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UNIVERSIDAD NACIONAL DE HUANCAVELICA

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS


ESCUELA PROFESIONAL DE DERECHO Y CIENCIAS
POLÍTICAS

ANÁLISIS SOBRE LA PENA DE MUERTE EN LAS CONSTITUCIONES


DEL PERÚ

CATEDRA: Derecho Constitucional


CATEDRÁTICO: ORELLANA PEREZ, Pedro Mijaíl
ESTUDIANTES: CONDORI HUAYLLAN, Lizet Rosario
FUENTES TUNQUE, Leyla Soledad
CICLO Y SECCIÓN: IV “A”
HUANCAVELICA – PERÚ
2021
I. LA PENA DE MUERTE EN LAS ANTERIORES CONSTITUCIONES
Remontémonos a la proclamación de la independencia del Perú; durante el periodo inicial de la
República ninguna de las Constituciones iniciales (1823 y 1826) hizo mención al derecho a la vida, ni
mucho menos de la pena de muerte en sus páginas. Recién el 1828 la nueva constitución hace mención
a la pena de muerte, aunque sin imponerle regulación alguna, pues únicamente se remitía su legislación
al Código Penal. Así, (Praeli, 2007) señala en su Anuario de Derecho Penal 2007 que “en el artículo 129.
5: La pena capital se limitará al Código Penal (que forme el Congreso) a los casos que exclusivamente lo
merezcan”. Este es el primer indicio de la normatividad de la pena de muerte en nuestra constitución.
Posterior a ello (Praeli, 2007) nos indica que las Constituciones de 1834 y 1839 retrocedieron y no
volvieron a mencionar la pena capital, posteriormente en 1856 la Constitución regula y protege el
derecho a la vida y prohíbe la pena de muerte pues se considera que tienta contra el derecho ya
mencionado. Cuatro años después en 1860 una nueva Constitución en su artículo 16 reza lo siguiente:
«La ley protege el honor y la vida contra toda injusta agresión; y no puede imponer la pena de muerte
sino por el crimen de homicidio calificado», así pues, se protege la vida, pero de igual modo si un sujeto
la vulnera seria reprimido con pena de muerte. Luego en 1867 una nueva Constitución en su artículo 15
prohibiría esta pena, sin embargo, poco después su predecesora sería restaurada.
Ya en el siglo XX la Constitución de 1920, en el Título de Garantías Nacionales, en el artículo 21 trata la
pena de muerte, disponiendo: “La ley protege el honor y la vida contra toda injusta agresión, y no puede
imponer la pena de muerte sino por el crimen de homicidio calificado y por el de traición a la patria, en
los casos que determine la ley” y así nuevamente se encauza esta pena como consecuencia del delito d
homicidio y además por traición a la patria. Después, en 1933 se regula la pena de muerte de forma más
abierta pues la impone en caso de comisión de homicidio, traición a la patria y en los casos que señale la
ley, con este último término hace posible que si el legislador lo desea se podría extender la pena con
una ley ordinaria. Así pues, se dispuso esta pena a diestra y siniestra en diversos casos que como señala
(Praeli, 2007) se extendió a delitos comunes, delitos políticos o conexos con éstos, delitos contemplados
en el Código de Justicia Militar, incluso podían extenderse a civiles, sometidos al juzgamiento de
tribunales militares.
Como se ha podido apreciar hasta este punto la vida y la pena de muerte pasaron constantemente por
muchos cambios en nuestras Constituciones; de su ausencia de referencia al derecho a la vida y el
tratamiento de la pena de muerte, cuya regulación quedaba librada al Código Penal, luego fue limitada a
los delitos de homicidio y traición a la patria. Pero el cambio más radical que sufrió fue en la
Constitución de 1993 en la que a nuestro criterio se reguló de forma muy abierta porque la gravedad de
ésta penal es innegable, quitarle la vida a un sujeto es algo que no se debe tomar a la ligera y dejarlo tan
abierto como se hizo en esta Constitución con el término de “(...) los casos que determine la ley” dejó un
amplio criterio de aplicación. Rubio y Bernales (1988) citados por (Praeli, 2007) señalan que esta pena se
impuso en un tiempo a diversos delitos como parricidio, tomar armas contra la República, alistarse en
un ejército enemigo o socorrer o ayudar al enemigo en tiempo de guerra y para casos de robo agravado
con muerte de la víctima o ataque a miembros de las fuerzas. Si bien es cierto que las épocas, vivencias
y costumbres de cada generación cambian y es probable que por esos años el miedo haya sido el arma
más recurrente para solucionar problemas no es tan cierto que solo con el miedo se reduzca el delito, y
el miedo no fue solo para los delincuentes sino también para los ciudadanos comunes que viven con el
miedo a que en algún momento la ley pueda incluirlos por algún supuesto dentro de esta pena.
En esta línea ahora analizaremos las dos últimas constituciones del Perú y su ordenamiento respecto a la
pena de muerte. 
II. PASO DE LA CONSTITUCIÓN DE 1979 A LA DE 1993

La tendencia de la constitución de 1979 dejo por completo de lado la idea de la pena de muerte por
cualquier delito por decisión legislativa, dentro de esta constitución en el artículo 235 disponía: “No hay
pena de muerte, sino por traición a la Patria en caso de guerra exterior”. La constitución de 1979 fue la
primera de América Latina en consagrar expresamente, en su artículo 105, el rango constitucional de las
normas contenidas en tratados internacional de las normas contenidas en tratados internacionales
sobre derechos humanos ratificados por el Perú.

a elaboración de la constitución de 1979 se basó en la experiencia vivida durante los innumerables


regímenes de facto de la época y las innumerables violaciones a los derechos fundamentales producidas
en el gobierno militar coexistente, en esta constitución se inició el reconocimiento y protección de los
derechos constitucionales. También se estableció un tribunal de garantía constitucionales, se
incorporaron nuevos procesos o garantías para la protección jurisdiccional de los derechos y se
restringieron las competencias de la jurisdicción militar.

Por otro lado, desde 1980 retorno un régimen democráticamente electo, se iniciaron acciones armadas
de tipo subversivo y terrorista por parte del grupo denominado “Sendero Luminoso”. La expansión
progresiva del accionar subversivo a distintas localidades del país, así como de la magnitud de la
violencia armada, determinaron que el gobierno del presidente Belaunde encomendó a las Fuerzas
Armadas el control del orden publico interno y la conducción de la represión antisubversiva. Es así que
desde 1983, las organizaciones defensoras de los derechos humanos, diversos medios de comunicación
en esa época empezaron a denunciar graves violaciones a los derechos de la población campesina por
parte del personal militar. Durante esa época de abuso surgieron muchas propuestas de reforma
constitucional para establecer la pena de muerte por actos de terrorismo, pero estas no prosperaron
formalmente.

Tras el autogolpe de estado promovido por el presidente Fujimori, el 5 de abril de 1992, caracterizado
por ser un gobierno autoritario, impulso una estrategia antisubversiva claramente opuesta al respeto de
los derechos humanos y a los compromisos asumidos por el Estado en los tratados internacionales de la
materia. Fue así que aprobaron numerosas leyes antiterroristas contrarias a la constitución y a los
pactos de los derechos humanos, todo esto quedó plasmado en la constitución de 1993.

Como se puede apreciar, aunque la Carta Política de 1993 reitera la procedencia de la pena de muerte
para el supuesto de traición a la patria, previsto en la Carta de 1979, se extendía su aplicación al caso
genérico de «guerra», eliminando la restricción anterior que aludía únicamente a la circunstancia de
guerra exterior. También se les extendía a los casos de terrorismo. Adicionalmente, el Artículo 173 de la
nueva constitución ampliaba la competencia del Código y de la jurisdicción militar a los civiles, en caso
de delitos de traición a la patria y de terrorismo, cuyas sentencias no podrían ser susceptibles de
revisión ante el Poder Judicial, salvo en caso de imponerse la pena de muerte. Dicha constitución
eliminó la norma de la Carta de 1979 que confería rango constitucional a los tratados de derechos
humanos, a pesar de lo cual, en la cuarta de sus disposiciones finales y transitorias se establece que:
«Las normas relativas a los derechos y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretan de
conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y con los tratados y acuerdos
internacionales sobre las mismas materias ratificados por el Perú».

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