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Lucía de la Vega

CAPÍTULO 4

Hace treinta años, Chris Ellinger se enteró de que había 250.000 dólares de su abuela. ¿Qué iba
con todo ese dinero? “¿Por qué debería ser yo tan rico, cuando hay tanta gente pobre?” Así
que decidió donar. Años más tarde, en un congreso de filantropía se encontró con otras
personas que también estaban dispuestas a donar una gran proporción de su riqueza, y así
nació la “Liga del 50%”, una organización cuyo único requisito de ingreso es haber donado la
mitad de la riqueza que se tiene o al menos, la mitad de los beneficios de los últimos tres años.

Esto es un gran ejemplo de que con el apoyo adecuado de amigos e iguales, podemos llegar a
donar más de lo que nos imaginamos; y es que es mucho más probable que hagamos lo
correcto si pensamos que los demás ya lo hacen. Por lo general, nuestras acciones se ven
condicionadas por los miembros de nuestro “grupo de referencia” con los que más nos
identificamos. Además, un estudio de los psicólogos Shang y Croson reveló que también
influye en nuestras donaciones la suma que creemos que aportan los demás. Para su
experimento utilizaron una campaña de recaudación de una emisora de radio, a la que los
oyentes iban llamando para realizar sus donaciones. Descubrieron que si se mencionaba una
cifra superior a la media de las donaciones, los sujetos donaban más.

En cambio, según las tradiciones judía y cristiana (Jesús y Maimónides), no debemos alardear
de lo que donamos; ya que existe la creencia general de que si alguien lo hace, sólo esta siendo
altruista por el reconocimiento, no porque sea verdaderamente generoso. Charles Isherwood
comparte esta opinión, con el ejemplo del teatro cuyas partes estaban nombradas según los
donantes que habían aportado para su construcción.

Sin embargo, como se ha demostrado que efectivamente donamos más si sabemos que los
demás lo hacen, en la página web de la Liga del 50% podemos ver las aportaciones e historias
personales de los miembros. Uno de los más sorprendentes es el de una familia que se ha
comprometido a vivir con menos que la renta media de EEUU, y donan todo el excedente.
Aunque sea un sacrifico importante, un miembro de la misma familia alega al respecto que
“Habría sido fácil llevar una vida aburrida e intrascendente. Ahora he sido agraciado con una
vida de servicio y plena de sentido”.

La asociación Foster Parents Plan puso en contacto a niños pobres de países en vías de
desarrollo con “padrinos” de países ricos, que les enviaban dinero. Este método salva cinco de
las seis barreras psicológicas, por lo que de primeras puede parecer la organización ideal para
aprovechar las buenas intenciones de las personas pudientes, pero también tiene importantes
desventajas. Enviar dinero a un solo niño (o a una familia) en concreto puede suscitar envidias
y malestar en la comunidad del mismo. Además, la ayuda debería ser para facilitarles
oportunidades para salir de la pobreza, no “regalarles” nada, así que sería mucho más efectivo
enviar dinero a la comunidad en sí que puediese ser invertido en construir un pozo o tal vez
una escuela. La propia asociación se dio cuenta de esto y entonces decidió crear el Plan
International, que sigue contando con ese sistema de apadrinamiento, pero el dinero donado
en vez de ir al niño en concreto, se suma al de otros padrinos y se invierte en proyectos
comunitarios para aprovecharlo al máximo.

En los países en los que tienes que apuntarte para ser donante de órganos, la tasa es
muchísimo menos que en los que lo eres de mano y si quieres dejar de serlo tienes que
desapuntarte. Esto es un gran ejemplo de que tendemos a elegir la opción “por defecto”, y que
por lo tanto, el estímulo adecuado puede empujarnos a tomar mejores decisiones y ayudarnos
a hacer lo que sabemos que verdaderamente debemos hacer. Otro ejemplo de esto era un
banco llamado Bear Stearns (ahora ya no porque lo compró otra compañía) que tenía la
política de que sus altos cargos debían donar al menos el 4% de su salario a alguna
organización sin ánimo de lucro. Con esta medida, no sólo hicieron que sus trabajadores
fueran más solidarios por obligación, si no que ellos mismos se sentían satisfechos de hacerlo y
hablaban bastante del tema y lo gratificante que les resultaba, lo que hizo que se creara una
red que hizo más efectivas las donaciones. Otra empresa, rival de esta última, no quiso
quedarse atrás e invitó a sus trabajadores a realizar donaciones, diciendo que ellos donarían
además la misma cantidad que la suma individual de todo lo que donaran los empleados,
campaña que también tuvo mucho éxito. Hoy en día muchas empresas hacen cosas por el
estilo; el ejemplo más conocido sin duda es Google. De esto, Singer concluye que si todas las
corporaciones etc con gran número de empleados dedicaran el 1% del salario de cada uno de
ellos a causas benéficas a menos que el empleado lo rechazase, se empujaría a estas perdonas
a que fuesen más generosas.

En la línea del primer argumento, que es más probable que donemos más si las personas y
corporaciones generosas hablan sin tapujos sobre ello, tenemos una réplica. Según Alexis de
Tocqueville, “Los americanos se complacen en explicar mediante el interés (…) casi todos los
actos de tu vida.” A donde Singer quiere llegar presentándonos esta cita es que, cuando vemos
una persona que dona hablar abiertamente de ello, muchos de nosotros podemos pensar que
las personas actúan de esta forma más por que sienten que es lo que “deberían hacer” que por
convicción propia; es decir, que una vez más estamos ante la falacia naturalista. Esto se debe a
que nos puede chocar que estas personas no obren por su interés personal, vemos algo de
irracional en el altruismo y el desinterés. Por ejemplo, cuando una celebridad es noticia por
haber hecho una gran donación, tendemos a desconfiar y pensar que lo hizo por “quedar bien”
o por darse publicidad.

Sin embargo, un estudio demostró que los humanos no actuamos tanto basándonos en
nuestros intereses. En él se informó a unos estudiantes universitarios de una propuesta para
reducir el presupuesto dedicado a investigar una enfermedad que afecta solo a las mujeres. La
mayoría opinaba que habría muchos más varones que aprobarían la propuesta, pero
realmente el género de las personas no tenía mucho que ver con su opinión al respecto. Esto
llevó al psicólogo Dale Miller a preguntarse por qué las personas tenemos tan asumida esta
“regla” del interés personal cuando lo cierto es que en la vida cotidiana tenemos tan pocas
evidencias de la misma. Basándose en un estudio realizado con sujetos astrónomos y
economistas, en el cual los economistas demostraron una opinión mucho más marcada de que
todo el mundo actúa motivado por el interés personal, llegó a la conclusión de que quienes
viven en una sociedad más desarrollada, reciben constantes mensajes sobre cómo ahorrar o
tener una mejor imagen, y esto no lleva a pensar que todo el mundo desea mejorar estas
cosas, lo que acaba creando este sesgo.

Sin embargo, es un hecho que en el día a día las personas cometemos muchos actos altruistas,
y que paradójicamente nos excusamos alegando que son por interés. Sin embargo, por
ejemplo a lo largo de la historia de la literatura nos encontramos con numerosos personajes
que van diciendo que hay que ser altruistas y luego ellos actúan según su interés: hipócritas;
por el contrario no hay casi ejemplos de figuras completamente altruistas que finjan obrar de
manera interesada. A nuestro alrededor tenemos numerosos ejemplos de que las personas
actúan por mucho más que por sus intereses personales, y aún así no podemos evitar seguir
creyendo en esta norma del interés personal.

El último ejemplo de este capítulo es una supuesta anécdota de Thomas Hobbes, filósofo del
siglo XVII firme defensor de que todos nuestros actos con por interés personal. Un día iba por
la calle y le dio una moneda a un mendigo. Su acompañante se sorprendió y le pidió una
explicación a esta contradicción, a lo que Hobbes le respondió que lo hacía porque le satisfacía
ayudar a aquel pobre hombre. Singer con esto nos lleva a pensar en la interpretación del
altruismo y de nuestros propios intereses. Somos esclavos de que ser interesados es lo normal,
así que ¿somos altruistas por egoísmo?

CONCLUSIÓN:
A lo largo de este capítulo Singer se centra en la tesis de que normalizar las donaciones de
alguna forma impulsará a que más y más gente se sume a esta práctica. Cierto es lo que dice
de que el estímulo adecuado nos puede llevar a tomar decisiones mejores pero, ¿hasta qué
punto sería ético que se nos condicionara para que hagamos lo que él considera que es lo
correcto?

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