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PELOTA DE TRAPO

Recuerdo la vez que armé una pelota con trapos, / y la pateé con ganas, con bronca, con
alegría y orgullo, / porque el dueño de la otra, la de “verdad”, / la que le compraron sus viejos,
último modelo, ni oler me la dejaba, / no fuera que mi negritud o mi pobreza ranquel lo
contagiaran. / Y gambeteé con la mía, hilachita de sombra áspera con alas de mariposa, / cada
pedazo de infancia ganada en la tierra, / en el barrio y la canchita al sol, rodeada de yuyos. / Le
gambeteé al destino perro / que me dejó guacho apenas nacido, / guacho de madre, la madre
que me parió y abandonó, tirado en calle de barro ignominioso, / con el llanto descociéndome
los huesos, / madre de la que guardo un nombre y se tomó el palo, lejos, donde apenas la
alcanza a rozar mi recuerdo, / como un gélido y violento viento de invierno.

Con esa pelota forjé mi escudo contra el mundo: / -otra que el muro, la guerra fría, férrea
contra el desamparo-. / Y era Maradona. Por supuesto que era Maradona. / Me arengaba, me
apostrofaba su rebeldía, su completud fundida a la mía. / Maradona contra los ingleses a mis
10 años, / (el 10 como bandera), junio del 86, en el Azteca. / Y contra cualquier poder de turno.
/ Me vengaba del “Inca-la-perra”, / y le hincaba el diente al hambre, a la imposibilidad de ser
feliz/ con la maravilla de mi maltratada pelota de trapos./ Y hoy, que tengo 44, y un desfile de
llanto/ se agolpa en la Rosada –con lluvia de palos ordenados por la rata de Larreta-, / y
camisetas de todos los equipos del mundo transpiran sobre el féretro / ese embotado
desfallecimiento de no creer / que un dios de oro y barro, impiadoso ante los contrarios, /
haya muerto, o haya partido al más allá remoto, / a la tierra de los bienaventurados, a las
Hespérides, / o el Olimpo, o los Campos Elíseos, / también mi infancia de privaciones se ve
fracturada, envejecida, “desmafaldada” / (porque incluso Quino nos dejó hace apenas unos
días / con la sonrisa hundida en el llanto de una oruga, / y suena Sabina de fondo con sus
Dieguitos y Mafaldas, ¡qué copiosa ironía!).

Y me regreso a ese sudor espeso de potrero, / en tardes de rabiosos veranos y lentos inviernos
en Villa Mercedes, / y a la cofradía bullanguera, frente al viejo televisor de la sala, / junto a mis
hermanos y a mi exultante viejo, / mi viejo vivo, viendo al “barrilete cósmico” romper el arco
de la Vía Láctea, / con el ingenio de su mano divina y su trazo mágico, descabezando ingleses
en el césped, / y dejar helados, boquiabiertos, estupefactos, / a los piratas de la reina y de la
“dama de hierro”. / (El clamor por Malvinas cobra venganza por los muertos, / y por los
desaparecidos en dictadura. “La casa robada” “está en orden”). / Y después vuelvo a la foto,
abrazado a mis dos hermanos, / con remeras de Argentina, un fútbol Nº 5, y una copa de
utilería, prestados, / y quisiera que no pasara el tiempo, / que mis ojos no desfondaran en el
fondo amargo de este día, / porque no puede morir lo que nunca debe morir, y es nuestro
sueño, / hecho de carne y huesos, equivocaciones y padecimientos, / pero nuestro sueño al fin
de cuentas.

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¡Y cómo y cuánto cuesta escribir esto que me apuñala el pecho!, / por defecto y de lleno, / y
no es más que una catarsis desquiciada, / catarsis de niño que ya no tolera el abandono. / ¡Que
la muerte se vaya a freír churros! / El Diegol seguirá vivo en cada potrero y en cada pelota de
trapo.

Darío Oliva

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