Está en la página 1de 4

Lucía de la Vega

CAPÍTULO 4

El mundo sería un lugar mucho más sencillo si pudiéramos producir cambios sustanciales mediante la
mera exposición de una argumentación moral consistente.

Muchas veces las personas caemos en la hipocresía, y es que independientemente de que sea
más o menos correcto, tendemos a obrar de acuerdo a nuestros intereses. Esta tensión entre
nuestro egoísmo y nuestro altruismo fue demostrada por un experimento de Batson y
Thompson. En él, los sujetos debían elegir entre dos tareas; una era agradable e interesante y
la otra era aburrida y poco productiva. La que no escogieran para ellos, la realizaría otro sujeto
(imaginario). La mayoría llegaron a la conclusión de que lo más justo sería repartirlas al azar,
por lo que les fue provista una moneda. La mitad de los sujetos decidieron no tirarla, y el 80%
escogió la tarea buena para sí. La otra mitad lanzó la moneda, siendo el sujeto el único que
veía de qué lado caía. Sorprendentemente, el “azar” decidió que en el 85% de los casos, el
sujeto se quedase con la tarea buena.

Sin embargo, habitualmente también nos comportamos con amabilidad y altruismo; un claro
ejemplo es la donación de sangre y órganos. Así pues, dice Singer, ¿por qué no salvamos la
vida de los niños de los países en vías de desarrollo si nos cuesta tan poco? El desarrollo de
este capítulo lo dedica a presentarnos seis factores psicológicos que responden a esta
pregunta.

1) La existencia de víctimas identificadas

A los participantes de un experimento psicológico se les pagó, y se les ofreció la


posibilidad de donar parte del dinero a la organización Save the Children. Se
diferenciaron tres grupos. Al primero se le habló de la situación de necesidad de los
niños de Malawi, al segundo se les mostró una foto de una niña pobre malawiana de 7
años llamada Rokia y se les aseguró que su vida mejoraría gracias a la donación, y al
tercero se les dio la información general y se les habló de Rokia. El grupo que más
donó, con diferencia, fue al que solo se le habló de la situación de Rokia, el siguiente
fue el que recibió los dos enfoques, y el que menos el que solo conoció la situación
general. Los sujetos afirmaron que sentían emociones más intensas cuando se les
hablaba de un solo niño.

Este efecto de la víctima identificada desemboca en la regla del rescate: invertiremos


mucho más en rescatar a una víctima identificada que en salvar una “vida estadística”.
Según Paul Slovic, esto se debe a que empleamos dos procesos diferentes para
comprender la realidad y tomar decisiones: el sistema afectivo y el sistema
deliberativo. El sistema afectivo se sustenta en las reacciones emocionales, opera con
imágenes y relatos que procesa con rapidez para ofrecer una respuesta inmediata e
intuitiva. Por el contrario, el deliberativo se basa en el razonamiento, operando con
palabras, números y más bien ideas abstractas, y por lo tanto da una respuesta más
consciente y retardada.

2) El provincianismo

En 2004, un tsunami arremetió contra el sudeste de Asia, dejando 220.000 fallecidos y


destrozando los hogares de millones de personas. Los estadounidenses donaron 1.540
millones de dólares por la causa, una cifra histórica tras una catástrofe natural fuera de
sus fronteras. Sin embargo, al año siguiente un huracán acabó con la vida de 1.600
personas, y dejó sin hogar a muchas menos que el tsunami; aún así, la suma de las
donaciones representaba el cuádruple que las del tsunami, alcanzando los 6.500
millones de dólares. Nuestro propio instinto es el que nos empuja a sentir más
simpatía por los individuos de nuestra región, y más indiferencia hacia los extranjeros.
Esto se debe a que, hace millones de año, los progenitores que no miraban por sus
crías tenían pocas probabilidades de que sus genes perdurasen, y esto queda latente
en la evolución: indudablemente nos preocupamos mucho más por nuestro núcleo
más cercano.

La filantropía telescópica se refiere a la caridad con países lejanos por delante de la


caridad con las personas de nuestro entorno. Charles Dickens la ridiculizaba en una de
sus obras, ya que en su época la idea resultaba descabellada teniendo en cuenta lo
complicado que era enviar ayuda al exterior. Sin embargo, hoy en día tenemos todo
tipo de medios para conocer la situación en países lejanos y echarles una mano.

Cierto es que algo tan simple como una imagen puede remover nuestra conciencia y
empujarnos a donar. Esto lo podemos achacar al altruismo televisivo. Un claro
ejemplo de este fenómeno es el caso de un terremoto ocurrido en Pakistán en 2005.
Este desastre no fue grabado, por lo que no hubo imágenes dramáticas que mostrar a
los telespectadores. Por lo tanto, los estadounidenses donaron unos 150 millones de
dólares para la causa, cifra que si nos fijamos contrasta enormemente con las de los
ejemplos anteriores.

3) El sentimiento de futilidad

Un estudio realizado, entre otros, por Paul Slovic, reveló que las personas nos
mostramos más predispuestas a prestar ayuda fijándonos más en la proporción de
vidas que salvamos que en la cantidad real de las mismas; es decir, que donaríamos
antes para salvar al 80% de 100 vidas, que al 20% de 1.000. Esto se debe al clásico
pensamiento de “un grano de arena en el desierto”, que por mucho que ayudemos, no
vale la pena porque no marcaremos una gran diferencia ya que “el desierto de
necesitados seguirá pareciendo tan inmenso como antes”.

4) La disolución de la responsabilidad

Es mucho menos probable que ayudemos a alguien si la responsabilidad de hacerlo no


recae enteramente sobre nosotros. La disolución de la responsabilidad desemboca en
un efecto inhibidor conocido como como el el “efecto espectador”.

Un ejemplo real de este efecto es el de Kitty Genovese. Esta joven fue brutalmente
asesinada en Nueva York, y treinta y ocho personas escucharon sus gritos pero no
hicieron nada para avisar a la policía o ayudarla.

5) El sentido de la justicia

Nuestro sentido de la justicia es tan poderoso que para impedir que los demás reciban más de lo
que les corresponde a menudo estamos dispuesto incluso a recibir.

A cualquiera de nosotros nos parecería injusto que otra persona cobrase más por
hacer el mismo trabajo. De la misma forma, nuestra disposición a prestar ayuda a los
demás se ve reducida si pensamos que hacemos más de lo que nos corresponde. Este
tipo de respuestas vienen de nuestro instinto (los primates actúan de la misma forma),
y se debe a que entre los animales sociales, los que establecen lazos de cooperación
siempre obtienen más beneficios; y al ofrecer tratos justos damos la impresión de ser
unos buenos socios. Esto lo podemos apreciar hoy en día, ya que en una sociedad en la
que la mayor parte de las personas actúan de manera justa obtendrá más beneficios
que otra en la que todo el mundo esté tratando de aprovecharse de la injusticia, ya
que las personas serían más desconfiadas y menos propensas a cooperar.

Un experimento conocido como el “juego del ultimátum” es una buena demostración


de esto. Un jugador recibe una cantidad de dinero, y la tiene que repartir entre él y
otro jugador como quiera. El jugador que recibe el dinero puede decidir si acepta la
decisión del otro, o si por el contrario la rechaza. En el primer caso, cada uno recibirá la
parte decidida, pero en el segundo ninguno se llevará nada. Resulta curioso que en la
mayoría de las situaciones en las que el que lo reparte decide quedarse con la mayoría
del dinero, el otro sujeto prefiere renunciar a todo que llevarse una pequeña parte
solo por evitar esa injusticia.

6) El dinero

Ya decía Marx que “el dinero nos enajena de nuestra auténtica naturaleza humana y
de nuestros iguales”. El dinero refuerza el individualismo, y lo convierte todo en
mercancías, anulando en cierto modo el altruismo.

Vohs y otros científicos realizaron unos experimentos que consistían en predisponer a


algunos de los sujetos a pensar en dinero. Al grupo que querían predisponer a esto, le
asignaron ordenar frases relacionadas con el dinero, y dejaron a su vista cosas
relacionadas con ello como fajos de billetes de Monopoly. Para otro grupo sin
embargo, las frases a ordenar no estaban relacionadas con dinero, ni había nada a su
alrededor que pudiera recordar directamente a ello. Los resultados arrojaron que los
miembros del grupo del dinero se mostraban mucho más reacios a relacionarse y a
ayudar a sus compañeros que los del otro grupo; y al final cuando se les pidió que
hicieran una donación, dieron muchísimo menos que los componentes del equipo no
relacionado con dinero.

Conclusión:
Según el propio Singer, podríamos resumir todas las excusas para no donar en que “no está en
nuestra naturaleza.

Dedica este capítulo completo a presentarnos diferentes razones/excusas para no donar, y lo


cierra refutando algunas de ellas.

 La existencia de víctimas identificadas: nos pone un ejemplo (muy utilitarista) en el


que, en un naufragio, podemos salvar una barca con una persona identificada, o otra
con cinco personas que no vemos.

 Provincianismo: recurre a una cita de Gates en la que el magnate afirma “Suelo pensar
más en mejorar el mundo, en lugar de las posiciones relativas de quienes viven en él.
De lo contrario, se podría decir que la Segunda Guerra Mundial fue fantástica porque,
cuando terminó, los EEUU ocupaban la posición relativa más fuerte”.

 El sentimiento de futilidad: en vez de pensar en todas las personas que no podemos


ayudar, debemos centrarnos en esa familia en concreto cuya situación mejoraremos.
 La disolución de la responsabilidad: aunque haya mil millones de personas que puedan
ayudar a diez millones de niños, eso no implica que todos vayan a hacerlo, por lo que
deberíamos aportar lo que podamos (falacia naturalista, confundir lo que debe ser
con lo que realmente es).

También podría gustarte