el corazón desenraizado, lejos, bajo un cielo extraño, con viento de arena en los ojos, sombrío peso de plomo en los pasos, y en la boca llagas de silencio?
Pienso en abuelo y su viaje en barco,
surcando el Atlántico hasta el Pacífico:
¿qué horizonte avizoraba su juventud
cosechera de uvas y esperanzas?; ¿qué sueños desanudó en su garganta?; ¿qué familiares lazos de amor lo abrazaron en el puerto, mientras se iba, línea liviana de niebla, por los caminos del agua?
¿Vivirían bajo el mismo sol estas semillas
de palabras que lo recuerdan, si hubiera quedado en tierra como un ancla, su alma, cosechando lunas blancas en Santa Olalla, donde la luna se mece en los álamos de La Mancha, bajo el escudo de armas de una dorada lechuza? También soy proyección de raíz nueva, y tal vez parta mañana en busca de otras o las mismas estrellas y alboradas, y a su vez ramifiquen hijos, frutos de alegres nacimientos, en tierras lejanas y exóticas, o vuelva a la temperancia del solar, de la querencia, y bajo el canto y la luz mágica de Palas Atenea, en el blasón de la lechuza, vea reverdecer los campos en mi aldea, y haga nuevos nidos de golondrina, y trace surcos para cosechar esperanzas y uvas maduras como el abuelo.
II
Recuerdo el lento transcurrir de mi infancia,
la que olía a menta y peperina.
Mi infancia estuvo poblada
por tucutucus y sus intermitentes luces de noche, por panaderos y su fugacidad de pétalo en cenizas, por mariposas y sus colores alborotados a la siestas, por pájaros y su región azul donde dormita el árbol, por paseos por calles de pastel de tiza, con sus paraísos y sus plátanos perfumando el poema en el que dejo escritas huellas de mi vida para no olvidar el que fui cuando sobraba tiempo para ahorrar recuerdos de arcilla y cometer errores y dolerse por la lágrima ajena…