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AMLO, la UNAM y la encrucijada de la educación superior

Por Eduardo Nava Hernández | 30/10/2021 | México


Fuentes: Rebelión

En días pasados, abriendo un nuevo flanco de confrontación, el presidente Andrés


Manuel López Obrador lanzó una acerba crítica a la UNAM, que luego extendió a
la generalidad de las universidades públicas del país. La mayor de las
instituciones de educación superior, dijo, se ha derechizado, y ha sido dominada
por el pensamiento neoliberal.

Cuestionó la ausencia de la institución ante la oleada privatizadora y el saqueo de


los anteriores gobiernos y reprochó que muchísimos académicos e intelectuales
fueron “cooptados” por el gobierno de Salinas de Gortari.

Era de esperarse que tales críticas suscitaran la reacción de sus opositores, de


una buena parte de la intelectualidad y, dese luego, de las autoridades
universitarias que se asumen a sí mismas como representes de su comunidad.

Sin llegar a las generalizaciones lanzadas por el presidente, como egresado de la


misma carrera y facultad que éste, si bien con unos años de diferencia,
comprendo con claridad a qué se refiere su crítica. Durante los años sesenta y
setenta del siglo pasado, y con particular intensidad después de 1968, la
Universidad Nacional vivió, sin que se modificara su marco jurídico general, un
periodo de transformaciones ideológicas y políticas, así como de su proyección a
la sociedad. En las ciencias sociales y en las humanidades floreció de manera
natural, ante el autoritarismo del régimen, el pensamiento crítico, especialmente el
marxismo y la teoría de la dependencia, que llegaron a ser hegemónicos sin
cancelar la pluralidad en la enseñanza y la investigación.

Con el arribo, en los años setenta de una pléyade de intelectuales exiliados centro
y sudamericanos, sobrevivientes de las dictaduras militares, las disciplinas
sociales vivieron una edad de oro. Carlos Quijano, Eduardo Ruiz Contardo, René
Zavaleta, Teothonio dos Santos, Adolfo Gilly, Ruy Mauro Marini, Sergio Bagú,
Gerard Pierre-Charles, Vania Bambirra, Atilio Boron, John Saxe Fernández y una
larga lista de sociólogos, economistas, historiadores y politólogos imposible de
enumerar aquí, enriquecieron como nunca el pensamiento social e hicieron de la
UNAM, sin duda, la sede principal de irradiación del pensamiento social de nuestra
América. Muchos otros como ellos se radicaron en otras instituciones de
investigación y enseñanza del país.

Nuevas y renovadoras instituciones educativas aparecieron en el escenario, como


el Colegio de Ciencias y Humanidades y la Universidad Autónoma Metropolitana,
nutridos por los jóvenes profesores que habían participado en el movimiento
estudiantil y popular de 1968. Apareció también, o se extendió en la UNAM y las
demás instituciones públicas de educación superior del país, el sindicalismo de
empleados y trabajadores académicos, reclamando sus derechos laborales, entre
ellos el de huelga. Cómo olvidar la antiépica gesta del reaccionario rector
Guillermo Soberón contra el sindicalismo y contra cualquier expresión de
democracia en los campus.

Incluso en una facultad de corte más conservador como la de Arquitectura, ese filo
crítico social permeó, dando origen a la inédita experiencia, sostenida por
alrededor de una década, del autogobierno y los “talleres de número” una tentativa
(seguramente casi desconocida por las actuales generaciones de estudiantes) por
ir más allá de los diseños audaces y la funcionalidad estética, y poner la práctica
arquitectónica y de construcción al servicio de la vivienda popular. En Economía,
directores como la recién laureada Ifigenia Martínez y José Luis Ceceña, abrieron
las puertas a la crítica del capitalismo y modificaron —siempre con el impulso del
sector estudiantil y de un amplio sector de profesores— los planes de estudio para
ampliar la enseñanza práctica de la investigación y del marxismo. Y esa línea dio
indiscutibles frutos en la comprensión de nuestras sociedades y estructuras
económicas, reflejados en la multiplicación de libros y revistas que abrían nuevos
campos de conocimiento y profundizaban en los ya explorados.

Paralelamente, las universidades de Guerrero, Sinaloa, Puebla y Zacatecas


realizaron reformas también para imprimir a sus actividades de enseñanza,
investigación y difusión cultural una orientación más popular y de atención a las
necesidades de los sectores más débiles de la sociedad.

Pero es cierto que, desde mediados de los años ochenta ese papel de vanguardia
de la conciencia social de las instituciones de educación no sólo vino a menos sino
sufrió fuertes golpes desde el Estado. Impulsada por la devaluación y el rápido
deterioro de los salarios con la crisis de 1982, la oleada de huelgas de junio de
1983, en la que numerosos sindicatos universitarios participaron, fue derrotada por
la cerrazón del gobierno y la represión, que llevó al cierre de la empresa estatal
Uranio Mexicano (Uramex) y el despido de su personal, con el fin de debilitar al
Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear (SUTIN). Las demandas
económicas de los sindicatos universitarios no fueron satisfechas y éstos se
replegaron sin lograr objetivos como la constitución de una agrupación nacional de
industria de los trabajadores universitarios, que decayeron para siempre.

Desde los gobiernos de De la Madrid y Carlos Salinas se desplegó una política de


debilitamiento del sindicalismo y del papel crítico de la educación superior. Los
topes salariales, la creación de sindicatos blancos, el recorte de contratos
colectivos (como en la UAM), las restricciones presupuestales, los intentos de
elevar las cuotas de inscripción y las restricciones al ingreso, que por doquier
hemos visto, forman partes relevantes del plan regresivo de transformación
universitaria puesto en marcha desde entonces. Más frontales fueron los ataques
contra la UAG, a la que, por su proyecto de vinculación y servicio popular
(universidad pueblo) el gobierno de De la Madrid catalogó como un nido de
guerrilleros y opositores. Seguiría la reconversión de las universidades de Puebla
y Sinaloa conforme a los intereses de los gobiernos de derecha.

Después de unos años, ese proyecto de refuncionalización educativa se fue


imponiendo desde los órganos del Estado, las presiones de la empresa privada y
la colaboración interesada de las burocracias universitarias. Desde los noventa, se
modificaron planes y programas de estudio para erradicar el marxismo y la teorías
críticas, y el proyecto se fue complementando con la enseñanza por
competencias, los programas de estímulos individualizados para compensar el
desplome de los niveles salariales, la creación del Sistema Nacional de
Investigadores, con los mismos fines, la ideología de la productividad —y ahora la
de la “responsabilidad social institucional”— tomada del ideario de la empresa
privada modificaron radicalmente el perfil crítico de las instituciones. La
privatización y derechización de nuestras universidades son una realidad. Los
convenios de colaboración investigativa con la empresa privada, la certificación de
planes y programas de estudio y actividades administrativas por organismos
privados, y el Ceneval (Centro Nacional de Evaluación para la Educación
Superior) determinando los criterios de ingreso de los estudiantes y hasta de
titulación de los egresados son incuestionables evidencias de ese proceso.

Y desde luego, no ha estado ausente el empleo utilitario de las instituciones de


educación superior, y otras, para la desviación de recursos y la corrupción como
en el aún no suficientemente investigado ni sancionado caso de la “estafa
maestra”.

Pero la derechización universitaria tiene al menos dos vertientes. Entre las


burocracias que administran las instituciones educativas es virtualmente completa.
Esos cuerpos directivos se dedican, ante todo, a aplicar metódicamente los
criterios y programas diseñados para la privatización, pero también operan como
órganos de control político sobre los sectores de la comunidad y como auténticas
mafias que crean intereses políticos y económicos propios que los divorcian por
completo de los sectores académicos a los que nunca representaron. Echar una
mirada a la estructura directiva de la UNAM o de la Universidad Michoacana
bastará para constatarlo.

Por otro lado, está la doctrina y credo del individualismo, señalada por el
presidente en su crítica, que efectivamente ha permeado en amplios sectores de
estudiantes y académicos como reflejo de la competencia como ideal de
superación impuesta en el conjunto de la sociedad por el llamado neoliberalismo.
En otros términos, el actualizado darwinismo social que postula la sobrevivencia
de los individuos más fuertes o los de mayor capacidad para adaptarse al medio
mercantil capitalista gobernado por las “espontáneas” leyes de la concurrencia.
Por eso, frente a la nada comedida y, como es ya regla, más bien atrabancada
crítica presidencial, son las voces representativas de ese orden establecido las
primeras en brotar con fingida indignación: los panistas que ahora corean goyas a
todo pulmón, cuando nunca han hecho nada por defender la educación superior y
sí por adecuarla al proyecto dominante; las elites académicas configuradas y
adaptadas al sistema productivista de premios y estímulos; los woldenbergs,
corderas y otros representantes de una intelectualidad trenzada con la propia
estructura burocrática, quienes, en 1999 estaban a favor del alza de cuotas a los
estudiantes y jamás critican el autoritarismo que impregna de arriba abajo la
conducción de nuestras instituciones. Rolando Cordera ha sido miembro de la
Junta de Gobierno de la UNAM, piedra angular de ese autoritarismo, como en la
UMSNH lo es la Comisión de Rectoría.

Mas lo que es cierto es que ni el paradigma dominante ni su crítica anulan el


pluralismo de las instituciones de educación superior que da cobijo a la diversidad
de pensamiento y a las libertades de cátedra y de investigación. Nadie pretende
discutir las grandes aportaciones que la UNAM y las demás instituciones han
hecho al país, ni la calidad de sus egresados; no es ese el tema ni sirve de nada la
“defensa” abstracta de aquéllas o de su autonomía, aunque ésta opere también
como parapeto de las estructuras burocrático-autoritarias y muchas veces
corruptas que tienen en sus manos la conducción del proyecto universitario. La
pluralidad está abajo, en la comunidad de estudiantes y académicos, no en esos
aparatos de control que generan y defienden intereses particulares.

Pero también es cierto que el proyecto impuesto desde arriba no ha anulado por
completo el pensamiento crítico, la acción transformadora y la resistencia
democrática que se encuentran bien arraigados en la comunidad académica,
laborante y estudiantil. Fue esa resistencia la que en 1987, con el Consejo
Estudiantil Universitario y en 1999-2000 con el Consejo General de Huelga, frenó
el incremento de las cuotas impulsada por los rectores Jorge Carpizo y Francisco
Barnés de Castro y defendió la gratuidad; la que impulsó la democratización
general de la sociedad en los procesos de 1968 y 1988 y la que cuestionó, desde
el movimiento YoSoy132 de 2012 el autoritarismo del régimen representado en la
candidatura de Enrique Peña Nieto; la de los estudiantes politécnicos que en 2014
frenaron los cambios regresivos y tecnocráticos a los planes y programas de
estudio y al reglamento interno de la institución; es también la que se expresa en
este 2021 en el movimiento “UNAMnoPaga” de los profesores interinos contra la
lacerante precarización y desprofesionalización del trabajo académico, que
corroen además las actividades sustantivas de las instituciones de educación
superior. No, la derechización y burocratización de las instituciones no han sido ni
serán completas nunca. Subsistirá el espíritu rebelde y combativo de los jóvenes y
las inteligencias claras cuestionando siempre el autoritarismo y el utilitarismo de
las castas universitarias en sus diversas modalidades.

Es mucho lo que falta hacer en materia de democratización y recuperación de la


educación superior, la investigación y la cultura para el campo popular, algo en lo
que la llamada Cuarta Transformación no parece tener propuestas concretas ni
haberse vinculado a las comunidades académicas y estudiantiles para generarlas.
Por el contrario, aun con sus aspectos acertados, la crítica presidencial se
presenta cargada de incongruencias. Son éstas un tema necesario, que tendrá
que seguirse exponiendo y debatiendo en el futuro inmediato.

Eduardo Nava Hernández. Politólogo

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Las universidades no devinieron individualistas –vaya frase confusa–. Pero el


tema sí es toral: sus burocracias doradas impusieron el proyecto neoliberal de las
competencias y la sumisión de las universidades y el sistema educativo a los
requerimientos de los empresarios, los dictados de la OMC, el Banco Mundial y la
dictadura del mercado. Esas burocracias, promotoras y usufructuarias del
pensamiento único, pretenden robar tal frase a I. Ramonet, afirmando que quien
les solicita la Epojé o suspensión de su ideología mercantilista, hiperindividualista,
tecnocrática, productivista y competitivista –es decir, el pensamiento único–
incurre en tal unidimensionalidad. Guardaron silencio ante las corruptelas foxistas
y peñistas, la entrega de enormes recursos públicos a universidades privadas y
grandes empresas, pero acusan de violación a la autonomía universitaria a quien
les pide poner en suspenso sus enormes privilegios. Desde 2004, N. Hirtt y J.
Saxe-F., lúcidos investigadores, denunciaban “l’offensive des marchés sur
l’université” que hoy constatamos. Las burocracias universitarias siguen operando
esa ofensiva, violentando los conceptos de educación pública, Paideia y
Universidad, para cancelar el pensamiento crítico y la disidencia de académicos
que resisten al proyecto de (des)educación (Chomsky). Los hemos denunciado.
Los universitarios debemos debatir, decidir y definir el futuro de las universidades,
exigiendo cuentas a esas burocracias. Ese es hoy el desafío.   

José Félix Hoyo Arana

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Autonomía universitaria, corporativismo y


neoliberalismo
GABRIEL VARGAS LOZANO*
A pesar de los muchos problemas por los que atraviesan, las universidades
públicas son un lugar extraordinario; un espacio en el que se investiga, enseña y
difunde el conocimiento en el más alto nivel posible y mediante el gozo de una
gran libertad. Estas instituciones lograron en Europa una independencia del poder
político desde 1088 en Bolonia, 1150 en París, siglo XI en Oxford o 1218 en
Salamanca, entre otros. En América Latina es célebre el movimiento de Reforma
de Córdoba en 1919. En nuestro país, el Estado decretó la autonomía universitaria
en 1929 y se incorporó al artículo tercero constitucional en 1979. La causa de esta
decisión fue el reconocimiento de que las instituciones de educación superior
requieren una relativa independencia respecto de los movimientos políticos
respetando la libertad de cátedra e investigación; el libre examen y discusión de
las ideas; la determinación de sus planes y programas de estudio; el
establecimiento de los términos de ingreso, promoción y permanencia de su
personal académico y administración de su patrimonio.
Las universidades, pero en especial la UNAM, ha pasado en su historia, al
menos, dos momentos críticos: el debate entre la derecha y la izquierda por la
definición socialista de la educación pública y que dejó fuera de su efecto a las
universidades (he publicado un análisis de ella en mi libro Esbozo histórico de la
filosofía en México, Siglo XX, que puede consultarse en forma libre
en www.cefilibe.org) y un segundo momento crítico como lo fue el movimiento
estudiantil-popular de 1968 en que los universitarios encabezaron una lucha
extraordinaria por las libertades democráticas, aunque, por desgracia, pagaron su
osadía con su vida, sacrificio personal y familiar y libertad. En ese periodo se violó
flagrantemente la autonomía universitaria por la policía primero y el Ejército
después. En este caso, la autonomía fue el lugar simbólico desde donde las
universidades defendieron las mejores causas de nuestro país.
Sin embargo, como se sabe, ninguna institución puede escapar a las
condiciones sociales e históricas en que se desarrolla y fue por ello que, a pesar
de su autonomía, la mayoría de las universidades no pudieron escapar a las
condiciones de antidemocracia que ha vivido México: dos de ellas han sido el
corporativismo y la corrupción. En estos casos, la autonomía ha sido violentada y
distorsionada por el poder político. Se sabe muy bien que las autoridades
universitarias, con frecuencia, son impuestas por las autoridades gubernamentales
o grupos de poder a través de juntas directivas aparentemente autónomas, pero
también existen otros casos en que ciertos grupos dentro de las instituciones se
convierten en dueños de la universidad y logran, con astucia, su independencia de
los poderes locales y aun federales. En estos últimos casos, las universidades se
convierten no sólo en un botín económico sino también político a partir del manejo
del presupuesto y de la manipulación o represión de jóvenes que mantienen en la
ignorancia sobre la conformación interna del poder o mediante su perversión al
convertirlos en aprendices de mafiosos.
El otro modo de anular la autonomía fue la estrategia neoliberal puesta en
marcha por Carlos Salinas de Gortari, quien desde el gobierno impuso una serie
de mecanismos, bien conocidos por los universitarios y que han establecido la
fragmentación del salario mediante becas que tienen que ser logradas a partir de
un esfuerzo extra. En otras palabras, un profesor de tiempo completo titular del
más alto nivel cobra alrededor de una tercera parte de su salario base (para que
no tenga consecuencias para su jubilación) y a él se agregan becas de varias
clases que sólo puede obtener si imparte más clases de las exigidas; si ofrece
conferencias, si modifica planes y programas de estudio o si publica libros
y papers (buenos, malos o regulares, no importa) entre otras actividades
establecidas con acuciosidad en tabuladores. El profesor tiene que acceder a esos
puntos para ganarse las becas, es decir, trabajar a destajo: cuántos ladrillos
pegaste cuánto te pago. Esto ha implicado la implantación de un productivismo
cuya calidad no es sancionada pero también la dedicación a temas de
investigación que, por arte de magia, no tocan, salvo destacadas excepciones, la
grave problemática por la que atraviesa el país. Así se ha logrado silenciar a la
comunidad universitaria.
Todo esto nos lleva a proponer que el Presidente de la República, si realmente
quiere acabar con el neoliberalismo en las universidades: 1) establezca una serie
de medidas que erradiquen realmente a las mafias que controlan esas casas de
estudio; 2) elimine la fragmentación del salario y su perversión para conseguirlo, y
3) establezca las bases para una jubilación digna.
* Profesor-investigador de la UAM-I
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El neoliberalismo, aún presente en la UNAM: profesores
La Jornada

28-Oct-2021

Jessica Xantomila 

Ciudad de México. Profesores de asignatura, principalmente del Colegio de


Ciencias y Humanidades (CCH), de la UNAM protestaron afuera de Rectoría en
demanda de mejores condiciones laborales. Señalaron que las violaciones a sus
derechos, la inestabilidad de sus contratos y los bajos salarios son expresión “de
que el neoliberalismo sigue presente” en la máxima casa de estudios.

“La mayoría estamos contratados por semestre, por horas, y somos víctimas
cautivas de abusos porque si protestamos inmediatamente nos bajan las horas de
clase o desaparece nuestra materia o de plano no nos recontratan”, expuso Miguel
Rangel Aguilera, profesor del CCH Naucalpan.

Demandó que haya “un verdadero programa de estabilidad y una redistribución


justa del presupuesto de la UNAM”, pues sus administradores “se asignan salarios
y prestaciones más allá de las dignas”.

También en la coyuntura actual ante las críticas del presidente Andrés Manuel
López Obrador a la máxima casa de estudios, relacionadas con las afectaciones
que el periodo neoliberal ha tenido en ésta, los profesores exigieron “un cambio
profundo de estructura, no es posible que en esta época donde el país a
cuentagotas está sufriendo un cambio, la universidad esté impávida”.
Jorge León Colin, profesor de carrera del CCH Naucalpan, expuso que “no cumplir
con la Constitución, la Ley Federal del Trabajo y el contrato colectivo de trabajo es
un principio de la ideología neoliberal”.

Agregó que en la universidad “hay una simulación de democracia”, y “a más de 70


años de antigüedad, la Ley Orgánica, de naturaleza centralista, no ha tenido
cambios sustanciales en la forma de designar al rector y a los directores de
escuelas, facultades e institutos”.

En el muro contiguo a la entrada principal de la Rectoría los manifestantes


pintaron consignas, como “Solución a nuestras demandas” y “UNAM no paga”,
relativas a la movilización de principios de este año ante los retrasos en el pago de
salarios de los profesores de asignatura.

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"El neoliberalismo tomó por asalto a las


universidades": Noam Chomsky

María Luna Mendoza


La Jornada
31-Oct-2021

El lingüista, filósofo y activista estadounidense habla sobre la manera como el


modelo empresarial en el que se inscriben las instituciones de educación superior
precariza la calidad de la enseñanza y el aprendizaje.
Contratos inestables, profesores temporales, flexibilización laboral, sobrecarga de
trabajo, salarios injustos, escasa participación de la comunidad universitaria en la
toma de decisiones, aumento de puestos administrativos y burocráticos,
autoritarismo y exclusión, jóvenes sometidos a la presión de los créditos y las
deudas, cursos superfluos, precios cada vez elevados, estudiantes que se limitan
a tomar apuntes y a recitarlos de manera literal a la hora de la evaluación. “Todo
esto sucede cuando las universidades se convierten en empresas, como ha
venido ocurriendo durante las últimas décadas, cuando el neoliberalismo ha ido
tomando por asalto cada una de las dimensiones de la vida”, dijo Noam Chomsky
durante una reunión del Sindicato Universitario de Pittsburgh, Estados Unidos, en
la que participó vía Skype.
Durante el encuentro, el lingüista, filósofo y activista estadounidense realizó una
serie de observaciones sobre la manera como el modelo empresarial en el que
tienden a inscribirse las instituciones de educación superior precariza la calidad de
la enseñanza y el aprendizaje y reproduce “dinámicas autoritarias” indeseables
para las sociedades actuales.
A continuación, algunas de sus apreciaciones:
“La estabilidad laboral de los profesores pende de un hilo".La contratación
temporal o por hora cátedra de los profesores es, para Chomsky, la reproducción
de la lógica que rige el mundo de los negocios en la actualidad. “Es lo mismo que
la contratación de temporales en la industria, aquellos que Wall Mart tilda como
‘asociados’: empleados sin derechos sociales ni cobertura sanitaria”, anotó el
filósofo durante el encuentro. “La contratación de trabajadores temporales se ha
disparado en el período neoliberal y en la universidad estamos asistiendo al
mismo fenómeno”, agregó.
De acuerdo con Chomsky, aquellas universidades que avanzan por la vía
empresarial, no hacen sino imponer la precariedad académica como único destino
posible de la educación.
“Cómo se afecta la calidad cuando los profesores no tienen estabilidad laboral: se
convierten en trabajadores temporales, sobrecargados de tareas, con salarios
baratos, sometidos a las burocracias administrativas y a los eternos concursos
para conseguir una plaza permanente”, señaló.
“Los puestos administrativos y burocráticos en exceso son una suerte de
despilfarro económico” No crece el número de profesores, tampoco lo hace el de
estudiantes, pero existe un acelerado aumento de “estratos administrativos y
burocráticos dentro de las instituciones de educación superior, un aspecto que
resulta bastante familiar a la industria privada”, manifestó el activista. “Los
decanos, por ejemplo, se han convertido en todos unos burócratas que necesitan
de vicedecanos, asistentes y secretarias”, ejemplificó.
“Los créditos de estudio sirven para adoctrinar a los estudiantes” “Para el sector
empresarial, el activismo estudiantil (feminista, ambientalista, antibelicista, etc.) es
la prueba de que los jóvenes no están correctamente adoctrinados”, afirmó
Chomsky.
A su parecer, uno de los mejores métodos de adoctrinamiento ha sido el de los
préstamos con los que los estudiantes financian sus carreras. “La deuda
estudiantil es una trampa de la que los jóvenes no podrán salir en mucho tiempo.
Los créditos funcionan como una carga que les obliga a alejarse de otros asuntos”,
dijo. “Tal vez no surgieron con ese propósito, pero desde luego tienen ese efecto”,
precisó.
Otra técnica de adoctrinamiento es, según Chomsky, la ausencia de vínculos
profundos entre los docentes y los estudiantes, cuyas relaciones son cada vez
más frías y superfluas. “Salones y clases grandes, profesores temporales,
educación escasamente personalizada. Es muy similar a lo que uno espera que
ocurra en una fábrica, en la que los trabajadores poco o nada tienen que ver en la
organización de la producción o en la determinación del funcionamiento de la
planta de trabajo, eso es cosa de ejecutivos. Igual sucede con los estudiantes”,
aseveró.
“La participación directa de la comunidad universitaria en la toma de decisiones es
legítima y útil” Para el filósofo, en el pasado las cosas eran distintas y en ciertos
sentidos mejores, perodistaban mucho de ser perfectas. “Las universidades
tradicionales eran por ejemplo, extremadamente jerárquicas, con muy poca
participación democrática en la toma de decisiones”. En ese sentido, hizo un
llamado de atención sobre la necesidad de ampliar la democracia universitaria.
“Debemos promover una institución democrática en la que la comunidad
(profesores, estudiantes, personal no docente) participan en la determinación de la
naturaleza de la universidad y de su funcionamiento”, manifestó.
“Hace falta enseñar a pensar”
De acuerdo con Chomsky, la educación, de cualquier nivel, debe hacer todo lo
posible para que los estudiantes adquieran la capacidad de inquirir, crear, innovar
y desafiar. “Queremos profesores y estudiantes comprometidos en actividades que
resulten satisfactorias, disfrutables, desafiantes, apasionantes. Yo no creo que sea
tan difícil”. “En un seminario universitario razonable, no esperas que los
estudiantes tomen apuntes literales y repitan todo lo que tú digas; lo que esperas
es que te digan si te equivocas, o que vengan con nuevas ideas, que abran
caminos que no habían sido pensados antes. Eso es lo que es la educación en
todos los niveles”, concluyó.
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