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¿PODRÍA REINSTAURARSE LA PENA DE

MUERTE EN MÉXICO?

Manuel Jorge Carreón Perea*

Un poco de historia

La mayor parte de la historia constitucional de México (desde la Constitución de


1824) se encuentra ligada a la pena de muerte. No porque sea un rasgo distintivo de
nuestro sistema jurídico, sino porque esta mal denominada pena se reconoció en
diferentes textos fundamentales durante los siglos XIX y XX.

El primer documento constitucional que estipula la pena de muerte es “Bases de


Organización Política de la República Mexicana de 1843”, en cuyo artículo 181 se lee:
“La pena de muerte se impondrá, sin aplicar ninguna otra especie de padecimientos
físicos, que importen más que la simple privación de la vida”.

La Constitución de 1857 reconocía, en su artículo primero, que los derechos del


hombre eran, además, la base y objeto de las instituciones sociales, lo cual la situaba
como una de las más avanzadas de su época (compárese, por ejemplo, con la Carta
Magna Argentina de 1853, aún vigente). Sin embargo, a pesar de mantener en su
articulado la pena de muerte, contenía un ligero guiño hacia su desaparición. A
continuación transcribo la redacción del artículo 23 para mostrar lo anterior:

Artículo 23. Para la abolicion de la pena de muerte, queda á cargo del poder
administrativo el establecer, á la mayor brevedad, el régimen penitenciario. Entre
tanto, queda abolida para los delitos políticos, y no podrá estenderse á otros
casos mas que al traidor á la patria en guerra estrangera, al salteador de caminos,
al incendíario, al parricida, al homicida con alevosía, premeditacion ó ventaja, á
los delitos graves del órden militar y á los de piratería que definiere la ley.

* Director de Investigación del Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE)


Años más adelante, el Código Penal de 1872 mantuvo la pena de muerte en su
artículo 92, fracción X aunque con ciertas limitaciones: no podían estar sujetos a ella
los adultos mayores de 70 años ni las mujeres (artículo 144). Cabe señalar que, al
igual que las Bases Orgánicas de 1843, este castigo se limitaba a la simple y llana
privación de la vida (artículo 143).

El aparente avance legislativo logrado a finales del siglo XIX, tendiente a la abolición
de la pena de muerte, sucumbió ante cierto anhelo de justicia promovido durante
Revolución Mexicana. Lo anterior puede observarse en la redacción de los artículos
14 y 22 del texto constitucional de 1917, en donde se reconoce la pena de muerte,
aunque sólo seguida de un juicio celebrado para tal efecto. En lo que hace al
artículo 22, se prevé una lista de delitos en los cuales podía aplicarse la pena capital,
con lo cual se limitó su uso.

Artículo 14.- A ninguna ley se dará efecto retroactivo en perjuicio de persona


alguna.
Nadie podrá ser privado de la vida, de la libertad o de sus propiedades, posesiones
o derechos, sino mediante juicio seguido ante los tribunales previamente
establecidos, en el que se cumplan las formalidades esenciales del procedimiento
y conforme a las leyes expedidas con anterioridad al hecho.
En los juicios del orden criminal queda prohibido imponer, por simple analogía, y
aún por mayoría de razón, pena alguna que no esté decretada por una ley
exactamente aplicable al delito de que se trata.
En los juicios del orden civil, la sentencia definitiva deberá ser conforme a la letra
o a la interpretación jurídica de la ley, y a falta de ésta se fundará en los principios
generales del derecho.
Artículo 22.- Quedan prohibidas las penas de mutilación y de infamia, la marca,
los azotes, los palos, el tormento de cualquiera especie, la multa excesiva, la
confiscación de bienes, y cualesquiera otras penas inusitadas y trascendentales.
No se considerará como confiscación de bienes, la aplicación total o parcial de
los bienes de una persona, hecha por la autoridad judicial, para el pago de la
responsabilidad civil resultante de la comisión de un delito, o para el pago de
impuestos o multas.
Queda también prohibida la pena de muerte por delitos políticos, y en cuanto
a los demás, sólo podrá imponerse al traidor a la Patria en guerra extranjera, al
parricida, al homicida con alevosía, premeditación y ventaja, al incendiario, al
plagiario, al salteador de caminos, al pirata y a los reos de delitos graves del
orden militar.

Para 1954 la mayoría de los estados de la República habían abolido la pena de


muerte de sus legislaciones penales, salvo los casos de Hidalgo, Morelos, Nuevo León,
Oaxaca, San Luis Potosí y Sonora1.

No será hasta el año 2005, a través de una reforma a la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, publicada el 9 de diciembre de esa anualidad, cuando la
pena de muerte es abolida de manera permanente en México, no sin haber pasado
por un amplio debate y resistencia en el Congreso.

¿Es viable que se reinstaure la pena de muerte?

Cada cierto tiempo surgen algunas voces que apelan por reinstaurar la pena de
muerte en México. Se escuchan desde la academia, desde los partidos políticos o
desde las redes sociales. Las razones que esgrimen generalmente se reducen a las
siguientes:

1.- Quiróz Cuarón, Alfonso, “La Pena de Muerte en México”, en Criminalia. Órgano de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, México, año XXVIII, núm. 6, junio de
1962.
1. Ante los altos índices de impunidad que se viven en México, la pena de muerte sería
una medida efectiva para contrarrestarla.

2. Existen ciertos sujetos para los cuales la reinserción social es imposible, por ejemplo,
los multifeminicidas. Por lo tanto, la pena de muerte sería la única salida para hacer
justicia ante ellos.

3. Aplicar esta pena contribuiría a despresurizar las prisiones y reduciría los gastos que
representa el sistema penitenciario.

Es claro que estas tres razones resultan objetables. En el primer caso, la impunidad
consiste en la falta de investigación y sanción de las conductas delictivas, es decir, no
hay pena. En tanto no se da esta última, por lo tanto no se aplicaría tampoco la sanción
capital. Lo que debe hacerse, en todo caso, es investigar los delitos para que no queden
impunes. En el segundo supuesto, la reinserción social se basa en el respeto a los
Derechos Humanos. Negar la vida de una persona a través de la aplicación de un castigo
como la pena de muerte iría en contra de tales derechos, principalmente el relativo a la
vida. A pesar de todos los delitos que una persona haya cometido, deben respetarse sus
derechos humanos. Sobre el tercer caso, en un artículo intitulado ¿Otra vez la pena de
muerte?, documenté que el costo de este castigo es mayor que el de la cadena
perpetua, por lo cual el argumento de mérito se viene abajo rápidamente.

Ahora bien, surge una pregunta necesaria ¿es inviable reinstaurar la pena de muerte en
México? A mi juicio, existen dos posibles respuestas que, aunque lo parezcan, no son
contradictorias.
La primera, que denomino ideal, es que lo anterior responde al hecho de que una
reforma constitucional que buscara ese objetivo violaría el principio de progresividad
de los Derechos Humanos, a la par de trastocar diversas disposiciones convencionales
a las que se sujeta México, por ejemplo, el artículo 4.3 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos que dispone lo siguiente: “3. No se restablecerá la pena de
muerte en los Estados que la han abolido”.

En caso de obtener los votos necesarios tanto en el Congreso de la Unión como en los
congresos locales, la reforma constitucional tendría que ser pasar el escrutinio de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación ante los medios de protección de la
Constitución que se interpusieran.

En este sentido, consideramos improbable que una reforma constitucional que


restableciera la pena de muerte pueda tener éxito.

Sin embargo, señalamos que resulta improbable más no imposible, ya que puede
haber un resquicio (aunque mínimo) para que la pena de muerte se reincorpore al
texto constitucional. Para ello, además de los pasos que señalé, deberían denunciarse
tratados internacionales y que el país dejara de considerar los derechos humanos
como la base de las instituciones sociales, es decir, implicaría transitar de un Estado
Democrático de Derecho a uno de corte totalitario o dictatorial.

Estamos muy lejos de que lo anterior ocurra, pero no debemos distraernos del asunto
y su posibilidad. En palabras de Francisco Tomás y Valiente “…la severidad de las leyes
penales está en proporción directa con el despotismo de los gobiernos…”2 por lo cual
es menester preservar las libertades y el Estado de Derecho.

2.- Tomás y Valiente, Francisco, El derecho penal de la monarquía absoluta (siglos XVI-XVII-XVIII), Madrid, Tecnos, 1969, p.97.

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