso casi constante a las violencias nacionales de las últimas déca-
das, es oportuno seguir las huellas del narcotráfico en los tiempos, intensidades, geogra-
fía y modalidades de la violencia homicida. Por descontado que no se pretende estable-
cer una relación monogámica violencia-narcotráfico sino tratar de seguir las vetas narco
en el complejo perfil de la violencia. Una primera pista la da el marcado incremento
quinquenal en los ochenta y primera mitad de los noventa de la mortalidad general,
particularmente de los grupos jóvenes masculinos y en especial en Antioquia y Valle,
reconocidos epicentros de los dos principales grupos de narcotraficantes. La pista conti-
núa en la misma dirección al estudiar la mortalidad por homicidios en el mismo periodo,
en los mismos grupos de hombres jóvenes, y cada vez más jóvenes (gráfica 5). Tanto el
perfil del total anual de homicidios durante las últimas décadas, como el de la curva de
la respectiva tasa de mortalidad por homicidio por cien mil habitantes (gráficas 1 y 2)
parecen reflejar algo de las guerras internas y externas del narcotráfico, del auge
narcoterrorista de finales de los ochenta y de la respuesta represiva y policial del Estado
a principios de los noventa. Los logros temporales y parciales de dicha respuesta, poste-
riores a 1992, pueden tener algo qué ver con el leve descenso de la curva de homicidios
del país en ese momento. El reflejo se hace más claro al seguir con cuidado las curvas de
homicidio de Antioquia, Valle, Bogotá y la nacional durante todo el periodo (gráfica 6).
Antioquia y Valle tienen un gran peso en la trayectoria de la línea nacional. Algo dice
también el hecho de que Antioquia y Valle sean dos de los tres departamentos que en
1994 tienen tasas de mortalidad por homicidio superiores al promedio nacional. No

29. Rodrigo Uprimny, 1'Narcotráfico, régimen político, violencias y derechos humanos en Colombia" 1
en, Ricardo Vargas (compilador), Drogas, poder y región en Colombia, 2' ed., Santafé de Bogotá, Cinep, 1995, pp.
59-146.
30. María Teresa Uribe de H. '1La negociación de conflictos en el ámbito de viejas y nuevas sociabilidades",
en: Adriana E. Barrios Giralda (editora), Conflicto y contexto: resolución alternativa de conflictos y contexto social,
Santafé de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1997, pp.165-180.
31. United Nations System, Human Rights and overcoming violence in Colombia, Santafé de Bogotá,
1993. p. 17; Saúl Franco, "Dimensiones internacionales de la violencia en Colombia", Cuadernos Médico
Sociales, N2 73, 81-97, Rosario, Argentina, 1998.

397
sobra insistir en que muchas otras cosas que también tuvieron que ver con la mortalidad
general y con los homicidios pasaron en el país, en Antioquia y en el Valle en esos
mismos años. Pero, sin duda, hay una huella demasiado clara de la violencia generada
por el narcotráfico en las cifras, los mapas y las trayectorias de los homicidios en el país.
También las entrevistas hechas a los actores seleccionados aportan a la confirma-
ción del narcotráfico como uno de los procesos coyunturales íntimamente relaciona-
dos con la violencia homicida de las dos décadas estudiadas. Entre los aspectos de la
violencia que más preocupan a los interlocutores, el narcotráfico fue destacado por un
10% y en una única dimensión: en su compleja relación con la guerrilla. En cambio
casi la cuarta parte de los entrevistados señalaron que la violencia se debe en alguna
medida al narcotráfico. Lo que más llamó la atención al respecto del manejo de la
relación narcotráfico-violencia por parte de los y las entrevistados/as, es que ninguno/a
incluyó la resolución del problema narco como precondición o como parte de las alter-
nativas y estrategias de superación de la violencia. ilnvisibilidad de lo obvio? iNega-
ción u olvido? iFalta de propuestas elaboradas, dadas la complejidad del problema, las
ambiguedades y la moral múltiple asumida ante el problema? En todo caso, en térmi-
nos lógicos uno puede concluir después de observar los hechos y analizar las cifras de
la relación violencia-narcotráfico en Colombia que sin solución efectiva al problema
narco no parece haber solución consistente y duradera a la cuestión de la violencia.
La iniquidad en el contexto de la explicación económica de la violencia. La persis-
tencia de altísimos niveles de iniquidad aparece en la realidad como una de las con-
diciones estructurales de la violencia actual y, muy posiblemente, de algunos de los
ciclos anteriores de violencia. Esto, que disgusta a algunos analistas que quisieran
estar frente al caso de un país posmodemo y primermundista, y que otros consideran
despectivamente como "sabiduría convencional", no ha podido ser refutado y, por el
contrario, tiende a confirmarse con los aportes de estudios rigurosos tanto nacionales
como internacionales. Dada la importancia del tema de la iniquidad y la posibilidad
de articular en torno a él la discusión de otros componentes del contexto económico
de la violencia actual, se toma como uno de los dos ejes para el desarrollo de este
contexto explicativo
Un reciente y documentado trabajo de un equipo del Banco Mundial preocupado
por la creciente incidencia de conductas criminales y violentas en muchas regiones del
mundo, con base en indicadores seleccionados durante el periodo 1970-1994 afirma: "El
grado de inequidad en el ingreso, medido con el índice Gini, se asocia positivamente
con la tasa de homicidio. Este resultado es estadísticamente significativo y consistente
en las diferentes especificaciones de regresión consideradas"32 • Este resultado contrasta
con los de un trabajo presentado un año antes por Juan Luis Londoño, por entonces
funcionario del BID, ante la segunda Conferencia Anual del Banco Mundial para el
Desarrollo de América Latina y el Caribe33 • Con menos rigor conceptual y metodológico
del que generalmente utiliza en otros trabajos suyos, el doctor Londoño encuentra que
no existe correlación de las tasas de pobreza, desempleo y crecimiento económico del

32. Pablo Fajnzylber, Daniel Lederman and Norman Loayza, What causes crime and violence? The World
Bank, p. 20. Versión, September 25, 1997.
33. Juan Luis Londoño, Violencia, Psychis y capital social, Bogotá, Segunda Conferencia Anual del Banco
Mundial para el Desarrollo en América Latina y el Caribe, julio de 1996.

398
país con la tasa de homicidio. Encuentra en cambio correlación sistemática y significa-
tiva entre consumo de alcohol e incidencia de enfermedades neurosiquiátricas con la
violencia. Y se atreve a concluir: "Y el exceso de enfermedad mental y alcoholismo
podrían explicar todo el exceso de violencia de la región'' (45, p. 8). Para el caso particu-
lar de Colombia, observa que "no son las regiones más pobres del país las que registran
más violencfa.. Y tampoco lo son las regiones con índices mayores de desigualdad. En-
contramos, en cambio, un par de variables significativamente asociadas con la diversa
incidencia de violencia en los departamentos del país: la intensidad del capital social y
la velocidad de progreso en la educación" (45, pgs. 10 y 11). Consecuente con sus
hallazgos, plantea como campos prioritarios de acción para reducir la violencia: contro-
lar el consumo de alcohol, prevenir las conductas agresivas, expandir la educación y
fomentar la cohesión social. A más de las deficiencias en la delimitación de las catego-
rías, en la validez de los indicadores y en la calidad de la información de base, en mi
opinión el trabajo en cuestión cae en el error de anteponer la significancia en un ejerci-
cio estadístico de correlación a la observación rigurosa y sistemática de la realidad y al
análisis tanto cuantitativo como histórico e interdisciplinar, tal como lo requiere la na-
turaleza del complejo tema de la violencia. Además, como lo señala otro investigador
colombiano en un trabajo simultáneo al de Londoño: "La explicación de la violencia en
Colombia a partir de las deficiencias en el capital social presenta serias limitaciones"34 •
Otro trabajo internacional reciente de exploración de las causas y efectos de la
violencia señala a la inequidad en la distribución de los recursos nacionales .como
factor fundamental en la promoción de la violencia35 • También desde el campo de la
salud se han presentado estudios recientes y rigurosos que demuestran una asociación
significativa entre la desigualdad del ingreso, la mortalidad por grupos de edad y las
tasas de homicidios y violencia36 •
Uno de los investigadores que más ha trabajado el tema en Colombia, reafirma la
relación iniquidad-violencia. En un estudio reciente sobre violencia y acumulación
capitalista en Colombia concluye: "Por ahora en Colombia la violencia continúa sien-
do un lucrativo negocio. El desequilibrio social y el desprecio por la vida crecen a la
par de una rápida acumulación y concentración del capital"37 •
En realidad en Colombia la discusión se ha centrado más en la relación pobreza-
violencia que en la relación iniquidad-violencia. Y, por suerte, se está pasando de la
superación de una unicausalidad simplista a una mejor sustentación y comprensión de
las condiciones de posibilidad y los contextos explicativos del problema. Va habiendo
consenso en que, si bien la pobreza puede ser una especie de caldo de cultivo, requie-
re de otras condiciones culturales, organizativas y políticas para convertirse en
provocadora de violencia. No existe relación constante y directa entre pobreza y vio-

34. Mauricio Rubio, "Violencia, justicia y capital saciar, Trabajo presentado al Consejo Gremial y la
Fundación Empresarial, Bogotá, julio de 1996, lOp.
35. Hannah Bradby (editor). Defining Violence: urulerstanding ,he causes and effec<s of violence, Avebury,
Brookfield USA, 1996, p. 101.
36. George A. Kaplan, et al., "lnequality in income and mortality in The Unite States: analysis of
mortaliry and potential pathways", Brit~h Medica! Joumal, vol. 312: 999-1003, 20 April 1996.
37. Libardo Sarmiento A., "Violencia y acumulación capitalista en Colombia", Ensayo & Error, año 1,
Nº H6-61, Santafé de Bogotá, noviembre, 1996.

399
lencia. Una encuesta reciente sobre "Valores, institucioru,s y capital social en Col.ombia"
encontró que "Las condiciones de pobreza de las localidades no parecen asociadas
con la incidencia de violencia homicida. No es en los municipios más pobres de los
incluidos en la muestra ... en donde se observa una mayor incidencia de los homici-
dios. Por el contrario, en algunas localidades con muy bajos índices de pobreza, como
Medellín o Bucaramanga, es bastante alto el porcentaje de hogares que se han visto
afectados por una muerte intencional... La asociación entre el índice de NBI y la
incidencia de la violencia, aunque positiva, no es muy estrecha"38 • Más aún, algunos
trabajos plantean una relación inversa entre pobreza y violencia, es decir: a mayor
pobreza menor violencia, y una relación directa entre riqueza y criminalidad: "a más
riqueza, más criminalidad"".
Durante todo el periodo considerado en este trabajo, más de la mitad de la pobla-
ción colombiana ha estado por debajo de la línea de pobreza -LP-. En el trabajo
personal de investigación no ha sido posible ni gráfica, ni lógica ni matemáticamente
establecer una relación entre la pobreza, medida por el porcentaje de población por
debajo de la LP y la curva de los homicidios registrados en el país. En cambio, al
representar la pobreza por el porcentaje de población con sus necesidades básicas
insatisfechas, NBI, se insinúa gráficamente una relación inversa entre la curva de la
tasa de homicidios -de tendencia francamente ascendente hasta 1991- y la de NBI
-de tendencia francamente descendente-, con disminución de la inclinación a partir
también de 1991, lo que coincide con lo planteado por Montenegro y Posada (46). Sin
duda estas aproximaciones preliminares requieren de mayor afinamiento y es posible
que los propios indicadores utilizados no sean los más indicados para observar la rela-
ción en estudio. Con todo, refuerzan la refutación del simplismo unicausal pobreza =
violencia y estimulan la búsqueda de precisiones y mediaciones en la relación entre la
distribución de la riqueza y la violencia.
Con respecto al intento de relacionar iniquidad-violencia homicida mediante la
observación del comportamiento del índice de Gini como indicador de inequidad y el
número anual de homicidios pueden destacarse los siguientes aspectos. A diferencia
del trabajo referido del Banco Mundial a nivel internacional (44), los estrechos már-
genes de variación del Gini nacional -debidos en parte a las graves deficiencias de-
tectadas en la fomrn en que se ha calculado- y la carencia de una tendencia neta,
impiden el establecimiento de relaciones matemáticamente consistentes. Sólo pue-
den hacerse entonces algunas consideraciones analíticas. La más preocupante es la
constatación de que en los veinte años comprendidos entre 1975 y 1995 el país man-
tiene la misma situación de iniquidad. El Gini de los años límites del periodo son
prácticamente iguales: 0.511 en 1975 y 0.516 en 1995 y las variaciones intermedias
muy escasas. Puede decirse también que casi todo el periodo hemos estado dentro de
la línea de mayor iniquidad. Y permanecer así puede mantener activo un enorme
potencial de violencia, algo así como estar con la gasolina regada, con altísimo riesgo

38. María Mercedes Cuellar, Valores, instituciones y capital social en Colombia, Santafé de Bogotá, Cor-
poración Porvenir/ Universidad Externado de Colombia/ Centro Nacional de Consultoría, pp. 5.6. Trabajo en .
proceso, 1997.
39. Armando Montenegro y Carlos Esteban Posada, "Criminalidad en Colombia", Coyuntura Económi•
ca, vol. 25, Nº 1: 81-97, Santafé de Bogotá, marzo, 1995.

400
de que ciertas condiciones enciendan el fuego con gran facilidad. Los tres procesos
coyunturales estudiados se han encargado de hacerlo, con los saldos ya inventariados.
Hay que anotar también que el nuevo incremento del indicador de iniquidad regis-
trado desde 1991, en pleno auge neoliberal -y sólo aceptado tardía y evasivamente por
los funcionarios y defensores del respectivo gobierno- coincide con el inicio del des-
censo de la t;isa de homicidios. Esto puede insinuar también una relación no mecáni-
ca entre ambas variables y una eventual relación no simultánea sino sucesiva: a incre-
mentos actuales de iniquidad pueden corresponder incrementos en un plazo relativa-
mente corto de la violencia. A propósito, es preciso tener mucho cuidado en las rela-
ciones temporales entre fenómenos como la violencia. La no relación simultánea pue-
de indicar una relación sucesiva o de mediano plazo y no necesariamente una caren-
cia de relación.
Quedan entonces en firme el carácter estructural de la iniquidad en el país, su
persistencia dentro de niveles altos, el fracaso de las políticas sociales en términos de
no haber podido reducirla en las décadas estudiadas de intensa violencia, la tenden-
cia inicial a un nuevo incremento de la iniquidad a partir de la consolidación neoliberal,
su contribución explicativa al fenómeno de la violencia homicida, su condición de
clima altamente favorable para incubar y propiciar violencias. y la necesidad de incluir
la reducción de la iniquidad como precondición y elemento fundamental de los pro-
cesos resolutivos de la violencia. Quedan también muchos interrogantes e insinuacio-
nes que deben suscitar nuevos trabajos especializados y que pueden estimular los
debates aún inconclusos tanto sobre la relación iniquidad-violencia como sobre la
pertinencia de los indicadores y la consistencia de la información disponible.
El contexto explicativo cultural de la violencia. De los tres contextos explicativos
planteados para la actual violencia colombiana, es sin duda el cultural el que ha sido
menos elaborado. Debo reconocer que personalmente lo había trabajado menos y que ha
sido el progresivo acercamiento a la realidad el que me ha llevado a estudiarlo con mayor
atención. No es sólo un problema reciente o personal. Hace ya varios años que el investi-
gador Gonzalo Sánchez al terminar su balance sobre los estudios de las violencias en el país
había incluido en su "inventario de ausencias, terrenos en los cuales ya comienza a ser
tarde su exploración''40 un listado de temas y aspectos casi exclusivamente culturales.
Desde su propia identidad, la violencia por ser histórica, humana y social, perte-
nece también al terreno de la cultura. Domenach, posiblemente el pensador que me-
jor ha planteado el carácter humano de la violencia y sus dilemas éticos y políticos,
afirma que ''hay que decir que la violencia es específicamente humana por cuanto es
una libertad (real o supuesta) que quiere forzar a otra. Llamaré violencia al uso de
una fuerza, abierta u oculta, con el fin de obtener de un individuo, o de un grupo, algo
que no quiere consentir libremente"41 , y un poco más adelante agrega: "Por su aspecto
ontológico, la violencia no puede disociarse de la condición humana. Proscribirla
mediante condenas morales o mediante resoluciones políticas no tiene ningún senti-

40. Gonzalo Sánchez, Los estudios sobre la violencia: ba"lance y perspectivas, p. 38. En: Gonzalo Sánchez y
Ricardo Pefiaranda (comp.), Pasado y presente de la violencia en Colombia, Santafé de Bogotá, lepri / Cerec, 1995.
41. Jean~Marie Domenach, "Concepto de Violencia", tomado con autorización de la Unesco del volu~
mencolectivolaviolenciay sus causas, pp. 33A5, 1981 por: Neira Enrique (comp.), La violencia en Colombia:
cuarenta años de laberinto, Bogotá, Cátedra Galán/ Pontificia Universidad Javeriana, 1989, pp. 59~ 70.

401
do" (53, p. 65). Estamos entonces ante dimensiones éticas y morales, están de por
medio cuestiones como libertad, consentimiento, fuerza, aprendizaje, interrelaciones.
Pero, a más de ser acontecimiento cultural en sentido pleno, las condiciones estructu-
rales en las cuales se hace posible la violencia, para el caso la colombiana actual,
tienen también esencial filiación cultural. iNo son acaso valores (o antivalores), con-
ductas y actitudes individuales y colectivas, socialmente aprendidas y ejercidas, la
intolerancia, la impunidad y la iniquidad?
En el trabajo investigativo ha llamado la atención la participación que los
interlocutores le confieren a los factores culturales en la racionalización de los oríge-
nes y dinámica de la violencia y en sus propuestas para la acción transformadora. La
segunda respuesta más frecuente entre las preocupaciones actuales sobre la violencia
se refirió a la importancia creciente de los factores culturales en su dinámica. Una de
cada cinco respuestas explicativas adujo dimensiones y aspectos culturales y una de
cada cuatro propuestas se refería también al amplio campo de la cultura. El discurso
de los interlocutores perfiló un cuarto contexto explicativo de la violencia: el jurídi-
co-penal, el cual considero ocupa en realidad un espacio intermedio entre los contex-
tos político y cultural. Si efectivamente se integrara dicho contexto jurídico-penal
con los dos indicados, en términos cuantitativos se podría afirmar que los aspectos
culturales estarían representando la tercera parte tanto de la explicación de la violen-
cia como de las estrategias posibles para su enfrentamiento, superando así la capaci-
dad explicativa y la participación propositiva del contexto económico.
Tres grandes aspectos se perfilan como fundamentales en el contexto cultural de
la violencia colombiana actual. Son ellos: la cuestión de los valores, la educación y los
aspectos sicológicos. La ética sigue estando tanto en la médula de las preocupaciones
relacionadas con la violencia y en la explicación de por qué hemos llegado tan lejos
en su magnitud y modalidades, como en la agenda de posibles soluciones. Hay realis-
mo al respecto en reconocer los vacíos y desfases éticos existentes y la doble moral -o
moral múltiple- evidenciada en especial por las ambigüedades ya señaladas frente al
problema narco. Llama también la atención la diversidad valorativa y de los referentes
que cada cual tiene en mente cuando habla de crisis de valores o cuando propone
recuperar, reforzar o construir valores. De acuerdo con la importancia dada en el
pasado y presente de la violencia a la cuestión ético-valorativa, la tercera propuesta
más frecuente entre las alternativas de solución enunciadas por los entrevistados en
la investigación original de este trabajo fue la de construir y practicar valores positi-
vos, como la solidaridad, la justicia, la convivencia, el respeto a la diferencia. Respeto
que tendrá su primera prueba de fuego precisamente en la construcción de consensos
sobre valores mínimos comunes para iniciar el largo recorrido hacia el desmonte de las
violencias.
Merece también atención como componente del contexto cultural la cuestión
educativa. Desde reconocer en las carencias y deficiencias de contenidos, modelos
pedagógicos, calidad y cobertura del sistema educativo actual corresponsabilidad en
la génesis y dinámica de la violencia, hasta proponer reformas sustanciales de fondo y
de forma a la educación como parte de una política de paz y del proceso de superación
de la violencia. También aquí se hacen evidentes las diferencias ideológicas. Mien-
tras para unos debe despolitizarse la educación y hacerla funcional a los valores y

402
líneas de autoridad existentes, para otros debe ser un ejercicio político de construc-
ción de identidad, ciudadanía y libertad.
Componentes importantes del contexto cultural fueron también para los interlocutores
las dimensiones e implicaciones sicológicas de la violencia. La agresividad, la acumula-
ción de odios y heridas, las sicopatolog(as que están detrás de ciertas formas de cruel-
dad, las adicciones al alcohol y a otras sustancias sicoactivas que pueden propiciar
acciones violentas, la estructura de personalidad de los sicarios y demás asesinos a suel-
do, fueron algunos de los fenómenos señalados. Se expresó preocupación también por el
incremento de ciertas formas de violencia, como la familiar y el maltrato sicológico y por
el efecto de la violencia sobre la salud mental, en especial de los niños y niñas. Sin
pretender convertir las alteraciones sicopatológicas en la gran explicación de la violen-
cia, y señalando que a veces la propician pero que con frecuencia son también conse-
cuencias de historias y climas de violencia, parece claro que hay en ellas un campo muy
grande tanto de acción como de investigación.
La impunidad: en la intersección de los contextos político y cultural de la violencia
colombiana. La tercera condición estructural aquí señalada de la actual violencia
colombiana es la impunidad. Hace parte al mismo tiempo de los contextos político y
cultural de la violencia. Es otro de los graves ptoblemas que enfrenta el país y que
alimenta su violencia. Algunos llegan a considerar la impunidad como endémica en
la sociedad colombiana42 • Pero no sólo endémica. Endémica y progresiva. Los organis-
mos del propio Estado ofrecen cifras alarmantes. "La probabilidad de castigo en Co-
lombia es muy baja; mientras la ptobabilidad de condena de un delito fue a mediados
de los años sesenta del 20%, bajó al 5% en 1971 y desde entonces ha descendido
consistentemente para llegar si acaso a 0.5% en la actualidad"43 •
Para el pensador e investigador Jesús Antonio Bejarano -asesinado dentro de la
Universidad Nacional de Colombia en septiembre de 1999- la cuarta conclusión en
sus reflexiones sobre los efectos económicos de la violencia en el sector agropecuario
es que "todo ello está saturado por la más flagrante e intolerable ineficacia de los
organismos de justicia y por una tan evidente como escandalosa impunidad"44 • Por su
parte el INMLCF informó que en el 75% de los homicidios cometidos en 1999 se desco-
nocía el agresor45 • Según la misma institución, para el año 2001 o se desconocía al
autor o no había ningún dato sobre el mismo en el 88.5% de los casos de homicidio.
Desde la epidemiología, la impunidad ha sido vista como un factor de riesgo para
la violencia46 • Refuerza el argumento de que la impunidad estimula la violencia la

42. Amnistía Internacional, Violencia poUtica en Colombia: mito y realidad, Madrid, EDAI, 1994i p. 66.
43. República de Colombia. Comisión de racionalización del gasto y de las finanzas públicas, El sanea•
miento fiscal, un compromiso de la sociedad. Tema V. Seguridad y orden público. Justicia y derechos civiles. Informe
Final. 1• ed., Santafé de Bogotá, 1997, p. 71.
44. Jesús Antonio Bejarano, "Inseguridad y violencia: sus efectos económicos sobre el sector
agropecuario", Rev~raNacionalde Agricultura, Nos. 914-915, 138-153. Sociedad de Agricultores de Colombia,
Santafé de Bogotá, 1996.
45. Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, Forensis 1999: datos para la vida. Bogotá,
Instituto Nacional de Medicina Legal, 2000, p. 30.
46. Fedesarrollo / Instituto SER de investigación, Indicadores Sociales. II. Salud: análisis epidemiológico de
la violencia, p. 29. Coyuntura Social, Nº 15, 21-32, Santafé de Bogotá, noviembre, 1996.

403
comprobación empírica de que a menor impunidad menor violencia, como ocurno
con la encuesta ya citada que observó que "en los municipios ... en donde, de acuerdo
con los hogares, se aclaró más de uno de cada cuatro de los homicidios cometidos, se
detectaron bajos niveles de violencia" (50, p. 8). Y concluye. "En síntesis: la efectivi-
dad de la investigación judicial -medida por el porcentaje de homicidios que, según
los hogares, fueron aclarados- y el número de grupos armados que operan en un mu-
nicipio son los únicos factores que, en forma estadísticamente significativa, contribu-
yen a explicar las diferencias en los niveles de violencia, medidos por el porcentaje de
hogares afectados por un homicidio cercano" (50, p. 10).
Como condición estructural, lo lógico es formular que la impunidad propicia y
estimula la violencia. Pero la cuestión es más compleja. Se viene postulando que la
violencia, al constituirse en un obstáculo para la administración de justicia por dife-
rentes mecanismos de intimidación, control político y deslegitimación del ordena-
miento jurídico, estimula la impunidad. Mauricio Rubio, por ejemplo, al introducir un
reciente trabajo sobre la justicia en condiciones de violencia sostiene que "se puede
argumentar, con referencia al caso colombiano, que la violencia, y en particular la
ejercida por las organizaciones armadas, puede constituirse en un obstáculo a la ade-
cuada administración de justicia penal en una sociedad" 41 • Por descontado que la
impunidad tiene también otras raíces y motivos. Una encuesta realizada en la ciudad
de Cali señala, entre otros: desconfianza ciudadana en los aparatos de justicia; inade-
cuación de la función policial, y congestión y corrupción de los despachos y de los
funcionarios judiciales48 •
La impunidad tiene además interacciones con los procesos coyunturales analiza-
dos, en especial con el problema narco y con la agudización del conflicto político-
militar. La referencia de Mauricio Rubio anteriormente citada (59) apunta en esa
dirección. Y la influencia negativa del narcotráfico sobre los sistemas de justicia,
aumentando la impunidad, quedó rubricada con la sangre de muchos jueces y policías
y con la corrupción de otros tantos.
Algunos datos son especialmente sugestivos de la relación bidireccional impuni-
dad-violencia, como puede apreciarse en la gráfica 8. Mientras en 197 5, cuando la
tasa de homicidio era de 25/100.000, se detenían en promedio en el país 77 personas
por cada cien homicidios, en 1995, cuando la tasa de homicidios se había triplicado
-72/100.000-, sólo se detenían 15 homicidas por cada cien homicidios. Y al cruzar las
tendencias de la tasa de homicidios con la cantidad de detenidos por cada cien homi-
cidios, se aprecia una relación inversa: mientras la primera es generalmente aseen~
dente, la segunda es siempre descendente. Esta relación inversa pudo demostrar in-
clusive en el estudio original su consistencia matemática. Desde 1986 hay también
una relación inversa entre la curva ascendente de homicidios y la descendente de
sumarios iniciados por homicidio.

4 7. Mauricio Rubio, "La justicia en una sociedad violenta. Los agentes armados y la justicia penal en
Colombia", Documento CEDE 97 ~03, Santafé de Bogotá, septiembre de 1997, p. l.
48. Adolfo Atehortúa C., Álvaro Guzmán B., et al., La impunidad en Cali, Santiago de Cali, Cidse,
Univalle, 1995.

404
Finalmente: lo que más llamó la atención en el trabajo inicial de entrevistas en
relación con el problema de la impunidad y su relación con la violencia es el hecho de
que la tercera parte de los interlocutores señalaron a la impunidad como factor expli-
cativo de la violencia, ocupando la respuesta el segundo lugar entre todas las demás y
sólo precedida por la relacionada con la ilegitimidad, ausencia y debilidad del Estado.
Es un reconocimiento bastante claro de su capacidad explicativa y un refuerzo al
señalamiento de la impunidad como una de las tres grandes condiciones estructurales
de la violencia actual. A futuro indica también que el trabajo por combatir la impuni-
dad y mejorar la fundamentación conceptual, el ordenamiento legal y el funciona-
miento del sistema judicial hace parte esencial e inaplazable de cualquier estrategia
que pretenda con seriedad reducir la violencia homicida en Colombia.

Grafica 8. Homicidios y detenidos por homicidio.


Colombia, 1975-1995.

30000 90
80
25000
70
8 20000 -+-HOMICIDIOS 60
¡; 50
0 15000 -DET./HOM.
;;¡ 40
i 10000 30
20
5000
10
o +--+-+----,~-+-+--+-+----,--+-+--+-+----,r--+-+--+-+----,--+--+ o
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
~ ~ ~ ~ ~ ~~ ~ ~ ~ ~ ~~~ ~~~~~,~~~
.Aliio

Fuente: Franco, S. El Quinto: No Matar. lepri/Tercer Mundo. 1999, p. 111.

Más alla de los contextos explicativos


Como se advirtió desde el comienzo, no se trata de un intento acabado por encon-
trar un método y proponer una explicación única de las violencias colombianas o un
marco comprensivo para la violencia a nivel general. Se intenta, en cambio, una aproxi-
mación metódica y una exploración explicativa que, a partir de la consideración de la
violencia homicida en Colombia en un periodo determinado, contribuya tanto a su
comprensión específica como a estimular otras búsquedas acerca de la propia realidad
estudiada y de otras modalidades de violencia en diferentes contextos y momentos.
La propuesta de emplear la categoría de contextos explicativos puede ser útil en la
medida en que, superando el unicausalismo y el causalismo en general, abra espacios
para una racionalidad menos acusatoria y más comprensiva tanto de la naturaleza del
fenómeno estudiado y de sus condiciones de posibilidad histórica, como de su dinámi-
ca, sus tendencias, consecuencias y posibles mecanismos y estrategias de transforma-
ción. La categoría encierra entonces una propuesta metódica y una invitación a lle-

405
nada con los contenidos propios de cada fenómeno en estudio, para el caso, la violen-
cia colombiana.
En la construcción de los contextos juega un papel importante la identificación
tanto de las condiciones estructurales como de los procesos coyunturales. Las prime-
ras -condiciones estructurales- no sólo núran más a la génesis, a la sustancia básica y
a los componentes esenciales del fenómeno en una temporalidad mayor, sino que po-
sibilitan también la observación en perspectiva y la identificación de posibles desarro-
llos y tendencias del acontecimiento en cuestión. Los segundos -procesos coyuntura-
les-, encuadrados en temporalidades generalmente más cortas, constituyen los facto-
res dinamizadores y potenciadores del fenómeno y permiten tanto tender puentes más
inmediatos hacia la comprensión del acontecimiento, como identificar posibles vías
de acceso a procesos de transformación. Pero posiblemente es la interacción entre las
condiciones estructurales y los procesos coyunturales lo que más puede contribuir a la
comprensión del fenómeno. Desde otro ángulo: al no bastar para la comprensión -y
menos aún para la acción- la identificación aislada o de los componentes estructura-
les o de los procesos coyunturales, es en su cambiante y compleja interacción en don-
de la realidad se manifiesta mejor y ofrece, en consecuencia, las mayores posibilidades
tanto a la racionalidad comprensiva como a la acción transformadora. Puede perfilar-
se entonces el abordaje como una de las múltiples alternativas posibles a la vieja
polénúca entre estructuralistas y coyunturalistas, expresada también con variaciones
en el enfrentamiento entre teóticos y pragmáticos y entre esencialistas e inmediatistas.
La comprensión y la confrontación de problemas como la violencia requieren romper
esos esquemas y arriesgarse a explorar en modalidades como la propuesta.
El método empleado evidencia también la cambiante complejidad de la violencia.
Es un fenómeno con múltiples raíces, con dinámicas diversas, con diferentes detonan-
tes y gran diversidad de actores, víctimas, escenatios, implicaciones e interrelaciones.
Lo que puede ser válido para la comprensión de una modalidad de violencia en un
entorno espacio-temporal puede no serlo en otro. Los procesos coyunturales son cam-
biantes e interrelacionados y es muy escasa la certeza al señalar ciertas condiciones
estructurales. Y en ocasiones la relación entre lo coyuntural y lo estructural con la
violencia misma puede ser bidireccional, como el caso de la impunidad que igual
puede estimular la violencia como ser producto de sus elevados niveles. Pero la com-
plejidad, como ya se advirtió, no es desestímulo ni al pensamiento ni a la acción. Es
una condición de la realidad y un reto a la inteligencia y a la actividad humana. La
violencia es compleja, pero es comprensible y superable. El propio esfuerzo racional
sobre la violencia, por ejemplo, es en sí un paso esencial y avanzado para enfrentarla y
para transformar las condiciones que la hacen posible y la dinamizan. El problema no
es que la violencia sea compleja. Es más bien que la creamos simple y pretendamos
entenderla y enfrentarla como tal, o que nos resistamos a abordarla en su complejidad
y a pagar los costos que demanda la transformación de las condiciones que la generan
y mantienen.
Bogotá, agosto de 2002

406
Paramilitares, narcotráfico y contrainsurgenda:
• • • *
una expenenc1a para no repetir

Mauricio Romero••

La negociación entre la adminisrración del presidente Álvaro Uribe y los grupos


paramilitares y de autodefensa, algunos de ellos agrupados en las Autodefensas Uni-
das de Colombia, AUC, iniciada en diciembre de 2002, marcó un hito en la larga
historia de negociaciones entre gobiernos y actores irregulares armados iniciada a
finales del siglo XX. Estos acercamientos habían sido regularmente con grupos guerri-
lleros, sin embargo, el presidente Uribe fue elegido en 2002 con un mandato para
fortalecer la capacidad militar del Estado y derrotar a las guerrillas, en particular a las
FARC, bajo el supuesto de que estos propósitos fortalecerían el Estado de derecho y el
respeto a la ley. Ese mandato significó un giro de 180 grados frente a los intentos de
una paz negociada con la guerrilla, buscada por los cinco gobiernos anteriores, que
durante 20 años pretendieron, al menos en el discurso, una solución política con las
agrupaciones insurgentes.
iQué ha significado esa negociación con las AUC y grupos similares en el marco de
ese propósito general de derrotar a la guerrilla? lCómo entender a estos diferentes gru-
pos que se definieron como antisubversivos y que surgieron durante las dos últimas
décadas del siglo pasado en las que hubo una reforma descenrralizadora del Estado, un
cambio hacia un régimen político más pluralista, y diferentes ensayos por incluir a las
guerrillas al sistema político? El artículo plantea que para abordar estas preguntas hay
que considerar los intentos por ampliar la representación política a rravés de negocia-
ciones con los grupos insurgentes y las reformas para permitir una mayor participación y
competencia política. Es decir, el trabajo destaca la dimensión política asociada con
procesos de democratización y apertura de regímenes cerrados, y las reacciones genera-
das en conrra de esos cambios.
Sin estas variables que abrieron oportunidades para nuevos actores y amenazas
para otros, y que pusieron en riesgo los equilibrios de poder regional, las respuestas a
las preguntas anteriores pierden de vista la dimensión política asociada con esa reac-
ción armada representada por los grupos paramilitares. Estos son un reflejo de esas
dinámicas regionales en las que el fenómeno contraguerrillero se mezcló con el del
narcorráfico. Estos dos aspectos que necesariamente no tendrían que coincidir, termi-
naron apoyándose mutuamente, con colaboración, promoción o tolerancia de estruc-
turas estatales encargadas de preservar el Estado de derecho. La propuesta de auto-
defensa armada compartida por los opositores de la guerrilla y a los diálogos de paz con

* El presente artículo fue publicado en: En la encrucijada. Colombia en el siglo XXI, Editor Francisco
Leal, Bogotá, CESO /Norma, 2006.
** Politólogo, autor de Paramilitares y autodefensas 1982~2003. Ha sido profesor de la Universidad
Nacional y del Rosario. Coordinador del grupo de trabajo sobre Desmovilización, Desarme y Reinserción, de la
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR).

407
ésta, ayudó a crear un campo de coincidencias, no sin contradicciones, para una
amalgama diversa de intereses y perspectivas, la cual ha incluido desde entonces
actores por fuera y dentro de la ley, incluidos sectores estatales.
El trabajo ilustra cómo estos grupos irregulares se convirtieron en saboteadores de
la posibilidad de un acuerdo con las guerrillas, un tema de análisis reciente en la
literatura sobre negociaciones de paz1, ahondando la crisis del Estado de derecho y
otorgándole protagonismo político a sectores del narcotráfico. Además, el texro indi-
ca cómo la expansión y consolidación de estos grupos irregulares contribuyó a delinear
otra forma de conseguir la estabilidad y pacificación de las regiones sacudidas por el
conflicto armado, diferente a una negociación de paz con concesiones a los grupos
insurgentes y sus agendas de reformas. Esta línea de razonamiento ayuda a entender
la lógica de la negociación actual entre el presidente Álvaro Uribe y los diferentes
grupos de paramilitares. Esta negociación ha propiciado unas redefiniciones políticas
regionales cuyas prioridades giran alrededor del orden y la seguridad, agendas que
han beneficiado en mayor proporción a los sectores pudientes, además de haber ratifi-
cado una escandalosa acumulación de riqueza por medio violentos en manos de los
jefes visibles e invisibles de las AUC y grupos similares'.
La literatura especializada sobre el surgimiento de proveedores ilegales de protec-
ción hace énfasis en la imposibilidad estatal de proteger los derechos de propiedad,
hecho asociado con el tránsito hacia econonúas de mercado, bien desde una econo-
mía feudal o una centralmente planificada. Si la confianza es escasa y el Estado no es
capaz o no tiene la voluntad para proteger los derechos de propiedad, es de esperar
una demanda alta por proveedores privados'. El énfasis en esta perspectiva es en el
ámbito económico, y para este artículo se llama la atención sobre las dinámicas en el
terreno político. Sin embargo, cualquiera que sea el acento del análisis, bien sea
económico o político, lo importante es reconocer el momento de transición en el cual
han surgido estos proveedores ilegales de protección.
El artículo tiene dos grandes secciones, la primera presenta cómo se desarrolló
el discurso y la práctica de la autodefensa armada, y la segunda discute los nuevos
poderes regionales surgidos durante los últimos 25 años alrededor de los paramilitares,
y las posibilidades de reconstruir el monopolio de la fuerza legítima en manos del
Estado, con la desmovilización de las AUC y grupos similares. La primera sección
comienza con los principales antecedentes del surgimiento de la propuesta de auto-
defensa armada, cómo se generó ese espacio de coincidencia entre sectores por fuera
y dentro de la ley para la defensa del statu qua político, y la relación de ese proceso con
las negociaciones de paz con las guerrillas. A continuación se analiza la coyuntura de
la persecución a Pablo Escobar, una de las cabezas del extinguido Cartel de Medellín,
a comienzos de los 90, en la cual ocurrieron diversas formas de colaboración entre
futuros jefes de los grupos paramilitares y autoridades en Antioquia. El artículo conti-

l. Stephenjohn Stedman, "Peace processes and the challenges ofviolence", en Contemporary Peace Mal<ing.
Conjlict, Vwlence and Peace Proeesses, editado por John Darby y Roger MacGinty, Pelgrave Macmillan, 2003.
2. Carlos Salgado, "De cómo legitimar las tierras incautadas", enArcarws, Ng 11, Corporación Nuevo
Arco Iris, Bogotá, 2005.
3. Diego Gambetta, The Sicilian Mafia, Harvard University Press 1993 y Federico Varese, The Russian
Mafia. Private Protection in a New M.arket Economy, Oxford, Oxford University Press, 2001.

400
núa con una presentación breve de la llamada pacificación de Urabá, periodo que
coincide con la gobernación de Álvaro Uribe en Antioquia y la consolidación de las
Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, eje inicial de las Autodefensas
Unidas de Colombia, AUC.
En la segunda sección el texto hace un recuento del periodo 1998-2002, el de
mayor crecimiento de los diferentes grupos regionales de paramilitares, momento en
el cual existió un proyecto de centralización y creación de una organización nacional
liderada por Carlos Castaño, caracterizado jefe de las AUC en ese periodo. Esta etapa
coincide con el fallido proceso de paz entre el presidente Andrés Pastrana (1998-
2002) y las FARC, en el cual uno de los principales escollos fue la ampliación de la
influencia regional de las AUC y grupos afines, y la extrema violencia ejercida contra
la población civil en esa expansión. El artículo termina con una evaluación del proce-
so de negociación entre el gobierno del presidente Uribe y las AUC, iniciado a finales
de 2002. En las conclusiones se analizan algunas de las condiciones que facilitarían la
desaparición del fenómeno paramilitar y las posibles trayectorias de evolución regio-
nal de estos grupos.

Justicia por mano propia y crisis del Estado de derecho


Derecho a la autodefensa, contrainsurgencia y Muerte a secuestradores, MAS
Desde finales de los años 60 la política de defensa nacional había autorizado la
creación de grupos de autodefensa bajo el auspicio y control de las Fuerzas Militares,
siguiendo los lineamientos de los Estados Unidos para la contención de la amenaza de
la época'. La Ley 48 de 1968 estableció el fundamento jurídico de esta medida típica
de la Guerra Fría, con la cual se esperaba contrarrestar el surgimiento de insurgencias
de orientación comunista. La autodefensa suponía un "enemigo interior", el cual sería
una parte de la misma población, que en la retórica de la disputa Este-Oeste trabaja-
ría en beneficio de "intereses foráneos". Al declarar como enemigo a grupos con pers-
pectivas políticas o ideológicas contrarias, este enfoque los dejaba por fuera del con-
cepto de nación, ahondando el conflicto y permitiendo el uso de todos los medios para
derrotar a ese adversario, incluso los ilegales.
Aunque esa autorización legal no pasó de ser una virtualidad durante la prime-
ra década, empezó a ser considerada como una posibilidad real durante el gobierno
del presidente Julio César Turbay (1978-1982). La creciente inconformidad y movili-
zación social, y el abuso del Estado de sitio por los gobiernos civiles para controlarlas,
abocó a las Fuerzas Militares a asumir una multitud de roles que pronto las desborda-
ron. En este contexto, el comandante del Ejército y futuro ministro de Defensa,
general Luis Carlos Camacho Leyva, hizo en septiembre de 1978 un llamado a la
población para que asumiera su propia defensa frente a posibles desmanes de agitado-
res y revoltosos'. La tensión dentro de las Fuerzas Militares había llegado a un clímax

4. Francisco Leal, La seguridad nacional a la deriva. Del Frente Nacional a la posguerra fría, Bogotá,
CESO/ Alfaomega / Flacso, 2002.
5. Gustavo Gallón, La República de la, am,as, Bogotá, Cinep, 1983.

409
con el asesinato de Rafael Pardo Buelvas, ex ministro de Gobierno de la administra-
ción saliente6•
Si bien el general Camacho desmintió tales convocatorias a la autodefensa arma-
da, el comunicado aclaratorio dejó al descubierto una preocupación sobre cómo vin-
cular un respaldo más activo de la población civil para enfrentar el creciente número
de actos de insubordinación, protesta e inconformidad social, mezclados con una cre-
ciente rebeldía armada. Además, la aclaración de lo que había querido decir el gene-
ral Camacho fue aún peor que la versión que trataba de rectificar, pero muy revelado-
ra del pensamiento del alto mando: si el peso de la ley no se podía aplicar a los respon-
sables del asesinato del exministro, tendrían que "medirlo [el asesinato] con las mis-
mas armas con que ellos están sacrificando a los ciudadanos"'.
La tenue línea entre autodefensa y justicia por mano propia quedó patente en la
aclaración del general Camacho, ambigüedad que sirvió para justificar discursivamente
en el futuro la promoción, tolerancia o colaboración con el surgimiento del paramilitarismo.
El mensaje de venganza y justicia por mano propia por parte de las autotidades armadas no
tuvo que esperar mucho para dar frutos, aunque con un giro inesperado. La población civil
que acudió al llamado fue un grupo muy particular.
En efecto, a finales de 1981 grupos de narcotraficantes anunciaron por medio de
volantes arrojados desde un helicóptero en Cali, la creación del MAS8• El propósito del
grupo sería asesinar a quienes estuvieran comprometidos con secuestros y extorsión de
sus miembros. Esta oferta no era el resultado automático de la falta de confianza y la
inseguridad, como pensarían los economistas. Se necesitaban quienes estuvieran dis-
puestos a ofrecerla, especialistas en inteligencia y en el uso y despliegue de la violencia,
y una motivación para usarla•. Y para esto estaban grupos radicalizados de los retirados
de las Fuerzas Armadas y miembros activos de las mismas, entrenados en el uso de los
medios de violencia e ideologizados por el enfrentamiento de la Guerra Fría.
Al comienzo de esta década la idea de hacer justicia por mano propia ya estaba en
el ambiente, había ganado espacio dentro de sectores estatales y se regó como pólvora
en las regiones con conflictividad social, delincuencia o insurgencia armada. Esto fue
evidente luego del inicio de las conversaciones de paz entre el gobierno del presiden-
te Belisario Betancur (1982-1986) y las guerrillas. Ante las denuncias sobre amenazas
y asesinatos cometidos por el MAS, la Comisión de Paz nombrada por el gobierno para
facilitar las negociaciones con los insurgentes, le solicitó al presidente Betancur una
investigación y medidas para combatir la justicia privada10 • El mandatario convocó al
ministro de Justicia, Rodtigo Lara, y al procurador, Carlos Jiménez Gómez, para que
establecieran el estado de las investigaciones, quienes elaboraron un informe que el
procurador hizo público en febrero de 1983.
Según el reporte oficial, el MAS se había convertido en un modelo para combatir
no sólo la delincuencia, sino también para enfrentar las diferentes manifestaciones

6. !bid., p., 86.


7. lbúl.
8. Socorro Ramírez y Luis Alberto Restrepo, Actores en conflicto por la paz. El proceso de paz durante el
gobierno de Belisario Betarn:ur 1982-1986, Bogotá, Siglo XXI/ Cinep, 1989.
9. Charles Tilly, The Politics of Collective Violence, Cambridge, Cambridge University Press, 2003.
10. Ranúrez y Restrepo, op. cit

410
del conflicto social y político. La investigación señaló que individuos vinculados di-
recta o indirectamente con las Fuerzas Armadas estaban presuntamente vinculados al
MAS, y mencionó con nombres y apellidos a cincuenta y nueve militares en servicio
activo con indicios serios de ser miembros de esa organización 11 • Ya empezaba a perfi-
larse la función de estos grupos como saboteadores de las negociaciones de paz con la
guerrilla. iCómo considerar este encuentro y colaboración entre fuerzas estatales y
narcotraficantes? iEra esta la colaboración civil por la cual estaban clamando los altos
mandos militares? Lo cierto es que el campo discursivo creado por los llamados a
ejercer el derecho legítimo a la autodefensa, hecho por las autoridades militares,
también sirvió para cobijar la justicia privada de sectores de las Fuerzas Militares y de
grupos de narcotraficantes, quienes no respaldaban las negociaciones de paz con las
guerrillas o percibían a los grupos insurgentes como un competidor armado.

Defensa de las instituciones, Magdalena Medio e ilegalidad


Lo que no está muy claro es cómo esos sectores polarizados del Estado preocupados
supuestamente por el orden, la institucionalidad y la defensa de la democracia, los
cuales estarían amenazados por la negociación con las guerrillas, pensaron que sus
objetivos se cumplirían asociándose con el narcotráfico y grupos cercanos a éstos. Para
el primer año de gobierno del presidente Betancur, el Comité Permanente de Defensa
de los Derechos Humanos, dirigido por el ex canciller conservador Alfredo Vázquez
Carrizosa, documentó 181 asesinatos reclamados por el MAS, 146 por otros grupos simi-
lares y 187 atribuidos a los servicios de seguridad del Estado12 • Además, la Procuraduría
señaló que durante el mismo periodo, el número de desaparecidos llegaba a 150 casos,
en los que también había una importante responsabilidad de fuerzas de seguridad 13 • Es
decir, el Estado de derecho estaba totalmente acribillado por la justicia privada, o en
el decir de los generales, por el derecho a la legítima defensa. Extraña forma de con-
servar el orden y defender la vida, honra y bienes de los ciudadanos.
El general Fernando Landazábal, ministro de Defensa de la primera parte de la
administración Betancur, llegó al extremo de sugerir que la crítica a la instituciones
ponía a "la parte honesta de la sociedad", representada y defendida por las Fuerzas
Armadas, frente a la disyuntiva de "una contienda de proporciones incalculables e im-
previsibles que llevaría a nuestro país a una nueva fase de la violencia" 14 • El general no
estaba equivocado frente al futuro que se avecinaba, pero no por las razones que él
aducía, sino. todo lo contrario, a pesar de las denuncias del tipo de relaciones en las que
varias de sus unidades estaban cayendo.
Las investigaciones judiciales del reporte del procurador Jiménez Gómez queda-
ron en la jurisdicción de la justicia penal militar, la cual movió cielo y tierra para
evitar la competencia de la justicia ordinaria. Por su parte, el ministro de Justicia,
Rodrigo Lara, informó a la Comisión de Paz que la mayoría de las personas que habían

11. lbld.,p.,119.
12. !bid., p., 126.
13. !bid.
14. El Espectador, enero 25 de 1983.

411
dado testimonios ante él y el procurador habían sido asesinadas o amenazadas 15 , de tal
forma que las denuncias del reporte no podrían ser confirmadas ante la justicia mili-
tar. En efecto, un informe publicado tres años y medio después por uno de los periódi-
cos de la capital, informó que de los 24 miembros del Ejército inculpados, ninguno
había sido condenado 16 •
De los cuatro altos oficiales del Ejército sindicados de formar parte del MAS, dos
habían sido ascendidos y dos habían pasado a la reserva 17 • El coronel Álvaro Velandia
Hurtado, comandante del Batallón Patriotas en Honda, había sido trasladado a Bogo-
tá. El coronel Emilio Gil Bermúdez, había sido ascendido a brigadier general y nom-
brado comandante de la X Brigada. Los mayores Alejandro Álvarez Henao, segundo
comandante del Batallón Bomboná en Puerto Berrío, y Carlos Meléndez Boada, se-
gundo comandante del grupo Guías del Casanare, en Yopal, pasaron a la reserva.
Todos fueron exonerados por tribunales militares de los cargos de pertenecer al MAS o
a grupos similares.
Lo significativo es que el mayor Álvarez Henao fue uno de los fundadores de los
grupos de sicarios en el Magdalena Medio. De acuerdo con las mismas declaraciones de
Carlos Castaño, el mayor Álvarez Henao, Ramón Isaza, Fidel Castaño y d padre de
Henry Pérez, futuro jefe de los grupos armados de Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El
Mexicano, fueron los iniciadores de lo que Castaño llamaría la "anrisubversión civil" 18 ,
que luego él mismo trataría de agrupar en un movimiento nacional en la década de los
90 bajo el nombre de Autodefensas Unidas de Colombia, AUC. El general Gil Bermúdez,
por su lado, junto con el general Faruk Yanine Díaz, fueron acusados de facilitar varias
de las peores masacres de los nacientes paramilitares en contra de simpatizantes de la
Unión Patriótica en el nordeste antioqueño unos años después 19 • Sin embargo, la justicia
tampoco pudo esta vez probar las acusaciones. Las negociaciones de paz recibían así un
golpe mortal frente a la impunidad de los asesinatos políticos.
Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, se convertiría en uno de los
financiadores claves en el inicio de estos grupos. Este encabezaba con Pablo Escobar el
Cartel de Medellín, red de narcotraficantes que había logrado una importante im-
plantación económica y social en el Magdalena Medio, a partir de la compra y expro-
piación de grandes extensiones de tierra y la oferta de protección armada. El mayor
Álvarez Henao, por su lado, sería otro factor importante en el desarrollo y propagación
de la ideología de autodefensa. Este oficial coordinó desde el Batallón Bomboná el
entrenamiento militar de varias promociones de civiles, entre ellos Fidel y Carlos
Castaño y varios de sus familiares y empleados, quienes luego asolaron el sur del Mag-
dalena Medio santandereano antes de movilizarse para el nordeste antioqueño, y fi-
nalmente para Córdoba y Urabá, en donde este último ayudaría a organizar las
Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, núcleo central en los inicios de
las futuras AUC20•

15. Ramírez y Restrepo, op. cit., pp., 124-125.


16. El Tiempo, agosto 11 de 1986.
17. lbfd., p., 3A.
18. Aranguren, op. cit., pp., 87-104.
19. William Ramírez, Urabá. Los inciertos confines de una crisis, Bogotá, Editorial Planeta, 1997, p., 131.
20. Ver entrevista a Carlos Castaño, en Germán Castro Caicedo, Ensecrero, Bogotá, Editorial Planeta, 1996.

412
Ese entrenamiento militar de civiles incluyó cursos con instructores británicos e
israelíes, como el encabezado por el coronel retirado del Ejército israelí Yair Klein,
sobre técnicas de terrorismo urbano, operaciones tipo comando, explosivos y sabotaje,
entre otras especialidades. El curso fue organizado por Rodríguez Gacha, cerca de
Puerto Boyacá, en colaboración con miembros activos del Ejército durante la adminis-
tración del presidente Virgilio Barco (1986-1990) 21 • De este grupo salieron los asesinos
del candidato presidencial Luis Carlos Galán, favorito para ganar las elecciones de
1990, enemigo acérrimo del narcotráfico y acribillado a bala en 1989 en la localidad
de Soacha, cerca de Bogotá. Es difícil entender cómo estas actividades pudieran
clasificarse como de autodefensa, o siquiera como de "antisubversión civil".
Para Carlos Castaño, el jefe de las AUC entre 1997 y 2001, el entrenamiento con el
coronel retirado Klein fue revelador, no sólo en la parte técnica del despliegue y uso
de la violencia, sino también en lo ideológico. Para el antiguo militar israelí, a los
Estados había que defenderlos con la Constitución y por fuera de ella, y ser mercena-
rio de un Estado debería ser motivo de orgullo y satisfacción22 , lo cual ratificaba a
Castaño en su idea de que "le estaba prestando un servicio a la patria". Esta visión
sobre "combinar todas las formas de lucha" había colonizado la perspectiva de impor-
tantes grupos dentro del estamento militar colombiano, con los resultados ya vistos
para la ciudadanía, las posibilidades de la oposición política legal y la paz.

Promoción de la autodefensa y saboteo a la paz


Para finales de la década de los 80, los grupos iniciales de sicarios vinculados al
MAS se habían convertido en unas tenebrosas máquinas de muerte que estaban aso-
lando todo el país, pero en particular las regiones en donde la guerrilla tenía base
social, y en donde las negociaciones de paz junto con la elección de alcaldes por voto
directo podrían haber facilitado el tránsito de las organizaciones insurgentes a la vida
civil. Estos núcleos iniciales evolucionaron hacia el papel de saboteadores de las ne-
gociaciones23, con tolerancia unas veces, o con colaboración en otras, de unidades de
las Fuerzas Militares y de Policía. El asesinato selectivo de líderes sociales y políticos
de agrupaciones de izquierda o progresistas que apoyaban la agenda de reformas de la
negociación, y las masacres de civiles sospechosos de simpatizar con la guerrilla forma-
ron parte del repertorio operativo de estas agrupaciones 24 •
Así, la situación de violencia no obedecía escuetamente a "la ausencia del Esta-
do", simplificación que fue popularizada por los mismos promotores de los grupos de
seguridad ilegal, como a una crisis del Estado de derecho en el cual dejaron de creer
sectores importantes del mismo Estado y de las elites políticas, económicas y sociales,
sobretodo las regionales. El ministro de Gobierno de la administración Barco, el futuro
presidente César Gaviria, denunció en el Congreso la existencia de 163 grupos de ese

21. Aranguren, op. cit., p., 99.


22. lbíd., p., 100.
23. Stedman, op. cit., pp., 103-113.
24. Comisión Colombiana de Juristas, Colombia, derechos humanos y derecho humanitario: 1996, Bogotá,
1997.

413
tipo en 1987, y junto con los consejeros de paz Carlos Ossa Escobar, y luego Rafael
Pardo Rueda, se opusieron enérgicamente a los pronunciamientos a favor de la
autodefensa del ministro de Justicia, José Manuel Arias, y del ministro de Defensa,
general Rafael Samudio25 • Ese derecho que en abstracto es justificable y explicable,
en el ámbito colombiano de finales de siglo XX significaba concederle un amparo
discursivo y político a los grupos de sicarios y de justicia privada, y a la eliminación de
los que éstos consideraran amenazas para su seguridad.
La presencia de estos dos ministros en el gabinete hizo difícil, si no imposible, la
adopción de cualquier medida para contrarrestar el crecimiento de estas organizacio-
nes. La masacre de una comisión judicial en La Rochela, Santander, en 1989, la cual
investigaba la desaparición de un grupo de comerciantes en el Magdalena Medio dio
la oportunidad al gobierno del presidente Barco para declarar ilegales a los llamados
grupos de autodefensa, y establecer que su promoción y organización sería considera-
ba en adelante como una conducta punible. El cambio del general Samudio y la re-
nuncia del ministro Arias después del asesinato de Jaime Pardo Leal, candidato presi-
dencial de la UP, facilitó esa decisión del gobierno. Sin embargo, la caracterización de
estos grupos se quedó corta. El gobierno los definió simplemente como una fuerza al
servicio del narcotráfico, pero no los identificó como un actor que buscaba el fracaso
de las negociaciones de paz con la guerrilla. Además, a pesar de haber declarado
ilegales a estos grupos, la administración Barco tampoco especificó una política para
desmontar los que habían sido creados bajo la autorización legal anterior".
Luego de su renuncia, el exministro de justicia Arias pasó a ser el presidente de
Augura, la asociación de bananeros de Urabá. Durante el periodo de Arias la milita-
rización de la región fue extrema, en respuesta a los paros de los trabajadores bananeros,
quienes demandaban garantías laborales, sindicales y "el derecho a la vida", con el
apoyo de las guerrillas de las FARC y el EPL. Al poco tiempo también llegarían los
grupos de sicarios al mando de Fidel y Carlos Castaño, quienes a sangre y fuego men-
guaron el apoyo de grupos de la población a la guerrilla, además de eliminar cualquier
otro tipo de oposición política legal a las fuerzas dominantes de la región. Con esta
forma de pacificación, las posibilidades de llegar a un acuerdo político con las FARC a
través de una negociación, se alejaban.

Pablo Escobar, los PEPES y licencia para castigar


La prohibición a las Fuerzas Armadas de promocionar la organización de grupos de
civiles armados, las negociaciones de paz y la desmovilización del Movimiento 19 de
Abril, M-19, el Ejército Popular de Liberación, EPL, y otros grupos más pequeños,
junto con la nueva Constitución de 1991, crearon una situación de optimismo político
al inicio de los años 90-" Sin embargo, éste fue provisional y, además, oscurecido por las
bombas, asesinatos, secuestros y amenazas de Pablo Escobar, poderoso narcotraficante
del Cartel de Medellín, en cruzada contra el tratado de extradición con los Estados

25. Rafael Pardo, De primera mano, Colombia 1986-1994: entre conflictos y esperanzas, Bogotá, Editorial
Norma/ Cerec, 1996.
26. Daniel García Peña, "La relación del Estado colombiano con el fenómeno paramilitar: por el escla;
recimiento histórico", Análisis Politico, N 2 53, 2005.

414
Unidos. Escobar y varios de sus guardaespaldas y colaboradores más cercanos decidie-
ron entregarse a las autoridades del gobierno de César Gaviria (1990-1994) a media-
dos de 1991, bajo la política de "sometimiento a la justicia". Esta política diseñada
con el ánimo de acabar con el terrorismo de Escobar, también incluyó a los grupos de
"justicia privada", que continuaron siendo clasificados como parte del narcotráfico",
sin considerar su creciente poder regional, sus propósitos contrainsurgentes, y su
rechazo a las negociaciones con la guerrilla y las posibles reformas surgidas de un
proceso de paz.
Escobar y sus asociados se acogieron a la oferta estatal con la condición de que no
serían extraditados a los Estados Unidos y que ellos mismos definirían las condiciones
de su reclusión". En efecto, La Catedral, nombre con el que se conoció la cárcel en la
que estuvo recluido Escobar por poco más de un año en el municipio de Envigado,
cerca de Medellín, se convirtió más en un centro de operaciones y descanso para el
capo y sus principales allegados, que en una prisión. Allí resolvió por medio del asesi-
nato disputas y rivalidades con otros jefes del narcotráfico, y esto le significó desercio-
nes dentro de sus aliados y enemigos poderosos dentro de los mismos capos del
narcotráfico quienes no estaban interesados en un desafío frontal con el Estado29 •
En este contexto surgió el grupo Perseguidos por Pablo Escobar, PEPES, constituido
a finales de 1992 para enfrentar a Escobar con los mismos métodos que él utilizaba, es
decir, bombas, asesinatos, secuestros, etc. 30 El grupo fue organizado por Fidel Castaño,
Diego Femando Murillo, alias Don Berna, y el Cartel de Cali. El primero había puesto
en marcha los grupos iniciales de paramilitares en el Magdalena Medio y el Bajo
Cauca, además de ser un reconocido colaborador de sectores de extrema derecha
dentro de las Fuerzas Amadas, y de estar ligado con negocios ilegales, entre ellos la
protección a la exportación de cocaína. El segundo era el encargado de la seguridad
de uno de los grupos de narcotraficantes al cual Escobar estaba atacando desde la
cárcel. Murillo, para comienzos del nuevo siglo, llegaría a ser miembro de la cúpula de
las AUC y jefe del llamado Bloque Cacique Nutibara, con sede en Medellín y otras
regiones del departamento de Antioquia. El· Cartel de Cali, por su parte, .tenía un
enfrentamiento con Escobar desde finales de los años 80 y colaboraba con las autori-
dades para sabotear las actividades de éste, mientras recibiera algún tipo de colabora-
ción para las suyas.
Sin embargo, lo peculiar de los PEPES fue que gozaron de una especie de franqui-
cia de los cuerpos de seguridad del Estado para operar en contra de Escobar. La movi-
lidad, precisión y abierto despliegue con los que actuaron los PEPES cuando dinamitaron
el edifico Mónaco, en Medellín, de propiedad de Escobar y en .donde vivían sus fami-
liares más cercanos, o cuando incendiaron varias de sus fincas o de sus familiares, o el
asesinato del abogado Guido Parra y su hijo, uno de los apoderados de Escobar, entre
otras muertes, hacen pensar que los PEPES tenían licencia para actuar. Carlos Castaño
no lo niega y narra en sus memorias cómo se convirtió en informante de los cuerpos de
seguridad y cómo colaboró con las autoridades colombianas y con la agencia norte-

27. lbíd., pp., 60-61.


28. Mark Bowden, Killing Pablo. The Hunt far the World's Greatest Outlaw, Atlantic Monthly Press, 200 l.
29. Aranguren, op. cit., pp., 125-165.
30. Bowden, op. cit., pp., 167-200.

415
americana para la lucha antinarcóticos, DEA. Castaño, junto con su hermano Fidel y
Don Berna, participaron en la cacería de Escobar por cerca de 15 meses, y luego en su
muerte ocurrida en diciembre de 199331 •
Para Carlos Castaño los PEPES fueron "en el sentido estricto de la palabra, el pri-
mer grupo paraestatal", ya que tuvieron la tolerancia de diferentes agencias del Esta-
do32. Esta colaboración para eliminar a Escobar, entre individuos y grupos dentro y
fuera de la ley, sin duda fortaleció la concepción, dentro de sectores estatales, políti-
cos y privados, especialmente en Antioquia, de que la justicia privada, las vías de
hecho y la violencia eran necesarias para defender sus intereses, perspectiva expresa-
da bajo el discurso de defensa de las instituciones, derecho a la autodefensa, o de
defensa de la patria, como le gustaba afirmar al futuro jefe de las AUC.
La paradoja es que estos métodos eran los que esos grupos privilegiados le critica-
ban a la guerrilla en su lucha por un cambio político. Así, la propuesta de autodefensa
armada además de cohesionar una perspectiva sobre el conflicto armado y su solución,
también sirvió para justificar esas alianzas entre sectores ubicados en uno y otro lado
de la línea entre legalidad e ilegalidad. De la misma manera, esa disposición a utilizar
la violencia también sirvió para darle protagonismo político a grupos ligados al
narcotráfico, contribuir a su aprobación social, y además, lograr su tolerancia por par-
te de agencias del Estado o sectores dentro de éstas. Con razón un analista indicó que
núcleos de la clase dirigente jugaban con un doble registro: por un lado, el discurso
del derecho, y por el otro, las transacciones con aquellos que dispusieran de recursos
de poder, cualquiera que fuera su naturaleza33 , pero sobre todo cuando éstos defen-
dieran el statu quo y sus privilegios.

La pacificación de Urabá, las Convivir y la consolidación de las ACCU


El éxito de los PEPES abrió las puertas para otro tipo de colaboraciones entre estos
emergentes empresarios de la coerción y elites regionales, quienes se percataron de
los beneficios de combinar la legalidad y la ilegalidad. Esta combinación era útil para
enfrentar a corto plazo los retos de la rebelión armada, pero también para demostrar
que había otra forma de conseguir la estabilidad regional sacudida por el conflicto,
diferente a una negociación de paz con concesiones a las guerrillas. Mientras éstas
hacían esfuerzos por obtener del gobierno nacional el reconocimiento de interlocutor
político para entablar negociaciones, los paramilitares y sus aliados legales e ilegales
encontraron en la conquista territorial e institucional de las regiones un método efec-
tivo para torpedear la posibilidad de negociaciones y debilitar a la guerrilla. Un acuer-
do con los insurgentes incluiría reformas que podrían modificar los equilibrios de po-
der regional, circunstancia riesgosa para los grupos políticos establecidos y las elites
económicas tradicionales y emergentes34 •
Así, la pacificación de Urabá marcó una nueva etapa en el desarrollo de los
paramilitares, opuestos a una solución negociada al conflicto entre el Estado y la

31. Aranguren,op.dt.,pp., 125-165.


32. lbíd., p., 142.
33. Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Editorial Planeta, 2001.
34. Mauricio Romero, Paramilitares y autodefensas, 1982-2003, Bogotá, Editorial Planeta, 2003.

416
guerrilla, y promotores del derecho a la autodefensa armada, con todas las implicaciones
de criminalidad, intolerancia y violación del Estado de derecho que esto suponía, a
pesar de las declaraciones de defensa de las instituciones y del Estado por parte de sus
jefes. En efecto, el periodo comprendido entre 1994 y 1997 fue de un intenso trabajo
organizativo interno para darle un perfil político y militar más definido a lo que hasta
el momento eran diferentes grupos dispersos en distintas regiones del país, sin un
distintivo claro, uniforme, reconocible, estatutos y propósitos públicos y una estructu-
ra de mando identificable.
En concreto, Carlos Castaño, Ernesto Báez y otros iniciaron el proyecto de centra-
lización política y militar de los diferentes grupos paramilitares y de autodefensas,
primero a través de la creación de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá,
ACCU, a finales de 1994, y luego con la conformación de una confederación nacional,
llamada Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, en abril de 1997. El estado mayor de
las ACCU estaba localizado en el noroeste del país, en la serranía de Abibe entre el
departamento de Córdoba y la región de Urabá. Allí también funcionó la sede de la
dirección nacional de las AUC, encomendada a Carlos Castaño por los jefes de los
diferentes grupos que participaron en su constitución.
La consolidación de las ACCU como actor contrainsurgente ocurrió en un con-
texto político muy particular. En efecto, Álvaro Uribe Vélez fue elegido gobernador de
Antioquia para el periodo 1995-1997 y al mismo tiempo, el general Rito Alejo del Río
fue nombrado comandante de la XVII Brigada del Ejército con sede en Carepa, en el
Urabá antioqueño, a finales de 199535 • El eje de la propuesta de seguridad del gober-
nador Uribe y de su secretario de gobierno Pedro Juan Moreno, antiguo gerente de la
Federación de Ganaderos de Antioquia, Fadegan, fue la militarización y las Asocia-
ciones Comunitarias Convivir -también conocidas como cooperativas de seguridad-.
Con las asociaciones el gobernador y su secretario buscaban incrementar la colabora-
ción de la población con las autoridades militares para enfrentar a la guenilla. Con las
medidas de excepción se suspendían las garantías constitucionales para facilitar la
operación de la fuerza pública en contra de la subversión. Con estas dos herramientas,
insistentemente mencionadas por las Fuerzas Militares como condiciones para el éxito
de su trabajo, se buscaba hacerle frente a la guerrilla.
Lo preocupante fue que los emergentes grupos paramilitares, uno de los princi-
pales causantes de la violencia política del momento en Urabá, parecían no figurar
dentro de las preocupaciones de la política de seguridad del gobierno departamental
ni nacional. Por el contrario, la propuesta de las Convivir daba la oportunidad para
que esos grupos irregulares se legalizaran y pasaran a ser considerados como la parte
de la sociedad que en estrecha cooperación con las Fuerzas Militares velarían por la
seguridad ciudadana. Finalmente, en 1997, la Corte Suprema de Justicia encontró
inconstitucional la creación de las cooperativas porque constituían una delegación
del control del orden público a los civiles, prerrogativa que era exclusiva del Estado.
La segunda herramienta, la militarización, se concretó a mediados de 1996,
cuando el presidente Ernesto Samper (1994-1998) autorizó a los mandatarios departa-
mentales a manejar los problemas de seguridad regional en colaboración con las Fuer-

35. El recuento que sigue a continuación está basado en Romero, op. cit., Cap. 5.

417
zas Militares. Urabá fue declarada "zona especial de orden público" con amplias atri-
buciones a la fuerza pública, las cuales fueron inoperantes frente a la expansión y
consolidación de los paramilitares, la eliminación sistemática de sectores de oposición
cercanos a la UP, el Partido Comunista y aun de reinsertados del desmovilizado EPL,
todos los cuales parece que no estaban incluidos en el concepto de seguridad que
manejaba la fuerza pública.
El periodo de la gobernación de Uribe Vélez ha sido el más violento en la histo-
ria del Urabá: " ... se pasó de algo más de 400 [homicidios] en 1994, a más de 800 en
1995, a más de 1200 en 1996 y se bajó a algo más de 700 en 1997 y a cerca de 300 en
1998"36 • La tasa de homicidios por 100.000 habitantes osciló alrededor de 500.en esos
años en los cuatro municipios del eje bananero, cuando el promedio nacional estaba
cercano a 60, y esto ya era motivo de alarma nacional e internacional''. La situación
era tal que el mismo Departamento de Estado de los Estados Unidos hizo un pronun-
ciamiento en el reporte de 1998 sobre los derechos humanos en Colombia, denuncian-
do la libre operación de los grupos paramilitares en regiones bajo control militar". El
reporte mencionó explícitamente la zona de Urabá bajo la jurisdicción del general
Rito Alejo del Río, hecho que provocó la decisión del presidente Andrés· Pastrana
(1998-2002) de retirar a Del Río del servicio. Ganaderos y bananeros de la región
calificaron al general Del Río como "el pacificador de Urabá", aunque el papel jugado
por las ACCU fue definitivo en ese resultado39 • La colaboración entre el sector "civil" y
el militar funcionó sincronizadamente en este caso, pero no para fortalecer el Estado
de derecho.

Las AUC, la expansión nacional y el narcotráfico


La pacificación de Urabá y la consolidación de las ACCU fue otro triunfo de las
alianzas, métodos y propósitos del proyecto contrainsurgente que hasta este momento
había logrado politizar el sentirse víctima de la guerrilla y adquirir un claro perfil
antisubversivo en la región de Urabá y el Alto Sinú, en Córdoba. Los apoyos sociales,
incluidos los empresariales, que las ACCU motivaron, eran un hecho en estas dos re-
giones en donde se logró una relativa estabilidad sin concesiones a la guerrilla ni a su
agenda de reformas40 • Esos apoyos sociales crecían en las diferentes subregiones del
departamento de Antioquia, con algunas variaciones que dependían del grado de
relación con el narcotráfico.
Por ejemplo, antiguos militares cercanos a la casa Castaño organizaron el Bloque
Metro en 1997 en el nordeste y oriente antioqueño, y luego en la ciudad de Medellín.
En esta ciudad el BM intentó contrarrestar las milicias del ELN y las FARC en las

36. Andrés Dávila, Rodolfo Escobedo, Adriana Gaviria y Mauricio Vargas, "El Ejército colombiano
durante el periodo Samper. Paradojas de un proceso tendencialmente crítico", en Colombia Intemacional, Ni49·
50, Centro de Estudios Internacionales, Universidad de los Andes, 200 l.
37. lbúl., p., 161.
38. Estados Unidos, Departamento de Estado, Infonne sobre derechos humanos. Colombia, 1998, USIS,
1999.
39. Dávila, Escobedo, Gaviria y Vargas, op. cit., p., 161.
40. Mauricio Romero, "Identidades políticas, intervención estatal y paramilitares: el caso del departa~
mento de Córdoba", Controversia, N 2 l 73, Cinep, 1998.

418
comunas populares. Este bloque sería aniquilado cinco años más tarde por el Bloque
Cacique Nutibara, surgido de las "oficinas de cobro"41 de Medellín y dirigido por Don
Berna, antiguo miembro de los PEPES. En el resto del país, sobre todo en las zonas en
donde los cultivos ilícitos o la refinación de la pasta de coca eran la principal activi-
dad generadora de ingresos, la situación era un poco diferente, aunque tendía a se-
guir un patrón ya conocido. Allí el narcotráfico y otras empresas criminales consti-
tuían la principal actividad de los diferentes grupos armados cercanos a las ACCU, y la
lucha antisubversiva parecía algo opcional.
Crear una federación nacional, como se propuso Carlos Castaño entre 1995 y 1997,
de esta diversidad de intereses locales y particulares ligados la mayoría de ellos a
negocios ilegales, parecía imposible. Las condiciones para poder hacer parte del pro-
yecto de federación eran comprometerse a fondo con la lucha antisubversiva y adop-
tar los distintivos de las AUC. Cada frente era autónomo para desarrollar sus finanzas
y relaciones locales, pero cualquier acuerdo con la guerrilla era considerado una trai-
ción42. La ventaja para los jefes regionales de los aparatos ilegales era la participación
en una organización nacional que podía negociar un mayor nivel de tolerancia para
sus actividades, incluidas las ilegales. Además, la vinculación a la federación ofrecía
la posibilidad de hacer parte de una negociación futura con el gobierno, y tener una
puerta para un potencial regreso a la legalidad43 • Con todo, la incredulidad era gran-
de y los beneficios inmediatos no muy claros.
Sin embargo, el crecimiento del poder de fuego y territorial de las FARC, asociado
con el control de cultivos ilícitos y rentas del narcotráfico, y la inminente negociación
de paz con los insurgentes, presentaban un reto ineludible. Esto hacía inaplazable la
creación de las AUC y de ahí el empeño de Castaño. El nuevo proceso de paz del
gobierno con la guerrilla era la circunstancia más riesgosa para los opositores de ésta,
dada la dimensión alcanzada por sus fuerzas y el contenido reformista de sus deman-
das. Además, las 16 derrotas militares propinadas por las FARC al Ejército entre 1996 y
1998 crearon unas condiciones favorables para el desarrollo de una propuesta de gue-
rra irregular como la de Castaño y asociados, para compensar la inferioridad en el
plano táctico de las fuerzas estatales.
El jefe de las AUC no cesaba de repetir que la única forma de derrotar a una fuerza
insurgente era oponiéndole otra fuerza irregular, así el principal blanco de ésta fuera
la población civil, perspectiva que venía colonizando importantes sectores de las Fuer-
zas Militares desde los años 80. Se confundió la guerrn irregular con la eliminación o
desplazamiento de civiles sospechosos de simpatizar, colaborar o pertenecer a la guerri-
lla, imputaciones que sirvieron para todo tipo de atropellos. Esta forma de contención
parece que también era compartida por altos oficiales norteamericanos hacia finales de
la década de los 90, lo cual servía de indulgencia para sus homólogos locales.
En efecto, el jefe de la base norteamericana en Panamá fue elocuente al respecto.
En una conferencia en Washington realizada a finales de 1999 entre militares de este

41. Nombre dado a las agencias de sicarios surgidas con Pablo Escobar, las cuales tenían la función de
hacer cumplir los acuerdos entre y con el narcotráfico, cobrar las deudas y mantener el orden en este mercado
ilegal.
42. Aranguren, op. cit., pp., 199,210.
43. Ibíd.

419
país y sectores de la sociedad civil colombiana la respuesta de este oficial fue contun-
dente frente a una pregunta sobre los paramilitares colombianos: "... Es imposible
enfrentar una lucha guerrillera si no hay una organización contrainsurgente que pe-
lee como lo hace la guerrilla. El paramilitarismo colombiano es la contrainsurgencia
que necesita apoyo, pero es el Estado colombiano el que tiene que definir cómo es su
contrainsurgencia, ésa no es una decisión nuestra"44 • Es claro cuál había sido la deci-
sión del Estado colombiano, o de grupos en el interior de éste, y cuáles eran los socios
en esa empresa contrainsurgente.
El traslado de mandos y hombres experimentados de Córdoba y Urabá hacia otras
regiones fue el paso inicial para ir haciendo realidad el proyecto de federación. Las
zonas escogidas fueron productoras de hoja de coca como Putumayo, Caquetá y Meta,
a donde llegaron los hombres de Castaño a mediados de 1997, con colaboración de
personal de las Fuerzas Militares quienes facilitaron la movilización de sus tropas45 • Al
mismo tiempo los jefes de las ACCU desplazaron fuerzas al sur del departamento del
Cesar, en el Magdalena Medio, para iniciar desde allí las incursiones al sur de Bolívar
y el asedio al estado mayor del ELN, en la serranía de San Lucas. Una vez en cada
región, la labor del respectivo grupo era liderar la creación de un frente y vincular la
estructura recién llegada a los grupos armados locales, cuando existieran.
Los acuerdos entre Castaño y asociados, y las elites locales, incluidos los narcotrafi-
cantes, complementaban esa parte operativa con el fin de asegurar el sostenimiento del
grupo. Al poco tiempo llegarían las masacres, la intimidación y el desplazamiento de
población. El despliegue de violencia de las AUC contra civiles era tal que a comienzos
de 2001 un informe especial de la revista Semana caracterizó la situación como "el
desmadre de los paramilitares" 46 • Y todo esto justificado por el derecho a la autodefensa
armada que se había convertido en un eufemismo para justificar toda clase de delitos y
violaciones a los derechos humanos.

Nuevos poderes regionales y reinstitucionalización


Las FARC, la negociación del Caguán y las AUC como actor político
La negociación entre el gobierno del presidente Pastrana y las FARC ofreció a
Carlos Castaño y su grupo una oportunidad de oro para movilizar los miedos y temores
sobre la "entrega del país a la guerrilla". Esta expresión era usada por los opositores de
la insurgencia para referirse a las concesiones obtenidas por ésta en una mesa de
negociación. El desarrollo de este proceso "en caliente", es decir, sin un cese de hos-
tilidades, la dimensión de la zona desmilitarizada del Caguán otorgada a las FARc'7,
sin unas reglas claras sobre su uso, y la extrema belicosidad de esta guerrilla contribu-
yó a la pérdida de apoyo político para el gobierno y la negociación. Todo esto facilitó el

44. Francisco de Roux, "Sociedad civíl en zonas de conflicto", en Colombia. Perspectivas de Paz en el 2001,
editado por Martti Parssinen y María Elvíra Talero, Finlandia, Instituto Reenvall, Universidad de Helsinki, 2001.
45. Juan Carlos Garzón, "La complejidad paramilitar: Una aproximación estratégica''¡ en El poder
paramilitar, editado por Alfredo Rangel, Bogotá, Editorial Planeta, 2005.
46. Revista Semana, Nº 986, marzo 26-abril 2, 2001.
47. Aproximadamente 42.000 kilómetros cuadrados distribuidos en cinco municipios en el suroriente
del país.

420
trabajo de expansión de Castaño y compañía, y su empeño en sabotear los intentos de
negociación del gobierno, ya no sólo con las FARC, sino también con el ELN.
Castaño mismo había recibido un reto directo por parte de las FARC en la víspera de
la inauguración de la zona desmilitarizada en el Caguán, ocurrida el 7 de enero de 1999.
Diez días antes, el 28 de diciembre de 1998, un grupo de asalto de esa guerrilla atacó y
destruyó el campamento central de las AUC, ubicado en el nudo de Paramillo, en el Alto
Sinú48 • Castalio se salvó de milagro. De haber tenido éxito en la captura o muerte del
jefe del grupo paramilitar, las FARC hubieran producido un impacto contundente en la
mesa de negociación que se instalaría a los pocos días en San Vicente del Caguán. La
falta de una política estatal para enfrentar a los paramilitares en plena expansión en ese
momento, fue el principal escollo de la negociación49 • Las FARC consideraban a las AUC
un apéndice de las Fuerzas Militares y la ausencia de una política para perseguirlos
demostraba, según ellos, la inexistencia de una verdadera voluntad de paz.
La represalia de las AUC por el ataque al cuartel central en el nudo de Paramillo
no se hizo esperar. Castaño declaró terminada la tregua navideña al día siguiente de
la instalación de la mesa de negociación en el Caguán50 • Los diferentes frentes de las
AUC asesinaron aproximadamente a 130 campesinos durante los días siguientes en
diferentes localidades, mayoritariamente en la costa Atlántica, Antioquia y Urabá,
acusados de ser auxiliadores de las guerrillas. El saboteo de las AUC a la negociación
del Caguán no se haría hostigando directamente la zona desmilitarizada de las FARC,
sino conquistando territorios, ampliando su fuerza armada, expandiendo su influen-
cia. Los jefes de las AUC indicaron que esto era parte de una estrategia de recuperar
el territorio para la institucionalidad. El apoyo de grupos dentro del Estado a ese
proceso de ampliación era difícil de ocultar.
Castaño ganó notoriedad y los dos canales de televisión nacional lo entrevistaron
a comienzos de 2000 y por primera vez mostró su rostro en público". El jefe de las AUC
pidió participación en la negociación de paz, señaló que ellos eran el "tercer actor"
del conflicto armado y sorprendió por la crudeza de sus argumentos en contra de la
guerrilla". Si bien la imagen de Castaño como justiciero frente al secuestro y la extor-
sión de los insurgentes se fortaleció en diferentes sectores sociales, el hecho también
demostró el nivel de aceptación que la justicia privada tenía en algunos grupos y la
crisis del Estado de derecho. Lo paradójico era que las Fuerzas Militares insistían en
seguir nombrado a estas organizaciones como autodefensas ilegales, es decir, no auto-
rizadas oficialmente, pero que estaban cumpliendo de hecho una función de comple-
mento en el control territorial y en la contrainsurgencia.
Una muestra del creciente protagonismo político de las AUC quedó evidenciado
con la frustrada "zona de convivencia" para el ELN en el Magdalena Medio53 • Allí se

48. Aranguren, op. cit., pp., 245-248.


49. Ver el documento de la Comisión de Personalidades, septiembre 19 de 2001.
50. Edgar T éllez, Osear Montes y Jorge Lesmes, Diario íntimo de un fracaso. Historia no contada del
proceso de paz con las FARC, Bogotá, Editorial Planeta, 2002 y Noche y Niebla, Deuda con la Humanidad.
Paramilitammo de Estado, 1988-2003, Bogotá, Cinep, 2004.
51. Juan Carlos Garzón, olJ, cit., p., 79.
52. Revista Semana, N2 986, marzo 26~abril 2, 2001.
53. Ornar Gutiérrez, "La oposición regional a la convención con el ELN", Análisis Político, N 2 52, Iepri,
Universidad Nacional, 2004.

421
realizaría en el año 2000 una convención entre representantes de la sociedad civil
colombiana por invitación de esta guerrilla, y convenida con la administración Pastrana.
El objetivo de la zona de encuentro era definir un plan de reformas, previo a una
desmovilización de este grupo. Las AUC, que habían estado ganando terreno desde
1997 en esta región, organizaron su primera movilización social conocida, y mediante
diferentes acciones lograron bloquear la decisión del gobierno. Durante todo este año
opositores a la concesión al ELN organizaron tomas de carreteras, paros de transporte,
marchas de protesta y parálisis de actividades productivas, mientras los efectivos de
las AUC rodeaban los cascos urbanos de los municipios del sur de Bolívar en donde se
realizaría la convención. Ante el despliegue de oposición y descontento, el gobierno
finalmente desistió de la decisión.
En el plano de la rivalidad política partidista, Carlos Castaño coincidió con las
apreciaciones que el director del Partido Liberal del momento tenía sobre los propósi-
tos de la negociación con las FARC. En efecto, Luis Guillermo Vélez-liberal antioqueño
y quien en el futuro se retiraría de esta colectividad junto con una gran porción de sus
copartidarios para apoyar el gobierno del presidente Uribe- insistió durante la admi-
nistración Pastrana en que lo que la negociación de paz buscaba era convocar una
asamblea constituyente con participación de las FARC, para desconocer la mayoría
liberal en el congreso. Para Vélez, no había duda que de realizarse, la constituyente
crearía hechos políticos desfavorables para el liberalismo, además de incrementar la
polarización política54 • Castaño, por su lado, frente a la posibilidad de una convocato-
ria a una constituyente con participación de las FARC, amenazó con convertirse en
"guerrilla de derecha que atacaría a un régimen cómplice de la izquierda marxista,
montado por él [Pastrana], que es del Partido Conservador. iQué cosa tan paradóji-
ca! "55 • Estas coincidencias entre sectores políticos y el jefe de las AUC facilitarían en la
administración Uribe Vélez el apoyo parlamentario a la negociación y desmovilización
de los grupos paramilitares.

Criminalidad, nuevos liderazgos y crisis del proyecto nacional


La dimensión adquirida por los grupos contrainsurgentes al final de la administra-
ción Pastrana era alarmante. El poder regional alcanzado por estos empresarios de la
coerción ya no era sólo en el terreno militar, sino también era evidente en el económi-
co y en el político. Su expansión se había acelerado en el último tiempo -aproximada-
mente 14.000 hombres armados en 2002-, y de seguir esta tendencia, se constituiría
en un reto para el mismo Estado central. En efecto, con la ampliación de la influencia
territorial surgieron nuevos liderazgos, las relaciones con el narcotráfico se hicieron
más estrechas y complejas, lo mismo que con otras actividades ilegales como el se-
cuestro, la extorsión, el contrabando de gasolina, la importación ilegal de armas y la
delincuencia común. La actividad contrainsurgente requería de una "economía en la
sombra" que estaba estrechamente ligada con la ilegalidad.

54. Romero, op. cit., pp .• 95-96


55. Aranguren,op.cit.,p.,314.
56. www.globovisión.com/documentos/canas/comunicados/2002.07 /17 /casta.

422
El secuestro de Richard Boulton, cerca de Caracas, perteneciente a una de las
familias más acaudaladas de Venezuela, da una idea de la situación. En esta opera-
ción estuvieron involucrados desde oficiales activos y retirados de las policías de am-
bos países, narcotraficantes colombianos, hasta el frente de las AUC en los Llanos
orientales. Este grupo mantuvo a Boulton en cautiverio por dos años 56 • Cuando se hizo
público que las AUC eran las responsables del secuestro, Castaño presionó por su libe-
ración, la cual sucedió en Villavicencio en junio de 2002. Al día siguiente Carlos
Castaño y Salvatore Mancuso enviaron una carta a los medios condenando el hecho y
censurando el brazo local de su organización. Al mes y medio, el jefe de este grupo,
René Acosta, "Comandante 101", antiguo oficial del Ejército colombiano, fue asesi-
nado. Castaño anunció que su grupo lo había ajusticiado como represalia por el se-
cuestro57.
Es decir, los diferentes frentes de las AUC también eran unas formidables máquinas
de crimen organizado cuyos intereses amenazaban los objetivos más políticos. Esto
llevó a Carlos Castaño a renunciar a la jefatura de las AUC a mediados de 2002. El
resultado fue una reorganización de la dirección. Se nombró un estado mayor de
nueve miembros y Castaño pasó a compartir la dirección política de las AUC con Er-
nesto Báez, del recién fundado Bloque Central Bolívar58 • De ese momento en adelan-
te, además, cada jefe regional tendría que responsabilizarse de las acciones de su
grupo en su respectiva región, decisión tomada, según Castaño, para buscar la
autorregulación de cada frente en el uso de la violencia.
La reorganización de la estructura de mando también reflejaba los cambios denrro
de las AUC. Grupos ligados al narcotráfico y nuevos liderazgos surgidos con ellos y que
habían financiado y participado en la expansión de los paramilitares, estaban recla-
mando un lugar en la dirección. Además de Báez, Julián Bolívar, Javier Montañés y
otros seudónimos se visibilizaron como representantes del Bloque Central Bolívar, con
influencia en el sur de Bolívar, Santander, sur del Cesar y zona Cafetera, entre otras
regiones. La reorganización dio a conocer también a Adolfo Paz, conocido también
como Don Berna en la época de los PEPES, como inspector general de la organización
contrainsurgente 59 • Las fisuras y rivalidades denrro de las AUC eran evidentes, y ten-
dían a agudizarse en la medida en que aumentaban las posibilidades de negociar con
el gobierno nacional un retorno a la legalidad.

Recomposición política regional y negociación en Ralito


Mientras ocurrían los ajustes en la cúpula de las AUC, la elección de Álvaro Uribe
Vélez como nuevo presidente en 2002 abrió una posibilidad real de negociación entre
el gobierno y los paramilitares. Durante la campaña presidencial, el candidato Uribe
Vélez había puesto tres condiciones para iniciar negociaciones con esta organización:
parar la violencia contra la población civil, dejar de secuestrar y cortar lazos con el
narcotráfico. A partir del 1º de diciembre de 2002 las AUC anunciaron que entraban a

57. El Mundo, Caracas, septiembre 4, 2002.


58. Aranguren, op. cit., pp., 299-304.
59. lbid., p., 303.

423
un cese al fuego, y tres semanas después el presidente nombró una comisión de explo-
ración para que iniciara contactos con los jefes paramilitares.
La dureza de la posición presidencial frente a la guerrilla y la relativa facilidad
con la que inició el diálogo con los paramilitares despertó recelos y críticas. El presi-
dente replicó que "lo que interesa es la eliminación de agentes que causan violencia
y violan los derechos humanos en Colombia"'°. Aunque no lo dijo, la apertura del
presidente respecto a la negociación con los paramilitares también era un reconoci-
miento al nivel de influencia social y política regional alcanzado por los diferentes
frentes y, además, al grado de integración de las economías ilegales con el desarrollo
regional en diferentes zonas del país. La contraguerrilla había triunfado y era urgente
facilitar su legalización.
Tanto para el gobierno como para los jefes de las AUC y similares la negociación era
útil. Estos encontraron una vía de escape de la guerra, con riqueza acumulada y
aparentemente sin mayores costos jurídicos, así el tema de la extradición aún no hu-
biera sido resuelto. El presidente Uribe, por su lado, pondría las bases para eliminar
una de las mayores fuentes de deslegitimación del Estado colombiano, tanto nacional
como internacionalmente. La seguridad democrática y la mayor cobertura territorial
de las Fuerzas Militares facilitaban la desmovilización paramilitar. Además, con la
negociación, el gobierno consolidaría de su lado a poderosas fuerzas políticas y econó-
micas regionales, algunas de ellas con vínculos con el narcotráfico, pero necesarias
para la contención de la guerrilla y la reelección.
El avance de la negociación, a pesar de los contratiempos, fue vertiginoso en
comparación con la experiencia del Caguán entre las FARC y la administración Pastrana.
La comisión de exploración rindió un informe el 25 de junio de 2003, donde recomen-
daba la continuación de las negociaciones, la implementación de un esquema de
verificación de un cese al fuego total, y sugirió la concentración de fuerzas como un
medio para ese fin, dado que éste no se había cumplido". La comisión también exigió
el fin de las actividades ilegales como "el narcotráfico, el robo de gasolina, la extor-
sión y el secuestro", ya que éstos seguían, y le pidió al gobierno que definiera mecanis-
mos judiciales para "allanar el terreno para la paz". El gobierno por su lado, presentó al
congreso un proyecto de alternatividad penal para discutir el segundo semestre de
2003, en el cual se ponía énfasis en el tema de los beneficios jurídicos para los jefes de
las AUC y grupos similares. Lo relativo a las víctimas, la reparación y la verdad sobre los
hechos de violencia eran puntos secundarios en este proyecto.
El 15 de julio, el Alto Comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo, y nueve de
los líderes de las AUC firmaron el Acuerdo de Santa Fe de Ralito, corregimiento en el
municipio de Tierralta, en Córdoba. En el convenio las partes aceptaron el comunica-
do de la comisión y definieron que el proceso de desmovilización comenzara antes de
finalizar el año 2003 y se completara para finales de 2005. Dos grupos que no estaban
en las conversaciones de Ralito, el Bloque Central Bolívar y el Bloque Vencedores de
Arauca, firmaron un acuerdo similar a finales de 2003. El 25 de noviembre del mismo
año, ocurrió la primera desmovilización de 870 miembros del Bloque Cacique Nutibara,

60. Revista Cambio, enero 13, 2003.


14
61. Mauricio Romero, Negociación con los paramilitares: Un camino minado o un camino hacia la
Paz?", Controversia, Accord / Cinep, 2004.

424
en Medellín, sin un marco jurídico que pudiera asignar responsabilidades penales,
obligara a una confesión, a la restitución de bienes despojados, o a la reparación de las
víctimas. El proceso estaba en marcha pese a las críticas, recelos y preguntas de acto-
res locales e internacionales sobre la impunidad que se estaba fraguando y la desaten-
ción a los llamados por un nivel aceptable de justicia.

Desaparición de Castaño, zona de ubicación y extradición


2004 fue el año de la prueba de fuego para la negociación. Parecía que ésta hacía
agua por todos lados. El proyecto de alternatividad presentado por el gobierno no tuvo
acogida y otro de iniciativa parlamentaria liderado por Rafael Pardo Rueda, ajustado
a los niveles internacionales de verdad, justicia y reparación, empezó a madurar. Sin
embargo, era poco probable que los jefes de las AUC y grupos similares aceptaran la
propuesta del senador Pardo. En el plano internacional, el presidente Uribe y el secre-
tario general de la OEA, el expresidente colombiano César Gaviria, acordaron una
misión de apoyo a la negociación, aunque ésta tuvo una tibia acogida internacional, y
no obtuvo recursos para su funcionamiento.
Por su lado, el gobierno de los Estados Unidos tampoco se decidió a apoyar
financieramente a la misión, dado que las AUC eran un grupo considerado terrorista
por el gobierno norteamericano y, además, estrechamente vinculado con el narcotráfico.
Así, la misión de la OEA no podía cumplir la verificación del cese de hostilidades, uno
de sus objetivos principales. Para completar, la concentración de combatientes, una
de las condiciones para poder verificar, no se podía llevar a cabo simultáneamente por
razones de seguridad. En opinión de los jefes de las AUC, esto equivaldría a abandonar
todas las regiones en ese momento bajo su dominio, por lo cual se llegó a un consenso
sobre las desmovilizaciones escalonadas.
Uno de los momentos más dramáticos de este año fue la desaparición de Carlos
Castaño. Para finales de 2003, el liderazgo de Castaño dentro de los diferentes grupos
de paramilitares y autodefensas era una sombra de lo que en algún momento fue. No
tenía mando directo sobre ningún frente ni tampoco sobre alguna zona con cultivos
ilícitos. Sus finanzas estaban deterioradas y apenas alcanzaban para pagar una guardia
personal. Al mismo tiempo, estaba perdiendo ascendencia dentro del grupo originario
de las AUC, es decir, las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, en las
cuales Salvatore Mancuso estaba tomando el mando. Por si fuera poco, el Bloque
Cacique Nutibara, con Don Berna a la cabeza, estaba consolidándose como la fuerza
paramilitar más importante de Antioquia, en donde antes Castaño no tenía competi-
dor. La razón principal de esa pérdida de liderazgo tuvo que ver con la condena del
narcotráfico que Castaño hacía, mientras que otros grupos, liderados por el Bloque
Central Bolívar, sostenían lo contrario. Ernesto Báez, vocero de este bloque, afirmaba
que no se podía negar la contribución que grupos ligados a esta actividad habían·
hecho para el desarrollo de las AUC62 , y por lo tanto, había que aceptar que ese hecho
era parte del proceso.

62. Mauricio Romero, "La desmovilización de los paramilitares y las autodefensas: riesgosa, controver~
tida y necesaria", en Síntesis 2004. Colombia, Bogotá, Fescol / lepri / Nueva Sociedad, 2005.

425
La exclusión de Castaño como vocero oficial de los paramilitares en los acerca-
mientos con el gobierno fue la condición del Bloque Central Bolívar para conformar
una mesa única de negociación con el gobierno. Esta se logró a finales de marzo de
2004, con la creación de lo que se llamó el estado mayor negociador de catorce miem-
bros, presidido por Mancuso, y el cual actuaría en representación de los 35 jefes inte-
resados en la desmovilización. Castaño desapareció dos semanas más tarde luego de
un sangriento ataque a su comitiva cerca de San Pedro de Urabá, en donde murieron
la mayoría de sus guardaespaldas. Los intentos de Castaño por negociar un someti-
miento directamente con los Estados Unidos lo convirtieron en una amenaza para el
resto de comandantes, riesgo que aparentemente éstos no quisieron correr.
Con todo, para mediados de 2004 los negociadores del gobierno y de los paramilitares
acordaron la inauguración de una zona de ubicación de los 35 jefes interesados en la
negociación, localizada en Santa Fe de Ralito. El propósito de la zona era facilitar las
conversaciones entre las partes. Durante el segundo semestre de 2004 las tensiones no
disminuyeron. El tema de la extradición era el punto de debate. Mancuso y asociados
demandaban del gobierno una garantía legal sobre la no aplicación del tratado de
extradición con los Estados Unidos. Entre tanto, el embajador norteamericano insistía
en los pedidos de extradición de algunos de los jefes.
El gobierno aclaró que el tratado no era parte de la negociación, y finalmente,
calmó los ánimos asegurando que la decisión final de la extradición era prerrogativa
presidencial. La decisión de extraditar dependía del cumplimiento de lo pactado con
el gobierno y de la colaboración para conseguir la paz. Con esto, una gran parte del
éxito de la negociación quedó atada al presidente Uribe y a su reelección. Así, los
jefes concentrados en Ralito se convirtieron en afanosos promotores del candidato-
presidente, y de grupos políticos regionales que aprovecharon electoralmente el poder
de intimidación de sus mentores, ahora al servicio de la reelección presidencial. Las
denuncias sobre lo ocurrido en las elecciones para congreso de 2002 en la costa Atlán-
tica indicaron que la influencia electoral de los frentes paramilitares era real, se había
fortalecido durante la negociación iniciada a finales de ese año y amenazaba con
tener un impacto similar en la elección de congreso de marzo de 200663 •

Desmovilizaciones, índices de violencia y regulación de la criminalidad


Una vez se resolvió el pulso entre el gobierno y los jefes ubicados en Ralito por el
tema de la extradición, las desmovilizaciones de combatientes y auxiliares civiles que
habían estado represadas se reactivaron. Estas comenzaron a finales de noviembre y
no pararon hasta la segunda semana de diciembre, sumando un total de 2.624
desmovilizados en 2004, cifra que llegó a casi 3. 700, contando los de finales de 2003.
Durante 2005 ocurrieron 16 desmovilizaciones, para un total de 10.419 hombres y
mujeres, y un gran total desde el inicio del proceso de negociación de un poco más de
14.000 desmovilizados colectivamente. A estos hay que sumarle los desmovilizados
individuales, o desertores, mayoritariamente de la guerrilla, los cuales sumaron cerca

63. Claudia López, "Del control territorial a la acción política,,, en Arcanos, Nº 11, Corporación Nuevo
Arco Iris, Bogotá, 2005.

426
de 6.000 para finales de 2005, contabilizados desde el inicio de la administración
Uribe. Es decir, agregando desmovilizados colectivos e individuales, la política del
gobierno había logrado sustraerle al conflicto cerca de 20.000 combatientes y
auxiliadores para finales de 2005. Este era un logto sin duda notable.
Los efectos de esas desmovilizaciones colectivas e individuales y de la lenta
desactivación de la máquina de muerte de las AUC sobre el númeto de homicidios
fueron impresionantes. Estos se redujeron de 28.837 en 2002, a 20.200 en 2004 y a una
cifra cercana a los 18.000 en 2005, el menor número de homicidios de los últimos 20
años 64 • Esto fue particularmente notable en Medellín y en Antioquia. Aunque esas
mejor~s no se pueden atribuir todas a los efectos de la negociación, ésta sí ha contri-
buido a esos resultados.
Sin embargo, la gran pregunta que ha rodeado el proceso de negociación con las
AUC y grupos similares es si éste va a conducir a una desactivación definitiva del
paramilitarismo o sólo a una simple reducción de su escala y nivel de actividad. La
ausencia de una negociación con la guerrilla supone la continuación del conflicto
armado, y por lo tanto la permanencia de una de las razones para el surgimiento- de esa
reacción armada constituida por los paramilitares y grupos similares. Además, la Ley
de justicia y paz aprobada por el Congreso a mediados de 2005 favorece la creación de
un escenario de indulto para penas por masacres, desapariciones y desplazamiento
forzado de población, no da las herramientas para la reconstrucción de la verdad, y
pone en el activismo de las víctimas la responsabilidad para obtener la reparación. Es
decir, la impunidad que rodea la negociación no propicia un ambiente para la desapa-
rición de lo que los jefes de las AUC y grupos afines han llamado el derecho a la
autodefensa armada, el cual ha servido para justificar una multitud de delitos y ha
llevado a una crisis al Estado de derecho.
Circunstancias como las de la ciudad de Medellín, en donde el Bloque Cacique
Nutibara o grupos cercanos han surgido como reguladores importantes de la delin-
cuencia y del narcotráfico, son para reflexionar. Que la seguridad ciudadana de la
segunda ciudad del país esté en parte en manos de una o varias organizaciones ilega-
les, y que algo similar esté ocurriendo en diversas regiones del país, no corresponde ni
cercanamente a lo que se entiende por un Estado de derecho. Esperemos que esta sea
una situación transitoria, propia de la desmovilización de un fenómeno como el des-
crito en este ensayo, y que las autoridades hagan lo que tengan que hacer. El hecho
que estas organizaciones hayan participado en la contención de la guerrilla en los
últimos 20 años, que hayan contado con patrocinio o tolerancia estatal, y que su
financiación haya provenido del narcotráfico y otros negocios ilegales, amerita una
política específica para combatir los remanentes de ese tipo de organizaciones. De lo
contrario, podemos estar entrando en otra fase de violencia, con nuevas formas y
modalidades, y continuar en lo que se conoce como la trampa del conflicto65 , en la
cual el legado más probable de un conflicto armado, es más conflicto.

64. Romero, op. cit., pp., 69-70.


65. Banco Mundial, Guerra civil y poUticas de desarrollo, Bogotá, Alfaomega, 2003.

427
lReinstitucionalización o prolongación de la crisis estatal?
El surgimiento y consolidación de proveedores ilegales de seguridad entre 1982
y 2002, representados por los grupos paramilitares o de autodefensa, marcó una etapa
de profunda crisis estatal. En este periodo sectores polarizados de los cuerpos de segu-
ridad promovieron o toleraron, no sin contradicciones, grupos de civiles armados,
íntimamente ligados con el narcotráfico, para sabotear las negociaciones de paz con
las guerrillas unas veces, o para contener el avance de estas fuerzas en otras, como se
mostró en el desarrollo de este ensayo. El discurso de autodefensa armada sirvió para
justificar esa reacción, en la cual la tenue línea entre autodefensa y justicia privada se
diluyó. Ese mismo diBcurso también sirvió para encubrir el narcotráfico, el asesinato
de opositores políticos, el desplazamiento de población y el despojo de patrimonio,
creando una profunda crisis del Estado de derecho desde entonces.
En estos 20 años, la consolidación de estos grupos armados también trajo consigo
redefiniciones políticas regionales a favor de agrupaciones cercanas a esoi actores
ilegales y la emergencia de nuevas fortunas ligadas al narcotráfico y a la expropiación
violenta de riqueza. El que la to.lerancia o promoción de esos grupos ilegales se haya
hecho invocando la defensa de las instituciones, sin pensar en la población civil sacri-
ficada y en las posibilidades de paz abortadas, deja mucho que desear del espíritu
civilista y democrático de esos sectores estatales y de las elites políticas que favorecie-
ron esa alternativa armada, por decir lo menos.
La negociación entre el gobierno del presidente Uribe y las AUC y grupos simi-
lares iniciada en 2002, es un reflejo del poder e influencia alcanzado por esos grupos
ilegales y de la presión por ofrecerles una salida de la guerra. Con el fracaso de la
negociación del Caguán entre la administración Pastrana y las FARC, la contraguerrilla
ganó y era necesario facilitarle un canal de retorno a la legalidad, incluidos los secto-
res del narcotráfico que han hecho parte de esa reacción armada. Esta ha sido la
función principal de la negociación actual. Sin embargo, la desmovilización de las
AUC y grupos similares también es sin duda una oportunidad para poner en la senda de
la reinstitucionalización a la mediación y representación política, por un lado, y a esas
agencias estatales, por el otro, que justificando el derecho a la aurodefensa armada,
han facilitado el fortalecimiento de esos grupos por fuera de la ley. Esa reinstitu-
cionalización o respeto al Estado de derecho por parte de las agencias armadas del
Estado es una condición para la desaparición de los paramilitares; ·otra es la ausencia
de protección política a esos grupos ilegales por parte de sectores influyentes que se
apropiaron de la representación política regional.
El comisionado de paz, Luis Carlos Restrepo, ha dicho en diferentes foros durante
los últimos cuatro años que se necesita una revolución cultural en la sociedad colom-
biana para que no se acuda a la autodefensa armada o a la justicia privada para la
resolución de los conflictos de la sociedad. El funcionario pone el peso de la responsa-
bilidad del surgimiento, desarrollo y superación del fenómeno paramilitar en la socie-
dad, sea legal o ilegal, olvidando la responsabilidad de la parte estatal, que ha sido
tan determinante en el caso de las AUC y similares, como se ha analizado en este
ensayo. Esa confluencia entre paramilitares, narcotráfico y contrainsurgencia ha sido
funesta para el desarrollo democrático del país y para las posibilidades de paz. Con la
desmovilización de los diferentes frentes de las AUC se ha avanzado algo, pero falta

428
una reinstitucionalización de la política regional y de las agencias del Estado encarga-
das de mantener el monopolio legítimo de la violencia, para que esta experiencia de
privatización ilegal y antidemocrática de la seguridad no se vuelva a repetir.

Bibliografía
Aranguren, Mauricio, Mi confesión. Carlos Castaño revela sus secretos, Bogotá, Editorial Oveja Negra,
2001.
Banco Mundial, Guerra civil y políticas de desarrollo, Alfaomega, 2003.
Bowden, Mark, Killing Pablo, The Hunt for the World', Greatest Outlaw, Atlantic Monthly Press, 2001.
Castro, Germán, En secreto, Bogotá, Editorial Planeta, 1996.
Comisión Colombiana de Juristas, Colombia, derechos humanos y derecho humanitario: 1996, Bogotá,
1997.
Dávila, Andrés, Rodolfo Escobedo, Adriana Gaviria y Mauricio Vargas, "El Ejército colombiano duran-
te el periodo Samper. Paradojas de un proceso tendencialmente crítico", en Colombia Intemacio~
nal, Nº 49-50, Centro de Estudios Internacionales, Universidad de los Andes, 2001.
Departamento Nacional de Planeación, Costos del conflicto armado. Escenarios económicos para la paz,
Bogotá, DNP, 2000.
Estados Unidos, Departamento de Estado, Informe sobre derechos humanos. Colombia, 1998, USIS,
1999.
García Peña, Daniel, "La relación del Estado colombiano con el fenómeno paramilitar: Por el esclare~
cimiento histórico", Análisis Político, Nº 53, 2005.
Gallón, Gustavo, La República de las Armas, Bogotá, Cinep, 1983.
Garzón, Juan Carlos, "La complejidad paramilitar: Una aproximación estratégica", en El poder
paramilitar, editado por Alfredo Rangel, Bogotá, Editorial Planeta, 2005.
Gutiérrez, Ornar, "La oposición regional a la convención con el ELN", Análisis Político, Nº 52, Iepri,
Universidad Nacional, 2004.
Leal, Francisco, La seguridad nacional a la deriva. Del Frente Nacional a la posguerra fría, Bogotá, CESO
/ Alfaomega / Clacso, 2002.
López, Claudia, "Del control territorial a la acción política", en Arcanos, Nº 11, Corporación Nuevo
Arco Iris, Bogotá, 2005.
Martinez, Glenda, Salvatore Mancuso. Su vida, Bogotá, Editorial Norma, 2004.
Noche y Niebla, Deuda con la humanidad. Paramilitarismo de Estado; 1988-2003, Cinep, 2004.
Pécaut, Daniel, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Editorial Planeta, 2001.
Pardo, Rafael, De primera mano, Colombia 1986-1994: entre confiictos y esperanzas, Bogotá, Editorial
Norma/Cerec, 1996.
Ramírez, Socorro y Luis Alberto Restrepo, Actores en confiicto por la paz. El proceso de paz durante el
gobierno de Belisario Betancur 1982-1986, Bogotá, Siglo XXI/ Cinep, 1989.
Ramírez, William, Urabá. Los inciertos confines de una crisis, Bogotá, Editorial Planeta, 1997.
Romero, Mauricio, "La desmovilización de los paramilitares y autodefensas: Riesgosa, controvertida y
necesaria)', Síntesis 2004. Anuario Sociali Político y Económico. Colombia, Bogotá, Fescol / lepri /
Nueva Sociedad, 2005.
- - - "Negociación con los paramilitares: Un camino minado o un camino hacia la Pazt', Contra~
versia, Accord / Cinep, 2004.
---Paranulitares y Autodefensas, 1982-2003, Bogotá, Editorial Planeta /Iepri, 2003.

429
- - "Identidades políticas, intervención estatal y paramilitares: el caso del departamento de Córdo~
ba", Controversia, Nº 173, Cinep, 1998.
Roux, Francisco de, "Sociedad civil en zonas de conflicto", en Colombia. Perspectivas de Paz en el 2001,
editado por Martti Parssinen y María Elvira Talero, Finlandia, Instituto Reenvall, Universidad de
Helsinki, 200 l.
Salgado, Carlos, "De cómo legitimar las tierras incautadas", en Arcanos, Nº 11, Corporación Nuevo
Arcoltis, Bogotá, 2005.
Stedman, Stephen John, "Peace processes and the challenges of violence", en Cantemporary-Peace
Making. Conflict, V,olence and Peace Processes, editado por John Darby y Roger MacGinty, Pelgrave
Macmillan, 2003.
Téllez, Édgar, Óscar Montes y Jorge Lesmes, Diario íntimo de un fracaso. Historia no contada del proceso
de paz con las FARC, Bogotá, Editorial Planeta, 2002.
Tilly, Charles, The Polirics ofCollecrive Violence, Cambridge, Cambridge University Press, 2003.
Vicepresidencia de la República, Colombia, conflicto armado, regiones, derechos humanos y DIH, 1998-
2002, Bogotá, 2002.

430
Este libro se terminó de imprimir el día 30 de mayo de 2007,
en los talleres de Editorial Lealon (Cra. 54 Nº 56-46. Tel.: 571
94 43) de Medellin, Colombia. Se usaron tipos de 11 puntos
Goudy Old St Bt para los textos y 14 puntos negro para los
títulos, papel Propalibros beige de 70 granios y cartulina Pro-
palcote ! lado de 250 gramos. La impresión estuvo dirigida
pcr Ernesto López Arismendi.

También podría gustarte