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Derecho constitucional

Los orígenes del término Derecho Constitucional no se encuentran claramente establecidos, sólo
se tienen datos de los diferentes nombres que se le ha dado; en Francia e Italia se le denominó
derecho de la Constitución o derecho contenido en la Constitución; en Alemania –escuela de las
más influyentes y avanzadas en esta materia– se le llamó derecho del Estado o derecho estatal. En
España, en sus orígenes, lo denominaron derecho político, mientras que en los Estados Unidos de
América e Inglaterra se habla de ley constitucional (Constitutional Law). En México es Derecho
Constitucional (De la Cueva, 2008 citando en Romero, 2016,pp.3-5). Como podemos ver, en todos
los casos nos estamos refiriendo a términos que tienen mucho en común tanto por definición
como por objeto de estudio: el Estado.

Sin profundizar en la metodología y sistematización del derecho, éste se divide principalmente en


dos: púbico y privado. Los romanos fueron quienes hicieron esta clasificación -sobre todo desde la
época de Justiniano-, en la que el derecho constitucional pertenece a la rama del derecho público;
esto es así porque se refiere a los asuntos relacionados con el Estado principalmente y los de éste,
con los ciudadanos lo cual tiene que ver con el derecho político del que se desprende el
constitucional (Borja, 1991 citado en Romero, 2016).

A lo largo de la evolución del estudio del derecho se ha sostenido que no hay tal división, es decir,
no se acepta la división entre derecho público y derecho privado; por el contrario, se sostiene que
sólo hay derecho público, pues éste emana de un ente o institución pública (el Estado) en
particular del poder legislativo aunado a que sólo el Estado es el que hace valer el derecho o la ley
sin importar si son relaciones sólo entre particulares o de éstos con el Estado. Asimismo, el poder
político está formado por instituciones a las cuales la sociedad les ha otorgado el monopolio del
uso de la violencia –al estilo del concepto de Weber–; es decir, el poder político tiene la capacidad
de coerción y coacción para obligar a cumplir sus mandatos imperativos a través de la violencia
legítima, siempre y cuando este uso sea necesario, por lo que el Derecho Constitucional regula a
las instituciones políticas del Estado en sus aspectos jurídicos y en el ejercicio de dicho poder
(Duverger, 1986 citado en Romero, 2016).

La rama del derecho encargada de analizar y controlar las leyes fundamentales que rigen al Estado
se conoce como Derecho Constitucional. Su objeto de estudio es la forma de gobierno, la forma de
Estado, la Soberanía y la regulación de los poderes públicos, tanto en su relación con los
ciudadanos como entre sus distintos órganos. En concreto, podemos decir que el Derecho
Constitucional se encarga de llevar a cabo el estudio de lo que es la teoría del poder, de la
Constitución y la del Estado. En otros términos, el Derecho Constitucional es el conjunto de
normas jurídicas que organizan y dan forma al Estado, determinan los principios a los que debe
ajustarse su funcionamiento y señala los derechos humanos y garantías que les asisten a todos los
miembros de la sociedad a la que pertenecen (Romero, 2016).

La fuente del Derecho Constitucional. La palabra fuente deriva del latín frontis y significa
“provenir”, “derramar”, “brotar”, “emerger”. Se refiere al manantial de agua. Etimológicamente,
fuente es el “lugar de donde emana o fluye algo”. Entonces, fuente es el origen de algo. En sentido
figurado significa aquello que es principio fundamental u origen de algo. Ahora bien, como fuentes
del Derecho Constitucional, metodológicamente hay muchas; sin embargo, sólo enunciaré las
formales. Éstas son, de acuerdo con Mario de la Cueva (2008, págs. 58-62), la Constitución, los
tratados internacionales, la ley, la jurisprudencia y la costumbre (Romero, 2016).

Entonces, en el caso específico de nuestro país, del artículo 133 de la ley suprema se desprende
que la Constitución es la fuente formal del Derecho Constitucional, al igual que los tratados
internacionales, la jurisprudencia -que quien la lleva a cabo es el poder judicial a través de la
interpretación de los preceptos constitucionales, con el apego y orientación que la propia Carta
Magna menciona- y la costumbre -que sería la manera normal de actuar de los miembros de una
comunidad política, de los poderes y los órganos del Estado (De la Cueva, 2008 citado en Romero,
2016, pp.58-62).

La Constitución creada es la fuente formal del derecho en general pero, sobre todo, del Derecho
Constitucional, y la única que posee el carácter de fuente primaria colocada por encima del Estado
porque contiene la esencia del orden político y jurídico; por tanto, la fuente de la cual se van a
generar todas las normas de la estructura, la organización y la actividad del Estado, así como las de
la conducta de los individuos será la Constitución. (Romero, 2016)

Constitución
El término constitución se ha empleado tanto en el lenguaje jurídico como en el político, con una
innumerable variedad de significados en los que cada uno ha tenido diversas acepciones y matices.
Sin embargo, no se pretende aquí, dar un inventario completo al respecto, pues este trabajo no
tiene dicho objetivo, por lo que sólo distinguiré cuatro acepciones básicas, con base en Guastini:

a) en una primera acepción, “Constitución” denota todo ordenamiento político de tipo


“liberal”;
b) en una segunda acepción, “Constitución” denota un cierto conjunto de normas jurídicas:
grosso modo, el conjunto de normas –en algún sentido fundamentales– que caracterizan e
identifican todo ordenamiento;
c) una tercera acepción, “Constitución” denota –simplemente– un documento normativo
que tiene ese nombre (o un nombre equivalente);
d) en una cuarta acepción, en fin, “Constitución” denota un particular texto normativo
dotado de ciertas características formales, o sea, de un peculiar régimen jurídico (Guastini,
2015: 15-16).

A la Constitución también se le conoce con distintos nombres: ley fundamental, ley o norma
suprema, Carta Magna. Este último término se debe a los primeros pactos entre el príncipe y los
súbditos –o vasallos o estamentos–; datan del año 1215 y se les llamaba cartas magnas, en donde
se otorgaban por escrito convenios y algunos derechos (Schmitt, 1996: 83-84). Incluso, el primer
ejemplo de una Constitución es la de 1653 –Cromwell–, en donde ahí la palabra fundamental
significaba –y ahora también– permanente e invariable pese a los cambios políticos, o lo que
fuese, tanto en el parlamento como en el gobierno (Schmitt, 1996 citado en Romero,2016)

Estructura
Nuestra Constitución se divide en diversas partes, entre ellas: a) la parte dogmática, que implica
por ejemplo los derechos humanos –va del artículo 1º al 29, particularmente, sin olvidar que
también se incluyen otros derechos a lo largo de la Constitución como en los artículos 123, 129 y
130–; b) la parte orgánica, que se refiere a la estructura, el funcionamiento y las facultades de los
poderes del Estado –de los artículos 49 al 122–; c) la parte programática, que define la naturaleza
y las características del Estado mexicano –en los artículos 39 al 41–; d) la parte denominada de
derechos sociales –en los artículos 27 y 123–; y la que, por falta de nomenclatura específica y
técnica legislativa en la propia Constitución se nombra “prevenciones generales”, que comprende
varias materias de diversa índole, tales como ciudadanía, extranjería, supremacía –incluida en ésta
la soberanía–, reformas y permanencia o vigencia de la propia Constitución (Romero, 2016).

Supremacía
El concepto de supremacía constitucional es uno de los basamentos más importantes del
constitucionalismo moderno. Su configuración formal se puede remontar hasta la redacción del
artículo VI de la Constitución de los Estados Unidos en 1789. El principio se entiende,
comúnmente, como aquella cualidad o estado de ser supremo o superior en rango o autoridad. Sin
embargo la “cláusula de supremacía” ideada por el constituyente estadounidense, debería
entenderse desde dos diferentes ángulos: el primero, que captura la concepción más común de
supremacía, que considera a la Constitución como el instrumento jurídico de mayor rango y
autoridad, en tanto que busca conservar las estructuras gubernamentales, subordinando a las
entidades federativas a la autoridad delegada al gobierno federal; y, la segunda, que sugiere que
las decisiones de los poderes judiciales federales respecto a cuál es la ley suprema, tendrán
primacía sobre aquellas que hicieran los juzgadores estatales (Sammar, 2010 citado en Ferreira,
2021).

La doctrina mexicana ha concebido el principio como que la constitución es la ley suprema y


ordenamiento cúspide de todo el derecho (Burgoa, 1991), y que cualquier norma contraria no
tiene posibilidad de existencia dentro de dicho orden (Carpizo, 1969). Burgoa, basándose en
Kelsen, explica que la Constitución “es la base y la cumbre, lo fundatorio y lo insuperable, dentro
de cuyos extremos se mueve toda la estructura vital del Estado” (“Super constitutionem, nihil; sub
constitutione, omnia”) (Burgoa, 1991). La supremacía constitucional presupone como condiciones
que el poder constituyente sea distinto a los poderes constituidos, y que la Constitución sea rígida
y estricta (Ramirez, 1998).

El artículo 133 de la Constitución mexicana consagra dicho principio de la siguiente manera:

Esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los
tratados que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el
presidente de la república, con aprobación del Senado, serán la ley suprema de toda la
Unión. Los jueces de cada Estado se arreglarán a dicha Constitución, leyes y tratados, a
pesar de las disposiciones en contrario que pueda haber en las Constituciones o leyes de
los Estados.

En efecto, el principio de supremacía constitucional obedece a un contexto histórico en el que se


buscaba generar cohesión y aportar estructuras gubernamentales sólidas a unidades sub-
nacionales. La supremacía era la garantía de unidad, por medio de la cual las entidades federativas
otorgaban una autoridad suprema al texto fundamental federal. Lo anterior es evidente en los
Estados Unidos, en el contexto en que la federación debía establecer una preeminencia jurídica
sobre los poderes fácticos que, en efecto, tenían los estados de la unión. Es claro que el contexto
en el que surge dicho principio contemplaba principalmente los posibles conflictos legislativos en
un estado federal y no necesariamente una interacción entre ordenamientos jurídicos
supranacionales. Sería complicado imaginarse cuál sería la postura de los redactores de esos
textos constitutivos y de sus principios, ante el entorno globalizado actual (Sammar, 2010 citado
en Ferreira, 2021).

Inviolabilidad
Para poder entender la esencia de este precepto, es necesario, antes de proceder con su análisis,
dar cuenta de las causas que motivaron su incorporación en la Constitución mexicana;
necesitamos conocer lo que llevó a los Constituyentes de Querétaro a insertar dicho principio para
hacer inviolable y permanente a la Constitución.
El artículo 136 de nuestra Carta Magna es uno de las pocas disposiciones que, no sólo ha
permanecido sin reforma alguna desde su promulgación en 1917, sino que fue transcrito
íntegramente del artículo 128 de la Constitución Política de la República Mexicana de 1857, el cual
dice a la letra lo siguiente:
Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión se in-
terrumpa su observancia. En caso de que por cualquier trastorno público, se establezca un
gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su
libertad, se restablecerá su observancia, y con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud
se hubieren expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno
emanado de la rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta.
De la lectura anterior se pueden observar 3 elementos que sostienen el principio de inviolabilidad:
1. La Constitución no perderá su fuerza y vigor. Es decir, jurídicamente se niega la posibilidad de
que en algún momento la actual Constitución deje de ser derecho vigente; 2. No ocurrirá lo
anterior, aún cuando se interrumpa su observancia por una rebelión o cuando se establezca un
gobierno considerado ilegítimo por contrariar sus principios; y 3. Se debe sancionar a todos los
que hayan formado parte de aquel gobierno, así como a todos los que hayan participado en
la rebelión (López, s.f.).

Derechos fundamentales

Los derechos fundamentales se ven reflejados y plasmados dentro de la Constitución Política de


los Estados Unidos Mexicanos, en la cual se establecen las garantías con las que goza el gobernado
dentro del territorio nacional, es por esto que se argumenta que los derechos humanos los dará el
propio ordenamiento constitucional mexicano, que, a diferencia de los derechos humanos, se
establecen por un ordenamiento global (Vega, 2018).

Según Miguel Carbonell, “los Derechos Fundamentales son Derechos Humanos


constitucionalizados”. Coincido plenamente con lo establecido por Carbonell, ya que con
antelación a un derecho fundamental debe de existir previamente un derecho humano que se ve
normado por un texto constitucional, y será aplicado en un territorio nacional (Vega, 2018).

Luigi Ferrajoli, sostiene que los derechos fundamentales son “todos aquellos derechos subjetivos
que corresponden universalmente a ‘todos’ los seres humanos en cuanto dotados del status de
personas, de ciudadanos o de personas con capacidad de obrar”.

Es así que considero que un derecho fundamental es aquel privilegio plasmado en un


ordenamiento jurídico vigente (Constitución) que le permite al individuo disfrutar de un derecho
frente al Estado, por lo tanto, los derechos fundamentales son aquellos derechos inherentes a la
persona, mismos que deben ser respetados y reconocidos por el Estado (Vega, 2018).

El estado
En un sentido amplio, el concepto “Estado” proviene del vocablo latino status, que significa
“estado”, es decir, un modo de ser o estar. De acuerdo con esto, el Estado, políticamente
entendido en sentido amplio, es:

El modo o manera de estar construida políticamente la comunidad.

Por lo tanto podemos afirmar que el hombre tiene muchas formas de organización comunitaria,
pero sólo aquella organización perteneciente al ámbito político es la que podemos denominar
Estado. El origen de este tipo de organización política o Estado se pierde históricamente, pues
muchas han sido las formas de organización empleadas por los seres humanos, aunque no todas
ellas fueron organizaciones políticas (Introducción al estudio del derecho, 2011).

Jurídicamente podemos afirmar que el Estado es indispensable para la creación del derecho; sin
embargo no puede estar por encima de la ley. Esto es, el propio Estado se autolimita
sometiéndose a un orden jurídico que él mismo crea y estructura (Introducción al estudio del
derecho, 2011).

En este sentido el Estado es una persona jurídica colectiva, es decir, una corporación ordenada
jurídicamente con derechos y obligaciones.

Como afirmamos anteriormente, el Estado crea el derecho, juzga, establece y ejecuta sanciones. El
Estado es también titular de derechos y obligaciones, y tiene poder, soberanía y otros atributos
que ejerce en un territorio determinado (Introducción al estudio del derecho, 2011).

Con base en lo anterior, podemos afirmar que el Estado está constituido por un conjunto de
funciones jurídicas que hace comprensible el comportamiento de la comunidad política.

En este orden de ideas el Estado supone poder, dominio e imperio con las facultades y atributos
que de tales suposiciones se derivan; por ello, de acuerdo con el pensador Jellinek, asumimos en
principio al Estado como:

La corporación formada por un pueblo dotada de un poder originario y asentada en un


determinado territorio (Perez, 1999).

Poder legislativo
El poder legislativo o legislatura es uno de los poderes públicos, es decir, una de las tres ramas en
que tradicionalmente se organiza el poder del Estado, junto al poder ejecutivo y al poder judicial.

A diferencia de estos últimos, el poder legislativo se ocupa de la creación, modificación y


derogación de las leyes que rigen la sociedad. También se encarga de la administración
presupuestaria del Estado y de la concesión al poder ejecutivo de permisos especiales.

La legislatura se trata, ante todo, de una instancia de negociación política, que constituye el
parlamento (Congreso, Asamblea, etc.). Es un organismo deliberativo en el que tienen
representación las distintas fuerzas políticas del país que posean electores lo suficientemente
numerosos como para participar a través de diputados y/o senadores en el parlamento.

Estos funcionarios, repartidos en una o dos cámaras (diputados en una y senadores en otra)
dependiendo de la organización del Estado de cada país, son electos directamente por la
población.

El poder legislativo estuvo contemplado en la teoría clásica de la separación de poderes de


Montesquieu, cuyo propósito era evitar la tiranía. Tuvo su antecedente más significativo en la
Asamblea Nacional instaurada por las fuerzas insurgentes durante la Revolución Francesa de 1789,
y que dio pie luego a la Asamblea Nacional Constituyente (Etecé, 2022).

Poder judicial
El poder judicial es uno de los tres poderes públicos en que tradicionalmente se organiza el Estado,
de acuerdo a la teoría de la separación de poderes de Montaigne.

El poder judicial es el encargado de velar por el cumplimiento de la Ley. Es decir, se ocupa de la


resolución de los conflictos en la sociedad siguiendo de lo que dicta la Constitución o el
ordenamiento jurídico que corresponda.

El poder judicial se compone de juzgados y tribunales, que son órganos judiciales y


jurisdiccionales. Deben atender las disputas tanto entre poderes públicos como entre particulares,
o incluso entre estos últimos y el Estado.

Así es posible tomar las decisiones pertinentes que permitan hacer justicia en la sociedad,
castigando al transgresor, reparando al dañado y garantizando el estado de derecho. Para ello,
este poder se estructura en un largo organigrama jerárquico de cortes, juzgados e instancias, para
enfrentar el conflicto en los distintos niveles en que se produzca.

La función del poder judicial en la sociedad es muy antigua, aunque no siempre la desempeñaron
jueces formados e imparciales, sino reyes, sabios o incluso los ancianos de la tribu.

Por otro lado, la presencia de un elemento que brinde un criterio común de justicia a la sociedad
es indispensable para la vida en común. Así se evita que las personas tomen la justicia por propia
mano, engendrando espirales de violencia que después sea muy complicado resolver de manera
pacífica (Etecé, 2021).

Poder ejecutivo
El poder ejecutivo es uno de los tres poderes públicos que constituyen al Estado moderno, junto al
legislativo y al judicial. A diferencia de los otros, el ejecutivo es el responsable de la conducción y la
gestión política del Estado, es decir, de la toma de decisiones y de las labores diplomáticas. Así,
administra y ejecuta la voluntad popular.

El poder ejecutivo es uno de los más visibles y disputados, ya que desde él se pueden proponer
distintos proyectos de sociedad. Por eso, quien lo detenta suele considerarse responsable directo
de los éxitos o fracasos que el país experimente durante su gestión, que suele tener fecha de inicio
y de fin preestablecidas conforme al texto constitucional vigente.
El rol del ejecutivo dentro de los Estados, o sea, de su conducción, fue detentado antiguamente
por otros modelos de jefe de Estado, generalmente absolutos y vitalicios, como los Reyes, los
caudillos y otras figuras que normalmente provenían de la rama militar y/o de las élites sociales.

Desde la caída del Antiguo Régimen y de la Monarquía Absolutista, el poder ejecutivo se entiende
siempre bajo control de los demás poderes públicos, para así disminuir el riesgo de las tiranías
(Etecé, 2021).

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